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Para citar en APA:

Navas Sierra, J. A. (1998). Cuba y Puerto Rico. Un inevitable comodín diplomático

de la geopolítica post-emancipadora Hispanoamericana. (El primer fiasco de la

diplomacia mexicana y colombiana en la lucha por la hegemonía del

continente americano). Latinoamérica fin de siglo: el sexenio 1898-1903.

Alcalá de Henares (Madrid): Asociación Complutense de Investigaciones

Socieconómicas sobre América Latina.

Palabras claves

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Francia Garantía tripartita Diputados Memorando Polinag J Adams H C lay T Jefferson J Monroe Congreso

Panamá Santander Iznaga Buchana Marcy Fillmore Clayton Polk Poinsett Van Buren Jackson Miralla,

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Page 3: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

I N D I C E

Página:

Resumen: ........................................................................................................ 1

1.) La primera fase de la confrontación (1822–1823) ................................ 4

a) El momento de las «declaraciones» y «doctrinas» ............................... 6

b) La «Ley de la gravitación natural» ..................................................... 13

2.) Un corto intermedio (1824) ................................................................... 18

3.) El malabarismo diplomático norteamericano (1825–1827) ............... 23

a) La iniciativa norteamericana de mediación rusa................................. 25

b) La contra–oferta inglesa de «garantía tripartita» ................................ 29

4.) Colombia y México entrenan en la escena (1825–1826) ..................... 31

a) El primer «exilio cubano» ................................................................... 32

b) Los primeros intentos en Bogotá y México ........................................ 36

c) El fallido Congreso de Panamá ........................................................... 40

5.) Después del Congreso de Panamá (1827–1829) .................................. 46

a) Las intentonas españolas sobre Colombia y México (1827–1829) .... 51

b) Un lánguido epílogo ............................................................................ 57

6.) Lo mismo de lo mismo (1837–1898) ..................................................... 59

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7.) Después de todo ...................................................................................... 63

Apéndice: Intercambio comercial de los Estados Unidos de América con

las Indias Occidentales, 1816–1826 .............................................................. 65

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Resumen:

No sólo en razón de su privilegiada posición geoestratégica, sino de su temprana e

indiscutida preponderancia comercial, la isla de Cuba, constituyó desde siempre, pero

particularmente desde mediados del siglo XVIII, un enclave obligado en las confron-

taciones bélicas inter imperiales europeas en América. Carente del igual posición

geográfica y de un menor valor comercial, la suerte y papel de la isla de Puerto Rico

quedó, sin embargo, atada, casi fatalmente, al destino de la isla de Cuba.

Fue a partir de la prolongación americana de la llamada ‘Guerra de los Siete Años’1,

sostenida entre Inglaterra y Portugal en contra de Francia y España, con ocasión de su

renovado ‘Pacto de Familia’, cuando se inicia para Cuba –y tras ella, como se

advirtió, para Puerto Rico– su compleja historia contemporánea. A diferencia del

resto de los restantes dominios ultramarinos españoles en América, y durante no

menos de 140 años, el destino de ambas posesiones antillanas, estará marcado por

una reiterada renovación de su condición colonial, finalmente española.

Sin embargo, fue la alianza franco–española en contra de Inglaterra durante la guerra

de emancipación angloamericana y en favor de los nacientes Estados Unidos, la que

dio a Cuba un papel singular en la futura geo estrategia del Caribe y control del Golfo

de México, con lo que ello significaba en su momento2. Pero fue a partir de la

subsiguiente guerra de independencia hispanoamericana cuando Cuba –y en menor

1) Desde el primer tercio del siglo XVI Cuba fue objeto de reiterados ataques por parte de piratas y corsarios

franceses e ingleses, estos últimos los que prácticamente destruyeron La Habana en 1537. El temible Drake

la atacó nuevamente en 1584, asalto el cual replicó en 1595 sobre San Juan de Puerto Rico. Morgan atacó a

Puerto Príncipe en 1688. Las fortificaciones y defensas acometidas -castillos de la Fuera, la Punta y el

Morro- no hicieron inmune a la capital antillana ante nuevos y más ambiciosos ataques ingleses, el más

virulento intentado, sin éxito, sobre Santiago de Cuba en 1741. La guerra decretada por Inglaterra a España

(2.1.1762) tras la tercera reunificación dinástica borbónica, que extendió a América la europea ‘Guerra de los

Siete Años’, implicó la pérdida temporal de Cuba -a la par que Filipinas- en favor de Inglaterra con la

capitulación de las tropas españolas el 11 de agosto de 1762. Esta ocupación se perpetuó hasta el 6 de agosto

de 1763 cuando la isla fue finalmente restituida a España como consecuencia del tratado definitivo de París -

Paces de París- (10.2.1763) firmado entre Gran Bretaña, Portugal, Francia y España y por el que ésta

recuperó las islas de Cuba y Filipinas, debiendo ceder a Inglaterra La Florida, más los territorios al Este y

Sudeste del Misisipi; dominios los cuales agrandó Inglaterra con la cesión que a su turno le hizo Francia de

la zona de la Luisiana situada al Este del mismo río.

2) El Golfo de la Florida, flanqueado por Matanzas y sobre todo por La Habana, era la llave obligada hacia y

desde el Golfo de México. Su control aseguraba a su vez el control, no sólo del tráfico comercial -colonial y

post-colonial, español e hispanoamericano- proveniente de Nueva España, Filipinas y Tierra Firme, sino

además el cada vez más importante comercio angloamericano a través del Misisipi.

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forma, Puerto Rico– asumieron una definitiva importancia militar y política en las

aludidas confrontaciones europeas –y ahora americanas– iniciadas nada más

consumada la restauración monárquica post–napoleónica en

Europa. Los complejos, encontrados, pero manifiestos intereses nacionales de las

grandes potencias del momento rivales de España –Inglaterra, Francia y bien pronto,

los emergentes Estados Unidos de América, hicieron de Cuba y Puerto Rico, un

obligado argumento y objetivo geopolítico dentro de las intensas batallas

diplomáticas libradas entre ellas y tendientes al logro de una supremacía política y

comercial en el Nuevo Mundo americano.

En lo que interesa al tema y período del presente trabajo, si bien la exitosa e

irresistida expansión norteamericana hacia el Golfo de México3 iniciada a comienzos

del siglo XIX ató tempranamente el destino de Cuba y Puerto Rico a las no menos

tempranas y no ocultadas pretensiones hegemónicas norteamericanas en América4,

3) Compra de la Luisiana por Jefferson al Cónsul Napoleón el 30 de abril de 1803 -entregada formalmente el

20 de diciembre siguiente- y posterior compra de la Florida -occidental y finalmente oriental- a España por el

‘Tratado Transcontinental’ del 2 de febrero de 1819, entrega consumada luego de su tardía y accidentada

ratificación el 17 de julio de 1821.

4) La posesión, y cuando menos el control pleno de Cuba y Puerto Rico resultó ser una consecuencia inevi-

table de la geo estrategia expansionista angloamericana hacia el Sur y Oeste del continente americano, no

sólo para garantizar su comercio y seguridad en su pretendida posición sobre el Golfo de México, sino ade-

más como obligado elemento de su seguridad nacional en dicha frontera respecto de las dos potencias

europeas que podían impedirle dicha expansión y preponderancia, España y desde luego Inglaterra. Suele

citarse a Thomas Jefferson como el gran y persistente inspirador de la irresistible necesidad de incorporar

Cuba y Puerto Rico como dominios de la Unión norteamericana. El primero de sus pronunciamientos está

asociado con una supuesta declaración hecha en Washington al Ministro de Inglaterra, Anthony Merry, en

noviembre de 1805 luego de su reelección, en cuya ocasión habría aquél manifestado, no sólo la necesidad

del dominio de Cuba para redondear las adquisiciones de la Luisiana y sus pretensiones sobre las Floridas

españolas, sino la factibilidad y relativa facilidad de dicha conquista. A.Merry a Ld.Mulgrave, 3 de

noviembre de 1805. En: P[ublic] R[ecord] O[ffice]; F[oreign] O[ffice] (USA,I) 5, Leg.45. PORTELL VILÁ,

Herminio: Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España. Tomo I (1512-1853). La

Habana, Jesús Montero, editor; 1938; p: 142. RIPPY,J.Fred: La rivalidad entre Estados Unidos y la Gran

Bretaña por América Latina (1808-1830). Buenos Aires, Eudeba, 1967, pp: 44 y ss.

Los fracasados y siempre persistentes intentos de los EE. UU., iniciados durante las dos Administraciones de

Jefferson, y luego durante los gobiernos de Madison y Monroe para conseguir acreditar cónsules estables en

La Habana y otros puertos cubanos, singularizaron repetidos esfuerzos norte americanos para ejercer un

control comercial y político sobre la isla, lo cual denunciaba reiteradamente a Madrid el fogoso Valentín de

Foronda, primero como Cónsul General español en Filadelfia, y luego como Encargado de Negocios ante la

Secretaría de Estado norteamericana. En respuesta a tales denuncias, se conoce una segunda y tercera

declaraciones de Jefferson hechas en 1807 y 1809 a su entonces Secretario de Estado, James Madison,

respecto de la posibilidad y ciertamente inevitabilidad de incorporar Cuba a la Unión en caso de declararse la

guerra a España, en último caso con el consentimiento de Napoleón. Vid: LATANÉ, John H: The Diplomatic

Relations of the United States and Spanish America. Baltimore, -Johns Hopkins Press- 1900, p.88 y ss.

RIPPY, J.F., Op. Cit., 45. PORTELL VILÁ, Humt: Op. Cit., p.146. Fue durante la ‘Guerra de Independencia

española’, bajo el temor de una eventual apropiación por Francia o por Inglaterra de México y Cuba, cuando

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fue sólo a partir de la segunda invasión francesa de España, a comienzos de 1823,

cuando se desató en torno a ambas posesiones españolas un largo, hábil y persistente

forcejeo político–diplomático, y en algún momento militar, entre Inglaterra, Francia,

los Estados Unidos, Rusia y circunstancialmente Colombia y México.

De todo ello, fue España quien habría de resultar transitoriamente beneficiada al

obtener, por parte de sus rivales, y sin proponérselo expresamente –más bien casi

impidiéndolo– la garantía, por 75 años más, de la plena soberanía sobre Cuba y

Puerto Rico como posesiones residuales de su antiguo Imperio americano. Sin

embargo, fueron los Estados Unidos de América, quienes a largo plazo resultaron ser

los triunfadores definitivos del mencionado entramado político–diplomático, puesto

que si bien terminaron éstos renunciando a una incorporación definitiva de ambas

islas a la Unión, optaron por asegurarse, a comienzos del siglo XX, el total control

político, económico y militar de las mismas, haciéndolas piezas esenciales dentro de

su órbita de dominio hemisférico, y muy a continuación mundial5.

desde 1808 el mismo Jefferson parece haber ordenado varias misiones secretas en ambas colonias españolas

tendientes a propiciar su emancipación y evitar el cambio de dominio metropolitano. Recién posesionado

James Madison, Jefferson se habría apresurado a aconsejarle presionar a España para obtener la cesión de las

Floridas y Cuba, destinos los cuales estuvieron unidos por un par de años a las intrigas y campañas

anexionistas del General Wilkinson. No menos activo y persistente sobre una inevitable anexión de las

Floridas y Cuba fue Albert Gallatin, Secretario del Tesoro de Jefferson y Madison, éste último finalmente

igualmente convencido de ambas cosas. James Monroe, Secretario de Estado de Madison y recelosos de la

entrega por la Regencia española a Inglaterra, en calidad de protectorado, de la isla de Cuba, no fue menos

activo en ambicionar y hasta propiciar algún tipo de incorporación de Cuba, habiendo llegado a financiar al

mercenario Álvarez de Toledo una misión tendiente emancipar la isla en 1811; a lo cual siguió la no poco

misteriosa misión de J.R. Poinsett a Cuba; acciones todas éstas las cuales contaron con la decorosa, pero

apenas oficiosa denuncia del Ministro no reconocido de la España liberal, Luís de Onís. La fugaz guerra

entre EE UU., e Inglaterra (1812-1814), disipó temporalmente las pretensiones norteamericanas sobre Cuba,

aparente desinterés el cual se prolongó al centrarse las pretensiones norteamericanas en la adquisición de las

Floridas. Como ya se advirtió, tras la restauración post-napoleónica Cuba y Puerto Rico aflorarán

nuevamente para el interés geo-estratégico norteamericano dentro del nuevo escenario que Francia e

Inglaterra impondrán a sus designios en Hispanoamérica, tal cual iba siendo la marcha, tanto de la guerra

emancipadora del subcontinente español americano, como de la influencia pretendida por una u otra potencia

en la suerte de los antiguos dominios españoles en América.

5) Para algunos, este beneficioso resultado de la diplomacia norteamericana respecto de Cuba y Puerto Rico

compaginó muy hábilmente múltiples, y hasta contradictorios principios y objetivos que, en diferentes

momentos, condicionaron por parejo la política interna y externa de la naciente y expansiva Unión ame-

ricana. Antes que nada, y al no haberse obtenido una cesión -por compra o compensación- como tantas veces

lo intentaron a lo largo del siglo XIX- por parte de España de ambas Islas, ni haber considerado oportuno

propiciar la emancipación de éstas y su posterior "admisión" en dicha Unión -como luego sucedería con

Texas- no quedó otra opción a los EE UU., que asegurarse el pleno control político y diplomático de las

mismas. La conquista militar de dichas posesiones insulares españolas, hubiera a su vez contradicho

manifiestamente los fundamentos Ideológicos de la Revolución norteamericana consagrados en su

Declaración de Independencia y Preámbulo de la Constitución del 87. Vid: BELISSA, Marc: "La diplomatie

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1.) La primera fase de confrontación (1822–1823).

Ha sido densamente estudiado el efecto y conmoción política y diplomática que

generó en Europa el anuncio, y posterior formalización, del reconocimiento de los

primeros gobiernos independientes hispanoamericanos por parte de los EE.UU., de

América.6 Una, sino la más inmediata consecuencia, de la decisión del Presidente

américaine et les principes du droit des gens (1774-1787)". Revue d'histoire diplomatique. París 1947 (111

aneé), p: 3 y ss.

A su turno, la eventual "incorporación" o "admisión" como nuevos Estados de la Unión de Cuba y Puerto

Rico, conformadas ambas por una mayoritaria población de color y esclava, hubiera roto el reciente y frágil

equilibrio político norteamericano consagrado en el llamado ‘Compromiso de Missouri’ (3.3.1820) que hizo

posible, tras las admisiones de Missouri y Maine como Estados esclavistas y antiesclavista, respectivamente,

posponer por 30 años –‘Compromiso de California’ (pactado el 20.1.1850 para la admisión de California)- y

luego por 4 años más –‘Estatuto de Kansas-Arkansas’ (aprobado el 30.5.1854 para la admisión de ambos

Estados)-. Vid: BUTLER, Nicholas Murray: Los constructores de los Estados Unidos. New York 1940.

Biblioteca Interamericana; p: 155 y ss.

Si el dilema esclavista sólo quedó resuelto por la subsiguiente ‘Guerra de Secesión’, la compleja coyuntura

interna que siguió a la reintegración de la Unión, pero la no menos compleja política internacional del

momento, una vez más indujeron, por parte de los EE. UU., una política de indirecto pero efectivo control

sobre ambas islas: habiéndose en consecuencia descartado, una vez más, intentar la incorporación plena de

Cuba y Puerto Rico a la Unión americana. De otra parte, suele aducirse que consumada la expansión

territorial norteamericana hacia el Golfo, al Oeste y Noroeste, concluida la víspera de la aludida Guerra de

Secesión, la subrogación del estatus colonial hispánico de Cuba y Puerto Rico en favor de los EE UU., cuyo

escenario fue la ‘Guerra Hispanoamericana’ del 98, marcó el final del largo (122 años) y discutido aislacio-

nismo norteamericano (antes que interno, continental, si entre tanto la joven república adquirió una dimen-

sión sub continental); luego de lo cual resultó inevitable la expansión y dominio occidental y finalmente

mundial por parte de los EE. UU. Vid: SCHLESINGER, Arthur M., (Jr): Los ciclos de la historia

americana. Madrid -Alianza Editorial- 1988; pp: 60 y ss. KLINGBERG, Frank L: "The Historical

Alternation of Moods in American Foreign Policy"; en: World Politics, 1952 (enero), pp.123 y ss. BAILEY,

Thomas: A Diplomatic History of the American People. Englewwod, Prentice Hall, 1974, pp.1 y ss.

6) El 8 de marzo de 1822, el Presidente James Monroe comunicó a la Cámara de Representantes la decisión

de reconocer inicialmente a los gobiernos de Colombia, México y Buenos Aires, a lo cual siguió la

Resolución aprobatoria de dicha Cámara del 19 del mismo mes. En la sesión conjunta de la Cámara de

Representantes y del Senado norteamericano del 4 de mayo de 1822, se aprobó la partida de U$100.000 con

la cual el Gobierno debería atender la apertura de las primeras delegaciones y misiones diplomáticas a ser

enviadas a Hispanoamérica. El 18 de junio siguiente, el enfermo y casi moribundo, Manuel Torres,

Encargado de Negocios de Colombia ante el gobierno norteamericano, fue presentado y recibido

oficialmente por el Presidente Monroe, siendo por ello Colombia la primera nación hispanoamericana en ser

reconocida formalmente por los EE.UU. Vid: RIVAS, Raimundo: Relaciones internacionales entre

Colombia y los Estados Unidos; 1810-1850. Bogotá -Imprenta Nacional- 1915; pp.19 y ss. ZUBIETA, Pedro

A: Apuntaciones sobre las primeras misiones diplomáticas de Colombia. Bogotá -Imprenta Nacional-, 1924,

pp:54 y ss. URRUTIA, José Francisco: Política internacional de la Gran Colombia. Bogotá -Ed. El Gráfico-

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Monroe, suele relacionarse, no sólo con la inminente pérdida del protagonismo

político europeo en la solución del caso hispanoamericano,7 en particular por parte de

Inglaterra, Francia y en alguna medida Rusia; sino más especialmente con el

relegamiento de las mismas en el reparto y usufructo del vasto y rico mercado –co-

mercio e inversiones– que de por sí prometía ser el Nuevo Mundo post–español.

El anticipado –aunque largamente preanunciado– reconocimiento norteamericano,

además de incrementar las tensiones que, desde comienzos de 1820 había creado al

interior de la fraccionada Alianza europea, el caso español,8 terminó por vincular una

y otra solución. Como resultado de todo ello se precipitó una compleja e intensa lu-

cha diplomática a una y otra orilla del Atlántico,9 cuyas principales resultantes

1941; pp: 23 y ss. En las vísperas de la caída del Imperio de Iturbide, el 31 de octubre de 1822 fue designado

en propiedad el primer Ministro mexicano ante el gobierno de los EE UU. José Manuel Zozaya Bermúdez,

después de su azaroso viaje hasta Washington, fue presentado al Presidente J. Monroe el 12 de diciembre de

ese mismo año. FLORES D., Jorge: "Apuntes para una historia de la diplomacia mexicana. La obra prima,

1810-1824." En: Estudios de historia moderna y contemporánea. México -UNAM- Vol. IV (1972); pp: 53 y

ss. BOSCH GARCÍA, Carlos: Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos. 1819-1848.

México -UNAM- 1961pp:35 y ss, da otras fechas no contrastables.

7) Con este apelativo se pretende sintetizar el complejo conjunto de elementos que la guerra de emancipación

hispanoamericana había generado a nivel político (nuevas soberanías, régimen político); diplomático (re-

conocimiento); militar (neutralidad o guerra intercontinental) y económico (apertura aduanera y comercial,

inversiones y navegación).

8) Se alude con este nuevo apelativo, en primer término, las consecuencias políticas que, tanto el Golpe de

Riego y Quiroga, como sus inmediatas réplicas en Piamonte, Nápoles y Portugal, crearon al interior de la

Alianza europea. En segundo lugar, la directa involución que la forzada instauración constitucional-liberal en

España implicó en la solución de la crisis colonial hispanoamericana, bien por parte de España, como de sus

aliadas Francia y Rusia. Como se sabe, los primeros beneficiados, dentro de esta coyuntura, fueron los EE.

UU., al obtener de las primeras Cortes y Gobierno liberales la ratificación del Tratado de 1820 y con ello la

entrega final de las Floridas; luego de lo cual y sin mayores miramientos con las promesas previas,

decidieron el reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos. En tercer término, se alude tam-

bién la reiterada incapacidad de la España liberal para superar la indolencia, y sobre todo impotencia militar

y diplomática española, para impedir las no ocultadas pretensiones de expansión continental y hegemonía

hemisférica por parte de los EE UU., lo cual obligó a las restantes Potencias europeas a asumir un nuevo

juego político y diplomático en América, a los efectos de impedir -sin éxito final- tales pretensiones

norteamericanas.

9) No cabe referir aquí en detalle el creciente distanciamiento ideológico y táctico entre Inglaterra, por una

parte, y las cuatro Potencias continentales, guiadas en un comienzo por Rusia y muy a continuación de-

finitivamente por Francia, por la otra. No obstante, es preciso recordar que tal lucha diplomática en Europa

se había iniciado antes del reconocimiento norteamericano conforme quedó patente en los Congresos de

Troppau (1820) y Laibach (1821) cuando Inglaterra empezó a apartarse de las Potencias continentales

cuando éstas decidieron la destrucción de los regímenes liberales europeos de Nápoles y Piamonte por parte

de Austria e intervención armada en Hispanoamérica; rompimiento europeo el cual se protocolizó definitiva-

mente luego en el último de los Congresos aliados de Verona (octubre-noviembre de 1822), donde se acordó

la restauración de Fernando 7º en España por parte de Francia. De otra parte, la irrenunciable postura

británica -ideologizada hábilmente por Castlereagh y continuada por su sucesor Canning- de no intervención

europea en los asuntos internos de ningún país, ni en Europa, ni en Hispanoamérica; proponiendo sin

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fueron, no sólo el rompimiento formal de la aludida Alianza, sino la restauración

absolutista en España, seguida del reconocimiento sincopado Hispanoamericano por

Inglaterra, y detrás de ella por Francia, Países Bajos, Suecia y principales ciudades

Hanseáticas. Dentro de todo este complejo juego de pretensiones e intereses

nacionales, Cuba y Puerto Rico resultaron ser, muy a continuación, un socorrido y

ciertamente inevitable comodín utilizado en cada momento por las diferentes

Potencias al logro de objetivos siempre mediáticos, cuyo resultado fue, como ya se

anticipó, la continuidad del estatus colonial español de ambas islas por 75 años más.

a) El Momento de las «declaraciones» y «doctrinas»

El éxito anticipado de la invasión restauradora de Francia en España, y sus imprevisi-

bles consecuencias en el futuro de la crisis colonial hispanoamericana, involucró por

parejo un mutuo recelo y recíproca desconfianza entre las principales Potencias euro-

peas –Francia e Inglaterra, principalmente, los EE.UU.– y de manera no menos sin-

gular, al menos a dos de los

Incipientes gobiernos hispanoamericanos. Para todos, obviamente menos para Fran-

cia como ejecutora de la restauración fernandina, se trató, no tanto de anticiparse a lo

que la España absolutista decidiría hacer, individualmente o de la mano de sus

aliados continentales legitimistas, respecto de sus insubordinadas colonias, sino de

impedir que aquella obtuviera ventajas comerciales, y sobre todo compensaciones

territoriales en la América española, como supuesto pago por el trabajo séptico–po-

lítico ejecutado tan rápida y hábilmente en España.10 Francia, por su parte, buscó de

desmayo la mediación -bilateral o colectiva- para los casos liberales del continente o pro-republicanos de la

América hispánica. En este último esfuerzo, Inglaterra llegó hasta pretender involucrar, en una acción

mediadora global, a los EE UU., -invitando a la naciente potencia americana a participar en el Congreso de

Laibach- anulando con ello el ya presentido anticipo norteamericano en la resolución del caso hispanoameri-

cano. La extraordinaria sagacidad y visión del entonces Secretario de Estado, y luego Presidente norteame-

ricano, John Quincy Adams, impidió tal involución, dando pasó a la doctrina de las «dos esferas» sobre la

cual se sustentó el reconocimiento unilateral y anticipado de Hispanoamérica por los EE UU. A partir de

entonces, Inglaterra -como segunda gran potencia colonial americana (Canadá, Noroeste norteamericano y

Caribe) - no tuvo otra opción que concentrar todo el peso de su acción diplomática en América, arrastrando

con ello a Francia. Vid: BARCIA TRELLES, Camilo: Doctrina de Monroe y cooperación internacional.

Madrid -Edit. Mundo Antiguo- 1931, pp: 73 y ss. Del mismo autor: "La doctrina de Monroe:

«Hispanoamérica entre dos polos»", En: Cultura venezolana; Caracas, XIII (1930), nº 107, pp: 181 y ss. Vid:

IIAMS, Thomas M: "Du traité de París à la conférence de Vérone. La rude remontée de la diplomatie

française". Revue de histoire diplomatique, París 1969, 83 année; pp.128 y ss.

10) El ministro de Asuntos Exteriores francés, Vizconde de Chateaubriand, gran ejecutor de la ocupación

francesa, se jactó con gran complacencia del extraordinario éxito militar francés en España; el mismo que

Napoleón, con su irresistible Grande Armée, no había podido obtener nueve años atrás. Vid: CHATEAU-

BRIAND, F.A, Vizconde de: Memorias de Ultratumba, 2 tomos: Barcelona -Ramón Sopena- s/f, t.II, p:73.

Éste, uno de lo más connotados padres del romanticismo literario europeo, registró en sus Memorias el

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impedir que Inglaterra – y en su momento, los EE UU., inducidos por ésta– en una

acción retaliadora –o meramente preventiva– se le anticipasen políticamente

(reconocimiento por Inglaterra) o incluso territorialmente (toma de Cuba, Puerto Rico

o cualquier otra parte del territorio aún español, por parte de ambos) en América. Los

nuevos gobiernos hispanoamericanos pretendieron, simplemente, impedir una nueva

y reforzada expedición aliada–europea que ahogase, y en el menos peor de los casos,

hiciere aún más larga y agobiante su guerra de emancipación. Los EE UU., además

de luchar contra todo lo anterior, quisieron quedar con las manos completamente

libres para poder ejecutar, en su debido momento, su gran proyecto de expansión

territorial hacia el sur; y más tarde, de hegemonía política, comercial y militar en

América.

Pocos días antes de la liberación y restauración final de Fernando 7º, Inglaterra –

George Canning a la cabeza– decidió iniciar la larga y densa batalla diplomática en

América. Sin mencionar específicamente a Cuba y Puerto Rico, pero sospechando

por parejo de las iniciativas que, como consecuencia de tal restauración, pudieran

tomar, bien EE UU., bien Francia –ésta secundada por la neo–Santa Alianza– respec-

to del convulsionado e indefenso mundo hispanoamericano, ideó una bien estructura-

da estrategia de mutuas y recíprocas garantías,11 en base a la cual quiso enmarcar

inmenso júbilo experimentado el 1º de octubre de 1823 al recibir, por telégrafo, la noticia de la liberación de

Fernando 7º: al sentir que Francia renacía «...poderosa y temible.. sentíamos un estremecimiento de honor

igual al del amor que profesábamos á nuestra patria...». Vid: CHATEAUBRIAND, F.A., Vizconde de:

Congreso de Verona. Guerra de España. Negociaciones colonias españolas. Polémica, por.. Madrid -Impr.

y Librería de Gaspar Roig- 1879, p: 127. Por su parte, Luis XVIII, en carta a Fernando 7º de finales de

octubre de 1823, achacó el éxito francés «..a la mano de la Divina Providencia...» Ib., p: 128.

11) En realidad Canning no fue quien ideó tal estrategia global. Como sucesor del malogrado Castlereagh,

quien se había suicidado un año antes, lo que hizo Canning respecto de Francia y los EE UU., en relación al

asunto hispanoamericano, fue continuar la estrategia que aquél había planteado al entonces Embajador

francés en Londres, ahora Ministro de Relaciones Exteriores, Vizconde de Chateaubriand, de acometer una

acción conjunta en la solución del dilema colonial hispanoamericano, en principio tendiente a entronizar

varios Príncipes europeos en los dominios españoles de América, relegando, indirectamente, la pretendida

hegemonía republicana norteamericana. Chateaubriand a Villèle; Londres 7 de mayo de 1822. En

CHATEAUBRIAND ,F.A de: Memorias de.., Loc. Cit., p.65 y 66. WEBSTER, C.K: "Castlereagh and the

Spanish colonies". The English Historical Review. XXX, 1915; pp: 642-43. KAUFMANN, William W: Bri-

tish Oolicy and the Independence of Latin American, 1804-1828. New Haven -Yale Univ. Press-; 1951, pp:

130 y ss. Incluso fue Castlereagh quien concibió involucrar directamente a los EE. UU., en las discusiones y

soluciones de la Alianza respecto del mismo asunto colonial hispanoamericano. No obstante, fue Canning

quien hábilmente se propuso anular todo intento de acción unilateral, tanto por Francia como por los

EE.UU., en Hispanoamérica, buscando un consenso de mutuas y recíprocas garantías -bilaterales o

trilaterales- conformó lo plasmó en sus repetidas ofertas a ambas Potencias. Esta fue la novedad estratégica

introducida por el nuevo jefe del F.O. inglés y líder de su bancada en la Cámara de los Comunes.

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todos los futuros compromisos y actuaciones por parte de las tres potencias más

directamente involucradas en el asunto hispanoamericano.12

A cambio de un consentimiento tácito inglés13 para no interferir militarmente en

contra de la expedición de la Alianza en España,14 Canning habría obtenido previa-

mente de Francia, no sólo la promesa formal de una invasión temporal de España,

meramente restauradora de Fernando 7º; sino una doble garantía adicional: por una

parte, no atentar en contra de su aliado peninsular Portugal; y por la otra, no obtener

de España ninguna compensación territorial en Hispanoamérica. Sin embargo,

respecto de los EE.UU., Inglaterra carecía de una garantía similar y más bien temía

Canning que aquellos podrían aprovechar la obligada inmovilidad política y militar

europea, consecuente con la invasión de España, para apropiarse de alguna porción

de las que aún podían considerarse posesiones españolas –particularmente, Texas,

12) La propuesta, seudo-doctrina, que Inglaterra trató de imponer entonces no decía otra cosa que «Si tu

(antes que yo) garantizas, yo garantizo. Si tú y yo garantizamos, cualquier otro interesado tendría que ga-

rantizar los mismo que nosotros garantizamos, so pena de entrar en guerra con nosotros...». A la inversa:

«Si tu no garantizas, yo no puedo garantizar nada, y menos obligar a que ese otro -u otros- garantice -o

garanticen-..»

13) Así lo recordó expresamente Chateaubriand cinco meses después de concluida la restauración de Fer-

nando al reprochar unas eventuales declaraciones de Canning del año anterior ante el Parlamento inglés en

las cuales éste se habría jactado de no haber puesto condición alguna a Francia para no interferir la

ocupación militar francesa de España. Vid: Chateaubriand al Príncipe de Polignac. París, 12 de marzo de

1824. En: CHATEAUBRIAND, F.A., de: Op. Cit., pp.158 y ss

14) A pesar de la variedad de trabajos monográficos alrededor de los entretelones del agitado Congreso de

Verona, parece existir todavía múltiples temas por profundizar respecto de los supuestos pactos secretos

entre varios de los Aliados, acordados antes y después de la Clausura de la cumbre europea, respecto del

caso español, y eventualmente del caso hispanoamericano. Por una parte, las relaciones y compromisos

previos y personales del Plenipotenciario británico, Duque de Wellington, con Austria y Prusia -con los que

a veces parece más cercano que a su jefe en F.O-; y por la otra, entre Castlereagh y el Vizconde de

Chateaubriand, y a continuación entre Canning y éste, quien precisamente había dejado su puesto de

Embajador en Londres para participar en Verona como Plenipotenciario francés y ocupar a continuación el

cargo de Ministro de Asuntos Extranjeros francés desde donde monitorearía la victoriosa invasión española,

incluso casi por encima del Conde de la Villèle, Presidente del Consejo de Gobierno galo. Lo cierto es que

leídas las entrelíneas de la correspondencia del Vizconde y sus posteriores Memorias sobre la época, todo

parecería indicar la preexistencia de un complejo, aunque tácito proyecto para actuar de consenso entre

Francia e Inglaterra en el desenlace de la independencia de las colonias españolas; obviamente, hasta donde

los límites de los objetivos, y sobre todo intereses nacionales de sus respectivos gobiernos, parlamentos,

monarcas y comerciantes, lo permitiesen. El objetivo común no habría sido otro que la recuperación, frente a

los EE UU., de la ya perdida iniciativa e influencia europea en el Nuevo Mundo post-independiente. De no

haberse dado dicha entente, lo que si quedaría claro es la expresa y reiterada voluntad de Chateaubriand de

buscar un acuerdo con Inglaterra, antes que con el resto de potencias continentales para, cuando menos,

además de lograr la pretendida recuperación de la iniciativa europea en Hispanoamérica, neutralizar

cualquier tentativa unilateral de Inglaterra para alinderarse con los EE.UU., respecto del caso hispanoameri-

cano. Vid: TESSIER, George: "Canning et Chateaubriand. L'Angleterre et la France pendant la Guerre

d'Espagne". Revue de Histoire Diplomatique. Paris, 1908; 22 année; pp: 569 y ss.

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Cuba o Puerto Rico–. Por lo mismo, y sin esperar la consumación de lo que ya

parecía un inevitable y plenamente consumado éxito de la expedición al mando del

Duque de Angulema,15 el Foreign Office se apresuró a mover sus fichas, como se ha

dicho, tanto respecto de los EE.UU., como de Francia.

Bien que lo sospechara, bien que lo supiera, Canning se propuso bloquear las dos ma-

yores y más caras aspiraciones francesas respecto de Hispanoamérica, una vez restau-

rado Fernando 7º en su poder legítimo. La primera de ellas buscaría obligar a España

–en verdad al mismo Fernando– a aceptar la instauración de sendos tronos borbó-

nicos en Hispanoamérica.16 La segunda, la convocatoria, previa aceptación de Es-

paña, de una conferencia de mediación colectiva de la Alianza para la solución de la

crisis colonial americana. Con lo primero, Francia no sólo lograría resucitar el temido

Pacto de Familia, sino que buscaría su extensión al Nuevo Mundo. Con lo segundo,

pretendía impedir –o al menos demorar al máximo– la separación definitiva de Ingl-

aterra de la Alianza, inhibiendo el reconocimiento unilateral y anticipado, por parte

de ésta, de los gobiernos insurgentes hispanoamericanos.

Para impedir ambas cosas, Canning buscó inicialmente la alianza de los EE.UU., pro-

poniéndole, a su Ministro en Londres, a mediados de agosto de 1823, la concertación

de una acción conjunta centrada en cuatro principios, de los cuales el 3º implicaba

una expresa y mutua renuncia a «…cualquier parte o posesión española en Amé-

rica..»; y el 4º, no permitir la transferencia de alguna parte de tales dominios a una

tercera Potencia.17 Admitido el muy probable rechazo norteamericano a su plataforma

15) Diarios y pormenorizados informes recibía el F.O., de la marcha y arrollador triunfo, a lo largo de toda

España, de los Cien mil hijos de San Luís -en verdad fueron ciento cuarenta mil en total-, tanto desde la Pe-

nínsula misma, como desde París, en particular del Duque de Wellington. Vid: FUENTES, Juan Francisco:

"El Trienio Liberal en la correspondencia del Duque de Wellington". Boletín de la Real Academia de la His-

toria, Madrid, CLXXXVI (1989,) nº3, pp: 407 y ss. COSORES, Nadyezdha: "England and the Spanish

Revolution of 1820-1823". Trienio. Ilustración y Liberalismo. Madrid, (1987) nº 9; pp: 40 y ss.

16) Bien lo sospechó Canning pues tal cual empezaron a instruir, a partir del 3 de julio de 1823, el Conde de

la Villéle y Chateaubriand -cada uno por su cuenta- al mismo Duque de Angulema y al embajador francés

ante la Regencia española, cuando las tropas francesas apenas iniciaban el sitio de Cádiz y el Trocadero.

Curiosamente, tres eran los tronos previstos: México, Perú-Chile y Buenos Aires-Paraguay, siendo los

príncipes latinos, Francisco, Luca y Sebastian, los escogidos para tal entramado borbónico en América. Vid:

Villéle, J.B:S.J, Comte de: Mémoires et Correspondance du Comte de Villéle; 5 Vols; París -Molliere Edit-

1888-90, Vol. IV, p: 188 y 189. ROBERTSON, William Spencer: France and Latin-American

Independence. Baltimore -The Johns Hopkins Press-, 1939, p: 261 y ss.

17) G .Canning a R.Rush, Londres, 16 y 20 de agosto de 1823. Las dos primeros postulados sentaban el pre-

cedente de la imposibilidad por parte de España de recuperar su soberanía en las colonias ya emancipadas,

como la del reconocimiento de ellas por parte de Inglaterra como un asunto de tiempo dependiente de las

circunstancias que así lo propiciasen. F[oreign] S[tate] D[epartment], M[anuscript]s; D[ispatch from]

G[reat[] B[ritain]; XXIX. En: MANNING, William R: Diplomatic Correspondence of the United States

concerning the Independence of the Latin American Nations; 3 Vols; New York -Oxford University Press-

1925; III, pp: 1475 y ss. Vid: BARCIA TRELLES, C: Doctrina de Monroe.. Loc. Cit., pp: 75 y ss. TEM-

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anti–expansionista en los restos del imperio español en América,18 Canning jugó de

inmediato igual carta con Francia.

El 1º de octubre de 1823, el mismo día en que Fernando, liberado por las tropas fran-

cesas, desembarcaba en el Puerto de Santa María y declaraba nulo todo lo actuado

por las Cortes y Gobiernos constitucionales, Canning convocó a su despacho al

Embajador francés, Príncipe de Polignac, iniciando con él una serie de largas e

intensas conferencias confidenciales tendientes a concretar, no sólo las miras fran-

cesas en Hispanoamérica, sino la concertación de una declaratoria conjunta que inc-

luyese las mismas y mutuas garantías, propuestas mes y medio antes a los EE. UU.,

quienes a la fecha no habían dado respuesta oficial alguna al respecto.19

El 12 de octubre siguiente, Canning presentó a Polignac el texto, en forma de declara-

ción conjunta –Memorándum– de las aludidas conferencias. Por su lado Inglaterra, a

la vez que reiteraba su convicción sobre la impotencia absoluta española para

recuperar por si misma su soberanía en América, reafirmaba su neutralidad activa20

(punto 1º) en dicho conflicto; renunciando de paso a cualquier pretensión territorial

en Hispanoamérica (punto 2º). A su vez, Inglaterra se declaraba libre para decidir,

prescindiendo de sus aliadas europeas, el momento y forma del reconocimiento de los

nuevos gobiernos americanos; lo cual anticiparía en el momento en que alguna

Potencia europea decidiese intervenir militarmente en contra de los mismos. Por su

parte, Polignac, concordando con el enunciado 1º inglés, enfatizaba en nombre de

PERLEY, Harold: The foreign policy of Canning, 1822-1827. England, the Neo-Holly Alliance, and the New

World. London -Frank Cass & Co Ltd- 1966; pp: 110 y ss. PERKINS, Dexter: Historia de la Doctrina Mon-

roe. B. Aires -Eudeba- 1964, pp: 32 y ss. PEREYRA, Carlos: El mito de Monroe (1763-1860). Madrid -Edit.

Aguilar- 1931; pp: 217 y ss.

18) Como ha sido bien estudiado, en un primer momento, y alegando no tener instrucciones sobre el par-

ticular, Rush se abstuvo de aceptar la propuesta de Canning, reduciéndose a remitir -23 de agosto siguiente-

la oferta inglesa al Secretario Adams. En la misma fecha, Canning urgió una respuesta a Rush participándole

confidencialmente la inminente convocatoria de un Congreso europeo para tratar sobre el asunto de las

colonias españolas en América. El 28 de agosto, en un extenso informe a Adams, Rush le anticipó que de no

recibir oportunamente las instrucciones requeridas, respondería a Canning que suscribiría de inmediato la

propuesta declaración conjunta una vez Inglaterra procediera a reconocer los nuevos gobiernos hispanoame-

ricanos, conforme lo habían hecho los EE.UU. FSD; Ms; DGB; XXIX. En: MANNING, W. R: Op. Cit., III,

pp: 14 y ss.

19) Monroe tan sólo conoció el texto de la propuesta de Canning el 9 de octubre de 1823 cuando se disponía a

pasar algunos días a su casa de Oakwood, Virginia. A partir de entonces, bajo sus instrucciones, el Secretario

Adams inició una serie de consultas confidenciales -escritas y verbales- con los ex presidentes vivos e

influyentes personajes norteamericanos, como se reseñará a continuación. SCHELLENBERG, T.B.;

"Jeffersonian Origins of the Monroe Doctrine". En: The Hispanic American Historical Review; XIV (1934),

nº1, pp:1 y ss.

20) No intervención armada en la guerra entre España y sus colonias rebeldes, salvo que una tercera potencia

dicidiese hacerlo poniéndose al lado de España.

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Francia un igual desinterés territorial en Hispanoamérica (punto 2º), negando además

cualquier plan de secundar militarmente a España en la región (punto 4º); deseando,

no obstante, ver instaurada en Hispanoamérica una forma de gobierno monárquica o

aristocrática por crearla Francia como la más adecuada para los nuevos Estados

hispanoamericanos; todo lo que finalmente correspondería decidir al monarca es-

pañol, una vez estuviese éste plenamente restaurado en su trono de Madrid. A cambio

de tantas y mutuas renuncias, tanto Inglaterra como Francia declinaban recibir ven-

taja o trato alguno preferencial, individual y excluyente, en su comercio con Hispano-

américa; bien que les fuera ofrecido por España, o en su caso, por los mismos países

hispanoamericanos; conviniendo en que España los recibiese de éstos, acomodán-

dose, una y otra, bajo el principio de la Nación más favorecida. Sin haber sido men-

cionadas específicamente, las islas de Cuba y Puerto, quedaron por el momento ga-

rantizadas a España por el referido pacto Canning–Polignac.21

Tanto la inicial propuesta de Canning a los EE. UU., como el ‘Memorándum

Polignac’ cruzaron rápidamente el Atlántico norte.22 Conforme se ha debatido con

21) Lo cierto fue que quien monitoreó la posición francesa en estas conversaciones fue el mismo

Chateaubriand quien oportunamente remitió instrucciones precisas a Polignac; entre ellas las del 6 de octubre

de 1823. CHATEAUBRIAND, F.A. de: Correspondance Général de..5 Vols. París -Funot- 1913-1924; V,

pp:28-30. Por otra parte, múltiple y exhaustiva es la bibliografía relativa al tema de esta declaración conjunta

que terminó llamándose Memorándum Polignac, y en particular sobre los entresijos anteriores y posteriores

de la estrategia de Canning frente a EE UU., y Francia, dentro de los cuales se discute el efecto -incluso rela-

ción- que una y otra propuesta bi-garante de Canning tuvieron con la subsiguiente declaración -Doctirna- de

Monroe. Vid: TEMPERLEY, Harold: Op. Cit., pp: 114 y ss. BARCIA TRELLES, Camilo; Op. Cit., pp:104

y ss. PERKINS, Dexter: Op. Cit., pp: 43 y ss. PEREYRA, Carlos: Op. Cit., pp:217 y ss. VILLANUEVA,

Carlos A: La monarquía en América: Fernando VII y los nuevos Estados. París -Lib. P.Ollendorf- s/f; pp:

187 y ss. STANTMÜLLER, Georg: Pensamiento jurídico e imperialismo en la historia de Estados Unidos

de Norteamérica. Madrid -Inst. Est. Políticos- 1962; pp: 32 y ss. B[ritish and] F[oreign] S[tate] P[apers],

London -W. Ridgway- 1843, t.11, p:49 y ss.

22) La inicial propuesta de Canning a Rush llegó a Washington el mismo día -9 de octubre de 23- en que Po-

lignac cerraba con el Ministro Canning su famoso Memorándum. Al conocer Canning la liberación y rest-

auración de Fernando 7º, instruyó a su Ministro en París, Charles Stuart, para proponerle a Chateaubriand un

plan conjunto para la solución del caso hispanoamericano por fuera de las restantes potencias continentales

que, a excepción de Rusia, no tenían posesiones en América. Así lo hizo éste el 13 de octubre de 1823; oferta

que si bien el Ministro francés no la rechazó de plano, por simple y elegante lealtad dinástica, lo pospuso en

tanto el rey español estuviera en el ejercicio de la plenitud de su poder. M[inistère des] A[ffaires] E[trangè-

res]; E[spagne] Leg.724. CHATEAUBRIAND, F.A., de: Memorias de.. pp:125. Por su lado, todo el esfuerzo

subsiguiente de Chateaubriand se orientó a obtener del nuevo gobierno español dos de los principales

instrumentos con los cuales Francia podría ganarle de mano a Inglaterra en el asunto Hispanoamericano: la

convocatoria de la nueva Conferencia de Mediación en París y el Decreto de Libre Comercio con

Hispanoamérica para todos los aliados y amigos de España. No sin extremo candor, pensaba el Ministro

francés que con lo primero, y de no obtenerse el reintegro de Inglaterra al sistema de la Alianza, quedaría

desenmascarado el plan ant legitimista inglés de obrar por su parte y en consenso con los EE. UU., respecto

de los nuevos gobiernos americanos. Con lo segundo, aspiraba a anular el último argumento inglés -supues-

tos perjuicios a sus intereses comerciales en Hispanoamérica- al quedar equiparadas todas las potencias

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detalle en la profusa bibliografía del tema y momento, la propuesta inglesa produjo

una inesperada conmoción política en el Gobierno de Washington, que terminó por

involucrar, entre otros, pero de manera singular, a los únicos ex–presidentes vivos,

Jefferson y Madison. Al menos tres partidos se formaron en torno a la sugerida

alianza británica: aceptación plena, condicionada, o rechazo puro y simple de la

misma23. La extraordinaria claridad mental, y no menos solitaria lógica–política del

Secretario de Estado, J.Q. Adams, enfrentado a la vacilante postura del Presidente

Monroe –influido por Jefferson y Madison y otros destacados miembros del

Gabinete, entre éstos J.C. Calhoun y S.L. Southard, Secretarios de Guerra y Marina,

respectivamente– uno y otros prematuramente entusiasmados con la propuesta de

Canning, llevaron bien pronto al Gobierno norteamericano a adoptar una todavía más

radical y fundamental Doctrina sobre la cual sustentarían los EE UU., su no ocultada

pretensión de hegemonía continental.

Antes que renunciar al largo aislamiento exterior impuesto, casi como dogma, por el

mismo Washington desde su Mensaje de Despedida, Monroe y Adams terminaron

por radicalizar aquél, consumando la primera bipolarización político mundial,

presentida desde la misma Declaración de Independencia angloamericana, en dos

grandes esferas continentales: América–Europa; Antiguo–Nuevo Mundo; Libertad–

Autoritarismo; República–Monarquía. Tal llegó a ser el Mensaje anual del Presidente

Monroe al Congreso (2 de diciembre de1823), dentro del cual bastaron tan sólo tres

parágrafos para conformar lo que luego se dio por llamar Doctrina Monroe,24 los

mismos con los que los jóvenes EE UU., enfrentaron, terminante e inequívocamente,

cualquiera de las pretensiones territoriales en América por parte de Rusia, Inglaterra,

Francia y paradójicamente, también Hispanoamérica; dejando de paso manifiestas sus

nuevas miras anexionistas sobre el Noroeste y el Sur del continente, incluido en éste

último designio, el Golfo de México.

europeas - incluso Norteamérica- en el goce de unas mismas ventajas comerciales. La tardanza y limitación

con que España accedió a una y otra cosa, anuló esta primera gran estrategia francesa frente a Inglaterra y

terminó por precipitar la caída de Chateaubriand.

23) Entre otros: Vid: TEMPERLY, Harold: Op. Cit. pp: 103 y ss. BARCIA-TRELLES, Camilo: Op. Cit., pp:

96 y ss. RIPPY, J. Fred: Op. Cit., pp: 51 y ss. SCHELLENBERG, T.B: Op. Cit., pp: 14 y ss.

24) Conforme ha sido largamente estudiado, sólo los parágrafos 7º (No colonización futura en América por

parte de Europa, en principio dirigido a Rusia, pero extensible a cualquier pretensión similar de la Alianza);

48 (No intervención europea en los asuntos americanos) y 49 (No intervención norteamericana en Europa)

del aludido Mensaje, conformaron la llamada Doctrina Monroe. Vid: PEREYRA,Carlos: Op. Cit., pp: 257 y

ss. MONTFERRANT, Barral: "La doctrine de Monroe et les évolutions succesives de la politique étrangère

des États-Unis". En: Revue d'histoire diplomatique. París, 1903, 17 année; pp: 594 y ss; 1094, 18 année; pp:

21 y 378, ss. PERKINS, Dexter: Op. Cit., pp: 32 y ss.

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b) La «Ley de la gravitación natural»

Como se ha advertido, hasta el momento, ninguno de los actores mencionados había

hablado oficial y específicamente de Cuba y Puerto Rico, con la excepción de Jef-

ferson, Madison y Adams25 que lo habían hecho a título confidencial. No obstante, ta-

les islas habían estado implícitamente presentes en la mente de las aperturas y discu-

siones precedentes. Fue precisamente a raíz de las consultas y debates propiciados

por el gobierno norteamericano, con ocasión de la respuesta que habría de darse a la

propuesta de Canning, y muy a continuación, con ocasión del Mensaje–Doctrina de

Monroe, que los EE UU., singularizaron, en torno a Cuba y Puerto Rico, el contenido

y alcance de las pretendidas garantías, individuales o conjuntas, originalmente sugeri-

das por Inglaterra.

Al apropiarse e instrumentar tan hábilmente la iniciativa de Canning, los EE UU.,

dejaban cubiertos, al menos frente a Europa, y de manera pragmática y mediática, los

tres grandes objetivos de su futura política respecto de Cuba y Puerto Rico: el total y

sistemático rechazo a un cambio de dominio de ambas islas, y con ello la pérdida, en

favor de una Potencia europea, de tan importante bastión geo–estratégico; la eventua-

lidad de una emancipación revolucionaria, incontrolada y racista, como había

ocurrido en el Santo Domingo francés, con sus inevitables consecuencias sobre los

Estados esclavistas del sur; y finalmente, posponer para un futuro –entonces incierto–

una eventual anexión o admisión de Cuba y Puerto Rico, precisamente como nuevos

Estados esclavistas de la Unión norteamericana, eludiendo por lo pronto lo que, en

tales fechas, ello hubiera implicado para el frágil equilibrio político interno de los EE.

UU.

Cara los eventuales designios europeos respecto a Hispanoamérica, concomitantes

con el definitivo desmarque inglés de Alianza a raíz del desenlace liberal español, el

recelo preventivo del gobierno norteamericano había sido mucho más temprano y ex-

plícito que el inglés. Ya entonces Cuba y Puerto Rico pasaron a ser el meollo de las

preocupaciones del Gobierno norteamericano en sus relaciones con Europa. Con anti-

25) Suele citarse siempre el candor y desinhibición con que el ex-presidente Jefferson planteó al Presidente

Monroe -Monticello, 24 de octubre de 1823- el peligro que encerraba la cuarta proposición de Canning, la

que implicaría para los EE UU la permanente renuncia a una futura -y una vez más, inevitable- adquisición,

anexión o admisión de Cuba y Puerto Rico, como partes integrantes de la Unión. Menos explícita, pero de

igual implicación, fue la posición de Madison - 30 de octubre de 1823. Adams recogió, con beneficio de

inventario, uno y otro planteamiento, conforme lo dejó consignado en su Diario correspondiente al 7 de

noviembre de 1823, cuando estaba ya perfilado el debate de fondo sobre la propuesta y respuesta de y a

Canning. Vid: BARCIA-TRELLES: Op. Cit., pp: 89 y ss. SCHELLENBERG, T.B: Op. Cit., pp: 14 y ss.

CHADWICK, Freench Ensor: The relations of the United States and Spain. Diplomacy. 2 Vols. London -

Chapma & Hall, Ltd- 1911, t.I, pp: 191 y ss. PEREYA, C: Op. Cit., 230 y ss.

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cipación al Congreso de Verona, habiendo obtenido del primer gobierno liberal

español la ratificación del Tratado de cesión de las Floridas, y no sólo temiendo una

eventual injerencia militar de la Alianza en Hispanoamérica, sino aduciendo

específicamente un inminente desembarco inglés en Cuba y Puerto Rico, so pretexto

de perseguir y aniquilar el sinnúmero de piratas que desde ambas islas asolaban el

comercio inglés,26 el Presidente Monroe había anticipado algunas acciones concretas

y precautelativas tendientes a asegurar la permanencia del estatus colonial español de

Cuba y Puerto Rico, pero en especial de la primera de ellas.

A mediados de diciembre de 1822, el Secretario de Estado, J.Q. Adams, en una larga

nota instruyó a Hugh Nelson, Ministro en Madrid, sobre las miras de los EE. UU.,

respecto de Cuba y Puerto Rico. Haciéndose eco de las admoniciones de Jefferson,

las pretensiones norteamericanas empezaban por definir tales islas como apéndices

naturales de la Unión, no sólo en virtud de su especial localización geográfica, sino

por su trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales norteame-

ricanos.27 Al marcar esta impronta, Adams vaticinaba que, y antes de medio siglo, no

sería posible a los EE.UUU resistir «...la anexión de Cuba a nuestra República Fe-

deral.. [lo que] será indispensable a la comunidad e integración de la Unión misma...

26) Conforme aconteció, a finales de dicho año de 1882, cuando un escuadrón inglés desembarcó en la Isla

para destruir los reductos piratas que España no podía o no quería aniquilar. Previamente a dicha acción

punitiva, Canning instruyó a su Ministro en Washington, Stratford Canning (Londres, 7 de diciembre de

1822), para que diera al gobierno norteamericano todas las garantías del caso en cuanto a la temporalidad de

dicha invasión; advirtiéndole que debería a la par indagar minuciosamente sobre las pretensiones

norteamericanas sobre Cuba y Puerto Rico. PRO, FO (USA) 5, Leg.165. Sin embargo, a finales de 1822,

cuando ya sesionaba el Congreso de Verona, el recelo americano resultaba un pretexto más justificado. Si

bien en la agenda del Congreso se incluyó como tema a resolver el asunto de la piratería en los mares es-

pañoles de América, el memorándum inglés del 24 de noviembre de 1822, dejó bien claro que Inglaterra se

veía obligada, antes que a invadir, a reconocer de hecho los nuevos gobiernos hispanoamericanos para

solucionar con ellos, dada la impotencia militar española, el insostenible y precario estado de la seguridad

marítima en las aguas del Caribe y Golfo de México.

27) La importancia porcentual del comercio norteamericano con Cuba y Puerto Rico durante el decenio 1816-

18126 queda reflejado así (Para un detalle de las cifras relativas, ver el apéndice nº 1):

Exportaciones totales (propias y re-exportaciones) 1816-1826 1823-1826

Sobre el total de lo exportado a las Indias Occidentales 36.9% 51.4%

Sobre el total exportado por los EE. UU. 7.8% 7.9%

Importaciones totales (en navíos propios y extranjeros) 1821-1826 1823-1826

Sobre el total de lo importado desde las Indias Occidentales 48.7% 49.1%

Sobre el total importado por los Estados Unidos 14.3% 6.9%

Fuente: B&FSP, London 1854, Vol .XIV, 1826-1827; pp: 1210 y ss. BUREAU of the Census: Histo-

rical Statistics of the United States, 1789-1945. Washington –Government Printing Office– 1949; pp:

242 y ss.

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Es obvio que no estamos preparados aún para este acontecimiento..[lo que sería] cri-

ticado tanto entre nosotros como en el extranjero. Pero existen leyes de gravitación

política como existen leyes de gravitación física: y así una manzana combatida por la

tempestad en su árbol nativo no puede elegir sino caer en tierra, Cuba desunida por la

fuerza de su actual y artificial unión con la España, e incapaz de someterse a si

misma, solo puede gravitar hacia los EE.UU., que por la misma ley de la naturaleza

no pueden desampararla en su caída. Por lo tanto la transferencia de Cuba a la Gran

Bretaña sería un hecho contrario a los intereses de los EE.UU.,...» 28 Cuatro meses

más tarde –abril de 1823– Adams remitió a Nelson unas más perentorias instruccio-

nes al respecto, esta vez induciéndole a declarar, al agonizante gobierno liberal

español, sus reales intereses respecto de Cuba y Puerto Rico.29

Así pues, desde diciembre de 1822 y abril de 1823, los EE.UU., validos de sus expec-

tativas territoriales sobre Cuba y Puerto Rico, habían decidido reafirmar su original

política exterior unilateral, ajena a todo tipo de alianza con terceros Estados. En lo

tocante a los asuntos del continente americano, y en contra a las anticipadas y falsas

expectativas en pro de una alianza continental americana frente a la Europa

legitimista que el Mensaje presidencial de un año después creó en los nuevos

gobiernos Iberoamericanos, en particular de Colombia, Buenos Aires, Méjico y el

Imperio del Brasil,30 los EE.UU., optaron por instituir un sistema geopolítico

totalmente diferente al que, en su momento, Inglaterra y Francia pretendieron

trasladas a América en su forcejeo por imponer una solución propia al caso his-

panoamericano. El mismo fue hemisférico, político y hegemónico: americano y repu-

blicano a cuya cabeza estarían ellos mismos.31

28) J.Q. ADAMS a Hugh NELSON; Washington, 17 de diciembre de 1822. Vid: MOORE, John Basset: A

Digest of International Law. Washington 1906; 8 Vols; Vol.VI, p: 80.

29) J.Q.ADAMS a Hugh NELSON, Washington, 28 de abril de 1823. Ib., Vol. VI, p. 381. En esta ocasión se

le instruyó declarar al Gobierno español la repugnancia de los EE UU respecto de cualquier tentativa de

traspasar dichas islas a otro Estado, debiendo añadir que cualquiera que fuese la condición de CUBA

afectaría «...la felicidad de EU y la buena inteligencia entre nosotros y España...» Por lo mismo, prosigue

Adams «...nosotros consideraríamos cualquier tentativa de trasferencia de la isla, contra la voluntad de sus

habitantes, como acto subversivo de sus derechos, así como de nuestros intereses; cosa que nos daría

perfecto derecho para resistir la cesión y declarar su propia independencia. Si este caso llegase, los

EE.UU., quedarían completamente justificados al darles su apoyo para lograr su separación...». Para

reforzar su acertijo, Adams concluye su oficio advirtiéndole a Nelson: «...El dominio de España en norte y

sur de América ha terminado..!»

30) Para un interesante y resumido análisis al respecto, Vid: BARCÍA TRELLES: Op. Cit., pp: 129 y ss.

31) Por su parte, el sistema, tanto inglés como francés, eran antes que nada anti-geográfico: Hispanoamérica

sería un apéndice político europeo -no un hemisferio separado- conformado sobre formas de gobierno mo-

nárquicas o aristocráticas. No obstante, Francia aspiraba a imponer una hegemonía borbónica, relegando a la

vez cualquier dominancia política y comercial de Inglaterra y los EE.UU. Por su parte, si bien Inglaterra se

contentaba con un mero predominio comercial del mercado iberoamericano, se propuso extrapolar a América

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No obstante, en principio, tantos los EE UU., como Inglaterra y Francia, aparentaban

coincidir en una misma cosa: eliminar –o al menos ocultar y por lo mismo, posponer–

la disputa territorial en América, reduciendo por lo pronto su lucha por la influencia

en el futuro hispanoamericano a una mera competencia política y comercial, ésta

última llevada a cabo bajo los mismos principios de igualdad, reciprocidad y máxima

libertad entre dichas potencias. Sin embargo, para 1823, las de no poco ocultadas

apetencias expansionistas norteamericanas continentales –al oeste del grado 32 de

latitud pactado en el tratado de las Floridas (Texas)–, y sobre todo insulares respecto

de Cuba y Puerto Rico, impusieron una estricta lógica política al Gobierno de

Washington: rechazar cualquier tipo de alianza con Europa que involucrase

recíprocas renuncias territoriales en América.

Lo único que quedaba a los EE UU., era, sino anticiparse a Europa, al menos repetir

al gobierno de España, su propia, individual y siempre condicional garantía territo-

rial, exclusivamente sobre Cuba y Puerto Rico, –implícitamente contenida en los

apartados 48 y 49 del Mensaje de Monroe– a cambio del reconocimiento, por parte

de aquella, de la independencia de los llamados gobiernos rebeldes de América. Sin

mediar un arreglo o alianza prematura con los nuevos gobiernos americanos, los EE

UU., jugaban individualmente una misma carta, con dos caras diferentes, que le

reportaría un doble y obligado agradecimiento: Una parte, de España por la aparente

garantía que le aseguraría el reducto colonial insular de su Imperio americano; y por

la otra, de parte de los nuevos socios americanos por el reconocimiento obtenido en

su nombre de su ex–metrópoli.

Ahora bien, cara a sus inmediatas rivales europeas, la exigencia norteamericana de un

reconocimiento previo, por parte de España, conllevaba una sutil y compleja táctica

política. Como el Mensaje Monroe no excluía por sí la adquisición pacífica –

mediante venta o cesión– de Cuba o Puerto Rico por parte de cualquier potencia

europea –en verdad por Francia o Inglaterra–, las pretensiones norteamericanas para

una futura anexión de dichas islas no estaban, de manera alguna, aseguradas frente a

ambas Potencias. Y este riesgo era entonces mucho más evidente desde el momento

en que, tanto Inglaterra como Francia, y desde luego los mismos EE. UU., habían de-

cidido individualmente observar una estricta neutralidad en la guerra que enfrentaba a

España y a sus antiguas colonias americanas.

En virtud de tal compromiso, cabía la posibilidad, siempre latente y por lo demás le-

gítima, que alguna de sus dos rivales europeas decidiese ocupar alguna o ambas islas,

su sistema de equilibrio o balance de poder similar al ensayado con éxito en Europa. Para ello intentó una

misma fórmula de «mutuas garantía territoriales», en un comienzo de tipo bilateral, y más tarde trilateral -

EE UU-Inglaterra; Inglaterra-Francia; Inglaterra-Francia-EE.UU., conforme a sus diferentes y sucesivas pro-

puestas a los gobiernos del caso.

Page 21: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

17

pretextando, en su momento, una respuesta retaliadora frente a cualquier

participación o ayuda militar dada por la otra a España para la reconquista de todos, o

algunos, de sus ex–dominios en el continente americano; como también alegando

cualquier justificación meramente circunstancial, como podría ser la persecución y

extinción del indiscriminado azote de los corsarios españoles a su comercio en el

Caribe.

De llegar a darse cualquiera de tales eventualidades, los EE UU., se apresuraron a re-

clamar igual derecho de intervención en Cuba y Puerto Rico, la cual de adujo, en nin-

gún momento, sería en contra de intereses hispanoamericanos propiamente tales, sino

exclusivamente extra–europeo, puesto que con ello tan sólo se impediría, tal cual

decía el Parágrafo 7º del Mensaje Monroe, una nueva colonización en América por

parte de alguna Potencia europea. Esto último, sin embargo, implicaba un abanico

muy amplio de posibilidades que el gobierno de Washington se reservó el derecho de

concretar, una vez llegado el caso, según sus interese vitales: la anexión, pura y

simple, de ambas islas; la admisión de las mismas en la Unión, luego de una

declaratoria de independencia; o en su defecto, una invasión temporal, simplemente

precautelativa; sin descartar, llegada la ocasión, la declaratoria de guerra en contra de

España y su aliada militar enfrentados a alguno de los gobiernos hispanoamericanos,

ya reconocidos por los EE UU.

Sin embargo, y como el Mensaje Monroe fue interpretado de manera singular por

buena parte de los nuevos gobiernos americanos,32 la oferta de neutralidad norteame-

ricana arrastró un nuevo y más complejo desafío a la política de Washington, tanto

cara a los referidos gobiernos «hermanos» de América, como respecto de las Poten-

cias europeas, en particular cara a España de quien se pedía el reconocimiento previo

de tales gobiernos, a cambio de lo cual los EE UU., le garantizarían el dominio colo-

nial sobre Cuba y Puerto Rico.

En tanto no cesase la guerra entre España y sus ex–colonias, existía el riesgo, que al-

gunos de dichos beligerantes – conforme aconteció por parte de Colombia y México–

decidiesen invadir, anexar o liberar a Cuba y Puerto Rico, en cualquier caso, como

32) Como ha sido estudiado, los gobiernos de Colombia, México, Buenos Aires e incluso el rebelde Imperio

del Brasil de entonces, se apresuraron a interpretar el Mensaje Monroe como un ukase global por el cual los

EE UU., a la vez que anulaba el ukase precedente ruso, asumían la iniciativa de crear una zona de exclusión

total en el hemisferio americano frente a cualquier pretensión de injerencia de la Alianza en los destinos del

continente americano; esto es, como una especie de cinturón protector para su ganada independencia política.

Muy poco tiempo después quedaría manifiesto que la Doctrina Monroe era, antes que nada, por su origen y

contenido unilateral, un instrumento exclusivamente de defensa de los intereses y pretensiones norte-

americanos, antes que continental, y en particular de sus futuros proyectos expansionistas en América.

INMAN, Samuel Guy: "The Monroe Doctrine and Hispanic America". En: The Hispanic American

Historical Review, IV (1921), nº 4; pp: 635 y ss. CREAVEN, W.F: "The Risk of the Monroe Doctrine ". En:

The Hispanic American Historical Review, VII (1927), nº 3; pp: 320 y ss.

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18

parte de su estrategia militar tendiente a obligar a España a firmar la paz con ellos.

Ante la eventualidad cierta de una pérdida definitiva de dichas islas, ya no tanto por

capacidad de tales gobiernos hispanoamericanos para perfeccionar sus proyectos,

sino por la injerencia que dichas intentonas pudiera arrastrar por parte de Inglaterra o

Francia, el gobierno de Washington, impedido en todo sentido por la Declaración–

Mensaje de Monroe, de afrontar un prematuro enfrentamiento militar con sus recién

admitidos socios hemisféricos, se vio obligado a perfeccionar su ya sofisticada

estrategia diplomática: impedir la intromisión –exitosa o no– de uno o varios

gobiernos hispanoamericanos en los destinos de Cuba y Puerto Rico.

De no lograrlo, los EE UU., quedarían abocados por parejo, o bien a aliarse con Es-

paña para asegurar la continuidad del estatus colonial de dichas islas –con todas las

consecuencias que tal acto implicaría para sus ambicionadas pretensiones territoriales

y sobre todo hegemonía continental–; o bien, anticiparse diplomáticamente a los

proyectos militares de sus socios americanos, frustrando o anulando sus proyectos

emancipadores o anexionistas acometiendo –conforme tuvo que hacerlo– una no

menos intensa y sutil acción diplomática, tanto en Europa como en Hispanoamérica

misma. Fue esto lo que con suprema habilidad y eficacia orquestaron el Presidente

J.Q. Adams y su Secretario de Estado H. Clay.

Por todo lo anterior, la exigencia del reconocimiento previo español significaba para

la estrategia diplomática global norteamericana el cese de la guerra en América y por

lo mismo la condición óptima para asegurar el mantenimiento del estatus colonial de

Cuba y Puerto Rico, que a su vez era lo más conveniente a sus apetencias diferidas

sobre ambas islas. La continuación de la guerra, era, por ello, el riesgo más inmediato

de perdida de las mismas, como el camino más expedito a una eventual guerra, tanto

con Europa como con Hispanoamérica, evento que de todas maneras los EE UU., ni

querían, ni estaban seguros de poder ganar, al menos en el primero de los casos. Así

pues, a partir de finales de 1823, toda la iniciativa diplomática de Washington estuvo

dedicada a conseguir el requerido reconocimiento de los gobiernos hispanoamerica-

nos, bien fuera por parte de España –lo ideal– o al menos por Inglaterra, la única que

en Europa había manifestado una disposición cierta al respecto.

2.) Un corto intermedio (1824)

Todo lo anterior de manera alguna pasó desapercibido en Europa, en particular por la

perspicaz mente de Canning, quien a partir del Mensaje de Monroe, reestructuró su

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estrategia política y diplomática dedicándose a anular, o al menos minimizar, la ya

manifiesta y explícita declaratoria de hegemonía americana por parte de los EE UU.33

Fue pues Inglaterra quien reasumió la iniciativa diplomática europea respecto al

asunto hispanoamericano, y en último término, y de manera muy singular,

involucrando el presente y futuro de Cuba y Puerto Rico.

En tanto Francia, en especial su Jefe de Gobierno Villèle, y su no menos impaciente –

próximo a caer en desgracia ante Luis XVIII– Ministro de Asuntos Exteriores, F.A.

de Chateaubriand, veían cada día como la tozudez e inercia de los sucesivos go-

biernos españoles de la restauración,34 deshacían su estrategia político diplomática

33) Dos cosas parecen haber primado en la estrategia de Canning a partir del Mensaje Monroe: por una parte,

su complacencia por la exclusión rusa del noroeste americano, lo cual dejaba abierta las halagüeñas

perspectivas comerciales que Inglaterra abrigaba para el comercio directo entre Canadá y China; y la otra,

asegurar su predominio, en principio político y comercial, respecto de los nuevos Estados his-

panoamericanos. Teniendo la plena soberanía y control militar sobre posiciones tan estratégicas en el Caribe

como lo era -y sigue siendo- el archipiélago de las Bahamas -y con él un inminente y permanente control

sobre el Canal de la Florida y el consiguiente acceso al Golfo de México- y Jamaica e islas periféricas, el

asunto de Cuba y Puerto Rico, le resultaba -por fuera de su valor comercial- un elemento meramente táctico

frente a España, Francia, los EE. UU, Colombia y México. Lo singular, fue que su contraparte en el gobierno

norteamericano, la mente no menos excepcional de J.Q. Adams, percibió exactamente lo que Canning se

proponía en contra de los EE UU. De allí el extraordinario equilibrio de fuerzas y resultados en el forcejeo

político y diplomático mutuo durante todo el tema y periodo objeto de este trabajo. Vid: TEMPERLEY,

H.W.V: "The later american policy of George Canning". En: The American Historical Review; XI (1906),

pp: 779 y ss. Adams, John Quincy: Memoirs of.. comprising portions of his diary from 1795 to 1848. Edited

by Charles Francis Adams. Filadelfia 1875-77; VI, p: 64 y ss. GUERRA, Ramiro: La Expansión territorial

de los Estados Unidos. La Habana - Edit. Ciencias Sociales- 1975; pp: 157 y ss.

34) Frente a dicha inercia española, cercados por el anticipo de Canning, lo único que acertaron a hacer

Chateaubriand y Villèle, fue renovar su pretendido liderazgo en el asunto español e hispanoamericano cara a

las restantes Potencias Aliadas continentales. El 13 de octubre de 1823, cuatro días después de firmado el

Memorándum, y mientras Fernando 7º no se resolvía todavía en regresar a Madrid, Chateaubriand convocó a

los Ministros aliados para darles un informe, tanto de la declaración bilateral firmada con Inglaterra, como de

la propuesta de Canning para un entende franco-inglés por la que ambos gobiernos actuarían por fuera del

resto de los aliados en el asunto hispanoamericano; lo cual dijo había rechazado dada su voluntad de actuar

en consenso con la Corte de Madrid; negociaciones éstas las cuales aspiraba Francia centralizar en París.

VILLANUEVA, C. A: Op. Cit., pp: 186 y ss. El 1 de noviembre, Chateaubriand remitió a los Ministros fran-

ceses en Berlín, Viena y St. Petersburgo, una copia del Memorándum adjuntándoles un nuevo compendio de

la política legitimista, pero transaccionista del gobierno francés respecto de la solución del caso hispano-

americano; todo lo cual requería la reunión urgente de la Conferencia de Mediación en París, a más tardar a

comienzos de diciembre de dicho año de 1823, y en la que se deberían tratar tres temas: a) Si los aliados

deberían reconocer la independencia de Hispanoamérica una vez Inglaterra lo hiciese por su cuenta; b) Que

no teniendo ni Rusia, ni Austria, ni Prusia colonias en Hispanoamérica, permitirían que Inglaterra y Francia

se entendiesen directamente según sus intereses; 3º) Si España continuaba rehusándose a todo arreglo con

sus colonias, reivindicando sus derechos en América -sin tener los medios para reconquistarlos- quedaba

cada Potencia en libertad para actuar conforme a sus propios intereses. MAE, M[émoirs et] D[ocuments],

A[mérique]; Leg.35 CHATEAUBRIAND, F.A. de: Congreso de.. Vol. II; pp:307-08

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cara a sus aliados continentales, y sobre todo respecto de Inglaterra,35 ésta decidió por

su cuenta reabrir su frente diplomático en Madrid. El 31 de marzo de 1824 –

ratificado luego el 4 de abril siguiente, Willian A'Court, Ministro inglés en España,

siguiendo precisas instrucciones previas de Canning,36 a la vez que manifestó al

35) Tan sólo con el ascenso del Conde de Ofalia -enero de 1824- pudo Francia obtener una nueva convoca-

toria de la mal pedida Conferencia de Mediación europea (26 de diciembre de 1823) y un no menos inocuo

decreto de libertad de comercio con Hispanoamérica en favor de los aliados europeos (9 de febrero de 1824).

A la primera, no sólo por los premeditados defectos de su convocatoria, sino por su anticipado fracaso, se

negó a asistir Inglaterra; todo lo cual terminó imponiendo el desinterés y abandono de la mismas por parte de

Francia, al quedar así desarticulado el propósito inicial francés de "amarrar" la preanunciada decisión inglesa

de reconocer unilateral a los gobiernos insurgentes hispanoamericanos. El nulo efecto de la pretendida liber-

tad comercial, frente a Inglaterra y demás socios europeos, acabó por deshacer la inicial estrategia francesa.

El gobierno de París decidió entonces obrar por su cuenta, unas veces queriendo anticiparse a Inglaterra, y

otras más siguiendo a saltos las pisadas de Londres.

Un mes antes, el 12 de noviembre de 1823, Chateaubriand ofició terminante, sino angustiadamente, al Em-

bajador francés en Madrid, Marqués de Talaru, comunicándole los preparativos militares que Francia había

decidido ejecutar en las Antillas. Al considerar que estaban en serio peligro los «..intereses esenciales de

Francia...» en dicho hemisferio, le recalcó la urgencia que existía para que España se resolviese, de una vez

por todas, sobre el futuro de sus colonias Hispanoamericanas. Como «... no podemos dejarnos embaucar con

la lentitud española...» debía exigir una respuesta categórica al respecto. Le advierte también que si bien

Luis XVIII ha decidido enviar sendos Comisionados a Colombia y México con el objeto de sondear solucio-

nes a sus pretensiones de reconocimiento, discutir arreglos posibles con los prohombres sublevados y ofrecer

la mediación de Francia con España, no por ello Francia ha dejado de pensar en que todavía es posible

entronizar, al menos en México, un Infante borbón. Por todo ello, le emplaza a obtener del nuevo gabinete

español al menos las siguientes respuestas inequívocas: Si España quiere o no negociar con sus ex-colonias y

de acuerdo con sus Aliados: 2º) Si teme exponer sus derechos en estas negociaciones comunes; 3º) Si

conservando alguna esperanza en América, España espera todavía sacar más ventajas que sacrificios.

Chateaubriand concluye su nota a Talaru advirtiendo a España que Francia no podía resignarse a que el resto

de Europa le privase de los beneficios del inmenso mercado suramericano. Tampoco permitirá Francia,

mientras sus tropas permanezcan en la Península, que Inglaterra intente negociar con España el

reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos, sonsacándole nuevos privilegios, en cuya eventualidad,

lo primero que hará Francia será reconocer inmediatamente a estos últimos. MAE, CP, E; Leg.724

VILLANUEVA, Carlos, Op. Cit., pp: 200 y ss.

A mediados de diciembre de 1823, Francia decidió el envío de los nuevos «agentes confidenciales» a Mé-

xico y Colombia, instruyendo al Comandante Naval del Caribe apoyar, incluso militarmente, el manteni-

miento de la soberanía española en Cuba y Puerto Rico, en caso de estallar alguna sublevación interna en

dichas islas y de pedir tal ayuda los respectivos Gobernadores españoles. Vid: Clermont-Tonnerre (Ministro

de Marina y Colonias) al Conde. Donzelot (Gobernador de Martinica); París, 17.12.1823. En: ROBERT-

SON, W.S: Op. Cit., pp: 319 y ss. El 4 de enero de 1824, Chateaubriand instruyó al Príncipe de Polignac

proponer nuevamente a Canning una acción conjunta para instaurar varias monarquías en Hispanoamérica, lo

cual rechazó Inglaterra. Vid: Chateaubriand, A.F de: Correspondance Général de.., París - Ed. Gunot- 1913-

1924; Vol. V., pp: 114; 129 y ss. La caída subsiguiente de Chateaubriand dejó en manos de Villèle el manejo

de una cada vez más reducida y circunspecta política francesa respecto de Hispanoamérica, a partir de

entonces en manos de EE. UU., e Inglaterra.

36) G. Canning a W. A'Court, Londres 2 de abril de 1824. PRO, FO (Spain) 72; Leg. 284, nº 14. También:

WEBSTER, C.K: Britain and the independence of Latin American; Londres -Oxford Univ. Press- Vol.II;

pp:423

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Conde de Ofalia el rechazó inglés para unirse a la Conferencia de Mediación a

sesionar en París,37 ofreció por tercera vez (ya lo había hecho en 1811 y 1817) al

gobierno español sus buenos oficios para la solución del asunto hispanoamericano.

Emulando, al objeto de contrarrestar la anterior y similar apertura norteamericana en

Madrid, Canning añadió esta vez la condición del previo reconocimiento español de

los Gobiernos continentales, a cambio de lo cual Inglaterra garantizaría a España la

soberanía de Cuba y Puerto Rico; ofertas las cuales fueron rechazadas de plano por

dicho Ministro.38

Por penúltima vez, Inglaterra trataba de mantener, hasta el final, la estricta lógica

político–diplomática observada durante los catorce últimos años en el desenlace del

asunto hispanoamericano: dar la oportunidad a España, como ex–metrópoli, de ser la

primera en reconocer en derecho la independencia de sus ex–dominios americanos,

pudiendo hacerlo a continuación, y en propiedad, las demás potencias, Inglaterra la

primera de ellas. Verse obligada, conforme aconteció finalmente, a invertir el orden

del reconocimiento –como ya lo habían hecho los EE UU.,– implicaba dar paso a la

práctica del reconocimiento de hecho, eludida por los EE. UU., pero finalmente

impuesta por los misma Inglaterra,39 una vez España se empecinó en renunciar a sus

derechos de soberanía en Hispanoamérica.

De otra parte, la oferta inglesa de garantizar a España la plena posesión de sus dos úl-

timas islas en el Caribe, arrastraba por lo menos tres connotaciones implícitas e inme-

diatas: por una parte, la admisión por España de su absoluta impotencia para asegu-

rarse por si misma tales dominios;40 advirtiéndole, con absoluta claridad, que eran es-

tos los dos únicos reductos territoriales que aún podría aspirar a conservar en Amé-

rica; ahora bajo su protección y garantía, con lo que militar y diplomáticamente podía

eso significar en su momento. En segundo término, Inglaterra, al anticiparse al ya

presentido fracaso de la Conferencia aliada de París, pretendía recuperar su preemi-

37) Instrucciones de G. Canning a W. A'Court del 30 y 31 de enero de 1824. PRO, FO (Spain) 72; Leg. 284,

nº 4 y 6 También: WEBSTER, C.K: Op. Cit., Vol.II; pp:412 y 416. A[rchivo] H[istórico] N[acional];

E[stado]; Leg. 6852, nº 500

38) Marqués de HEREDIA: Escritos del Conde de Ofalia. Bilbao -Imp.y Enc. de la Sociedad Anónima La

Propaganda- 1894; pp: 372 y ss

39) Como se ha advertido, para Inglaterra se trataba de un asunto de consistencia lógica con su experiencia en

el caso de sus sublevadas Trece Colonias, 40 años antes. Podía y debía reconocer en derecho sólo y

exclusivamente quien se decía poseer la soberanía sobre un dominio colonial, la misma que se le imponía

renunciar, una vez admitida su derrota militar. A falta de éste, los demás gobiernos o Estados sólo podían

reconocer de hecho, lo que en último término no sería otra cosa que dar y exigir a aquellos, respectivamente,

lo que su ex-metrópoli no quería dar y exigir: la plenitud de derechos y deberes como nuevos sujetos de la

comunidad internacional. Esto fue lo España tardó en reconocer por más de 20 años.

40) Compromiso el cual Inglaterra estaba dispuesto a asumir, así el mismo resultase excepcional respecto de

la tradición política exterior inglesa al respecto. Vid: Canning a A'Court, 12 abril de 1824, ya citada.

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nencia política en Madrid, anticipándose como garante de su mermada pervivencia

colonial en América.

De paso, y de manera más singular, Inglaterra –Canning en último término–

aparecería junto a los nuevos gobiernos hispanoamericanos, como la única potencia

europea, que no solamente frustraba cualquier pretensión pacificadora de España y

sus aliadas en América, sino como la única Potencia que, sin ser su expresamente su

aliada, poseía la suficiente capacidad y disposición para garantizar la independencia

de dichos gobiernos frente a unas y otras, y incluso cara los mismos EE UU. Al

rechazar de plano España la nueva propuesta inglesa,41 en particular el supuesto de

su definitiva derrota en América, como ya lo había hecho respecto de la norte-

americana, permitió que varios de los prohombres de la lucha hispanoamericana, Bo-

lívar entre todos, se comprometieran tan celosamente con la parte que, de dicha pos-

tura inglesa, estaba a ellos dirigida. Inglaterra, al lamentar profunda y públicamente

este nuevo rechazo español,42 se declaró, desde entonces, definitivamente desligada

de cualquier compromiso con España y socios continentales, anunciando que proce-

dería, tanto al próximo reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos,43

como a actuar respecto de Cuba y Puerto Rico, no permitiendo, conforme a sus pro-

41) Vid; TEMPERLEY, Harold: The foreign..., p.138 y ss.

42) Canning sinceramente estimó como valiosa, oportuna e irrepetible, su oferta de garantizar Cuba y Puerto

Rico a España y se lamentó publica e íntimamente del rechazo español. Vid su carta a su amigo y embajador

en St. Petersburg, Sir Ch. Bagot del 19 de mayo de 1824. En: BAGOT, Josceline, Cap. (Ed.): George

Canning and his Friends; 2 Vols; London -J. Murray- 1900, II, p.240. También: KAUFMANN, W.W: Op.

Cit., p.375. De manera apenas referencial, conviene mencionar que en lo que respecta a la decisión inglesa

de impedir una anexión de Cuba y Puerto Rico por los EE UU., tan sólo estuvo vigente hasta junio de 1896

cuando el Ministro del F.O., de entonces, Lord Salisbury, ignorando expresamente sus compromisos con Es-

paña, declaró a los EE. UU., que nada tendría que ver con lo que su gobierno decidiera hacer respecto de

Cuba , bien se tratase de una compra -como lo pretendía el saliente Presidente G. Cleveland y su Secretario

de Estado R. Olney-, una anexión, o el apoyo a su independencia. Vid: GUERRA, Ramiro: Op. Cit., pp:305

y ss.

43) No fue, ni corto, ni fácil, el camino que tuvo que seguir Canning para imponer en el Gabinete -y luego a

Jorge IV- la decisión de reconocer los primeros Gobiernos «suramericanos». Sólo fue a partir del 30 de no-

viembre y 14 de diciembre de 1824, en su sonado Memorándum a Lord Liverpool y luego al Gabinete,

cuando aquél acometió definitivamente el reconocimiento de México y Colombia. La coyuntura externa no

podía esperar más: La predisposición favorable para una cooperación marítima y política con EE UU., la

incertidumbre sobre el retiro francés de España y su aún no descartada intervención militar en Hispano-

américa, como la ya preanunciada crisis del asunto portugués-brasileño, resultaron ser factores demasiado

manifiestos en la mente y visión del Ministro y líder de los Comunes. Vid: Canning a Granville, 11 de

noviembre de 1824. En; STAPLETON, E.J: Some Official Correspondence of George Canning: (2 Vols);

London -Logman Greene- 1887, Vol. I; pp:.191 y ss. Con sumo regocijo, y desconociendo el precedente

norteamericano, Canning manifestó a Ch. Stuart en París: «...Lo que había que hacerse, está hecho.. His-

panoamérica es libre… y "ella" es inglesa...» En: KAUFMANN, WW, Op. Cit., p: 177. La noticia llegó a

Madrid el último día de 1824; esto es, 22 días después de la última gran derrota española en Hispanoamérica

en Ayacucho, suceso el cual todavía se ignoraba en Madrid.

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pios intereses, como potencia americana que continuaba siendo, que las mismas pasa-

sen a manos de ninguna otra potencia, americana o europea.

La subsiguiente decisión inglesa de reconocer a Colombia, México y Buenos Aires –

finales de 1824 y comienzos de 1825– revertió la iniciativa política y diplomática al

lado norteamericano. Cuba y puerto Rico adquirieron un nuevo rol en las piezas que

serían movidas por Washington y Londres. J.Q. Adams y su Secretario H. Clay no

pudieron dejar de ponderar, con sobrada incertidumbre, las consecuencias que dicho

reconocimiento podría implicar respecto a sus pretensiones sobre ambas islas. Si bien

en principio, los EE UU., podían sospechar un renovado interés anexionista de Cuba

y Puerto Rico por parte de Inglaterra, una vez ésta se considerase desligada

definitivamente de todo compromiso político con España y la Alianza respecto de

Hispanoamérica; lo que más preocupaba ahora a Washington era la posición que

Inglaterra asumiría respecto de una ya manifiesta voluntad, por parte de los nuevos

gobiernos México y Colombia, de invadir, anexar o liberar a Cuba y Puerto Rico,

gobiernos con los que ahora Inglaterra negociaban tratados de comercio y los que, de

una u otra forma, aspiraban a suscribir algún tipo de alianza política, e incluso pro-

tectorado, como muy seguidamente habría de pedirlo Colombia –en verdad Bolívar–,

casi con obsesión y alternativamente desde Lima, Bogotá, Panamá y Caracas.

3.) El malabarismo diplomático norteamericano (1825–1827)

A comienzos de mayo de 1825, un año después de que la oferta inglesa de garantía

sobre Cuba y Puerto Rico había sido rechazada por España, y cuando las aspiraciones

colombianas y mexicanas sobre tales islas habían sido incluidas en la agenda del re-

cién convocado Congreso Continental de Panamá –al cual no habían sido aún in-

vitados, ni los EE. UU., ni Inglaterra– H. Clay, siguiendo las instrucciones del Presi-

dente Adams, tomó la iniciativa de ofrecerle a Inglaterra una acción mancomunada

para garantizarle a España la posesión de estos dos últimos reductos insulares en

América.44

En verdad, lo que ahora hacía el Ejecutivo norteamericano era resucitar la propuesta

de Canning del 16 de agosto de 1823, la que, como se advirtió, había sido rechazada

con algún retardo por los EE UU., con el pretexto de haber rehusado Inglaterra en su

momento reconocer los nuevos gobiernos hispanoamericanos, previamente reconoci-

44) Lo iniciativa fue propuesta por H. Clay al Ministro de Inglaterra en Washington, H.U. Addington, el 2 de

mayo de 1825, fecha en la cual éste la comunicó a Canning. PRO; FO (USA) 5, Leg. 198 (Ia), nº 34. Tam-

bién: WEBSTER, CK; Op. Cit., II, 513 y ss.

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24

dos por ellos. Sin embargo, esta primera apertura de Clay con el Ministro inglés en

Washington, Henry U. Addington, fue apenas el prólogo de una nueva e intensa

acción diplomática por parte del gobierno norteamericano para poner a buen recaudo

sus pretensiones diferidas sobre Cuba y Puerto Rico, ahora amenazadas por Colombia

y México, las cuales podrían llegar a contar con algún respaldo inglés.

Haciendo alarde de un cándido malabarismo diplomático, Clay quiso, a la vez,

estimular y valerse del susceptible ego de Canning: al advertirle que tras el

reconocimiento por parte de Inglaterra de los nuevos gobiernos republicanos ame-

ricanos, y prescindiendo de cualquier pretensión monárquica inglesa para las mismas,

los dos gobiernos se encontraban al fin en un similar píe de igualdad y credibilidad,

tanto frente a los nuevos Estados hispanoamericanos, como respecto de España para

presionar a ésta, por encima de las restantes potencias continentales europeas, el reco-

nocimiento de las primeras, llevándola a firmar la paz en el continente. Sin embargo,

y antes que exigirlo de España, el precio que ambas potencias ofrecían pagar por la

cesación de tan larga y devastadora guerra americana, era la garantía conjunta para la

conservación por aquella de Cuba y Puerto Rico.

Al vincular y compromete a Inglaterra al logro de tal propósito, la estrategia global

norteamericana quedaba nuevamente a salvo: paz con España; reafirmación del

estatus colonial de las islas, garantizado por ambas potencias anglosajonas; y tácito

compromiso inglés de inhibir cualquier asechanza, por parte de los nuevos gobiernos

hispanoamericanos, sobre Cuba y Puerto Rico. No obstante, al descartar la iniciativa

de Clay, Canning aplicó entonces la misma lógica que en su momento utilizaron los

EE UU en 1823 para rechazar su propuesta original. Entendió el hábil Ministro inglés

que, de aceptar la oferta norteamericana, y lograda la paz entre España y sus perdidas

colonias, los EE UU., serían los últimos beneficiados al resguardar con su apoyo, sus

pretensiones territoriales sobre Cuba y Puerto, bien frente a las pretensiones de

Colombia o México, bien frente Francia –cuyas recientes maniobras marítimas en el

Caribe habían despertado agudas suspicacias en Washington y Londres–45 y desde

luego la misma Inglaterra.

45) En el verano de 1825, Francia acometió un no anunciado refuerzo de su flota en el Caribe, uno de cuyos

escuadrones se paseó por las costas caribeñas, incluidas las Floridas. A lo anterior se siguió el apoyo y

escolta naval que el Gobernador de Martinica, Danzelot, otorgó a un convoy de tropas españolas con destino

a Cuba. Tanto EE. UU., como Inglaterra se apresuraron a presentar a Francia un similar rechazo y protesta.

En las explicaciones ofrecidas por Villèle a ambos gobiernos, reiteró éste la no existencia de pretensión

anexionista alguna por parte de Francia sobre Cuba o Puerto Rico, aduciendo un exceso de celo del

gobernador Danzelot, quien supuestamente carecía de instrucciones para obrar como lo hizo. KAUFMANN,

W.W., Op. Cit., p.206 y ss. GUERRA, R: Op. Cit., pp: 178 y ss.

No obstante, desde el 17 de diciembre de 1823, quince días después del Mensaje de Monroe -el cual aún no

había podido ser conocido en Europa-, el Marqués Clermont-Tonnerre, Ministro francés de Marina y

Colonias, a través del Agente confidencial destinado a Colombia, Mr. Chasseriau, había instruido al Conde

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Entendió muy bien Canning que, además de inhibir la ascendencia a que Inglaterra

aspiraba sobre los nuevos gobiernos americanos, lo que finalmente pretendería Clay

era involucrarle en una nueva versión de su ya bien experimentada estrategia de

ofrecer a España la integridad territorialidad de sus dominios americanos –ahora re-

ducida a dos islas– en tanto pudiera o quisiera anexarse parte de ellos. No era otra

cosa lo que hábilmente habían logrado los EE UU., durante la negociación del Tra-

tado de las Floridas, conquista territorial que aseguró sus pretensiones sobre Cuba, y

eventualmente sobre Puerto Rico. La única diferencia ahora era que su oferta de

garantía conjunta, imponía a España el reconocimiento previo del resto del continente

americano.

Descartada por Canning la anterior tentativa americana, tanto los EE UU., como In-

glaterra intentaron a continuación nuevas y audaces acciones diplomáticas en Europa

y América. El objeto de las mismas fue hacer prevaler su liderazgo, tanto en la con-

clusión de la guerra de emancipación hispanoamericana, como en la «garantía» o

«protección» que manifiestamente parecían reclamar tales nuevos gobiernos del he-

misferio para asegurar su frágil independencia. Como consecuencia de estas nuevas

acciones, Cuba y Puerto Rico jugaron, una vez más, su ineludible papel de socorrido

comodín.

a) La iniciativa norteamericana de mediación rusa.

Como ya se advirtió, el gobierno norteamericano, recelando una virtual intervención

armada respecto de Cuba y Puerto Rico, bien por Colombia y México, o bien con-

de Donzelot, Gobernador de Martinica, sobre la nueva política de Francia hacia Hispanoamérica, la cual se

redujo a: 1º) España no estaba en capacidad de reconquistar por si sola sus colonias americanas; 2º) Francia

sólo pretende ser tratada comercialmente en América como Nación más favorecida, cosa que de no ser

aceptada por España, le impondrá actuar independientemente; 3º) En tanto España no reconozca los nuevos

gobiernos americanos, su soberanía sobre ellos será cada vez más precaria, por lo que la máxima aspiración

española será legitimar la existencia de las nuevas naciones a los ojos del Mundo; para lo cual Francia es la

única aliada que está en capacidad de facilitárselo, estando como está en capacidad de lograr que el Rey de

España renuncie a sus derechos de soberanía; 4º) A cambio de lo anterior, Francia sólo reclamará ser tratada

bajo el píe de la Nación más favorecida, obviamente después de la Madre Patria; 5º) Debería enviar informes

periódicos sobre las fuerzas de Inglaterra en el Caribe; 6º) De estallar una revolución en Cuba y Puerto Rico,

y sus Gobernadores le pidieren socorro, deberá darlo con absoluta prudencia, evitando sospechas que

permitan presumir que Francia alberga alguna pretensión territorial sobre ambas posesiones españolas. Tal

ayuda militar, además de limitada y temporal, deberá prestarse sólo en caso de existir un real peligro de caída

de los Gobiernos insulares, autorizándose el uso de la marina francesa para mantener Cuba y Puerto Rico en

manos españolas. Tal será la forma como los Agentes Chasseriau y Samouel hablarán a los gobiernos de

Colombia y México, respectivamente; misiones las cuales debería mantener en secreto. MAE,CP,

C[olombie]; Leg. 2; M[éxique], Leg.2; También, MAE, MD, A; Leg.31. ROBERTSON, W.S: Op. Cit., pp:

313 y ss. TEMPERLY, H: "The instructions to Donzelot, Governor of Martinique, 17 December 1823". En:

The English Historical Review, XLI (1943), pp: 586 y ss.

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tinentalmente según se suponía sería debatido y quizás aprobado por el recién con-

vocado Congreso de Panamá, acometió una intensa campaña diplomática ante la

Corte de Rusia46 y subsidiariamente ante las de Francia47 y España. Con la primera de

ellas, además de reclamar el apoyo decidido y entusiasta del Zar ante Fernando 7º –

dada la reconocida ascendencia de éste ante las Cortes continentales, y en particular

sobre el monarca español– para poner término a su ruinosa y perdida guerra en Amé-

rica, se recalcó que aún sería posible para España conservar el dominio sobre dichas

islas, de acceder ésta a reconocer la independencia de los nuevos Estados americanos.

Iguales argumentos repitieron en París y Madrid los Ministros norteamericanos, y de

los cuales se informó incidentalmente al F.O. En todos los sitios manifestó sin

ambages el gobierno norteamericano que, fuera quien fuera el agresor, los EE UU.,

no podría permanecer indiferentes –y llegado el caso, impedirían– una invasión que

tuviera por objeto, o bien una aventurada e impredecible independencia de ambas

islas, sobre todo de Cuba; o bien, el cambio o cesión de dominio de esta última,

A su turno, la acometida diplomática de los EE UU., ante la Corte de Madrid fue es-

pecialmente audaz y exhaustiva. Las instrucciones de Clay al Ministro en España,

Alexandre H. Everett, del 27 de abril de 182548 son antológicas al respecto: «...La

guerra ha tocado a su fin en este continente… ni un solo pie de extensión reconoce ...

la soberanía de España y no queda en él ni una sola bayoneta para sostener su

46) Es siempre citado al respecto el oficio de H. Clay a H. Middleton, Ministro norteamericano en Rusia,

Washington, 10 de mayo de 1825, instruyéndole para solicitar los buenos oficios del Zar ante Fernando 7º y

otras Cortes aliadas a los objetos de la ansiada paz en Hispanoamérica, una vez España aceptase por fín su

absoluta impotencia para recuperar sus ex-colonias continentales. Al referirse a la posición de los EE UU.,

respecto de Cuba y Puerto Rico, Clay repitió lo que el actual Presidente Adams había dicho, como Secretario

de Estado de Monroe, en diciembre de 1822, al ministro americano en Madrid, H. Nelson:«...Por la

proximidad de Cuba a los EE.UU.,, por su valioso comercio y la naturaleza de su población, su Gobierno no

puede ser indiferente a cualquier cambio político a que pueda estar destinada esa isla .. la más valiosa de

todas las Antillas… [Los EE UU.,]..están satisfechos de la situación actual de estas islas.. no desea para

ellos ningún cambio político.. Si Cuba fuera a declararse independiente, el número y carácter de su

población hacen improbables que pueda sostener su independencia.. [y si España, incapaz de refrenar tal

pretensión decidiese ceder la isla a una tercera Potencia].. los EE.UU., no podrían ver con indiferencia

semejante cesión».. Advirtiendo que si bien no cree posible, ni suficientemente probable que alguno de los

nuevos Estados americanos desee anexarse dicha isla, los EE UU., se verían en la necesidad de actuar en

consecuencia llegado el caso con el objeto de precaver los efectos negativos que podrían derivarse de tal cir-

cunstancia para sus ciudadanos, comercio e interés nacional mismo, como bien pudo haberlo hecho antes de

no estar resuelto -como lo está- a agotar su máxima paciencia para mantener la soberanía española en Cuba.

Vid: A[merican] S[tate] P[apers], F[oreign] R[elations]; Washington 1832-1859, 6 Vols; V, pp:846 y ss. En:

MANNING, W. R., Op. Cit., I, p.244.

47) H. Clay a J. Brown, Ministro en París; 13 de mayo de 1825, anexándole copias de las instrucciones al res-

pecto remitidas a Middleton y Everett en Madrid. FSD; Ms; I[nstructions to United States Ministers], X, nº

356. En: MANNING, W.R; Op. Cit, I, p. 251.

48) FSD, Ms, I, X, nº 302. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p:242

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causa...» siendo por ello imperiosa la firma de la paz por parte de España. Como si lo

anterior fuera poco, Clay advierte, que tras el sonado éxito de los ejércitos

colombianos en Ayacucho, temían los EE.UU., que los mismos, ansiosos de nuevos

laureles, se dirigieran ahora a liberar o anexarse Cuba y Puerto Rico, lo cual siempre

ha merecido y merecerá el rechazo norteamericano. Para evitar cualquiera de las dos

cosas, y ahorrarle a España esta última derrota, los EE UU., declaran que «...están

satisfechos de la actual condición [de tales islas] en poder de España… con sus

puertos abiertos, como lo están ahora, a nuestro comercio...» Por lo mismo, en lo

concerniente a las eventuales pretensiones colombianas o mexicanas sobre Cuba y

Puerto Rico, «..Este Gobierno no desea ningún cambio político de esa condición… la

misma población de esas Islas es incompetente, por causa de su composición y de su

número, para conservar un gobierno libre. La fuerza marítima de las vecinas Repúbli-

cas de México y de Colombia, no es actualmente adecuada, ni es probable que lo

sean a corto plazo, para la protección de ambas islas.. Y de todas las Potencias

europeas, este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de

España...». Pero, «...Si la guerra continuara entre España y las nuevas Repúblicas y

esas islas llegaran a ser objeto y teatro de la guerra, los Estados Unidos no podrían

ser espectadores indiferentes, pues el porvenir de estas islas está relacionado con la

prosperidad de los mismos… [y llegado el momento, los EE UU., asumirán] los

deberes y obligaciones cuyo cumplimiento, por doloroso que sea, no podrá

declinar..»; el primero de ellos, suprimir definitivamente los horrores y perjuicios que

en su contra se seguirían de la larga, indiscriminada e impune piratería, buena parte

de ella refugiada en Cuba y Puerto Rico, que ataca y azota el comercio y marina

mercante norteamericanos.

No resulta factible deducir, a partir de la documentación conocida, que Adams y Clay

creyeran, desde un comienzo, en la viabilidad y eficacia de su nueva estrategia di-

plomática europea, cosa que bien pronto se apresuró Canning a descartar. Lo único

cierto fue que, al final de cuentas, los EE UU., pretendieron –y casi consiguieron–,

con esta inusitada apertura, al menos dos nuevos éxitos en su política exterior, que no

por frustrados, habrían de resultar extremadamente positivos, a mediano y largo

plazo, ya no sólo en lo tocante a sus manifiestas aspiraciones de dominio sobre Cuba

y Puerto Rico, sino en lo referente a sus demostradas aspiraciones hegemónicas

continentales. En primer lugar, se buscaba castigar a Inglaterra por el rechazo que

acaba de hacer de no garantizarle conjuntamente a España el dominio de ambas islas,

dejándola por el momento por fuera del asunto antillano.

A continuación, al invocar la activa y directa injerencia del Zar en pro del re-

conocimiento de los nuevos gobiernos americanos, lograba con su acción mediadora

algo que no había obtenido Inglaterra: la paz entre España y sus ex–colonias conti-

nentales,.. Este éxito resultaría todavía más espectacular en la medida en que esta

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doble mediación –de los EE UU., frente a Rusia y de ésta sobre España– no había

sido solicitada –como hubiera sido de rigor– por ninguna de las partes en conflicto.

En último término, los EE UU., conseguirían el explícito el reconocimiento de Rusia

–la nueva potencia continental y competidora de Inglaterra– y sus aliados conti-

nentales, de la supremacía política y diplomática de los EE UU., dentro del nuevo

orbe político americano.

Esto último, que iba mucho más allá de lo inicialmente pretendido, diecisiete meses

atrás, por el Presidente Monroe en su Mensaje de diciembre de 1823, no sólo confir-

maría la división del mundo en dos esferas o continentes, sistemas o políticas –en

contra de lo cual luchaba en solitario Inglaterra– a cabeza de uno de los cuales –

América– estarían los EE UU.; sino que, y de seguirse un resultado positivo de la

mediación encomendada al Zar, los EE UU., adquirirían la mejor opción de

garantizar individualmente a España la prometida integridad territorial de sus dos

últimas posesiones insulares en América, viniese de donde viniese la agresión.

La enfermedad e inminente muerte y sucesión del Zar Alejandro, y consecuente in-

movilismo de la Cancillería rusa, a lo que siguió la prácticamente nula acción

intentada posteriormente por el nuevo Zar Nicolás Iº en respuesta a la inesperada

solicitud mediadora norteamericana, pero fundamental el recelo, sino desconfianza,

con que desde un comienzo se acogió y manejó en St. Petersburgo dicha petición, ex-

plican el letargo y final fracaso de la misma.49 Sin embargo, y aunque no se consiguió

el –first best– estratégico –la cesación de la guerra y paz entre España y sus ex–

colonias continentales e inhibición de cualquier intento sobre Cuba y Puerto Rico por

parte de alguna de ellas–; en el orden interamericano, al menos –y como se aducirá

49) El 26 de diciembre de 1825, siete meses después de su despacho a H. Middleton del 10 de mayo, H. Clay

haciendo un alarde de optimismo ante la evasiva recepción de su solicitud por el Ministro de Asuntos Ex-

tranjeros ruso, Conde Nesselrode -20 de agosto anterior-, se valió de las efectivas presiones acometidas

contra los gobiernos de México y Colombia para obtener la suspensión de su proyectada invasión sobre Cuba

y Puerto Rico, de las cuales se valió para instruir a su Ministro para que éste urgiera una pronta respuesta

rusa; añadiendo, una vez más, el deseo norteamericano de garantizar a España ambas islas. Vid: ASP, FR, V,

nº 850. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p:265. Igual cosa hizo en Washington H. Clay con el saliente Ministro

ruso, Barón de Tully. FSD, MS, N[otes to] F[oreign] L[egations], III nº 247. MANNING, W.R., Op. Cit., I,

p: 265. El 21 de abril de 1826, luego de 11 meses de su nota original, H. Clay re instruyó a H. Middleton

apremiar una respuesta y acción decisiva de Rusia respecto a lo pretendido por los EE UU., especial en

Madrid donde sabía nada había hecho oficialmente el Embajador ruso. Le añade noticias sobre la caída de

los últimos reductos continentales españoles: San Juan de Ulúa, el Callao y Chiloé, como también la reciente

petición del Gobierno colombiano para pedirle a EE UU., una mediación explícita tendiente a obtener un

armisticio con España de 10 a 20 años. FSD, MS, I, XI, nº 24. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 273. Igual

comunicación repitió en la fecha al Barón de Maltiz, Secretario y encargado ad-interim de la Legación rusa

en Washington, ante quien Clay volvió a insistir, el 23 de diciembre de 1826, usando la misma batería de

argumentos inicialmente empleados, nada más conocer el ascenso de Nicolás Iº. FSD, Ms, NFL, III nº 316.

MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 278. También: BARTLEY, Russell: Imperial Russia and the struggle for

Latín American Independence, 1808-1828. Austin -The Texas Univ. press- 1960; p: 155 y ss.

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más adelante– la apertura de Washington ante la Corte rusa, sirvió extraordinaria-

mente al objetivo primordial propuesto por Adams y Clay: lograr suspender y dilatar

al máximo en el tiempo, los planes liberadores o anexionistas por parte de México o

Colombia. De paso, por primera vez y para siempre –al menos hasta ahora– al ple-

garse –como se plegaron– las dos más poderosas nuevas repúblicas americanas del

momento50 a los designios y manejos de los EE UU., quedó más que sobreentendido

quién y dónde se decidiría el futuro del Nuevo Mundo. El fracasado Congreso de Pa-

namá confirmaría igual impotencia y similares consecuencias de subordinación

continental.

b) La contra–oferta inglesa de «garantía tripartita»

Pero antes de analizar lo que pasó al Sur del Rio Bravo, es preciso mencionar la sub-

siguiente reacción inglesa cara a la propuesta mediadora norteamericana ante el Zar

ruso. Lo primero que hizo Canning fue atacar en dos frentes, Madrid y París. El 1º de

agosto de 1825 instruyó a su Ministro en España, Frederick Lamb, repetir solemne-

mente al Ier Secretario de Estado, Francisco Zea Bermúdez, el total desinterés inglés

sobre Cuba y Puerto Rico, cuya posesión su gobierno desea continuase en manos es-

pañolas. Si bien en esta ocasión no se ofreció a España ninguna oferta mediadora y

menos aún la garantía inglesa sobre ambas islas, el repetido mensaje inglés enviado al

monarca español fue una vez más enfático: de no convenir España en una pronta ce-

sación de tan insensata guerra, y continuar ésta utilizando dichas islas como punto de

apoyo para sus vanas pretensiones de reconquista, se exponía a perder definitivamen-

te el último palmo de sus ya mínimos dominios americanos; esta vez por parte de al-

guna de sus ex–colonias continentales; y finalmente por la acción de los EE.UU o

Francia, quienes a pesar de haber enfatizado similar desinterés anexionistas, podrían

valerse de argumentos circunstanciales –como la erradicación de la piratería o el peli-

gro de una rebelión interna– para ocupar tales islas. Una u otra cosa, obligaría a In-

glaterra a tomar una acción consecuente con sus intereses como potencia americana

que era, y continuaría siendo.51 El mismo día Canning ofició a su Ministro en París

50) Cabría discutir el peso que en 1825-26 podría asignarse a cada uno de los nueve nuevos Estados ibe-

roamericanos del momento. Excluido el Imperio del Brasil, con su enorme extensión y ya preponderante

población (23,9% y 13,9% de total americano), no cabía duda que la extensión y sobre todo recursos,

comercio y población de la Unión colombiana de entonces (6,5% de la población y 2,7% del territorio

americanos total, respectivamente) y México(6,2% de la población y 7,2% del territorios americano total,

respectivamente) eran las dos más inmediatos rivales americanos de los EE UU (28.4,5% de la población y

11,4% del territorio americano total, respectivamente). Militarmente, -al menos en cuanto a ejército de tierra,

aunque no en marina- la supremacía Colombia no admitía rival entonces en el conjunto iberoamericano. Vid:

McEVEDY, C y JONES, R: Atlas of the World Population History. Middelsex -Pinguin book- 1978; passim.

51) G. Canning a F. Lamb, Londres, 1 de agosto de 1825. PRO, FO, 72 (Spain); Leg.300, nº 9. En:

WEBSTER, C.K: Op. Cit., II,448

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indicándole manifestar iguales planteamientos al Ministro de Asuntos Extranjeros,

Barón de Damas, autorizándole a intercambiar notas en el sentido de ratificar bila-

teralmente todo desinterés anexionista sobre ambas islas.52

Juntando el buen número de basas puestas recientemente sobre sus manos por sus

Ministros en Washington, París, St. Petersburgo, Madrid, México y Bogotá, Canning

intentó muy a continuación –7 de agosto de 1825– una nueva y gran jugada en rela-

ción a Cuba y Puerto, fundiendo en una sola declaración conjunta las largamente rei-

teradas manifestaciones de un supuesto desinterés anexionistas de tales islas. Preocu-

pado por el incremento de las fuerzas y operaciones navales francesas en el Caribe,

los traslados de tropas españolas desde Filipinas hacia Cuba; el temor a una interven-

ción norteamericana en caso una revuelta interna, o la invasión de las mismas por

parte de México y Colombia, pero tomando también la repentina iniciativa del

Gobierno de este último país pidiendo al de Washington la mediación para obtener de

España un largo armisticio, impulsaron a Canning a proponer simultáneamente a

Francia y los EE. UU., la firma de una solemne garantía tripartita mediante la cual las

«...tres potencias navales del Viejo y del Nuevo Mundo…» [!!] se comprometían a

renunciar a cualquier pretensión de ocupar Cuba, oponiéndose en consecuencia a que

cualquier otro país lo hiciese, fuese este europeo o americano. Tal declaración y triple

garantía ofrecida a España podía ser una sola Nota suscrita por los tres firmantes, o

alternativamente tres Notas Ministeriales separadas: una entre EE UU., e Inglaterra;

otra entre EE UU., y Francia y la última entre ésta e Inglaterra.53

Aunque aparentemente Inglaterra aparecía favoreciendo los objetivos últimos de la

diplomacia norteamericana –mantenimiento del estatus colonial de Cuba y Puerto

Rico–, los objetivos íntimos de Canning eran evidentes: inhibir por parte de antiguos

(EE UU., o Francia) y nuevos (Colombia y México) acechantes, un cambio del

estatus colonial de Cuba (de Puerto Rico no se volvió a hablar específicamente); pero

sin condicionar explícitamente a España para que cesara la inconclusa guerra

americana. Excluyendo tal exigencia, Inglaterra dejaba, una vez más, en suspenso el

éxito de la estrategia urdida por el gobierno norteamericano ante el Zar y gobiernos

hispanoamericanos.

52) G. Canning al Vizconde Grandville, Londres, 1º de agosto de 1825. PRO, FO, 27 (France); Leg.328, nº

53. En: WEBSTER, C.K: Op. Cit., II,187

53) G. Canning a R. Rush, Worthley Hall, 7 de agosto de 1825. PRO, FO; (America, USA) 115, Leg.45. En:

WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 520. También: FSD; DGB; XXXII. En: MANNING, W.R; Op. Cit., III,

p.1557. Canning remitió el 23 de agosto siguiente una copia de este despacho de R. King al Embajador en

París, Vizconde Grandeville, con instrucciones para proceder igualmente ante el Baron de Damas y el Conde

de la Villèle. PRO, FO; (France) 27, Leg.328, nº 58. En: WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 194.

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Esto último, la no exigencia de una paz previa a España sirvió de pretexto a R. King,

Ministro norteamericano en Londres, para que y siguiendo instrucciones previas, pero

sin oír la opinión final de Clay, rechazara la nueva, y en realidad esta última

propuesta de Canning.54 Francia se lo pensó hasta finales de año, cuando finalmente

descartó la firma de la sugerida garantía tripartita.55

4.) Colombia y México entran en la escena (1825–1826)

Como ya se anticipara, la participación de las nuevas repúblicas de México y

Colombia dentro de este largo proceso político–diplomático hasta aquí analizado, fue

apenas incidental, aunque en algunos momentos determinante, y hasta intensa. Sin

embargo, al fin de cuentas, las esporádicas iniciativas tomadas respecto a la situación

y futuro de Cuba y Puerto Rico, fueron apenas breves episodios en la mente y ánimo

de dos prohombres de la independencia de Colombia y México, Simón Bolívar y

Guadalupe Victoria. De otra parte, las pocas y nunca definitivas acciones intentadas

respecto de ambas islas por parte de estos dos nuevos Estados americanos, resultaron

ser meras piezas accidentales dentro de una lánguida y apenas presentida estrategia

militar –que en ningún caso llegó a ser de nivel continental, si acaso exclusivamente

caribeña– y sobre todo incipiente y hasta ingenua diplomacia; una y otra cosa dentro

del largo epílogo que caracterizó la guerra de emancipación hispanoamericana.

Finalmente, en ningún momento apareció configurado un proyecto, claro y definitivo,

de lo que estas dos nuevas repúblicas se propusieron en su pretendido intento de in-

tervenir en el futuro de ambas islas españolas. No se trató en definitiva –como casi

siempre se adujo– de una mera invasión temporal, punitiva o retaliadora, que privase

a España de su último punto de apoyo naval y militar en América desde donde

intentar o alentar ésta nuevos proyectos reconquistadores en el Caribe, obligándola

con ello a pactar la paz definitiva en América. Tampoco se configuró una

intervención liberadora de Cuba y Puerto Rico que, además de despojar a España de

toda posesión remanente en América, hubiera completado el proceso global

emancipador hispanoamericano. Por último, no existió un proyecto definitivo de

anexión o engrandecimiento territorial, luego de lo cual Colombia o México, habrían

54) R. King a G.Canning, Londres, 25 de agosto de 1825. FSD; DGB, XXXII. En: MANNING, W.R; Op.

Cit, III, p: 1563. También: PRO, FO; (America, USA) 115, Leg.45. En: WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 526.

55) Así se lo reportó el Vizconde de Grandville a Canning, según se desprende de un despacho de éste a aquél

del 26 de diciembre de 1826. Vid: KAUFMANN, W: Op. Cit., pp.209 y ss.

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ganado de mano a cualquier y similar pretensión inglesa, francesa y sobre todo nor-

teamericana.

En éste último caso, que es el que más interesaría al objeto de este estudio, no existió

ni el más leve vislumbre, por parte de las dos únicas «potencias» americanas que en

su momento podían haber intentado alguna acción autónoma de balance político en el

Nuevo Mundo, y por ello, pretensión alguna de frenar las entonces manifiestas

pretensiones geo–estratégicas de quien, bien pronto, se convertiría en el único amo y

árbitro del Continente.

a) El primer «exilio cubano»

Paradójicamente, y antes que hubiera aflorado alguna manifestación colombiana o

mexicana respecto de Cuba y Puerto Rico, fue la agitación ideológica y electoral que

la restauración constitucional del 20 generó en éstas, pero particularmente en Cuba,56

lo que terminó por vincular a Colombia y México al largo proceso de forcejeo

político–diplomático ya descrito. No obstante, desde entonces –y fatalísticamente

hasta el presente– lo que inicialmente se pretendió fuera el comienzo del último

proyecto emancipador hispanoamericano, pasó a ser una repetida baza en las

diferentes estrategias de predominio y hegemonía continental, conforme ya se ha

analizado; y dentro de las cuales Colombia y México terminaron incidentalmente

involucradas.

El conciliador, pero no menos ambicioso proyecto político –autonomistas antes que

independentista propiamente tal– de los diputados cubanos en las Cortes del

Trienio,57 el reconocimiento por los EE.UU., de los Gobiernos de Colombia, México,

Buenos Aires y Chile; el papel conspirativo de las logias masónicas cubanas y sus

nexos en los EE.UU y algunas colonias inglesas y países del Caribe; las incesantes

operaciones depradatorias de los piratas refugiados en Cuba –y los esporádicos

desembarcos retaliatorios de tropas inglesas y norteamericanas en las costas cubanas–

56) Para un detalle de las tendencias, facciones e intereses que la convocatoria a Cortes y elecciones del caso

evidenciaron en Cuba, Vid: PORTELL VILÁ, Herminio: Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados

Unidos y España. 4 tomos. La Habana -Jesús Montero editor- 1938, t. I (1512-1853); pp: 201 y ss. PÉERZ

GUZMÁN, Francisco: Bolívar y la Independencia de Cuba. La Habana -Edit. Letras Cubanas- 1998; pp: 41

y ss.

57) Tal fue la proposición presentada en la Sesión 74 del 15 de diciembre de 1822 por los diputados Félix

Varela (La Habana), Leonardo Santos Suárez (La Habana), Thomas Gener, José de las Cuevas; (por otras

provincias de Cuba) y José María Quiñones (Puerto Rico), para la creación de una Comisión dedicada al

estudio de una «..una nueva instrucción para el gobierno económico y político de las provincias de

Ultramar...» que implicaría la abolición de la esclavitud y reconocimiento gradual de la autonomía política

de las provincias de Ultramar. Vid: A[rchivo del] C[ongreso de los] D[iputados]; D[iario de las] S[esiones de

las] C[ortes], Madrid -Imprenta de J. A. García- 1875; Vol.24, t. II, pp: 999 y ss.

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; los éxitos de las armas bolivarianas en Colombia y Quito, la conmoción inmediata y

directa de la emancipación mexicana iniciada en febrero de 1821 con el ‘Plan de

Iguala’; las repetidas misiones de agentes secretos y seudo cónsules americanos al

interior de Cuba; sumado todo lo anterior al sagaz plan represivo del Capitán General

Francisco Dionisio Vives, antes incluso de la reinstauración absolutista Peninsular; el

subsiguiente y obligado primer «exilio cubano» de unos pocos prohombres oriundos

de ambas islas, conformaron los diferentes escenarios dentro de los cuales, y en

particular a partir de comienzos de 1823, se intentaría, por aquellos la independencia

de Cuba y Puerto Rico, en un comienzo bajo la protección de los EE.UU., y muy a

continuación por parte de Colombia y México.

A mediados de agosto de 1822, el Presidente Monroe recibió el primer informe sobre

unas eventuales apetencias anexionistas de Cuba por parte de las nuevas repúblicas

de Colombia y México,58 lo cual coincidió con la primera misión de los conspiradores

exilados en EE UU., capitaneados por el camagüeyano Bernabé Sánchez, secundado

por su compatriota Gaspar Betancourt Cisneros y el rioplatense José Antonio

Miralla,59 pidieron la protección directa del Presidente Monroe para sus planes

emancipadores, aduciendo la amenaza de una inminente entrega de la isla a

Inglaterra.60 De estas iniciales intrigas del primer «exilio cubano», ciertamente cando-

rosas en cuanto a esperar una eventual ayuda norteamericana para su plan

emancipador, sólo obtuvieron los patriotas cubanos una manifiesta abstención de

Washington –entonces y para un futuro inmediato–, respecto de cualquier empresa en

contra de España. De su parte, el gobierno norteamericano, a la vez que prestó oídos

58) Informe a J. a Monroe suscrito por James Bidde, Comandante de la fragata norteamericana Macedonia,

desde Cheseapeake, 3 de agosto de 1822. En PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t.I, pp: 211 y ss.

59) El rioplatense J.A. Miralla, los neogranadinos José Fernández Madrid y Diego Tanco, y el ecuatoriano

Vicente Rocafuerte, habían tenido que exilarse en los EE UU., luego del tormentoso primer proceso electoral

a Cortes iniciado a mediados de 1820, implicados como resultaron todos ellos en las diferentes conspira-

ciones masónicas que circundaron dichas elecciones. Los mismos habían constituido en La Habana en 1820

una logia llamada Sol pro independentista, que luego se llamó Soles y Rayos de Bolívar cuya personería asu-

mió el patriota José Francisco Lemus, a la que luego se aducirá en detalle. Vid: PÉREZ GUZMÁN, F., Op.

Cit., pp: 52 y ss. Miralla llegó a entrevistarse e interesar personalmente a Jefferson sobre el plan emancipa-

dor cubano alegando el peligro anexionista colombo-mexicano, habiendo el anciano de Monticello sugerido

al Presidente Monroe -23 de junio de 1823- sus deseos de ayuda, a cambio de un protectorado o futura

anexión, a la causa patriota cubana. Vid: PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t. I, pp: 228 y ss.

60) Largos e intensos fueron los debates que por más de un año -septiembre de 1822 a diciembre de 1823- se

siguieron en el seno del gabinete Monroe, nunca de apoyar los planes patriotas cubanos, sino de decidir

algún tipo de anexión de la Isla a la Unión americana; debates dentro de los cuales, desde entonces, se

impuso el criterio y extraordinaria visión política de J.Q. Adams. Vid: PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t.I,

pp:212 y ss.

Page 38: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

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a nuevos y esporádicos comisionados cubanos,61 decidió incrementar sus misiones de

inspección, vigilancia e inteligencia al interior de la Isla.62

La pronta y manifiesta inconsecuencia entre el Mensaje –Doctrina– del Presidente

Monroe y las aspiraciones emancipadoras cubanas, determinaron que el «exilio

cubano» encaminaran sus pasos en busca del apoyo de México y Colombia. Este

grupo de refugiados cubanos y portorriqueños, repartido entre Filadelfia y New York,

se había visto recientemente incrementado como consecuencia de la drástica

represión, al interior de Cuba, dirigida por el Capitán General Vives al frustrar éste, a

última hora, la conspiración independentista de la logia Soles y Rayos de Bolívar.63

El primer plan colombo–mexicano de apoyo a Cuba fue urdido en New York entre el

Ministro de Colombia, José María Salazar, el General guatemalteco José Manuel

Arce y una Junta revolucionaria cubana, de la cual formaban parte, entre otros, el

ecuatoriano Vicente Rocafuerte y el citado rioplatense José Antonio Miralla. Se

convino entonces que Guatemala pondría unos 440 hombres; Colombia 300 más,

además de una escuadra comandada por el General Manuel Manrique; en tanto

México aportaría 1,5 millones de pesos extraídos del empréstito recién contratado en

Londres. Se conformaron sendas comisiones: una que iría a Colombia, estaba

integrada por Rocafuerte –quien se anticiparía al resto–, José Antonio Miralla, el

trinitario José Aniceto Iznaga y los camagüeyanos José Agustín Arango, Gaspar

Betancourt y Cisneros, y Fructuoso del Castillo. José Ramón Betancourt regresaría a

61) De ellas, las llevadas a cabo por los ex-diputados a Cortes, el presbítero Félix Varela, Leonardo Santos

Suárez y Thomas Gener, quienes luego de su radical participación en el frustrado proyecto de deposición de

Fernando 7º y formación de una Regencia anti francesa, debieron refugiarse en Gibraltar para terminar

exilados en los EE UU., desde donde, en diferentes momentos y ante varias instancias, trataron de obtener,

infructuosamente, el apoyo de Washington para la emancipación de Cuba. Ib.

62) La más conocida, intensa y definitiva en cuanto a la orientación futura de la política norteamericana sobre

Cuba y Puerto Rico, la encomendada por Monroe directamente a Jöel R. Poinsett, quien desde entonces se

convertiría en el más connotado agente, sibilino emisario y audaz embajador norteamericano en Buenos

Aires, Chile y finalmente en México, país cuya desmembración territorial está asociado a su nombre y

misión entre comienzos de mayo de 1825 y finales de 1829. RIPPY. J.Fried: Op. Cit., pp: 152 y ss.

63) F.D. Vives había asumido su cargo el 2 de mayo de 1823. Mes y medio después, acometió la sagaz per-

secución de la logia, develada inicialmente por Cecilio Ayllón e infiltrada por el Juez de Letras de La

Habana, Agustín Ferreti, quien luego actúo como instructor de la causa. El 14 de agosto de 1823, dos días

antes de la fecha fijada para el levantamiento, se ordenó la detección de los sospechosos. Durante el proceso

quedó claro el proyecto de establecer una nueva república con el nativo y original nombre de CUBANACÁ.

Dentro de los muchos imputados, apareció el caraqueño Juan Jorge Peoil como principal proveedor de

armas, supuestamente a base de importantes remesas enviadas por Bolívar. Igualmente los neogranadinos

Fernández Madrid y Tacón, más el rioplatense Miralla fueron imputados como el alma de la revuelta. De

entre los sentenciados, veinte y tres de ellos, incluido su líder aparente, José Francisco Lemus, fueron

remitidos bajo partida de registro a España; otros huyeron al exterior -EE UU., y México- y algunos otros se

incorporaron a los ejércitos colombianos. Vid: PÉREZ GUZMÁN, F., Op. Cit., pp: 72 y ss.

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Cuba para coordinar los apoyos locales; y Antonio Abad Iznaga permanecería en

New York como enlace entre los diferentes correos.64

Largo, sino tortuoso, y finalmente infructuoso fue el «peregrinaje» cubano en pos de

la ayuda bolivariana. El 23 de octubre de 1823 los citados comisionados se embarcan

en New York en la fragata ‘Mydas’ rumbo a La Guayra, reuniéndose luego en

Maracaibo con Vicente Rocafuerte, quien además de haberse entrevistado con el

General Manuel Manrique, victorioso de la reciente rendición de dicho puerto que

aún permanecía en poder español,65 había escrito largamente al Secretario de RR. EE

de Colombia –su antiguo colega de conspiración de la isla Amelia– exponiéndole el

objeto de su comisión y recomendándole a sus compañeros y patriotas cubanos.

Infortunadamente, la prematura e inesperada muerte del General Manrique –el 30 de

noviembre de 1823– frustró el plan original. Rocafuerte, sin esperar respuesta de

Gual, se dirigió a México a donde llegó a comienzos de 1824. José Agustín Arango

se dirigió al Perú en busca de Bolívar y el resto se dirigió a Bogotá con el objeto de

reiniciar sus gestiones con el Gobierno del Vicepresidente Santander.66

En Bogotá, los comisionados cubanos fueron sorprendidos con los rumores sobre una

supuesta cesión de Cuba a Francia como retribución de Fernando por su reciente libe-

ración; a lo cual se añadió las sospechas del gobierno colombiano de una eventual ex-

pedición de la Alianza en apoyo de España. Todo lo anterior obligó a Miralla, Valero

y Castillo a permanecer en Bogotá aguardando las resultas de las gestiones de Arango

en el Perú. J.A. Iznaga y Betancourt Cisneros regresaron a Cuba para informarse y

comunicar al gobierno colombiano sobre el pretendido cambio de soberanía y

supuesta invasión de reconquista, la cual se creía partiría de dicha isla. Por su parte,

Arango, después de varias entrevistas con Bolívar, poco pudo obtener del Libertador

empeñado como estaba éste en la conclusión de la campaña peruana. No obstante, y

para atenuar su espera en Lima, fue nombrado como Auditor interino de Guerra y

más tarde, naturalizado peruano, terminó siendo designado como secretario de la

legación peruana ante el Congreso de Panamá.67 Entre tanto, a mediados de mayo de

1825, José Aniceto Iznaga había llegado a Lima con el objeto de reactivar, junto a

64) Ib.

65) La comisión, desembarcada en La Guaira a finales de 1823, contactó al cubano - Camagüeyano-

Francisco Javier Yanes, quien era entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia del Norte, cargo que

ocupaba antes el ahora Ministro colombiano en Washington J.M. Salazar. En Maracaibo se entrevistaron

además con el General Antonio Valero, oriundo de Puerto Rico y quien había sido Jefe Militar con Iturbide

en México de donde pasó a Colombia y quien decidió unírseles rumbo a Bogotá. Ib.

66) Ib.

67) Otro cubano, Fructuoso Castillo, que había permanecido en Bogotá fue designado y actúo como Secre-

tario de la Delegación colombiana ante el mismo Congreso anfictiónico americano.

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Arango, las ayudas colombianas.68 Ilusionado con la anunciada posición del Gobierno

peruano para defender en Panamá la invasión liberadora de Cuba y Puerto Rico,

siguió a Guayaquil (octubre de 1825) y luego a Panamá (noviembre del mismo año),

donde esperaba concretar la acción mancomunada de los demás países confederados

en pro de la liberación de estas dos islas.

b) Los primeros «planes» en Bogotá y México.

En Bogotá, mientras el gobierno colombiano debatía, en el seno del Consejo de Go-

bierno, la eventualidad de un ataque español desde dicha isla,69 su Vicepresidente en

ejercicio, General Francisco de Paula Santander, acogía con inusitado entusiasmo la

oferta proteccionista del Mensaje Monroe, tomando, con pausado interés, los esporá-

dicos proyectos expedicionarios sobre Cuba y Puerto Rico que Bolívar le proponía

desde el Perú.70 Fue pues el gobierno mexicano quien tomó las primeras y concretas

68) Iznaga era portador de una extensa y muy afectiva carta de presentación ante Bolívar escrita por el Ge-

neral José Padilla, Gobernador de Cartagena. Ib

69) Como se ha anticipado, esta preocupación se volvió constante una vez conocidas en Bogotá, muy tardía-

mente (6 de noviembre de 1823), las noticias, tanto de la invasión francesa del Duque de Angulema, como

en particular la restauración de Fernando 7º en octubre de 1823 (febrero de 1825); preocupación la cual fue a

su vez auspiciada por los informes, no menos alarmistas sobre una eventual expedición de reconquista

franco-española, que los agentes americano e ingleses se disputaban alternativamente en reportar en Bogotá

al gobierno del General Santander. Sin embargo, tales preocupaciones no se concretaron en un temor

definitivo sino hasta mediados de 1824.

70) Con anterioridad a su triunfo de Ayacucho, poco o nada había dicho Bolívar sobre Cuba y Puerto Rico.

En su siempre citada Carta de Jamaica, Cuba aparece apenas mencionada. Una vez restaurado Fernando 7º,

a diferencia de Santander, aunque temiendo el mismo peligro de la Alianza europea, Bolívar manifestó, sin

ocultamiento alguno, su no modificada convicción de un protectorado inglés para Hispanoamérica. Sin

embargo, apenas liberado el Perú, estando a su lado los Comisionados cubanos Arango y Iznaga, desde

Lima, el 20 de diciembre de 1824, Bolívar ofició entusiasmado a Santander proponiéndole amenazar a

España, o bien con la invasión de Cuba y Puerto Rico bajo una expedición colombiana comandada por Sucre

y Páez, y en su caso con la «..insurrección» de La Habana, como medios eficaces para obtener de la España

re absolutista la firma de la paz. No obstante, y coincidiendo con la convocatoria del Congreso Continental

de Panamá -Lima, 7 de diciembre de 1824-, en cuya agenda consideró Bolívar el asunto de Cuba y Puerto

Rico, éste volvió nuevamente a manifestar sus pretensiones de un protectorado externo. Por su parte,

Santander -ilusionado prematura con el alcance del Mensaje Monroe- pensó en los EE UU.; en tanto Bolívar

se reafirmó en Inglaterra, precisamente en prevención de éstos. SHEPHERD, William: "Bolívar and the

United States". En: The Hispanic American Historical Review. Durham, I (1918), nº3; pp: 2710 y ss.

GARCÍA SAMUDIO, Nicolás: "Santander y los Estados Unidos". En: Academia Colombina de Historia:

Conferencias en homenaje al General Francisco de Paula Santander. Bogotá, 1940, pp: 31 y ss. Sin embar-

go, el proyecto colombiano para liberar ambas Antillas se pospuso, reservándolo como tema de decisión de

la Asamblea anfictiónica. Por ello, las posteriores alusiones de Bolívar a Santander, y de éste a aquél, sobre

tal proyecto expedicionario por parte de Colombia estuvieron casi siempre referidas a una acción conjunta

americana a pactarse en Panamá. Así lo hizo durante el primer semestre de 1825 el Secretario de Relaciones

Exteriores de Colombia, Pedro Gual, en sus comunicaciones a los Gobiernos de México, Guatemala, Perú y

Buenos Aires al proponerles la agenda inicial de la referida Asamblea. Vid: GONZÁLEZ, Margarita: Bolívar

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iniciativas, individuales y conjuntas, para acometer la invasión, liberación o anexión

de Cuba y Puerto Rico. Por lo demás, fueron estas iniciativas mexicanas las que,

además de haber inducido las primeras acciones defensivas por parte de las autori-

dades españolas de Cuba y Puerto Rico,71 develaron el temor –fingido o real– del

gobierno norteamericano, y con él su ya referida acometida diplomática en Europa, y

muy a continuación sobre los gobiernos de México72 y Colombia;73 todas ellas

tendientes a garantizar la continuidad colonial, en manos de España, de ambas

Antillas españolas.

Cupo al Presidente mexicano, General Guadalupe Victoria, planear y patrocinar un

primer plan expedicionario sobre Cuba, que le fue propuesto por el Comandante del

Estado Libre de Yucatán, el General Antonio López Santana.74 A continuación, y en

y la Independencia de Cuba, Bogotá -Ancora edit.- 1984; pp: 83 y ss. SANTOVENIA Emeterio: Bolívar y

las Antillas Hispanas. Madrid -Espasa Calpe- 1935; pp: 69 y ss.

71) El primer plan conocido para la defensa de ambas islas es del 22 de marzo de 1825. Ángel Laborde a

Francisco D. Vives. El 16 de abril de 1825 se creó una Comisión de Auxilio de las islas en prevención de una

tal invasión. A[rchivo] N[acional de] C[uba]; A[suntos] P[olíticos]. Leg.29 , nº 35 y 41

72) La primera reacción oficial del gobierno norteamericano está contenida en las instrucciones de H. Clay al

primer Ministro de los EE UU., en México, el controvertido Jöel. R. Poinsett -Washington, 25 de marzo de

1823- en la que, y ante la amenaza de una invasión conjunta de México y Colombia, se le encomienda

manifestar que los EE UU no permanecerían indiferentes a tal acometida, estando resuelto su gobierno a no

tolerar un cambio de posesión de Cuba o Puerto Rico. FSD; Ms, X ,225. BFSP; XIII (1848); pp: 485 y ss.

MANNING, W.R: Op. Cit., Vol. Iº., p:266 y ss.

73) Paradójicamente, fue el gobierno colombiano, a través de su Ministro en Washington, quien improcedente

e inconsultamente, asumiendo el nombre de los nuevos gobiernos hispanoamericanos, pidió la mediación de

los EE UU., para obtener el reconocimiento de España y firma de la paz, ocasión en la cual ofreció en

contrapartida, a nombre de los mismos gobiernos hispanoamericanos, la permanencia de Cuba y Puerto Rico

en manos de la ex metrópoli. Salazar a Clay, Washington, 5 de mayo de 1825. Meses más tarde, H. Clay se

valió de tal improcedente pedido para notificar paralelamente a los Ministros de Colombia, México y

Guatemala los buenos oficios iniciados en Europa, particularmente ante el Zar ruso y la Corte española,

ofreciendo la continuidad del dominio español sobre Cuba y Puerto Rico. En: MENDOZA, Diego: "Estudios

de historia diplomática. Relaciones entre Colombia y México". En: Boletín de Historia y Antigüedades,

Bogotá -ACH- Vol. VII (1911), nº 74, pp: 98 y ss. BFSP; t. XIII, pp: 414 y 429.

74) El Plan, que estaba siendo coordinado entre López Santana y el Secretario de Guerra y Marina, José

Ignacio García Illueca -Veracruz, 18 de agosto de 1824- preveía la invasión y futura anexión a México de

Cuba, antes incluso de la toma de la fortaleza de San Juan de Ulúa. Los contactos e informes positivos que

Santana decía recibir, se cruzaban con las acciones de agitación interna y promesas liberadoras, incluido un

profuso reparto desde los EE UU., de la Constitución mexicana del 24, que mismo Victoria había ordenado

efectuar a su Ministro Pablo Obregón. Vid: PÉREZ G., F: Op. Cit., p:143. FLÓREZ, D., J: Op. Cit., p:52.

Este plan se entrecruzaba con la propuesta que, desde Puerto Cabello, le formuló José Antonio Páez a

Bolívar -19 de agosto de 1824- para expedicionar sobre Cuba y Puerto Rico una vez liberado el Perú. Por la

misma fecha, el Gobierno Colombiano nombraba al rioplatense José María Lanz, Agente Especial ante el

gobierno de Francia, instruyéndole -Bogotá, 9 de noviembre de 1824- indagar la posición de dicho gobierno

en caso de decidir Colombia la invasión y anexión de las islas de Cuba y Puerto Rico e incluso de cualquier

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desarrollo del Tratado de Amistad, Unión, Liga y Confederación suscrito

previamente con Colombia –Méjico, 3 de octubre de 1823–,75 acreditó ante el

Gobierno de Bogotá, y en calidad de Encargado de Negocios, al Coronel José Anas-

tasio Torrens, uno de cuyos encargos, sino el primero, fue la firma de una convención

naval para someter la fortaleza de San Juan de Ulúa, último reducto español en

México, y desde luego punto obligado de conspiración y desestabilización del país

por parte de España.76 El 18 de junio de 1825, en desarrollo del artículo VI del

referido Tratado,77 Torrens formuló la propuesta al nuevo Secretario de Relaciones

Exteriores colombiano, José Rafael Revenga. Luego de algunas dilaciones del

gobierno colombiano,78 el 19 de agosto siguiente se firmó en Bogotá el Convenio…

para el envío de la escuadra de [Colombia] a cooperar al asedio de San Juan de

Ulúa.79

Días antes, el 4 de julio de 1825, en la Sala lancasteriana del «Convento de Belén» de

la ciudad de México, se había constituido la Junta Promotora por la Libertad de Cuba,

cuyo Presidente y Secretario fueron los habaneros José Antonio Unzueta80 y José Fer-

nández Velasco, respectivamente. Una vez más se acudió al sistema de Comisiones:

una local. encargada de entablar negociaciones con el gobierno mexicano; y otras dos

destinadas al exterior, la primera de enlace con los exilados en EE UU., y la tercera

otra posesión española en Asía o África (!!). Vid: ZUBIETA, Pedro: Op. Cit., pp: 471. ROBERTSON, W.S:

Op. Cit., pp: 349 y ss.

75) CADENA, Pedro Ignacio: Anales diplomáticos de Colombia. Bogotá -Imp. Manuel J Barrera- 1878, pp:

271 y ss.

76) MENDOZA, D: Op. Cit., pp: 323 y ss. VÁSQUEZ CARRIZOSA, Alfredo: Historia diplomática de

Colombia. La Gran Colombia. Bogotá -Edit. Pont. Univ. Javeriana- 1993, pp: 161 y ss.

77) El canje de ratificaciones se llevó a cabo en México apenas el 2 de septiembre de mismo año de 1825.

CADENA, P.I: Op. Cit., p:279

78) En parte debidos a que Colombia aún no disponía de los efectivos navales que debía aportar. El 11 de

agosto de 1825, el Secretario de Guerra, el General venezolano Carlos Soublette, informaba al Consejo de

Gobierno de Colombia que aún estaba pendiente la llegada de la escuadra contratada en Europa a través del

negociante sueco Juan Bernardo Elbers, la cual debería ser previamente reconocida. En dicha sesión, se

decidió nombrar al General colombiano, Lino de Clemente, comandante de la misma, ordenándose aprestar

la oficialidad y marinería requerida a efectos de sacarle «..el mejor partido posible..» a dicha escuadra en la

acción propuesta por México. Vid: A[cuerdos del] C[onsejo de] G[obierno de la República de] C[olombia.

1825-1827]. 2 tomos. Bogotá -Biblioteca de la Presidencia de la República- 1988, t.2º, pp:72. El 12 de

agosto, sin recibirse aún la escuadra prometida, Revenga dijo a Torrens que la guerra naval conjunta debía

extenderse incluso hasta las costas de España. Desde el 6 de junio anterior, el Vicepresidente Santander,

ciertamente entusiasmado, ofició a Bolívar anunciándole un plan muy reservado para bloquear La Habana y

una gran acción combinada con México sobre San Juan de Ulúa. SUÁREZ, Roberto: "Colombia y Cuba".

En: Repertorio colombiano. Bogotá, Vol. XVIII (1898), p: 273 y ss.

79) MENDOZA, D., Op. Cit.,p:336. ACGC, t.2, p:105.

80) La integraban otros cubanos: José Teurbe Tolón, Roque de Lara y Antonio José Valdés. Ib.

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una vez más ante el Libertador en el Perú. Por lo pronto, nada más podía parecer pro-

picio a las aspiraciones de este nuevo exilio cubano, dado el manifiesto interés del

primer gobierno constitucional mexicano, cuyo Presidente, el General Guadalupe

Victoria, como ya se advirtió, estaba, desde mucho antes, personal y directamente

comprometido con la emancipación de la isla de Cuba, como presidente que era de la

logia Águila Negra.81

El incumplimiento sistemático de Colombia, al no poder aportar oportunamente los

efectivos comprometidos, y la rendición de la mencionada fortaleza española tres me-

ses después –19 de diciembre de 1825– ante el asedio de las tropas del General Ló-

pez Santana, hicieron innecesaria la subsistencia del aludido Convenio.82 Posponién-

dose, como se posponía mes en mes,83 la apertura oficial del Congreso de Panamá, en

81) Se aduce que había sido un fraile y médico cubano, apellidado Chávez, quien anduvo al lado de Morelos y

luego prestó iguales servicios a Victoria durante su campaña en Veracruz , quien habría inducido a éste,

luego de los sucesos de 1821, a fundar y ponerse al frente de la aludida logia destinada a libertar a Cuba y

Puerto Rico. A la misma supuestamente pertenecieron los principales cubanos residentes en México y otros

tantos de los exilados en EE UU, contando con ramificaciones dentro de ambas islas. Vid: FLORES D., J:

Op. Cit., pp: 53 y ss.

82) Al comunicarlo Tornees a Revenga el 2 de diciembre de 1825, aludió el refuerzo de la marina mexicana y

lo innecesario de mantener tal Convenio. Así lo informó Revenga al Consejo de Gobierno, quien de todas

maneras aprobó proponer al Encargado mexicano una nueva alianza naval en contra de España. ACGC, t.2,

p: 105.

83) Entre las muchas razones al respecto, estaban las inmensas dificultades y lentitud en las comunicaciones

entre tan lejanos y desconectados gobiernos, la situación política interna de muchos de ellos, las

negociaciones previas y dificultades inherentes al perfeccionamiento de semejante cita, en particular la

invitación de EE UU., Inglaterra y otras potencias europeas. Como se anticipó, si bien la invitación a los EE

UU., fue asumida unilateralmente por el Vicepresidente Santander en Colombia, en contra de la voluntad

expresa de Bolívar, no lo fue así para México y Centroamérica, co invitantes en Washington, según

instrucciones de sus respectivos gobiernos. Dicha invitación le fue verbalmente comunicada a H. Clay, en la

primavera de 1825, simultáneamente por los Ministros de los dos primeros países mencionados, pero sólo

hasta finales el 2 de noviembre de dicho año fue formalmente formulada la misma por los tres gobiernos

hispanoamericanos, cuando ya estaban en Panamá, hacía más de tres meses, los Diputados peruanos y

estaban próximos a llegar los de Colombia, México y Centroamérica. Tan sólo el 26 de diciembre del mismo

año, el Presidente Adams lo comunicó al Senado manifestando la voluntad del Ejecutivo de participar en

dicho Congreso, una vez se hubiese pactado con tales anfitriones la salvaguardia de los principios rectores de

la política exterior norteamericana, en particular su neutralidad en el conflicto entre España y sus antiguas

colonias, como también su no participación en ningún tipo de alianza militar en el continente, en especial en

contra de España, e incluso no reconocimiento de la república negra de Haití. Profundos y prolongados deba-

tes en el Congreso americano precedieron la designación de los delegados norteamericanos, en calidad de

«observadores», Anderson y Sergeant, los cuales nunca llegaron a asistir a dicha Asamblea. VÁZQUEZ

C,A: Op. Cit., pp: 95 y ss. PACHECO QUINTERO, Jorge: El Congreso anfictiónico de Panamá y la política

internacional de los EE.UU. Bogotá -Edit. Kelly- 1971; p: 93 y ss. Para un detallada documentación al

respecto, BFSP (1825); Vol. XIII, London 1848; pp: 389 y ss. GLEIJESES, Piero: "The Limits of Sympathy:

The United States and the Independence of Spanish America". En: Journal of Latin American Studies; XXIV

(1992), nº 3; pp: 481 y ss.

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cuyo seno se suponía se aprobaría un plan conjunto contra Cuba, el 8 de octubre de

1825 se sometió a la aprobación del Senado mexicano, previo el consentimiento del

Presidente Victoria, un proyecto de invasión para liberar a Cuba y Puerto Rico, expe-

dición la cual estaría al mando del referido General López Santana.84 El Plan, que

constaba de 13 puntos, tenía por objetivo final establecer una «…república indepen-

diente bajo el protectorado mexicano..», tal cual se denominaría el ejército libertador

mexicano destinado a tales propósitos.

Una vez más, y concomitantes tanto con las amenazas urdidas en Panamá, como con

los anuncios de la precedente convención naval colombo–mexicana y otros informes

directos y particulares originados en diferentes sitios del Caribe, los proyectos inva-

sores hispanoamericanos alertaron por parejo a las autoridades españolas de Cuba y

Puerto Rico, como muy particularmente al Ejecutivo norteamericano y gabinete

inglés. Unas y otros se apresuraron a tomar las medidas defensivas y preventivas del

caso. Por fuera de lo actuado en Cuba y Puerto Rico,85 resulta pertinente resaltar que

es a partir de este momento en que los primeros y aparentes intentos intervencionistas

de Colombia y México conectan con el último gran despliegue diplomático de los EE

UU., e Inglaterra en torno a la defensa del estatus colonial de ambas islas; tal cual se

ha referido en los apartes precedentes.

c) El fallido Congreso de Panamá.

Cuando el Congreso norteamericano no había aún aprobado la participación de los

EE UU., en el Congreso de Panamá,86 el 20 de diciembre de 1825, en sendas notas, el

84) Desde comienzos de 1825, López Santana había invadido Cuba con varios impresos y proclamas,

anunciando en su nombre y en el del Presidente G. Victoria, el pronto desembarco de una «falange liber-

tadora» mexicana al mando del joven oficial Ricardo Toscano. PÉREZ G. F: Op. Cit., pp: 89; 147.

85) El 27 de septiembre de 1825 el gobernador de Puerto Rico, General Miguel de La Torre, comunicaba al

Capitán General de Cuba, F. D. Vives, los preparativos que se hacían en Cartagena de una expedición naval

colombo-mexicana que en principio supondría la reunión en Campeche de 13 mil hombres. A comienzos de

octubre Vives recibió al respecto nuevos y afirmativos informes desde Coro-Venezuela. El 21 de octubre

siguiente, el Teniente Gobernador de Santa María de Puerto Príncipe (Camagüey), divulgaba un impreso

procedente de Panamá y Filadelfia, suscrito por los cubanos J.A. Arango y A. de las Heras, anunciando la

pronta expedición liberadora de ambas islas. En tales fechas, Bolívar decía a Santander que por ahora debía

posponerse cualquier tentativa de invasión a las mismas. Pero fue sólo hasta el 11 de enero de 1826 cuando

Vives urdió el plan de enviar una goleta espía -bajo bandera norteamericana y al mando del Cap. Richard

Cox- la cual visitó Cartagena entre el 3 y 10 de febrero, regresando a Cuba el 1 de marzo siguiente. El

comisionado-espía, supuesto comerciante -Guillermo Pérez-, aportó abundantes informes sobre los aludidos

aprestos navales de Colombia y México. PÉREZ GUZMÁN, F: Op. Cit., pp: 90 y ss. FRANCO, José L:

Política continental americana de España en Cuba; 1812-1820. La Habana –Publicaciones del Archivo

Nacional de Cuba–, 1947; pp: 363 y ss.

86) La participación de los EE UU., en el Congreso de Panamá, fue aprobada por la Cámara de Represen-

tantes tan sólo el 18 de abril de 1826, como ya se advirtió luego de un largo y muy intenso debate llevado a

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Secretario de Estado Clay comunicó a los Ministros J.M. Salazar de Colombia y P.

Obregón de México, la formalización, por parte de los EE UU., de las gestiones de

mediación ante el Zar de Rusia, cuya recepción favorable por la Corte de St. Peters-

burgo –se anticipó a anunciar Clay– imponía al gobierno norteamericano la necesidad

de solicitar, a los de Colombia y México, posponer indefinidamente, hasta tanto se

conociese el resultado de tal empeño mediador, la expedición naval conjunta que se

preparaba en Cartagena para atacar a Cuba y Puerto Rico, entre otras cosas, para no

indisponer cualquier actitud favorable a la paz por parte de España.87

Muy a continuación, Clay ordenó a su Ministro en Madrid ejercer una densa y persis-

tente campaña de ablandamiento del gobierno español en pro del reconocimiento de

los nuevos gobiernos hispanoamericanos y firma de la paz en América. El 26 de

enero de 1826, el Ministro A. Everett, siguiendo extensas instrucciones del

cabo en ambas Cámaras del Congreso norteamericano. GLEIJESES, P: Op. Cit., pp: 481 y ss. RI-

CHARDSON, J.D: A complete Compilation of the Messages and Papers of the Presidents of the United

States; 1789-1897. Washington 1896; V, 420.

87) BFSP (1825), Vol. XIII; pp: 426 y ss. Por su parte, el Ministro H. Everett en Madrid, siguiendo precisas

instrucciones de H. Clay, presionaba insistente al Duque del Infantado -1 y 20 de enero de 1826- con las no-

ticias, cada vez más ciertas, de una inminente y exitosa invasión colombo-mexicana sobre Cuba y Puerto

Rico, lo cual podría evitarse de acceder España a firmar la paz en América. Por su parte, el 30 de diciembre

de 1825, desde Nueva York, J.M. Salazar acusó a H. Clay el recibo de su pedido de suspensión de la in-

vasión conjunta, diciéndole haber trasmitido a Bogotá la misma, lo cual realizó un día después. El 4 de enero

siguiente hizo lo propio P. Obregón ante Clay. Ib. El 31 de diciembre de 1825, alegando el mismo argumento

de la mediación pedida al Zar, el Ministro Poinsett en México, manifestó al Secretario de Relaciones

Exteriores, L. Alamán, igual solicitud de suspensión de cualquier tentativa sobre Cuba o Puerto Rico,

advirtiéndole sin ambages que de cambiar de dueño tales islas debían éstas ser anexadas a los EE UU.

VALADÉS, José C: Alamán. Estadista e Historiador. México -UNAM-1987 pp: 205 y ss. Por su lado, el

Ministro R. Anderson en Bogotá -de paso por Cartagena de regreso de su viaje a los EE.UU., había reportado

a Clay -Cartagena, 10 de noviembre de 1825- los innegables preparativos navales para la pretendida

expedición, con «..barcos bien armados y bien provistos de Oficiales ingleses y norteamericanos...», pero

sin disponerse aún de la marinería requerida. El 7 de febrero siguiente, desde Bogotá, nuevamente ofició a H.

Clay trasmitiéndole el parecer del Secretario de RR. EE. colombiano, J.R. Revenga, sobre el objeto del plan

conjunto naval con México, el cual creía se dirigiría a liberar a San Juan de Ulúa. En esta ocasión Anderson

adujo haber manifestado al gobierno colombiano el comienzo de las gestiones mediadoras de los EE UU.,

ante el Zar. El 28 de febrero, Anderson acusó el recibo de la correspondencia cruzada entre Clay y Salazar

habiendo impuesto al gobierno colombiano sobre la necesidad de aplazar la expedición sobre Cuba y Puerto

Rico. Sin embargo, el 9 de marzo siguiente, en un detallado oficio, el Ministro americano dijo a Clay haber

repetido el pedido de posponer cualquier ataque sobre Cuba y Puerto Rico, añadiendo que la tal expedición

no se ejecutaría por ahora; no por que el gobierno colombiano conviniere en acatar el pedido norte-

americano, sino por una manifiesta incapacidad para llevarla a cabo por parte de Colombia. Sin embargo,

añadió que Revenga había admitido la existencia de un plan conjunto con México para atacar a Cuba,

ocuparla y protegerla hasta que la Isla estuviere en condiciones de decidir su futuro político; proyecto el que

se decidiría finalmente en Panamá, a donde se esperaba la participación del gobierno norteamericano.

URRUTIA, Francisco José: Páginas de historia diplomática. Los Estados Unidos de América y las

Repúblicas hispanoamericanas de 1810 a 1830. Bogotá -Imp. Nacional- 1917, pp: 305 y ss.

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mencionado Secretario de Estado, dirigió al nuevo Secretario de Estado y del

Despacho, Duque del Infantado, una extensísima y prolija nota exponiéndole todas

las razones y beneficios imaginables por las que España debía firmar la paz en

América; como también los daños y perjuicios irreparables que para ella se seguirían

de persistir alimentado tan insostenible guerra.

El colofón de tan meticuloso –y hasta académico– oficio fue el de siempre: garantizar

la perpetuación, sin una expresa garantía norteamericana, de la posesión española de

Cuba; como también, la clara advertencia norteamericana de no tolerar cambio

alguno, ni cesión en su dominio a ninguna otra potencia. Advirtió Everett que los EE

UU., no permanecerían indiferentes ante una eventual invasión por alguno o varios de

los nuevos gobiernos hispanoamericanos, como tampoco toleraría una eventual e

impredecible rebelión interna.88

Mientras se iba completando el quórum en Panamá, los plenipotenciarios de Perú y

Colombia pre negociaban los eventuales acuerdos militares a suscribirse como marco

de la nueva alianza continental, uno de cuyos puntos era, ya no tanto la proyectada

invasión de Cuba y Puerto Rico, sino el destino inmediato de las dos islas: su plena

independencia o su anexión a una o a varias de las repúblicas confederadas.89 Estas

88) FSD; DS, XXV. En: MANNING, W.R; Op. Cit, III, p. 2075. También: AMSP, FR; VI, p.1006. En abril

de 1825, H. Clay, previamente a la elaboración de las mencionadas instrucciones de Middleton, Kong y

luego Everett, había indagado la opinión del Ministro colombiano en Washington, preguntándole cuáles eran

las razones sobre las que EE.UU., podía o debía interponer una tal acción de presión sobre el gobierno y

Corte españoles. En su respuesta del 5 de mayo de 1825, J.M. Salazar se esforzó en ofrecer un buen número

de bien ponderadas razones al respecto, las cuales, con mayor brillo y profundidad, reconvirtió H. Clay en

las referidas instrucciones a sus Ministros en Rusia, Inglaterra y España, en particular en las ahora citadas al

Ministro H. Everett. MENDOZA, Diego: "Estudios de historia diplomática. Mediación de los Estados

Unidos en la guerra de independencia". En: Boletín de historia y antigüedades. Bogotá -ACH- VII (1911), nº

74; pp: 99 y ss.

89) Las tempranas y explícitas instrucciones a los diputados peruanos, José María Pando y Manuel Vidaurre –

Lima, 15 de mayo de 1825– suscritas por el Ministro Tomás de Heres, estipulaban (puntos 8º a 10º) ambas

opciones, como también las implicaciones de una y otra, los preparativos militares y el pago de los gastos

respectivos. La Noche de Navidad de 1825, ambos diputados pedían al Ministro De Heres una confirmación

de sus instrucciones, pues al haber confrontado las suyas con las portadas por los Plenipotenciarios de

Colombia, P. Gual y P. Briceño Méndez, parecía que se reservaría tal iniciativa expedicionaria sobre Cuba y

Puerto Rico a Colombia y México en virtud del Convenio naval que ambos tenían firmado al respecto. Aña-

dían que, sin embargo, la decisión de Suecia de prohibir la venta de nuevos navíos a Colombia imponía un

replanteamiento de la estrategia continental. Sin embargo, pasados los meses de larga espera en Panamá, y

regresado J.M. Pando a Lima, ahora Ministro de Relaciones Exteriores, el 25 de mayo de 1826, éste instruyó

a sus colegas Vidaurre y Pérez de Tudela, manifestándoles que habiendo el gobierno español permitido a sus

Agentes en Londres abrir alguna opción de paz, el Perú -todavía bajo la égida de Bolívar- estimaba que se

podía ofrecer a España la garantía de Cuba y Puerto Rico en vez de compensaciones económicas, como las

pretendidas por la ex-metrópoli, llegando incluso a sugerir Pando el envío a Panamá de plenipotenciarios

españoles. BARRENECHEA Y RAYGADA, Oscar: El Congreso de Panamá de 1826. Documentación

inédita. Lima –Publicaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores- 1942; pp: 5 y ss.

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iniciativas confederadas, coincidieron con un vasto y definitivo plan de defensa de

Cuba,90 acciones estas todavía más concordantes cuando, y al margen de lo que se pu-

diera decidirse más tarde, y de forma mancomunadamente en la próxima Asamblea

de Panamá, el Congreso mexicano había autorizado al Ejecutivo para unirse a

Colombia en una expedición libertadora sobre Cuba y Puerto Rico.91 El 14 de marzo

de 1826, el Ministro colombiano en México, Miguel Santamaría, siguiendo

instrucciones del Secretario de RR. EE., R. Revenga, propuso al gobierno mexicano

la firma de una nueva convención naval, adjuntándole tres días después el texto de un

minucioso Plan de Operaciones para la ejecución inmediata de la misma. EL General

Manuel Gómez Pedraza, Secretario de Guerra y Marina fue el designado por el

Presidente G. Victoria para perfeccionar el acuerdo, el cual se firmó el 17 de marzo

siguiente en la capital mexicana. El mando de la flota conjunta se confió al Comodo-

ro norteamericano David Porter y en su remplazo, al General colombiano Lino de

Clemente. Su «…objeto principal [fue]... buscar y batir la escuadra española, bien sea

que permanezca en La Habana, que venga sobre México ó sobre Colombia ó sobre

Guatemala...»92

90) El 10 de febrero de 1826, el Capitán General F.D. Vives, remitió al Gobernador de Santiago de Cuba un

detallado y definitivo Plan de Defensa de la isla, dividiéndola en tres departamentos militares (Occidental,

central y oriental, curiosamente la misma estrategia territorial adoptada, a comienzos de 1896, por el General

Valeriano Weyler); subdivididos éstos en Secciones y Comandancias, y éstas a su vez en otros mandos

inferiores. Una Junta de Autoridades regló el mando defensivo de los Alcaldes ordinarios, Capitanes de

Partido y Jueces Pedáneos, como también el papel de las milicias en caso de desembarco enemigo. De igual

forma, se decidió el aporte de esclavos por parte de los Hacendados, advirtiéndose que cualquier

comunicación con el enemigo sería penada con la horca. ANC, AP; Leg. 298, nº 41 y Leg. 129, nº 7. PÉREZ

G, F: Op. Cit., p: 185

91) El 18 de febrero de 1826, la Gaceta Diaria de México publicó el dictamen de una de las Comisiones del

Congreso mexicano autorizando al gobierno federal para unirse a Colombia en una expedición tendiente a

invadir y liberar a Cuba y Puerto Rico. Ib., p.160. El 9 de marzo de 1826. el Secretario de RR.EE., L.

Alamán re instruyó al primer designado Plenipotenciario mexicano en Panamá, Espinosa de los Monteros,

para firmar un convenio similar al firmado con Colombia el 19 de agosto de 1825. GONZALEZ, M: Op.

Cit., p: 125.

92) Miguel Santamaría, quien era de origen mexicano y había sido vinculado a la causa colombiana por su co-

lega de conspiración en la Isla de Amelia, el después primer Secretario de RR. EE de la Unión colombiana,

Pedro Gual, lo que finalmente propuso al Gobierno mexicano fue un Plan de operaciones para la ejecución

de tal expedición. El mismo, contenido en 18 artículos, preveía todos los detalles del aporte mutuo de

contingentes, mando, gastos y reparto de presas enemigas. Santamaría comunicó a Revenga sobre el

particular el 26 de marzo siguiente. A su vez, Revenga había informado sobre el proyecto a Bolívar el 21 de

enero del citado año. México notificó a Santamaría la aprobación del Convenio el 28 de mayo. El Comodoro

Porter empezó su encargó en Veracruz el 4 de octubre siguiente, en tanto el gobierno mexicano apremiaba al

de Colombia el cumplimiento de sus compromisos. MENDOZA, Diego: "Estudios... Relaciones entre

Colombia y México". Loc. Cit., pp: 339 y ss. Paralelamente, el 4 de marzo de 1826, había partido desde Ja-

maica la balandra Margaret transportando una supuesta expedición libertadora que se auto tituló de Los

Trece (por las letras de la palabra "independencia"). La misma, se dijo, había sido armada con el apoyo del

gobierno colombiano, portando sus jefes instrucciones de dicho Gobierno para preparar el desembarco de

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Mientras México se cansaba de apremiar al gobierno colombiano el oportuno cumpli-

miento, una vez más, de sus compromisos relativos a los efectivos prometidos,93 el

Congreso de Panamá, finalmente instalado el 22 de junio de 1826, y contra todas las

previsiones iniciales, durante sus tres escasas semanas de sesiones oficiales, si bien

discutió en pasillos el asunto de la proyectada invasión de Cuba y Puerto Rico, cerró

sus sesiones el 15 de julio siguiente sin adoptar una decisión específica al respecto.94

Bien fuera porque el asunto no concerniera directamente al Perú –único país exclusi-

vamente pacífico–95 y se hubiese optado por dejar dicha intervención en manos de

una nueva y gran expedición. Por lo pronto, ésta se redujo a merodear las playas y puertos del occidente de

Cuba. Antes de regresar a Jamaica, se acometieron furtivos desembarcos, más que nada destinados a re-

colectar información sobre la situación interna de la Isla -en particular sobre el reciente apresamiento de los

líderes locales Francisco Agüero y Andrés Sánchez- y reparto de una profusa propaganda impresa con las

promesas de Bolívar por una pronta intervención libertadora. Los insurgentes Agüero y Sánchez, que habían

desembarcado el 9 de enero anterior, el primero portando pasaporte de Colombia, fueron apresados y conde-

nados a la horca el 16 de marzo de dicho año de 1826. PÉREZ G, F: Op. Cit., pp: 97 y ss.

93) El problema de base seguía siendo el mismo: la no existencia de la escuadra colombiana, la que, a pesar

de contar con su comandante y principales oficiales, carecía aún de los navíos y marineros requeridos. Si

bien el 13 de febrero de 1826 -un mes antes de la firma del aludido Convenio- el Secretario de Guerra y

Marina, Carlos Soublette, había anunciado en el Consejo de Gobierno la llegada a Cartagena de un navío 74

cañones y una fragata de 44 comprados en Suecia, el gobierno colombiano, temiendo su defectuoso estado,

decidió en la misma sesión ordenar su aforo en Nueva York bajo la supervisión del Cónsul General

colombiano, el General Palacios, sobrino del Libertador. ACGC, t.2, p: 125 y ss. El 4 de octubre de 1826,

desde México, el Ministro Santamaría trasmitía en vano a su gobierno en Bogotá los apremios que le hacía el

de México para perfeccionar la Convención pactada. MENDOZA, D: Op. Cit., p: 345. Sin embargo, el 21 de

marzo de dicho año, antes de conocerse en Bogotá el texto definitivo de la Convención con México, el

mismo Secretario Soublette informó al Consejo de Gobierno el total de armamentos navales comprados en

Suecia por Colombia para cumplir su encargo con México: 1 navío de 74 cañones, 2 fragatas -de 62 y 44- a

unirse a las 4 corbetas, 3 bergantines y 4 goletas ya existentes en Cartagena. En la misma fecha Soublette

ordenó a Juan Illingrot, Comandante de la escuadra colombiana, cesante en el Perú luego de la rendición de

El Callao -18 de enero de 1826- regresar de inmediato a Cartagena trayendo -y reclutando a su paso- los

oficiales y marinería requerida para la nueva armada colombiana. Ese mismo día, Soublette pidió al

Secretario de Guerra del Perú colocar en Panamá la tripulación de la fragata peruana «..Protector y mil

marinos más...» El Convenio con México fue aprobado por el Consejo de Gobierno, sin pasar por el

Congreso colombiano, el 27 de mayo de 1826. Dos días después así se lo comunicó Revenga a Santamaría.

El 29 de mayo se lanzaba en Trinidad -Cuba- una nueva Proclama cuyo símbolo era un machete con el

siguiente texto: «Biba [sic] la independencia... Biba Colombia.. Muera.. Muera.. este mal gobierno.. Listos

hermanos.. vamos a ser libres...» ACGC, t, 2º,p:164 y ss. SUÁREZ, R: Op. Cit.,p;284 y ss. DESTRUGE,

Camilo: "La Gran Colombia y la Independencia de Cuba". En: Revistera Bimestre Cubana. La Habana, IX

(1914), nº 2, pp: 81 y ss; nº 3, pp: 173 y ss. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 98 y ss.

94) Como se sabe, cuatro fueron los tratados aprobados: el primero de Unión, Liga y Confederación perpetua

entre Colombia, Centro América, México y Perú; el segundo -llamado Concierto- trasladando el Congreso a

la ciudad mexicana de Tacubaya; el tercero, Convención sobre Contingentes; y el último, igualmente

Concierto, cuya segunda parte desarrollaba la anterior Convención en lo referente a la marina confederada.

En ninguno de ellos se pactó compromiso específico respecto de Cuba y Puerto Rico.

95) Tal cual, con manifiesta anticipación y notoria decepción, se lo dijo Bolívar al Vicepresidente Santander -

Lima, 21 de febrero de 1826 -cuatro meses antes de la instalación del Congreso: Los peruanos «..No quieren

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México y Colombia –únicos realmente amenazados– dentro del marco de su

preexistente Convención naval, concordante ésta con el Tratado IV (2ª) suscrito en

Panamá; bien en razón de la extraordinaria habilidad con que el Delegado inglés E.

Dawkins desvió la atención del Congreso en torno a una inminente negociación

mediadora de Inglaterra para obtener de España la firma de la paz en América, previo

el pago de una indemnización monetaria –asunto el cual ocupó cuatro de las diez

Conferencias sostenidas entre el 12 y 14 de julio de 1826–;96 o bien porque,

finalmente, el peso de las perentorias advertencias norteamericanas –a pesar de la au-

sencia de sus delegados– sobre México y Colombia dirigidas a mantener la intangibi-

lidad colonial de las islas –a lo cual se adhirió explícitamente la misma Inglaterra

previamente a la reunión de Panamá–97 hubiese primado en el ánimo de los gobiernos

colombiano y mexicano, lo cierto fue que el tema de la liberación de Cuba y Puerto

Rico, para decepción de los dos cubanos presentes, secretarios de las delegaciones

ir a la Habana, porque tiene que ir a Chiloé, que les pertenece, y pueden pagar a Chille con aquella isla; les

sobra marina militar sin saber que hacer con ella, y por lo mismo no quieren comprar más buques...»

O'LEARY, Daniel Florencio: El Congreso internacional de Panamá en 1826. (Desgobierno y anarquía en la

Gran Colombia); Madrid -Edit. América- 1920; p: 140.

96) Conforme puede verificarse en las actas oficiales de las diez Conferencias sostenidas entre los Plenipo-

tenciarios americanos y el Delegado inglés Edward Dawkins. HERNÁNDEZ-DE ALBA, Guillermo: El

Congreso Anfictiónico de 1826. Panamá en el pensamiento bolivariano (Edición facsimilar); Bogotá -Banco

de la República- 1976. DEL CASTILLO, Antonio: Antecedentes del Panamericanismo. Panamá. Del

Congreso de 1826, a la reunión de Presidentes americanos 1956. Bogotá. Edit. Iqueima- 1956; pp: 40 y ss.

97) Así se lo había manifestado G. Canning desde el 17 de junio de 1825, primero al Ministro mexicano en

Londres, José Mariano Michelena; lo cual repitió luego al Ministro colombiano, Manuel José Hurtado, el 23

de enero de 1826, al aceptar la participación de Inglaterra en calidad de mero observador y buen consejero;

todo lo cual dejó explícitamente consignado en sus instrucciones a E. Dawkins, el 18 de marzo siguiente.

WEBSTER, C.K. Op. Cit., Vol. II, p: 402 y ss. RESTREPO, José Manuel: Historia de la revolución de

Colombia. 6 tomos; Medellín -Editorial Bedout- 1969-70, t. V; p: 242 y ss. EL gobierno inglés, dos años

antes que el norteamericano, había recibido informaciones oficiales y muy precisas sobre los armamentos

navales colombianos preparados en Cartagena aparentemente en contra de Cuba y Puerto Rico. El 22 de di-

ciembre de 1823, desde Jamaica, el recién nombrado 1er Cónsul General inglés en Bogotá, James

Henderson, en Jamaica y de paso para su destino, ofició a G. Canning dándole varias noticias que había

reunido sobre Colombia, entre ellas los preparativos de una supuesta expedición naval que se hacían

«...privadamente ..» en Cartagena en contra de Cuba. Dice que el General Padilla es su mayor interesado

aunque el mando se ha confiado a «…Cuortois (un capitán francés al servicio de Colombia)...». Le advierte,

sin embargo, «…que es, enteramente, una aventura de individuos, y constará de siete a nueve naves..».

Concluye sugiriendo que el Almirantazgo proteja los intereses británicos vigilando a Jardinillas y Trinidad,

donde se supone desembarcaría tal expedición. Estas informaciones, recolectadas por el 1er Cónsul inglés en

Colombia desde Jamaica, donde se cruzó con el recién designado 1er Ministro de Colombia en Inglaterra,

M.J. Hurtado, dan a entender que efectivamente el gobierno colombiano preparaba, a finales de 1823, algún

tipo de intervención unilateralmente armada en Cuba y Puerto Rico, todo lo cual coincide con la presencia de

los primeros comisionados cubanos en Maracaibo, Cartagena y Bogotá. .PRO, FO, 18 (Colombia), Leg. 1.

VITTORINO, Antonio: Relaciones colombo-británicas de 1823 a 1825, según los documentos del Foreign

Office. Baranquilla -Ediciones UniNnorte- 1990; pp: 82 y ss.

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peruana –J.A. Arango– y colombiana –Fructuoso Castillo–, se dejó para una mejor

ocasión.

5.) Después del Congreso de Panamá (1827–1829)

Tras la decepción bolivariana por los pocos realistas resultados del Congreso de Pa-

namá;98 la nunca concretada mediación británica ante España, aceptada en el Istmo;99

y el fracaso definitivo de la nueva cita de Tacubaya,100 las pretendidas alianzas

militares, confederada y bilateral colombo–mexicano para atacar Cuba y Puerto

Rico,101 concluyeron lánguidamente en una serie de esporádicas y no menos in-

consecuentes actuaciones por parte de los gobiernos de México y Colombia. Estos

dos últimos, antes de sacar algún provecho táctico al manifiesto fracaso de la acción

mediadora norteamericana ante el Zar, Francia y España, facilitaron a los EE UU., In-

glaterra y España, cada uno en su momento, sacara el mejor provecho de esta primera

y definitiva impotencia militar y diplomática de las que, tan efímeramente, aparenta-

98) Para un detalle cercano y exhaustivo al respecto, Vid: O'LEARY, D. F: Op. Cit., pp: 79 y ss.

99) Bolívar, sin conocer aún los minimalistas acuerdos de Panamá, desde Lima, 11 de agosto de 1826, ofició

al Vicepresidente Santander comunicándole in-extenso los primeros y muy concretos pasos dados con el

Cónsul General inglés en el Perú, C.M. Rickets, solicitando el pretendido protectorado inglés para

Hispanoamérica; todo lo cual era apenas consecuencia de su no menos explícita propuesta remitida a

Santander en el anterior mes de febrero. El 21 de agosto de ese año de 1826, Santander comunicó a Bolívar

que el Ministro en Inglaterra, J.M Hurtado, había presentado a Canning el ‘proyecto de protectoría’.

JARAMILLO, Juan Diego; Bolívar y Canning; 1822-1830. Bogotá -Editorial Banco de la República- 1983;

pp: 243 y ss. RIPPY. J. F: Op. Cit., pp: 94 y ss.

100) Conforme a lo convenido en Panamá, uno de los dos plenipotenciarios de cada país -con la excepción del

Perú- pasaron a México, donde permanecieron absolutamente inactivos hasta el 9 de octubre de 1828 (!!)

cuando P. Gual forzó al Gobierno de Méjico a la firma de un Protocolo declarando disuelto el fallido

Congreso de Tacubaya. La desintegración de la confederación centroamericana, la animadversión del

Congreso mexicano a los acuerdos de Panamá; el retiro de Bolívar del Perú y las subsiguientes hostilidades

de éste con Colombia; y el proceso de desintegración de la Unión colombiana, explica de por sí, el

consecuente fracaso de la Confederación americana pactada, nunca ratificada, en Panamá. ZUBIETA, Pedro

A: Congresos de Panamá y Tacubaya: Breves datos para la historia diplomática de Colombia. Bogotá -

Imprenta Nacional.1912. Del mismo: Apuntaciones... Loc. Cit., p: 554 y ss.

101) Previo a su retiro del Perú, desconociendo, pero presintiendo los pobres acuerdos de Panamá, Bolívar se

volvió a acordar de invadir Cuba y Puerto Rico. El 11 de agosto de 1826 el Libertador ofició a los Ple-

nipotenciarios colombianos, Gual y Briceño, instruyéndoles proponer la aprobación una nueva y definitiva

expedición contra las islas por parte de Colombia, Méjico y Centroamérica, si en el plazo de 4 meses, España

no convenía en firmar la paz en América: 25 mil hombres y una escuadra de 30 buques deberían marchar

primero contra Cuba y Puerto Rico y luego, si aún España se resistía a firmar la paz, con un ejército

reforzado, atacar la Península misma. LECUNA, Vicente: Cartas del Libertador. 10 tomos; Caracas -Litog.

y Tipografía del Comercio, 1929; t. VI, p: 185.

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ron poder convertirse en serio obstáculo a las pretensiones expansionistas norteameri-

canas en el Caribe.

No obstante, nada más concluido el Congreso de Panamá, México decidió actuar por

su cuenta, prescindiendo del cumplimiento de sus compromisos de alianza por parte

de Colombia.102 En octubre de 1826, el Comodoro D. Porter inició en Veracruz los

preparativos de la escuadra mexicana, la cual zarpó un mes más tarde. En tales

fechas, desde Jamaica, en el mismo mes de noviembre de 1826, sin que existiera

ninguna combinación táctica al respecto, los cubanos, hermanos Iznaga y Alonso

Betancourt, en unión a los coroneles colombianos Juan José Salas y José Concha,

planearon una nueva expedición invasora sobre Cuba y Puerto Rico, la cual debería

partir desde Cartagena, contando con el supuesto apoyo de importantes oficiales y

efectivos colombianos.

Una vez más, se asignaron varias comisiones al exterior: J.A. Iznaga pasaría a Car-

tagena para negociar con el Comandante General de Panamá –José María Carreño, el

Plenipotenciario colombiano en el Congreso de Panamá –Pedro Briceño Méndez–, y

los Generales Mariano Montilla y José Padilla –Comandante Militar de Cartagena y

Comandante de la Marina colombiana, respectivamente–. A su turno, Salas partiría

para Nueva York a los efectos de coordinar su plan con otros grupos de exilados cu-

banos. Al reaparecido rioplatense Miralla y veracruzano Basadre– que había sido se-

cretario de la delegación colombiana en México–, ambos residentes en la ciudad de

México, se les encargó la coordinación de un eventual apoyo mexicano por parte del

nuevo Presidente Vicente Guerrero.103

Largo e infructuoso fue este nuevo peregrinaje del «exilio cubano» en pos de la

ayuda de Colombia, y en especial de Bolívar. Prácticamente en la misma fecha,

cuando el Comodoro D. Porter, cansado de esperar la escuadra colombiana, partía en

busca de la armada española –10 de noviembre de 1826–, el comisionado A. Iznaga

102) El 4 de octubre de 1826, el Ministro colombiano Miguel Santamaría, trasmitió al Secretario Revenga el

reclamo del Presidente G. Victoria por el retraso de la escuadra colombiana, junto a su perentorio pedido

para que Colombia fijara la fecha y términos del envío de los recursos pactados. En esa misma fecha México

comunicó a Santamaría la llegada del Comodoro norteamericano David Porter con el objeto de realizar los

preparativos de la expedición conjunta. MENDOZA, D: Op. Cit., pp: 344 y ss. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 161.

El 12 de dicho mes, sin haberse recibido en Bogotá los anteriores reclamaciones mexicanas, el Secretario de

Guerra y Marina, General C. Soublette, participó al Consejo de Gobierno, los informes desfavorables del

Cónsul General de Nueva York por los que la firma encargada del peritaje de los buques suecos, comprados

por intermedio de Juan B. Elbers, daba los mismos por inservibles para las operaciones planeadas; agravado

lo anterior con la quiebra de la Casa Goldschmidt de Londres, responsable de la compra. Añadió el Cónsul,

la negativa del agente Elbers para asumir las reparaciones requeridas. El Gobierno tomó la decisión de

ordenar el remate de esos navíos en Nueva York y pagar al menos la marinería cesante, iniciándose con ello

el desguace de la Armada colombiana. ACGC, t.2º, p: 209.

103) PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 100.

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se embarcaba para Cartagena –15 de noviembre siguiente– en busca de la nueva

ayuda colombiana. A comienzos de enero de 1827, desde dicho puerto, incapaz de

decidir por sí cosa alguna, el General Padilla le remitió a su turno hacia Caracas en

busca de Bolívar,104 con quien apenas pudo reunirse a mediados de febrero de 1827.

El Libertador, anonadado por sofocar la rebelión de J.A. Páez en Venezuela, aunque

en un comienzo se negó a secundar la propuesta cubana, alegando la manifiesta y

abierta oposición norteamericana e inglesa a cualquier intervención sobre Cuba y

Puerto Rico,105 bien pronto –aunque efímeramente– cambió de opinión al conocer las

primeras –y falsas– noticias sobre una inminente guerra entre España e Inglaterra en

razón de la supuesta injerencia de Fernando 7º en la disputa dinástica portuguesa, esta

vez en contra de los intereses ingleses.

A comienzos de 1827, emulando sus mejores días de gloria militar, Bolívar alcanzó a

repartir instrucciones de aprestos y organización de la pretendida expedición,106 la

cual, al conocer la verdadera realidad política europea, deshizo con igual decisión.107

104) La carta de presentación de Padilla era bien expresiva en cuanto a la calidades del enviado Iznaga y sobre

el proyecto que representaba éste y sus compañeros para revolucionar Cuba, el cual no sólo le parecía

«..justo, sino santo...». Propuso Padilla a Bolívar emplear en tal empresa los navíos y marinería disponibles

en «esta bahía...» y que el Gobierno había ordenado desarmar y licenciar, corriendo por cuenta cubana los

víveres y tripulación. Iznaga portó además cartas de P. Briceño Méndez con iguales recomendaciones para el

Libertador. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 102 y ss.

105) Se negó y no se negó. Aunque Bolívar adujo la oposición americana e inglesa, llegó a admitir la posibi-

lidad de una intervención colombiana sólo en el caso de darse una rebelión interna y declaratoria previa de

independencia por los cubanos; todo esto seguido de la conformación de, así fuera, un «..simulacro de

gobierno...» que pidiese el socorro colombiano, el cual, ni Inglaterra, ni los EE UU., podrían impedir. Ib.

SILVA OTERO, Arístides: La diplomacia hispanoamericana de la Gran Colombia. Caracas -Univ. Central-

1967, pp: 62 y ss. Sin embargo, el 29 de noviembre de 1826, había desembarcado en Sabanalar, cerca de

Santa Cruz del Sur -Provincia de Camagüey- el revolucionario Francisco Agüero, procedente de Jamaica a

donde había llegado portando un pasaporte colombiano expedido el 10 de noviembre de 1825. Ib., p: 94

106) El 27 de enero de 1827, sin haberse reunido todavía con Iznaga, Bolívar ofició a los Generales Montilla y

Padilla en Cartagena, anunciándoles haber llegado el momento de excursionar definitivamente, primero

sobre Puerto Rico para caer luego sobre «..La Habana si nos conviene...» En esta ocasión, les ordenó

aprestar todos los buques y marinería disponible para tal empresa. En la misma fecha, Bolívar se dirigió al

General Andrés de Santacruz, su sucesor y Presidente del Gobierno peruano, ordenándole poner a su

disposición, «…en el mejor pie de marcha…» posible, las tropas colombianas y peruanas que luego le

pediría, asegurándole los inmensos beneficios que se seguirán para Colombia, Perú y Bolivia, una vez quede

consumada la ruina total de España. En ese mismo día, el Secretario General de Bolívar ordenó, al Secretario

de Guerra y Marina de Colombia, poner en La Guaira todos los auxilios de tropa, buques, armamentos y

dinero disponibles, debiéndose reclutar mil hombres más y cualquier navío existente en Cartagena, a lo que

debía seguir un apremio al gobierno mexicano para amenazar y atacar paralelamente la isla de Cuba. PÉREZ

G, F: Op. Cit.,pp: 174 y ss. DESTREUGE, C: Op. Cit., pp : 92.

107) El 5 de febrero siguiente, el mismo Bolívar escribió al Mariscal A.J. de Sucre, Presidente de Bolivia,

anunciándole la suspensión de la expedición sobre Cuba al saber que eran falsas las noticias sobre la guerra

entre Inglaterra y España, y por cuanto sin el apoyo inglés nada podría hacerse al respecto. Jaramillo, J.D:

Op. Cit., p: 149.

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49

Iznaga regresó a Cartagena donde se reencontró con su compañero y también

emisario, J.J. Salas, procedente de Nueva York, y quien era portador de noticias toda-

vía más desalentadoras. Al abandonar ambos las costas colombianas de regreso a los

EE UU., concluyeron las pretensiones cubanas para obtener la ayuda colombiana para

la liberación de Cuba y Puerto Rico.

Por su parte Bolívar, apabullado por la inminente desintegración política de la Unión

colombiana, la cual veía replicada en México, Centroamérica, Perú, Bolivia, Buenos

Aires y Chile, optó por repetir, todavía con mayor énfasis, el protectorado inglés

como única alternativa para salvar, de su propia ruina, las jóvenes repúblicas surame-

ricanas.108 No obstante, y mientras Bolívar se esforzaba en Caracas en salvar la conti-

nuidad institucional colombiana, en Washington, H. Clay comunicaba al Ministro de

Colombia –9 de enero de 1827– un inminente y prometedor resultado de su gestión

mediadora ante el Zar ruso.109 Tres meses más tarde, el 12 Marzo de dicho año, el

mismo Secretario de Estado firmaba las detalladas instrucciones que debían guiar la

actuación del nuevo Agente Confidencial, Daniel P. Cook, que el gobierno norteame-

ricano había decidido enviar a Cuba, y de cuya labor e información los EE UU., espe-

raban tener pleno control, tanto sobre cualquier tentativa revolucionaria interna, como

a la vez respecto de las preanunciadas tentativas de invasión externa, europeas o

hispanoamericanas.

La vigilancia de los partidos y facciones al interior de la Isla, pero en particular los

eventuales nexos de éstos con Colombia y México; como a su vez la capacidad

militar cubana para repeler cualquier invasión por parte de estos dos países –puntos

108) Tal quedó consignado en los informes del primer Enviado Extraordinario y Ministro inglés en Colombia,

Alejandro Cockburn, los cuales envió al F.O., el 21 y 24 de abril de 1827 desde Caracas, luego de sus

intensas entrevistas con Bolívar, audiencias durante las cuales el Libertador, además de pintarle la patética

situación e impredecible futuro de Colombia y demás naciones suramericanas, terminó por pedir nuevamente

el protectorado inglés para las mismas. Se reafirmó Bolívar que era ésta la única alternativa posible para

mantener la independencia y libertad en Hispanoamérica, protectorado el cual permitiría el licenciamiento de

los ruinosos ejércitos y el rencauzamiento de los exiguos recursos internos hacía la reconstrucción de sus

desbastadas economías. VAUGHAN, Edgard: "Fracaso de una Misión: La historia de Alejandro Cockburn,

Primer Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario británico en Colombia, 1826-1827." En: Boletín

de Historia y Antigüedades. Bogotá -ACH- LII (1965); nº 609-611); pp: 529 y ss.

109) FSD, Ms, NFL, I, 321. En: MANNING, W.R: Op. Cit., I, pp: 279 y ss. La inexactitud de lo comunicado

por H. Clay se contrasta con el oficio dirigido el 23 de enero anterior al Barón de Maltitz, Encargado de Ne-

gocios de Rusia en Washington, refiriéndose a las nulas gestiones efectuadas hasta entonces por el Ministerio

ruso, antes y después de la muerte del emperador Alejandro. Le advierte que, siendo constantes los deseos

norteamericanos respecto de Cuba y puerto Rico, debía congratularse que los gobiernos de Colombia y

México, en atención al pedido de los EE UU., se hubieran abstenido, hasta el presente, de atacar ambas islas.

Sin embargo, y de manera expresa, Clay amenazó en esta ocasión, y llegado el caso, con intervenir

militarmente en el conflicto, si España decidía seguir rearmándose en Cuba e intentar alguna acción de re-

conquista sobre las nuevas repúblicas americanas. Ib, III, 316. MANNING, W.R; I, p: 278.

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50

3º y 4º de las instrucciones–, debían merecer especial y permanente atención del

Enviado Cook. Si bien la actividad de éste debía estar estrictamente en consonancia

con la declarada neutralidad norteamericana, el gobierno de EE UU., se reservaba el

derecho de intervenir militarmente en el momento y circunstancias que lo estimase

oportuno y conveniente.110

Como si lo anterior no bastara, a comienzos de abril de ese mismo año de 1827, el

Ministro colombiano en Washington, J. M. Salazar, tomó de mutuo propio la

iniciativa de solicitar al gobierno norteamericano para que, y en unión al de

Inglaterra, iniciara una nueva mediación ante el rey de España con el fin de conseguir

de ésta la aceptación de un armisticio, preámbulo a la firma de una futura paz con

Colombia y sus aliados, entre los cuales, desde octubre de 1823, se encontraba

México. La reacción del Ministro mexicano, quien hasta entonces había obrado en

plena armonía con Salazar, fue inmediata y drástica, tal cual lo dejó escrito, tanto al

reclamar las explicaciones debidas a su colega colombiano, como en el informe por el

que comunicó a su gobierno tal despropósito: el Ministro colombiano, y de paso su

gobierno, al obrar inconsultamente involucrando la voluntad –y por ende soberanía

política– de un aliado, había prescindiendo de las mínimas obligaciones –consultas

previas– y responsabilidades –acción conjunta– que todo aliado debe a sus socios,

asumiendo con ello un proceder que había resultado «…dañoso en lo político e inde-

coroso para México...»111

Sin que el anterior incidente hubiere pasado a mayores, y por cuanto la petición me-

diadora hubiere tenido éxito alguno, el 19 de noviembre del mencionado año de

1827, reingresaba en Veracruz la escuadra del Comodoro D. Porter portando un

pírrico botín capturado al comercio español.112 Después de casi un año de haber

estado merodeando en el Golfo de México y canal de la Florida, contando al menos

con una tácita complacencia norteamericana, el aludido Comodoro se había dedicado

a acciones típicamente corsarias, antes que propiamente militares. Las mismas

originaron más de un reclamo y protesta formal del gobierno norteamericano,

acosado éste por las reiteradas denuncias españolas por la manifiesta violación de la

siempre repetida neutralidad de los EE UU113 al permitir su gobierno que desde sus

puertos y costas se perjudicara tan impunemente el comercio español.

110) FSD, Ms, IM, XI, 267. MANNING, W.R; Op. Cit., pp: 282 y ss.

111) P. Obregón al Secretario de RR.EE., de México; Washington 9 de abril de 1827. En: FLORES D., Jorge:

Op. Cit., pp: 60 y ss.

112) El cual consistió en 3 bergantines, 2 goletas y algunas embarcaciones menores. PÉREZ G, F: Op. Cit., p:

161.

113) El 21 de mayo de 1827, el Secretario de Estado H. Clay se dirigió al Ministro mexicano Pablo Obregón

protestando oficialmente por la presencia inconsulta del Comodoro D. Porter en Cayo Hueso-Florida

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51

A mediados de 1828, el Gobierno de México, en medio de la grave crisis fiscal que

afectaba el país, decidió el desguace de su marina de guerra, licenciando la oficia-

lidad y marinería inactivas desde el regreso de la pretendida expedición contra Cuba.

Tres meses antes, Bolívar, al enfrentar una crisis fiscal todavía mayor en Colombia,

que desde finales de 1826 había llevado al restablecimiento en la Unión de buena

parte de los odiados impuestos coloniales, ordenó igualmente el desguace de los

restos de la frustrada armada colombiana.114

a) Las «intentonas» españolas sobre Colombia y México (1827–1829)

Las crisis políticas internas de Colombia –Convención de Ocaña, subsiguiente Dicta-

dura de Bolívar (27 de julio de 1828) y desintegración final de la Unión colombiana

(diciembre de 1830)– y de México –Motín de «La Acordada» y ascenso del General

Vicente Guerrero (1 de abril de 1829)– llevaron rápidamente al olvido de cualquier

oriental- dedicado a «...molestar el comercio español..» violando con ello la debida neutralidad norteame-

ricana en el conflicto entre México y España. En consecuencia con las órdenes del Presidente Adams, le

pidió cruzar las órdenes necesarias para evitar la repetición de tal situación. FSD, MS, NFL, III nº 357.

MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 285. El 9 de junio del año, H. Clay se excusó ante Hilario de Rivas y Sal-

món, Encargado de Negocios de España en Washington, por las acciones corsarias cometidas en territorio

de la Florida oriental por el Comodoro Porter al servicio del gobierno mexicano, comunicándole haber

recibido del Ministro de México las «...más fuertes seguridades...» tendientes a evitar nuevas violaciones de

la neutralidad de los EE.UU. En esta ocasión negó Clay saber que el mencionado Porter hubiera contratado

una fuerza adicional de 160 hombres en el puerto de Nueva York. Ib. III, nº 365: p: 286. El 31 de octubre de

1827, Clay tuvo que asegurar al Francisco Tacón, Ministro residente de España, que desconocía las nuevas

acciones corsarias cometidas en sus aguas por una supuesta corbeta -la Kingston- mexicana. Ib., III, nº 396:

p: 89. El 11 de abril de 1828, una vez más, H. Clay tuvo que repetirse ante Tacón ignorante de las denuncias

del Capitán General de Cuba sobre la captura, frente a Matanzas y por corsarios mexicanos, del bergantín

español Reina Amelia, el que luego habría sido traído a Cayo Hueso. Ib., IV, nº 8; p: 295. El 1 de mayo

siguiente, H. Clay tuvo que dirigirse nuevamente a P. Obregón protestando por el nuevo abuso de la

hospitalidad portuaria norteamericana y violación por México de la neutralidad de los EE UU al traer a Cayo

Hueso la presa del aludido Reina Amelia. Ib., IV, nº 22; p: 296. Todavía el 2 de agosto de 1828, la Secretaría

de Estado daba excusas a F. Tacón por las nuevas y aparentes violaciones de su territorio y neutralidad por la

escuadra corsaria de Porter, acciones las cuales, le aseguró, no se tolerarían nuevamente. Ib. IV, nº 46; p:298

114) En verdad el proceso del desmantelamiento de la marina de guerra colombiana se había iniciado muy

tempranamente el 28 de junio de 1826, cuando apenas iniciado el Congreso de Panamá, el Vicepresidente

Santander comunicó al Consejo de Gobierno la inminente ruina fiscal colombiana, solicitando al Secretario

de Guerra y Marina un minucioso informe sobre los gastos de su Departamento; previendo, no obstante, la

inevitable necesidad de licenciar buena parte del ejército de tierra y marina, pese a las latentes amenazas

españolas desde Cuba y compromisos contraídos con México. Seis meses después, nada más reasumir

Bolívar la Presidencia del Gobierno colombiano, y con ocasión del primer y único Consejo de Gobierno pre-

sidido por éste -18 de noviembre de 1826-, antes de seguir a Venezuela a conjurar la rebelión de Paéz,

prescindiendo de los compromisos con México y amenazas españolas, dispuso el desarme de la escuadra

colombiana surta en Cartagena y el subsiguiente licenciamiento de su oficialidad y tropa. ACGC, t,2º;

pp:177 y 222.

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acción, individual o mancomunada, sobre Cuba y Puerto Rico por parte de estos dos

gobiernos hispanoamericanos. Esta manifiesta impotencia naval, de las hasta la

víspera presuntas invasoras y liberadoras de ambas islas, alimentaron, por una parte,

las expectativas españolas de reconquista de sus ex–dominios americanos, a través de

nuevas expediciones, necesariamente organizadas desde Cuba y Puerto Rico. Por otra

parte, la salida de la escena diplomática y militar de Colombia y México, contrajo

nuevamente el ámbito de la lucha diplomática a los mismos protagonistas – Inglaterra

y EE. UU.– y objetivos –hegemonía política y comercial en Hispanoamérica– que

años atrás habían mediatizado la pugna en torno a Cuba y Puerto Rico; islas las

cuales, una vez más ambas Potencias convendrían individualmente en garantizar

gratuitamente a España, en tanto sus intereses nacionales así lo aconsejasen.

En contra de la cada vez más convulsionada Colombia, España pretendió auspiciar,

desde mediados de 1826– una intensa guerra de guerrilla cuyo escenario escogido fue

precisamente la rebelde Venezuela de J.A. Páez. Dicho frente armado irregular estaba

destinado a soportar la posterior expedición naval del General Ángel Laborde, con la

cual se pretendería reiniciar una mal planeada reconquista de Tierra Firme, la cual no

llegó a perfeccionarse.115 A su turno, la no menos convulsionada república mexicana

de los años 28 y 29, fruto en buena parte de las siniestras maquinaciones del Ministro

norteamericano J.R. Poinsett, tuvo que afrontar otra no menos improvisada invasión

115) El 27 de julio de 1826, el Secretario de Guerra C. Soublette, había informado al Consejo de Gobierno

sobre la comunicación de Bolívar relativa a un supuesto espía español -el catalán Juan B. Bermúdez- des-

cubierto en el Orinoco y proveniente de Cuba, vía Panamá, quien había repartido 250 mil pesos y 6 mil

fusiles para sustentar un movimiento guerrillero que soportaría luego el desembarco de 6 mil españoles.

ACGC, t.2, p: 191. En 1827, el movimiento guerrillero pro español actuaba en varios lugares de Venezuela,

todos ellos apoyados por el Capitán General de Puerto Rico, Miguel de La Torre -el gran derrotado de

Carabobo- y cuyo intermediario en Caracas era José Domingo Díaz. El español José María Arizábalo y

Orovio figuraba, desde 1821, como «Comandante general de las tropas americanas de S.M. Católica»

refugiado en los Montes de Güires, Tamánaco y Batatal. Otros jefes, Juan Celestino Centeno y Doroteo

Herrera y Dionisio Cisneros actuaban en Rio-Chico, Orituco y los valles del Tuy, éstos cerca de Caracas. En

Teques los rebeldes llegaron a contar con 3 mil hombres. En la provincia de Coro un Capitán de Milicias

proclamó el rey de España a lo cual siguió una sublevación de Angostura, que luego se extendió a Cumaná.

Otros movimientos pro-españoles explotaron en Barinas, Coro y Guayana durante octubre de 1827.

Precedida de algunas acciones de corsarios españoles, el 23 de diciembre de 1827, una escuadra española al

mando dl General A. Laborde, partió desde Puerto Rico rumbo a Tierra Firme con el objeto de contactar y

apoyar a los referidos jefes insurgentes. Luego de tocar la isla de Margarita, durante el mes de febrero de

1828 estuvo rondando las costas occidentales de Venezuela llegando hasta Cubana en busca del Comandante

General Arizábalo, el cual no encontró, optando Laborde por seguir a Curaçao y regresar a la Habana. Desde

su cuartel general en Iguana, el 21 de mayo de 1829, Arizábalo propuso al Jefe Militar de Venezuela, A.J.

Páez, un armisticio para negociar la paz, la cual se firmó el 18 de agosto de 1829 aceptando aquél su capitu-

lación ante el Comandante Bustillos, Comisionado del General Paéz. Concluyó así la resistencia española en

la ya casi extinta Colombia. BLANCO, José Félix y AZPURUA, Ramón: Documentos para la historia y

vida pública del Libertador. 14 tomos: Caracas -Impr. la Opinión Nacional- 1877, XII, pp: 447 y ss.

RESTREPO, J.M: Op. Cit., t.6º, pp: 71 y ss.

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española, esta vez al mando del Brigadier Isidro Barradas, quien al frente de 3.6000

hombres desembarcó en Tampico en agosto de 1829, siendo derrotado en dicho

puerto, un mes más tarde.116

Para enfrentar esta impotencia militar, y las nuevas asechanzas españolas desde Cuba

y Puerto Rico, los gobiernos mexicano y colombiano miraron individualmente hacia

Londres. Olvidados del incidente de Washington, ya referido, los primeros esfuerzos

de los ministros de turno se propusieron propiciar los buenos oficios del Gobierno

británico, ahora presidido por el Duque de Wellington, sucesor del fallecido Canning,

en la negociación de un largo armisticio con España. Por el mismo, ésta debía empe-

zar por suspender sus armamentos en Cuba –los que se suponían siempre dirigidos

contra México y Colombia–, luego de lo cual sería posible firmar la paz en América.

Para sustentar sus pretensiones, el Ministro colombiano en Londres, José Fernández

Madrid –el mismo que junto a Miralla, Tacón y Rocafuerte integró el núcleo

dirigente de la logia habanera Soles que entre 1820 a 1823 conspiró por la

emancipación de Cuba–, adujo con insistencia, desde finales de 1829 y ante el jefe

del F.O., Lord Aberdeen, el que por satisfacer los expresos deseos de Inglaterra, y a

pedido del entonces Secretario de RR.EE., G. Canning, Colombia y México habían

desistido en 1824 y 1825 –cuando tenían toda la posibilidad de éxito– de invadir, re-

volucionar o anexarse a Cuba y Puerto Rico, a cambio de lo cual había existido la

promesa expresa –nunca formalizada– de una intervención de Inglaterra en Madrid

tendiente a concretar una pronta cesación, por parte de España, de todas sus hos-

tilidades en América.117

116) La expedición contra México, largamente planeada en Cuba y Madrid desde agosto de 1827, e inicial-

mente pensada contra Venezuela, se basó en la suposición que una vez desembarcados los 3 600 españoles

de la misma, surgiría un espontáneo levantamiento popular en favor de la ex-metrópoli, movimiento que

estaría capitaneado por el General López Santana. La expedición, que zarpó de La Habana el 7 de julio 1829

se redujo a la toma de Tampico y lugares aledaños, donde Barradas fue derrotado precisamente por las tropas

de Santana, ante quien capituló el 11 de septiembre siguiente. Ib, VI, p: 259. AGI, I[ndiferente] G[eneral],

1564, nº 2, 13,14, 19, 20 y 24.

117) Una de las instrucciones dadas por Bolívar a Fernández Madrid en Bogotá -11 de septiembre de 1828- le

facultaba para negociar con los Comisionados de S.M.C., «…un tratado de tregua o cesación de

hostilidades…» DE MIER, José M: La Gran Colombia. El Libertador y algunas misiones diplomáticas. 6

tomos. Bogotá -Presidencia de la República- 1983, t.6, p: 2085. Estos planteamientos parecen haber sido

hechos por Fernández Madrid a Lord Aberdeen el Londres, por primera vez, el 9 de noviembre de 1829. El

29 de noviembre siguiente, el Plenipotenciario colombiano rindió un extenso informe al Secretario de

Relaciones Exteriores, Estanislao Vergara, relatándole la una nueva entrevista sostenida Aberdeen en la que

dijo haber insistido en la necesidad de una intervención más drástica -conforme lo había hecho Inglaterra en

Grecia- para obligar a España a firmar la paz definitiva en América; a lo cual había rehusado acceder

Aberdeen, entusiasmado como estaba el Gobierno del Duque de Wellington, en secundar la pretendida

entronización del Infante Francisco en México, como la eventual coronación de S. Bolívar en Colombia -por

encima del pretendido Duque de Orleans, rechazado por Inglaterra por ser un borbón extranjero-. Un pedido

de buenos oficios más activos frente a España por parte de Inglaterra fueron reiterados por Fernández a

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A finales de 1829, el gobierno de Londres no lograba conciliar para entonces sus

múltiples preocupaciones respecto de la situación, y sobre todo futuro inmediato, de

los convulsionados gobiernos hispanoamericanos. No sólo se había seguido con

interés la expedición y derrota de Barradas en México, sino los conflictos fronterizos

que enfrentaban a México y los EE UU., como también a Colombia y Perú. No

obstante, considerando las alarmantes perspectivas de una inminente desintegración

interna de México y Colombia, el gobierno inglés miraba con interés manifiesto los

nuevos proyectos monarquistas que por igual se proponían como panaceas para la

grave crisis de ambas repúblicas americanas. Ante esta última perspectiva, si bien

Aberdeen rechazó la preexistencia de la aludida promesa del difunto Canning,

accedió a hacer pública la voluntad del gobierno inglés de intervenir, de manera más

activa, en pro de una pronta cesación de la interminable guerra que España se empe-

cinaba en mantener en América, ahora más que nunca, sin probabilidad de éxito

alguno después del desastre de Tampico. Añadió privadamente Aberdeen al Ministro

colombiano, que como consecuencia de esta nueva gestión diplomática, Inglaterra no

descartaba la ocupación de Cuba y Puerto Rico, si tal cosa llegase a ser necesaria.118

Iguales manifestaciones hizo muy a continuación Aberdeen al Ministro mexicano,

Manuel Eduardo Gorostiza.119

Aberdeen el 8 de febrero de 1830. La candidatura del Infante Francisco de Paula había sido lanzada en

Veracruz desde el 23 de diciembre de 1827 con ocasión de la revuelta y plan de Manuel Montaño,

secundado por el Vicepresidente Bravo y por el llamado núcleo escocés. RESTREPO, José Mª: Documentos

importantes de Nueva Granada, Venezuela y Colombia. Apéndice de la «Historia de Colombia», 6 tomos.

Bogotá –Imprenta Nacional- 1969, t.6; pp: 467 y ss. ZUBIETA, Pedro A: Apuntaciones sobre..; Loc. Cit.,

pp:508 y ss. RESTREPO, J.M: Historia de la... t. VI, pp: 229 y 270. BOSCH GARCÍA, C: Op. Cit., pp:40 y

ss

118) El Secretario del Interior, Robert Peel, en la noche del 8 de febrero de 1830 -el mismo día de la nueva

conferencia Aberdeen-Fernández Madrid- hizo en Los Comunes una declaración anunciando que Inglaterra,

decidida a obtener la cesación de la guerra española en América, no renunciaba a una «…intervención

imparcial…» que obligase a los beligerantes a firmar la paz, lo cual bien podría entenderse como una

amenaza de invasión de Cuba y Puerto Rico. Ib. p: 150. Por su parte, había sido el Duque de Wellington,

siempre preocupado por la suerte de España, quien desde mediados de 1827, había estado influyendo

personalmente en el entonces Embajador español, Conde de Ofalia, para que éste impusiera a Fernando 7º

sobre la oportunidad que aún tenía España de asegurar Cuba y Puerto Rico y hacer de ellas un modelo-espejo

de gestión frente al resto de anarquizados países hispanoamericanos. Ofalia a Fernando 7º, Londres, 18 de

julio de 1827, y carta particular del mismo al Ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros, 1 de agosto de

1827. Estas invocaciones las repitió en extenso Ofalia al nuevo Secretario de Estado, Manuel González

Salmón, el 28 de agosto y el 8 de septiembre de ese mismo año. Marqués de HEREDIA: Op. Cit., pp: 488 y

ss.

119) El 28 de enero de 1830, éste había recibido instrucciones muy precisas del Secretario de RR. EE., Lucas

Alamán, tendientes a conseguir la mediación inglesa en la negociación de la paz con España. Uno de los

incisos prescribía que Gorostiza enfatizaría la necesidad de neutralizar previamente todo armamento y

amenaza militar por España desde Cuba y Puerto Rico. En el informe de Fernández Madrid a E. Vergara del

29 de noviembre de 1829, ya citado, decía que el nuevo Ministro mejicano, sin observar el tacto requerido,

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El nuevo Presidente norteamericano, Andrew Jackson conoció oportunamente las

aperturas que los gobiernos de Colombia y México intentaban en Londres –y circuns-

tancialmente en París–, y cuya común y última pretensión sería la concreción de

algún tipo de protectorado inglés, el cual implicaría la eventual sustitución de los

anarquizados gobiernos republicanos por un régimen monárquico o afín. Fue por ello

que el recién posesionado Secretario de Estado norteamericano, Martín Van Buren,

decidió anticiparse al pronunciamiento del Gabinete inglés; optando, como ya se

había hecho en 1822 y 1823, por presionar una decisión definitiva de España en

Hispanoamérica. El objetivo de su gestión fue, una vez más, obtener de ésta la

renuncia definitiva de sus pretensiones de soberanía en la América continental, de lo

cual debería seguirse el cese de todas las hostilidades. Conseguido lo anterior, ade-

más de lavar su cara frente a los gobiernos de Colombia y México, el gobierno de

Washington quedaría de nuevo con las manos libres para continuar decidiendo el

destino de Cuba y Puerto Rico.

A comienzos de octubre de 1829, Van Buren, instruyó largamente a su Ministro en

Madrid, Cornelius P. Van Ness, para manifestar en nombre de su Gobierno, una vez

más, que la guerra de emancipación hispanoamericana había definitivamente

concluido, no ya por la irreversible derrota militar española –patentizada en

Tampico–, sino en virtud del reconocimiento que de los gobiernos

hispanoamericanos habían hecho las principales y más fuertes Potencias europeas,

supuestas aliadas españolas. Añadió, que habiendo España podido conservar la

posesión de Cuba y Puerto Rico, éstas no podían continuar siendo arsenal y puente de

ataque sobre los gobiernos de México y Colombia, y menos aún, refugio impune para

los corsarios y piratas que aún persistían en depredar el comercio en el Caribe, en

particular el norteamericano.

Al recordar a Van Ness que había sido la oportuna intervención de los EE UU.,

quienes desde finales de 1823 habían impedido –en un gesto de manifiesta amistad

hacia España [!!]– que los gobiernos mexicano y colombiano hubieran propinado un

golpe de gracia sobre estos dos últimos dominios españoles en el Caribe, le repite los

mismos argumentos usados, en su momento, por Jefferson, Monroe y Adams para

reafirmar la importancia estratégica –comercial y política– que ambas islas, en par-

ticular Cuba, representan para el presente y futuro de los EE UU. Por enésima vez,

enfatizó el Secretario norteamericano, que el gobierno norteamericano jamás per-

manecería indiferente ante algún intento que buscase sustituir de la condición

colonial de Cuba y Puerto Rico; y menos aún desentenderse de cualquier pretensión

había anunciado a Aberdeen que su gobierno estaba dispuesto a invadir Cuba de continuar España atentando

contra México desde dicha isla; a lo cual habría respondido secamente el Ministro inglés: «..México se

sujetará a las consecuencias…» VALADÉS, J. C: Op. Cit., pp: 253 y ss. RESTREPO, J.M: Documentos

importantes..; t.VI, p:472.

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56

que buscase una «...súbita emancipación de la numerosa población esclava, cuyo

resultado.. [sería] muy sensible en las playas adyacentes de los Estados Unidos..».

Sin mencionar en esta ocasión la oferta de una garantía unilateral sobre Cuba y

Puerto Rico, al mencionar los excesivos armamentos que hacía España en la Isla de

Cuba y considerar que los mismos debían estar solamente dirigidos a asegurar la

posesión y defensa de este reducto colonial, indujo a Van Nees a advertir al gobierno

español que los EE UU., además de continuar vigilantes sobre cualquier tentativa que

pudiera modificar la naturaleza colonial de ambas islas, estaban dispuestos a

intervenir militarmente, «…como gran potencia naval del continente..» que son, en

favor de los intereses de España, los que, por ahora, coincidían con los de EE.UU.120

Como consecuencia del enturbiamiento de las relaciones entre EE UU., y México por

motivo del asunto de Texas, y teniendo sobre la mesa varias informaciones que le

anunciaban, tanto la decisión inglesa de mediar en Madrid en favor de un final reco-

nocimiento de los gobiernos hispanoamericanos, como el fundado temor que el nuevo

Presidente mexicano, General Vicente Guerrero, decidiera intentar alguna acción

sobre Cuba, una vez más supuestamente para anular el rearme español en dicha isla y

forzar el reconocimiento español, el 13 de octubre de 1830, Van Buren decidió

instruir nuevamente al Ministro Van Ness. Obligados como estaban por entonces los

EE UU., a impedir el desborde de la disputa con México, por motivo del asunto de

Texas, que bien podría desembocar en un enfrentamiento de tipo militar, y teniendo a

la vez que oponerse a una presunta expedición mexicana contra Cuba, Van Buren in-

sistió a Van Ness sobre la necesidad de anticiparse a las gestiones inglesas y provocar

una decisión favorable del gobierno español en favor del reconocimiento de los go-

biernos hispanoamericanos.

Debería Van Ness manifestar a España –cosa que nunca se había dicho tan ex-

plícitamente desde Washington– que de ocurrir la expedición mexicana contra Cuba,

los EE UU., se verían obligados a intervenir militarmente asegurando que el dominio

de las mismas continuase en manos españolas «...antes que [en] cualquiera de los

Estados suramericanos..»; no tanto por ellos mismos, como por el riesgo inminente

de que, al menos Cuba, terminase en poder de una potencia europea, Inglaterra en

particular. Apremiado porque la intervención militar mexicana –no obstante por

carecer este país de marina adecuada para tal empresa– fuese sustituida o

complementada por una agitación revolucionaria interna en Cuba, Van Buren advirtió

en esta ocasión que, en defensa de los «...verdaderos intereses...» norteamericanos, y

llegado el caso de «...una tentativa para inquietarlas poniéndose armas en manos de

una parte de su población para destruir la otra y que por su influencia pusiera en peli-

gro la paz de una porción de los Estados Unidos,..», su gobierno no tendrían otra al-

120) FSD, Ms,I, XIII, 21. MANNING. W.R: Op. Cit., I,305 y ss. PEREYRA,C: Op. Cit:, pp:499 y ss.

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ternativa que intervenir drásticamente en Cuba, actuación la cual se haría con

sujeción «..a las reglas establecidas de la guerra civilizada...». Lo anterior posición

norteamericana había sido notificada previa y perentoriamente, desde el verano

anterior, al gobierno mexicano.121

Que se sepa, fue apenas a comienzos de abril de 1831 cuando Van Ness comunicó

por escrito al Gobierno español la posición de los EE UU., respecto de Cuba y Puerto

Rico. En esta ocasión reafirmó el Ministro norteamericano ante el Secretario de

Estado González Salmón, que los EE UU., no permanecerían indiferentes ante

cualquier asechanza externa sobre Cuba y Puerto Rico; y que de acometerse alguna

tentativa en su contra, por parte de los nuevos Estados americanos, y continuar la

misma actitud hostil de España hacia éstos, su gobierno se sentiría autorizado a

intervenir para prevenir cualquier consecuencia negativa que pudiera derivarse de tal

estado de cosas en contra de sus «..intereses legítimos...»; todo lo cual –conforme

eran las anuncios de Van Buren– se haría «...conforme a los principios de guerra

admitidos..»; lo que quedaría a discreción de los mismos EE UU., decidir en cuanto a

su momento y alcance.122

b) Un lánguido epílogo (1830–1836).

En febrero de 1834, Van Ness, aprovechando la reinstauración liberal liderada por

Martínez de la Rosa que acompañó el inicio de la Regencia de la Reina Gobernadora,

solicitó de manera explícita el reconocimiento de, los ya no tan nuevos, Estados his-

panoamericanos, lo cual, afirmó, empezaría por engrandecer la gloria del reinado de

Dª Isabel IIª .123 A tal petición dio respuesta positiva el mismo Martínez de la Rosa el

12 de junio siguiente, manifestándole haberse dado las órdenes a los Ministros

españoles en Londres y París para iniciar las aperturas del caso con los comisionados

hispanoamericanos dotados de plenos poderes al respecto.124 El 8 de agosto siguiente,

121) FSD, Ms, I, XIII, 184. MANNING. W.R: Op. Cit., I,314 y ss. Habría que observar que, luego del retiro

obligado del Ministro americano J.R. Poinsett, el veterano Secretario de RR. EE., mexicano, Lucás Alamán,

había decidido trasladar de Londres a Washington al Ministro Eduardo M. Gorostiza, el mismo que había es-

tado negociando con Lord Aberdeen, la intermediación inglesa ante el gobierno y Corte de Madrid para el re-

conocimiento de su gobierno. BOSCH GARCÍA, C: Op. Cit., pp:45 y ss.

122) C. Van Nees a M.González Salmón, Madrid, 6 de abril de 1831. AGI, E[stado]; Leg. 93, nº 51. Además:

ARCINIEGAS DUARTE, Orlando: Los conflictos de intereses en las negociaciones para el establecimiento

de relaciones diplomáticas entre Venezuela y España: 1834-1845. Tesis de Grado doctoral -inédita- Uni-

versidad de Alcalá de Henares, Departamento de Historia, II. 1998.; pp:72 y ss.

123) AGI, E; Leg. 95, nº 3. Ib.

124) M[inisterio de] R[elaciones] E[xteriores] de V[enezuela]: A[nales] D[iplomáticos de] V[enezuela].

E[stablecimiento de] R[elaciones]: G[ran] B[retaña[, F[rancia y] E[spaña]; Caracas, 1952, t.1,226-268.

En: Ib., p:73

Page 62: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

58

Van Ness comunicó a Martínez de la Rosa, que luego de haber remitido a su Go-

bierno esta buena nueva, éste se había anticipado a comunicarla a los gobiernos his-

panoamericanos al objeto de favorecer el inicio de las negociaciones del caso. El 4 de

septiembre de dicho año, al agradecer la amistosa disposición del Presidente de los

EE UU., Martínez de la Rosa repitió la plena voluntad de S.M., la Reina

Gobernadora, para oír prontamente las «...proposiciones que se le hagan por los

comisionados de las "colonias disidentes" que venga con poderes y autorizaciones

suficientes...»125

El 20 de febrero de 1834, Martínez de la Rosa, en las instrucciones que firmó para el

Marqués de Miraflores, nuevo embajador español en Londres, encomendó a éste tra-

tar sobre la cuestión de América.., punto que aunque «...no de resolución inmediata y

ejecutiva.. » manifestaba la resolución de su gobierno para «…entrar francamente en

convenios para decidir esta materia, aunque sea de suyo delicada y espinosa..» (Punto

1º); oyendo, «...con sincero deseo de terminar sus desavenencias con los Estados

disidentes de América, todas las propuestas que éstos le hagan..» (Punto 5º); pudien-

do así concluir una disputa que aún debía considerarse como propia de una misma

familia de pueblos; debiéndose, en consecuencia, prescindirse de la mediación de ter-

ceras potencias (Puntos 6º y 7º); pero sin excluir los buenos y oficiosos apoyos que

éstas decidiesen prestar al logro de tal objetivo (punto 9º). Finalmente, se observaba

en tales instrucciones, el propósito español era la conclusión en el continente ameri-

cano, de los «...horrores de la guerra civil y la anarquía..» para el común beneficio de

las potencias comerciales europeas, en especial del Reino Unido (Punto 12). El 4 de

octubre de 1834, la Sección de Indias del Consejo Real, emitió el concepto favorable

para el reconocimiento de los nuevos Estados hispanoamericanos, al cual siguieron,

lentamente como en los mejores días del Imperio, otros informes y conceptos

favorables.126

Las negociaciones con México empezaron en París el 6 de diciembre 1834 las cuales

finalizaron en Madrid el 28 de diciembre de 1836, siendo éste el primero de los Esta-

dos hispanoamericanos en ser reconocidos por España, habiendo actuado como pleni-

potenciario mexicano, Miguel Santamaría, aquél que estando entonces al servicio de

la Unión colombiana, había suscrito con México en 1826, la IIª Convención naval

para invadir y liberar a Cuba y Puerto Rico.127

125) AGI, E., Leg. 95, nº 88.MREV, ADV;ER; GBFE;.I, p:272. Ib., p: 73.

126) CASTEL, Jorge: El restablecimiento de las relaciones entre España y las repúblicas hispanoamericanas

(1836-1894).Madrid -Artes Gráficas Rodríguez San Pedro- s/f; pp: 9 y ss.

127) Ib., pp: 47 y ss.

Page 63: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

59

Si bien las negociaciones con Colombia se iniciaron tempranamente cuando el 27 de

marzo de 1835, el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de la nueva República

de la Nueva Granada, el General Lino de Pombo –el mismo que en dos ocasiones

(1823 y 1826) había sido designado por el gobierno colombiano comandante de la

flota que debería unirse a la de Méjico para atacar y liberar a las referidas islas–

propuso a España el inicio de las negociaciones de paz, las cuales tan sólo se

formalizaron en París el 30 de enero de 1881, siendo los Estados Unidos de Colombia

–conforme había pasado a denominarse la antigua Nueva Granada– la penúltima de

las naciones hispanoamericanas en ser reconocidas por España,128 antes que Honduras

que apenas negoció la paz con España el 25 de agosto de 1895.129

Más temprano y menos complejo fue el proceso de reconocimientos de los otros dos

«Departamentos» integrantes de la efímera Unión colombiana de Bolívar. Por

Venezuela inició las negociaciones el General Mariano Montilla –el antiguo Co-

mandante naval de Cartagena y quien con tanto entusiasmado había apoyado ante Bo-

lívar los Comisionados cubanos de finales de 1826 y comienzos de 1827–, firmándo-

se el Tratado respectivo el 30 de marzo de 1845.130 Ecuador firmó la paz con España

el 14 de febrero de 1840, en cuya representación actúo Pedro Gual, el Secretario de

RR. EE., y Plenipotenciario colombiano en Panamá, gestor y frustrado ejecutor de la

primera convención naval con México (1823) y luego de los tratados de alianza

militar del Congreso de Panamá que debía atacar a Cuba y Puerto Rico.131

6.) Lo mismo de lo mismo (1837–1898)

Firmada la paz entre España y México, cesados los armamentos y hostilidades espa-

ñolas en el Caribe, desintegrada la Unión colombiana y consumidas sus tres repúbli-

cas herederas en una nueva y aguda crisis caudillista interna, de la cual participaba

igualmente México, asediado éste a lo largo de su frontera norte por los EE UU., que-

daba de plano auto–eliminada toda asechanza hispanoamericana sobre Cuba y Puerto

Rico.

Por lo pronto, se había consumado, pues, el máximo objetivo de la política exterior

norteamericana respecto de ambas islas, iniciada tan hábilmente por J. Monroe a

128) Ib., pp: 27 y ss.

129) Ib., pp: 44 y ss.

130) Ib., pp: 66 y ss. ARCINIEGAS, O: Op. Cit., passim.

131) Ib., pp: 38 y ss.

Page 64: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

60

finales de 1823 e implementada con tanta sagacidad y persistencia por J.Q. Adams y

H. Clay . A partir de entonces y reconocida, por propios y ajenos, la absoluta

hegemonía militar y política de los EE UU., en América, el destino colonial de Cuba

y Puerto Rico quedó, durante casi sesenta años, en manos del Gobierno de

Washington.132

El 15 de junio de 1840 el Secretario de Estado, John Forsyth instruyó al Ministro en

Madrid, J.Vail, reiterar una vez más al gobierno español que los EE UU., deseaban

que Cuba continuase siendo colonia española y que en ningún momento tolerarían

que la isla fuese cedida, temporal o permanentemente, a una tercera potencia; y

menos aún, que la misma fuese dada en compensación a Inglaterra en virtud de las

reclamaciones que ésta venía haciendo a España por concepto de antiguas reclama-

ciones pecuniarias, o como consecuencia del tráfico negrero que España continuaba

haciendo desde Cuba.133

Si bien el período 1840–1898 excede los límite propuesto del presente trabajo,

conviene efectuar un resumen de las principales manifestaciones de lo que fue la

política exterior norteamericano frente a Cuba y puerto Rico hasta la declaratoria de

guerra en 1898, actuaciones éstas las cuales constituyeron la concreción pragmática

de lo que fue muy a continuación el Presidente James K. Polk llamó el Destino

manifiesto de los EE UU., en América.

En 1843, el Presidente John Tyler, a través de su Secretario de Estado, Daniel

Webster, descartó el proyecto de establecer una república negra en Cuba protegida

por los EE.UU., admitido el doble riesgo de que la misma cayera en manos inglesas,

o que ocurriese una anarquía racial que afectase a los Estados del Sur.

En 1848, obrando con instrucciones del Presidente, John K. Polk, el Secretario de

Estado, James Buchana, protagonista indiscutido de la guerra contra México, ante el

temor de una eventual toma de Cuba por parte de Inglaterra, instruyó a su Ministro en

Madrid para proponer a España la compra de dicha isla, ofreciendo en esta ocasión la

suma de $100 millones; lo cual fue rechazado por España.

El 11 de agosto de 1849, el nuevo Presidente, General Zacharias Taylor, se opuso,

mediante proclama pública, a la invasión organizada, desde los EE. UU., en contra de

la Isla por el venezolano Narciso López, el mismo que fue luego simbólicamente pro-

cesado tras su desembarco en la Florida, una vez fracasada su expedición.

El 22 de agosto de 1849, el nuevo Secretario de Estado, John M. Clayton, ofició al

Ministro en Madrid, W. Barringer para que advirtiera al gobierno español que los EE

132) RICHARDSON, J.D: A Complete Compelation...; Loc. Cit., Vol. IX,X,XI, passim. PEREYRA, C: Op.

Cit., pp: 505 y ss. PORTELL VILÁ, H: Op. Cit, t.1, pp: 293 y ss.

133) GUERRA, R: Op. Cit., pp:251 y ss

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61

UU., se opondría militarmente a la cesión de Cuba a cualquier otra potencia. Sin

embargo, el gobierno norteamericano no impidió que el venezolano Narciso López

reintentar una nueva expedición –llamada del Criollo– en mayo de 1850.

El Presidente Millard Fillmore repitió una no menos condenatoria proclama –25 de

abril de 1851– definiendo cualquier nueva expedición contra Cuba como «aventura

de latrocinio y saqueo..»; condena la cual poco sirvió para evitar nuevas

expediciones, entre ellas la desastrosa del Pampero, partida de Nueva Ordenas, el 2

de agosto siguiente, y que concluyó con el posterior ajusticiamiento de los cincuenta

invasores, incluido Narciso López y varios extranjeros (un húngaro, un alemán y dos

norteamericanos) en septiembre y octubre de 1851, y del que se siguieron cruentos

saqueos en contra de súbditos e intereses españoles en el sur de los EE UU.

En 1852, y con el objeto de apaciguar los temores americanos, y previendo cualquier

renacer de las tentativas francesas sobre Cuba, Inglaterra pretendió resucitar el

proyecto de G. Canning de 1826 proponiendo la firma de una Convención Tripartita

–EE. UU., Inglaterra y Francia– para asegurar una vez más la pacífica y segura

continuidad colonial de Cuba en manos españolas; propuesta la cual rechazó

enfáticamente el Secretario de Estado, Edward Everett, el 19 de noviembre de 1852.

El 3 de abril de 1854, el Secretario de Estado, William L. Marcy, conforme a las

órdenes y pretensiones anexionistas del Presidente Franklin Pierce, autorizó al Minis-

tro americano, P. Soulé, para reabrir con España la oferta de compra de Cuba, cosa

que de ser rechazada por «…el orgullo español...», podía propiciarla independencia

de la Isla bajo control americano. Dicho plan de compra debía ser coordinado con los

ministros norteamericanos en París y Londres; los cuales reunidos en Ostende,

firmaron luego en Aquisgrán –18 de octubre de 1854– el llamado Manifiesto de

Ostende por el que se anunciaba y justificaba la ocupación norteamericana de Cuba,

en caso de rehusarse España a la venta propuesta y cuyo precio se estimó entonces en

$120 millones.

En su primer mensaje al Congreso, –diciembre de 1858– James Buchana, convertido

en el 15º el Presidente de los EE UU.,y uno de los firmantes del anterior Manifiesto,

confirmó la voluntad de los EE UU., para adquirir, mediante compra, la isla de Cuba,

rehusando el empleo de la fuerza. Abogó, en esta oportunidad, por continuar con la

tradición norteamericana en sus anteriores adquisiciones frente a Francia, Rusia,

España y México. La iniciativa presidencial ante el Congreso estimó ahora que la re-

ferida isla poseía un valor casi nulo para España, motivo de más para su cesión a los

EE.UU., iniciativa presidencial la cual fue aprobada por las Comisiones de RR.EE.

del Senado y Cámara de Representantes, el 24 de enero de 1859.

Más tarde, alarmado por la inusitada injerencia inglesa en Centroamérica, el

Presidente J. Buchana, en sus mensajes al Congreso del 6 de diciembre de 1858, 9 de

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62

diciembre de 1859 y 3 de diciembre de 1860, repitió –sin éxito por motivo de la

grave coyuntura pre–secesionista– la decisión norteamericana de adquirir cuanto

antes, mediante compra, la isla de Cuba; entre otras cosas, como única vía para termi-

nar, de una vez por todas, con el escandaloso comercio de esclavos negros que se

continuaba haciendo a través de la Isla.

Reintegrada la Unión, Hamilton. Fish, Secretario de Estado del Presidente Ulysses S.

Grant, reavivó las anteriores pretensiones norteamericanas sobre Cuba. Si bien se re-

chazó la petición de anexión a los EE UU., formulada por el agente de la nueva

república secesionista cubana, presidida por Carlos Manuel Céspedes, el gobierno de

Washington optó por reconocer la beligerancia de los sublevados de Demajagua –

Grito de Yara, 10 de octubre de 1868–. Se dio así inició a un nuevo y largo proceso

de intervención directa norteamericana en los asuntos internos de Cuba, casi siempre

centrada en sus varias veces fracasados proyectos de "mediación" en favor de la solu-

ción y conclusión negociada de la, cada vez más prolongada y cruenta guerra revolu-

cionaria cubana, interrumpida transitoriamente por la llamada Paz de Zanjón de 1878.

El reinicio de la lucha emancipadora, primero con la llamada Guerra Chuita (1879–

1884) y luego más definitivamente con el Levantamiento de Baire– en febrero de

1895 que desembocó en la campaña revolucionaria de José Martí –preparada en New

York–, su Partido Revolucionario Cubano –PCR–, y la fracasada expedición del plan

de Fernandina, coincidió con la nueva oferta de compra hecha por el Presidente

Grover Cleveland quien, para empezar, logró concretar la alianza tácita de Inglaterra

–rendida ésta a Washington tras el incidente Anglo–venezolano por el asunto de la

Guayana– en caso de llegarse a una guerra con España. El Mensaje anual del reelecto

G. Cleveland –7 de diciembre de 1896– planteó abiertamente la inminente interven-

ción armada norteamericana en la Isla, abrogándose el apoyo a la autonomía y luego

independencia cubana, sin renunciar todavía los EE UU a la adquisición o anexión de

la isla a la Unión. El gobierno español, presidido por Canovas, rechazó altaneramente

la oferta americana de una mediación activa para una paz garantizada –o impuesta,

llegado el caso– por los EE UU., que permitiera alternaba autonomía cubana y

soberanía española y concluir así con diez años de tan sangrienta y perdida guerra

para España.

Valiéndose de una abierta desaprobación de la draconiana represión del nuevo

Capitán General Valeriano Weyler y las promesas de un próximo gobierno

autonomista para Cuba y Puerto Rico anunciado desde Madrid, y alternando un

inminente reconocimiento del gobierno insurgente mambí, el nuevo Presidente,

William McKinley, su Secretario de Estado, Richard Olney, a través de su Embajador

en Madrid, General W.Wooodford, dió un ultimátum –23 de septiembre de 1897–

para que el acéfalo gobierno español (asesinato de Canovas) se resolviese a aceptar la

ya invocada mediación americana para la pronta pacificación de la Isla. Se adujo

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63

entonces, no sólo la demostrada incapacidad española para ganar, después de 13

años, tal guerra cesionista, sino la manifiesta violación de todos los principios

humanitarios en la solución. Por ello, los EE UU no podían continuar

indefinidamente en su condición de «nación expectante», asumiendo los ya

manifiestos males cuya repercusión en la tranquilidad interior de la Unión y perjuicio

en sus inversiones, eran demasiado manifiestos. Una vez más, como 3/4 de siglo

antes, España buscó, sin éxito alguno, el apoyo de Francia y Rusia.

La decisión de conceder al fín un gobierno autónomo para Cuba y Puerto Rico por

parte del nuevo Gobierno presidido por Práxedes M. Sagasta, alentó al Secretario de

Estado, William R. Day, intentar infructuosamente en Washington y Madrid –entre

mediados de marzo y mediados abril de 1898– la venta de Cuba; presiones las cuales

se re–instrumentaron, sin éxito, con la voladura del Maine –15 de febrero de 1898.

No obstante, y como preámbulo al desenlace, nada más producida la aireada negativa

española a permitir injerencia alguna norteamericana en la pacificación de la Isla, el 7

de abril de 1898, McKinley reafirmó el derecho natural del pueblo cubano, como

pueblo americano que era, a gobernarse a sí mismo; fórmula la cual no excluía, ni la

soberanía española, ni menos aún la intervención y apoyo directos de los EE.UU.,

para el logro de la tan ansiada paz interna.

El 19 de abril siguiente, el Congreso norteamericano aprobó las sanciones a España

invocando el reconocimiento de la independencia cubana, el retiro de las tropas espa-

ñolas de la Isla y la autorización al Presidente para decidir la invasión militar de ésta;

lo cual se ratificó en forma de nuevo y último ultimátum en Madrid. El 22 de abril de

1898 la flota norteamericana apareció al frente del Castillo del Morro, iniciando el

bloqueo de La Habana; a lo que siguió el bombardeo estadounidense de Puerto Rico

–12 de mayo de dicho año– y posterior desembarco del Almirante W. Sampson en

dicha capital –25 de julio siguiente.

7) Después de todo.

Así pues, a pesar de la larga y cruenta lucha de Cuba y Puerto Rico por su

independencia, estas dos islas continuaron siendo, por 75 años más, las dos últimas

colonias insulares que España logró conservar en América. En lo que corresponde al

período aquí estudiado, ello fue posible: 1°) Gracias a la extraordinaria habilidad,

perspicacia y visión política de quienes condujeron las relaciones diplomáticas de los

EE UU., Inglaterra –y en algún momento Francia– durante el primer tercio del siglo

XIX, particularmente entre 1823 y 1827; 2°) gracias también al candor, y hasta

Page 68: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

64

inconsecuencia –y se quiere, irresponsabilidad– política con que los gobiernos de

Colombia y México de entonces pretendieron participar en la, finalmente corta lucha

por la hegemonía política en el Nuevo Mundo; y 3°) por último, en razón de la

tozudez e insensibilidad política española durante la fase final de la guerra de

independencia del continente hispano–americano, incapaz como fue de haber evitado

diplomáticamente lo que no logró evitar mucho antes con las armas en el resto del

continente: perder todo un subcontinente. La entrega final de ambas islas a EE.UU.,

¾ de siglo después, confirmó una incapacidad histórica todavía mayor de dicha ex–

metrópoli europea en América: «Todo o nada» había continuado siendo, durante casi

un siglo, el unísono fiat español en su insensata guerra por continuar siendo, contra

todas las evidencias y hasta desinteresados consejos de sus aliados, una «potencia

colonial» americana. En abril de 1898, ningún gobierno europeo, ni hispanoameri-

cano, hizo nada para evitar que España, después de haber sido la primera metrópoli

americana por 300 años, pasara a ser el único, de los tres grandes imperios coloniales

americanos, que no lograría conservar ni un solo palmo de terreno en el Continente

por ella descubierto.

Page 69: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

APENDICE

INTERCAMBIO COMERCIAL DE LOS ESTADOS UNIDOS DE

AMÉRICA CON LAS INDIAS OCCIDENTALES, 1816-1826

Page 70: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

66

CUADRO nº1: ESTADOS UNIDOS DE AMERICA: EXPORTACIONES A LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1816-1826

(Miles de U$)

Régimen de Exportación 1816 a 1822 1823 1824 1825 1826 1823-1826 1816-1826

Exportaciones propias: 96 979.66 12 149.92 12 646.94 12 911.00 13 329.84 28 812.25 125 791.91

Hacia Islas Occidentales Españolas 22 766.06 3 527.30 3 918.59 3 492.66 3 962.52 14 901.07 37 667.13

Cuba 21 627.76 3 271.27 3 611.69 3 276.56 3 751.66 13 911.18 35 538.94

Otras 1 138.30 256.03 306.90 216.10 210.86 989.89 2 128.19

Haití 4 487.67 1 670.14 1 901.93 1 648.66 1 252.91 6 473.63 10 961.30

Otras islas del Caribe 69 725.93 6 952.48 6 826.43 7 769.69 8 114.42 7 437.55 77 163.48

Re-exportaciones 29 517.26 3 813.95 3 849.10 3 072.23 3 436.42 17 407.75 46 925.01

Hacia Islas Occidentales Españolas 17 134.20 2 159.59 2 429.56 1 866.30 2 395.44 8 850.89 25 985.10

Cuba 16 894.32 2 134.10 2 195.84 1 844.15 2 382.77 8 556.86 25 451.18

Otras 239.88 25.50 233.72 22.16 12.67 294.04 533.92

Haití 1 237.04 708.64 463.23 406.56 161.58 1 740.02 2 977.05

Otras islas del Caribe 11 146.02 945.72 956.31 799.37 879.39 6 816.84 17 962.86

SUMA 126 496.92 15 963.87 16 496.04 15 983.23 16 766.26 46 219.99 172 716.92

Hacia Islas Occidentales Españolas 39 900.27 5 686.89 6 348.15 5 358.96 6 357.96 23 751.96 63 652.23

Cuba 38 522.08 5 405.37 5 807.53 5 120.70 6 134.43 22 468.03 60 990.12

Otras 1 378.18 281.53 540.61 238.26 223.53 1 283.93 2 662.11

Haití 5 724.71 2 378.78 2 365.16 2 055.22 1 414.49 8 213.65 13 938.35

Otras islas del Caribe 80 871.95 7 898.20 7 782.74 8 569.06 8 993.81 14 254.39 95 126.34

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67

CUADRO nº 2: ESTADOS UNIDOS DE AMERICA: EXPORTACIONES A LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1816-1826 (Porcentajes)

Régimen de Exportación 1816 a 1822 1823 1824 1825 1826 1823-1826 1816-1826

Exportaciones propias: 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0%

Hacia Islas Occidentales Españolas 23.5% 29.0% 31.0% 27.1% 29.7% 51.7% 29.9%

Cuba 22.3% 26.9% 28.6% 25.4% 28.1% 48.3% 28.3%

Otras 1.2% 2.1% 2.4% 1.7% 1.6% 3.4% 1.7%

Haití 4.6% 13.7% 15.0% 12.8% 9.4% 22.5% 8.7%

Otras islas del Caribe 71.9% 57.2% 54.0% 60.2% 60.9% 25.8% 61.3%

Re-exportaciones 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0%

Hacia Islas Occidentales Españolas 58.0% 56.6% 63.1% 60.7% 69.7% 50.8% 55.4%

Cuba 57.2% 56.0% 57.0% 60.0% 69.3% 49.2% 54.2%

Otras 0.8% 0.7% 6.1% 0.7% 0.4% 1.7% 1.1%

Haití 4.2% 18.6% 12.0% 13.2% 4.7% 10.0% 6.3%

Otras islas del Caribe 37.8% 24.8% 24.8% 26.0% 25.6% 39.2% 38.3%

SUMA 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0%

Hacia Islas Occidentales Españolas 31.5% 35.6% 38.5% 33.5% 37.9% 51.4% 36.9%

Cuba 30.5% 33.9% 35.2% 32.0% 36.6% 48.6% 35.3%

Otras 1.1% 1.8% 3.3% 1.5% 1.3% 2.8% 1.5%

Haití 4.5% 14.9% 14.3% 12.9% 8.4% 17.8% 8.1%

Otras islas del Caribe 63.9% 49.5% 47.2% 53.6% 53.6% 30.8% 55.1%

Page 72: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

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CUADRO nº 3: ESTADOS UNIDOS: IMPORTACIONES PROCEDENTES DE LAS INDIAS OCCIDENTALES, 1821-1826* (miles de U$)

Procedencia según bandera 1821-1822 1823 1824 1825 1826 1823-1826 1821-1826

SUMA 32 151.06 15 894.90 18 607.14 16 770.25 16 589.99 67 862.28 100 013.34

Navíos norteamericanos 30 223.25 15 265.57 17 726.83 16 080.63 16 285.21 65 358.22 95 581.48

Navíos extranjeros 1 927.81 629.34 880.32 689.63 304.78 2 504.06 4 431.87

Hacia Islas Occidentales Españolas 15 437.45 7 765.46 8 477.13 8 350.04 8 436.53 33 308.05 48 745.50

Navíos norteamericanos 14 185.60 7 484.54 8 470.52 8 184.21 8 383.69 32 522.96 46 708.56

Navíos extranjeros 1 251.85 280.91 261.08 284.46 160.27 986.73 2 238.58

Cuba 13 875.17 6 952.38 7 620.43 7 556.41 7 658.76 30 066.88 43 942.05

Navíos norteamericanos 12 629.03 6 697.90 7 620.43 7 396.14 7 605.92 29 320.39 41 949.43

Navíos extranjeros 1 246.14 254.48 278.90 160.27 52.84 746.49 1 992.62

Otras 1 562.28 813.08 856.70 793.63 777.77 3 241.17 4 803.45

Navíos norteamericanos 1 556.57 786.64 850.09 788.06 777.77 3 202.57 4 759.13

Navíos extranjeros 5.72 26.44 6.61 5.56 38.60 44.32

Haití 4 588.07 2 352.73 2 247.24 2 065.33 1 511.84 8 177.13 12 765.21

Navíos norteamericanos 4 499.73 2 331.05 2 200.61 2 008.47 1 466.41 8 006.54 12 506.28

Navíos extranjeros 88.34 21.68 46.62 56.86 45.43 170.59 258.93

Otras islas del Caribe 12 125.54 5 776.71 7 882.78 6 354.88 6 641.62 26 377.10 38 502.64

Navíos norteamericanos 11 537.93 5 449.98 7 055.69 5 887.95 6 435.11 24 828.72 36 366.65

Navíos extranjeros 587.61 326.74 572.61 348.31 99.09 1 346.74 1 934.35

(*) Valores del 1 de octubre de 1820 al 30 de septiembre de 1826

Page 73: Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

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CUADRO nº 4: ESTADOS UNIDOS: IMPORTACIONES PROCEDENTES DE LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1821-1826*

(Porcentajes)

SUMA 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0% 100.0%

Navíos norteamericanos 94.0% 96.0% 95.3% 95.9% 98.2% 96.3% 95.6%

Navíos extranjeros 6.0% 4.0% 4.7% 4.1% 1.8% 3.7% 4.4%

Hacia Islas Occidentales Españolas 48.0% 48.9% 45.6% 49.8% 50.9% 49.1% 48.7%

Navíos norteamericanos 44.1% 47.1% 45.5% 48.8% 50.5% 47.9% 46.7%

Navíos extranjeros 3.9% 1.8% 1.4% 1.7% 1.0% 1.5% 2.2%

Cuba 43.2% 43.7% 41.0% 45.1% 46.2% 44.3% 43.9%

Navíos norteamericanos 39.3% 42.1% 41.0% 44.1% 45.8% 43.2% 41.9%

Navíos extranjeros 3.9% 1.6% 1.5% 1.0% 0.3% 1.1% 2.0%

Otras 4.9% 5.1% 4.6% 4.7% 4.7% 4.8% 4.8%

Navíos norteamericanos 4.8% 4.9% 4.6% 4.7% 4.7% 4.7% 4.8%

Navíos extranjeros 0.0% 0.2% 0.0% 0.0% 0.0% 0.1% 0.0%

Haití 14.3% 14.8% 12.1% 12.3% 9.1% 12.0% 12.8%

Navíos norteamericanos 14.0% 14.7% 11.8% 12.0% 8.8% 11.8% 12.5%

Navíos extranjeros 0.3% 0.1% 0.3% 0.3% 0.3% 0.3% 0.3%

Otras islas del Caribe 37.7% 36.3% 42.4% 37.9% 40.0% 38.9% 38.5%

Navíos norteamericanos 35.9% 34.3% 37.9% 35.1% 38.8% 36.6% 36.4%

Navíos extranjeros 1.8% 2.1% 3.1% 2.1% 0.6% 2.0% 1.9%

(*) Sobre valores de base del 1 de octubre de 1820 al 30 de septiembre de 1826

B&FSP; London 1854; Vol. XIV; 1826-1827; pp: 1210 y ss.