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Con las debidas licencias del Arzobispado de Córdoba
Cardenal Raúl F. Primatesta
noviembre de l996
Foto de tapa: trabajo realizado con minerales de la región de Atacama (Chile) por la
Rda. Madre María Teresa Rius,O.P.
PROLOGO
Cuando hablamos de la santidad en la Iglesia, fácilmente se nos presenta
su prototipo, que es Jesucristo. Entendemos también la santidad de María, fruto de su
respuesta fiel a una vocación particularísima. También nos damos cuenta de esos
grandes santos que fueron los Apóstoles y los Fundadores de Ordenes religiosas.
Pero, la vocación universal a la santidad, no sólo no se ha agotado en ellos, sino que,
por el contrario, los antes citados son un desafío para el resto, que no es tan grande,
pero que también ha sido llamado. Además, sabemos bien que no podemos
restringirnos a los que han sido canonizados y presentados al Pueblo de Dios como
modelos heroicos de santidad. Todo bautizado lleva en sí “germenes”de santidad, a
partir de este entronque con el Cristo pascual, de quien viene todo don. Esto debe ser
un estímulo para nosotros.
En este trabajo se nos habla de una religiosa dominica. De una monja
contemplativa en un momento determinado de la historia en Argentina (1841-l900),
en un lugar particular (Córdoba), en un sitio singular (el Monasterio de Santa
Catalina).
Ella no pretendió ser igual a Jesús, o a María o a san Pedro o a Santo
Domingo. Afirmamos con certeza absoluta que fue menor que todos ellos. Pero
también sabemos que, como no tenemos un “termómetro para medir la caridad”, ni
aparato alguno que nos diga cuál es la medida de su fe, debemos atenernos a los que
ella hizo, para descubrir entonces, lo que ella fue.
Fue alguien que en un momento de su vida descubre un llamado. Y para
descubrir un llamado, hay que tener la experiencia de una presencia. De algún modo
“vio”a Jesús y “escuchó”su voz. Frecuentó su Palabra y experimentó cuán buenas
eran las cosas que Él le decía. Gozó de su perdón y de su consuelo. Constató que el
llamado le era renovado de modo cotidiano, constituyendo con ella una real alianza.
Pero... no creamos que esto era la realidad de una relación individual entre sor
Leonor y Cristo. Ella vivió esa historia en el seno de una comunidad de bautizadas,
en un monasterio, con un género de vida particular. No era franciscana, sino
dominica. Por lo tanto, vivió un “estilo”de vida religiosa, común y diversa a otros
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estilos de vida religiosa. Y no vivió en el siglo XIV en Europa, sino en la segunda
mitad del siglo XIX en Argentina, con los problemas políticos y sociales de esos
tiempos. Era “alguien” en una historia y si es historia, es una vida engarzada en los
vaivenes de lo concreto.
Hubo muchas cosas que se repitieron en tantas mujeres consagradas a
Dios: constatar la misericordia de lo alto; vivir “al día” la Providencia del Padre;
encontrar consuelo en la oración y en la Eucaristía. A mí no me importa que fuera
“figurita repetida”. Lo que sí me importa es que “ella”vivió “esa”experiencia y la
enriqueció. También sabemos de su humildad extrema; de no querer ocupar los
primeros lugares y de no reclamar ni siquiera el lugar que podría reclamar, en
justicia. Sufrió y gozó. Luchó, y a veces ganó...a veces perdió. Sor Leonor no era
Dios. Sólo una pequeña creatura. Pero supo, por experiencia viva, lo fuerte que es la
debilidad “entregada” para que el Señor obre allí su poder.
Constatamos algo, tanto en la vida de la Iglesia, como en la vida de
sus hijos pequeños. Jamás faltó el don de Dios, en el momento en que ese don era
necesitado. No faltó en tiempos de la religiosa, cuya persona consideramos en este
trabajo. No falta hoy en la vida del Monasterio en que vivió. No falta, sino que
abunda -y lo vemos en las respuestas vocacionales- en lo que llamamos “vocaciones
contemplativas”que ven en todo el mundo, un resurgir sostenido. ¿Por qué?. Porque
hombres y mujeres constatan en sus vidas, la necesidad de “platos fuertes” para
saciar su hambre y su sed. Porque se dan cuenta de quién es “el Número Uno”y
deciden darle una respuesta positiva; porque experimentan que la búsqueda del
Reino, de modo radical y absoluto, dará la posibilidad de tener “el resto,como por
añadidura”. Porque se dan cuenta de que esa búsqueda y ese encuentro, desde una
comunidad, imperfecta pero comunidad, los hace felices, con un gozo que nada ni
nadie podrá robarles.
Este trabajo hecho en el Monasterio Santa Catalina de Córdoba
(Argentina), tiene datos de puño y letra de sor Leonor. Algunas cartas-testimonio de
quienes la conocieron. Reseñas de la fundación de los monasterios de monjas
dominicas en Argentina. Una crónica de la muerte de nuestra hermana y finalmente,
una Bibliografía histórica relacionada con el tema.
Este aporte pretende poner en el candelero aquello que es ejemplar,
no ocultando las virtudes de quienes nos precedieron en la fe y en el mérito. No será
una santa “grande”, por más que sólo Dios sabe la medida de sus dones, pero lo que
sí sabemos es que, grande o chica, es “nuestra”y por eso la amamos.
Todos necesitamos referentes vivos y claros que nos ayuden a vivir
nuestra vocación particular. Aquí tenemos a alguien, de carne y hueso, ubicada en la
historia de Córdoba, con la vocación singular de religiosa contemplativa que otras
también viven. En consecuencia, su vida “sirve”porque sor Leonor “sirvió” a Dios y
a sus hermanas.
Pido al Señor Jesús que sea El quien bendiga este modesto esfuerzo
que lo glorifica en sus dones y en la respuesta de sor Leonor, y que -sin duda- servirá
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a otros, para que nos demos cuenta de que no es imposible ser fiel y de que el Señor
sigue prodigando gracias más que abundantes para ser santos.
R.P. fray HECTOR MUÑOZ, O.P.
INTRODUCCION
Secundando la iniciativa de Dios, que quiere dar a conocer la vida de
una mujer, que fue monja en este Monasterio y que dejó una huella imborrable de
santidad entre sus hermanas, hemos comenzado a trabajar para reunir la
documentación necesaria e iniciar el proceso de canonización de sor Leonor de Santa
María Ocampo. El ejemplo de su vida y virtudes entre nosotras y su intercesión en
favor de quienes la invocaban, se hacían notar palpablemente.
A tres años de ser devueltos sus manuscritos al Monasterio,
contábamos ya con su primera biografía, redactada por el R.P. fray Justo Fernandez
Alvarez, sacerdote dominico. Con el transcurso del tiempo, la Rda. Madre Priora sor
María Gloria Pons Vidal,o.p., vio la oportunidad de publicar sus manuscritos. La
tarea encomendada la realizó sor María Nora Díaz Cornejo, o.p. profesa solemne,
quien después de haber orado mucho, de haber leído bibliografía histórica
relacionada con el tema y la copia de los manuscritos de sor Leonor, y de haber
pedido consejo a personas competentes sobre la materia, decidió actualizar la
terminología de los manuscritos, para adecuarla al lenguaje actual; transcribir
testimonios de monjas que convivieron con sor Leonor,insertos en su primera
biografía; redactar una breve reseña histórica acerca de la fundación de todos los
Monasterios de monjas dominicas del país, y explicar brevemente, qué significa ser
hoy monja dominica contemplativa.
Quiera Dios, Nuestro Señor, por intercesión de Nuestra Señora del
Rosario del Milagro, Patrona de nuestra Arquidiócesis, bendecir este humilde trabajo
que ponemos en manos de nuestros lectores.
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COMO LLEGARON LOS MANUSCRITOS DE SOR LEONOR AL
MONASTERIO.
. Carta de la Superiora General de las HH. Mercedarias:
Äve María. Octubre veintiseis de l937. M.R.Madre Priora del
Monasterio de Santa Catalina de Sena. S.M. nuestras veneradas Madres: Ante todo,
debemos cumplir con el deber de pedir disculpas a las M. Rr. Madres, por no haber
cumplido a su debido tiempo, con nuestra manifestación de gratitud por tantas
bondades que nos concedieron en nuestros festejos de Bodas de Oro, que fueron,
como ya lo saben, marcadas con el sello del regocijo y del dolor. Sea en todo bendita
la voluntad de Dios...Ahora, Rda. Madre Priora, paso a depositar en manos de V.R.,
un depósito que hace años guardo en archivo reservado. Se trata de algunos datos
referentes a la santa e inolvidable sor Leonor...creo es llegado el momento de
entregarlos a sus dueños, como lo exige el propio derecho, ya que de ella nada se
conserva en este santo Monasterio. La santa monjita los depositó en manos de
nuestro Fundador, y a la vez y por mayor seguridad, me los entregó para su guarda.
Falleció él y la monjita:juzgo que deben volver ya al propio Monasterio, como una
reliquia de tantas santas que encerrarán los claustros de esa bendita morada. Los
apuntes están escritos por la monjita, con su propia letra. Y sólo fueron leídos por
nuestro Venerado padre Fundador y la que suscribe estas líneas, quienes siempre
guardaron completo secreto. Adjunto también la cajita que encierra la reliquia de su
fotografía de seglar aún. Que ella desde el Cielo, proteja siempre a sus monjas
hermanas y a sus mercedarias, con quienes la ligan el recuerdo y la
amistad...Encomendando en las oraciones de nuestras veneradas y queridas madres
Catalinas, a nuestro humilde Instituto, las saluda y abraza en el Corazón de Nuestra
Madre de Mercedes y les pide un paternal recuerdo y bendición para todas, muy
especial por la que suscribe, que mucho lo necesita. Humilde S. En Cristo. Hermana
María de San Ramón Montenegro. Superiora General”.
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Ave María
Misericordias con que favorece la Divina Providencia a la última de sus
criaturas.
A mayor gloria de Dios os diré Padre, todo cuanto ha llamado mi atención en
cuanto ha obrado la Divina Providencia, y causado en mi corazón efectos de
admiración, de amor, y gratitud para con mi Dios; gran confusión, pues en tiempo de
sequedades, me basta recordar despacio los beneficios que mi alma ha recibido,
cómo me ha conservado mi Creador; estos recuerdos sirven de leña para que se
encienda el fuego en mi corazón frío, y es muy beneficiada mi indigna alma.
Me dio a luz mi madre doña Solana Dávila de Ocampo el día 15 de agosto a las
tres de la tarde el año 1841, tiempo de muchas guerras y mi casa como fue muy
poderosa y rica, era muy perseguida y estando mi madre encinta de mí, sufrió muy
grandes trabajos. Un ejército de Brizuela llevaron presos a mi padre don Amaranto
Ocampo y al padre de mi madre don Ramón Dávila y Doria1, por él vinculado, y dos
niños, y mi madre tenía por casa una cueva en un lugar desierto con el resto de la
familia, y otra parte del ejército tenía la casa y bienes de ellos, en esta crítica
circunstancia a cada hora creían que mi madre moría, dicen que yo lloraba tanto en
el seno de mi madre, que todos los que estaban cerca de ella me oían, y cuando nací
fue la admiración de todos que no solo naciese viva, sino sana. Cuando nací, por el
estado en que estaba mi madre, incapaz de atenderme, me entregaron a una esclava
de casa muy buena y honrada , llamada Dominga, ésta me llevó a su casa.
Cuando ya se tranquilizaron las cosas, un día se reunieron una multitud de gente
plebe a divertirse, hombres y mujeres y allí estuvo también la ama que me criaba;
todo el día lo pasaron tomando aloja fuerte, que suele hacer el mismo efecto del licor,
se embriagaron todos. La ama a la tarde se vuelve a casa, pero como era lejos, al
llegar a una ciénaga, se le hace noche y como no estaba en su razón, porque estaba
1 Sañogasta estaba convulsionada por la invasión de tropas enemigas (fuerzas
rosistas cuyanas) capitaneadas por el llamado “fraile”Aldao. Habían invadido La Rioja y logrado la
muerte a traición, del gobernador Tomás “el Zarco”Brizuela. Intentaban eliminar a don José Ramón
Brizuela y Doria y a su padre Francisco Javier, ambos ex-gorbenadores. Antes de enfrentar a las
tropas enemigas, don Francisco debe poner a salvo a su única hija, Solana, quien está en trance de
dar a luz. Su marido, don Juan Santiago Amaranto Ocampo, también está en grave peligro. En tales
circunstancias nada mejor que refugiarse en el cerro Famatina. En las soledades majestuosas del
llamado “Campo de Cosme”, hay un refugio para las l echadas y había vertientes de aguas.
Don Amaranto Ocampo y Luna, bautizado en La Rioja el 22 de Mayo de 1795,
con los nombres de Juan Santiago Amaranto. Cursó estudios en la Universidad de Córdoba, a la
cual el 4 de diciembre de 1813 solicitaba se le confiriera el grado de Maestro en Artes. Se casó con
doña Francisca Solana Dávila, sucesora en el mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta. Militó en
el partido unitario, fue miembro de la legislatura provincial en 1830 y en otros años, y quien
pronunció una famosa arenga al asumir el gobierno riojano el Gral. Don Gregorio Araoz de
Lamadrid. Nombrado por elección popular para ocupar una banca en el Senado de la Confederación
Argentina, en 1854, declinó tan importante cargo. Vivía aún el 4 de abril de 1856, cuando en ese
fecha remitía al presidente Urquiza la interesante carta relacionada con la política local que se
conserva en el archivo del citado gobernante, en Bs. As.
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embriagada, y sola, conmigo chiquita en los brazos, ya no podía caminar, cayó en
medio del camino y se duerme; y ¿ yo? llorando en el campo donde se alimentaban
muchos animales que podían pisarme, ¿que sucede? ¡Bendito sea Dios! viene una
comitiva de hombres de la misma reunión y en el mismo estado de embriaguez a
caballo, y por el mismo camino; y quiere y permite el Padre de todos, que cuida de
sus criaturas, que entre aquella comitiva, viniese un sirviente de toda la confianza de
mi madre, muy honrado y sin vicio alguno; éste conoció que era la ama que estaba en
el camino, porque la había visto en la reunión y por el llanto mío que lloraba mucho,
a tiempo que iba a ser pisada de los animales, contiene la comitiva, se baja del
caballo, me alza el sirviente, me envuelve en su manta y me lleva a mi madre muy
tarde de noche. ¡Qué consideración para mí! y ¡cuál sería el dolor de mi afligida
madre.!.
En otra ocasión, me contó la misma ama o mamá Dominga, que así la llamaba
yo, que un día me había hecho sentar lejos de un río para que no me cayese al agua, y
ella se puso a lavar en la orilla del río y para que estuviese contenta, me puso en la
mano una breva pelada; vino un chancho que había muy bravo y grande, y por
comerse la breva que yo tenía, me tomó de la mano y me llevó arrastrada a la
distancia de una cuadra, por medio de piedras y espinas y me introdujo en un bosque
donde había un gran pozo de donde se sacaba greda para ladrillo y había mucho
barro. A tiempo que el chancho se bajaba al pozo conmigo, para comerme con la
breva, llega la ama que a mi llanto me seguía y me quitó. Preguntándole yo si me
había despedazado la mano y el cuerpo, por ser tan chiquita, ya que me habían
lastimado las piedras y las espinas y una mano tan tierna cómo pudo resistir a los
dientes de un animal, me respondió ella que nada me había sucedido, que el chancho
me tomó con compasión porque apenas señales quedaron de los dientes del animal,
peno no lastimadura en ninguna parte. Yo me quedé tan admirada y agradecida de
este beneficio de la divina Providencia, que enternecida y como fuera de mí dije:
¡Santo Dios! y ¿así sucedió? y más, me dijo: “ no sólo eso sucedió, muchos pasajes
han sucedido con vos muchas veces has habido de morir”. Pero no recuerdo más que
las cosas que en mí han hecho una extraña impresión.
Otra vez me contó la misma que cuando era yo de poco menos de dos años, se
volvieron al convulsionar estos pueblos, vino a Chilecito el general Benavidez con
un grande ejército de San Juan, parte del ejército quedó en Sañogasta, éstos hacían
muchos estragos en todo lo que podían, y quitaron muchas criaturas a sus madres y
los llevaron, y como yo estaba siempre con la que me crió, porque no me podían
separar de ella, le pregunta un soldado: “ de quién es esa niñita que carga” ella le dijo
que era de ella. “Pues bien me la da Ud. y yo me la llevo”, y aunque se resistió pero
como estaba expuesta su vida, tuvo el dolor de entregarme al soldado. Fue ella y dio
parte a mi madre, ésta no omitió diligencia por hacer, ni por todo el dinero que
ofrecía no me querían entregar, concurrió al gral. Benavidez que estaba a siete leguas
de distancia empeñándose para que mandase entregarme, y de este modo lo
consiguió. Un día entero estuve en poder de soldados, ¡pobre criatura!.
Cuando todo esto me contaban, yo comprendía que Dios me preparaba un
camino de trabajos; me acuerdo que desde que tuve cuatro años ya comprendía las
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cosas, no como criatura sino como persona de juicio y desde esa edad, yo me acuerdo
todo cuanto sentía en mi alma y cuanto sucedía.
Era de natural muy callado, y mis hermanos me llamaban “la muda”, y no era
traviesa, era muy inclinada a la soledad y al silencio, porque yo gozaba mucho en él.
En esta edad de cuatro años dio una peste muy mala de berrugas a niños y
grandes y a mí no me dio, pero me tullí y tuve otra enfermedad y me tenían cargada
por todas partes, para distraerme, pero en todas partes no hacía otra cosa que llorar,
por más cariño que me hicieran a donde iba, y viendo que nada me gustaba, me
pregunta la que me paseaba, que a dónde quería ir.Yo le dije que a la ciénaga donde
había unos arroyos de agua muy lindos y se veían allí todas clase de pájaros que me
encantaban, allí me tenían todo el día y ésto me entretenía y consolaba mi alma y
sanaba el cuerpo. Yo no sé que sería, que la vista de los pájaros influía tanto y me
hacía conocer y amar a Dios, sin más que este paseo quedé tan sana, que puedo decir
que es la única enfermedad grave que he tenido.
Por la misericordia de Dios y de la Santísima Virgen, era muy inclinada a los
ejercicios espirituales desde la edad que acabo de decir y jamás tenía pereza en
darme a ellos y hallo mucho que admirar en ésto, que no había oído ni hablar de
penitencias y nuestro Señor me inspiraba que las hiciese.
Se hacía en la plaza de Sañogasta con gran devoción el Vía Crucis y cada vez
que me arrodillaba, deseosa de acompañar en algún sufrimiento a Nuestro Señor, lo
hacía en lo más pedregoso del suelo, con las rodillas limpias.
Acostumbraban sacar en el Via Crucis además del Cristo, una imagen de nuestra
Señora de los Dolores, iba atrás del Señor y ésta la mayoría de las veces la pedía yo
para cargarla, llevada del amor que le tenía a la Santísima., Virgen, no me acordaba
que como era tan chica,quizás no querían dármela, pero me complacían con
admiración y es indecible la dulzura que me hacía sentir y gustar y con tal espíritu la
llevaba que mi cara iba bañada en lágrimas de puro amor y consuelo, pues tan
tiernamente me atraían la Madre e Hijo, y esto era ordinario en mí; no podía ver
imagen de la Virgen si que yo llorase de gozo.
Era costumbre sacar para pedir limosna, a nuestra Sra. del Rosario; los pobres
de un lugar llamado Vichigasta, cargándola en andas iban a pie por muy larga
distancia, con tal fervor, acompañados por música, con una caja de cuero y una flauta
de caña y cantaban muy devotas alabanzas a la Virgen.Yo huía de casa y me iba a
encontrarla y mi gusto era cargarla y no se cómo me la daban y cómo alcanzaba a
levantar e igualar mis pequeños brazos con los de las mujeres grandes; creo que la
Virgen se agradaba mucho de estos obsequios que yo le hacía , pues me regalaba
tanto.
Todo mi gusto era juntar todos los medios y reales2 que me daban, para
dárselos a la Virgen de limosna. ¡Ah! Padre, no había cosa que me conmoviese más
que ver entrar a casa a la Sma. Virgen a pedir limosna, ¡qué consideraciones tan altas
tenía! no parecía de la edad que tenía, yo no tenía ninguna instrucción todavía,
¿quién me infundía todas las cosas que comprendía y consideraba? yo bien
comprendía que esta imagen de la Virgen sólo representaba a la que estaba en el
2 Moneda corriente de aquel tiempo.
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cielo y yo “cuidaba que se pusiera una mesa muy decente, para que se colocase allí la
imagen, mientras el acompañamiento cantase la estrofa con que pedía la limosna. Yo
decía mentalmente a la Virgen: “¿Madre Mía vos dueña de todo lo creado y pides a
tus hijos limosnas?”, esto lo hacía deshecha en lágrimas, producidas por los más
tiernos afectos que oprimían mi afectuoso corazón para con ella, yo te ofrezco -le
decía llorando- esta casa y cuanto hay en ella. Salía de mí el darle todas las monedas
que le juntaba para ella e iba a mi madre y hermano mayor y les rogaba que le diesen
mucha limosna a la Virgen; no me contentaba con poco, y para sosegarme, me daban
cuenta de todo lo que se le daba.
La despensa y casa de mi madre era rica y estaba siempre abierta para todos los
pobres y yo era la que distribuía todas las limosnas que se daban, ella era toda
caridad, nada se reservaba.
Yo andaba por las casas de los pobres y cuando no veía nada, ni fuego en sus
cocinas porque no tenían qué cocinar, me volvía calladita a casa y le contaba a mi
madre y me despachaba ella bien provista, para que les llevase. Una vez entré a una
casita y encontré una difunta y advertí que no tenían velas ardiendo como era
costumbre y le pregunté a la madre de la difunta por qué no le ponía velas y me dijo
que no tenía, yo fui corriendo y pedí a mi madre y le llevé velas.
Dios premió esta caridad de mi madre dándole una preciosísima muerte y a ésta
su hija, haciendo lo que ha hecho Dios conmigo, como diré en su lugar.
No me causa menos admiración y confusión el recordar lo siguiente: El Señor
quiso que desde pequeña, nada menos que de cuatro años, me diera mucha
resistencia a la carne y otros manjares exquisitos, es verdad que yo no me privaba de
estas cosas con espíritu de penitencia , sino porque no me gustaban. Apetecía cosas
muy ordinarias, lo único que me gustaba era un caldo con mucha berdolaga cocidas
en agua y sal y maíz cocido. Me sentaban a la mesa, escogían todo para darme y todo
me causaba repugnancia; yo pedía caldo con berdolaga y cuando no lo había no
comía y me iba calladita a la casa de mi mamá Dominga y le pedía que me diera
caldo con dicha verdura; y como me quería tanto y sabía que yo no comía otra cosa,
en el acto me lo proporcionaba.
En la casa todo el servicio era de plata, pero tenía yo tan grande inclinación a
la pobreza, que mi gusto era comer con cuchara de palo y aspa, en plato de barro o de
palo. A los pobres, como yo les era tan conocida por las limosnas que les daba, me
regalaban platos y cucharas de palo y barro y jarro lo mismo, y nunca usaba lo de
plata, porque no me gustaba.
En la ropa era lo mismo, pedía que me dieran ropa de lienzo y no me querían
dar, pero cuando fui capaz de coser, buscaba trapos viejos y unía de a pedacitos y
formaba una camisa y me la ponía a escondidas. .Dejaba las nuevas y buenas que me
hacía mi madre y para que no me descubriesen, yo misma la lavaba cuando era
preciso, y sentía tanto placer en estas cosas pobres, que buscaba incomodidades de
todas clases.
En la cama hacía lo mismo, mi hermano mayor Ramón, me observaba mucho
en todo, después que todos se dormían, me levantaba y me ponía una cama pobre,
iba a las monturas de mis hermanos, le quitaba un jergón de ensillar para taparme,
una carona que le llaman de cuero para tender en el suelo y del recado hacía cabecera
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y me acostaba. Gozaba en esta cama, pero mi hermano que me espiaba, cuando me
dormía me alzaba y me trasladaba a mi propia cama y no me daba cuenta. Cuando
amanecía y me hallaba sin mi cama pobre, me ponía triste, yo lo hacía todas las
noches, pero mi hermano tenía la paciencia de quitarme de la cama que yo me hacía
y ponerme en la mía pero cuando él andaba de viaje, yo podía dormir toda la noche
en mi cama pobre.
Desde la misma edad era muy devota del santo rosario, que por no ser capaz
todavía de rezarlo sola, me acostaba a dormir y cuando lo rezaba la familia, que lo
hacían todas las noches, pero tarde y como yo era tan pequeña, nunca me
despertaban para rezar, porque creían que más querría dormir. Como Dios se
agradaba del buen deseo de mi corazón y la Reina y Madre mía de mi afecto hacia
ella, permitía que las voces de los que rezaban el rosario fuese una música la más
dulce y tierna para mí y el gozo que me causaba este concierto me despertaba y al
punto me arrodillaba a rezar con todos, pero siempre con pesar de que no me
hubiesen despertado para rezarlo entero.Yo conocía que esta devoción y buena
voluntad mía le agradaba mucho a la Santísima. Virgen y ella me atraía mucho con
consuelos y ternuras tan dulces y suaves, que no me dejaban pensar en otras cosas
propias de criaturas, ni tampoco me causaba novedad para contarlo a nadie, porque
yo creía que ésto sucedía en todos, aunque no los veía llorar en el rezo como me
sucedía a mí. Apenas comenzaba a rezar ya se sentía mi alma tan regalada y llena de
dulzuras, que me volvía un mar de lágrimas y no estaba en mi mano ni el derramarlas
ni el contenerlas.
Había una imagen del Rosario de mi abuelo, estampada en una tabla, con
nuestro Padre Santo Domingo a los pies, y San Francisco y pasaba largos ratos en su
presencia y atraída de sus acostumbradas y tiernas bondades, se deshacía mi corazón
en afectuosas conversaciones con María Santísima. y Madre del Rosario juntamente
con su Divino Hijo a quien amaba con singular y grata distinción. Sin otra
instrucción y luz que la que estas Divinas Personas me daban; conocía y comprendía
que todo el tesoro de santidad de María y todo lo que ella me repartía a mí y a todos,
era obra de Dios y que amando a su madre le amaba y agradaba a Dios y le daba
gracias al mismo Dios con mil ternuras, de que hubiera criado a la Virgen. Hasta
entonces, como dije, ninguna explicación había recibido sobre los sagrados misterios
de la Religión, porque no me creían capaz de comprenderlos,. pero en estas largas e
interiores conversaciones que tenía con la Santísima. Virgen, quedaba instruída por
luces que recibía y comprendía de la Virgen que Dios la había creado y dado al
mundo tan digna y cumplida; como para que fuese Madre de Dios. Me quedaba tan
ocupada y llena, que andaba cantando estas palabras:” Dios ha creado a la Virgen
como para que fuese Madre de Dios”.
Ahora: Qué diré de la graciosa y más dulce simpatía que tuve al conocer a
Nuestro Padre Santo Domingo, en aquella referida estampa de quien no tenía más
idea que lo que le oía decir a la ama que me crió; cuando me hacía cariños , me
abrazaba y decía: "es muy linda mi hija" y cuando vi la estampa del santo fue tan
grande la alegría y dulzura que sentí, que dominada del gozo tocándolo con el dedo,
dije con grandísima fe y esperanza: “así como este santo me he de vestir yo”. Y no
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sentí tal simpatía con el Patriarca San Francisco, que estaba allí también y desde este
día de la dichosa conquista, fui su hija la más apasionada.
Desde el mismo tiempo fui también hija muy devota de mi santa Madre
Catalina, porque como estaba en este convento una tía carnal, hermana de mi padre,
con este motivo oía nombrar mucho el nombre de Santa Catalina; y por el nombre la
amaba mucho y no sabía que vestía el mismo hábito de Nuestro Padre, porque no se
me dijo y porque ni su estampa conocía, pero yo hacía Catalinas y jugaba haciendo
celebraciones.
Mas recuerdo con admiración y gratitud, ya tenía más de siete años y aprendí a
leer tan correctamente y con tal facilidad que todos se admiraban. Era muy
aficionada a leer y en todas partes que encontraba el nombre de Dios, le daba un beso
con tal reverencia y amor que es indecible.
Había una cruz muy grande en un cuarto que era pasaje para una huerta y
cuantas veces pasaba, que era muchas veces, no pasaría sin arrodillarme primero y
rezarle un credo en cruz y ahora cada vez que atravieso el coro y hago genuflexión
me acuerdo y me veo delante de esa cruz. Siempre creo que el demonio tuvo mucha
envidia de estos actos que yo hacía en obsequio de la santa cruz, por lo que me
sucedió en la puerta de ese cuarto. Como era tan aficionada a los pajaritos, porque
me llevaban mucho a Dios y eran mis finos compañeros, ponía de trampa un sesto de
caña grande en la puerta de dicho cuarto, para pillar pajaritos y por la tarde la dejé
armada a la trampa para que al día siguiente ir temprano a sacar los pajaritos. Pasé
por el cuarto haciendo primero la devoción que tenía, llegué y vi que la trampa
estaba llena pero no de pajaritos sino de un gran viborón que estaba muy descansado
y enroscado debajo del cesto, pero yo no quité el cesto lo vi por las ranuras del
tejido, le puse una piedra encima para que no se fuese y me fui a llamar gente para
que lo matase y cuando vino un peón a matarlo, no se encontró nada y el cesto estaba
apretado como yo lo había dejado, por lo que comprendí que era Satanás.
Desde que aprendí a leer, nunca me faltó el catecismo, siempre andaba
estudiándolo y también un librito de ejercicios piadosos que tenía, hasta que he sido
grande; no podía andar sin estos compañeros y no los guardaba en otra caja que en
mi pecho.
Respetaba, amaba y reverenciaba tanto a los sacerdotes, que me llenaba de una
santa indignación cuando oía hablar de alguno con menoscabo de su honor, no me
acordaba que era pequeña y que podían castigarme o reprenderme; yo salía a la
defensa diciendo que por qué hablaban de Dios tan mal y otras cosas, no porque yo
comprendiese que ellos eran dioses, sino que eran en cuanto a su representación el
mismo Cristo, pero lejos de dar contra mí los que me oían, quedaban admirados y
procuraban hacerme hablar más, para descubrir mis sentimientos y apreciación que
yo hacía sobre este particular.
En los tiempos que había cura en el lugar y todos los sacerdotes que iban a la
casa, yo no permitía que nadie los sirviese en todo sino yo, que era como una
Magdalena con ellos y tenía tan gran satisfacción de esto porque creía que lo que yo
hacía con estos ministros del Señor lo hacía también con Jesucristo que estaba en el
cielo, por cuyo amor lo hacía. ¡Cosa admirable! ni esa edad de siete a ocho años que
tenía cuando esto hacía , ni por el aprecio que hacía de ellos, no me inclinaba a
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confesarme con clérigo. Mi primera confesión la hice con un padre franciscano muy
santo que andaba mucho por allí le llamaban el padre Aymon,3 misionero.
Teniendo yo ocho años muere mi madre no en su casa sino en casa de mi
cuñada Benjamina Moral, que hacía tres meses que se había casado con mi hermano
mayor Ramón4, allí murió, en San Miguel
5y la casa de mi padre quedaba bastante
lejos. De la pena que tuve de ver que mi madre se moría, me dio una gran fiebre y
con la mucha atención que daba a toda la casa el estado de mi madre, me llevaron a
la casa de mi padre, donde me cuidaba una sirvienta. El día que muere mi madre no
sé como lo supe, yo sentí una gran ansia y dije: “ mi madre ha muerto y quiero verla”
y desde aquella hora me puse como una loca, pues sufrí mucho, no como criatura
sino como persona mayor.
Me llevaron a la casa donde murió. Falleció con todos los sacramentos, tuvo
una muerte preciosa y tranquila; antes de expirar se despidió de sus hijos mayores y
los bendijo, dio la mano a mi padre diciéndole: “adiós ya me voy”, cerró sus ojos y
quedó como dormida, sin haber tenido agonía ni angustia. Cuando fui a la casa, hacía
pocos días que había muerto y una tarde, después que se entró el sol, me llevó mi
cuñada al jardín para entretenerme porque estaba muy triste y del jardín me mandó
ella a buscar una cosa y tuve que pasar por la pieza donde murió mi madre.Estaba
bien abierta la puerta y ya no tan claro el día, porque era tarde y al pasar miré dentro
y la veo a mi madre toda muy blanca y como si diese luz a la pieza. La vi que pasaba
muy despacio, mirándome y como dándome tiempo a que yo la viese bien. Sentí
mucho consuelo al verla, pero no me causó novedad ninguna ni conté nunca a nadie,
porque no sería creída. A los quince días me mandan a la casa de mi padre a que lo
visitase y encontré a una tía muy buena, que había ido a dar el pésame a mi padre, y
cuando lo vi a él, se me renovó el dolor y lloraba sin consuelo, y también porque en
esa casa fue donde yo recibí toda la primera impresión de la muerte de mi madre.
Clamaba que me sacasen de allí; a mi buena tía le pareció prudente alejarme de
aquellos lugares, que me causaban pena, para que no se apoderase de mí alguna
enfermedad, me pidió a mi padre y me llevó a su casa, donde había unas primas de
mi edad para que me distrajese.
Me llevó a Malligasta6 donde era su casa y en este lugar había un capilla
consagrada a la Purísima Concepción y se veneraba mucho la imagen milagrosa que
allí había,7 y el primer paseo que me hizo hacer mi buena tía, fue a esa capilla y
desde que entré me sentí tan conmovida y devota, esperando encontrar allí mi
3 Fray José Aimón,conocido por “fray Imón”, sacerdote franciscano. Había
nacido en Manresa (Espana) y a mediados del siglo XIX,como consecuencia de la ley de
desamortizacion del Ministro Juan Alvarez Mendizabal, fue expulsado de Espana, como tantos
otros religiosos. Arribó a Mendoza, procedente de Chile. Misionó por Mendoza, La Rioja y
Catamarca. Y gozó de fama de santidad, aún en vida. Falleció el 28 de febrero de l.887 en La Puerta
(Ambato) Catamarca. En l.9l0 sus restos fueron trasladados al cementerio La Chacarita de los
Padres, en Catamarca. 4 Don Ramón de Brizuela y Doria, señor del mayorazgo de Sañogasta, casado
con doña Benjamina del Moral. (Brizuela y Doria-Dr. Prudencio Bustos Argañaráz). 5 Aún existe el pueblito de San Miguel en el Departamento Chilecito (La Rioja)
6 Pueblito existente en el Departamento Chilecito (La Rioja)
7 La imagen de la Virgen está actualmente en posesión de la familia Silva.
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consuelo. Así sucedió, llegué a la baranda del presbiterio y me arrodillé. La imagen
que estaba en el altar mayor, estaba cubierta con una rica cortina y me la
descubrieron, toda arrebatada alcé mis manos hacia arriba y después las apreté en mi
pecho y dije a la Virgen toda deshecha en lágrimas; “Madre Mía yo no tengo madre,
sed vos mi madre”. Esto dije y me sentí en un mar de dulzuras que no supe lo que
hacía, toda me atrajo hacia ella, con tal ternura y amor como quien abre los brazos y
me aceptó y acogió en los suyos; este regalo duró un largo rato. Viendo mi tía que
me demoraba tanto, me llamó para mostrarme otras cosas y yo no me podía levantar
de allí, no le dije que no podía levantarme. Y todo lo que me sucedía yo conocía y
apreciaba como cosa del cielo, pero no me causaba novedad ni decía nunca nada.
Este favor no lo he comunicado a ningún confesor y muchas de las cosas que
aquí relato tampoco, sólo usted lo sabe.
Salimos de la Iglesia y yo tan cambiada, tan contenta, que nunca más sentí
tristezas y quedé persuadida de que ya tenía madre, y muy confiada en la protección
de la Virgen. Salimos de allí y mi tía quiere llevarme a la casa de su hija, donde
estaban mis primas que aún no las conocía para que me divirtiera con ellas, pero yo
le dije que por eso no me llevase, porque yo no estaba triste. Me tuvo un mes en su
casa y me volvió a mi padre muy contenta.
Estando ya con mi cuñada y hermano me ocurrió que, un poco tiempo después
de lo referido, sufrí un gran dolor de oídos que me persiguió desde muy pequeña y
nadie me atendía ni me curaban y yo no hallaba qué hacer de mí.Un día a la siesta,
busqué las sombra de unos álamos atrás de la casa y me revolcaba en el suelo de
dolor, escuché una voz que me decía: “ anda a tal casa y dile a una mujer que está ahí
que te ponga leche en los oídos”, yo vi que no había nadie. Comprendí que era la
Virgen la que me mandaba y sin más, me levanté y fui a la casa que nunca conocí, ni
sabía que allí había quién pudiese ponerme leche y al pedirle, no le dije a la mujer
que me enviaban a que le pidiese. Quedé tan sana, que jamás me volvió el dolor.
Otra vez castigó Dios a una niña que me dio una mala respuesta: cuando nos
llevaba de Sañogasta a la Villa que era la casa de mi cuñada, llevaba mi hermano una
carga con cosas para comer, para que yo y otra hermanita tres años menor que yo
tuviésemos libertad de comer cuando quisiésemos. Pero no sucedía así, sino que
sufríamos grandes necesidades; mi hermano no sabía, yo como era la más grande
podía haberle manifestado, pero nunca lo hice. Había un niña que tenía las llaves de
la despensa de aquella casa donde se guardaba todo,y cuando ella abría la despensa,
le pedía mi hermanita menor algo de lo que sabía que teníamos allí, y muchas veces
le mezquinaba, pero yo nunca le pedí.
Un día la buscaba y llamaba yo a la niña ama de llaves y oyéndome no me
respondía, había sido que estaba moliendo un poco de levadura seca para ir a la
despensa a amasar y pensando que yo tal vez le pediría algo, no quería hacerse sentir
de mí. Al fin tanto la llamaba que respondió airada y le pregunté: “¿que está
haciendo?” y responde con ira una palabra muy vulgar, pero nada limpia.¿Qué le
sucede? va a la despensa y al disolver la levadura en el agua para amasar,sale todo
lleno de cabellos, unas madejas y otros pelos cortados y no sirvió para nada. La niña
que vio cuando la molió y le echó el agua que nada de pelos tenía, quedó atónita, al
punto conoció que era castigo de Dios. Me llamó muy triste y me mostró
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diciéndome: “ ya viste cuando puse esta levadura y que no había pelo alguno, ni
motivo para tenerlo y mira ahora”... y revolvía aquella grosura de cabellos. Yo bien
comprendí que este suceso era justicia que Dios hacía, pero nada le dije. Ella quedó
muy confundida y triste, no se sosegó hasta que, muy contristada se confesó,
quedando muy reprendida y enmendada.
En la primera cuaresma después de la muerte de mi madre, tenía yo nueve años
y desde esa edad ayunaba con todo rigor; mi cuñada quería contenerme; pero mi
hermano que me había observado todas mis inclinaciones desde pequeña, no quiso
oponerse a nada de lo que yo hacía a este respecto y así ordenó que nadie me dijese
nada.
Era en todo muy sufrida y resignada. Yo advertía en otras criaturas que cuando
los querían reprender y castigar huían, pero me disgustaba mucho ésto y me parecía
que yo en igual caso, me entregaría a los azotes.
En esta edad de nueve años, otro hermano tenía más joven que Ramón8, en ese
tiempo tenía mucho fuego de muchacho; sin embargo era muy bueno. En las siestas
de verano me encerraba y mandaba que no me juntase con otras criaturas para ir al
baño que había al fin de la huerta, que quedaba a una cuadra de distancia. Yo
desobedecí, cuando oí el bullicio de criaturas me salí del encierro y me fui con ellas.
Apenas entré al agua cuando se me presenta mi hermano con un chicote muy tosco y
pesado, de castigar caballos; y apenas me dio tiempo para ponerme la camisa, cuando
comenzó a caer sobre mí una lluvia de azotes tan terribles, pero yo ni apuraba el
paso y menos gemía; el corazón se me comprimía y medio perdía la respiración y me
creía rea por la desobediencia. Desde que salí del baño hasta llegar a la casa me
castigó. ¡Santo Dios! apenas llegué, caí al suelo como un Ecce Hommo: cuerpo
tierno y mojado y con chicote de animal!.Pasé muchos días en la cama
curándome,pero ni una lágrima derramé.
En otra ocasión, una sirvienta se robó un género de labor y antes que la
culpasen a ella, me acusa a mi hermano, que yo había despedazado aquel género
para las muñecas; mi hermano indignado me tomó de una oreja, casi me la partió,
quedando toda ensangrentada de la herida que me hizo en ella. Aún conservó la
señal, y quedó la ladrona sin pena ninguna.
Cuando tuve doce años, comenzó Dios a obrar un prodigio en mi alma con su
gracia; era por cierto edad de muchos peligros. Omito mil sufrimientos que con la
falta de madre se padece, ahora sólo me refiero a la necesidad que tenía de quien vele
y cuide de mi alma. ¡Qué desamparo! ¡Qué peligros! ¿Y quién velaba por mí?. ¡Ay
qué prodigio! recién lo comprendo y estimo y también la Santísima. Virgen con su
protección. Dios guiaba mi alma y la guardó con particular esmero, a no haber sido
así ¡pobre de mí! En esta hora estaría llorando mil desgracias. ¡Bendito Dios mío que
me libraste!.
Desde este tiempo me hizo el Señor una gracia especialísima, cual era el horror,
asco y odio al pecado, causándome grandísima pena y lástima de ver tantas almas
entregadas y esclavizadas con sus propias pasiones. ¡Qué prodigio!. Yo no era nada
8 Don Jamín Ocampo, gobernador de La Rioja, casado con su sobrina Doña
Hermosina Ocampo del Moral. (Brizuela y Doria-Dr. Prudencio Bustos Argañaráz).Señores del
Mayorazgo de San Sebastián.
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viva, pero nuestro Señor me hizo tan advertida para huir de las ocasiones y peligros,
que no me ganaba la misma serpiente con su sagacidad, que con tanta vigilancia
procuraba mi perdición.
De doce años un muchacho me esperaba que me acabase de criar para pedirme
en matrimonio a mi padre; no me pedía desde ya, porque se creía tan lleno de
garantías y me creía segura. A los trece me pidió otro y el primero, sin saber que ya
estaba de monja, me ha seguido hasta San Juan.
LA RIOJA (1854-1859)
Cuando yo tenía trece años, me llevó mi padre a La Rioja, a la casa de una
prima hermana de él; a la noche del día que llegué,conocí al reverendo padre
Laurencio Torres9, primer padre dominico que conocí; tuve muchísimo gusto porque
yo quería mucho a Nuestro Padre Santo Domingo y desde aquel momento lo elegí
para que sea mi confesor. Así fue, él me ha criado en lo espiritual y desde la segunda
confesión, me confesé con él hasta los dieciocho años, a excepción de un corto
tiempo que me privaron, como diré luego.
Mi tía Concepción Ocampo era muy buena y más dada a las cosas espirituales
que las muchas hijas que tenía. Ellas eran inclinadas a la vanidad, muy visitadas de
jóvenes; mis inclinaciones eran muy diferentes. Ellas creían que toda y la principal
educación consistía en saber bailar, en sostener conversaciones y tratar a toda hora
con visitas. ¿Bailar yo? ni con otras criaturas cuando era pequeña lo hice, nunca he
podido, ni me ha gustado y lo atribuyo a una gran misericordia de Dios.
Mi tía, como siempre me encontraba dispuesta a las cosas devotas y espirituales,
porque yo la invitaba y le rogaba que me llevase a las funciones y sermones de
cuaresma, aprovechó en este tiempo a cerrar la puerta de su casa a toda visita, y las
hijas se disgustaron mucho por ésto. Ellas las mandaba que fuesen todas a la iglesia,
iban mustias, más por fuerza que por voluntad, y yo muy contenta. A mi tía le
gustaba mucho ésto y me quería como a una hija y yo era con ella como si fuese mi
madre; no ocupaba a sus hijas para nada, yo era su todo. ¿Qué sucedió? comienzan a
9 R.P. Fray Laurencio Torres: Nació en La Rioja, el 8 de Mayo de l821. Estudió
en el Convento de San Juan. Religioso de mucha virtud, acción y prestigio. En 1854 volvió a La
Rioja, en donde el gobierno le entregó el Convento Dominicano, abandonado desde alrededor de
1840 por falta de personal. Allí fundó y regentó una escuela primaria, por lo cual es conocido en La
Rioja como un destacado educador. Permaneció allí muchos años. Por 1875 es elegido Prior del
Convento de Observancia de Córdoba, y como tal asiste al Capítulo Provincial de Santa Fe en
noviembre de 1877 en el que es electo provincial el padre Reginaldo Toro. Fue Maestro en Teología
por méritos de predicación. Falleció en el Convento de La Rioja, el 11 de setiembre de 1891. Tenía
70 años de edad y 47 de profesión. (Datos suministrado por el R. P. Fray Rubén González O.P.)
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sentir celos y envidias, aquí comenzaron mis trabajos, me hacían sufrir lo que nadie
se podía imaginar.
Decían que causa mía se despedían las visitas, y otras cosas más, que yo era una
hipócrita, que la tenía engañada a mi tía, que era una guasa incivil que no quería
aprender a tratar con la gente, por estar mintiendo con los libros. Tenía yo un
hermano acá en Córdoba, que fue el de los azotes, que hoy es de lo más bueno que
se puede encontrar en hombres, a quien yo quería mucho aunque se hacía respetar
tanto de mí por ser tan seco y serio. El me enseñó a leer, y era frenético con los
libros, pero buenos, y tomó ocupación acá en Córdoba y cuando ya estuve en La
Rioja y por las noticias y conocimiento que tenía de mis inclinaciones, comenzó a
mandarme libros, los que él creía que me convenían para formarme, pues recién tenía
trece a catorce años. Me escribía y prescribía que no leyese libro que él no me
mandase, por librarme o evitar de que por la mucha inclinación a los libros, fuese a
leer novelas.
En fin, todas sus direcciones y consejos eran como si fuese mi confesor yo le fui
tan fiel y obediente, que nunca vi libro que él no me lo indicase y mandase, y nunca
me pesará haberle sido obediente, porque esos libros han sido mis maestros, la leche
que me sustentaba y fortalecía. Dios me hablaba y enseñaba en ellos; esos libros me
precavían de mil males, me enseñaban a sufrir con mérito, a amar las humillaciones,
y a ser humilde aunque no lo soy verdaderamente, me enseñaron la presencia de
Dios, me hicieron conocer la vanidad del mundo, y a aborrecerlo y tratarlo como él
se merecía, me dieron hambre del manjar celestial, me dieron sed de servir y amar a
Dios; convencida e instruida en mi razón de que solo Dios es dueño y autor de todo
bien; ¡que armas tan fuertes, tan poderosas y tan oportunas las que me dio este buen
hermano en los libros!.
¡Ah qué premio tendrá en el cielo! ¿Cómo no había de patear Mandinga si
perdía tanto?. Sólo éstas armas podían valerme en una guerra como en la que
entraba.
Seguiré ahora el hilo de la historia: ¿Qué discurren estas niñas, mis primas, para
impedir el que yo me diese a mis ejercicios espirituales, fuera del tormento que me
daban con sus modales y palabras injuriosas?.
Había una, muy orgullosa y a la cual mi padre la distinguía más y por ésto ella
se consideraba con derecho a tener dominio sobre mí y la más opuesta y envidiosa; le
daba argumentos a mi padre y le decía: “mire mi tío ésta niña grande ya, y no sabe
peinarse y hasta ahora no sabe mover un pie para bailar, porque eso que se entra a las
oscuridades con los libros y el rosario, ya no sabe más , a mí me da vergüenza salir
con ella delante de la gente; y no sabe más cuando oye campana, toma la alfombra y
se va a adular a mi mamá para que la lleve a la iglesia”. Estas y otras mil cosas le
decía hasta que consiguió lo que se proponía. ¿Qué hace mi padre? me limitó
muchísimo las salidas a la iglesia y mi tía ya no podía llevarme aunque quisiese, sin
el permiso de mi padre y él no me lo daba, sino para los domingos y fiestas. Yo
lloraba mucho con esto que hacía mi padre, pero era inducido por ellas.
Yo rezaba las tres partes del rosario todos los días en diferentes horas con sus
meditaciones, como lo acostumbra la Orden.
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Una noche estaban con visitas, yo no quise salir a saludar a dichas visitas,
como nunca salí sino obligada de la obediencia; me escondí en un cuarto, la única
parte que había donde poderme ocultar, me puse a rezar mis acostumbradas
devociones y se me presenta la que se consideraba con más derecho y me sacó de allí
a empujones y golpes y me decía que por qué no iba a donde estaban todas con las
visitas. Echó llave a todo y todas las noches hacía lo mismo, para que no tuviese
dónde rezar y me hacía que me vistiese mejor y me sacaba a la sala. ¿Cómo iría mi
cara?.
Nada de ésto me alteraba ni contestaba palabra a nada, era como si no tuviera
boca; fue ésta una escuela donde aprendí a sufrir, a reprimir y vencerme, en no
defenderme ni replicar palabra, ni la acusaba nunca a mi tía, ya que muchas cosas de
las que me decían y hacían no lo sabía ella, ni nunca hablé ni quejé de ellas ni a mi
confesor. Porque como el padre Torres tenía relación en la casa nada le decía de
cuanto me pasaba, para que no perdiesen nada para con él, aunque me hubiese
servido mucho a mí el que lo supiese, porque me hubiera ayudado y enseñado.
En ese tiempo no había costumbre de que ninguna niña fuese sola ni a la
iglesia ni a parte alguna y no sé cómo me lo proporcionaba Dios al padre cuando yo
estaba en la iglesia catedral, ya que al convento poco me llevaban.
Se dio una misión en dicha Iglesia y uno de los que daban la misión era el padre
Torres, hice una confesión general con él y durante los nueve días que duró la
confesión y misión, ayuné con gran rigor y como era tan ignorante y nadie me había
enseñado acerca de esas mortificaciones y demás,y que no debía hacer nada sin
licencia de mi confesor, no le pedía licencia, yo hacía libremente lo que el espíritu de
mortificación me inspiraba.
Tampoco tenía la menor idea de lo que fuese disciplina10
, ni cómo debía ser
ésto. Sintiéndome tan ansiosa de mortificar mi cuerpo, discurrí sacar unas riendas de
un freno y no encontrando lugar secreto para no ser vista ni sentida, me fui a un lugar
poco aseado y que estaba abandonado, allí iba todas las noches a la disciplina. La
cama no había manera de hacerla penosa sin ser sentida, porque me observaban
tanto; lo que hice fue: los catres que se usaban para tener afuera donde se dormía en
verano, eran de un tejido de cañizo y cubrí con la sábana y algo para taparme,así
parecía una cama arreglada como las demás y ésto lo hice tan secretamente que creí
disfrutar de la penitencia de mi cama; pero a la hora de acostarme me manda mi
padre a que pusiera un colchón, que no durmiera en esa cama que yo había puesto.
Me quedé muerta de vergüenza de verme descubierta y triste por que no conseguí mi
intento.
Todo esto lo hacía sin conocimiento de mi confesor. En toda la misión y al fin
de ella recibió mi alma muchas gracias, como luego diré. La misión terminaba en el
día de todos los santos y le pedí permiso al padre Torres para comulgar los dos días:
de todos los santos y el de ánimas, me lo permitió; las que hice con el mayor ardor de
mi corazón.
Diré una especialísima gracia que me hizo el Señor después de la comunión, el
día de todos los santos: me arrodillé a dar gracias en el altar de Nuestra Señora de la
10
Instrumento fabricado generalmente con cuerdas, para mortificar el cuerpo.
18
Candelaria, toda gozosa y agradecida a la Divina Majestad por el bien que recibía mi
alma y con un afecto muy fuerte y grato, me dirigí hacia la Santísima. Virgen,
poniéndome en sus manos toda yo y la obra que haría aquel día, para que como
madre mía la ofreciera al Señor. En ésto que hacía este ofrecimiento, me sentí atraída
y arrebatada del divino amor, me quedé suspensa, sin discurrir cosa alguna, sólo se
ocupaba mi alma de amar y admirar a Aquel que a Sí me atraía. Yo no sé el tiempo
que esto duró, lo que sé es que cuando volví en mí, me encontré media destapada,
con las manos cruzadas y apretadas en mi pecho, con la cara levantada hacia la
imagen de la Virgen y la boca abierta y la cara bañada en lágrimas. Y como me viese
tan descubierta, me afligí y buscaba a todos lados de la iglesia si había gente que me
hubiese visto así, no encontré a nadie, sola me encontré y mirando al altar mayor, veo
en la puerta de la sacristía al padre Torres que estaba arrodillado y el pensar que me
hubiese visto me causó mucha vergüenza.
Quedó mi alma tan violenta en este mundo, que no sabía qué hacer para
librarme de sus bullicios y compromisos, ¡qué asco el que le tenía! que pena la mía la
de ver mi alma presa entre peligros tan grandes. ¡Oh padre! recibí tan grande luz en
este favor que me hizo el Señor, que creía morir y no resistir a las ansias por el
mismo conocimiento que tuve de mi nada y del mundo y la grandeza y bondad de
Dios. Llena mi alma de bienes inexplicables, no tenía aliento para llegar a casa, y
cuando llegué, estaba tan desfallecida en las fuerzas corporales, que caí en una
alfombra. No estaba para cosa de éste mundo. Mi corazón, estaba tan embebido de
afectos a mi Dios, que me parecía imposible vivir más; este desfallecimiento me duró
hasta la noche y no me distraje ni un momento, creo que no me equivoco, que mi
espíritu se comunicó sin interrupción todo el día con Dios y Dios conmigo. En la
noche estaba con todos los de casa y sentí con fuerza otro afecto tan fuerte, que sin
advertir que estaba con los demás dije: ¡Ay! y caí al suelo otra vez con el mismo
desfallecimiento de la mañana.
Un deseo grande, muy grande me mataba desde este día y era el de ser toda de
mi Dios, por un total retiro suspiraba mi alma, no quería tener cosa que me
embarazase para esto y sin haber leído nunca de ningún santo que se podía y que se
habían retirado a una soledad desierta, para darse a Dios del todo, me vino este
pensamiento de hacerlo yo así. Este pensamiento lo tuve en estos días de mayor
fervor y tenía yo quince años; me alegré mucho y me animé , pero dije: "lo pensaré
bien, no sea que esto sea cosa de este momento". Lo dejé pasar dos años, pero no
hubo día en que hubiera habido diferencia, al contrario, más me afirmaba en este
proyecto, pero no lo comuniqué a nadie, ni a mi confesor.
Y con toda la contradicción que puede decirse, seguí en mis ejercicios de
devoción y penitencias hasta los diecisiete años, me confesaba y comulgaba lo más
frecuentemente que podía y se me permitía. Aunque el padre Torres me decía que lo
llamase a la iglesia para que me llevasen, para poderlo hacer con más frecuencia;
pero yo tenía tan coartadas las salidas y mi libertad, que nada podía; porque no
querían que me hiciera beata, si no que fuese casada. El padre Torres comenzó a
padecer, hasta sufrir su honor, porque todo lo que yo hacía lo culpaban a él y más
procuraban retirarme de las cosas espirituales; y querían que aprendiese a bailar. Yo
no quería y un día lo atacaron tanto a mi padre sobre esto, que me mandó bajo
19
obediencia que aprendiese. ¡Ah que sacrificio!. Ni mi genio ni mis aspiraciones eran
para esos bríos de bailarina, me hacía tan grande violencia que dije un día llorando a
mis primas que en ésto se empeñaban: "yo no quiero aprender ésto porque no me
gusta"; y me acusaron con toda la ponderación necesaria para indisponer a mi padre,
un hombre el más pacífico que se puede encontrar. Se alteró tanto conmigo que me
puso las manos dándome un pescozón tan fuerte, que me echó muy lejos.Fue la
primera vez que me tocó en toda mi vida, todas éstas cosas me fueron labrando una
corona de mártir como me lo mostró el cielo después.
En todo el tiempo que estuve en la casa, que fueron cinco años y meses, fui
mártir porque tenía sufrimientos morales y físicos; morales por la contradicción
continua que me hacían en mis inclinaciones y ejercicios espirituales, el aislamiento
en que me veía, las injurias y calumnias que me levantaban y golpes que me daban;
como abatida que vivía y no tenía más consuelo que retirarme sola con mis libros.
Me gritaban por mayor injuria “monja hipócrita” que saliese del retiro que vivía.
¡Bendito sea mi Dios!.¿ Quién podría comprender los designios de Dios con
cada una de sus criaturas? Sufrí con mucha paciencia y creía que era muy
merecedora de todo lo que padecía.
Ya a los dieciséis años, comuniqué al padre Torres que vivía en tanta opresión,
que no tenía ni dónde rezar y me dijo que fuese a la huerta, lugar que yo había
respetado por temor de que me levantasen más calumnias; pero no le dije nada a él
sino que le obedecí.
Mi meditación continua era la pasión del Señor y hasta esta edad nunca soñaba
nada y el primer sueño misterioso que tuve fue presenciar la crucifixión de Nuestro
Señor, la oscuridad en que quedó y después, la soledad y tristeza de la Virgen, San
Juan y las dichosas mujeres que se hallaban allí, y vi y estuve con ellas cuando
bajaron el cuerpo del Señor. La pena y tristeza que tuve fue como que presenciaba
una realidad, todo me sirvió mucho, tanto por los bienes que quedaron en mi alma,
como por la ardiente devoción que yo tenía por la Pasión. Permitió que me asemejase
tanto a mi Redentor en mi vida ultrajada, calumniada, golpeada , humillada de mil
maneras, difamada, y confieso haberme hecho grande misericordia mi Señor, de
nunca haberme ofendido de nada de cuanto me decían y hacían. Muy lejos de eso,
era como si nada me hicieran, era tan comedida con todas y cariñosa, que todo lo que
mandaban mis hermanos de ropa, calzado y de todo, todo lo repartía entre ellas como
si fuesen mis hermanas, quedándome yo muchas veces sin nada, y me correspondían
con desprecios.
Un día casi me mató una de un golpe que me dio en el cuello estando yo
agachada, sin que hubiese precedido cosa alguna. Otra vez me dio una irritación a la
vista, y por la crueldad con que me curaba una de mis primas, casi perdí la vista y
una noche de Jueves Santo se fueron todos a la iglesia y quedé yo con una ama que
había en la casa y me parecía que aquella noche iba a perder los ojos, tal era mi
dolor. Me acordé del remedio con que sané de los oídos y en nombre de la Santísima
Virgen, llamé a la ama para que me echase leche en los ojos y quedé sana.
Un día en la hora en que se tomaba el mate, porque no le di el primer mate a una
de ellas, la más autorizada, y como cada día crecía más el odio conmigo, tomó la
pava de agua hirviendo y me la echó a la cara, por un milagro no me quemó los ojos,
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por haberlos cerrado cuando vi que hizo la acción de echarme el agua caliente y solo
me quemó un lado de la frente, en los párpados y cara, que me duraron muchos días
las ampollas.
Los designios de Dios ¿quién los frustrará? esta niña por más que se empeñó en
dejarme ciega no lo consiguió, porque el Señor me guardaba los ojos para que se
cumpliese el fin para el que me tenía destinada.
Ya tenía yo diecisiete años y se propuso la misma prima, que me dispusiera para
un baile e hizo que mi padre me lo mandase, todo lo consiguió; estuve con todo el
ajuar pronto, y llegado el día del baile que por primera vez iba a contentar a
Mandinga aunque tan a mi pesar, le pedí al Señor que me mandase alguna
enfermedad que me lo privase, así sucedió, por donde no salió Mandinga con su
gusto, Dios me protegió a este respecto de una manera singular y no me dejaba
bailar, y de una manera que nadie me podía obligar.
Cuando me hacían salir a la sala con las visitas, me sentaba siempre al lado de
mi tía y de alguna otra, para que ningún chico se sentase a mi lado ni me conversara
tampoco, porque no quería. Estaba por obediencia un rato y ya me iba. Cuando
estaban entretenidas mis primas no me echaban de menos, o Dios lo quería así para
mi bien. Mis deseos de soledad crecían cada día, hasta que llegó la hora que Dios
tenía determinada que yo hiciese lo que hice.
El día de la Porciúncula me confesé y comulgué en la Iglesia de San Francisco
no con mi confesor, porque no me quisieron llevar al convento y la comunión la hice
como la última que creía que hacía y el tres de agosto que fue le día que determiné
mi partida al desierto, me sucedió lo siguiente:
A las doce sacaban la imagen de nuestro Padre Santo Domingo de la casa donde
lo arreglaban para su función y pasaba el santo al frente de casa y mi tía me llevó a
la puerta de calle para que lo viese; me vio la prima que me labraba la corona con
los sufrimientos que me daba, al verme allí se indignó contra mí gritando: que viesen
a esa hipócrita, que con pretexto de ver al santo salía a la calle. Y sin reparar que yo
estaba con su madre, me llamó con todo imperio y arrogancia, me tomó desde un
patio y me llevó a empujones a un cuarto a donde sació su rabia como ella quiso, me
tiró al suelo, me dio cuantas patadas pudo y quiso, me arrastraba por todos lados de
los cabellos quedando el suelo lleno de pelos para testigo de su crueldad y furia; yo
me dejé en sus manos para que se cumpliese la voluntad de Dios en mí, no le dije una
palabra ni me resentí con ella, ni conté a nadie, pero al oir sus voces, vinieron sus
hermanas a ver que sucedía y quedaron admiradas de lo acontecido, viendo mi
cabeza como estaba y que casi todo el pelo estaba en el suelo. Supongo que dieron
parte a mi tía y creo que fue reprendida, yo no dije palabra a mi padre, ni mi ánimo
tampoco se indisponía con ella, yo era la misma, como si nada me sucediese. Dios
me asistía.
Llegada la noche estando todas en la sala con visitas, me dispuse a salir, hice un
atado de los libros que tenía y cinco naranjas, comuniqué mi secreto a una
muchachita chica y ella aún sin comprender lo que iba a hacer, llena de compasión
de ver que llevaba tan poco, toma dos cucharas de plata de la casa y me las pone sin
que yo sepa nada. Le dije a la chica: “mira, dile a mi padre que yo me voy, pero que
no me busque en ninguna casa porque no me dirijo a ninguna”. Hice un ratito de
21
oración antes de salir, pidiendo al Señor que no permitiese me encontrase ninguna
persona, ni hombre ni mujer en la calle, ni en el campo; la luna estaba como el día,
salí santiguándome, y con un valor tan grande y tal confianza en Dios, por cuyo amor
hacía este acto. No encontré a nadie, caminé muchísimo y antes de entrar en lo hondo
del campo y separarme de la ciudad, se me ocurre arrodillarme a rezar el rosario y
pedirle luz al Señor y favor a la Santísima Virgen y que me condujesen a un lugar
donde yo no fuese descubierta por nadie y poder asícumplir mis deseos.
Estaba ofreciendo el rosario, cuando una voz clara pero interior me dice:
“vuélvete porque sin que estéis en desierto te retirarás del mundo”. Yo no comprendí
de qué modo se verificaría ésto y en lugar de discurrir como sería eso, quiso el Señor
que yo discurra esto otro: Comencé a observar que aquel campo no era apropiado
para mi propósito, muy liso y limpio y no podría estar oculta a los hombres que
guardaban animales y tenían sembrado hasta muy lejos; y en lugar de conseguir mi
propósito, tal vez sucediera lo contrario. Obedecí y volví.
A la vuelta tampoco encontré a nadie; una cuadra antes de llegar a casa, divisé
que estaban todos en la puerta de calle discurriendo dónde me buscarían y al llegar a
la esquina me encontré con mi tío que andaba en mi búsqueda, no sé si de viejo no
me vio o Dios me hizo invisible a él, porque ciego no era ni distraído tampoco, pasó
a mi lado y no me vio y como yo divisé que en la puerta había otra gente que no era
de casa; doblé la esquina y me subí a una tapia baja y había una como escalita que
nunca había visto y sin faltar a la modestia subí con toda facilidad y me bajé para un
corralón de casa, sin violencia. Entré a una pieza que había a la calle, sin techo y
tenía una ventana de hierro. Estuve allí oyendo lo que conversaban los que estaban
en la puerta, yo no podía pasar para adentro sin que ellos me viesen, hasta que me
pareció mejor que la persona de afuera que estaba allí, me viese que estaba en casa
y así fue; pasé por el patio y entré; y el primero que me vio fue el sobrino del padre
Torres y les dijo: “allí entra doña Isora”. Y se entraron todos atrás de mí.
En el momento que mi padre supo el mensaje que le dejé y todo lo que hice, le
culparon al padre Torres; el pobrecito era muy inocente de cuanto pasaba, porque no
me confesé con él antes de salir y tampoco se lo hubiera dicho, para que no impida
mi resolución.
Mi padre se fue al padre Torres a que le diese noticia de mí, creyendo que como
sus sobrinas eran mis amigas, que yo habría ido allí; no le dio noticia por cierto, pero
lo consoló, asegurándole que no temiese. Las cosas que pensaron de mí y me dijeron
no son como para escribirse; sólo diré que el espíritu de todas mis acciones y obras
era muy ajeno y desconocido para ellas por cuanto no tenían más placer ni más dicha
en ésta vida, que las vanidades del mundo, en ser visitadas, etc.
Y cuando las cosas se miran por cristal azul, azul se ve las cosas, aunque no lo
sean..
Yo sabía dormir en una pieza con mi tía y sus hijas, y los hombres todos en otra
pieza muy independiente, y entre mil baldones que me decían aquella noche, me
echaron de la pieza donde dormíamos, diciéndome que no se animaban a dormir
conmigo porque yo las mataría a todas esa noche y me mandaron a dormir a la pieza
de los hombres, a donde dormía mi padre.
22
Yo no les comuniqué a ellas el objetivo que motivó mi salida y a las preguntas
que me hacían les contestaba que no había andado con nadie y que tampoco había
estado en casa alguna, no lo creían, no obstante que no tenían la menor sospecha de
juzgar otra cosa, porque yo no había dado motivo, ni atinaban; sino que pensaban
que el padre Torres sabía todo y su honor padeció como el mío pero ¡qué gloria
padecer sin culpa!
Me tomaron el atado que llevé y encuentran las cucharas que me puso la chica y
que ni sabía yo lo que llevaba, supe por lo que me gritaron las niñas: “¡ no ven qué
ladrona! ¿así le hemos de creer que no iba a ninguna casa? ¡vean las cucharas que se
llevaba!”. Inútil me pareció contestar, ni asegurar nada a este respecto, porque no
sería creída, ni la chica decía nada tampoco. Mi padre me tomó sola y me preguntó
bajo duras penas que confesase todo lo que ocurrió y que me lo mandaba bajo
obediencia, y que le dijese todo, muy afligido. Entonces le dije con una paz y
tranquilidad tan grande, que no era para aquel caso. “Tatita - le dije- no se aflija, yo
le aseguro que no ha sucedido sino ésto y persuádase porque ésto que le digo es la
verdad”. Y con la confianza de padre le referí todo lo que hice y la finalidad que
tuve y por eso le dejé dicho que no me buscase en ninguna casa. Mi padre quedó
muy tranquilo, no dudó en creer lo que le decía, porque conocía mis inclinaciones y
vida que hasta allí llevaba; pero me dijo que si salía lo contrario de lo que yo le
decía, me prometió hacer una buena justicia conmigo. Yo le dije: ”sí Tatita, el tiempo
se lo dirá y si sale como ud. lo teme, pronta estoy a recibir los castigos que me quiera
dar”.
Yo conocía que él se fijaba en mi paz y tranquilidad y verdaderamente mi
conciencia estaba tan limpia y ajena de cuanto se juzgaba de mí. Amaneció el día
cuatro de agosto, al poco rato que pasaron las informaciones, pues toda aquella
noche fue poco más o menos como la que pasó nuestro Señor cuando lo tomaron
preso y lo juzgaron, fue por dicha mía muy semejante. ¡Ah! el día cuatro no
quisieron llevarme a la iglesia, porque según ellas, yo las difamaba, ni me admitían
en casa a estar con ellas; así pasé mucho tiempo en un aislamiento como una rea, no
tenía más que a mi Dios, pero nunca me ha pesado haber hecho lo que hice. Y creo
que Nuestro Señor me hizo hacer aquello, para que con ese motivo me sacase de
aquella casa, porque quiso Dios mejorar mis horas o más bien, para que se
cumpliesen los designios que tenía conmigo.
Me privaron desde esta vez, que me confesase con el padre Torres.Después del
acontecimiento referido ya no me confesé más con él, de suerte que no pude
comunicarle lo que ocurrió y no sé que habría de pensar él de la salida, pero era tan
bueno que yo descansaba en la bondad de él y que no juzgaría mal de mí. Recién acá
en el Monasterio, en ausencia suya, se lo he comunicado y otras cosas que ocurrieron
en ese tiempo.
Desde esta vez a la par que sufría, me visitaba la Santísima Virgen. Se me
apareció en sueños vestida de blanco y cubierta de rosas para que supiera que era mi
Madre y Señora del Rosario, me acarició y animó mucho y varias veces lo hizo y
cuando yo había cometido alguna falta, se me aparecía, pero no me hacía cariños y
con esto solo ya quedaba reprendida. Pero fue raro lo que me sucedió:
23
Después que me privaron que me confesase con el padre Torres, me pasé tres
meses sin confesarme con nadie y se me aparece la Señora como siempre, con el
mismo vestido, pero en un nicho al otro lado de un gran río y muy formal conmigo,
yo deseaba acercarme a ella y no podía pasar, pero la observé mucho desde el borde
del río, a ver si por sus movimientos conocía qué quería la Señora y Virgen y me
hizo comprender, que aquél río significaba las faltas que tenía y que hasta que no me
confesase, no se me quitaría aquel estorbo para llegar a ella y que no le agradaba que
estuviese sin confesarme. Yo obedecí sin dudar de que ésto debía ser así, me preparé
y rogué a mi tía que me hiciera confesar y después que me confesé, se me vuelve a
aparecer la Señora, ya no había río, y estuve con ella y me hizo cariños como en las
veces primeras.
Cuando cumplí los dieciocho años procuraron que un hermano mío se casase
con alguna de aquellas primas y a mí, oí que me hacían o trataban de hacer lo
mismo, al menos yo temía mucho que mi padre intentara que quedara yo en la misma
familia; ésto yo no lo quería y un día, víspera de la Purísima Concepción, como en la
casa se vestía la imagen para la Misa,en la víspera estaba ya vestida en la sala y en
un momento que no había nadie, fui y me arrodillé y con muchas lágrimas le pedí a
la Santísima Virgen, que ya que ella era mi madre, me diese el esposo que me
convenía; yo me dejé en sus manos y dije a mi padre: “Yo no quiero sino irme a San
Juan, allí se decidirá mi suerte”. Pues estando ya el proyecto de llevarme allí, me
ocurrió ésto y la Santísima Virgen quiso y me ayudó, pues mi padre condescendió
con mi deseo, y mi hermano tampoco se casó, porque se opusieron mis otros
hermanos y yo también, en ese caso yo hubiera sido una esclava de la que más me
atormentaba. Pero Dios no permitió que sucediese porque El quería que me fuese a
San Juan, digo con certidumbre que quería, porque lo manifestó con milagros, como
diré en su lugar.
El día que hice la súplica a la Virgen, aguardando el esposo que ella me diese,
se me aparece el ocho de diciembre en la noche, en sueños la Virgen, vestida de
blanco y celeste, con el pelo suelto, muy cariñosa; como las más tierna madre me
dijo: “Hija haced lo que quieras de mí y pídeme lo que quieras” para darme a
entender cuánto la había contentado con la petición que le había hecho ese día. Me
acariciaba como a una criatura, yo la abracé, le acomodaba el pelo como yo quería, le
tocaba la cara con las dos manos y por fin fue tal mi consuelo, que recibí de aquel
amor tan familiar conque me trató, que me dio la vida, porque mi vida era muy
abatida y humillada; me dejó muy contenta y tan ricos efectos y provechos quedaron
en mi alma, que no hacía caso de criatura alguna, todo el mundo era una locura para
mí.
Mis delicias estaban en Dios, mis conversaciones con las buenas amigas que
tenía eran de los libros, de los días que conveníamos en confesarnos; yo las
estimulaba y convidaba para que lo hiciéramos. Fui muy querida en la sociedad. En
este tiempo, que andaba yo en los dieciocho años vino una señora viuda de Chilecito
y como parienta, me visitó, la situación de ella era pobrísima, yo también era pobre,
pero al verla me sentí llena de compasión, le di ropa y la llené de otras cosas que
necesitaba, por fin le hice cuanto bien pude y ¿sabe con que me correspondió? con
levantarme una calumnia, la más negra que podía levantarse a una niña. Fue a
24
Chilecito y no se contentó con decirlo a mis hermanos, sino a cuantos ella quiso. Ella
está acá (Córdoba) no sé si habrá hecho otro tanto y me ha visitado, yo le he hecho
una limosna con permiso, pero no le he dicho ni una palabra, ni prevención tuve ni
tengo con ella, ya la perdoné.
Aunque era pobre, porque mi padre era muy pobre, pero no faltó con qué hacer
caridad y siempre la hice con mucho cuidado en esta época, porque era compasiva.
Mi padre tenía una prima muy santa y era pobrísima, no había más bulto en su casa
que ella y mi consuelo era visitar aquella sierva de Dios, porque su gran pobreza me
daba devoción y desde que entraba a su casa respiraba un aire tan puro y santo, que
no quería salir de allí y además, porque disfrutaba de muy linda y santa
conversación. Yo le llevaba alguna limosna, privándome de lo necesario en ropa y
comida, para darle a ella y a otras pobres más.
Mi padre criaba un perro de mucha estimación, era bravísimo y no estaba sino
atado; yo cuidaba de él. Me ordenó mi padre que comprase carne todos los días para
alimentar al perro, yo me alegré mucho de este pedido, porque entonces tenía segura
limosna para algún caso de los que yo no podía sufrir; se me deshacía el corazón de
ver algún pobre y no tener algo para darle. Como sucedió un día en que fue un chico
como de doce años a vender leña, la boca tenía como un cascabel blanco de seca,
toda su cara revelaba necesidad; me dio tal lástima que pareciéndome que haría días
que no comía, y con su mirada pedía comida, con lágrimas en los ojos como si fuese
mi hermano le dije: “¿tienes hambre?” y me respondió: “sí señora, -con tal
expresión- y hace dos días que no como nada, pedí un burro para ira a traer leña para
vender”.
No era hora que hubiese cosa de comida para darle, pero mientras él acarreó la
leña adentro, yo le asé un pedazo de carne de la que tenía para el perro; no sólo
comió el pobrecito, sino que lo vestí con la ropa vieja de mi padre, que la guardaba
para los pobres. Nuestro Señor parece que se agradaba mucho de ésto, porque
derramaba en mí tan exquisitos bienes, que me derretía toda, resultando siempre
estos consuelos en las más suaves y abundantes lágrimas. Estas visitas interiores que
mi Señor me hacía, me dejaban tan fuerte para sufrir cuanto me viniese de pesaroso,
quedaba muy enseñada y hábil no sólo para estudiar y llevar los genios que yo tenía
que sufrir, sino una fe muy viva y esperanzas de que con mis ansias y suspiros,
alcanzaría un bien que yo aspiraba, aún sin comprenderlo. Y un día yo no sé quién
me impulsó e hizo decir estas palabras a mi padre de un momento a otro: “Tatita,
algún día yo he de ser monja”. Pero era como si otra persona dijese estas palabras en
mí, para anunciarme que yo sería religiosa y me decía a mí misma: ¿cómo puede ser
ésto siendo tal la situación de mi padre?. En fin, tenía muchos avisos y mis deseos
los depositaba en la Santísima Virgen.
Cada día recibía un nuevo beneficio del Señor y me demostraba su amor con
diferentes señales y pruebas, de que toda me quería para El. Con toda la humildad de
que soy capaz o que puedo, permítaseme que diga en honra y gloria de mi Dios y
Criador de quien es cuanto hay en mí, que no le he pedido cosa, ni he deseado cosa,
que no me la haya concedido, deseos buenos, pero que al parecer no eran de
importancia; muchos de estos deseos son como para llamarlos insignificantes, pues
todo parecía que Dios los señalaba con el dedo de su divina voluntad. Yo me había
25
olvidado que le pedí al Señor unas cosas, y me he acordado cuando he visto realizada
la cosa o al tiempo de recibir el favor, y nunca por mínima que haya sido, ha dejado
de hacerme una dulce impresión de amor y reconocimiento hacia la mano divina que
tanto me complacía, como para darme confianza y ánimo para que le pidiese más. Iré
diciendo estas cosas o deseos que el Señor me satisfacía en su tiempo.
Supe que una persona que yo quería mucho desde criatura, no vivía bien en el
lugar donde yo me crié o nací (Sañogasta) y tuve tan grande compasión de ella que le
pedí al Señor que a esta mujer la hiciera tomar estado y que fuese feliz. No pasaron
tres meses cuando llega un joven bien parecido que venía de peón, que mandaban
mis hermanos, con carga de fruta para mi padre; éste me buscaba a mí para
entregarme un recado de su mujer, que era la india por quien yo pedí al Señor y por
ese motivo pude conocer y ver las cualidades del joven, que tomó o que Dios se la
dio para mi consuelo, de lo que di muchísimas gracias al Señor, pues permitió que lo
mandasen donde yo estaba, para que supiese cuán cumplidamente se me concedió la
petición.
Antes que yo dejase de confesarme con el padre Torres, estuvo por irse de la
Rioja a otra parte. Se dijo que hubo muchos empeños para que se quedase, yo lo
sentía mucho por tres razones: 1) por la falta que a mí me hacía, 2) Por la falta que
haría al pueblo y la última me dolía más que todo y era que no podía imaginarme
que la iglesia de Nuestro Padre Santo Domingo quedaría cerrada, sin que nadie diese
culto a Dios, ni a Santo Domingo; porque aunque eran paredes viejas, eran tan
devotas y tiernas, que atraían almas al buen camino. En fin, no lo toleraba mi
corazón y un día salí a caminar con mi tía y pasamos por el Convento y me paré en
la puerta que estaba cerrada, porque no era hora que estuviese abierta. Allí le pedí al
Señor y a Nuestro Padre llorando muy fuerte, como grande que era mi dolor, que no
permitiese que nunca faltasen padres de la Orden en aquellos devotos escombros,
para que jamás se cerrase aquella Iglesia. Quedó la puerta regada con las lágrimas
que allí cayeron en abundancia... y no sólo se quedó el padre sino que voy viendo y
admirando, cómo en aquella pobreza tan grande de esa Iglesia pueden estar o
subsistir alguno para consuelo de aquél pueblo.11
Sobre todas las gracias que Dios Nuestro Señor se ha dignado hacerle a esta
indigna pecadora hasta este tiempo, ha sido la de una continua presencia de Dios, y
ésta me sirvió y libró de muchos males, pues fue una llave que guardó mi corazón y
sentidos, en medio de los peligros, de manera que mi cuerpo estaba en una parte y mi
voluntad y mente en Dios y esta creencia considerándole que allí estaba El donde yo
estaba, era con una fe tan viva, que ésto me hacía orar continuamente. En todas
partes hacían siempre los mejores efectos en mi espíritu, como son: menosprecio de
las vanidades del mundo, grande compasión de los que vivían engañados con ellas,
11
El l3 de febrero de l.854,Manuel Vicente Bustos, gobernador de la Provincia,
facultaba a fray Laurencio Torres, para recibirse de la Iglesia y encargarse de su reparo y asistencia
posible. Se trataba de la vetusta Iglesia de Nuestra Senora de la Asunción, de canto rodado, acaso la
más antigua del país, un templo de 40 varas de largo y 6 de ancho, todo él completamente en ruina,
en estado de venirse al suelo por estar las murallas hechas pedazos y parte del techo ya se ha caído”.
Restaurada posteriormente, se conserva hoy en perfectas condiciones. Desde el 3l/l0/l93l, es
Monumento Nacional.- (Cf. Historia de la Iglesia en la Argentina, tomo X,pág.473).-
26
con tanta ofensa de Dios y daño de sus almas y un grande recogimiento interior, con
odio de las distracciones que el mundo y la sociedad pueden presentar.
Nunca fui a la Iglesia sin libro, y apenas me arrodillaba abría el libro, para no
mirar objetos ni distraerme, y apenas abría el libro, me recogía de un modo que ni me
acordaba que estaba entre la gente. Dios me daba regalos en abundancia, la mayoría
de las veces en las primeras palabras que rezaba o leía, se suspendía mi espíritu en la
consideración de ellas, y no pasaba adelante porque no podía. El Señor me hablaba y
entretenía, yo sentía que caía sobre mi alma un rocío celestial que me enternecía
tanto, que toda me deshacía en el más dulce reconocimiento y amor a Aquel Dios
Padre que con tanta liberalidad me regalaba y el libro quedaba mojado de lágrimas,
porque hasta que era tiempo de irme, no mudaba los ojos de aquellas primeras
palabras que comencé a leer. Cuando Dios me levantaba a mejor cosas, estas gracias
o comunicaciones, que así me han enseñado que se llaman, eran casi ordinarias en
mí y cuando otras veces podía seguir rezando lo que me proponía, era tan pausado,
porque iba muy unida la oración mental con la vocal,iba saboreándose el espíritu y
gustando como de un manjar muy exquisito. Esto me ocurría muy especialmente
cuando rezaba el rosario, tan detenidamente lo rezaba porque Dios y la Santísima
Virgen se hacían sentir en mi alma de una manera tan dulce y sensible, que casi no
podía rezar y siempre rezaba las tres partes del rosario, pero en diferentes horas.
En fin padre, tanto enriquecían mi alma estos regalos, que deseo y pido al Señor
me dé capacidad para poder explicar las diferentes mercedes con que ha favorecido
mi alma, pues soy muy pobre y no sé de qué expresiones me he de valer para explicar
cosas tan interiores y exquisitas y grandes, que más son para sentir que para decir.
Nunca me dejaban dudosa de lo que yo sentía, ni nunca comuniqué a nadie lo
que me sucedía, ni sabía hasta ese tiempo que el demonio podía tomar parte en estas
cosas y engañarme; porque como no las comunicaba al confesor, no podía ser
instruida sobre este particular. Pero Dios Nuestro Señor fue mi maestro y mi todo,
pues nunca permitió que tuviese el más ligero pensamiento de que yo fuese algo más
que otras por estas cosas, pues me dejaban sentimientos tan humildes que le digo que
me unía con la tierra, ya no podía sentir más bajamente de mí, y ésto era con una
gracia especial, pues no podía yo hacer aquellos actos interiores de humildad sin una
gracia particular; y aunque soy tan ignorante, conocía que aquellas cosas venían de
muy alto y las estimaba y daba gracias al Señor por tan grandes beneficios.
En los meses que me privaron de confesarme con el padre Torres, me confesé
en la Iglesia de San Francisco. En este tiempo se me apareció San Francisco en
sueños y vi al Niño Jesús chiquito, sentadito en el pecho del santo, en la parte que
tenía la llaga del costado. Tuve grandísimo gusto de ver al Niño y de conocer al
santo y cómo era en la iglesia; el santo me sacó de la Iglesia diciéndome que lo
siguiese y al salir me dijo: “ven hija quiero mostrarte las llagas” y me entró a un
pieza muy vieja y pobre, pero muy devota y me dio cuatro pedacitos de carne muy
fresca y colorada, ensartadas o traspasadas con la lanza; yo las tomé con mucha
reverencia y salió de ellas tan gran fragancia, que me las llevé a la nariz y mirándolas
bien, las besé llorando como que eran las mismas de mi Dios y Señor, pues recibía
mi alma mucho bien. Yo las volví a besar quedando traspasada de dolor y gozo, todo
junto. En mi interior decía: por qué me mostrará sólo cuatro cuando fueron cinco.
27
Entonces el santo disipó mi duda y me dijo: “Porque la del costado la viste, viendo al
Niño Jesús, en la parte que yo tenía la quinta llaga”. Diciendo ésto desapareció, me
quedó tan vivamente presente la fragancia, que muchos días me duró la impresión de
una santa tristeza.
A los pocos días de lo referido, vi también en sueños a San Bartolomé sentado
en una silla tan hermosa en el cielo, que todo él resplandecía en una luz y brillo como
si mirase el sol, pero aún más le excedía a la luz y brillo del sol, y fuera de eso miré
más adentro del cielo y no distinguí otros objetos gloriosos como San Bartolomé,
sino una claridad inmensa, quedándome elevada y deseosa de poseer cuanto antes
esa gloria que divisaba.
SAN JUAN ( 1859-1868)
Andaba yo en dieciocho años cuando mi padre determina llevarme a San Juan, y
como era ministro, pide licencia al gobernador por dos meses para ir a San Juan.
Tuvimos que ir por Chilecito a sacar a mi hermanita menor y un hermano que debía
ir también. A los pocos días que marchamos de la Rioja hacen una gran revolución y
buscan a mi padre para matarlo, como empleado del gobierno lo perseguían. ¡Ah
padre, cuánto tengo que admirar aquí la Providencia que obra Dios para que se
cumplan los designios que tenía para conmigo! pues le inspira a mi padre que salga
de allí y lo hace más por mis instancias, ya que yo era muy compradora en pedirle y
exigirle que me sacase de aquella casa donde estaba.
Como no lo encontraron los revolucionarios a mi padre, mandaron partidas de
soldados con la orden de que lo matasen donde lo encontrasen. Mi padre estaba en su
casa. A las ocho de la noche va la partida a la casa de mi padre a buscarlo y no tuvo
más tiempo para ocultarse que ir atrás de la casa, allí había un pequeño árbol en el
que estaba atado el caballo del viaje y siendo que también buscaban caballos, va y se
esconde a la par del caballo. Se bajó la partida, lo buscaron por toda la casa y
pidieron vela y fueron con la vela al lugar donde estaba mi padre y el caballo y Dios
lo hizo invisible a sus ojos y se volvieron desengañados porque no lo vieron,. siendo
que estaba allí mismo y ni el caballo fue visto. Se fue la partida y en seguida mi
padre ensilla su caballo y se marcha a Sañogasta, y ahí nos vimos en el mismo
peligro: todos los animales del viaje estaban juntos en una viña que estaba en el
mismo patio de la casa. Acababa de llegar mi padre cuando tras de él llega la partida,
pero no lo buscaban a él sino caballos. Entran callados sin pedir permiso y van a la
viña a buscar animales. Yo clamaba al Señor que no permitiese que lo viesen para
que no se me frustrase el viaje, en ésto estaba yo cuando salieron las partidas de
soldados de la viña sin ningún animal, por que no los vieron y sin más se fueron.
Con todo ésto me probaba el Señor que quería que me fuese a San Juan y
también para que se salvara la vida de mi Padre.
28
Yo tenía grande horror al río de San Juan. Antes de marchar, nos confesamos
las dos con mi hermanita y llevé por compañeros de viaje un Niño Jesús y aquella
estampa de mi Madre y Señora del Rosario con nuestro Padre Santo Domingo de que
hablé al principio y en estas santas compañías esperaba o confiaba que me llevarían
con felicidad y que el río no estaría tan crecido cuando yo pasase.
Marchamos a San Juan con gran gozo mío, en tiempo de Cuaresma. En el
camino tuve tres deseos, dije a mi hermanita: “Le pido al Señor que el primer
sacerdote que yo vea cuando entre a San Juan sea un padre dominico y ese que vea
ha de ser mi confesor”. El otro deseo fue de llegar a San Juan en Semana Santa y ésto
era algo difícil, porque mi padre tenía que demorarse muchos días en Jáchal con
ciertos asuntos y como tenía allí muchas relaciones, no podía pasar tan pronto. Para
evitar mil compromisos no quise que nos llevase a la Villa.
Tanto insté que salimos de Jáchal y llegamos al Albardón, en Domingo Ramos y
el Lunes Santo busca mi padre un baqueano o mejor dicho, un hombre diestro para
que nos hiciese pasar el río, porque yo tenía mucho miedo. Pero el Señor quiso que
estuviera tan seco que no me diera cuenta que tal río pasé, porque no era sino una
acequia como las del pueblo. Y al entrar al pueblo pregunté a qué hora íbamos a
pasar el río y me dijeron que ya lo había pasado.¡Bendito sea Dios! dije yo, el
hombre diestro me dijo: “Esto es muy raro, nunca se ha visto el río en éste estado,
pues hace pocos días atrás no se podía pasar sin bote”.
El primer sacerdote que vi cuando llegábamos a la casa de mi hermana12
fue el
Padre Norberto Laciar13
, dominico. Y era el confesor de mi hermana y justamente el
que estaba prevenido ya por mi hermana para confesarnos. Al verlo al padre, que iba
unos pasos delante de nosotras, dije a mi hermanita menor, que aún no conocía
padres dominicos, “mira -le dije toda llena de gozo que me causó la vista del hábito -
¿te acuerdas el deseo que tuve y te dije? pues estos son los dominicos y éste ha de ser
mi confesor”. Después que llegamos, conversando con mi hermana, le contamos lo
que ocurrió con el padre Norberto y nos dijo: “Ese es el confesor que yo les tengo”.
El Rdo. padre Paulino14
se hallaba en Chile, sólo un año me confesé con el padre
Laciar ya que se fue de San Juan y me quedé con el padre Paulino, hasta que me
entregó a Dios en el cielo de la religión, a los once años que me confesaba con él.
12
se trata de doña Benjamina Ocampo, casada en San Juan el 8 de julio de l846
con don Agustín de Herrera, hijo de don Francisco de Herrera y de doña Casimira Lima. 13
R.P.Fray Norberto Laciar: Nació en San Juan, en donde vistió el hábito.
Estudió allí y en Córdoba. Buen orador y hombre de mucha actividad. Trabajó en San Juan y San
Luis. Salió de la Orden en 1864 y continuó siendo un distinguido sacerdote del Clero. Durante
muchos años tuvo una destacada actuación en San Luis: Entre otras cosas, fue diputado en 1866-67,
párroco interino en 1869-70 y Rector del Colegio Nacional de 1869 a 1872. Vuelto a San Juan, fue
canónigo y párroco de la Catedral. Falleció en 1880. (Dato suministrado por el Rdo. Padre Fr.
Rubén González O.P). 14
Rdo. Padre Fr. José Paulino Albarracín: Era nacido en San Juan. Muy buen
religioso. Murió en La Rioja el 31 de agosto de 1887 siendo superior del Convento. Inició y
adelantó la construcción del gran templo dominicano de San Juan, inaugurado en 1911 y que fue
demolido después del gran terremoto del 15 de enero de 1944. Sus restos fueron trasladados a San
Juan y sepultados en dicho templo. (Dato suministrado por el Rdo. Padre fr. Rubén González O.P.)
29
Ya verá que los tres deseos que tuve en el camino me los ha satisfecho el Señor:
que estuviera el río seco, llegar en Semana Santa y que el primer sacerdote que viese
en mi entrada al pueblo fuese padre dominico y cuando yo me lo aplicaba para mi
confesor, ya lo era antes que lo eligiera.
Esto al parecer son insignificancias para el que ve, pero para mí, es una gran
providencia y mucho me emocioné al ver la bondad con que mi Dios y mi Padre me
complacía en todo.
Comienzan los compromisos del mundo, aunque mi hermana casada era muy
recogida y contraída a los deberes de su estado, su marido era también una excelente
persona, muy virtuoso y era un verdadero beato y quería que condescendiese y nos
llevase a algún convite de baile. Las relaciones de mi padre, que tenía muchas allí se
empeñaban mucho que asistiésemos a un baile; yo aunque odiaba estos
cumplimientos, me arreglaba como las niñas, porque aún no había Dios decidido mi
suerte. Mis dos hermanos que tenía allí me llevaron todo lo necesario para que me
preparase para dicho baile, me vi muy obligada a condescender; pero le pedí al Señor
que me protegiese como lo hizo en la Rioja, y así sucedió: fuimos al baile y fue tal el
concurso de gente que nadie bailó porque no había espacio donde bailar; de este
modo me libré.
En otras ocasiones que hicieron los mismos empeños, yo manifestaba mi
desagrado a esas cosas y no me obligaban. Otro compromiso tuve muy fuerte, de
asistir a una reunión en casa de una amiga, mi hermana prometió llevarme a bailar.
Yo jamás me arreglé porque como no quería no lo hacía, todo me lo hacían las
interesadas. Ni me miraba en el espejo, aunque me lo ponían por delante después que
me vestían, pero no quería mirarme. Sabía que yo no era para el mundo y me
resistía mucho a todo ello.
Estaba mi hermana peinándome para ir a una reunión y yo durmiéndome de
aburrida y les decía: ”Me da mucha pena este trajín para el mundo ¿qué remedia mi
alma con este sacrificio que hago?. Mándame Señor algún inconveniente para
librarme de este martirio sin mérito.”...Esto acababa de decir yo, cuando se pone una
sobrinita mía hija de mi hermana, muy enferma. Estaba durmiendo muy bien y
despertó alarmando a toda la casa. Me concedió de este modo el Señor lo que le pedí,
no fuimos al baile y me quedé alabando a Dios por la protección tan visible que tenía
hacía mí. Quedaron todos admirados de esto.
Y ahora relataré la última condescendencia: Un sujeto de los mas encumbrados
del pueblo y de categoría superior, quiso estrenar una linda casa con un baile y para
esto invitó a las familias más escogidas, se empeñó mucho con mi padre y mi cuñado
para que no nos dejasen de llevar al baile, la señora también insistió mucho. Fuimos
y nuestro Señor ya quiso que se acabase este tormento mío y me inspira que haga una
cosa: desde que entré a la sala me tocó el Señor y me dio tal fastidio, que lejos de
alucinarme la vanidad me dio un tan gran descontento que no lo podía disimular.
Hacía pocos momentos que me senté y vino un bailarín y me invita a bailar y le
contesté que me disculpe , que aunque había ido dispuesta a bailar pero que no me
sentía bien, y que me iba, que me hiciera el favor de llamarme a uno de mis
hermanos. Vino mi hermano que en todo me daba con el gusto, me fingí enferma y
logré que me llevase a casa, los demás se quedaron allí. Mi hermano me dejó en casa
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y se volvió ¡Ah que corte el que le di! Me quité todo y lo tiré lejos . Lejos de mí baile
y compostura no más condescendencia... loca de gusto me acosté a dormir dándole
gracias a Dios de lo que me libró, inspirándome lo que me hizo hacer.
Al día siguiente dije a mi padre y hermanos, que no se cansaran más en
empeñarse que condescienda para ningún acto vano, porque yo no era para esas
cosas, que se desengañasen.
Hasta aquí yo no conocía con luz superior y especial lo que Dios quería de mí
porque ni era del mundo ni dejaba de ser de él, sin embargo yo lo aborrecía de veras
y todo me era violento y desagradable.
Ya era tiempo de que el Señor me hiciera conocer su voluntad, pues ya cumplí
diecinueve años. Desde que llegué a San Juan, solicitó y me pidió a mi padre, pero
sin consentimiento mío, una persona de la familia y todos, tanto los míos como la
familia del muchacho deseaban que me casase con él, porque a decir verdad, era
inmejorable y el único que visitaba la casa. Todos lo creían un hecho, aún la gente, y
como yo vi la inclinación de mi padre y hermanos hacia él, pedí al Señor que me
diese a conocer su voluntad. Me alumbró el Espíritu Santo de esta manera:
En sueños bajó del cielo un globo de fuego y se asentó en mi cabeza y
llenándome de exquisita suavidad, me levantó tan alto que pensé que yo iba a llegar
al cielo. Y con la misma suavidad me bajó otra vez, dejándome llena de todo bien y
me quedé mirando el globo de fuego que se elevaba y con el pesar de quedar yo en
este mundo. ¡Ah Padre! cuando desperté, mi alma estaba alumbrada con luz superior
y divina y quedé por muchos días como tan suspensa, como en otra patria, pero una
patria toda santa y pura. En fin, no sé yo explicar cosas tan altas y grandes como son
éstas que yo deseo explicar. Todo era como basura para mí y aún menos que ésto
todavía y si antes despreciaba al mundo con todas sus locuras, esta vez era mucho
más. Y aunque era muy dada a mis devociones y por nada faltaba a ellas, aunque
sufría algunas veces muy grandes tinieblas y confusiones en mi espíritu que ponían
en grande agitación mi conciencia y sufría con ésto un gran tormento, desde esta
visión y comunicación, se acabaron esas confusiones. En adelante hasta hoy que
escribo no he vuelto a sufrir esos tormentos, tenía una gran claridad en mi conciencia
y a la menor falta la notaba, con gran paz me arrepentía y me arrepiento confesando
delante de mi Dios de ésta manera: “Señor y Dios mío vos sabéis que no soy capaz
de otra cosa que de ofenderte, perdonadme bondad infinita, misericordia Dios mío en
vos confío, de esta manera me reconciliaba con Nuestro Señor y El se complacía
mucho de ésto, porque yo recibía un especial favor en cada una de estas
reconciliaciones con su Majestad, pues veía con los ojos de una fe muy viva, que
nuestro Señor me absolvía con mucho agrado, y me dejaba con tal paz y alegría y
desde esta vez hasta ahora gozo de este bien; no me lo ha quitado. Intelectualmente
veo a Nuestro Señor cada vez que caigo en alguna falta y al punto la confieso con
toda la humildad de un pecador verdaderamente arrepentido y siempre gozo de paz y
tranquilidad de conciencia.
Después de esta visión y comunicación, comenzó a quitarse de los ojos de mi
alma un velo de dudas que me oscurecían: acerca de cual fuese el estado que Dios
Nuestro Señor quería que tomase; y como por la bondad infinita del Señor me hizo
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muy condescendiente con las inspiraciones que me daba y yo obraba intrépida al
punto, lo que conocía que Dios me pedía y así lo hice en esta ocasión.
Se resintió mi salud por el clima de San Juan y sentí una indisposición de
estómago, y me teñí toda de color naranja y aunque me vio el médico ningún caso
hizo de mi enfermedad. Sin embargo, yo no podía tomar alimento, ni podía moverme
y menos caminar, por cuya razón no fui a misa un domingo. Se fueron todos y me
puse a rezar el rosario con el recogimiento y devoción que acostumbraba y nunca lo
rezaba sentada y por mi enfermedad no podía ponerme de rodillas un instante; pero
ofreciendo al Señor y a la Santísima Virgen el sacrificio, me arrodillé como pude y al
concluir el rosario con mucha violencia vomité una cantidad de agua verde ,
quedando sana y libre de toda molestia. Concluí el rosario dándole gracias a la
Santísima Virgen por el beneficio que me hizo.
Quedé tan buena y dispuesta ,que quiso mi Señor hablarme esta vez y decirme
lo que quería de mí: Delante de una estampa del crucifijo,que me llamó la atención
de un modo raro, me recogí dulcemente prestando toda mi atención a una voz dulce
que yo sabía y conocía por su dulzura, que era la voz de mi Señor y me dijo allá en lo
íntimo de mi corazón: ”Oye hija esto quiero de ti y hazlo como te digo, anda a tu
padre y pídele que mude de casa”. Estas palabras las oí así muy claras, pero de otra
manera me habló más, me sugirió y enseñó lo que le debía decir a mi padre, me dio
luz y me hizo conocer que me quería para El y que me retirase del bullicio de las
criaturas y que en la casa de mi hermana este retiro era imposible, porque yo me
ocupaba mucho en ayudarla en el cuidado de la casa y de sus hijos. Y también al
mudarnos con mi padre yo desengañaría al pretendiente sin desairarlo con un no
rotundo, pues yo no recibiría su visita en otra casa, y mi método de vida que llevaría
sería suficiente para que él conociera el estado que yo elegía. Todo lo hice como me
enseñó Nuestro Señor, comprendí todo lo que mi Dios quería de mí y todo lo que me
ha pedido le he dado según mis flacas fuerzas.
Fui a mi padre y le dije: ”Mi padre me parece muy conveniente y prudente que
alquile una casita y nos mudemos, por la ocupación que Ud. tiene, tal vez sea
molesto a esta casa por ser casa de tanta familia y tienen que entrar a toda hora
mucha gente que lo busca con sus asuntos. Esto debe ser molesto a los dueños de
casa; ni mi hermana ni mi cuñado dicen nada, ni manifiestan que les moleste, pero de
nuestra parte debe estar la prudencia”. Mi padre se convenció y accedió a mi pedido,
sin pérdida de tiempo.
Nos mudamos a otra casa como Dios quiso, para que se cumpliesen en mí sus
designios, ¡alabado sea Dios! ¡qué época tan feliz!.
Días llenos y dichosos fueron para mi desde que me separé del bullicio como lo
diré luego.
Desde que me mudé a la otra casa, evité con grandísimo cuidado de que no me
viese ni me encontrase ni por casualidad, el pretendiente. Y aunque iba todos los días
al cuarto de mi padre, no dio nunca conmigo, y cuando yo iba a la casa de mi
hermana era en horas que él no me pudiera encontrar. Supe por mi cuñado que todo
estaba arreglado con mi padre, yo me anticipé y pedí el permiso a mi padre para ser
religiosa, mi padre me lo dio con gusto pues le dije: ”yo no le pido dote mi padre,
porque sé que no tiene, pero creo que lo tengo en manos del la Providencia”. Como
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mi padre nunca quería ver casadas a sus hijas, nos mezquinó mucho, este consuelo
tenía yo de que no me obligaría.
Avisó mi padre al pretendiente mi resolución, y le dio un ataque tan fuerte, que
muere. Dos días antes andaba por la calle y lo encontró un médico y le dijo: ”Ud.
tiene una enfermedad y es preciso que se atienda”. Y como andaba en pie, no hizo
caso. Aunque era tan bueno no alcanzó ni a confesarse, murió sin sacramentos,
porque estaba en Caucete y allí no había sacerdote.
El pueblo todo dijo que yo me había hecho beata por la muerte de él, pero como
el mundo dice lo que quiere, y cuando él murió yo ya me había presentado acá (por
carta) y mi petición continua a Nuestro Señor era que no me entregase a criatura
alguna y se lo pedía con muchas lágrimas.
El demonio estaba envidioso y rabioso con las santas resoluciones que tomé, me
apuró mucho con tentaciones feísimas y me quejé a Nuestro Señor. En una tentación
que sufrí en sueños estuve al punto de desfallecer, levanté mi corazón y los ojos al
cielo, pidiendo fuerzas para no caer, vi cinco vírgenes en forma de hermosísimas
palomas blanquísimas y su blancura demostraba o significaba la belleza y hermosura
de la castidad. Esto hizo tal efecto en mi alma, que la tentación se cambió en
purísimos afectos con aquella preciosa virtud, pues aquellas vírgenes trajeron la
palma de mi victoria. Quedé en el mismo sueño como absorta, gozando y amando a
Dios en aquellas vírgenes y pidiendo con gran confianza de que a mí me toque la
misma dicha.
Cuando desperté, con mi alma como si hubiese salido de la más fervorosa
oración y contemplación tan rica de auxilios y consuelo tan grande, que no le temía
al infierno. Malatasca perdió todo su negocio, pasaron más de cinco años y Nuestro
Señor no le dio licencia para que este enemigo entrase a mi imaginación, a mi mente
ni menos a mi corazón, para que no pudiera perturbarme. Nuestro Señor obró en mí
un prodigio, porque solo un prodigio de la Divina gracia podía hacerme poderosa
contra este enemigo, y no exagero nada: con profunda humildad confieso que puedo
decir verdaderamente que no vivía yo en mí sino en Dios y esta verdad la probaré
con lo que voy a decir.
Desengañé al mundo y al demonio amando lo que ellos tanto aborrecen; y a la
carne, renunciando a los placeres de esta vida, prefiriendo la vida interior y
mortificada. A estos tres enemigos me ayudó Dios a perseguir. Formé un método
para ensayarme para mi vida religiosa: una hora de oración mental por la mañana y
otra a la tarde o noche; no ayunaba todos los días porque mi confesor y mi padre no
me lo permitían, solo ayunaba miércoles y sábados y durante toda la cuaresma desde
que tuve catorce años. Pero no comía más que dos veces al día y poco, no comía lo
que me gustaba sino lo que no me gustaba, ni bebía agua aunque me muriese de sed,
hasta que fuese la hora del almuerzo y la cena.
No tenía otro paseo que la Iglesia y siempre iba con mucho trabajo y
contradicción, permitiéndolo Dios así para que yo lo desease mucho y recibiese ese
paseo con mucha gratitud.
A la casa de mi hermana iba cada quince días a menos que hubiese enfermos, ya
que en este caso la caridad me hacía salir de mi retiro, pues a mí me gustaba el oficio
de enfermera y no había otra en las tres casas de la familia. Me llamaban y pasaba
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muchas malas noches por amor de mi Dios, y aún personas extrañas y moribundas
me llamaban porque me querían tener a su lado en la última hora, como si yo valiese
algo. Decían que se consolaban mucho, yo iba con gran vergüenza como era tan
amiga de la muerte les inspiraba deseos de morir a los enfermos y los alentaba a tener
mucha confianza en Dios.
Nuestro Señor comenzó a derramar sus bendiciones y gracias en mi alma con
abundancia, mi meditación continua era la pasión del Señor y este Señor
misericordiosísimo, se me comunicaba de una manera tan dulce, que me deshacía
continuamente en su amor. Muchas luces recibía mi alma, que me renovaban toda y
me mudaban como en otra persona. Era tan favorecida en la oración,. que salía de allí
como una discípula muy aprovechada de la doctrina de su Maestro. Yo me sentía
llena de caridad y compasión con mis prójimos y los amaba con ternura,.
cumpliéndose en mí aquello que decía el Apóstol: ”¿quién padece que no padezca
yo?” No le pedí cosa a Nuestro Señor que no me la concediese, tanto para mí como
para mis prójimos, como diré en su lugar.
Un jueves, me sentí movida a considerar la pasión y muy especialmente en el
paso de la Cena del Señor y la oración del Huerto. Me puse a las ocho de la noche y a
las diez pensé concluir, mas no hice lo que dije, sino lo que mi Dios quiso. Medité de
rodillas toda aquella noche, paso por paso acompañando a Nuestro Redentor tan
vivamente, que se me pasó la noche sin que la sintiese, sin cambiar postura y sin
sentir el menor cansancio. Cuando entró el sol a la habitación por una ventana, dije:”
¡bendito seas mi Dios! ¿cómo ha sucedido ésto? Gracias te doy porque así me has
entretenido en tu compañía”. Acabé porque me fue preciso, pero no porque yo
estuviese cansada. Pedí aquella noche muchísimas gracias para todos, pues fue tan
grande el ardor y celo que puso Dios en mi corazón y el odio al pecado que fue como
si se hubiese fundido mi corazón con el de Jesús, en el deseo del bien de las almas.
las junté a todas, las apreté en mi pecho y llorando las presenté al Corazón de Jesús y
muy particularmente por las jóvenes, para que las llamase a su servicio y las
consagrase a su puro amor; mucho pedí por ellas, porque no había cosa que me
doliese más que la desgracia de una mujerque ha equivocado su camino. Entre otras
gracias particulares que pedí al Señor aquella noche, fue que moviese los corazones y
que proporcionase un Hospital para las mujeres, pues había tantas pobres sin amparo
alguno y morían de necesidad.
No pasó un mes cuando una señora viuda y sin familia, que tenía dos casas muy
buenas y una de esas recién acabada de construir, la destina para hospital de mujeres
y pone por patrona de esa casa-hospital a Nuestra Señora del Rosario. Para que yo lo
supiese permite el Señor que otra señora me busque para que yo interceda para que le
den trabajo a ella en ese hospital y todo sucedió así: fui a conocer la casa y llevamos
algunas limosnas para las enfermas, todo estaba perfectamente arreglado, yo tenía
muchas ganas de trabajar allí también hasta que hubiese un lugar en le Monasterio y
me pudieran recibir, pero no me lo permitió el padre Paulino. Conseguí que se
ocupase la pobre señora y todo fue para mi mayor consuelo, dándole muchas gracias
al Señor por todo .
Cuando comuniqué al padre Paulino lo que me sucedió aquel jueves, quería yo
pasar las noches en meditación, pero no me lo permitió. Me confesaba cada ocho
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días y comulgaba cinco días en la semana. Lo supo mi padre y me mandó a que
comulgase solo una vez, porque creía que era un abuso lo que yo hacía. Avisé ésto a
mi confesor y le pregunté si podía comulgar en contra de la voluntad de mi padre y
me contestó que sí.
Tenía mi padre otra prima hermana allí, muy del mundo. Y como observaba mi
método de vida y que frecuentaba los sacramentos, comenzó a decirle a mi padre que
no me lo permitiese, que me sacase de paseo, que como tenía veintiun años no me
dejara que me encerrase. Un día me hizo violencia mi padre y me llevó a la noche de
paseo, pero sólo mi cuerpo estaba allí. Me hizo el Señor una gracia de las que me
hacía estando yo en soledad y silencio de mi cuarto, como mi corazón no estaba
ocupado con cosas de este mundo, estaba donde estaba mi tesoro y todo el tiempo
que estuve en el paseo, me ocupé de orar por todos los que andaban allí y mi corazón
se encendió en caridad y afectos dulces para con mi Dios.
Ya no me obligó más mi padre; sacaba a mi hermana menor, yo me quedaba y
les hablaba de Dios a las sirvientas, y todas mis ocupaciones eran propias de lo que
yo aspiraba.
Comenzaron mis preocupaciones para buscar medios para poder salir a la
Iglesia, a comulgar a escondidas de mi padre. Yo no podía salir sin permiso de él, ni
sola, cada día discurría algún pretexto y le pedí a mi hermana casada que fuese a
pedirme a mi padre y con ella me iba a la Iglesia. Otras veces les decía lo mismo a
dos amigas que yo tenía, un día molestaba a una y otro día a la otra con diferentes
pretextos, para que mi padre no sospechase. Como no había costumbre que nadie
comulgase con tanta frecuencia, los sacristanes se aburrían de pedir al padre la
comunión para mí y muchas veces iba a la Iglesia de San Agustín por quedar más
cerca de mi casa. Tenían que consagrar en la Misa la forma que me habían de dar y
los sacerdotes también me rezongaban. Un día le pasó a uno, que le pedí con tiempo
que me consagrase forma, no quiso y yo estuve muy triste, porque mi salida de ese
día fue muy difícil , y yo estaba muy cerca del altar y al tiempo de consumir él, Dios
le tocó el corazón y me dio un pedacito de su hostia. Esto me consoló y premió el
Señor el sacrificio que por El hacía; todo esto me costaba mucho sacrificios y
muchas veces comulgaba dando las doce del mediodía porque no podía salir de casa
ya que no había quien me llevase más temprano.
Mucho me ha costado servir a Dios por las muchas amarguras que pasaba para
todo esto, porque cuidaba de no faltar a mis deberes de casa, porque yo hacía como
de madre de familia. Muchas veces, por la escasez de personal, nos turnábamos con
mi hermana menor para cocinar. Nuestro Señor me regalaba tanto, que se me hacía
dulce y suave este trabajo. Contaré ahora una gracia que me hizo el Señor y que me
dejó mucho provecho para los tiempos áridos y de desamparos: estaba mi corazón
tan posesionado de Dios sino respiraba sino amor, sentía una presencia de Dios tan
dulce, y mis movimientos maneras y palabras era con tal reverencia y compostura
porque tenía gran certidumbre de que Dios estaba conmigo y era El el que hacía
todas estas operaciones. Mi corazón hinchado y encendido en el amor de la dulce
compañía que tenía, y mi desahogo eran los afectos y dulces coloquios que tenía
durante la oración y en todas mis ocupaciones. Siempre estaba embebida en ésto, me
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hacía mucha violencia prestar la atención a las cosas, y me olvidaba muchas veces de
ellas, pero aún en esto Nuestro Señor me protegía.
Sucede un día que mi padre no desayunó porque tuvo mucha ocupación y ya
muy tarde me pide que le cocine unos huevos y se volvió a su ocupación, esperando
que lo llamara cuando estuvieran. Puse los huevos en una tetera con agua al fuego ya
hirviendo y mientras fui a buscar la vajilla ¿qué sucede? me olvido que iba a traer el
plato y se pasó una hora y los huevos hirviendo. Viendo mi padre que no lo llamaba,
sale y me dice : “¿niña, y los huevos que se hicieron?”.
¡Oh qué aflicción! yo temía mucho la aflicción de mi padre, porque era muy
tarde. Por el tiempo que habían pasado los huevos hirviendo ya los consideraba
inservibles, porque tan cocidos no sólo no los comería, sino que se habría cansado
con mis olvidos. Estaba amenazada por él de que en el primer olvido que yo tuviese
me echaría los libros y devociones al fuego, y en ese momento creí que lo haría; y le
hallaba razón a mi padre. En fin, “Señor mío- dije- cúmplase en mí tu voluntad,
haced que estén buenos porque no hay más en casa”. Le di los huevos a mi padre y
me escondí, porque no quería estar presente , pero viendo el silencio que él guardaba,
me asomo a donde estaba y lo vi que estaba comiendo. Le pregunté que si estaban en
buen punto y me respondió:” muy a mi gusto, así los deseaba”. ¡Bendito seas Dios
mío!¿qué es esto que haces conmigo, qué soy yo...? reconocí el milagro que obró la
Providencia, como de otros que se dignó hacer en favor de esta sierva inútil, con mis
prójimos y conmigo misma. Como lo diré con todo el reconocimiento y gratitud de
mi corazón.
Mi padre era pobre porque no le pagaban su trabajo y teníamos días muy
escasos. El día que no teníamos nada, me decía que yo como era tan dada a Dios,
debía proveer aquellas necesidades. Esto me confundía mucho, pero confiaba en la
bondad del Señor que aún para animar y avivar la fe de mi padre permitiría algunas
cosas; aunque era muy bueno y muy cristiano pero no entendía las cosas de la vida
interior.
Mi padre me lastimaba mucho cuando yo estaba en oración, me hacía salir
diciéndome que dejase de perder tiempo. Sucedió un día que no tenía mi padre ni una
moneda para comprar leña, ni leña para calentar el agua. El me avisó la noche
anterior para que le pidiera al Señor al día siguiente. ¡Cosa prodigiosa! cuando yo
salí de la oración y se abrió la puerta de casa, llegaba un hombre con un gran carro
de leña encima un hermoso cordero y verduras y otros condimentos para la comida,
que le mandaba a mi padre una persona que lo conocía. Esta persona no tenía ningún
motivo para hacer este obsequio, ni tampoco se trataban. Mi padre quedó muy
admirado de ésto y yo comprendí que Dios permitió que viniese esta ayuda tan
oportuna de una mano tan extraña, para que mi padre cayese en la cuenta de que era
de Dios. Y yo se lo recordé diciéndole: “vea mi padre, la fuerza que tiene la oración
y Ud. me dice que es perder tiempo. Pues vea que nuestro Señor no nos ha dejado
sentir la necesidad, cuando hemos abierto los ojos, hemos encontrado todo”. Mi
padre quedó confundido ante tal maravilla.
En otra ocasión sucedió lo siguiente: amaneció y no teníamos con qué comprar
para el mate, había yerba, pero no azúcar y al abrir la puerta encontré una moneda en
el umbral. Así suplió Dios la necesidad y más tarde nos mandó más. Otro día ocurre
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lo mismo, no había qué cocinar, encontramos de un modo raro en la basura una
monedita de oro y así Dios suplió la necesidad.
Todo esto me obligaba y confundía mucho en la presencia de Nuestro Señor y
yo comprendía que mi padre también estaba así. El era muy pacífico y resignado y
me edificaba la serenidad y alegría en su pobreza, nunca lo vi afligido ni triste.
Un día el Señor me libró de una gran quemazón, salió mi padre una noche con
mi hermana, yo le dije que ponga llave en la puerta de calle y se lleve la llave, así lo
hizo. Yo tenía un sueño tan grande que apenas pude rezar lo que acostumbraba antes
de acostarme y no me fijé en cómo quedaba la vela. La mesa en donde quedó la vela
estaba llena de costuras de La monja santa” que me habían prestado y también
contenía varias cosas mezcladas. La mesita estaba al lado de las camas mía y de mi
hermana y si Dios no hubiera querido hacer lo que hizo, me quemo yo y una chica
que yo crié y también la casa entera. Cuando se consumió la vela, dio la llama en el
canastito que era de paja, comenzó a arder y no había quien viese ni apagase el
fuego, porque dormíamos muy profundamente. Se quemó muy poquito y cuando el
fuego llegó al libro, se apagó el fuego, o mejor dicho parecía que una mano lo había
apagado, pues habiendo papeles y cosas que eran como para fomentar el fuego, no se
quemó sino un trapo que estaba debajo de otras cosas que podían haberse quemado
primero. Y también se quemaron otras cositas sin importancia, la misma llama podía
haber abrazado todo lo demás. Al otro día cuando veo lo que había sucedido,
admirada de ésto le llevé a mi padre y le mostré todo y él quedó tan admirado y
conoció que fue un prodigio y gran misericordia de Dios, que nos salvó de una gran
desgracia. El fuego fue apagado milagrosamente, yo conservaba el canastito con
mucha reverencia, con el pedacito quemado. Y no sé qué me sucedía cuando lo tenía
conmigo y con muchas lágrimas dí gracias al Señor por tan gran beneficio.
Debo decir también a mayor gloria de Dios y humillación mía, algunas gracias
que el Señor me ha concedido en bien de mis prójimos, por intercesión de mi madre
Santa Catalina.
Hacía muchos años que un hombre padecía una grave enfermedad de parálisis y
tenía un hermano tullido. Tenían madre y el día que le pegaron, Dios los castigó a los
dos con estas enfermedades las que padecieron muchos años. El hombre tullido tenía
que caminar con dos muletas para pedir limosna e iba a mi casa. Con él, hacía lo que
hacía con todos los que se acercaban a pedir limosna: les hablaba e instruía para que
se confesasen y los hacía confesar. Algunos ponían como pretexto que no tenían ropa
presentable como para ir a la Iglesia y yo, aunque era pobre, con tal de que se
confesasen, les allanaba las dificultades, dándoles a las señoras mi ropa y a los
hombres la ropa que dejaba mi padre. Con esto quedaban tan agradecidos, que en
todo procuraban complacerme, y se confesaban todos mis pobres con frecuencia. Yo
los preparaba y los mandaba al padre Paulino para que él los confesase.
El hombre tullido era muy bueno y murió después de haberse confesado. Estaba
muy bien dispuesto, con mucho fervor y contrición de sus pecados, dando consuelo a
los que lo asistían. Me dijeron que se acordó de mí en su última hora y me dejó un
mensaje con su madre: que me agradecía mucho cuanto había hecho por él y que
moría muy consolado, que a mí me debía el morir tan bien dispuesto. Murió con gran
paz.
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Su hermano el que estaba enfermo de parálisis, padecía de dolores tan terribles
que gritaba muy fuerte, sus gritos se oían desde muchas cuadras de distancia y movía
hasta a las piedras a compasión. Sufría sin el menor consuelo, pues no podía ni
hablar, y ésto durante muchos años; no tenía acción ninguna en sus nervios. Era
casado y tenía una hija pequeña, que se ocupaba de estirarle con violencia los brazos,
para que pudiera comer.
Yo tenía una amiga que era viuda, muy piadosa, me quería mucho y me
acompañaba en estas obras. Y nos pusimos de acuerdo con otras amigas para llevarle
algo de limosna a este enfermo. Cuando nos vio se puso a llorar; yo me compadecí
mucho de él, pues ya llevaba años sin poder hablar y por ende, sin confesarse. Le
hablé mucho haciéndole conocer y estimar el valor de sus sufrimientos, le dije que
ofreciera a Dios sus dolores y penas y que los llevase con amor y mucha paciencia,
que todos esos sufrimientos eran el purgatorio que merecía por sus pecados, que si
aceptaba los dolores como yo le indicaba, no padecería en la otra vida...éstas y otras
mil palabras le dije y quedó que parecía otro hombre, animado y contento y me
expresó como pudo su gratitud. Me pidió que lo visitase otra vez.
A los ocho días le llevé otra limosna y le dije que se la mandaba Santa Catalina,
y le hablé de ella y le dije que se encomendase a ella y que la quisiera mucho. Lo
invité para que los dos le pidiéramos a la Santa que le aflojase la lengua para que
pudiera confesarse; pues me expresó con lagrimas en los ojos que deseaba mucho
confesarse. Y le dije: “si lo desea se confesará”. Como se acercaba la Semana Santa
continué diciéndole: “Ud. cumplirá con la Iglesia, pidámosle esta gracia al Señor,
por intercesión de su esposa Catalina, yo vendré a prepararlo, tengamos confianza
que lo vamos a conseguir”.
Fui tres días a prepararlo para la confesión. Lo veía y le hablaba lo que la
caridad me inspiraba, procuraba inculcarle una gran confianza en Dios y en la
Santísima Virgen, él se enternecía y lloraba mucho.
Les dije a las mujeres de la casa: “para no tentar a Dios y no exigir un milagro
hagámosle un remedio al enfermo”. Llamé a la madre y le hice que le dieran unas
fricciones en los brazos, en la cabeza y en el cuello, para animar a los nervios y
pudiese hablar. Luego quemé unos yuyos aromáticos, se sahumaron paños y lo hice
abrigar, comenzó a hablar y a decir: “estoy mejorado, me voy a confesar” .Estaba
muy contento. Más tarde se le llevó un sacerdote y comenzó a confesarse, pero
concluyó recién al día siguiente.
Había otra dificultad para que pudiera comulgar y ésto, sólo un milagro lo haría
posible, porque por la misma enfermedad, no tenía suficiente fuerzas para contener la
saliva y estaba continuamente baboseando. Este era un verdadero invonveniente. Le
dije: ya ve qué bien nos va con la confianza puesta en Dios y con nuestra protectora,
ahora vamos a alcanzar de la misma Bondad que le contenga la saliva , para que
pueda comulgar. Ud. pida con mucha fe y deseo de alcanzarlo, que yo voy a hacer lo
mismo”.
Así lo hice y también le llevé ropa y acomodé en su casa un altar para recibir al
Santísimo Sacramento. Al otro día temprano, fui a su casa y lo enco;ntré loco de
contento con la boca seca. Desde la noche anterior se sintió mejorado, ya no tenía
esos dolores tan fuertes y terribles que lo hacían gritar. Encontré un gran alboroto en
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toda la casa, su madre salió para contarme el prodigio, sin hallar qué hacer conmigo,
por la gratitud que sentía . El enfermo me miró llorando de gozo y riéndose me dijo:
”Estoy bien, estoy bien”.
Mandamos a pedir la comunión y mientras tanto, le enseñé a rezar y a
prepararse para recibir al Señor. Comulgó gozoso y consolado. También le dejé una
limosna y le enseñé a dar gracias a Dios y me despedí de él. Me suplicó que no me
olvidase de visitarlo, que yo le hacía mucho bien, que lo consolaba. Le prometí que
volvería y quedamos en que se confesaría y comulgaría el domingo. Después, se
confesaba una vez por mes, aunque él lo dejaba para que yo resolviera el tiempo; yo
quise que lo hiciera una vez al mes y así lo hacía.
Todas aquellas personas de su casa quedaron bien y llenas de consuelo. Vivió
un año más y murió muy bien preparado, recordándome y agradeciéndome todo
cuanto había hecho por él. Dispuso que me diesen a mí la hija que tenía, para
Monasterio y le di la chica a una señora muy buena que está también acá en Córdoba.
Una viejita padecía de muy grandes dolores de cabeza, pasaba día y noche en un
solo grito. Me mandó a decir que le hiciera el favor de hacer yo alguna promesa,
porque creía que si yo la hacía, ella se sanaría. Yo le mandé a decir que no sabía
hacer más promesas que la de preparar el alma para que hiciera una buena confesión,
que estaba segura que esa promesa era la más agradable a Dios, que me contestase si
le parecía bien. Al contestarme me puso algunos inconvenientes, pero le mandé a
decir que yo misma los allanaría y entonces aceptó.
Yo tenía de sirvienta una hija de la viejita y la mandé a que le pusiese un paño
empapado en vinagre en nombre de Dios, de la Virgen y de Santa Catalina y que en
honor de esas dos protectoras, ofreciese la comunión que haría después de sanarse.
Yo me quedé pidiéndole a mi Santa que me alcanzara del Señor esta gracia para
la viejita, que hacía años que no se confesaba.
Fue su hija e hizo lo que le dije y apenas se puso el paño con vinagre comenzó a
estornudar; estornudó dos veces y cada vez le salieron unos gusanos grandes,
colorados y con cabezas negras, estos eran lo que le producían tan terribles dolores
de cabeza.
Quedó tan sana y contenta, que no sabía qué hacer en gratitud hacia mí. Yo le
decía y hacía comprender quien era el autor de todo: Dios, que no era yo sino
solamente El. Con ésto quedé tan confundida, humillada y agradecida al Señor, a la
Virgen y a mi Santa Madre Catalina.
Una señora del barrio donde yo vivía tenía una indiecita muy enfermita y por la
enfermedad no crecía: tenía siete años y parecía de tres. Día y noche se lo pasaba
llorando y más de noche; tenía la cabeza y el cuello hichados y ni comía aquella
pobre criatura. Yo tenía un atractivo especial para con los niños, me seguían y me
querían mucho. Así era esta indiecita, sólo conmigo quería estar y un día me puse a
hacerla comer y la pobrecita no podía con su dolor. Me dio tanta pena, que no podía
verla sufrir sin llorar yo también... tuve tan gran compasión, que llorando le pedí al
Señor que la librase de esa efermedad. Tomé un algodón y se lo puse en los oídos y
le dije que se fuera a su casa, porque ya no la podía ver así.
No me acordé mas del remedio que le hice y a los varios días manda la señora a
preguntarme con qué la había curado a la indiecita, que desde el día que fue con los
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algodones en los oídos, sabían todos los de la casa lo que era dormir, porque la niñita
ya no lloraba más, estaba tan sana y bien, que parecía otra criatura.
También me mandó a decir que tenía otra niñita muy enferma de lo mismo, y
que quería curarla. Tuve gran verguenza en decirles lo que había hecho. Solo le
mandé a decir que hiciera un cigarro de romero y le echase el humo en los oídos y se
los tapase con algodón. La niña quedó sanita, ninguna de las dos padecieron más la
enfermedad.
A mi hermana menor, le atacaba una fiebre cada año en el mes de agosto y
además de eso otra enfermedad en la garganta, tan grave, que siempre llegaba hasta
el borde de la muerte. La última vez fue más fuerte, ya no había esperanza de vida,
tenía la lengua negra y no podía hablar. Me dijo con señas que yo hiciera algo por
ella; yo no quería hacer nada porque deseaba que se fuese al cielo y ella conociendo
mi intencíón lo mismo me pidió que la sanara.”Bueno, - le dije- voy a rezar un
rosario para tí y le voy a pedir a la Santísima Virgen y a Santa Catalina que te sanen
y que no vuelvas a enfermarte más”. Me arrodillé a rezar a los pies de su cama y al
tercer misterio del rosario, me habló para decirme que estaba mejorada; siendo que
cuando comencé a rezar no podía ni mover la lengua y menos aún hablar. Cuando
terminé, ya hablaba bien y me dijo: ”Milagro, tú tienes la culpa de que yo haya
sufrido porque no rogabas por mí”. Ya siguió bien y nunca más se volvió a enfermar.
Quedamos las dos confundidas al vernos tan favorecidas de la bondad del Señor
con todos estos beneficios que El nos hacía. Inundaban mi corazón afectos tan
grandes y tiernos hacia Dios,. que no cabían en mi pecho, me era preciso
desahogarme llorando, sin poder sobreponerme, causándome todo ésto gran
humillación y verguenza. En la oración le daba a mi Señor muy grandes y humildes
gracias, y con ésto atraía nuevas bendiciones y gracias que derramaba sobre mí, pues
apenas me ponía en la presencia de Dios, me parecía que Nuestro Señor me estaba
esperando en el lugar donde yo iba a orar, porque cuando yo decía con toda la
humildad que El me daba: “aquí tenéis Señor esta indigna pecadora”;. ya lo sentía en
mi alma como si me estrechase y uniese a su divino Corazón y me hartaba de tantas
dulzuras, tantos bienes, que no soy capaz de explicarlas. Me regalaba y acariciaba
como un niño... ¿cómo explicarlo? Toda deshecha en el más dulce llanto le decía:
“Señor, ¿qué es lo que haces con esta vil creatura, qué soy yo Señor para que
derrames tus misericordias sobre mí, habiendo tantas almas que lo merecen más que
yo?”. Las horas me parecían momentos, quedaba mi alma tan divinizada y limpia,
que me era violento el vivir, y con nadie quería hablar, y cuando hablaba no era sino
de Dios. A pesar de ésto no me pude retirar de la sociedad ni me libré de tratar con
mucha gente, pues personas que me eran muy desconocidas, me buscaban y visitaban
sin otro fin que el de encomendarse a mis oraciones, haciendo gran caso de lo que no
era sino tierra despreciable. No se extrañaban de que no les devolviese la visita,
porque no visitaba a nadie, esto les edificaba tanto a todos y nunca tuve más amigos
que cuando me retiré de ellos. Con el método de vida que llevaba, me atraje las
voluntades y respetos de todos sin pretenderlo, y de ésto me valía para hacer lo que
yo quería y deseaba para el bien de sus mismas almas.
Un gran número de personas comenzó a llevar una vida más espiritual, tanto
jóvenes como señoras casadas, y a frecuentar los sacramentos. Muchas renunciaron a
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concurrir a bailes, para llevar una vida más interior. Yo les prevenía las
contradicciones que al comienzo sufrirían, pero les hacía ver el mérito de sufrir por
amor de Dios.
Muy lejos de envanecerme por el respeto y las atenciones que tenían la gente
para conmigo, me sentía llena de humildad y de caridad, solo deseaba la mayor gloria
de Dios y el bien de las almas. Me daba cuenta de que Dios disponía esos corazones
hacia mí, según sus designios, como diré después. Yo los amaba y trataba a todos
como si fueran mis hijos.
Había una señora, de las más principales familias de la ciudad, ya anciana, que
tenía dos nietos chicos. La había abandonado el marido y se dio a vivir mal; además,
quedó pobrísima y ni su misma familia se acordaba de ella. Empezó a buscarme, yo
la recibía con gran compasión. Le pedí que me mandase sus nietos para enseñarles a
rezar, leer y confesarse y para vestirlos bien. Y así lo hice. También procuré hablarle
a ella y hacerle comprender la necesidad de que hiciera una buena confesión, pues
hacía años que no se confesaba. La fui preparando lentamente, con lecturas
espirituales, pero no la apuraba, hasta que ya no pudo resistir. Me dijo que necesitaba
ropa, para ir descentemente al la Iglesia. Le di la ropa y la llevé al padre Paulino,
hizo una dolorosa confesión general que duró dos días y el día de Nuestra Señora del
Rosario comulgó conmigo deshecha en lágrimas. Al llegar a mi casa, se me echó a
los pies, para besármelos, llorando y dándome gracias por el bien que le había hecho.
Me dijo que hiciese lo que quisiera de ella. Y le dije: “lo que yo quiero es que se
confiese cada quince días y repare las negligencias pasadas”. Así lo hizo, pues fue
verdadera su contrición. Lloró tres días amargamente.
De todas estas cosas, Nuestro Señor me manifestaba el agrado que tenía durante
la oración y también cuando dormía. Una vez vi en sueños que una mano invisible
descolgaba del cielo una corona de rosas blancas muy hermosas, yo quería agarrarla,
pero me la arrebataban. No me la dejaron sino que me la mostraron y se la llevaron al
cielo, haciéndome comprender que estaba preparada para mí. Desperté muy
consolada.
Había un joven médico ateo, que atendía a mi cuñado. Cuando sus pacientes se
ponían graves, los hacía preparar para que recibieran los Sacramentos. Mi hermana le
dijo un día que cómo siendo ateo hacía esto y le respondió que era obligación del
médico, nada más. Invité a muchas personas piadosas para que, unidas todas en la
oración ganáramos al médico para Dios. Ofrecimos comuniones y oraciones, durante
tres meses. Nos enteramos de que se enfermó gravemente en Mendoza, que pidió
confesor y que quería bautizarse. Murió con todos los Sacramentos, dejándonos
llenas de consuelo y agradecidas a Dios.
En una ocasión me vi en sueños en una soledad o campo desierto y se me
apareció Nuestro Señor vestido con un manto colorado, su rostro muy hermoso, su
aspecto grave y apacible, sus ojos hermosísimos y mansos, muy dulce su mirada, su
pelo hasta la mitad de la espalda, muy rubio y ondulado. No me habló con palabras,
pero sí al corazón. Me acompañó y protegió en el camino. No iba a mi lado sino un
poquito más atrás que yo, y yo gozaba mucho de su compañía. Ibamos caminando y
nos encontramos con unas señora viajeras y había una de ellas muy enferma. Me
detuve contenta de tener una buena ocasión para ejercitar la caridad. Y Nuestro
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Señor desapareció, haciéndome comprender que aquella enferma lo representaba a El
y que aquel acto de caridad que hacía con ella, lo hacía con El. Quedé muy enseñada
y satisfecha de lo agradable que le era a Dios este acto.
Otra vez, me vi sin saber cómo, en un hotel o banquete donde había mucha
gente y bullicio. Al estar yo allí, sentí mucho disgusto y me decía a mí misma: “este
lugar no es para mí, ni este banquete es digno de una esposa de Jesús, que frecuenta
otro banquete celestial”. Yo no tengo compromisos con el mundo y me escapé de ese
lugar. En la calle encontré a una pobre enferma muy desvalida, que estaba sola,
busqué el modo de socorrerla y de aliviarla y me dije: “esto sí que es para
mí”.Continúa el sueño: Llegué a casa, después de un gran trueno, se abrió el cielo y a
manera de relámpago salió una gran luz blanca más brillante que el sol. Al entrar yo
a mi cuarto huyendo del terror del trueno, me siguió esa gran luz y entró conmigo.
Esto me asustó tanto, que pensé que era la justicia divina en castigo de mis pecados y
que acabaría conmigo en aquel momento. Pero esta luz estaba detenida allí y el
cuarto todo iluminado y hermoso. Poco a poco se me fue pasando el espanto que
tenía. E iluminada mi alma comprendí Quien era esta luz por las operaciones que me
hacía, que eran exquisitas y toda encendida en amor de mi Dios y rendida a su
voluntad, dije puesta de rodillas lo que dijo el Apóstol: “Señor ¿ qué quieres que
haga”?. ¡Oh padre, lo que aquí me sucedió yo no lo sé decir!. En ese momento se
comunicó Dios conmigo por su infinita bondad y me unió a El de modo que me hizo
una con El, me alumbró e hizo comprender tan altas y grandes cosas del Ser Infinito,
inmenso y hermoso de Dios y muy muchas cosas más que éstas que indico muy
toscamente, por no ser yo capaz para más. No tengo palabras para explicar lo que
sentí, vi, amé y entendí. Este favor fue muy singular y duró mucho tiempo. Quedé tan
herida del amor de mi Dios, que me parecía imposible seguir viviendo, me deshacía
en los más tiernos afectos, suspiros, sollozos y sentimientos tanto más humildes,
cuanto más agradecidos a la bondad inmensa del Señor.
Todo esto fue dormida, cuando desperté sentí todos los efectos: me encontré
con la cara bañada en lágrimas, la almohada empapada, muy humilde y confundida,
callada y llorosa, muy amante y tiernamente aficionada al que tan fuertemente m e
había herido con la flecha de su divino amor. Muchos días me duró este regalo que
me quedó además de otros bienes, como el dealejarme de las cosas de esta vida, odio
al pecado y a toda cosa que no sea Dios; también una unión especial de mi voluntad
con la de Dios, que me sirvió mucho para lo que sufrí después, porque nada me
alteraba ni turbaba mi paz.
En otra ocasión me tentó el enemigo en sueños, ya que despierta no podía, pero
nunca ni dormida me venció. Me apuraba la tentación y clamé al Señor por
intercesión de la Santísima Virgen y el Señor me contestó como al apóstol San
Pablo: “Te basta mi gracia”. En eso oí ruidos tan espantosos, que parecía el día del
Juicio Final, los cerros y las casas parecían que se venían abajo, en el cielo veía
figuras de colores muy misteriosos, vi también cuatro caballos morados, tan iguales
que corrían en el aire; y sobre una nube vi a la Santísima Virgen puesta de rodillas y
sus dos manos juntas delante del Señor, en postura suplicante, que rogaba por todo el
mundo. Todas las señales que vi eran del día del Juicio. Quedó el enemigo burlado,
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pues el Señor atrajo mi atención con aquella visión, para que cuando despertase no
me mortificase la imaginación, con el recuerdo de la tentación, como suele suceder.
Un día fue una pobre mujer afligida a pedirme un consejo y era que tenía dinero
y quería asegurar sufragios para su alma, ya que pronto moriría, tenía una hija pero
era tan sin juicio y tan poco sumisa a ella, que nada haría por ella. Me la quería traer
para que yo la guiara por buen camino. Yo le contesté que el medio más seguro que
había para asegurarse los sufragios eran las cofradías, que se anote en la cofradía de
Nuestra Señora del Rosario y entregase el dinero. Y lo mismo hiciera en la cofradía
de Nuestra Señora del Carmen. También le dije que se confesara y comulgara, le
prometí dar un escapulario y con el dinero que entregaría, tendría misas en vida y en
muerte; le hablé cuanto pude, y todo me lo aceptó. Se fue muy contenta con mi
consejo y con el escapulario, prometiéndome hacer cuanto yo le había aconsejado.
El mismo día a la noche me sucedió esto en sueños: pasé la noche en oración y
fui muy favorecida del Señor, tanto que se pasó la noche sin que yo la sintiese, en la
más dulce contemplación; lloraba mucho por todos los pecados que se cometían en el
mundo y rogaba mucho por la conversión de los pecadores.
Cuando aclaró el día acabé mi oración y salí afuera, vi una bandera blanca y
celeste en el patio, me causó novedad salir al patio y me paré al pie de la bandera,
miré hacia arriba y vi que una mano invisible soltó dos envoltorios del cielo, uno
blanco y otro celeste, pero no soltaron las puntas de ambas cintas, venían poco a
poco desenvoviéndose. Yo me daba cuenta que se dirigían a mí y cuando otras
personas notaron que venía a mí y llegaban ya a mis manos -pues tenía levantadas las
manos para recibir este obsequio - corrieron y me apretaron las manos para que no lo
recibiera; pero pude recibirlo entre dos dedos y no soltaban las puntas hasta que los
paquetitos estuvieron bien tomados por mis manos. Eran dos cajitas ovaladitas de
plata, en uno había una imagencita de la Santísima Virgen del Carmen y tenía una
cinta celeste, la otra traía el Corazón de Jesús traspasado con la lanza, tan fresco y la
sangre corría y esta cajita tenía una cinta blanca; las cintas eran muy largas. Cuando
tuve esto en mis manos una voz muy interior, que fue la Virgen me dijo que ella me
traía el Corazón de Su Hijo en prueba de que yo conseguiría lo que tanto deseaba,
que era consagrarme toda en su servicio. Desde aquel día no dudé un momento de
que esta promesa que me hacía mi Madre y Abogada se cumpliría. El estar ella
vestida como Virgen del Carmen, me hizo comprender, que era en recompensa del
consejo y el escapulario del Carmen que le di a la mujer.Mas ¿qué diré ahora de la
impresión que recibí al ver en mis manos un obsequio tan regalado y rico? El retrato
no venía estampado sino en bulto, aunque pequeño era precioso y al verlo me
hablaba diciendo: “hija yo te traigo el corazón de mi Hijo”. Los besé con grandísima
reverencia, amor, confusión, y humildad, deshecha en las más dulces lágrimas. No sé
explicar cuantos bienes recibí, creía morirme de amor y gratitud.Cuando desperté,
llorando de puro amor y consuelo lo hice con los mismos efectos que antes he dicho.
A los mucbos días despúes de ésto, sucedió los siguiente: Un día como a las
cuatro de la mañana desperté sintiendo que me tocaban, pero creí que sería sueño
nada más; ya hacía un rato que estaba despierta y siento que me tocan con gran
suavidad desde la cabeza hasta los pies. Mi hermana menor estaba despierta y tuve
miedo y la llamé pero no me contestó. Pero cuando ya me tocaban los pies me causó
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tal espanto, que me levanté y me fui a la cama de mi hermana. Ella se tapó bien la
cara como si viese y oyese algun enemigo muy feo yo le decía que no tuviera miedo
que era la Isora, al fin se persuadió que era yo y me admitió en su cama porque
estaba tan aterrada como yo, de lo que me pasaba.
Al día siguiente me cuenta que me vio cuando salté de mi cama y me dirigí
hacia ella, que no era yo sino una monja dominica y con el hábito muy adornado y
brillante, la capa negra cubierta de estrellas y toda llena de luz:”Y cuanto más te
acercabas a mí, más linda te veía y mayor mi sorpresa y porque no podía mirar me
tapé bien la cara; yo no estaba dormida, porque me aseguraste que eras tú y te conocí
la voz, entonces creí que esta monja eras tú y eso que te han tocado es que te estaban
vistiendo”. Yo me consolé mucho porque era este un indicio cierto de que yo al fin
me vería en el número de las hijas de mi amado Patriarca. Pues mis ansias crecían
más y más pero también crecían los inconvenientes para conseguirlo; pero como mis
esperanzas no estaban fundadas en la tierra sino en el cielo, Dios me alentaba y
fortalecía en la fe y en la esperanza.
Mi Madre, mi Abogada, mi Medianera e intercesora era la Santísima Virgen del
Rosario, y por la devoción que le tenía al santo rosario, pedía cuanto yo quería.
Nunca falté a esta devoción que tuve desde chica, de rezar todos los días los quince
misterios, y en él encontraba todas mis delicias. Por él pedía con muchas lágrimas me
concediese la Santísima Virgen, la gracia de ser religiosa en un Monasterio que
estuviese bajo su protección, es decir dominico.
Un poco después que me vio mi hermanita cubierta de estrellas, vi en sueños a
la Santísima Virgen sentada en una nube, con su rostro hermosísimo y risueño, me
miraba sonriendo y le vi los dientes chicos e iguales y el Niño Jesús paradito al lado
de ella, inclinadito hacia ella con las dos manitos extendidas, como en acción de
darle lo que ella le pedía para mí. Yo comprendí que la gracia que le concedía el
Niño era la del estado religioso para mí. Que era la gracia que yo más le pedía y por
eso me mostraba que esa gracia se la concedía a Ella, para que por medio de Ella
viniese a mí. ¡Qué consuelo tan grande! La hermosura de la madre y del Hijo que yo
miraba, me confundía y humillaba tanto y el grandísimo gozo que de ella recibía, me
hacían sentir que me moría y llorando me cubría los ojos con las manos, porque no
podía continuar viendo, pero con el temor de que se me desapareciese la visión. Este
regalo, esta vista tan dichosa y rica, duró mucho rato. La Señora siempre riendo, con
su risa me decía que no me afligiese, que todo estaba seguro, dejándome grande
certidumbre de que todos los inconvenientes serían allanados. El Niño no cambiaba
tampoco de posición, estaba muy contento, como de la edad de cinco años, su
cabecita parecía de oro. Una nube me cubrió la visión dejándome tantos frutos y
consuelos, tantas lecciones utilísimas de humildad y aceptación en los trabajos y tan
fortalecida que no temía a ningún sufrimiento. Esto fue en el día de Nuestra Señora
de los Desamparados.
Mi deseo de ser religiosa estaba reservado todavía, porque no lo sabía más que
mi padre y mi confesor. Y la Santísima Virgen le dijo en sueños a una señora muy
buena y muy devota, mostrándome a ella, le dijo: “esta es mi hija y ha de ser esposa
de mi Hijo y María se ha de llamar”. Esta fue a casa y me dijo que aunque yo le
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ocultase mi deseo y pensamiento, que ella lo sabía y muy de buen origen, que yo iba
a ser religiosa.
Otra vez esta misma señora me vio antes de lo que ya he referido, me dijo que
me vio en la Iglesia, que me retiraba de comulgar toda vestida de blanco y como
gloriosa, toda yo adornada con gracias del cielo, hecha una santa.
Una amiga y parienta muy piadosa, era terciaria de la Orden15
y se confesaba
con mi confesor, el padre Paulino. Había sabido tener deseos de ser religiosa pero no
de nuestra Orden. Dice que vio en sueños a Nuestro Padre Santo Domingo que vino a
la Iglesia, acompañado del apóstol San Pablo, trayéndome una cierta comida blanca
que era como un pedacito de pan pequeñito; me llamó el Santo al pie del altar y me
puso en la boca con mucha bondad y amor y a ella, siendo que estaba junto a mí, no
le dio nada. Entonces yo le pedí a Nuestro Padre que le diese algo a ella también y
entonces le dio un grano muy duro que no se parecía a lo que me había dado a mí, no
se lo puso tampoco en la boca sino que se lo alcanzó a la mano. Ella no se quedó
contenta con esta diferencia, sino muy humillada y desapareció la visión. Esta de
quien hablo era hermana de mi cuñado, era muy amiga mía y me acompañaba a la
Iglesia, ella deseaba ser religiosa del Carmen, pero nunca me dijo nada de eso y yo
no lo sabía. Un día estando en la oración, le pedí a Nuestro Señor por ella, que le
correspondiese en su alma lo buena que era conmigo, le pedí que le concediese el
estado religioso también como a mí, se lo pedí con mucho fervor. Y una voz interior
me respondió, era la voz de Nuestro Señor que me dijo: “será religosa carmelita, que
no se preocupe por la dote”. Ella era pobrísima y cuando oí ésto, comprendí que
cuando fuese el momento tendría el dinero suficiente de limosna para la dote.
Comprendí también que iba a ser religiosa pero después que yo.
Yo me llené de gozo y en cuanto acabé la oración, le escribí una carta donde le
dije lo que sabía y lo que me había prometido Dios nuestro Señor. Ella se alegró
mucho de esto y no encontraba modo para explicarse cómo podía suceder. Me dijo
que guardaría mi carta como un documento, que yo supiese que había contraído un
deuda, la cual debía pagar. Yo le dije que sí, pero que cubriendo la deuda, el
documento volviese a mi poder y así sucedió. Después que yo estuve acá, le hice
todas las diligencias y como no había lugar en el Monasterio de Carmelitas de
Córdoba, se mandó la carta de presentación al Monasterio de Carmelitas de Salta y
allí fue recibida. Era tan pobre pero nada le faltó, todo se lo proporcionaron sus
parientes y prójimos y ella me devolvió el documento. De esto no le comuniqué nada
al Padre Paulino, porque tenía mucha vergüenza y me parecía que no me creería.
Otra vez vi en sueños en un lugar extraño, las entrañas de unos santos mártires y
por inspiración divina supe que una de aquellas era de Nuestro Padre. Fui y tomé las
de él y las abracé para que el contacto con ellas me fuese provechoso y muy
particularmente el corazón, que estaba tan fresco. Y después de haberlas estrechado
en mi pecho, al soltarlas ya pude ver toda la persona del santo, parado delante de mi,
muy lindo y contento conmigo. Tomó la hiel de aquellas entrañas y me roció toda
con ella, pero de la hiel salía leche, así parecía porque era un agua muy blanca. Como
un obsequio que me hacía con gran bondad y cariño me roció la cara y el cuepo con
15
seglares que viven de acuerdo a la espiritualidad dominicana y forman parte de
la familia dominicana.
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esto, como para decirme que eso era para que suceda lo que yo deseaba.Y creí, que
abrasando sus entrañas sería mi alma aprovechada. Y en verdad que esta
demostración que me hizo Santo Domingo, me dejó tan llena, tan favorecida y
consolada, que más tiernamente lo amé en adelante.
Por lo que yo experimento, creo que los santos también se comunican al alma a
semejanza de Nuestro Señor, pues yo disfruto mucho de esas comunicaciones. Hasta
este último sueño nunca lo había visto a mi Padre Santo Domingo, pero sí se dejaba
sentir en mí y me regalaba muchísimo y lo amaba yo tanto y con tal ternura y tan rica
suavidad, como lo hace Nuestro Señor. También me hace llorar mucho, pero no sé
explicar esto como yo quisiera... sé que no es necesario que me explique mucho para
que Ud. comprenda lo que quiero decir. Esto mismo me sucede con nuestra madre
Santa Catalina y con la Santísima Virgen y al fin, todo acaba en alabanzas y afectos
de gratitud al Creador y Dador de todo. Me derrito toda y le doy gracias porque así
ha enriquecido de gracias y santidad a esas almas y le pido que derrame también esas
bendiciones sobre las almas consagradas y en todo el mundo. En fin, sentimientos
tan generosos y tan santos me dejan esas comunicaciones que nunca acabaré de
escribir si quisiera decirlos a todos, pero el principal efecto es que me desnudan el
corazón de todo afecto de cosas de la tierra.
Mi padre volvió a La Rioja y quedamos con mi hermana casada. Comenzó el
Señor a probarme con muchas amarguras y sufrimientos. Mi cuñado me quería
mucho y para que mi alma no sufriese por falta de un cuarto donde yo pudiese darme
a mis acostumbrados ejercicios piadosos, me construyó uno en el fondo de la casa y
lo estrené un viernes santo. Allí cómodamente hacía mis devociones, y como ya no
tenía a mi padre que tanto me vigilaba en las penitencias, quedé más libre para hacer
una que no pude estando él. Le pedí a Nuestro Señor me proporcionase una
disciplina y fue una señora anciana a visitarme y me llevó de regalo una disciplina. A
mí me parecía que era de plata porque cuando la lavaba quedaba tan blanca como si
fuese de ese metal, pesada y fuerte. Alabé al Señor por esto y creí que era voluntad
de El que yo me disciplinara.
Un día por estar mi hermana enferma, yo cargué con todo el cuidado de la
familia y las ocupaciones de la casa y no pude tener la hora de oración ni a la
mañana ni a la tarde. Llegué a la noche muy cansada, eran como las diez, me acosté
y me postré sobre las almohadas muy rendida y con mucho sueño, pero no quería
dormirme sin hacer la oración, en esta lucha estaba pero ya me vencía el sueño.
Siento que me toman de las trenzas del pelo y me enderezan hasta que quedé de
rodillas y sin que sintiese dolor ni cansancio alguno quedé tan reprendida y sin
sueño, que me sorprendí mucho. Comprendí que mi Angel me había dado aquel
sacudón, reprendiendo mi negligencia; así es que me puse a orar muy fervorosa,
durante una hora y media.
Una vez me dio el padre Paulino un cíngulo de Santo Tomás para que me lo
pusiese, era de hilo de lana y deseaba yo que me mortificara como cilicio y me ajusté
el cordón con todas mis fuerzas. No conseguí mi deseo porque se aflojaba. Un
viernes antes de acostarme, me lo ceñí lo más que pude y le hice muchos nudos y me
acosté con él muy contenta. Al otro día cuando me desperté y me estaba por vestir, vi
que el cordón estaba suelto en la cama, fue muy grande mi sorpresa y no sabía qué
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pensar de esto. Luego comprendí que esto sucedió y quiso Nuestro Señor que mi
Angel me lo quitase, para que yo misma no frustrase los designios que el Señor tenía
de que fuese religiosa, porque si yo hacía aquella mortificación hubiera perdido la
salud y no hubiera podido ser religiosa. Y además yo estaba haciendo ésto sin
permiso de mi confesor. Comprendí todo esto, tomé el cíngulo, lo besé con mucha
reverencia y me lo volví a poner pero flojo. Porque me había hecho comprender el
Señor que no quería de mí ese sacrificio.
Un día estaba ayunando y mis sobrinos lloraban porque querían comer pan a
media tarde y se perdió la llave de la despensa. Buscamos por todos lados la llave y
no se encontró, se mandó a comprar pan y a la noche cuando todos estaban cenando,
aunque todos sabían que yo ayunaba ese día, no me guardaron absolutamente nada.
Mi hermana menor y mi sobrina buscaron un pedazo de masa dura, inservible y de
traviesas que eran, me lo guardaron. A las diez de la noche fui adonde ellas estaban
y buscando algo para comer, me dicen: “la llave se ha perdido, no tienes más que
ésto y aunque se compró pan, para ti no alcanzó”. Yo les respondí: “si mi padre
Santo Domingo quiere que yo coma ese pan, no me dará la llave, pero si no, me la
dará”; tomé la vela para ir a buscar la llave y a penas di vuelta, muy confiada de que
Nuestro Padre me la daría, así fue. No caminé dos pasos cuando pisé la llave, era
muy grande. Quedaron ellas muy admiradas de aquello y yo di muchas gracias al
Señor y a mi Santo Padre, que no permitió se burlaran de mi, ni jugando.
Nuestro Señor me previno por medio de un sueño que iba a padecer: vi que
desde la puerta de casa, toda la calle se hizo un mar de agua hasta la puerta del
Convento de Nuestro Padre, y el agua subía hasta la azotea, y este mar me quería
impedir que yo fuese a la Iglesia. Esto se cumplió porque se levantó un mar de
contradicciones. Dios le dio permiso a Malatasca para que perturbe la paz que
reinaba en la casa o bien tuvo envidia aquel enemigo de esa paz y no pudo sufrir que
aquella casa estuviera hecha un paraíso.
Mi hermana se confesaba con un sacerdote y yo y mi cuñado, con el padre
Paulino. Mi hermana, comenzó a pretender que yo también me confesase con el
clérigo, pero yo no quería por nada y todo lo que mi hermana me hacía, después
comprendí que era a causa de su confesor, porque no eran cosas de ella lo que me
hacía. Este clérigo estaba en la mejor armonía con el Padre Paulino y de un momento
a otro, sin saber porqué, se retira del padre Paulino. Yo sé que el Padre no le dio
motivo, lo cierto es que el clérigo le hacía una gran guerra al Padre y trabajó cuanto
pudo para que mi hermana me estorbase, para que no sólo no me confesara con el
padre Paulino, sino que no me dejara pisar la Iglesia. Mi hermana tomó medidas no
solo fuertes sino extrañas, me puso presa en su misma casa, no me dejaba salir sino
solamente los domingos a Misa y adonde ella me llevase. Todo ésto lo sufrí en
silencio y con serenidad y estaba tan sujeta a ella, aunque ya por mi edad, podía salir
sola, pero no quise. Un mes duró la prisión y no me dejó pisar el Convento. Durante
este tiempo escribí al padre Paulino avisándole y también para pedirle permiso para
hacer cierta penitencia sin decirle cuál era. El me dio permiso. La penitencia era
tomar tres veces al día disciplina de sangre y cada vez cincuenta golpes, en memoria
y reverencia de los quince misterios del Rosario.
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Cumplido el mes, le dije a mi hermana que me quería confesar, me lo permitió y
para las comuniones que hacía durante la semana, como ella no me podía llevar a la
Iglesia, me dio permiso que me acompañe mi amiga, la señora viuda de que antes
hablé. Después tampoco me dio permiso y sufría en ayunas hasta las doce del
mediodía, en que hubiese quien me llevase a la Catedral a comulgar. Yo le rogaba y
le ayudaba a mi hermana en las cosas de la casa, para que me llevase ella, pero me
hacía sufrir muchísimo. Yo temía mucho que el Señor la castigase, porque sus
tendencias eran las de retirarme y alejarme cuanto podía de la frecuencia de los
Sacramentos. Esto era tan extraño en ella, pues era muy buena y espiritual.
También sucedió los siguiente: el ratito que lograba con mil sacrificios y
lágrimas estar en oración en la Iglesia, no me estorbaba la oposición del clérigo ni lo
que me hacía mi hermana, me tomaba de la fe y de la esperanza en Dios que me
animaba y confortaba, y así llegaba al Convento cuando me tenía que confesar,
pasando por un mar de dificultades, de amarguras, de desagrados.
Mi hermana me mandó un tiempo con su cuñada, dueña de la finca del Retiro,
muy buena, ésta como todas sus hermanas me querían mucho. Me preparó una pieza
arriba en un altillo, para que no dejase mis ejercicios espirituales y los hiciera con
toda comodidad y silencio. Mucho me consolaba nuestro Señor y me fortalecía con
su dulce presencia; en el tiempo de la oración, mucho lloraba y le pedía al Señor que
se llevase alguna religiosa para que se desocupase algún lugar, para ocuparlo yo;
porque ya me era casi insoportable la vida en el mundo. Ya iba para cinco años que
esperaba una vacante en el Monasterio.
Pedí también a Nuestro Señor que me diese cada día más hambre y deseo de
recibirlo sacramentado, para no habituarme a no recibirlo, con el mar de
inconvenientes que se levantó para impedírmelo. En un sueño sufrí una sed tan
grande que no bastaban cántaros de agua que tomaba y no me saciaba, hasta que
comprendí que mi sed no era de agua sino de comulgar, comulgué y se me quitó.
Esto pasó en sueños y cuando fui al pueblo, se verificó de un modo raro, como luego
diré.
Habíamos convenido con el padre Paulino que un día haría yo un voto, viendo
que se retardaba tanto mi entrada al Monasterio. Quise asegurarme así, porque podía
suceder que me muriera antes de lograr mis deseos y quería ya estar consagrada a mi
Dios por medio del voto de castidad. No habíamos convenido el día en que lo haría;
me entró como una desesperación por irme ya al pueblo y rogué, hasta que me
llevaron. En cuanto llegué le escribí al Padre, anunciándole que al día siguiente haría
lo que habíamos convenido, pues así él me lo había encargado: que le avisara antes.
Me hizo una fórmula por la cual haría el voto y lo hice durante la Misa, que
aplicó para mí en el altar del Cristo, durante la consagración. Me preguntó si yo sabía
que día era aquel que yo había elegido para hacer el voto; yo le contesté que no,
entonces me dijo el Padre que ese día celebraba la Orden los desposorios de Santa
Catalina,(el último martes de carnaval de 1367) y que yo había tenido la dicha de
imitarla en ésto. ¡Qué gozo!. También deseaba morir aquel día, muchas bendiciones
y gracias derramó sobre mí, vil pecadora, el Señor y Padre, pues quiso darme fuerzas
para seguir sufriendo.
48
En este tiempo que yo sufría mucho; estaba un día enferma de un gran resfrío y
dolor de muelas en cama y mi hermana menor tenía su cama al lado mío, ésta aunque
era tan enferma, nunca se acostaba sin hacer un ratito de oración. Cuando ella estaba
esa noche en su oración, yo leía la Divina Historia recostada, leía y lloraba. Entonces
dice ella que tuvo como una visión y me vio tan linda, no la que era en ese momento
sino como iba a ser después. No me pudo ni quiso decir más, sólo que me había visto
en alturas muy grandes y como mártir, me prometió que si su confesor se lo permitía
que me aclararía más su visión y me la contaría, pero no se lo permitió.
Mis sufrimientos se aumentaban y una noche sueño que había recibido carta de
las monjas dándome felicitaciones porque me habían recibido, y otra religiosa más
también me escribía muy contenta. A la mañana siguiente, aún no se había abierto la
puerta de calle, era muy temprano, y golpearon la puerta para entregarme un paquete
de cartas de mi tía monja y otra religiosa más, la misma que yo soñé, todas las cartas
eran felicitándome porque me habían recibido en el Monasterio y por una limosna de
seisientos pesos que me daba una novicia rica de apellido Guzmán.16
Fue para mí un
grandísimo consuelo y me avisaban que se había desocupado un lugar y que podía
disponer mi viaje. Le dije a mis hermanos, para que me diesen lo que me habían
prometido y me contestaron que el Chacho no les había dejado nada y el hermano
que pudo darme más, murió; por lo que tuve que ceder el lugar a otra, con la
confianza de que el Señor mejoraría mi suerte cuando fuese el tiempo oportuno y que
nada le costaría llevarse a otra monja cuando El quisiere consolame, tal como
sucedió.
Padre, con grandísima vergüenza confieso todo ésto que digo y continuaré en el
cuarderno siguiente. Bien pueden ser simplezas mías, pero yo lo sujeto todo a su
juicio y si soy molesta en ser tan minuciosa para decir las cosas, es para que se
pueda formar mejor y más acertado juicio de mí. Sea Dios bendito por todo. Amén.
Amén.
Dije que mis trabajos y sufrimientos se aumentaban cada día, pero como voy
escribiendo por el orden en que se iban sucediendo las cosas, ahora diré lo que me
sucedía en sueños.
Un día para la fiesta de Nuestra Madre del Rosario, yo no pude ir a la Iglesia,
porque mi hermana estaba enferma, yo atendía la casa y su familia. Era justo que me
privase de aquel consuelo por caridad y por eso estaba muy conforme y ofrecí al
Señor mis deseos. A la noche vi en sueños que como no había podido ir ni a la
procesión del Rosario, venían las imágenes de la Señora y de Nuestro Padre, a pasar
por el patio de la casa. Yo me arrodillé al verlos pasar, llorando de gozo y gratitud al
ver lo que hacían conmigo, indigna pecadora. En esta confusión y actos de mucha
humildad estaba yo, cuando al pasar el Santo Patriarca al lado mío, hizo movimentos
tan visibles y manifestación para conmigo, que movía todo su cuerpo, sus brazos y la
cabeza la dio vueltas hacia mí. Me miró con sumo agrado, sin dejarme la menor duda
16
La Novicia que hace la donación de 600 pesos para ayudar a la dote de Sor
Leonor es sor Mercedes de los Corazones de Jesús y María (hija de don José Francisco Guzmán-
salteño- y de doña Francisca Carranza-cordobesa).Tomó el hábito el 11 de julio de 1863 a los 39
años de edad y su profesión solemne fue el 26 de julio de 1864. Ingresó a esa edad por atender y
cuidar a su padre anciano, hasta que falleció.
49
de que aquel favor me hacía a mí por la caridad y conformidad con que yo me había
privado de aquel gusto y consuelo que hubiera tenido si hubiera ido a la procesión y
a la Iglesia.
Atrás del Santo pasó la Santísima Virgen y me hizo la misma manifestación de
cariño y agrado con los mismos movimientos, quedando yo deshecha en llanto y con
un consuelo tan grande, que creía morir de gozo. ¡Qué sentimientos de humildad los
que me dejaron, qué confusión, qué gratitud!; pero no quedó en ésto. Siguiendo con
la vista la procesión del rosario hasta que llegase al Convento, vi como sobre el techo
de la Iglesia, tres estrellas muy grandes y estaban en fila con mucho orden y de cada
una, salía un caño de cristal de colores, el color y grosor eran muy iguales los tres y
un cordón por dentro de cada caño, los caños y los cordones eran tan largos que
desde el Cielo bajaban derecho al techo de la Iglesia como dije, iban o llegaban al
patio y los de la casa y los tres cordones se hicieron uno solo y quedó como atado en
un clavo que se enterró en el suelo; era hermosísima esta maravilla. El significado de
esta visión no lo entendí en ese momento, pero sí un poco después: las tres estrellas
significaban tres personas, yo, Sor Cándida Rosa Ocampo y Sor Dolores de Santa
Catalina Herrera Ocampo17
; los tres caños tan iguales, significaba que íbamos a
ser alumbradas con una misma luz, los tres cordones que se unieron y quedaron en
uno solo, significaba que habíamos de juntarnos en una misma Orden y Monasterio,
haciéndonos una misma cosa en la Regla y Constituciones. Esto se ha cumplido
porque somos tres religiosas de la familia.
Un día vi en sueños, en la capillita de San José en el Convento, a Nuestro Señor
revestido con alba y otras vestiduras que a mí me eran desconocidas, sentado en una
hermosa silla a un lado y con rostro algo severo, me llamó y me dio un libro grande
de los Evangelios y me señaló uno para que leyese en un fascistol como el que
tenemos en el coro para las lecciones y tenía la misma colocación. Quedando el
Señor un poquito atrás de mí, leí con mucho susto el Evangelio que me indicó o
mandó, cuando concluí miré y vi que se sonreía de mi susto, entonces me llamó a la
puertita que da al patio del norte y señalándome con la mano, estirando su brazo
hacia el lado de Jáchal me dijo: “mira hija”, miré y vi un paisaje hermosísimo, pero a
mucha distancia, con esta vista tan linda que me llamó la atención El se fue, ya no lo
vi más, porque me quedé elevada viendo aquel como paraíso que me mostró. Yo
comprendí lo que era aquello, pero ahora estoy medio olvidada, luego vi un gran
concurso de gente y mucha alegría por un tesoro que se había encontrado allí en el
Convento y todo lo que vi era de mucho consuelo y alegría para la Orden.
Otro día vi en sueños al padre Paulino que subió a una columna muy alta y
blanquísima, en forma de una cándida paloma y cuando estuvo arriba ya vi su
persona y predicó a todas las confesadas que tenía allí. Cuando acabó me llamó, di
vueltas a la columna y subí a donde él estaba y me entró a un Monasterio y
17
Rda. Madre Cándida Rosa de los dolores Ocampo, profesó el 14 de octubre de
1812 y murió el 12 de mayo de 1876. Monja de coro, fue priora dos veces y también dos veces
maestra de novicias. Había nacido en La Rioja, era hija de don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo
Villafañe, bautizado en La Rioja el 4 de mayo de 1771 y de doña Manuela de Muruaga y Castro.
Sor Dolores de Santa Catalina Herrera Ocampo: había tomado el hábito el 30 de
abril de 1871 y profesó el 5 de mayo de 1872. Murió el 14 de octubre de 1923 a los 75 años.
50
mostrándome todo lo que había preparado me dijo: “ya tengo cinco fundadoras” y me
nombraba las primeras letras con que comenzaban los nombres de las fundadoras, el
primero comenzaba con una R, y eran dominicas.18
Después de esto muere el Obispo franciscano y sueño que el Obispo que le
había sucedido era franciscano también y muy bueno. Y que en tiempo de éste, se
había hecho una fundación de dominicas y eran cinco las fundadoras. Lo que soñé
se verificó: cinco han sido las fundadoras y el padre Paulino les ha arreglado la casa
y la que fue primero se llamaba Rosa y la priora que fue se llamaba Rosario. La
llamaron o invitaron a la hermana Rosa de Santiago, valiéndose del Padre Domingo
su confesor, para que la animase y aconsejase que fuese a San Juan. Llegada ella allí
se hizo todo muy bien, verificándose la fundación con el más feliz éxito.
Murió el hijo de diez años de mi hermana que era de genio muy vivo, pero de
una inocencia angelical. En su enfermedad y muy particularmente al tiempo de
morir, no llamaba a sus padres sino a mí y no quería que me retirase un instante de su
cama, me pedía que le llevase todas las cosas devotas que yo tuviese en mi cuarto, le
llevé todo. Ya le llegaba la hora y gritando de dolor, pedía que le llevase el Cristo y
como ya no veía, me decía que le llevase a la boca sus llagas para besarlas. Las besó
con gran ternura y afecto, comenzó a invocar al Niño Dios me lo pidió y lo abrazó.
Invocaba y llamaba en su ayuda a la Virgen, a los ángeles y a los santos y después
me dijo: “¿qué quieres que le diga a la Virgen de vos, qué le pido para vos ?. Dime
todo lo que quieras y lo que debo pedir, que ya me voy al cielo”. Yo le dije; “Pide al
Señor y a la Virgen, primero por tus padres, por tus hermanos y después por mí, dile
18
La diócesis de San Juan de Cuyo fue creada el 19 de septiembre de 1834, su
primer obispo fue fray Justo de Santa María de Oro, O.P. (1834-36) El segundo, mons. José Manuel
Eufrasio de Quiroga Sarmiento (hermano del padre de Domingo F. Sarmiento) 1840-52; el tercero,
fray Nicolás Aldazor, riojano, franciscano, (1861-1866) . Este obispo, y el cuarto fray José
Wenceslao Achával, santiagueño, fuero franciscanos.
Entre ellos debió ser obispo de San Juan, fray Olegario Correa, cordobés,
dominico, que falleció el 9 de junio de 1867, antes de ser consagrado.
El obispo Aldazor murió en San Francisco del Monte, provincia de San Luis,
durante una visita canónica, el 22 de agosto de 1866 y fue sepultado el 26 en la antigua iglesia de
Santo Domingo de la ciudad de San Luis, que hacía las veces del templo parroquial. Es el único
obispo de San Juan que no está sepultado en la actual catedral sanjuanina.
Monseñor Achával nació en Santiago del estero el 24 de noviembre de 1813. El
29 de agosto de 1831 profesa en el convento franciscano de Catamarca. El 7 de noviembre de
1833, es ordenado sacerdote en La Rioja por monseñor Benito Lascano, obispo de Córdoba.
El 20 de diciembre de 1867 es preconizado obispo de Cuyo. El 4 de octubre de
1868 es consagrado en la iglesia de San Francisco de Buenos Aires por el arzobispo monseñor
Escalada. El 9 de noviembre toma posesión de su obispado por intermedio del Pbro. Eleuterio
Cano. En diciembre llega a su obispado.
A mediados de 1869 viaja a Roma para asistir al primer Concilio Vaticano.
Regresa en octubre de 1870. En 1872 erige el Cabildo Eclesiástico de San Juan. En 1874 funda el
seminario conciliar. El 25 de febrero de 1898 fallece en San Juan. Está sepultado en la catedral. Fue
obispo casi treinta años. Le sucedió fray Marcolino del Carmelo Benavente O.P. en 1899.
En cuanto a la fundación de Hermanas Dominicas en San Juan en el siglo pasado
fuero las Dominicas de Albi,francesas, que llegaron en 1876, época del obispo Achával. (Datos
suministrados por el R. P. Rubén González, O.P.)
51
a la Virgen y al Niño Jesús que me concedan cuanto antes lo que deseo.”Así me lo
prometió y alcanzó.
Como yo temía y esperaba grandes aflicciones a mi hermana, así fue
sucediendo, pues a los pocos meses de la muerte de su hijo murió su marido, de
pronto. Yo le ayudé a bien morir y aunque era muy bueno y terciario dominico, hacía
poco que habíamos comulgado los dos, pidió confesor pero no llegó a tiempo.
A los pocos meses entra la enfermedad del cólera a la casa, y cobró dos
víctimas: un niñito y la única sirvienta. Y todos estaban enfermos, mi hermana quedó
desde la muerte de su marido enferma y ni el consuelo de su confesor tenía.
Para todos estos trabajos y dificultades que cayeron a la casa, no había otra
persona más que yo y por eso pasé bastante tiempo sin confesarme. Yo no estaba con
cólera, pero sentía en ese tiempo una tristeza tan grande, que me atacaba desde las
tres de la tarde y no podía alimentarme, ni dormía tampoco. Además pasé muy malas
noches con una chica que yo crié, que estaba muy mal. En estas mismas
circunstancias había muerto mi padre en La Rioja, y no sabíamos nada, el padre
Paulino tenía las cartas y no me las daba, porque veía el estado en que estábamos.
Dispone el médico que salgamos al campo. El Padre me prometió ir un día y
también que me confesaría en la Capilla de los desamparados y celebraría allí la
Misa, para cuyo fin me dio que le llevase un misal. Así lo hizo, yo andaba tan mal
que me parecía que jamás volvería a mí la alegría que siempre había tenido, creí no
poder ser monja. Cuando fue el Padre y me confesé con él, le dije lo que me pasaba;
el creyó que estaba así por todos los acontecimientos que había vivido últimamente
y por la enfermedad del cólera, y me mandó una bebida aromática para que tomase,
pero no la tomé. Ni bien comulgué, me sentí otra, tan sana y contenta como si nada
hubiese sucedido; llegó la hora del almuerzo y pude comer con buen apetito y a la
noche ya no tuve ese miedo horroroso que no me dejaba dormir, dormí
perfectamente.
Estaba de Cura en esa Capilla un Padre franciscano y por nada me quería dar la
comunión, se iba a una casa vecina y les decía: “vengo huyendo de esa beata para no
darle la comunión”. Llevé un cuadrito de San José, lo tomé como protector para que
me hiciera conocer como tenía que hacer para adquirir la dote, pues ya no tenía
esperanzas que mis hermanos me dieran. Le hice el septenario para que durante él me
manifestase de un modo señalado lo que fuese conveniente hacer, porque ya recibí
carta otra vez de las monjas, pues el cólera había desocupado varios lugares.19
El
penúltimo día del septenario, va a casa un joven llamado José, había sido educado
por mi cuñado y después se fue a Chile; vino de allí y buscó la casa donde se había
criado, para visitar por gratitud a mi hermana. Yo no salí porque no recibía visitas, y
él le dijo a mi hermana que sabía que tenía más hermanas allí, que deseaba
conocernos. Salió mi hermana menor, pero José siguió insistiendo que a mí también
me quería conocer y condescendí a su deseo. Lo cierto es que Santo mandó a aquel
joven José para que yo conociera lo que tenía que hacer para ser monja. Yo no quise
decirle a él mi deseo, pero tanto instó en la conversación, que me hizo que se lo
dijera y me preguntó por qué no era ya religiosa, le contesté que aún había
19
Efectivamente, varias monjas fallecieron de la peste del cólera.
52
inconvenientes que allanar y se quedó un rato pensativo. Y me dice: “señorita
disculpe que sea tan inoportuno en mis preguntas dígame: ¿pordrá decirme cuál es el
inconveniente que Ud. tiene?”. Yo me resistí a decírselo para no comprometerlo,
pero me insistió tanto, que tuve que decirle que aún no había reunido todo el dinero
necesario para la dote y él me preguntó si tenía esperanza de tenerla y yo le respondí
que sí, que esperaba en Dios que se allanaría esa dificultad. Y José me dijo: “Yo
quiero tener el gusto de tener parte en su felicidad y por eso le preguntaba, si me
acepta quiero serle útil”. Fue el primero que me dio una buena limosna, por donde
vine a conocer que ésto era lo que Dios quería que hiciera, aunque encontré gran
oposición en mi hermana. Viéndome ella tan resuelta a pedir limosna, dio parte a mis
hermanos para que ellos me lo impidiesen, pero no les di tiempo.
Mi hermana menor siempre estaba de mi lado y antes que me pusiese a pedir,
ella había soñado que se había levantado un gran alboroto y contradicción por mi
viaje al Monasterio y que casi me llevaron a los Tribunales y que no tenía más
persona de mi parte, que ella. Así sucedió y hasta el padre Paulino tuvo que ir a casa
a apaciguar los ánimos.
A mí me preparó el Señor a todo lo que iba a suceder con la visión siguiente: vi
en lo exterior del Cielo, dos ángeles que tomaban las puntas de un paño largo y lo
iban arrollando, como descubriendo una cosa tan linda que no sé cómo explicarla,
era como una lista larga en donde se veía un dibujo hermosísimo, formado de piedras
tan grandes y ricas, que cada una brillaba más que las estrellas y se me hizo entender
lo siguiente: “esas piedras que veis son los santos que a fuerza de trabajo y a golpe
de martillo, de la paciencia y conformidad con la voluntad divina, se han puesto tan
hermosos y tan brillantes como los veis y el dibujo y simetría que forman en su
colocación y que unos brillan más que otros, es la diversidad de grados de gloria que
cada uno ha merecido y según los merecimientos, están colocados en el Cielo”.
Quedé tan consolada y animada con esta visión tan hermosa, que ya no quise
que me faltasen sufrimientos. Fui al pueblo y comuniqué al Padre todo cuanto
sucedía y la resolución que yo tenía, me aprobó todo y me dijo que vaya a la Iglesia
con la muchacha que yo había criado, que tenía trece años y nunca se había separado
de mi; porque cada día estaba más privada de las idas a la Iglesia y no había razón
para ello.
Nuestro Señor no me exigió el sacrificio de salir yo a pedir limosna, sin
embargo estaba dispuesta a hacer todo lo que fuere necesario. Pedí a nuestro Señor
que si era de su agrado moviese los corazones, y escribí una petición o súplica y la
firmé. Algunas personas se me ofrecieron con el mayor gusto para presentarla y fue
tal el placer con que contribuían las personas, que incluso había gente muy pobre que
me dieron dinero para la dote. Y otras personas, que sabían que pedía limosna, sin
que les pidiese me llevaban a casa y otras, me daban en la Iglesia cuando me veían.
Un día acababa de comulgar en la Catedral y confundida y llena de gratitud
lloraba y daba gracias al Señor y a la Santísima Virgen que con tanta bondad hacían
que me socorriesen, sin tener yo el trabajo ni la humillación de presentarme a pedir.
Estaba en esto cuando me habló una niña que estaba atrás de mi y me dijo: “he
sabido que Ud. pide limosna para irse de San Juan a ser monja”, le dije que sí, que le
pidiese al Señor que me ayudase y me dijo : “yo le voy a dar una limosna que
53
recogió una señora riojana que pidió por muchos lugares que anduvo para ser monja
y juntó doscientos veiniticinco pesos y los puso a réditos, ella ha muerto del cólera y
me ha dejado de albacea a mí y ha dejado dispuesto que este dinero se emplee en
alguna obra pía y qué mejor obra que ésta, que es para el mismo fin que ella lo pidió.
Dígale al padre Paulino que vaya a casa a entenderse conmigo”.
Otras señoras me dieron mucho dinero y me fui a casa llena de limosna y de
consuelo; otras personas le llevaban al Padre limosna para mí.
En estas circunstancias recibí carta de uno de mis hermanos que estaba enojado
porque yo pedía limosna, me dijo que venía a San Juan para llevarme a La Rioja a
que coma tierra a su lado. Se la mandé al Padre para que me ayudase a apurar el
viaje: ya tenía la dote, pero mi hermana estaba muy disgustada conmigo y resuelta a
no dejarme salir y a que esperase a mi hermano, yo no quería esperar, quería evitar
disgustos y mi hermana me amenazó con llevarme a las autoridades. Yo le dije:
“vamos cuando gustes porque no saldrás bien, primero porque ya soy mayor de edad
y además ni tú ni mis hermanos me proveen de lo que necesito para vivir, por
consiguiente no me pueden quitar lo que Uds. no me pueden dar.”Avisé al Padre de
lo que ocurría, yo me afligí mucho porque quería que todo sucediese en paz.
El día antes que fuese el Padre a casa, dormida vi en sueños a mi santa Madre
que me miraba con rostro apacible y risueño, diciéndome y asegurándome que todo
sería como yo lo deseaba, que quede en paz y que tendría quien me acompañase en el
viaje.
Al otro día fue el Padre a casa, habló a mi hermana y le hizo serias reflexiones,
pero ella aún insistía en que esperase a mi hermano, yo no quería esperarlo. Por fin
se arregló todo, quedó el Padre en buscar una señora para que me acompañase, se
buscaron dos señoras muy aceptadas y de lo principal de la sociedad de San Juan,
las dos se prestaron con el mayor gusto, pero una sola era necesaria. Todo quedó en
paz y sucedió como la Santa me lo prometió y veo que aquí también se cumple el
sueño de mi hermanita menor.
Pero antes de escribir mi salida de San Juan, quiero decir una cosa que se me ha
pasado de relatarla en su lugar. El día que murió el padre Correa20
, día del Espíritu
Santo, a media noche vi en sueños que subía al Cielo un padre dominico alto y muy
flaco, moreno y salió a recibirlo la Santísima Virgen, con una comitiva de vírgenes,
dos de las que venían más cercanas a la Virgen las conocí: una era Santa Catalina
virgen y mártir y la otra Santa Cecilia. Como formaban coro, en el otro coro venía
Nuestro Padre y atrás de él un sin número de frailes dominicos y lo recibieron al
padre Correa, con grandes demostraciones de alegría. Fue tan hermosa esta visión
que casi morí de gozo y cuando ví el retrato del padre Correa, era el mismo que yo vi
subir al cielo.
Otro día, en medio de tantas oposiciones y contradicciones, en sueños vi que me
perseguían muchos demonios en forma de toros bravísimos.Me querían deshacer con
los cuernos y las patas, pero no tenían permiso de Nuestro Senor para hacerme mal
alguno y no me tocaban.Pero tenían tal rabia conmigo,que partían el suelo a patadas
20
Se trata del Rdo. Padre Fr. Olegario Correa, O.P. Murió el 9 de junio de 1867,
siendo obispo electo de Cuyo. Cfr. “Los dominicos en Argentina” del Rdo. Padre Fr. Rubén
González. O.P. Tucumán 1980.
54
y cavaban la tierra con los cuernos.Fue tal mi horror, que entré en un huerto con rejas
de hierro y allí me encerré. Ellos quedaron fuera, pateando. Al entrar al huerto, sentí
tal alegría y alivio, que me supe victoriosa y a un arbolito muy chico comenzaron a
bajar muchos Patriarcas en forma de pájaros; veía muy bien los hábitos de cada uno,
el color de sus plumas. Todos eran muy mansos. Se llenó el arbolito y todos
conversaban conmigo, con ademanes y movimientos y me hacían cariños con sus
alas y picos. El que más me acarició fue Nuestro Padre Santo Domingo, era tan
hermoso y tan amable, que sobresalía en sus demostraciones. Yo me deshacía en
ternuras con él. (Aquél huerto con rejas de hierro significaba el Monasterio en que yo
entraría,). Otro día, en medio de mis temores, porque a veces me entristecía porque
no tenía dinero para la dote, se me apareció Nuestra Madre Santa Catalina de edad
de tres anos; yo la alcé y le hice cariños y le pregunté si quería ser mi madre y me
contestó muy alegre que sí y me dejó muy consolada.-
Ya se determinó el día de mi viaje a Córdoba y el Señor quiso librarme de una
gran preocupación en el camino y para salvarme, me puso un inconveniente, para que
no saliese en la mensajería que se había pensado.
Un viejito portugués, cuando supo que yo pedía limosna para ser monja, levantó
las manos y los ojos al cielo llorando de gozo, bendiciendo al Señor de que hubiese
alguien que se consagrase a su servicio. El se fue a su finca a traerme cien pesos para
darme y no vino para el día que prometió venir, por providencia del Señor, pues esta
mensajería fue asaltada e hirieron a un viajero y tuvieron que volverse a San Luis. En
la siguiente mensajería salí yo, llegamos a San Luis y encontramos la novedad, de
que estaba parada la mensajería anterior, por el asalto y que ningún pasajero se
animaba a seguir. Un clérigo de los que sufrieron el asalto estaba como trastornado,
el padre Paulino con otros dos religiosos que venían conmigo, hablaban con el Juez
de Policía acerca de si seguía o no el viaje ,pues habían mandado partidas de
soldados a cuidar el camino. El Padre me preguntó si prefería volverme o seguir, yo
le contesté animada de la confianza extraordinaria que me asistía y le dije: “Padre, ni
los indios ni los salteradores tienen más poder que el Santísimo Rosario, por
consiguiente no me vuelvo por nada”. Esta decisión animó a los demás y se
determinó la marcha. Apenas salimos de San Luis, encontramos las partidas de
soldados con los salteadores atados, los habían tomado y todo el viaje fue muy feliz.
Una vez tuve que comer con todos los pasajeros en un hotel y me acordé de aquel
sueño que tuve cuando me vi en un banquete que era un hotel; al terminar de comer
se me presentó en la calle por donde yo iba, un pobre hombre militar, que le habían
dado de baja en la guerra del Paraguay y padecía una gran tos que daba compasión y
mandada de mi confesor, lo curé.
55
CORDOBA (1868 - 1900)
Llegamos a Córdoba y me sucedió una cosa rara con las campanas del convento
de los frailes. Entre tantas campanas que oí, cuando oí las de ellos, sentí en mi
corazón tal consuelo y dulzura, que le pregunté a mi prima en cuya casa paré yo, que
si eran las campanas de Santo Domingo y me contestó que sí.
El día del Sagrado Corazón de Jesús, me entregó el Sr. Obispo Don José
Vicente Ramírez de Arellano,21
la licencia para que en ese día me abrieran las
puertas del Monasterio Santa Catalina. La Divina Providencia quiso hacerme esta
misericordia en este día, para que me acordase que se cumplía aquella promesa que
me hizo la Santísima Virgen, dándome para mayor seguridad de que sería religiosa,
el Corazón de su Divino Hijo. Este recuerdo me vino en el momento que el Obispo
me entregó la licencia. Me di prisa en salir para no llorar delante de él. Cuando entré
a la Iglesia de Santo Domingo, me acordé de todos los favores que de Nuestro Padre
había recibido, y al comprobar aquel día que todos mis deseos se habían cumplido,
me vino un torrente de lágrimas tan grande, que no podía contenerme.
Con los repiques de la reserva de la fiesta del Sagrado Corazón me abrieron las
puertas las monjas y fue como si Jesús hubiese abierto su pecho y me hubiese
estrechado en su Divino Corazón, sintiendo mi alma el consuelo más grande que
imaginar se pueda. Me veía en los brazos de las hermanas que me recibían con tanta
alegría. Ese día terminaron mis penas.
Me llevaron al refectorio22
y vi la pobreza del servicio, y al ver los platos de
barro y las cucharas de palo y aspa dije: “¡Bendito sea mi Dios, que con tanta
anticipación me preparaste para la vida religiosa, pues desde pequeña despreciaba la
plata por el barro y el aspa!”.
Tomé el santo hábito el tres de julio, al día siguiente del aniversario de la
fundación de este Monasterio, con gran gozo de mi alma. Ese mismo día en la noche,
vi en suenos a Nuestra Madre Santa Catalina con muchísimas religiosas, que venían
a la reja del coro a felicitarme. Ella estaba presidiendo el lugar que está en el
comulgatorio y me dijo:”Mira hija, al que tanta guerra te ha hecho”. Y miré al lugar
que me señalaba, que era hacia el otro lado de las ventanas del coro y vi a Malatasta
de foma como de un negro desnudo que se lo llevaba el aire y un plumero en su mal
formada cabeza. Después de una larga y alegre conversación que tuve con todas las
religiosas, desaparecieron, dejándome por muchos días muy regalada y consolada.
Tuve un noviciado muy feliz, de un año y profesé con igual felicidad.
Llevé la lana 23
desde que entré al Noviciado y también pude seguir el ayuno con
gran gozo mío sin extrañar nada y mi salud fue muy buena.
21
Sacerdote del clero secular, nacido en Córdoba el 26 de octubre de l.797,
creado Obispo el 23 de diciembre de l.858, recibió la consagración episcopal en Paraná, el 7 de
agosto de l859. Murió en Córdoba, el 3l de agosto de l873.- 22
Refectorio: Lugar donde comen las monjas. 23
anteriormente, toda la ropa de las monjas era de lana hilada a mano, tejida en
telar. Después, como se puso muy cara, se pidió dispensa para no seguir usándole, porque se estimó
que era falta de pobreza.
56
Al año de profesar, en el día de la fiesta de la Visitación, el dos de julio de l869,
recibí un favor meditando y leyendo acerca de la humildad de la Santísima Virgen;
antes de la hora de tercia24
, comencé a sentir tan bajamente de mí y a gozarme y
felicitarme tanto de que Dios hubiera enriquecido de la virtud de la humildad a la
Virgen, que del deseo de alcanzar yo esta virtud me sentí toda bañada en un gozo
rico y dulce, y toda yo comencé a desfallecer y como si me derritiese toda. Y
comprendí tan altas y grandes cosas sobre la grandeza y el poder de Dios, el cual se
manifestaba en haber creado a la Santísima Virgen tan bella, que era el adorno y la
belleza del Cielo, la Madre y Mediadora de los mortales, la alegría y la gloria del
mismo Dios. Esto es lo único que puedo decir de este favor, lo demás que mi alma
gozó y comprendió no lo sé decir, y se despertaron en mi tantos afectos y
sentimiemtos tan tiernos para con mi Madre y Señora, que pasó el sermón, la Misa y
la procesión del Corpus y yo no supe lo que pasó. Después de este regalo de Dios,
me vinieron las lágrimas de amor, de reconocimiento y gratitud, de aniquilamiento y
conocimiento de mi nada y contrición de mis pecados, deseo de la gloria de Dios y la
salvación de las almas. Me vinieron deseos de padecer o de hacer algún acto de
humildad en honor de la Virgen, pues me dejó tan enseñada esta virtud de la
humildad, que deseaba las humillaciones. Le pedí a la Virgen de que si era de Dios
todo aquello que me sucedió, me mandase alguna humillación aquel día, y me
concedió el deseo.
Era ropera25
una hermana lega26
,que a Ud. Padre no le es desconocida, y fui a
pedirle que me hiciera el favor de proporcionarme cierta ropa limpia y me recibió tan
mal, con gritos y palabras injuriosas. Oyó la Priora27
aquel griterío y fue a ver lo que
ocurría. Yo sentí mucho que la Priora conociera aquello, porque yo me estaba
gozando de aquel rato tan feliz para mí, pues quedé muy asegurada del favor que
recibí del Señor a la mañana; primero, porque me envió la humillación que pedí ese
mismo día; y lo otro porque lejos de irritarme, de resentirme o desedificarme de
aquella hermana, lo sufrí con amor y paciencia, con silencio y humildad. Le dí
muchas gracias al Señor por el beneficio que me hacía y Nuestro Señor señaló a esa
hermana, para que me labrase mi corona en el Monasterio.
Nuestro Señor me quitó el confesor de la Orden al año de profesar, y no quedó,
como Ud. sabe, ningún confesor dominico y estuve un año sin confesor y cuando
mis hermanas me decían hasta cuando iba a estar sin confesor, le respondía que no
estaba en Córdoba el que iba a ser mi confesor.
Yo le pedí al Señor y a Nuestro Padre que me diesen un confesor jesuita a la
medida de la necesidad de mi alma, hasta que hubiera de la Orden, y cuando hubiera
de la Orden me quitase el jesuita, si era su voluntad. Llegó un Padre jesuita de otra
24
Una de las horas canónicas del Oficio Divino, que se reza alrededor de las 9
hs. Haciendo presente el misterio de la venida del Espíritu Santo. 25
Hermana encargada del cuidado y aseo de la ropa de las monjas. 26
Hermana lega: antiguamente había dos categoría de monjas: las monjas de
coro, como lo fue Sor Leonor, que entraban con dote y rezaban todo el Oficio Divino y las legas que
rezaban menos cantidad de oraciones y se ocupaban de todo el trabajo más humilde de la casa:
cocina, huerta, etc. 27
Nombre que se le da en nuestra Orden a la superiora de una Comunidad.
57
parte y lo mandaron a que nos diese los ejercicios. Estando en ellos un día martes en
la plática, oí una voz interior pero tan clara como si la oyese con los oidos del
cuerpo, que me decía: “este es tu confesor”. Yo dudé y me pareció una cosa muy
difícil, porque nunca el superior quiso permitir que viniesen dos confesores jesuitas.
Pero sucedió que retiraron al confesor que estaba y ponen al que me anunció la voz.
Mucha seguridad me quedó de que esto venía de Dios y que así lo quería el Señor.
Era muy afecto a Nuestra Orden y cuidaba mucho de que creciese cada día mi
afecto a ella y cuando me notaba alegría por mi amor a la Orden, se llenaba de gusto
y me decía que cuando él me faltase, tuviese confesor dominico.
Conocí también que Dios y Nuestro Padre me mandaron este confesor según la
necesidad de mi alma, para que me hiciera conocer los favores que El me daba, los
apreciase y correspondiese con mi vida de fidelidad. Yo no pensé comunicarle nada
más que mis pecados, pero él como inspirado por Dios me averiguó y trató de saber
todo, y un año entero se preocupó con esmero particular en examinar y consultar
todo cuanto le comuniqué.
Cinco años me confesó y dirigió con gran interés y paciencia y en todo este
tiempo me hizo el Señor muy señalados favores en la oración, en el coro durante el
Oficio Divino, ejerciendo el oficio de enfermera y sacristana, en el sueño y en la
recreación. Cada favor que recibía se lo comunicaba todo a mi confesor, mil
experiencias y pruebas hizo para conocer la verdad de aquello, como era: mandarme
que deje la oración, cuando yo la quisiera hacer fuera de las horas del coro, que
resistiese a ciertos ímpetus o fervor de espíritu que me venían en muchos actos de
comunidad, que pidiese al Señor me quitase aquellas cosas y me hiciese tan común
como las demás que no sentían nada. Todo lo hice como él me lo mandó.
Me probó mucho, pero de una manera que nunca faltó la paz a mi espíritu; esto
cuidó mucho siempre, porque sin paz en el alma, no se puede merecer en las pruebas
y tribulaciones que Dios manda.
Especificaré ahora los favores que Dios me hacía: Desde que entraba al coro, ya
no me acordaba que había otras monjas allí, para mí se volvía Cielo aquel lugar, no
tenía distracciones, estaba toda embebida en Dios y llena de amor, confusión y
reconocimento decía: “¿quién eras y quien soy, donde estaba y donde estoy por la
gran misericordia de Dios?. Estoy en su templo y hasta yo misma soy su propio
templo. Haz Dios mío y Esposo mío que yo cumpla el fin para el cual me has traído a
tu casa”. Estos y otros muchos afectos inflamaban mi corazón, de una manera que no
cabían en mi pecho. Todo esto era derramando muchas lágrimas, puedo decir con
toda verdad que el amor divino me enfermaba y ésta era una enfermedad tan dulce y
sobremanera deleitosa. Comencé a sentir todos los días en vísperas28
esta santa
enfermedad, yo me quería distraer pero no podía resistir y me daba un
desfallecimiento tan grande en todo el cuerpo que casi me caía y me tenía que ir a la
celda29
y me acostaba hasta que se me pasaba. Esto era con tal dulzura de espíritu
que me decía a mí misma, alabando a Dios: “¡dichosa enfermedad!”.
28
Una de las horas canónicas del Oficio Divino que se reza a la tarde. 29
La habitación de la monja.
58
Me mandó el Padre que le pidiera al Señor que me la quitase, que no me hiciera
ningún favor singular en público, se lo pedí muy de veras y poco a poco me la fue
quitando y no he sentido más ese afecto.
Siendo enfermera, cuando más tenía que hacer con las enfermas, más alegría
sentía en mi alma; nunca omití sacrificio para poder aliviarlas y consolarlas y nuestro
Señor me manifestaba tanto agrado en ésto, que muchas veces estando aliviando a
alguna enferma, me enviaba una lluvia de delicias a mi alma, que no podía ni estaba
en mí contenerla.
En ese tiempo había una enferma, una hermana lega que casi no comulgaba, y
permitió Dios para su enmienda, que se le fijase la mandíbula tan fuertemente que ni
alimento líquido podía pasar. Por el hueco de un diente que le faltaba, se le echaba
un poquito de caldo y estuvo en manos del médico más de dos meses, hasta dos días
antes de la fiesta de Corpus Christi. Estaba yo de turno en la enfermería y la encontré
muy triste, llorando, porque se acordaba de que durante todo el novenario de Corpus
íbamos a comulgar todas y que solo ella no tendría esa dicha. Yo le dije: “bien, pues,
hermana, por eso debemos lograr y comulgar cuando el Señor quiere y nos permite,
sin merecer que comulguemos; persuádase que este mal le ha enviado el Señor para
que desee comulgar y con esta reprensión quedará enseñada y temerosa. Yo le
prometo hacerla comulgar el día de Corpus con la ayuda del Señor y Nuestra
Madre”.
Fui a la Madre Priora y le pedí permiso para retirarle los remedios del médico y
hacerle otros yo. Hice el remedio que a mí me parreció conveniente y se lo apliqué,
apenas me retiré de la enferma y llegué al extremo de la celda, cuando me llamó y me
dijo: “¡milagro soror30
, milagro! ya estoy bien”. Esto fue el día anterior a la fiesta de
Corpus y seguí aplicándole el remedio hasta que quedó sana, la hice confesar y
comulgar el día de Corpus como se lo prometí para su consuelo, quedando ella muy
agradecida y enmendada.
Había otra religiosa anciana que se trastornó de escrúpulos,31
era muy pacífica,
no hacía mal a nadie, era muy ejemplar, y sobresalía en la virtud de la obediencia.
No se quería confesar pues decía que no tenía con qué pagarle al confesor, en esto
conocimos que estaba enferma; pero era muy exacta y fervorosa para rezar. Estando
yo de turno en la enfermería una semana, se puso muy enferma y yo la cuidaba y
acompañaba a toda hora. A otra religiosa lega muy piadosa le dije y le enseñé todo
lo que debía hacer para que conociese el estado de esta monjita anciana y le dije
también que le ofreciese confesor y me fui al coro a rezar. Allí le pedí a Nuestro
Señor y a Nuestra Madre que le volviese la razón a esa monja anciana y enferma, y se
la llevase preparada con todos los sacramentos. Cuando volví del coro, la encontré
alegre, cambiada, desde que oyó con mucha atención todo lo que la hermanita lega le
había dicho con respecto a la confesión. Se quedó un rato pensando y le dijo que le
pidiera confesor a la Madre Priora, que ella ya estaba para morir y con gran humildad
pidió perdón. Quedó en su completa razón, se confesó en seguida y el Padre le dio el
sacramento de la Unción. Apenas recibió la comunión murió en mis brazos, quedó
30
Sor: Hermana en francés. Soror: diminutivo. 31
escrúpulos:temor habitual, infundado y aparentemente insuperable, de haber
cometido o estar a punto de cometer un pecado grave.
59
su cuerpo como el de un ángel y lejos de causar terror y tristeza, infundía alegría a
todas.
Tuve una visión: vi arder Buenos Aires con una gran quemazón, me parecía que
llegaba hasta aquí. Y dije:”Buenos Aires se arde”. Me dijo una religiosa muy
asustada:”y viene llegando el fuego hasta aquí”. Yo le respondí:”No llegará”. Al año
siguiente, se cumplió todo: sucedió la quemazón del Colegio El Salvador de Buenos
Aires y fue cierto que casi llegó hasta aquí la maldad, pero por la misericordia de
Dios no sucedió nada aquí. (El incendio del Salvador fue el 28 de febrero de l875.
Cf. “Historia de la Iglesia en la Argentina”Tomo XI,pág.75.).-
Mi confesor me mandó que no hiciera oración en la celda, sin pedirle permiso;
me privó de hacerla algunos días, pero me hacía tanta falta como la comida. Aunque
hacía oración con toda la comunidad, con eso no me alcanzaba y en la celda sola con
Dios me iba muy bien.No estaba apegada a los consuelos, estoy segura de ésto y
comenzó el Padre a probarme, y un día estaba muy dudoso de que fuese cierto todo
lo que yo le había comunicado, me dijo que si yo juraría si fuese necesario, para
asegurar que era verdad que pasaban por mí todas esas cosas. No dudé un instante
en contestarle que sí, que era capaz de jurar y entonces él se quedó contento y en paz.
Al tiempo le escribí pidiéndole permiso para hacer mi oración en la celda y me
contestó que no. Yo me quedé conforme pero muy hambrienta de Dios. A la víspera
de la fiesta de la conversión de San Pablo, eran como las 13:45 hrs., me fui a la celda
y me acosté a descansar, era lo que el Padre me había mandado. Me acosté y sin
darme cuenta comencé a levantar mi espíritu al Señor, a descansar en El, y apenas lo
llamé vino a mí, ¿cómo explicar este favor tan grande, si no encuentro palabras y
toda yo soy incapaz? Me valdré de una comparación: con el amor y gozo que
abrazaría un padre a su hijo que por las autoridades hubiese estado en un lugar
incomunicado por muchos meses, y el día que lo vio y lo tuvo cerca, cuántos abrazos
le daría a su pobre hijo... así hizo Nuestro Señor conmigo, pues como no me dejaban
ir a El teniendo más oración, El vino a mí. Sentí en mí su divina presencia y
derramaba sobre mí su bondad y su dulzura. Me dejó como transformada en El, yo no
me sentía la que era, mi corazón y toda yo no era yo, me hizo una con El. Prorrumpí
en el más dulce llanto diciendo: “Señor y Dios mío ¿qué es lo que hace con la más
vil pecadora? ¿qué soy yo Señor para que vengas a mi de esta manera? No Señor, no
me hagas estas misericordias que no las merezco, hacedlas a quien te ama y sirve
mejor que yo, por tu Corazón humildísimo te suplico que enriquezcas mi pobre
corazón de esta preciosa virtud, y hazme a mi suelo para que todos pisen en él”.
Entonces me respondió el Señor: “Yo soy Dueño de mis gracias”y añadiendo un
nuevo favor, me sentí asida otra vez, como si me estrechase y uniese a su pecho,
haciendo sentir en mi alma afectos tan tiernos fuertes y ricos que no se pueden
explicar. Mis sollozos eran tantos cuanto el Señor fijaba mi alma en una atención
muy grande a lo que El hacía conmigo y yo solo me ocupaba en atender, conocer y
amar al que me creó y amó, deshecha en suspiros y lágrimas le daba gracias al Señor
por todo.
Reparando el peligro que en estos favores había, le pedí al Señor muy de veras
que no me los hiciera, para no poner en apuro a los confesores y tampoco para no ser
la burla de Satanás. Yo no cesaba de llorar y de hablar con mi Dios. Aunque era
60
verdad que yo sentía estas cosas, no sabía si eran producidas por la Verdad misma
que es Dios. Cuando acabé de rezar vísperas me quedé en el coro y llorando otra vez
le pedí a Nuestro Padre, que no permitiese que el demonio me engañase. Entonces oí
una voz que me dijo: “No temas, que soy yo” y quedé en una tranquilidad tan grande
que nunca me aflligí más.
Yo, para vivir tranquila a este respecto partía de este principio: el demonio es
tiniebla y no puede alumbrar mi alma en el conocimiento de la Verdad infinita y
eterna, y como enemigo de Dios no puede infundir amor a Dios, y éstos son unos de
los principales efectos y frutos que me dejan estos favores. El demonio es la misma
soberbia, por consiguiente mal puede enseñar e infundir en un corazón sentimientos
profundísimos de humildad. Y esta es una señal de que no es el demonio el autor de
dichos favores, porque jamás me levanto, sino que me abajo muy de corazón, más
abajo de la tierra, y muchas veces cuando me veo entre las demás monjas, creo que
yo no soy digna de estar entre ellas.
El demonio es padre de la disipación y enemigo del recogimiento y modestia y
los efectos que me dejan estos favores son recogimiento interior, gran compostura en
mis acciones, movimientos y modestia en la vista. En el hablar poco y con caridad y
cuando anda mal la oración, andan mal estos puntos. El demonio es enemigo de la
paz del alma interior y exterior, y no podrá comunicar paz porque el no la tiene ni
para fingirla y estos favores me dejan grandísima paz, fortaleza, paciencia, y
resignación con la voluntad de Dios; amor a mis prójimos, deseo de la mayor gloria
de Dios y la salvación de las almas. Y nada de esto creo que me pueda dar el
demonio si fuese él el autor de esos favores que acabo de decir.
Cuando comuniqué esto al Padre, ya cesaron sus dudas y me dejó en libertad
para que hiciera oración siempre que pudiese. Pero debo advertir cómo éstas
comunicaciones y favores me las ha hecho la bondad infinita del Señor, muchas
veces pero no muy seguido, tengo experimentado que antes de mandarme alguna
gran amargura, me fortalece y prepara con su visita y después de la tribulación
también, y uno de los buenos deseos que el Señor despierta en mi corazón cuando me
visita con algún consuelo, es el de padecer algo por su amor.
Pretendió tomar nuestro santo hábito una sobrina carnal y el Señor, muy pronto
de su pedido, mostró su voluntad desocupándole un lugar; yo lo dejé todo en manos
de Dios. Tuve una santa indiferencia en que fuese o no recibida mi sobrina. Pero
Nuestro Señor quiso que aquella alegría fuese mezclada con amargura. Yo sufría
mucho porque las monjas creían que mi sobrina era enferma y no estaban contentas
porque la Maestra de Novicias era su tía y creían que ella les ocultaría la verdad.
Para esa sospecha no había el menor motivo, porque a mí me constaba que no era
enferma, ni sufriría tampoco en el Noviciado indisposición alguna. Para que se
persuadiesen me pareció acertado aconsejar a mi tía que renunciara al oficio de
Maestra y pusieran otra del agrado de la Comunidad. Lo que hizo en seguida mi tía:
pusieron otra Maestra y era de las más aferradas a que mi sobrina era enferma, pero
se desengañó y quedaron todas tranquilas. A mí me mortificaban, diciéndome que yo
sabía que había sido enferma, pero el Señor salió por mí, pues pasaron seis años de
profesa sin sentir la menor indisposición y viendo muchas veces que hacía cosas y
desarreglos que eran para que se enfermase la más fuerte, no sentía nada, y siendo de
61
muy poco comer, tampoco tenía necesidad de interrumpir el ayuno, de todo ésto se
admiraban las mismas que tuvieron la idea que era enferma.
En este tiempo, en que sufría estas amarguras, vi en suenos una corona de oro,
en forma de palmas; es decir: la corona estaba formada de unas palamas de oro
riquísimo. Se me mostró en el Cielo y se me dijo que esa corona era mía y que al ser
formada de palmas, era porque yo había sufrido como mártir y que era la palma que
había ganado en mis triunfos por los padecimientos; quedando mi alma tan consolada
y humillada, al tiempo que quedé sobremanera consolada.
Para la profesión de las novicias, hay costumbre de vestir y engalanar un Niño
Jesús para que le pongan el velo a la que se desposa con El y el vestido que tenía era
muy viejo y feo y para la profesión de mi sobrina quise bordarle un vestido, para
cuyo fin encargué hilos de oro y el día quince de agosto, me escribe una amiga de
San Juan, mandándome unas piedras preciosas para el vestido del Esposito32
.El
mismo día en la noche,se me aparece el niño Jesús en sueños, en el jardín,
diciéndome con mucha bondad y carino y con cierta sonrisa, que venía a que le
pusiera el vestido que había bordado. Yo llevé el vestido al jardín y de rodillas, lo
vestí con gran reverencia y amor. Para entrarle las manitos en las mangas, se las tomé
y besé primero; mi alma deshecha de gozo... cuando acabé de acomodarle el vestido,
me dijo: “Y la capa,pues?”. Yo, sin acordarme que no tenía capa, entré a la celda a
buscarla y regresé adonde estaba el Niño y no lo encontré. Llena de pena lo busqué,
entonces se me abrió una puerta muy grande y desconocida para mí. Miré y busqué al
Divino Niño por esa puerta y vi una procesión hermosísima, celebrando la Asunción
de Nuestra Señora. Los Santos iban riquísimamente vestidos, y todo con maravilloso
orden, majestad y hermosura; no era de este mundo. ¡Qué multitud!.¡Qué vestimentas
tan ricas las que llevaban los Papas, Cardenales, y Obispos!.No se veía más que oro y
piedras brillantes y hermosas, pero el Niño se me perdió en la multitud. Pero entendí
que llí andaba con el vestido y desperté tan gozosa, como que venía de una festividad
del Cielo.
Pasaron tres años sin haber sufrido mayor cosa en la religión, la Priora33
que
estaba me quería mucho y me ayudó a llevar adelante todos mis deseos de hacer lo
mejor; pero yo no podía vivir sin sufrir y pensé que siendo yo tan querida, no podría
ejercitar las virtudes para merecer y vencerme. Y que sin que nos labren, no
podríamos saber si somos capaces de padecer algo por amor de Dios y le pedí al
Señor que la Priora que saliese elegida, que no me quisiera tanto, para tener algo para
sufrir. Un mes antes del Capítulo comencé a presentir sufrimientos, cierta pena y
opresión de corazón, que me hacía suspirar mucho, pues así me suele avisar el
corazón que algo me espera. Todo sucedió como lo pedí y presentí, la Priora que
elegimos en Comunidad hizo rarezas conmigo, me humillaba a cada momento; como
yo no recibía a nadie de visita en el locutorio, me mandó que hiciera todo lo que
hacían todas, yo le obedecí. Ni por el hecho de que humillara, dejé de tratarla con la
confianza de madre, nunca me retraje de ella ni de ninguna Priora, con todas soy
32
Esposito: diminutivo de Esposo. (Jesús). 33
Era priora cuando Isora Ocampo entró al Monasterio, Sor Josefa Catalina de
Jesús y de María Alvarez y Las Casas. Su nombre de bautismo era Josefa del Carmen, había tomado
el hábito el 19-8-1840 y había profesado el 29-8-41. Fue elegida priora el 7 de agosto de 1866.
62
franca y deferente: yo tenía tal contento de lo que me pasaba que me reía sola del
placer y deber con la exactitud que me concedía el Señor lo que le pedía.
Sufrí mucho a causa de mi sobrina, pues se dio mucho y tomó estrechísima
amistad con otra monja que era muy poco observante, de un natural arrogante y
consentido, muy poco dócil a los avisos de las demás hermanas. Comenzamos a
notar un cambio en la conducta de mi sobrina y veíamos una copia viva de la otra
monja y se ponían peor las dos cuando se las corregía. Tuve tan gran dolor, que no sé
como expresar la amargura de mi corazón; y un día de los más amargados, vi en
sueños al Niño Jesús chiquito, acostadito encima de mi cama y yo sentada al lado
muy triste, el Niño se enderezó un poquito e inclinado hacia mí me hacía cariños
para que yo me animase y consolase, y así fue, desperté tan consolada pues me hizo
una misericordia tan grande, que fue el quitarme el afecto natural que tenía hacia mi
sobrina y me dejó en una total indiferencia, como si ella fuese una monja más.
Pretende el hábito una joven viuda, que aunque llena de cualidades que la
hacían apreciable para ser monja, tenía un inconveniente, que según nuestras
constituciones no debía ser aceptada al menos sin haber mucha necesidad de monjas.
Este inconveniente lo podía dispensar el Obispo, en caso de que la comunidad lo
quisiera y lo pidiera. La Comunidad no lo creyó necesario, pues éramos cuarenta
monjas y se la rechazó en la votación. Yo estaba en un conflicto pues no sabía si dar
o negar mi voto a la joven, solo quería conocer la voluntad de Dios y yo deseaba que
El me la inspirase, me veía muy afligida y no sabía lo que debía hacer y oí una voz
que me dijo: “descansa en tu ley” y comprendí que esto quería decir que obrando yo
con el recto fin de cumplir con nuestras Constituciones, cumplía la voluntad de Dios.
Me quedé en una claridad, paz y tranquilidad tan grande, que no me turbé en hacer lo
que hice en la votación.
Muere una tía mía, Sor Cándida Rosa de los Dolores, la sentí y lloré mucho. En
la hora de la muerte tuvo tentaciones de desesperación y me decía que me acercase y
le hablara mucho sobre la confianza en Dios, que la alentara, que era fuertemente
tentada. Así lo hice. Tuvo un paroxismo y cuando volvió en sí dijo: “¡gloria, gloria!”
estaba muy contenta y al día siguiente que era viernes murió a las tres de la tarde. El
sábado a la siesta, a pesar de una natural pena que yo tenía por su muerte, rendida
por la mala noche que pasé, me dormí. En sueños vi la celda llena de una claridad
extraordinaria, una luz tan blanca y brillante que excedía a la luz del sol, una luz que
alegraba, yo no sabía lo que era, pero comprendí que aquella claridad era la de la
gloria. Cuando desperté ya no tenía la pena que antes tenía por la muerte de mi tía,
desperté muy contenta y con la certidumbre de que mi tía había entrado gloriosa a la
celda. Le pedí a ella que me alcanzara del Señor algún favor, en seña de que estaba
en la gloria. Al día siguiente que era domingo, durante la Misa recibí un favor muy
grande. Sin acordarme de lo que le había pedido a mi tía, me sentí visitada por el
Señor, sentí en lo íntimo de mi alma la dulce presencia de Dios y como si cayese
sobre mi cabeza y me bañase toda, un rocío celestial que llenaba mi alma de un rica
suavidad, que me derretía toda y dije llorando de consuelo y amor a mi Dios: “¿de
dónde a mí tanta dicha, qué he hecho yo Señor y Dios mío para que merezca tu
favor?”. Estos y otros afectos ardientes se arrancaban de mi corazón, pues tenía
dentro de mí, al mismo Amor. ¡Qué gozo tan exquisito! Cuando pasó ésto, fue como
63
si me dijeran: “éste es el favor que has pedido” quedé muy segura y alegre porque
mi tía ya estaba en el Cielo.
Se me olvidó decir ésto en su lugar y no quiero omitirlo. Siendo yo novicia vi
en sueños a mi padre en el Purgatorio, no se veían llamas de fuego, sino un calor
muy grande. Le pregunté que hacía allí y me dijo: “estoy en este Purgatorio, hija, por
haber sido negligente en aquello que tú solías decirme que hiciera”. Lo que yo le
solía decir era que no dejase pasar tanto tiempo sin confesarse, que a mí me afligía
mucho y en realidad era pura negligencia de él y no maldad.
Al día siguiente teníamos que comulgar, y lo ofrecí por él y pedí a muchas de
mis hermanas que ofrezcan la comunión por mi padre. Más tarde fue al Noviciado
una hermana lega hortelana muy santita y le pedí que me encomendase en sus
oraciones a mi padre, me lo prometió y también me dijo que iba a rezar las tres partes
del rosario; y cuanto bueno hiciere aquel día lo ofrecería por él. En la noche, en
sueños, lo veo otra vez a mi padre, acompañado con un ángel, vestido de un color
como el del ángel con una ropa tan blanca y fina, que parecía cristal, estaba muy
contento, no me dijo nada, me hizo comprender que ya estaba glorioso. Fue muy
grande mi consuelo y desde entonces, tengo grandísima fe en la oración de mis
hermanas. En mí misma lo he experimentado muchas veces, cuando me he visto muy
afligida se lo he manifestado (a las monjas) y les he pedido que me ayuden y en
seguida he comprendido que Dios las escucha y ésto me hace amarlas mucho.
Un día, me quedé sin rezar el rosario por mucha ocupación que tuve en el
momento en que debía rezarlo y después, me olvidé. A la noche después de
maitines34
, tenía mucho sueño y al acostarme, me acuerdo de que no había rezado el
rosario, pero no podía porque el sueño me vencía. Pedí a la Santísima Virgen que me
perdonase, me acosté desconsolada porque no pude vencer el sueño y además estaba
sin el rosario pequeño, porque se me había cortado y el grande lo puse debajo de la
almohada. Apenas me dormí sentí que tembló la tierra, se me estremecía la cama y
había un ruido o estrépito espantoso y junto con el ruido veo al lado de la cama en el
aire, un demonio en forma de viborón tan deforme y feo, enroscado y que se movía
muchísimo. Me horroricé tanto que me quejé, y eché mano al rosario que tenía
debajo de la almohada, para ponérmelo en el cuello y en esto desperté. Mi sobrina,
que dormía a mi lado y otras monjas habían oído un ruido muy feo y extraño y no
sabían a qué atribuírlo ni qué pensar, pues parecía que me había caído desde muy
alto. Fue Satanás el del estrépito, me quedó un grandísimo horror hasta el día de hoy
y jamas me olvidaré de esto. Tal vez no hubiera hecho tanto caso a lo que me
sucedió, si no lo hubieran oído varias monjas que aún estaban despiertas. Al otro día
me preguntaron qué me había sucedido esa noche y me contaron lo que habían oído.
En una ocasión se me apareció Nuestro Señor vestido con nuestro hábito, al
verlo pensé que era Nuestro Padre Santo Domingo, pero la Majestad del Divino
Salvador no se puede desconocer ni ocultar. Yo me arrodillé delante del Señor y El
me hablaba íntimamente, y yo además de entenderle, me iba encendiendo tanto en el
divino Amor que El me llamó y yo me acerqué a El y El con su brazo derecho me
estrechó en su costado. El regalo de mi alma era tan grande que sobrepasaba a todos
33:Maitines: celebración del Oficio de Lecturas, que se hace a medianoche.
64
los anteriores, permanecí mucho tiempo abrasada a El y llena mi alma de luz divina,
comprendí, conocí y admiré el poder infinito de Dios, su grandeza y su amor sin
límites que tenía para con sus criaturas y cosas muy altas, que yo no sé decir porque
más son para sentir que para decir .Nuestro Señor me hacía conocer que no se
acordaba de mis pecados, que estaban todos borrados y que me amaba tanto.
Reconocida del infinito amor que Dios me tenía y de tan gran favor que estaba
recibiendo, reclinada tanto tiempo en el pecho de Jesús, se encendió tanto mi
corazón en el amor a Dios y tal familiaridad tuve con El, que en accesos de amor me
tomé del cuello de mi Señor que como un tierno padre me acariciaba. Todo era aquí
divino y grande. Estaba yo en estos dulces coloquios con El, cuando tocaron al coro
y entonces me soltó diciéndome: “Andate que te llaman” y ni un minuto más me
detuvo. Estas fueron las únicas palabras que pronunció, pero en todo el tiempo que
estuvo conmigo, hablaba mucho, pero no con palabras con sólo su poder hablaba y
obraba en mi corazón, alumbraba mi inteligencia, vació mi corazón y lo llenó de El
mismo y me hizo una misma cosa con El.
¡Oh !Padre! ¿cómo podrá un alma regalada de esta manera y con frecuencia
amar, con amor que no sea puro y santo, en Dios y para Dios?. Pues me alejan tanto
estas gracias de las cosas del mundo, que no tienen entrada en mi corazón cuando
asoman pensamientos que no correspondan a la limpieza de mi alma, las echo lejos
de mí y me queda un cierto dominio sobre mí misma. Estos y otros riquisimos efectos
me quedan tan provechosos, que no puedo menos que alabar a Dios. Ni tampoco me
queda duda ninguna, de que sea obra de Dios, pero como siempre es mejor temer, me
digo: “sea ésto lo que fuere, yo amo al Dios de Verdad que está en el Cielo, si éste
que yo veo es engaño, de esta manera no quedo engañada, por los efectos y frutos
que estos regalos y visitas me dejan”.
Yo someto mi juicio al suyo, en todo ésto pues me renuncio a mí misma.
En una ocasión quise mandar a una capilla de Sañogasta 35
unas estampas de las
catorce estaciones, para fomentarles la devoción en esa gente, al vía crucis. Y estaba
por salir un hermano mío para allá, y no tenía más días para acomodar las estampas
en los marcos, que el domingo, porque el lunes salía mi hermano. Me trajeron los
marcos un sábado muy tarde, cada marco con su cristal; el domingo ratifiqué mi
35
Se trata de la Capilla de “San Sebastián”, fundada por don Pedro Nicolás de
Brizuela, nacido en Sotoscueva-Provincia de Burgos, Espana; vino a América en 1632 con el
Gobernador del Río de la Plata don Pedro E. Dávila. Fue Regidor, Fiel ejecutor del Cabildo,
Teniente de Gobernador de la Gobernación del Tucumán’Visitador de las Encomiendas de La Rioja
y Londres; fue también Teniente General de Justicia Mayor y Capitán de Guerra de la Gobernación
de Asunción del Paraguay. En 1633 se casó en La Rioja con Mariana Doria, riojana; ambos
otorgaron testamento conjunto en La Rioja, fundando por ese acto en Mayorazgo sobre su hacienda
de San Sebastián de Sañogasta, vinculando a él un tercio de sus bienes, por valor de $6.400 y
llamando a su sucesión a sus hijos, en el orden que establecieron en dicho testamento. Murió en La
Rioja el 28 de abril de l674 y su mujer en Córdoba, 10 anos después. Fue un pionero en la fe,
trayendo de su Espana natal, la devoción a San Sebastián. Además de entronizar la imagen del
santo, tallada en madera por Berruguete, agregó otra devoción de fundamental importancia: Nuestra
Senora de la Candelaria, trayendo su imagen del Alto Perú. La capilla se conserva hasta el día de
hoy, con sus imágenes, ornamentos y demás servicio del Altar. Se encuentra ubicada en el lugar
denominada Ël Alto”, en Sañogasta.
65
intención y le ofrecí al Señor esta obra para santificar ese día de fiesta y trabajé
medio día. Me puse a lavar los cristales y sin darme cuenta pisé uno y se hizo añicos,
pero no me afligí. Dije: “Vos Señor mío me daréis otro para reemplazar éste,
haciendo que yo encuentre un cristal entre mis hermanas que corresponda al marco”.
Y seguí mi obra y cuando ya me faltaba uno solo para concluír, quise salir de la celda
a buscar un cristal y tomé el marco que quedó sin cristal para llevarlo, y encoentré
que tenía el cristal. Dios proveyó, sin que me costase buscarlo. Me quedé pasmada al
ver este portento, pero nunca lo he contado, solamente a mi confesor, cuando le dije
que había trabajado un domingo. Nuestro Señor me probó con alquel milagro que le
fue agradable aquella obra, de que hubiese trabajado para aumentar su gloria, para
provecho de muchas almas y corazones, que se ablandarían al ver la pasión del Señor
estampada en aquellos cuadros, y se le avivaría la fe.
En una ocasión, durante toda la Semana Santa , le pedí con mucha insistencia a
Nuestro Señor que me diese su amor. El lunes de Pascua, al hacer la genuflexión para
salir del coro, vi delante de mí una gran luz, pero no con los ojos del cuerpo sino con
los del alma. Con mi entendimiento vi y entendí que esa luz era Jesús Resucitado y
tuve una alegre sorpresa y sonriendo dije: “¡Oh! ¿de dónde a mi esta dicha?” y me
detuvo la luz y no me dejó salir. Me quedé allí en los más dulces coloquios, tan
entretenida con mi Jesús, tan gratas y afectuosas lágrimas de amor derramaba hasta
que me despedí de El porque tocaban al refectorio. Estuve más de una hora y me
pareció un instante.
Otra vez, estando el padre en Roma, yo no sabía que pensaba volver y estando
en la oración de la tarde, sin que pensase yo en él, me dijo una voz interior: “Fray
Reginaldo será tu confesor”. Yo contenta dije inmediatamente: “Sí Señor, traémelo”.
Y no sabía de qué manera podía suceder ésto cuando ni noticia tenía de que viniese.
Otro día estaba también en la oración de la tarde, en el coro una voz
entusiasmada, interior como cuando una persona da una alegre noticia, me dijo: “fr.
Reginaldo va a ser Obispo”. Yo también sentí el mismo entusiasmo, estaba tan
segura de que se me había dicho ésto que si fue el enemigo, no lo sé, si fue de Dios,
se cumplirá36
.
Otro día vi en sueños a la Santísima Virgen del Rosario, como de la edad de
quince años, como una rosa de linda, su vestido blanco lleno de rosas y se paró
delante de una mesa, tomó una piedra del tamaño y figura de un durazno y un
martillo y me dijo: “Mira hija así has de ser golpeada, como yo golpeo esta piedra,
para que quede tu alma tan hermosa y brillante como esta piedra”. Y le daba golpes
con el martillo, por todos lados, e iba quedando tan rica y brillante, que parecía que
con cada martillazo que le daba la ponía como un diamante y cada diamante brillaba
como una estrella. Cuando concluyó de golpearla, quedó más grande y más rica, la
tomó y me dijo: “Veis aquí a tu alma, así ha de ser labrada con golpes de martillo de
los trabajos y humillaciones”. Se me desapareció, pero en seguida, se me apareció
también en sueños nuestra Madre Santa Catalina, de rodillas, con los ojos bajos en
36
Confróntese el libro “Monseñor fray Reginaldo Toro O.P. obispo de Córdoba
Argentina 1839-1904” del Rdo. Padre Fr. Rubén González O.P. Editorial El Liberal, de Santiago del
Estero, 1988.
66
profunda oración. Yo comprendí el sentido de ésto, que me preparase para padecer,
con mucha oración.
Ya había llegado el padre Reginaldo de Roma y lo habían pedido de confesor
acá y yo no sabía. De esta manera se cumple lo que la voz me había anunciado de
que sería mi confesor.
Dios permitió que yo estuviese muy inquieta y atribulada y comencé a padecer
mucho, de modo desesperante. En una siesta me veía hecha una de las criaturas más
angustiada y afligida. Tuve un impulso de tomar un Cristo, pero como solo tenía una
estampa, hice la señal de la cruz con la mano y la besé diciendo con mucha fe y
afecto: “Cruz Santa, yo te amo, te adoro y adopto para siempre”. Y dejando mi alma
muy despejada, y con mucha paz, se fueron las tinieblas y el espíritu de inquietud y
aunque seguí padeciendo y llorando, pero fue con mucha paz y suma resignación,
acordándome que éstos eran los martillazos que labraban la piedra de mi alma.
Dije yo en mi interior: “no impediré que Dios labre mi alma y la hermoseen los
trabajos y las humillaciones; estoy dispuesta a pasar por todo, porque estoy segura
que esta es la voluntad de Dios”.
Llegaron los ejercicios espirituales y durante los mismos, padecí otra crisis
igual a la que ya he contado y nada podía decir. Me hallaba en las amarguras más
grandes que puede encontrarse un alma, hice de cuenta que no tenía más confesor
que Dios y fui al coro a desahogarme con Jesús sacramentado, tomé el librito de la
Imitación de Cristo y le pedí al Señor que por medio de él me hablase y aliviase mi
pena. Así lo hizo la infinita bondad del Señor, leí, abriendo al azar y me habló Dios a
mi corazón, con la primera palabra quedé tan tranquila y conforme con la voluntad
de Dios, que se alegraba mi alma de padecer por El. Me enternecí tanto, que las
lágrimas de aflicción y pena se trocaron en gozo. Una monja de corazón compasivo,
y que éramos muy compañeras y además nos confesábamos las dos con el mismo
Padre, viéndome llorar tanto, pensó que era de aflicción y pena. Me hizo salir del
coro y me dijo que le escribiese al Padre y lo llamase, yo le dije que ya no lo
necesitaba, que Dios había remediado mi necesidad y que lloraba de puro gozo, al
ver lo que Dios hacía conmigo.
Un día de Corpus en sueños me vi sentada en una pequeña montaña formada de
espigas de trigo y entre esa paja de trigo, se esparcían ríos de agua cristalina para
todos los lados del mundo. Yo miraba y contemplaba muy atentamente las gracias y
misericordias que Dios nuestro Señor derramaba sobre el mundo, a través del
Santísimo Sacramento, a la manera de aquellos ríos de agua. Esto encendió tanto mi
corazón en el amor a Divino Sacramento, que me dejó una dulce memoria para
siempre, pues cuando voy a comulgar me acuerdo y ésto me despierta y enfervoriza
mi voluntad, para recibir a Dios.
Llegó el día de Pentecostés y al otro día debía salir el padre Reginaldo para el
Rodeo, estando en misa ese día, visitó mi indigna alma el Espíritu Santo, con un
rocío celestial, sobremanera suave y dulce, junto con un mar de lágrimas. En esta
comunicación, entendí que Nuestro Señor lo tenía y miraba al Padre Reginaldo para
cosas grandes, y otras cosas más que el tiempo las irá diciendo. Dios me impulsaba a
pedir lo que quisiera, yo alabé al Señor por ésto, le di muchas gracias y pedí por el
Padre Reginaldo que era mi luz y mi guía.
67
Le pedí que lo bendijese, lo llenase de sus gracias, y cuanto él sabía que podía
el Padre necesitar, para que le fuese agradable a sus ojos. Esto fue tan largo, que se
acabó la misa cantamos Tercia y aún yo no podía contener los sollozos y sufrí una
grandísima vergüenza. Pedí también por nuestra Orden, y le dí gracias a Dios porque
se había dignado engrandecerla por los méritos de Nuestro Padre Santo Domingo, y
también por que hizo la misericordia de hacerme pertenecer a ella.
Me olvidé decir en su momento esta otra visión: Días antes del Capítulo en que
salió elegida Priora la Madre N. N., mi ángel me mostró dos cruces grandes, una era
larga y delgada, la otra muy gruesa y pesada. Me paré a mirarlas y aceptándolas
afectuosa y resignadamente, comprendí que aquellas cruces significaban: una el
oficio que me tocaría en el nuevo priorato y que me haría sufrir, la otra creí que sería
algún trabajo que aún no sabía, pero después lo comprendí, cuando tuve que sufrir
todo lo que me vino en el oficio de ayudante de la procuradora. Digo trabajos, por las
muchas pesadumbres que tuve, padecí malos tratos, y particularmente de una
hermana; tantas injurias me decía y dice aún hoy en mi presencia, que sólo porque
era destinada por la divina Providencia para que me haga merecer, podía decirme
tales cosas. No se contentaba con decírmelo solamente a mí, me difamaba a gritos
para que oyesen todas: varios testimonios me levantaron algunas, que tenían
ascendiente con la Priora y me indisponían con ella y mil veces me hicieron
reprender injustamente, hasta desconfiar de mi honradez y delicadeza en el manejo
de las cosas que tenía a mi cuidado. Que siendo yo de tan vil condición, engañaba a
todos mis confesores, que yo me creía que era algo importante y no les decía mis
maldades, éstas y otras cosas sin número tan ofensivas que podían haberme resentido
alguna vez, pero jamás hice otra cosa que contemplar la cruz que me mostró mi ángel
y la adoraba espiritualmente todo el día y le daba gracias al Señor porque me
concedía en ésto lo que tantas veces le pedí: que me hiciera suelo para que todos me
pisaran, pues solo eso merecía y no los favores que El me hacía. Nada de dichas
amarguras me turbaron, pero algunas veces me hicieron derramar lágrimas.
En la misma época le inspiró el Señor al Padre, que me labrase también con
muchas amarguras, y éstas me fueron casi insoportables.
En este tiempo había una novicia de muy bellas y santas cualidades, todas muy
ventajosas para la religión y para ejemplo de todas. Durante todo el año de su
noviciado había tenido muy fuertes tentaciones de irse y cuando ya se acercaba la
profesión, fue peor. Ya estaba decidida a salirse y no bastaban razones del confesor y
de otros sacerdotes a quienes ella consultaba. Pero nada de esto que pasaba lo sabía y
en sueños lo supe de ésta manera: vi a la imagen de Nuestra Señora del Noviciado,
que delante de mi levantó los ojos al cielo y dio un suspiro muy sentido y volvió a
bajar los ojos profundamente, y con sus manos puestas en el pecho. Luego vi a la
imagen de Santa Rosa, que estaba también en la capilla del Noviciado y una estampa
de Nuestra Madre Santa Catalina e hicieron lo mismo que la Santísima Virgen,
levantaron los ojos y las manos al cielo y dieron suspiro, manifestando un profundo
dolor. Yo comprendí que algo pasaba en la novicia, y luego de ésto vi dos demonios
en forma de hombres disfrazados, que daban salto de gozo, golpeaban las manos de
gozo, como que tenía un triunfo seguro, y aquí lo comprendí todo. Al otro día tuve
ocasión, y aunque no hablamos a las novicias las profesas, sin permiso de la Maestra,
68
pero me pareció conveniente hablarle y le dije: “mire, cuidado con hacerme llorar a
la Virgen, Ud. le está dando pena a la Virgen”, hizo mucha fuerza en ella estas
palabras, porque ella no había dicho lo que le pasaba y quedó muy intrigada. El
mismo día en otra oportunidad que tuve y Dios me la proporcionó a la novicia y le
dije: “mire, mandinga ha hecho un baile de gusto por eso que Ud. está por hacer”. Y
yo no sabía nada más que lo que por la visión tuve, fue asombrada y le dijo a la
Maestra de Novicias, que era la única que sabía sus preocupaciones además de la
Priora, y le dijo: “mi Maestra, vea lo que me dice Sor Leonor, si ésto es así, yo no
quiero darle pena a la Virgen”. Me buscó la Maestra y me preguntó que quién me
había dicho tal cosa, yo le dije que nadie, que nunca me hubiera imaginado tal cosa;
entonces le conté lo que me pasó en la visión y ella me tuvo que confesar la verdad
de lo que ocurría. La tentación se calmó; pero le volvió con fuerzas e hicimos una
novena a Nuestro Padre para que la librase de esta tentación tan grande. Al fin de la
novena fue el día más desesperado que tuvo y el Obispo vino dispuesto a abrirle la
puerta para que se fuese. En esto se presentó el Padre Reginaldo y fue la novicia a
consultarle, y allí lo perdió todo Satanás porque salió ella loca de contenta.
Diré ahora las cosas o Providencia de Dios para conmigo, en pequeños deseos o
peticiones concedidas en el mismo momento de desearlas. La víspera del día del
Corazón de Jesús, tuve deseos de una estampa de El, y le pedí a Nuestro Señor que
inspirase a alguna persona para que le diesen al Monasterio o a mí una estampa y les
dije a algunas monjas que estaban buscando estampas para relicarios, que si alguien
me mandaba alguna estampa del Corazón de Jesús no me la pidiesen, porque no se
las iba a dar, porque yo estaba rogando para tener una. Al otro día mandan de regalo
a la Comunidad un cuadro que ahora está en el altar de las reliquias, bellísimo para
mi gusto y tal cual yo lo deseaba.37
Otro día, andaba con necesidad de un poco de hilo de lana para hacer el cordón
bendito de Santo Tomás y al día siguiente, cuando abrieron la puerta, la primera
persona que vino al torno, le trajo a una monja una madeja de hilo de lana. Salió la
monja a ofrecerlo, porque ella no lo necesitaba y con la primera monja que se
encontró fue conmigo y me lo ofreció y le dije: “ cómo no, si para mí lo traen,
porque yo lo necesitaba.”
Otra vez tuve deseos de tener un librito de meditación y un día vino un
extranjero, y me trajo el libro, sin haber tenido la menor noticia de que yo tenía tal
deseo.
Otro día estaba con gran necesidad de comer naranja, porque sentía un gran
calor interior y lo padecía todos los años en el mes de agosto. Era una sed insaciable
y la naranja era lo que apetecía, pero no tenía. Me trajo naranjas una mujer pobrísima
y el día que comía la última naranja, venía la mujer con más naranjas. Yo no comía
más que una cada día y no se lo decía, y le mandaba a que no hiciese ese sacrificio,
porque a sus hijos les hacía falta.
En otra ocasión oyendo que el Padre Reginaldo no podía dormir de noche, por
el trabajo que tenía de tanto escribir, y no tenía siquiera el alivio de descansar. Me
dio mucha compasión y le recé una novena a Nuestra Madre Santa Catalina, al fin de
37
actualmente se conserva ese cuadro, en el mismo lugar de la Sacristía.
69
alcanzar de ella esta gracia de que le facilitase el sueño y lo hiciera dormir. Al poco
tiempo, por casualidad oi que ya dormía, me llené de gusto al saberlo, pues mi Santa
Madre se portaba tan bien con mi confesor.
Otro día, antes de que lo hicieran Provincial, oraba yo al Señor para que les
diese luz y acierto a todos los frailes para la elección y estando en la oración sentí
como si me dijeran: “fray Reginaldo será Provincial”. Yo no lo dudé ni un instante y
cuando llegó acá la noticia de que lo habían hecho Provincial, vino una monja a
decírmelo y yo le dije: “fray Reginaldo es Provincial”38
.
En lo últimos ejercicios espirituales que he tenido este año, después de una gran
desolación y sequedad de espíritu, reconociéndome muy digna y merecedora de todo
castigo, me ofrecí al Señor para que en esta vida me castigue, no me reserve ningún
sufrimiento. El último sábado de los ejercicios, estando desempeñando el oficio de
sacristana, me visitó la bondad infinita del Señor, enviándome un rayo de luz
interior, que alumbró mi alma y serenó mi afligido espíritu y con nuevo fervor me
ofrecí a sufrir cuanto me viniere de pesaroso y mortificante. Comprendí que esta
visita era una preparación que me daba el Señor, para alimentar mis fuerzas
espirituales y soportar así lo que me mandaría después. Así ha sucedido: ya van tres
meses que mi alma está en un purgatorio tan doloroso, que sólo Dios sabe lo que
estoy sufriendo. Desde el momento que me ofrecí a sufrir, comenzó Nuestro Señor a
disponer las cosas como para que padezca y mi corazón comenzó a presentir todo lo
que me vendría. Permitió el Señor que fuese terriblemente tentada, y ésto me tenía
tan abatida y triste, que pensé que el Señor me había olvidado y que vivía y
pertenecía al infierno. ¡Dios mío! ¡qué prueba tan dura! Comuniqué todo al confesor
y él me tranquilizó.
Unos días antes de que Ud. llegase de Buenos Aires, comencé a presentir que
iba a sufrir con su llegada, y tuve tal cobardía además de una angustia muy grande,
que comencé a temblar entera y le pedí al Señor fuerzas paras sufrir con paciencia y
sin ofensa suya. En nada me he engañado, todo ha sido sufrimiento desde que llegó
Ud.
Permitió el Señor que sufra otra peligrosísima tentación: se despertaron en mi
corazón sentimientos de tanta soberbia, de ira, de venganza, de odio contra Ud... ¡Oh
Dios mío! ¿qué es ésto Señor, qué es ésto? ¡tened misericordia de mí, ayudadme
Dios mío, no me dejes! ¿quién soy yo para ser tentada así? Estos sentimientos tan
perversos y malos, aunque eran propios de mi miseria, no nacían de mi corazón sino
del espíirtu malo que quería perderme. Después de una gran lucha conmigo misma,
de mucha oración y mortificación y con la ayuda de mis hermanas, que conociendo
mi estado de sufrimiento pedían a Dios por mí; vencí estos perversos sentimientos,
hasta que quedé en paz, y resignada y hecha una con la divina voluntad; aunque lloré
mucho estaba apacible y dije a mi Señor: “no soy digna Señor de beber este cáliz,
hágase tu voluntad y no la mía. Amén”.
Hasta aquí hablo con el reverendo Padre fray Reginaldo, Provincial dominico.
38
En noviembre de 1877 se celebró un Capítulo Provincial en la ciudad de Santa
Fe y e elegido Fr. Reginaldo Toro, de 38 años de edad. Es reelecto para un segundo período.
70
Ahora, con el gozo de mi alma me aplico a mí misma aquel versículo que dice:
“senteme a la sombra del que tanto había yo deseadoy su fruto es dulce a mi
paladar”.
Manifiesto lo últimamente ocurrido a mi actual confesor el Rdo. padre fray
José León Torres, mercedario.39
Con asombro le digo que todo lo que por dos veces me anunció Nuestro Señor
en sueños, de que me quitaría el confesor, se ha cumplido; sin dudas, que ya se
cumpliría el fin para el cual me dio ese confesor y por eso me lo ha quitado.
Después de las últimas tentaciones que he manifestado al confesor con quien
hablo en estos escritos, ocurrió ésto: con motivo de haberme afligido tanto en esas
tentaciones, tuve gran temor de la salvación de mi alma y me consumía sufriendo por
ésto. Una noche en sueños tuve una visión: se me dio una banderita pequeña y blanca
y en una punta tenía un letrero que decía: “te salvarás. Jesús” y en la otra punta tenía
otro letrero que decía: “te salvarás. María” y en el extremo de la bandera había otro
letrero que decía: “te salvarás, Domingo”.Qué consuelo recibió mi alma con estas
tres firmas o documentos, es inconcebible el efecto que hizo en mi corazón. ¡qué
acciones de gracias, qué amor, qué gratitud para con mi Dios! Porque El nos da, para
que le demos.
Efectos tan divinos me dejan estos sueños misteriosos, que no puedo menos que
creer que Dios sea el autor de ellos, yo lo dejo a su juicio, no sé qué pensar de ésto.
Yo sé que no se debe creer en sueños, pero también leo en los libros y en la vida de
los santos llenos de favores recibidos en sueños y aunque yo no soy, y muy lejos
estoy de ser como esas almas, cuando veo que se verifican las cosas, unas pronto y
otras más tarde, le aseguro Padre mío, que no sé qué me queda y éste no sé qué que
me queda, me da temor de que vaya yo a ser y estar ilusa.
Dos días antes de que muriese el Obispo Esquiú, inspirada por Dios hice una
palma como las que se hacen para el Domingo de Ramos. Era una palma muy blanca
y la adorné con adornos curiosos muy finos y negros, con una habilidad y gracia
ajena a mis aptitudes, formé una letra M con la cinta negra y la coloqué en medio de
la palma, con ricas y graciosas prendeduras, las llevé al recreo40
y las mostré a las
monjas, ellas se sorprendieron al verla y me preguntaron admiradas: ¿qué signifca
esta palma tan preciosa? ¿ a quién se la hizo, y para qué, ya que no es domingo de
Ramos? yo les respondí: “yo la hice y es para anunciar la muerte del que entra” y
ellas me preguntan ¿ y quién es el que viene? yo le respondí: “La letra negra lo
indica, pues quería decir Mamerto y al ser negra quería significar que entraría fray
39
El R.P.fray José León Torres, nació en Luyaba, Provincia de Córdoba, el l9 de
marzo de l849. Se consagró a Dios en la Orden de la Bienaventurada Virgen de la Merced, en la
cual emitió la Profesión Solemne en 1872. Al año siguiente recibió la Ordenación Sacerdotal. Fue
maestro de Novicios, Profesor de Teología, Vicario y Superior Provincial, Vicario General y
Visitador de la Provincia, Presidente de varios Capítulos Provinciales y delegado al Capítulo
General. En 1887 fundó en Córdoba la Congregación de las Hermanas Mercedarias del Niño Jesús.
Falleció el 15 de diciembre de l930. 40
Momento de expasión de las monjas, que se tienen dos veces al día, después
de las comidas principales, en los cuales se suprime el silencio habitual.
71
Mamerto Esquiú41
pero muerto y con palma. Y Ud. padre, sabe con qué palma entró.
Esto sucedió el mismo día que murió, que fue jueves si no estoy equivocada, y a la
noche de ese día se me apareció en sueños, parado con suma modestia y humildad,
me miró un rato con mucho agrado, y me hablaba a lo más íntimo de mi alma. Yo me
postré a sus pies tomándolo con las manos, diciéndole con un muy sentido llanto:
“alma santa, tanta falta que nos haces, ruega por nosotros”. Como él miraba, yo
comprendí muy bien que con su mirada me hablaba y me recordaba en primer lugar
una cosa que le escribí yo cuando él visitó este Monasterio; le decía en mi carta:
“muy inmerecido Padre nuestro, pronto, pronto antes de que Dios por mis grandes
pecados nos lo arrebate de entre nosotras, el día que menos pensemos, visítenos”.
Así ha sido, cinco meses antes de morir cerró la dichosa, deseada y santa visita.42
La
otra cosa por la que se me mostró con agrado fue para que yo entendiese, que mucho
habían agradado a Dios, las cosas que para bien nuestro, había yo hecho con él en la
visita. Todo ésto entendí que me decía su larga y amable mirada. Me dejó tan
consolada, pero dolorido mi corazón por el tesoro que perdíamos. Comprendí
también que su alma no padecía pena ninguna y por ello tuve un gran consuelo.
Hace cuatro meses que vi en sueños a un anciano muy respetable y bueno que
había venido de Buenos Aires y nos contó que había una Orden nueva del Sagrado
Corazón de Jesús y que venían religiosos de esa Orden a Buenos Aires. Para la
festividad este año de Nuestra Madre Santa Catalina vino un anciano tal como lo
soñé, era el padrino de consagración del Señor Obispo Esquiú, pasó al locutorio y
contó que habían llegado a Buenos Aires unos religiosos de la Orden del Corazón de
Jesús, confirmada por León XIII.
Un día, después que se cerró la visita que hizo el Señor Obispo Esquiú, a la
noche en sueños veo al Niño Jesús pequeñito en mis brazos, se me hizo muy pesado
después de un rato que lo tuve, y como yo notaba esto se reía el Niño con mucha
gracia, como si me invitase a alegrarme. Yo entendí que el hacerse pesadito era
porque yo iba a sufrir algo, por lo que hice en la visita por que Satanás perdió e
inspiró rabioso a algunas monjas que me mortificasen enojosamente, porque
sospechaban que yo era la que impedía ciertas cosas. La risa del Niño me quería
decir que sufriese con alegría todo lo que por esa causa me hiciesen, y así lo hice.
Otro día vi en sueños una alma bellísima, como quien se mira en un gran espejo;
esta alma estaba dotada de todas las gracias que Dios puede hacer a una criatura,
pero sobre todas las virtudes que la adornaban, una virtud sobresalía a las demás y
las ponía muy resplandecientes y era la humildad. Yo dije, al ver esta alma tan linda,
llena de santa envidia: “¡dichosa criatura, que así te ha adornado tu Creador”!. Yo no
conocí quién fuese pero cuando alabé a Dios, me confundí y humillé mucho,
conociendo mi nada y cuando el Señor me hizo conocer quién era esta dichosa alma,
me postré en el suelo con mayor confusión aún que antes y con sentimientos de una
gran humildad le dije a Nuestro Señor: “Señor, ¿cómo es esto si a una Santa Catalina
de Génova le mostraste su alma tan fea, que casi murió de espanto, y esa era santa y
41
Muere el 10 de enero de 1883. (Historia de la Iglesia en la Argentina,
Cayetano Bruno S.D.B) 42
En la Carpeta de Visitas Canónicas del Archivo del Monasterio, están las
Actas labradas por el mismo Sr. Obispo Esquiú, de fechas: 31/12/l88l y 28/4/l882.
72
te sabía amar? ¿cómo he de creer yo que esta alma que me muestras sea la mía que
soy una vil pecadora y que desperdicio tus gracias?” y le manifestaba todas mis
pobrezas; me respondió Nuestro Señor estas palabras: “es verdad hija que tienes
muchos defectos, pero tienes una virtud que excede a las demás y es la humildad que
borra todos tus defectos y adorna tu alma, de suerte que no te deja defecto alguno,
como lo has visto en el alma que te he mostrado”. Con esto, me hizo tal encomio de
esta virtud, que no me olvidaré jamás. Mucha verguenza tengo de referir esto pero
debo decirlo. Si ha sido el demonio y me ha querido hacer creer que soy algo, no lo
ha conseguido, pues amo más la virtud de la humildad que antes y la procuro
practicar en cuanto soy capaz de hacerlo.
Amén.
MUERTE DE SOR LEONOR
En el recuerdo de todas sus hermanas, estaba lo que ocurrió el día de
la Ascención al Cielo del Señor.
Estaba sor Leonor con las demás monjas en el coro, solemnizando
con el canto del oficio Divino, la Fiesta del Señor. Era tal el deseo de que la muerte
abriera para ella las puertas del Cielo, que anhelaba morir aquél día. Eran las tres de
la tarde. Y cuando hubo terminado la celebración litúrgica, no pudo contener los
sollozos...las monjas creyeron que se trataba de algun malestar físico, y le
preguntaron qué le pasaba:
-”¿No ven cómo se ha ido y me ha dejado?” -Contestó entre suspiros
y sollozos.
Ya no podía vivir por más tiempo en la tierra.
Ella deseaba morir el día de la Ascención del Señor, o el día de la
Asunción de Nuestra Señora, dos días muy significativos, para ir a morar para
siempre con Dios. Pero el Señor se dignó llevarla el día que la Iglesia celebra a los
Santos Inocentes: el veintiocho de diciembre de l900.
Transcribimos, a continuación, la necrología de sor Leonor, tomada
del Libro respectivo, folio 34, que se guarda en el Archivo del Monasterio:
“Soror Leonor de Santa maría, tomó el santo hábito el 3 de julio de
l868 a la edad de 26 años y profesó el 7 de julio de l869. Fue una religiosa que
poseyó las virtudes especialmente recomendadas por Dios Nuestro Señor, la
mansedumbre y la humildad y éstas, hacían que recibiera los acontecimientos
73
adversos de la vida, por más adversos que fueran, con una paz y serenidad
edificantes. Desempeñó los oficios de sacristana, enfermera y otros semejantes y
siempre se la veía alegre y contenta en donde la obediencia la colocaba. Amaba
mucho a nuestra Sga.Orden y desde joven deseó consagrarse al Señor en ella, pero
algunos inconvenientes que no pudo vencer, la hicieron dilatar su venida hasta la
edad expresada. Llevó con mucha paciencia los achaques que padeció en su salud,
sin dejar de seguir con la comunidad en sus austeridades; últimamente, atacada de
una pulmonía que duró como dos meses y conociendo se acercaba la muerte que
tanto deseaba, pidió se dijera una Misa en la Capilla de la enfermería, como se
verificó el día de Navidad, en que también comulgó con mucha devoción y fue la
última vez que recibió a Nuestro Señor porque tres días después, le vino un acceso
de tos que acabó con su preciosa vida, sin que se hubiera conocido que había
proximidad. Falleció el veintiocho de diciembre de l900 “.-
TESTIMONIOS
Carta de la Rda. Superiora Gral. De las HH. Mercedarias
Ave María
“El concepto que nuestro Rdo. Padre Fundador tenía formado de sor
Leonor (monja catalina) de quien fue confesor y director algunos años, fue el de que
era una santa, bajo el velo de la más profunda humildad. Y en esta virtud fue
continuamente probada por él, especialmente en la época en que planeaba
secretamente la fundación. En esta ocasión fue cuando ella le contó aquél sueño o
visión de “las palomitas blancas que veía posarse en las manos de Ntro santo Padre y
él les daba de comer”.Relato que fue escuchado, por cierto, con vivo interés, pero la
rechazó con energía, llamándola soberbia,....etc...etc...y la mandó fuera, a pedir
misericordia y perdón de rodillas ante Jesús Sacramentado, por su gran soberbia de
considerarse digna de tener visiones. Obedeció pronta y humildemente. En síntesis:
según el decir de Ntro Padre Fundador,las virtudes que más realzaron en ella fueron
la obediencia y humildad.
También escuchamos de Ntro santo Padre, lo siguiente. Esto ocurrió
ya, después de la fundación.- Estaba en refacción el templo de la Merced. Y como de
costumbre, fue a confesar a Sor Leonor; y terminada la confesión, díjole ésta:
“Mañana Padre, tenga cuidado durante celebre la Misa; porque en ese tiempo peligra
su vida”.- Ntro, Rdo.Padre, tuvo bien presente, la indicación de su santa penitente. Y
de hecho, ocurrió lo siguiente. Estando celebrando la Misa, cayó un gran escoplo de
fierro, que hubo de hacerle pedazos la cabeza, a no ser que él, estando ya prevenido,
se hiciera a un lado y solo pasó rozando su cabeza..
74
Por el momento, no recuerdo otros casos concretos que acreditan su
santidad. Hna. María de S. Ramón Montenegro. Superiora General. Agosto 3 de
939.”
MONJAS QUE CONOCIERON Y CONVIVIERON CON SOR
LEONOR .(tomados del Libro “Un monasterio y un alma”edición l940).
Los testimonios I, II y V no se han podido precisar quiénes los
dieron, a pesar de haber rastreado en los archivos.
TESTIMONIO I:
Era una monja muy buena, y sobresalia entre las muchas virtudes
que la adornaban, en la humildad y en la caridad. Era muy prudente, reservada,
silenciosa y sufrida en extremo. Alguna vez la encontré llena de lágrimas por
sufrimientos morales y al preguntarle qué le sucedía, me contestó, señalando a Jesús
Crucificado: ”El todo lo sabe” .Ún día le gastaba bromas y al decirle que cuándo
subiría a los altares,pues en tres siglos que tenía el Monasterio de Santa Catalina no
había subido ninguna religiosa de él, me miró fijamente con sus ojos negros un buen
rato, y dirigiendo una dulce mirada a Jesús Crucificado, me contestó: ”El dirá con el
tiempo, lo que ha de ser de mí.”
Era una pascua...siempre contenta e igual, no cambiaba nunca.
Gozaba de una conciencia muy pura, como que siempre se encontraba en gracia de
Dios... Era muy hermanable y muy observante de la Regla y Constituciones. Nunca
se desahogaba con nadie en las humillaciones y adversidades que le acontecían...Se
iba al Coro y allí, a los pies de Jesús Sacramentado, depositaba todos sus pesares,
para recibir de Su Majestad, fuerza y paciencia para tolerar todo lo que le viniese de
adverso y amargo, que el Bienamado Jesús Sacramentado le enviase..
.Era puntual para todos los actos de comunidad...Una vez le pasó lo
siguiente: dieron las cinco, hora de Completas. Y por no demorarse en asistir al
Coro,tomó en lo oscuro lo primero que encontró,creyendo fuese el velo de cubrirse.
Cuando ya estaba en oración, sintió frío y deseó taparse. Comenzó a tirar lo que ella
creía velo, y nada. Se dejó así, para no distraerse, y cuando encendieron las luces, ve
que le colgaban dos cosas largas, que eran las mangas de la túnica de valleta (tela
muy ordinaria) que ella tomó por velo de cubrirse. ¡Qué apuro para ella, que no sabía
cómo disimular aquéllo, para que no se diesen cuenta las demás monjas!. Cuando
llegó a su celda, se reía muchísimo de lo ocurrido.
Era muy penitente. Para tomar disciplina solía esconderse en los
lugares más solitarios y ocultos del monasterio. Era también muy amante de la
75
pobreza. Una vez, según la costumbre de llevar al recreo alguna labor, para
aprovechar el tiempo durante la expansión, y durante la misma, ella cosía algo que
llamó la atención a la Madre Priora , pues la pieza que cosía estaba llena de
remiendos encimados y le dijo con mucha gracia: ”Pero hija,¿está por pasar la
Cordillera, que anda fabricando abrigo?”. Toda su ropa era muy pobre, porque todo
le sobraba en la casa del Señor...Yo, sor Jesús, la he tratado muy de cerca porque era
enfermera mayor y he estado mucho tiempo enferma cuando entré.
TESTIMONIO II:
De las cosas que yo observé en sor Leonor, en los diecinueve años
de vida religiosa que viví junto a ella: observé siempre mucha mansedumbre,
humildad e igualdad de caracter. Amable con todas, respetuosa especialmente con
las Prioras y mayores. Muy delicada en la caridad fraterna. Nunca la oí hablar ni
comentar defectos ajenos. Con mucha discreción celebraba los deslices o defectos
que había cometido ella. Cuando alguna religiosa, en los recreos hacía alguna broma
alusiva, ella se daba por entendida y se burlaba de sí misma.
Cuando fuimos sacristanas menores, compañeras del mismo oficio,
observé que aún siendo ella la mayor de las menores, no la tenían en cuenta para que
dirigiese las obras que se confeccionaban entonces; sino que la sacristana mayor se
dirigía siempre a la menor, para que ella distribuyese el trabajo; y a sor Leonor se le
daban las costuras preparadas, como que la tenía en concepto de incapaz. Nunca la oí
quejarse de esto ni decir nada al respecto. Generalmente se ocupaba de refaccionar la
ropa usada y deteriorada del culto; y ella complacida y contenta obedecía siempre,
sin fijarse en nada..
.También observé que era muy amiga del retiro, soledad y silencio,
cuando la obediencia o la voz de Dios no la llamaban a algún acto de comunidad. Era
muy constante en la asistencia al Coro, como igualmente en llevar la observancia en
el ayuno ,con el rigor con que entonces se llevaba, que era muy estricto. No se
tomaban lacticinios sino al mediodía; ni en tiempo pascual se desayunaban las
monjas con leche; hasta el año l89l, que por orden del obispo fray Reginaldo
Toro,O.P., se dio desayuno a la comunidad. Sevían a cada monja tres pancitos bollos
pequeños, par las veinticuatro horas del día. La colación consistía en una pequeña
taza de sopa y alguna fruta que guardábamos del mediodía, que era bien escaso: una
naranja o cosa semejante.
En su discreción de espíritu, solía aconsejar a las menores, por pura
caridad, que no hiciesen penitencias privándose de los alimentos, porque se minaban
las fuerzas para servir a la comunidad y no podrían llevar la observancia con
regularidad. Nunca oí que a ella se le diese alguna cosa particular en la comida: era
muy avenida a todo.
Observé también que en los oficios, tenía mucho espíritu de
abnegación y sacrificio, especialmente en el oficio de enfermera que desempeñó en
varios trienios, el cual era muy recargado en estos tiempos, por no haber en el
monasterio, las comodidades que hay hoy. Siempre había en la enfermería alguna
76
enferma grave que atender, y que ocasionaba malas noches. Ella lo hacía con gran
esmero, sin recusarlo, al lado de las de su oficio.
Del respeto que tenía a las Prioras, quisiera dar algunos detalles, que
no sólo lo tenía ella, sino que trataba de infundirlo a las menores. Este respeto era
para ella algo sagrado...Una vez tuve ocasión de observar cómo se condujo al recibir
una corrección de la oficiala mayor, por un descuido en el oficio, que se le hizo en
presencia de las compañeras y aún menores. Fue admirable la humildad con que
recibió la corrección, no abrió los labios para disculparse o justificarse ante las
compañeras.
En cuanto a la observancia de la santa pobreza, era sumamente
delicada. No solamente en el mobiliario de su celda, sino también en sus hábitos y
demás objetos de su uso, resplandecía la pobreza. Se sentía complacida con el
servicio y utencilios del refectorio, que era todo de barro cocido ; los que cambió el
Sr. Obispo fray Reginaldo Toro,O.P., por enlozado.
Tenía en el Monasterio, tías; estas religiosas gozaban de elevado
concepto en la Comunidad y ocuparon cargos de mucha responsabilidad. No así ella.
Los sacerdotes que la atendían como directores espirituales, hacían mucho aprecio de
ella. Cuando era novicia, el R.P. fray Domingo Mercado,O.P. 43
atendía a las
religiosas cada 8 días; a ella lo hacía dos veces por semana: ”esta tierna plantita-
decía-necesita más riego”. No dudo que algo encontraba en su alma, que necesitaba
más atención.
Deseaba morir en dos fechas: el día de la Asención del Señor, o el
día del Tránsito de Nuestra Señora. Y ocurrió un día, Jueves de la Ascención, al
terminar de cantar Sexta, con toda la solemnidad con que se hace ese día, y después
de la reserva del Santísimo, repentinamente se sentó y se tapó la cara con las manos,
para ocultar el zollozo. Me acerqué yo como enfermera, creyendo que se trataba de
alguna indisposición y al preguntarle qué le pasaba, me contestó muy llorosa: ”¿No
ve cómo se ha ido y me ha dejado?”.
Acaeció su última enfermedad el día de todos los Santos de la
Orden, el nueve de noviembre de l900, de lo que recibió mucho consuelo, creyendo
que ellos la llevarían aquél día: mas no sucedió así. Su muerte ocurrió el veintiocho
de diciembre, Fiesta de los Santos Inocentes. En el momento en que ella murió, una
hermana conversa que tenía la celda contigua a la enfermería, enpezó a dar gritos
descompasados, en una horrible pesadilla de la que le costó mucho despertarla; y
luego dijo que había entrado a la celda un animal monstruoso en forma de gato, con
los ojos centelleantes, y despavorido se subía por las paredes y a la ventana y se
prendía a la alacena gritando: ”Ha muerto sor Leonor y me corren de allí”. Esta
religiosa no sabía nada de la muerte de sor Leonor, que acababa de expirar.
43
R.P.fray Domingo Mercado,O.P.:Mendocino.Fue uno de los primeros novicios
del Padre Olegario Correa, en su obra de restauración de la estricta observancia, iniciada en el
Convento de Córdoba en octubre de l857. Allí mismo realizó sus estudios, terminados los cuales,
fue Prior de l865 a l868. Luego, estuvo muchos años en Santiago del Estero y falleció siendo Prior
del Convento de Santa Fe, el l6 de febrero de l896, a la edad de 65 años. Religioso ejemplar y
laborioso, gozó de gran prestigio.
77
TESTIMONIO III:
Dado por sor María del Tránsito del Corazón de Jesús Suligoy.
Hermana conversa. Había nacido el diecinueve de enero de l882, su nombre de
bautismo era Eugenia Suligoy y Borch, tomó el hábito (velo blanco) el nueve de
noviembre de l900; habiendo profesado el veintiuno de noviembre de l90l. Murió el
veintidos de abril de l969. Alcanzó a convivir con sor Leonor poco más de un año.
“Sor Leonor era sencilla y gozaba de una paz inalterable. Era de
caracter bondadoso. Tenía la sencillez de un niño, revelando el candor de su alma.
En su enfermedad, experimenté gran consuelo por acompañarla en sus malas noches,
lo que hacía con gran satisfacción de mi alma, por contemplar en ella un ejemplo
vivo de todas las virtudes. Resplandecía en la humildad, en la obediencia, en la
fraternidad, y sobre todo, en la pobreza,que no dejaba de edificarme al ver que no
tenía ni lo necesario. Tenía gran paciencia y silencio en las molestias que sufría. Me
llamaba la atención la gratitud que manisfestaba al recibir cualquier servicio que le
prestabamos. Llevaba siempre consigo una reliquia de Santa Catalina de Siena y en
el fervor de su alma piadosa, me hacía venerarla como premio a mis pequeñas
atenciones.
Un día , oyendo hablar a las religiosas que sor Leonor en el delirio,
pronosticaba su próxima muerte, la que sería rápida, sin dar tiempo a nada, me dirigí
a la enfermería a verla. La encontré en su perfecta razón, en su entero juicio; y con el
cariño de hermana, la abracé diciéndole:”vengo a despedirme porque he oído decir
que Ud. anuncia su próxima muerte”. Ella me cntestó con toda tranquilidad y
satisfacción: ”Sí, es verdad”. Volví otra vez, poco después, y como ya no pudiese
hablar, por estar conversando con otra religiosa, le dije al oído: ”Hasta el Cielo”. Y
ella afirmó: ”Sí, hasta el Cielo”.
Todo sucedió como ella lo había anunciado. Cuál no sería mi
sorpresa cuando por la noche, estando recogida y ya dormida, siento que me dan un
tironcito en la almohada diciéndome: ”sor Leonor ha muerto, levántese”.
Sor Leonor en su físico, revelaba nobleza y distinción, gran
humildad y desprecio de sí misma. He conocido mienbros de su familia que
pertenecían a la primera sociedad y que actualmente existen, como la Señora
Mercedes Navarro Ocampo, viuda del Dr. Martín Ferreyra.
Era muy amante de la Sagrada Comunión. Observaba mucha
compostura y modestia en el Coro. Su vos era clara, pausada y devota. Me servía
para enfervorizar mi espíritu.
Muchas veces he oído contar a las religiosas, aún en vida de ella,
que una vez la encontraron en su celda riéndose; y les contó que se le había
presentado el demonio rabioso, en forma de caballo, y que se lanzaba contra ella; y
no teniendo nada con qué defenderse, tomó el balde y se lo puso en el hocico, y
haciendo la señal de la cruz desapareció, llevándose el balde. Después lo encontraron
en el jardín, todo abollado.”
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TESTIMONIO IV:
Dado por sor María de San José Indarte, quien ingresó al Monasterio
el veintidos de abril de l897 y tomó el hábito el diecinueve de octubre de l897. Su
nombre de bautismo era Juana Indarte. Había nacido el once de junio de l873; hizo la
profesión solemne el veinticuatro de octubre de l898 y murió el dieciseis de marzo de
l934.
“Al ingresar en esta santa casa, el veintidos de abril de l897,
encontré, entre las numerosas religiosas que componían la comunidad (llegaban a
cuarenta) a sor leonor de Santa maría Ocampo, religiosa de Coro y que desempeñaba
el oficio de celadora del locutorio de seglares.
Era de caracter siempre igual, bondadosa, apacible y jamás la vi
turbada o alterada. Le cuadraba, en mi apreciación, el dicho del Apóstol Santiago: ”el
que no peca con la lengua, es varón perfecto”. Jamás le oí una palabra de
murmuración o queja de sus superioras o hermanas. Recibía con discreción las
bromas que le dirigían, ocasionadas por ciertas distracciones en que incurría: al ir al
Coro, por ejemplo, sin escapulario.
La caridad fraterna la practicaba con todas por igual. Para ella valía
más la mortificación interna que la externa. No desatendía, sin embargo, ésta, por
cuanto al morir se le encontró que tenía disciplina de sangre y en alguna ocasión
había permitido el Señor, que se supiera de la disciplina particular que tomaba.
Tenía una afición particular para el cultivo de las flores. Cuidaba
con gusto y sacrificio el jardincito. Siguiendo el consejo del Apóstol: ”ora comáis,
ora bebáis, hacedlo todo en el Nombre del Señor”, espiritualizaba todos sus actos
hasta en lo más mínimo. Un día la encontró una religiosa connovicia suya,
desayunándose con mate y empanada; y toda admirada le dijo:”Pero, sor
Leonor...”A lo que ella contestó: ”Es para seguir al Cordero”. Causó tanta gracia esta
respuesta, que vino después a ser dicho común entre las religiosas, cuando se trataba
de tomar alguna refacción.
Siendo yo enfermera, tuve ocasión de observar en su última
enfermedad, un acto de vencimiento interior, ocasionado por una falta de
condescendencia en mí. Había ordenado el médico que le diera como alimento, un
huevo pasado por agua , lo que hice de inmediato. Una vez que lo había tomado, me
pidió un poco de dulce como postre, lo que le negué, por cuanto el medico no había
indicado nada al respecto. Insistió sor Leonor en su pedido dos veces, pero
comprendiendo mi negativa, no dijo una sola palabra en tal sentido, dando por
cumplida su refacción. Por mandato de la Priora, hube de retirarme a descansar y al
hacerlo, me preguntó ella: ”¿Quién se queda esta noche?”Sor N.N. -le respondí- .
“Pero si ésta no es para estos casos”,. me dijo. Lo que parecía indicar el desenlace,
que se iba a efectuar en aquella noche, como así acaeció.
79
TESTIMONIO V:
Desde que era bastante chica, oí decir que había entrado de monja
Isora Ocampo. Parecía que era como una notabilidad, no sé si por su virtud o por su
linaje. Cuando pretendí entrar de monja en el Monasterio, era de las monjas que
salían al locutorio. Me hablaba siempre con mucho cariño y manifestaba mucho
amor a la vocación . Como no pude entrar cuando quería, me consolaba,
diciéndome:”Lo que mucho vale, mucho cuesta”.
Siempre noté en ella un caracter muy igual. Parecía que gozaba de
mucha paz en su alma. Revelaba candor y sencillez. Era muy discreta y sin
pretensión alguna. Era de conversación agradable y tenía cierta simpatía en el trato.
Recibí de ella este consejo, cuando yo era enfermera:”La enfermera es el consuelo de
la enferma. Así que no tenga reparos en administrarle los cuidados y remedios que
sean necesarios”.
Antes de su muerte, pidió que le colocaran delante de su cama, un
cuadro de la muerte de San José, porque, decía, no daría tiempo para nada.
Pronosticaba su muerte para el veinticinco de diciembre, pero murió el veintiocho de
ese mismo mes. Y murió como había dicho, sin dar tiempo ni a la administración de
los últimos Sacramentos . Consolaba a las monjas, al ver que se afligían porque no
podían traer al padre, por ser las altas horas de la noche, diciéndoles que estuvieran
tranquilas, pues ella estaba preparada.
Durante su enfermedad, se mostró siempre amable y cariñosa, nunca
disgustada.
TESTIMONIO VI:
Dado por sor María Amada de Santo Domingo Dorado Segura.
Nombre de bsutismo : Olga del Valle. Fecha de nacimiento: nueve de junio de l9l8
en Andalgalá ( Catamarca). Ingreso al Monasterio: quince de agosto de l938. Toma
de hábito: quince de febrero de l939. Profesión temporal: dieciocho de febrero de
l940. Profesión solemne: dieciocho de febrero de l943.
Desde el quince de agosto de l938, fecha de mi ingreso al
Monasterio, noté un balde que me llamaba la atención: pues estando en buenas
condiciones de ser usado, a exceoción de unas abolladuras que tenía, estaba con
tierra como para que pusieran plantas en él. Al lado de ese balde, había tarros
oxidados y rotos con plantas, ésto me llamó la atención y le pregunté a sor Tránsito
Suligoy, que era la encargada de esas plantas, por qué no usaba el balde. Y ella me
contó que ese era el balde que sor Leonor de Santa María Ocampo le puso en el
hocico al caballo, que era el diablo, que se le apareció en forma de caballo y la
80
atropellaba. Y en ese balde no podía crecer ninguna planta. Todas las que había
puesto allí, se le sacaban. Al tiempo, al ver que no estaba el balde,pensando que
podía guardarse como reliquia, pregunté por él y me dijeron que la procuradora, que
era entonces sor María del Rosario de la Santísima Trinidad Lucero, no quería tener
cosas tocadas por el diablo en el monasterio, y lo vendió a unas personas que
compraban chatarra.
Siento que sor Leonor me ha ayudado mucho, especialmente durante
el tiempo de oración en el Coro, cuando atravesaba por períodos de aridez o
sequedad espiritual. Si bien tenía otros libros en mi lugar del coro, ni bien abría al
azar “Un Monasterio y un alma” edición l940, se me pasaba aquél estado de
sequedad y quedaba fervorosa. Es una gracia que se la atribuyo a sor Leonor.
APENDICE
¿ QUÉ ES SER hoy
MONJA DOMINICA
CONTEMPLATIVA?
Hoy como siempre, el ser humano desea y añora a Dios: lo necesita.
Llámele como le llame, no puede prescindir de El. La técnica fría y calculadora de
este fin de siglo y de milenio ha pretendido prescindir de Dios, como de “algo que no
sirve”. Pero no ha sido posible: vemos cuántos ídolos el hombre ha fabricado: el
dinero, el poder, el placer.. cuántas sectas y nuevas religiones han aparecido para
saciar la sed de Dios y hallar respuestas a los interrogantes más profundos del ser
humano.
Las monjas dominicas, con nuestra vida de oración, de silencio y de
penitencia, damos testimonio que Dios existe, que Dios vive, que vale la pena
seguirlo, que Dios plenifica y hace felices a los seres humanos. Nuestra vocación no
nace ni consiste en un mero fervor pasajero y sensible, sino que es un llamado de
Dios que requiere de nosotras una respuesta madura, equilibrada y sólida, en virtud
de la cual nos es posible renunciar a bienes (formar una familia, ejercer una
profesión, tener propiedades, cosas,etc.) escogiendo con plena libertad una forma de
vida en la que nos dedicamos al seguimiento de Jesucristo y a las cosas celestiales.
81
Somos -analógicamente hablando- el corazón de la Iglesia: al corazón no
lo vemos y es el órgano (o músculo) encargado de irrigar la sangre que alimentará a
todo el cuerpo. Donde un sacerdote, una religiosa de vida activa o un laico
comprometido no pueden llegar, llega la monja con su vida de oración y penitencia:
“Por más que urja la necesidad de un apostolado activo, ocupan un
lugar preclaro en el Cuerpo Místico de Cristo, ya que ofrecen a Dios el sacrificio de
alabanza, ilustran al pueblo de Dios con abundantísimos frutos de santidad, y lo
dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica... son manantial de gracias
celestiales... pues se dedican a Dios sólo, en la soledad y en el silencio, en asidua
oración y áspera penitencia...”(Cf. PC 7) (1).
Una monja dominica es una mujer que ama a Dios y le habla de la
humanidad, alguien que, haciendo de su vida un incienso permanente que sube hasta
el trono de Dios, eleva el clamor de tantos millones de personas que no pueden o no
saben orar...
“es el clamor de tantos hermanos y hermanas sumergidos en el
sufrimiento, en la pobreza y en la marginación. Son muchos los desplazados y los
refugiados, los que sufren por falta de amor y esperanza, los que han sucumbido al
mal y se cierran a toda luz espiritual; los que tienen el corazón lleno de amargura,
víctimas de la injusticia y del poder de los más fuertes... con su oración, penitencia y
vida escondida, pueden hacer brotar del Corazón Divino el amor que nos une como
hermanos, sosiega las pasiones y crea la comunión de los espíritus, produciendo
frutos de solidaridad y de caridad evangélica... sus fervientes plegarias tienen una
fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones de Dios sobre esta
humanidad sufriente... (Cfr. Mensaje del Papa Juan Pablo II a las religiosas de
clausura de América Latina /89) (2’)
Por medio de la Liturgia de las Horas, a través de las que
santificamos cada momento de la jornada, procuramos que resuene cada vez mejor la
alabanza divina; y que nuestra alabanza se una a la que los santos y los ángeles
entonan en las moradas celestiales. Así, el cántico de alabanza que continuamente
tributamos con nuestra vida de monjas dominicas, procura ser continuación del
mismo que el Hijo de Dios al encarnarse, trajo a la tierra. Por eso, al celebrar el
Oficio Divino, recordamos y hacemos nuestras aquellas palabra de San Agustín:
“reconozcamos nuestra propia voz en Jesucristo y su propia voz en nosotras”.
En fin, una monja dominica es una mujer profundamente enamorada
de Dios, alguien que ha hecho de Dios el centro de su vida y la razón de su
existencia, ya que los sufrimientos padecidos o las alegrías gozadas - como todo lo
que ocurre en esta vida- proceden del Dios que es Amor, son medios para unirnos a
El. Y este Amor que nos ha elegido y se ha hecho para nosotras Camino de regreso al
Padre, coronará todos los esfuerzos, todas las luchas, en la medida en que le hayamos
82
permitido instalarse dentro de nosotras para realizar su obra de amor, ya que: “A la
tarde de la vida, seremos juzgadas en el Amor”.
Una mujer que ama a Dios, pero por sobre todo, se deja amar por El,
porque Dios Padre desea encontrar en sus hijas y en sus hijos la imagen de su Hijo
Jesucristo en quienes poder complacerse; el Hijo desea encontrarse en sus hermanos
y hermanas, redimidos por su Sangre, y el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del
Hijo, desea hallar en esta tierra un dulce y humano consuelo... porque Dios nos
necesita: Como El mismo se lo dijo a una monja:
“Te necesito. Necesito tu amor para que ames. Necesito tu amor
indiviso, todo Mío, para que ames a tus hermanas y a tus hermanos . Necesito tu
amor, para que unido al Mío, te derrames como el agua de la fuente: pura, cristalina,
transparente. Te necesito para que vivas olvidada de tí misma, hecha una conmigo.
Te necesito. Te necesito unida, abrasada, fundida en Mí, en una oración continua por
el mundo entero. Necesito tu amor humilde, oblativo y adorante para que ames a tus
hermanas y a tus hermanos y los sirvas, como YO, que lavé los pies a mis
discípulos,,, te necesito...”
(1): Vaticano II, Documentos Completos... Decreto sobre la
renovación y adaptación de la Vida religiosa, N. 7.
(2): L’ Observatore Romano de fecha 31 de diciembre de 1989. N
53 pag. 8 (85).
BREVE RESENA HISTORIA DE LA FUNDACION DE LOS
MONASTERIOS DE MONJAS DOMINICAS EN ARGENTINA
.
MONASTERIO SANTA CATALINA DE SIENA.
CORDOBA.16l3.
Cuarenta años de vida contaba la ciudad de Córdoba, fundada el
seis de julio de 1573, por don Jerónimo Luis de Cabrera, cuando tuvo lugar la
fundación del primer Monasterio del país.
83
Fue su fundadora, doña Leonor de Tejeda y Mirabal, hija del Capitán
Tristán de Tejeda y de doña Leonor Mejía y Mirabal. Estaba casada con el General
Manuel de Fonseca y Contreras y no tuvieron hijos. Pero Dios puso en sus mentes y
corazones, el deseo de perpetuarse espiritualmentte, fundando un Monasterio. Al
enviudar, se abocó de lleno a la tarea de la fundación.
Por Cédula del Rey Felipe III de fecha seis de marzo de 16l3, ya
tenían la debida autorización. Y se eligió la fecha del dos de julio, día en que
celebraba la liturgia, la Fiesta de la Visitación de María Santísima a su prima Santa
Isabel, para que se efectuara la solemne ceremonia de la fundación, tan anhelada por
doña Leonor y por el Señor Obispo, fray Hernando de Trejo y Sanabria. Este,bendijo
los doce hábitos blancos en una ceremonia llena de unción, a la que asistió toda la
ciudad ya al final, se entonó el Te Deum. Se encaminaron hacia la puerta de la
clausura, ingresando al nuevo monasterio, las monjas que por vez primera entonarán
las alabanzas divinas e intercederán por sus hermanos los frailes , los hombres y las
mujeres que forjaron los albores de nuestra patria.
El Monasterio fue canónicamente erigido por Bula del Papa Urbano
VIII de fecha quince de julio de 1625, quedando definitivamente organizada la vida
de las monjas, según el carisma de Santo Domingo.
MONASTERIO SANTA CATALINA. BUENOS AIRES. 1745
Más de un siglo después, precisamente el veinticinco de mayo de
l745, llegaban tras un largo y cansador viaje en carreta, las cinco monjas fundadoras
del Monasterio “Santa Catalina de Siena”de Buenos Aires. La fundadora, que iba
como Priora, se llamaba sor Ana María de la Concepción, nacida en Buenos Aires y
era hermana de dos Obispos: fray Gabriel y fray Juan Arregui, franciscanos. Era
viuda de don Juan de Armaza y con ella iba su hija, sor Gertrudis de Jesús, llamada
Gregoria en su bautismo., sor Catalina de San Laruel,sor Ana de la Concepción y sor
María Josefa de Jesus Narbona. Todas habían partido del Monasterio cordobés, y
durante el viaje, fueron custodiadas por tropas del gobierno de Buenos Aires, ya que
el gobernador, don Domingo Aortiz de Rozas, dio una escolta de veinticinco
soldados; a los que se agregaron los soldados puestos por el gobierno cordobés.
Dios había inspirado la realización de dicha obra, al Pbro. Dionisio
de Torres Briceño, y él mismo se encargó de obtener todas las autorizaciones que tal
empresa requería:viajó a España y el Rey Felipe V aprobó la erección del
Monasterio, por Cédula Real de fechaveintisiete de octubre de 1717. También se
ocupó de dar comienzo a las obras de la Iglesia y del Monasterio.
La solemne inauguración tuvo lugar el veintiuno de diciembre de
1745, siendo Obispo el Excmo. Fray José de Peralta. El veintisiete de noviembre de
1974 la comunidad se trasladó del centro de Buenos Aires, a la dióceis de San Justo.-
84
MONASTERIO SAN ALBERTO MAGNO. (LAVALLE.
CORRIENTES)1967
Este Monasterio tuvo su origen en el pedido de Monseñor Alberto
Devoto, primer Obispo de la diócesis de Goya (Corrientes), convencido de que la
Iglesia particular no está completa, sin un centro de oración y contemplación. Con
motivo de su viaje a Roma, para participar del Concilio Vaticano II,visitó el
Monasterio dominico del sur de Francia, “Nuestra Señora de los Dolores”,en
Blagnac, y pidió algunas monjas, para la realización de sus deseos.
En 1965 el Monasterio aceptó llevar a cabo la fundación, y el trece
de mayo de l967 el Obispo presidió la inauguración del Monasterio, comenzando así
la vida contemplativa en la diócesis.
El Monasterio está emplazado en el campo, cerca del pueblo
denominado Lavalle, en espléndida vista del río Paraná y en un ambiente de silencio,
favorable a la contemplación y escucha de Dios.
Las cinco primeras monjas comenzaron,tras las huellas de Santo
Domingo, a hacer de la oración su misma vida, colaborando con la obra redentora de
Cristo. Su anhelo fue insertar la oración en el campo y el campo en la oración, por el
testimonio de su vida contemplativa, de las celebraciones litúrgicas, de su trabajo
rural y artesanal, que las hacía solidarias con quienes las rodeaban. Por medio de la
pobreza y la sencillez de su vida, lograron crear lazos de amistad con la gente del
lugar, cuya religiosidad popular ,a través del monasterio, se ilustró y acrecentó, y así
fue profundizando su fe.
Con el correr de los años, las monjas han mantenido el impulso
inicial y sus vidas siguen siendo una alabanza continua.
85
MONASTERIO NUESTRA SENORA DEL ROSARIO.
MENDOZA.1970.
“Dios nos encarga en esta tierra una misión, que es la de dejar
alguna huella imborrable de su Amor...Amor que es Dios y que, luego de fecundar
los corazones, debe volver a El, como respuesta generosa...La vida de una
comunidad debe ser siempre una historia de amor, una historia de salvación...”.
El veinticinco de julio de l888, festividad del Apóstol Santiago,
Patrono de España, se había fundado un monasterio de monjas dominicas en un
pintoresco pueblito llamado Forcall, en Castellón de la Plana, España. Como
consecuencia de la falta de atención espiritual y por el estado ruinoso del edificio, la
comunidad fue acogida por el Monasterio “Nuestra Señora de la Consolación”de
Játiva, hasta que encontrara la comunidad, seguro refugio. Esto ocurría en el año
1966.
En enero de ese mismo año, la Madre Priora reune a las monjas y
les lee una carta del R.P. fray Marceliano Llamera, O.P., en la que les propone un
traslado a Argentina:
“La Iglesia en Argentina necesita almas contemplativas, focos de
oración que, como Moisés, eleven oraciones y súplicas al Señor, en favor de nuestros
hermanos argentinos”.
A fines de 1968, la Madre Priora del Monasterio “Santa Catalina”de
Buenos Aires, se traslada con el R.P. fray Héctor Muñoz,O.P., a Mendoza, para
hablar con el Señor Obispo, Monseñor Maresma, quien acepta la propuesta de tener
un monasterio en la diócesis..Y comienzan las obras de edificación, con el
patrimonio ofrecido generosamente por dicha comunidad.
El veintiuno de noviembre de 1970, llegan las monjas a Buenos
Aires, y convivenveinte meses las dos comunidades, hasta la conclusión de las obras
en “El Borbollón”.
Debido a las deficiencias del edificio y al lugar en que el mismo fue
emplazado, urgía un traslado. El mismo se efectuó el veintisiete de febrero de l988, a
Guaymallén. En la homilía de la última Eucaristía celebrada en “El
Borbollón”,Mons. Cándido Rubiolo, Arzobispo de Mendoza, expresó, entre otras
cosas:
“Que el edificio nuevo sea una invitación a una vida nueva, vida más
santa, para que en cada una de uds. Se descubra siempre la imagen del Señor”.
MONASTERIO INMACULADA DEL VALLE. CATAMARCA
1979
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Llamadas insistentemente por el Obispo, Mons. Pedro Alfonso
Torres Farías,O.P., el día dieciocho de julio de l979,seis monjas del Monasterio
“Santa Catalina de Siena”de San Justo, partieron rumbo a Catamarca, para fundar
allí el primer Monasterio de contemplativas en la diócesis.
El cinco de agosto del mismo año, concluída la reparación y
adecuacion de la casa que servirá provisoriamente de Monasterio, se celebro
solemnemente la inauguración de la nueva casa de oración. Con este motivo, se
organizo una procesión con la Virgen del Valle hasta el cruce de dos calles, donde se
había erigido un altar. Tras la celebración de la Santa Misa presidida por el Obispo y
concelebrada por más de treinta sacerdotes diocesanos y frailes de la Orden de
Predicadores, se leyó el decreto por el que quedaba oficialmente inaugurada la nueva
casa religiosa. Luego, la Virgencita del Valle, en brazos del Sr. Obispo, entro en el
recinto que servirá de morada provisoria a las monjas y bendijo cada una de las
dependencias. Así acompaño la Madre a las fundadoras, que, como Ella, han querido
vivir escondidas y fecundar con su vida de silencio y oración, el trabajo apostólico de
la Iglesia.
La erección canónica se efectuó el siete de noviembre de 1982.-
Tiempo después, concluídas las obras del nuevo Monasterio, la
comunidad se trasladó a las afueras de la ciudad de Catamarca, donde el mismo está
actualmente emplazado.
MONASTERIO MADRE DE DIOS. ANATUYA. (SANTIAGO
DEL ESTERO).1980
La historia de este Monasterio tuvo su origen en la tarde del día diez
de marzo de 1977, cuando el Señor Obispo, Mons. Jorge Gottau,C.Ss.R.,llegó al
Monasterio “Madre de Dios”de Olmedo (Valladolid),España, presentándose como
“el mendigo de Dios”y como tal, pidiendo monjas para fundar un monasterio en su
diócesis.
Aúnque no se le dieron muchas esperanzas, por la inminente
fundación en Taiwan (China), Mons. confió el proyecto a la Madre de Dios, con una
frase muy suya: “En las manos de la Madre de Dios...si ella quiere el monasterio en
la diócesis, se realizará...”.La fe y la humildad de Mons. Conquistaron por entero a la
comunidad de Olmedo.
Mons Gottau puso en pie de oración a toda su diócesis: “El Señor
nunca me ha abandonado en esta zona y nos dará todo lo necesario para que en este
año,podamos hacer la construcción”.-
87
El primero de marzo de 1980, la Sgda. Congregación para los
Institutos Religiosos, expidió el rescripto pertinente y fue llevado a cabo por el
Maestro de la Orden, R.P.fray Vicente de Cuesnogle,O.P., el catorce de marzo de
ese mismo año. Mientras tanto, se iba preparando el grupo fundador y el trece de
septiembre, después de una solemne e inolvidable Eucaristía, partieron las diez
monjas, con rumbo a su nueva misión. Legaron a Buenos Aires y fueron
fraternalmente recibidas por la comunidad del Monasterio “Santa Catalina de Siena”.
El día veintiseis de septiembre, después de la Eucaristía de
despedida , emprendieron la marcha en el vahículo del obispado, siendo
acompañadas por la Madre Inmaculada Franco y otra monja de la comunidad de San
Justo.
La inauguración del Monasterio se realizó el primero de octubre, con
la asistencia de todas las autoridades civiles y religiosas; acontecimiento que fue
preparado con un triduo, predicado en la Iglesia Catedral, por Mons. Pedro A. Torres
Farías,O.P., Obispo de Catamarca. Después de ser impartida la bendición a las
monjas, se procedió al cierre de la clausura del Monasterio y a partir de esa fecha, se
dio comienzo a la vida contemplativa .
Y así quedaron colmados los deseos de Mos. Gottau, de tener un
baluarte de oración en su diócesis. En seguida, se pidieron los permisos necesarios a
la Sgda. Congregación, para que el Monasterio perteneciera a la “Unión Fraterna de
los Monasterios Madre de Dios”, Vicaría perteneciente a la Federación de Santo
Domingo (España).-
MONASTERIO INMACULADA CONCEPCION. CONCEPCION
TUCUMAN..
1990.
La fundación de este Monasterio tiene origen en el deseo de los
frailes y seglares dominicos; deseo que data alrededor de veinte años atrás. Ya desde
entonces, el R.P. fray Héctor Muñoz,O.P., mandaba vocaciones tucumanas al
Monasterio de San Justo, con ese fin. -
El R.P. fray José María Cabrera,O.P., presentó a la Federación
“Inmaculada Concepción” de monjas dominicas , un pedido firmado por toda la
familia dominicana tucumana. Pero era necesario también,. una nota del obispo del
lugar, solicitando también la fundación.
Como la Arquidiócesis de Tucumán ya tenía vida contemplativa (las
carmelitas descalzas) el R.P. fray José María Cabrera O.P., se puso en contacto con
el Obispo de Concepción, Mons. Jorge Meinvielle, S.D.B., quien aceptó
entusiasmado la propuesta.
El Consejo Federal, aprobó la fundación y en diciembre de 1989 ya
se nombraron las primeras fundadoras: una por cada Monasterio argentino y una del
Monasterio “Santa Catalina”de Valencia, que venía como Vicaria de la Priora
Federal.
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El Maestro de la Orden, R. P. Fray Damian Byrne,O.P., aprobó la
fundación el dos de febrero de l990 y el doce del mismo mes, era aprobada por
rescripto de la Santa Sede.
Las monjas fundadoras se reunieron en el Monasterio :”Santa
Catalina de Siena”de San Justo y desde allí marcharon hasta el Monasterio
“Inmaculada del Valle”de Catamarca, donde permanecieron hasta el cuatro de
septiembre, fecha en que llegaron a la diócesis de Concepción y ocuparon la casa
preparada para ellas.
Allí permanecieron hasta el veintiuno de marzo de l994, en que se
trasladaron al nuevo monasterio e inauguraron el edificio el diecinueve de noviembre
de l994.
CONCLUSION:
El ideal que alentaba a todas las fundadoras, partiendo de doña
Leonor de Tejeda, es el mismo: el amor, el encuentro definitivo con Dios:
“ideal que invita a todas las monjas a ponernos en marcha y que da
sentido a este caminar nuestro; senda que nos dice cómo hacer de nuestras vidas un
continuo acto de amor cuyo influjo llegue, a través de Dios y por el misterio de la
comunión de los santos, a toda la humanidad...unidas en una sola alma y un solo
corazón, decimos con Santa Catalina:”estruja, Señor, mi corazón, sobre la faz de la
Iglesia...”
Dice el sacerdote Cayetano BrunoS.D.B:
“Los años que lleva el Monasterio de las Catalinas de Córdoba,
prueban su vitalidad. En la historia eclesiástica de la ciudad, su influencia
espiritualizante fue siempre notable, como expresión adecuada del fervor religioso
que caracterizó, desde los comienzos, a la ciudad de Cabrera.”.
Desde hace más de cuarenta años, los domingos por la tarde se
celebra la llamada “Misa de la Juventud”, que presiden los padres claretianos. Una
liturgia muy participada por los jóvenes, universitarios en su mayoría.
Nuestra Iglesia permanece abierta todos los días del año,de seis a
ocho y treinta horas de la mañana. Durante este tiempo, con mucha concurrencia de
fieles, cantamos celebrando los Laudes, que, como oración de la mañana, toma los
primeros impulsos de la mente y del corazón para Dios y nos llenamos del gozo de la
presencia divina. Esta hora, que celebra la primera luz del día, trae además a la
memoria, el recuerdo de la resurrección del Señor, verdadera luz que ilumina a todo
hombre. Después, participamos de la celebración de la Santa Misa, que es el centro
de la liturgia y fuente principal de nuestra vida orante. A las ocho y quince horas,
cantamos la Hora de Tercia: momento en que por la oración, la Iglesia hace presente
la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Se abre aquí, la Semana mayor de nuestra fe, con la bendición de los
ramos presidida por nuestro Arzobispo, quien junto con los sacerdotes, seminaristas,
religiosos,religiosas y fieles, se encaminan procesionalmente a la Iglesia Catedral,
para la celebración de la Misa del Domingo de Ramos.
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La Iglesia confiere, a través de su Pastor, la admisión al Orden a los
candidatos al sacerdocio; los ministerios de Acolitado y Lectorado y también, cuando
solicitan el templo, las ordenes de Diaconado y Presbiterado .Algunos Colegios,
realizan sus celebraciones litúrgicas, especialmente primeras comuniones,
confirmaciones ,etc.
Desde hace dos años, todos los jueves a las a las veinte y treinta
horas, nuestra Iglesia acoge a un grupo de jóvenes que, organizados por la Pastoral
Vocacional Arquidiocesana, tiene aquí su encuentro de oración.
Y en un oratorio pequeño, a la entrada del monasterio, se venera una
imagen del Niño Dormido,devoción popular muy arraigada, que comenzó alrededor
de l84l.
El intenso tránsito de la calle peatonal que pasa por el frente, es un
marcado contraste con la serena quietud del monasterio. En este remanso de paz y de
oración, en medio de la ajetreada ciudad, nuestra comunidad vive respirando el aire
de lo eterno y es cauce específico de lo que nos caracteriza como Orden:
“CONTEMPLAR Y DAR A LOS DEMAS LO CONTEMPLADO’
Comenzando por esta ciudad de Córdoba, Dios ha ido sembrando el
suelo argentino y las almas, de semillas de contemplación, que abren surco a la
alabanza y a la vida teologal, ya que:
“Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo...la misisón
de los frailes es evangelizar por todo el mundo el Nombre de Nuestro Señor
Jesucristo, la de las monjas, consiste en buscarle, pensar en El e invocarlo, de tal
manera que la Palabra que sale de la boca de Dios no llegue a El vacía, sino que
prospere en aquéllos a quienes ha sido enviada”. (Constituciones de las Monjas de la
Orden de Predicadores, N II-Valencia,l987.
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Monasterio Concepción “Inmaculada Concepción “de la diócesis de
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Monasterio “Madre de Dios” de la diócesis de Añatuya, Santiago del Estero.
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de Siena”.de Buenos Aires. Bs. As.,1945.
Vera Vallejo, Juan Carlos. Breve historia del Monasterio “Santa
Catalina de Siena”.Córdoba,l942.
ORACION
Eterno Padre: Tú elegiste a Sor Leonor de Santa María
para amarte y servirte con profunda humildad como mon-
ja del Monasterio Santa Catalina de Siena, concediéndole
una caridad solícita para con sus hermanas. Te pedimos
completes tu obra, mostrando la santidad de su vida.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Toda gracia atribuída a la intercesión de sor Leonor
de Santa María Ocampo, comunicarla al Monasterio
Santa Catalina de Siena.Obispo Trejo 44.5000.Córdoba.
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