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cuentos para análisi

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LA IDENTIDAD (cuento)Elena Poniatowska (Francia-Mxico, 1932)Yo vena cansado. Mis botas estaban cubiertas de lodo y las arrastraba como si fueran fretros. La mochila se me encajaba en la espalda, pesada. Haba caminado mucho, tanto que lo haca como un animal que se defiende. Pas un campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con trabajo me sent a su lado. Calaba fro. Tena la boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la saliva se me haba hecho pastosa. Las ruedas se hundan en la tierra dando vuelta lentamente. Pens que deba hacer el esfuerzo de girar como las ruedas y empec a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. l contestaba por no dejar y seguimos con una gran paciencia, con la misma paciencia de la mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la paciencia del mismo camino, seco y vencido, polvoroso y viejo, hilvanando palabras cerradas como semillas, mientras el aire se enrareca porque bamos de subida casi siempre se va de subida-, hablamos, no s, del hambre, de la sed, de la montaa, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto, en medio de la tosquedad de nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos atraves blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos comunicamos cosas inesperadas, cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo de una jornada gris un espacio tierno y verde, como cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era forastero y slo pronunci unas cuantas palabras que saqu de mi mochila, pero eran como las suyas y nada ms las cambiamos unas por otras. l se entusiasm, me miraba a los ojos, y bruscamente los rboles rompieron el silencio. Sabe, pronto saldr el agua de las hendiduras. No es malo vivir en la altura. Lo malo es bajar al pueblo a echarse un trago porque luego all andan las viejas calientes. Despus es ms difcil volver a remontarse, no ms acordndose de ellas Dijimos que se iba a quitar el fro, que all lejos estaban los nubarrones empujndolo y que la cosecha poda ser buena. Caan nuestras palabras como gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendamos.Llegamos al pueblo donde estaba el nico mesn. Cuando baj de la carreta empez a buscarse en todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revs, inquieto, ansioso, retenindome con los ojos: Qu le regalar? qu le regalo? Le quiero hacer un regalo Buscaba a su alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando el campo. Hurgone de nuevo en su vestido de miseria, en su pantaln tieso, jaspeado de mugre, en su saco usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo. Mir hacia arriba, con una mirada circular que quera abarcar el universo entero. El mundo permaneca remoto, lejano, indiferente. Y de pronto todas las arrugas de su rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me sonrieron. Todos los gallos del mundo haban pisoteado su cara, llenndola de patas. Extrajo avergonzado un papelito de no s dnde, se sent nuevamente en la carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamude:-Ya s, le voy a regalar mi nombre.De noche vienes(1979), Mxico D.F., Ediciones Era, 1985, pgs. 16-17

LA ESCOPETA (cuento) - Julio Ardiles Gray (Argentina,1922 2009)

Avanz entre los naranjos. El sol caa con tanta fuerza que le obligaba a entrecerrar los ojos. La paloma salt entonces de una rama a otra, y a otra, y se perdi por entre el follaje bien alto. Con la escopeta levantada, Matas se acerc hasta el tronco del rbol. Pero por ms que examin hoja por hoja, no pudo dar con la paloma. Extraado, se rasc la nuca.De pronto, sobre su cabeza sinti un ruido. Volvi a fijarse. Arrebujado entre unas ramas, haba un pjaro. No era su paloma; era un pjaro de un color entre azulado y ceniciento. Con cuidado, Matas apoy el arma en el hombro y levant el gatillo.Ya que no es la paloma -se dijo- no me voy a volver a la casa con las manos vacas.Pero en ese instante, el pjaro salt a una horqueta, sacudi las alas e hinchando la gola se puso a cantar.Matas, que ya haba llegado al primer descanso, abandon el gatillo y escuch.Que extrao -se dijo-. Jams he escuchado cantar a un pjaro como ste.El trino, en el redondel de la siesta, suba como un rbol dorado y rumoroso. A Matas le pareci que ms que el canto del pjaro, lo que se desgranaba eran las escamas amodorradas de la siesta misma. Y le comenz a entrar un sopor dulce, unas ganas de abandonarse a los recuerdos de los tiempos felices y de no hacer nada ms que escuchar el canto del pjaro que segua subiendo, esta vez como un perfume agridulce y verde.Para escuchar mejor, dej caer la escopeta a un lado y arrastrando los pies se acerc al rbol para apoyarse en el tronco. El pjaro haba desaparecido, pero su canto continuaba en el aire. Y no pudo sustraerse a la tentacin de mirar al cielo y levant los ojos. All arriba, entre unas nubes ociosas que desflecaban gigantescas flores de cardo, dos grandes pjaros negros volaban en lnguidos crculos inmensos. Matas, entonces, no supo distinguir si la dulzura que senta vena del canto de aquel pjaro o de las nubes que se desvanecan como borrachas a lo lejos.El canto, entonces, se acab de improviso. Los pjaros y las nubes desaparecieron y l volvi en s.Me estoy volviendo muy abriboca -se dijo mientras sacuda la cabeza.Busc la escopeta pero no la encontr donde crea haberla dejado. Camin ms all, volvi ms ac, pero el arma haba desaparecido.-Esto me pasa por tonto! -grit en voz alta.Y todo lo que hizo despus fue en vano. Al cabo de una hora, ya cansado, se dijo:Me ir a la casa a buscar a mi muchacho. Entre los dos la vamos a encontrar ms ligero. No puedo perder as un arma tan hermosa.Y se lanz cortando el campo hasta alcanzar el callejn.Al entrar al pueblo fue cuando comenz a sentir algo raro. Estaba como desorientado: echaba de menos algunos edificios y otros le pareca que nunca en su vida los haba visto. A medida que avanzaba, la sensacin iba en aumento. Y al llegar a su casa, el miedo le sopl en la cara un presentimiento vago, pero terrible.Penetr en el zagun. En el patio, cuatro chicos jugaban y cantaban. Al verlo se desbandaron gritando:-El Viejo! El Viejo!Una mujer sali de una habitacin sacudindose las hilachas de la falda. Matas balbuce con un hilo de voz:-Quin es usted? Yo busco a LeandroLa mujer lo mir largamente y frunci el entrecejo.-Qu dice, buen hombre? -dijo.-Busco a Leandro -tartamude Matas-. A mi hijo Leandro Esta es mi casa.-Su casa? -dijo la mujer.-S. Mi casa! -grit Matas-. La casa de Matas Fernndez.La mujer hizo un gesto de extraeza.-Era-dijo sonriendo con tristeza-. Nosotros la compramos hace veinte aos cuando desapareci don Matas y todos sus hijos se fueron de este pueblo.-Qu! -grit Matas, levantando las manos como para defenderse.-S -asinti la mujer temerosa.Entonces, Matas se fij en sus manos y se dio cuenta que estaban arrugadas, muy arrugadas y trmulas como las de un hombre muy viejo. Y huy despavorido dando un grito.El muertoErnesto Langer Moreno

El muerto estaba ah sin decir una palabra. Y si alguien deba entonces decir algo ese era l, tendido all en medio de la pieza dentro de un cajn mirando de frente hacia la otra vida, mientras los otros, todos los otros se agitaban a su alrededor. No haba cruzado hace mucho esa delgada lnea que separa los dos mundos pero, ya su cuerpo se estaba enfriando, tomando el color de los seres inanimados, aunque poda escuchar lo que suceda y verse a s mismo como si se viera en un espejo.Algunos de sus parientes llegaban apurados, con una cara de pena ceremoniosa, y estrechaban las manos de sus hijos abrazndolos y besndolos en las dos mejillas mientras les decan al odo palabras cariosas.El personal del servicio funerario lo haba hecho bien. Acomodaron su cuerpo y lo dejaron tendido all como en el ms confortable de los lechos. Y haban encendido a los cuatro costados unas luces en forma de velas para que todos pudieran apreciarlo mejor a travs de una pequea ventanita en donde su rostro sin gestos apareca para que le dijeran adis.Al principio haba gritado con todas sus fuerzas pero, rpidamente haba comprendido que era intil. Poco a poco fueron llegando todos sus hijos y sus nietos, los que a medida que llegaban se ponan a llorar. Al menos era confortable ver esas espontneas manifestaciones de cario, muestras claras de cuanto lo queran y del dolor que les provocaba verlo as, en ese estado.Pero l estaba bien. Tranquilo.En eso llegaron los vecinos y el ambiente comenz a ponerse denso entre tantas personas amontonadas como nunca en aquella habitacin. Algunos lo besaban en el rostro sin que l pudiera sentir nada. Era extraa esa sensacin de estar y no estar al mismo tiempo, observndolo todo como si fuera el espectador de una pelcula.Por la noche lo dejaron solo. Sumido en un silencio casi sepulcral. Entonces recin tuvo tiempo para echar una mirada a su vida. Pens en lo feliz que se pondran todos aquellos que haban deseado su desgracia de todo corazn. Y en esos que por fin podran aspirar a un asenso profesional gracias a su ausencia desde ahora definitiva y permanente.Pens tambin en su perro y en como lo extraara todas las tardes cuando con infaltable cario le llevaba su comida y ste mova su cola especialmente para l.Poda ser que tambin lo echaran de menos en la garita de los juegos hasta donde llegaba impajaritablemente cada viernes con su cartilla ganadora. El hombre del servicentro , tambin.Por su mujer no tena porque preocuparse. Todos sus hijos eran grandes y haba dejado para ella una suculenta suma pactada con una compaa de seguros.Haban tenido una vida larga y bendecida, sin grandes tropiezos y muchas pero muchas veces haban conversado sobre este posible acontecimiento. Ella lo honrara, claro, con sus familiares y amigos. Derramara bastantes lgrimas pero, continuara su camino hasta reencontrarlo ms adelante nuevamente.Por ltimo, nada tena en su conciencia que le pesara de algn modo inusual. No haba sido ni bueno ni malo, segn l.El da lleg y con ste, la gente de la funeraria otra vez.Ellos lo llevaron al que sera su ltimo paseo por este mundo. Lo instalaron frente al altar en una iglesia y nuevamente vio a la gente llorando desfilar frente a su ventanita. Ahora hasta pasaron junto a l personas a quienes ni siquiera conoca. El cura dijo unas palabras a las que, premeditadamente no puso atencin. Pamplinas ! dijo l. Luego vio como lo rociaban con agua que no debi ser ms que agua de la llave, mientras el llanto de los presentes aumentaba.Despus lo volvieron a pasear. Y esta vez el paseo fue ms largo porque cruzaron toda la ciudad. Hasta que all lo pusieron sobre una especie de camilla con ruedas y lo arrastraron cruzando por lbregos y silenciosos portales de cemento y de metal.Al final del camino se juntaron todos para decirle el , ahora si, ltimo adis. Algunos cantaron, otros rezaron el rosario y otros no pudieron siquiera pronunciar una palabra, entre ellos su mujer.Despus de un rato prudente se marcharon y l les grit. Olvidndose de que ya no lo podan escuchar. Hasta que entonces muri definitivamente, junto al ruido de los pasos de los suyos que tambin desaparecan en la distancia, all al final del corredor.

Jack Kerouac y El Nadador EntumecidoRamn SeplvedaEn un artculo que le hace algun tiempo, se narra el incidente que llev a Jack Kerouac a la crcel. Se trata de un asesinato perpetrado por su amigo Lucien Carr, de veinte aos tal como l a la fecha, y en el cual el escritor habra actuado como encubridor. Jack tuvo que identificar al fiambre "y no pudo dejar de notar que todava presentaba una ereccin, despus de estar tres das en el agua." Esta increble asercin me record la siguiente, vivida de primera mano:Collomn Candia era un nio obediente, pero sumamente obstinado, cabeza dura. Nuestra rivalidad data de muchos aos y se debi a que no caba duda quien era mejor zaguero, l o yo. En eso siempre discrepamos. Al punto que un da cuando ambos calzbamos apenas siete aos, y por la misma friccin de siempre nos estbamos dando duro en las canillas, Collomn que tambin responda al nombre de Marcos, se fue a las manos, y como entre l y yo, se vio llegando segundo, corri a su casa. Yo envalentonado lo segu hasta el antejardn. Marcos haba logrado entrar y desde la ventana me haca gestos obscenos. A mis gritos de "sale a pelear a la calle si eres hombrecito!" o " 'tay muerto e miedo, guen oh," sali Silvia, su hermana de trece aos, con una escoba amenazndome que me iba romper la cabeza si no me marchaba de all inmediatamente! De entonces, cada vez que nos encontrbamos buscbamos razones para darnos de bofetadas, pero invariablemente un alma generosa nos separaba.El incidente del Cajn del Maipo haba comenzado igual. Yo era nadador de buen calibre y haba cruzado el ro en mi mejor estilocrawl. De entre todos los jugadores, yo con mis catorce aos me crea lejos el mejor nadador, sin contar a Mota Flowers, que era bueno para todos los deportes. Collomn no quiso ser menos, y se dio a la tarea de nadar hasta la otra orilla. El ro tena una corriente notoria pero no peligrosa. A mitad de su aventura, Collomn entr en apuros. Su estilo perro se transform en estilo sapo con convulsiones. Para m esta sera una de las pocas veces que olvidara nuestra rivalidad, y corr con otros jugadores hacia el puente. La corriente se llevaba a Collomn que no dejaba de trenzarse con el agua.--Djate llevar! --le decamos desde el puente--, que la corriente te traiga hasta aqu!All lo esperbamos casi todo el equipo y cuando la corriente lo tuvo cerca lo tiramos de las manos y los pies para sacarlo de las aguas y dejarlo sobre las tablas del puente. Pobre Collomn, no paraba de tiritar. Entonces todos afectados en principio por la cara de pnico de Collomn, lo llevamos a la carpa para ayudarle a abrigarse. Era temprano y el sol tmido aun no calentaba. Marcos todava trmulo, intentaba explicar entre arcadas que se haba acalambrado, que el agua estaba demasiado fra, que por suerte no haba tragado mucha. Marcos tom una toalla y se despoj de su traje bao. En su posicin de un pi en el suelo y otro en el aire, la toalla cay dejndole al descubierto una inexplicable e inmensa ereccin.La risotada del grupo floreci estruendosa. Nadie poda creer que con el susto y el fro Marcos pudiera tenerlo erecto. Marcos se mir desnudo, todava temblando, y por fin el tambin incrdulo solt una carcajada.--Super colloma, compadre! --le gritaron, mientras Marcos no paraba de rer, ya olvidado de la cuasi ahogada, la toalla, o el traje bao--. Tremendo chafalote, loco! --De all surgieron inmediatamente los apodos. Recuerdo a Sergio llamndolo "Chafalotn Mostaza," a Bolaocho diecindole "Callampero," y por ltimo, el que peg "Collomn Bombn," autora de Carerraja. Hoy hay detractores que alegan que el nombre fue "Collomn y su perro valiente," pero esto, sostengo, es incorrecto.Con esta proeza, de vuelta a las canchas Marcos pas a ser zaguero titular, y yo pas a la banca, nadie se acordaba ya quien era mejor nadador y se hizo famossimo entre las nias del club, a pesar de que en esos tiempos este tipo de humor no pasaba de un bando al otro, pero ellas algo adivinaban cuando soltbamos la risa si una de ellas lo llamaba Collomn.Yo aprend a dejar mi puesto en el equipo a Marcos Coloma, como tambin pas a ser conocido, y a preguntarle como estaba su hermana menor, en vez de ofrecerle coscachos. Finalmente hice algo que todava no ha logrado imitar: Me cas con su hermana.