crónicas del barrio boarddripper 2013

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– NOMBRE DEL BARRIO – 1

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Compilación de Crónicas sobre algunos Barrios de la Ciudad de Querétaro, México. Este trabajo se realizó para la cuarta edición del festival de arte y cultura urbana Board Dripper, el cual retomo al barrio como tema para la producción de sus contenidos en 2013. Por otro lado tienen la intensión de construir un discurso histórico, social y cultural. La historia escrita desde sus propios actores.

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2Víctor Hugo Vizcarra Joel Hernández Diego RojasSusana Ginebra Donancy Rosas Óscar Morales Ergot Corona Elizabeth Acosta Haro Alejandro Báez Guillermo Chaparro Cristhian Diego Rojas Villagomez Alejandro Uribe

COLABORADORES EDITORES DISEÑO EDITORIAL

Susana Ginebra.

Diógenes Króniko

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Indice

PoemaVíctor Hugo Vizcarra 6

La creación constante. Mercado de la Cruz

Joel Hernández 10

¡Ya es 21 de marzo! ¡A bailar con la cumbia sonidera!

Diego Rojas 15

Cómo nació mi barrioDiego Rojas 19

Satélite. Un chispazo de genialidad baldía

Susana Ginebra 23

San Pedrito Peñuelas: Un barrio al norte de la ciudad de Querétaro

Donancy Rosas / Oscar Morales 29

La fiesta de la trinidadErgot Corona 35

Nuevos barrios, coquetería y pambazos en Querétaro

Elizabeth Acosta Haro 42

Mi Amado Carrillo. El barrio que quiso ser moderno

Alejandro Báez y Guillermo Chaparro 47

Tianguis nocturno en el “nuevo barrio” de La Pradera

J. Alejandro Báez 53

DISEÑO EDITORIAL

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CRÓ

NIC

AS ¿PARA QUÉ

CARAJO!Board dripper es un encuentro que festeja el arte y la cultura urbana que desde su inicio se ha caracterizado por las intervenciones en objetos urbanos reciclados —como patinetas— y pinturas murales. Este año, para la IV edición del festival, luego de varias expe-riencias, discusiones y análisis sesudísimos, decidimos integrar un elemento que pudiera inspirar a nuestros artistas y público en general para la creación de murales e intervenciones. Es decir, los textos tienen la pretensión de actuar como musas creativas.

El hecho de incluir crónicas, historias y relatos, obedece a la idea de comenzar a generar discursos que integren a más per-sonas, que desde sus habilidades y disciplinas, puedan crear una identidad más común a nuestras distintas realidades.

Fundir pintura e historias, genera que el arte no sólo sea un medio para la contemplación y el asombro inmediato, más bien crea un arte público, con identidad y discurso social, que busca la libertad expresiva y estética en colaboración con los distintos actores que caminan y viven la ciudad.

Por estas razones, los invitamos a leer estas crónicas y relatos de los barrios.

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VíctorHugo

Vizcarra

En, “Alcoholatum & otros drinks” de Víctor Hugo Viscarra.

La Paz, Bolivia, nació el 2 de enero de 1958.

Más allá del romanticismo,se autonombra“guerrero”, siendo

una de sus frases favoritas

“El trago o yo”

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La creación

El mercadode la Cruz

constanteJoelHernández

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a ciudad es un espacio de continua transformación, en ella fluyen diversas estéticas, discursos, polifo-nías y tiempos, que entremezclados unos con otros musicalizan y dinami-

zan nuestra vida cotidiana. vivimos ciudades en constante transmutación. estas proyectan lo que una vez imaginamos. existen ciertos espa-cios que han permanecido en méxico desde tiempos antiguos, cambiando conforme a la época, pero siempre guardando una esencia especial que se genera a partir de una actividad económica. el comercio e intercambio de objetos y necesidades básicas.

El trueque es la forma más antigua de intercambio justo de mercancías y lo practicaban las civilizaciones antiguas en México y el resto del conti-nente. Este se convirtió en parte fundamental de las estructuras políticas y económicas de aquellas sociedades, lo que género que se construyeran espacios adecuados para las acciones de intercambio, en México conocidos como tianquiztli. Los narradores de la Nueva España nos cuentan que cada barrio tenía su plaza, lugar en donde se instalaban los comerciantes. Pero más allá de intercambio se convertía en punto de encuentro para alianzas políticas y familiares, de corrientes artísticas y estéticas diversificadas.

Generalmente estos espacios de comercio se encontraban situadas en los grandes centros políticos y económicos, por lo que toda la gente acudía a ellos para intercambiar y adquirir productos. El tianquiztli propiciaba que se pudieran encontrar productos provenientes desde distintas regiones. En la actualidad el tianquiztli, es conocido como tianguis, esta conformado por puestos ambulantes que siguen crean-do sus propias dinámicas de convivencia; el mercado es un espacio de encuentro similar, pero su ubicación y arquitectura es f ija. Estos espacios forman parte vertebral de la economía popular y como espacios de encuentro social.

En el Barrio de la Cruz desde el año de 1942 en la Plaza de los Fundadores se ubica el Mercado de la Cruz, uno de los principales centros de comercio de la sociedad queretana. Aunque hay que precisar que en la actualidad este

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mercado ha sido trasladado de lugar adquiriendo el nombre de Mercado Municipal Josefa Ortiz de Domínguez. A pesar de ello es imposible erra-dicar de la memoria colectiva de las personas que tal mercado tiene el nombre de “la Cruz”, por el simple hecho de encontrarse incrustado en este mismo barrio, quizás el más antiguo de la ciudad.

El mercado se constituye por 570 locales distribuidos en 4 secciones o bodegas. Quienes comercializan en su interior se encuentran organizados a través de una unión de comerciantes encargada de proteger los intereses de los mismos. En voz de sus participantes se vuelve un espacio de sub-sistencia, su principal fuente de ingresos. También cuenta con zonas de puestos ambulantes, para los locatarios no existe problema alguno en admitirlos al interior del mercado siempre y cuando no compitan de manera directa con los productos que los locatarios instalados de manera legal puedan ofrecer a los consumidores. Esto ya es una muestra de comercio y competencia justa, algo que no existe en los llamados super mercados.

La Cruz guarda una total vinculación con las autoridades munici-pales, ya que son estas mismas las encargadas de dar mantenimiento y procurar su funcionamiento en óptimas condiciones, además de solventar el pago de los trabajadores con el dinero recaudado a través de los impuestos de la ciudadanía. Todos estos elementos hacen que el mercado se convierta en un espacio colectivizado, en un centro de intercambios y de encuentros culturales.

a la que nos cuida de noche y día

A un costado de la entrada principal encontramos entre f lores, veladoras y papeles picados a la madrecita del mercado, a la “morenita” como la llaman los locatarios. El culto a la virgen de Guadalupe es indispensable en la mayor parte de la cultura popular mexicana. La madre ofrece protección, es quien se encarga de vigilar el camino de sus creyentes, el de sus hijos. La virgen siempre se encuentra acom-pañada. Una veladora prendida pierde su brillo, pero qué más da, no importa cuánto ilumine el atrio, esa no es la intensión, siempre que exista una vela prendida hay un milagro esperando a ser cristalizado.

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domingo de compras y rezos

Como cada domingo infinidad de familias se congregan en el Mercado de la Cruz para realizar sus compras. Entre verduras, vestimentas y apresu-rados gritos que ofrecen las ofertas del día, un grupo de señoras comienzan a reunirse en el atrio del mercado, es día de misa, de cumplir con el santo sacramento. El mercado no es solamente un centro de comercio es también un templo donde la santa patrona es la Santísima Cruz la que siempre con-duce por buenas coordenadas a su andar y sus vidas. De esta forma locata-rios y clientes tienen algo más que el mero comercio, pues la religión los une e identifica.

nuestro gariBaldi

Cuando el güero se oculta y da paso a que el manto de la morenita nos cubra, el mercado sigue teniendo una intensa actividad. Pues por la noche podemos encontrar los puestos de garnacha y postres, es lo que la gente llama Garibaldi y aunque aquí no hay mariachis como en el D.F. también se pueden venir a comer deliciosos antojitos después de una noche de chelas. Aquí podemos encontrar los famosos puestos de gringas y tacos de “Chon Garza”, rico pozole, una birria bien pico-sa con su tepache, pozole, platos de cabrito, f lan, galletas y jericallas. Para animar el ambiente no falta la música de los roqueros urbanos que aun merodean los pasillos, los trios de norteño y uno que otro don que se pasea con su guitarra echándose dos tres boleros de arrabal.

De esta forma entre los gritos de la vendimia, basureros, viene vienes, cargueros, f lores, jugos, verduras, piñatas, gorditas, tacos de cha-morro; piratería en música, ropa y películas, revistas, zapatos, car-nicerías, granos, mariscos, materias primas, doñitas con sus tortillas hechas a mano, carniceros bien peinados, vagabundos y pajareros, el mercado hace sigue tejiendo historias y tradiciones.

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¡Ya es 21 de marzo!¡A bailar con la

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n cada uno de los barrios se pueden dis-tinguir una serie de tradiciones y festi-vidades que se llevan a cabo en ciertas fechas del año, donde los ancianos del

barrio recuerdan su juventud con cada una de éstas. en la actualidad estas fiestas han cam-biado pero se siguen haciendo los mismos días y meses del año. en dichas celebraciones dedicadas a una virgen, siempre están presentes los vecinos del mismo barrio.

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Mi barrio, también conocido por sus vecinos como “San Pancho” destaca por su violencia juvenil, esto a causa de la oleada punk que años atrás pegó tanto a jóvenes como a los viejos vatos del barrio. Pero a San Pancho también se le reconoce por algunos grupos musi-cales que se discuten unas rolitas en las llamadas “tocadas”, de aquí nacieron los Limones Punk y los Exilios. No se dejan de lado los grupos de cumbia y sonideros que tocan en eventos del mismo barrio como es la festividad del 21 de Marzo.

Pero en f in esta vez no hablaremos de la fama violenta de San Pancho —bueno solo al f inal— sino de la f iesta y baile guapachoso. Es 21 de Marzo, la entrada de la primavera; en este día se festeja en San Pancho la visita de la Virgen del Pueblito, así como a La Divina Pastora y la Santa Cruz, para traer la lluvia y con ella la fertilidad de los campos.

Este día destaca por su gran festividad que se lleva a cabo en la avenida principal, que lleva por nombre “21 de Marzo”, este día la calle se cierra por completo para que la ocupan puestos de guajolotes, gorditas, enchiladas, piñas coladas y postres; así como la feria con sus puestos de tiro al blanco, las canicas, rayuela, el aro en las botellas y los juegos mecánicos, donde puedes subirte al dragón vikingo, al carrusel o los carritos chocones. Frente del Templo de San Pancho está el palo encebado, que en su punta superior tiene colgadas unas bolsas con despensa y las personas deben intentar subir para obtenerlas, algunos jóvenes se ayudan entre sí para llegar a la cima y bajar los premios.

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A un costado del palo está un escenario montado para el grupo que tocará durante toda la noche al ritmo de la salsa, el merengue y la cumbia.

Durante el día y en la tarde familias completas disfrutan el show de lucha libre que se hace sobre la misma calle, aquí participan luchado-res locales e invitados. Se logran escuchar porras, risas, gritos y men-tadas de madre que se lleva el viento. Algunos señores pasan vendien-do chetos y churritos con salsa, paletas de hielo para calmar la sed y regular la temperatura del cuerpo acalorado. Al terminar las luchas los niños se ponen a jugar en el ring con sus mascaras de los legen-darios luchadores como Mascarita Sagrada, El Santo, Blue Demon, Octagon, entre otros.

Por la noche se realiza el evento para los bailarines, se hace una f iesta en grande que dura hasta horas de la madrugada. Todos llegan con sus parejas y bien vestidos para bailar la música sonidera de Tepito, así como del mismo barrio. Así las rolas guapa-chosas y una calle que se vuelve pista de baile con el juego de luces, el sabor de Colombia que mezcla el dj, bailan cada una de las parejas de novios y conocidos. Los gays no se quedan atrás ya que ellos son los que tienen mejor ritmo y sabor en cada una de las rolitas y muestran al público sus coreografías que tienen preparadas y ensayadas para ese día. Los que llegan al lugar son de distintas edades; unos bailan, otros pistean y ven como se baila. En f in cada uno de ellos disfruta del evento ya que se hace una vez al año y para terminar no deben de faltar los madrazos, lo que hace que una f iesta sea f iesta.

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Cómo nació mi barrio

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ctualmente la ciudad de querétaro es conocida por sus sectores industriales en lo que respecta a la economía y desa-rrollo como ciudad. es reconocida por algunos de sus patrimonios de la huma-

nidad como el acueducto donde se resalta la histo-ria de la construcción de éste y que fue realizada durante la etapa colonial por un tal juan antonio de urrutia y arana, quien era un marqués —es decir un pudiente — para traer agua de los manantiales de la cañada. otro aspecto que caracteriza a la ciudad son las danzas de concheros, donde se llenan las plazas del templo de la cruz, también conocido como el cerro de sangremal, celebrando a la santa cruz que es en el mes de septiembre. pero fuera de estos aspectos nadie conoce la historia de origen de la misma ciudad y cómo es que se fue trazando y conformado por barrios.

Antes de la conquista, el asentamiento era conocido como el valle de Nda-Maxei (Querétaro) que estaba habitada por pueblos Otomíes. Con la llegada de los españoles a Querétaro, quienes habitaron el centro del valle, justo a los alrededores de lo que hoy se conoce como Jardín Zenea y mandaron a las periferias a los diferentes grupos de indios. Estos se instalaron en dos sitios unos en el barrio de “La Loma”, hoy San Francisquito, y los otros en lo que llamaron “La Otra Banda” que después se conoció como barrio de San Sebastián. Dentro de cada uno de estos barrios había también grupos de indios guerreros conocidos como jonaces, quienes convivían con los otomíes.

Se podían observar ciertas divisiones entre el barrio de indios y el lugar donde vivían los españoles por los t ipos de viviendas y construcciones, por un lado estaban las grandes casonas de los espa-ñoles que eran hechas de cantera con estilos de arquitectura de la época; por otro lado destacaban las casas de los barrios de indios en donde las casas eran chicas y bajas, de paja y adobe. Se podían obser-var en cada uno de los barrios aquellos comerciantes que vendían una infinidad de alimentos y productos agrícolas como el atole, camote,

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las frutas y verduras de temporal y el pulque. Con el crecimiento de la ciudad se fueron perdiendo y reajustando dichas actividades comer-ciales, hasta el punto de crear sitios específ icos de comercio como los mercados y las pulquerías, las que destacan a los primeros Barrios de Querétaro, por su ambiente y la cultura que crearon.

En San Francisquito todavía se logran ver rastros arquitectónicos que cuentan historias de la construcción y conformación del barrio como lo es la fuente que está en la calle 21 de Marzo casi al llegar a la Av. Zaragoza, que es objeto de varias leyendas como la de la llorona, quien salía por las noches de la fuente —la pila de los dolores— y reco-rría al barrio espantando a los habitantes de las vecindades antiguas que hay a los alrededores de la misma fuente.

Por las calles todavía se logra ver a algunas señoras con su rebozo, afuera del templo de San Francisquito, vendiendo nopales, tunas, tor-tillas secas, rábanos, huevos, algunas veces guajolotes y algunas hierbi-tas para curar, otras se dedican a vender gorditas de guisos, guajolotes —también conocidos como pambazos— y enchiladas; durante el día, el señor de la garbanza pasa gritando por las calles ¡HAY GARBANZA!, las señoras salen de sus casas a comprar por la mañana su despensa para la comida y con sus ollas a comprar leche bronca al señor que pasa en una camioneta.

Todo esto nos cuenta como a pesar de los cambios que ha tenido el barrio ha través de los siglos, sigue conservando ciertas características que identif ican al mismo con la historia rural otomí que había en el lugar y que seguirán estando presentes y transformadas por el paso del tiempo y la modernidad.

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SatéliteUn chispazo de Susana

genialidad baldíaGinebra

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ace algún tiempo una amiga y yo viajábamos de regreso a nuestras casas en uno de nuestros hermosos camiones del transporte público. sonaba la radio con las tradicionales cum-

bias de “¡la Z, salvajemente grupera!”. entre la música y el gracioso tono del conductor escuchamos una noticia curiosa; se referían a las colonias de: satélite, loma bonita, garambullo y cerrito colorado como pertene-cientes a barrios en las zonas más pobres y marginales de querétaro. no pudimos hacer más que cagarnos de risa; “¡somos pobres y marginales! pinches monstruos cómo pueden vivir sin agua y drenaje. asquerosa bola de parias”, ironizamos sin parar de llorar de risa. la cual brotaba justo de saber el lugar donde nos ponían el locutor, pues somos habitantes de las mismas.

Durante 18 años viví en Ciudad Satélite, en una peque-

ña casa de interés social con mi familia. Ciudad Satélite o mejor conocido como “Sate” es un conjunto de tres colonias que se extiende desde el f in de “Insur” — Insurgentes— y llega hasta los linderos de la hermana república de “Lombich” —Loma Bonita—; al este topa con la rivera del hediondo canal de aguas negras del parque industrial Benito Juárez, al Poniente con el Garambullo —el “Gara”— y Cerrito Colo-rado —el C.C. o el Cerris— cómo le dice la banda de por acá. Bandas, crews y pandillas de estas zonas “ene-amigas” se disputaron el territorio hace no muchos años. Hubo algunos muertitos, sangre, gritos, pala-zos y rocazos. Así estas colonias hermanas han construido su historia colectiva desde hace unos 40 años. Quizá no sean muchos, ya que la ciudad tiene barrios con tradiciones que datan desde hace más de 200 años. Los cuales tienen f iestas y familias enteras que han permanecido ahí varias generaciones. Lugares que se caracterizan por sus oficios, fiestas patronales, locales y lenguaje.

Acá en Sate no podemos decir que contamos con ninguna de esas tradiciones ancestrales, ya que fue conformado de manera distinta. Aquí valdría la pena preguntar ¿Qué es un barrio? Si bien es cierto, como lo decía el conductor de la radio, un barrio es una zona margi-nada donde vive gente de bajos recursos: obreros, carpinteros, amas

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de casa, comerciantes; además son zonas de deterioro lejos del centro donde vive la gente “bonita” y lejos de donde acontecen los eventos “importantes” para la ciudad. Sabemos que compartimos condiciones demográficas o de clasif icación con lugares como Carrillo, Hércules, San Panchito, barrios viejos y de respeto, pero eso apenas es el principio para entender la identif icación que genera estar, vivir, compartir y pertenecer a un barrio.

No es la historia, ni el tiempo, ni los muertos por la violencia, la pobreza o la marginalidad lo que te hace ser barrio ¡No! un barrio es un modo de vida, una forma de Ser y sentir tu estar-en-el-mundo, es Actitud dentro y fuera de la cama, dentro y fuera de sus calles; porque no está sólo en las calles, esta en la forma en que enfrentas al mundo todos los días. Es la seguridad que te da el pertenecer a un lugar que siempre brincará por ti, donde sabes que siempre encontrarás alguien con quién echar una caguama, con quién compartir la historia. Es el hecho de estar junto a otros que tienen tu misma condición, otros que entienden porque comparten la calle, los problemas, las risas, la marginalidad y la austeridad. Es más que la suma de las partes de un simple territorio, con o sin tradición ancestral.

Les decía, nosotros llegamos hace unos 18 años a la colonia, inser-tados en un terreno baldío justo antes de comenzar a adentrarse en territorio Lombichense. El proceso de industrialización de la ciudad, permitió que un buen día una constructora decidiera sacar unos millones más de su terreno abandonado, o comprarlo a un precio baratísimo para después meter a miles de pauperizados como nosotros. Hay que darles casas a bajo costo, pero no buenos empleos ni salarios.

Así fue que gracias a un chispazo de genialidad baldía de aquella constructora, fue que mi familia y yo terminamos nuestro peregrinar de casas en renta y llegamos a vivir a “nuestra” primer —y única desde entonces— casa, como decía mi má, donde seguro morirán mis padres. A partir de ahí la vida fue otra, ser niño en esas calles, com-partir juegos, churritos y refrescos; gastarte los cambios de las tortillas en las maquis de la esquina, encontrar a tu mejor compita de la infan-cia, ir a dar el rol a los múltiples tianguis de las colonias vecinas, patinar con la vagancia, tu primer cigarro, la primer peda, ir a la secundaria y

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encontrarte con banda de todas las colonias, caminar de noche para ir a una f iesta, correr por si alguien con un tubo te ahuyenta de su zona. Experiencias que no te hacen crecer mejor, pero si con más agallas para la vida.

En Sate nunca hubo una fiesta patronal específica que nos involu-crara a todos, ni eventos grandes que nos hicieran sentir la pertenencia del lugar, como la fiesta de Gallo en la Cañada. Acá la pertenencia se trabajaba a diario en la calle con los compas y con los no-compas, es una colonia y ya, cualquier otro pudo vivir ahí y nunca sentir aprecio por nada o vivir sin darle signif icado. Pero f iestas si hay porque siem-pre hay algo que festejar aunque no sea a un santo patrono. Las vaca-ciones, la semana santa, la navidad y hasta el 15 de septiembre eran motivo de anarquía callejera, niños recién bañados prendiendo cuetes, familias contentas por compartir la comida, el jolgorio como pretexto de encuentro con los iguales.

Los domingos a medio día, las campanas de la capilla resuenan para llamar a sus f ieles creyentes, mi madre como todas las jefas de la cuadra preparan su cambio para la limosna dominical, no sin antes dejar listo el desayuno: café, un menudito bien picoso y una que otra fruta despistada. Despertar en domingo signif ica el f in del asueto y que sólo tienes unas 10 horas para descansar de la juerga, las risas, las caguamas banqueteras y los mil cigarrillos de la noche anterior. Quizá un poco de futbol ayuda a sobrellevar el día, o después del desayuno alguien de la banda pasa frente a tu casa tirando un chif lido ( fhuu-fhuu-thu-fhuu) con una Victoria bien fría en su mano para aquello de la cruda. Tal vez sólo te puedes quedar tirado esperando a que alguno de los santos a los que le reza la santa madre llegue a quitarte el dolor de cabeza porque bueno, la idea del futbol nunca me ha gustado, pero es lo del domingo.

Sate siempre ha sido conocido por ser un territorio de cholos, a quienes les gusta de pintar los muros de su zona con Vírgenes de Gua-dalupe gigantes, payasos tristes y números góticos con la leyenda “13 Sur”. El Gara tiene más bien en sus entrañas banda “skater” quienes se inclinan más por el tag y el graff iti en sus pintas. Ambos cuentan la historia de dos grupos de jóvenes a quienes la calle ofrecía la oportu-

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nidad de divertirse y de explorarse a través de las ventajas que brinda pertenecer a un colectivo bien definido, con nombre, apellido y con-traseña; eran familias. Digamos, para no entrar en detalles policiacos y sin importancia: un buen día después de algunos encuentros poco amistosos y de trifulcas en terrenos baldíos, se dejó sentir la bravura de barrios liderados por la energía de la juventud. El resultado: dos muertos, uno de cada bando, varios más en “Cana” —Cárcel, Tambo, Penal— fue la trágica noche.

A partir de este encuentro nadie de otro barrio podía cruzar al lado vecino por gusto, curiosidad o necesidad después de las ocho de la noche, no importaba si tenías o no qué ver en el asunto, pues la cosa había sobrepasado y tocado las f ibras más sensibles; si no te perse-guían de un lado era del otro, incluso la policía no perdía la oportuni-dad de cazar algún incauto. Fueron tiempos complicados que tampoco duraron una eternidad, puesto que la gente crece, hace sus vidas y todo vuelve a acomodarse de una manera tan natural que a veces has-ta cuesta trabajo volver a esos tiempos que en su momento marcaron los alcances que tienen todos para vivir en un espacio que con el correr de los años se hace tuyo, que es de todos y que hay que defender, aunque no siempre se sepa de quién.

En conclusión y para ir concluyendo, como diría Cantinflas, estamos hablando de la dicha de disfrutar el color, el sabor, la textura de las calles; niños gritando, vecinos dando los buenos días, hacer tu banda en las esquinas; patinando, pintando las calles, riéndote del mundo que está fuera del territorio que conoces; olor a elotes cocidos, a garbanza fresca con chile del que no pica; al tianguis y baratas de sábados, a caguamas con los compas, gritos de ¡gooool! los domingos, viejitos rezando en los nichos de los callejones, el huateque para compartir a diario aunque no exista motivo. Las calles se aromatizan con el olor del canal y los desechos de las fábricas, marihuana en los andadores, los monas del mercado, los vagos que recolectan basura para hacerse castillos con ella porque su embriaguez es soportada con gusto por todos, la tiendita de drogas químicas al lado de tu casa, balazos de cholos renegados o diver-tidos, cagarte de risa con la banda dando el rol porque sólo importa el momento. Quizá algunos le llamen folkclore, quizá uno se empeña en darle signif icado a eso que eres siendo con otros.

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San Pedrito Peñuelas:Un barrio al norte de

la ciudad de QuerétaroMoralesÓscar Rosas

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í barrio, un lugar tachado por las autoridades y los extraños como “Zona roja, de robos, vagos y drogas”, y sí, pero también existen otras cosas. famoso por sus bandas, clicas, crews,

grupos de chavos, adultos, niñas y niños que viven del chemo, el churro y la chela. san pedrito peñuelas tiene 40 años de historia como colonia, está localizada al norte de la ciudad, entre las transitadas carreteras del 57, bernardo quintana, chichimequillas y fray junípero serra.

Es un barrio como casi todos, con skates, cholos, tektoniks, cumbiancheros, huapangueros, punk, rock, metal, emos; con los del fút que nunca faltan. Los grafittis, las drogas, las niñas y niños que no van a la escuela; infan-cias que aprenden a vivir en las calles, con los dones —señores— que no sueltan la chela, y aquellos que no tienen ni para un taco pero sí para la f iesta; pintas que marcan el territorio y cicatrices que dejan las batallas contra los invasores, llámense policías o de barrios contrarios.

Los terrenos baldíos, callejones y esquinas que cada noche se trans-forman en puntos de encuentro, de intercambio, de conbebencia / convi-vencia, de “Tanque y roll”, es decir: ¡ fúmale al gallo y pásalo! Estos lugares siempre reúnen a más de un barrio, aquí se pasa la gorra para juntar 150 varos, que nos darán toda una noche de bebida, toda una noche de… ¡Horchatinol! Una bebida preparada según la receta popularmente “secreta”, que nos compartió una vez el Pancho, cuya elaboración es casi gourmet y consta de lo siguiente: un garrafón de 20 litros, cinco sobres de saborizante artificial —preferentemente de horchata—, una lata grande y una chica de lechera, una bolsa de hielos, y el ingrediente más importante, considerado la bebida de la banda eriza, por lo barato y sabroso al mezclarse con los ingredientes antes mencionados. Cabe mencionar que también por lo rápido que te empeda —emborracha—, estamos hablando del licor de agave llamado; Tonayan, “Tony”, “Tony Jones”, “Tónico”.

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Esta bebida acompaña el cotorreo, donde desahogamos nuestras penas, planeamos alguna otra cosa; nos quejarnos de los trabajos mal pagados, de que nuestros padres no nos comprenden. Y así, entre risa y risa cuando el toque surte efecto en más de uno, podemos ver lo hermoso que es el cielo de noche con la pupila bien dilatada, escuchar cosas como aquella que dice “en mi casa estoy muerto, y cuando llego aquí… ¡vivo!” una frase dicha por el Pancho y se quedo en mi cabeza desde entonces. Y así transcurre la noche, entre horchatas, churros, chundos y chotas, ese es mi barrio, el barrio de la banda, de las chavas y chavos locos.

De este lado le celebramos a San Pedro Apostol, el 29 de junio, se instalan juegos mecánicos, que aunque más viejos que mis abuelos, siguen funcionando; se instalan castillos de cohetes, hay tocadas —conciertos— y actos piadosos. Armamos las retas con los amigos en los descuidados pero efectivos futbolitos y sus equipos incompletos o mutilados, ya de tanto pasar esos balones de roll-on, en todo momento gritamos y escuchamos los eufóricos gritos del “¡gooooool!”. Los grupos juveniles de la parroquia de San Pedro Apóstol organizan el maratón, donde participamos chicos y grandes, la pista de carrera es entre las avenidas de colonias de San Pedrito peñuelas, La Ecológica y Peñuelas.

También está la fiesta de la capilla de Nuestra Señora del Carmen, en San Pedrito Peñuelas, festejada cada 16 de julio. En esta también hay danzas, cantos, bailes y juegos con premio, como el del palo encebado, en ocasiones el encebado es un puerco y hay andan todos bien entretenidos correteando al animal para ganarse el pomo de Tequila o una cubeta con despensa. En este festín, chicos y grandes compartimos y convivimos, también es un lugar de encuentro para las bandas o “pandillas”; es la f iesta, el huateque celebrado en honor a la virgen del Carmen.

No puedo hablar de f iestas en SanPe, si no mencionamos las del 12 de diciembre “el día de la Lupita”, de la Guadalupana, celebrada en la colonia de Nuevo San Pedrito, antes apodada por los propios vecinos como “Cartolandía”, ya que las casas se encontraban hechas de cartón y materiales humildes, pero así le llamaban de cariño reconociendo la situación con ironía. La f iesta de “la Lupita” se prepara 46 días antes con sus respectivos rosarios y la novena, que le llaman así porque son los nueve días previos a la f iesta, en esta los vecinos de cada calle se

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organizan para adornarlas, hacer el rosario y una pequeña convivencia previa a la gran f iesta. Después viene la elección de la candidata a reina de las f iestas, el concurso de gallos —no son gallos de los que echan humo— sino gallos mojigangas, con distintos materiales, tamaños, colores y formas. Los gallos son cargados por la gente y acompañan por todos los rincones del barrio a “la Lupita” en su noche, entre rezos, cantos y porras de la gente creyente y de la gorrona que no más va por la bebida y la comida que se regala en las casas.

También entre las canciones de la banda de viento, al ritmo de “el mechón”, los feligreses ríen, danzan, gritan y lloran, compartiendo lo poco o mucho que se tiene. Entre las calles se ofrecen vasos de café, canela o ponche, todo con su respectivo piquete de tequila para mitigar el frío; se regalan galletas y el bolillos para aguantar la noche y seguir cantándole a la reina del barrio, la virgen.No faltan las broncas con los atrevidos que llegan de los barrios vecinos, la gente ya sabe que el día de la f iesta seguro hay pleito, pero aun así les gusta convivir, les gusta la juerga anual. Después de todo el recorrido por f in se llega a la capillita de Nuestra Señora de Guadalupe, que sólo cuenta con un techo de lámina, donde la gente se acomoda para cantar las esperadas “mañanitas”, “la guadalupana” y muchos cantos en compañía de la banda de viento.

Al siguiente día por la tarde seguimos la fiesta, con la misa, las danzas, los antojitos mexicanos, los juegos mecánicos y la coronación de la reina de las fiestas. A continuación viene la emocionante quema de toritos que hacen correr a grandes y chicos, replegándose a las orillas de las calles temiendo ser embestidos por la bestia pirotécnica; mitad hombre mitad toro de fuego. Los más aventados se enfilan para que les toque cargar el torito y darse vuelo por la calle diamante correteando a los chiquillos y teporochos que desafían a la fierecilla humeante, mientras; la banda de viento San Pedroñuelense, sigue amenizando para hacer bailar a los vecinos que esperan con ansias la quema del castillo.

Acá en SanPe también viven señoras nobles que a diario te desean un buen día sin importar la hora en que te encuentren, niñas y niños que cada mañana se levantan para ir a la escuela. Se puede ver al señor que todas las mañanas sale con su triciclo tamalero a recorrer

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la colonia recolectando cartón y pet que le darán mínimo para comer un día. En el barrio las madres duermen al último y se levantan antes que todos, el obrero no tiene horario de salida pero sí de entrada, el estudiante quiere superarse y con el dinero justo asiste a la escuela. Por la mañana la señora de los jugos, por la tarde la de las frituras. Las madres solteras dejan a sus niños en el kínder o la guardería, los limpiaparabrisas y periodiqueros de Pie de la Cuesta, los malabaristas de la avenida Belén, los presos y presas del penal de San José El Alto, los bomberos de la calle Eurípides que no duermen esperando alguna emergencia, los tianguistas de Plateros con todo y los murales del PM crew, en la alameda Norte Allende se juntan los inolvidables “Came-llos”. Aquí los perros y gatos se convierten en guardianes nocturnos y alarmas vivas de las calles.

Mi barrio es historia que no se destruye, sólo se transforma.

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La fiesta de ErgotCorona la Trinidad

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ace poco que en el barrio de donde soy, se realizó la tradicional fiesta patronal donde se llevó a cabo un peculiar evento musical que

logró tocar sensores muy profundos en mí y que si me permiten les quiero compartir.

HMi barrio fue fundado al otro lado del “río Querétaro” y la vía del

ferrocarril, tiene una disipada historia de más de 200 años y pertenece a una zona que en los ayeres de la ciudad de Querétaro era conocida como “la otra banda”. Junto con otros barrios vecinos constituían la población más excluida y rezagada de una ciudad conservadora y colonial.

Con el paso de los años y sobre todo después de la construcción de la carretera 57 que atraviesa al País; Querétaro, de ser una pequeña y conservadora ciudad de paso en la ruta de la Plata, textilera y agrícola, pasó a ser una ciudad industrial que crece día con día. Según datos del “Diario de Querétaro”, actualmente llegan a esta ciudad a vivir diariamente más de 20 familias. Muchos, vienen por chamba, otros tantos vienen huyendo de la violencia que se ha desatado en este sexenio en muchas partes del País por la guerra declarada entre el Ejercito Nacional y el “crimen organizado”, llegan con la esperanza de encontrar un ambiente de tranquilidad.

El crecimiento exorbitante de la población en esta ciudad en las últimas décadas, ha hecho que ahora seamos parte de la Delegación del Centro Histórico —de la cual siempre fuimos relegados— debido a la contrastada distancia y ubicación de las nuevas colonias y fraccio-namientos habitacionales. A diferencia de otros barrios antiguos que están en el centro, en los cuales han despojado a la gente originaria de sus tradiciones y hogares para sustituirlos por negocios, antros y activi-dades para turistas; en mi barrio, aunque cada vez con menos ímpetu, se mantiene la participación de sus habitantes en la realización de la f iesta patronal y así año con año se festeja al Señor de las Maravillas, que es el patrono y a quien se venera en la capilla del barrio.

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La imagen de la Capilla es de un Cristo recostado sobre la cruz, encapsulado en una vitrina de cristal; de la corona de espinas enclavada en su frente escurre sangre que cubre gran parte de su rostro, también hay sangre en sus manos, pies y rodillas, el dorso aparece lacerado y sólo es cubierto por una manta morada, su mirada es resignada y de decepción. A él vienen gentes de distintas partes de la ciudad a pedir protección y milagros. En el mes de julio, las angostas calles ado-quinadas comienzan a ser ocupadas por estorbosos y viejos juegos mecánicos, el dragón, el traban, la ruedita de la fortuna, el carrusel de cochecitos y de caballitos, el tiro al blanco. Aparecen los puestos de comida mexicana, las enchiladas y los pambazos —que aquí les decimos guajolotes—, los elotes y los esquites, el pan de f iesta, los algo-dones de azúcar, rosas y azules, las fresas con crema; también están los puestos de hot dogs y hamburguesas.

Por la madrugada, en vísperas del día santo, decenas de personas velan con cantos y alabanzas al señor en la capilla, afuera, la banda de viento toca hasta el amanecer, entonces comienzan a llegar las personas que han hecho “manda”. La gente pide al Señor de las Mara-villas protección y salud para los suyos o para ellos mismos, a cambio ofrecen el sacrif icio de ir a visitarlo de rodillas el día de su festividad, desde temprano salen muchas personas andando sobre cobijas desde sus casas a la capilla, en donde se quedan a orar, la gente que no es del barrio elige un punto neutro para realizar su manda, algunos desde que bajan de la parada de camiones, otros desde donde empieza la calle principal.

Por la tarde comienza un recorrido por la calles del barrio con el señor “expuesto”, cargado por jóvenes y adult@s previamente prepa-rados para desempeñar tan especial cargo, orquestados por el sacer-dote de la congregación de la zona, l@s f ieles peregrinan en procesión y van rezando y cantando por las calles del barrio que han sido esme-radamente adornadas por los vecinos con tiras de estrellas y f lores de papel o nailon color rojo y blanco que atraviesan lo largo de las calles. Atrás de ellos, aparecen las danzas y el retumbar del suelo por el eco de su tambor, se iluminan las calles son sus movimientos y atuendos, la banda de viento y los coheteros atrás del contingente no cesan de sonar. La gente sale de sus casas o se asoma por sus balcones a pre-

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senciar la procesión. Al terminar el recorrido, la procesión vuelve a la capilla y hace sus últimas alabanzas del día. Al salir, las danzas se apropian de la cancha de fut-básquet y comienzan a bailar por un par de horas, la gente hace un círculo alrededor de ellos para apreciar sus movimientos. La danza “apache” que es como se conoce la danza que tradicionalmente ha asistido a las f iestas del barrio, es distinta a la de los concheros o danza azteca. En la danza apache hay dos tipos de danzante, uno que representa la parte india de nuestro pueblo, es un contingente ataviado con ropas de piel, plumas y pintas en la cara; cargan lanzas, f lechas y arcos, muy al estilo del retrato que tenemos de los indios norteamericanos, el otro danzante representa a los gue-rreros occidentales, con uniformes de militar estilo francés del siglo XVIII, sacos con hombreras e insignias doradas, gorras de militar y una banda que les atraviesa el dorso con colores patrióticos, ellos traen fusiles, pistolas y machetes. Antes de f inalizar su danza, los “lideres de guerra” de cada contingente representan con machetes en mano la batalla entre estas dos culturas, la gente se emociona y apoya a su gladiador favorito.

Este año, poco después de la danza apache comenzó a llegar “la banda”, o sea, los jóvenes del barrio; llegaron cargando bocina, ecua-lizadores, micros, cables, y comenzaron a instalar el equipo y con ello se anunciaba la “tocada del barrio”.

Históricamente cada barrio ha defendido su territorio, pero en los años 80 nos heredaron una rivalidad pandillera contra barrios veci-nos. En esos años, el rock, las pastas, el chemo y las peleas campales aparecían por las entonces empedradas calles del barrio con pantalo-nes ajustados y rasgados, playeras negras y estampadas con calaveras o alusivas a algunos grupos de rock, f ileros, botellazos, matas largas y tatuajes, decoraban las sensaciones pavorosas de jóvenes tirados y sangrantes. Las rivalidades eran claras y las tocadas un punto de encuentro para darse en la madre. En el barrio rifaban los Buguis (80’s) y los Krokus (90`s) y como buenos chavos banda organizaron un par de tocadas en la cancha de fut-basket, —que está pegada a la plaza del barrio— pero las drogas y la violencia fueron siempre protagonistas.

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Esta es la cuarta tocada consecutiva que se hace dentro de las f iestas del barrio y es un evento que poco a poco comienza a generar sim-patía y aceptación en la gente. Las tocadas son un gusto y esfuerzo juvenil de las nuevas generaciones que han tenido que enfrentarse a las experiencias pasadas que hacen presentir a los adultos un ritual con descarga negativa.

Todo se retomó una tarde dominguera cuando la pandilla se encon-traba alrededor del circulo del vicio, platicando, recordando viejos cotorreos; cuando a Juan Soldado se le ocurre la idea de hacer una “vaca” (cooperación) para el sonido, respondiendo a la iniciativa que Manolo Magicuentos hacía entre bromas incrédulas sobre la posibilidad de armar una tocada en la f iesta del barrio; para su asombro y el de muchos otros, la banda comenzó a cooperar y con los días a simpa-tizar más con la idea y así se dio. Semanas después se habían confir-mado grupos, sonido y propaganda, solo había que esperar el día y la reacción de la gente. Fue un evento difícil, la organización primeriza de la “banda” aparecía en fallas técnicas y tiempos muertos, las drogas y la violencia f inalmente protagonizaron la noche, además de una deuda con el equipo de sonido que hasta la fecha se mantiene.

Al siguiente año se acercaba la f iesta y reapareció el deseo de una nueva tocada, ahora ya sabían que implicaba una mayor organización y compromiso. La tocada se convirtió en un éxito, la gente danzaba y gritaba eufórica en una liberación de tensiones alrededor del slam, las señoras asombradas y curiosas se quedaron a ver el espectáculo de catarsis juvenil. Para la tercera emisión era ya conocida la tocada del barrio y se hizo presente la banda de distintos barrios, al principio hubo tensión y expectativa, con el transcurso del evento el nerviosismo se fue menguando en una especie de acuerdo colectivo telepático y todos aullaban y danzaban en círculos sobre el cemento de la cancha y bajo la luz de la Luna llena. Eran las 4 de la mañana y faltaba por tocar “El son de la banda” cuando se fue la energía eléctrica en todo el barrio. La Luna llena alumbraba la plaza y la nitidez que de la noche me hizo dar cuenta que había todavía muchísimo ánimo en la gente que alegre rechif laba en una especie de petición que exigía la reanu-dación del “show”. El Gaby, ávido de continuar con el buen ambiente, sacó su guitarra acústica y comienzó amenizar con sus rolitas que

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ref lejan la vida de la gente de barrio, la lunada se prolongo hasta la llegada del sol y el cansancio apareció como arena entre los ojos. Nos fuimos con una sonrisa en la boca y el sabor a tonayan.

Ese año, la tocada de rock era muy esperada, la convocatoria —apoyada por el feisbuc— y la diversidad musical en el programa duplicó a los asistentes y la variedad de barrios y “culturas juveniles”, donde sobresalían un grupo de al menos 20 punks o “rotos”, como les dicen en el D.F. entre hombres y mujeres, que venían del barrio de San José, sus crestas coloridas se levantaban sobre su cabeza, su ropa parchada, sus picos metálicos en su atuendo y rostro, llamaban la atención de la gente. La mayoría de ellos se la cotorreo toda la noche con “mona” en mano. Su presencia y sus acciones iniciales causaron cierta incertidumbre y tensión entre la gente. Los organizadores del evento, o sea, carnales del barrio, al percibir esto, decidieron acercarse y proponer una tregua, el acuerdo dejó que la tocada f luyera hasta una armonía que nunca, personalmente, había concebido en este tipo de eventos. Veía en el slam rostros gozados por las melodías duras de “Maldita profecía” y “Los limones punk”. El círculo de danza era compuesto por punks, metaler@s, rocker@s, chav@s del barrio, car-nales aun con el uniforme de su chamba, meseros, taxibuseros, obreros, padres y madres de familia, amas de casa, niñ@s desde los 5 años, un chingo de adolescentes y jóvenes graf iteros, skatos, ninis, marihuanos y pandilleros de barrios vecinos y de muchos otros lados.

Esas imágenes persistieron en el transcurso de la tocada con una mueca colectiva y alegre, trazada con la energía que se elevaba por encima del circulo de danza, creando en mí un extraño gozo, una emoción parecida a la sonrisa y al sollozo al mismo tiempo, un senti-miento que nacía en mi pecho y que avanzaba y se retraía a lo largo de mis vísceras. Tod@s siendo parte de un mismo espíritu, de la unidad, de ser un sólo barrio, aunque sea por ese momento, en una noche cálida y mágica de esfuerzo y disfrute colectivo, de organización y atrevimiento de la banda de mi barrio.

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Nuevos barrios,coquetería y

pambazos enQuerétaro

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Vamos. Querétaro no es nada más el centro, no son sólo los habitantes que gustan de caminar por el zócalo, van a las corridas de toros, visitan el Mercado de la Cruz los domingos, comen en botaneros con los amigos o se echan desde unas enchiladas queretanas en La Mariposa hasta unos pambazos en corregidora cuando cierran las calles por días festivos. También están los que se van a correr al parque de Álamos, los que viven por Santa Rosa Jáuregui o Juriquilla y desde su casa se ve el parque Bicentenario, los que desde el cerro opuesto practican equi-tación o juegan tenis en Vista Real, Colinas o viven por la carretera a Huimilpan, amantes del golf o el tenis e intensos deportistas que madrugan todas las mañanas para ir al Sport City. En géneros se rom-pen gustos. Lo que no se rompe, son sus barrios y costumbres.

Los Barrios de San Francisquito, Santa Ana, San Sebastián, Santa Rosa, San Gregorio, La Cruz o El Tepetate podrán ser los más sonados, y por lo tanto, lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de “barrio”, aunque esto no signif ica que sean los únicos en nuestro puebletaro querido ¡Oh, no! existen muchos otros que probablemente ni siquiera sean considerados como tales.

Tomemos por ejemplo, uno de los barrios más barrios por defini-

“Los queretanos seguimos siendo los mismos a pesar de los nuevos barrios, e incluso inmigrantes imitan nuestras costumbres; es decir, a pesar de

cafeterías hipsters y restaurantes chic todos caen a los tacos y a los pamba-zos”

-Rafael alejandRo MeRcado PéRez.

o do quer éta ro v i v e e n ba r r ios. por m á s que lo n i egue o no se percate de el lo, l a cr e m a y nata

quer eta na v i v e e n ba r r ios. unos m á s coquetos que ot ros, a lgu nos i ncluso con gr a n des br ech a s de coqueter í a e n t r e el los: no por eso deja n de ser ba r r ios.

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ción (barrio viene del árabe ّيّرب , barrī; «campestre») dentro de la categoría “alta coquetería queretana”: El Club Campestre Querétaro (CCQ), toda una subdivisión con identidad propia fundada hace más de cincuenta años. Ubicada en lo que anteriormente era parte del antiguo ejido Casa Blanca, su barda hoy en día sirve como línea divi-soria entre sus habitantes y los barrios vecinos de Candiles y la Reforma Agraria, entre otros.

¿Santos Patronos? El fraccionamiento no cuenta con una parroquia como tal, aunque todos los domingos sin falta se celebra la santa misa en las instalaciones de la casa club, la cual además sirve como sede y punto de encuentro social de sus habitantes: f iestas infantiles, cele-braciones de quince años, graduaciones e incluso bodas. Por supuesto, están también las tienditas de naturaleza “miscelánea” (por la gran variedad de artículos que ofrecen), gimnasio, oficinas, tiendas especia-lizadas, cafeterías, las tortas del “Hoyo 6” y el restaurant-bar “Hoyo 19”.

Es común ver a las familias reunidas en torno a la alberca o áreas verdes; practican deportes, comen y echan el cotorreo entre amigos; tanto niños, como jóvenes, adultos y adultos mayores conviven en el mismo lugar fines de semana y días laborales por igual. Incluso se realizan eventos proselitistas con el fin de atraer votantes a las diferentes planillas de candidatos para diri-gentes de la Asociación de Colonos. Adicionalmente, las señoras y señores se reúnen en patronatos con diferentes funciones; ya sea la organización de eventos, coordinación de labor social, etc.

En relación a fiestas populares y celebraciones del CCQ; el 16 de Septiembre se realiza una gran kermesse con todo y posada, en Navidad se organiza “El torneo del Pavo”, el cual consiste en un torneo de Golf en el que los primeros lugares se llevan grandes pavos como trofeo, y el 31 de Octubre sale a relucir la com-petitividad entre vecinos que tiran la casa por la ventana para lucirse con la decoración y aguinaldo el día de Halloween: algunos salen a pie, en carritos de golf o cuatrimotos, otros con las mamás en camionetas, pero todos salen disfrazados para la recolección de dulces, tocando timbres y cantando el “¡queremos ha-llo-ween!” de casa en casa.

Como en todos los barrios, tampoco faltan personajes clásicos como

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el vecino deudor que no quiere cooperar con los gastos del fracciona-miento, cuyo nombre aparece en la entrada principal de la casa club. Todos conocen a la vecina chismosa que se la pasa en cafecitos para mantenerse actualizada, sabe dónde viven los socios fundadores que lleva ahí desde el inicio del vecindario ( y así por generaciones y generacio-nes, por los siglos de los siglos…). Y por más que intenten librarse de ellas, también están las banditas desastrosas que tienen a todos con el grito en el cielo por romper los adornos de los vecinos con los carritos de golf.

Lo mismo sucede en El Campanario, e incluso casos como Jurica y Carretas, los cuales cuentan con sus propias parroquias y santos patronos. El asunto es, que por más que les cambien el nombre o disfracen con coquetería y media, los residenciales modernos —por muy “inspirados en tendencias extranjeras” que estén—, funcionan como barrios, a f in de cuentas: son los barrios contemporáneos.

¿Podría decirse que el barrio sobrevive a variaciones circunstanciales? Es cierto que se adecua a diversos contextos, sí; aunque más bien son sus propios integrantes quienes lo llevan consigo como una forma de vida: lo echan en el camión de mudanza y ni perdiendo la caja se libran de él. Vaya, al f inal todos sacamos el barrio: “Del barrio venimos, y en barrio nos convertiremos”.

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Mi Amado Carrillo, el barrio que quiso

ser moderno

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mistad…amistad… el barrio significa para mí que no siempre me van ayudar” afirma el diablo, vecino de carrillo que siempre anda

en busca de unos charcos de chela, un toque, o de un valedor con quien chin-garse cualquiera de los anteriores.

El Diablo es una de las personas con las que pudimos cotorrear para conocer el barrio de Carrillo, o mejor dicho, uno los nueve barrios que integran toda la comunidad de Felipe Carrillo Puerto; cada uno con sus características, una identidad propia, una f iesta para su santo patrono y por supuesto un chingazo de borrachos, pirotecnia, y en la palabras de Hakim Bey; emerge la gestación de una Zona temporal-mente Autónoma. Pues en cada una de estas festividades un nuevo territorio/tiempo es instaurado en la frontera de territorios establecidos y cualquier intento de una persistencia prolongada que deseche o ignore el tiempo presente, degenera en un sistema demasiado estructurado y rígido que inevitablemente ahoga la creatividad individual y por lo tanto comunitaria.

Visité algunos barrios de Carrillo acompañado de Memo, Guillermo Chaparro, un compa que estudió psicología social y que ha vivido en este barrio desde que nació. Vive en una zona conocida como las pichoneras, debido a que su casa fue una de las primeras de interés social en esta zona —y de las pocas que existen en la actualidad— y a quien agradezco el haberme dado la oportunidad de conocer este rincón tan peculiar de Querétaro. El papá de Memo —quien lleva el mismo nombre—, ha vivido en Carrillo los últimos cuarenta años, a él le tocó vivir la transformación del barrio, el cual pasó de ser una zona rural/campesina a una donde habita una buena parte de la mano de obra que trabaja en las fábricas del parque industrial Benito Juárez.

La delegación de Carrillo Puerto ahora es un barrio obrero que nada le envidia a las villas argentinas o a las favelas brasileiras. Es un lugar que sufre de las consecuencias de la modernidad tardía, pues aunque en un principio la urbanización de la zona parecía que iba a llevar la prosperidad por la incesante llegada de fábricas, en la actua-

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lidad gran parte de la problemática de Carrillo recae en el desempleo de una buena parte de los jóvenes. Según Don Guillermo, antes de que Carrillo estuviera tan hacinado, el transporte público era muy escaso, pues sólo pasaba unas dos o tres veces al día, por lo que visitar a su novia en Satélite era bastante complicado; la regresada era a pincel, entre pura milpa y perros guardianes de cultivo.

Después de platicar con Don Guillermo, caminamos con su hijo hacia la plaza principal, donde se encuentra el templo, un pequeño quiosco que recuerda a los pueblos de antaño, una plaza, y por supuesto, la delegación. Aquí se reúnen algunos viejos a platicar o simplemente a ver pasar la vida. Este es el caso de Don Cecilio Martínez, quien nos contó que su familia ha vivido por generaciones en este barrio y recuerda que Carrillo estaba habitado por unas 300 o 400 personas, hace bastantes ayeres. A conti-nuación Don Chilo enumera uno a uno los nueve barrios de Carrillo con una fluidez impresionante; Santa Cecilia, San Pedro, San Antonio, Los Carlos, El Llanito, Sagrada Familia, San Juanita, Maravillas, Barrio del Tintero, dice que cada uno tiene a su santo patrono y a todos les hacen su fiesta. Con una confianza más que familiar, nos platica que cuando era niño gustaba de jugar entre los canales de aguas negras que servían para irrigar la zona agrícola, a pesar de eso nunca se enfermó. Incluso en una ocasión llegó a tomar agua de los canales de aguas industriales y que lo único que utilizó de filtro fue su propia camisa y unas piedritas. Las aguas que regaban los cultivos, venían en corriente desde la zona industrial, en el barrio se sembraban hortalizas de lechuga, chile, jitomate y según Don Chilo una de las plantas más sembradas en la zona era la amapola, misma que vendían a las droguerías y farmacias.

El olor a tierra y pavimento mojado comenzaron a impregnar el ambiente, pues una ligera lluvia acompañó nuestro recorrido, sin embargo esta no impidió que pudiera continuar conociendo Carrillo.Casualmente uno de los cantones frente a nosotros, con su miscelánea en la entrada, pertenece a una familia de las más antañas. Desde hace muchos años ellos participan en la f iesta patronal dando de bajonear a la gente, pues cada 29 de septiembre se hace el huateque de San Miguel, pero es a la media noche del veintiocho cuando se oficia la misa y saliendo hay gente que viene a recibirte acá con unos tamales, mientras esperan a que la gente llegue del gallo le tocan las mañanitas

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a la virgen con mariachi. Al otro día hay casas que dan de comer, por ejemplo, en ésta casa —la de la tiendita— vive la familia Aboytes, cuando la señora abre la puerta ya tiene una pinche f ilota de gente esperando; les da un plato de mole con pollo, arroz, tortillas de colores, una hoja de lechuga, un rábano ¡y sobres! a ref inar en sentados en la banqueta con una coca-cola …”.

En eso estábamos cuando la lluvia paró y nos dio chance de seguir. Al continuar hacia la zona poniente, el olor a tierra mojada se hacía más fuerte en el ambiente. Cuando uno se adentra al corazón de Carrillo se pueden ver largas calles sin pavimentar y muchos vecinda-rios familiares que aun guardan el olor a granja. Y es que en Carrillo sucede un fenómeno curioso, pues aunque en la actualidad está relati-vamente cerca del centro, aún tiene un aire campirano, ya que muchos de los antiguos terrenos agrícolas —enormes por cierto— se fueron transformando con la urbanización en zona de vecindarios familiares. Estas son una especie de tripas llenas de casas, que comienzan en una calle y terminan en la siguiente. Algunos son tan grandes que pueden albergar animales de crianza pequeños y medianos. También funcionan como pasadizos para escapar de la “tira” ya que se conectan unas calles con otras, el pedo está en atinarle, si te clavas a uno donde no se puede, pues te metes en pedos o mínimo una madriza o tumbada si te llevas.

En una de esas calles que aún permanece sin pavimentar se encuentra el aserradero. Memo cuenta que el dueño, junto con el de “La Petro-lera” fueron personas que supieron sacar provecho económico de Carrillo, cuando la comunicación con el centro de la ciudad aún era escasa y dif icultosa. Estas personas pudieron hacer algo de dinero con sus productos, pues en aquel entonces eran difíciles de conseguir. La Petrolera, según cuentan, era la única persona en esta zona que vendía petróleo, este se ocupaba para prender las lámparas que iluminaban los hogares.

Durante el recorrido nos encontramos con un par de murales y gra-ff itis interesantes, algunos más elaborados que otros, hechos con pin-cel o spray. Uno de ellos llamó poderosamente mi atención, pues pro-voca un humor agridulce, este mural aparece con letra de molde bien definida y tiene la siguiente frase —palabras más, palabras menos—: “Uno como quiera, pero ¿Y las criaturas?”, y bajo la frase un niño con las

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manos levantadas y una expresión en su rostro difícil de describir.

En Carrillo existen los “calvaritos” o capillas patronales de cada barrio, estas guardan semejanza con la capillas oratorias de Tolimán, que datan de hace varios siglos. Muchas de estas capillas tienen al frente o al costado una pequeña plazoleta, donde se suele hacer la f iesta del santo al que se venera. Fuera del día de f iesta, las capillas permanecen cerradas por el resto del año.

Carrillo es un barrio de barrios al que quiso alcanzar la “moderni-dad” casi de manera imprevista y de golpe, donde el choque entre la vida campirana y agrícola con la vertiginosa vida de la zona industrial y urbana aún no ha terminado de asimilarse, de digerirse, que así como encontramos problemas de drogadicción, de alcohol y descom-posición del núcleo familiar, también hay claros ejemplos de entusiasmo y amor al barrio, como sucede con don Salvador Sánchez, también conocido con “Chava” o “El Güero”, un maratonista de Carrillo que orgulloso nos presume las medallas ganadas en el extranjero con las que posa colgadas al pecho para que Alex tome algunas fotografías.

Este es también el barrio que convive con el tren, que forma parte de la vida cotidiana, pues a pesar de pasar muy a menudo y producir mucho ruido, la gente prácticamente ni lo toma en cuenta. Carrillo el barrio de barrios, el barrio de contrastes, el barrio que quiso ser moderno y no terminó nunca de serlo —o tal vez nunca quiso serlo—, que quedó a medias en esa metamorfosis, o que tal vez sea que simple-mente no ha terminado de cuajar.

Memo dice que:“…A mí la neta me late mi barrio, porque a pesar de que se encuentra muy cerca del

centro sigue teniendo rasgos muy particulares, muy distintos al resto de la ciudad…”

Quedan ustedes invitados a la próxima fiesta de Carroña, el 29 de septiembre del año en curso:

19:00 Horas – Tradicional Topón de Bandas y Baile.22:00 Horas – Tradicional quema de castillo y fuegos pirotécnicos.23:00 Horas - Tradicionales vergazos campales.

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J. Tianguis nocturno en el “nuevo barrio”

de La PraderaAlejandro

Báez

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a puesta del sol está por llegar, en el horizonte el sol comienza a ponerse entre las montañas verdes que han tomado ese color con las lluvias de los últimos días. me encuentro en la colonia “la

pradera”, en el parque ubicado a un costado del anillo vial junípero serra. el olor del cerro va mezclándose con el de la grasa quemada de las garnachas, los tacos, hot-dogs, hamburguesas y los dulces aromas que despiden los puestos de crepas —tan de moda últimamente— los churros, esqui-mos y demás confiterías. los sonidos de banda, cumbias, reg-geaton y demás música que sale de los puestos de discos pira-ta, provoca un caleidoscopio musical propio de cualquier tianguis. a mi paso también encuentro los puestos de elotes, de bisutería, ropa usada —o “la garra” como usualmente se le conoce— y entre otras cosas. el sol ha terminado de ocul-tarse y el tianguis se encuentra listo para cumplir su ruti-na semanal nocturna.

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Para sorpresa de muchos, no nos encontramos en un barrio tradicional de los que tienen sus tianguis nocturnos y se instalan en alguna de sus calles un par de veces por semana, sino en La Pradera; un nuevo fraccionamiento al noreste de la ciudad que empezó a poblarse hace apenas seis años y que en la actualidad tiene aproximadamente siete mil casitas de interés social. En sus habitantes nos encontramos princi-palmente personas de la clase media o media baja, con sueños y reali-dades distantes que queremos alcanzar.

La mayor parte de los habitantes son parejas jóvenes que han llegado con la esperanza de formar una familia, compran su primera casa con la intención de que esta se convierta en un hogar. Este tipo de colo-nias o fraccionamientos son para mí, lo que podría llamar “nuevos barrios”, pues aunque físicamente son muy distintos a los barrios tra-dicionales reproducen muchas de las características del barrio típico. Aquí también existe el mercadito que abastece a la gente de los produc-tos básicos, parques donde la gente encuentra algo de esparcimiento y el tianguis nocturno que es casi una copia idéntica de algunos de los más antiguos de la ciudad.

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Mi formación como historiador da lugar a que mi mente a que comience a buscar el origen de estos “nuevos barrios”, recordando que tienen su origen precisamente en una parte importante de los barrios tradicionales como son las vecindades. Las vecindades son núcleos poblacionales que datan de la época de la colonia y que se caracterizan por estar en un espacio cerrado, una especie de módulo con una entrada común hacia las casas, que compartían el baño y los lavaderos y también una vida comunitaria que no estaba exenta de problemas debido a la estrecha convivencia que el espacio obligaba tener a sus habitantes. Esto aunado a la mala higiene que solía existir en muchas de ellas, llevó al gobierno mexicano a planear su erradicación en la Ciudad de México a mediados del siglo XX, encontrando como alterna-tiva los enormes multifamiliares verticales que se proponían como la más rápida y barata solución a los problemas de las vecindades.

Pero ¿qué tienen que ver las vecindades y los multifamiliares con La Pradera? Bueno, la respuesta la tenemos en el terremoto de 1985, cuando este arrasó con buena parte de los multifamiliares —la panacea propues-ta para sustituir a las vecindades— y al gobierno no le quedó de otra más que admitir el error de construir este tipo de edif icios en una ciu-dad cuyo suelo lacustre impide que se hagan de manera barata y ef i-ciente, además de la mala calidad de los materiales. ¿La solución? crear casas de interés social horizontales, es decir, una casa al lado de otra en lugar de una sobre otra. Este concepto de construcción, aunado a la explosión demográfica y la demanda de vivienda se extendió por todo el país, siendo un éxito —al menos hasta ahora— con grandes proyectos concesionados a particulares como GEO, ICA, ARA, entre otros, que aprovechan al máximo y tratan de sacar provecho de todo cuanto sea posible; pues en terrenos relativamente pequeños construyen una gran cantidad de “casas” en superficies que no sobrepasan los 70m2. Estas viviendas comparten paredes, no tienen techos sólidos, sino las llama-das bovedillas, una especie de techo hueco relleno de vigas y unicel con una pequeña capa de concreto, la tubería es de plástico que se rompe todo el tiempo, interrumpiendo el f lujo constante de agua. Sin embargo, a falta de más esto hace feliz a muchas familias, pues crea la ilusión de contar con un hogar, de tener un patrimonio con el cual puedan garantizar una vivienda digna a sus hijos. Estos son los que

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considero “nuevos barrios” formados por casas uniformes de interés social que reproducen muchas de las cosas y costumbres típicas que tie-nen los barrios tradicionales, ya que puedo observar que lo que hace a un barrio, es la convivencia entre sus vecinos, las costumbres religiosas, relaciones en los pequeños comercios, generaciones de niños que crecen ahí, la pertenencia que generan sus habitantes, entre otras cosas.

Después de esta ref lexión generada por la invitación a hablar sobre “mi barrio”, luego de haber dado un recorrido completo por el tian-guis de La Pradera, acompañado de los tan asediados hot-dogs de “3x25” —pensar también causa hambre— paso a retirarme ante la amenaza de los comerciantes de cerrar sus puestos, quienes terminan de recoger sus chácharas, garnachas, comida e ingredientes sobrantes hacia las 11:30 pm. Conforme uno se aleja del tianguis el olor a gar-nacha va quedando atrás y el del a cerro a tierra mojada, lo sustituye rápidamente. Un estruendo se escucha en el cielo cuando camino rumbo a mi “hogar”, volteo al cielo y me doy cuenta que es un avión. Además puedo observar que sobre La Pradera yace un cielo estrellado difícil de observar dentro de la mancha urbana, y que en este rincón de la llamada Zona Metropolitana, nos encontramos tan lejos y tan cerca de la misma. Casi sin darme cuenta llego a una glorieta llena de vegeta-ción que se encuentra frente al parquecito en el que empecé el recorrido hacia el tianguis nocturno, doblo a la derecha y ahí está la mi querida casa FEO, digo GEO; es que la banda de por acá, ya las rebautizo.

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Para cerrar esta pequeña edición queremos agradecer a los compañeros que colaboraron escribiendo las crónicas que aquí presentamos, especialmente a Susana Ginebra, Elizabeth Acosta, Alejandro Uribe, a Kiril “el Ruso” Kravhenko y a Omar “Shaggy” Carbajal que se encargo del diseño editorial, y a las personas que se tomaron el tiempo para leer y opinar en el sitio web del festival. Sin duda, esto nos alienta a seguir creando espacios de comunicación donde el público en general pueda sostener un diálogo sobre su propia cultura cotidiana, y de esta forma nutrirla para retroalimentar nuestra creatividad.

Por otro lado queremos festejar que este primer ejercicio interdisciplinario ha sido un éxito en varios sentidos, pues a pesar de que el arte urbano en la actualidad suele asociarse más con el diseño, el graffiti y la cultura visual, el hecho de haber incluido elementos narrativos ha significado abrir una arteria más de comunicación con el público que sigue al festival, así como de comenzar a reflexionar sobre nuestros propios espacios desde esta perspectiva y complementándola con las expresiones visuales. La calle habla, no sólo a través de sus artistas y paredes, sino también de las personas que a través de la palabra reinterpretan su vida en la ciudad.

Sin más por el momento. Desde un rincón de la ciudad…

Diógenes Urbanoide Posmoderno(Alias: José Manuel Hernández)

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