cuando la cura se detiene

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CUANDO LA CURA SE DETIENE Jacques-Alain Miller (*) La cura que no se termina Mi primer comentario concierne a la cura que no se termina. Hay curas que no se detienen nunca. A veces, el analista ¡sueña con curar al paciente! Porque por lo general, cuando no se detiene, es que la cura no va a ninguna parte. ¿Qué es lo que ocurre? Supongo que es cuando la cura en sí misma, la relación con el analista, cumple una función psíquica esencial para el paciente –una función para lo que llamamos el «aparato psíquico» o, con Lacan, «el sujeto estructurado». Suponemos que, en esos casos, hay una función que no se cumple naturalmente para el paciente. Lo que encontramos, por ejemplo, en algunos casos de psicosis en los que suponemos que falta una función esencial, una forclusión del Nombre-del-Padre, y el paciente tiene necesidad de ver a un analista para llenar ese vacío. Literalmente, ver a un analista. En este caso, no es tan importante de qué se hable. No es verdaderamente lo esencial. Se trata de una especie de hipocresía que pueden comprobar en los hechos, cuando hagan sesiones más cortas. Digan simplemente: «Buenos días» y después «Adiós». En algunos casos es suficiente. No hagan nada más. No intenten hacer hablar. Quizás sea osado decirlo. Quizás sea así también para todo el mundo, en cada caso. Se dice que, al final de su práctica, Lacan hacía sesiones instantáneas. No sesiones cortas sino instantáneas. Ni siquiera: «¿Va usted bien? – todo va bien» sino: «Usted está aquí, yo también; hasta la próxima semana». Podría ser eso lo que estuviera en la raíz del psicoanálisis. ¡No lo intenten! Quizás más adelante. En este caso pueden ustedes sentirse inútiles, pero no lo son. Más bien diría que son personas sagradas, como hay en África árboles sagrados en torno a los cuales se reúne la tribu. Y no esperan que el árbol hable. Tiene que estar allí, simplemente. Por lo tanto, en algunos casos de psicosis, hay curas que no finalizan, que continúan más y más tiempo, sostenidas por esos breves encuentros y solamente por ellos. Eso protege al paciente. Para él es la garantía del orden del mundo. Es lo que él puede consolidar de un Nombre-del-Padre. Pero también se pueden encontrar curas que nunca terminan con pacientes neuróticos que parecen tener necesidad de una limpieza regular, constante, de todas las marcas acumuladas durante la jornada, de las palabras que les han dicho o de los pensamientos –de sus propios pensamientos. Es como si les faltara una función de limpieza, como en una diálisis, cuando es preciso conectarse a la máquina. Estos pacientes se conectan con el analista para llevar a cabo esa limpieza subjetiva, como también podríamos llamarla. Digamos, para ser menos metafóricos, que tienen necesidad del análisis para dar sentido a su vida. Y sin su

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CUANDO LA CURA SE DETIENE Jacques-Alain Miller (*)

La cura que no se termina

Mi primer comentario concierne a la cura que no se termina. Hay curas que no se detienen nunca. A veces, el analista ¡sueña con curar al paciente! Porque por lo general, cuando no se detiene, es que la cura no va a ninguna parte. ¿Qué es lo que ocurre? Supongo que es cuando la cura en sí misma, la relación con el analista, cumple una función psíquica esencial para el paciente –una función para lo que llamamos el «aparato psíquico» o, con Lacan, «el sujeto estructurado». Suponemos que, en esos casos, hay una función que no se cumple naturalmente para el paciente. Lo que encontramos, por ejemplo, en algunos casos de psicosis en los que suponemos que falta una función esencial, una forclusión del Nombre-del-Padre, y el paciente tiene necesidad de ver a un analista para llenar ese vacío. Literalmente, ver a un analista. En este caso, no es tan importante de qué se hable. No es verdaderamente lo esencial. Se trata de una especie de hipocresía que pueden comprobar en los hechos, cuando hagan sesiones más cortas. Digan simplemente: «Buenos días» y después «Adiós». En algunos casos es suficiente. No hagan nada más. No intenten hacer hablar. Quizás sea osado decirlo. Quizás sea así también para todo el mundo, en cada caso. Se dice que, al final de su práctica, Lacan hacía sesiones instantáneas. No sesiones cortas sino instantáneas. Ni siquiera: «¿Va usted bien? –todo va bien» sino: «Usted está aquí, yo también; hasta la próxima semana». Podría ser eso lo que estuviera en la raíz del psicoanálisis. ¡No lo intenten! Quizás más adelante.

En este caso pueden ustedes sentirse inútiles, pero no lo son. Más bien diría que son personas sagradas, como hay en África árboles sagrados en torno a los cuales se reúne la tribu. Y no esperan que el árbol hable. Tiene que estar allí, simplemente. Por lo tanto, en algunos casos de psicosis, hay curas que no finalizan, que continúan más y más tiempo, sostenidas por esos breves encuentros y solamente por ellos. Eso protege al paciente. Para él es la garantía del orden del mundo. Es lo que él puede consolidar de un Nombre-del-Padre. Pero también se pueden encontrar curas que nunca terminan con pacientes neuróticos que parecen tener necesidad de una limpieza regular, constante, de todas las marcas acumuladas durante la jornada, de las palabras que les han dicho o de los pensamientos –de sus propios pensamientos. Es como si les faltara una función de limpieza, como en una diálisis, cuando es preciso conectarse a la máquina. Estos pacientes se conectan con el analista para llevar a cabo esa limpieza subjetiva, como también podríamos llamarla. Digamos, para ser menos metafóricos, que tienen necesidad del análisis para dar sentido a su vida. Y sin su monólogo, sin esa narración -la narración de su vida- resulta demasiado para ellos. No pueden orientar su vida, no pueden hacer lo que tienen que hacer. Con esa conexión regular, llegan a hacerlo pero no pueden separarse de la máquina limpiadora. Esencialmente, no pueden hacer frente a lo que se les dice. Sospechan demasiadas significaciones alusivas.

Hay también análisis sin final cuando su fundamento está en el amor de transferencia; y puede ocurrir que ésta sea, para algunos pacientes, la única relación de amor en su vida. Vienen por ese amor artificial cuya textura es la misma que la del amor común, supuestamente real. Y luego están las curas sin final cuando el propio análisis es fuente de placer, de goce. ¡La jouissance no existe sólo para los franceses! No acabo de darle sentido al hecho de que no exista ninguna palabra en inglés que se pueda corresponder con jouissance. Lacan decía: «No puedo decir enjoyment como ustedes dicen "Enjoy Coca-Cola"». Quizás esto diga algo sobre la mente o la lengua inglesas. Pero encontraremos una manera de decirlo. Entonces, lo que nosotros llamamos jouissance sucede en el análisis. Este fenómeno es una constante para todo analizante, para todo analizante que trabaje, digamos para todo análisis que funcione. Pero, en ese caso, ocupa todo el espacio del análisis y ustedes notan que algunos analizantes vienen sin otro motivo que el de gozar de la sesión. Esos análisis sin final pueden continuarse con múltiples analistas. Puede uno estar harto de su analista sin estar necesariamente harto del análisis propiamente dicho. Así, cuando han acabado de gozar del análisis con uno ¡continúan con otro! Y, por lo general, el analista se pregunta: ¿qué es lo que hago que no va bien? En ocasiones no hay manera de hacerlo mejor. Es lo que creo. También ocurre que, cuando un analista me pide opinión, le aconsejo que consienta, que consienta en ser utilizado de esa forma que no es la manera estándar, que no es la forma ideal de servirse de un analista. Pero ¿quiénes somos nosotros para rechazar a esas personas que gozan del análisis de ese

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modo, o que tienen necesidad del análisis de esa manera? En este caso, mi opinión es consentir. Hablar de la cura que no se termina ¡no es algo destinado ciertamente al gran público! Tiene que ser un público reducido, de gente que ya esté familiarizada con esa realidad. Quiero decir que hay que tener un público cínico para que no sea una inconveniencia; y es por lo que, hasta el momento, no me había imaginado hablando de la cura sin final, que no es ni aconsejable ni deseable, pero que sin embargo se corresponde con una realidad.

El análisis con y sin final

Pero hay otra manera de entender el análisis sin final, una manera más digna. La cura se puede detener, el tratamiento puede detenerse, pero el proceso analítico continúa sin embargo. Creo que podemos distinguir entre el tratamiento como un encuentro entre analista y paciente, y el proceso analítico como tal. El encuentro y el proceso son dos cosas diferentes -de hecho, es una distinción clásica. De modo que mi segundo comentario se referirá al análisis sin final. Como saben ustedes, era la idea de Freud después de numerosos años de práctica. Tras haberlo inventado, Freud pensaba que el psicoanálisis nos confronta con un problema que no se puede resolver. Y que intensifica ese problema, que el psicoanálisis intensifica la ausencia de solución. Y ese problema es la división sexual: ser un hombre, ser una mujer. Es lo que se encuentra en la conclusión de su texto sobre el análisis terminable e interminable, con o sin final (1): el problema sexual como el obstáculo a un final correcto a los ojos de Freud. El famoso Penisneid para las mujeres -esa teoría de Freud que constituyó tal escándalo para las feministas- y, para los hombres, el desprecio, el odio a la feminidad. Freud pensaba que esos dos problemas eran insuperables para cada sexo. Tenía por lo tanto la idea de que el análisis conducía a un impasse y no permitía un final adecuado. Saben ustedes lo que él aconsejaba en relación con esto: simplemente, volver a empezar cada cinco años, volver al diván y seguir intentando la solución imposible.

Parece que Lacan tuvo ideas diferentes sobre este tema -¡uno de los numerosos Lacan! Un Lacan creía que sí, que había una clave para llegar más allá del impasse freudiano. ¿De qué astucia se trataba? Concibió la idea de que lo que obstaculizaba el final era el fantasma, el fantasma reducido a un fantasma fundamental particular cuyo núcleo era el goce. No el goce sino una unidad, un fragmento de goce, una unidad libidinal a la que llamaba objeto a. Esta unidad de goce es una idea muy extraña. En la lingüística estructural -en Saussure-, los significantes son unidades distintas, fonemas o unidades. Transferir la idea de las distintas unidades de la fonología, del lenguaje, al goce... era extraño ¡o era masculino! Porque la manera masculina de tener relaciones sexuales conlleva unidades distintas. No es una manera femenina. Tenía la idea por lo tanto de que había una unidad libidinal fundamental para el sujeto, como núcleo de su fantasma, y que se podía conseguir una especie de distancia en relación con esa unidad libidinal, que el fantasma se podía disolver o que se podía pensar en que se lo podía disolver. Lacan creía que era una manera de llegar más allá del impasse freudiano.

¿Cómo se traduce “la passe” en inglés? Me pregunto si la palabra «pass», empleada a menudo, ¿no les es completamente extraña a los anglófonos? En inglés podría ser the straight, como dicen ustedes the straight of Gibraltar, el Estrecho de Gibraltar. Es una vía de salida del impasse. El pase lacaniano es una vía de salida para llegar más allá del impasse freudiano, que consiste en lo insoluble del problema sexual. Pero el Lacan de esta invención es sólo un Lacan entre otros. Más tarde, cuando enunció su «no hay relación sexual» o, por mejor decir, no hay «fórmulas» sexuales, Lacan admite a su manera el impasse freudiano. A su manera, encuentra ahí, muy simplemente, lo que Freud dijo al final de su célebre texto. Entonces ¿qué clase de final trae esto consigo? Lacan dice simplemente: «Es algo que hay que admitir. Aunque no se esté completamente desprovisto para ser del todo hombre, o mujer, es imposible sin embargo ser un hombre para una mujer de un modo correcto, o una mujer para un hombre. ¡Acéptenlo entonces!» Es un final por consentimiento.

Como quiera que sea, Freud y Lacan tenían la misma idea sobre la distinción entre el encuentro con el analista y el proceso analítico. Para uno y otro, un analista, para ser analista, tiene que continuar siendo un analizante sin analista. Para Freud, se es un analizante sin analista durante cinco años, y después hay que volver de nuevo a encontrarse con un analista durante algún tiempo. Un analizante sin analista fue el caso del propio Freud. Nunca llegó a encontrarse con nadie. Es el reproche que le

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hacía Jung, que sí había sido un analizante. Así, esta idea del analista como analizante sin analista, es la idea misma de que el analista puede continuar su análisis más allá del encuentro con el analista. Lacan decía que el analista ha de seguir siendo un analizante “en relación con el sujeto supuesto saber”. Esta idea supone la del autoanálisis. De hecho, el psicoanálisis fue inventado a partir de un auto-análisis -el de Freud- y la idea es que si ustedes continúan sin analista, siguen siendo analizantes, hacen un auto-análisis o hacen un análisis en relación con el sujeto supuesto saber.

Dije que en este punto, Freud y Lacan estaban de acuerdo. Pero igualmente está de acuerdo la I.P.A. Lo llaman análisis de la contra-transferencia. Y es su manera de continuar el análisis. El único problema es que lo continúan mientras están analizando, al mismo tiempo, a otros. Lo que produce una mezcla infame. Utilizan al analizante para continuar el análisis propio. ¡Eso es hacer trampa! Me pregunto por qué, en los Estados Unidos, no se le ha ocurrido a nadie todavía ir a poner una demanda ante un tribunal -«¡mi analista continúa su propio análisis mientras yo le estoy pagando el mío!» De hecho, esa idea de la contra-transferencia, aberrante para los lacanianos, es una manera de decir que tenemos que continuar nuestro análisis más allá del encuentro con un analista. A los lacanianos, en nuestra práctica, se nos supone capaces de cerrar nuestro propio inconsciente. No hay que escuchar al propio inconsciente si se quiere oír lo que el analizante dice. Si uno está atento a las resonancias, a los ecos de las palabras pronunciadas en su propio espacio mental, no está en situación de atender a esos ecos y resonancias en el paciente. Hay que elegir. No se puede hacer las dos cosas. Así, para los lacanianos, para Lacan, el analista es capaz de operar al cerrar su propio inconsciente. Es por lo que también les aconsejaba a los analistas que no hablaran demasiado. Cuanto más se hable, más persona se es. Intenten ser impersonales cuando actúen como analistas. Desistan de los propios fantasmas y asociaciones. No amortigüen su inconsciente, consérvenlo compacto. No lo exterioricen.

Podríamos asociar esta idea del analista como analizante sin analista con la introyección de la función analítica. Ese viejo término psicoanalítico de introyección significa esencialmente que no tienen ninguna necesidad de la persona o de la cosa en la realidad: la han introducido en su interior, la pueden simbolizar. ¡Tienen ustedes un psicoanalista interior! Y el beneficio de tener un psicoanalista interior es ¡que no hay que pagarle! Para Lacan, decir que la transferencia no vuelve jamás a cero es también una manera de decir que el proceso analítico va más allá del encuentro con el analista. ¡Es espantoso! Una vez que han escrito ustedes la relación en un análisis, es para toda la vida, no pueden escapar de eso. Una vez que han activado la función, una vez que han activado esa función de dar sentido a todo, es de por vida. ¡Es una condena perpetua! ¡E incluso varias condenas perpetuas, como hacen en los Estados Unidos!

Así que Lacan -uno de los diferentes Lacan- estaba un poco asustado, atento a ese problema, cuando decía que quizás después de un análisis se necesite un contra-análisis. Puede ser que después de un análisis en el que se ha aprendido a dar sentido a todo, haya necesidad de un contra-análisis simplemente para tomar distancia de ese dar-sentido-a-todo, simplemente para estar tranquilo en esa pequeña y tranquila población a la que Éric Laurent llamó la «aldea apacible» (2). Yo no la tomaría como ideal, esa aldea apacible, pero si damos sentido a demasiadas cosas, es verdad que tenemos que calmarlas. Encontramos cómo calmarlas un poco, pero la transferencia nunca volverá a cero. Y el proceso analítico no vuelve nunca a cero.

Tercero, cuarto y quinto comentario

Tercer comentario: cuando la cura no comienza. ¿Por qué no comienza? Para ser simple, deben ustedes apostar por ella y demasiada desconfianza les impide apostar por el análisis. Mencionaré también en este punto el final con tapón, cuando el análisis se termina con la formación de un tapón, cuando el sujeto se satisface con una identificación, con una fórmula de su ser que funciona como un significante final. «Soy esto... ¡de acuerdo!», y se marcha con esa solución de quién-soy-yo. Es una manera de interrumpir la cura. Mi cuarto comentario se va a referir a la consecuencia retroactiva de la interrupción de la cura, que habitualmente vuelve legible el curso del análisis. A partir del final se lee o se comprende de modo diferente lo que ocurrió en el curso del tratamiento. El quinto punto va a concernir a la parte que tiene el analista en la detención de la cura. De una manera general, diría que se trata de una falsa ventana y que consistiría en un mal uso debido a la contra-transferencia.

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Sería un error de interpretación que consistiría en tomar las palabras en su sentido literal sin percatarse de que el analizante que les pide que den fin al análisis intenta de hecho poner a prueba su deseo de analista.

Happy End

Mi observación final se referirá al final feliz. De una u otra manera, todos los finales son felices. Hay, por lo general, una satisfacción de lo que se ha hecho -¡o una satisfacción por conseguir marcharse! Todos los finales son felices. De hecho, hay siempre un consentimiento en lo imposible. Y, en los mejores casos, es también un consentimiento y una tolerancia –y quizás un apetito- no por lo imposible, sino por la contingencia, por eso con lo que pueden ustedes encontrarse por azar. De manera que la experiencia analítica quizás sea una manera de prepararse para encuentros fructíferos en la vida. De este modo ustedes esperan su verdad, no de un especialista al que le pagan, sino del próximo desconocido.

RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS (3)

La resistencia está siempre del lado del analista. Hoy día nos encontramos realmente lejos del concepto de resistencia. Ese concepto era popular entre los analistas de tiempos pasados, en el momento en que su experiencia se encontraba tras los maravillosos y primeros años del psicoanálisis. Freud lo inventó y sus primeros allegados empezaron a hacer como él. Esto abrió verdaderamente nuevos espacios libres, nuevas interpretaciones de sueños y de síntomas. Uno les decía: «Usted ama a su madre», y -¡Ah!, admiración y sorpresa. Ésa era la clave del sueño y el síntoma desaparecía. «¡Teme usted a su padre!» -Maravilloso. Primer momento.

Después se produjo lo que llamamos el vuelco de los años veinte. Todo parecía ir bien, pero las cosas dejaron de funcionar. ¿Por qué? Muy al principio la gente creía renacer -reborn- con el análisis; después el análisis empezó a durar mucho más tiempo. Cuando Freud lo inventó, duraba poco. Analizaba a la gente –a gente célebre- simplemente caminando con ellos por el parque, y después de tres o cuatro paseos, eran analizantes. De vez en cuando pienso en esto, porque vivo cerca del Jardín del Luxemburgo que veo desde mi ventana. Pero la gente empezó a querer más y el famoso problema exigía una solución. También ustedes tienen tendencia a continuar durante otro período de tratamiento cuando las cosas no marchan tan bien, cuando el inconsciente se pone a repetir. Al comienzo, es tan imaginativo que ¡ustedes aplauden! Pero cuando se ha oído la misma pieza numerosas veces... Imaginen que fueran a ver Hamlet por primera vez; pero hay que ser un profesional para volver a verlo día tras día, semana tras semana, año tras año. Se requirió en un primer momento que se modificara el psicoanálisis, y fue el propio Freud el que empezó a hacerlo. En el lugar del inconsciente y el preconsciente, se situaron entonces el Yo, el Ello y el Superyó, y el más allá del principio del placer como principio de repetición. Lo que sus alumnos entendían como: el inconsciente resiste. Antes de que lo conociéramos, el inconsciente hablaba libremente ¡y ahora ya no quiere hacerlo! Se resiste, entonces. Es lo que se llamó el análisis de las resistencias. El Ello puede resistirse, el Yo y el Superyó también. La interpretación que dieron los alumnos de Freud a la modificación de la teoría fue que en principio hay que analizar la resistencia antes de analizar el inconsciente, porque no se puede llegar al inconsciente directamente.

Así estaban las cosas cuando Lacan empezó, y esto nos da el valor de esa fórmula de que la resistencia es del analista. El inconsciente repite y la única resistencia es la del analista. Lo que significa que la resistencia es la de lo imaginario. La resistencia es una resistencia del yo porque el yo es una función imaginaria. Cuando el analista se dirige al yo, se constituye un acceso imaginario que hace de barrera al discurso simbólico del inconsciente. Pueden encontrar esto en los esquemas de Lacan. Conocen ustedes su famoso «esquema L», en el que lo imaginario impide el acceso a lo simbólico y en el que hay que intentar subvertir esa interposición imaginaria para acceder a lo simbólico. Es también lo que dije al final de mis comentarios: si interpretan al nivel del yo, que es distinto de lo simbólico, fallan ustedes el sentido verdadero. Por ejemplo, cuando su paciente les dice que se quiere ir. Si dice: «Me quiero ir, es usted insoportable, no habla, no me ayuda, etc.»; ustedes podrían empezar por decir: «Hablo mucho, también puedo comprender que la suya es una demanda de oírme expresar mi deseo de analista». En este sentido, la resistencia es freudiana. Pero hay gente

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que sólo funciona en el plano imaginario, con quienes no se puede realizar verdaderamente un corte simbólico porque no se dispone del material, o no hay eco para hacerlo. En términos de nudos, sólo hay redondel imaginario. Quizás no pueda hacerse más que dejarlos ir. O bien se trata de gente de la que se puede decir que lo simbólico se ha soltado del nudo. Esa fórmula -la resistencia está del lado del analista- la tomaría en ese sentido. Si tienen una dificultad en una cura, la primera hipótesis debe ser que, como analistas, la culpa es suya. Pero no descarten la segunda hipótesis según la cual no puede ser de otra manera, ¡el único inocente es el analizante!

Interpretación y construcción

No todas las experiencias de la vida son el inconsciente. Es algo distinto. Lo que Lacan decía es que la interpretación es oracular. Freud tuvo alguna dificultad para distinguir entre interpretación y construcción. Subraya, tarde en su vida, la diferencia. La construcción no se comunica, es nuestro trabajo a partir de lo que presenta el paciente. Al principio, esa distinción no existía. Freud inventó una teoría que él comunicaba e incluso, en el caso del Hombre de las ratas, comienza por explicarle el psicoanálisis, lo que a muchos psicoanalistas les parece aberrante. ¿Cómo pudo Freud hacer eso? ¡Y funcionaba! Por lo tanto, lo importante para Freud era la significación. Y , sin embargo, tuvo que reconocer que una construcción pura que se comunica, puede no tener ningún efecto. El sujeto tiene que llegar a ella por sí mismo. Para que tenga efecto sobre él, tiene que conquistarla. Creo que sólo más tarde distinguirá Freud entre construcción e interpretación. Con Lacan es todavía más: ¡no expliquen! No expliquen porque no saben lo que hacen con cada palabra que usan. Ya dije que tienen ustedes confianza, hablan ustedes una media hora... -reconozco aquí algunas caras, algunos de mis pacientes, y puede ser que mañana lo que escuche es que han retenido una única palabra que dije sin pensar, y es esa palabra la que les conmovió. Puede que alguien me diga: «¡Usted lo ha dicho por mí!». Luego, verdaderamente, ustedes no saben lo que hacen cuando hablan. No tienen ni idea. Tienen la idea del sentido común de una palabra, pero ni idea del eco subjetivo, de su resonancia para una persona. Y cuanto más hablen en análisis, más malentendido tendrán que reconocer. Por lo tanto, escasez de discurso. ¡Sean breves! Cerrar el inconsciente no es en absoluto como cerrar una tienda, las cortinas y todo eso. Es ya simplemente tener cuidado con cada palabra que se utilice porque no tenemos idea del efecto que puede tener. Y si tienen cuidado podrán ser osados, podrán tener la osadía de poner sobre la mesa una palabra de la que esperan un efecto. Cerrar el inconsciente es utilizar las palabras como un arma, como un instrumento, pero teniendo cuidado y orientándose hacia el otro y no según lo que significan para ustedes. Ustedes tienen su propio vocabulario, pero el paciente habla siempre otro lenguaje. ¡Ustedes lo saben cuando su lengua es diferente! Ustedes analizan con su francés cuando reciben a alguien que habla en inglés. ¡Pero también en francés es otro lenguaje! Y el lenguaje del Otro se aprende progresivamente. Finalmente se comprende, al final del tratamiento, en el momento en que verdaderamente se podría hablar.

Es arriesgado creer, un día, que se es un analista

Dije que había numerosos Lacan. Hay también muchos análisis, muchas significaciones. ¿A qué se llama un analista? El caso de Juanito no fue un análisis, nunca lo fue, no es como el análisis. Con Schreber, es un texto. Con Dora, un fracaso total. Con el Hombre de las ratas, Freud enseñaba psicoanálisis y al final se marcha a que lo maten. ¡Aunque fuera un análisis, no sería un éxito! Antes de hacerme analista, e incluso antes de estar en análisis yo mismo, escuchaba en la vieja Escuela freudiana de París a esos tipos, esos viejos tipos que decían: «Ese paciente lleva viniendo diez años, puede que haya comenzado su análisis». Discúlpenme, me estoy inventando las respuestas. ¡Como si conociera alguna! ¿Qué es lo más importante? Mi punto de vista es el de que es arriesgado creer, un día, que se es un analista. Intenten ser analistas, inténtenlo siendo analizantes en relación con el sujeto supuesto saber. Intenten atrapar algo más de la teoría de su propio inconsciente -es lo que ustedes tratan de hacer. Están ustedes más o menos seguros, puede haber errores, pero... Y entonces habrá gente que tenga necesidad de ustedes, y ustedes dejarán que les utilicen como analistas.

Yo no creo en el análisis de los psicóticos, no es análisis porque no es interpretación. Uno no puede interpretar, pero puede ser un analizante y batirse en el análisis, porque es supuesto saber a propósito de los problemas que tienen. Hay gente que puede tener que hacer un análisis de la manera lógica que Lacan llama «el pase», pero otros no lo hacen de esa manera lógica, tienen su propia manera de

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llegar a él. Lo hacen de una manera más dispersa. No es demostrativo, no es como una demostración lógica. No se puede decir exactamente, en cada punto, si se trata de un progreso o de una regresión.

No creer en la técnica analítica

No creo en la técnica, en la técnica analítica. Me parece que es una fantasía, como si tuviéramos una tecnología analítica. Es cierto que hay algo que se parece a la técnica analítica y que debemos utilizar: permanecer tranquilos, no decir gran cosa, mantenerse distantes, estrechar la mano y decir: «Vuelva». No intentar comprender. ¡Hay formaciones para esto! En Inglaterra enseñan la técnica comportamental, las TCC, en dos semanas. Y nosotros podríamos enseñar la terapia lacaniana de esa manera, en quince días. No he hablado de todo lo que hacemos. Empecé por una idea que se me ocurrió a partir del último escrito de Lacan, en el que habla de la satisfacción que caracteriza el final del análisis. Lo que yo entendí es que, al final de su enseñanza, de sus escritos, Lacan había reunido todas las maneras de finalizar una cura y, el pase, como la idea de todas las formas de finalizar. Entonces, como sugerí en el título, la cura se detiene. Y nosotros hablamos de todas las formas de detención. Preparé algunas notas para hacer aquí mis observaciones. Lo que comenzó por: «Cuando se interrumpe la cura»; mi primera idea fue: «¿Y si no se interrumpe?». No he hecho más que empezar. Esto no es un curso completo, ni una introducción completa al psicoanálisis. No quería entristecer a nadie...

NOTAS (*) Intervención en el Paris English Seminar, el 11 de mayo del 2009, sobre el tema: « When the cure stops... » Traducción del inglés al francés y establecimiento, de Marcel Eydoux, Pierre-Gilles Gueguen e Yves Vanderveken. No revisado por el autor. Publicado en Quarto nº 96. 1. Freud, S. “Análisis terminable e interminable”. Amorrortu Ed OC Vol 23, p. 253-254.2. Intervención de Éric Laurent en el VII Congreso de la New Lacanian School , el 9 y 10 de mayo del 2009, en París, sobre el tema de “La interpretación lacaniana”. Próxima publicación en francés en el siguiente número de La Cause freudienne y en inglés en Hurly Burly nº 2.3. Se planteó la elección de establecer las respuestas del debate en forma de texto.

XI CONVERSACIÓN CLINICA DEL ICF Coordinación: Jorge Alemán y Marta Serra

Hay análisis que nunca empiezan aunque haya encuentros entre analista y sujeto; hay encuentros que se interrumpen continuándose el análisis bajo una nueva transferencia; hay transferencias que no logran encontrar su momento de resolución. También hay – es un hecho – análisis que terminan. Otra cuestión es que después ese sujeto se mantenga atento a su inconsciente, precisamente porque está advertido de que no existe una última palabra que le permitiría descansar de ser un hablante. Ahora bien, en tanto el sujeto está acompañado por el analista en su trabajo, la finalización de sus encuentros puede abordarse desde dos perspectivas distintas: la del analizante y la del analista. El analizante, ¿con qué frutos obtenidos concluye que la apuesta por la asociación libre ha llegado al límite de lo que podía ofrecer y se da por satisfecho? ¿Qué destino encontró la libido que estaba ocupada en la relación transferencial? Respecto a estos interrogantes por ahora contamos – y más habrá- con los testimonios de los AE. Pero podemos ampliar el campo dando cabida a la experiencia de aquellos que, considerando finalizada su cura, o bien no han obtenido dicha nominación o bien por distintas razones, no han pasado por el dispositivo del pase. Y del lado del analista, ¿en qué construcción del caso sostiene su acto para consentir cuándo se trata de un fin y no de una falsa salida o una interrupción? ¿De qué manera sanciona y acoge el final del amor de transferencia que sostuvo la asociación libre? ¿Cómo asume, el propio analista, el límite a su deseo? Así pues, conversaremos sobre las diversas maneras con las que analizante o analista pueden dar cuenta de que la finalización de la cura no se debe al conformismo informado del sujeto sobre la ficción que ha organizado su vida, ni tampoco a su impotencia asumida al respecto, sino que es producto de la satisfacción de haber llevado al límite la elaboración simbólica de los avatares de su historia. ¿Hasta dónde? Hasta alcanzar el consentimiento esclarecido a lo imposible de modificar. Esto es, su manera singular de arreglárselas con el goce en tanto viviente atravesado por el lenguaje.