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V. LA CARIDAD SIN FRONTERAS, FUENTE Y ALMA DE LA MISIÓN COMO FIDELIDAD AL ESPÍRITU 1. La caridad, fuente y alma de la misión 2. Misión, fidelidad al Espíritu Santo 3. El “espiritualidad” de la evangelización. Espiritualidad misionera Propuestas de estudio y bibliografía * * * 1. La caridad, fuente y alma de la misión La “obediencia” al “mandato” misionero de Jesús es una actitud de fidelidad a Dios Amor, que es fuente de la misión. El mismo mandato misionero expresa ese amor eterno que quiere comunicarse a toda la humanidad. Esta donación de amor por parte de Dios hace posible su cumplimiento por parte nuestra. “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (DCe 1). “El « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado” (DCe 14). Colaborar en la misión, es una consecuencia de la filiación divina participada del mismo Cristo. Quien colabora en la misión, hace efectiva la propia identidad de ser “hijo en el Hijo” (Ef 1,5; GS 22). La misión es parte esencial de la identidad cristiana. No es sólo un concepto o una acción, sino también y principalmente una vivencia, que reclama un estilo de vida, es decir, un “espíritu” o “espiritualidad”. Este estilo de vida se traduce en disponibilidad hacia los planes de Dios. Al saberse amado por Dios, el creyente toma conciencia de ser enviado y asume responsablemente la misión. “La caridad viene de Dios” (1Jn 4,7). Es Dios quien se manifiesta como “Dios Amor” (1Jn 4,8), porque ha enviado a su Hijo para asumir como “consorte” toda la historia humana (cfr. 1Jn 2,2). “Si Dios es Amor, la caridad no puede tener 59

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V. LA CARIDAD SIN FRONTERAS, FUENTE Y ALMA DE LA MISIÓN COMO FIDELIDAD AL ESPÍRITU

1. La caridad, fuente y alma de la misión2. Misión, fidelidad al Espíritu Santo3. El “espiritualidad” de la evangelización. Espiritualidad misioneraPropuestas de estudio y bibliografía

* * *

1. La caridad, fuente y alma de la misión

La “obediencia” al “mandato” misionero de Jesús es una actitud de fidelidad a Dios Amor, que es fuente de la misión. El mismo mandato misionero expresa ese amor eterno que quiere comunicarse a toda la humanidad. Esta donación de amor por parte de Dios hace posible su cumplimiento por parte nuestra. “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (DCe 1). “El « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado” (DCe 14).

Colaborar en la misión, es una consecuencia de la filiación divina participada del mismo Cristo. Quien colabora en la misión, hace efectiva la propia identidad de ser “hijo en el Hijo” (Ef 1,5; GS 22).

La misión es parte esencial de la identidad cristiana. No es sólo un concepto o una acción, sino también y principalmente una vivencia, que reclama un estilo de vida, es decir, un “espíritu” o “espiritualidad”. Este estilo de vida se traduce en disponibilidad hacia los planes de Dios. Al saberse amado por Dios, el creyente toma conciencia de ser enviado y asume responsablemente la misión.

“La caridad viene de Dios” (1Jn 4,7). Es Dios quien se manifiesta como “Dios Amor” (1Jn 4,8), porque ha enviado a su Hijo para asumir como “consorte” toda la historia humana (cfr. 1Jn 2,2). “Si Dios es Amor, la caridad no puede tener fronteras”.1

La misión que realizó Jesús y que encomendó a su Iglesia es una exigencia de la caridad divina. La fuente de la misión es Dios Amor: "Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). Por esto, la experiencia del amor de Dios comporta “llevar la luz de Dios al mundo” (DCe 39).

La fuente de la misión no es directamente sociológica, sino "teológica" en el sentido más profundo. Esta fuente está en Dios Amor. Por esto, a partir del amor de Dios, creemos que “Jesús vino a traer la salvación integral” para toda la humanidad (Enc. Redemptoris Missio 11).

Es una experiencia de fe vivida: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor” (1Jn 4,16). De esta experiencia se pasa a la misión

1 SAN LEÓN MAGNO, Sermón 10 sobre la cuaresma, 3-5: PL 54, 299s.

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concretada en anuncio y testimonio: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo” (1Jn 4,14).

Amor y misión son un binomio irrescindible. De hecho, los textos joánicos de la misión, que Jesús realiza y que transmite a los suyos, se relacionan estrechamente con sus afirmaciones sobre el amor. Jesús invita a entrar en su amor y en el amor del Padre, para comprender y vivir su misma misión: "Como el Padre me ha amado a mí, yo os he amado. Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18). "Tú me has enviado y los has amado como me has amado a mi" (Jn 17,23). "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo" (Jn 20,21).

Precisamente por derivar del amor de Dios, que es Padre de todos, la misión va, pues, más allá de una constatación estadística y de un éxito externo: “La fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (DCe 31). Cada momento en que un cristiano vive de verdad el “Padre nuestro”, las bienaventuranzas y el mandato del amor, se realiza la misión repercutiendo más allá de las fronteras de la fe.

La fe vivida es un conocimiento de Cristo que sintoniza con sus mismas vivencias. Entrar en la lógica del amor incluye aceptar la lógica de la misión. Quien ha sido “tocado” por este amor de Dios, percibe que el proyecto del mismo Dios todavía no se ha cumplido perfectamente. Por esto, cuando uno ha experimentado el amor, se entrega al cumplimiento de los proyectos de Dios Amor sobre la humanidad. Esta era la motivación que dio el concilio Vaticano II: "La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente" (AG 10).

Es la misma urgencia que sentía el apóstol Pablo: "El amor de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Es la urgencia que nace de contemplar el misterio pascual de Cristo, quien “murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,15).

Este es el objetivo “misionero” que propone la encíclica Deus Caritas est: “Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica” (DCe 39). Es la misma línea misionera que presentaba Juan Pablo II en la encíclica Redemptionis Missio: "El amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión, es también el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno" (RMi 60).

Es la caridad, cuya fuente está en Dios Amor y cuya manifestación más explícita aparece en Cristo crucificado, la que puede motivar la misión eclesial, según la afirmación conciliar: "La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que «quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4)… Los miembros de la Iglesia son impulsados para su consecución por la caridad con que aman a Dios, y con la que desean comunicar con todos los hombres en los bienes espirituales propios, tanto de la vida presente como de la venidera" (AG 7). “Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante” (SCa 86).

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2. Misión, fidelidad al Espíritu Santo

La dimensión pneumatológica de la misión (en el contexto de la dimensión trinitaria) ha quedado muy acentuada en los documentos conciliares y postconciliares. La Iglesia recibe la misma misión de Cristo, que deriva del Padre y que se realiza bajo la acción del Espíritu Santo.2

Al relacionar algunos textos joánicos sobre el Espíritu Santo (cfr. Jn 7,38-39; 19,30.34-37; 20,22), con la caridad hacia los demás, la primera encíclica de Benedicto XVI insta a profundizar esta dimensión penumatológica en sentido vivencial: “El Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cfr. Jn 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cfr. Jn 13, 1; 15, 13)” (DCe 19).

La acción del Espíritu Santo en culturas y religiones, va más allá de las estructuras visibles de la Iglesia, mientras, al mismo tiempo, dinamiza esas culturas y religiones hacia la comunidad del resucitado. Es el Espíritu Santo “quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo” (RMi 28).

La “espiritualidad” indica una “vida” o “camino” de acuerdo con la acción del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,25). Es, pues, una actitud de fidelidad (apertura, sintonía) al Espíritu que guió la misión de Jesús (cfr. Lc 4,18; 10,21) y que sigue guiando la misión que Jesús confió a su Iglesia (cfr. Jn 20,21-23; Hech 1,8).

Siendo el Espíritu Santo quien “consagra” y “envía” al Hijo, el apóstol está llamado a discernir y seguir la acción del mismo Espíritu, a ejemplo de Jesús. “El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia” (DCe 19).

La vida misionera es un camino de fidelidad a la acción del Espíritu Santo, que lleva hacia el “desierto” de la contemplación y del sacrificio (cfr. Lc 4,1), para poder dedicarse al anuncio (cfr. Lc 4,4) y a la misión de “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). La fidelidad se concreta en atención a su presencia, apertura a sus luces y sintonía generosa con su acción santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14-16).

Las señales de la acción del Espíritu, según la experiencia de los santos, orientan a la oración, la humildad, la vida oculta y la caridad incondicional, especialmente hacia los más pobres (cfr. Lc 4,1-18). Estas señales tienen la nota de la autenticidad, cuando dejan en el corazón la paz y el “gozo” pascual de compartir la misma vida de Cristo (cfr. Lc 10,21). Es el gozo de las “bienaventuranzas”, que consiste en transformar todas las situaciones (también las dificultades y las pruebas) en una nueva posibilidad de amar y de darse. Nunca son expresiones de agresividad o violencia. Son, más bien, señales que roturan, en cada época, los nuevos campos de evangelización.

2 Cfr. LG 4, 5; DeV; EN 75; RMi III y 87; TMA 44-48; CEC 683-747, 1091-1109.

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Los “carismas” misioneros son dones o gracias especiales concedidas por el Espíritu Santo a instituciones, fundadores, épocas históricas, personas y comunidades, etc. Son dones del mismo Espíritu que guió la misión de Jesús y que sigue guiando la misión apostólica de todos los tiempos.

Por ser dones de “un mismo Espíritu” (Ef 4,4), estos carismas con armónicos y complementarios, postulándose mutuamente en la comunión eclesial. El Espíritu que inspiró los textos sagrados, sigue comunicando sus luces y mociones (espirituales y apostólicas) a toda la Iglesia, a pastores y a fieles creyentes, según la propia vocación y servicio.

Los carismas fundacionales se van convirtiendo en una historia o herencia de gracia, que pide fidelidad dinámica y creativa, siempre en armonía con los inicios y con la actuación eclesial de cada época.

Los carismas son siempre dones que pertenecen a toda la Iglesia, puesto que son "la manifestación del Espíritu para el bien común" (1Cor 12,7). "Están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo" (CEC 799). Son "obra del mismo Espíritu, que los distribuye a cada uno como él quiere" (1Cor 12,11). Así se desarrollan en una evolución homogénea y enriquecedora. La fidelidad a lo esencial del pasado es garantía de acierto para recibir las nuevas gracias del mismo Espíritu.

Quienes presiden la comunidad tienen el encargo de discernir y alentar los mismos carismas (cfr. 1Cor 12-14; Rom 12; cfr. LG 12). “Entre estos dones resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos" (LG 7). El carisma de discernir y alentar es también carisma del Espíritu Santo. Especialmente en el campo misionero, no se puede oponer carisma a institución (cfr. LG 8 y 12).

3. El “espíritu” de la evangelización. Espiritualidad misionera

Las palabra “espíritu” o “espiritualidad” indica una vivencia a modo de "vida según el Espíritu" (cfr. Gal 5,25). En nuestro caso, se trata de querer vivir la misión en sintonía con Cristo y con su fidelidad al Padre y al Espíritu Santo. Se intenta vivir lo que uno es ("apóstol", "misionero") y lo que uno hace ("misión", "evangelización"). Es una actitud que se traduce en relación personal con Cristo, imitación, prolongación, transformación propia, vivencia, disponibilidad, generosidad. Esta realidad constituye la identidad del apóstol. Las dudas sobre la identidad apostólica nacen cuando se absolutiza alguno de estos aspectos, descuidando los demás.

El tema se encuentra esbozado en el decreto conciliar “Ad Gentes”: los misioneros, virtudes, vocación (AG 23-27). La terminología (“espiritualidad misionera”) se usa al destacar una de las finalidades del Dicasterio misionero para la evangelización de los pueblos (AG 29).

El desarrollo de este tema se encuentra en la exhortación apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi (Pablo VI) y en la encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II). Evangelii Nuntiandi describe los temas de: fidelidad al Espíritu, autenticidad, unidad, verdad, celo apostólico, María (EN 74-82). Redemptoris Missio expone y complementa temas

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parecidos: fidelidad al Espíritu, comunión íntima con Cristo, amar a la Iglesia y celo apostólico como Jesús, santidad, en cenáculo con María (RMi 87-92)

La puesta en práctica de la espiritualidad misionera equivale a seguir decididamente el camino de santidad: tomarse en serio el amor de Cristo y el amor a Cristo. Por esto, "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90). La urgencia de evangelizar se realiza prudente y generosamente, sólo cuando se vive esta dinámica como respuesta y compromiso de santidad. La eficacia salvífica de toda accción apostólica incide más allá de la constatación estadística y de las fronteras de la fe.

Si la santidad es “la perfección de la caridad” (LG 40), se puede concluir en línea misionológica que “perfecto es quien piensa en el progreso y en la salvación de todos los hombres, como si se tratase de sí mismo”.3

Las dimensiones de esta espiritualidad, según los contenidos de los documentos magisteriales, se pueden concretar en las siguientes: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, pastoral, antropológica, contemplativa y mariana. En Cristo, el Hijo de Dios, nacido de María por obra del Espíritu Santo, y ahora presente en la Iglesia, se manifiesta el designio salvífico universal del Padre. La misión de Cristo, confiada a la Iglesia, llega a toda la humanidad en sus circunstancias antropológicas, sociológicas y culturales.

En la dimensión contemplativa se concretan todas estas dimensiones, en el sentido de poder "transmitir a los demás" la propia "experiencia de Jesús" (RMi 24). Por esto, "el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91). El encuentro global de hoy con todas las religiones y culturas, reclama misioneros que puedan decir como los Apóstoles: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida, os lo anunciamos" (1Jn 1, 1-3).

Todas estas dimensiones postulan una disponibilidad de apertura generosa a las nuevas gracias de Dios. Los datos básicos de la espiritualidad misionera no se pueden inventar apriorísticamente, sino que deben desprenderse de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde los Apóstoles, especialmente Pedro y Pablo, hasta nuestros días.

La espiritualidad misionera debe afrontarse en un doble sentido: deductivo e inductivo. El sentido deductivo parte de grandes principios teóricos y operativos: naturaleza (¿en qué consiste?), niveles (diversas vocaciones o estados de vida), alcance (vida interior y actitudes apostólicas), aplicaciones (situaciones personales y comunitarias), medios, etc. El sentido inductivo tiene en cuenta las realidades concretas: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, documentos magisteriales, etc. Partir de la realidad completa, significa afrontar la misma realidad tal como es, a la luz del evangelio.

3 EVAGRIO DEL PONTO (¿o San Nilo del Sinaí?): Tratado de la oración: PG 79,1165-1200.

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Las figuras misioneras históricas, que han vivido esta espiritualidad, se han inspirado en la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles. Esta inspiración evangélica original, constatada en los “testigos” de todas las épocas, muestra que la "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cfr. Gal 5,13; Jn 18,32), que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. Es espiritualidad de inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre. Así se armoniza un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de trascendencia y de esperanza.

Sólo una espiritualidad misionera auténtica podrá afrontar con éxito el proceso del discernimiento de las "semillas del Verbo", que Dios ya ha sembrado en todas las culturas y religiones, para llevarlas, siguiendo la acción del Espíritu Santo a "su madurez en Cristo" (RMi 28).

Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) se traducen en "comunión íntima con Cristo" (RMi 88). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Consecuentemente, es fidelidad al ser humano y a toda la humanidad, según el proyecto de Dios en Cristo.4

La espiritualidad misionera puede aplicarse a todos los niveles de la vocación misionera general y específica (ver el cap. III, 3), salvando la peculiaridad de cada una. Los temas más concretos, que se desprenden de los documentos resumidos anteriormente son: relación íntima con Cristo (contemplación y misión), fidelidad al Espíritu Santo, vocación misionera, comunidad (fraternidad) apostólica, las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral, la oración contemplativa como experiencia cristiana de Dios, el sentido y amor de Iglesia misterio-comunión-misión, la figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.

La relación entre contemplación (como encuentro con Dios Amor en Cristo) y la misión (como anuncio y comunicación del misterio de Cristo), es uno de los temas que han quedado más acentuados en Evangelii Nuntiandi (Pablo VI) y en Redemptoris Missio (Juan Pablo II). La sociedad intercultural e interreligiosa de hoy, a nivel global, pide e incluso “exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). Por esto, puede afirmarse que “El misionero es un testigo de la presencia de Dios” (RMi 91).

En el proceso de santidad, como relación-imitación-configuración con Cristo (bajo la acción del Espíritu Santo), hay que destacar, para el apóstol, el tema del “seguimiento” evangélico y “discipulado” (ver capítulo II, 2).

La alegría de ser testigo del “Padre nuestro” (actitud filial contemplativa), de las 4 La actitud de relación personal con Cristo no es subjetivista ni personalista, precisamente porque fundamenta la relación con todos los hermanos, en los que se adivina el rostro y el amor de Cristo. “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (DCe 14).

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bienaventuranzas (reaccionar amando y perdonando) y del mandato del amor (expresando en la propia vida el modo de amar de Jesús), producirá frecuentemente la realidad del “martirio” cristiano, que es inexplicable históricamente sin la perspectiva de la cruz.

El mártir cristiano no muere por una idea, sino por “alguien” (Cristo), que murió previamente por todos y también por él. El martirio es una oblación que se expresa en el perdón y que salva a los mismos perseguidores. “Ahora comienzo a ser discípulo de Cristo... Permitidme ser un imitador de los sufrimientos de mi Dios”.5

La caridad apostólica de los santos, aprendida en el encuentro íntimo con Cristo, sabe afrontar las pruebas e incluso el martirio, sabiendo que la “cruz” es la verdad de la donación total. Con la analogía del granito de trigo, “Jesucristo describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección” (DCe 6). Así se explica la disponibilidad para el sacrificio, donde se manifiesta “el misterio de la cruz” (DCe 10). El camino del sacrificio y del “anonadamiento” de Jesús, “está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz” (RMi 88).

El martirio, como actitud permanente de gastar la vida por y como Cristo, es parte esencial del “discipulado”, como “testimonio” cualificado de una opción fundamental y seria por el Señor resucitado. La cosmovisión cristiana aparece en sentido fenomenológico en los “mártires”, testigos de Cristo, que asume la historia humana para hacer de ella una oblación de amor. El apóstol se inspira en la donación de Cristo muerto en cruz, para mostrar el sentido de la existencia humana como donación a Dios y a los hermanos.

El valor del testimonio lo resaltó el mismo Jesús en el contexto de las bienaventuranzas: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). En el cristiano no se trata sólo de un valor sociológico, sino que es signo portador de gracia y forma parte del anuncio de la Palabra evangélica.

En el ámbito misionero, el decreto conciliar Ad Gentes acentúa la necesidad de presentar el testimonio de la vida nueva conferida por el bautismo: "Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres" (AG 11).

En una sociedad “icónica” (que pide “signos”), el testimonio vivencial tiene

5 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Rom. 5,3-6). Los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II aluden frecuentemente a esta realidad martirial: LG 42; AG 24; DeV 60; EN 76; RMi 42: CEC 2473-2474; VS 89, 92-93; UUS 84; TMA 37; FR 32; Bula IM 13; Ecclesia in Europa 13. Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Martirio: Itinerario de la Iglesia misionera (México, OMPE, 2002); Idem, La fuerza de la debilidad (Madrid, BAC, 1993) cap. VI; P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1175-1189; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio: Misiones Extranjeras n.127 (1992) 5-15.

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características de especial urgencia: "l hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado contra la palabras... el hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen" (EN 42). Por esto, "el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana... el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (EN 41).

Todas estas actitudes “espirituales”, de fidelidad al Espíritu y de sintonía con Cristo, según los planes salvíficos del Padre, son posibles bajo la acción de la gracia. “Sé en quién he puesto mi confianza” (2Tim 1,12).

La Iglesia misionera y el apóstol en particular, viven esta espiritualidad en una dimensión mariana que le es connatural. María es figura (personificación, “Tipo”) de la Iglesia en toda su actitud de recibir al Verbo y transmitir el Verbo a toda la humanidad. La espiritualidad misionera de la Iglesia es, pues, eminentemente mariana. Por esto, “la Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG 65; cfr. RMi 92).6

Propuestas de estudio y bibliografía:

1ª) Espiritualidad misionera específica

La espiritualidad cristiana, por el hecho de ser “vida” en el Espíritu Santo (Gal 5,25), es espiritualidad relacionada con la “misión” del mismo Espíritu (Lc 4,18; Jn 20,21-23), Es, pues, espiritualidad misionera de todo cristiano en cuanto “apóstol”. Puede ser espiritualidad misionera general (de todo apóstol), peculiar (según la vocación laical, religiosa, sacerdotal) y específica (del misionero “ad gentes”, que se dedica de por vida a esta misión). Si existe una vocación misionera específica (cfr. cap.III, 3), existe también el modo o “espíritu” de vivir esta vocación. Los documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera específica (especialmente AG, EN, RMi) indican algunas pistas para describir esta espiritualidad:

El decreto conciliar Ad Gentes describe las virtudes del misionero (AG 23-24) e insta a adquirir una formación espiritual (AG 25). Invita a vivir una "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que los apóstoles sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

La exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi presenta un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80): fidelidad a la vocación (EN 74), fidelidad al Espíritu

6 Ver en las propuestas de estudio el aspecto mariano de la misión. También en el cap. VII, 4.

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Santo (EN 75), autenticidad y testimonio (EN 76), unidad y fraternidad (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), caridad apostólica (EN 79-80).

La encíclica Redemptoris Missio subraya que "la actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (RMi 87). Se destacan algunos temas: la "plena docilidad al Espíritu" (RMi 87), "la comunión íntima con Cristo" (RMi 88), la "caridad apostólica" concretada en "amor a la Iglesia" (RMi 89), “la llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad" (RMi 90). La contemplación es la fuente inspiradora de la misión (RMi 91). El misionero está llamado a imitar el “amor materno” de María (RMi 92).

2ª) Testimonio, renovación eclesial y misión.

El decreto conciliar Ad Gentes, la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi y la encíclica Redemptoris Missio señalan la relación entre el anuncio y el testimonio: AG 11-12; EN 21, 26, 41,76; RMi 42-43. Ver también el Catecismo de la Iglesia Católica: CEC 642-643, 995, 1303, 2044-2046, 2471-2474. Evangelii Nuntiandi los relaciona con la experiencia de Dios: "Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación... el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

Importancia del testimonio en la sociedad actual, según Gaudium et Spes: Además del testimonio de la vida de radicalismo evangélico (GS 30), hace referencia a los "múltiples testimonios de nuestra época" (GS 41) especialmente en la fidelidad de la vida matrimonial (GS 49), al testimonio de los cristianos en la vida política y social (GS 76), al testimonio de pobreza y caridad, puesto que "el espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo" (GS 88; cfr. LG 35).

En el inicio del tercer milenio, la carta apostólica Novo Millennio Ineunte habla del testimonio como fruto de la contemplación: "Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro" (NMi 16). El anuncio explícito de Cristo incide con eficacia "mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (NMi 29). La vertiente ético-social (justicia, paz, cultura) es "una dimensión imprescindible del testimonio cristiano" (NMi 52). En el diálogo ecuménico e interreligioso, estamos invitados a ofrecer "el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros (cfr. 1 Pe 3,15)" (NMi 56).

La exhortación postsinodal Christi Fideles Laici invita a los laicos a una coherencia con su realidad de inserción en las estructuras humanas como fermento evangélico. De este modo, "manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad" (ChL 15; cfr. n.17). Ver el tema del laicado en relación con su testimonio peculiar en: LG 30-38; AA (todo el decreto); GS 38, 43; AG 2, 6, 13, 21, 41; EN 70-75; ChL 7-8, 64; RMi 71-74; CEC 897-913; CIC 224-231.

En la vida sacerdotal, el testimonio indica el ser signo del Buen Pastor. La exhortación apostólica Pastores dabo vobis subraya la importancia de "un testimonio concreto y

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gozoso, capaz de suscitar interrogantes y conducir a decisiones incluso definitivas" (PDV 39). Es “un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual" (PDV 11). Ver otros documentos sobre el testimonio sacerdotal: LG 28; PO 10; AG 39; EN 68; RMi 67. Sobre el testimonio de los obispos: PG 2. 9, 11, 25-26, 31, 71.

La vida consagrada ocupa un puesto peculiar en el testimonio evangelizador, como “visibilidad” de “los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente... en medio del mundo" (VC 1; cfr. 25, 57, 33, 35, 37, 51, 60, 72, 76, 84, 85, 102). Ver otros documentos en relación con la misión: LG, cap. VI; PC 3, 6; AG 40, EN 69, RMi 69-70; VC 1, 22, 47-48, 77; Iglesia en Europa 37-40; Caminar desde Cristo 33-46.

Las exhortaciones apostólicas postsinodales continentales han señalado la peculiaridad del testimonio evangélico en cada Continente, especialmente en vistas a la evangelización: Ecclesia in Africa (1995), Ecclesia in America (1999), Ecclesia in Asia (1999), Ecclesia in Oceania (2001), Ecclesia in Europa (2003).

La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa recuerda la necesidad actual del testimonio como "condición esencial en vistas a una eficacia real de la predicación" (EAf 21; cfr. nn. 22, 44, 54-55, 65, 77. La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America (EAm) indica las líneas de la caridad y la solidaridad (cfr. EAm 52-55), así como de comunión y reconciliación(EAm 26, 30, 32, 68-69).

La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia hace hincapié acentúa en el testimonio el presentar una experiencia peculiar de Dios por medio de una búsqueda contemplativa, sin olvidar "las obras de caridad y solidaridad humana" (EAs 9; cfr. nn..20, 25, 44. “La Iglesia sabe que el testimonio silencioso de vida sigue siendo hoy el único modo de proclamar el reino de Dios en muchos lugares de Asia, donde la proclamación explícita está prohibida y no existe, o es muy reducida, la libertad religiosa. La Iglesia vive este tipo de testimonio de modo consciente, considerándolo su manera de «llevar su cruz» (cfr. Lc 9, 23)" (EAs 23).

La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania invita a todos los agentes de la evangelización a dar un testimonio coherente y de comunión eclesial (EO 19), indicando la necesidad actual de este testimonio en el campo de la educación y por una vida de caridad auténtica (EO 29, 32-33, 36, 42), también y especialmente por medio de los laicos (EO 43, 48).

En la exhortación postsinodal Ecclesia in Europa se insta a trasparentar el rostro de Cristo, a imitación de los mártires y santos del pasado: "El rostro Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz, corroborado por un testimonio coherente" (EEu 3; cfr. nn.13-14). Ver también EEu 20, 41, 49, 54, 84. "Europa reclama evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio" (EEu 49).7

7 Cfr. J. ESQUERDA BIFET, El testimonio cristiano para hacer madurar las semillas del Verbo: Studia Missionalia, 53 (2004) 245-274; S. PIÉ -NINOT, Hacia una eclesiología fundamental basada en le testimonio: Rev. Catalana de Teologia 9 (1984) 401-461; J.O. TUÑÍ, Testimonio, en: Diccionario Teológico de la Vida Consagrada (Madrid, Pub. Claretianas 1989) 1722-1737.

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3ª) Contemplación cristiana y no cristiana

El concepto de “contemplación” está relacionado con el de “visión” (cfr. 1Jn 1,1ss). en toda experiencia contemplativa (también de otras religiones) se intenta “experimentar” a Dios o la trascendencia. Es la misma oración como relación que busca una mayor unión (ver la dimensión contemplativa de la espiritualidad en el presente capítulo V, 3).

La experiencia cristiana de Dios, como actitud contemplativa, se apoya en las mismas actitudes de humildad (por la contingencia de la criatura) y de confianza (por la bondad de Dios), pero por ser experiencia de encuentro con Cristo (Dios hecho hombre), da el salto hacia Dios Amor. La experiencia de “silencio” o, a veces, de “ausencia”, que se refleja en toda experiencia contemplativa, se resuelve en el cristianismo como experiencia de encuentro con Cristo, que es la “Palabra” (el Verbo encarnado) y el “Emmanuel” (Dios con nosotros). Dice San Juan de la Cruz: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma" (Avisos, Puntos de amor, n.21). "Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche" (Poesía, 2).

Es, pues, una experiencia de adoración, admiración y silencio de donación, en unión con Cristo, que ora en nosotros. Es siempre infinitamente más allá de toda experiencia contemplativa, por ser un don especial de Dios Amor en Cristo. “A Dios nadie le vio jamás; el Hijo único que es Dios, y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Es una experiencia (don de Dios Amor) que no destruye otras experiencias, sino que las lleva a cumplimiento, puesto que llega a tocar el corazón de quienes buscan sinceramente a Dios.

La novedad cristiana no estriba en metodologías y elementos culturales (que son válidos y comunes a toda religión), sino en la novedad de la Encarnación redentora (cfr. Jn 3,16). “La oración cristiana... se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios. La oración cristiana expresa, pues, la comunión de las criaturas redimidas con la vida íntima de las Personas trinitarias... En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá siempre tener presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de Dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana" (Congregación para la doctrina de la fe) Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana (Lib. Edit. Vaticana, 15 de octubre de 1989), n.3.

En la situación actual de globalización cultural y religiosa, la posibilidad de presentar la peculiar experiencia cristiana de Dios (y, por tanto, la peculiaridad de la fe cristiana), puede ser el mayo desafío y reto que ha tenido la Iglesia durante su historia. Por esto decía Juan Pablo II: "El futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91).8

8 Resumo los contenidos del tema, con bibliografía, en: Hemos visto su estrella (Madrid, BAC, 1996), cap. VIII-IX. Ver también: B. JIMÉNEZ DUQUE, Encuentro con Dios. Reflexiones acerca de la oración y mística cristianas (Avila, Tau, 1981); J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios y formación vocacional (Madrid, BAC, 2004); W. JOHNSTON, Teología mística, la ciencia del amor (Barcelona, Herder, 1997); J.M. VELASCO, El fenómeno místico en las religiones y en el cristianismo (Madrid, San Pablo, 1995). Ver

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4ª) Espiritualidad mariana del apóstol

Pistas para la espiritualidad mariana del apóstol: Su modo de conocer, amar, imitar, celebrar (el misterio de Cristo nacido de María y que asocia a María), se concreta en las “actitudes interiores” y comprometidas de María: fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo, contemplación, asociación o pertenencia esponsal a Cristo... María en el camino de la fe (Lc 1,45; 2,11), de la vocación (Lc 1,26ss), de la contemplación (Lc 2,19.51), de la perfección (Lc 1,38), de la comunión (Hech 1,14), de la misión (Jn 19,25-27; Apoc 12,1). Ver el cap. VII, 4ª propuesta de estudio.

Es una actitud que incluye, a ejemplo de María, fidelidad a la Palabra y al Espíritu, según el proyecto salvífico del Padre, apertura contemplativa del corazón y “asociación” a Cristo en su acción salvífica y redentora (“la mujer”: Jn 2,4; 19,26), donación sacrificial a la misión, tensión escatológica hacia la glorificación final de toda la humanidad (cfr. Apo 12,1; 21-22).9

5ª) Santidad y misión. Comparar el ejemplo y enseñanza de los santos:

Para San Francisco Javier, el amor era la clave de la misión: “¡Qué descanso vivir muriendo cada día, por ir contra nuestro propio querer, buscando no los propios intereses, sino los de Jesucristo”.10

A San Francisco de Asís le movía el constatar que “el Amor no es amado”. De él afirma San Buenaventura: “El celo por la salvación de los hermanos, que procede del horno de la caridad, de tal modo penetró como espada aguda y llameante en el corazón de Francisco, que parecía estar todo él inflamado por el ardor y deseo de salvar almas… No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las almas que por él han sido redimidas”.11

El impulso misionero de San Daniel Comboni sólo es explicable a la luz del costado abierto de Cristo: "La caridad encendida con fuerza divina en la colina del Gólgota, ha

más abajo la 6ª propuesta de estudio (sobre el “Padre nuestro”).

9 Cfr. LG 58, 65; AG 4; EN 82; RMi 92; DCe 41-42. Sobre la espiritualidad mariana del apóstol: B. CUEVA, Al Hijo por la Madre, espiritualidad mariana (Madrid, PPC, 1986); St. DE FIORES, Spiritualità (mariana), en: Maria, Novissimo Dizionario, (Bologna, EDB, 2006) vol.2, pp.1532-1584; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1994); T. GOFFI, Espiritualidad, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas, 1988) 661-679; A. ROYO, La Virgen María. Teología y espiritualidad mariana (Madrid, BAC, 1997). Ver el cap. VII, 4, 4ª propuesta de estudio (con bibliografía sobre María en la misión de la Iglesia).

10 Carta, 30 noviembre 1542.

11 Leyenda minor 3,8.

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brotado del costado del Crucificado, para abrazar a toda la familia humana".12

Para Santa Teresa de Lisieux, la identidad vocacional misionera consistía en el amor: "La caridad me do la clave de mi vocación... Comprendí que la Iglesia tenía corazón... Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones... Por fin he hallado mi vocación. ¡Mi vocación es el amor!... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!".13

6ª) La misión como actitud filial y fraterna del “Padre nuestro” y de las bienaventuranzas, en unión con Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo:

La novedad cristiana de la filiación divina participada es un don de Dios Amor: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1Jn 3,1).

En la revelación cristiana, así se muestra Dios como Amor: “Dios es Amor... En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8-9).

Somos hijos en el Hijo: “Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Ef 1,5-6; cfr. GS 22: “hijos en el Hijo”).

Es el don del Espíritu de amor, vida nueva y objetivo de la venida del Hijo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4,4-6). “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,14-16).

Es participación y expresión de la actitud filial de Cristo presente en el cristiano, como resumen de las bienaventuranzas: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial... sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,44-48). “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34).

La eficacia del amor vivido como hijos de un mismo Padre y hermanos de una misma familia: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 15,35). “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado” (Jn 17,23).

El objetivo de la misión: “Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: «Padre nuestro»” (AG 7).14

12 "Plan" o proyecto de S. Daniel Comboni, sobre le evangelización de Africa.

13 Autobiografía, cap. IX.

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Ver otros datos misionológicos en el índice de materias (vocabulario básico).

14 Cfr. H.U. Von BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe (Salamanca, Sígueme, 1971); M. LEBRUS, El Padrenuestro, oración evangélica (Madrid, San Pablo, 2004); F.M. LÓPEZ MELÚS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Salamanca, Sígueme, 1988); J.A. MAYORAL, Tras las huellas de Dios Padre (Madrid, BAC, 1999); S. SABUGAL, Abbà... La oración del Señor (Madrid, BAC, 1985).

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