corrientes de pensamiento científico, siglos xix y xx

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Instituto Euskal-Echea – Polimodal de Humanidades y Ciencias Sociales Proyecto y Metodología de la Investigación INSTITUTO EUSKAL-ECHEA Polimodal de Humanidades y Ciencias Sociales Proyecto y Metodología de la Investigación Prof. Lic. Nora V. Iglesias CIENCIAS SOCIALES Conceptos básicos Evolución histórica Apunte II 2009 Alumno: ................................................. ............. Curso: ............. LAS CIENCIAS SOCIALES INTRODUCCIÓN 1

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Apunte para metodología de la investigación científica.

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Instituto Euskal-Echea – Polimodal de Humanidades y Ciencias SocialesProyecto y Metodología de la Investigación

INSTITUTO EUSKAL-ECHEA

Polimodal de Humanidades y Ciencias Sociales

Proyecto y Metodología de la InvestigaciónProf. Lic. Nora V. Iglesias

CIENCIAS SOCIALES

Conceptos básicos

Evolución histórica

Apunte II

2009

Alumno: ..............................................................Curso: .............

LAS CIENCIAS SOCIALES

INTRODUCCIÓN

Ciencia y Ciencias Sociales

Las ciencias sociales son un conjunto de disciplinas que estudian fenómenos relacionados con el ser humano, en tanto ser social. Hablamos de las ciencias sociales, en plural, pues, en realidad, nos encontramos con

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un conjunto de disciplinas que recortan distintos aspectos del mismo objeto de estudio: la Historia, la Geografía, la Economía, las Ciencias de la Educación, la Ciencia Política, la Sociología, la Lingüística, la Psicología Social, la Antropología, cada una con su propio modo de demostración, su propia manera de concebirse como ciencia.

En tanto ciencias, las ciencias sociales son también saberes sistemáticos, racionales, ordenados, transmisibles, que pretenden alcanzar la verdad, empleando un método y un vocabulario específicos.

Todas las ciencias sociales que mencionamos anteriormente intentan: explicar, a partir de un análisis multicausal, aspectos de una realidad

social presente o pasada; comprender las acciones y conflictos de los hombres en sociedad o de

los grupos humanos; aportar elementos de acción que permitan incidir en la realidad

presente, con vistas al futuro; alcanzar conceptualizaciones debidamente fundadas en teorías y

métodos científicos.

¿Qué significa que el objeto de estudio de las Ciencias Sociales es la realidad social?

La humanidad cambia, se desarrolla, retrocede, crece, decrece... podemos decir que desde la Revolución Industrial cada generación vive una realidad que no es la misma que la anterior. Estamos en una época de cambios acelerados y, de tan rápidos, llegan a producirse revoluciones muy profundas en la forma de vida de la gente. Hoy estamos en medio de una progresiva revolución informática que afecta proporcionalmente a más personas a medida que avanzan los días, ya no años.

La realidad social que vivimos hoy es distinta a la que vivieron nuestros padres. Hoy las preocupaciones y problemas a resolver, si bien siempre tienen la misma base, son diferentes y tienen una óptica que nunca antes han tenido. Por ello es que decimos que cada generación tiene preguntas al pasado muy distintas a la generación precedente. Cada

generación busca cosas diferentes en el pasado y por ello debe construir “su” historia buscando respuestas a los interrogantes que se realicen; tales interrogantes surgen de los problemas y vivencias del momento.

El problema se complica cuando, a partir de la sistematización de las ciencias, se produce una gran “avalancha” de descubrimientos y nuevos conocimientos elaborados por diferentes ciencias. Conocimientos que en sus comienzos estaban completamente desconectados unos de otros, parcializados. Esta forma de conocer hoy no es suficiente para poder encontrar respuestas a los problemas sociales.

Conociendo la historia, nos conocemos a nosotros mismos y reconocemos a otras culturas y sociedades. Podemos saber el por qué de los problemas y así iniciar acciones para construir una realidad social más justa en el futuro. Cuando una nación se reconoce, sabe quién es y qué quiere; así podrá establecer líneas de acción hacia un proyecto de vida que tenga sentido, pero lo tendrá si ese futuro es construido por los agentes sociales con conciencia de que son ellos los que lo construyen.

Por otra parte, si partimos de la idea de que espacio es un conjunto indisoluble de:

…para estudiar el espacio, la geografía se debe nutrir de una conceptualización proveniente de otras ciencias (historia, sociología, antropología, economía, psicología social) ya que, para lograr una explicación coherente y que abarque todas las variables, es necesario trabajar multidisciplinariamente atendiendo a la multicausalidad y multiperspectividad.

En resumen, es necesario tener presente que la compleja realidad social actual se debe estudiar multidisciplinariamente. La interdisciplinariedad abarca la especificidad. Se debe trabajar en conjunto, varias personas con diferentes especializaciones. Lógicamente,

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cada uno debe tener en cuenta aspectos fundamentales de las otras ciencias para poder asimilar los aportes disciplinarios provenientes de diversos orígenes del saber. Es de tener en cuenta que la especificidad sólo se logra cuando una persona accede a niveles superiores de conocimiento.

También es lógico establecer pautas de formación continua en todas las personas: la educación nunca termina en una vida. Por ejemplo: ya no es posible seguir estudiando geografía sin trabajar con Internet. Los espacios virtuales son una realidad y hoy se puede viajar de un continente a otro en cuestión de segundos... el concepto de espacio, tiempo y distancia han cambiado y la formación del conocimiento geográfico es distinta.

Por otro lado, se nos dice que se debe tender a conocer necesaria y útilmente a la realidad social... Cuidado. Ideológicamente huele al utilitarismo norteamericano del siglo XIX y sus seguidores en el siglo XX en cuanto a que estudiaremos sólo lo que es útil. ¿Útil para quién?, si algo es útil... ¿por qué lo es? Lo que se logrará, si se impone tal idea, es que se parcialice todo el conocimiento estudiando sólo las partes útiles a los organismos que detentan el poder social evitando todo tipo de cambio, reforma, modificación y/o revolución en las formas de organización política, económica y social.

Es aquí donde se hace necesario aclarar que la realidad social se construye a partir de la vida diaria. Es comprender todos los fenómenos sociales que incluyen tanto los problemas de las sociedades en sus espacios, como los de las actividades humanas y la organización social en el tiempo (actual, pasado y proyección futura).

El problema es hacer tomar conciencia a las personas de que son ellas las que construyen la realidad social con su obrar de todos los días. Pero la formación de la conciencia proviene de la sociedad, y de una sociedad que pregona la parcialización y el inmovilismo, el aislamiento y el individualismo. Cuando a la gente se le pregunta... ¿quién tiene el poder?, todos contestan que el poder lo tiene el gobierno. Esta idea es la que debe cambiar.

¿Cómo hacer para que las personas tomen conciencia de que son ellas las que tienen el poder, que son ellas las que construyen día a día la realidad social? Los estudios sociales son los que deben guiar a la toma de conciencia de que es el pueblo el que construye la realidad social. Es analizar las diversas alternativas de solución a los problemas sociales; es reconocer las diversas formas de organización política y socio-económica que existieron en otros pueblos y realidades y construir otras nuevas de acuerdo a las ideas y recursos existentes delineando un futuro consensuado por todos.

Para finalizar, recordaremos muy brevemente el concepto de sociedad: conjunto de relaciones establecidas entre los seres humanos entre sí para satisfacer sus necesidades básicas. Deciden vivir juntos, dividir y organizar el trabajo, conservar la memoria y su transmisión a las nuevas generaciones. Establecen normas y leyes y expresan su visión del mundo a través de sus expresiones de vida (actitudes, valores, arte, etc.). 

Relación entre el pensamiento científico y su contexto de surgimiento

¿A partir de qué momento podemos comenzar a hablar de ciencias sociales en sentido estricto?

Antes de comenzar a hablar de ese tema, es importante aclarar que debe tenerse en cuenta, para todo momento histórico, la íntima relación existente entre el pensamiento científico y su contexto de surgimiento.

El investigador es inseparable del medio en que se desenvuelve, tanto por ser partícipe de los valores, costumbres y tradiciones de la cultura que comparte con el resto de su sociedad, como por el manejo del bagaje científico previo de su propia comunidad científica; es parte integrante de un paradigma como individuo socializado en una determinada cultura y como científico.

En líneas generales, podemos convenir que, siendo el científico parte inseparable de su sociedad, la complejidad de sus elaboraciones estará directamente relacionada con la calidad de los problemas y enigmas que

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le presente la vida cotidiana. Por lo tanto, podremos comenzar a referirnos a las distintas disciplinas sociales como teoría científica, a partir de que sus producciones hayan alcanzado su madurez en la constelación de conceptos, definiciones y proposiciones que liguen unas con otras, en función de atender los "problemas-enigmas" de sociedades complejas.

Organizaciones sociales complejas requerirán, para su comprensión, de cuerpos teóricos complejos; y sólo la existencia de teorías que contemplen un conjunto amplio de variables, las interconecten y demuestren un cierto grado de coherencia, nos permitirá contestar esas preguntas.

Para completar esta aproximación a las ciencias sociales contemporáneas, debemos considerar dos cuestiones, entrecruzadas, que conviene desglosar. Por una parte, una cuestión a la que ya hicimos referencia es la que se refiere a la existencia de distintas "corrientes de interpretación", que asimilaremos (a título precario) al concepto de paradigmas. (Cuando más adelante nos ocupemos de la situación actual de las ciencias sociales, veremos la existencia contemporánea de paradigmas o corrientes de interpretación alternativas o incluso competitivas). La segunda cuestión es qué ciencias integran las llamadas “ciencias sociales”.

Surgimiento de las ciencias sociales

Ubicar un punto de partida para la reflexión social, cualquiera que sea, significa dejar atrás un cúmulo de pensadores que, pese a su antigüedad, legaron al presente conceptos y observaciones que no perdieran su vigencia.

¿Comenzar con el pensamiento prefilosófico egipcio o mesopotámico? ¿Rescatar de la Biblia los fundamentos de la existencia humana o las observaciones y normativas para la vida en sociedad? ¿Cómo no considerar los fundamentos filosóficos hindúes o chinos? ¿Se podría dejar

sin un lugar preferencial al pensamiento griego, con su reflexión acerca de las ciudades-estado, Platón y Aristóteles?

Debemos entonces fijar criterios para establecer puntos de partida.En primer lugar hay que considerar que, sólo a finales del siglo XIX y

durante el siglo XX, la producción en ciencias sociales alcanza un volumen notable, e intenta la aplicación de cuerpos teóricos complejos. En segundo lugar, es oportuno considerar la posibilidad de universalización de las conclusiones a las que se arribó.

Si bien tradicionalmente se fija la aparición de los escritos de Saint-Simon o de Comte como punto de partida de modelos de análisis complejos, consideramos que el surgimiento de la sociología clásica, con Marx, Durkheim y Weber, marca la maduración de las ciencias sociales que permite fijar un punto de arranque.

Si miramos retrospectivamente la evolución de las ciencias sociales, nos encontramos con que su historia, si bien reciente, es un arduo proceso de selección de su objeto de estudio. Desde las perspectivas englobadoras que veían a la sociedad como un todo indiferenciado, hasta los análisis pormenorizados acerca de aspectos cada vez más puntuales de las complejas relaciones sociopolíticas de la sociedad moderna, las ciencias sociales fueron abriendo un abanico de disciplinas.

El contexto histórico de aparición de las ciencias sociales

En la segunda mitad del siglo XVIII, el mundo conocido no había sufrido los cambios espectaculares que comenzarían a verificarse a lo largo de la centuria siguiente. Europa continuaba siendo predominantemente rural y sólo dos ciudades superaban el medio millón de habitantes: París y Londres. Las monarquías absolutas constituían la forma más difundida de gobierno, a excepción de Gran Bretaña. El colonialismo era la forma aceptada por la que Europa se hacía presente en todo el mundo.

Sin embargo, en este período comienzan a gestarse los símbolos de un profundo cambio, una transformación revolucionaria del patrón

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tecnológico-productivo y la conformación de un paradigma de pensamiento sociopolítico que acompañó dichos cambios.

Durante los siglos XVIII y XIX se verificó el desarrollo teórico de nuevos conceptos en campos tales como el de la química, la metalurgia, la mecánica, la electricidad y la experimentación con máquinas de todo tipo. Esto dio lugar a un cambio en las pautas culturales de aquellas sociedades que alcanzaban la industrialización y en aquellas que por vía comercial se encontraban en oportunidad de ser consumidoras.

La investigación científica dejó de ser una actividad marginal, reservada a la curiosidad de los intrépidos, para convertirse en una profesión alentada por los responsables de la producción. El mismo desarrollo de las ciencias brindó la oportunidad para un rápido pasaje de la teoría a la aplicación técnica. A su vez, la industria, cada vez más compleja y sofisticada, comenzó a requerir de la ciencia soluciones específicas para nuevos problemas tecnológicos, generando un desarrollo ininterrumpido.

Durante el siglo XIX, con diferentes ritmos de acuerdo con el país o la región a la que afectaban, los procesos surgidos de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa contribuyeron a promover cambios profundos en las sociedades europeas y en el mundo en general. En un nivel de generalización alto, es posible admitir que, en las últimas décadas de ese siglo, se produjo una nueva fase de la industrialización y, en otro plano, que tuvo lugar la incorporación de las masas a la vida política, asentada en la ampliación del derecho al voto. La política se volvió así masiva y democrática, al menos en alguno de los sentidos que se le pueden otorgar a este último término.

Simultáneamente, el Estado avanzaba sobre la sociedad. Ese movimiento incluía la intención de hacer de la nación un agrupamiento reconocido por todos los que a partir de ese momento adquirían la condición de ciudadanos; la escuela primaria fue una herramienta importante en ese proceso. En su artículo “Enseñanza primaria y cultura popular en Francia durante la Tercera República”, el historiador francés Pierre Vilar señala, en alusión a ese período, que hacia 1914 “la conciencia nacional (francesa) admite una medición casi estadística en la

universalidad del comportamiento (ante la Primera Guerra Mundial); en esa fecha la escuela ‘hizo la nación’”. En algún sentido, todo este proceso apuntaba a la construcción de la nación.

También se sancionaban algunas leyes que, de manera muy incipiente, dieron comienzo a la legislación laboral. Este fenómeno es otro indicio de la intención del Estado de integrar a grandes grupos humanos. Todo este conjunto de procesos políticos y sociales hizo que, según la expresión de un historiador francés, las masas rurales, pasaran de “campesinos a franceses”.

A su vez, la consolidación del capitalismo y la ampliación de las actividades financieras y comerciales creaban categorías laborales novedosas. Por su parte, las nuevas acciones que emprendía el Estado hacían de él una estructura cada vez más vasta, que multiplicaba y acrecentaba sus organismos administrativos y burocráticos, se tratara de la policía, los carteros, los oficinistas, los maestros...

Es decir, hacia finales del siglo XIX, el panorama incluía: Imperialismo Nacionalismo Democratización creciente Abolición de la esclavitud Extinción de la sumisión feudal Protagonismo del movimiento obrero

Entre 1850 y el fin de la Gran Guerra, las transformaciones de la sociedad se aceleran vertiginosamente, y los reclamos sobre el Estado acentúan el carácter conflictivo de las relaciones económicas y sociales. Antiguas corrientes de pensamiento sociopolítico parecen no tener respuestas adecuadas. Los paradigmas se transforman, se actualizan. Surgen nuevas interpretaciones acerca de la sociedad y del Estado. En ese proceso ocurrido en las últimas décadas del siglo XIX europeo –aunque los fenómenos mencionados también tuvieron lugar en otras regiones, durante el cual las sociedades capitalistas se tornaron más complejas, al mismo tiempo que se ampliaba el aparato estatal y Europa emprendía una expansión imperialista, sucedieron una serie de

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transformaciones decisivas para las disciplinas que hoy suelen llamarse ciencias sociales. Este proceso permitió que pudieran organizarse cuerpos teóricos lo suficientemente abarcativos de un conjunto amplio de variables, y capaces de formular interpretaciones que significaron un punto de maduración de las mismas. Estas transformaciones se relacionan con el desarrollo previo de las ciencias dentro de un contexto en el que habían comenzado a predominar el uso de la razón, como instrumento apto para el conocimiento, y la utilización de la experimentación para corroborar o corregir las hipótesis formuladas mediante la observación. El procedimiento así utilizado por las ciencias físicas desembocaba en la formulación de leyes que suponían un cumplimiento universal de las características por ellas descriptas.

Para las ciencias sociales, la situación presentaba matices, sobre todo si se atiende a la estructura universitaria, que era el escenario de una lucha permanente por el reconocimiento intelectual de la disciplina, por el manejo de las instituciones de investigación y por la obtención de cargos y de medios para trabajar. De todos modos, la ampliación y diversificación de las áreas en las que actuaba el Estado ofrecía también posibilidades: geógrafos que trabajaban para empresas de transporte o para los servicios civiles de los ejércitos; economistas funcionarios del Estado; antropólogos que organizaban museos, etc.

La consolidación profesional –intensa o apenas iniciada, de acuerdo con la disciplina en cuestión- no anulaba las diferencias metodológicas, teóricas o ideológicas existentes entre grupos e individuos. A pesar de ejercer la misma profesión, había historiadores, economistas y antropólogos cuya matriz era positivista –quizá la posición dominante hacia fines del siglo XIX-, otros cercanos al idealismo, así como también había marxistas, etc.

Los problemas de las ciencias sociales se planteaban y su organización en campos profesionales se vinculaba con procesos sociales y políticos amplios. La aspiración del Estado de fortalecer el sentimiento nacional entre los grupos populares encontró en la escuela un instrumento. Al mismo tiempo, una fuerte convicción, que atravesaba ideologías diversas, señalaba la importancia que tenía el estudio del pasado de una

comunidad nacional. Se pensaba que en el pasado se hallaban las razones que explicaban y legitimaban el Estado efectivamente existente. Entonces, no sólo se enseñó Historia en las escuelas, sino que los estados impusieron una serie de rituales en los que se honraba a la patria y a su pasado.

De manera que la presencia estatal en la vida de esta disciplina que se hacía profesional –la Historia- era múltiple: el Estado poseía el monopolio de la habilitación para trabajar como profesor o investigador rentado, fundaba museos, dotaba de recursos a las universidades y a los equipos de investigación, recuperaba archivos, creaba cargos en el sistema de enseñanza. Y coincidía con los historiadores en la importancia del problema del pasado de la nación.

La segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX fueron el escenario en donde se gestaron las corrientes de pensamiento clásicas en ciencias sociales. Como paradigmas competitivos, surgidos de la propia cultura europea, el marxismo y el liberalismo tomaron aspectos materialistas e idealistas presentes con anterioridad y los tradujeron en interpretaciones contrapuestas de las relaciones sociopolíticas. La vastedad de los aportes que realizaron uno y otro, hasta conformar verdaderos cuerpos teóricos, produjo un intenso debate que se prolonga hasta nuestros días y en el que no faltó el intercambio de conceptos que enriquecieron sus propias formulaciones.

La discusión teórica giró en torno al orden y al conflicto. Intentó explicaciones acerca del comportamiento de los individuos y los grupos en el marco de la sociedad y de aquellos condicionantes que permitían la estabilidad o atentaban contra ella. Tanto Marx como Weber produjeron obras englobadoras de las esferas económica, política y sociológica, cuyos continuadores tomaron como base para producir disímiles avances en variadas disciplinas.

Aquella relación con las nuevas realidades se manifestaba también en las otras disciplinas. Por su parte, los sociólogos asumían, por ejemplo, el problema de la irrupción de las “multitudes” en la vida pública. Así, Max Weber lidiaba, entre otros asuntos, con la cuestión de la burocracia y su

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funcionamiento, mientras que Wilfredo Pareto, en plena época de la política de masas, elaboraba una teoría sobre la acción de las élites.

Las ciencias sociales en el siglo XIX

El modelo de análisis tradicional identificaba entre las ciencias del hombre cuatro sectores principales: disciplinas históricas (incluye a la prehistoria y a la arqueología, por ejemplo), jurídicas (cada vez más cercano a las ciencias humanas, y sobre todo a la sociología), “críticas” (las artes y las literaturas, la estética) y filosóficas.

Algunas de estas disciplinas, como la Historia, tenían ya a fines del siglo XIX una muy prolongada existencia, de más de dos mil años, como práctica reconocida por la cultura letrada. En los siglos inmediatamente anteriores al XIX, quienes la cultivaban habían discutido y afinado las operaciones que permitían, según se pensaba, llegar a un conocimiento preciso del pasado. A fines de ese siglo, esas operaciones ya habían sido incluidas en manuales de método de amplia circulación.

A mediados del siglo XIX, otras disciplinas, como la Sociología, habían encontrado un nombre y comenzaban a bosquejar su objeto de estudio. En sus inicios, la reflexión sociológica se emparentaba, de manera directa, con la Filosofía. Fue en 1839 cuando Auguste Comte acuñó el término “Sociología”, aunque para algunos autores fue Emile Durkheim quien la dotó de un perfil verdaderamente científico (una de las obras más reconocidas de Durkheim fue Las reglas del método sociológico, que se publicó en 1895). Poco a poco, y en medio de polémicas intensas, la Sociología se inclinaba por el estudio de las relaciones sociales en las sociedades contemporáneas ya “modernizadas”. La Sociología se encarga de la investigación de los fenómenos socioculturales, tanto en lo que hace a la interacción y relación entre los individuos y grupos sociales, como a la organización institucional, en sociedades determinadas y actuales.

A fines del siglo XIX, la Geografía vivía una situación que todavía hoy resulta difícil de evaluar: por una parte, prestaba servicios al Estado, a través de estudios empíricos con un área de aplicación que abarcaba desde los asuntos económicos hasta los militares y de transporte. Por otra parte, según algunos autores, a causa de estas funciones la Geografía no gozaba de un prestigio intelectual amplio, aunque le reconocen una presencia institucional más sólida que la de la Sociología, al menos en el ámbito francés. La Geografía estudia las formas particulares en que las sociedades estudian los espacios donde viven.

La Economía como ciencia puede remontar sus orígenes al siglo XVIII, a partir de la labor de los fisiócratas franceses y, sobre todo de las obras de los economistas británicos de la llamada “escuela clásica”, como Adam Smith y, ya a comienzos del s. XIX, David Ricardo. A pesar de que durante el siglo XIX varios intelectuales muy destacados se dedicaron al estudio de temas económicos –entre otras investigaciones, como Carlos Marx o John S. Mill, sólo en algunos países como Alemania o Italia, la economía había logrado ingresar al mundo académico hacia fines de siglo. La Economía es la ciencia que se ocupa del estudio de los fenómenos relativos a la producción, circulación y consumo de los bienes que contribuyen a satisfacer las necesidades humanas.

La Antropología y la Etnología, cuyo surgimiento se relacionaría con la expansión europea sobre el mundo colonial a fines del siglo XIX, exhiben diferencias de acuerdo con el contexto nacional del que se trate. En Inglaterra, el comienzo de la organización académica de estas disciplinas tuvo lugar alrededor de 1870, a partir de la acción de Edward Taylor, preocupado, como el conjunto de sus colegas, por la cultura de “los otros”, es decir, de todos aquellos que no eran “europeos modernos”. Taylor suponía que el modelo de las ciencias naturales era apto para encarar esos estudios. En Francia, la Etnología no logró diferenciarse con claridad de la Sociología, y hasta después de la II Guerra Mundial permaneció confinada en ciertos museos especializados. En cualquier caso, lo que brindaba alguna unidad a estas dos disciplinas era el interés por el estudio de los “primitivos”, tanto de los ya extinguidos como de los

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contemporáneos, o sea, de aquellos hombres –y sus culturas que el “europeo moderno” hallaba en su avance imperialista.

La Antropología es definida como “el estudio del origen, características y desarrollos de los grupos humanos como género biológico, y de las comunidades como creadoras de cultura. Este amplísimo campo de objetos y problemas se ha ido completando con los esfuerzos aportados por una serie de disciplinas con ámbitos de imprecisos límites, cuyas denominaciones muchas veces adquieren significación en relación con determinadas tradiciones académicas” (Torcuato Di Tella, Diccionario de ciencias sociales y políticas). La Etnología se dedica a la investigación, tanto en el presente como en el pasado, de los grupos humanos, ya sea en sus aspectos materiales como culturales).

La Ciencia Política es una de las ciencias sociales cuyo objeto de estudio, en términos generales, puede deducirse de su propio nombre. Tiene como objeto de estudio todas las cuestiones relativas al ciudadano, al Estado, al funcionamiento del sistema político y a los problemas del poder en la sociedad moderna. A pesar de que la política existe como ciencia desde las primeras teorizaciones realizadas por Aristóteles en el siglo IV a.C., durante siglos no existió un acuerdo acerca de la posibilidad de que la política constituyera un cuerpo sistemático de conocimientos.

LAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO DEL SIGLO XIX Y COMIENZOS DEL SIGLO XX

Corrientes de pensamiento del s. XIX: el positivismo y el marxismo

El positivismo surge a mediados de siglo, para muchos como reacción frente al racionalismo del siglo anterior. El racionalismo había generado,

políticamente, toda una gama de posiciones críticas del nuevo orden económico y social capitalista: algunas sostenían que la solución estaba en volver a las sociedades tradicionales precapitalistas, otras sostenían la necesidad de construir un nuevo social que reemplazara a aquél que era injusto. La idea de una revolución social ocupaba en estos pensadores un lugar muy importante. Por sus contenidos críticos, estas corrientes se llamaron filosofía negativa.

El positivismo recibió ese nombre en parte por presentarse como una doctrina alternativa a aquellas filosofías negativas. Para los positivistas los hechos constituían lo único “positivo”. La sociedad se regía por leyes naturales. Esto significa que, epistemológicamente, los positivistas asimilaban la naturaleza con la sociedad. ¿Qué consecuencia tiene esto? Obviamente si naturaleza y sociedad son objetos de estudio similares, entonces podemos estudiar la sociedad utilizando los mismos métodos, técnicas y el mismo vocabulario que utilizaban las ciencias sociales para estudiar la naturaleza. Esta afirmación metodológica tiene fuertes consecuencias, varias de ellas relacionadas con las leyes que rigen lo social.

En primer lugar, las leyes que explican el funcionamiento de la sociedad son leyes naturales. Como tales, se las considera universales, es decir, válidas para todo tiempo y lugar. Pensemos por ejemplo en la ley de la gravedad: explica la caída de todos los cuerpos, en cualquier momento, en cualquier lugar. Si las leyes que explican el funcionamiento de la sociedad son naturales también son universales, es decir, una misma ley se puede aplicar a cualquier sociedad sin importar el momento histórico que se esté considerando. En segundo lugar, este modelo explicativo sostiene la neutralidad valorativa de la ciencia: las leyes universales se establecen independientemente de la ideología o conjunto de valores que sostenga el investigador que las propone o utiliza. La ciencia no refleja valores personales ni sociales, es neutral.

Por último, según los positivistas estas leyes universales rigen con independencia de la voluntad humana. Afirmar esto significa sostener que el funcionamiento de una sociedad no depende de las acciones

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voluntarias de sus miembros. Y de esta afirmación podemos deducir, en consecuencia, que los positivistas niegan implícitamente la posibilidad de un cambio consciente y deseado del orden vigente por quienes lo integran. Así como no se puede modificar la ley de gravedad, no se puede modificar el funcionamiento ni la organización del entorno social.

Para el positivismo, el orden social estaba dado naturalmente, es decir, de la misma manera en que estaba dado el orden natural y el del cosmos. Pero a diferencia de este último, el mundo social del siglo XIX presentaba conflictos permanentes. ¿Cómo explicaban esta aparente contradicción?

Auguste Comte fue un pensador positivista que fundó una nueva disciplina, la sociología. Identifica tres fases en la historia intelectual de la humanidad que fueron cambiando a medida que ésta adquiría mayores conocimientos científicos:

1. Teológica: Da explicaciones simples de los fenómenos naturales como la lluvia, el trueno, la fertilidad o el viento creando dioses para explicarlos (Dios de la lluvia, Dios del trueno, etc.).

2. Metafísica: Todo lo que ocurre se debe a fuerzas naturales o esencias y se realizan ritos para que pase tal o cual cosa (danza de la lluvia, sacrificio de un animal, ritos religiosos, etc.) llamando así la atención de los dioses. Busca respuesta al cómo suceden las cosas.

3. Positiva: El nombre positivo deriva de lo que el ser humano hace y crea, no es Dios. Es cuando llega a una estructura científica de la mente buscando las causas de los fenómenos con la razón a través de la experimentación, la observación y la experiencia para descubrir las leyes científicas que regulan sus relaciones. Busca respuesta al por qué suceden las cosas. La razón es considerada como la única fuente de conocimiento de la realidad y ésta se expresa en el conocimiento científico. Con la razón y las ciencias es posible el progreso indefinido de la sociedad pero, para que se produzca, debe existir el orden social. Para ello es necesario evitar todo tipo de conflictos sociales.

Desde su perspectiva, la sociedad debía ser analizada como un conjunto de hechos regidos por leyes. Lo social se convertía en objeto científico. Así dejaba afuera la crítica filosófica creando un campo específico de estudio. La aspiración de Comte fue la de lograr un campo específico de estudio, una síntesis de todo el conocimiento empírico disponible sobre la sociedad generando a partir de ella un sistema. Cuando elaboró su propuesta, la física era considerada como la ciencia exitosa, el modelo más adecuado a imitar. Así, Comte llamó a su nueva disciplina física social y la dividió en dos partes: la que se ocupaba de las leyes de la estática social y la que se ocupaba de la dinámica social. Los procesos sociales estaban regidos por leyes físicas invariantes: el sistema social, en consecuencia, era un orden inmutable al que el hombre debía someterse. Este orden o estado de armonía permanente garantizaba el progreso indefinido de la sociedad. Para la época, la idea de progreso no era otra que la de progreso industrial, económico. El supuesto de base de esta idea era que el progreso económico traería por sí mismo, tarde o temprano, mejoras en las condiciones sociales.

Pero el orden podía romperse. Cualquier irrupción, cualquier conflicto, interrumpía el normal funcionamiento de la sociedad y la posibilidad del progreso. En consecuencia, Comte consideraba al conflicto como algo perjudicial para la sociedad. Pero los conflictos eran generados por algunos sectores. ¿Cuáles eran esos sectores que generaban conflictos? Según Comte eran aquellos que aún no habían comprendido que el orden social no podía ser modificado por la acción humana, aquellos que desconocían la existencia de las leyes universales que regían lo social. Por esto hacía hincapié en la necesidad de difundir y explicar estas leyes a fin de promover la resignación. La resignación, para Comte, era un valor social: era el sentimiento por el cual manifestábamos nuestra consciencia de que la sociedad era inmutable y de que no existía otra posibilidad que la de someternos a su orden. Para Comte esta conciencia de la imposibilidad del cambio anularía el conflicto. Permitiría, además, el normal funcionamiento de lo social y, en consecuencia, garantizaría el progreso.

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Todo lo que ocurría respondía a ese orden natural que había que descubrir, conocer y aceptar. Así, el ser humano no era el constructor de la realidad social: proponía una suerte de inmovilismo social, de orden social que descartaba la problematización. En la teoría del conocimiento positivista, el conocimiento ya está dado, elaborado y terminado, no permite la problematización; por ello niega la inter-vención del sujeto en su construcción. Va de lo simple a lo complejo y así se desaprovechan métodos de estudio como la dialéctica, la deducción, la problematización, etc.

Los estudios sociales, desde una óptica positivista...

Describen la totalidad de las acciones pasadas de los seres humanos partiendo de la observación y enumeración de todos los documentos y hechos en forma lineal y cronológica.

No analizan la totalidad ni la cotidianeidad. No hay propuestas para seleccionar información ya que todos los

hechos son singulares e individuales, no busca comprender, sólo describir lo sucedido en un orden inalterable y sin conexión ni relación entre los hechos de la política, la economía, la sociedad y las manifestaciones culturales.

Todo aparece atomizado, desconectado. El conocimiento es absolutizado y no permite la interdisciplinariedad al presentar la realidad como una enunciación taxativa de hechos y cosas.

No tienen en cuenta la simultaneidad en la evolución de las distintas sociedades.

Todo se describe basado en un determinismo de tipo causal o culturalista, derivado de los enfoques centrados en los legados culturales.

Durkheim

Emile Durkheim fue el primero en realizar estudios sociológicos propiamente dichos. A diferencia de Comte, su ciencia de referencia fue la biología. Veía la sociedad como un organismo vivo y describía sus estados en términos de lo normal –orden- y lo patológico –el conflicto. En

un organismo vivo cada uno de sus componentes y de sus órganos cumplía una función específica y si uno de sus órganos deja de hacerlo el organismo se enferma. Así los diferentes sectores de la sociedad eran sus componentes elementales y cada uno de ellos cumplía una función necesaria. Si alguno dejaba de cumplirla o intentaba modificarla, alteraba el funcionamiento del organismo social, generando conflicto. En términos biológicos, “enfermaba” el cuerpo social. Para que esto no sucediera, Durkheim consideraba necesaria la difusión de la idea de solidaridad orgánica. Esta idea remite a algo a lo que ya hicimos referencia. Los órganos de un cuerpo son solidarios entre sí y, de la misma manera, debían serlo los distintos sectores sociales anteponiendo así la “salud” del todo a los intereses particulares.

El Marxismo

El marxismo retomó y profundizó muchos de los planteos de las teorías revolucionarias anteriores. Marx desarrolló su teoría a partir de 1840.

Para él, lo que había caracterizado históricamente a las sociedades humanas era el estar divididas en clases. Esta división de clases dependía del lugar que los individuos ocupaban en el sistema de producción social. Es decir, dependía de la manera en la que cada sector se apropiaba de los recursos necesarios para su supervivencia y del excedente producido por el trabajo social. El conflicto –la lucha y el enfrentamiento en torno a quiénes y cómo se apropiaban de ese excedente- era la característica que acompañaba a toda sociedad de clases. Para el positivismo el conflicto era externo al sistema y aparecía como producto de un “malentendido” o como consecuencia de la ignorancia de las leyes sociales. Para el marxismo, en cambio, el conflicto era interno a la sociedad y estaba provocado por su propio desarrollo y organización. El conflicto sólo desaparecía cuando, históricamente, desa-pareciera la sociedad de clases.

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Para Marx, el conocimiento de lo social tenía funciones distintas de las que le asignaba el positivismo. Ya no se trataba de legitimar el orden existente por leyes naturales, sino que se enfatizaba el carácter histórico, y por lo tanto transitorio, de toda organización social. El conocimiento científico era, para Marx, una actividad social y, como tal, no se podía sostener su neutralidad valorativa. El científico social pertenecía, como cualquier otro individuo, a un sector o clase determinado y, por lo tanto, compartía con los otros miembros de su clase un conjunto de creencias, es decir, interpretaciones de la realidad social. En consecuencia, cualquier explicación que intentara de la realidad social, retomaría, en algún punto, todos estos elementos comunes a los miembros de su clase. Debemos aclarar aquí que el hecho de que una teoría sobre lo social esté necesariamente condicionada o determinada por la perspectiva de clase a la que pertenece el científico que la elabora no invalida su cientificidad.

Para Marx, el desarrollo de una ciencia estaba condicionado doblemente. Por un lado, existía un condicionamiento ideológico, de clase. Por otro, un condicionamiento histórico: el momento y el grado de desarrollo material de la sociedad en la que vive el científico. Estos dos condicionamientos hacían que ciertos desarrollos teóricos y científicos sólo fueran posibles en determinados momentos históricos y en determinadas sociedades, y en otros no. En consecuencia, resultaba imposible sostener que lo social estaba determinado por leyes naturales, universales y ahistóricas. Por el contrario, si existían leyes, éstas regían la organización económica y social (el modo de producción) y el sistema político vigentes en un período específico. Y estas leyes generales, a su vez, debían modificarse cuando intentáramos explicar realidades aún más específicas (por ejemplo la de distintos países).

Otras influencias

Hacia fines de siglo, la racionalidad del ser humano fue puesta en cuestión con el desarrollo del psicoanálisis que propuso Freud a partir de la psicología experimental. La explicación de la conducta humana no quedaba reducida a un estudio de síntomas externos sino que recurría a

un nuevo principio explicativo: el de la actividad del inconsciente. La estructura psíquica humana se complejizó incluyendo un factor que, aun no siendo directamente perceptible como la conducta, determinaba la constitución psíquica del hombre.

Ya a principios de siglo XX, la lingüística repercutirá sobre las ciencias sociales. Ferdinand de Saussure desarrolló esta disciplina sosteniendo que el lenguaje era un sistema de signos arbitrarios –convencionales. Esto significó que lo social adquiría un papel preponderante en el lenguaje.

El siglo XX

Desde la perspectiva que nos da el conocer los resultados del desarrollo histórico, podemos decir que la Primera Guerra tuvo tres tipos de consecuencias: la Revolución Rusa de 1917, la exacerbación del nacionalismo conservador que se tradujo en los movimientos políticos nazi-fascistas, y las condiciones para el crack económico en 1930.

A partir del análisis de Marx y hasta la concreción de la Revolución Rusa, tuvo lugar una serie de debates teóricos entre los que podían ser considerados como miembros de la comunidad científica y operadores políticos del paradigma marxista, quienes habitualmente cumplían ambas funciones. En el fragor de dichas polémicas, el movimiento político contestatario que representaron se dividió en una serie de tendencias que ocuparon la mayor parte de la izquierda del espectro político. Quedaron delineadas tres tendencias principales que lograron cierta inserción entre grupos obreros: anarquistas, comunistas (bolcheviques) y socialistas o socialistas democráticos.

Lenin se convirtió en un símbolo revolucionario tanto por su liderazgo en la revolución como por sus teorizaciones. A él se debe el acrecentamiento de las posibilidades del marxismo como paradigma alternativo, mediante el impulso que recibió el partido como instrumento revolucionario y de difusión, en detrimento del sindicato que, hasta entonces, aparecería como el vehículo marxista casi excluyente. Además,

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aportó al conjunto de interpretaciones de la obra de Marx una versión novedosa: la perspectiva política del cambio social, hasta entonces relegada.

Por otra parte, se produce la aparición del fascismo como consecuencia de una serie compleja de variables culturales, políticas y sociales. El paradigma fascista se expandió con rapidez en la Europa de entre guerras.

A pesar de la extensión de estos paradigmas extremos de concepción del Estado, la crisis de 1929-30 propagó la tendencia al interior mismo del modelo liberal. En la comunidad científica, esto es entre economistas y estudiosos de la política de aquellos años, la situación creada por el crack de la bolsa de valores de Nueva York causó un profundo desconcierto desde las concepciones liberales y neoliberales, no podían explicar la perduración de los efectos de la crisis entre los años 29 y 33. John Maynard Keynes, economista inglés, publicó en 1936 su obra Teoría general sobre empleo, interés y dinero, cuyas ideas de intervención estatal en la sociedad, que implicaban una corrección al paradigma liberal, tuvieron eco favorable y rápida difusión social e internacional. El paradigma democrático liberal, así renovado, conservo el centro del escenario como el de mayor difusión. A sus costados se presentó el comunismo, por un lado, y por el otro las distintas variantes del fascismo.

Las ciencias sociales y los desafíos de posguerra

Diversos factores condujeron a la Segunda Guerra Mundial, que daría a luz al llamado “mundo bipolar”. Concluida la guerra, la U.R.S.S. se procuró un “colchón” de países en Europa oriental que le permitiera impedir un rápido desarrollo bélico en su propio territorio. Este círculo protector de las fronteras soviéticas se conoció, a partir de la definición de Churchill, como “la cortina de hierro”. A lo largo de veinte años, en el

otro bloque de naciones que quedó conformado en la posguerra, el liderazgo fue asumido por los norteamericanos que, con su economía en franca expansión y sin que su territorio fuera escenario bélico, tuvieron capacidad financiera para ayudar a Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón, los Países Bajos y la mitad occidental de la dividida Alemania.

En el contexto del proceso de descolonización el paradigma comunista soviético y el capitalista norteamericano ofrecieron a los nuevos países la posibilidad de una elección entre alternativas que procuraron, por distintas vías, alcanzar el desarrollo industrial y elevar el bienestar de sus sociedades.

Esta competencia entre dos proyectos hegemónicos de países que alcanzaron el grado de superpotencias se desarrolló en el plano ideológico, por una parte y en el militar, por la otra, pero preservando la riesgosa posibilidad de un enfrentamiento directo. La experiencia de Hiroshima y Nagasaki impulsó a la U.R.S.S. a un rápido desarrollo de la investigación nuclear, que preanunciaba un nuevo patrón tecnológico-productivo desarrollado en ambas superpotencias.

En este contexto de Guerra Fría y acelerado incremento tecnológico, las ciencias sociales recibieron el impulso de pensadores norteamericanos que intentaron revitalizar el paradigma liberal. El caso quizás más relevante es el de Talcott Parsons, quien diseña una compleja metodología de análisis social cuya finalidad es llegar a determinar las condiciones en las cuales los sistemas sociales, mediante el control del conflicto, se mantienen en equilibrio. El intento de Parsons de delinear una teoría general y sistemática de la sociedad significó un complejo proceso de rescate de aquellas aportaciones parciales realizadas por lo científicos sociales que, hasta mediados de este siglo, se habían enfrascado en una discusión con el marxismo.

Como conjunto teórico no logró una amplia aceptación, pero marcó un punto de referencia al cual se remitieron algunas teorías de alcance medio; esto es: en las explicaciones científicas parciales que incrementaron el conocimiento de variadas disciplinas.

La sociología, la pedagogía, la psicología, la política, las relaciones interna-cionales, recogieron tanto sus teorías. Parsons cumplió con el rol

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de difundir una visión teórica que permitiera explicar la sociedad capitalista en términos de estabilidad, ante una comunidad científica imbuida de concepciones analíticas ocupadas del fenómeno del cambio social.Los paradigmas contestatarios

Al comenzar los años 60, quedaban pocos rastros de la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción europea y japonesa había concluido su etapa reparatoria de las ruinas provocadas por el conflicto. Desde los primeros años de la década del 50 se produjo un acelerado incremento de la producción económica. Con pleno empleo, sin capacidad ociosa, europeos, japoneses y norteamericanos ingresaron en un período de bienestar y abundancia.

El conflicto Este-Oeste dominó la política internacional, a pesar de que la Guerra Fría dio paso a la “distensión”. El proceso de descolonización asiático y africano quedó enmarcado en las disputas entre el bloque soviético y la OTAN. Los conflictos desatados por el proceso de descolonización se entremezclan, casi en sus orígenes, con los problemas económico-sociales derivados del atraso relativo con que las nuevas sociedades enfrentaban sus procesos independentistas.

En un marco signado por la rápida recuperación del mercado internacional, el apogeo de la economía de escala y de la utilización del petróleo y con parámetros factibles de bienestar que eran insospechados antes de la guerra, el pensamiento en ciencias sociales y su manifestación ideológico-política se expresan en un tono contestatario del orden dominante.

El fracaso francés en Argelia y el norteamericano en Vietnam tuvieron un peso significativo en la gestión de este paradigma. También jugó un papel importante en su difusión la rapidez alcanzada en la transmisión de las noticias y, por ende, en el conocimiento acerca de las atrocidades perpetradas en aquellas guerras.

En Francia, a la primera reacción existencialista encabezada por Jean Paul Sartre, que ponía su acento en el individuo y sus potencialidades liberadoras, siguió el debate estructuralista entre Louis Althusser y

Nicolas Poulantzas, que enfocaron su interés en la comprensión del Estado.

Fue en Italia donde este tipo de debates adquirió mayor dramatismo. A comienzos de la década del 70, el Partido Comunista italiano se encontró en posición de alcanzar la mayoría electoral propia, que iba a permitirle la formación de un gobierno unipartidario. Ante la perspectiva de alcanzar el manejo del Estado mediante el recurso democrático, se planteó la discusión en torno a la “vía democrática al socialismo” en un marco generalizado al autoritarismo soviético y la conformación del Eurocomunismo como un fenómeno político de independencia occidental frente al predominio ruso. Se destacan Lucio Colletti, Norberto Bobbio y Pietro Ingrao.

Los movimientos contestatarios

Mientras estos debates se desarrollaban, tenía lugar en Europa y los EE.UU. un conjunto de movimientos sociopolíticos que englobaremos como contestatarios del orden vigente. Sin embargo, cabe destacar entre ellos diferencias de concepción y metodología: los pacifistas contrarios a la guerra de Vietnam, los movimientos ecologistas opuestos a las industrias “sucias” y la polución, el hippismo contra la sociedad de consumo, los grupos antiarmamentistas preocupados por la proliferación de artefactos nucleares instalados en Europa, tanto por la OTAN como por el Pacto de Varsovia. En todos ellos la juventud expresó una ruptura generacional que había comenzado a manifestarse en los 50, los “rebeldes sin causa”...

Otros ángulos del protagonismo tuvieron una perspectiva político-militar, ya que comenzaron a organizarse grupos que intentaron subvertir el orden social y debilitar al Estado. Organizaciones armadas, desde un discurso ultraizquierdista, utilizaron el terrorismo buscando efectos políticos cuyas coincidencias con la ultraderecha no son descartables.

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Otros grupos reivindicaron regionalismos o nacionalismos, como la ETA o el IRA, que entraron en esta etapa en una fase muy activa. Por otra parte, los actores de conflictos extraeuropeos utilizaron el escenario del Viejo Mundo si no para dirimirlos por lo menos para publicitarlos, como fue el caso de algunas fracciones de la OLP (palestinos) que realizaron secuestros aéreos o episodios como la “matanza de Munich”.

Este clima de acoso a las democracias europeas occidentales mediante la “lucha armada” de grupos minoritarios que se arrogaban una supuesta representación popular, pronto se difundió a otros continentes. Enfrentando regímenes autoritarios o debilitando viejas y nuevas democracias, aparecieron organizaciones como Tupamaros en Uruguay, el MIR chileno o el ERP argentino. El desafío de estas organizaciones y la represión del Estado o de instituciones estatales escindidas del control político como el caso de militares reprimiendo sin control gubernamental, generaron explicaciones político-ideológicas tendientes al salvataje de una sociedad abierta que quedaba expuesta a sus enemigos, precisamente por la permeabilidad de sus estructuras políticas y culturales.

Sin embargo, la causa más notoria de los reacomodamientos de las sociedades occidentales para enfrentar la década de 1980 tuvo su origen en el alza de los precios del petróleo, sustento del patrón tecnológico dominante en el siglo XX. Para cumplir su papel de "insumo clave" debía tener un precio bajo y su oferta ser considerada ilimitada. El irresuelto conflicto del Medio Oriente llevó en 1973 a un nuevo enfrentamiento armado entre Israel y la circunstancial alianza siro-egipcia, por disputas territoriales y los derechos del pueblo palestino. Como resultado de aquel enfrentamiento, los países árabes productores de petróleo, como Arabia Saudita, Irak y los Emiratos, establecieron un embargo sobre la producción destinada a las potencias occidentales que apoyaron al Estado judío. De esta forma descubrieron que, mediante acuerdos entre productores y regulando la extracción, podían determinar el precio internacional, acrecentando sus ganancias y su poder político.

El conjunto de situaciones que tendieron a desestabilizar a las potencias occidentales estuvo constituido por la agitación provocada por

los movimientos contestatarios, el terrorismo, crisis energética desatada por la abrupta suba del precio del petróleo y su novedosa escasez, y situaciones similares en los rubros alimenticios y de materias primas minerales.

Desde las ciencias sociales, Latinoamérica aportó al estudio de la sociedad y el Estado a través de lo que dio en llamarse teoría de la dependencia. La reacción a esta efervescencia que se encuadró como un paradigma contestatario, tuvo su expresión política en el neoconservadorismo.

La teoría de la dependencia

La teoría de la dependencia como corriente de la interpretación reconoce orígenes diversos y se constituyó a partir de análisis específicos como los realizados sobre África occidental o Latinoamérica. Todos ellos derivaron en interpretaciones globales del fenómeno de la dependencia.

Las primeras aproximaciones a esta corriente de pensamiento provinieron de la esfera económica. En el contexto latinoamericano, los diversos trabajos se orientaron a desentrañar las causas del atraso relativo de las diversas sociedades nacionales del subcontinente respecto de los parámetros neoclásicos. Estos últimos interpretaban al subdesarrollo como un paso “...'normal' dentro del proceso de crecimiento en el contexto de 'economías adolescentes en su rumbo hacia la 'madurez, hacia un 'modelo' de sociedad capitalista desarrollada". Se tomaba entonces "el patrón de desarrollo dependiente como la vía capitalista 'natural de América Latina”.1 No conformes con aquellos postulados que presuponían la obtención del desarrollo y la modernización como una consecuencia lógica de la libertad de mercado y la restricción del Estado, las investigaciones procuraron la comprensión de la relación económica entre los países desarrollados y aquellos en vías

1 Serra, J.: "La problemática del subdesarrollo latinoamericano", Introducción de Desarrollo Latinoamericano: ensayos críticos, F.C.E., México, 1974.

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de desarrollo2, sus consecuencias políticas y los efectos causados al interior de las relaciones sociopolíticas de las distintas naciones.

Las primeras bases en esta corriente de pensamiento fueron aportadas desde la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL) por el economista argentino Raúl Prebisch. El deterioro de los términos del intercambio, explicado como una desigual capacidad de los países industrializados y los productores de materias primas para fijar sus precios en el mercado internacional, fue sólo uno de los aspectos que explicaron, en la visión de Prebisch, la dependencia de las naciones periféricas respecto de las centrales. También lo fue la insistencia de las potencias industriales en sostener la división internacional del trabajo, pues ello implicaba acrecentar la dependencia mediante la profundización de la brecha tecnológica y de las desigualdades en las posibilidades de acceso a la modernización de los aparatos productivos y sus consiguientes sistemas sociales.

El esquema centro-periferia intentó explicar la desigualdad de oportunidades que condicionaba el desarrollo de los países periféricos. Independientemente de la adscripción ideológica de cada sociedad nacional dentro del esquema Este-Oeste, la nueva aproximación teórica puso especial atención en aquellas variables que impedían el cumplimiento de las pautas de desarrollo que presuponían las teorías neoclásicas. En tales estudios se cuestionaron la hipótesis de que el subdesarrollo era una etapa necesaria en el pasaje a la industrialización y la modernización.

Se reinterpretó la historia económica mundial, con especial énfasis en el período posterior a la Revolución Industrial. Se caracterizó a la periferia como un apéndice funcional al progreso de los países centrales, en contra de la interpretación que hacía referencia a fases retrasadas de desarrollo. Sobre esta hipótesis se trabajó en la periodización y caracterización del último siglo de historia latinoamericana.

2 Para una mayor precisión conceptual se reserva el término "en vías de desarrollo" para aquellos países que por sus condiciones están en perspectiva de alcanzar grados razonables de industrialización y modernización, y se refiere a "subdesarrollados" a aquellos en que dichos procesos son inviables.

La teoría de la dependencia representó un fuerte impulso a las ciencias sociales en Latinoamérica, rompiendo la estructura de análisis compartimentada que impedía interpretar la economía desde la política y viceversa. Como nueva corriente de interpretación pronto se instaló en círculos académicos y en las discusiones políticas, aún en los países centrales. Esta teoría fue el sustento intelectual de un paradigma que, por la vía de sus operadores políticos, comenzó lentamente a traducirse en políticas de tono antiimperialista en los países periféricos. A esta acción de gobiernos de corte popular se sumó la acción subversiva, lo que conformó un ambiente efervescente y revolucionario que englobamos como paradigma contestatario. Esta situación obligó a un replanteo del paradigma liberal-democrático en los países centrales, e incluso en aquellas naciones periféricas que por diferentes razones se veían expuestas al terrorismo a la crisis energética. Se ensayaron rápidas y profundas políticas de ajuste interno basadas en el ahorro de energía y restricciones de importación de materias primas.

La década del 80 comenzó con un esfuerzo tecnológico por superar la dependencia del petróleo, y por lo tanto de planificación de un nuevo patrón tecnológico-productivo a mediano plazo: las revoluciones en la comunicación, la informática, la robótica, la ingeniería genética, la bioingeniería, las investigaciones en conductores cerámicos y renovados intentos de fusión atómica en frío, permitían, entre otros cambios, vislumbrar una nueva revolución industrial.

De esta forma, el paradigma liberal comenzó un nuevo reacomodamiento que, por su creciente distanciamiento del keynesianismo y el origen político de las figuras gubernamentales que lo impulsaron, dio en llamarse neoconservadorismo. El origen de esta nueva revisión teórica vino, una vez más, desde la teoría económica, y constituyó finalmente un retorno a las fuentes conceptuales del liberalismo, enmarcado en una nueva realidad histórica.

La economía centró su atención en los crecientes índices inflacionarios y en la disminución de la tasa de crecimiento, en especial en los EE.UU., que señalaban la pérdida de dinamismo de su economía frente al éxito de japoneses y alemanes. Paralelamente, en lo político

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tomó cuerpo una creciente preocupación por lo que se veía como un retroceso del “mundo libre” frente al avance soviético y una sensación de vulnerabilidad militar. El aspecto central de la crítica neoconservadora lo constituyó el Estado, tal como había sido conformado a lo largo de la segunda posguerra, según la concepción keynesiana. Reapareció con gran fuerza la idea de evitar todo tipo de interferencias y regulaciones en la sociedad mediante la circunscripción del Estado a tareas específicas de mantenimiento del orden y la seguridad de las personas y los bienes. Se dio un fuerte impulso al individualismo. El triunfo de este paradigma reforzó la interdependencia entre los países centrales.

En los últimos años, la evolución de las ciencias sociales ha escapado a las categorizaciones y clasificaciones tradicionales. Es difícil encontrar entre ellas una caracterización común en términos positivos, especialmente entre algunas disciplinas, como la Antropología, la Arqueología, la Historia... Es cierto que, en el caso de la Historia, en los últimos años se ha impuesto un movimiento profundo por el cual la historia se asume y se reivindica como una ciencia en el sentido total del término, y se acerca a las ciencias sociales. El eje de esta tendencia es la concepción de la historia como el estudio general del devenir de las colectividades humanas y del de la humanidad. Ello comprende que la perspectiva histórica es coextensible a toda disciplina social.

La evolución de las ciencias sociales es un largo camino por precisar el objeto de estudio. Cada disciplina surgida de su interior se ha enriquecido mediante el aporte de corrientes de interpretación muchas veces contrapuestas. Las diferentes visiones sobre los problemas de la sociedad y del hombre inmerso en ella respondieron en líneas generales a grandes paradigmas de pensamiento sociopolítico que eran reflejo y expresión de la propia cultura de su contexto histórico. Lo han sido y, por supuesto, aún lo son.

La especificidad de los distintos análisis científicos aleja del observador el punto de partida: la concepción del hombre. Las precisiones metodológicas, tan estructuradas en las ciencias "duras", tienen su máxima dificultad en aquel punto de partida; se trabaja con la conducta humana, individual o de pequeños y grandes grupos. El

científico social se enfrenta ante fenómenos multifacéticos con los instrumentos de medición obtenidos por su propia experiencia vital. La sociedad es el objeto de estudio del científico, pero es también la lente que deforma la observación.

El camino que, en líneas generales, han iniciado las ciencias sociales tiene una doble responsabilidad: comprender su objeto de estudio específico y traducir e influenciar las decisiones políticas que comprometen el presente y el futuro de todos los hombres.

Por ello es esencial considerar que no "es posible captarla esencia del hombre partiendo de lo que ocurre en el interior del individuo, partiendo de la autoconciencia, sino arrancando de la peculiaridad de sus relaciones con las cosas y los seres".3

Bibliografía utilizada:

Barraclough, Geoffrey y/o, Corrientes de la investigación en las ciencias sociales. Tecnos, UNESCO, 1981. VV.AA., Introducción al conocimiento de la sociedad y el Estado. Módulo único. Buenos Aires, UBA XXI, EUDEBA, 2000.

3 Buber, Martín, ¿Qué es el hombre?, FCE, México, 1974, p. 140.

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