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ANTESALAS DE LA ECONOMíA pOLíTICA: TURGOT 175

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ANTESALASDE LAECONOMíApOLíTICA:TURGOT

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Los tiempos que confluyen hacia la emergencia de la ciencia de laEconomía Política están llenos de contribuciones y aportes de la másdiversa estatura. Por lo que representa el conocimiento económico encuanto lugar de encuentro de los intereses más opuestos, o lo que quizáes lo decisivo, de los intereses más disputados, allí se siente invitado aparticipar casi cualquiera. Basta el derecho -que si se le llama subjetivo,con todo y lo equívoco del término, puede precisárselo con rigor- quecrean las apetencias materiales más individuales en juego, y lo que restaessimplemente expresar una opinión que lo coloque a buen resguardo. Esasícomo se mezclan, en lo que pasa para el público como el conocimientoeconómico, las contribuciones más dispares: desde el juicio que sólo pudotener su origen en la aplicación consecuente del método científico, hastacualquier vociferación frívola y arbitraria. Si se tiene presente el momentocuando lo hizo, no podrá jamás acusarse a Burke de un desatino porhaber escrito su célebre increpación: «La edad de los caballeros se ha ido.Quedan en su lugar la sofistería, los economistas y los contabilistas. Lagloria de Europa se ha extinguido para siempre» (1976: 170).

Es cosa cierta, sin embargo, que ningún hombre de ciencia, bien porsus hábitos de trabajo o porque reflexiona sobre esas materias, puedeprescindir de la tarea que significa hacer las distinciones del caso. Y auncuando, en general, ello de ningún modo es una misión fácil -y no porser lo económico lo que es- hay unas pocas oportunidades cuando seaprecia con un grado de certidumbre casi indubitable que allí hay unlogro relevante; que se está en presencia de lo que debe llamarse sinreparos un hito; que la comprensión de la realidad económica, por el casoen escrutinio, ha avanzado un paso.

Laobra que aquí seentrega esuna marca importante en la conformacióndel conocimiento económico. En ese tiempo excepcional de Occidenteque es la segunda mitad del siglo XVIII, Anne Iacques Robert Turgot,o simplemente Turgot, reclama como muy suyo un espacio propio. Porlo demás, y si al no advertir las peculiaridades del carácter del estilointelectual de la época se le llamara con sabor moderno un economista,ha de saberse que se le desdibujaría. Aquellos eran otros tiempos, deun tenor muy diferente frente al que hoy imponen las exigencias de laespecialización profesional.

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El tiempo de Turgot

Cuando Turgot nace en 1727, Kant y Adam Smith están en su infanciatemprana. Entre 1720 y 1730 no son pocos los hechos que ocurren o loshombres que habrán de ver la luz y que señalarán, cada cual a su manera,pautas para el rumbo de la sociedad occidental. Baste apenas referir queen 1725 Giambattista Vico publica su Scienza Nuova, con la cual se hacendistinciones dentro del saber humano posible que nunca antes se ha­bían hecho, estableciendo así una marca cimera. Unos pocos años antes,y luego de cincuenta y cuatro años de dominio monárquico en Francia,expiraba Luis XIV Su prolongado reinado, al que Voltaire no vaciló encalificar como «el que más se acerca a la perfección» (1947: 7-8) cuandolo compara con los tiempos de Felipe y Alejandro de Macedonia, conlos de César y Augusto, y con los de los Médícis, llegaba a su término el1 de septiembre de 1715. A lo largo de ese prolongado período del ReySol quedaban, entre otros muchos hechos que sólo pueden omitirse conenorme riesgo, la revocación del Edicto de Nantes, del que cabe decir quecambió irremediablemente el futuro de Europa; y allende las fronterasde la Monarquía Borbona, la llamada Revolución Gloriosa, que significópara lo que luego de 1707 es Gran Bretaña, el asentamiento de unas condi­ciones políticas que facilitaron grandemente el régimen de producciónsocial que se llamaría, con el paso de las décadas, capitalismo.

Ese tiempo que Turgot trae consigo, más el que se le va a dar hasta lafecha de su muerte en marzo de 1781, constituyen una de esas épocascuando la humanidad, y qué tentador es hablar en los términos quesiguen a despecho de la admonición de que societas non facit saltum,pareciera moverse más de un peldaño. En su intelecto van a confluir, pues,hechos y corrientes de pensamiento que logrará juntar en su significacióny relevancia, sin que ello implique un cuerpo o estructura sistemáticade ideas. No se busque en Turgot, so pena de un costoso equívoco, laobra acabada o cincelada que sólo puede ser el fruto de un largo ejerciciomeditativo. Su destino era la acción política, y no, por tanto, el pacientosoreflexionar y medir que son el encanto de lo que los antiguos denomi­naban bias theorethicos. Con todo, su nombradía intelectual es legítimaherencia de Occidente.

El espíritu de los tiempos en torno a Turgot

Si se adopta el año de 1750 como un lugar de observación, porque máso menos coincide con la mitad de la vida Turgot, y porque entonces, o unaño luego, abandonará la carrera eclesiástica para entrar al servicio de laCorona, lo cual constituye un momento decisivo en su existencia, ¿quése otea desde allí? ¿Qué se ve venir desde la distancia más cercana o másremota? ¿Cuáles son los movimientos del espíritu, que es donde se expre­san algunas de las fuerzas que alientan las almas y promueven luchas,discordias o entusiasmos, y que terminan por ser, entre otras, impulsospoderosos tras la historia de los pueblos?

Hazard ha descrito con singular elegancia y erudición lo que con buentino se dio en llamar la «crisis de la conciencia europea», y que acotapara sus fines expositivos entre 1680 y 1715. Ahí se van a encontrar nadamenos que Spinoza, Malebranche, Locke, Leibniz, Bayle y Newton, sinhablar de «la sombra de Descartes, que allí todavía habitaba». Así escribiráel autor: «La razón no era ya una cordura equilibrada, sino una audaciacrítica. Las nociones más comúnmente aceptadas, la del consentimientouniversal que probaba a Dios, la de los milagros, se ponían en duda. Serelegaba lo divino a cielos desconocidos e impenetrables. El hombre, ysólo el hombre, se convertía en la medida de todas las cosas: era por símismo su razón de ser y su fin. Bastante tiempo habían tenido el poder ensus manos los pastores de los pueblos. Habían prometido hacer reinar enla tierra la bondad, la justicia, el amor fraternal. Pero no habían cumpli­do su promesa... Había que destruir, se pensaba, el edificio antiguo... y laprimera tarea era un trabajo de demolición. La segunda era reconstruir ypreparar los cimientos de la ciudad futura» (1988: 10-11).

Cada frase de este párrafo citado, y más, cada nombre de los referidos,abre la ocasión para una fructífera elaboración exegética. Piénsese sóloen lo que significa para la conformación espiritual del hombre del sigloXVIII el Dictionnaire historique et critique de Pierre Bayle. Aunque bienfuera para deslindar las posibilidades del entendimiento humano, comose hará muy claro avanzado el siglo XVIII, lo cierto es que la crítica deldogma religioso tiene que empezar por la crítica de la tradición histórica,por el examen preciso y la selección exacta de sus fuentes y testimonios: lalucha contra la tradición escolástica se afronta ahora en su propio terreno,y se lleva a cabo con sus propios medios e instrumentos (Cassirer, 1986:

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1, passim). Y éstas son palabras del propio Bayle, «todo dogma que noacredita su legitimidad ante el foro supremo de la razón, que no se hallasancionado y refrendado por ésta, posee una autoridad precaria y frágilcomo elvidrio» (apud Cassirer, 1986,1: 600. Vide Hobbes, 1986: xxxiii).

En toda circunstancia, y volviendo al párrafo en cuestión, hay allí unaidea central que bien amerita un comentario, porque en ella, como enninguna otra, se va a hacer presente el poder espiritual de los nuevostiempos. Conviene, pues, elaborarla para tenerla de este modo muypresente. Se dijo que el hombre se convertía en la medida de todas lascosas; que en adelante era para sí mismo su razón de ser, su fin. Si setoma, entonces, y cómo no hacerlo, la Oratio de hominis dignitate deGiovanni Pico della Mirandola (apud Cassirer et al., 1948) como unanuncio de los tiempos que se avecinan, y el «atrévete a pensar» de Kantcomo la expresión de la madurez a la que ya se ha llegado, hay un decursofundamental que sirve de hilo vertebral en el nacimiento y consolidaciónde Occidente.

Este proceso fundamental, fascinante y alucinador, que lleva al hombrea individualizarse y convertirse, como se ha dicho, en la medida de todaslas cosas, en el fundamentum absolutum inconcussum veritatis, es unaexperiencia cumbre de Occidente y de su condición civilizatoria. De élresultará la ciencia y la tecnología, en cuanto expresión del dominio queel hombre habrá de ejercer en adelante sobre las cosas. De dicho procesoemergerá ese nuevo conocimiento físico-matemático, que es causaperenne de asombro para quien se detiene por un instante a pensarlo, yque cambia, por qué no, irreversiblemente, toda perspectiva y criterio.

En una sucesión de nombres e ideas, cada cual más precisa en suexpresión, y lo que es más, cada cual más cercana al sentir de los tiempos,se van haciendo los eslabones. Al final es claro que el problema poriluminar es la condición del espíritu humano como imagen y símbolode la realidad. Desde aquellos barruntos geniales de Nicolás de Cusa:«quien apetece saber da por supuesto que existe una ciencia, gracias ala cual el que sabe adquiere el saber» (apud Cassirer, 1986: 1, 93), hastala perfecta madurez del proceso cuando ya puede escribirse lo siguiente:«las condiciones de posibilidad de la experiencia son de igual maneralas condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia» (Kant,2004: A.158, B.197), Ymás, que «todo depende de que la verdad no seaprehenda y manifieste como sustancia, sino también, y en la misma

medida, como sujeto» (Hegel, 1977:4), se va preparando el ámbito dondehabrá de florecer Occidente, sus valores y modo de vida, así como elpasmoso progreso material de que dan fiel testimonio los dos o tres siglosprecedentes al actual.

Este convertirse el hombre en el fundamento de las cosas, que tieneantecedentes muy remotos, y que es Occidente, tiene así su perfectamanifestación en la identificación del sustratum de las cosas con el pensaresas cosas. Por decirlo con el rigor del caso, el ser de las cosas no es sóloracional o lógico, sino, esencialmente, egológico (Heidegger, 1980). Y, portanto, será allí, en el conocimiento científico moderno, donde habrá deexpresarse la naturaleza de este radical cambio, de esta nueva visión delas cosas.

No es sólo, pues, el sabor utilitario que acompaña el saber y su búsquedalo que caracteriza los tiempos modernos. Ello es una consecuencia y nadamás que una consecuencia de algo más profundo. Es más bien la idea delvalor supremo del poder y de la libertad humana frente a la naturaleza, laque anima y sostiene estos siglos y el presente (vide Scheler, 1980:48).

Pero aquí no se agotan las transformaciones. A paso muy lento, y vistoen la lejana distancia como con cierta inexorabilidad, el entorno materialdentro del cual se desenvuelve la vida de los hombres fue experimentandoimportantes cambios y modificaciones. Emerge así, por sobre todo, laciudad tal y como hoy existe, esto es, ese espacio colectivo de cuya cabalcomprensión depende íntegramente la posibilidad de toda historiapolítica y económica, y, por tanto, de toda ciencia de lo humano y de losocial (vide Marx, 1964: 127. Smith, 1976a, III: caps. III y IV).

Al mencionar la ciudad en estos términos se quiere aludir, desdeluego, a una transformación de una significación infinitamente mayor dela que pudiera desprenderse del hecho de la simple aglomeración físicao territorial de muchos seres humanos en un área más o menos biencircunscrita. Y serán precisamente los años en torno a 1750, y con ellosTurgot, los que contemplen o den los primeros pasos en la dirección dearrancarle el sentido a las nuevas realidades. Es decir, a la par de estoscambios que sacuden las estructuras básicas de las relaciones entre loshombres, va a surgir con enorme vigor la convicción de que no sólo larealidad natural es susceptible de explicaciones simples y generales a laluz de la razón científica, sino que también la sociedad, que no cabe ver

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ya como una colección fortuita de elementos heterogéneos y dispares, sepresta de igual modo al ejercicio de la comprensión racional.

Antesalas de la Economía Política

No es nueva la discusión racional de las materias económicas. Siempreserá causa de asombro el hondo discernimiento de Aristóteles sobre lacuestión central del intercambio. Ymás cercaaún, lasno menos perceptivasdisquisiciones de la pléyade de canonistas y teólogos que desde la altaescolástica discutieron ya con algún sabor moderno el tema central delo económico. En todo caso, la aparición de los primeros tratamientossistemáticos de las cuestiones económicas no puede sino darse cuandolas circunstancias materiales de la sociedad exhiben ya ciertos arreglos oacomodos singulares (vide Baptista, 1996:passim).

La obra más citada de William Petty, por ejemplo, data de 1676,y con ella es indudable que se está en la presencia de un nuevo génerode conocimientos: del propio de la Economía Política. Pero este tiempode Petty exhibe rasgos en su vida económica inéditos, si se los comparacon los característicos del mundo antiguo precedente. De manera que alencontrarse la dirección apropiada -y las labores de Petty aquí cumpliránuna misión de primer orden-, a lo que debe añadirse la continua presiónde los acontecimientos que advienen uno tras otro para incitar a lareflexión y el análisis, lo que resta es la sucesión de hitos y logros que sonla historia propia de la disciplina.

En junio de 1749 Turgot entra a estudiar teología en la Sorbona, quea la sazón era la Facultad de Teología de la Universidad de París. De eselapso que corre entre la fecha referida y los comienzos de 1751 hay tresescritos suyos de una enorme importancia, a saber, Les Avantages quel'établessement du christianisme a procurés au genre humain; TableauPhilosophique des progres successifs de l'esprit humain, y Plan de deuxdiscours sur l'histoire universelle.

Hay en estos escritos de Turgot, que, como antes se dijo, son borradoresde trabajo mas no obra concluida, unas cuantas ideas fundamentales.Óigaselo expresarse así: «Todas las épocas están vinculadas entre sí poruna sucesión de causas y efectos que unen el estado presente del mundocon todos aquéllos que le han precedido» (1976:41). Y más, «una miradaal pasado pone ante nuestros ojos, incluso hoy, la historia entera de la raza

humana, mostrando las huellas y monumentos de todas las edades por lasque ha pasado, desde la barbarie aún en existencia entre los pueblos deAmérica, hasta la civilización de las más iluminadas naciones de Europa»(ibíd.: 41).

Aquí está, pues, una primera noción capital, a saber, la noción de unpatrón de regularidades y de un orden en las cosas sin el cual no puedehaber un conocimiento científico,y que en el terreno de los hechos socialesse manifiesta bajo la idea de la continuidad histórica. La organizaciónracional de la realidad social, que se desenvuelve en el tiempo histórico,tiene por necesidad que admitir, como una suerte de presupuesto incon­dicionado, la existencia de una trama que vincula los hechos, y que notiene por qué confundirse o asimilarse con un curso predeterminado delas cosas. En la pluma de Turgot, así, se muestra sin ambages esta ideaprimigenia que sirve de fundamento para la visión científica de la sociedadque entonces comienza a configurarse.

Ahora bien, no se piense en modo alguno que es ésta una ideaenteramente nueva. Tómese sólo el tan citado libro V de De RerumNatura de Tito Lucrecio Caro, y no hay necesidad de otros testimonios.O en sus propios términos providencialistas, las conclusiones de Bossueten su Discours sur l'histoire universelle. O más cercana aún la ScienzaNuova de Vico. Lo que sí es una extraordinaria novedad, y así hay quetenerlo presente, es la estructura conceptual por la cual esa concatenaciónque organiza la trama se comienza a discernir. En efecto, esta trama seva a buscar entender a la luz de un conjunto de causas que se asociandecisivamente a la manera como las sociedades se organizan paraenfrentar y resolver la cuestión central de la subsistencia material (videMeek,1976).

En este orden de ideas hay un nombre que constituye un hito mayor:Charles Louis de Secondat o el Segundo Barón de Brede y Montesquieu.En su Considérations sur les causes de la grandeur des Romains, et de leurdécadence, de 1734,se lee lo siguiente: «No es la casualidad la que gobiernael mundo... Hay causas generales, ya morales, ya físicas, que actúan encada monarquía, y la hacen elevarse, mantenerse o desplomarse. Todoslos accidentes están sometidos a estas causas... En una palabra, la marchageneral de las cosas arrastra consigo todos los accidentes particulares».Catorce años luego, en su obra más importante, De l'Sprit de Lois, allí enel prefacio, se encuentra la idea central que se refiere: «He considerado

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la humanidad y el resultado de mis pensamientos ha sido el de que enmedio de tan infinita diversidad de leyes y costumbres, los hombres nose guiaban sólo por su capricho. He formulado los primeros principios, yhe encontrado que los casos particulares se siguen naturalmente de ellos;que las historias de todas las naciones son sólo consecuencias de ellos, yque cada ley particular se conecta con otra ley o depende de otra ley deextensión más grande» (1962:lxvii). Y unas páginas luego escribe: «Laley,en general, es la razón humana en cuanto gobierna todos los habitantesde la tierra: las leyes civiles y políticas de cada nación deben ser sólo loscasos particulares en los cuales se aplica la razón humana. Deben estasleyes adaptarse adecuadamente a las gentes para quienes son concebidas ...Deben estas leyes guardar relación con la naturaleza y principio de cadagobierno... Deben estar en relación con el clima de cada país, con lacalidad de sus suelos, con su situación y tamaño, así como con la principalocupación de sus habitantes, si son agricultores, cazadores o pastores...»(ibíd.: 6, mi énfasis, A.B.).

Es en esta encrucijada del pensamiento cuando aparece Turgot. Noes sólo, así, la noción de la continuidad histórica, de suyo fundamental,y ya presente en la conciencia intelectual desde muy atrás, sino la ideade que el hilo central de la trama, discernido y entendido desde la razóncientífica, tiene que ver «con la principal ocupación de los habitantes dela sociedad». Además, y ésta es una segunda y fundamental noción enla cual la contribución de Turgot es de una enorme importancia (videNisbet, 1975: 216), esa trama de la sociedad y su hilo central orientan unmovimiento hacia estadios cada vez superiores, esto es, en la dirección delprogreso universal de la humanidad: «a través de períodos alternativos decalma y perturbación, de buena y mala fortuna, la raza humana, como untodo, avanza sin cesar hacia su perfección» (l976a: 41).

La historia humana está inscrita en un marco donde se disciernen tresgrandes eras. En el comienzo, todos los hombres participaban igualmentede la condición de barbarie e ignorancia; luego, viene la divergenciaentre las naciones a consecuencia del progreso acelerado de unas, porcontraste con el retardo de otras: éste es el período de la construcción de ladesigualdad. Por último, las naciones más avanzadas arrastrarán a las quese han quedado rezagadas y las distancias de progreso se acortarán: éstees el tiempo de la destrucción de las desigualdades y de la construcciónde la igualdad. A su vez, dentro de este gran marco de referencia, se

distinguen cuatro períodos por los cuales pasan las sociedades caminode la perfección: continuos y sucesivos, engendrándose el siguiente enel interior del precedente, y manifestándose lentamente, como todos loscambios históricos.

Al eslabón más primitivo de la cadena lo llama Turgot «el estadio delos cazadores» (l976b: 65 y ss.). La naturaleza de la subsistencia, entoncesprevaleciente, se indica en la misma denominación. Así se fijan las pautasdel género de vida que los hombres llevan: nomadismo, ausencia depropiedad, grupos humanos muy pequeños.

El siguiente estadio corresponde al de los «pastores» (ibíd.: 66 y ss.).Su organización social es esencialmente distinta. Con el pastoreo surgela idea de la propiedad. Además, el tamaño de los grupos se hace muchomayor, y con ellos florecen las invasiones, la conquista, el botín y, porsobre todo, la esclavitud.

A continuación adviene históricamente la agricultura. Aquí, desdeluego, ya se entra en unas condiciones muy distintas. Si se puede usaruna frase que se suele decir en este respecto, la historia se acelera, «y elprogreso engendra progreso» (ibíd.: 89). En el estadio de la agricultura,por lo demás, ocurre un acontecimiento crucial en la historia de lasociedad, y al cual Turgot otorga la mayor preeminencia causal, a saber,la emergencia del excedente productivo: «la tierra puede sostener máshombres de los que son necesarios para cultivarla» (ibíd.: 69). De estehecho se desprenderán las consecuencias más importantes.

Al llegar a esta encrucijada, que ya anuncia los tiempos modernos, seabre el campo para la gran contribución de Turgot en su Réflexions sur laformation et la distribution des richesses.

Reflexiones sobre la formación

y distribución de las riquezas

La obra económica más importante de Turgot comienza cuando todaslas tierras son ya un objeto de propiedad privada (l947a, 1991: ix, x). Enconsecuencia, una división fundamental se da entre los hombres, a saber,los que tienen tierras y los que no la tienen. A los segundos, los más,Turgot los define así: «el simple trabajador, que posee sólo sus manos y

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su destreza, no tiene nada salvo que tenga éxito en venderle su esfuerzo aotros» (ibíd.: vi y x).

Este último párrafo, en sus propios términos, caracteriza el cuartoestadio del desarrollo social, al que Adam Smith denominará, con todorigor, «la sociedad comercial», y en el cual «todos los hombres viven delintercambio» (l976a, 1: 37): los primeros, de intercambiar la propiedad(Turgot, 1947a: xix), y los segundos, de intercambiar sus destrezas yhabilidades laborales.

Ciertos elementos que coadyuvan a entender la conformación históricade esta condición social, a través del desarrollo mismo de la sociedadagrícola, se destacan en las Reflexiones. En todo caso, elgran logro analíticode Turgot tiene que ver, por supuesto, con el discernimiento de algunosrasgos o características propias de la organización económica típicamentecomerciaL

Luego del proceso de apropiación general de la tierra, que hace unaprimera gran distinción entre los miembros de la sociedad, y que esindistinguible históricamente de la aparición de la ciudad moderna, ladinámica social lleva a nuevos arreglos. Con todo, debe tenerse muypresente siempre, sin desestimar jamás la honda penetración del autoren la naturaleza del nuevo marco social en emergencia, que la sociedadque Turgot tiene frente a sus ojos es una sociedad agrícola!' y ello lecondiciona por necesidad su análisis. Estos nuevos arreglos se muevenen la dirección del surgimiento de un nuevo grupo o clase de individuos,que no son propietarios primigenios de la tierra, pero que van a entrar enrelaciones contractuales con éstos a través de las cuales la tierra se cultivay se distribuyen sus proventos (1947a: ix, xiii, xiv). Así pues, se conformauna estructura social compuesta por tres órdenes de individuos: lospropietarios de las tierras, los empresarios o capitalistas, y los obreros(Turgot, 1947a: lxi.Ixv, 1947b: 263).

Acerca de los primeros nada cabe añadir; de los últimos, en su turno,ya se ha visto cómo son el objeto de una precisa definición por parte deTurgot. Restan los capitalistas, o mejor, el capital, que es la materia de unaconsideración fundamental que el autor hace.

1 Sean útiles la siguientes estadísticas para sustanciar la afirmación hecha. En 1789, el 75,5

por ciento del total de los bienes producidos en Francia eran bienes agrícolas (Marczeski,

1965: tabla 13). Y como es de esperar, del total de personas dedicadas a la producción de

bienes, el porcentaje en la agricultura es el 77,5 por ciento (ibid.: tabla 16).

En efecto, no puede cumplirse ninguna actividad productiva sin elauxilio de herramientas o instrumentos, de materiales sobre los cualestrabajar si fuera el caso de manufacturas, o de la subsistencia de los obrerosu operarios. Este conjunto de condiciones antecedentes de la producciónlos llama el autor adelantos o avances (1947a: li, lii. Vide Schumpeter,1954b: 332 y ss. Bohm-Bawerk, 1959, 1: 39-41. Cassell, 1903: 20 y ss.Groenewegen, 1971: 327-340. También Quesnay, 1972). Estos adelantos,por su parte, tienen su fuente en un fondo de riquezas acumuladopreviamente, cuya generación y acrecentamiento el autor discute (Turgot,1947a: xlix, 1, li, lviii). Y más, estas condiciones antecedentes se conviertenen capital cuando el trabajador no es ya su propietario, es decir, en aquelmarco social cuando el trabajador «sólo posee su destreza o habilidad»y es otra persona quien a él lo dota de herramientas y subsistencias paratrabajar (Turgot, 1947a: xi. Marx, 1969-1971,1: 58,408; 1973: 331).

En estas circunstancias de la sociedad, históricamente particulares ya las que bien cabe caracterizar por la relación del capital, se determinade un modo singular, a su vez, y por la relación del capital misma, ladistribución de los frutos de la producción. De un lado, así, se encuentrala remuneración de los trabajadores u obreros, es decir, los salarios (1947a:vi; 1947b: 263-264; 1947c: 205-206), cuya determinación en la pluma deTurgot es una clara expresión de lo que más adelante se denominará, nosin alguna impropiedad, la teoría clásica de la subsistencia (O'Bríen, 1975:cap. 5. Eagly, 1974: 38. Schumpeter, 1954b: 266. Garegnani, 1983: 309­313).

En segundo lugar, se hallan los beneficios sobre el capital. Aquí yase entra en un territorio conceptual muy distinto, dentro del cual losantecedentes todavía están llenos de ambigüedad y donde la contribuciónde Turgot, por lo tanto, señala nuevos caminos (Meek, 1959: 39-53; 1967:31. Vide Smith, 1976a, 1: 66). Por lo demás, no debe olvidarse que lacategoría económica del beneficio, en cuanto concepto, es el reflejo de unasituación social que sólo a finales del siglo XVIII adquiere plenos visos demadurez o estabilidad.

Así se expresa el autor en torno a esta materia, que ocupa el centro dela vida de la nueva sociedad: «se ha visto como el cultivo de la tierra, lamanufactura de todo tipo, y todas las ramas del comercio dependen de unamasa de capitales, que adelantadas por los empresarios deben retornar aellos con un beneficio constante. Es este continuo avance y retorno de los

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capitales... esa útil y productiva circulación la que anima los trabajos dela sociedad y que mantiene el movimiento y la vida del cuerpo político»(Turgot, 1947a: lx, lxviii).

Dos ideas importantes, cuando menos, se sugieren aquí, aparte de laidentificación misma del beneficio como elemento económico singular.En primer término, se clarifica de una vez y por todas que el beneficiono es la resulta del fraude o el engaño que el vendedor de un bien cometeen contra de su comprador (ibíd.: lxvi). Al mismo tiempo, empero, y unavez que se ha llegado a este punto -lo cual es una enormidad de logro,valga repetirlo-, es en verdad muy poco lo que se avanza en la direcciónde elucidar la naturaleza de este nuevo género de ingreso, y más, en ladirección de entender el proceso a través del cual se determina la tasapromedio de beneficio. Turgot argüirá, es cierto, que el beneficio, tantocomo el salario, es un costo del cultivo (ibíd.: lxii, le); también señalará latendencia a un cierto valor de equilibrio en el rendimiento de los varioscapitales (ibíd.: l:xxxi, lxxxviii). Más aún, indicará que esa condición deequilibrio está unida a la tasa de interés sobre el dinero (ibíd.: lxx:vi). Yfinalmente, que la tasa de interés, «como cualquier otra mercancía, sedetermina por el balance de la oferta y la demanda» (ibíd.: lxx:vi).

Por último, se da la remuneración del propietario de la tierra, o la rentaestrictamente hablando. Cualquier consideración que se haga sobre estaúltima categoría del ingreso debe tener presente que ella es una herenciade la organización social que precede a la sociedad comercial, y en talrespecto es un lastre, pero que para el tiempo cuando Turgot escribe yactúa es aún el ingreso relativamente más importante (vide Steuart, 1966,1: 53. También Baptista, 1997b: 9).

El ingreso del terrateniente, en la visión económica de Turgot, es elexcedente por antonomasia: «el excedente sirve al agricultor para pagarleal propietario por el permiso que le ha dado de usar su tierra para elestablecimiento de su empresa. Es el precio del arrendamiento, el ingresodel propietario, elproducto neto» (I947a, xiv,lxii, mi énfasis, A.B.). De allíse desprenderá un elemento fundamental del cuerpo de política económicaque propone el autor, y que es común al pensamiento fisiocrático, a saber,la imposición exclusiva sobre la renta de la tierra (Turgot, 1947c: 211y ss.).

Esta renta de la tierra, o excedente, de modo muy visible aparececomo «don de la naturaleza», o como la simple expresión física de laproductividad o fertilidad natural de la tierra (Turgot, 1947a, vii). En

tal sentido, la noción en cuestión apenas si tiene alguna significación.Cuando Smith, unos años luego, avance la tesis de que la renta es un efectodel precio y no su causa (1976, 1: 162)2, se anunciará la destrucción deesta concepción tan simple. Sin embargo, es el mismo Marx quien anotaque en el propio parágrafo vii antes referido, se desliza la idea -de muydiferente entidad, por supuesto- de que el puro don de la naturaleza, enrealidad, es más bien un excedente producido por el trabajador que elterrateniente no compra, pero que sí vende en los productos agrícolas.

Elvalor y los precios

No será en las Reflexiones sobre laformacióny distribución de la riquezadonde Turgot explore, con profundidad, la cuestión central de todo elconocimiento económico, a saber, la materia del valor y de los precios,sin la cual, por lo demás, toda la estructura conceptual de la distribuciónes insostenible. Sí se hallan allí, es cierto, en los parágrafos xxxi al xxxix,algunos comentarios atinentes, pero la contribución relevante de Turgotse encuentra más bien en su Valeurs et Monnaies (1947d. También Hume,1955, carta de Turgot a Hume, marzo 1767. Vide Groenewegen, 1970:177-196).

Tomará el autor allí una orientación conceptual en la dirección de loque en la actualidad se denomina la teoría subjetiva del valor, con algunosdetalles que es conveniente resaltar. En efecto, escribe Turgot, «el valorexpresa la cualidad de bueno en relación con nuestras necesidades, pormedio de la cual los dones o bienes de la naturaleza se consideran comoaptos para nuestros disfrutes o para la satisfacción de nuestros deseos»(l947d: 243-244). Esta idea fundamental, que expresa la evaluaciónsubjetiva por excelencia que el individuo hace de la cosa, y que es elcorazón del marginalismo, la sitúa Turgot en el ámbito del hombreconsiderado en aislamiento, tal y como la mejor teoría subjetiva la harámás adelante (Menger, 1981: 115y ss. Wicksell, 1934,1: 49 y ss.). Allí está,pues, la imagen del Robinson Crusoe, tan popular a lo largo del siglo XIX,y que sin nombrarlo, por quién sabe qué rubor, se encuentra en cada

2 Ya Hume, cuando le escribe a Smith para ofrecerle su juicio sobre The Wealth ot Na­

tions, le dirá: "no puedo yo aceptar que la renta de la tierra sea un componente del precio

de los productos aqrícolas» (Smith, 1977:186).

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libro de texto contemporáneo. Este hombre solitario evalúa, compara yasí prefiere y escoge (l947d: passim).

En esta acción evaluativa y de escogencia, que se discierne a lo largode este primer modelo, si no es un anacronismo llamarlo así, cumple unpapel causal no sólo la bondad de la cosa «relativa al individuo», sinotambién la dificultad en procurar el objeto de sus deseos: «entre dos cosas,de igual utilidad y excelencia, aquéllaque le obligaa un mayor esfuerzoparatenerla le aparecerá como más preciosa...» (ibíd.: 244). Esta combinaciónde esfuerzo, dificultad y resultado la denomina Turgot «escasez».

En suma, el valor estimativo que el hombre en aislamiento hace de lacosa objeto de sus apetencias, se reduce a la confluencia de la utilidad yla escasez, y bien si Turgot no avanza más allá de una indicación de estasrelaciones de dependencia, no cabe escatimar su percepción analítica(ibíd.: 244; vide Sewell, apud Meek, 1973:79, n. 1).

El siguiente modelo es ya el intercambio entre dos partes contratantes.Al valor estimativo, propio del individuo en aislamiento, le sucede elvalor de cambio. El intercambio, desde luego, supone un conjunto decondiciones que el autor hace explícitas (1947d: 248-249). En particular,cabe destacar que el intercambio, si es libre como Turgot muy bien loseñala, requiere la igualdad o equivalencia de los valores recíprocos decambio. Esta igualdad, por no decir condición de equilibrio, es la resultade un proceso de negociación y regateo, cuyo punto de partida es unasituación donde cada individuo asigna un valor estimativo mayor por lacosa que quiere recibir relativo al de la cosa que posee, y que se muevehasta que estas diferencias desaparecen: «cada quien se quedaría comoestá si no encontrara un interés, una ganancia personal, en el intercambio;si en relación consigo mismo no estimara en más lo que recibió que lo queentregó» (ibíd.: 251).

La contribución de Turgot en esta última materia es digna de todamención. Debe bien decirse que se está en la franca antesala de loque constituye uno de los logros analíticos mayores de los dos siglosvenideros, a saber, la definición del equilibrio y de su estabilidad (videWalras, 1965b: 86 y ss. Hahn, 1973a:25). Más aún, de esta visión del libreintercambio se sigue de manera natural un resultado que tendrá las máshondas consecuencias políticas en los tiempos posteriores, a saber, que laintroducción del intercambio trae consigo un incremento de los beneficiosmateriales de quienes en él concurren: «aumenta la riqueza de quienes

en él participan, es decir, les da una cantidad mayor de disfrute con losmismos recursos» (l947d: 252).3

Turgot hombre de Estado

El 10 de mayo de 1774 moría Luis XV y ascendía al trono el Duquede Berry, tercer hijo de Luis el Delfín y nieto del difunto Rey. El 19 dejulio siguiente le pedía el joven monarca a Turgot que se apersonara parahacerlo ministro de Marina. El hombre a cargo de las finanzas para elmomento era el Abbé de Terray.El precio de los cereales había alcanzadosu máximo nivel en 1770,y la reacción de Terray fue la de abolir entonceslas muy limitadas libertades de comercio existentes, y reclamar de nuevola intervención pública. La respuesta de los Parlamentos fue acusarlo desiniestro monopolista, lo que dio lugar a disturbios populares que fueronpronto controlados.

Hacia los días finales de julio del 74 las acusaciones en contra de Terrayadquirieron nueva violencia y su posición política se hizo muy débil.El 24 de agosto siguiente, Luis XVI le pidió a Turgot que asumiera laresponsabilidad de ser Contróleur Génerál. La aceptación del cargo, en laentrevista misma, tuvo una suerte de condición sugerida por Turgot, «queme otorgue el permiso de escribirle mis opiniones generales, y si puedoañadir, mis condiciones relativas al apoyo que usted debe darme en estaadministración» (Dakin, 1939: 130 y ss.).

La carta de Turgot es un documento de enorme importancia. Algunollega a describirlo, no sin su tono hiperbólico, como «uno de los másimportantes y singulares documentos de la historia gubernamental»(Shepherd, 1903: 16). Dirá allí Turgot: «me limito, Señor, a estas tresfrases: no bancarrotas, no aumentos de los impuestos, no préstamos. Hayuna sola vía para conseguir estos tres propósitos: reducir los gastos pordebajo de los ingresos. Si en este punto se falla, el primer disparo llevaráel Estado a la quiebra» (apud Dakin, 1939: 131).

3 En su obituario de Vincent de Gournay, Turgot expone su visión general de la política

económica y de los fines de la acción del gobierno. Es allí donde Turgot emplea la expresión

laissez-nous faire, que atribuye a Francois Legendre, y donde, al referir las convicciones de

Gournay, se adhiere del modo más entusiasta a la idea de que cuando el interés del individuo

coincide con el interés público no se le debe interferir, y que en el caso del libre intercambio

esa coincidencia "es imposible que no se dé» (1947e: 147).

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El resto son los veinte meses al frente del Ministerio y los célebres seisproyectos de edictos presentados al Rey en enero de 1776. Estos últimoscontenían reformas fundamentales para el sistema económico de lamonarquía, que perseguían insuflarle vitalidad al régimen. La historiaposterior es bien conocida. El 12 de mayo siguiente, el ministro Bertinle llevaba la carta del Rey pidiéndole la renuncia al cargo. Trece añosluego, se reunían los Estados Generales por primera vez en ciento setentay cinco años, y se iniciaba el final de la Monarquía Francesa. La antiguasociedad, a la que Anne Robert Iacques Turgot había querido ayudar atransformar con su genio y mejor disposición, rechazaba los cambios yallanaba el camino para la Revolución. De haber estado él allí presente-su muerte acaeció en 1781- habría recordado, quizás, aquella luminosaidea de Montesquieu de que no es la casualidad, en realidad de verdad, laque gobierna el mundo.

Introducción a la traducción y edición de la obra de Turgot, Reflexíons sur laformation et la distríbutíon des ríchesses, Academia Nacional de Ciencias Económicas(Caracas, 1991).