cuatro cuentos de princesas (Íñigo de aranzadi y pérez de arenaza)

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Page 1: Cuatro Cuentos de Princesas (Íñigo de Aranzadi y Pérez de Arenaza)

LA PRINCESA Y EL SWAMI

Erase una vez, en un reino de la antigua India, una familia real. El rey no estaba contento, porque su hija, la princesa, no se interesaba por el matrimonio. Solo pensaba en Dios. Rezaba todo el día, hacía ritos. Su único pensamiento era Dios. Preparaban fiestas para ella, con bailes. Nada, no había nada que hacer.

Un día fue a dar un paseo con su escolta, por la ciudad, cuando estaban llegando a las murallas, vio a un swami, un monje. Su cabeza estaba rapada y brillaba con una luz celestial, sus ojos eran transparentes, llenos de una luz muy clara, divina, estaba sentado en la postura del loto. La princesa le miró. Su corazón se embriagó de amor. Quedó prendada de su belleza interior. En ese momento llegó la corte del Rey con sus elefantes y llamaron a la princesa y la llevaron a palacio.

La princesa no hacía otra cosa que pensar en el swami. No pensaba en otra cosa. No podía quitarse la belleza del swami, de su cabeza, de sus ojos. Solo quería mirar sus ojos, volver a sentir lo que sintió cuando le miró. Perdió el apetito, cada vez estaba más y más delgada. Solo quería estar con el swami, sentir su amor.

El Rey mandó llamar al swami. Se presentó ante él y el Rey le dijo que su hija se había enamorado de él y que se tenía que casar con ella. El swami contestó que él había hecho votos y que prefería la muerte antes que romper sus votos. El Rey dijo: así sea. Y mandó encarcelar al Swami y le condenó a muerte por no obedecerle.

La princesa se enteró de lo que había pasado. Cuando supo que el swami estaba condenado a muerte, su corazón le dio un vuelco. Le dijo a su padre que lo único que ella ahora deseaba era la muerte, que si moría el swami ella quería morir con él.

El Rey quedó muy desconsolado, pero no podía dejar de cumplir su palabra. Era una palabra regia, una palabra real y se tenía que cumplir.

Otro Swami, el director de la orden de swamis a la que pertenecía el swami, pasó por la ciudad, se enteró de lo que pasaba y fue a ver al Rey. Le pidió audiencia y se la concedió.

El director de la orden de los swamis, le dijo al Rey que había una solución a su desconsuelo. Que si llevaba a cabo la ejecución, solo traería desgracias para el Reino y para su familia. Y le dijo que podía hacer que el swami se librara de su condena si aceptaba ser el preceptor espiritual de la princesa.

El Rey por fin vio la luz, su corazón quedó aliviado, inspiró aire y dijo: así sea.Mandó llamar al swami y éste aceptó.

La princesa estaba llena de gozo. Le vería todos los días. Podría mirarle a los ojos y sentir el gran amor que había en su corazón.

Y comenzó la enseñanza.En el jardín del palacio, a la vista de todas las ventanas el swami comenzó la instrucción. En un hermoso lugar hablaba a la princesa sobre temas espirituales. La princesa se ponía sus mejores ropas, sus joyas más bellas, se arreglaba el pelo y pintaba su cara con hermosas

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pinturas de bellos colores y embellecía su rostro y se sentaba a sus pies.

El swami le instruía en las escrituras sagradas y en los ritos y en las ofrendas. Al terminar la lección le decía si tenía alguna pregunta.

Un día la princesa le preguntó: ¿Cómo puedo librarme del amor? El Swami contestó: Su Alteza no puede librarse del amor, porque el amor forma parte de vos, el amor está en todo y en todas partes, cada partícula de este universo, en realidad, sólo está hecha de amor, de la energía de Dios.

Princesa.- bien, entonces ¿cómo puedo librarme del amor que siento por vos? Todo el día estoy deseando estar con vos y cuando estoy con vos soy feliz. Pero el resto del día no.

Swami.- me debéis mirar como a un padre, no como a un hombre. La mente es muy voluble y se deja llevar por los deseos del corazón. Purifique su corazón. Medite.

Y le dio un mantra, una formula sagrada para que repitiera en su mente. Y le dijo, cuando no estéis conmigo, meditad, princesa. Y acabó la clase por ese día.

Entonces la princesa meditaba y meditaba y se olvidaba del swami, solo oía en su mente la fórmula sagrada que le libraba de su deseo de estar con el swami.

El swami por otra parte, cuando se ponía a meditar, no podía hacer otra cosa que pensar en la princesa, le venía a la mente los bellos rizos de la princesa, el violeta de sus párpados, el bello color castaño claro de sus ojos, su perfume y sus bellos vestidos y no hacía otra cosa que desear estar con ella.

Pasó el tiempo. El swami enloqueció de amor por la princesa. Vagaba por las calles repitiendo solo su nombre. La gente se reía de lo loco que se había vuelto el swami. Solo pensaba en el momento en que llegaría la clase y podría verla.

En la clase el swami solo hablaba poemas a la princesa. Y la princesa se llenaba de compasión y todo el logro de su meditación se caía abajo cuando le veía. Su corazón se llenaba de amor cuando estaba con él. Pero pensaba que no podría casarse con él porque él había hecho un voto.

Pasó el tiempo. Un día, el swami no pudo más y le confesó a la princesa que estaba locamente enamorado de ella, que su vida no tenía ningún significado sin ella. Que solo pensaba en estar con ella. La princesa se puso muy contenta y le dijo lo que pasaba a su padre.

Entonces su padre se puso muy contento y ordenó los preparativos para la boda. Y se casaron y fueron muy felices pero no comieron perdices porque los swamis son vegetarianos.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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LA PRINCESA MADANA

Érase una vea un príncipe noble de nombre Gonzalo, hijo del Rey Ricardo, cuyo matrimonio real fue preparada por sus padres con una mujer a la que él no amaba, que ni siquiera conocía, y ya se había determinado su matrimonio real. El matrimonio estaba arreglado, era un asunto de Estado, debía casarse con la princesa Madana hija del Rey Luis, de una Corte vecina para aumentar los designios del Reino y mantener la paz más lejos. Pero él estaba apesadumbrado, el no amaba a la princesa, no entendía por qué el destino le había jugado esta jugada. El no quería casarse con la princesa, ni si quiera la conocía. Le expuso sus sentimientos a su madre, la Reina. Su madre le contestó que él era un príncipe heredero, que su destino era el gobierno de los súbditos del reino y que el matrimonio de los príncipes se arregla en función de las necesidades del Estado, no de sentimientos.

El príncipe no podía dormir por las noches, no conciliaba el sueño. Su felicidad estaba en juego. Toda la Corte estaba ocupada con los preparativos de la boda. Cortesanas y cortesanos iban y venían trayendo y llevando cosas de un lugar a otro, engalanando las estancias, los balcones. Pero el príncipe en su corazón sabía que perdería cualquier opción de tener una vida feliz.

Una noche decidió escapar del palacio. Escapó a pie para no despertar sospechas ni siquiera tomo un caballo. Anduvo y anduvo y anduvo, pasó los sembrados, los pastos y llegó al bosque. Llegó la siguiente noche y estaba exhausto. Quedó dormido en el suelo sobre una verde hierba en la ladera de una montaña. Al día siguiente despertó, se dio cuenta de que iba vestido con ropajes reales y que la gente le podría reconocer. Vio una hacienda a lo lejos. Fue acercándose pensando cómo podría hacer para deshacerse del ropaje real. Al lado de la casa, junto al granero, vio un saco y tuvo una idea, se vestiría con un saco. Lo tomó y siguió su camino. Ya entre árboles cogió el saco le hizo cuatro agujeros y lo utilizó como vestimenta. Dejó su vestimenta al lado de un árbol escondida entre el musgo y los helechos y prosiguió su camino. En realidad no tenía ningún destino, era solo una huida. Pronto tuvo hambre, no tenía qué llevarse a la boca y además no sabía como hacerse con algo de comida. En Palacio era todo tan fácil, siempre le servían la comida.

Andando por un camino, unos caminantes le tomaron por peregrino al llevar la tela de saco que le cubre en señal de modestia y sencillez. Así que tomaron un poco de pan y queso que llevaban y se lo dieron. Comieron con él. Él no sabía cómo comportarse, porque no sabía como se comportaban los campesinos y aldeanos entre ellos, así que guardó silencio. Nunca se había comportado como un aldeano o un campesino porque él era un príncipe. Los campesinos hablaban. Vas de peregrinaje al templo ¿no? Él asentía con la cabeza. Este año van muchos peregrinos y va a hacer buen tiempo, lo dicen los pastores que de esto saben mucho. El templo se llenará de peregrinos.

Los peregrinos purgan sus pecados con el peregrinaje, se llenan del silencio con sus andares. Serenan así su mente para poder llegar al templo con la mente quieta y limpia. Dejan sus pecados por el camino.

Mientras hablaban los campesinos, el príncipe asentía con la cabeza, pero no sabía ni siquiera dónde estaba el templo. Rieron con él los aldeanos con júbilo. Siguió su camino. Sin saberlo había adoptado el rol de peregrino, así que tomó un palo y prosiguió su camino.

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Andaba por verdes veredas, por frondosos bosques vespertinos, por cañadas, por sendas, por caminos. Con su saco que le abrigaba, con su mente quieta y serena sin saber cuál sería su destino.

Mientras tanto, en el Palacio estaban tan ocupados en los preparativos de la boda que nadie reparó en la ausencia del príncipe, que era quien se tenía que casar. Todos iban de un lugar a otro haciendo arreglos, elaborando adornos, cintas de banderines y colores. Colgando telas y escudos por pares.

El príncipe Gonzalo iba contento, sus penas alejaba cada momento, más lejos y más lejos su destino dejaba, así cada vez más, mientras andaba. A cada paso un suspiro, a cada paso más aliento, pensando en su nueva vida y en su sustento.

Pasó un poco de tiempo. Unos días, unas tardes, unas horas. El príncipe Gonzalo todo contento, se acercaba sin saberlo al templo.

Se juntaba en el camino con más peregrinos, que llevaban sencillas ropas viejas y de lino. Callados andaban en sus andares, por veredas y sendas sin muladares. Callados andaban y en silencio, andando a raudales y con aliento. Llegaban a las fondas desfondados, pidiendo comida y alojamiento.

Así entre ellos se entremezclaba, que así peregrino parecía y aparentaba. Más y más se acercaban a la catedral, pisada a pisada en el caminar.

Un día a Palacio llegó un sastre, pidiendo ver al príncipe para el traje arreglarle. Fueron a buscarle y no le hallaron, histéricos se pusieron de dar al Rey el recado. Así que su padre se enfureció, la boda de Estado estaba pendiente. Puso a buscarle a toda la gente. Extendió reclamos y recompensas a quien a Palacio le trajera.

Ahora Gonzalo, el príncipe ya no era príncipe, era una persona normal, un peregrino, pero la gente se portaba muy bien con él. Le daban alojamiento por las noches, porque era un peregrino, le daban comida a cambio de trabajo. Así que hizo algo que nunca había hecho, trabajar como un persona normal. Aprendió mucho, le salieron callos en las manos de coger la hoz, el rastrillo, la azada, de cargar piedras para arreglar vallas. Pero era feliz, había cambiado su vida, era un súbdito más, alguien vulgar. No tenía que dar cuentas a nadie, ni hacer saludos reverenciales ni estudiar leyes, ni montar a caballo, ni ejercitarse en el arte de la guerra.

Cada vez estaba más y más lejos de la Corte, cada vez más contento con su nueva vida.

Mientras tanto en el reino vecino, la princesa Madana estaba desolada, ella no amaba al príncipe Gonzalo, ni siquiera le conocía y se tenía que casar con él. El cardenal ya había llegado al reino para confesar a la princesa antes de la boda. En el reino vecino no sabían nada de la huida del príncipe. Así que el obispo le dijo que lo mejor es que fuera a la catedral a confesarse con el cardenal. Le acompañó. Se fueron juntos.

Mientras tanto el príncipe Gonzalo había llegado ya a la ciudad santa y estaba cerca de la catedral. Tuvo el impulso de ir a confesar su pecado al confesionario de la catedral. Así que se acercó al confesionario y le dijo al cardenal (él no sabía que era el cardenal) que se había escapado de su casa porque su familia le quería casar con una mujer que él ni conocía. El

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cardenal le dijo que eso estaba muy mal. Que en la Biblia está escrito en los mandamientos el honrarás a tu padre y a tu madre. Y que debía cumplir con su deber. Le mandó rezar diez padres nuestros y cien aves maría y que volviera a su casa. Así que dicho y hecho, Gonzalo empezó a andar cabizbajo después de la reprimenda que le había echado el cardenal, medio despistado no se dio cuenta de que un carruaje se le acercaba, la gente le decía apartate, apartate, pero él iba rezando. El caballo del carruaje le atropelló. El carruaje paró, el cochero bajó a ver que le había pasado. Había perdido el conocimiento.

La princesa Madana fue quien bajó del carruaje, se dio cuenta de lo que había pasado y como era muy compasiva ordenó que lo llevaran a palacio. Así lo dijo y así se hizo.

La princesa se confesó de sus pecados y volvió a Palacio. El carruaje después de llevar al “peregrino” a Palacio, volvió a recoger a la princesa. Al llegar la princesa preguntó que dónde estaba el peregrino atropellado y fue a verle para ver cómo estaba. Pero estaba inconsciente. Ella ordenó que fuera el médico a verle. Así se hizo.

Mientras en Palacio los sastres estaban muy ocupados con el vestido de la novia. Así que ella tenía que ir a probarse el vestido que le hacían.

El tiempo pasaba y en el Reino de Gonzalo nadie le encontraba, todo el pueblo le buscaba, pero él estaba en el reino vecino. Los reyes estaban muy preocupados porque la boda no podría celebrarse, así que mandaron un emisario al reino vecino, no quedaba más remedio que cancelar la boda porque el príncipe no aparecía.

Así que el emisario partió hacia el reino vecino, tardó varios días y llegó a palacio y llevó el mensaje al rey. El rey se puso muy triste, el reino no tendría alianzas por matrimonio con el otro reino y eran dos reinos colindantes. Se entristeció. Pero la princesa Madana se puso muy contenta porque ya no se tendría que casar.

Gonzalo poco a poco se recuperó. Como vieron que era fuerte y tenía unas manos fuertes le ofrecieron trabajo en los establos reales. Así que Gonzalo se dedicaba a dar de comer y de beber a los caballos, sacarlos a pasear y limpiarlos y cepillarlos y a limpiar las cuadras y proveerlas de forraje.

La princesa al ser liberada de sus obligaciones nupciales y de los preparativos tenía más tiempo y se dedicaba a pasear a caballo. Todos los días iba a las cuadras, un día se enteró de que el atropellado estaba trabajando en las cuadras y pidió verle para ver cómo estaba. Se encontraron en la cuadra. Gonzalo estaba cepillando un caballo, llegó la princesa Madana, le preguntó qué cómo se llamaba, el le dijo que Gonzalo. Gonzalo tenía una mirada muy limpia y dulce, cuando miró a Madana, Madana se quedó prendada de él. Así que todos los días iba a darle instrucciones sobre qué caballo montaría al día siguiente.

Un día Madana pidió a Gonzalo que le acompañara en el paseo. Así se hizo. Gonzalo le acompañó en el paseo. Gonzalo estaba muy extrañado que tratando de huir de su destino, hubiera acabado con la princesa. Pero ella no sabía nada.

Madana.- Sepa, me querían casar con el príncipe Gonzalo del reino vecino, pero se ha cancelado la boda porque el príncipe ha desaparecido, se ha escapado y nadie sabe dónde está, ¿qué le parece?

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Gonzalo.- pues no sé. ¿Vuestra Alteza quería casarse?Madana.- Bueno la verdad es que si quiero casarme o no quiero casarme, eso no importa, soy una princesa y mi boda es por razón de Estado, no por mis deseos, ni por mis sentimientos. Era mi deber. Era lo que tenía que hacer para mayor servicio y gloria del reino.

Gonzalo.- ¿Y sus sentimientos no cuentan?

Madana.- No.

Gonzalo.- ¿Pero Vuestra Alteza quería casarse?

Madana.- Bueno la verdad es que nuestros padres lo han arreglado, yo no mando en eso.

Gonzalo.- Bueno pero Vuestra alteza ¿Ama al príncipe Gonzalo?

Madana.- Bueno, en realidad no le conozco, nunca le he visto (Gonzalo se reía en su interior), cómo ¿podría yo amarle si nunca le he visto? El cariño viene después con el roce, primero es el deber. El deber es lo primero.

Gonzalo.- ¿Y qué le parece a Vuestra Alteza lo que ha hecho el príncipe Gonzalo?

Madana.- Pues no lo sé, no sé que razones tendría para huir. Pero la huida es no querer afrontar tu destino, es una postura cobarde. Además tarde o temprano le encontrarán.

Gonzalo.- Pues yo la verdad es que alabo la postura de Gonzalo, el corazón tiene razones que la razón no comprende. Ha hecho caso de lo que le decía su corazón, él no quería condenarse a un matrimonio con una mujer que él no ama.

Madana.- ¿Y vos cómo lo sabéis? ¿Sois a caso adivino?

Gonzalo.- Bueno, no soy adivino pero es lo que haría yo.

Madana.- No es propio juzgar a nadie, no sé que razones tendría el príncipe Gonzalo para emprender la huida, a lo mejor estaba enamorado de otra mujer a la que amaba y no quería casarse por eso. De todas formas mi padre no sé si esperará mucho tiempo. Y si no es con Gonzalo me casaré con otro príncipe, es mi deber como princesa.

La princesa Madana disfrutaba mucho de la compañía de Gonzalo y de las conversaciones que mantenía con él, así que salían y salían a cabalgar juntos por la campiña real.

La princesa Madana poco a poco se iba enamorando cada vez más del mozo de las cuadras que había atropellado su carruaje y poco a poco las palabras que había dicho le iban siendo más ajenas, empezaba a pensar que el corazón es importante, pero de todas formas una princesa no podría casarse con un mozo de cuadras. Poco a poco su sentido del deber se iba haciendo más débil.

Por otra parte Gonzalo, sabía que como mozo de cuadras no podría revelar su amor a la princesa y para ello tendría que volver a su tierra, para ser reconocido como tal y luego casarse con ella, la mujer que amaba. Poco a poco se habían enamorado el uno de la otra y la otra del uno.

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Ellos no se daban cuenta que el tiempo jugaba en su contra. El padre de Madana había entablado negociaciones con otro reino, con otro príncipe, con el padre del príncipe Gilberto. No era un reino colindante, pero al fin y al cabo sería otra alianza tendría mejores relaciones, mejores intercambios comerciales, más riqueza.

Un día, Gonzalo decidió volver a su reino. Se despidió de todos menos de la princesa Madana a quien ya amaba en gran medida, entonces sí que aceptaba su destino, su matrimonio concertado, su sino. Y partió hacia su reino presto y veloz para poder volver como príncipe.

Mientras tanto el padre de la princesa Madana al ver que el príncipe Gonzalo no aparecía, firmó un compromiso respecto del matrimonio con el príncipe Gilberto.

El príncipe Gonzalo llegó a su reino. Causó una emoción contradictoria en sus padres, por un lado se alegraban de verle otra vez pero por otro había echado a perder una oportunidad magnífica de un matrimonio real muy beneficioso para muchos territorios y muchos súbditos.

Así que el rey Ricardo, padre de Gonzalo mandó un emisario a la Corte del reino vecino diciendo que Gonzalo había aparecido, que había estado de peregrinaje, y que se podía volver a celebrar la boda. A lo cual el rey vecino contestó que como había pasado tanto tiempo, ya había concertado el matrimonio con el príncipe Gilberto.

Cuando la noticia llegó a la princesa Madana, estaba desesperada y podía comprender perfectamente porqué el príncipe Gonzalo había huido. Estaba desesperadamente enamorada de el mozo de cuadras, pero nunca se podría casar con él. Así que sabría que sería infeliz toda su vida. De todas formas ordenó a una doncella suya que se enterara de dónde estaba el mozo de cuadras.

La doncella encargó la tarea a un cortesano. El cortesano siguió la pista del mozo de cuadras, le costó mucho, pero al final pudo averiguar que el mozo de cuadras había acabado en el Palacio del reino vecino.

La noticia llegó a Madana, que se puso muy contenta de poder saber dónde estaba.

El rey Ricardo viajó al reino vecino para entrevistarse con el rey Luis, le expuso sus pretensiones, dejó claro que tenían un contencioso y que nadie podría resolver ese contencioso dado que eran reyes y no había nadie por encima de ellos. Gran problema. Así que los reyes Ricardo y Luis pensaron que solo una persona sabia podría resolver el problema y aceptaron dirigirse al Papa para que resolviera el problema.

Al Papa le llegó toda la información y para formarse una idea adecuada de todo se entrevistó con todos los integrantes del contencioso. Se entrevistó con el rey Ricardo, con el rey Luis, con el padre del príncipe Gilberto, con la princesa Madana y con los príncipes Gilberto y Gonzalo.

Al salir la princesa Madana de la audiencia con el Papa vio al príncipe Gonzalo, vestido de príncipe, le reconoció, era el mozo de cuadras del que se había enamorado. Verle le produjo emociones contradictorias por un lado quería echarse en sus brazos, por que le amaba, pero por otro le había engañado, se había hecho pasar por quien no era y encima se había ido sin despedirse. La ira le subió a la cabeza y salió corriendo por los pasillos del Palacio huyendo

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de él. Gonzalo se quedó perplejo, sin entender nada, rechazado por la mujer que amaba y con la que quizás se casaría.

Fue llamado por el Papa. Comenzó la audiencia. El cardenal que había confesado a Gonzalo en la Catedral le reconoció y entonces entendió todo y le preguntó ¿por qué no regresó su Alteza tan pronto como yo se lo dije? Entonces Gonzalo contó todo lo sucedido, incluyendo el enfado de la princesa Madana.

El Papa era una persona muy sabia y comprendió pronto lo que pasaba. Así que dictaminó que la única manera de solucionar el problema era que la princesa Madana eligiera entre los príncipes Gonzalo y Gilberto, a quien quisiera. Sería ella la que elegiría.

La resolución pontificia llegó a sendos palacios reales y le llegó a la princesa Madana. Su corazón estaba muy agitado. Estaba llena de amor por el mozo de cuadras, pero no por el príncipe Gonzalo. Le había engañado, se había hecho pasar por quien no era y encima ni había hecho llegarle noticias suyas siendo un príncipe. Estaba llena de rabia. La princesa le decía a su padre que se quería casar con Gilberto, pero su padre le dijo que estaba llena de ira y que ese no era el mejor estado para tomar una buena decisión, que primero debía de perdonar al príncipe Gonzalo y luego podría tomar una decisión. Pasó el tiempo, su padre se encargaba de ver si la ira se había ido de su corazón, pero seguía enfadada, así que su padre postergaba la decisión. Por fin pudo perdonar en su corazón al príncipe Gonzalo. Fue a ver a su padre y le dijo, le he perdonado, sé que a quien amo es al príncipe Gonzalo. Entonces su padre mandó un mensajero a la corte del Rey Ricardo porque la princesa había sido capaz de perdonar. Y se casaron y fueron muy felices todos los días de su vida.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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LA PRINCESA DORADA

Érase una vez un reino muy feliz, todo el mundo era feliz en el reino. Todos se amaban, se respetaban y se ayudaban mutuamente. El rey era feliz, la familia real era feliz y todos en el reino eran felices. Pero había una bruja mala, mala, muy mala que quería acabar con la felicidad en el reino. Entonces un día se preguntó ¿cómo acabar con la felicidad del reino? Y le vino la respuesta, acabando con la felicidad de la familia real.Fue anunciado el nacimiento de una princesa de la pareja real, del rey y de la reina. Entonces la bruja mala, mala muy mala, trazó un malvado plan. Y empezó a construir una torre dorada, piedra sobre piedra. Cada vez que ponía una piedra repetía un encantamiento: la persona que viva aquí, tendrá manjares suculentos, tendrá bebidas deliciosas, tendrá riquezas, joyas, tendrá fama y buen nombre y todo el mundo la alabará, pero no se podrá casar. Y así iba repitiendo ese encantamiento una y otra vez cada vez que ponía piedra. Un día terminó de construir la torre dorada y empezó a amueblarla con todo tipo de muebles de maderas nobles, cortinas de lino, bordados de seda, lámparas de cristales muy finos que brillaban dando maravillosos destellos del arco iris sobre las paredes y el techo. Y terminó de construirla.

Para entonces, la princesa había cumplido los dieciocho años. Se celebró su cumpleaños, pero antes de la fiesta real, la princesa atendió a los súbditos que le traían regalos. La bruja mala, mala, muy mala, le había llevado unas llaves.La princesa preguntó, ¿de qué son estas llaves? Y la bruja mala, mala muy mala contestó que eran de una torre dorada que había construido en la zona Oeste de la ciudad capital del reino para ella.La princesa se puso muy contenta y dijo: mañana mismo iré a verla.

En la fiesta, un príncipe muy apuesto se fijó en la princesa y le pareció que era muy guapa y bailó con ella una danza con movimientos armónicos y acompasados.

Al día siguiente la princesa fue a ver la torre dorada. Cuando la vio quedó extasiada por tanta belleza. Por sus proporciones, por su sencillez constructiva, por lo radiante de su aspecto, así que entró abriendo con la llave, la puerta y entonces se quedó maravillada de los muebles de roble y caoba, de las cortinas de lino, de las telas de los almohadones de seda, por los bellos arco iris que se reflejaban en las paredes y en el techo. Le gustó tanto que se quedó a vivir allí.

Un día fue al palacio real a ver a sus padres, los reyes y les dijo que se había ido a vivir a la torre dorada que le habían regalado el día de su cumpleaños. A sus padres les pareció bien la idea. Pasaba el tiempo. La gente de la ciudad y del campo le llevaba todo tipo de alimentos y bebidas a la princesa, no sabían por qué, pero así lo hacían. No sabían que había un encantamiento.

Pasaba el tiempo, su padre el rey, estaba preocupado porque pasaba el tiempo y la princesa no solo no se casaba, sino que no tenía siquiera novio. Así que iba a verla a la torre, con el propósito de decirle que se tenía que casar, pero tan pronto entraba en la torre, entraba en juego el encantamiento y no paraba de hablar bien de ella y de alabarle todo lo que hacía y decía la princesa, lo guapa que estaba, las bellas joyas que tenía y olvidaba su propósito de decirle que se tenía que casar. Esto pasó varias veces y cuando el rey llegaba a palacio no entendía lo que pasaba, por qué olvidaba su propósito.

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Un buen día llegó el príncipe a ver a la princesa, se enteró de que estaba en la torre dorada y con su caballo blanco, al trote, fue camino abajo hasta la torre dorada. El príncipe era muy apuesto, fuerte, gallardo, gentil y caballero, ante todo caballero. Llegó con su caballo, la princesa estaba asomada en una de las ventanas de la torre, era el atardecer, la luz era muy suave y anaranjada con tonos rojizos muy bellos. El príncipe miró a la princesa y se quedó tan embelesado por su belleza que era incapaz de articular ni una sola palabra. Toda su energía se le iba por los ojos que no paraban de mirar a la bella princesa. La princesa le saludó: hola gentil caballero, buenas tardes.

- bu bu buenas tardes contestó el príncipe. ¿Os gustaría ir a dar un paseo por la orilla del río? Y la princesa dijo: oh, no, estoy encantada en mi torre, disfrutando de la belleza del paisaje.Así que el príncipe se fue.

Al príncipe le costaba casi una jornada a caballo, desde su reino vecino, ir a ver a la princesa. Un día volvió otra vez y le preguntó si quería ir a tomar una deliciosa bebida a una ciudad cercana, pero la princesa contestó que no, que tenía todo tipo de bebidas encantadoras en su torre.

Otro día el príncipe, después de otra gran cabalgada llegaba y le preguntaba si quería ir a ver unas atracciones fantásticas que había en una ciudad cercana, pero la princesa contestaba que estaba encantada en la torre.

Otro día llegó y le preguntó si quería ir a ver una maravillosa representación teatral en una villa cercana, la princesa contestó que estaba encantada en su torre. Otro día después de la cabalgada desde su reino, llegó y le preguntó que si quería dar una vuelta por ahí, pero la princesa contestó que estaba encantada en su torre.

El príncipe no sabía qué hacer, estaba locamente enamorado de la princesa, así que fue a buscar a un asceta muy sabio que vivía en los bosques de su reino. Era un asceta omnisciente Tardó tres días en encontrarlo, pero al fin pudo hablar con él. Le llevó unas sencillas viandas y le contó lo que pasaba. El asceta dijo que eso era fruto de un encantamiento que tenía la princesa. El príncipe le preguntó entonces que qué podía hacer para librarla del encantamiento. El asceta contestó que se podía librar del encantamiento con una maldición.

El príncipe estaba tan loco de amor por la princesa que dijo que lo que fuera con tal de que saliera de la torre y fuera a pasear con él.

Así que el asceta emprendió un viaje de varios días a pie hacia la capital del reino vecino y llegó a la torre dorada, entró en ella y como era un asceta de corazón puro no le afectó el encantamiento y le dijo a la princesa: si no te vas de esta torre hoy, se te caerán todas las joyas, si no te vas de esta torre mañana se te caerá todo el pelo, sino te vas de esta torre en tres días, morirás. El asceta, después de pronunciar su maldición, se fue de allí.

La princesa se quedó atónita, llevaba ya años viviendo en la torre y nadie le había hablado mal, todo el mundo la alababa y le decía cosas bellas. La princesa estaba un poco asustada pero pensó que era un zarrapastroso, que no pasaría nada. De pronto, se le cayó un anillo, más tarde se le cayó una pulsera, luego se le cayeron los pendientes, más tarde se le cayó la tiara. Cuando llegó la noche se le habían caído todas sus joyas. Se quedó muy pensativa pero pensó que habría sido fruto de la casualidad. Al día siguiente se le cayó todo el pelo, la

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princesa se quedó calva y fea. Así que se asustó mucho, tomó un pañuelo se lo puso en la cabeza y se fue a casa de sus padres, los reyes y les contó lo que había pasado.

El rey se puso muy contento de ver que antes del tercer día había salido de la torre y de que ahora estuviera viva y con ellos. Pero seguía triste, ahora también porque ahora, ¿qué príncipe querría casarse con ella? con una princesa calva, sin pelo. El rey estaba muy desconsolado. Pasaba el tiempo, pero un día llegó el príncipe al palacio real a pedir la mano de la princesa. El rey le dijo, ¿pero Vuestra Alteza la ha visto? El príncipe repuso, claro que la he visto, es la princesa más hermosa que yo jamás haya visto nunca y estoy enamorado de ella y vengo a pedirle su mano. El rey le dijo que la princesa era calva, el príncipe contestó que no le importaba que la amaba con todo su corazón. Así que el rey le concedió la mano de la princesa.

Al día siguiente de haber sido pedida su mano en matrimonio, el pelo le empezó a crecer de nuevo. Así que esperaron unos meses para que tuviera el pelo largo y hermoso y se casaron.

Regalaron la torre dorada al asceta. El asceta estaba encantado, en vez de comer bulbos, hierbas y raíces del bosque, ahora todos los días le traían comida. Pero pensó que podía hacer algo mejor con la torre. Así que vendió todos los muebles, lámparas de cristal, telas de seda, piedras preciosas, joyas y con el oro que le dieron por ello dio trabajo a mucha gente desmontando la torre dorada. Con su poder, desencantó cada piedra de la torre y construyó un maravilloso templo dorado, en el que se casó más tarde la hija que tuvieron el príncipe y la princesa, continuándose así el linaje real, la disnatía.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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LA PRINCESA ENGREÍDA

Érase una vez una princesa muy guapa, muy coqueta y muy engreída. Se acicalaba mucho el pelo y se echaba crema en la piel de su cara para dejarla tersa y suave y se maquillaba. También cuidaba su vestir y se vestía muy guapa con colores claros que favorecían mucho su belleza. Y llevaba bellos zapatos. Se había enamorado de un príncipe muy chulo. Se enamoró de él la primera vez que le vio. Tenía una voz muy masculina y grave, era muy fuerte y vigoroso y era una persona muy espiritual. Tenía nobles pensamientos de si mismo y de los demás, por lo cual a la princesa engreída le parecía que era un poco chulo. Así que ella le llamaba el príncipe chulo. Y además solo pensaba en cumplir con su deber, por lo cual no le interesaban las princesas guapas, solo estaba interesado en temas del gobierno. El príncipe chulo la despreciaba porque solo tenía pensamientos para su trabajo y no estaba interesado en princesas ni cosas así. Solo le interesaba su trabajo. La princesa estaba locamente enamorada del príncipe chulo.

El príncipe chulo no se había enterado todavía de que uno de los deberes más importantes de los príncipes es casarse muy bien con una princesa llena de cualidades y virtudes y tener hijos para poder tener descendencia y continuar con la dinastía. Así que no le interesaban las princesas.

Pero como la princesa era tan guapa y se acicalaba tanto, pues había más príncipes que se interesaban por ella. Había uno que se llamaba Kesav que era muy guapo, era excepcionalmente guapo, radiante, exultante. Llevaba bellas ropas, tenía un pelo muy bonito y unos ojos brillantes, luminosos, su andar era majestuoso. Pertenecía a un muy noble linaje de príncipes imperiales. Era dulce en sus palabras, tierno en sus actos, refinado en sus ademanes. Sumamente atractivo. Y tenía una mirada muy amorosa y cautivadora. Y además era un príncipe muy místico.

Así que el príncipe Kesav iba a visitar a la princesa engreída de vez en cuando y le invitaba a salir por ahí, en su maravilloso carro tirado por bellos corceles.

La princesa engreída empezó a salir con el príncipe hermoso. La princesa se quedaba admirada con la belleza del príncipe, pero no le amaba, claro. Amaba al príncipe chulo que la despreciaba.

Poco a poco empezó a sentir miedo, porque el príncipe imperial era tan guapo que llegaba incluso a turbar el gran amor que sentía por el príncipe chulo.

La princesa no hacía lo que le decía su corazón. No sabía como hacer que el príncipe chulo se fijara en ella. Por más guapa que se ponía, el príncipe chulo ni la miraba. Así que hacía justo lo que dicen todas las princesas que no hay que hacer, que es dar muestras de interés.

Así que se acercaba al príncipe chulo y hablaba con él. Y el príncipe chulo, como era muy chulo, pues la despreciaba.

La princesa engreída no desistía. Además de engreída era cabezota y persistía y persistía. Y le buscaba una y otra vez. En cuanto había una fiesta real y veía que había llegado el príncipe chulo, le buscaba, se ponía en su camino, se tropezaba con él... vamos que buscaba todas las

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formas de cruzarse con él. Buscaba cualquier excusa, cualquier ocasión, cualquier oportunidad. Y el príncipe chulo solo la despreciaba y la despreciaba.

Vamos, que no se había leído el manual para princesas. Una princesa tiene que esperar a que el príncipe de el primer paso, no se debe adelantar. Pero claro, como al príncipe chulo no le interesaba la princesa, pues no daba el primer paso. ¿Qué hacer?

Llevaba años haciendo lo mismo con el príncipe chulo y no había dado resultado. Claro, no había leído a Santa Teresa de Ávila que dice: “niega todo lo que deseas y encontrarás lo que realmente buscas”.

Pero se dio cuenta muy tarde de ello, se iba haciendo mayor y si se hacía muy mayor ya no podría tener hijos que garantizasen la dinastía de un príncipe que un día se hiciera rey. Además su padre estaba muy triste por ello. Porque no se casaba con un príncipe de linaje real.

Un día el príncipe chulo tuvo un encuentro con el sabio del Palacio. El sabio, que era muy sabio le preguntó ¿Cuándo te casas? Al príncipe le dejó perplejo esa pregunta, él siempre estaba pensando en técnicas presupuestarias, balances, en cómo mejorar las condiciones de la vida de los habitantes de su reino, vamos que la pregunta le dejó descolocado. No se le había pasado por la mente casarse con una princesa, claro.Esa noche no durmió muy bien.

En un reino vecino un rey dio una fiesta real a la que tenían que ir todos los príncipes y princesas. Así que el príncipe Kesav, príncipe imperial, llevo a la princesa engreída a palacio, en su bello carruaje tirado por hermosos corceles.

Fue la primera vez que el príncipe noble se fijó en ella. Se dijo para si mismo, anda, pero ¿no era esa la princesa que se pasaba la vida estorbándome?, pues que bien acompañada va, Dios mío, la lleva el mismísimo príncipe imperial Kesav. Entonces se dio cuenta de lo verdaderamente hermosa que era la princesa engreída. Era un poco engreída, pero era realmente bella.

Por otra parte la bella princesa tenía miedo de perder su amor por el príncipe noble. La belleza del príncipe imperial le turbaba y no se sentía muy bien por dentro, porque eso iba en contra del amor que sentía por el príncipe noble.

Así que comenzó el baile. Y el príncipe noble se acercó a la bella princesa y le invitó a bailar.

La princesa hermosa no se lo podía creer. Estaba bailando con el príncipe noble. Sentía mucha debilidad, fingía entereza, pero por dentro se deshacía, mientras bailaban juntos.

Durante el baile le pidió una cita. Y un día llegó al palacio de la princesa en su carruaje tirado por bellos corceles. No era un carruaje imperial, no era un príncipe imperial, pero era el príncipe que amaba la princesa, que es mucho más importante.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.