correa de oliveira, plinio - revolucion y contrarrevolucion

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  • 7/31/2019 Correa de Oliveira, Plinio - Revolucion y Contrarrevolucion

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    Plinio Corra de Oliveira

    Tradicin y Accinpor un Per Mayor

    Revoluciny

    Contra-Revolucin

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    2/190Contina en la pg. 189

    Son rarsimos los libroscuya actualidad y vigenciaaumenta con el paso del

    tiempo. Sin duda Revolucin yContra-Revolucin, cuya primeraedicin vio la luz en 1959, perte-nece a esa privilegiada catego-ra. Porque esta obra excepcio-nal coloca al alcance del lectorcorriente, inmerso en la tenebro-sa confusin de nuestra poca,un anlisis que clarifica y ordenatodo el cuadro de la realidadpresente.

    En la Parte I, Plinio Corrade Oliveira sita con insuperablelucidez la crisis actual en unpanorama de conjunto coherentey grandioso, mostrando cmo loque a primera vista parece unamaraa catica de acontecimien-tos contradictorios y sin nexoentre s, es un proceso perfecta-mente concatenado la Revolu-

    cin, de la cual seala lascausas profundas, sus etapashistricas, los agentes que lapromueven, los elementosesenciales de su doctrina, losvarios terrenos en que ella acta,

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    Revolucin

    y

    Contra-Revolucin

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    Plinio Corra de Oliveira

    Revoluciny

    Contra-Revolucin

    Tradicin y Accinpor un Per Mayor

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    Revolucin y Contra-Revolucin1 edicin peruana, julio de 2005

    Foto de Portada: Rplica de la Virgen del Apocalipsis Imagen alada de Nuestra Seora aplastando y encadenando al demonio,smbolo de la victoria de la Contra-Revolucin.Escuela quitea, sigloXVI.

    Asociacin Tradicin y Accin por un Per MayorToms Ramsey 957, Magdalena del Mar Lima 17

    Hecho el Depsito Legalen la Biblioteca Nacional del PerN 2005-2424

    Impreso en: Erba Grfica S.A.C.Ral Porras Barrenechea 1950, Lima 1

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    Lima, 24 de julio de 1961

    NONCIATURE APOSTOLIQUE

    PROU

    Distinguido profesor:

    La lectura de su libro RVOLUTION ET CONTRE-RVOLUTIONme ha causado una magnfica impresin, tanto por la justeza y acierto conque analiza el proceso de la Revolucin y desarrolla los verdaderos orge-nes de la quiebra de los valores morales que desorientan las conciencias al

    presente, como por el vigor con que se seala la tctica y los mtodos delucha para superarla.

    Particularmente me agrada la segunda parte de su libro, consagrada aresaltar la eficacia de la doctrina catlica y de los recursos espirituales conque cuenta la Iglesia para contrarrestar y debelar a las fuerzas y errores de laRevolucin.

    Estoy seguro de que con su docto libro ha hecho un singular servicio ala causa catlica y contribuir a concentrar las fuerzas del bien en la rpida

    solucin del gran problema contemporneo. se es, a mi juicio, el caminorepetidamente indicado por el actual Vicario de Cristo, quien con tanta con-viccin y urgencia ha insistido en una renovacin a fondo de la vida cristia-na y sacramental como remedio seguro a los males que afligen al mundo, ycuya solucin buscan en vano los hombres de gobierno en la eficacia dudo-sa de las armas de la tcnica y del progreso meramente humanos.

    Le auguro, estimado Profesor, una amplia difusin y una merecida aco-gida a su libro de parte de los lectores catlicos deseosos de alistarse en lasfilas del movimiento antirrevolucionario.

    Acepte el testimonio de mi sincera admiracin por su obra y las expre-siones de mi ms distinguida consideracin.

    Romolo CarboniArz. Tit. de Sidn

    Nuncio Apostlico (*)

    Al Sr. Plinio Corra de OliveiraSan Pablo - Brasil

    (*) Mons. Romolo Carboni (1911 - 1999) fue Nuncio Apostlico en el Per desde 1959 hasta 1969,ao en que fue promovido a la Nunciatura Apostlica ante el gobierno italiano, que ejerci durante17 aos.

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    El Prof. Plinio Corra de Oliveira, delante de la entrada de laSede del Consejo Nacional de la TFP brasilea, en 1965.

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    PRLOGOa la edicin peruana

    Este hombre supera de lejos su leyenda!, comentaba maravi-llado un distinguido intelectual catlico francs, despus de sostenerun coloquio con el Prof. Plinio Corra de Oliveira.

    Realidad que supera una leyenda... La luminosa trayectoria delautor deRevolucin y Contra-Revolucin atraves casi de principio

    a fin el convulsionado siglo XX, marcndolo con el sello indeleblede su vida ejemplar, de la integridad de su fe catlica, de la excepcio-nal lucidez y coherencia de su pensamiento, y de la asombrosa valen-ta con que combati todos y cada uno de los errores que, en el cam-po religioso como en el temporal, sucesivamente encandilaron a lasmultitudes del siglo pasado con el poder seductor de bestias del Apo-calipsis.

    Pero adems, definiendo a Plinio Corra de Oliveira como un

    hombre superior a su leyenda, su interlocutor resuma la impresinque en todos produca la fuerza comunicativa de su virtud, translu-ciendo su ntima, profunda y constante unin con Dios.

    Esta unin fue sin duda el secreto y la causa de su eficacia comohombre de accin; de ella deriva toda la gesta ideolgica emprendidapor Plinio Corra de Oliveira, que se corporifica en las asociacionesde defensa de la Tradicin, Familia y Propiedad (TFPs) y entidadeshermanas, hoy esparcidas por los cinco continentes, dando testimo-

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    nio de la fecundidad apostlica de este gigante del catolicismo con-temporneo.

    Un Cruzado del siglo XX

    Plinio Corra de Oliveira naci en San Pablo, Brasil, el 13 dediciembre de 1908, de dos ilustres estirpes de su pas. Su familiapaterna, los Corra de Oliveira, pertenece a la clase de los Senhoresde Engenho, la aristocracia rural del Estado de Pernambuco, en elNordeste del pas; en tanto que su familia del lado materno, los Ri-beiro dos Santos, forman parte de los paulistas de cuatrocientos aos,

    provenientes de los fundadores y primeros pobladores de la ciudadde San Pablo.

    Despus de los primeros aos de formacin bajo la solcita mira-da de sus padres y la segura gua de una institutriz alemana, a la edadde 10 aos Plinio Corra de Oliveira ingresa en el Colegio San Luis,regido por los PP. Jesuitas.

    Muy pronto, colocado frente al contraste entre la atmsfera vir-

    tuosa, tradicional, aristocrtica y serena del hogar paterno, con lacual siente una natural afinidad, y los trazos de creciente laxismomoral, vulgaridad, igualitarismo y frenes de muchos de sus compa-eros, el joven Plinio toma la precoz decisin de consagrar su vida ala defensa de la Iglesia y de la civilizacin cristiana.

    Este empeo comienza a concretarse a los diecinueve aos, en1928, con su ingreso a las Congregaciones Marianas, de las cuales enpoco tiempo ser lder indiscutido. Fascinante orador y fecundo hom-

    bre de accin, Plinio Corra de Oliveira se convierte en el exponentems notorio del Movimiento catlico (como era genricamente lla-mado entonces en Brasil el conjunto de asociaciones de apostoladoseglar), imprimindole un renovado vigor y una orientacin decidi-damente tradicional y militante. Masivas manifestaciones pblicasdan al movimiento catlico una creciente presencia en la vida delpas.

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    Prlogo a la edicin peruana

    En el ao 1929 funda la Accin Universitaria Catlica (AUC),que se extiende a muchas escuelas superiores, rompiendo la hegemo-

    na liberal-positivista que hasta entonces caracterizaba los ambientesacadmicos.

    Poco despus, en 1932, inspirndose en el ejemplo de laFdera-tion Nationale Catholique, fundada por el lder catlico y hroe deguerra francs, general marqus Noel E. de Castelnau (1851-1944),Plinio Corra de Oliveira promueve la formacin de laLiga Electo-ral Catlica (LEC), que al ao siguiente lo incluye en su lista decandidatos a diputado a la Asamblea Constituyente.

    Elegido a los 24 aos con una consagratoria votacin es eldiputado ms joven y el que recibe ms votos en todo el pas, suscualidades de liderazgo lo proyectan rpidamente como la figura msinfluyente del grupo parlamentario catlico. Y al concluir la Asam-blea, en el nuevo texto constitucional los catlicos obtienen la inclu-sin, no slo de las Reivindicaciones Mnimas de la LEC, sinotambin de su Programa Mximo, es decir de la totalidad de susplanteamientos.

    Segn el testimonio del ex ministro de Justicia y presidente de laCorte Suprema, Paulo Brossard, la LEC fue la organizacin extra-

    partidista que mayor influencia poltica ha ejercido en la historiadel Brasil1.

    Esta feliz incursin de los catlicos en la poltica, conducida porPlinio Corra de Oliveira, tuvo mltiples y profundas consecuencias.

    Ante todo, sirvi de decisivo freno a la creciente amenaza socia-

    lista-comunista, que no pocos consideraban ineluctable, segn el es-pritu del tiempo. Oswaldo Aranha, titular de diversas carteras mi-nisteriales entre 1930 y 1940, y presidente en 1947 de la AsambleaGeneral de la ONU, lleg a decir: Si los catlicos no se hubiesen

    1. Jornal de Minas, 3-7-87

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    unido para intervenir en las elecciones de 1933, Brasil estara hoydefinitivamente desviado a la izquierda1.

    Por otro lado, la consolidacin de un robusto movimiento catli-co, de corte tradicional y militante, indujo a una notable disminucindel tonus laicista en la vida pblica brasilea, en una poca en que,debido a la influencia del positivismo decimonnico, la prctica reli-giosa, sobre todo por parte de los hombres, era desdeada comomojigatera. La eleccin de tantos diputados de la LEC y su xitoparlamentario revel sbitamente la inmensa fuerza poltica de loscatlicos. Una fuerza que, en la intencin de Plinio Corra de Oliveira,

    podra hacer factible la plena restauracin de la civilizacin cristiana.

    * * *

    Al concluir su mandato parlamentario Plinio Corra de Oliveiraasume la ctedra de Historia de la Civilizacin en la Facultad deDerecho de la Universidad de San Pablo, y ms tarde, de HistoriaModerna y Contempornea en la Facultad Sedes Sapientiae y en laFacultad San Benito, ambas de la Pontificia Universidad Catlica de

    San Pablo.En 1933 es nombrado director del peridico Legionario, al

    que en poco tiempo convierte en el mayor semanario catlico delpas, con repercusin tambin internacional. Alrededor del peridicose forma un dinmico equipo familiarmente conocido como Grupodel Legionario, que da impulso a todo el movimiento catlico. EnSudamrica y tambin en Europa se comienza a hablar del jovenPlinio Corra de Oliveira como una esperanza para la causa catlica.

    En los aos posteriores a la 1 Guerra Mundial, cuando el comu-nismo emerge como una amenaza para la Cristiandad, la ausencia decorrientes polticas de signo genuinamente anticomunista en las cua-les pudiesen militar induce a no pocos catlicos a dejarse seducir porlas doctrinas nazi-fascistas, que al ideal de restauracin de la civili-zacin cristiana sustituyen el culto del Estado.

    1. Legionario, 20-12-1936.

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    Prlogo a la edicin peruana

    En momentos en que el nazi-fascismo se convierte en una modaante la cual tantos vacilan o claudican, Plinio Corra de Oliveira

    mantiene al Legionario en la genuina posicin catlica, radical-mente contraria al nazismo y al fascismo. Y denuncia las races ideol-gicas anticristianas comunes de ambos movimientos, de fondo gnsti-co, igualitario y socialista, precisamente cuando hasta los mismosopositores del nazismo creen ver en ste un adversario del comunismo.

    En 1942 la Autoridad eclesistica confiere a Plinio Corra deOliveira el honor de ser el orador principal del del IV Congreso Eu-carstico Nacional, llevando el saludo oficial del Episcopado brasile-

    o al representante del Presidente de la Repblica, ante una multitudde ms de medio milln de personas que corea entusiastamente sunombre. Su fama est entonces en el cenit.

    * * *

    Mientras tanto despunta en el horizonte una nueva realidad: laAccin Catlica. Promovida por Po XI para posibilitar la participa-cin de los seglares en el apostolado jerrquico de la Iglesia, segn

    la definicin entonces en uso, el movimiento se expande rpidamen-te en Europa como en Amrica.

    Nombrado en 1940 presidente de la Junta Arquidiocesana de laAccin Catlica de San Pablo, Plinio Corra de Oliveira no tarda ennotar, en ciertos sectores de este movimiento, una marcada influen-cia de la corriente igualitaria que revive los errores delModernismo,condenado haca ya treinta aos por San PoX. Dicha influencia pro-cede sobre todo de Francia.

    Alentados por pensadores como Maritain y Mounier, y por te-logos como los PP. Chenu y Lubac, los neo-modernistas se infiltranen algunas de las organizaciones de la Accin Catlica, sirvindosede stas como vehculo para la difusin de sus errores, de los cualesnacer ms tarde la izquierdaprogresista.

    Para cortar el paso a esta infiltracin en el seno del laicado cat-lico, en 1943 Plinio Corra de Oliveira publica su primer libro,En

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    Defensa de la Accin Catlica. En esta obra el autor denuncia enparticular la existencia de un movimiento tendiente a disminuir gra-

    dualmente el principio de autoridad en la Iglesia. En el campo tem-poral, este movimiento se caracterizaba por el rechazo de las justas yproporcionadas desigualdades sociales, y por alentar la lucha de clases.

    El libro fue honrado con un prlogo del entonces Nuncio Aps-tolico en Brasil y despus Cardenal, Mons. Benedetto Aloisi Masel-la. Veinte obispos, adems del Provincial de la Compaa de Jess,aplaudieron por escrito su publicacin.

    A pesar de estos relevantes apoyos, a los cuales se aade en 1949una carta decisiva de aprobacin al libro, escrita en nombre del PapaPo XII por Mons. Montini entonces sustituto de la Secretara deEstado de la Santa Sede, y ms tarde Papa l mismo con el nombre dePablo VI, es precisamente del ambiente catlico de donde provie-nen las oposiciones ms encendidas a las tesis expuestas en la obra.

    Una terrible ola de calumnias se abate entonces sobre el grupodel Legionario. El nmero de parroquias que difunden el peridico

    cae drsticamente. Plinio Corra de Oliveira, hasta entonces oradormuy solicitado, deja repentinamente de ser invitado a dar conferen-cias, y en 1945 pierde el cargo de presidente de la Accin Catlica deSan Pablo. Finalmente, su principal medio de propaganda, el Legio-nario, le es quitado en 1947. El ostracismo que se abate sobre l y sugrupo es total.

    Pero aunque las apariencias puedan inducir a una conclusinopuesta, el libro ha logrado plenamente su objetivo: elprogresismo

    en Brasil queda definitivamente desenmascarado, y nunca ms podrcamuflarse de autntica piedad religiosa.

    La Historia ha confirmado sucesivamente las profticas adver-tencias de En Defensa de la Accin Catlica. Baste recordar que laas llamada teologa de la liberacin surge en Amrica en la dcadade 1960, precisamente en los ambientes de la Accin Catlica, comodesenlace directo de las tendencias denunciadas por su autor en ellejano 1943.

    * * *

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    Prlogo a la edicin peruana

    Tras el expresivo elogio papal a su libro, el ostracismo comienzalentamente a romperse. En 1951, Plinio Corra de Oliveira promue-

    ve el lanzamiento de un nuevo peridico, Catolicismo, del cual fueel alma hasta su muerte, y que es hoy, por su impecable ortodoxia, lapublicacin mensual de orientacin catlica ms calificada e influ-yente de Brasil. Tal como con el Legionario, en torno del nuevoperidico se agrupa una corriente de opinin que bien pronto se con-vierte en un polo del pensamiento nacional. Se configura as el gru-po de Catolicismo, en el cual naturalmente encuentran su lugar to-dos los catlicos que, en contraste con el curso cada vez ms revolu-cionario de los acontecimientos, quieren oponerle una enrgica reac-cin. El estandarte de la restauracin cristiana vuelve a desplegarsecon altivez.

    Reforzado por la polmica doctrinal con la izquierda tanto pol-tica como religiosa, Catolicismo se difunde por todo el territoriobrasileo. Los encuentros del movimiento se multiplican, hasta reunircientos de participantes. Entre los adherentes se cuentan personali-dades ilustres como el Prncipe Don Pedro Enrique de Orleans y Bra-ganza a la sazn Jefe de la Casa Imperial de Brasil y sus hijos yherederos, Don Luis y Don Bertrand. Comienza entonces la expan-sin internacional. Varias estadas en Europa en 1950, 1952 y1959 ofrecen a Plinio Corra de Oliveira la ocasin de trabar con-tacto con las corrientes del pensamiento catlico tradicional del Vie-

    jo Continente, estableciendo vnculos de amistad y colaboracin queperduran hasta hoy.

    A fin de dar una mayor solidez doctrinal a la creciente floracinde discpulos a ambos lados del Atlntico, en 1959 Plinio Corra deOliveira escribe su obra magistral,Revolucin y Contra-Revolucin.

    Esta publicacin es saludada en Europa y Amrica por eminen-tes personalidades, tanto de la Iglesia como del mundo poltico yacadmico. Entre ellos se destaca el entonces Decano del Sacro Co-legio, Cardenal Eugne Tisserant, quien califica aRevolucin y Con-tra-Revolucin como obra de la ms alta importancia para los tiem-

    pos en que vivimos, exalta su anlisis claro, preciso y veraz, y secongratula con el autor por ese magnfico trabajo.

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    Por su parte el entonces Nuncio Apostlico en el Per (y poste-riormente en Italia), Mons. Romolo Carboni, afirma que el librome

    ha causado una magnfica impresin, tanto por la justeza y el acier-to con que analiza el proceso de la Revolucin (...) como por el vigorcon que se seala la tctica y los mtodos de lucha para superarla.

    Y el P. Anastasio Gutirrez C. M. F., ex Decano de la Facultadde Derecho Cannico de la Universidad de Letrn y miembro de laComisin de Reforma del Cdigo de Derecho Cannico, reputadocomo uno de los mayores canonistas del siglo XX, calificar aRevo-lucin y Contra-Revolucin como una obra proftica en el mejor

    sentido del trmino y un producto autntico de la sapientia chris-tiana, afirmando incluso la necesidad de que su contenido seaen-seado en los centros superiores de la Iglesia.

    * * *

    Para llevar a la prctica en gran escala la metodologa de accinesbozada enRevolucin y Contra-Revolucin, al ao siguiente de supublicacin (1960) Plinio Corra de Oliveira funda la Sociedad Bra-

    silea de Defensa de la Tradicin, Familia y Propiedad (TFP).Desde entonces, inspiradas en su pensamiento como en su ac-

    cin pblica y ejemplo de vida, paulatinamente van surgiendo otrasTFPs y asociaciones afines, hoy presentes en ms de 20 pases de los5 continentes. Es la ms vasta red de asociaciones de seglares catli-cos consagradas a contrarrestar los errores revolucionarios, inclusolos que corroen la esfera eclesistica (en la medida en que afectan elcampo temporal), por ejemplo el llamadoprogresismo o la teologa

    de la liberacin.Plinio Corra de Oliveira se convierte as, desde la dcada de

    1960, en un matre pensercontra-revolucionario a nivel mundial.En contraste con tantos intelectuales de su tiempo, l no permanececonfinado en el mbito del estudio, sino que se hace apstol de lasideas que profesa, como catlico coherente que busca encarnarlas ypropagarlas por todos los medios a su alcance.

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    Prlogo a la edicin peruana

    Hoy podemos decir que del Brasil a Australia, de Escocia a Su-dfrica, de Polonia al Per, de Francia a las Filipinas, el sol no se

    pone sobre la obra de Plinio Corra de Oliveira.

    * * *

    Identificada desde entonces con la historia de las TFPs, la vidadel autor deRevolucin y Contra-Revolucin se desenvuelve en con-tinua oposicin a los errores revolucionarios. Sus intervenciones enlos acontecimientos brasileos e internacionales son numerosas y sig-nificativas. Resaltemos dos de ellas.

    En 1981 Franois Mitterrand es ungido Presidente de Francia.Su socialismo autogestionario, apoyado entre otras fuerzas por lallamada izquierda catlica, es presentado por los mass media comouna frmula nueva y casi mgica para resolver la crisis del socialo-comunismo declinante. La autogestin aparenta ser una fusin de losregmenes capitalista y socialista; pero en verdad constituye la faseextrema del comunismo, es decir la sovietizacin, al mismo tiempotirnica y anarquizante, de toda la estructura de la sociedad y del

    Estado.Esta realidad encubierta es denunciada por Plinio Corra de Oli-

    veira a travs del manifiesto El socialismo autogestionario frente alcomunismo: barrera, o cabeza de puente? Publicado en 155 diariosde 55 pases, con tirada total de 33.500.000 ejemplares, este gigan-tesco lance publicitario constituye uno de los motivos, tal vez de losmayores, que llevan al descalabro el mito de la autogestin o socia-lismo de rostro humano. As lo atestiguan editorialistas e historia-

    dores de nota.En 1990, Plinio Corra de Oliveira lanza a la TFP brasilea en la

    campaa Pro Lituania Libre, recibiendo de inmediato la adhesinde las dems TFPs. En tres meses se recogen en todo el mundo5.218.520 firmas a favor de la independencia de Lituania. ElGuiness

    Book of Records registra esta campaa como la mayor recoleccin defirmas de la Historia. Los analistas la consideran uno de los factores

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    de influencia decisiva en el proceso de liberacin de los pases blti-cos del yugo sovitico, con la consecuente desintegracin de la URSS.

    Esta intensa actividad no se opone, sino que complementa laextraordinaria labor intelectual de Plinio Corra de Oliveira, caracte-rizada por la profundidad de su doctrina como por el excepcionalacierto de sus anlisis y previsiones. Dieciocho libros, ms de 2.500artculos de prensa, veinte mil conferencias o ponencias de estudiocuya trascripcin excede el milln de pginas, atestiguan la sor-prendente fecundidad del autor deRevolucin y Contra-Revolucincomo pensador y estratega de opinin pblica.

    El ltimo libro de Plinio Corra de Oliveira esNobleza y elitestradicionales anlogas en las alocuciones de Po XII (1993). Enesta obra el autor comenta las catorce alocuciones dirigidas por aquelgran Pontfice al Patriciado y a la Nobleza romana, con un llamado apreservar, en los pases de tradicin nobiliaria, las respectivas aristo-cracias. Pero tambin resalta la indispensable tarea que les cabe enlos das actuales a las elites, tanto antiguas como las de origen re-ciente, en todos los sectores de la sociedad, subrayando el valor reli-

    gioso y cultural de las tradiciones que encarnan, as como la insusti-tuible misin que por derecho natural les compete en el conturbadomundo de hoy, para salvar el bien comn espiritual y temporal.

    Plinio Corra de Oliveira fallece en San Pablo el 3 de octubre de1995, a los 87 aos, confortado con los sacramentos de la Santa Igle-sia y la bendicin apostlica. Su cortejo fnebre es acompaado por5 mil personas venidas de todas partes del mundo, incluido el Per,para tributar el ltimo homenaje al inolvidable maestro.

    Gnesis de su pensamiento

    Al considerar las ideas de Plinio Corra de Oliveira suele aflorarla pregunta: en qu pensadores se inspir para modelarlas? En algu-nos casos, sobretodo en Europa y Norteamrica, tal pregunta condu-ce a otra, aunque no siempre explcita: cmo ha podido surgir ydesarrollarse en Sudamrica una escuela ideolgica contra-revolu-cionaria de proyeccin mundial?

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    Prlogo a la edicin peruana

    Si bien el pensamiento de Plinio Corra de Oliveira, como lmismo lo afirma, se inscribe en la escuela intelectual contra-revolu-

    cionaria europea, debemos sin embargo consignar que l entr enconocimiento de esta corriente cuando ya el conjunto de sus convic-ciones estaba prcticamente formado. En otras palabras, l es un pen-sador enteramente original.

    Cul es entonces la gnesis de sus ideas?

    Nio notablemente precoz adems de su lengua materna, ha-blaba el francs desde los cuatro aos, y el alemn desde los

    siete, l comienza a modelar su espritu ya desde su primera infan-cia, al amparo de un ambiente familiar profundamente sereno, castoy aristocrtico, con el cual siente natural afinidad. Sus reflexionesiniciales, que conforman la base estructural de su pensamiento, seremontan a esta tierna edad.

    Observador perspicaz, tempranamente se habita a no perder nadade lo que le cae bajo los ojos. Pero no se contenta con observar:busca analizar, comprender, comparar, definir. En la matriz de su

    pensamiento encontramos, por tanto, una particular agudeza y clari-dad en discernir el bien y el mal, incluso en sus formas ms atenua-das.

    Connatural al acto cognitivo, hasta el punto de ser inseparablede ste, se revela en l un ardiente amor a todo lo que es verdadero,bueno, bello, perfecto, y un no menos ardiente rechazo de lo que esfalso, errado, feo, defectivo.

    Esta rectitud o inocencia del alma, nunca manchada por medios

    trminos ni compromisos, es la matriz y el hilo conductor de todo sudesarrollo intelectual y espiritual.

    Nacido, como dijimos, en un ambiente aristocrtico, Plinio Co-rra de Oliveira hace de Europa, y particularmente de Francia, unpunto de referencia. Una larga estada con su familia en el Viejo Con-tinente, entre los aos 1912-1913, lo aproxima de los esplendores delaBelle poque. El brillante refinamiento de Francia, el esplendormilitar de la Alemania imperial, las maravillas artsticas y la vivaci-

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    dad de Italia, en suma, las riquezas de la civilizacin cristiana euro-pea, fascinan al pequeo y vivaz viajero de cinco aos de edad.

    La visita al castillo de Versailles, y por tanto el contacto con elAncien Rgime, lo marcan profundamente. En la fastuosa morada delRey Sol, Plinio Corra de Oliveira descubre un refinamiento, unaelevacin de estilo de vida, un modo de ser que lo extasan. Quedatan maravillado, que no quiere irse ms; y para demostrarlo, con ungesto propio de su edad, se abraza con toda su fuerza a la rueda de unregio carruaje dorado...

    Pero su gil espritu no se cie a deleitarse con las bellezas quese ofrecen a sus ojos. Comprende que todas esas bellezas reflejanperfecciones an ms elevadas, a cuya contemplacin se abre conavidez. Este impulso hacia lo alto, hacia lo absoluto, hacia los mode-los ideales, es otra caracterstica de su pensamiento.

    Y dnde encontrar el pice de esas perfecciones ideales, hacialas cuales con tanta fuerza tiende?

    A los seis aos de edad, durante la Misa en la iglesia del Sagrado

    Corazn, mientras observa todo a su alrededor, toma forma en suespritu, naturalmente, por asociacin de imgenes, un cierto nexoentre aquel recinto sagrado y las personas all presentes: los bellosvitrales, el majestuoso sonido del rgano, el fulgor sacral de la litur-gia, la distincin seorial de los hombres, la exquisita dignidad de lasseoras...

    El nio percibe que hay un denominador comn entre esas va-rias formas de belleza material y espiritual, dado por algo sobrenatu-

    ral que de cierto modo las impregna y armoniza a todas. Su mirada sefija entonces sobre la imagen del Sagrado Corazn del altar mayor. Yen ese momento comprende que todas esas perfecciones son un re-flejo del propio Dios. En el Sagrado Corazn discierne el arquetipodivino y humano de todo cuanto l ama. De su corazn brota enton-ces un acto de fe y de amor: Ah, la santa Iglesia Catlica Apostli-ca Romana! Cmo Ella es perfecta! Nada puede compararse a susperfecciones!.

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    Prlogo a la edicin peruana

    En su precoz intelecto toman as forma precisa las dos grandesrealidades en torno de las cuales se estructurarn sus ideas: la Iglesia

    de una parte, la Cristiandad de la otra; dos rdenes interdependientesy armnicos entre s, constituyendo un todo iluminado por la fe cat-lica, apostlica y romana. Este nexo ser desde entonces el ideal desu pensamiento y de toda su vida.

    Nio an, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Plinio Co-rra de Oliveira comienza a leer atentamente libros y revistas de his-toria, particularmente la coleccin del Journal de lUniversit des

    Annales. En ese contacto con el pasado se le abren nuevos horizon-

    tes. Retrocediendo en los siglos comienza a comprobar que la tanadmiradaBelle poque no es sino un resto, plido y desfigurado, delAntiguo Rgimen, y que, ste a su vez, es apenas un dbil eco delMedioevo cristiano.

    La Edad Media le aparece, as, como la ms alta realizacin his-trica del ideal catlico. Y comienza a comprender, en toda su pro-fundidad, las palabras de Len XIII sobre aquella dulce primaverade la Fe en la cual la filosofa del Evangelio gobernaba los Esta-

    dos1.Mientras tanto, en 1917 estalla en Rusia la revolucin bolchevi-

    que. Sin conocer todava la doctrina de los revolucionarios, PlinioCorra de Oliveira discierne en ellos, sin embargo, la accin de unespritu de destruccin en todo semejante al de los jacobinos de 1789.En la clamorosa matanza de la familia imperial cuyos macabrosdetalles hacen estremecer a la sociedad de San Pablo siente aflorarel mismo odio anti-jerrquico que se haba desatado contra Luis XVI

    y Mara Antonieta.Comienza as a esbozarse en su espritu la idea de un proceso

    histrico de destruccin por etapas del orden cristiano; idea que irmadurando hasta completarse, en sus trazos esenciales, enRevolu-cin y Contra-Revolucin.

    1. EncclicaImmortale Dei, del 1-XI-1885; cfr. Parte I, Cap. VII, 1, E.

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    Como hemos visto, en 1919 Plinio Corra de Oliveira ingresa alColegio San Luis, y soporta entonces el choque frontal con el mundo

    moderno, que se acentuar pocos aos despus, ya adolescente, cuandocomience a frecuentar la sociedad. No tarda en percibir que ese mun-do es animado de un espritu diametralmente opuesto al de la civili-zacin cristiana: en lugar de la elevacin de espritu, del decoro, delas buenas maneras heredadas del pasado catlico que caracterizan elhogar paterno, se ve inmerso en un ambiente donde irrumpen el de-mocratismo igualitario, la vulgaridad soez, la inmoralidaddesenfrenada.

    No escapa a su observacin analtica el funesto papel que le cabe,en la gnesis de esta situacin, a un nuevo modo de ser introducidoespecialmente por el cine de Hollywood, que paulatinamente va sus-tituyendo la tradicional influencia cultural europea. Eljazz desplazaal vals, como ste haba desplazado al minu...El culto a la esponta-neidad sustituye las formas antiguas de respeto y cortesa; la bsque-da de sensaciones cada vez ms intensas la mana de la velocidad,o el apetito de cada vez mayores extravagancias, por ejemplo in-troduce un factor de desequilibrio en las mentes, y en consecuenciaen todo el actuar y el relacionarse humano.

    Plinio Corra de Oliveira mide claramente la gravedad del cua-dro que se presenta ante sus ojos. Y llega a la conclusin que el mun-do se encuentra en los embates supremos de una lucha entre el Ordenrepresentado por la Tradicin cristiana y el desorden que se es-parce mediante un insidioso proceso que va corroyendo todo cuantode verdadero, de bueno y de bello resta an en el mundo. Ya sea ensus manifestaciones cruentas como el bolchevismo y el terror jacobi-no, ya sea risueas, como en la msicajazz y en el cine hollywoodia-no, esta ofensiva apunta siempre al mismo fin: la destruccin delespritu catlico, de la civilizacin cristiana y, en ltimo anlisis, dela propia Iglesia.

    Este curso de cosas, al cual ms tarde designar con el nombredeRevolucin, no es para l un proceso a ser observado y considera-do aspticamente, tal como lo hara un filsofo de saln. La mselemental coherencia impone que, bajo pena de hacerse cmplice de

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    Prlogo a la edicin peruana

    la Revolucin, el catlico debe tomar posicin contra sta, oponerleuna vigorosa accin contraria, o sea una Contra-Revolucin. Esto se

    presenta para Plinio Corra de Oliveira como un imperativo moral.Toma entonces a la edad de 12 aos, a las puertas de la adolescen-cia una determinacin para toda su vida:

    Suceda lo que me suceda, yo ser contra este mundo revolucio-nario. Este mundo y yo somos enemigos irreconciliables. Yo estar afavor de la pureza, de la Iglesia, de la jerarqua; yo defender la com-postura, la dignidad, el decoro... Incluso si debiera quedar como elltimo de los hombres, aplastado, triturado, destruido, estos valores

    se identifican con mi vida!.As, en esa temprana edad, tras haber establecido los primeros

    fundamentos de su pensamiento contra-revolucionario, Plinio Co-rra de Oliveira deja de lado todas las perspectivas de futuro brillanteque se le abran, y toma la firme decisin de consagrar enteramentesu vida a la defensa de la Iglesia y la restauracin de la CivilizacinCristiana.

    Esta determinacin, l la resumir posteriormente en palabrasque trasuntan noble idealismo:

    Cuando era an muy joven,consider con amor y veneracin las ruinas de la Cristiandad;a ellas entregu mi corazn,di las espaldas a mi futuro,e hice de aquel pasado cargado de bendicionesmi porvenir.

    Desde aquel momento en adelante su vida de ser la de un autn-tico cruzado en el siglo XX, una personificacin de las doctrinas queprofesa.

    * * *

    EnRevolucin y Contra-Revolucin, Plinio Corra de Oliveiratraza el perfil moral del contra-revolucionario, definiendo como tal aquien:

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    * Conoce la Revolucin, el Orden y la Contra-Revolucin ensu espritu, en sus doctrinas, en sus respectivos mtodos;

    *Ama la Contra-Revolucin y el Orden cristiano, odia la Revo-lucin y el anti-orden;

    *Hace de ese amor y de este odio el eje en torno del cual gravi-tan todos sus ideales, sus preferencias y actividades1.

    Estos atributos residieron por excelencia y plenamente en supersona. De ellos l fue, a lo largo de toda su vida, un paradigmantegro e impar; y esa integridad de su militancia catlica y contra-

    revolucionaria es el ejemplo que Plinio Corra de Oliveira deja alconturbado mundo contemporneo. Un ejemplo recogido y perpe-tuado por sus discpulos, reunidos en las asociaciones de defensa dela Tradicin, la Familia y la Propiedad las TFPs y entidades afines,hoy esparcidas por todo el orbe, y por todos aquellos que en nme-ro creciente adhieren a su ideal de restauracin de la CivilizacinCristiana.

    * * *Transcurre este ao el dcimo aniversario del fallecimiento del

    autor deRevolucin y Contra-Revolucin. La conmemoracin es pro-picia para hacer realidad el proyecto, desde hace mucho anhelado, depublicar en el Per el magistral ensayo, revisado y aumentado en1992. No slo como homenaje a la memoria de su inolvidable autor,sino tambin con una intencin genuinamente apostlica.

    En efecto, en los das de tenebrosa confusin en que vivimos,

    poner al alcance del pblico un anlisis que clarifica el cuadro de lacrisis presente situndola con insuperable lucidez en un panoramade conjunto coherente y grandioso, a la par que seala con aciertolos principios de accin para afrontarla eficazmente, tiene un pode-roso efecto ordenador de los espritus y orientador hacia el bien. Y aese ttulo constituye un autntico apostolado.

    1. Cfr. Parte II, Cap. IV, 1.

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    Prlogo a la edicin peruana

    Por eso, al presentar la edicin peruana deRevolucin y Contra-Revolucin, nos complacemos en ofrecer al lector esta obra desbor-

    dante de sabidura y espritu catlico; y cumplimos tambin un deberde gratitud y justicia hacia su egregio autor, Plinio Corra de Olivei-ra, cuyo pensamiento resplandece cada vez ms como una luz y unagua para los atribulados hombres de nuestra poca.

    Lima, 13 de mayo de 2005

    Tradicin y Accinpor un Per Mayor

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    INTRODUCCIN

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    Introduccin

    Catolicismo, al dar a luz su centsimo nmero, quiere sealarel hecho marcndolo con una nota especial, que propicie un ahonda-miento de la comunicacin de alma, ya tan grande, que tiene con sus

    lectores.Para esto, nada le pareci ms oportuno que la publicacin de un

    estudio sobre el tema Revolucin y Contra-Revolucin.

    Es fcil explicar la eleccin del asunto. Catolicismo es un pe-ridico combativo. Como tal, debe ser juzgado principalmente enfuncin del fin que su combate tiene en vista. Ahora bien, a quin,precisamente, quiere combatir? La lectura de sus pginas produce alrespecto una impresin tal vez poco definida. Es frecuente encontraren ellas refutaciones del comunismo, del socialismo, del totalitaris-mo, del liberalismo, del liturgicismo, del maritainismo y de tantosotros ismos. Sin embargo, no se dira que tenemos de tal manera envista a uno de ellos, que por se nos pudisemos definir. Por ejemplo,habra exageracin en afirmar que Catolicismo es una publicacinespecficamente anti-protestante o anti-socialista. Se dira, entonces,que el peridico tiene una pluralidad de fines. No obstante, se perci-be que, en la perspectiva en que se sita, todos estos puntos de mira

    tienen una especie de denominador comn, y que ste es el objetivosiempre tenido en cuenta por nuestra publicacin.

    Cul es ese denominador comn? Una doctrina? Una fuerza?Una corriente de opinin? Bien se ve que una elucidacin al respec-to ayuda a comprender hasta sus profundidades toda la obra de for-macin doctrinaria que Catolicismo ha venido realizando a lo lar-go de estos cien meses.

    * * *

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    El estudio de la Revolucin y de la Contra-Revolucin excede,con mucho, de este limitado objetivo.

    Para demostrarlo, basta dar una mirada al panorama religioso denuestro pas. Estadsticamente, la situacin de los catlicos es exce-lente: segn los ltimos datos oficiales, constituimos el 94% de lapoblacin. Si todos los catlicos fusemos lo que debemos ser, Bra-sil sera hoy una de las ms admirables potencias catlicas nacidas alo largo de los veinte siglos de vida de la Iglesia.

    Por qu, entonces, estamos tan lejos de este ideal? Quin po-

    dra afirmar que la causa principal de nuestra presente situacin es elespiritismo, el protestantismo, el atesmo o el comunismo? No. Lacausa es otra, impalpable, sutil, penetrante como si fuese una pode-rosa y temible radioactividad. Todos sienten sus efectos, pero pocossabran decir su nombre y su esencia.

    Al hacer esta afirmacin, nuestro pensamiento se extiende de lasfronteras del Brasil a las naciones hispanoamericanas, nuestras tanqueridas hermanas, y de ah hacia todas las naciones catlicas. En

    todas ejerce su imperio indefinido y avasallador el mismo mal. Y entodas produce sntomas de una magnitud trgica.

    Un ejemplo entre otros. En una carta dirigida en 1956, a prop-sito del Da Nacional de Accin de Gracias, a Su Eminencia el Car-denal Carlos Carmelo de Vasconcellos Motta, Arzobispo de San Pa-blo, el Excmo. y Revmo. Mons. Angelo DellAcqua, Sustituto de laSecretara de Estado del Vaticano, deca que, como consecuenciadel agnosticismo religioso de los Estados, qued amortecido o

    casi perdido en la sociedad moderna el sentir de la Iglesia. Ahorabien, qu enemigo asest contra la Esposa de Cristo este golpe terri-ble? Cul es la causa comn a ste y a tantos otros males concomi-tantes y afines? Con qu nombre llamarla? Cules son los mediospor los cuales acta? Cul es el secreto de su victoria? Cmo com-batirla con xito?

    Como se ve, difcilmente un tema podra ser de ms palpitanteactualidad.

    * * *

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    Introduccin

    Este enemigo terrible tiene un nombre: se llama Revolucin. Sucausa profunda es una explosin de orgullo y sensualidad que inspi-

    r, no diramos un sistema, sino toda una cadena de sistemas ideol-gicos. De la amplia aceptacin dada a stos en el mundo entero, deri-varon las tres grandes revoluciones de la Historia de Occidente: laPseudo-Reforma, la Revolucin Francesa y el Comunismo1.

    El orgullo conduce al odio a toda superioridad, y, por tanto, a laafirmacin de que la desigualdad es en s misma, en todos los planos,inclusive y principalmente en los planos metafsico y religioso, unmal. Es el aspecto igualitario de la Revolucin.

    La sensualidad, de suyo, tiende a derribar todas las barreras. Noacepta frenos y lleva a la rebelda contra toda autoridad y toda ley,sea divina o humana, eclesistica o civil. Es el aspecto liberal de laRevolucin.

    Ambos aspectos, que en ltimo anlisis tienen un carcter meta-fsico, parecen contradictorios en muchas ocasiones, pero se conci-lian en la utopa marxista de un paraso anrquico en que una huma-

    nidad altamente evolucionada y emancipada de cualquier religin,vivira en profundo orden sin autoridad poltica, y en una libertadtotal de la cual, sin embargo, no derivara ninguna desigualdad.

    La Pseudo-Reforma fue una primera revolucin. Ella implantel espritu de duda, el liberalismo religioso y el igualitarismo ecle-sistico, en medida variable segn las diversas sectas a que dio ori-gen.

    Le sigui la Revolucin Francesa, que fue el triunfo del igualita-

    rismo en dos campos. En el campo religioso, bajo la forma del ates-mo, especiosamente rotulado de laicismo. Y en la esfera poltica, porla falsa mxima de que toda desigualdad es una injusticia, toda auto-ridad un peligro, y la libertad el bien supremo.

    1. Cfr. LEN XIII, Encclica Parvenu la Vingt-Cinquime Anne, del19-III-1902. Bonne Presse, Pars, vol. VI, p. 279.

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    Revolucin y Contra-Revolucin

    El Comunismo es la trasposicin de estas mximas al camposocial y econmico.

    Estas tres revoluciones son episodios de una sola Revolucin,dentro de la cual el socialismo, el liturgicismo, la politique de lamain tendue, etc., son etapas de transicin o manifestaciones ate-nuadas.

    * * *

    Claro est que un proceso de tanta profundidad, de tal enverga-

    dura y de tan larga duracin no puede desarrollarse sin abarcar todoslos dominios de la actividad del hombre, como por ejemplo la cultu-ra, el arte, las leyes, las costumbres y las instituciones.

    Un estudio pormenorizado de este proceso en todos los camposen que se viene desarrollando, excedera en mucho el mbito de estetrabajo.

    En l procuramos limitndonos a slo una veta de este vastoasunto trazar de modo sumario los contornos de la inmensa ava-

    lancha que es la Revolucin, darle el nombre adecuado, indicar muysucintamente sus causas profundas, los agentes que la promueven,los elementos esenciales de su doctrina, la importancia respectiva delos varios terrenos en que ella acta, el vigor de su dinamismo, elmecanismo de su expansin. Simtricamente, tratamos despus depuntos anlogos referentes a la Contra-Revolucin, y estudiamos al-gunas de las condiciones para su victoria.

    Aun as, de cada uno de estos temas no pudimos desarrollar sino

    las partes que nos parecieron ms tiles, de momento, para esclare-cer a nuestros lectores y facilitarles la lucha contra la Revolucin. Ytuvimos que dejar de lado muchos puntos de importancia realmentecapital, pero de actualidad menos apremiante.

    El presente trabajo, como dijimos, constituye un simple conjun-to de tesis, a travs de las cuales se puede conocer mejor el espritu yel programa de Catolicismo. Excedera de sus naturales proporcio-nes, si contuviese una demostracin cabal de cada afirmacin. Nos

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    Introduccin

    ceimos tan slo a desarrollar el mnimo necesario de argumenta-cin para poner en evidencia el nexo existente entre las varias tesis, y

    la visin panormica de toda una vertiente de nuestras posicionesdoctrinarias.

    * * *

    Este artculo puede servir de encuesta. Qu piensa exactamen-te, en el Brasil y fuera de l, el pblico que lee Catolicismo sobre laRevolucin y la Contra-Revolucin, siendo ciertamente de los msopuestos a la Revolucin? Nuestras proposiciones, aunque abarcan-

    do tan slo una parte del tema, pueden dar ocasin a que cada uno seinterrogue, y nos enve su respuesta, que acogeremos con todo inte-rs.

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    PARTE I

    LA REVOLUCIN

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    Captulo I

    Crisis del hombre contemporneo

    Las muchas crisis que conmueven el mundo de hoy del Esta-do, de la familia, de la economa, de la cultura, etc. no constituyen

    sino mltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene comocampo de accin al propio hombre. En otros trminos, esas crisistienen su raz en los problemas del alma ms profundos, de donde seextienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre con-temporneo y a todas sus actividades.

    Captulo II

    Crisis del hombre occidental y cristiano

    Esa crisis es principalmente la del hombre occidental y cristia-no, es decir, del europeo y de sus descendientes, el americano y elaustraliano. Y es en cuanto tal que la estudiaremos ms particular-mente. Ella afecta tambin a los otros pueblos, en la medida en que a

    stos se extiende y en ellos ech races el mundo occidental. En esospueblos tal crisis se complica con los problemas propios de las res-pectivas culturas y civilizaciones y con el choque entre stas y loselementos positivos o negativos de la cultura y de la civilizacin oc-cidentales.

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    Primera Parte La Revolucin

    Captulo III

    Caractersticas de esa crisis

    Por ms profundos que sean los factores de diversificacin deesa crisis en los diferentes pases de hoy, ella conserva, siempre, cin-

    co caracteres capitales:

    1. ES UNIVERSAL

    Esa crisis es universal. No existe hoy pueblo que no est alcan-zado por ella, en mayor o en menor grado.

    2. ES UNA

    Esa crisis es una. Es decir, no se trata de un conjunto de crisisque se desarrollan paralela y autnomamente en cada pas, ligadasentre s por algunas analogas ms o menos relevantes.

    Cuando ocurre un incendio en un bosque, no es posible considerarel fenmeno como si fuesen mil incendios autnomos y paralelos, demil rboles vecinos unos de otros. La unidad del fenmeno combus-tin, ejercindose sobre la unidad viva que es el bosque, y la circuns-tancia de que la gran fuerza de expansin de las llamas resulta de uncalor en el cual se funden y se multiplican las incontables llamas delos diversos rboles, todo en fin, contribuye para que el incendio dela floresta sea un hecho nico, que engloba en una realidad total losmil incendios parciales, por ms diferentes que sean cada uno destos en sus accidentes.

    La Cristiandad occidental constituy un solo todo, que trascen-da a los diversos pases cristianos, sin absorberlos. En esa unidadviva se oper una crisis que acab por alcanzarla por entero, por elcalor sumado y, ms an, fundido, de las cada vez ms numerosascrisis locales que desde hace siglos se vienen interpenetrando y en-

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    Captulo III

    treayudando ininterrumpidamente. En consecuencia, hace mucho quela Cristiandad, en cuanto familia de Estados oficialmente catlicos,

    ces de existir. De ella restan como vestigios los pueblos occidenta-les y cristianos. Y todos se encuentran actualmente en agona bajo laaccin de este mismo mal.

    3. ES TOTAL

    Considerada en un determinado pas, esa crisis se desarrolla enuna zona de problemas tan profunda, que se prolonga o se desdobla,por el propio orden de las cosas, en todas las potencias del alma, entodos los campos de la cultura, en fin, en todos los dominios de laaccin del hombre.

    4. ES DOMINANTE

    Encarados superficialmente, los acontecimientos de nuestros dasparecen una maraa catica e inextricable, y de hecho los son desdemuchos puntos de vista.

    Entretanto, es posible discernir resultantes, profundamente cohe-rentes y vigorosas, de la conjuncin de tantas fuerzas desvariadas,siempre que stas sean consideradas desde el ngulo de la gran crisisde que tratamos.

    En efecto, al impulso de esas fuerzas en delirio, las nacionesoccidentales van siendo gradualmente impelidas hacia un estado decosas que se va delineando igual en todas ellas, y diametralmenteopuesto a la civilizacin cristiana.

    De donde se ve que esa crisis es como una reina a la que todas las

    fuerzas del caos sirven como instrumentos eficientes y dciles.5. ES PROCESIVA

    Esa crisis no es un hecho espectacular y aislado. Ella constituye,por el contrario, un proceso ya cinco veces secular, un prolongadosistema de causas y efectos que, habiendo nacido en determinadomomento, con gran intensidad, en las zonas ms profundas del almay de la cultura del hombre occidental, viene produciendo, desde elsiglo XV hasta nuestros das, sucesivas convulsiones.

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    Primera Parte La Revolucin

    A este proceso bien se le pueden aplicar las palabras de Po XIIrelativas a un sutil y misterioso enemigo de la Iglesia: l se en-

    cuentra en todo lugar y en medio de todos: sabe ser violento y astuto.En estos ltimos siglos intent realizar la disgregacin intelectual,moral, social, de la unidad en el organismo misterioso de Cristo.Quiso la naturaleza sin la gracia, la razn sin la fe; la libertad sin laautoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un enemigo quese volvi cada vez ms concreto, con una ausencia de escrpulos quean sorprende: Cristo s, la Iglesia no! Despus: Dios s, Cristono! Finalmente el grito impo: Dios est muerto; y hasta Dios jamsexisti. Y he aqu la tentativa de edificar la estructura del mundosobre las bases que no dudamos en sealar como las principalesresponsables por la amenaza que pesa sobre la humanidad: una eco-noma sin Dios, un derecho sin Dios, una poltica sin Dios1. Esteproceso no debe ser visto como una secuencia puramente fortuita decausas y efectos, que se fueron sucediendo de modo inesperado. Yaen sus comienzos esta crisis posea las energas necesarias para redu-cir a acto todas sus potencialidades, que en nuestros das conservabastante vivas como para causar, por medio de supremas convulsio-

    nes, las destrucciones ltimas que son su trmino lgico.Influenciada y condicionada en sentidos diversos, por factores

    extrnsecos de todo orden culturales, sociales, econmicos, tni-cos, geogrficos y otros y siguiendo a veces caminos bien sinuo-sos, ella va progresando incesantemente hacia su trgico fin.

    A. Decadencia de la Edad Media

    Ya esbozamos en la Introduccin los grandes trazos de este pro-

    ceso. Es oportuno aadir algunos pormenores.

    En el siglo XIV comienza a observarse, en la Europa cristiana,una transformacin de mentalidad que a lo largo del siglo XV crececada vez ms en nitidez. El apetito de los placeres terrenos se vatransformando en ansia. Las diversiones se van volviendo ms fre-

    1. Alocucin a la Unin de Hombres de la Accin Catlica italiana, 12-X-1952,Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIV, p. 359.

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    Captulo III

    cuentes y ms suntuosas. Los hombres se preocupan cada vez mscon ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la literatura

    y en el arte el anhelo creciente por una vida llena de deleites de lafantasa y de los sentidos va produciendo progresivas manifestacio-nes de sensualidad y molicie. Hay una paulatina mengua de la serie-dad y de la austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risue-o, a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden gradual-mente del amor al sacrificio, de la verdadera devocin a la Cruz y delas aspiraciones de santidad y vida eterna. La Caballera, otrora unade las ms altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amo-rosa y sentimental; la literatura de amor invade todos los pases; losexcesos de lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden portodas las clases sociales.

    Tal clima moral, al penetrar en las esferas intelectuales, produjoclaras manifestaciones de orgullo, como el gusto por las disputasaparatosas y vacas, por las argucias inconsistentes, por las exhibi-ciones fatuas de erudicin, y lisonje viejas tendencias filosficas,de las cuales haba triunfado la Escolstica, y que ahora, ya relajadoel antiguo celo por la integridad de la Fe, renacan con nuevos aspec-tos. El absolutismo de los legistas, que se engalanaban con un cono-cimiento vanidoso del Derecho Romano, encontr en Prncipes am-biciosos un eco favorable. Ypari passu se fue extinguiendo en gran-des y pequeos la fibra de otrora para contener al poder real en loslegtimos lmites vigentes en los das de San Luis de Francia y de SanFernando de Castilla.

    B. Pseudo-Reforma y Renacimiento

    Este nuevo estado de alma contena un deseo poderoso, aunquems o menos inconfesado, de un orden de cosas fundamentalmentediverso del que haba llegado a su apogeo en los siglos XII y XIII.

    La admiracin exagerada, y no pocas veces delirante, por el mun-do antiguo, sirvi como medio de expresin a ese deseo. Procurandomuchas veces no chocar de frente con la vieja tradicin medieval, elHumanismo y el Renacimiento tendieron a relegar la Iglesia, lo so-brenatural, los valores morales de la Religin, a un segundo plano. El

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    Primera Parte La Revolucin

    tipo humano, inspirado en los moralistas paganos, que aquellos mo-vimientos introdujeron como ideal en Europa, as como la cultura y

    la civilizacin coherentes con este tipo humano, ya eran los legti-mos precursores del hombre vido de ganancias, sensual, laico y prag-mtico de nuestros das, de la cultura y de la civilizacin materialis-tas en que cada vez ms nos vamos hundiendo. Los esfuerzos por unRenacimiento cristiano no lograron aplastar en su germen los factoresde los cuales result el triunfo paulatino del neopaganismo.

    En algunas partes de Europa, ste se desarroll sin llevarlas a laapostasa formal. Importantes resistencias se le opusieron. E incluso

    cuando se instalaba en las almas, no osaba pedirles al inicio por lomenos una ruptura formal con la Fe.

    Pero en otros pases embisti abiertamente contra la Iglesia. Elorgullo y la sensualidad, en cuya satisfaccin est el placer de la vidapagana, suscitaron el protestantismo.

    El orgullo dio origen el espritu de duda, al libre examen, a lainterpretacin naturalista de la Escritura. Produjo la insurreccin con-

    tra la autoridad eclesistica, expresada en todas las sectas por la ne-gacin del carcter monrquico de la Iglesia Universal, es decir porla rebelin contra el Papado. Algunas, ms radicales, negaron tam-bin lo que se podra llamar la alta aristocracia de la Iglesia Univer-sal, o sea los Obispos, sus Prncipes. Otras negaron incluso el propiosacerdocio jerrquico, reducindolo a una mera delegacin del pue-blo, nico poseedor verdadero del poder sacerdotal.

    En el plano moral, el triunfo de la sensualidad en el protestantis-

    mo se afirm por la supresin del celibato eclesistico y por la intro-duccin del divorcio.

    C. Revolucin Francesa

    La accin profunda del Humanismo y del Renacimiento entrelos catlicos no ces de dilatarse en una creciente cadena de conse-cuencias en toda Francia. Favorecida por el debilitamiento de la pie-dad de los fieles ocasionado por el jansenismo y por los otros fer-mentos que el protestantismo del siglo XVI desgraciadamente haba

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    dejado en el Reino Cristiansimo tal accin tuvo por efecto en elsiglo XVIII una disolucin casi general de las costumbres, un modo

    frvolo y brillante de considerar las cosas, un endiosamiento gradualde la vida terrena, que prepar el campo para la victoria gradual de lairreligin. Dudas en relacin a la Iglesia, negacin de la divinidad deCristo, desmo, atesmo incipiente fueron las etapas de esa apostasa.

    Profundamente afn con el protestantismo, heredera de l y delneopaganismo renacentista, la Revolucin Francesa realiz una obradel todo y en todo simtrica a la de la Pseudo-Reforma. La IglesiaConstitucional que ella intent fundar antes de naufragar en el des-

    mo y en el atesmo, era una adaptacin de la Iglesia de Francia alespritu del protestantismo. Y la obra poltica de la Revolucin Fran-cesa no fue sino la transposicin, al mbito del Estado, de la refor-ma que las sectas protestantes ms radicales adoptaron en materiade organizacin eclesistica:

    rebelin contra el Rey, simtrica a la rebelin contra el Papa;

    rebelin de la plebe contra los nobles, simtrica a la rebelin

    de la plebe eclesistica, es decir, de los fieles, contra la aristocra-cia de la Iglesia, es decir, el Clero;

    afirmacin de la soberana popular, simtrica al gobierno deciertas sectas, en mayor o menor medida, por los fieles.

    D. Comunismo

    En el protestantismo nacieron algunas sectas que, transponiendodirectamente sus tendencias religiosas al campo poltico, prepararon

    el advenimiento del espritu republicano. San Francisco de Sales, enel siglo XVII, previno contra estas tendencias republicanas al Duquede Saboya1. Otras, yendo ms lejos, adoptaron principios que, si nopueden ser llamados comunistas en todo el sentido actual del trmi-no, son por lo menos pre-comunistas.

    1. Cfr. SAINTE-BEUVE, tudes des lundis XVIIme sicle Saint Franois deSales, Librairie Garnier, Pars, 1928, p. 364.

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    De la Revolucin Francesa naci el movimiento comunista deBabeuf. Y ms tarde, del espritu cada vez ms vivaz de la Revolu-

    cin, irrumpieron las escuelas del comunismo utpico del siglo XIXy el comunismo llamado cientfico de Marx.

    Y qu hay de ms lgico? El desmo tiene como fruto normal elatesmo. La sensualidad, sublevada contra los frgiles obstculos deldivorcio, tiende por s misma al amor libre. El orgullo, enemigo detoda superioridad, habra de embestir contra la ltima desigualdad,es decir, la de fortunas. Y as, ebrio de sueos de Repblica Univer-sal, de supresin de toda autoridad eclesistica o civil, de abolicin

    de toda Iglesia y, despus de una dictadura obrera de transicin, tam-bin del propio Estado, he ah el neo-brbaro del siglo XX, productoms reciente y ms extremado del proceso revolucionario.

    E. Monarqua, repblica y religin

    A fin de evitar cualquier equvoco, conviene acentuar que estaexposicin no contiene la afirmacin de que la repblica es un rgi-men poltico necesariamente revolucionario. Len XIII, al hablar de

    las diversas formas de gobierno, dej claro que todas y cada unason buenas, siempre que tiendan rectamente a su fin, es decir, al biencomn, razn de ser de la autoridad social1.

    Tachamos de revolucionaria, eso s, la hostilidad profesada, porprincipio, contra la monarqua y la aristocracia, como si fueran for-mas esencialmente incompatibles con la dignidad humana y el ordennormal de las cosas. Es el error condenado por San PoX en la CartaApostlicaNotre Charge Apostolique, el 25 de agosto de 1910. En

    ella el grande y santo Pontfice censura la tesis del Sillon, de queslo la democracia inaugurar el reino de la perfecta justicia, yexclama; No es esto una injuria a las otras formas de gobierno,que son rebajadas de ese modo a la categora de gobiernos impoten-tes, aceptables a falta de otro mejor?2.

    1. EncclicaAu Milieu des Sollicitudes, 16-II-1892, Bonne Presse, Pars, vol.III,p. 116.

    2. A.A.S., vol. II, p. 618.

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    Ahora bien, sin este error, entraado en el proceso de que habla-mos, no se explica enteramente que la monarqua, calificada por el

    Papa PoVI como, en tesis, la mejor forma de gobierno prae-stantioris monarchici regiminis forma1, haya sido objeto, en lossiglos XIX y XX, de un movimiento mundial de hostilidad que echpor tierra los tronos y las dinastas ms venerables. La produccin enserie de repblicas por el mundo entero es, a nuestro modo de ver, unfruto tpico de la Revolucin, y un aspecto capital de ella.

    No puede ser tachado de revolucionario quien para su Patria, porrazones concretas y locales, salvaguardados siempre los derechos de

    la autoridad legtima, prefiere la democracia a la aristocracia o a lamonarqua. Pero s quien, llevado por el espritu igualitario de laRevolucin, odia por principio, y califica de injusta o inhumana enesencia la aristocracia o la monarqua.

    De ese odio antimonrquico y antiaristocrtico nacen las demo-cracias demaggicas, que combaten la tradicin, persiguen las lites,degradan el tonus general de la vida, y crean un ambiente de vulgari-dad que constituye como la nota dominante de la cultura y de la civi-

    lizacin... si es que los conceptos de civilizacin y de cultura se pue-den realizar en tales condiciones.

    Cmo diverge de esta democracia revolucionaria la democraciadescrita por Po XII: Segn el testimonio de la Historia, donde rei-na una verdadera democracia la vida del pueblo est impregnada desanas tradiciones, que es ilcito abatir. Representantes de esas tradi-ciones son, ante todo, las clases dirigentes, o sea, los grupos de hom-bres y mujeres o las asociaciones que, como se acostumbra a decir,

    dan el tono en la aldea y en la ciudad, en la regin y en el pas entero.De ah la existencia y el influjo, en todos los pueblos civilizados,

    de instituciones eminentemente aristocrticas, en el sentido ms ele-

    1. Alocucin al Consistorio Secreto, 17-VI-1793, sobre la muerte del rey deFrancia,Les Enseignements Pontificaux La Paix Intrieure des Nationspar les moines de Solesmes, Descle & Cie., p. 8.

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    vado de la palabra, como son algunas academias de amplia y bienmerecida fama. Pertenece tambin a este nmero la nobleza1.

    Como se ve, el espritu de la democracia revolucionaria es biendiverso de aqul que debe animar una democracia conforme a la doc-trina de la Iglesia.

    F. Revolucin, Contra-Revolucin y dictadura

    Las presentes consideraciones sobre la posicin de la Revolu-cin y del pensamiento catlico ante las formas de gobierno podrnsuscitar en varios lectores un interrogante: la dictadura es un factor

    de Revolucin, o de Contra-Revolucin?

    Para responder con claridad a una pregunta a la cual han sidodadas tantas soluciones confusas y hasta tendenciosas, es necesarioestablecer una distincin entre ciertos elementos que se enmaraandesordenadamente en la idea de dictadura, tal como la opinin pblicala concepta. Confundiendo la dictadura en tesis con lo que ella hasido in concreto en el siglo XX, el pblico entiende por dictadura unestado de cosas en el cual un jefe dotado de poderes irrestrictos gobier-

    na a un pas. Para el bien de ste, dicen unos. Para el mal, dicen otros.Mas en uno y en otro caso, tal estado de cosas es siempre una dictadura.

    Ahora bien, este concepto envuelve dos elementos diferentes:

    omnipotencia del Estado;

    concentracin del poder estatal en una sola persona.

    En el espritu pblico, parece que el segundo elemento llama

    ms la atencin. Sin embargo, el elemento bsico es el primero, porlo menos si entendemos por dictadura un estado de cosas en que,suspendido todo orden jurdico, el poder pblico dispone a su antojode todos los derechos. Que una dictadura pueda ser ejercida por unRey (la dictadura real, es decir, la suspensin de todo orden jurdicoy el ejercicio irrestricto del poder pblico por el Rey, no se confunde

    1. Alocucin al Patriciado y a la Nobleza Romana, 16-I-1946,Discorsi e Ra-diomessaggi, vol. VII, p. 340.

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    con elAncien Rgime, en el cual estas garantas existan en conside-rable medida, y mucho menos con la monarqua orgnica medieval)

    o un jefe popular, una aristocracia hereditaria o un clan de banque-ros, o hasta por la masa, es enteramente evidente.

    En s, una dictadura ejercida por un jefe o un grupo de personasno es revolucionaria ni contra-revolucionaria. Ser una u otra cosaen funcin de las circunstancias en que se origin, y de la obra querealice. Y esto, tanto est en manos de un hombre como de un grupo.

    Hay circunstancias que exigen, para la salus populi, una suspen-

    sin provisional de los derechos individuales y el ejercicio ms am-plio del poder pblico. La dictadura puede, por tanto, ser legtima enciertos casos.

    Una dictadura contra-revolucionaria y, pues, enteramente guia-da por el deseo de Orden, debe presentar tres requisitos esenciales:

    Debe suspender los derechos, no para subvertir el Orden, sinopara protegerlo. Y por orden no entendemos solamente la tranquili-dad material, sino la disposicin de las cosas segn su fin, y de acuer-

    do con la respectiva escala de valores. Hay, pues, una suspensin dederechos ms aparente que real, el sacrificio de las garantas jurdi-cas de que abusaban los malos elementos en detrimento del propioorden y del bien comn, sacrificio ste orientado a la proteccin delos verdaderos derechos de los buenos.

    Por definicin, esta suspensin debe ser provisoria, y debe pre-parar las circunstancias para que lo antes posible se vuelva al orden ya la normalidad. La dictadura, en la medida en que es buena, va ha-

    ciendo cesar su propia razn de ser. La intervencin del Poder pbli-co en los distintos sectores de la vida nacional debe hacerse de mane-ra que, lo ms pronto posible, cada sector pueda vivir con la necesa-ria autonoma.

    As, cada familia debe poder hacer todo aquello que por su natu-raleza es capaz, siendo apoyada subsidiariamente por grupos socia-les superiores en aquello que sobrepase su mbito. Esos grupos, a suvez, slo deben recibir el apoyo del municipio en lo que se excede su

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    normal capacidad, y as sucesivamente en las relaciones entre elmunicipio y la regin, o entre sta y el pas.

    El fin primordial de la dictadura legtima debe ser, hoy en da,la Contra-Revolucin. Lo que, por lo dems, no implica afirmar quela dictadura sea normalmente un medio necesario para la derrota dela Revolucin. Pero puede serlo en ciertas circunstancias.

    Por el contrario, la dictadura revolucionaria tiende a eternizarse,viola los derechos autnticos y penetra en todas las esferas de la so-ciedad para aniquilarlas, desarticulando la vida de familia, perjudi-cando a las lites genuinas, subvirtiendo la jerarqua social, alimen-tando de utopas y de aspiraciones desordenadas a la multitud, extin-guiendo la vida real de los grupos sociales, y sujetando todo al Esta-do: en una palabra, favoreciendo la obra de la Revolucin. Ejemplotpico de tal dictadura fue el hitlerismo.

    Por esto, la dictadura revolucionaria es fundamentalmente anti-catlica. En efecto, en un ambiente verdaderamente catlico no pue-de haber clima para tal situacin.

    Lo cual no quiere decir que la dictadura revolucionaria, en ste oen aquel pas, no haya procurado favorecer a la Iglesia. Pero se tratade una actitud meramente poltica, que se transforma en persecucinfranca o velada, tan pronto como la autoridad eclesistica comiencea detener el paso a la Revolucin.

    Captulo IV

    Las metamorfosis del proceso revolucionario

    Como se desprende del anlisis hecho en el captulo anterior, elproceso revolucionario es el desarrollo, por etapas, de ciertas tenden-cias desordenadas del hombre occidental y cristiano, y de los erroresnacidos de ellas.

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    Captulo IV

    En cada etapa, esas tendencias y errores tienen un aspecto propio.La Revolucin va, pues, metamorfosendose a lo largo de la Historia.

    Esas metamorfosis que se observan en las lneas generales de laRevolucin se repiten, en menor escala, en el interior de cada granepisodio de la misma.

    As, el espritu de la Revolucin Francesa, en su primera fase,us mscara y lenguaje aristocrticos y hasta eclesisticos. Frecuen-t la Corte y se sent a la mesa del Consejo del Rey.

    Despus, se volvi burgus y trabaj por la extincin incruenta

    de la monarqua y de la nobleza, y por una velada y pacfica supre-sin de la Iglesia Catlica.

    En cuanto pudo, se hizo jacobino y se embriag de sangre en elTerror.

    Pero los excesos practicados por la faccin jacobina despertaronreacciones. Volvi atrs, recorriendo las mismas etapas. De jacobinose transform en burgus en el Directorio, con Napolen extendi lamano a la Iglesia y abri las puertas a la nobleza exiliada, y, por fin,aplaudi el retorno de los Borbones. Terminada la Revolucin Fran-cesa, no concluye con ello el proceso revolucionario. He aqu quevuelve a explotar con la cada de Carlos X y la ascensin de LuisFelipe, y as, por sucesivas metamorfosis, aprovechando sus xitos einclusive sus fracasos, lleg hasta el paroxismo de nuestros das.

    La Revolucin usa, pues, sus metamorfosis no slo para avan-zar, sino para practicar los retrocesos tcticos que tan frecuentemen-te le han sido necesarios.

    A veces, movimiento siempre vivo, ella ha simulado estar muer-ta. Y sta es una de sus metamorfosis ms interesantes. En aparien-cia, la situacin de un determinado pas se presenta completamentetranquila. La reaccin contra-revolucionaria se distiende y adorme-ce. Pero, en las profundidades de la vida religiosa, cultural, social oeconmica, la fermentacin revolucionaria ve siempre ganando te-rreno. Y, al cabo de ese aparente intersticio, explota una convulsininesperada, frecuentemente mayor que las anteriores.

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    Captulo V

    Las tres profundidades de la Revolucin:en las tendencias, en las ideas, en los hechos

    1. LA REVOLUCIN EN LAS TENDENCIAS

    Como vimos, esta Revolucin es un proceso compuesto de eta-pas, y tiene su origen ltimo en determinadas tendencias desordena-das que le sirven de alma y de fuerza propulsora ms ntima1. As,podemos tambin distinguir en la Revolucin tres profundidades, quecronolgicamente hasta cierto punto se interpenetran.

    La primera, es decir, la ms profunda, consiste en una crisis enlas tendencias. Esas tendencias desordenadas por su propia naturale-

    za luchan por realizarse, no conformndose ya con todo un orden decosas que les es contrario; comienzan por modificar las mentalida-des, los modos de ser, las expresiones artsticas y las costumbres, sintocar al principio, de modo directo habitualmente, por lo menoslas ideas.

    2. LA REVOLUCIN EN LAS IDEAS

    De esas capas profundas, la crisis pasa al terreno ideolgico. Enefecto como Paul Bourget lo puso en evidencia en su clebre obra

    Le Dmon de Midi es necesario vivir como se piensa, so pena de,tarde o temprano, acabar por pensar como se vive2. As, inspiradaspor el desarreglo de las tendencias profundas, irrumpen nuevas doc-trinas. Ellas procuran a veces, al principio, unmodus vivendi con lasantiguas, y se expresan de tal manera que mantienen con stas un

    1. Cfr. Parte I, cap. III, 5.2. PAUL BOURGET,Le Dmon de Midi, Plon, Pars, 1914, vol. II, p. 375.

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    simulacro de armona, el cual habitualmente no tarda en romperse enlucha declarada.

    3. LA REVOLUCIN EN LOS HECHOS

    Esa transformacin de las ideas se extiende, a su vez, al terrenode los hechos, donde pasa a operar, por medios cruentos o incruen-tos, la transformacin de las instituciones, de las leyes y de las cos-tumbres, tanto en la esfera religiosa cuanto en la sociedad temporal.Es una tercera crisis, ya enteramente en el orden de los hechos.

    4. OBSERVACIONES DIVERSASA. Las profundidades de la Revolucinno se identifican con etapas cronolgicas

    Esas profundidades son, de algn modo, escalonadas. Pero unanlisis atento pone en evidencia que las operaciones que la Revolu-cin realiza en ellas de tal modo se interpenetran en el tiempo, queesas diversas profundidades no pueden ser vistas como otras tantasunidades cronolgicas distintas.

    B. Nitidez de las tres profundidades de la Revolucin

    Esas tres profundidades no siempre se diferencian ntidamenteunas de las otras. El grado de nitidez vara mucho de un caso concre-to a otro.

    C. El proceso revolucionario no es incoercible

    El caminar de un pueblo a travs de esas varias profundidades

    no es incoercible, de tal manera que, dado el primer paso, lleguenecesariamente hasta el ltimo y resbale hacia la profundidad siguien-te. Por el contrario, el libre arbitrio humano, coadyuvado por la gra-cia, puede vencer cualquier crisis, como puede detener y vencer lapropia Revolucin.

    Describiendo esos aspectos, hacemos como un mdico que des-cribe la evolucin completa de una enfermedad hasta la muerte, sinpretender con ello que la enfermedad sea incurable.

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    Captulo VI

    La marcha de la Revolucin

    Las consideraciones anteriores ya nos proporcionaron algunosdatos sobre la marcha de la Revolucin, es decir, su carcter procesi-

    vo, las metamorfosis por las cuales pasa, su irrupcin en lo ms re-cndito del hombre y su exteriorizacin en actos. Como se ve, haytoda una dinmica propia de la Revolucin. De esto podemos teneruna mejor idea estudiando an otros aspectos de la marcha de laRevolucin.

    1. LA FUERZA PROPULSORA DE LA REVOLUCIN

    A. La Revolucin y las tendencias desordenadas

    La ms poderosa fuerza propulsora de la Revolucin est en lastendencias desordenadas.

    Y por esto la Revolucin ha sido comparada a un tifn, a unterremoto, a un cicln. Es que las fuerzas naturales desencadenadasson imgenes materiales de las pasiones desenfrenadas del hombre.

    B. Los paroxismos de la Revolucinestn enteros en los grmenes de sta

    Como los cataclismos, las malas pasiones tienen una fuerza in-mensa, pero para destruir.

    Esa fuerza ya tiene potencialmente, en el primer instante de susgrandes explosiones, toda la virulencia que se patentizar ms tardeen sus peores excesos. En las primeras negaciones del protestantis-mo, por ejemplo, ya estaban implcitos los anhelos anarquistas delcomunismo. Si desde el punto de vista de la formulacin explcita,Lutero no era sino Lutero, todas las tendencias, todo el estado de

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    Captulo VI

    alma, todos los imponderables de la explosin luterana ya traan con-sigo, de modo autntico y pleno, aunque implcito, el espritu de Vol-

    taire y de Robespierre, de Marx y de Lenn1.

    C. La Revolucin exaspera sus propias causas

    Esas tendencias desordenadas se desarrollan como los pruritos ylos vicios, es decir, a medida que se satisfacen, crecen en intensidad.Las tendencias producen crisis morales, doctrinas errneas y des-pus revoluciones. Unas y otras, a su vez, exacerban las tendencias.Estas ltimas llevan en seguida, por un movimiento anlogo, a nue-

    vas crisis, nuevos errores, nuevas revoluciones. Es lo que explica quenos encontremos hoy en tal paroxismo de impiedad y de inmorali-dad, as como en tal abismo de desrdenes y discordias.

    2. LOS APARENTES INTERSTICIOS DE LA REVOLUCIN

    Considerando la existencia de perodos de una calma acentuada,se dira que en ellos la Revolucin ces. Y as parece que el procesorevolucionario es discontinuo y que, por tanto, no es uno.

    Ahora bien, esas calmas son meras metamorfosis de la Revolu-cin. Los perodos de tranquilidad aparente, supuestos intersticios,han sido en general de fermentacin revolucionaria sorda y profun-da. Vase si no el perodo de la Restauracin (1815-1830)2.

    3. LA MARCHA DEREQUINTE ENREQUINTE3

    Por lo que vimos4 se explica que cada etapa de la Revolucin,comparada con la anterior, no sea sino un requinte. El humanismonaturalista y el protestantismo se requintaron en la revolucin Fran-

    1. Cfr. LEN XIII, Encclica Quod Apostolici Muneris, 28-XII-1878,Bonne Pres-se, Pars, vol. I, p. 28.

    2. Cfr. Parte I, cap. IV.3. La palabra portuguesa requintarsignifica llevar algo a su ms alto grado, a

    su extremo, a su exceso. No encontrando un equivalente suficientementepreciso en el castellano contemporneo, preferimos conservar la expresinoriginal.

    4. Cfr. N 1, C, supra.

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    cesa, la cual, a su vez, se requint en el gran proceso revolucionariode la bolchevizacin del mundo de hoy.

    Es que las pasiones desordenadas, yendo en uncrescendo anlo-go al que produce la aceleracin en la ley de la gravedad, y alimen-tndose de sus propias obras, acarrean consecuencias que, a su vez,se desarrollan segn una intensidad proporcional. Y en la misma pro-gresin los errores generan errores, y las revoluciones abren caminounas a las otras.

    4. LAS VELOCIDADES ARMNICAS DE LA REVOLUCIN

    Ese proceso revolucionario se da en dos velocidades diversas.Una, rpida, est destinada generalmente al fracaso en el plano inme-diato. La otra ha sido habitualmente coronada por el xito, y es mu-cho ms lenta.

    A. La alta velocidad

    Los movimientos pre-comunistas de los anabaptistas, por ejem-plo, sacaron inmediatamente, en varios campos, todas o casi todas

    las consecuencias del espritu y las tendencias de la Pseudo-Refor-ma: fracasaron.

    B. La marcha lenta

    Lentamente, a lo largo de ms de cuatro siglos, las corrientesms moderadas del protestantismo, caminando derequinte en requinte,por etapas de dinamismo y de inercia sucesivas, van sin embargofavoreciendo paulatinamente, de uno u otro modo, la marcha de Oc-cidente hacia el mismo punto extremo1.

    C. Cmo se armonizan estas velocidades

    Cabe estudiar el papel de cada una de esas velocidades en lamarcha de la Revolucin. Se dira que los movimientos ms velocesson intiles. Sin embargo, no es verdad. La explosin de esos extre-mismos levanta un estandarte, crea un punto de mira fijo que fascina

    1. Cfr. Parte II, cap. VIII, 2.

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    por su propio radicalismo a los moderados, y hacia el cual stos sevan encaminado lentamente. As, el socialismo repudia al comunis-

    mo pero lo admira en silencio y tiende hacia l. Ms remotamente, lomismo se podra decir del comunista Babeuf y sus secuaces en losltimos destellos de la Revolucin Francesa. Fueron aplastados. Perolentamente la sociedad va siguiendo el camino hacia donde ellos laquisieron llevar. El fracaso de los extremistas es, pues, slo aparente.Ellos colaboran indirecta, pero poderosamente, con la Revolucin,atrayendo en forma paulatina a la multitud incontable de los pru-dentes, de los moderados y de los mediocres, para la realizacinde sus culpables y exacerbados devaneos.

    5. DESHACIENDO OBJECIONES

    Vistas estas nociones, se presenta la ocasin para deshacer algu-nas objeciones que, antes de esto, no podran ser adecuadamente ana-lizadas.

    A. Revolucionarios de pequea velocidad y semi-contra-revolucionarios

    Lo que distingue al revolucionario que sigui el ritmo de la mar-cha rpida, de quien paulatinamente se va volviendo tal segn el rit-mo de la marcha lenta, est en que, cuando el proceso revolucionariose inici en el primero, encontr resistencias nulas, o casi nulas. Lavirtud y la verdad vivan en esa alma una vida de superficie. Erancomo madera seca, que cualquier chispa puede incendiar. Por el con-trario, cuando ese proceso se opera lentamente, es porque la chispade la Revolucin encontr, al menos en parte, lea verde. En otrostrminos, encontr mucha verdad o mucha virtud que se mantienencontrarias a la accin del espritu revolucionario. Un alma en tal si-tuacin queda partida, y vive de dos principios opuestos, el de laRevolucin y el del Orden.

    De la coexistencia de esos dos principios pueden surgir situacio-nes bien diversas:

    a. El revolucionario de pequea velocidad: l se deja arrastrarpor la Revolucin, a la cual opone apenas la resistencia de la inercia.

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    b. El revolucionario de velocidad lenta, pero con coguloscontra-revolucionarios. Tambin ste se deja arrastrar por la Revolu-

    cin. Pero en algn punto concreto la rechaza.

    As, por ejemplo, ser socialista en todo, pero conservar losmodales aristocrticos. Segn el caso, llegar incluso a atacar la vul-garidad socialista. Sin duda, se trata de una resistencia, Pero resisten-cia en un pormenor, que no se remonta a los principios, toda ellaconstituida por hbitos e impresiones. Resistencia por eso mismo sinmayor alcance, que morir con el individuo, y que, si se diera en ungrupo social, tarde o temprano, por la violencia o por la persuasin,

    en una o algunas generaciones, ser desmantelada por la Revolucinen su curso inexorable.

    c. El semi-contra-revolucionario1: se diferencia del ante-rior slo por el hecho de que en l el proceso de coagulacin fuems enrgico y remont hasta la zona de los principios bsicos. Dealgunos principios, se entiende, y no de todos. En l, la reaccin con-tra la Revolucin es ms pertinaz, ms viva. Constituye un obstculoque no es slo de inercia. Su conversin a una posicin enteramente

    contra-revolucionaria es ms fcil, por lo menos en tesis. Cualquierexceso de la Revolucin puede determinar en l una transformacincabal, una cristalizacin de todas las tendencias buenas, en una acti-tud de firmeza inquebrantable. Mientras esta feliz transformacin nose d, el semi-contra-revolucionario no puede ser considerado unsoldado de la Contra-Revolucin.

    Es caracterstica del conformismo del revolucionario de marchalenta, y del semi-contra-revolucionario, la facilidad con que am-

    bos aceptan las conquistas de la Revolucin. Afirmando la tesis de launin de la Iglesia y el Estado, por ejemplo, viven displicentementeen el rgimen de la hiptesis, es decir de la separacin, sin intentarningn esfuerzo serio para que se haga posible restaurar algn da, encondiciones convenientes, la unin.

    1. Cfr. Parte I, cap. IX.

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    Captulo VI

    B. Monarquas protestantes, repblicas catlicas

    Una objecin que se podra hacer a nuestra tesis consistira endecir que, si el movimiento republicano universal es fruto del espri-tu protestante, no se comprende cmo, actualmente, slo haya en elmundo un Rey catlico1, y tantos pases protestantes se conservenmonrquicos.

    La explicacin es simple. Inglaterra, Holanda y las naciones nr-dicas, por toda una serie de razones histricas, psicolgicas, etc., sonmuy afines a la monarqua. Al penetrar en ellas, la Revolucin noconsigui evitar que el sentimiento monrquico coagulase. As, larealeza viene sobreviviendo obstinadamente en esos pases, a pesarde que en ellos la Revolucin va penetrando cada vez ms a fondo enotros campos. Sobreviviendo... s, en la medida en que morir pocoa poco puede ser llamado sobrevivir. Pues la monarqua inglesa, re-ducida en grandsima medida a un papel de aparato, y las dems rea-lezas protestantes, transformadas para casi todos los efectos en rep-blicas cuyo jefe es vitalicio y hereditario, van agonizando suavemen-te, y, de continuar as las cosas, se extinguirn sin ruido.

    Sin negar que otras causas contribuyen a esta sobrevida, quere-mos, sin embargo, poner en evidencia ese factor muy importante,por lo dems que se sita en el mbito de nuestra exposicin.

    Por el contrario, en las naciones latinas, el amor a una disciplinaexterna y visible, a un poder pblico fuerte y prestigioso, es pormuchas razones bastante menor.

    La Revolucin no encontr en ellas, pues, un sentimiento mo-

    nrquico tan arraigado. Derrib los tronos fcilmente. Pero hasta ahorano fue suficientemente fuerte para arrastrar a la Religin.

    1.Nota del editor: En 1960, cuando fue publicada la primera edicin de esteensayo, slo exista una Monarqua catlica, el reino de Blgica. En 1975fue tambin instaurada la Monarqua en Espaa.

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    Primera Parte La Revolucin

    C. La austeridad protestante

    Otra objecin a nuestro trabajo podra venir del hecho de queciertas sectas protestantes sean de una austeridad que raya en lo exa-gerado. Cmo, pues, explicar todo el protestantismo por una explo-sin del deseo de gozar la vida?

    An aqu, la objecin no es difcil de resolver. Al penetrar enciertos ambientes, la Revolucin encontr muy vivaz el amor a laausteridad. As, se form un cogulo. Y, si bien que ella haya con-seguido ah en materia de orgullo todos los triunfos, no alcanz xi-tos iguales en materia de sensualidad. En tales ambientes, se goza lavida por medio de los discretos deleites del orgullo, y no por lasgroseras delicias de la carne. Hasta puede ser que la austeridad, esti-mulada por el orgullo exacerbado, haya reaccionado exageradamen-te contra la sensualidad. Pero esa reaccin, por ms obstinada quesea, es estril: tarde o temprano, por inanicin o por la violencia, serdestrozada por la Revolucin. Pues no es de un puritanismo rgido,fro, momificado, de donde puede partir el soplo de vida que regene-rar la tierra.

    D. El frente nico de la Revolucin

    Tales coagulaciones y cristalizaciones conducen normalmenteal entrechoque de las fuerzas de la Revolucin. Al considerar esto, sedira que las potencias del mal estn divididas contra s mismas, yque es falsa nuestra concepcin unitaria