cuántas veces le he dicho que primero se atienden los clientes y luego se puede poner a jugar con...

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-¡Cuántas veces le he dicho que primero se atienden los clientes y luego se puede poner a jugar con ese hijueputa perro! -Perdón, don José no los había vis… -¡Claro que no los vio! ¡Cómo va a ver algo si se la pasa ahí toda elevada! -Pero… -¡Pero nada! Esta fue la última que le pasé Andrea, hasta hoy trabajó usted aquí. Pase esta semana por la liquidación. Don José recogió con malagana los dulces que había regado mientras discutía y los echó de nuevo al frasco. Apenas acabó, pateó al perro y salió sin despedirse. Andrea se sentó en el piso, se quitó la camisa roja y amarilla para luego arrojarla lejos., llamó al perro que se hecho a su lado, comenzó a acariciarlo y dejó que el llanto corriera por su rostro. Así pasaron 25 minutos hasta que, sin dejar de llorar, cogió su chaqueta de detrás de la puerta, beso al perro y luego de echarle algo de comida en el plato, apago las luces y cerró la puerta. Era sábado y el boulevard estaba más agitado que costumbre. Se podía sentir el olor a grasa, a chunchurria, a algodón de azúcar y a aguardiente. -Oiga doñita ¿me va a colaborar? -Llévelo, llévelo… -Los de mil a quinientos, los de mil a quinientos… Las lágrimas distorsionaban las luces de las lámparas haciendo que parecieran enormes estrellas amarillas a punto

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Page 1: Cuántas Veces Le He Dicho Que Primero Se Atienden Los Clientes y Luego Se Puede Poner a Jugar Con Ese Hijueputa Perro

-¡Cuántas veces le he dicho que primero se atienden los clientes y luego se puede poner a jugar con ese hijueputa perro!

-Perdón, don José no los había vis…

-¡Claro que no los vio! ¡Cómo va a ver algo si se la pasa ahí toda elevada!

-Pero…

-¡Pero nada! Esta fue la última que le pasé Andrea, hasta hoy trabajó usted aquí. Pase esta semana por la liquidación.

Don José recogió con malagana los dulces que había regado mientras discutía y los echó de nuevo al frasco. Apenas acabó, pateó al perro y salió sin despedirse.

Andrea se sentó en el piso, se quitó la camisa roja y amarilla para luego arrojarla lejos., llamó al perro que se hecho a su lado, comenzó a acariciarlo y dejó que el llanto corriera por su rostro.

Así pasaron 25 minutos hasta que, sin dejar de llorar, cogió su chaqueta de detrás de la puerta, beso al perro y luego de echarle algo de comida en el plato, apago las luces y cerró la puerta.

Era sábado y el boulevard estaba más agitado que costumbre. Se podía sentir el olor a grasa, a chunchurria, a algodón de azúcar y a aguardiente.

-Oiga doñita ¿me va a colaborar?

-Llévelo, llévelo…

-Los de mil a quinientos, los de mil a quinientos…

Las lágrimas distorsionaban las luces de las lámparas haciendo que parecieran enormes estrellas amarillas a punto de colisionar, sólo alcanzaba a ver las siluetas de la gente que caminaba con ella por la acera. Las letras verdes, sobre el fondo luminoso le indicaban que había llegado a la licorera. Cuenta las monedas que encuentra en su bolsillo y se dirige al mostrador.

-Buenas, me da una botella de moscatel

-¡Claro reinita!- dice el hombre flaco y grasiento desde el otro lado del mostrador.

-Con gusto mami y si quiere venga yo le cambio esa cara larga, dice el hombre mientras saca la caja púrpura.

-Muchas gracias dice Andrea- con una mueca que quisiera ser sonrisa, mientras arrebata la caja.

Page 2: Cuántas Veces Le He Dicho Que Primero Se Atienden Los Clientes y Luego Se Puede Poner a Jugar Con Ese Hijueputa Perro

El boulevard sigue alegre, Andrea escapa de él por el estrello callejón de casas de adobe desnudo que lleva a su casa. Sube las escaleras de hierro que llevan al tercer piso y que chirrean y tiemblan a cada paso.

-¡Mierda!- grita, mientras da un zapateo que hace temblar la escalera. Otra vez dejo las luces encendidas, la cuenta va a venir por las nubes. Seguramente, le volverán a cortar la luz.

Abre la puerta, apaga la luz con la esperanza de que aún pueda pagar la luz con la liquidación, se quita el pantalón, se desabrocha los dos botones que le quedan a su camisa y se tira sobre el sofá, que también sirve de cama y de comedor en el pequeño apartamento en el que vive. Destapa la caja con un pequeño clavo que encontró tirado en el piso y comienza a beber despacio mientras observa, a través de la ventana, las cabezas que flotan en el sucio callejón.

Siente un pequeño dolor en el estómago y busca algunas galletas que dejo en la alacena hace poco. Va por ellas, pero enfurecida las arroja al piso cuando se da cuenta que están llenas de hormigas.

-¡Mierda!- grita mientras arroja un rollo de cable que se encontraba en la alacena contra la pared.

La embriaguez, nubla su vista, pero le abre los ojos del alma. La idea que ha rondado su cabeza durante los últimos meses al fin toma forma. Va por el cable que arrojo antes, se dirige a la cocina y se encarama en la única silla oxidada que aún le queda. Anuda el cable unas tres veces a la viga de madera que sostiene las tejas grises. Toma el último trago de moscatel y arroja la caja por la ventana con la esperanza de que le dé a alguien en la cabeza. Ahora, se enrolla la cuerda en la nuca y la asegura con otros dos nudos, su mano comienza a temblar, pero aprieta los ojos y cierra el último nudo con fuerza.

Sólo falta decidirse. Las lágrimas corren más rápido y no sabe qué le pasa pero escucha los latidos de su corazón cada vez más rápidos y el constante goteo sobre el piso. Aprieta los dientes y comienza a balancearse suavemente, la silla chirrea. El balancea se hace cada vez más fuerte, la silla pareciera romperse en cualquier momento, mientras los chirridos se hacen cada vez más agudos. El óxido comienza a raspar los pies.

Finalmente llega el momento decisivo, su pie empuja la silla hacia atrás. Su cuerpo cae lento y pesado, puede sentir el aire moviendo su cabello y el abrazo del cable que cada vez se cierra más sobre su cuello. Chapalea un rato e intentar zafarse del abrazo con sus manos, hasta que todo se funde a negro.

Page 3: Cuántas Veces Le He Dicho Que Primero Se Atienden Los Clientes y Luego Se Puede Poner a Jugar Con Ese Hijueputa Perro

No se ha salvado, sólo sigue viva. Ha despertado en el piso con una marca rosa en el cuello y la sensación de tener la boca seca. Desafortunadamente nunca fue buena haciendo nudos, la verdad nunca fue buena en la mayoría de las cosas. Lentamente se desata el cable del cuello y se sienta en el rincón más limpio de la habitación mientras acaricia el cuello que comienza a dolerle. Quiere llorar, pero ya no hay lágrimas, sólo esa sensación de tener una piña en la faringe. Ahora planeará su día, se bañará, ira a reclamar la liquidación, se aplicará la vacuna del tétano y buscará algo decente en los clasificados del periódico del vecino. Ni siquiera fue capaz de suicidarse bien.