de la tragedia a lo trágico. nacimiento y muerte de la tragedia

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De la tragedia a lo tr á gico Nacimiento y muerte de la tragedia. Doris Melo Mendoza 2013

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autor : Doris Melo Mendoza. 2011 Derechos reservados por el autor Licencia Creativa. Copy Right Portada : Acuarela de Doris Melo

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Page 1: De la tragedia a lo trágico. Nacimiento y muerte de la tragedia

De la tragedia a lo trágico

Nacimiento y muerte de la tragedia.

Doris Melo Mendoza

2013

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Page 3: De la tragedia a lo trágico. Nacimiento y muerte de la tragedia

De la tragedia a lo trágico.

Evolución y muerte de la tragedia

Doris melo Mendoza.

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Portada: “El desdoblamiento del ser ”. (Acuarela) Doris Melo 1995

© De la tragedia a lo trágico, Nacimiento y muerte de la tragedia.

Licencia de propiedad intelectual

© Todos los derechos reservados por el autor

San Juan P.R. 2011

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Introducción

Los mitos clásicos han logrado trascender el tiempo,

transformándose en un valor universal dentro de nuestra tradición

occidental. En el caso del teatro, su vigencia fue evidente en las

metamorfosis gestadas en las obras de los tres grandes trágicos

griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides. En sus obras, las acciones

de los héroes trágicos, signadas casi siempre en las leyes no

escritas del oikos o de la familia, corresponden a la pugna con el

poder del Estado. Esto se constituye en una suerte común que

renace a lo largo de la historia. Por sus características, por su

lucha, estos héroes de los mitos antiguos han reaparecido en

distintos contextos, ligados a la idea de la libertad y la defensa de

la justicia, siendo reelaborados por diversos autores y en diferentes

épocas en el arte en general.

Muchos de los mitos pasarán al corpus de la tragedia griega en las

obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Para esto vamos a trazar la

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evolución de la tragedia y lo haremos, partiendo de las teorías

sobre la tragedia desde Platón y Aristóteles hasta los

planteamientos clásicos de la muerte de la tragedia según George

Steiner en el siglo XX. Además, expanderemos las ideas de Albin

Lesky (1896-1981), acerca del término “lo trágico”, vertidas en su

su libro La tragedia griega (1935), y de su contribución a la

esencia del género que define Aristóteles en La Poética.

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De la tragedia a lo trágico: Nacimiento y muerte de la tragedia

Según Demetrio Estébanez Calderón, la teoría de los géneros

literarios cuenta con una larga tradición en la cultura occidental, y

pueden distinguirse tres etapas fundamentales en el surgimiento y

desarrollo de dicha teoría: la conocida como etapa clásica, que

abarca desde Platón y Aristóteles hasta el neoclasicismo en el siglo

XVIII, la etapa de oposición crítica al clasicismo, iniciada con la

teoría romántica de los géneros (su expresión más lograda se

encuentra en Lecciones de Estética, de Friedrich Hegel), y el

período de reelaboración de la mencionada teoría a partir del

Formalismo ruso y las nuevas escuelas de crítica literaria del siglo

XX: New Criticism, Estructuralismo, entre otras (466).

La teoría clásica de los géneros se desarrolla en Grecia a través

de las obras de Platón (427-347 a. C.) y Aristóteles (367-322 a.

C.), y se consolida en Roma con Horacio y los retóricos Cicerón y

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Quintiliano. En el libro tercero de La República, Platón distingue

tres tipos de discursos: aquel en el cual el poeta habla como si

fuese él mismo, lo cual equivaldría a la lírica; aquel en el cual el

poeta alterna su palabra y la de los personajes, que equivale a la

épica; y aquel en el cual sólo aparece la voz de los personajes, que

equivale a la dramática. (102)

Sin embargo, Platón no se ocupa de teorizar acerca del género

“tragedia”. Esto lo realizará Aristóteles en La Poética (s. IV a. C.).

Para éste, la tragedia es mimesis de acciones de seres humanos

superiores a nosotros:

Es, pues, la tragedia reproducción imitativa de acciones esforzadas, perfectas, grandiosas, en deleitoso lenguaje, cada peculiar deleite en su correspondiente parte: imitación de varones en acción, no simple recitado; e imitación que determine entre conmiseración y terror el término medio en que los afectos adquieran estado de pureza. Y llamo lenguaje deleitoso al que tenga ritmo, armonía y métrica; y por cada peculiar deleite de ritmo, armonía y métrica hace su efecto purificador en algunas partes mediante la métrica, sola, en otras por medio de la melodía. (138)

Para Aristóteles, existe la idea de que en la tragedia predominan

el destino y la voluntad de los dioses. En ella vemos cómo esa

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voluntad se realiza, porque el héroe actúa y es mediante la acción

que se concretiza el drama. Indica que, en cuanto al número de

actores de la tragedia, Esquilo comenzó por aumentarlo de uno a

dos: disminuyó la parte del coro y dio al diálogo la función

principal. Sófocles elevó a tres el número de actores e hizo decorar

el escenario (137).

Uno de los elementos más importantes de la tragedia, como

Aristóteles los entiende, es la peripecia o la forma en que la vida

del héroe cambia de bien a mal:

[…] peripecia es la inversión de las cosas en sentido contrario, y como quedó también dicho, tal inversión debe acontecer o por necesidad o según probabilidad, como en el Edipo se ve, que el que vino a fortalecerle y librarle del temor que tenía por lo de su madre, en habiendo mostrado quien era, le causó contrario efecto […]. El reconocimiento, como su nombre mismo lo indica, es una inversión o cambio de ignorancia a conocimiento que lleva a amistad o enemistad de los predestinados. (146)

Así, ese cambio se da en la vida de los héroes sin que éstos lo

sepan y produce la posterior anagnórisis o reconocimiento; es

decir, el momento en que se reconoce tal cambio. Es, tal y como

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señala Aristóteles, “[…] una inversión o cambio de ignorancia a

conocimiento que lleva a enemistad de los predestinados a mala o

buena ventura. Y bellísimo será aquel reconocimiento que pase por

peripecia […]” (146). No obstante, desde el punto de vista de la

cantidad, o sea, de las partes separables que pueden darse en la

tragedia, se encuentran: el prólogo, los episodios, el éxodo, y el

coro que, a su vez, se divide en parados y estasimón (147).

Aristóteles refiere que la forma correcta de presentar el cambio

del héroe es la caída desde el prestigio y la felicidad debida a un

fallo o error de cálculo (hamartía). A su vez, la conmiseración y el

terror son elementos necesarios para la katarsis o purificación del

espíritu, que debe producir la tragedia, ya que el espectador debe

sentir temor ante los acontecimientos que le suceden al héroe,

proyectando en ellos sus bajas pasiones a través de la

identificación. Al identificarse con el héroe, someten su espíritu a

la purificación y sienten que esto les puede suceder en algún

momento de su vida, por lo cual despertará en ellos conmiseración.

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Araceli Laurence, en su trabajo “Hybris y castigo en la tragedia

y la historiografía griega”, señala que la hybris es esa forma de

actuar movida por un impulso irrefrenable en el cual el personaje

no puede controlar su ira, insolencia, desenfreno, empecinamiento.

La hybris parece ser el motor de la tragedia (1).

Clímaco Pérez plantea que la obra literaria fue interpretada por

Platón y Aristóteles como mimesis, como imitaciones de la vida.

La tragedia, la epopeya, la comedia y la poesía son imitaciones que

se distinguen entre sí, por el medio, el objeto y la manera como

realizan la imitación. Continúa afirmando que se trata de

imitaciones muy especiales, ya que en el sentido estricto no

remiten a hechos sensibles de ocurrencia de la vida cotidiana, sino

al ser constitutivo del mundo, al núcleo esencial y profundo de las

cosas. En ese contexto, la obra literaria es interpretada como la

inmanente necesidad del mundo, la mimesis del destino que, por

efecto de las leyes que rigen la existencia, debe realizarse

necesariamente (2).

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De otra parte, Pérez refiere que la tragedia tiene sentido en

relación con un orden al que pertenece el ser humano y que se

insinúa de manera continua a lo largo de la existencia del ser

humano real o representado como personaje de la obra literaria.

Continúa afirmando que la tragedia, además, revela el ser del

mundo. El aspecto problemático de lo trágico consiste en la

relación con el orden que trasciende toda individualidad, pues no

se trata de una relación transparente, sino que, por el contrario, está

matizada de problemas que tienen incidencias determinantes sobre

el sentido de existir y las formas como se posiciona el ser humano,

de su lugar en el mundo (3).

Varios siglos después de Aristóteles, Horacio (65 a. C.), en uno

de sus textos fundamentales, La Epístola a los Pisones (20 a. C.),

retoma los postulados que Aristóteles había planteado en La

Poética. Horacio obtuvo con su obra respeto y admiración en los

círculos literarios romanos, a los cuales pertenecían Virgilio y

Lucio Rufo, quienes le presentaron a Cayo Mecenas (38 a.C.),

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amigo y consejero de César Augusto. De esta relación y

admiración, el emperador le brindaría más tarde su protección.

Los temas discutidos por Horacio gozaron de un respaldo

universal a lo largo de la literatura posterior a su fallecimiento.

Principalmente, partiendo desde el Renacimiento, es difícil no

hallar una sola composición influida por los tópicos o las formas

horacianas.

Para Horacio, la tragedia no debe desparramar versos frívolos,

por lo que refleja en su poética una actitud didáctica. Además,

sigue de cerca a Aristóteles, sobre todo en cuanto a la verosimilitud

y la propedéutica:

Los poetas quieren ser útiles o deleitar, o al mismo tiempo decir lo ameno e idóneo para la vida. Sé breve en tus consejos, para que los espíritus rápido perciban dóciles tus palabras y las retengan fielmente. […]. Las ficciones para deleite que sean muy cercanas a la verdad, para que la obra pretenda que se crea cualquier cosa, como «niño devorado por un ogro sale vivo de su tripa». (567)

Por otro lado, afirma que los personajes conocidos se deben

mantener con carácter, con el que se han presentado desde el

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principio hasta el final de la obra. Además, el héroe deberá ser un

modelo vivo de la sociedad, en las diversas costumbres con

naturalidad.

En lo que se refiere a la mezcla de la tragedia y la comedia,

Horacio propone que ambos, temas y versos, sean reglamentados:

Un tema cómico no quiere ser tratado en versos trágicos. Asimismo la cena de Tiestes no está bien narrarla en poemas informales y casi dignos del zueco. Que cada cosa mantenga el sitio propio que le ha tocado en suerte. Ahora bien, a veces también la comedia eleva su voz y el airado Cremes declama con hinchada expresión y a veces el trágico se duele con lengua pedestre, cuando Télefo y Peleo, uno pobre, el otro desterrado, prescinden de ampulosidad y palabras de pie y medio, si su lamento procura tocar el corazón del espectador. (543)

Aristóteles y Horacio gozaron de alguna resonancia en la Edad

Media sobre todo con la traducción y los comentarios en árabe que

desarrolló Averroes y que fueron traducidos al latín por Herman.

No obstante, la noción de tragedia aristotélica pierde su sentido

original, sobre todo en el texto de Dante Alighieri (1265-1321),

“Carta al gran Can de la Scala de Verona” (1316-1317). En esta

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obra, se aleja de Aristóteles, pues sólo distingue a la tragedia por la

forma en que termina. En cuanto a que la tragedia, en su comienzo

es “admirable y tranquila”, pero al final, en el desenlace, resulta

triste y horrible. De manera que, a su entender, las tragedias deben

terminar de forma catastrófica:

[…] porque la tragedia al principio es admirable y tranquila, pero al final en el desenlace resulta triste y horrible; y por esto su nombre procede de Tragos, que significa macho cabrío y oda. De donde su significado etimológico es “canto del macho cabrío”, esto es, desagradable como el macho cabrío; todo esto, lo explica Séneca en sus tragedias. (815)

Si bien Dante se aparta un poco de Aristóteles y a éste, a pesar

de las traducciones y comentarios de Averroes y Herman, no se le

tomó en consideración; en el Renacimiento vuelve a tomar auge la

tradición trágica antigua.

En el año 1564, Antonio Sebastiano Minturno (1507-1574)

redactaba su Arte poética. En ella seguía de cerca a Aristóteles en

cuanto a la concepción de que el arte es mimesis, y dividía la

poesía en tres estadios superiores: la poesía épica, la poesía

escénica y la poesía mélica o lírica. En el diálogo o

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“ragionamento” que se desarrolla entre Vespasiano Gonzaga y

Antonio Minturno, el primero pregunta por la esencia de la poesía,

a lo cual responde Minturno que se trata de “imitación”: “Vesp.

Che co∫è a Poesía. M. Imitatione de uarie maniere di per∫one, di

diuer∫i modi, ò con parole, ò con harmonia, ò con tempi;

∫eparatamente, ò con tute que∫te co∫e in∫ieme” (2). En cuanto a la

división: “Vesp. Quante adunque ∫ono le parti della poe∫ia? M. Tre

generali: l’unna ∫i chiama Epica, l’altra ∫cenica, la terza Melica, ò

Lyrica che dir ui piaccia” (3). Al preguntársele por la poesía

escénica, Minturno describe tres modalidades: la trágica, la cómica

y la satírica. En el segundo “ragionamento” con Angelo

Constanzo, se define la poesía escénica, partiendo de la poética de

Aristóteles:

Che co∫a è la ∫cenica Poe∫ia? M. Imitatione di co∫a. que rappre∫entino in teatro ∫otto una materia interna, e perfectta, e di certa grandezza copre∫e: laqual ∫i fa, non ∫emplicemente narrando; ma introducèndo per∫one in atto et in ragionamento, è cò dir ∫oaue, e deletteuole […]. (65)

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Sin embargo, no siempre se siguió a Aristóteles ad pedem

litterae, como sucede en El Arte nuevo de hacer comedia (1609),

de Felix Lope de Vega Carpio (1562-1635), donde éste se aparta

como una nota discordante que asimila a la iniciativa, por lo menos

en España, de la tragicomedia de Fernando de Rojas, Comedia de

Calixto y Melibea (Burgos, 1499). La tendencia a la mezcla de los

géneros, de la tragedia y de la comedia, no es un asunto novedoso,

como se ve:

Lo trágico y lo cómico mezclado, y Terencio con Séneca, aunque sea como otro minotauro de Pasifae, harán grave una parte, otra ridícula; que aquesta variedad deleita mucho. Buen ejemplo nos da la naturaleza, que por tal variedad tiene belleza. (14-15)

Lope sigue de cerca la traducción de La Poética de Aristóteles

que había realizado Francesco Robertello (1516-1567), para

esclarecer frente a la Academia de Madrid la aparente confusión

del arte dramático:

Si pedís arte, yo os suplico, ingenios, que leáis al doctísimo Utinense Robertelo, y veréis sobre Aristóteles,

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y aparte en lo que escribe de comedia, cuanto por muchos libros hay difuso que todo lo que agora está confuso. (14)

Lope de Vega propone una nueva comedia que implica la

mezcla de la tragedia y la comedia, y añade que ésta va dirigida al

pueblo en un lenguaje que puedan entender.

Según Carmen Rabell, la actitud de Lope en su Arte nuevo de

hacer comedias es totalmente ambigua, ya que si bien propone su

poética asociándola al estilo del vulgo, lo cual lleva en sí mismo

una carga peyorativa, se burla también de los académicos a quienes

se les hace muy fácil hablar de arte de hacer comedias, porque no

han escrito ninguna (230).

Lope se burla de los académicos de la siguiente manera:

Fácil parece este sujeto, y fácil fuera para cualquiera de vosotros, que ha escrito menos de ellas, y más sabe del arte de escribirlas y de todo; que en lo que a mí me daña en esta parte es haberlas escrito sin arte. (11)

Se cuida de explicar que no guarda los preceptos, pero no

porque los ignore:

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No porque yo ignorase los preceptos, gracias a Dios, que ya tirón gramático pasé los libros que trataban desto antes que hubiese visto el sol diez veces discurrir desde el Aries a los Peces. (11)

En el clasicismo francés se desarrolla la teoría de Nicolás

Boileau, (1636-1711) específicamente en L’Art poetique (1674).

Según Silvio D’Amico, anteriormente se había desarrollado una

reacción contra la tradición teatral francesa del siglo XVI, que

gozaba de libertades de corte medieval todavía, en las obras de

Chapelain (1604-1686), específicamente en Práctica del teatro

(1657). Se trataba de una búsqueda de orden al estilo clásico. Por

esto, habrá una preocupación por la pureza y la elegancia del

idioma. Políticamente, se trata del dominio de una aristocracia

culta y refinada que proyecta sus gustos y su estética a través del

arte y la literatura. Esa estética descansa, sobre todo, en el

concepto de mimesis, de corte aristotélico, entendido como

imitación de la naturaleza y de los autores grecolatinos,

considerados como clásicos. El poeta trata de imitar las formas y

los géneros clásicos a partir de la Poética de Aristóteles, sobre

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todo, que había sido traducida nuevamente por Robertello en el

Renacimiento. El gran género aristotélico es la tragedia, y, junto

con la epopeya, forma el binomio de los géneros que implican la

mimesis de aquéllos más elevados que el grueso de los seres

humanos y cuyo lenguaje debe ser más poético.

En el canto primero de su Arte Poética, Boileau define la

esencia de la poética neoclásica. Observa la evolución de la poesía

francesa desde los trovadores de la Edad Media hasta el final del

Barroco. En esa trayectoria distingue el deterioro de la armonía y

de la retórica clásica, la musicalidad del verso y, sobre todo, la

tendencia hacia la irracionalidad. Así, aconseja que la rima y la

cadencia obedezcan a la razón:

Sierva es la rima, obedecer le cabe: quien primero en buscarla se afanaba hallala luego dócil a su mente: de la razón al yugo al fin se rinde, y, lejos de dañar, sirve y adorna. (12)

Aconseja ser claro, armónico, elegante y alejarse del

vocabulario del pueblo En ese sentido, todavía guarda algo de la

tendencia cultista del Renacimiento y del Barroco. Además, debe

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rehuirse la cacofonía y el capricho. De este modo, la eufonía se

convierte en el mejor juicio.

Boileau recomienda imitar a Virgilio y Teócrito, modelo, de

buena literatura:

Sigue, si anhelas el mejor sendero de Virgilio y Teócrito los pasos: lee sus áureas páginas escritas de mano de las gracias noche y día: reglas del arte son sus versos. (26)

En el canto tercero, se define lo que será el teatro neoclásico.

Boileau prácticamente repite a Aristóteles, reitera que el arte es

mimesis y que la tragedia es representación de acciones de seres

honorables y elevados quienes al caer en desgracia producen en el

espectador temor y conmiseración. (37-38)

En Aristóteles están descritas las tres unidades (de tiempo,

acción y lugar) que Boileau y todos los preceptistas del

Renacimiento y del Barroco asumen como reglas:

Que en un sitio, en un día, un hecho sólo tenga hasta el fin el auditorio atento. jamás cosa increíble se presente; que ni aun lo cierto es siempre verosímil:

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portento absurdo a recrear no alcanza,

Ni a interesar lo que razón repugna, dese a la narración lo que a la vista negarse debasé cuanto más vivo se fija lo que vemos; pero hay cosas que el oído las sufre y no los ojos. (38)

En estos versos de Boileau, está resumida toda la tragedia como

Aristóteles la entendía a partir de los autores que conoció, sobre

todo del Edipo rey (430 a. C), de Sófocles (495 a. C- 406 a. C),

obra que consideró como la tragedia perfecta.

Por otro lado, cabe decir que el clasicismo y la ilustración

comparten la idea de que la razón debe regir el arte. La ilustración

es la ideología y la cultura elaborada por la burguesía europea en

su lucha con el absolutismo y la nobleza. Se trata de un fenómeno

iniciado en Francia, que se fue extendiendo por toda Europa a lo

largo del siglo XVII. Es en este periodo en el que se inserta el

español Ignacio de Luzán con su Arte Poética (1737). Había

conocido la ilustración más en Italia que en España. Compartió

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siempre en la Corte, por lo cual tuvo la oportunidad de introducirse

en los círculos intelectuales de su época.

En el libro III del Arte Poética, Luzán se dirige específicamente

a aquellos tratadistas que de alguna forma han abusado en degradar

los géneros y el decoro mismo del arte verbal. Afirma en cuanto al

deterioro de la escena que se debe al abandono de los principios

clásicos, separación de géneros y verosimilitud, con lo cual

termina cambiando y desfigurando la historia sin respetar los

hechos más notorios con la mezcla de fábulas absurdas y con

atribuir a reyes, príncipes, héroes y damas ilustres caracteres,

costumbres y acciones ridículas y vergonzosas.

Por otro lado, se refiere a la evolución de la tragedia desde sus

orígenes. Coincide con Aristóteles en sus postulados y le otorga

autoridad a éste: “El mérito y la autoridad de Aristóteles,

especialmente en este asunto, requiere justa razón que no

omitamos la idea que nos dejó de la tragedia en su definición […]”

(289). Acerca de la tragedia señala los mismos planteamientos que

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Aristóteles y la tradición clásica, en relación con la catarsis, el

temor y la conmiseración:

[…] Como una representación dramática de gran mudanza de fortuna, acaecida a reyes, príncipes y personajes de gran calidad y dignidad, cuyas caídas, muertes, desgracias y peligros exciten terror y compasión en los ánimos del auditorio, y los curen y purguen de estas pasiones, sirviendo de ejemplo y escarmiento. (290)

Luzán propone la representación dramática como condición

esencial de la tragedia: “[…] porque una de las condiciones

esenciales de la tragedia es que el poeta se esconda totalmente, y el

hecho sea representado por medio de interlocutores […]” (290).

Mientras el clasicismo se caracterizó por la vuelta a la

antigüedad clásica, el Romanticismo es una época en la cual se

buscaba enfatizar la imaginación, la libertad y las emociones

fuertes. Se opone a todo lo que había valorado el siglo anterior.

Prefiere lo personal, lo subjetivo y lo interior. Crea personajes

raros y mundos melancólicos. Esteban Tollinchi (1932-2005)

señala que históricamente el concepto de romanticismo se generó

por oposición al clasicismo, pues para que el romanticismo cobrara

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conciencia de sí mismo necesitó oponerse al llamado clasicismo

(1110). Refiere que el término clasicismo, pese a su referencia a la

antigüedad es de origen decimonónico. Afirma que en la antítesis

forjada por los románticos, el clasicismo suele referirse a la

literatura que va desde el redescubrimiento de La Poética de

Aristóteles en el Renacimiento tardío hasta los días de la

Revolución Francesa. Para la época en que se formó en Alemania,

el clasicismo apuntaba claramente a la literatura francesa y se

nombraba particularmente para señalar la ansiada independencia

de ella por parte de la literatura alemana (1111). Es en ese contexto

que señala el cambio de valor del término en un elemento de

crítica, que pretendía describir cierto estilo mesurado, lúcido,

ordenado, equilibrado, y hacerlo con exigencia universal (1111-

1112). En este sentido, el término puede aplicarse a cualquier

literatura.

De otra parte, Tollinchi afirma que en teoría el romanticismo se

puede distinguir del clasicismo, pero en la práctica no es fácil

separarlos de manera tajante. Sigue señalando que es posible que

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haya un acuerdo en que la controversia entre clásicos y románticos

sea cuestión de principios de siglo, principalmente el romanticismo

alemán, ya que es Alemania donde la oposición parece ser más

marcada (1113). La polaridad clasicismo romanticismo si bien se

originó en Alemania, bien pronto se propagó por toda Europa. En

Francia, la controversia parece encenderse mucho más tarde y

específicamente en el “Prefacio” a Cromwell, de Víctor Hugo, en

relación con el drama.

Entre los pensadores del Idealismo alemán se encuentra

Friedrich Hegel (1770-1831), quien en su libro Lecciones sobre

estética (1842) plantea que el tema de la tragedia es lo divino,

entendiendo lo divino como lo ético. La ética para Hegel, es el

motor de la tragedia. No se trata de moral o de conciencia

religiosa, sino de intervención, de querer o consumar. El problema

trágico, para Hegel, se desarrolla en una colisión de dos fuerzas

igualmente verdaderas en la subjetividad y en la acción del

personaje:

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Lo originalmente trágico consiste en el hecho de que en ese seno de tal colisión ambos aspectos de la oposición, tomados para sí, tienen legitimidad, mientras que por otra parte pueden llevar sin embargo a cumplimiento el verdadero contenido positivo de su fin y de su carácter sólo como negación y violación de la otra potencia, igualmente legítima, y asimismo incurren por tanto en culpa […]. (857)

En el discurso de Hegel se desarrolla una noción de “lo

trágico”, entendido como el resultado de la tensión entre la idea de

justicia universal y los actos individuales de los seres humanos.

Esa tensión se resolvería mediante el restablecimiento de lo

universal en lo particular. Las dos partes contrapuestas en la

colisión tendrán razón, pero alcanzarán su realización agrediendo a

su opuesto. De ahí, la culpabilidad moral que Hegel observa en lo

trágico (857).

Por su parte, Sören Kierkegaard (1813-1855) se inserta en el

idealismo alemán, ya que compartió en parte muchas de las

inquietudes de Hegel y combatió con apasionamiento la filosofía

hegeliana. Vale la pena recordar que desde sus planteamientos,

específicamente en el tratado titulado Antígona, se nota la

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tendencia a delimitar y definir qué se entiende por “lo trágico”.

Kierkegaard se aleja de las propuestas que Aristóteles planteó en la

Poética. Para él, no es posible separar lo trágico antiguo de lo

trágico moderno; antes bien, entiende que lo trágico antiguo se

deja absorber por lo trágico moderno, y en esa acción se presenta

lo trágico verdadero:

El objeto que se propone este breve estudio, no es, de ninguna manera, establecer la relación entre lo trágico antiguo y lo trágico moderno. Trata más bien de demostrar de qué manera lo trágico antiguo se deja reabsorber esencialmente por lo trágico moderno, de tal modo, que en él se manifesta lo trágico verdadero. Con esto se dará por satisfecho. Restricción que consideraré tanto más como una exigencia de nuestro tiempo, ya que el mundo contemporáneo evoluciona mucho más en el sentido de lo trágico. (13-14)

No obstante, Kierkegaard trata de encontrar una forma de

distinguirlos. Lo que distingue, en cierto modo, a la tragedia

antigua de la moderna, es la concepción que del Estado y del

individuo se posee. El héroe trágico antiguo estaría supeditado en

su libertad al Estado, a la familia, al destino. El mundo antiguo no

había proyectado sobre sí mismo la subjetividad. El individuo

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sufría su caída, y su sufrimiento se debía a su responsabilidad. El

héroe trágico moderno, por el contrario, está reflejado

subjetivamente en sí mismo. Afirma Kierkegaard que esa reflexión

del hombre moderno no tiene que ver con el destino, el Estado o la

familia, sino con su propio pasado, con su dolor, siendo el dolor la

interpretación moderna del sufrimiento antiguo.

Para Kierkegaard, el hombre vive y muere a través de sus actos.

De este modo, él distingue dos formas de culpabilidad. Se basa en

la hamartía aristotélica o el error de cálculo. La culpabilidad es un

intermedio entre el actuar y el sufrir y en eso consiste lo que él

llama la colisión trágica (23). Por otro lado, afirma que, al ser más

reflexiva la subjetividad, el individuo y la culpabilidad adquieren

un valor más ético y es entre esos dos polos que se sitúa la

tragedia:

Si el individuo no tiene culpabilidad, no presenta interés trágico, porque la colisión trágica carece de interés; si, por el contrario, tiene una culpabilidad absoluta, no nos logra interesar tampoco en el sentido trágico. Así cuando la tragedia de nuestra época tiende a traducir todo lo que está demasiado repleto de destino en individualidad y en subjetividad, parece no haber

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comprendido la esencia de lo trágico. A partir de ese momento no se nos vuelve a hablar sobre la vida pasada del héroe, se le abruma pura y simplemente con la carga de toda su vida, así como de su propia acción, se le hace responsable de todo y de esta manera se transforma la culpabilidad estética en una culpabilidad ética. (23-24)

A pesar de las afirmaciones de Hegel y Kierkegaard, Federico

Nietzsche, en El origen de la tragedia, señala que, aunque el tema

de la tragedia ha sido propuesto, todavía no se ha resuelto. Afirma

que la tragedia desde su origen ha sido siempre un coro, que es la

esencia del pueblo. Propone lo siguiente:

Esta tradición declara, de la manera más formal, que la tragedia ha salido del coro trágico y no era en su origen sino un coro, y nada más que un coro. Tenemos el deber de penetrar hasta el alma de este coro, que fue el verdadero drama original, sin contentarnos en modo alguno con las definiciones estéticas corrientes, según las cuales este coro sería el espectador ideal o tendría por objeto representar al pueblo, frente a la clase principal, a la cual estaba reservada la escena. (55-56)

Nietzsche señala que la tragedia griega tenía como único objeto

los sufrimientos de Dionisos y que durante todo el largo periodo de

su escena, Dionisos fue el único héroe:

[…] podemos asegurar, con la misma certidumbre, que antes de Eurípides, y hasta Eurípides, que Dionisos no

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dejó nunca de ser el héroe y que todos los personajes héroes del teatro griego, Prometeo, Edipo, etc, no son más que disfraces del héroe original, Dionisos. La causa esencial de la idealidad típica tan admirada por estas figuras es que detrás de estas máscaras se oculta un dios. (76)

Para Nietzsche, “lo trágico” implicaba el retorno a lo

primigenio, a lo dionisiaco, para purificarse de la gran falta de la

existencia que es la individualidad. Como oposición a la moral

cristiana, que entiende la vida como algo inmoral, desarrolla en El

origen de la tragedia la vida contra la moral, es decir, dionisíaca,

opuesta, a su vez, a las ideas de Arturo Schopenhauer sobre la

tragedia. Para éste, según Nietzsche, lo trágico era el sentimiento

de insatisfacción del ser humano respecto de la vida. Esto haría que

la esencia de la vida fuese la resignación. En el “Ensayo de

autocrítica” (1886), afirma lo siguiente:

¿Qué pensaba Schopenhauer de la tragedia? «Lo que da al trágico alas para volar a lo sublime —dice (El mundo como voluntad y como representación, II, 987— es la revelación de este pensamiento: que el mundo, la vida, no puede satisfacernos completamente, y, por consiguiente, no es digno de que le prestemos adhesión.» En esto es en lo que consiste el espíritu trágico: por eso nos conduce a la resignación. ¡Oh, qué

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lenguaje tan diferente empleaba Dionisos! ¡Oh, qué lejos de mí estaba esta resignación! (45)

Walter Benjamín en su obra El origen del drama barroco

alemán (1990), retoma la crítica de Nietzsche sobre el origen de la

tragedia, porque fue una investigación de las teorías sobresalientes

que no llegó a refutar. No trató el tema de la culpa trágica y de su

expiación. Nietzsche, afirma Benjamín, dejó fuera de su alcance

los conceptos de la filosofía de la historia o de la filosofía de la

religión. En última instancia, se expresa cualquier toma de postura

sobre la esencia de la tragedia (38).

Una leyenda beocia dice que las mujeres se reunían de noche

para adorar a Dionisos a la luz de las antorchas, acompañados de

una música de flautas, mataban un ternero, lo despedazaban y

luego comían la carne cruda y sangrante. Después de un rito

religioso que llamaban entusiasmo, corrían por los campos entre

gritos y movimientos desordenados. Este entusiasmo es lo que le

sirve a Nietzsche para caracterizar lo dionisiaco. Además,

Nietzsche continúa afirmando que Dionisos es el único ser

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verdaderamente real, y que aparece en una pluralidad de figuras

bajo la máscara de un héroe que combate y que se encuentra al

mismo tiempo enlazado con los restos de la voluntad particular:

El dios se manifiesta entonces, por sus actos y por sus palabras, como un individuo expuesto al error, presa del deseo y del sufrimiento. Y esta precisión y claridad con que aparece es obra de Apolo, intérprete de los sueños que revela al coro su estado dionisiaco por esta apariencia simbólica. (77)

Nietzsche insiste en que la tragedia griega no terminó como

todas las demás artes de la antigüedad, sino por el suicidio. Utiliza

la palabra suicidio para referirse a cómo la tragedia misma se

disuelve, producto de un conflicto insoluble, es decir,

trágicamente; mientras que las otras artes se extinguieron

tardíamente con una muerte más tranquila (306).

Eduardo Gruner, señala que en Nietzsche, la muerte de Dios ha

hecho caer la fuente de la responsabilidad trágica nuevamente en

mano de los hombres, que nada quieren saber de ella:

La tragedia no terminó como las demás artes de la antigüedad; murió por el suicidio, a consecuencia de un conflicto insoluble, es decir, trágicamente […] En efecto, del mismo modo que el privilegio de las

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naturalezas favorecidas por los dioses parece dejar la vida sin esfuerzo y rodeadas de una admirable descendencia, este mismo privilegio parece haber sido el de las artes antiguas […]. La muerte de la tragedia, por el contrario, produjo una impresión universal y profunda de vacío monstruoso. (80)

El idealismo alemán influye en el nacimiento del romanticismo.

Víctor Hugo (1802-1885) considera que Homero domina la

sociedad antigua. Señala que en esta sociedad, todo es simple, todo

es épico. Allí la poesía es religión y la religión es ley (24).

Continúa afirmando que la expresión de esta civilización sólo

puede ser la epopeya y que ésta tomará varias formas, pero nunca

perderá su carácter. No obstante, es sobre todo en la tragedia que la

epopeya aparece en todas partes y es en esta forma en la que sube a

la escena griega (24). Afirma que en la tragedia, sin perder en nada

sus grandes proporciones, sus personajes todavía son héroes,

semidioses y dioses. Sus resortes son sueños, oráculos, fatalidades.

Lo que antes cantaban los rapsodas es ahora declamado por los

actores (24). En lo que respecta al coro en la tragedia, afirma lo

siguiente:

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Cuando toda la acción, todo el espectáculo del poema épico, ha ocupado la escena, lo que queda es tomado por el coro. El coro comenta en la tragedia, alienta a los héroes, describe, llama al día y lo expulsa, se alegra, se lamenta, da a veces el decorado, explica el sentido moral del tema, halaga al pueblo que le escucha. Ahora bien ¿qué es el coro, este extraño personaje situado entre el espectáculo y el espectador, sino el poeta completando su epopeya? (25)

Nietzsche considera el espíritu dionisiaco y el espíritu apolíneo

como dos fuerzas artísticas contrarias que brotan del seno de la

naturaleza sin mediación de artista humano. Por medio de estas dos

fuerzas, los instintos del arte de la naturaleza se satisfacen de

manera directa e inmediata. Por un lado lo apolíneo se presenta

como un mundo de imágenes del ensueño, cuya perfección no

depende del valor intelectual o de la cultura artística del individuo.

Por otro lado, describe lo dionisiaco como una realidad plena de

embriaguez que, a su vez, no se preocupa del individuo, y aún

persigue aniquilamiento del individuo mismo y su disolución

liberadora por un sentimiento de identificación mística (31). Víctor

Hugo coincide con Nietzsche en cuanto al concepto del coro en la

tragedia, ya que para Nietzsche, la tragedia ha salido del coro.

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Hugo señala que la tragedia refuerza el carácter épico de estos

tiempos, no sólo por las formas que adopta, sino también por los

temas que trata. Continúa afirmando en su obra que ésta no hace

más que repetir la epopeya y que todos los trágicos antiguos

reproducen con detalle a Homero (26).

Hugo difiere en cuanto a la unidad de tiempo en los

planteamientos sobre la tragedia que habían formulado Aristóteles

y sus seguidores. Critica las tres unidades clásicas, porque él

concibe el tiempo y el espacio como una experiencia personal. De

otra parte, propone que toda acción tiene una duración propia y su

lugar particular (52). Considera que de las tres unidades (tiempo,

espacio y acción) la última es la única importante, porque proviene

de un hecho, y es que ella determina el punto de vista del drama.

Por tal razón, excluye las otras (54). Coincide con Lope de Vega

en cuanto a que considera la unidad de acción como el más

importante de los planteamientos aristotélicos. Al igual que Lope,

le otorga poco valor al tiempo y al espacio.

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Después de la estética romántica en el siglo XX, Geörgy Lukács

(1885-1972), en su libro El alma y las formas (1910), plantea que

el alma del hombre trágico es sorda para todos los preparativos, y

cuando finalmente suena la palabra del destino todo se transforma

repentinamente. De esta manera, continúa Lukács, todo deviene en

“esencia” (253). Al igual que Aristóteles, él afirma que el hombre

trágico se enfrenta a su propio destino y cuando finalmente se da

cuenta se produce un cambio. Éste se refiere a la resolución del

hombre trágico ante la muerte. Refiriéndose a la diferencia entre el

místico y el hombre trágico, afirma que la entrega es el camino del

místico y la lucha es la del hombre trágico; en aquél, el final es una

disolución; en éste, choque aniquilador. Aquél pasa del ser uno con

todo a lo más profundo de su éxtasis y éste pierde su mismisidad

en el instante de su más verdadera elevación.

Lukács define la tragedia como el despertar del alma. En ella el

conocimiento del límite descubre su esencia, y deja caer de ella

con desprecio y sin atención todo lo demás, dando a la esencia la

existencia de la necesidad interior y única. De otra parte, continúa

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38

afirmando que el límite no limita sino por fuera, sólo desde fuera

es un principio que elimina posibilidades. Señala, además que el

alma despierta es el conocimiento de lo que en realidad le

pertenece y sólo para una idea abstracta del hombre es posible todo

lo humano (256).

De otra parte, Lukács plantea que la más profunda nostalgia de

la existencia humana es el fundamento metafísico de la tragedia:

“[…] la nostalgia que el hombre tiene de su mismisidad, la

nostalgia de transformar la culminación de su existencia en una

llanura del camino de su vida […]” (257). Continúa afirmando que

la tragedia ha nacido de la nostalgia y que, por lo tanto, su forma

tiene que cerrarse a toda expresión de cualquier nostalgia. Antes

que lo trágico apareciera en la vida, la nostalgia se había

convertido por su fuerza en cumplimiento, había abandonado el

estado de nostalgia.

Este planteamiento está indudablemente relacionado con el

existencialismo, un movimiento filosófico cuyo postulado más

importante es que son los seres humanos, en forma individual, los

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que crean el significado y la esencia de sus vidas. Esta corriente

filosófica, destaca el hecho de la libertad y la temporalidad del

hombre, de su existencia en el mundo más que de su supuesta

esencia profunda. Una vertiente de esta tendencia surge en el siglo

XX, en el marco de la literatura y la filosofía, herencia de algunos

de los filósofos anteriores como Kierkegaard, Nietzsche. Entre los

más grandes pensadores de esta corriente se encuentra Karl

Theodor Jaspers (1883-1969). En su libro Esencia y formas de lo

trágico (1952), siguiendo la tendencia del existencialismo, propone

que la tragedia es la expresión de la existencia, la revelación del

ser. En línea directa de Hegel y Kierkegaard, opina que lo trágico

se extingue frente a la verdad cristiana: “[…] la redención cristiana

se coloca frente al saber trágico. La personal posibilidad de

redención elimina el encierro sin salidas del mundo trágico” (31).

Llevada al plano de lo ontológico, de lo que se relaciona con el ser,

Jaspers indica que la “actitud trágica” es la conciencia de lo trágico

convertida en fundamento de la conciencia del ser. Esto se

experimenta en el fracaso del héroe trágico:

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El ser aparece en el fracasar. El ser no se pierde en el fracasar, sino que es directa y decididamente perceptible. No existe ninguna tragedia no trascendente. Aun en la tenacidad de la mera autoafirmación, en el momento del hundirse, frente a los dioses y el destino, existe un trascender hacia el ser que es propiamente el hombre y que como tal experimenta en el instante del hundimiento. (33)

Lo que hace aparecer a la tragedia es la frustración de la

perfección. Su atmósfera permite que la desgracia haga sensible el

ser en el mundo, cerca de la noción heideggeriana del estar

arrojados en el mundo. Sin embargo, para Jaspers, lo trágico se

muestra en la lucha, en el sucumbir, en la culpa. La grandeza del

ser se muestra en el fracaso inevitable. Carca de Kierkegaard, lo

trágico se encuentra en la culpabilidad; pero una culpabilidad

colectiva que convierte al ser individual en un sujeto impotente. La

culpa en el pensamiento de Jaspers está aliada a la noción de culpa

heredada griega y al pecado original judeocristiano. En ese sentido,

la mayor culpa es haber nacido y ser, a través de la existencia,

causante de desgracias inevitables: “Lo que yo soy como

formación común, como origen del maligno querer, de la obstinada

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tenacidad de mi ser frustrado, todo eso ni lo he querido por mí

mismo ni lo he producido yo. Sin embargo, soy el culpable de

todo” (520).

Siguiendo a Hegel, Jaspers indica que en la tragedia se debaten

potencias verdaderas que entran en una colisión. En esa colisión, el

saber trágico es el conocer a través del cual se deviene según su

modo particular de pensar, advertir y sentir. Si no hay asideros

trascendentales, como en la herencia nietzscheana y heideggeriana,

entonces la tragedia en la miseria, en la desdicha, en el fracaso y en

la frustración. Sin embargo, Jaspers observa posibilidades de unión

entre la tragedia y la redención a través del sentido metafísico, pero

desde la perspectiva del espectador: “En la desgracia mira el

espectador el júbilo del ser, el cual consérvase eterno en el seno de

toda destrucción, plenamente consiente del prodigar y destruir, del

arriesgar y naufragar de su máxima potencia” (89). Esa redención

no podría darse en lo trágico del personaje. La redención, que ya

encontramos en Aristóteles, en la catarsis, deja de existir para dar

paso en el espectáculo al dejarse conmover.

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Otros pensadores del siglo XX se han encargado de estudiar la

tragedia, como Albin Lesky (1896-1981), en su libro La tragedia

griega (1935), donde afirma que Aristóteles en La Poética se

encargó de definir y estudiar el género de la “tragedia”, pero no

definió la esencia de lo trágico. Lesky encuentra la esencia de lo

trágico en unas palabras de Johan Wolfgang Goethe (1749-1832):

“Todo lo trágico se basa en un contraste que no permite salida

alguna. Tan pronto como la salida aparece o se hace posible, lo

trágico se esfuma” (24). En este sentido, está cerca de los

planteamientos anteriores de Jaspers. Los polos opuestos de ese

contraste pueden ser Dios y el ser. Lesky observa lo trágico, en

primer lugar, en el cambio de bien a mal: “[…] lo que hemos de

sentir como trágico debe significar la caída desde un mundo

ilusorio de seguridad y felicidad en las profundidades de una

miseria ineludible” (26). En segundo lugar, plantea que lo trágico

implica la posibilidad de relación con nuestro propio mundo. Esa

situación debe incluir de alguna manera al espectador: “Solamente

cuando tenemos la sensación del Nostra res agitur, (llevar a cabo

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nuestras cosas) cuando nos sentimos afectados en las profundas

capas del ser, experimentamos lo trágico” (26).

Existe un tercer requisito para la aparición de lo trágico, según

Lesky. Se trata de la necesidad de que el héroe trágico esté

consciente de su situación: “El sujeto del hecho trágico, la persona

envuelta en el ineludible conflicto, debe haberlo aceptado en su

conciencia, sufrirlo a sabiendas. Allí donde una víctima es

conducida sorda y muda al matadero, el hecho trágico se halla

ausente” (26).

Por otra parte, propone la distinción del concepto “visión

trágica del mundo” de la manera siguiente:

Pronto conoceremos esta visión en derivaciones concretas y de momento la determinaremos brevemente como la concepción del mundo como sede de la destrucción de fuerzas y valores, sin solución y que no puede explicarse por ningún sentido trascendente, destrucción de fuerzas y valores que necesariamente están en pugna. (30)

Lesky afirma que una situación trágica es aquella en la cual

también encontramos elementos como la colisión a la cual se

referían Hegel, Kierkegaard y Jaspers:

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44

En ella existen las fuerzas opuestas que se levantan unas contra otras, ahí está el ser humano que no encuentra la solución a su conflicto y ve su existencia entregada a la destrucción. Pero esta falta de solución, que en la situación trágica debe experimentarse dolorosamente en todo su peso, no es lo último, no es lo definitivo. La nube que parecía impenetrable, se rasga, y del azul del cielo surge la luz de la salvación que inunda la escena que aún se hallaba en la noche tempestuosa. (31)

Indica que una tragedia puede participar de lo auténticamente

trágico en la forma de la situación trágica, lo cual no impide que

tenga un final feliz. Sin embargo, puede tener también como tema

el conflicto absolutamente trágico con un final funesto (32).

Por su parte, en Le Dieu caché (1955), Lucien Goldmann

trazaba la peripecia de lo que denominó la visión trágica en las

obras de Pascal y Racine, sobre todo. En su sistema sociológico, lo

que denomina “visión de mundo” va más allá de la comprensión de

una obra particular; y se refiere, ante todo, a la forma de pensar

que se expresa en las obras de ciertos individuos que pueden

encontrarse dispersos en el tiempo o en la historia:

[…] si la mayoría de los elementos esenciales que componen la estructura esquemática de los escritos de Kant, Pascal y Racine son análogos a pesar de las

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45

diferencias que separan a estos escritores en tanto que individuos empíricos vivientes, tenemos que llegar a la conclusión de la existencia de una realidad que no es ya puramente individual y que se expresa a través de sus obras. Esto, precisamente, es la concepción del mundo […]. (26)

Para Goldmann, los individuos pueden separar su pensamiento

y sus aspiraciones de su actividad cotidiana, pero ese hecho queda

excluido cuando se trata de grupos sociales, para quienes la

concordancia entre el pensamiento y el comportamiento es

rigurosa. No todos los grupos fundados en intereses económicos

son clases sociales. Es necesario que esos intereses estén dirigidos

hacia una transformación de la estructura social y que se expresen

en el plano ideológico por medio de una visión de conjunto del ser

humano actual y, a través de un ideal, de la humanidad futura, de

lo que deben ser las relaciones del ser humano con los demás y con

el universo. Esto es lo que Goldmann entiende como “visión de

mundo”: el conjunto de aspiraciones, sentimientos e ideas que

reúne a los miembros de un grupo (o lo que es más frecuente, de

una clase social) y los opone a los demás grupos. La visión de

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mundo no son realidades empíricas, sino conceptualizaciones

destinadas a ayudarnos a comprender las obras particulares (27).

El materialismo dialéctico al que se refiere Goldmann parte del

estudio del texto empírico inmediato y se dirige hacia la visión

conceptual y mediata para volver a la significación concreta del

texto. Ese proceso no es nuevo, pero el mérito del materialismo

dialéctico estriba en haber aportado el fundamento positivo y

científico de la idea de visión de mundo. Esa visión de mundo,

como se nota en el estudio de Goldmann, no es estática, sino

dialéctica. Se puede rastrear en la historia, convirtiéndose en una

especie de tradición filosófica o de pensamiento. Tal es el caso del

ejemplo que usa Goldmann: el platonismo; pero puede observarse,

también, en el misticismo, en el racionalismo, en el empirismo y en

la visión trágica:

Los historiadores de la filosofía tienen derecho a aceptar la noción de platonismo, válida para Platón, san Agustín, Descartes, etc., […] a condición de recuperar, a partir de las características generales del platonismo como concepción del mundo y de los elementos comunes a las situaciones históricas del siglo IV antes de Jesucristo, del siglo IV de nuestra era y del siglo

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XVII, las características específicas de estas tres situaciones, sus repercusiones sobre la obra de los tres pensadores y, finalmente, si quieren ser completos, los elementos específicos de la individualidad de los pensadores y su expresión en la obra. (33)

Al considerar la visión trágica, Goldmann destaca tres aspectos

muy importantes: Dios, el mundo y el hombre (ser humano).

También observa tres momentos particulares de la visión trágica:

la tragedia griega, la tragedia de Shakespeare y la tragedia de la

negación (Pascal y Racine). Esta última se define por su reacción a

la época de crisis que causó el advenimiento del individualismo

racionalista. La visión trágica se desarrolla como una “[…]

negativa a aceptar este mundo como única posibilidad y como

única perspectiva del hombre” (47). Para Goldmann, la razón es un

factor muy importante en la esencia humana, pero no puede bastar

ella sola. Por esto, la visión trágica es el retorno del ser humano a

la moral y a la religión después del período amoral e irreligioso

que implicaron el empirismo y el racionalismo. No obstante, desde

una perspectiva histórica, la visión trágica admite que el mundo es

algo definitivo e incambiable, aparentemente claro, pero ambiguo

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y confuso para ella. Así, el pensamiento trágico es ahistórico,

porque le falta el elemento principal de la historia: el porvenir. El

pensamiento histórico tiene una dimensión temporal anclada en el

presente. Goldmann plantea que tanto para el racionalismo como

para el pensamiento trágico el individuo no encuentra ni en el

espacio ni en la comunidad ninguna norma capaz de guiar sus

pasos. Ahora bien, el racionalismo valora esa situación, pues

considera a la razón como un medio suficiente para alcanzar

valores auténticos, mientras el pensamiento trágico experimenta la

insuficiencia de la sociedad humana y del espacio en el cual

ningún valor humano tiene ya fundamento y donde todos los

desvalores siguen siendo posibles. El problema central del

pensamiento trágico consiste en saber si en este espacio racional

existe una esperanza de recuperar los valores morales

supraindividuales, si el ser humano podrá recuperar a Dios o la

comunidad y el universo. En este planteamiento, Goldmann cita a

György Lukács, específicamente El alma y las formas, para señalar

el aspecto central del ser trágico, quien espera de la lucha entre las

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fuerzas adversas un juicio de Dios, una sentencia sobre la voluntad

última:

Pero, en torno a él, el mundo sigue su propio camino, indiferente a las preguntas y a las respuestas. Todas las cosas se han vuelto mudas y los combates distribuyen arbitrariamente, con indiferencia, la derrota o los laureles. Nunca más resonarán en la marcha del destino las palabras claras de los juicios de Dios; su voz llamaba a la vida a todo el conjunto, pero ahora debe vivir solo, para sí; la voz del juez ha enmudecido para siempre. Por esto (el hombre) será vencido ─destinado a perecer─ más todavía en la victoria que en la derrota. (50)

De ahí, el título del libro de Goldmann. El Dios oculto es la idea

fundamental para la visión trágica: “Dios está oculto para la

mayoría de los hombres, pero es visible para los elegidos a los que

ha concedido la gracia” (51). Siguiendo a Pascal, Dios es el ser que

siempre está ausente y siempre presente; Dios existe siempre y no

aparece nunca: “Un Dios siempre ausente y siempre presente es el

centro mismo de la tragedia” (52). En este aspecto, Goldmann

vuelve a Lukács, quien afirmaba que la tragedia es un juego entre

el ser humano y su destino, y cuyo espectador es Dios. No

obstante, Dios no se mezcla nunca con las palabras y los gestos de

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los seres humanos. En esa incompatibilidad entre Dios y la vida

humana estriba el gran problema de la tragedia como la plantea

Lukács. Ahora bien, el Dios de la tragedia, según Goldmann es

muy distinto:

Al igual que el Dios de los racionalistas, no le da al hombre ningún auxilio exterior, pero tampoco ninguna garantía, ningún testimonio de la validez de su razón y de sus propias fuerzas. Por el contrario, se trata de un Dios que exige y que juzga, de un Dios que recuerda siempre a un hombre situado en un mundo en el que casi no puede vivir, y ello sólo renunciando a ciertas exigencias para satisfacer otras, que la única vida válida es la de la esencia y la totalidad, o para decirlo con Pascal, la de una verdad y una justicia absoluta que no tienen nada que ver con las verdades y las justicias relativas de la existencia humana. (53)

Ese Dios no conoce, según Goldmann, la prescripción ni el

perdón; y una vida llena de acciones gloriosas no vale nada ante él.

Es un Dios cuyos valores y juicios son radicalmente opuestos a los

de la vida cotidiana. Así, siguiendo a Lukács, Goldmann reitera la

pregunta crucial de la visión trágica: “¿Puede seguir viviendo el

hombre sobre el que se ha detenido la mirada de Dios?” (54).

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51

Otro pensador del siglo XX que se ha ocupado de definir la

tragedia es George Steiner (1929), quien en La muerte de la

tragedia (1961) señala que desde la Antigüedad hasta la época de

William Shakespeare (1564-1616) y Jean Racine (1639-1699) la

tragedia llegó a ser sustituida por la novela. Para Steiner, la

tragedia es una creación de los griegos y de Occidente; no existe en

el arte oriental, a pesar de que en él se conocen la violencia y las

muertes rituales:

[…] pero esa representación del sufrimiento y el heroísmo personal al que le hemos dado el nombre de teatro trágico es privativo de la tradición occidental. A tal punto ha llegado a ser parte de nuestro sentido de las posibilidades del comportamiento humano, tan arraigados en nuestros hábitos espirituales. (9)

Según plantea Steiner, la tragedia deberá siempre terminar mal:

afirma que el personaje trágico es destruido por fuerzas que no

pueden ser comprendidas ni destruidas. Para él, la tragedia es

irreparable, lo padecido no puede llevar a una compensación justa

y material. Continúa afirmando que toda concepción realista del

teatro trágico debe tener como punto de partida la catástrofe y que

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por tal motivo las tragedias terminan mal. En ellas, el personaje

trágico es destruido por fuerzas que no pueden ser entendidas ni

derrotadas por la prudencia racional (13).

Afirma que la idea de la tragedia perdió su claridad. El mismo

término asumió valores más universales y más restringidos (19).

Señala, además, que al mismo tiempo la tragedia adquirió un

significado especial, ya que un poema o un romance en prosa

podrían ser llamados trágicos en virtud de su tema. Sin embargo,

ya no se le designa como tragedia (20).

Steiner plantea que el redescubrimiento del teatro senequino

durante la década de los años sesenta del siglo XVI dio a la palabra

una connotación de forma teatral. De ahí en adelante una tragedia

es una obra que se ocupa de asuntos trágicos (20). No obstante, los

conflictos de definición crítica aparecieron casi desde el principio.

Por otro lado, señala que el teatro es el más social de los

géneros literarios, solo existe en virtud de su representación en

público. En ello reside su fascinación y su servidumbre. Afirma

que no es posible separar el Estado del teatro del estado del

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auditorio. Lo que ocurría era que después del siglo XVII la

literatura europea no había logrado producir teatro trágico, porque

la sociedad europea no había podido producir un auditorio

apropiado (96).

Steiner afirma que en el curso del siglo XVIII el teatro se

desplazó a las clases medias. Los dramaturgos ya no buscaban el

favor de la élite. Ahora trataban de atraer la familia burguesa con

su carencia de formación literaria y su afición al phatos y los

finales felices (98). En cuanto al teatro del siglo XIX, se produce

una disminución de la función teatral en la comunidad. El

espectador del siglo XIX no participaba en un ejercicio religioso o

cívico. Simplemente elegía un pasatiempo entre un número de

entretenimientos competitivos. El teatro se estaba convirtiendo en

lo que es hoy, un simple entretenimiento (98).

A pesar de que Steiner entiende, que no es posible la tragedia en

la época contemporánea, Jean Pierre Vernant (1914-2007) opina de

otro modo. Destaca que la tragedia, al renunciar a situarse en el

terreno de los acontecimientos contemporáneos, de la vida política,

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54

no pierde valor, sino que adquiere más veracidad en la historia.

Señala que la invención de la tragedia griega en la Atenas del siglo

V no sólo es una producción de obras literarias, destinadas a los

ciudadanos y adaptadas a ellos, sino que a través del teatro, es

también una lectura de imitación y la elaboración de una tradición

literaria, la creación de un sujeto de una conciencia trágica, el

advenimiento de un hombre trágico (80). Continúa planteando que

las obras de los dramaturgos atenienses expresan y elaboran una

visión trágica, una nueva forma de entenderse para el hombre, de

enfrentarse en su relación con el mundo, con los dioses, con los

demás, consigo mismo y con sus propios actos (81).

Vernant entiende que las tragedias de ahora lo son porque se

conectan con la tradición antigua:

De igual manera, si a las obras de Shakespeare, de Racine o determinadas obras contemporáneas se les puede llamar tragedias, es porque con los desplazamientos, con los cambios de perspectivas unidos al contexto histórico, se enraízan en la tradición del teatro antiguo en donde se encuentran, ya trazado, el marco humano y estético propio del tipo de dramaturgia que instauró la conciencia trágica al proporcionarle su total forma expresiva. (81)

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Según Vernant, la tragedia retoma los temas de la leyenda

heroica, no inventa ni los personajes ni la intriga de sus obras. Los

encuentra en el saber común de los griegos que corresponde a lo

que ellos consideran su pasado (82). No obstante, en el espacio en

que se presenta la escena y en el contexto de la representación

trágica, el héroe deja de ser el modelo de la epopeya y se convierte

en el problema central. Lo que había sido entendido como el ideal

de valor, se ve puesto en tela de juicio ante el público, en el

transcurso de la acción y a través del juego de diálogos (82).

Advierte que la tragedia muestra, reorganizando el material de

la leyenda en función de sus propios criterios, ordenando la

progresión de la intriga según la lógica de lo probable o de lo

necesario, cómo los acontecimientos humanos, a través de un

desarrollo riguroso, pueden o deben producirse (85). Plantea que

desde la perspectiva trágica el ser y la actividad humana no se

perfilan como realidades que se pueden definir, sino como

problemas sin respuestas, cuyo doble sentido queda por descifrar.

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De esta manera, la tragedia se convierte en género que desarrolla

un aspecto universal y humano, y llega a producir la visión trágica.

Se trata de la obra de arte en la cual se auscultan las formas en que

un sujeto experimenta su perdición debido a una falla, hamartía, a

un error de los que puede cometer cualquiera. La transhistoricidad

del sujeto trágico y de la tragedia a la que apunta Vernant resulta

una forma de escape a la teoría que invalida la existencia de

tragedias (género) en la época moderna, a la duda acerca de la

posibilidad de una tragedia verdadera en un mundo realista, como

se observa en la Europa contemporánea y en Hispanoamérica.

Ana Goutman señala que se hace necesario replantear la

actualidad de la representación trágica. Goutman cuestiona si hay

un sentido contemporáneo de la tragedia, si la creación trágica es

un objeto determinante de la realidad social y si existe la tragedia

latinoamericana. Propone explorar el tema en las fuentes que

confluyen en la creación trágica para atender a la función político-

estética que son motivo y prueba de los sucesivos cambios en la

estructura trágica (23). Por otro lado, indica que no admitir

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57

cambios en la creación trágica resulta contradictorio, ya que lo

trágico, como indica Vernant, está en la tragedia y como afirma

Napoleón: la verdadera tragedia es política. Por lo tanto, continúa

afirmando Goutman, no sólo no se ha extinguido, sino que la

tragedia es constituyente de la historia de la cultura de cada

sociedad (23).

De otra parte, Goutman señala que cuando la tragedia regresa

siglos después no lo hace por el lado de los héroes o dioses, sino

por el extremo opuesto en la forma más ajena a la solemnidad

trágica, la farsa, la parodia (26). Plantea que la creación trágica

descubre un objeto en cuya construcción participa el público

espectador, quien integra el hecho trágico que se denomina

espectáculo. Continúa afirmando, que si existe un sentido

contemporáneo de la tragedia, la creación trágica será, en

consecuencia, un objeto determinante en la realidad social, y el

orden de las relaciones simbólicas entre personajes y espectadores

señalará la diferencia (26).

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Goutman refiere que en los tiempos de Hegel lo trágico ingresa

de lleno en la filosofía, y la disonancia y contradicción adquieren

valor para el pensamiento que se vuelve escándalo. En la versión

moderna, lo trágico se funda en la positiva afirmación según la

cual la salvación es dada por la negación de la voluntad de vivir

(35). Afirma que el efecto trágico consiste en el acaecer de lo

necesario y lo verosímil en una forma que es contraria a las

expectativas, porque deriva de la interpretación del mito impuesto

por el oráculo en el sentido en que los elementos increíbles de

Edipo, tomado de ejemplo, son percibidos como consecuencias de

lo ineludible que resulta la predicción de un oráculo (36).

Por otro lado Goutman, refiriéndose a la tragedia actual, señala

que en ésta el héroe conoce, desde que se instala en la trama, el

juego de las oposiciones en el que está comprometido, lo que

genera nuevos pasos en el proceso de resolución que lo lleva a la

muerte, sufriendo y pensando. No obstante, el sufrimiento y el

pensamiento no pueden cambiar la situación en la que está

atrapado; en consecuencia el personaje conoce su ser trágico, en el

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mismo momento en que la tragedia crece como una propuesta de

disolución de las categorías éticas y estéticas conocidas y contra el

modelo de ser humano que deseó otras formas de convivencia

satisfactorias (48).

Los planteamientos de Goutman coinciden con los de Grüner,

quien plantea que en virtud del fracaso de la tragedia, el siglo XX

señala el retorno de lo trágico agónico, y de la incontrolada

violencia mimética que estaba en su origen (306). Según él,

pensadores como Nietzsche y el Sartre temprano, entre otros, son

propulsores del retorno de lo trágico (307). Caso éste que se

extenderá, también, en nuestro trabajo a las reescrituras de las

obras clásicas en Hispanoamérica

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Doris Melo, (1948-) Nació en Santo Domingo, República Dominicana.Vive en Puerto

Rico desde 1989. Obtuvo una maestría en Artes con concentración en Estudios

Hispánicos y un Doctorado en Filosofía con concentración en Literatura

hispanoaméricana, ambos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Como poeta

ha publicado varios libros: Solo de pasión, soledades y otras ausencias en abril del (2010)

El olor de la palabra rota en septiembre del (2011) Rasgada memoria (2012). Ha

publicado varios libros virtuales como: Entre sabanas arropadas, del ( 2012),La

melancolía de lo efimero del ( 2012), Aliento de salitre ( 2013), Complices mundos de

papel, del (2013), Inventarios de silencios del (2013), y Rituales de identidad del (2013)

Ha publicado también, libros de crítica literaria; Mito y tragedia en el teatro

hispanoamericano y dominicano del siglo XX del (2011) y Mundos posibles, transgresión

carnavalezca en El obsceno pájaro de la noche, del 2013. Además estudió Artes Plásticas,

dibujo, pintura, litografía y xilografía. Idiomas: francés, italiano, portugués y latín en la

Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ha sido profesora de literatura del

Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y del

departamento de Español y Literatura en la Universidad Metropolitana de Cupey desde el

2005.