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en Jesús, arraigados en la roca que no se desmorona ni cede ante los vientos y las tempestades, alenta- remos la fe de nuestras gentes, devolveremos la esperanza a sus corazones, y avivaremos su fe en aquel que para nosotros lo es TODO. Por otro lado, mantener en la práctica cotidiana nuestro derecho a la interioridad, a la oración, a la profun- didad y serenidad, será el antídoto más eficaz contra el creciente miedo e inseguridad que han paralizado mentes y corazones. Nuestra relación íntima con la fuente de Vida de nuestra fe, será la respuesta más convincente al creciente secularismo, a la pereza intelectual, a la cómoda indiferencia, al escepticismo y superficialidad, a la afirmación del tener sobre el ser, al aburguesamiento y a la pasión por la eficacia en las obras que realizamos. Hoy se nos pide principalmente que seamos hom- bres y mujeres de Dios, hombres y mujeres pro- fundamente creyentes en Jesucristo. El carisma franciscano es parte de ese árbol que hunde sus raíces en el Evangelio * La vida fraterna en comunidad. No se concibe la vida religiosa del presente y del futuro, mucho más aún la vida franciscana/clariana y concepcio- nista, sin una vida fraterna auténtica, dentro de una Iglesia de comunión, que sea respuesta al in- dividualismo y al egoísmo imperante en nuestra sociedad. Una vida fraterna auténtica nos exige, por otra parte, el que nos sintamos testigos, arte- sanos, constructores pacientes de comunión, bus- cando siempre los medios adecuados para recrearla, cuando sea necesario, y trabajando para que la in- tercomunicación sea profunda entre nosotros, y para que las relaciones de los hermanos y de las hermanas sean cálidas y verdaderas. En una vida de fraternidad que busque tener sabor franciscano no pueden faltar como ingredientes la sencillez, la frugalidad y la libertad interior, como respuesta a la tendencia de un consumismo desenfrenado; la humildad y la minoridad junto con la valentía y el espíritu de servicio como respuesta al hambre de poder, de dominio y de triunfalismo; la gratuidad y la longanimidad, si queremos ser signos del per- fume sobreabundante de Betania, y dar una respuesta al implacable y despiadado espíritu de contrato y de explotación de los demás (cf. VC 104-105); la cordialidad, la magnanimidad y la mi- sericordia, si queremos ser ejemplo de humanidad, y como respuesta al oficialismo, a las relaciones virtuales, computerizadas, frías y lejanas; la recon- ciliación y el perdón, si queremos ser signos “hu- manizadores” y “humanizantes”, y alternativa a una sociedad llena de tensiones y de odios viejos y nuevos; la alegría en el vivir la propia vocación y la apertura a la esperanza que nos hace signos de alegría sencilla y madura, y que ofrece una respuesta positiva al espíritu de malestar y de resignación, a la tristeza y a un cierto tedio por la vida, y se presenta como alternativa a una sociedad intimista, inmediata y hedonista; y la profundidad, madre de la sabiduría, con una vida unificada dentro, como respuesta a un tipo de existencia acrítica y banal, hecha de eslóganes publicitarios, modas, navegación por Internet y spots televisivos. * La misión. No hay vocación sin misión, pero tampoco hay misión sin vocación. Si en el pasado predominó la tendencia a considerar la misión como una actividad, a partir del Vaticano II se ha insistido en que la misión hay que verla como ele- mento esencial del ser de la vida religiosa en sí misma. Nuestra vida está llamada a la misión en sí misma, un modo de evangelizar, y ha de ser considerada como condición previa para el anuncio de la Buena Noticia. Tanto los Hermanos como las Hermanas hemos de ser bien conscientes de que, para nosotros, la misión no consiste tanto en una función a realizar, sino que nuestra obra apostólica es, ante todo, la obra de Dios en nosotros mismos, y que nuestro instrumento apostólico a privilegiar es nuestra propia persona trabajada por Dios. La centralidad de la Palabra en nuestras vidas, de la cual depende nuestra renovación profunda (Be- nedicto XVI), irá transformando nuestra existencia hasta presentarnos ante el mundo como Evangelio viviente. Eso será lo que nos convierta en discípulos y apóstoles, y nos capacitará para llevar el Evangelio a todos, a los de cerca y a los de lejos (cf. Ef 2, 17). Las nuevas presencias, si quieren ser realmente evan- gélicas y evangelizadoras, tendrán mucho que ver con todo ello. Queridos hermanos: Es Pascua. Los orientales en este tiempo se saludan con esta aclamación: “¡Cristo ha resucitado!”. Y se responde: “Sí, verdaderamente ha resucitado”. Llevemos esta Buena Noticia a cuantos nos rodean. ¡FELIZ PASCUA A TODOS Y A TODAS! Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Ministro General, OFM Roma, en la Curia General de la Orden de Frailes Menores, el día 19 de marzo de 2011. Solemnidad de San José. Prot. N. 101752

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en Jesús, arraigados en la roca que no se desmoronani cede ante los vientos y las tempestades, alenta-remos la fe de nuestras gentes, devolveremos laesperanza a sus corazones, y avivaremos su fe enaquel que para nosotros lo es TODO. Por otrolado, mantener en la práctica cotidiana nuestroderecho a la interioridad, a la oración, a la profun-didad y serenidad, será el antídoto más eficazcontra el creciente miedo e inseguridad que hanparalizado mentes y corazones. Nuestra relacióníntima con la fuente de Vida de nuestra fe, será larespuesta más convincente al creciente secularismo,a la pereza intelectual, a la cómoda indiferencia,al escepticismo y superficialidad, a la afirmacióndel tener sobre el ser, al aburguesamiento y a lapasión por la eficacia en las obras que realizamos.Hoy se nos pide principalmente que seamos hom-bres y mujeres de Dios, hombres y mujeres pro-fundamente creyentes en Jesucristo. El carismafranciscano es parte de ese árbol que hunde susraíces en el Evangelio

* La vida fraterna en comunidad. No se concibela vida religiosa del presente y del futuro, muchomás aún la vida franciscana/clariana y concepcio-nista, sin una vida fraterna auténtica, dentro deuna Iglesia de comunión, que sea respuesta al in-dividualismo y al egoísmo imperante en nuestrasociedad. Una vida fraterna auténtica nos exige,por otra parte, el que nos sintamos testigos, arte-sanos, constructores pacientes de comunión, bus-cando siempre los medios adecuados para recrearla,cuando sea necesario, y trabajando para que la in-tercomunicación sea profunda entre nosotros, ypara que las relaciones de los hermanos y de lashermanas sean cálidas y verdaderas. En una vidade fraternidad que busque tener sabor franciscanono pueden faltar como ingredientes la sencillez, lafrugalidad y la libertad interior, como respuesta ala tendencia de un consumismo desenfrenado; lahumildad y la minoridad junto con la valentía y elespíritu de servicio como respuesta al hambre depoder, de dominio y de triunfalismo; la gratuidady la longanimidad, si queremos ser signos del per-fume sobreabundante de Betania, y dar una respuesta al implacable y despiadado espíritu de

contrato y de explotación de los demás (cf. VC104-105); la cordialidad, la magnanimidad y la mi-sericordia, si queremos ser ejemplo de humanidad,y como respuesta al oficialismo, a las relacionesvirtuales, computerizadas, frías y lejanas; la recon-ciliación y el perdón, si queremos ser signos “hu-manizadores” y “humanizantes”, y alternativa auna sociedad llena de tensiones y de odios viejos ynuevos; la alegría en el vivir la propia vocación yla apertura a la esperanza que nos hace signos dealegría sencilla y madura, y que ofrece una respuestapositiva al espíritu de malestar y de resignación, ala tristeza y a un cierto tedio por la vida, y sepresenta como alternativa a una sociedad intimista,inmediata y hedonista; y la profundidad, madrede la sabiduría, con una vida unificada dentro,como respuesta a un tipo de existencia acrítica ybanal, hecha de eslóganes publicitarios, modas,navegación por Internet y spots televisivos.

* La misión. No hay vocación sin misión, perotampoco hay misión sin vocación. Si en el pasadopredominó la tendencia a considerar la misióncomo una actividad, a partir del Vaticano II se hainsistido en que la misión hay que verla como ele-mento esencial del ser de la vida religiosa en símisma. Nuestra vida está llamada a la misión ensí misma, un modo de evangelizar, y ha de serconsiderada como condición previa para el anunciode la Buena Noticia. Tanto los Hermanos como lasHermanas hemos de ser bien conscientes de que,para nosotros, la misión no consiste tanto en unafunción a realizar, sino que nuestra obra apostólicaes, ante todo, la obra de Dios en nosotros mismos,y que nuestro instrumento apostólico a privilegiares nuestra propia persona trabajada por Dios. Lacentralidad de la Palabra en nuestras vidas, de lacual depende nuestra renovación profunda (Be-nedicto XVI), irá transformando nuestra existenciahasta presentarnos ante el mundo como Evangelioviviente. Eso será lo que nos convierta en discípulosy apóstoles, y nos capacitará para llevar el Evangelioa todos, a los de cerca y a los de lejos (cf. Ef 2, 17). Lasnuevas presencias, si quieren ser realmente evan-gélicas y evangelizadoras, tendrán mucho que vercon todo ello.

Queridos hermanos: Es Pascua. Los orientales en este tiempo se saludan con esta aclamación: “¡Cristoha resucitado!”. Y se responde: “Sí, verdaderamente ha resucitado”. Llevemos esta Buena Noticia acuantos nos rodean. ¡FELIZ PASCUA A TODOS Y A TODAS!

Fr. José Rodríguez Carballo, ofmMinistro General, OFM

Roma, en la Curia Generalde la Orden de Frailes Menores, el día 19 de marzo de 2011. Solemnidad de San José.

Prot. N. 101752

DOMINICA PASCHÆ INRESURRECTIONE DOMINI

Litterae Ministri Generalis Ordinis Fratrum Minorum

Buscadores de Dios, Testigos delEvangelio, en Comunión Fraterna

Es Pascua. ¿Qué has visto de camino, María enla mañana? Y de labios de la que un día fuepecadora escuchamos: “A mi Señor glorioso, latumba abandonada”. Desde los más remotoslugares donde nos encontramos, los Hermanos yHermanas hacemos nuestra esta confesión de fe:“Cristo ha resucitado” (Lc 24, 34), mientras asu-mimos, con renovada pasión la misión a la quenos convoca el Resucitado: “Predicar al pueblo,dando solemne testimonio de que Dios lo ha nom-brado juez de vivos y muertos” (Hch 10, 42).

Dos fechas, un kairos, una oportunidadEstamos de fiesta. El Señor nos regala dos mo-

tivos para que nuestro corazón se llene de gozo yexulte: el V Centenario de la aprobación por partedel Papa Julio II, con la Bula Ad Statum Prosperum,de la Regla de la Orden de la Inmaculada Concep-ción (Concepcionistas Franciscanas de Santa Beatrizde Silva), que tuvo lugar el 17 de septiembre de1511, y el VIII Centenario de la Fundación de laOrden de las Hermanas Pobres de Santa Clara,que tuvo lugar entre el año 1211-1212.

El V Centenario de la aprobación de la Reglade la Orden de la Inmaculada Concepción se hainiciado y tendrá su momento culminante en el IICongreso Internacional de Presidentas de Con-cepcionistas Franciscanas y en las Jornadas cele-brativas que tendrán lugar en la Casa Madre deToledo (España) del 23 de mayo al 3 de junio de2011. El VIII Centenario de la fundación de laOrden de las Hermanas Pobres de Santa Clara seiniciará el 16 de abril, con las primeras vísperasdel Domingo de Ramos, del 2011, y se clausuraráel 11 de agosto, Fiesta de Santa Clara, del 2012.También en este caso está programado el II CongresoInternacional de Presidentas de las Federacionesde Hnas. Clarisas, que tendrá lugar en Asís del 6al 11 de febrero de 2012.

Aunque para cada efemérides he pensado unacarta particular, sin embargo he querido en estaocasión anunciaros ambas celebraciones para que,hermanos y hermanas, todos juntos como familia,vivamos esas fechas como un kairos, un momentode gracia, para mirar al pasado con gratitud, vivirel presente con pasión y abrirnos al futuro con es-peranza (Novo Millennio Ineunte, 1). Hermanos yHermanas, ¿no os parece que el Señor nosestá diciendo algo al coincidir ambos cen-tenarios? Dos cosas intuyo que nos quieredecir el Señor en estos momentos: Reforzarel sentido de familia y buscar juntos un

futuro cada vez más significativo para nuestravida y misión.

Reforzar el sentido de familiaEn el contexto de la vida religiosa y consagrada,

cada vez se insiste con más fuerza en lo “inter”como invitación a una amplia colaboración -queno tiene que ser necesariamente sinónimo de fu-sión- entre las Entidades/Federaciones de unamisma Orden o Instituto, entre la diversas Órde-nes/Institutos, sobre todo aquellos que tienen unacierta afinidad carismática, y entre los religiosos ylos laicos, particularmente con los “asociados”.

Esta llamada a la colaboración no es sólo unarespuesta a la significativa disminución de los re-ligiosos y religiosas, sobre todo en el mundo occi-dental, sino fruto de una toma de conciencia de lacomplementariedad fundamental entre unos yotros, y en la convicción del enriquecimiento mutuoque ello supone. Si todos, más allá de nuestras di-ferencias, estamos unidos por “el compromiso co-mún del seguimiento de Cristo”, y animados “porel mismo Espíritu”, entonces no podemos dejar“de hacer visible, como ramas de una única Vid,la plenitud del Evangelio del amor” (Vita consecrata(=VC 52). Como ya decía san Bernardo, “los unosnecesitamos de los otros”. Es teniendo en cuentala diversidad donde brilla la belleza de lo que espropio a cada uno.

Si esto es válido para todos los religiosos, y sila llamada a “manifestar una fraternidad ejemplar”ha de caracterizar toda la vida consagrada (VC52), mucho más válido es para quienes compartimosun mismo carisma, como es el caso de los HermanosMenores y de las Hermanas Pobres de Santa Clara,o para quienes estamos unidos por vínculos nosólo históricos, sino también espirituales, como esel caso de los Hermanos Menores y de las HermanasConcepcionistas Franciscanas de Santa Beatriz deSilva.

Es el momento de caminar como Hermanos yHermanas, y, permaneciendo fieles a nuestra propiaforma de vida. Es la hora de asumir el don de lacomplementariedad como algo que nos enriquecea todos. En un mundo fragmentado y divido, es-tamos llamados a asumir como misión propia elser “signum fraternitatis”, en la complementariedadde unos y otros, manteniendo la peculiaridad decada uno.

Para potenciar la fraternidad ejemplar y el signumfraternitatis que ya existen entre nosotros,pido que durante este tiempo de celebra-ciones centenarias se fomenten los momentosde encuentro fraternos entre hermanos yhermanas: encuentros que posibiliten elacercamiento fraterno, el conocimiento

recíproco y la ayuda mutua. Para ello consideroimportante un acercamiento renovado a las figurasde Francisco, de Clara y de Beatriz, así como a lostextos fundantes de las tres Órdenes: Reglas yConstituciones. La ayuda mutua a la que estamosllamados puede desarrollarse en la reflexión y enel redescubrir juntos nuestra identidad, que, aunquesiempre en camino, necesita de algunos elementosirrenunciables y que nos harán significativos comofamilia ante el mundo de hoy.

En el campo de la ayuda recíproca los hermanospodemos ofrecer a las hermanas el cuidado fraternoy espiritual a través de los asistentes y, en loposible, a través de los capellanes, los confesoresy los directores de Ejercicios Espirituales; la cola-boración en la formación inicial y permanente, asícomo en la publicación de estudios sobre lasFuentes; y propiciando una pastoral vocacionaladecuada que, además del carisma franciscano,tenga en cuenta también el carisma específico cla-riano y concepcionista. Las hermanas, por su parte,pueden ayudar a los hermanos confiándoles en suoración de intercesión; creando una red de oraciónpor la fidelidad vocacional de los hermanos, y porlas nuevas vocaciones para la Orden; evangelizandoa los hermanos con su testimonio de vida contem-plativa, vivida en sencillez y pobreza; e invitandoa los jóvenes a seguir la forma de vida de Franciscode Asís.

Convencidos como estamos de que nuestrocarisma franciscano/clariano/concepcionista, ensu unidad y diversidad, tiene mucho que decir ala Iglesia y al mundo de hoy, la celebración deestos Centenarios serán fructíferos en la medidaen que despierten en cada uno de nosotros lomejor de nosotros mismos, para vivir con pasiónnuestra propia vocación, y para poder hacer unapropuesta vocacional creíble para todos, especial-mente para los jóvenes. En esta propuesta, que hade ser explícita y acompañada de una adecuadacatequesis, y de un acompañamiento personalizado,todos hemos de sentirnos responsables, mostrandosiempre con nuestra vida la belleza de la entregatotal de sí mismo a la causa del Evangelio, segúnla forma de vida que nos han dejado Francisco,Clara y Beatriz (cf. VC 64).

Queridos Hermanos y Hermanas: Siento queel Señor en estas circunstancias concretas que es-tamos viviendo como familia nos dice, una vezmás, por el Apóstol Pedro: “Amaos unos a otrosde corazón, pues habéis sido regenerados […] porla palabra de Dios viva y permanente” (1P1, 22-23). También siento que, a través de laIglesia, el Señor nos dice: cread entre vosotrosvínculos de renovada comunión, mostradentre vosotros una fraternidad ejemplar.

Construyendo juntos un futuro más significativoDesde la fidelidad a Cristo, a la Iglesia, al

propio carisma y al hombre de hoy (cf. PC 2), laIglesia nos invita a poner los ojos en el futuro,hacia el que el Espíritu nos impulsa para seguirhaciendo con nosotros grandes cosas (cf. VC 110).No es el momento para plañideras. Es el momentopara hombres y mujeres valientes dispuestos aasumir los desafíos de nuestros orígenes y aquellosque nos vienen del momento actual que estamosviviendo, y que, con lucidez pero también con au-dacia, intentan dar una respuesta evangélica adichos desafíos, reproduciendo “con valor la audacia,la creatividad y la santidad” de Francisco, Clara yBeatriz. Es el momento para la fidelidad dinámica,el momento de “la búsqueda de la conformacióncada vez más plena con el Señor” (cf. VC 37). Entodo ello dificultades y pruebas no van a faltar,pero éstas, lejos de inducirnos al desaliento debenser el trampolín para un nuevo ímpetu que hagamás significativa, evangélicamente hablando, nuestravida y misión (cf. VC 13), sabiendo que lo dramáticopara nosotros no es tanto la disminución, cuanto siviniera a faltar una vida evangélicamente creíble.

¿Cuáles son los caminos que hemos de recorrerpara entrar en ese futuro que queremos sea cadavez más significativo y creíble? Aunque la búsquedacontinúa, sin embargo, teniendo en cuenta las in-dicaciones que nos llegan de la Iglesia y viendotambién por donde va la vida religiosa hoy en día,creo que hemos de acentuar algunos aspectos

* El primado de Dios y de Jesús. BenedictoXVI ha dicho en repetidas ocasiones que los con-sagrados por vocación somos “buscadores deDios”. En este contexto, el Santo Padre nos llamaa pasar de las cosas secundarias a las esenciales, alo que es verdaderamente importante, lo definitivo,lo que permanece (cf. Audiencia del 26/11/2010).Una convicción se impone: no hay futuro para lavida religiosa sino es desde la centralidad de Dios.El tercer milenio será místico o no será (R. Panikkar).Y con el primado de Dios, el primado también deJesús, al que hemos prometido seguir más de cerca(cf. PC 1), asumiendo el Evangelio como regla su-prema para todos nosotros (cf. PC 2). En cuantoreligiosos no sólo queremos hacer de Cristo elcentro de la propia vida, sino que nos preocupamos“de reproducir” en nosotros mismos, “aquellaforma de vida que escogió el Hijo de Dios al veniral mundo” (VC 16; LG 44). Nuestra vocación y mi-sión es hacer que nuestras presencias simbolicenel rostro de Jesucristo, siendo “memoria viviente

del modo de existir y de actuar de Jesús,ser tradición viviente de la vida y delmensaje del Salvador” (VC 22), señalandoesa vida y ese mensaje como valor absolutoy escatológico (cf. VC 31). Firmes en la fe