daudet alfonso - poquita cosa.pdf

189

Click here to load reader

Upload: morcuyo

Post on 12-Sep-2015

285 views

Category:

Documents


21 download

TRANSCRIPT

  • P O Q U I T A C O S A

    ALFONSO DAUDET

    POQUITA COSA

    3

    PRIMERA PARTE

    I

    LA FBRICA

    Nac el 13 de mayo de 18... en una ciudad delLanguedoc, donde se encuentra como en todas lasciudades del Medioda mucho sol, una cosa regularde polvo, un convento de carmelitas y dos o tresmonumentos romanos.Mi padre, el seor Eyssette, que por aquella po-ca era comerciante de tejidos de seda tena a laspuertas de la ciudad una gran fbrica en una nave dela cual se hizo construir una habitacin cmodasombreada por altos pltanos y separada de los ta-lleres por un vasto jardn. All fue donde yo vine al

    A L F O N S O D A U D E T

    4

    mundo y pas los primeros, los nicos aos buenosde mi vida. Por eso mi memoria reconocida ha con-servado del jardn, de la fbrica y de los pltanos unrecuerdo imperecedero, y cuando despus de la rui-na de mis padres me fue preciso separarme de esascosas, su prdida la he sentido como si se tratara depersonas.Para empezar, debo decir, que mi nacimiento notrajo la dicha a la casa Eyssette. La vieja Ana nuestracocinera me ha contado ms tarde muchas vecesque mi padre, en viaje entonces recibi a un mismotiempo la noticia de mi aparicin en el mundo y lade la desaparicin de uno de sus clientes de Marse-lla que se le llevaba ms de cuarenta mil francos;hasta el punto de que el seor Eyssette, alegre y de-solado a un mismo tiempo, se preguntaba como elotro, si haba de llorar por la desaparicin delcliente de Marsella o rer por el feliz advenimientodel pequeo Daniel... Lo prudente era llorar, mibuen seor Eyssette, lo prudente era llorar doble-mente.No es posible negarlo, yo fui la mala estrella demis padres. Desde el da de mi nacimiento, incre-bles desdichas les persiguieron por veinte lados di-ferentes. En primer lugar, lo del cliente de Marsella;

    ROBERTO FABIAN LOPEZEDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

  • P O Q U I T A C O S A

    5

    luego, dos incendios en un ao; despus, la huelgade urdidores; ms tarde nuestra ria con el to Bau-tista; en seguida un pleito muy costoso con los co-merciantes de colores, y por ltimo, la revolucin de18.. que fue el gol de gracia.A partir de ese momento, la fbrica no vol msque con un ala; poco a poco, los talleres fueron va-cindose; cada semana un telar menos, cada mesuna mesa de estampado que desapareca. Daba ls-tima ver cmo se iba la vida de nuestra casa comode un cuerpo enfermo, lentamente, un poco cadada. Lleg un momento en que ya no se entr en lassalas del segundo. Algo despus el patio del fondofue condenado. As continuaron las cosas dos aostodava; dos aos dur la agona de la fbrica; hastaque, por fin, un da los obreros no volvieron, lacampana de los talleres no son, la rueda del pozono rechin, el agua de los grandes tanques donde selavaban los tejidos permaneci inmvil, y no tarda-ron en quedar tan slo en toda la fbrica el seor laseora Eyssette, la vieja Ana, mi hermano Jaime yyo, y bajo, all en el fondo, para guardar los talleres,el conserje Colombo y su hijo el pequeo Rouget1.

    1 Juego de palabras, intraducible en castellano, ya que Rouget significa ala vez salmonete y rojizo.

    A L F O N S O D A U D E T

    6

    Decididamente, estbamos arruinados.Tena yo entonces seis o siete aos. Como mecriaba muy desmedrado y enfermizo, mis padres nohaban querido enviarme a la escuela. Mi madre meense a leer y escribir nicamente unas cuantaspalabras en espaol y dos o tres piezas de guitarragracias a lo, cual entre la familia se me haba creadouna reputacin de nio prodigio. Debido a tal sis-tema de educacin no me mova nunca de casa y heaqu porqu hube de asistir en todos sus detalles a laagona de la casa Eyssette. El espectculo no meconmovi lo ms mnimo, lo confieso; y hasta en-contr a nuestra ruina el lado agradable de que po-da corretear a mi gozo y capricho por toda lafbrica lo cual, cuando haba obreros, no me estabapermitido ms que los domingos. Gravemente ledeca yo al pequeo Rouget: Ahora la fbrica esma; me, la han dado para jugar Y el pequeo Rou-get me crea. Crea todo lo que le deca.En casa no todos tomaron, sin embargo, nuestracatstrofe tan alegremente. Sbitamente el seor Ey-ssette se convirti en un hombre terrible. Por sushbitos y maneras se le hubiera credo una naturale-za fogosa violenta, exagerada, aficionado a los gri-tos, al estruendo; pero en el fondo era un hombre

    P O Q U I T A C O S A

    7

  • excelente, que nicamente tena la mano pronta laexpresin altiva y la imperiosa necesidad de aterro-rizar a todo cuanto le rodeaba. La mala fortuna envez de abatirlo, lo exasper. De la noche a la maa-na se le desencaden una clera formidable que, nosabiendo contra quin desfogarse contra todo arre-meta contra el sol, el mistral (viento maestral), Jai-me, la vieja Ana la Revolucin oh, sobre todocontra la Revolucin!.. Si se oa a mi padre, cual-quiera habra jurado que aquella revolucin de 18...que nos dejo tan maltrechos, se haba fraguado es-pecialmente contra nosotros. Se me creer, pues, sidigo que los revolucionarios no estaban en olor desantidad en la casa Eyssette. Dios sabe lo que diji-mos de esos seores en aquellos tiempos... Aun hoy,cuando el viejo pap Eyssette (que Dios me lo con-serve) siente los sntomas de uno de sus accesos degota se extiende penosamente en su chaise-longue ymurmura casi imperceptiblemente: Oh! esos re-volucionarios!.. En la poca de que os hablo, el seor Eyssettean no tena gota, y la pesadumbre de verse arrui-nado haba hecho de l un hombre terrible al quenadie poda aproximarse. En cierta ocasin huboque sangrarle dos veces en quince das. A su lado,

    A L F O N S O D A U D E T

    8

    todos se callaban; le tenamos miedo. En la mesa,casi no nos atrevamos a pedir pan. As, desde quehaba vuelto las espaldas, no se oa ms que un so-llozo de un extremo al otro de la casa; mi madre, lavieja Ana, mi hermano Jaime y tambin mi hermanomayor, el abate, cuando vena a vernos, todos ayu-dbamos. Mi madre, naturalmente, lloraba al verdesgraciado a su marido; el abate y Ana por ver llo-rar a mi madre, y en cuanto a Jaime, demasiado niopara comprender nuestras desgracias -tena apenasdos aos ms que yo-, lloraba por necesidad, porplacer.Mi hermano Jaime era un nio bien singular...tena el don de las lgrimas! Por muy remoto quesea mi recuerdo, le veo siempre con los ojos encar-nados y las mejillas chorreantes. Por la maana porla tarde de da de noche en casa en la escuela de pa-seo... lloraba siempre y en todas partes. Cuando se lepreguntaba: Qu tienes?, responda sollozando:No tengo nada Y lo ms curioso es que no tenanada. Algunas veces el seor Eyssette, exasperado,deca a mi madre: Ese nio es ridculo, mrale!..parece un ro A lo que contestaba la seora Ey-ssette con su voz dulce: Qu quieres, amigo mo?

    P O Q U I T A C O S A

    9

    Eso le pasar a medida que vaya creciendo; a suedad yo era igualMientras tanto, Jaime iba creciendo; creca mu-cho, y eso no le pasaba. Al contrario, la singular ap-titud que tena aquel raro muchacho para derramarsin motivo alguno verdaderos chaparrones de l-

  • grimas, iba en aumento cada da. As la desolacinde la familia fue una gran fortuna para l... porquepoda pasarse los das enteros sollozando a sus an-chas sin que nadie fuese a decirle Qu tienes?En suma que tanto para Jaime como para m,nuestra ruina tena su lado bueno.Por mi parte, yo era muy dichoso. Nadie se ocu-paba de m. Y yo me aprovechaba para jugar todo elda con Rouget en los talleres desiertos, dondenuestros pasos resonaban como en una iglesia y enlos grandes patios abandonados, que la hierba inva-da ya.. El tal Rouget, hijo del conserje Colombe, eraun chico robusto de unos doce aos, fuerte comoun toro, fiel como un perro, bestia como una oca ynotable por su rojo, cabellera a la cual deba su apo-do de Rouget. Solamente que, voy a decroslo, Rou-get no era para m Rouget. Sucesivamente era mi fielviernes, una tribu de salvajes, una tripulacin suble-vada todo, en fin, lo que yo quera. Yo mismo, no

    A L F O N S O D A U D E T

    10

    me llamaba Daniel Eyssette en aquellos tiempos: yoera aquel hombre singular, vestido de pieles de ani-males, del cual me acababan de dar la relacin de lasaventuras, master Crusoe en persona. Dulce locura!Por la noche despus de cenar, relea mi Robinsnhasta aprendrmelo de memoria; durante el da lorepresentaba y lo representaba con encarnizamien-to; haciendo tornar parte en mi comedia a todo loque m rodeaba. La fbrica no era la fbrica; era miisla desierta. Los depsitos del agua se haban con-vertido en el Ocano, el jardn en una selva virgen.Hasta las cigarras que haba en los pltanos, toma-ban parte en mi comedia sin saberlo.Rouget no sospechaba tampoco la importanciad su papel. Si le hubiesen preguntado quin eraRobinsn, le hubieran puesto en un aprieto; noobstante, en honor a la verdad debo decir que re-presentaba su parte con la ms grande conviccin yque para imitar los rugidos de los salvajes no habaotro como l. Cmo lo haba aprendido? Lo igno-ro. Lo que s es que aquellos grandes rugidos quesacaba de lo ms profundo de su garganta, habranhecho estremecer al ms valeroso. A m, al propioRobinsn, me producan algunas veces ni sobre-

    P O Q U I T A C O S A

    11

    salto y tena que decirle en voz baja: No tan fuerte,Rouget, me das miedoDesgraciadamente, si Rouget era maestro en laimitacin de los rugidos de los salvajes, no lo eramenos en repetir las palabrotas de los chicos calleje-ros y en proferir los ms atroces juramentos. Jugan-do con l, aprend tambin a jurar, y un da en plenamesa se me escap uno de los ms formidables, sindarme cuenta. Consternacin general! Quin teha enseado eso? Dnde lo ha odo? Fue unacontecimiento. El seor Eyssette no se conforma-ba de momento con menos que con encerrarme enuna casa de correccin; mi hermano mayor, el abate,

  • dijo que antes que nada era necesario llevarme aconfesar, puesto que ya tena edad para ello. Gravenegocio! Tuve que recoger en todos los rincones demi conciencia un montn de vicios pecados quepermanecan all desde siete aos antes. No dormen dos noches; y el que tena un cesto bien lleno deaquellos malditos pecados; haba puesto los ms pe-queos encima pero, era igual, porque los otrostambin se vean y, cuando, arrodillado ante el pe-queo confesionario de encina fue preciso enser-selos al cura de Recoletos, cre que mora de miedoy confusin...

    A L F O N S O D A U D E T

    12

    Aquello haba terminado. Ya no quise jugar mscon Rouget; yo ya saba lo haba dicho primero SanPablo y luego el cura de Recoletos me lo repiti, queel demonio da vueltas eternamente a nuestro alre-dedor como un len quaerens quem devoret. Oh! quimpresin me hizo aquel quaerens quem devoret! Yo sa-ba tambin que l muy intrigante de Lucifer podatomar todos los aspectos que quisiera para tentarnosy nadie me hubiera podido quitar la idea de que sehaba ocultado en la piel de Rouget para ensearmetan feos juramentos. As, pues, mi primer cuidado,al volver a la fbrica, fue advertir a Viernes que enlo sucesivo deba permanecer en su casa. Infortu-nado Viernes! Aquel ukase le parti el corazn, perose conform sin una queja. Algunas veces le vea depie, junto a la entrada de la portera al lado de lostalleres; no poda ocultar su tristeza y cuando notabaque yo le miraba el desgraciado lanzaba sus ms es-pantosos rugidos y, al mismo tiempo agitaba su bri-llante cabellera pero: cuanto ms ruga ms mealejaba yode l. Y es que le encontraba demasiadoparecido al famoso quaerens y le gritaba: Vete! mecausas horrorRouget se obstin en rugir as durante algunosdas, hasta que una maana su padre, fatigado de sus

    P O Q U I T A C O S A

    13

    rugidos a domicilio, le envi a rugir a un taller y yano volv a verle ms...No se crea por eso que mi entusiasmo por Ro-binsn decay ni un instante. Justamente, entoncesel se aburri de su loro y me lo regal. El loro, re-emplaz a Viernes. Le instal en una hermosa jaulaen el fondo de mi residencia de invierno; y htemeaqu, ms Crusoe que nunca pasando mis das frentea aquel interesante voltil e intentando hacerle decir:Robinsn, mi pobre Robinsn! Y cosa incom-prensible! Aquel loro, que el to Bautista me habaregalado para desembarazarse de su eterna charla seobstin en no hablar desde que le tuve yo. Ni mipobre Robinsn ni nada; nunca pude sacarle unapalabra. Esto no obstante, yo le amaba mucho y lecuidaba como mejor saba.As vivamos, mi loro y yo, en la ms austera so-ledad, cuando una maana ocurri una cosa verda-deramente extraordinaria. Aquel da haba

  • abandonado mi cabaa muy temprano y haca ar-mado hasta los dientes, un viaje de exploracin atravs de mi isla. De pronto vi venir hacia m ungrupo de tres o cuatro personas, que hablaban casi agritos y gesticulaban vivamente. Dios mo! Hom-bres en mi isla! No tuve tiempo ms que para ocul-

    A L F O N S O D A U D E T

    14

    tarme detrs de un macizo de arbustos y me tendcon l vientre contra el suelo... Los hombres pasa-ron cerca de m sin verme... Cre reconocer la vozdel portero Colombe, y esto me tranquiliz un poco;pero, de todos modos, cuando se hubieron alejadolos segu a distancia para ver en qu parara todoaquello.Aquellas gentes extraas permanecieron largotiempo en mi isla... La visitaron de un extremo aotro y le fijaron en todos los pormenores. Les vientrar en mis grutas y sondear con sus bastones laprofundidad de mis ocanos. De cuando en cuandose detenan y meneaban la cabeza. Mi mayor temorera que al fin llegasen a descubrir mis residencias...Qu hubiera sido de m, gran Dios! Afortunada-mente no ocurri nada y a la media hora se marcha-ron aquellos hombres.

    P O Q U I T A C O S A

    15 II

    LAS CUCARACHAS

    Oh recuerdos de infancia qu impresin habisdejado en m! Me parece cosa de ayer aquel viaje porel Rdano. Veo an el barco, sus pasajeros, su tri-pulacin; oigo an el ruido de las ruedas y el silbidode la mquina. El capitn se llamaba Genies y el co-cinero Montelimart. Esas cosas no se olvidan nun-ca.La travesa dur tres das. Yo pas aquellos tresdas sobre el puente, bajando al saln el tiempojusto para comer y dormir. El resto del tiempo meiba a la punta extrema de la embarcacin, cerca delncora. Haba all una gran campana que tocaba ca-da vez que llegbamos a una poblacin; yo me sen-

    A L F O N S O D A U D E T

    16

    taba al lado de aquella campana entre montones decuerdas, pona la jaula del loro entre mis piernas ydejaba vagar la mirada en el horizonte. El Rdanoera tan ancho que apenas, si se vean sus orillas. Yoan lo hubiese querido ms ancho, y que se hubiesellamado: el mar! El cielo rea sobre las aguas ver-des. Grandes barcazas descendan. Marineros, va-deando el ro a lomos de sus mulas, pasaban cercade nosotros cantando. Algunas veces el vapor cos-teaba una isla frondosa cubierta de juncos y de sau-ces. Oh! una isla desierta!, le deca devorndolacon los ojos.Hacia el fin del tercer da cre que bamos a tener

  • tempestad. El cielo se haba obscurecido sbita-mente; una niebla espesa se agitaba sobre el ro; enla proa del buque se haba encendido una gruesalinterna y, a fe ma en presencia de tales sntomascomenzaba ya a asustarme... En aquel momento al-guien dijo cerca de m: Estamos en Lyn! Almismo tiempo la gruesa campana comenzaba a to-car. Era LynConfusamente, a travs de la niebla vi luces quebrillaban en las dos orillas; pasamos por debajo deun puente y despus de otro. A cada momento elenorme tubo de la mquina arrojaba torrentes de un

    P O Q U I T A C O S A

    17

    humo negro que haca toser... En el barco haba unbarullo espantoso. Los pasajeros buscaban susequipajes, los marineros empujaban, jurando, tone-les en la obscuridad. Llova...Me apresur a reunirme con mi madre, Jaime y lavieja Ana que estaban al otro extremo de la embar-cacin... y henos a los cuatro apretados, los unoscontra los otros bajo el gran paraguas de Anamientras que el vapor iba a colocarse a lo largo delmuelle y comenzaba el desembarque.Verdaderamente, si el seor Eyssette no hubiesevenido a sacarnos de all, creo que no hubisemossalido nunca. Vena hacia nosotros, a tientas, y gri-tando: Quin vive! quin vive!, cuando a aquelquin vive!, tan conocido, respondimos: amigos!,los cuatro a la vez, con una alegra y una satisfaccinindecibles... El seor Eyssette nos bes rpidamen-te, tom a mi hermano de una man, a mide la otradijo a las mujeres : Seguidme!, y en marcha... Ah!Era todo un hombre.Avanzbamos con trabajo ; anocheca y el puenteestaba resbaladizo. A cada paso tropezbamos conlas cajas u otros objetos... De pronto, del extremoopuesto del barco, una voz estridente, desconsolada

    A L F O N S O D A U D E T

    18

    lleg hasta nosotros: Robinsn! Robinsn!, de-ca la voz.Ah! Dios mo! -exclam yo, al mismo tiempoque forcejeaba. para desasirme de la mano de mipadre, quien creyendo que haba resbalado, apretan ms.La voz repiti, ms estridente y ms desconsola-da: Robinsn! mi Pobre Robinsn! Hice unnuevo esfuerzo para que mi padre me soltase gri-tando: Mi lorito! mi lorito!-Es que ahora ya habla? -dijo Jaime. Ya lo creoque hablaba; se le oa de una legua..., En mi turba-cin yo le haba olvidado all bajo, en el sitio en queacostumbraba sentarme, y desde all me llamabagritando con todas sus fuerzas: Robinsn! Ro-binsn! mi pobre Robinsn!Desgraciadamente estbamos lejos y el capitndaba prisa a todo el mundo.-Maana volveremos a buscarlo -dijo el seorEyssette-; en estos barcos, no se pierde nada.

  • Y, a pesar de mis lgrimas, tuve que abandonar allorito. Pecado! Al da siguiente enviamos a buscarley ya haba desaparecido... Juzgad de mi desespera-cin ni Viernes, ni loro, cmo era posible ya Ro-binsn Adems, quin era capaz, con la mejor

    P O Q U I T A C O S A

    19

    voluntad del mundo, de forjarse una isla desierta enun cuarto piso de una casa hmeda y sucia de la ca-lle de la Linterna?Horrible casa! Toda mi vida la recordar; la es-calera rezumaba; el patio pareca un pozo; el con-serje, un zapatero remendn, tena un quiosco allado de la. bomba... Aquello era horroroso.La noche de nuestra llegada Ana al instalarse ensu cocina lanz un grito de angustia:Las cucarachas! las cucarachas!Corrimos todos. Qu espectculo! La cocinaestaba llena de aquellos asquerosos animales; loshaba en las alacenas, por las paredes, en los cajo-nes, en la chimenea en todas partes. Sin querer, lasaplastbamos Puaf! Ana haba ya matado muchas,pero tas ms mataba ms se presentaban. Entrabanpor el vertedero de las aguas y lo tapamos; pero alsiguiente, haban entrado por otro sitio. Fue necesa-rio buscar un gato para que las matase, y todas lasnoches se desarrollaba en la cocina una espantosacarnicera.Las cucarachas me hicieron odiar Lyn desde elprimer da. Pero no fue esto solo. Era necesarioadoptar nuevas costumbres; las horas de comer fue-ron cambiadas. Los panes no tenan la misma forma

    A L F O N S O D A U D E T

    20

    que en nuestro pas. Se les llamaba coronas. Vayaun hombre!En las carniceras, cuando Ana peda una carbo-nada2, se le rean en sus narices; no saban lo que erauna carbonada los muy salvajes!.. Ah! Cunto llegua aburrirme...El domingo, para distraernos un poco, nos ba-mos a pasear a los muelles del Rdano, y siempretenamos que llevar paraguas. Instintivamente nosdirigamos el Medioda. Me parece que as nosacercamos nuestra tierra, deca mi madre que anlanguideca ms que ya... Aquellos paseos en familiaeran bien ubres. El seor Eyssette nos rea siem-pre, Jaime cesaba de llorar y yo me quedaba conti-nuamente rezagado, no s por qu, me dabavergenza pasar par la calle sin duda porque ramospobres.Al cabo de un mes, Ana cay enferma. Las nie-blas la mataban y tuvimos que enviarla al Medioda.La pobre muchacha que amaba a mi madre con pa-sin., no poda decidirse a abandonarnos. Nos su-plicaba que la dejsemos quedar con nosotros,prometiendo que no se morira. Fue necesario em-

    2 Carne para asar a las parrillas.

  • P O Q U I T A C O S A

    21

    barcarla a la fuerza y al llegar al Medioda de purodesesperada se cas.Al marchar Ana, no tomamos nueva criada loque me pareci el colina de la miseria... La porterasuba a hacer las faenas ms pesadas; mi madre, a lalumbre del hornillo, calcinaba sus blancas y hermo-sas manos, que tanto me gustaba besar; en cuanto alas provisiones. Jaime se encargaba de adquirirlas.Le ponan un cesto debajo del brazo y le decan:Comprars esto y aquello, y l compraba esto yaquello muy bien pero sin dejar de llorar, por su-puesto.Pobre Jaime!, no era tampoco feliz. El seor Ey-ssette, del verle eternamente con las lgrimas en losojos, le haba tomada aversin y le abrumaba conti-nuamente... Todo el da se le oa decir: Jaime, eresun ganso. Jaime, eres un asno Lo cierto es que,cuando su padre estaba all, el desgraciado Jaimeperda los estribos. Los esfuerzos que haca, ade-ms, para retener las lgrimas, le afeaban mucho.Como demostracin de que la presencia del seorEyssette no le permita hacer nada a derechas, oscontar la escena del cntaro.

    A L F O N S O D A U D E T

    22

    Una noche, en el momento de ir asentarnos a lamesa nos dimos cuenta de que en casa no haba niuna gota de agua.-Si queris, yo ir a buscarla -dijo el bueno deJaime.Y sin esperar contestacin, cogi el cntaro, unhermoso cntaro de arcilla. El seor Eyssette se en-cogi de hombros.-Si es Jaime el que va -dijo-, de seguro que rompeel cntaro.-Ya lo oyes, Jaime -observ la seora Eyssettecon su voz tranquila-, fjate bien y no lo rompas.El seor Eyssette:-Lo mismo da que le digas una cosa que otra; nopor eso dejar, de romperlo.Aqu, la voz quejumbrosa de Jaime:Pero, en fin, por qu quiere usted que lo rompa?-Yo no quiero que lo rompas; lo que digo yo eselo rompers -respondi el seor Eyssette en un oque no admita rplica.Jaime no replic: tom el cntaro con mano fe-bril y sali como si quisiera decir:-Conque lo romper? Bueno, ya lo veremos.Pasaron cinco minutos, diez, y Jaime no volva.La seora Eyssette empezaba a inquietarse.

    P O Q U I T A C O S A

    23

    -Mientras no le haya ocurrido nada!-Voto a tal! qu quieres que le haya ocurrido? dijo el seor Eyssette en un tono spero-. Es queoto el cntaro y no se atreve a entrar.

  • Y diciendo esto -pues a pesar de: su aire malhu-morado era el mejor hombre del mundo -se levanty fue a abrir la puerta para ver si realmente le habaocurrido algo a Jaime. No tuvo que ir muy lejos;Jaime estaba en el rellano, ante la puerta, con lasmanos vacas, silencioso, petrificado. Al ver al seorEyssette, palideci, y con voz afligida y dbil, tanque casi no se oa dijo: Lo he roto... Lo habaroto!...En los anales de la familia Eyssette, aquel episo-dio es conocido por la escena del cntaroHaca ya unos dos meses que estbamos enLyn, cuando nuestros padres comenzaron a preo-cuparse de nuestros estudios. Ellos hubieran queri-do ponernos n un colegio, pero esto era demasiadocaro. Y si os hiciramos monaguillos? -dijo la se-ora Eyssete-; creo que all los nios estn muybien La idea a mi padre y como San Nazario erala iglesia prxima a San Nazario nos enviaron.Oh! era muy divertido aquello! En lugar de lle-narnos la cabeza de griego y de latn, como en otras

    A L F O N S O D A U D E T

    24

    instituciones, nos enseaban a ayudar misa a cantarlas antfonas, hacer genuflexiones y a incensar conelegancia, lo cual es muy difcil. Tambin dedicba-mos algunas horas del da a las declinaciones y alEptome, pero esto era lo accesorio. Antes que todo,nosotros estbamos all para el servicio de la iglesia.Al menos una vez por semana el abate Micou, conaire solemne y entre dos tomas de rap, nos deca:Maana seores, no hay clase por la maana. Te-nemos entierro.Esto era lo que ms dichosos nos haca. Des-pus, tambin eran otros tantos acontecimientos pa-ra nosotros los bautizos, las bodas, la visita pastoral,el Vitico que se llevaba a un enfermo. Sobre todoel Vitico! Qu orgulloso iba aquel de nosotros quepoda acompaarlo! ... Bajo un pequeo palio deterciopelo rojo, marchaba el sacerdote, llevando laHostia y los Santos Oleos. Dos monaguillos soste-nan el palio, otros dos lo escoltaban con gruesosfaroles dorados y, otro iba delante, agitando una ca-rraca. Ordinariamente, stas eran mis funciones... Alpaso del Vitico, los hombres se descubran y lasmujeres se persignaban. Cuando pasbamos pordelante de un cuerpo de guardia el centinela gritaba: A formar!, y los soldados acudan presurosos y se

    P O Q U I T A C O S A

    25

    ponan en fila. Presenten armas! -deca el oficial... Yse oa el ruido de los fusiles y el redoble de los tam-bores. Yo agitaba tres veces mi carraca como en elSanctus, y pasbamos.Cada uno de nosotros tena en un pequeo arma-rio, un equipo completo de sacerdote una sotananegra con su largo, cola un alba una sobrepelliz, congrandes mangas rgidas, medias. de seda negras, dospares de pantalones, uno de pao y el otro de ter-ciopelo, alzacuellos bordados, en fin, todo lo nece-

  • sario.Y, adems, parece que aquella ropa me sentabamuy bien. Est que no cabe dentro de su traje, de-ca la seora Eyssette. Desgraciadamente yo era muypequeo, y esto me desesperaba. Figuraos que, aunlevantndome sobre las puntas de los pies, no eramucho ms alto que las medias blancas del seor,Caduffe, nuestro suizo, y adems tan dbil! Unavez, durante la misa, al cambiar los Evangelios desitio, el peso del libro me arrastr y ca tan largocomo era sobre las gradas del altar. Romp el facis-tol y la misa qued interrumpida. Era un da de Pas-cua.. Qu escndalo!.. Aparte de estos pequeosinconvenientes producidos por mi corta estatura yoestaba muy contento de mi suerte, y con frecuencia

    A L F O N S O D A U D E T

    26

    al acostarnos por la noche nos debamos Jaime y yo:Es muy divertido ser monaguillo. Por desgraciaaquello dur poco. Un amigo de la familia rector deuna Universidad del Medioda escribi un da a mipadre dicindole si quera una plaza gratuita parauno de nosotros en un colegio de Lyn.-Ser para Daniel -dijo el seor Eyssette.-Y Jaime? -observ mi madre. -Se quedarconmigo; me ser muy til. Adems, observo quetiene aficin al comercio. Haremos de l un nego-ciante.Verdaderamente, no s cmo el seor Eyssettehaba podido notar la aficin de Jaime por el co-mercio. En aquellos tiempos, el pobre muchacho notena gusto ms que por las lgrimas, y si se le hu-biese consultado... Pero no se le consult, ni a mtampoco.Lo que me impresion ms, a mi llegada al cole-gio, es que yo era el nico que llevaba blusa. EnLyn, los hijos de los ricos no llevan blusa; eso sequeda para los chicos callejeros, los golfos, como lesllamaban, Yo llevaba una blusita a cuadros, de lapoca de la fbrica, y tena con ella el aire de uno deaquellos golfitos... Cuando entr, en la clase losalumnos me acogieron con una sonrisa burlona.

    P O Q U I T A C O S A

    27

    Toma! lleva blusa!, se decan entre ellos.. El pro-fesor hizo una mueca y en el mismo instante me co-br aversin. Desde entonces, siempre me habl entono despectivo. Nunca me llamaba por mi nombre;siempre me deca: Eh! se de ah, Poquita Cosa! Yno obstante yo le haba dicho ms de veinte vecesque me llamaba Daniel Eyssette... Al final, mis ca-maradas me llamaron tambin Poquita Cosa y mequed el apodo...No era solamente mi blusa lo que me distinguade los otros chicos... Ellos tenan bonitas carteras decuero amarillo, tinteros de boj que olan muy biencuadernos forrados, libros nuevos con letras dora-das, mis libres, en cambio, eran viejos libracoscomprados en los muelles, amarillos enmohecidos,oliendo a rancio, con las cubiertas a jirones y mu-

  • chas veces con pginas de menos. Jaime empleabatoda su habilidad para encuadernarlos con gruesoscartones y cola fuerte, pero pona demasiada cola yolan mal. Tambin me haba hecho una cartera conuna infinidad de departamentos, muy cmoda peroque tena demasiada cola. La necesidad de encolar yde encuadernar, haba degenerado en Jaime en unamana como la necesidad de llorar. Tena constan-temente al fuego varios pucheritos con cola, y en

    A L F O N S O D A U D E T

    28

    cuanto poda escaparse un momento del almacn, sededicaba con furia a encolar y a encuadernar. Elresto del tiempo, reparta paquetes por la ciudad,escriba al dictado, iba a comprar las provisiones...en fin, ejerca el comercio.En cuanto a m, haba comprendido que cuandose tiene una plaza gratuita se lleva blusa y se es lla-mado Poquita Cosa hay que trabajar el doble que losdems para ser igual que ellos Y a fe ma!, PoquitaCosa trabajaba con todo su ador.Bravo, Poquita Cosa! Aun le veo, en invierno, ensu habitacin, sin un mal brasero, sentado a su mesae trabajo, las piernas envueltas en una manta. Porfuera, la escarcha azotaba los vidrios. En el almacn,se oa al seor Eyssette que dictaba:-He recibido su muy apreciada del 8 del corrien-te.Y la voz llorosa de Jaime que repeta:-He recibido su muy apreciada del 8 del corrien-te.De cuando en cuando se abra dulcemente lapuerta de mi cuarto; era la seora Eyssette que en-traba. Se aproximaba de puntillas a Poquita Cosa y lepreguntaba en voz baja.Estudias?

    P O Q U I T A C O S A

    29

    -S, mam.-No tienes fro?-Oh! no!Poquita Cosa no deca la verdad, al contrario, por-que tena mucho fro.Entonces la seora Eyssette se sentaba cerca del, con su media y all permaneca largas horas,contando los puntos en voz baja y suspirando decuando en cuando.Pobre seora Eyssette! Pensaba siempre enaquel querido pas que no esperaba volver a ver...Ay! por su desgracia por la de todos, iba a verlobien pronto...

    A L F O N S O D A U D E T

    30

    III

    HA MUERTO! ROGAD POR L!

  • Era un lunes del mes de julio.Aquel da al salir del colegio, me haba dejadoconducir por mis compaeros a jugar a la barra ycuando me decid a volver a casa era mucho mstarde de lo que yo hubiera querido. Desde la plazaen que jugbamos, hasta la calle de la Linterna, corrsin detenerme, con los libros atados a la cintura y lagorra entre los dientes. No obstante, como tena unmiedo horroroso a mi padre, tom aliento en la es-calera el tiempo justo para inventar una historia quejustificase mi retraso. Seguro ya por este lado, llamdecidido a la puerta.

    P O Q U I T A C O S A

    31

    El propio seor Eyssette en persona sali aabrirme. Cmo vienes tan tarde?, me dijo. Yocomenc a declamar mi historia temblando, pero elbuen hombre no me dej terminar y, atrayndome asu pecho, me bes larga y silenciosamente.Yo, que por lo menos esperaba una agria repri-menda qued sorprendido de semejante acogida. Miprimera idea fue la de que tenamos al cura de SanNazario a comer; saba por experiencia que en talesdas no nos rea. Pero, al entrar en el comedor, vienseguida que me haba equivocado. No haba msque dos cubiertos en la mesa el de mi padre y elmo.-Y la mam? Y Jaime? -pregunt extraado.Mam y Jaime han partido, Daniel; tu hermano elabate est muy enfermo.Despus, viendo, que me haba puesto muy pli-do, aadi casi alegremente para tranquilizarme:-Al decir muy enfermo, no es que est grave, esmi manera de hablar. Nos han escrito que estaba encama; t ya conoces a tu madre... ha querido mar-charse enseguida y se ha llevado a Jaime para que laacompae... Total, eso no ser nada... Y ahora va-mos a comer; me muero de hambre.

    A L F O N S O D A U D E T

    32

    Me sent a la mesa sin decir nada; tena el cora-zn oprimido y haca los mayores esfuerzos pararetener las lgrimas, al pensar que mi hermano elabate estaba muy enfermo. Comimos tristemente, ensilencio, el uno enfrente del otro. El seor Eyssettecoma deprisa beba a grandes sorbos y despus sedetena sbitamente Y se quedaba pensativo... Encuanto a. m, inmvil a un extremo de la mesa y co-mo herido de estupor, me acordaba de las bonitashistorias que me contaba cuando vena a la fbrica.Yo le vea remangando briosamente su sotana., paraevitarlos charcos... Me acordaba tambin del da desu primera misa a la que asisti toda la familia... quhermoso estaba cuando se volva hacia nosotros,con los brazos abiertos, diciendo Dominus vobiscum,con una voz tan dulce que la seora Eyssette llorabade alegra!... Despus me lo figuraba all bajo, acos-tado, enfermo (oh! muy enfermo! el corazn me lodeca); y lo que redoblaba mi disgusto al verle as,era una voz que me deca en tono que me llegaba

  • hasta el corazn: Dios te castiga es culpa tuya!Debas haber vuelto a tu casa enseguida! No de-bas haber mentido! Y lleno del horrible pensa-miento de que Dios, para castigarle hara morir a suhermano, Poquita Cosa, en el colmo de la desespera-

    P O Q U I T A C O S A

    33

    cin, se deca: Jams, jams, cuando salga del co-legio jugar a la barra!Terminada la cena encendimos la luz y comenzla velada. Sobre el mantel, entre los restos del pos-tre, el seor Eyssette haba colocado sus gruesos li-bros de comercio y haca las cuentas en alta voz.Finet, el gato de las cucarachas, maullaba tristementedando vueltas alrededor de la mesa... Yo habaabierto la ventana y estaba con los codos apoyadosen ella...noche era muy obscura y el aire pesado... Seoa a las gentes de la calle rer y hablar sentadas a laspuertas... a lo lejos batan los tambores del fuerteLoyasse... Yo estaba all desde haca algunos ins-tantes, pensando en cosas tristes y mirando distra-do, cuando un violento campanillazo me arrancbruscamente de mi meditacin. Mir a mi padre conespanto y cre ver pasar por su rostro el estremeci-miento de angustia y de terror que me haban inva-dido. A l tambin le haba dado miedo aquelcampanillazo.Llaman! -me dijo con voz casi imperceptible.No se levante, pap, ya ir yo.Y me lanc hacia la puerta.

    A L F O N S O D A U D E T

    34

    En el umbral haba un hombre de pie. Le entreven la sombra y me tendi una cosa que yo vacilabaen tomar.un telegrama -dijo.-Un telegrama, Dios mo! Qu dir?Lo tom temblando y ya iba a cerrar la puertacuando aquel hombre lo evit con el pie y me dijoframente:-Hay que firmar.Yo no lo saba; era el primer telegrama que reci-ba.-Qu es eso, Daniel? -me pregunt el seor Ey-sesette con voz trmula.Yo respond-Nada... es un pobre...Y haciendo seas a aquel hombre de que me es-perase, corr a mi habitacin, moj a tientas la plumael tintero y volv a la puerta...El hombre me dijo:-Firme aqu.Poquita Cosa firm con mano trmula a la luz dela lmpara de la escalera y enseguida cerr la puertaocultando el telegrama bajo su blusa.Oh! s, yo te tena bien oculto, mensajero dedesgracia! No quera que te viese el seor de Ey-

    P O Q U I T A C O S A

  • 35

    ssette, porque ya saba por anticipado que nos ha-bas de anunciar algo muy terrible y cuando te abr,no me dijiste nada de nuevo, telegrama maldito...Nada que mi corazn no hubiese ya adivinado.-Era un pobre? -me pregunt mi padre, mirn-dome.Yo contest sin vacilar: S, era un pobre y paradesviar sus sospechas, volv a la ventana.All permanec algn tiempo, sin moverme, sindecir nada apretando contra mi pecho aquel papelque me quemaba.Momentneamente, intentaba razonar, darmevalor, y me deca: Qu sabes t?, tal vez es unabuena noticia. Tal vez dice que est ya bien... Peroen el fondo, yo saba que eso no era verdad, que meengaaba a m mismo, que el telegrama no dira. queya estaba bueno. Al fin me decid a pasar a mi habi-tacin para saber de una vez a qu atenerme. Sal delcomedor despacio, para que mi padre no se fijasepero al llegar a ella con qu febril rapidez encendla lmpara! Y cmo temblaban mis manos al abrirel telegrama malhadado!.. Y con qu lgrimas tanardientes lo regu cuando lo hube abierto!.. Lo releveinte veces, esperando siempre haberme equivoca-do, pero pobre de m! por mucho que lo leyese y

    A L F O N S O D A U D E T

    36

    volviese a leerlo y le diese mil vueltas entre mis ma-nos, no hacerle decir otra cosa que lo que haba di-cho al principio y que lo que yo saba perfectamenteque dira:

    Ha muerto! Rogad por l!

    Cunto tiempo estuve all, de pie, llorando anteel telegrama abierto? Lo ignoro. Me acuerdo nica-mente de que los ojos me escocan mucho y queantes de salir de la habitacin, me lav la cara repe-tidas veces. Despus, entr en el comedor, llevandoen mi mano crispada el telegrama tres veces maldito.Y, una vez all qu deba hacer? Cmo mearreglara para anunciar a mi padre la horrible nuevaque una ridcula puerilidad me haba llevado a guar-dar para m solo? Un poco ms pronto, un pocoms tarde es que al fin no haba de saberlo? Qulocura! Al menos, si cuando lleg el telegrama se lohubiese dado, lo hubisemos abierto los dos juntosy ya estara todo resuelto.Mientras que me haca todas estas reflexiones,me acerque a la mesa y fui a sentarme al lado del se-or Eyssette, precisamente a su lado. El pobrehombre haba cerrado sus libros y se entretena en

    P O Q U I T A C O S A

    37

    hacer cosquillas con la pluma a Finet. Esto me apenmucho. Vea su rostro bondadoso, iluminado a me-dias por la luz de la lmpara animarse y sonrer, y

  • senta fuertes deseos de decirle: Oh! no sera us-ted, no se ra yo se lo ruegoEntonces, como yo le miraba tristemente y con eltelegrama en la mano, el seor Eyssette levant lacabeza. Nuestras miradas se encontraron y yo no squ vio l en la ma pero s que su cara antes tanalegre, se descompuso, que un gran grito desgarrsu pecho, que dijo con una voz que me lleg hasta elalma. Ha muerto, no es cierto? que el telegramase desliz al suelo, que yo cal en sus brazos sollo-zando y que lloramos largo rato, desatinados, abra-zados siempre mientras Finet, a nuestros pies, jugabacon el telegrama el horrible telegrama causa de to-das nuestras lgrimas.Escuchadme, no miento, no; hace mucho tiempoque pasaron aquellas cosas, hace mucho tiempo queduerme debajo de la tierra mi pobre abate, al que yoamaba tanto; pues bien, aun hoy, cuando recibo untelegrama no puedo abrirlo sin un estremecimientode terror. Me parece que voy a leer que ha muerto yque hay que rogar por l!

    A L F O N S O D A U D E T

    38

    IV

    EL CUADERNO ROJO

    En los viejos misales se encuentran ingenuas es-tampas, en las que Nuestra Seora de los Doloresaparece representada con un profundo surco en ca-da una de sus mejillas, cicatriz divina que el artistaha puesto all para decirnos: Mirad cunto ha llo-rado! Aquel surco -surco producido por las lgri-mas-, yo os juro que lo vi en las mejillas de la seoraEyssette, cuando volvi a Lyn, despus de haberenterrado a su hijo.Pobre madre! desde entonces ya no quiso sonrer ms. Sus ropas siempre fueron negras y su ros-tro siempre apareci desolado. Luto riguroso en losvestidos y en el corazn, que ya no deba abando-

    P O Q U I T A C O S A

    39

    narla... Por lo dems, nada cambi en la casa Ey-ssette; un poco ms lgubre que antes, y eso fue to-do... El cura de San Nazario dijo unas cuantas misaspor el reposo del alma de mi hermano. A los niosse les confeccionaron dos vestidos de un viejo ves-tido de padre, y reanudamos la vida la triste vida.Ya haca algn tiempo que nuestro querido abatehaba muerto, cuando una noche a la hora de acos-tarnos, qued muy extraado al ver a Jaime echar lallave con doble vuelta tapar cuidadosamente lasrendijas de la puerta y despus venir hacia m conun aire enftico de solemnidad y de misterio.Antes de pasar adelante, debo decir qu desde suregreso del pueblo, se haba verificado un singularcambio en las costumbres del amigo Jaime. En pri-mer lugar, y esto pocas personas querrn creerlo, yano lloraba nunca; adems, su loco amor por la en-cuadernacin le haba pasado. Los pucheritos de la

  • cola aun reapareceran de cuando en cuando, perono con el entusiasmo de antes, y si uno tena necesi-dad de una cartera haba que pedrsela de rodillaspara obtenerla... Ocurran cosas increbles! Unacaja de cartn para los sombreros que lo haba en-cargado la seora Eyssette, permaneca desde ochodas antes en su taller... Los de casa no se haban fi-

    A L F O N S O D A U D E T

    40

    jado en nada pero yo me daba cuenta perfectamentede que a Jaime le ocurra algo. Muchas veces, le ha-ba sorprendido en el almacn hablando solo y dan-do manotazos. Por la noche no dorma; se le oarefunfuar entre dientes y de pronto saltaba de lacama y daba paseos agitados por la habitacin... to-do aquello no era natural y me daba miedo cuandolo pensaba. Tema que Jaime se volviese loco.Aquella noche cuando le vi cerrar tan cuidado-samente la puerta de nuestra habitacin, la idea de lalocura se present con ms fuerza que nunca en micerebro y tuve un momento de pnico; mi pobreJaime no se dio cuenta de ello y, tomando grave-mente una de mis manos entre las suyas, me dijo:Daniel, voy a confiarte una cosa pero es necesa-rio que me lo jures que no lo repetirs a nadie.Comprend enseguida que Jaime no estaba loco yle respond sin vacilar:-Te lo juro, Jaime.-Pues bien! t no sabes?... chist!.. Estoy ha-ciendo un poema un gran poema.-Un poema Jaime, t haces un poema!Por toda respuesta Jaime sac de debajo de suchaqueta un enorme cuaderno rojo, que haba en-

    P O Q U I T A C O S A

    41

    cuadernado l mismo y en cuya cubierta haba es-crito con ms hermosa letra:

    RELIGIN! RELIGIN!Poema en doce cantos

    POR

    EYSSETTE (JAIME)

    Era tan estupendo aquello, que me dio como unvrtigo.Concebs cosa igual?... Jaime, mi hermano Jai-me, un muchacho de trece aos el Jaime de los so-llozos y de los pucheros de cola escribiendoReligin! Religin!, poema en doce cantos!Y nadie lo sospechaba! Y continuaban envin-dole a las verduleras con su cesto debajo del brazo!y su padre le gritaba ms que nunca: Jaime, eresun asno!..Ah! pobre querido Eyssette (Jaime), cmo tehubiese saltado al cuello si me hubiese atrevido. Pe-ro no me atrev... Ya lo comprenderis!.. El autorde Religin!, Religin! Poema en doce cantos. Noobstante, la verdad me obliga a confesar que aquel

  • A L F O N S O D A U D E T

    42

    poema en doce cantos estaba lejos de estar termina-do y hasta creo que no tena ms que los cuatroprimeros versos del primer canto; pero ya sabisque en esta clase de obras, la preparacin es siemprelo ms difcil, y como deca Eyssette (Jaime) conmucha razn: Ahora que ya tengo mis cuatro pri-meros versos, el resto es coser y cantar; no es msque cuestin de tiempo3 .Aquel resto que no era ms que cuestin detiempo, Eyssette (Jaime) no pudo verle jams termi-na de... Qu queris? los poemas tambin tienen sudestino y parece que el destio de Religin! Religin!,poema en doce cantos, era el de no llegar nunca atenerlos. El poeta tena muy buenos deseos, pero nopoda pasar de los cuatro primeros versos. Era unacosa fatal. Al fin, el desgraciado muchacho, impa-ciente, envi su poema al diablo y despidi a la Mu-sa (en aquellos tiempos an se deca la Musa). Elmismo da volvieron a llenarse sus ojos de lgrimas

    3 He aqu esos primeros versos, tal como yo los vi aquella noche mol-deados en hermosa letra redondilla en la primera pgina del cuadernorojo:Religin! Religin!Palabra sublime y misteriosa!Voz conmovedora y portentosaCompasin! Compasin!No os riis porque eso le hubiera disgustado mucho.

    P O Q U I T A C O S A

    43

    y la lumbre volvi a estar llena de los pucheritos decola... Y el cuaderno rojo?.. Oh! el cuaderno rojotambin tuvo su destino.Jaime me dijo: Te lo doy para que pongas en llo quieras Y sabis lo que puse en l?.. Mis poesasay! las poesas de Poquita Cosa. Jaime me habacontagiado su mal.Y ahora si el lector no ha de tomarlo a mal,mientras Poquita Cosa se dispone a la caza de sus ri-mas, franquearemos de un salto cuatro o cinco aosde su vida. Ardo en deseos de llegar a cierta prima-vera del 18... cuyo recuerdo aun no se ha perdido enla casa Eyssette. Adems, nada perder, el lector conno conocer aquel perodo de mi vida.. Era siemprela misma cancin, lgrimas y miseria!, los negocios,de mal en peor; alquileres que se retrasan, acreedo-res que arman escndalo, los diamantes de mamvendidos, los cubiertos en el Montepo, las ropas dela Cama agujereadas, los pantalones remendados, lasprivaciones de todas clases, las humillaciones de to-dos los das, el eterno qu haremos maana?, loscampanillazos insolentes de los alguaciles, la sonrisadel portero al pasar y despus los prstamos, losprotestos y despus y... qu s yo!..Llegamos as al 18...

    A L F O N S O D A U D E T

  • 44

    Aquel ao Poquita Cosa terminaba su filosofa.En aquella poca s mal no recuerdo, era un mu-chacho presumido, cine tena el ms elevado con-cepto de sus dotes como filsofo y como poeta; porlo dems, no era ms alto que una bota y no tena niun pelo en la barba.Pues bien, una maana que el famoso filsofo dePoquita Cosa se dispona a ir a clase el seor Eyssette,padre, le llam al almacn, y as que lo vio entrar,dijo con su spera voz:-Daniel, puedes tirar tus libros, porque, ya no irsms al colegio.Despus, el seor Eyssette se puso a pasear, agrandes zancadas, por la habitacin, sin aadir unapalabra. Pareca muy emocionado, y Poquita Cosatambin, os lo aseguro... Transcurrido as algntiempo, el seor Eyssette continu:-Hijo mo, voy a darte una mala noticia oh! muymala... vamos a tener que separarnos todos, ya tedir por qu.Al llegar aqu, un sollozo desgarrador resondetrs de la puerta entreabierta.-Jaime, eres un asno! -grit el seor Eyssette sinvolverse.Despus continu:

    P O Q U I T A C O S A

    45

    -Cuando llegamos a Lyn, hace ocho aos,arruinados por los revolucionarios, yo esperaba afuerza de trabajo, reconstituir mi fortuna; pero eldemonio se ha enredado en esto. No he conseguidoms que hundirnos hasta el cuello en las deudas y enla miseria... Para salir de aqu, ahora que ya. sois ma-yores, no tenemos ms que un partido que tomar;

    vender lo ,poco que nos queda y cada uno que segane la vida por su lado.Un nuevo sollozo del invisible Jaime vino a inte-rrumpir otra vez al seor Eyssette, pero l mismoestaba tan conmovido, que no se enfad, limitndo-se solamente a hacer una seal a Daniel para quecerrase la puerta y una vez cerrada continu -Ya ve-rs lo que he decidido; hasta nueva orden tu madreIr a vivir al pueblo, al lado de su herma no, el toBautista. Jaime se quedar en Lyn, colocado en elMontepo. Yo he encontrado una plaza de viajanteen la Sociedad Vincola... En cuanto a ti, pobre hijomo, ser necesario tambin que te ganes la vida...Precisamente he recibido una carta del rector que teofrece una plaza en un colegio; toma, lee!Poquita Cosa cogi la carta.-Por lo que veo -dijo mientras lea, no hay tiem-po que perder.

    A L F O N S O D A U D E T

    46

    -Tendrs que marchar maana.-Est bien maana partir...Despus, Poquita Cosadobl la carta y la devolvi a su padre con una ma-

  • no que no temblaba. Era un gran filsofo, comopodis ver.En aquel momento, la seora Eyssette entr en elalmacn y detrs de ella tmidamente, Jaime... Losdos se acercaron a Poquita Cosa y le besaron, silen-ciosamente; desde la noche anterior ya estaban alcorriente de todo.Arregladle el equipaje! -dijo bruscamente el se-or Eyssette-; marchar maana temprano en el va-por.La seora Eyssette lanz un profundo suspiro,Jaime bosquej un sollozo, y todo acab.En la maana de aquel memorable da toda lafamilia acompa a Poquita Cosa. Por una coinciden-cia singular, hube de hacer el viaje en el mismo va-por que ocho aos antes haba conducido a losEyssette a Lyn. El capitn se llamaba Genies, elcocinero Montelimart! Naturalmente, recordamos elparaguas de Ana el lorito de Robinsn, y otros epi-sodios del desembarque... Aquellos recuerdos ale-graron un poco a triste partida y llevaron como la

    P O Q U I T A C O S A

    47

    sombra de una sonrisa al rostro de la seora Ey-ssette.De pronto son la campana. Era la seal de mar-cha.Poquita Cosa desprendindose de los brazos delos suyos, atraves resueltamente el puente de tablasque una al barco con el muelle.-S serio -le grit su padre.-Procura no caer enfermo -dijo la seora Ey-ssette.Jaime tambin quiso hablar, pero no pudo; llora-ba demasiado.Cosa en cambio, no lloraba. Como he te-nido el honor de deciros, era un gran filsofo, y po-sitivamente los filsofos no deben enternecerse...Y, no obstante, Dios sabe si amaba a aquellasqueridas criaturas, que dejaba all, envueltas en laniebla, Dios sabe si hubiese dado a gusto por ellastoda la sangre de sus venas... Pero, qu queris? Laalegra de dejar Lyn, el movimiento del barco, laembriaguez del viaje, el orgullo de sentirse hombre,hombre hecho y derecho, que viajaba y saba ganar-se la vida-, todo esto exaltaba a Poquita Cosa y leimpeda pensar, como hubiese debido, en los tres

    A L F O N S O D A U D E T

    48

    seres queridos que quedaban all sollozando, de pieen los muelles del Rdano...Ah! ciertamente no eran filsofos aquellos tres!Con la mirada ansiosa y llena de ternura seguan lamarcha asmtica del vapor, y su penacho, de humo,no era mayor que una golondrina en el horizonte,cuando an gritaban: Adis! adis!, y agitaban,sus pauelos.Durante aquel tiempo, el seor filsofo se pasea-ba en todas direcciones sobre el puente, con las ma-nos en los bolsillos y la cabeza descubierta. Silbaba

  • escupa a lo lejos, miraba con impertinencia a lasdamas, inspeccionaba las maniobras, levantaba loshombros y se encontraba en fin, encantado de la vi-da. Antes de que hubisemos llegado a Vienne, yahaba dicho al maestro Montelimart y a sus dosmarmitones que estaba colocado en la Universidady que se ganaba muy bien la vida... Aquellos seoresle hicieron sus ms finos cumplidos, lo que le llende orgullo.vez, mientras se paseaba de un extremo alotro del barco, nuestro filsofo tropez con el pie,cerca de la campana con un montn de cuerdas, so-bre el cual, algunos aos antes, Robinsn Crusoehaba permanecido largas horas sentado, con la

    P O Q U I T A C O S A

    49

    jaula del loro entre las piernas. Aquellas cuerdas lehicieron rer mucho y le avergonzaron un poco.-Qu ridculo deba estar -pensaba llevandosiempre y a todas partes aquella gran jaula pintadade azul y aquel loro fantstico..!Pobre filsofo! no sospechaba que durante todasu vida estaba condenado a arrastrar ridculamenteaquella jaula pintada de azul, color de la ilusin, yaquel lorito verde color de la esperanza.Ay! a la hora en que escribo estas lneas, el des-graciado muchacho an lleva su gran jaula azul. So-lamente que de da en da se van destiendo losbarrotes azules y el lorito est ya casi sin plumas.Cuidado!Apenas lleg Poquita Cosa a su ciudad natal, seapresur a dirigirse a la Academia para presentarseal seor rector.Este rector, amigo de Eyssette, padre, era unviejo alto, seco, de aspecto vivo y nada pedante, nicosa que se le pareciese. Acogi a Eyssette, hijo, conla mayor benevolencia. No obstante, al verle no pu-do reprimir un gesto de sorpresa.-Ah! Dios mo! dijo -, qu pequeo es!

    A L F O N S O D A U D E T

    50

    En efecto, Poquita Cosa era ridculamente pe-queo; y despus, tena un aspecto tan infantil, taningenuo...La exclamacin del rector fue un golpe terriblepara l. No me quieren, pens, y ante este pensa-miento se dio a temblar.Afortunadamente, como si hubiese adivinado loque, pasaba en mi interior, aadi:--Acrcate, muchacho... Vamos a hacer de ti todoun seor profesor... A tu edad, con esa estatura y esacara de nio, el oficio te ser ms difcil que a otrocualquiera... Pero, en fin, puesto que es preciso,puesto que necesitas ganarte la vida mi querido ni-o, ya arreglaremos eso lo mejor posible... De mo-mento, te enviaremos a un colegio municipal, aalgunas leguas de aqu, a Sarlande en plena monta-a... All hars tu aprendizaje de hombre, te acos-tumbrars al oficio, crecers y te saldr la barba;despus, cuando tengas pelo en la cara ya veremos...

  • Sin dejar de hablar, el seor rector escriba al di-rector, del colegio de Sarlande para presentarle a suprotegido. Terminada la carta la entreg a PoquitaCosa recomendndole que partiese el mismo da; ledio algunos conseajos muy juiciosos y le despidi

    P O Q U I T A C O S A

    51

    dndole una amistosa palmada en la mejilla y pro-metindole acordarse de l.Ya tenis a Poquita Cosa loco de contento. Baj decuatro en cuatro las escaleras seculares de la Aca-demia y sin respirar apenas fue a encargar unasiento para Sarlande.La diligencia no sala hasta por la tarde; le que-daban, pues, cuatro horas, que Poquita Cosa aprove-ch para tomar el sol en la explanada y mostrarse asus compatriotas. Este primer deber cumplido, pen-s en tomar algn alimento y se ech a buscar unataberna al alcance de su portamonedas... Precisa-mente, frente a los cuarteles, advirti una muy lim-pia reluciente, con una bonita muestra nueva.

    AL COMPAERO DE LA VUELTA DEFRANCIA

    -He aqu lo que necesito -se dijo.Y despus de algunos momentos de vacilacin era la primera vez que Poquita Cosa entraba en unrestaurant-, atraves resueltamente la puerta.En aquellos momentos la taberna estaba desiertaresaltando ms sus paredes, blanqueadas de cal...aqu y acull unas cuantas mesas de encina... En un

    A L F O N S O D A U D E T

    52

    rincn largos bastones para los compaeros, con con-teras de latn, adornados de cintas multicolores...En el mostrador, un gordinfln roncando, con lanariz hundida en un peridico.Hola! quin hay por aqu! dijo golpeando lasmesas con su puo cerrado, como si en toda su vidano hubiese hecho otra cosa que recorrer tabernas.El gordinfln del mostrador no hizo ni el ms li-gero movimiento, pero la tabernera sali apresura-damente de la trastienda... Al ver al nuevo clienteque, el ngel Azar le enviaba lanz un grito:-Misericordia! seor Daniel!-Ana! mi vieja Ana! -respondi Poquita Cosamientras que ambos se abrazaban estrechamente.Dios mo! s, es Ana la buena Ana antiguamentecriada de los Eyssette, ahora tabernera madre de loscompaeros, casada con Juan Peyrol, el gordo queronca en el mostrador... Y si supieseis qu dichosaera en aquellos momentos la querida Ana al volver aver al seor Daniel! y cmo le besaba! cmo leabrazaba hasta ahogarle!En medio de estas efusiones, se despierta elhombre del mostrador. De momento se extraa unpoco de la calurosa acogida que su mujer hace al jo-ven desconocido, pero cuando le dicen que el joven

  • P O Q U I T A C O S A

    53

    desconocido es el seor Daniel Eyssette en personaJuan Peyrol se vuelve rojo de placer y se apresuraase para todo a su ilustre visitante.-Ya se ha desayunado usted, seor Daniel?-A fe ma que no, mi buen Peyrol... precisamenteeso es lo que me ha hecho entrar aqu.Justicia divina!.. El seor Daniel no se ha desa-yunado aun!.. La vieja Ana corre a su cocina, JuanPeyrol se precipita en la bodega una famosa bodegaal decir de los compaeros.En un abrir y cerrar de ojos queda puesta la me-sa; Poquita Cosa no tiene ms que sentarse y empezara funcionar... A su izquierda Ana le corta molletesde pan para los huevos, huevos del mismo da,blancos, cremosos y de un sabor exquisito... A suderecha Juan Peyrol le escancia un viejo Ch-teau-Nufdes-Papes, que parece un puado de rubesarrojados en el fondo del vaso... Poquita Cosa es muydichosa; bebe como un Templario, bebe como unHospitalario, y aun encuentra el medio de contar,entre trago y bocado, que ha entrado en la Univer-sidad, lo que le permitir ganarse honradamente lavida. Hay que ver el aire con que dice ganarse honra-damente la vida! La vieja Ana queda pasmada de ad-miracin.

    A L F O N S O D A U D E T

    54

    El entusiasmo de Juan Peyrol no es tan vivo. Porlo visto, encuentra muy sencillo que el seor Danielse gane la vida puesto que est en edad de hacerlo.Cuando Juan Peyrol tena la del seor Daniel, ya co-rra el mundo desde cuatro o cinco aos antes y nocostaba ni un cntimo a la familia al contrario...Naturalmente, el digno tabernero guarda; sus re-flexiones para l solo. Atreverse a comparar a JuanPeyrol con Daniel Eyssette!.. Ana no lo tolerara.Mientras tanto, Poquita Cosa no para un instante.Habla, bebe, come, se anima; sus ojos brillan, susmejillas estn encendidas. Hola! maestro Peyrol!que traigan vasos! Poquita Cosa va a brindar... JuanPeyrol llena los vasos y brindamos... primero por laseora Eyssette, a continuacin por el seor Ey-ssette, despus por Jaime, por Daniel, por Ana porel marido de Ana por la Universidad... y por quinms?De pronto Poquita Cosa se levante para partir...-Ya? -dice tristemente Ana.Poquita Cosa se excusa; tiene que ver a alguien enla ciudad antes de marcharse una visita muy impor-tante.... Qu lstima! tan bien que estbamosTantas cosas que an tenamos que contar!.. En fin,puesto que es necesario, puesto que el seor Ey-

    P O Q U I T A C O S A

    55

    ssette tiene que hacer una visita sus amigos de laVuelta de Francia no quieren retenerle por ms tiem-

  • po... Buen viaje, seor Daniel! Que Dios leacompae nuestro querido amo! Y Juan Peyrol y suesposa le siguen con sus bendiciones hasta mitad dela calle.Y ahora sabis cul es la visita que Poquita Cosatena que hacer antes de abandonar la poblacin?La fbrica aquella fbrica que tanto amaba y quetanto le haba hecho llorar... El jardn, los talleres,los grandes pltanos, todos los amigos de su infan-cia todas las alegras de sus primeros aos... Ququeris? El corazn del hombre tiene sus debilida-des y ama todo cuanto puede amar, hasta. la maderahasta las piedras, hasta una fbrica... Adems, ahest la historia para deciros que el viejo Robinsn,de regreso en Inglaterra se haba embarcado denuevo y haba hecho qu s yo cuntos miles de le-guas para volver a ver su isla desierta.No tiene, pues, nada de extrao que por volver aver la suya Poquita Cosa caminase algunos pasos.Ya los grandes pltanos, cuya cabeza empena-chada mira por encima de las casas, han reconocidoa su antiguo amigo que se acerca a ellos con toda laligereza de sus piernas. De lejos le hacen seas y se

    A L F O N S O D A U D E T

    56

    inclinan los unos haca los otros como para decirse:Aqu tenemos a Daniel Eyssette! Daniel Eyssetteest devuelta!Y l, cada vez se aproxima ms deprisa ms deprisa; pero, al llegar delante de la fbrica se detieneestupefacto.El edificio est rodeado de grandes muros grises,sin que un laurel ni un granado asome por ellos...En lugar de ventanas, lumbreras; los talleres han si-do sustituidos por una capilla. Encima de la puertauna gran cruz de aspern rojo, con una inscripcinen latn alrededor!..-Oh dolor! la fbrica ya no es fbrica; es unconvento de Carmelitas en el que los hombres notienen entrada.

    P O Q U I T A C O S A

    57

    V

    GANARS TU PAN

    Sarlande es una pequea ciudad de las Cevennes,construida en el fondo de un estrecho valle que lamontaa rodea por todas partes como un gran mu-ro. Cuando da el sol es una hornaza: cuando soplala tramontana una nevera...La noche de mi llegada la tramontana haca delas suyas desde por la maana y aunque estuvise-mos en la primavera Poquita Cosa, encaramado en laimperial de la diligencia sinti, al entrar en la ciudad,que el fro le penetraba hasta el corazn.Las calles estaban negras, de tan obscuras, y de-siertas... En la plaza de armas, algunas personas es-peraban el coche pasendose ante el despacho mal

  • A L F O N S O D A U D E T

    58

    iluminado. Apenas descend de mi imperial, me hiceconducir al colegio, sin perder un minuto. Tenaprisa de entrar en funciones.El colegio no estaba lejos de la plaza; despus dehaberme hecho atravesar dos o tres anchas callessilenciosas, el hombre que conduca mi equipaje sedetuvo ante un inmenso casern, en el que todo pa-reca muerto desde muchos aos antes.Aqu es -dijo levantando el enorme aldabn dela puerta.El aldabn volvi a caer pesadamente, muy pe-sadamente... la puerta se abri sin que visemos na-die detrs... Entramos...Aguard un momento en el portal, en la sombra.El hombre dej mi equipaje en el suelo, le pagu yse march bien deprisa. Detrs de m se cerr lapuerta pesadamente... Poco despus, un porterosomnoliento, que llevaba en la mano uno gran lin-terna se aproxim a m.-Usted es seguramente uno de los nuevos? medijo con su aire medio dormido.-Me tomaba por un alumno...-No soy precisamente un alumno, al contrario,vengo aqu como maestro; llveme ante el director...

    P O Q U I T A C O S A

    59

    El portero pareci sorprendido; se quit ligera-mente su casquete y me hizo entrar en su habitacin;el seor director estaba en aquellos momentos en laiglesia con los nios y tardara un cuarto de hora ensalir; as que acabase ya me conduciran ante l. Enla portera terminaban de cenar. Un mocetn de bi-gotes rubios paladeaba un vaso de aguardiente, allado de una mujercita delgada de aspecto miserable,amarilla como un membrillo y envuelta hasta lasorejas en un mantn descolorido.Quin es, pues, seor Cassagne? -pregunt elde los bigotes.-Es el nuevo maestro -contest el conserje de-signndome-. El seor es tan pequeo, que alpronto lo haba tornado por un alumno.-Efectivamente -dijo el hombre de los bigotesmirndome por encima de su vaso, tenemos aqualumnos mucho ms altos y aun de ms edad que elseor... Veillon el mayor, por ejemplo.-Y Crouzat -aadi el conserje.-Y SoubeyroI dijo la mujer.Despus, se pusieron a hablar en voz baja con lanariz metida en el asqueroso aguardiente y mirn-dome, con el rabillo del ojo... De fuera venan los

    A L F O N S O D A U D E T

    60

    ronquidos de la tramontana y las voces chillonas delos chicos que recitaban letanas en la capilla.De pronto son una campana y se oy un, es-truendo de pasos en los vestbulos.

  • -Ha terminado la oracin -me dijo el seorCassagne, levantndose-; subamos a la habitacindel director.Cogi su linterna y yo la segu.El colegio me pareci inmenso... Interminablescorredores, grandes prticos, amplias escaleras consus peldaos bordeados de tiras de hierro... y todoviejo, negro, ahumado... El portero me dijo que an-tes del 1789, la casa haba sido una escuela de mari-na y que haba contado con ms de ochocientosalumnos, todos de la ms rancia nobleza.Cuando acababa de darme tan preciosos detalles,llegamos ante el despacho del director... El seorCassagne empuj suavemente una puerta acolchadapor ambos lados y dio dos golpecitos en la ensam-bladura.Una voz respondi Adelante!, y nosotros en-tramos.Era un gabinete de trabajo muy espacioso, tapizado de verde. En el fondo, ante una larga mesa el di-rector escriba a la plida luz de una lmpara.

    P O Q U I T A C O S A

    61

    -Seor director -dijo el portero empujndomehasta delante de la mesa -, aqu est el nuevo maes-tro, el que ha de substituir al seor Serrieres.-Est bien -dijo el director sin levantar la cabeza.El portero se inclin y sali. Yo me qued de pie,en medio de la habitacin, dndole vueltas al som-brero entre mis manos.Cuando hubo terminado de escribir, el directorse volvi hacia m y yo pude contemplar a mi antojosu pequea cara plida y beca iluminada por dosojos fros, sin color definido. El, por su parte, le-vant la pantalla de la lmpara para verme mejor yafirm las lentes sobre su nariz.-Pero si es un nio! -exclam dando un brincosobre el silln-. Qu quieren que haga de un nio?Al pronto, Poquita Cosa tuvo un miedo terrible yase vea en la calle sin recursos... Apenas si tuvofuerzas para balbucear dos o tres palabras y entregaral seor director la carta de presentacin, que le ha-ban dado para l.El director tom la carta, la ley, la volvi a leer,la dobl, la desdobl, la ley una vez ms y acabpor decirme que gracias a la recomendacin especialdel rector y a la honorabilidad de mi familia con-senta en admitirme en su casa aunque no del todo

    A L F O N S O D A U D E T

    62

    tranquilo debido a mi excesiva juventud. Despusme endilg una serie de largas declamaciones sobrela gravedad de mis nuevos deberes; pero yo no leoa ya. Lo esencial era qu no me despidiese... Nome despeda; pues yo me consideraba dichoso, muydichoso. Hubiese querido que el seor director tu-viese mil manos y besrselas todas.Un formidable ruido de hierro viejo me detuvoen mis efusiones. Me volv vivamente y me encontren frente de un personaje de elevada estatura con

  • patillas rojas, que haba entrado sin que le oyesen;era el inspector general.Con la cabeza inclinada sobre un hombro, a loEcce homo, me miraba con la ms dulce de sus sonri-sas, sacudiendo un manojo de llaves de todas di-mensiones, suspendido de su ndice. La sonrisa mehubiera prevenido en su favor, pero las llaves rechi-naban con un ruido tan terrible - trinc! trinc! trinc!que me dio miedo.-Seor Viot -dijo el director-, aqu tiene usted alsubstituto del seor Serrieres que acaba de llegar.El seor Viot se inclin y me dirigi una de susms dulces sonrisas. Sus llaves, en cambio, se agita-ron con un sonido irnico y malvolo, como di-

    P O Q U I T A C O S A

    63

    ciendo: Este pequen ha de substituir al seorSerrieres? Vamos, hombre, vamos!El director comprendi, tan bien como yo quelas llaves haban dicho y aadi con un suspiro: Yas que la marcha del seor Serrieres es una prdidacasi irreparable (aqu las llaves lanzaron un verdade-ro sollozo); pero yo estoy seguro de que si el seorViot quiere tomar al nuevo maestro bajo su tutelaespecial e incurable sus preciosas ideas sobra la en-seanza el orden y la disciplina de la casa no sufri-rn mucho con la partida del seor SerrieresEl seor Viot, siempre sonriente y amable, res-pondi que desde luego poda contar con su bene-volencia y que me ayudara gustosamente con susconsejos; pero las llaves no se mostraban tan ben-volas. Haba que orlas agitarse y rechinar con fre-nes: Si te escurres, bicho raro, pobre de ti-Seor Eyssette -continu el director-, puede us-ted retirarse. Por esta noche ser preciso que duer-ma en el hotel... Maana a las ocho est aqu... Puederetirarse.Y me despidi con un gesto digno.El seor Viot, ms dulce y ms sonriente quenunca me acompa hasta la puerta pero antes dedejarme, me desliz, en la mano un cuadernito.

    A L F O N S O D A U D E T

    64

    -Es el reglamento de la casa -me dijo-. Lalo ymedite...Despus abri la puerta y la volvi a cerrar asque yo hube traspuesto el umbral, agitando sus lla-ves de un modo... trinc! trinc! trinc!Aquellos seores se haban olvidado de alum-brarme. Err un momento por los inmensos corre-dores obscuros, tentando los muros y tratando deencontrar mi camino. De cuando en cuando un ra-yito de luna entraba por el enrejado de una altaventana y me ayudaba a orientarme. De pronto, enlas sombras dos las galeras, un punto luminoso bri-ll y vino a mi encuentro... Di algunos pasos ms, laluz se hizo mayor, se aproxim a m, pas a mi lado,se alej y desapareci. Fue como una visin; peropor rpida que hubiese sido, pude fijarme en susmenores detalles.

  • Figuraos dos mujeres, no, dos sombras... La unavieja arrugada avellanada encorvada con unosenormes, anteojos que le ocultaban la mitad de lacara; la otra joven esbelta un poco delgada comotodos los fantasmas, pero que tena -lo que noacostumbran tener los fantasmas en general -dosojos negros, muy grandes, y tan negros, tan negros...La vieja llevaba en la mano una pequea lmpara de

    P O Q U I T A C O S A

    65

    cobre; los ojos negros, no llevaban nada... Las dossombras pasaron cerca de m, rpidas, silenciosas,sin verme, y ya haca rato que haban desaparecido yyo an permaneca en el mismo sitio, inmvil, bajouna doble impresin de encanto y de terror.. Rea-nud mi camino a tientas, pero el corazn me latafuertemente y yo vea siempre delante de m a la ho-rrible vieja de los anteojos, al lado de los ojos ne-gros... Tena no obstante, que buscar un alberguepara pasar la noche lo que no era un asunto balad.Afortunadamente, el hombre de los bigotes, a quienencontr sentado delante de la portera fumando supipa se puso enseguida a mi disposicin y se ofrecia llevarme a un hotel barato, en el que se me serviracomo a un prncipe. Ya supondris si aceptara debuena gana.El hombre de los bigotes tena el aspecto de unbuen muchacho; por el camino me dijo que se lla-maba Roger, que era profesor d equitacin, de es-grima de gimnasia y de baile del colegio de Sarlande,que haba servido largo tiempo en los cazadores defrica. Esto acab de hacrmele simptico. Ya essabido que los nios siempre se muestran dispues-tos a amar a los soldados. Nos separamos a la

    A L F O N S O D A U D E T

    66

    puerta del hotel con numerosos apretones de manosy con la promesa formal de ser amigos.Y ahora lector, me resta una confesin que ha-certe.Cuando Poquita Cosa se encontr solo en aquellahabitacin fra ante aquella Cama ole posada desco-nocida y trivial, lejos de los que amaba su coraznestall, y aquel gran filsofo llor como un nio. Lavida le espantaba; sentase dbil y desarmado, anteella y lloraba, lloraba. .. De pronto, a travs de suslgrimas, la imagen de los suyos pas ante, sus ojos;vio la casa desierta la familia dispersada, la madreaqu, el padre all... ni techo, ni hogar! y entonces,olvidando su propia angustia para no pensar msque en la miseria comn, Poquita Cosa tom unagrande y hermosa resolucin: la de reconstituir lacasa Eyssette y reconstruir el hogar sin auxilio denadie. Despus, orgulloso de haber encontrado untan noble objeto a su vida enjug aquellas lgrimas,indignas de un hombre, de un reconstructor de ho-gares, y sin perder un minuto, comenz la lecturadel reglamento del seor Viot, para ponerse al co-rriente de sus nuevos deberes.

  • P O Q U I T A C O S A

    67

    Aqul reglamento, copiado con amor por la pro-pia mano del seor Viot, su autor, era un verdaderotratado, dividido metdicamente en tres partes:1 Deberes del profesor hacia sus superiores.2 Deberes del profesor hacia sus colegas.3 Deberes del profesor hacia los alumnos.Todos los casos estaban provistos, desde el vi-drio roto hasta las dos manos que se elevan al mis-mo tiempo en clase; todos los detalles de la vida delos profesores estaban consignados, desde el im-porte de sus sueldos hasta la media botella de vinoque les corresponda por comida.El reglamento terminaba por un hermoso frag-mento de elocuencia un discurso sobre la utilidaddel repetido reglamento, pero, a pesar de su respetopor la obra del seor Viot, Poquita Cosa no tuvofuerzas para llegar hasta el final, y precisamente enel ms bello pasaje del discurso se durmi.Aquella noche dorm mal. Mil pesadillas fantsti-cas turbaban m sueo... Tan pronto eran las llavesdel seor Viot que yo crea or con su trinc! trinc!trinc!, o bien el hada de los anteojos que vena asentarse a mi cabecera y me despertaba sobresalta-do; otras veces eran los ojos negros oh! y qu ne-

    A L F O N S O D A U D E T

    68

    gros eran! que se instalaban a los pies de mi cama yme miraban con una extraa obstinacin...Al da siguiente, a las ocho, llegaba al colegio. Elseor Viot, de pie a la puerta con su manojo de lla-ves en la mano, vigilaba la entrada de los externos:Cuando me vio, me dirigi una de sus ms dulcessonrisas.-Espere en el soportal -me dijo -, cuando hayanentrado todos los alumnos, le presentar a sus cole-gas.Esper en el soportal, pasendome en todas di-recciones e inclinndome hasta el suelo al paso delos seores profesores que iban llegando sofocados.Slo uno de aquellos seores devolvi mi saludo;era un sacerdote, el profesor de filosofa; un origi-nal, segn me dijo el seor Viot... Aquel original secapt inmediatamente mis simpatas.Son la campana. Las clases se llenaron... Cuatrocinco mozos de veinticinco a treinta aos, mal ves-tidos, de cara vulgar, llegaron a grandes pasos y sedetuvieron cohibidos ante el aspecto del seor Viot.-Seores -dijo el inspector general sealndomecon un gesto -, les presento al seor Daniel Eysset-te, su nuevo colega.

    P O Q U I T A C O S A

    69

    Dicho esto, hizo una profunda reverencia y seretir, siempre sonriente, siempre con la cabeza in-clinada sobre el hombro y siempre agitando las ho-rribles llaves.

  • Mis colegas y yo nos miramos un momento ensilencio.El ms alto y ms corpulento de ellos tom lapalabra: era el seor Serrieres, el famoso Serrieres, alque yo iba a reemplazar.-Voto a tal! -exclam alegremente -. Nunca co-mo ahora se puede decir que los maestros se suce-den, pero no se parecen.Era una alusin a la prodigiosa diferencia de es-tatura que. exista entre nosotros. Nos remos mu-cho, yo el primero; pero os aseguro que en aquellosmomentos, Poquita Cosa hubiese vendido muy agusto su alma al diablo, a cambio de algunas pulga-das de ms.-Eso no importa -aadi el gigante Serrieres ten-dindome la mano-; aunque no estemos hechos parapasar por debajo del mismo techo, podemos igual-mente vaciar algunas botellas juntos... Venga ustedcon nosotros, compaero... palo un ponche de des-pedida en el caf Barbette y quiero que usted sea delos .nuestros... bebiendo nos conoceremos mejor.

    A L F O N S O D A U D E T

    70

    Sin dejarme tiempo para contestar, se apoder demi brazo y me arrastr a la calle.El caf Barbette, al que mis nuevos colegas mellevaban, estaba situado en la plaza de armas. Susms asiduos concurrentes eran los suboficiales de laguarnicin, y al entrar, lo que primero llamaba laatencin, era la cantidad de shakos y de cinturonescolgados en las paredes...Aquel da la partida de Serrieres y su ponche dedespedida haban atrado a la plana mayor de loshabituales... Los suboficiales, a los que Serrieres mepresent al llegar, me acogieron con gran cordiali-dad. No obstante, a decir la verdad, la llegada de Po-quita Cosa no hizo la mayor sensacin, y yo quedbien pronto olvidado en un rincn de la sala en elque me habla refugiado tmidamente... Mientras quelos vasos se llenaban, el corpulento Serrieres habavenido a sentarse a mi lado; se haba quitado el re-dingot y sostena entre los dientes una larga pipa debarro, con su nombre. grabado en letras de porcela-na. Todos los maestros tenan, en el caf Barbette,una pipa igual.-Pues bien, compaero -me dijo Serrieres -, ya veusted que tambin tenemos buenos ratos en el ofi-cio... En resumen usted ha cado bien en Sarlande.

    P O Q U I T A C O S A

    71

    Por de pronto, la absenta del caf Barbette es exce-lente, y despus, all abajo, en la caja no estar usteddel todo ma.La caja era el colegio.-Usted tendr la clase de los pequeos, unos ga-lopines que se les puede llevar con una varilla. Hayque ver cmo los he enderezado! El director no esmalo; los compaeros son buenos muchachos... y sino fuese por la vieja y el padre Viot...-Qu vieja? -pregunt estremecindome.

  • Oh! pronto la conocer usted. A todas horasdel da y de la noche se la encuentra rondando porel colegi, con unos enormes anteojos... Es una tadel director y desempea las funciones de adminis-tradora. Ah! la pcara! s no nos morimos de ham-bre, no es por su culpa.Por las seas que me daba Serrieres, yo haba re-conocido al hada de los anteojos, y a mi pesar meruboric. Diez veces estuve a punto de interrumpir amis colegas y preguntarles Y los ojos negros? Pe-ro no me atrev. Hablar de los ojos negros en el ca-f Barbette!..Mientras tanto, el ponche circulaba los vasos lle-nos se vaciaban, los vasos vacos se llenaban, y se

    A L F O N S O D A U D E T

    72

    oan brindis, exclamaciones, voces atropelladas, car-cajadas, chistes, confidencias...Poco a poco, Poquita Cosa fue perdiendo su timi-dez. Haba abandonado su rincn y se paseaba porel caf, hablando alto, con el vaso en la mano.Los suboficiales ya eran amigos suyos; con elmayor descaro haba contado a uno de ellos queperteneca a una familia muy rica y que como conse-cuencia de algunas calaveradas, le haban echado dela casa paterna poder vivir se habla hecho maestro,pero no para permanecer mucho tiempo en el cole-gio... Siendo de una familia tan rica!..Ah! si los de Lyn hubiesen podido orle enaquel momento.Y, no obstante, el mundo es as. Cuando se supo,en el caf Barbette que yo era hijo de una familia dela nobleza un perdido, una mala persona y no, comose hubiera podido creer, un pobre muchacho con-denado por la miseria a la pedagoga todos me mira-ron con mejores ojos. Los ms antiguos de lossuboficiales no se desdearon de dirigirme la pala-bra y aun se fue ms lejos: en el momento de partir,Roger, el maestro de armas, mi amigo de la nocheantes, se levant y brind por Daniel Eyssette. Po-dis pensar si Poquita Cosa se sentira orgulloso... El

    P O Q U I T A C O S A

    73

    brindis en honor de Daniel Eyssette, dio la seal departida.Eran las diez menos cuarto, es decir, hora devolver al colegio.El hombre de las llaves nos esperaba a la puerta.-Seor Serrieres -dijo a mi robusto colega a quienel ponche de despedida haca temblar-, vaya ustedpor ltima vez a llevar a los nios a clase; ,as quehayan entrado, iremos el seor director y yo dar po-sesin al nuevo maestro.Efectivamente, algunos minutos, despus, el di-rector, el seor Viot y el seor Eyssette, hacan suentrada solemne en la clase.Todos se levantaron.El director me present a los alumnos con undiscurso, un poco largo, pero lleno de dignidad;despus se retir seguido del gran Serrieres, a quien

  • el ponche de despedida atormentaba cada vez ms.El ltimo en marcharse fue el seor Viot. Este nopronunci ningn discurso, pero sus llaves, habla-ron por l de una manera tan terrible trinc! trinc!trinc!, tan amenazadora trinc! trinc! trinc!, quetodas las cabezas se ocultaron en los pupitres y elmismo nuevo maestro no qued tranquilo del to-do...

    A L F O N S O D A U D E T

    74

    Tan pronto como las terribles llaves se hubieronalejado, un montn de caras maliciosas salieron dedetrs de los pupitres; todas las plumas subieron alos labios, y todos aquellos ojitos brillantes, burlo-nes, asustados, se fijaron en m, mientras qu un lar-go cuchicheo corra de mesa en mesa.Un poco turbado, sub gravemente los peldaosde mi estrado; intent dirigir una mirada feroz a mialrededor y, despus, ahuecando la voz, grit entrados puchetazos descargados sobre la mesa:-A trabajar, seores, a trabajar!As es cmo Poquita Cosa comenz su primeraleccin.

    P O Q U I T A C O S A

    75

    VI

    LOS PEQUEOS

    Estos no eran malos, no; eran los otros. Nuncame hicieron dao y yo les amaba mucho, porquean no haban aprendido las picardas del colegio ytoda su alma se poda leer en sus ojos.Nunca les castigaba. Por qu? Es que se castigaa los pjaros?.. Cuando piaban demasiado alto, notena ms que gritar: Silencio! e inmediatamentemis pajaritos se callaban... lo menos por cinco mi-nutos.El mayor tena once aos. Once aos! Y elgordinfln Serrieres que se alababa de llevarlos agolpes de varilla!

    A L F O N S O D A U D E T

    76

    -Yo nunca tuve que hacer uso de ella. Lo nicoque intent es ser siempre bueno.Algunas veces, cuando haban sido juiciosos, lescontaba un cuento... Un cuento!.. Qu dicha! Ple-gaban los cuadernos, cerraban los libros; tinteros,reglas plumas, todo revuelto iba a parar al fondo, delos pupitres; despus, con los brazos cruzados so-bre la mesa y los grandes ojos muy abiertos, escu-chaban. Yo haba compuesto para ellos cinco o seispequeos cuentos fantsticos: La primera salida de unacigarra, Los infortunios de Juan Consejo, etc. Entonces,como ahora el bueno de La Fontaine era mi santode predileccin en el calendario literario y miscuentos no hacan ms que comentar sus fbulas;

  • solamente que yo ni mezclaba en ellos mi propiahistoria. Haba siempre un pobre grillo obligado aganarse la vida como Poquita Cosa, una coccinela queencuadernaba sollozando como Eyssette (Jaime)Esto diverta mucho a mis pequeos, y tambin ami. Desgraciadamente, el seor Viot no crey delcaso que nos divirtisemos as.Tres o cuatro veces por semana el terrible hom-bre de las llaves giraba una visita de inspeccin porel colegio, para ver si todo iba de acuerdo con el re-glamento... pues bien, uno de esos das, lleg a

    P O Q U I T A C O S A

    77

    nuestra clase precisamente en el momento ms pa-ttico de la historia de Juan Consejo. Al ver entrar alseor. Viot, todos se estremecieron. Los pequeos,azorados, se miraron. El narrador se detuvo en se-co. Juan Conejo, intimidado, permaneci con unapata en el aire y enderez con terror sus grandesorejas.De pie, ante mi mesa el sonriente seor Viot di-rigi una mirada de extraeza a los vacos pupitres.No deca nada pero sus llaves se agitaban con aireferoz: trinc! trinc! trinc! atajo de gandules! esque ya no se trabaja ms aqu?Yo intent, trmulo de emocin, apaciguar a lasterribles llaves.-Esos seores han trabajado mucho estos das, balbuce-, y he querido recompensarles contndolesun cuento.El seor Viot no contest. Se inclin sonriente,hizo rechinar sus llaves una ltima vez, y sali.Por la tarde durante el recreo de las cuatro, vinohacia m y puso en mis manos, siempre sonriente ysiempre mudo, el cuaderno del reglamento, abiertopor la pgina 12: Deberes del profesor hacia los alumnos.Comprend que no deba volver a contar mscuentos y no volv a contarlos.

    A L F O N S O D A U D E T

    78

    Durante algunos das, mis pequeos estuvieroninconsolables. Echaban de menos a Juan Consejo, ya m se me oprima el corazn por no poder devol-vrselo. Amaba tanto a aquellos galopines! Nuncame separaba de ellos... El colegio estaba dividido entres departamentos bien separados: los grandes, losmedianos y los pequeos; cada departamento tenasu patio, su dormitorio y su clase; los pequeos eranmos, bien mos. Se me figuraba que tena treinta ycinco hijos.Aparte de esto, ni un amigo. El seor Viot se es-forzaba en sonrerme, en cogerme del brazo duranteel recreo, en darme consejos acerca del reglamentopero yo no le amaba no le poda amar; sus llaves meproducan demasiado miedo. Al director no le veanunca. Los profesores despreciaban a Poquita Cosa yle miraban con aire de superioridad. En cuanto a losauxiliares, mis colegas, la simpata que me demos-traba el hombre de las llaves, pareca haberme ena-jenado la suya; adems, desde mi presentacin a los

  • suboficiales, yo no haba vuelto a poner los pies enel caf Barbette, y esto no me lo perdonaban aque-llas buenas gentes.No haba nadie, desde el portero Cassagne hastael maestro de armas Roger que estuviesen de mi

    P O Q U I T A C O S A

    79

    parte. El maestro de armas, sobre todo, pareca te-nerme la ms mala voluntad del mundo. Cuandopasaba por mi lado, se atusaba el bigote con aire fe-roz y giraba los ojos, como si hubiese querido acu-chillar a un centenar de rabes. Una vez dijo en vozmuy alta a Cassagne, mirndome, que a l no legustaban los espas. Cassagne no contest nada; pe-ro ya comprend yo que tampoco a l le gustaban...De qu espas se trataba?... )Esto me dio muchoque pensar.Ante aquella antipata universal, yo haba tomadovalientemente m partido. El pasante de la clase delos medianos comparta conmigo una pequea ha-bitacin en el tercer piso, bajo el alero; all es dondeyo me refugiaba durante las horas de clase. Comomi colegio pasaba todo el tiempo en l caf Barbet-te, la habitacin me perteneca; era mi habitacin, micasa.Apenas entraba me encerraba con llave, arrastra-ba mi bal -no haba sillas en mi habitacin -anteuna vieja mesa llena de manchas de tinta y de ins-cripciones hechas a punta de cortaplumas, instalabaall mis libros, y a la obra!..Entonces era la primavera... Cuando levantaba lacabeza vea el cielo completamente azul y los rbo-

    A L F O N S O D A U D E T

    80

    les ya cubiertos de hojas. Fuera ni el ms leve ruido.De cuando en cuando la voz montona de unalumno recitando su leccin; una exclamacin delprofesor encolerizado, una disputa de los gorrionesentro el follaje... despus todo volva al silencio, y elcolegio pareca dormido.Poquita Cosa no dorma. Ni siquiera soaba lo quees una adorable manera de dormir. Trabajaba, tra-bajaba sin descanso, atiborrndose de griego y delatn, hasta que lo saltaba la cabeza.Algunas veces, en lo ms espinoso de su rida ta-res, un dedo misterioso llamaba a la puerta.Quin va?-Soy yo, la Musa, tu antigua amiga, la mujer delcuaderno rojo, breme pronto, Poquita Cosa.Pero Poquita Cosa se guardaba muy bien de abrir.Ya sabia cmo las gastaba la Musa. Al diablo elcuaderno rojo! De lo que s trataba ahora era de ha-cer muchos temas griegos, de tomar la licenciaturade ser nombrado profesor y de reconstruir lo mspronto posible un hermoso hogar, completamentenuevo, para la familia Eyssette.El pensamiento de que trabajaba para la familiame daba un gran valor y me haca la vida ms agra-dable. Hasta mi habitacin me pareca embellecida!

  • P O Q U I T A C O S A

    81

    Oh! mi querida bohardilla qu hermosas horas lopasado entre tus cuatro paredes! Cmo trabajaba!Qu animoso me senta!..Pero si tena buenos ratos, tambin los tena muymalos. Dos veces por semana el domingo y el jue-ves, haba que llevar a los muchachos a paseo.Aquel paseo era un suplicio para mi.Habitualmente, bamos a la Pradera un gran es-pacio cubierto de csped, que se extenda como untapiz al pie de la montaa a una media legua de lapoblacin. Algunos enormes castaos tres o cuatromerenderos pintados de amarillo y una fuente vivacorriendo por entre la hierba alegraban y encanta-ban la vista... Las tres clases acudan separadamente:una vez all se las reuna bajo la vigilancia de un solopasante, que siempre era Poquita Cosa. Mis dos cole-gas iban a hacerse convidar por los chicos mayoresen los merenderos vecinos, y como nadie me invita-ba me quedaba solo para guardar a los dems... Unoficio bien feo en lugar tan hermoso!Hubiera sido tan agradable tenderme sobreaquella verde hierba bajo los castaos, y emborra-charme de los olores silvestres, oyendo cantar lafuentecilla!.. En lugar de eso, tena que vigilar, gritar,

    A L F O N S O D A U D E T

    82

    castigar... Todo el colegio dependa de m. Aquelloera terrible...Pero ms terrible an que vigilar a los nios en laPradera era atravesar la ciudad con mi divisin, ladivisin de los pequeos. Las otras marcaban el pa-so a maravilla y taconeaban fuerte, como si fuesenveteranos; all se adivinaba la disciplina y el tambor.Mis pequeos, en cambio, no entendan nada detodo aquello. No iban en filas y, cogidos de la mano,atronaban las calles con su charla. Yo ya tena buencuidado de gritarles: Guardad las distancias!, peroellos no me oan y continuaban marchando de tra-vs.Estaba bastante satisfecho de mi cabeza de co-lumna formada por los mayores, los ms serios, losmejor vestidos, pero la retaguardia qu escndalo!qu desorden! Una chiquillera loca cabellos des-greados, manos puercas, pantalones llenos de re-miendos!No me atreva ni a mirarles.Desinit in piscem, me deca el sonriente seor Viot,hombre de talento a ratos. Lo cierto es que, la colade la columna tena el ms triste aspecto.Comprendis mi desesperacin, al tener queexhibirme por las calles de Sarlande en semejante

    P O Q U I T A C O S A

    83

    compaa sobre todo el domingo!... Volteaban lascampanas, las calles estaban llenas de gente. Pasa-ban las seoritas de los pensionados que iban a vs-

  • peras, modistas con sombreros color de rosaelegantes llevando pantalones gris perla.. Y era ne-cesario atravesar por entre toda aquella gente conun traje rado y una divisin ridcula... Qu ver-genza!Entre todos aquellos diablillos desgreados queyo paseaba dos veces a la semana por la ciudad, ha-ba uno sobre todo, un medio pensionista que medesesperaba por su fealdad y por lo sucio.Imaginad un horrible pequeo engendro, tan pe-queo que era ridculo; adems, desgarbado, sucio,mal peinado, mal vestido, mal oliente, y, para quenada le faltase horrorosamente patizambo.Jams tal alumno, s es permitido darle ese nom-bre, figurar en las hojas de inscripcin de la Uni-versidad. Era la vergenza del colegio!Por mi parte, le haba tomado aversin; y cuan-do, los das de paseo, le vea bambolearse a la colade la columna con la gracia de un joven pato, meentraban unos deseos furiosos de arrojarle a punta-pis por el honor de mi divisin.

    A L F O N S O D A U D E T

    84

    -Bamban -lo llambamos as a causa de su mar-cha ms que irregular-, Bamban estaba lejos de per-tenecer a una familia aristocrtica. Esto se vea sinesfuerzo en sus maneras, en su lenguaje y sobre to-do en las distinguidas relaciones que tena la pobla-cin.Todos los pilluelos de Sarlande le conocan.Gracias a l, cuando salamos, siempre nos vela-mos perseguidos por una nube de galopines que nospisaban los talones, llamaban a Bamban por sunombre, lo sealaban con el dedo, lo arrojabancortezas de castaas, y hacan, en fin, otras mil mo-neras. Mis pequeos se divertan mucho, pero yono me rea, no, y cada semana elevaba al directoruna memoria circunstanciada sobre el alumno Bam-ban y los numerosos desrdenes que su presenciapromova.Desgraciadamente, mis memorias quedaban sinrespuesta y yo me vea obligado de continuo mos-trarme en las calles, en compaa del seor de Bam-ban, ms sucio y ms patizambo que nunca.Un domingo entre otros, un hermoso domingolleno de sol, se reuni a nosotros en un estado tal,que todos quedamos consternados. Nunca habissoado nada parecido. Las manos negras, los za-

    P O Q U I T A C O S A

    85

    patos sin cordones, con cieno hasta en los cabelloscasi sin pantalones... Un monstruo.Lo ms risible es que evidentemente le habanpuesto muy elegante antes de envirmelo. Su cabezamejor peinada que de ordinario, an presentaba tra-zas de pomada, el nudo de la corbata tena un no squ que denotaba los dedos maternales. Pero habatantos charcos antes de llegar al colegio!..Bamban se haba revolcado en todos.Cuando le vi colocarse en la fila apacible y son-

  • riente, como si nada hubiese hecho, hice un movi-miento de horror y de indignacin.-Vete -le grit.Bamban se figur que yo bromeaba y continusonriendo. Se deba creer que estaba muy hermo-sos!Yo le grit de nuevo: Vete! vete!Me mir entonces con aire triste y sumiso, consus ojos suplicantes; pero yo fui inexorable y la divi-sin se alej dejndole solo, en medio de la calle.Ya me crea libre de l para toda la tarde, cuandoal salir de la poblacin, unas risas y unos cuchicheosme hicieron volver la cabeza.A cuatro o cinco pasos de distancia Bamban nossegua gravemente.

    A L F O N S O D A U D E T

    86

    -Redoblad el paso -dije a los dos primeros.Los pequeos comprendieron que se trataba dehacer una jugarreta al patizambo y la divisin em-prendi un paso del demonio.De cuando en cuando se volvan para ver siBamban poda seguirles, y rean al verle muy lejos,del tamao de un puo, trotando en el polvo delcamino, entre los vendedores de pasteles y limona-da.El muy endiablado lleg a la Pradera casi al mis-mo tiempo que nosotros. Solamente que estaba p-lido por la fatiga y arrastraba las piernaspenosamente.Sent el cora