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Contra los pastores, contra los rebaños Albert Libertad 2013

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Contra los pastores, contralos rebaños

Albert Libertad

2013

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Índice general

Delantal del libro, oséase Prólogo, o inclusoAdvertencia para Incautos 5

Contra los pastores, contra los rebaños 31

El pueblo se divierte 32

Obsesión 35

El Verbo 40

Última bondad 45

A nuestros amigos que se detienen 52

A los resignados 61

¡Asombrosa victoria! 67

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El hombre y la masa 73

Número 13 84

El Hombre y la justicia 90

El ganado patriótico 98

¡Abajo la ley! 102

El criminal 107

El ganado electoral 112

Socialismo y anarquismo 118

Impresiones 129

A los reclutas 134

Actividad anarquista 139

El sindicato o la muerte 148

El descanso semanal 155

La alegría de vivir 162

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Nuestras voluntades 172

Las rebeliones útiles 177

La libertad 189

El trabajo antisocial y los movimientos útiles 198

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Delantal del libro, oséasePrólogo, o inclusoAdvertencia para Incautos

Vivir intensamente, para sí, en el placer sin fin y laconciencia de que lo que vale radicalmente para sí

vale para todos. Y por encima de todo, esta ley:«Actúa como si jamás tuviera que existir futuro».

Raoul Vaneigem

No es fácil ni grato escribir eso que llaman un pró-logo cuando a uno le ronda detrás de la oreja la moscade la duda de si no será esta una de esas tareas a lasque el prologado solía motejar de inútiles y prescindi-bles. Pues si, en efecto, nos ceñimos al estricto criteriodemonsieur Joseph Albert, más conocido como AlbertLibertad, la función de prologuista es tan hueca el inne-cesaria como la del poinçonneur des Lilas de la canción,

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la del paseante de perritos caniche o la del Jefe del Es-tado, si no más. A primera vista, se trata de un oficioque nada tiene de práctico ni agradable, que no «ayu-da al desarrollo de nuestros sentidos» —como queríaLibertad—, ni tampoco «a la satisfacción de nuestrasnecesidades». Ya lo han dicho otros antes, así que tam-bién esto sobra: si el libro es bueno, no necesita prólo-go porque se basta a sí mismo; y si es malo tampoco,porque el prólogo resultaría redundante; en realidad,están de más libro y proemio. La cuestión, entonces,es: si ni pinchan ni cortan, ni saben ni huelen, ¿paraqué prólogo y prologuista? O mejor dicho: ¿para quéun prólogo, para qué un prologuista, en el caso concre-to que aquí nos concierne? Después demucho estrujar-me el magín, creo haber encontrado una respuesta quepuede servirme de justificación: el prologuista vendríaa hacer, en esta ocasión, las veces de un Can Cerberoliterario y el prólogo, las veces de una advertencia alos lectores desprevenidos y cándidos. Me explico.

Lo que viene a continuación no es plato de gusto nimateria de cómoda digestión. Al transitar por las pá-ginas que vienen más adelante es muy probable queel susomentado lector se vea zarandeado, zaherido yturbado, y que salga con ardores de estómago y dolorde barriga. Acaso haya entrado aquí con buen ánimo

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y con la lección aprendida. «¡Albert Libertad! ¡Claro!¡Cómo no! Un anarquista de los de antaño, ¿verdad?».Si el lector es más o menos correlegionario, se dirá:«un viejo ácrata, buena gente. Algo ingenuo, pero debuen fondo, en todo caso. Y además, firmes defenso-res de la causa proletaria»; y si llega desde la otra ori-lla ideológica, más o menos lo mismo. Por eso decíayo que conviene advertirles lo más pronto posible delo que les espera, que nada tiene que ver, por cierto,con palabras tiernas te amenos paseos. Albert Liber-tad reparte mandobles a diestra y siniestra, a ricos y apobres, a los miserables de chistera y leontina y a losmiserables de para nada y alpargata, y a estos últimosaún con más fiereza si cabe, por su condición de ser-viles y de consentidores de su lugar subalterno. Quenadie se llame a engaño, pues.

En los textos que podrá leer tras el que ahora tie-ne ante los ojos, el amable lector o lectora se verátratado de esclavo, tumbacuartillos, mequetrefe, puta,putañero, meapilas, bofia, guripa, sindicalista, sindica-do, madero, gilipollas, acémila, criminal, borracho, la-meculos, tuercebotas, besasuelos, mamacallos, patrio-ta, votante, idiota, legalista, honesto, predicador, ora-dor, crédulo, soplagaitas, pusilánime, zolocho, elector,ignorante, siervo, cretino, filibustero, mentecato, mise-

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rable, inútil, vendido, comprado, víbora, liendre, san-guijuela, atontado, bautizado, casado, bendecido, mez-quino, rastrero, entregado, adocenado, tarado, socialis-ta, bellaco, majadero y así otros tantos epítetos, linde-zas y dolorosas verdades que nadie recibe con gusto ysin protesta en plena jeta. Sepa, en consecuencia, quesi sigue avanzando lo hace por su cuenta y riesgo, y nopretenda después pedírselas a quien ya le avisó, o alimpresor o al editor de este volumen, que ninguna res-ponsabilidad directa tienen en el asunto. Ahora bien,si a pesar de todo consigue aguantar el envite, es ca-si seguro que saldrá más lúcido, más curtido y acasomás libre de lo que entró. Tal vez la apuesta merezcala pena.

Huelga decir que los improperios y ataques de Li-bertad nunca son gratuitos. Si los términos agitadorde conciencias tienen algún sentido y si hay alguien aquien le queden como de molde, es, sin ningún génerode duda, a nuestro autor. Libertad parte de la consi-deración de que es cosa sabida que el burgués es unasanguijuelamiserable; se trata de una evidencia, formaparte del sentido común y hasta del folklore obrero;y por eso no conviene perder demasiado tiempo repi-tiendo sermón tan manido, que el tiempo no es oro,sino vida, y la vida de suyo breve y preñada de solici-

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taciones fascinantes, y no es cuestión de andar derro-chando deseos y energías en lances improductivos que,lejos de hacernos más fuertes, nos debilitan y acabanpor convertirnos en pienso para gusanos. Libertad pre-fiere vivir plenamente, en la medida en que sus fuerzasy el medio —siempre hostil— se lo permitan, y convo-car también a los otros a la vida. La cuestión es que losotros —los otros que no son el burgués, se entiende—andan como dormidos y entretenidos enmil bobadas yfruslerías, bailando como sonámbulos al ritmo monó-tono que marca el amo y apuntalando con cada gesto,con cada paso y movimiento, el muro que los separade la emancipación. Creen ser libres y algunos hasta selas dan de revolucionarios, pero, las más de las veces,lo único que hacen es reproducir las condiciones se-culares de la opresión y el engaño. Las duras palabrasde Libertad serían, entonces, algo así como un baldede agua fría sobre la cabeza del que duerme el sueñobeatífico del idiota.

Segundo punto. Otra función que, tradicionalmen-te, viene a cumplir un texto introductorio, prólogo,proemio de la vida y obra del autor al que hace re-ferencia, y esto con el fin de que se sepa de qué piecojeaba el tal y de buscar en lo privado las claves de

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interpretación de lo que es público, notorio y quedópuesto negro sobre blanco en algún artículo, libro o loque fuere. Tampoco es este cometido de mucho fuste,pues por lo general el texto se basta y se sobra paradefenderse a sí mismo, y si no, repito lo que ya dejé di-cho en el primer párrafo. En todo caso y habida cuentade que, si plantase aquí el punto final, esta advertenciaiba a quedar algo escasa y demediada, diremos algunacosa sobre la vida del señor Albert Libertad, sobre elmundo con el que le tocó bregar y sobre cuáles fueronsus méritos como propagandista y militante de la cau-sa libertaria. Por lo que se refiere al pie del que cojea-ba Libertad, hay que comenzar diciendo que lo ciertoes que cojeaba de los dos y, según parece, de resultasde una enfermedad infantil que lo condenó al uso demuletas durante el resto de sus días.

La cuenta de estos últimos no fue, por desgracia, de-masiado larga, ya que Libertad murió joven, pero, nila brevedad de su vida ni la traba de las muletas, leimpidió tener una existencia intensa y luchar con to-dos los medio a su alcance por la propagación de laIdea anarquista. Acaso tuviese que sustituir la gimna-sia revolucionaria por el ejercicio dialéctico más de loque hubiera sido de su gusto, pero a cambio desarrollósobre todo un músculo: una lengua afilada y certera

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que se clavaba como un dardo en el trasero de los po-derosos y en la conciencia de los siervos voluntarios.No conviene, sin embargo, que adelantemos aconteci-mientos, y vayamos por orden y al principio. Hijo depadres desconocidos, Joseph Albert nace en la ciudadde Burdeos el 24 de noviembre de 1875, y en Burdeosvive hasta que cumple los veintiún años. La ley esta-blecía entonces que los niños de la asistencia públicadebían haber alcanzado la mayoría de edad para poderabandonar su tutela y su ciudad natal, y Libertad hizo,en este caso, lo que estaba mandado. Cursa, pues, susestudios de secundaria en el Liceo de la misma villa y,a los diecinueve, empieza a trabajar como contable y ainteresarse por el anarquismo. Un par de años despuésy poco antes de partir para París, ya es conocido comopropagandista al servicio de la anarquía.

A trancas y barrancas, Libertad se cruza Francia departe a parte. Él mismo cuenta así su pequeña odiseaen un texto primerizo: «Cualquiera que se haya topadoen su vida con esos terribles enfermos que son los atá-xicos, puede imaginar el doloroso calvario por el quepasó, desde la Gironda hasta el Sena, a través de cam-

1 Albert Libertad, Gibier de Misère, 12-19 de septiembre de1897, en Le culte de la charogne, Agone, Marsella, 2006, pág. 64.

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pos hostiles con el vagabundo, bajo la incesante perse-cución del gendarme o lamirada odiosa del campesino,este hombre, más débil que un niño pequeño».1 En Pa-rís, pasa las primeras noches con el culo al raso y lascostillas molidas por la dureza de los bancos que le sir-ven de cama en los bulevares exteriores, o bien, si haymás suerte, en los asilos nocturnos que la Ciudad de laLuz reserva a los habitantes de su populosa Corte delos Milagros. Enseguida entra en contacto con los me-dios anarquistas parisinos y, más en concreto, con lasgentes que pululan en torno al periódico Le Libertaire,cuyas oficinas le sirven temporalmente de refugio. Co-mienza así la conversión del joven Joseph Albert en elfiero Albert Libertad.

Apenas lleva un mes en París y ya se hace notar so-noramente. Estamos en agosto de 1897; es domingoen la Basílica del Sacré-Coeur, templo católico enton-ces de reciente edificación que, para mayor guasa yescarnio, se ha levantado para honrar a los caídos enla guerra franco-prusiana y expiar los pecados come-tidos por los comuneros. Entre los mendigos que ha-cen cola para recibir la libra de pan que la iglesia ofre-ce graciosamente cada mañana de jueves y domingo,se encuentra también nuestro cojo bordelés. «Sin es-perar su ración —dice Libertad—, cuando escuchó al

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predicador hablar de la influencia nefasta de las ideasmalsanas, osó gritar al abominable mentiroso que asíse expresaba cuán exasperante resultaba su audacia».A Libertad le sorprende la reacción de la turba de losempobrecidos ante los exabruptos que lanza contra elsacerdote; le llama la atención que sus palabras no ha-gan eco en aquella masa de miserables que, por añadi-dura, dejan hueco para que las gentes y las fuerzas delorden la emprendan a puñadas con el joven impedido.Según cuenta la crónica, se necesitaron más de cincohombres para sacar primero a Libertad del templo ydespués meterlo en el trullo.

En efecto, la interrupción de la prédica en el Sacré-Coeur le cuesta a Libertad la privación de esta duran-te un par de meses. Es la primera vez que le ponen ala sombra de los muros de una prisión parisina, perono será, desde luego, la última. El alborotador ya se lohuele y así lo expresa en el artículo que venimos citan-do: «Y como el detenido reivindicó no solamente suacto de rebelión, sino que habló de otros rebeldes, laspuertas de la prisión se abrieron y se cerraron tras él.El tribunal decidirá sobre el caso de este criminal, delque esperamos desembarazar a la sociedad durante almenos cierto tiempo». Después vendrán otras conde-nas por gritos sediciosos, por negarse a circular, por

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rebelión, por desacato a la autoridad, y en fin, por me-terse en mil y una trifulcas y tumultos en los que elcojo se sirve de sus muletas, con una destreza desusa-da, a modo de mazas o garrotes. «Libertad —recuerdaEugène Dieudonné— se tumbaba en el suelo y, con susmuletas, trazaba terribles molinetes».2 Parece que par-ticularmente sonada fue la que lió en la localidad deNoisy-le-Sec algunos años más tarde, en la que, estavez al grito de ¡Abajo el ejército!, empleó con especialligereza y contundencia sus ayudas y despuntó comoninguno en el desigual combate. La broma le salió portres meses de prisión.

Claro es que no todo eran golpes de muleta y zirria-gazos. Al poco de llegar a París, Libertad también co-mienza a trabajar; primero, como corrector de pruebasde la imprenta de Aristide Bruant, el famoso cantautory cabaretero al que inmortalizase Toulouse-Lautrec,en la que se publica el semanario La Lanterne; algomás tarde, para el Journal du peuple del anarquista enello-malthusiano Sébastien Faure; y, finalmente, a par-tir del año 1900, en la imprenta Lamy-Laffon. En lasmismas fechas, se afilia al sindicato de correctores y

2 Eugène Dieudonné, Souvenirs, citado en Victor Méric, LesBandits Tragiques, Simon Kra-Éditeur, París, 1926, pág. 98.

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empieza a descollar como propagandista de la causalibertaria. Colabora de forma episódica en el ya citadoperiódico de Faure, en el Libertaire, que también ani-ma este último junto a Louise Michel, en Le Droit devivre de Constant Martin, en Les temps nouveaux deJean Grave, y así hasta que tenga oportunidad de fun-dar su propia publicación, l’anarchie, que ya se men-cionará algo más adelante. El caso es que, aunque sufirma aparece dispersa por aquí y por allá en algunosde los muchos periódicos y revistas libertarios de laépoca, la lucidez, la ironía, la mala baba y la fuerza delos textos de Albert Libertad ya son justamente cono-cidas y reconocidas en estos primeros pasos del sigloXX.

Aunque lo cierto es que a Libertad se le da mejor elcombate cuerpo a cuerpo y la lengua hablada que laescrita. O, al menos, igual de bien. La vehemencia desus discursos más o menos improvisados van ganan-do fama en las calles de Montmartre y de otros barriosdel París proletario y canalla, y algunos comienzan aver en él a un moderno Sócrates o a un nuevo Dióge-nes. Como, por ejemplo,monsieur André Colomer, queen su A noux deux! Patrie! esboza un encendido retra-to de nuestro autor: «Libertad hablaba. Su voz ásperay al mismo tiempo cantarina contaba, en inflexiones

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precipitadas como un desbordamiento del corazón, laalegría de vivir al ritmo de sensaciones libres en la sim-plicidad de gestos sin moral, el horro de agonizar bajoel mecanismo de tareas serviles en la complejidad delos movimientos convenidos, la estupidez de los políti-cos, la complicidad de amos y esclavos, el autoritaris-mo de toda fuerza colectiva, la cobardía de los hombresque no saben actuar más que en rebaño y el goce dedescubrirse y recrearse, y de agotar toda la savia, co-mo un tallo recto y flexible que se estira hacia el sol,y asegurarse uno mismo la cada y la libertad a plenaluz. Libertad cantaba a la anarquía como una fuerzaque cada uno llevaba dentro de sí».3 De opinión seme-jante es el ya citado Dieudonné, que, más económicoy menos retórico, evoca en sus Souvenirs el magnetis-mo y la capacidad de convocatoria de nuestro autor,pero no el periodista Méric, para quien Libertad no esmás que un discurseador gárrulo, lleno de facundia yde una excesiva seguridad en sí mismo, pero dotado deuna cultura tirando a escuálida.

Sea como fuere y tenga razón quien la tenga, lo queno deja de ser verdad es que el ascendiente de Liber-

3 André Colomer, A noux deux! Patrie!, citado en Victor Mé-ric, Les Bandits Tragiques, Simon Kra-Éditeur, París, 1926, pág. 96.

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tad en ciertos medios anarquistas se va haciendo cadavez mayor y cada vez más notable. Es entonces cuandodecide dar un paso más allá. Como recuerda Libertaden su artículo de finales de 1906 Actividad anarquista,4después de haber ofrecido muestras de su pericia en loque él mismo llama «propaganda de orden negativo»,ahora se trata de comenzar otra complementaria de or-den positivo y edificante. Y esta será precisamente laidea que anime la fundación de las Causeries populai-res, o charlas populares, «una agrupación anarquistasin cotización, estatutos ni inscripción» que Libertad,Paraf-Javal y algunos otros ponen en marcha en octu-bre del año 1902. El origen inmediato de la propuestase hallaba, en realidad, en las Universidades popularesque habían florecido en gran número por toda Franciaen el contexto del asunto Dreyfus y que habían per-mitido un precario acercamiento entre intelectuales yacadémicos y las petites gens y el proletariado más omenos militante. Tales Universidades permitían, poruna pequeña cuota, el acceso de estos últimos a unabiblioteca de préstamo, a cursos de idiomas, a consul-tas jurídicas y a las conferencias sobre los más varia-dos temas que, expertos en la materia, daban varias

4 Texto n° 21 de nuestra selección.

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tardes por semana; sin embargo, la coyunda entre in-telectuales y trabajadores pronto reveló su limitada so-lidez, pues mientras los primeros temían la vulgariza-ción que el medio parecía exigir, los segundos sospe-chaban de la benevolencia de los jóvenes conferencian-tes, que acaso no pretendías más que medrar y hacer-se ver, y el resultado era que nadie quedaba del todocontento. Las Causeries de Libertad y Paraf-Javal na-cen justamente con el fin de solventar tales carenciasel imprimir a la actividad de agitación y propagandauna orientación anarquista más nítida y explícita.5

En este mismo año de 1902, Libertad todavía tieneocasión de fundar, una vez más junto a Paraf-Javal, ytambién codo con codo con Henri Beylie, Émile Jan-vion y Georges Yvetot, la Liga Antimilitarista, que seencontrará presente en el congreso de igual tendenciaque se celebra en la ciudad de Ámsterdam casi un parde años más tarde. De aquel congreso saldrá la Asocia-ción Internacional Antimilitarista (AIA), defensora dela deserción como principal forma de acción, y a la que

5 Anne Steiner, Las militantes anarquistas individua-listas: mujeres libres en la Belle Époque, edición digital enhttp://colaboratorio1.wordpress.com/2009/04/07/las-militantes-anarquistas-individualistas-mujeres-libres-en-la-belle-epoque-anne-steiner-2008.

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tanto Libertad como Paraf-Javal rehusarán adherirse,según parece, por considerarla una organización inca-pacitada de principio para cumplir con los fines que sehabía propuesto. Con todo, la propaganda contra losejércitos y sus guerras será una constante tanto en lascharlas populares cuanto en los textos publicados enel que habrá de ser el principal órgano del anarquismoindividualista francés, l’anarchie, del que prometimosdecir algo un pocomás arriba. Según narra Libertad, eléxito de las charlas populares había llevado a su proli-feración no solo en París y su periferia, sino tambiénen otros lugares fuera de Île-de-France, y hecho en con-secuencia necesaria la constitución de un instrumen-to que permitiese organizar y articular a las distintasagrupaciones. En buena lógica libertaria, si las Cause-ries habían permitido la libre federación de los indi-viduos, dicho instrumento debía facilitar la libre fede-ración de grupos autónomos. El semanario l’anarchie,cuyo primer número sale a la calle del día 13 de abrilde 1905, es el llamado a cumplir dicha función.

A Libertad tan solo le quedan tres años de vida, pe-ro serán años de actividad enérgica y plural en los quel’anarchie ocupa una posición determinante. En torno

6 Pueden consultarse los 484 números del periódico publi-

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al semanario —que «sale todos los jueves», como rezabajo el título de portada—,6 además el propio Libertad,que multiplica su presencia mediante incontables seu-dónimos, andan gentes como Victor Kibalchich (mástarde conocido como Victor Serge) y su compañera Ri-rette Maîtrejean, una habitual de las Causeries; las her-manas Mahé, ambas compañeras de Libertad, con elque además cada una ha tenido un hijo: Anna, que di-rige la publicación junto a Libertad, y Armandine, quese ocupa de la tesorería; el infatigable André Lorulot;Maurice Vandamme, al que en los medios se conocebajo el remoquete de Mauricius; la pintora y pedago-ga Émilie Lamotte; Jeanne Morand, que se encuentratambién comprometida en la construcción de un teatroy un cine proletarios y respondones; el belga RaymondCallemin, al que también llaman Raymond la Sciencey que, pasado el tiempo, se convertirá en el principalinspirador intelectual de la Banda de Bonnot;7 el futuroeditor de literatura erótica Maurice Duflou; o el stirne-

cados entre el 13 de abril de 1905 y el 22 de julio de 1914 enhttp://gallica.bnf.fr.

7 Sobre la Banda de Bonnot, ver la obra de Victor Méric ya ci-tada o, en castellano: BernardThomas, La Belle Époque de la bandade Bonnot, Editorial Tzalaparta, Tafalla, 2000.

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riano Émile Armand,8 entre varias decenas de redacto-res y colaboradores de ocasión. Un grupo este que evo-luciona en torno a las charlas populares y l’anarchiedel que, según afirma Victor Méric, habría de surgir elmovimiento individualista el ilegalista que desemboca-ría en los llamados Bandidos trágicos; aunque, en todocaso, cuando Bonnot y sus muchachos comenzaran ha-cer de las suyas, el bueno de Libertad ya no estaría allípara contarlo.

Como se señaló más arriba, y es algo que se ha con-vertido casi en opinión consensuada, l’anarchie devie-ne de forma inmediata en el principal órgano escritode lo que ha dado en llamarse anarquismo individualis-ta. Charles Jacquier, por no citar más que a uno de losestudiosos del asunto, afirma que el periódico de Liber-tad es el punto de culminación de dicha corriente y, almismo tiempo, su apogeo y su canto de cisne.9 No hade tomarse por donde no es, sin embargo, lo del indi-vidualismo. El anarquismo que defiende el equipo del’anarchie nada tiene que ver, por ejemplo, con formasde liberalismo más o menos radicales, de esas que po-

8 También publicado por Pepitas de Calabaza: Émile Ar-mand, El anarquismo individualista, 2009.

9 Charles Jacquier, Avant-propos a Le culte de la charogne.

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nen al individuo poseedor, egoísta y acaparador de lospoderes públicos, ni tampoco con lo que podría deno-minarse libertarismo, doctrina que tomaría la libertadindividual como ídolo y punto de partida de cualquieracción social transformadora y que, como se verá másadelante, a Libertad no le hace demasiada gracia. Deeso nada. Por lo que le tengo leído a Libertad y a otrosácratas de la misma cuerda, yo diría que el acompaña-miento individualista que sigue al término anarquismohace referencia más bien a cuestiones de método polí-tico y táctica vital que a cualquier otra cosa. En pocaspalabras, si los anarco-individualistas se enfrentabana otras tendencias dentro de la gran familia ácrata era,fundamentalmente, por considerar errado su métodode acción revolucionaria el ineficaces sus modos deobrar para alcanzar el fin común de una sociedad co-munista basada en la libre federación de individuos ygrupos, y en la que tanto unos como otros pudieran al-canzar su grado más alto de desarrollo. Si la insurrec-ción revolucionaria (que proponían, por ejemplo, losanarco-comunistas) no había triunfado, si la huelga ge-neral (por lo que apostaba el anarco-sindicalismo) nohabía servido para derribar al Estado capitalista se de-bía, sobre todo, a que se había descuidado lo esencial:la transformación radical de los individuos llamados a

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operar tal cambio. Mejor será, en cualquier caso, quese expliquen los individualistas mismos.

Afirma, sin ir más lejos, Le Rétif (Victor Kibalchich oSerge, como se prefiera) en un texto del año 1911: «Losindividualistas son revolucionarios, pero no creen enla Revolución. No creer en ella no quiere decir que seaimposible. Tal cosa resultaría absurda. Nosotros nega-mos que sea posible antes de mucho tiempo; y añadi-mos que, si un movimiento revolucionario se produje-se en el presente, aunque saliese victorioso, su valorinnovador sería mínimo».10 A lo que añade Bénard:«Siempre hemos dicho que votar no servía de nada,que hacer la revolución no servía de nada, que sindicar-se no servía de nada en tanto los hombres sigan sien-do lo que son. Hacer la revolución uno mismo, liberar-se de los prejuicios, formar individualidades conscien-tes, he aquí el trabajo de la anarquía».11 Y, finalmente,nuestro autor: «El enemigo más áspero de combatirestá en ti, está anclado en tu cerebro. Es uno, pero tie-ne diversas máscaras: es el prejuicio Dios, el prejuicioPatria, el prejuicio Familia, el prejuicio Pro. Se llamaAutoridad, la santa prisión Autoridad, ante la cual se

10 Le Rétif, l’anarchie, 14 de diciembre de 1911.11 Bénard, l’anarchie, 26 de mayo de 1910.

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inclinan todos los cuerpos y todos los cerebros».12 Enfin, digo yo que, de momento, no será preciso añadirmás.

Tercer punto, y final. Lo escrito en último lugar nospuede servir, finalmente, para dar cumplimiento al úl-timo cometido que, por lo general, se suele encomen-dar a un prólogo y su prologuista: la de soltar cuatrofrases o cuatro palabras sobre el texto que le viene de-trás y que, también por lo general, suele ser el que deverdad interesa al que compró, afanó o tomó en présta-mo el libro de que se trate en cada situación particular.A saber si el tal habrá tenido redaños suficientes parallegar hasta aquí y no habrá saltado ya al primer textode nuestra compilación, lo que, en cualquier caso, diríamucho en favor de su inteligencia y de su intoleranciapara con la estupidez ajena. Pero, como tampoco es co-sa de caer en descortesías a la curiosidad del que peno-samente consiguió arrastrarse hasta esta línea que aho-ra redacto, ahí van algunas notas e informaciones queacaso supongan algún improbable y perezoso escolarque ande a la búsqueda de sinopsis, compendios y resú-

12 Albert Libertad, Marianne se soûle! Populo s’amuse! La Bas-tille de l’autorité, l’anarchie, 12 de julio de 1906, en Le culte de lacharogne, pág. 239.

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menes para sus deberes de Historia, Ciencias Socialeso Educación para la Ciudadanía. Sepa, para empezar,el sufrido lector que lo que se encontrará después deveinticinco artículos de los muchos que escribió mon-sieur Joseph Albert, alias Albert Libertad, la mayoríade los cuales, y como no podía ser menos, procedendel ya glosado semanario l’anarchie y que, puesto queeste último vino al mundo allá por abril de 1905, solotiene que andar fijándose en las fechas que aparecenal pie de cada texto para saber cuáles son del periódicoen cuestión y cuáles no. Esto en lo que se refiere a laforma y estructura del volumen que ahora tiene entrelas manos.

En lo que hace referencia a su contenido, diremosaún menos si cabe, puesto que Libertad lo expresa me-jor y con más tersura y contundencia. Libertad no vi-vió más de treinta y tres años y empezó a escribir ypublicar con veintipocos; esto significa que no tuvodemasiado tiempo para dejar constancia escrita de loque sentía y pensaba, y sin embargo, aún pudo embo-rronar un buen montón de resmas de papel y darlas a

13 Las Causeries llegaron a alcanzar un público que rondabalos dos centenares de personas y l’anarchie tenía una tirada desiete mil ejemplares.

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conocer a un público no precisamente menguado enuna época que aún nada sabía de los modernos me-dios de difusión masiva de la información.13 Los textosde Libertad son textos de combate, intervención y cir-cunstancia, y no áridos tratados ni ensayos teóricos, yademás muy abundante en número y temática; lo queviene a continuación es, pues, solo una muestra de to-do lo que escribió, pero —o, al menos eso espero— unamuestra cabal ymás que suficiente para que a cualquie-ra le quede clara la concepción que el autor se hacía dela anarquía y de los medios que habían de emplearsepara su propagación y ulterior implantación.

Es probable que, en un primer momento, llame laatención de los lectores el hecho de que Libertad noconsidere la anarquía como una ideología política es-pecífica, sino más bien como una suerte de anti ocontra-ideología, que el autor identifica con el devenirmismo de la humanidad en su proceso de emancipa-ción. A la construcción de la idea anarquista habríancontribuido así no solo aquellos que generalmente apa-recen bajo tal rúbrica en los manuales de historia o depolitología, sino también, y acaso de forma más desta-cada, toda una larga tradición de rebeldes que incluiríaotra parte, desde los albigenses hasta Galileo, desdeVoltaire y los enciclopedistas hasta Pasteur, Stirner o

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Marx, y cuyo principio unificador sería el cuestiona-miento continuado de la autoridad y del irracionalis-mo y la defensa del libre examen en cualquier aspectode la existencia. Libertad va incluso más lejos en al-gunas ocasiones y, acaso bajo el influjo de su amigoParaf-Javal, llega a afirmar que la anarquía, antes queuna ideología particular o incluso que una filosofía, esuna ciencia o una «forma científica de ser» que poneal individuo, sus necesidades y deseos, en el centro desus intereses. La contrapartida no es, sin embargo, deimportancia menor, pues, como bien advierte Libertad,el de anarquista es un adjetivo que trae consigo unaenorme carga y responsabilidad: el que decide vivir enanarquista carece de dogmas a los que agarrarse, decielos a los que clamar, de salvadores que lo rescaten,de jefes que lo dirijan por el buen camino y de diosesque respondan a sus ruegos y rezos. Ahí es nada.

Ahora bien, no reconocer jefes ni dogmas significano reconocerlos en absoluto. Es decir, que tampoco ca-be el recurso a los santos del santoral obrero o socia-lista ni dar el tópico o la palabra mascada y consabi-da por respuesta cuando se trate de afrontar las diver-sas complicaciones de lo cotidiano. Por eso es proba-ble que también choque a algunos la rudeza con queLibertad la emprende contra el descanso semanal, el

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sindicalismo, el socialismo, el utopismo revoluciona-rio y algunos otros puntos más o menos intocables dela agenda del movimiento obrero de la época. Liber-tad no teme épater l’ouvrier ; tan poco marxista comoel propio Marx, reconoce que la ideología dominantees la ideología de la clase dominante, sabe que las másde las veces el obrero piensa con cabeza de patrón yque, creyendo trabajar por su emancipación y la de suclase, en realidad no hace sino reforzar los eslabonesde la cadena que lo mantienen atado a un sistema ini-cuo y asesino, y también que uno no puede andarsecon delicadezas cuando de lo que se trata es de desper-tar la rabia y la indignación de la mayoría sometida.Si el sistema aguanta es gracias a la servidumbre con-sentida de los que laboran y producen, que, por cierto,son los más. Casi cuatro siglos antes de que Libertadnaciera, Étienne de la Boétie ya se había encargado,por cierto, de demostrar que la corrupción y la mise-ria moral de cualquier comunidad política son algo asícomo un oscuro pringue que se desliza por las pare-des de la pirámide social hasta terminar por cubrirlotodo.14 Bastaría con que los de abajo dejaran de creer-

14 Étienne de La Boétie, Discours de la servitude volontaire,Folioplus-Philosophie (Gallimard), París, 2008, pág. 45 y ss.

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se el cuento y dijeran no —reconocerá Libertad— paraque la edificación comenzara a zozobrar.

Finalmente, hay que señalar que la anarquía, la cons-trucción de la libertad individual y colectiva, no es ta-rea para mañana. La anarquía —como el sometimientoy la servidumbre, por otro lado— se hacen a cada pasoy con cada gesto, en la inmediatez de la cotidianidadde cada cual, en la lucha de la vida contra la simple su-pervivencia y en el empeño por aumentar poder frentea las asechanzas del medio. Para Libertad, se trata, enefecto, de vivir intensa y apasionadamente, de gozarsin trabar, y esas trabas o impedimentos no son másque todos aquellos elementos que interrumpen el ínte-gro desarrollo de los individuos, la plena expansión desus potencialidades y deseos. De esta manera, Libertadprolonga el gesto subversivo de Spinoza o deNietzschey se adelanta a Breton en el hermanamiento solidariode Marx y Rimbaud; los lectores conocerán sin dudael sonsonete: el objetivo es «transformar el mundo ycambiar la vida», o a la inversa. Hay que romper, pues,con la cadena de suicidios cotidianos en que consistela existencia bajo el modo de producción capitalistasin esperar a que las condiciones estén maduras, a queestallen fantasmales revoluciones o a que, por fin, des-punte el amanecer rojo. La idea de una generación sa-

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crificada en el advenimiento del paraíso comunista a laque se referirá, pero los, el camarada Lenin en El Esta-do y la Revolución,15 se le antojaría a Libertad sencilla-mente insoportable. «La revolución —escribirá RaoulVaneigem varios decenios después— termina desde elinstante en que hay que sacrificarse por ella. Perdersees fetichizarla. Los momentos revolucionarios son lasfiestas en las que la vida individual celebra su unióncon la sociedad regenerada».16 Vale.

Carabanchel, abril de 2009.

15 V. I. Lenin, El Estado y la Revolución. La doctrina marxistadel Estado y las tareas del proletariado en la Revolución, Edicionesen Lenguas Extranjeras, Pekín, 1975.

16 Raoul Vaneigem, Tratado del saber vivir para uso de las nue-vas generaciones, Anagrama, Barcelona, 1977, pág. 116. Traducciónde Javier Urdanibia.

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Contra los pastores,contra los rebaños

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El pueblo se divierte1

El obrero sale de la fábrica apestosa. Es la hora de laliberación. Tras la dura labor, algunos instantes de re-poso. Sale, sin duda hastiado, asqueado, en el corazónel odio contra aquellos que lo mantienen así encerradodurante horas para asegurar su lujo.

Pero ¿hacia dónde dirige sus pasos? Sale, va, correhacia los quioscos de prensa. Una sonrisa de satisfac-ción se me dibuja en los labios; está hastiado, pero to-davía mantiene vivaz en el corazón el orgullo del hom-bre: allá va a buscar el panfleto, el escrito en términosreivindicativos, con el fin de entrar en comunión deideas con todos aquellos que sufren, sus hermanos demiseria, los explotados de todos los mundos.

Me aproximo, dispuesto a hablar, a estrechar lamano a ese sufriente cualquiera. Le Sport, dice él convoz fuerte y lo abre febrilmente. Pasa las páginas y se

1 7-14 de junio de 1898.

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va diciendo: «Lo sabía, ha ganado. Untel montado aRoi-Soleil». Y este obrero es todos, es el mercenario, elesclavo tipo.Le Sport, Le Vélo, Les Courses, Paris-Veló y veintemás,

he aquí el panfleto que lee el oprimido, he aquí la alar-ma de rebelión que resuena en sus oídos.

La plebe romana, en su excesiva miseria, reclamaba«Panem, Circensens», pan y juegos, y se rebajaba anteel tirano. España, bajo la dominación clerical, pide avoz en cuello procesiones y ruedos. En Francia, bajola garra del parlamentarismo más humano… con lasbestias, más delicado, el pueblo quiere carreras.

Que estos señores, los esclavos, quieren juguetes,pues sea: los emperadores construían circos, la reinade España está presente en cada nueva corrida, y suexcelencia Felisque2 preside el Gran Premio. Los roma-nos, los españoles, los franceses le hacen otro agujeroal cinturón y se acuestan felices y contentos.

También los explotadores, los burgueses, los sacer-dotes piensan que todavía vivirán buenos tiempos enesta tierra, y reeditan aquella frase de los viejos galos:

2 Libertad hace probablemente alusión a la deformación po-pular del nombre de pila del presidente de la República de la épo-ca, Félix Faure.

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«No tenemos nada, salvo que los cielos se nos desplo-men sobre la cabeza».

No os fiéis, sin embargo; bajo la engañosa calma delmar, bulle una tormenta. ¿Quién sabe? ¿Quién sabesi, bajo esta aparente tranquilidad, el pueblo, vuestrogran proveedor, no os prepara la última sopa?

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Obsesión1

Durand, al salir de su palacete con una sonrisa desatisfacción en los labios, dio un pequeño respingo alleer un minúsculo cartel:

Mientras nosotros reventamos en la calle,el burgués tiene palacios para alojarse.¡Muerte a los burgueses!¡Viva la anarquía!

Entonces rió con sarcasmo y gritó al conserje: «Qui-te usted esas idioteces pegadas en la puerta». Y recu-peró su tranquila sonrisa cuando percibió, gloriosos ensu nulidad, a dos agentes que hacían la ronda. Mas sedetuvo, al mismo tiempo que ellos, por otro lado. Algu-nas etiquetas rojas destacaban sobre la blanca crudezadel muro:

1 28 de agosto - 3 de septiembre de 1898.

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Los guripas son los bulldogs del burgués.¡Muerte a los maderos!¡Viva la anarquía!

Los guripas se desgastaron las uñas arrancando loscarteles y Durand se marchó preocupado. Cuando, alfinal de la avenida, un ruido de cornetas y tambores sehizo sentir y a lo lejos aparecieron dos batallones, sesintió protegido y soltó un suspiro de alivio.

La tropa pasó ante él, Durand se descubrió; en aquelmomento, como un revuelo de mariposas, flotó en elaire una multitud de cuadraditos de papel; con aire in-diferente, leyó:

El ejército es una escuela del crimen.¡Viva la anarquía!

Algunos de aquellos papeles volaron sobre los sol-dados, otros les cayeron encima; la obsesión asaltó denuevo a Durand, se sintió como aplastado por aquellasligeras mariposas.

No bien se hubo sentado en su lugar ordinario paratomar el block o el habitual aperitivo, sobre la mesa viodesplegada otra etiqueta:

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Venga, cébate, un día llegará en el que elodio nos vuelva caníbales.

¡Viva la anarquía!

Rió con sarcasmo, pero esta vez no amontonó pla-tillo sobre platillo. Se levantó, se dirigió rápidamentehacia la esquina de la calle X, en la que los explotado-res contratan obreros, y maquinalmente buscó con losojos su cartel de reclamo; estaba escondido y decía:

El explotador Tal o Pascual contrata a vues-tros hijos para envilecerlos,

a vuestras hijas para violarlas, a vuestrasmujeres y a vosotros

Para explotarosAviso a los pringaos¡Viva la anarquía!

Meneó la cabeza y se dirigió a su oficina. En unaplaca podía leerse: «Durand y Cía., sociedad con capi-tal de 2 millones», pero debajo la exasperante críticaexpresaba su palabra.

El capital es el producto del trabajo robadoy acumulado por los gandules.¡Viva la anarquía!

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Lo arrancó rápidamente. Despachó algunos asuntosy, para distraerse, pensó en ver a su amante. De ca-mino, compró un ramo de flores que le ofrecieron.

Ella sonrió, viendo entre las flores algo así como undelicado billete: «¿Y ahora versos?», dijo.

La prostitución es el vertedero de las sobrasde la burguesía

Del hijo del pobre se hace un esclavo y de lahija, una cortesana.

¡Viva la anarquía!

La amante le arrojó el ramo a la cara y lo echó. Aver-gonzado, fatigado, Durand volvió a su casa; la puertahabía recuperado su aspecto ordinario.

Pues bien, al entrar en el salón, sumujer le dijo: «Mi-ra este jarrón que acabo de comprar, una oferta». Locogió, lo giró, lo volvió a girar; cayó un papel:

El lujo del burgués lo paga la sangre del po-bre

¡Viva la anarquía!

Y aquel ¡Viva la anarquía! y aquellas acerbas recla-maciones revolotearon a su alrededor, y aquella noche

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no fue al encuentro de su mujer por temor a hallar, enun lugar discreto y frondoso, una etiqueta en la quehubiese leído:

El matrimonio es la prostitución¡Viva la anarquía!

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El Verbo1

Cuando todo parece dormido: los poderosos en untranquilo farniente, los sufrientes en un sueño hechode lasitud y agotamiento;

Cuando los gobernantes tunden a los gobernados,los sacerdotes y los sabios patentados corrompen alpueblo, los señores asfixian a sus siervos y los patronesroban a los obreros;

Cuando, en sangrientos choques, los hermanos demiseria cubren la tierra con lo mejor de sus venas bajoel ojo ferozmente enternecido de sus amos, cuando losmiserables en uniforme protegen la propiedad frentea los miserables en camisa;

Cuando todo parece ir lo mejor posible en el mejorde los mundos;

Entonces, digo, presto y terrible como el rayo, el Ver-bo pasa…

1 27 de agosto - 2 de septiembre de 1899.

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Y esa falsa tranquilidad, esa calma hecha de cobar-días, de concesiones, de perversiones, esa parada inútilen la eterna marcha hacia delante, se muestra en todasu fealdad. Periodo nefasto en el que las concienciasse debilitan, en el que se emascula a los cuerpos; par-te por parte, burlón y severo, insinuante y violento, elVerbo lo diseca: su voz resuena del castillo al chamizo,de la fábrica al palacio.

Golpea al poderoso en la mejilla, empuja rudamenteal abúlico esclavo, violenta a los pueblos para condu-cirlos hacia la luz. Rompe, como si fuese una baratija,el cetro de los reyes, el sable de losmilitarones; amenu-do, a su paso, ruedan las cabezas al fulgor de violentosincendios que tiñen de púrpura el horizonte.

¿Qué es, pues, el Verbo?Es el grito largo tiempo contenido de los sufrimien-

tos humanos.Es el odio hacia las cadenas morales y físicas; es el

deseo de vida y de libertad.Ha pasado, a través de las eras y las leyendas, bajo

millares de nombres y de formas.Es Prometeo, Lucifer o Azrael llevando el estandarte

de la rebelión contra los dioses; es Caín contra Abel,es Jesús expulsando a los mercaderes del templo. Essu voz potente la que subleva a los albigenses, a los

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Jacques, a Jan Hus2 y a Bohemia, a los anabaptistas; ylos castillos arden, y los señores tiemblan.

Además, está por todos lados y a la vez; las artestienen su Renacimiento, las costumbres su Reforma.

Es Galileo arrojando su E pur si muove a la cara deltribunal de la Inquisición.

Y cuando todo se adormece, es él de nuevo, una vezmás, el que despierta a los pueblos; es Voltaire, Rous-seau, es los enciclopedistas; es el aliento del 4 de agos-to; es los Girondinos, es Marat, es Hébert el Violento,Babeuf el Filósofo, Anacharsis Cloots3 el Terrible So-ñador; bajo los pasos del autócrata, de los nihilistas.

Es, en tales tiempos y en toda su sublime belleza,esos iniciadores a los que Deibler4 segó a la vida o alos que la chusma asesinó; aquellos a los que los murosaprisionan y las torturas rematan.

2 Jan Hus (1370-1415). Teólogo, filósofo y predicador checo;fue un pionero del protestantismo.

3 Jean-Baptiste Cloots (1755-1794). Nació en Alemania en elseno de una rica familia de origen holandés. En 1789 se instala enFrancia y, tres años más tarde, se convierte en ciudadano francés.Fue miembro de la Convención y, durante un breve período detiempo, presidente del Club de los Jacobinos. Será excluido de am-bos por su radicalismo y, a instancias de Robespierre, llevado anteel Tribunal revolucionario, que lo condenará a ser guillotinado.

4 Alusión al verdugo Anatole Deibler, que ejecutó a 395 con-

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Se diría a menudo vencido, pero no podría impedir-se que clame lo que es, lo que debe ser. ¿Qué importanlas mordazas y la prisión, las torturas y la muerte? ElVerbo descubre, poco a poco, al mundo enceguecido,el cuerpo ideal de la Verdad, dejando en cada hoguera,en cada horca, en cada cuchilla, un jirón de esa camisade Nessu5 hecha de errores y de mentiras.

Ahora bien, a partir de todos esos gritos arrojadosa la cara del mal, de esas mil encarnaciones del Verboante la opresión, el Verbo actual debe ser construido.Debe flagelar desde el pequeño hasta el grande; nin-gún amor, ningún respeto podrían detenerlo; deja paraotros la piedad.

¡Vamos, pechos viriles! ¡Adelante, cerebros sanos!¡Venid a clamar vuestros deseos de belleza y de verdad!

Más que la hora de las reivindicaciones, es la horade la justicia. Las sacrosantas instituciones tiemblan

denados a muerte entre 1885 y 1939.5 Nessus o Neso: centauro hijo de Ixión y Néfele. En un arre-

bato de lujuria, intentó raptar a Deyanira, la esposa de Heracles.Este lo descubrió cuando intentaba violarla y le disparó una flechaenvenenada al pecho. En sus últimos estertores. Nesus le asegu-ró a Deyanira que su sangre haría que su marido le fuera siemprefiel. Deyanira lo creyó y untó la camisa de Heracles con la sangredel centauro, provocando su lenta y dolorosa muerte a causa de lasangre emponzoñada.

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desde los cimientos. Un violento soplo agita el aire; esel verbo de rebelión que pasa.

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Última bondad1

El sol lanzaba intensivos rayos sobre el paisaje. Mo-nótonos cultivos se extendían a lo lejos, sin sombraalguna, sin ningún refugio, campos de trigo de ondu-lante cima dorada, remolachas de largas hojas de unverde violento. Como una blanca tira, la carretera dis-curría en su centro, recorrida de tiempo en tiempo poralgunos peatones fatigados y por algunas alborozadaspandillas que se dirigían a la fiesta de algún pueblo dellugar.

Como el centro de un círculo cuya circunferencia seformaba a lo lejos, bien lejos, muy imprecisa, la granjaponía una nota de grisura en el horizonte.

Toda la vida que ordinariamente la hacía agitarse,tal una colmena en un día de verano, parecía extinta.Se oía solamente, por instantes, un lento mugido o elladrido de un perro gruñendo en sueños.

1 10-16 de septiembre de 1899.

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Era día de descanso, la granja estaba desierta. Eradía de asamblea en la villa vecina: la juventud colmabalos bailes y, en los albergues, padres y madres recorda-ban proezas de tiempos pasados.

Nadie… Y sin embargo… Sí. En el umbral de la gran-ja, en el que se exhibe la casa de los amos al borde dela carretera, hay una mujer, una joven soñadora. Susojos parecen dirigirse a un más allá que los ilumina, sufigura resplandece con una belleza victoriosa, como ala vista de un cuadro mágico, asentando allá arriba, so-bre las nubes. Es Jeanne, la muchacha de la granja; seha quedado sola en la casa, de la que, de buen grado,acepta ser la guardesa.

Sus veinte años aman la soledad; sus veinte años noríen en las fiestas del pueblo, y los muchachos de lasgranjas y los jóvenes de los castillos mariposean envano a su alrededor.

Así que fantasea. Vuelve a ver todo su pasado. Jeanla ama, le ha robado el corazón; para su gusto, el me-jor en ese grupo de anarquistas al que sus deseos delibertad la habían arrojado, a ella, la hija de un comu-nero. Vuelve a ver toda la lucha para desembarazarsedel mal ambiente, de los pensamientos, de los prejui-cios que intentan aplastarla; para desembarazarse in-

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cluso de la estrecha moral de un padre que soñaba conuna libertad castrada.

Vuelve a ver la libre alianza con el elegido bajo losgritos de la compacta jauría del barrio, antes predica-dora de razones de interés que de razones de amor;también la nefasta conscripción, que puso el ojo en suenamorado; y la huida de este hacia la frontera, conel fin de evitar la sangrienta afrenta de la librea y le-vantar el fusil contra otros sufrientes. Finalmente, lasalida de aquel feo París, en el que no era más que lamujer del insumiso, del sin patria.

Su llegada, tras una larga marcha, a esta granja, enla que, recia muchacha, se había entregado a la dura la-bor de la tierra; su aceptación en este mundo de cam-pesinos, sometido a su valentía ante el esfuerzo, tandulce con todos que ya no era la Parisina, como en losprimeros días, sino la muchacha de la casa, respetadae incluso temida porque parecía saberlo todo, por lasgrandes y extrañas ideas que planteaba.

Por encima de todo, veía la Idea al fin concretada,ganada para la humanidad, la era de la justicia por finvivida. Mas, al extraviarse sus ojos por la gran carre-tera, fue de pronto devuelta a la triste realidad, a lamala cada, ama de sus horas presentes. Un hombre enharapos avanzaba penosamente, las alforjas cotidianas

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arqueaban su espalda y arrastraba dolorosamente unapierna.

Se aproximaba en línea recta hacia la granja, perocon paso inseguro; la mano derecha sujetaba nerviosa-mente un bastón, en previsión de los perros, sirvientesbien disciplinados, que aúllan al paso de los pobres.

Jeanne lo miraba acercarse; pensaba en aquel otro,sin duda igual de desgraciado, en su exilio en paíseslejanos. Tierno afecto le despertaba aquel miserable,al margen de las normas de las personas demasiadodecentes.

Y cuando estuvo cerca, antes de que su voz algo que-jumbrosa le hubiese espetado el tradicional: «un vasode agua, por favor», ya se había ella apartado, dejandolibre el vano de la puerta e invitándolo a pasar con ungesto tierno y amplio.

Se arrojó, más que sentarse, sobre el asiento que ellale ofreció y sus ojos, que reflejaban un asombrado arro-bo ante tan hospitalario recibimiento, se pasearon poraquella tranquila estancia.

La mirada de Jeanne había recorrido desde la cabezapolvorienta del hombre hasta sus pies ensangrentadosy, alerta y despierta, había puesto junto a él lo necesa-rio para las abluciones. Él se lo había agradecido con

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un gesto, al no encontrar palabras con las que expre-sarle las impresiones extrañamente tiernas que sentía.

Sus pobres pies doloridos reposaban en el agua fres-ca y su rostro, liberado del polvo de los caminos, ledaba un aspecto menos triste y ya tenía a su alcanceun mantel, extendido en un rincón de la mesa familiar,recubierto con una colación.

Tenía el pan moreno a su alcance, el jamón redon-deaba su panza y, muy cerca, una botella empañadainvitaba a la sed. Bebió, comió sin parar, feliz solo porla hora presente. Luego, cuando hubo satisfecho susnecesidades, sintió un extraño deseo de conversar, decontar lo que era. Jeanne le hizo sentirse a gusto deinmediato, y entonces lo dijo todo, feliz al fin por notener que mentir.

Tenía treinta años; por algunas fruslerías, ya solda-do, lo habían condenado a trabajos públicos; de vueltaa su país, sin oficio, con aquel pasado oneroso que lecerraba las puertas, se convirtió en un paria, robaba,cogía todo lo que podía para sobrevivir: la justicia lodeclaró apto para la prisión.

Desde entonces vagabundea por los caminos, sin ho-gar ni lugar, viviendo de las limosnas, de los unos y delos otros, de pollos degollados detrás de algún seto, defruta afanada en cualquier cercado. Como dejase de ha-

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blar y adoptase un aire soñador, ella le ofreció el alber-gue de las caballerizas para descansar sus miembrosagotados. Él aceptó con alegría. La paja fresca teníaun aspecto tentador, y él se echó mientras ella estabatodavía allí.

Entonces en sus ojos pudo leerse un deseo nuevo,fuerte, dominante en aquel instante, pero su boca semantuvo cerrada, incapaz su espíritu de formularlo.

Jeanne comprendió, tuvo un breve momento de va-cilación, pensando sin duda en el otro distante, en elexilio. Un auténtico combate, rápido pero terrible, selibró dentro de ella. Los viejos prejuicios, que se des-pertaban en aquel momento, en lucha con las nuevasideas, de suprema belleza. Allí, junto a ella, los ojos sellenaban de deseos…

Y, lentamente, se inclinó, su hermoso cuerpo seamoldó a la litera, sus pechos, resplandecientes de be-lleza y quebrando su envoltorio, eclosionaron ante losojos maravillados y victorioso del pobre diablo…

La granja estaba a punto de desaparecer a la vueltadel camino; el hombre la miró una última vez, larga-mente, como si hubiese deseado grabar dentro de sílos rasgos de aquel oasis tan dulce en el árido desiertode la vida.

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En el umbral de la puerta, mientras él desparecía,ella pensó en Jean, el elegido de su amor. Se sintió másgrande, más digna de él; comprendió que él la queríaasí: libre de todos los prejuicios, supremamente fuerteante los poderosos y los amos, supremamente tiernacon los rebeldes, con los parias.

Como su pensamiento la llevase de nuevo más alláde las nubes, deseó que su bienamado encontrase en elcamino la misma belleza, la misma bondad, y perma-neció deliciosamente soñadora.

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A nuestros amigos que sedetienen1

Bajo formas diversas y pormúltiples camaradas, nosencontramos que se repite una misma queja: «¿Adón-de van los anarquistas?» Eco de otras quejas igual derespetables: «¿Adónde va la patria?»; «¿Adónde va-mos nosotros?»; «¿Adónde va el espíritu religioso?».Respetable cantinela que, para las gentes simples, setraduce en un «¡Ay, qué tiempos estos…!».

Las gentes que se han dormido o petrificado despier-tan de golpe y, no reconociéndose ya o, más bien, noreconociendo ya su medio, que ha evolucionado lentopero seguro, se ponen a gritar: «Terreno resbaladizo,peligro, precaución, cuidado», tal como lo haría unode nuestros abuelos ante la visión de los tranvías eléc-tricos.

1 1-8 de agosto de 1903.

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Calmaos, amigos míos, no hay peligros a la vista. Sa-cudíos. Despertaos. La anarquía no es algo muerto. Vi-ve, luego se transforma.

Para algunos, la anarquía puede no ser más que unaescisión del socialismo revolucionario. Acaso cuandose lanzó tal idea no fuese más que eso. Actualmente,es otra cosa.

Se ha desprendido de todas las filosofías mundialesuna filosofía nueva; de todas las filosofíasmuertas, unafilosofía viva: Lao-Tse y Epitecto, Confucio y Epicuro,Rabelais y Pascal, Fourier y Proudhon, Marx y Baku-nin, Stirner y Nietzsche —por no hablar del trabajo decreación y adaptación de cerebros todavía vivos— hancooperado con el fin de darle una forma asimilable portodos los individuos.

Todos los Enciclopedistas, con Diderot a la cabeza;todos los críticos del Antiguo Régimen, Voltaire, Rous-seau; todos los auténticos demoledores de religiones:el cura Meslier, Volney, Dupuis, han aportado la fuer-za de sus críticas.

Todos los sabios le conceden el apoyo de su cienciay, si no la viven en sociedad, sí la viven al menos ensus laboratorios, aplicando en sus investigaciones elmétodo del libre examen. De igual modo, lo quieran o

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no, cada uno de sus descubrimientos aumenta la fuerzade dicha filosofía y derriba a la autoridad rutinaria.

Esta filosofía —esta ciencia, diría yo—, que pone alindividuo en el centro, dándole por fin su lugar pro-pio, queremos llevarla a la práctica. Queremos sacarlade los libros en los que se había refugiado, de las cáte-dras en las que se enseñaba a unos pocos privilegiados,de los laboratorios en los que se limitaba a puros expe-rimentos, y arrojarla al terreno múltiple de la vida, enlucha con los individuos en el campo de experienciasque es el mundo.

Ahí toma su verdadero nombre; la anarquía, es decir,la filosofía del libre examen, aquella que no impone na-da por la autoridad y que procura probar todo median-te el razonamiento y la experiencia; aquella que no ha-ce intervenir ninguna entidad, ninguna idea subjetivaen su dialéctica; aquella para la cual la ley —implacablehasta hoy— de las mayorías no podría imponerse a launidad que tiene razón y lo demuestra.

Puede parecer a los espíritus superficiales que estanueva forma abandona la lucha, mientras que, segu-ra de sí misma, se compromete en todas las cuestio-nes. Porque, fatigada de atacar a entidades —Estado,sociedad, burguesía—, ataca a los individuos, intentan-do transformarlos, revolucionarlos; porque, mejor to-

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davía, se vuelve sobre sí misma, preocupada por librarsu propio terreno de las malas hierbas, las gentes de lavíspera, los petrificados o los dormidos, gritan con vozde pesadilla: «¿Adónde vamos?».

Evadidos del socialismo, en ocasiones por estrechasquerellas verbales, expulsados por una mayoría en uncongreso, habían recogido la palabra «anarquía», queles habían tirado a la cara, sin apercibirse (en su ma-yor parte) del temible peso de tal epíteto: sin autoridad.No vieron la utilidad de la lucha, lucha que no empren-dieron —muy valerosamente por otro lado— más quecontra las formas tangibles de la autoridad; volvierona los extravíos sociales que destruyeron la Bastilla ypermitieron construir nuevas prisiones.

Nomás jefes, y su instinto les llevaba a crear nuevospontífices; no más autoridad, y la anarquía, esa formacientífica de ser, se convertía en un dogma fuera delcual no había salvación alguna.

2 André Veidaux (hacia 1860-?). Periodista, poeta simbolistay libertario hasta 1914. En particular, contribuyó al número espe-cial sobre la anarquía de La Plume (1893) con un artículo sobre Lafilosofía de la anarquía. También trabajó para el Libertaire, donde,a partir de septiembre de 1900, publicó una serie artículos sobreLas utopías mayores, cuya tercera entrega estaba consagrada a lacuestión Comunismo e individualismo.

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Cuando Veidaux2 aconseja cultivar el individualis-mo y llevar primero a cabo la revolución dentro deuno mismo, son los anarquistas partidarios de una for-ma social a priori y revolucionaria, los que profierenmurmullos y gritos. No lo comprenden, queda fueradel camino trazado.

Ciertamente, me parece que Veidaux golpea en falsoen el momento actual, y su artículo se dirige demasia-do a esa forma pasada de anarquía cuya intransigenciainfantil acaso no fuera inútil cuando nació, pero que,no teniendo ya razón de ser, se muere apaciblemente.

Cada vez más, el anarquista actual siente que, si laautoridad tiene una forma objetiva de la que el ejército,la policía, las prisiones son realidades materiales; cadavez más, digo, siente que aquella toma su fuerza de lasideas subjetivas que solo pueden arrancarse una a unade los cerebros.

El anarquista siente que, si no puede hurtarse a laforma exterior de la autoridad, le es igualmente difícil,si no más, hurtarse a su forma interior, arrojada dentrode él por un atavismo de siglos. Siente que no basta consuprimir el hechizo de las piedras de las iglesias (pormás que tenga su utilidad), sino que hay que suprimirtambién el hechizo de las ideas religiosas de clerica-les y anticlericales. Ve que la cabeza cortada de Luis

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XVI, los puntapiés sucesivos propinados a los reyes ylos emperadores en el pasado siglo no han demostra-do nada y que toda una multitud está dispuesta a acla-mar cualquier modo imperativo: realista o socialista.Y constata que, a pesar de todas las persecuciones, laidea de Galileo ha prevalecido: que una vez demolidoel error de la tierra inmóvil y probada su doble rota-ción, se había hecho un camino en el que la humanidadno retrogradaría jamás.

Para él, todo consiste en probar que tiene la mayorparte de razón posible de su lado y en intentar demos-trar que posee actualmente una verdad, aunque no vi-viese esta más de veinte años, como ha dicho Ibsen conun punto de ironía.

Sí, ahora ya no entiende las frases hechas. Las dejapara aquellos que forman un partido y a los cuales pue-de imponérseles una disciplina, y para los que existe eloportunismo. La verdad no podrá ser contradicha porlas críticas: no existe la causa de los discípulos de Pas-teur ni la de los discípulos de Roux,3 pues cualquierapuede destruir sus teorías si aporta la prueba de susafirmaciones.

3 Wilhelm Roux (1850-1924). Zoólogo y embriólogo alemán;fue uno de los fundadores de la embriología experimental.

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Los anarquistas dejan también que los socialistasse disfracen con el epíteto de revolucionarios. Lo cualresulta una bonita ironía encabezando los programasde esos hombres dispuestos a todas las concesiones,a todos los oportunismos; en la boca de aquellos conlos que no puedes encontrarte sin que te recomiendensiempre calma y dignidad, de aquellos a los que no seve jamás en los lugares en los que la sola expresiónde su pensamiento produce una agitación en la mul-titud rugiente semejante a una piedra arrojada en uncharco.

¿Adónde van, pues, los anarquistas? ¡Van! Por másque digan los ciegos, van, están ahora por todas partes.La filosofía anarquista, esa filosofía que no es un dog-ma ni una metafísica y que se asiente sobre el firmeterreno de la ciencia, se desliza por todos lados juntoa ella.

Tal movimiento no teme a la reacción. Como el de1892 o 1893, no es el producto de una curiosidad enfer-miza o de una pose estética, ni siquiera de una cólerairracional e impulsiva contra un estado de cosas, movi-miento que —convengo en ello y lo sé de buena tinta—puede hacer que se desvanezca un partido o calmaruna represión terrible. No. Es algo razonado, se apo-ya en la ciencia, sabe dónde va o, mejor, dónde quiere

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ir. Ninguna represión puede nada contra él; no podríatemerle más que a una demostración que probase sufalsedad, su inutilidad. Entonces desaparecería y lasfuerzas que lo componen irían en busca de otras for-mas más favorables, más útiles para el desarrollo delindividuo.

Para nosotros, el anarquista es aquel que ha vencidodentro de sí a las formas subjetivas de la autoridad:religión, patria, familia, respeto humano, qué-dirán, yque no acepta nada que no haya pasado por la criba desu razón, en tanto sus conocimientos se lo permitan.

Convencido con Veidaux de que un individuo cons-ciente de su meta vale por veinticinco mil, con Paraf-Javal4 de que nada iguala el trabajo del fermento pu-ro, nos esforzamos por vivir aquello que consideramosbueno, por formular aquello que vivimos, seguros de

4 Georges Mathias Paraf-Javal, alias Péji (1858-1942). Anar-quista en la época del asunto Dreyfus, colaborador del Libertairey, más tarde, de l’anarchie. Autor de un manual de vulgarizacióncientífica, Paraf-Javal encarnaba el cientifismo en boga de los me-dios anarquistas de la época. Participó en la creación de las Cause-rie populaires y, junto a otros camaradas, en la del Groupe détudesscientifiques; grupos que, por cierto, llegarían a oponerse violen-tamente entre sí. También estuvo implicado en la fundación de laLiga Antimilitarista y, junto a Émile Armand, en la de la coloniaanarquista de Vaux (1902-1907).

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que ahí se encuentra la verdadera lucha. Y cuando lle-ga la ocasión, sabemos emprenderla contra las formasmateriales de la autoridad, más y mejor —lo decimoscon orgullo— que aquellos que, embriagados de pala-bras, predican la calma en el momento de los gestos.

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A los resignados1

¡Odio a los resignados!Odio a los resignados, igual que odio a los indecen-

tes, igual que odio a los haraganes.¡Odio la resignación! Odio la indecencia, odio la

inacción.Odio al enfermo encorvado bajo el peso de una fie-

bre maligna; odio al enfermo imaginario que un pocode voluntad volvería a poner derecho.

Compadezco al hombre encadenado, rodeado deguardianes, aplastado por el peso del hierro y del nú-mero.

Odio a los soldados encorvados por el peso de ungalón o de tres estrellas; a los trabajadores encorvadospor el peso del capital.

1 13 de abril de 1905.

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Amo al hombre que dice lo que piensa dondequieraque se encuentre; odio al mendigavotos a la búsquedaperpetua de la mayoría.

Amo al sabio aplastado por el peso de las investi-gaciones científicas; odio al individuo que inclina sucuerpo bajo el peso de un poder desconocido, de unaX cualquiera, de un dios.

Odio, repito, a todos aquellos que, cediendo a otro,por miedo, por resignación, una parte de su poder dehombres, no solamente se aplastan, sino que me aplas-tan, a mí y a aquellos a los que amo, con el peso de suhorrible consentimiento o de su inercia idiota.

Los odio, sí, los odio porque yo, lo siento, no meinclino ante el galón del oficial, la banda del alcalde,el oro del capitalista, las morales o las religiones; hacetiempo que sé que no sonmás que baratijas que se quie-bran como el cristal… No me inclino bajo el peso de laresignación del otro. ¡Ah, cómo odio la resignación!

Amo la vida. Quiero vivir, no mezquinamente co-mo esos que no satisfacen más que a una parte de susmúsculos, de sus nervios, sino ampliamente, satisfa-ciendo a mis músculos faciales tanto como a los de mispantorrillas, a la masa de mis riñones del mismo modoque a la de mi cerebro.

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No quiero trocar una parte de ahora por una parteficticia de mañana, no quiero ceder nada del presentea los vientos del porvenir. No quiero que nada en mí seincline ante las palabras «patria, Dios, honor». Conoz-co bien el vacío de tales términos: espectros religiososy laicos.

Me burlo de los retiros, de los paraísos, ante la es-peranza de los cuales mantienen sus resignados las re-ligiones y el capital. Me río de esos que, acumulandopara la vejez, se privan en su juventud; de esos que,para comer a los sesenta, ayunan a los veinte años.

Yo quiero comer cuando todavía tengo los dientesfuertes para desgarrar y triturar las saludables carnesy los frutos suculentos, cuando los jugos de mi estóma-go digieren todavía sin ningún problema; quiero beber,cuando tenga sed, líquidos refrescantes o tónicos.

Quiero amar a las mujeres o a la mujer, según con-venga a nuestros deseos comunes, y no quiero resig-narme a la familia, a la ley, al Código Civil; nadie tienederecho sobre nuestros cuerpos. Tú quieres, yo quiero.Burlémonos de la familia, de la ley, antigua forma deresignación.

Pero esto no es todo: quiero, puesto que tengo ojos,orejas, otros sentidos aparte del beber, el comer, elamor sexual, gozar en cualquiera de esas otras formas.

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Quiero ver bellas esculturas, bellas pinturas, admirara Rodin o Maney. Quiero escuchar las mejores ópe-ras, tocar a Beethoven o a Wagner. Quiero conocer alos clásicos en la Comédie,2 hojear el bagaje literarioy artístico que han legado los hombres pasados a loshombres presentes, o mejor, hojear la obra por siem-pre inacabada de la humanidad. Quiero alegría paramí, para la compañera elegida, para los niños, paralos amigos. Quiero un hogar en el que puedan reposaragradablemente mis ojos tras la labor concluida. Puestambién quiero la alegría de la labor, esa sana alegría,esa alegría fuerte. Quiero que mis brazos manejen elcepillo, el martillo, la laya o la guadaña.Que losmúscu-los se desarrollen, que la caja torácica se ensanche enmovimientos poderosos, útiles y razonados.

Quiero ser útil, quiero que seamos útiles.Quiero serútil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil.Deseo que laboremos mucho porque soy un insaciable

2 La Comédie-Française, también conocida como Téâtre-Français, fue fundada en el año 1680. Su primer emplazamientofue el Hotel de Guénégaud, pero, desde 1799 y tras verse afectadapor las convulsiones revolucionarias, la Comédie se encuentra enel Palais-Royal, en el primer arrondissement de París. Es el únicoteatro estatal francés que cuenta con una compañía permanentede actores: la llamada Troupe des Comédiens français.

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del gozo. Y es porque quiero gozar por lo que no soyun resignado.

Sí, sí, quiero producir, pero también quiero gozar;quiero amasar, pero también comer el mejor pan; quie-ro vendimiar, pero también beber el mejor vino; cons-truir casas, pero también vivir en los mejores aparta-mentos; hacer muebles, pero también poseer lo útil, eincluso lo bello; quiero construir teatros, pero lo bas-tante vastos como para acoger a los míos y a mí.

Quiero cooperar para producir, pero también quie-ro cooperar para consumir. Que piensen unos en pro-ducir para otros a los que dejarán, oh ironía, lo mejorde sus esfuerzos; en cuanto a mí, quiero, librementeasociado, producir, pero también consumir.

Resignados, mirad, escupo sobre vuestros ídolos; es-cupo sobre Dios, escupo sobre la patria, escupo sobreCristo, escupo sobre las banderas, escupo sobre el ca-pital y sobre el becerro de oro, escupo sobre las leyesy los códigos, sobre los símbolos y las religiones: noson más que juguetes de los que me burlo, de los queme río… No son nada salvo gracias a vosotros; aban-donadlos y se harán migas.

Sois, pues, una fuerza, oh resignados, de esas fuerzasque se ignoran, pero que no por eso dejan de sermenos

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fuerza, y yo no puedo escupir sobre vosotros; no puedosino odiaros… o amaros.

Por encima de todos mis deseos, tengo el de sacudi-ros la resignación y despertaros con furia a la vida. Nohay paraíso futuro, no hay porvenir, no hay más queel presente.

¡Vivamos!¡Vivamos! La resignación es la muerte. La rebelión

es la vida.

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¡Asombrosa victoria!1

Un punto, y se acabó. Algunos puntos… Son balas.El orden queda restablecido en la ciudad lemosina.

Se terminó… Le Journal y La Petite République, Le Ma-tin y L’Humanité cierran la sección «En Limoges». LeFigaro expresa su alegría por la victoria.

Así que el orden había sido perturbado. ¿El ordeneconómico? No, este es muy respetado por todos. ¿Pe-dían los hombres una vida distinta de la que lleva-ban en los presidios porcelanistas? ¿Querían poner pa-tas arriba la organización que hace de ellos borregos?¿Querían mantener la lana sobre los lomos? En absolu-to. Para tales menesteres, los honestos obreros poseenla temible arma del voto… cada cuatro años.

El orden perturbado era el «orden moral». Un pe-rro de la fábrica Haviland2 quería cubrir a las ovejas y,

1 27 de abril de 1905.2 Este artículo de Libertad tiene como telón de fondo los lla-

mados acontecimientos obreros de Limoges: una serie de huelgas y

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también en algunas ocasiones, por capricho de amo, alos borregos. Esquilaba más omenos ovejas o borregosdependiendo de la gracia y la juventud de estos. Losobreros se sublevaron de indignación. Decidieron queno seguirían llevando su lana al patrón más que bajo

manifestaciones que tuvieron lugar entre febrero y abril del año1905. El movimiento comenzó entre los trabajadores de las fábri-cas de zapatos y sombreros, que protestaban por los bajos salariosy los abusos de los capataces, y más tarde se extendió por todo eltejido productivo de la ciudad. Los trabajadores de la porcelana seunen a la huelga en abril y en la fábrica de Théodore Haviland —una de las dos que los Haviland, industriales de origen estadouni-dense, tenían en la ciudad— se iza la bandera roja. A partir del 14de ese mismo mes, el ejército interviene para reducir a los obrerosen lucha. Se levantan barricadas en los barrios populares, estallanbombas, el coche de Théodore Haviland es incendiado… Comien-zan los arrestos masivos. El día 17 de abril, una manifestación or-ganizada después de un mitin de la CGT llega hasta la prefectura yexige la liberación de los detenidos. Tras el rechazo de las peticio-nes por parte del prefecto, los manifestantes se dirigen al Ayunta-miento y piden la mediación del alcalde socialista Émile Labussiè-re. Su intervención también fracasa. La multitud se dirige enton-ces a la prisión departamental y echa abajo la puerta de entrada.Las cargas de la caballería acabarían con numerosos heridos entrelos obreros y, al menos, con un muerto: Camille Vardele, obreroporcenalista de 19 años a cuyo funeral, dos días después, acudiránvarias decenas de miles de personas. Más sobre los acontecimien-tos de Limoges en VV.AA., 1905, le printemps rouge de Limoges,éditions Culture et patrimoinse en Limousin, Limoges, 2005.

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la dirección de un perro que desease sus pantorrillas,pero no más arriba.

Intratables en el asunto del honor, se pusieron enhuelga. Y el pastor se solidarizó con su perro. ¿No ha-bía que consentir ciertos caprichos a este preciado au-xiliar? ¿Qué? ¿Es que todas esas personas que entre-gan sus cerebros, sus brazos, sus espíritus y sus fuer-zas no podían, por añadidura, entregar también sus cu-los? ¿Cómo podían permitirse reservar una parte delterreno de trabajo que él, el patrón, compraba de tal atal hora?

¿No tiene acaso el patrón derecho a inclinar al obre-ro sobre las herramientas y el torno hasta desviar sucolumna vertebral? ¿No puede el patrón hacer traba-jar al pintor con ese blanco de cerusa que corroe lascarnes? ¿No puede el patrón mantener junto a la bocade los hornos, durante horas y horas, a los hombres ne-cesarios para la mejor cocción de porcelanas de lujo?

¿No puede acaso el patrón acuclillar, tumbar a losobreros, hacerlos trabajar sobre la espalda, sobre elvientre, cabeza arriba, cabeza abajo, con los ojos llenosde polvos cegadores, los oídos ensordecidos, la gargan-ta quemada? «¡Pero cómo no! ¡Sí, sí, el patrón tienetodos esos derechos y muchos otros además! No nosrebelamos por todo eso. Hace falta un patrón. Hacen

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falta obreros. Es necesario que el patrón sea el amo ylos obreros sus esclavos. Es bueno, para que él vaya encarroza, que nosotros llevemos collar.

«No nos rebelamos sino contra la posición, bocaabajo o sobre la espalda, según los sexos, que quiereimponernos el señor director. Esto no entra en el con-trato».

¿Es todo, amigos míos? ¿Por qué no lo habéis expe-dido limpiamente, desde cualquier esquina o aprove-chando un cita, como un paquete postal para el otromundo? El conflicto se hubiera calmado más rápida-mente.

«¿Por quiénes nos tomáis? Somos honestos ciuda-danos. Nunca resolvemos nuestros asuntos nosotrosmismos. No queremos destruir la causa tan rápido, sa-bemos que tan solo hay que paliar los efectos. ¿En quése emplearían, si no, los perros de nuestros rebaños,esos que nosotros mismos elegimos?

»Y si nuestros sindicatos no fuesen administrativa-mente convocados para resolver tales cuestiones contodo detalle, ¿de qué se ocuparían? ¿Y qué razones nosquedarían a nosotros para no hacer nada por nuestraemancipación integral?»

Los patrones han contestado a la huelga con el lock-out y avisado a los obreros-soldados para que los de-

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fendiesen. Los soldados obedecieron. Allá que fueron,como quien practica el tiro al blanco de buena mañana.¡Y menudo blanco! El blanco humano que siempre ha-bían estado esperando. No se puede enseñar a los hom-bres a matar sin que estos esperen con impaciencia elmomento de mostrar sus aptitudes. ¡Todo son venta-jas! No hay riesgo en el negocio. Las gentes que estánenfrente no llevan armas. Están condenados por el or-den social. No tienen más que obedecer a sus patrones.Peor para ellos.

El pueblo obrero es un cuerpo que, en ocasiones, ne-cesita de sangrías con el fin de reducir su temperamen-to sanguíneo. Hay, pues, una sangría, muertos y he-ridos. Y otra vez adentro, formalitos, muy formalitos.¿Dónde se entra? «En el taller, mi buen amigo. Conel ejemplo de la víspera ha bastado, no somos los másfuertes. No tenemos armas, no tenemos fusiles». ¡Puestomadlos! «No somos ladrones». Fabricadlos. «La leyprohíbe manipular materiales peligrosos. Y, por otrolado, nosotros no nos servimos de tales medios. Somosrevolucionarios legales».

Entonces que os esquilen, imbéciles. Y esta noche,haced un chaval más, con el fin de que, más tarde, sehaga un soldado más que reprimirá vuestros nervio-

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sismos, un obrero más para cebar al patrón, un electormás para el candidato socialista.

Antes de hablar, echad un vistazo a la noticia: «Elseñor Haviland no recurrirá a los servicios del señorPernaud». Leed nuestro orden del día: «La corpora-ción porcelanista, gracias a la solidaridad obrera y asu energía, ha logrado una asombrosa victoria».

Dos muertos oficiales, otros dos enterrados por latropa, heridos en un bando y en el otro, algunos de loscuales no llegarán muy lejos, hombres dejados en lastemibles manos de los picapleitos; este es el balance.¿Y el epílogo?

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El hombre y la masa1

No lejos de Châtellerault, en el pueblecito de Useau,el Hombre ha establecido su reducto contra la socie-dad. Se llama François Roy. Tiene más de setenta años.Se levantó en rebelde contra el orden el día en que elorden le azotó. Él mismo se ocupó de sus asuntos.

Sus padres cultivaban parcelas de tierra en Saint-Eloy; él habría continuado con el mismo trabajo. El re-gimiento le hace abandonar los campos: se convierteen agente de seguros, tontea con la política, más tar-de especula y pierde su pedazo de tierra, que, por otrolado, ya no trabajaba.

Conoce entonces el dolor de estar en casa ajena. Seconvierte en guarda de caza. Se dice que cambiaba amenudo de lugar. Y nada tiene de extraño, un hombrese pliega difícilmente al papel de criado o de capataz.Cazaba furtivamente en las tierras que guardaba. ¡Pues

1 18 de mayo de 1905.

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claro! Idiota de aquel que recoge para otro la cosechamientras él muere de hambre.

Un tal Grandpied, ex consejero municipal de Useau,lo hace condenar a cincuenta francos de multa por fur-tivo. Le retiran el título de guardia de caza. A sus se-senta y siete o sesenta y ocho años, el Hombre debeenfrentarse, pues, de nuevo a la dura búsqueda de panpara vivir; se resigna a ello con dificultad. Le viene alas mientas la idea de lucha. Quiere devolvérselas aese que se pasea, tan pulcro y feliz, por los prados ylos campos, después de haberlo empujado a la muerte.

Encuentra al tal Grandpied con su hija. Dispara untiro de fusil en la hipócrita jeta del amo. Algo de plomose extravía en el pellejo de su progenie. El otro acaso sequede ciego. El Hombre vuelve a su casa. Y la camarillapolicial viene a buscarlo. Ahí están el procurador de laRepública, el juez de instrucción, el escribano, y perroscon collar en gran número.

La puerta está cerrada. Se hacen requerimientos alos que nadie contesta. Los gendarmes se acercan paraderribarla. Un disparo de fusil responde al ataque. Elescribano y un gendarme son alcanzados.

La tropa, siempre ocupada en defender las fronteras,viene a cerca la casucha. Allí debe cosechar una de esasvictorias que distinguen al ejército francés. Después

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llega la masa, la masa de los honrados, el rebaño de lasocas domésticas siempre en contra de las ocas salvajes.Arroja una lluvia de piedras sobre la techumbre del re-fugio del Hombre. Este responde una vezmás, y golpeacon mano firme. Caen un gendarme y un sargento deinfantería.

Ahora toda la camarilla social tiembla de miedo, elcerco se ensancha. Y se trata de un auténtico sitio. Losquintos de la 31ª y todos los gendarmes de la región es-tán allí. La masa acecha al Hombre y el Hombre acechaa la masa. Él no quiere obedecer y la masa se indignaporque exista un hombre en esta tierra de funcionariosy de electores. De un lado, un anciano de setenta años;del otro, una compañía de infantería, una brigada degendarmería; y, por encima de todo, la jauría rabiosade la opinión pública.

El Hombre dispara para defenderse. Las gentes de lamasa, arma en mano, disparan para defender el sagra-do principio de la propiedad y del respeto a las leyes.Muerte al rebelde. Aparece su mano, hay tiros de fusila izquierda y derecha. ¿Quién lo matará?

Hay que atraparlo, vivo o muerto: el honor de la jus-ticia lo exige. Todo el mundo pone su grano de arena.Uno habla de enviar un perro que lo degüelle, otro ha-bla de bombas, un tercero de cañones, un cuarto de

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armaduras. Grénier, el cuentista musulmán, el dipu-tado payaso al que nadie esperaría ver en esta histo-ria, propone lanzar gases asfixiantes. ¡Es lo que se diceestrujarse los sesos!

Es trágico y cómico. Arma en mano, allá están lossoldados, prestos a disparar. Hay vivaques por todoslados.

Solo, el Hombre prepara su defensa, agujerea a losasesinos. No es un loco, es un hombre. No disparaal azar. Una mujer, a pesar de los soldados, pasa asu alcance llevando corderos. Camina lentamente y elHombre sabe bien que ella no es el enemigo.

Se detiene la circulación. Ya no se puede ir a los mer-cados vecinos; la carretera está cortada. Al paso de unacarrera de automóviles, o de un cortejo real o de unacaza de montería, el rebaño de los pelones, de los rapa-dos, de los sarnosos, ni siquiera murmura. Pero pareceodiar a Roy con más odia a aquel que da un ejemploque uno siente no tener fuerzas para seguir.

La masa viene de todos lados. Y eso se nota. Jamáslos posaderos hicieron fortuna semejante. Uno cuentaque ha hecho más en estos ocho días que en los cuatroúltimos años. Puede verse el desarreglo de una socie-dad en la que el mal de uno enriquece al otro. Sociedadhipócrita, confitada en la sana moral, en la que uno es-

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tá obligado a esperar y, en consecuencia, a desear queel otro palme para quedar saciado.

Los ministerios del Interior, de la Guerra y de Justi-cia deben cooperar en esta captura. Todo el mundo du-da si avanzar o no. Las autoridades presentes—general,prefecto, sub-prefecto, procurador general, comandan-te de gendarmería, comandante de artillería— com-prenden el ridículo de la situación. Solo la masa pide agritos la muerte.

Hay viajes entre París y Châtellerault, y entre Châte-llerault y París. Se ha perturbado el orden social. ¡Qué

2 El Torbellino de la Muerte era un espectáculo que consistíaen saltos acrobáticos a bordo de un automóvil. En la misma épocaen la que Libertad escribe su artículo, la Revue universelle publi-ca una breve nota en la que se hace referencia al Tourbillion: «ElLooping the loop ya es historia. Con el fin de complacer un esno-bismo en busca de emociones malsanas, se buscó algo mejor y seencontró en el Torbellino de la Muerte. De nuevo se trataba de unbucle, pero esta vez con solución de continuidad, y el artista, ata-do a su automóvil, hacía, al llegar a lo más alto, cabeza abajo, unvertiginoso salto en el vacío. Cada noche, algunas espectadoras sedesmayaban de miedo. Era encantador. La desgraciada acróbataque llevaba a cabo ese giro en pocos segundos, y por el cual reci-bía 25.000 francos al mes, la Srta. Marcelle Randal, acaba de pagarcon su vida el pequeño escalofrío de espanto que procuraba cadanoche a algunos centenares de desocupados».

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ejemplo da un hombre que se rebela! ¡Cuán débil re-sulta la sociedad ante un individuo!

¿Será a cañonazos? ¿Será con melinita? Los ingenie-ros han venido hasta aquí para poner sus petardos através de un cable, desde lejos.

Será esta noche. Así que de todos lados llegan los es-pectadores de la muerte, las aves nocturnas del crimenlegal, los honrados vampiros que no chupan sangre sino es conforme a las reglas del Código. Vienen a pie oen automóvil, en carreta o en break. Todas las putas ytodas las grandes damas del país, todos los macarras ytodos los potentados, los chorizos y los comerciantesestán codo con codo. El público del Tourbillion de laMort,2 de las corridas, de los velódromos y de la guillo-tina está aquí. No hay desertores.

El público babea. Que le sirvan al Hombre sin pe-ligros: se lo comerá. Las damas tienen un miedo deli-cioso. Un escalofrío les recorre toda la espalda. Ellasdefienden el orden social. Están a favor de la justicia ycontra el criminal. Cuando se enteran de que, decidi-damente, no será esta noche, todo este mundo de chu-los y de mujeres honradas, de nobles y de prostitutas,lanza gritos, como en el teatro cuando el traidor no esasesinado.

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En fin, el día —o más bien, la noche— ha llegado.Toda la guarnición de Châtellerault está en pie. Tieneque ser ya. «Si no acabasen con él esta noche, podríantemerse manifestaciones, pues la población está exas-perada» (Le Journal del 14 de mayo).

Lamelinita está dispuesta. Los zapadores de ingenie-ría también. El teniente Le François está listo. Y Babin,el general, va por fin a lograr una victoria. Gloria a él.Honor para el ejército francés.

Se colocan doscientos treinta petardos que conte-nían cien gramos de melinita. El procurador Vascodesearía que se esperase hasta la hora legal. El gene-ral Babin no quiere operar más que en la sombra. Detodos modos, quiere hacer un último llamamiento; elcomandante Sempe declara que es inútil. ¡El Hombreestá en estado de rebelde contra la ley!

A ochocientos metros de la casa, en el bosquecillo,la masa aúlla, baila, canta y engulle champán.

«Llego a la villa. En la plaza se amontonan doscien-tos automóviles, rodeados por hombres y mujeres ves-tidos con pieles de animales; estos hombres y mujeresríen y cantan; los hay que se atreven con groseros jue-gos de palabras. Todas las chicas de vida alegre, los ru-fianes, los chorizos, los asesinos escapados de la cen-tral, los arruinados y también los esnifadores de san-

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gre con los que cuenta el departamento de Vienne es-tán aquí. ¿Qué espectáculo más hermoso que el de unhombre que va a morir? Este no será guillotinado co-mo tantos otros, sino dinamitado; no del todo comoel negro de Gaud y de Toqué,3 pero casi… No habíaque perdérselo; por eso, todos los que habían estadoen el ensayo general de la noche del viernes al sábadoestaban presentes en este estreno sin reestreno posi-ble.4 Otros, que no se encontraban en el ensayo, hanacudido hoy mismo. El sábado noche es propicio a losespectáculos familiares. El domingo está para descan-sar» (F. Hausser, correspondel del Journal, 15 de mayode 1905).

No hablamos nosotros, sino el Journal. Su clientelale impide decir toda la verdad, pero cualquiera sabríadiscernirla. No son las chicas y sus protectores ilega-les los que poseen esos doscientos coches. Las bestiaspeludas y sádicas que engullían champán no son los

3 El 14 de julio de 1903, dos administradores coloniales delCongo, Gaud y Toqué, pusieron granadas en torno al cuello de unafricano y las hicieron estallar.

4 El periodista se sirve de un juego de palabras intraduciblesal español; habla de une première sans seconde: literalmente, unaprimera sin segunda. Téngase en cuenta que el término premièretambién significa estreno (teatral, cinematográfico, etc.).

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arruinados ni los asesinos escapados de la central: pa-ra nosotros, son gentes honradas, son aquellos que for-man la elite, los holgazanes, los rufianes, las chicas, losladrones legales, el lodo, la escoria de todos los pue-blos, que vive de quienes trabajan hasta hacerlos re-ventar.

¡Que rían! El Hombre va a saltar en pedazos, el Hom-bre va a morir. ¡Pero tuvieronmiedo! ¿Dónde quedaríael orden si un hombre pudiese vengarse por sí mismode los crímenes de la sociedad?

Finalmente, un toque de clarines; los soldados hu-yen. Ha llegado el momento. Hay un intenso resplan-dor que inflama el horizonte, un ruido prolongado co-mo un rugido, una espesa humareda y toda la pandaque aplaude, que vocifera, que aúlla.

La pandilla selecta —general, prefecto, procurador,sub-prefecto, juez de instrucción, engalonados— estáreunida. El general, ante los reproches de que no sehaya esperado a la hora —un engorro, por otro lado—,dice que ninguno de sus hombres ha resultado herido.En cuanto al otro, bajo los escombros, se le prestaráayuda… en cuanto despunte el día.

Y el hombre muere tal vez entre los cascoteshumeantes del chozo; los defensores del orden, los

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representantes de la humanidad, esperan. Arma enmano, los zapadores de ingeniería avanzan por fin.

Se registran las ruinas, incluso se arrojan nuevos pe-tardos. Buscan. Pero no encuentran. El Hombre no estáallí. El miedo se apodera de nuevo del rebaño. Si sur-giese de detrás de un tabique y se liase a tiros con losperros que invaden su madriguera…

Pero un clamor se expande. Un clamor de alivio. Ungrito de violencia. La masa delirante zapatea la danzadel escalpo. El orden sale vencedor.

Sí, cuatro brutos lo han encontrado. Que su nombrepase a la posteridad y que aquellos que se los encuen-tren sepan al menos con quiénes se la juegan: RenéMounet, Grandin-Mounet y su pequeño, Éclairci.

El Hombre está agonizante, con el rostro cubiertode escayola. Dormía en el momento de la terrible de-tonación, del hundimiento; fue lanzado por los aires ycayó cubierto por losmuros y las vigas. Y se ha salvado,aturdido, aterrorizado, vencido por un dolor paralizan-te.

Los cuatro mantenedores del orden vociferan hastadesgañitarse: «¡Aquí está! ¡Lo atrapamos!». Entoncesel espectáculo se vuelve aterrador, atroz. Cien, doscien-tas personas se precipitan sobre el anciano hecho pe-

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dazos, lo arrojan al suelo, lo golpean, lo «echan a rodarcomo una croqueta» al pie del talud.

Diez mil personas claman: «¡Enseñádnoslo!». Unajauría se agita en torno a los gendarmes. Quieren des-cuartizar a Roy. Los soldados lo rodean. Lo conducena la aldea más cercana en medio de los aullidos. «Y lamasa, que no sabe cómo satisfacer su deseo de romperlo que sea, se precipita entonces sobre la casa de Royy sobre el jardín, desvalija la casa y saquea el bosque-cillo» (Ibíd.).

Se acabó. La masa se pone en circulación, vuelve asus funciones: saquear, robar, violar, envenenar, ase-sinar legalmente. Y nosotros salimos más poderosos,más fortalecidos en nuestra idea. Amamos al Hombre,odiamos a lamasa. Nos repetimos el lema de este papel:«Contra los pastores, contra los rebaños».

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Número 131

¡Estás en Francia! ¡En París! Conocerás Les Halles2y el Elíseo, la lonja y el palacio Borbón. Te compadez-co, oh rey, más esclavo que el esclavo. Se abrirán tusorejas y no oirás nada. Mirarán tus ojos y no verás. No,no oirás nada, no verás nada verdadero, nada sincero;no sabrás nada de esta tierra de Francia sobre la que,durante algunos días, habrás caminado.

Cuántos cumplidos, cuántos brindis, cuántas menti-ras escucharán tus oídos; cuánto aparato, cuánto tram-pantojo, cuánto estuco, cuántomaquillaje, cuánta bisu-tería verán tus ojos. Jamás tuviste, y acaso jamás ten-gas, la dicha de saber.

Si un rostro te sonríe, nunca sabes si se trata de unsigno de amistoso agrado o de mezquino cortejo. Siuna voz solloza, nunca sabes si se trata de una pena

1 1 de junio de 1905.2 Es decir, el mercado de abastos de París. Creados duran-

te el Segundo Imperio, los mercados cubiertos de París llegaron a

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auténtica, que busca tu simpatía, o de un dolor enga-ñoso que pretende tu piedad financiera.

En Francia, como en España, no tendrás a tu alrede-dor más que a pícaros, cuyas palabras y gestos sonarána ensayo teatral. Las damas de Les Halles forzarán lamisma sonrisa que la madre Loubet.3 Y el que te abrala puerta, ya sea general o limpiabotas, te ofrecerá lamisma flexión de espaldas que sire Delcassé.4

¿Comprendes? Jamás tendrás la dicha de conoceruna impresión verdadera. A tu alrededor todo está tru-cado. Ya en el vientre de tu madre, eras puro artificio.Como feto, conocías los honoras; tu pipí, cuando aúnestabas en mantillas, discurría a la par que los arroyosde sangre y de lágrimas. Que el lacayo o el rey quete eyaculó hubiese hecho su gesto antes o después en

ocupar una decena de hectáreas entre los distritos primero a cua-tro de la capital francesa. En la década de los sesenta del siglo XX,y debido a los problemas de tráfico que ocasionaban, fueron tras-ladados a Rungis, muy cerca de Orly.

3 Marie-Louise Loubet (1849-1938), esposa de Émile Loubet,Presidente de la República Francesa entre 1899 y 1906.

4 Théophile Delcassé (1852-1923). Político francés, miembrodel Partido Radical. En la época en la que escribe Libertad, Delcas-sé ocupaba la cartera de Asuntos Exteriores, desde donde trazaríala política de alianzas vigentes hasta después de la I Guerra Mun-dial.

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un vientre distinto y serías acaso un hombre. Pero noeres más que un rey. Y desde tu nacimiento, todo atu alrededor es mentira. Las sonrisas, los llantos, loscumplidos, las maldiciones… todo está trucado.

No eres un hombre, eres un símbolo. Ni siquiera elpuño que se alza a tu paso o la maldición que puedaresonar en tus oídos son por tu causa. Tú no existes.La corona ciñe tu frente del mismo modo que la pi-cota aprisiona el cuello del presidiario. Ya no eres unhombre; también tú eres un número: el número 13.

Puesto que vivo en esta tierra denominada Francia,se podría decir que eres un poco mi huésped. ¿Qué po-dría hacer por ti? Comerás y beberás a placer. Guardo,pues, mi pan duro y mi agua fresca. Conocerás las co-modidades de la lujosa piltra: no abriré, entonces, micama para acogerte. Los cicerones, los lacayos te guia-rán por la ciudad, lejos de la calle Muller, a no ser quetu madre te haya recomendado el Sacré-Coeur, empla-zado en el vecindario, así que no me moveré de mi tra-bajo. ¿Qué me queda, pues, para resultarte útil? Hacerlo que esté en mi mano para arrancarte la librea, pre-sidiario real número 13.

Te mentirán, habrá labios que deslicen mentiras entus oídos. Yo quisiera, yo quiero gritarte la verdad.Arráncate la venda que te ponen sobre los ojos y mi-

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ra, mira —te dijo—, mira. ¿Ves, allí, a lo lejos, hastaEspaña? El pueblo está hambriento. Tan pronto se hamarchado la Guardia Civil, que protegía tus pasos yhacia que se gritasen «vivas», se elevan con fuerza lasmaldiciones contra ti.

Cada paso tuyo hace que se viertan lágrimas. Por do-quiera que pases se hacen siniestras talas. Arrancan elpadre a los niños, el hijo a la madre, el amigo al amigo.Todos los que levantaron la cabeza, todos los que arro-jaron la maldición a tu cara y a la cara de tus lacayoshan sido aplastados por tus emisarios.

No eres más que un adolescente y produces el efectode la peste, cuyos heraldos son la muerte y el dolor.Tienes la tara de ser rey, que es acaso peor que la tarade ser esclavo. No eres un amo, no eres fuerte; eres unrey. No tienes necesidad de ser inteligente, de ser sutil;lo eres por el azar de un desfogue sexual. Podrías serconocido para la historia como Alfonso el Cretino oel Loco. Eres rey, a pesar de todo. No mandas; eres elmaniquí real.

Nadie conoce a Alfonso; solo conocen al número 13.Puedes ser delicado, afable, espiritual, amante… nadielo sabrá jamás. Eres el representante del régimen quehizo Montjuich, Alcalá del Valle; y en las prisiones que

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parecen estar a tus órdenes se descoyuntan miembrosy se arrancan uñas.

Escucharás aclamaciones; yo te hablo de lágrimas.Hasta mí, que puedo oír, han llegado ya tantos gemi-dos, tanta desolación y tanto odio que te asustaría sipudieras adivinar siquiera la milésima parte.

Para cebar tu panza, se despilfarra lo que alimenta-ría los estómagos de millares de labradores. Para quetus noches se iluminen como el día al sol de la elec-tricidad, las mujeres deben inclinar la frente sobre sulabor al débil resplandor de una candela.

Holgazán, improductivo, para que tú tengas pala-cios, para que tu manto esté sembrado de oro, para quetu mesa esté guarnecida con finos manjares, tu pueblose muere de miseria.

Eres el Alfonso de un pueblo, pero no conseguirássiquiera los voluptuosos besos de una fregona. No ten-drás a tu disposición más que la carne legitimada delnúmero que adherirán al tuyo por razones que igno-rarás, o de la cortesana que se venda a ti. Hombre deveinte años, no conocerás el amor. No eres un hombre;eres un rey.

Te escribo una carta que no leerás jamás, pues losreyes no saben leer. Te compadezco al escribirte, Al-fonso, como yo de carne y hueso, con aspiraciones y

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deseos acaso generosos… y pienso, sin embargo, quesi estuviera en mi mano, te destruiría, a ti y a tus se-mejantes, con la conciencia de hacer un trabajo útil.¿Entiendes, número 13?

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El Hombre y la justicia1

Yamostramos al hombre en guerra con la masa; vea-mos ahora al Hombre en guerra con la justicia.

Se ha perturbado el orden social. Un hombre ha en-trado en lucha con la sociedad. Este hombre había creí-do poderosamente en la justicia. Cuando la justicia lefaltó, ya no creyó más que en sí mismo, en su fuerza.Su acto, sin más, habría hecho sonreír a la sociedad y asu justicia de no haber contenido la fuerza del ejemplo.

Todos los «ciudadanos», todos los números, todoslos catalogados, todos los inscritos se enteraron de loque un hombre puede hacer. Ya no es solo el Hombreel que dinamita la sociedad. Es la sociedad la que se veobligada a dinamitar al Hombre.

Un anciano de setenta años muestra a los jóvenescómo hay que proceder para hacer la insurrección. Norespeta nada. Dispara contra el capital, lamagistratura,

1 10 de agosto de 1905.

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el ejército, la gendarmería. Grandpied, el propietario,Barreau, el escribano, Genry, el soldado, Fuseau yMas-teau, los perros guardianes, todos pasan uno por unoante el punto de mira del Hombre que se defiende.

La sociedad ha vencido; mantiene al Hombre enca-denado. Durante los primeros días de agosto represen-taba la comedia de juzgarlo. No pudo matarlo en elcombate; la sociedad va a jugar con el anciano en la sa-la de audiencias. Así que Roy compareció en Poitiers.

Es grande sus cabellos blancos, su bigote rubio. Susojos son azules, la mirada que despiden clara. La pode-rosa frente, el fuerte mentón previenen de su voluntade inteligencia.

La masa gruñe en la sala a su llegada. Los esclavosno quieren a los hombres libres. Él observa tranquila-mente el grotesco aparato de esta representación judi-cial.

El tal Cayla, que vive a expensas de la gente quetrabaja últimamente bajo el falaz motivo de ser conse-jero, preside la ceremonia. Este individuo, que se jactade «juzgar» a su prójimo con toda tranquilidad, de es-cuchar los pros y los contras sin tomar partido, estálleno de animosidad. Sin que nadie le haya pedido quese remonte a los tiempos de las cavernas, vuelve a los

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primeros años de Roy con el fin de presentar ciertoscargos en su contra. ¡Y qué cargos!

«¿Por qué lo licenciaron tras un año de servicio?—Me necesitaban en la granja.—Lo cierto es que el oficio militar no le complacía.—No mucho, la verdad», dice Roy sonriendo.Pues sí, al Hombre no le gusta obedecer y el ejér-

cito no podría complacerlo. Que alguien no sea capazde defender su pereza es algo que ofende al consejeroCayla, ese improductivo.

El Cayla aún va más lejos y pregunta a Roy cuántosaños ha vivido con su mujer.

«Tres años.—¿Amaba usted a su mujer?—Nos amábamos.—¿Cómo es posible que no la acompañase usted,

conforme a una muy respetable costumbre, hasta suúltima morada?

—No disponía de efectos».Ante tal respuesta, Cayla junta las manos, levanta

los ojos al cielo y exclama: «¡No disponía de efectospara asistir a las exequias de su mujer! ¡Pero, en talescircunstancias, los efectos se toman prestados! Me pa-rece que la verdad es, más bien, que de la muerte de suesposa se había consolado por adelantado».

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Toda la hipocresía de este juzgador y de la sociedada la que representa está contenida en esta frase. El pa-seo tras un cadáver es la prueba legal, del dolor expe-rimentado.

Como Roy intentó ganarse la vida montando un ne-gocio de abonos, abandonando el trabajo de la tierra,Cayla el consejero lo trata de holgazán. Y, en la sala,nadie estalla en una carcajada en las narices de este pa-rásito, de este holgazán legal que no se contenta condejarse alimentar por los hombres, sino que ademáslos mata o los encierra.

El interrogatorio llega al momento en el que Royes guarda de caza, al momento en el que el Hombre,corrompido por la sociedad, dispone de un pedazo deautoridad. Entonces, el hombre trabajar, probo, esti-mado, se convierte en un Cayla de medio pelo en elejercicio de su «magistratura»: practica el sistema dela doble balanza, de la doble medida. Es tibio con susamigos; malvado, para los demás. Saquea y extorsio-na, escamoteando procesos-verbales por una pieza dediez francos, del mismo modo que los magistrados dic-tan auto de sobreseimiento a cambio de un millar defrancos o de un ascenso.

El Roy «guarda de caza» se encuentra situado entresu deber —el deber que le impone la sociedad—, su «in-

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terés» —el interés especial que le impone la sociedad—y los sentimientos de justicia, de bondad, de camara-dería que pueda tener dentro de sí. Tiene el típico le-ma: «Yo cumplía con mi deber, y no podía hacerlo sinenojar a la gente».

Esto es cierto. La asociación de los ricos ha encontra-do el medio de contaminar, de envenenar a los pobres,de hacer de ellos perros guardianes; ¿quién de noso-tros no sabe que nuestro camarada Étiévant2 estuvo apunto de ser agente de la autoridad? Para que podáiscomer, los capitalistas os hacen guardar sus cofres yos inoculan la necesidad de morder.

Cayla quiere jugar con Roy a propósito del Código:

2 Georges Étiévant (hacia 1865-?). Tipógrafo anarquista, con-denado en 1892 a cinco años de prisión por el robo de la dinamitautilizada por Ravachol en los atentados contra los dos magistradosresponsables de la represión anti-anarquista. A pesar del desmen-tido de Ravachol, Étiévant y tres de sus camaradas fueron conde-nados a duras penas de prisión. Poco después de su salida de la cár-cel, el tipógrafo será condenado en rebeldía a una nueva pena decinco años por una serie de artículos publicados en Le Libertaire.El 19 de enero de 1898 Étiévant decide devolver el golpe: apuña-la a un policía parisino y hiere a otro con un revólver. Condenadoa muerte en junio del mismo año, la pena será finalmente conmu-tada por trabajos forzados a perpetuidad. Moritá pocos años des-pués en el presidio de la Guayana francesa.

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—¿Lo ha leído usted?—Lo he entreabierto en alguna ocasión, pero no he

tenido tiempo de leer todas las leyes que han metidoahí dentro.

—De haberlas leído, habría sabido que el primer de-be de un hombre civilizado es respetar la vida de susemejante.

—¡Qué quiere decir usted! Creía que querían dispa-rarme; yo me defendía.

Los anarquistas, de acuerdo con Cayla, piensan quelos soldados son salvajes, puesto que no respetan lavida de sus semejantes, incluso aunque su interés per-sonal no esté en juego, y pueden aprovechar para «so-licitar» la supresión del ejército.

No sigamos detallando esta siniestra comedia, en laque la masa, el jurado, los hombres de la ley y los gen-darmes se alzan vindicativamente frente al Hombre.Delante de esta horda, delante de esta jauría aulladora,babeante, mentirosa, calumniadora, Roy tiene un mo-mento de sorpresa, que manifiesta con voz suave, co-mo entristecida: «Es gracioso, jamás habría pensadoreunir tantos odios a mi alrededor».

Cayla se mostró tan hostil hacia el acusado en el cur-so de las dos sesiones que la prensa no pudo silenciarel hecho. Halló efectos tan ridículos, tan odioso, que

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se pusieron en contra de su objetivo. Sí, la sociedadse vengaba; habían tocado los pilares que la sostienen,tenía miedo. Las gentes que tienen miedo no razonan.

Tras él, rivalizando con Cayla en granujería y mal-dad legal, es el tal Mendès, abogado general, el que vie-ne a clamar por la muerte. Reprocha a Roy haber lan-zado piropos a una vecina, algo que, sin duda, Caylahabía olvidado. ¿Era acaso jurado el marido? Tal hom-bre pide la pena demuerte y tiene la audacia de pedirladiciendo: «¡Señores jurados, proclamen que la vida hu-mana es sagrada!» Es de un cinismo tan repugnante co-mo la cobardía de quienes lo escuchan. Y termina: «Lasociedad exige que ninguna circunstancia atenuantesea reconocida en este asesinato. Es viejo, mas qué im-porta si fue joven para el crimen». El jurado obedeció.

Los doce bonzos, los doce de la masa, la docena debuenas gentes, con un decimotercero de añadidura pa-ra que cuadren las cuentas, respondieron afirmativa-mente a todas las cuestiones, sin circunstancias ate-nuantes, y hecho esto, para dejar bien clara su comple-ta imbecilidad, firmaron inmediatamente una peticiónde indulto.

La sociedad debe vencer al Hombre, abatirlo. El in-dividuo no debe vivir más que si la masa se lo permite.Roy fue, pues, condenado a muerte. Se le concedieron

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unas últimas palabras, y su sonrisa venció al sarcasmode los abastecedores de la guillotina: «Si me cortan elcuello, no harán caer muchos cabellos de mi cabeza».

Si muchos hombres quisieran actuar, sé de muchosgandules, de muchos parásitos, que no tendrían la mis-ma tranquilidad.

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El ganado patriótico1

¡Al cuartel! ¡Al cuartel! Vamos, muchacho de veinteaños, mecánico o profesor, albañil o dibujante, extién-dete sobre el lecho… sobre el lecho de Procusto.2 Eresdemasiado grande… te encogeremos. Esto es el cuar-tel… aquí no se hace uno el listo, aquí no se farda…todos iguales, todos hermanos… ¿Hermanos en qué?En estupidez y obediencia, desde luego.

¿Eh? ¡Ah! Tu individualidad, tu cabeza, tu forma…¡Cómo nos la pela! Tus sentimientos, tus gustos, tusinclinaciones… ¡Al albañal! Es por la patria… te deci-mos. Ya no eres un hombre, eres un cordero. Estás en

1 26 de octubre de 1905.2 Hijo de Poseidón y padre de Sinis. Procusto era ladrón y

posadero. Poseía una casa en las colinas del Ática, en la que ofrecíaposada al viajero solitario. Si el invitado era alto, lo acostaba en unlecho más corto y serraba las partes que sobresalían; si era bajo, enuna cama de mayor tamaño, donde lo maniataba y descoyuntabasus huesos con el fin de estirar el cuerpo.

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el cuartel para servir a la patria.Que no sabes lo que es,peor para ti. Por otro lado, no tienes por qué saberlo.No tienes más que obedecer. Vista a la derecha. Vistaa la izquierda. A cubrirse. Descansen. ¡Come! ¡Bebe!¡Duerme!

¡Ah! Y hablas de tu iniciativa, de tu voluntad. Aquí,ni idea de eso; no haymás que disciplina. ¡Cómo! ¿Quédices? ¿Que te han enseñado a razonar, a discutir, a for-marte un juicio sobre los hombres y las cosas? Aquí, aachantarla, a chaparla. No tienes, no debes tener otraspreocupaciones, otros juicios, que los de tus jefes.

¡Que no quieres, que no puedes sino seguir a los que,por experiencia, has reconocido competencia? Nadade bromas aquí, pequeñín. Dispones de un medio me-cánico para saber a quién obedecer… Cuenta los fila-mentos dorados en la manga de un dolman.3

¡Al cuartel! ¡Al cuartel!El ejército, decía yo últimamente, no se enfrenta al

enemigo exterior; el ejército no se enfrenta al enemi-go interior; el ejército se enfrenta a nosotros mismos;a nuestra voluntad, a nuestro «yo». El ejército es larevancha de la masa contra el individuo, del númerocontra la unidad.

3 Cazadora del uniforme utilizada por los húsares.

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El ejército no es la escuela del crimen; el ejército noes la escuela de la corrupción, o si lo es, no es este elmayor de sus defectos; el ejército es la escuela de laapatía, la escuela de la emasculación.

A pesar de la familia, a pesar de la escuela, a pesardel taller, algo queda de su personalidad en cada unode los hombres; de cuando en cuando, se producenmo-vimientos de reacción contra el medio. El ejército, cu-ya sede es el cuartel, viene a completar esa obra deaniquilación del individuo.

El hombre de veinte años posee esa virilidad gene-rosa que le permite emplearse en el desarrollo de unaidea. No tiene las trabas del hábito, las desazones delhogar, el peso de los años. Puede llevar su lógica has-ta la rebelión. Hay en él la savia necesaria para hacerestallar los brotes y eclosionar las flores.

En un recodo del camino, le tienden la celada de lapatria, la trampa del ejército, la ratonera del cuartel.Tantos, se bloquean todas las facultades. Ya no hay quepensar. Ya no hay que leer. Ya no hay que escribir. Enningún caso hace falta la voluntad.

Desde la punta de los cabellos hasta la de los pies,todo vuestro cuerpo pertenece al ejército. Ya no elegísel peinado y el calzado que os place. Ya no lleváis la ro-pa amplia o ajustada al talle. No os acostáis cuando os

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viene el sueño… Hay un calzado, en hornos comunesy la hora de vuestro descanso está fijada desde haceaños.

¿Qué es todo esto? ¡Cuestión de resistencia!Pero hay algo peor… ¡En la calle, ya no habláis a

quien deseáis! ¡No entráis en los lugares que os place!¡No leéis el periódico que os interesa! ¡Vuestras relacio-nes, vuestros encuentros y vuestras lecturas tambiénson reglamentarias! Y si, por casualidad, os vienen ur-gencias sexuales, tenéis el burdel de los soldados y elde los oficiales, del mismomodo que hay sitios diferen-tes para alcoholizarse.

Todo está regulado, todo está previsto. El individuoes asesinado. La iniciativa, muerta.

El cuartel es el establo del ganado patriótico. Sale deél un rebaño que está dispuesto para formar el ganadoelectoral.

El ejército es el temible instrumento erigido por losgobernantes contra los individuos; el cuartel es la cana-lización de las fuerzas humanas de todos en beneficiode algunos. Se entra en él hombre, se hace uno soldadoy se sale ciudadano.

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¡Abajo la ley!1

«Los anarquistas encuentran coherentes con susideas las del señor La Rochefoucauld y las de todosaquellos que protestaron sin preocuparse por la legali-dad», nos dice AnnaMahé.2 Esto no es, evidentemente,exacto, tal como voy a demostrar. Basta con una pala-bra para disfrazar el sentido de una frase; también lascuatro palabras subrayadas han bastado para cambiarenteramente el sentido de la que cito.

Si Anna Mahé fuese líder de un gran periódico, seapresuraría a acusar de la pifia a los tipógrafos o alcorrecto y todo quedaría de lo mejor en el mejor de

1 15 de febrero de 1906.2 Anna Mahé (1881-1960). Ex institutriz y propagandis-

ta ácrata que fue compañera de Libertad a partir de la fun-dación del grupo de las Causeries populaires en 1902. Másen Anne Steiner, Las militantes anarquistas individualistas:mujeres libres en la Belle Époque (2008). Edición digital enhttps://colaboratorio1.wordpress.com.

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los mundos posibles. O bien, por otro lado, creería em-pecinarse con toda seriedad en una idea que no seríamanifestación de su razonamiento, sino más bien elresultado de escribir a vuelapluma.

Anna piensa, pero con, que es necesario, sobre to-do en estos artículos de cabecera el menor número deerrores posible y señalarlos nosotros mismos cada vezque nos sea dado apercibirlos. Es a mí a quien incumbehoy dicho trabajo.

Los católicos, los socialistas, todos aquellos queaceptan, en un momento dado, el sistema de voto noson coherentes con sus ideas cuando se rebelan contralas consecuencias de una ley, cuando se manifiestancontra sus agentes, sus representantes. Solo los anar-quistas están autorizados, son coherentes con sus ideascuando actúan contra la ley.

Cuando un hombre deposita su papeleta de voto enla urna no emplea medio alguno de persuasión prove-niente del libre examen o de la experiencia. Lleva acabo la operación mecánica de contar a aquellos queestán dispuestos a elegir a losmismos delegados que él,a hacer, en consecuencia, las mismas leyes, a estable-cer los mismos reglamentos que deberán sufrir todoslos hombres. Al introducir su papeleta dice: «Me con-fío al azar. El nombre que salga de esta urna será el de

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mi legislador. Puede que esté del lado de la mayoría,pero corro también el riesgo de estar del de la minoría.Tanto mejor o tanto peor».

Después de haberse puesto de acuerdo con los de-más hombres, de haber decidido que se someterían losunos y los otros al juicio mecánico del número, hay,por parte de los que están en minoría, cuando estosno aceptan las leyes y reglamentos de la mayoría, co-mo una trapacería de mal jugador, de esos que, desdeluego, quieren ganar pero no perder.

Los católicos que decidieron, cuando se encontra-ban en mayoría, las leyes de excepción de 1893-1894,carecen de motivos para rebelarse cuando, en el senode la mayoría, se deciden las leyes de Separación. Lossocialistas que quieren decidir, estando enmayoría, lasleyes sobre la jubilación de los obreros carecen de mo-tivos para rebelarse contra la misma mayoría cuandoesta aprueba alguna ley que contraría, poco o mucho,sus intereses. Ningún partido de los que aceptan el su-fragio, por muy universal que este sea, como base desus medios de acción, puede rebelarse en tanto se ledeje el medio de afirmarse mediante la papeleta delvoto.

Los católicos se encuentran en general, en dicha si-tuación. Los señores en tela de juicio durante las últi-

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mas batallas eran muy «grandes electores», y algunosincluso parlamentarios; no solo los unos habían vota-do e intentado formar la mayoría en las Cámaras quepreparan las leyes, sino que los otros habían elaboradodicha ley, y discutido sus términos y artículos. Siendo,pues, parlamentaristas y voteros, los católicos no soncoherentes con sus ideas cuando se rebelan. Los socialis-tas tampoco lo son más. Hablan constantemente de re-volución social y se eternizan en gestos pueriles de vo-tación, a la perpetua busca de una mayoría legal. Acep-tar ayer la tutela de la ley, rechazarla hoy, retomarlamañana: he aquí el modo de obrar de los católicos, delos socialistas, de los parlamentaristas en general. Esilógico.

Cada una de sus actitudes no se encuentra en rela-ción lógica con la de la víspera, del mismo modo quela de mañana no lo estará con la de hoy. O se acep-ta la ley de las mayorías o no se acepta. Aquellos quela inscriben en su programa y que persiguen lograr lamayoría son ilógicos cuando se resisten a ella.

Así es. Pero, cada vez que los católicos, los socialis-tas se rebelan, no indagamos en los actos de la víspera,no nos ocupamos de los que se realizaránmañana; con-templamos tranquilamente cómo rompen la ley aque-

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llos que son sus propios fabricantes. Será cosa nuestrahacer que esos días no tengan un mañana.

Así pue, los anarquistas son los únicos lógicos al re-belarse. Los anarquistas no votan. No quieren ser lamayoría que manda, no aceptan ser la mayoría queobedece. Cuando se rebelan, no tienen necesidad deromper ningún contrato; jamás aceptan vincular su in-dividualidad a gobierno alguno.

Solo ellos, pues, son rebeldes que no mantienen nin-gún vínculo, y cada uno de sus gestos violentos estáen relación con sus ideas, es coherente con su razona-miento.

Por la demostración, por la observación, por la ex-periencia o, la falta de todas ellas, por la fuerza, porla violencia: he aquí los medios por los que quierenimponerse los anarquistas. Por la mayoría, por la ley,¡jamás!

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El criminal1

Tú eres el criminal, oh Pueblo, puesto que tú eres elSoberano. Eres, bien es cierto, el criminal inconscientee ingenuo. Votas y no ves que eres tu propia víctima.Sin embargo, ¿no has experimentado lo suficiente quelos diputados, que prometen defenderte, como todoslos gobiernos del mundo presente y pasado, son men-tirosos e impotentes? ¡Lo sabes y te quejas! ¡Lo sabesy los eliges! Los gobernantes, sean quienes sean, tra-bajaron, trabajan y trabajarán por sus intereses, porlos de su casta y por los de sus camarillas. ¿Dónde ycómo podría ser de otro modo? Los gobernados sonsubalternos y explotados; ¿conoces alguno que no losea?

Mientras no comprendas que solo de ti dependeproducir y vivir a tu antojo, mientras soportes —portemor— y tú mismo fabriques —por creer en la autori-

1 1 de marzo de 1906.

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dad necesaria— a jefes y directores, sábelo bien, tam-bién tus delegados y amos vivirán de tu trabajo y tunecedad. ¡Te quejas de todo! ¿Pero no eres tú el cau-sante de las mil plagas que te devoran?

Te quejas de la policía, del ejército, de la justicia, delos cuarteles, de las prisiones, de las administraciones,de las leyes, de los ministros, del gobierno, de los finan-cieros, de los especuladores, de los funcionarios, de lospatrones, de los sacerdotes, de los propietarios, de lossalarios, del paro, del parlamento, de los impuestos, delos aduaneros, de los rentistas, del precio de los víve-res, de los arriendos y los alquileres, de las largas jor-nadas en el taller y en la fábrica, de la magra pitanza,de las privaciones sin número y de la masa infinita deiniquidades sociales.

Te quejas, pero quieres que se mantenga el sistemaen el que vegetas. A veces te rebelas, pero para volvera empezar. ¡Eres tú quien produce todo, quien siembray labora, quien forja y teje, quien amasa y transforma,quien construya y fabrica, quien alimenta y fecunda!¿Por qué no sacia entonces tu hambre? ¿Por qué erestú el mal vestido, el mal nutrido, el mal alojado? Sí,¿por qué no eres tú tu señor? ¿Por qué te inclinas, obe-deces, sirves? ¿Por qué eres tú el inferior, el humillado,el ofendido, el servidor, el esclavo?

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¿Elaboras todo y no posees nada? Todo es graciasa ti y tú no eres nada. Me equivoco. Eres el elector, elvotante, el que acepta lo que es; aquel que, mediantela papeleta de voto, sanciona todas sus miserias; aquelque, al votar, consagra todas sus servidumbres.

Eres el criado voluntario, el doméstico amable, el la-cayo, el arrastrao, el perro que lame el látigo, arrastrán-dote bajo el puño del amo. Eres el sargento mayor, elcarcelero y el soplón. Eres el buen soldado, el porteromodelo, el inquilino benévolo. Eres el empleado fiel, eldevoto servidor, el campesino sobrio, el obrero resig-nado a su propia esclavitud. Eres tu propio verdugo.¿De qué te quejas?

Eres un peligro para todos nosotros, hombres libres,anarquistas. Eres un peligro igual que los tiranos, quelos amos a los que te entregas, que eliges, a los queapoyas, a los que alimentas, que proteges con tus ba-yonetas, que defiendes con la fuerza bruta, que exaltascon tu ignorancia, que legalizas con tus papeletas devoto y que nos impones por tu imbecilidad.

Tú eres el Soberano, al que se adula y engaña. Teencandilan los discursos. Los carteles te atrapan; teencantan las bobadas y las fruslerías: sigue satisfechomientras esperas que te fusilen en las colonias y que temasacren en las fronteras a la sombra de tu bandera.

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Si lenguas interesadas se relamen ante tu real excre-mento, ¡oh Soberano!; si candidatos hambrientos demandatos y ahítos de simplezas, te cepillan el espina-zo y la grupa de tu autocracia de papel; si te embriagascon el incienso y las promesas que vierten sobre ti losque siempre te han traicionado, te engañan y te vende-rán mañana; es que tú mismo te parecer a ellos. Es queno vales más que la horda de tus famélicos adulado-res. Es que, no habiendo podido elevarte a la conscien-cia de tu individualidad y de tu independencia, eresincapaz de liberarte por ti mismo. No quieres, luegono puedes ser libre.

¡Vamos, vota! Ten confianza en tus mandatarios,cree en tus elegidos. Pero deja de quejarte. Los yugosque soportas, eres tú quien te los impones. Los críme-nes por los que sufres, eres tú quien los cometes. Túeres el amo, tú el criminal e, ironía, eres tú también elesclavo y la víctima.

Nosotros, cansados de la opresión de los amos quenos das, cansados de soportar su arrogancia, cansadosde soportar tu pasividad, venimos a llamarte a la refle-xión, a la acción. Venga, un buen movimiento: quítateel estrecho traje de la legislación, lava rudamente tucuerpo para que mueran los parásitos y la miseria quete devoran. Solo entonces podrás vivir plenamente.

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¡El criminal es el Elector!

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El ganado electoral1

Aquímismo he esbozado a grandes rasgos al ganadosindical, al ganado patriótico, al ganado de los amari-llos,2 al ganado de los honrados; es preciso que descri-ba hoy al más importante de los ganados, el más fuertepor su estupidez: el ganado electoral.

Al son de la piel de asno del tambor nacionalista, delpellejo de los tamboriles republicanos, de los metalesde la trompeta revolucionaria, así se toca, se marca elritmo, se convoca al ganado electoral; es la llamada alos electores, que resuena a través del espacio.

Votad por Fulano, votad por Tal, votad por Pascual.Carteles multicolores os asaltan en todas las esquinasde la calle para hablaros del candor, del talante, de lalealtad de un candidato cualquiera. En pocas líneas, el

1 19 de abril de 1906.2 Libertad se refiere aquí a los sindicatos amarillos, creados

por la patronal a partir de 1899 para contrarrestar la acción de lossindicatos rojos.

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Gérault-Richard3 de los bulevares exteriores, el Rou-vier4 de los caminos reales, el Marchand5 de la cheiray el apretón de manos, se convierten en dechados devirtud, de honradez y de templanza.

El ganado electoral comenta la fuerza del cayado delUno, el latigazo del Otro, la habilidad crapulosa de Taly los estruendosos arrebatos de Pascual.

El ganado calibra también el valor de las prome-sas hechas; no porque ignore que nunca se mantienen,

3 Alfred Gérault-Richard (1860-1911). Periodista y políticosocialista francés. Fue elegido diputado por el XIII distrito de Pa-rís en el año 1895, y en dos ocasiones por Guadalupe (1902-1906y 1906-1911), donde supo encumbrarse y mantenerse en el podergracias a la corrupción y la violencia electoral. Formó también par-te del grupo de redactores de Histoire Socialiste 1789-1900, obra di-rigida por Jean Jaurès.

4 Libertad se refiere, tal vez, a Maurice Rouvier (1842-1911).Hombre de negocios y político republicano francés cercano a LéonGambetta, que fue Ministro de Finanzaas y de Comercio, y Presi-dente del Consejo hasta en tres ocasiones.

5 Jean-Baptiste Marchand (1863-1934). Militar y exploradorfrancés. Estuvo al mando de la Misión Congo-Nilo y directamenteimplicado en la crisis de Fachoda, en la que se enfrentaron los in-tereses coloniales en África de Francia y el Reino Unido. Duranteun breve periodo retirado de la vida militar (1904-1914), Marchandse acercó al periodismo y a la política partidista, aunque con esca-so éxito. Volvería a vestir el uniforme tras el estallido de la GranGuerra.

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sino para darse un poco de ilusión. La luna, la felicidad,la disminución de los impuestos, la libertad son otrastantas quimeras en las que ya no cree, pero en las quele parece buena cosa fingir que cree todavía.

El ganado electoral corre a la cita convocado por losaprendices de pastor después de haberlo echado a losdados en la tasca. ¿A la de los nacionalistas o a la de lossociatas? Los dados responden. Llena la sala y escuchareligiosamente al orador-candidato, que corta rodajasde felicidad y despacha paquetitos de reforma. Abre labocaza y las orejas para llenárselas a más y mejor.

«Las alondras te caerán ya asadas en la boca; tu cu-chitril se transformará en palacio; tendrás una rentaa treinta años», dice el candidato. «¡Oh, oh, oh! ¡Peroqué bien habla este hombre! Son mentiras lo que noscuenta, pero nos hace bien creer por un momento queson verdades», dice el votero.

En ocasiones ocurre que otro candidato interrumpepara decir: «Eso no es exacto: las alondras te caerán yacocidas en la boca». Y el ganado electoral sigue, aten-to, el apasionante debate: «¿Cocidas o asadas? ¿Cómoestarán cocinadas esas alondras que no comerá?»

Entonces, cuando todos están sumidos en el sueño,una voz interrumpe brutalmente, sin precauciones ora-torias, a los charlatanes: «Las alondras no te caerán ni

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asadas ni cocidas en la boca, atontado. Y si alguna vezcayeran ya cocinadas, sería, gracias a ti estupidez, enla boca de los candidatos».

Enseguida vienen los gritos, las vociferaciones: «¡Amuerte! ¡Matadlo! ¡A por él! ¡Chápala! ¡Provocador!¡Agente de la reacción! ¡Amarillo! ¡Rojo! ¡Jesuita! ¡Co-munero!». Aquel que quiere lanzar la verdad se ve ro-deado, zarandeado; se alzan los puños sobre su cabeza,le escupen a la cara, lo expulsan. Y tranquilo, el prome-tedor sigue ofreciendo el paraíso, vendiendo la felici-dad al pormenor, y el ganado electoral vuelve a soñardespierto, bebe el decepcionante vino de la esperanza.

Como en cualquier rebaño, aquí también hay cabe-cillas: las gentes del comité. Son aquellos a los que elcandidato ha prometido cosa distinta de la nuez vacíade la esperanza. Tienen como misión «calentar» la sa-la, velar por que ningún inoportuno pueda entrar. Pre-paran al público, emborrachan de vinazo a algunos for-tachones cuyos pechos servirán de muralla al charla-tán. Junto a ellos, hay algunos sinceros: aquellos cuyaestupidez alcanza el grado mayor. Son los que pres-tan mejor apoyo, los borregos que saltan el lindero ymuestran el camino a todo el rebaño.

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Digámoslo bien alto: ¿qué nos preocupa que esqui-len, coman, rebocen en todas las salsas al ganado elec-toral? Nada.

Lo que nos importa es que, arrastrados por el pe-so del número, rodamos hacia el precipicio al que nosconduce la inconsciencia del rebaño. Vemos el precipi-cio, gritamos «¡peligro!». Si pudiéramos liberarnos dela masa que nos arrastra, la dejaríamos rodar hacia elabismo; en lo que a mí se refiere, incluso la empujaría.Pero no podemos. Por eso debemos estar en todos la-dos, mostrando el peligro, descubriendo al charlatán.Devolvamos al terreno de la realidad al ganado electo-ral que se extravía en las arenas movedizas del sueño.

Nosotros no queremos votar, pero aquellos que vo-ten elegirán a su amo, el cual será, querámoslo o no,también nuestro amo. Por eso debemos impedir quealguien lleve a cabo el gesto esencialmente autoritariodel voto. Entre los nacionalistas y los socialistas, entrelos republicanos y losmonárquicos, por todos lados de-bemos llevar el lema anarquista «ni dioses ni amos».

Ya sea mediante la razón, ya por la violencia, es ne-cesario que impidamos la marcha hacia el abismo a laque nos arrastran la apatía y la estupidez de los vote-ros. Que el ganado electoral sea guiado a correazos, esalgo que nos importa poco; el problema es que cons-

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truye vallados tras los cuales se encierra y quiere en-cerrarnos, que nombra a los amos que lo dirigirán yquieren dirigirnos.

Tales vallados son las leyes. Talesmaestros, los legis-ladores. Es necesario que trabajemos por destruir losunos y los otros, aunque para ello debamos dispersaral viento el estiércol en el que crecen los diputados, elestiércol electoral.

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Socialismo y anarquismo1

Ciertas ideas flotan en la atmósfera en determinadasépocas. Por todos lados —como si tal trabajo se hicie-ra de común acuerdo— se plantean ciertos problemas.Dichas cuestiones se presentan de forma precisa en talmedio, de forma borrosa en tal otro, pero en todos ellossolicitan la atención de los hombres que piensan.

Los camaradas recordarán la apasionante discusiónque provocó en Le Libertaire y en las Causeries populai-res la idea de la constitución de un partido libertario,el cual enviaría representantes al Parlamento. Repre-sentantes de la oposición, como va de suyo. Y apenasacabábamos de salir de una discusión sobre sindicalis-mo y política, partido del Trabajo y partido libertario.2Aún vemos empeñados en esta batalla a Paraf-Javal y

1 28 de junio de 1906.2 Sobre este debate: Émile Pouget, La Confédération générale

du travail, seguido de Le Parti du Travail, introducción de JacquesToublet, Editions CNT-RP, 1997.

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Georges Paul,3 a Niel4 y Malato.5 Para los leaders dela discusión, los argumentos recíprocos no resultaronconvincentes, o al menos eso me parece, y cada unose mantuvo en su terreno […]. Las últimas elecciones

3 Jardinero y militante anarquista. Fue, desde 1907 hasta1913, secretario de la Bolsa de Trabajó de Ivry. En 1908 fue can-didato al puesto de secretario adjunto de la CGT, sección Bolsas,contra Desplanques, que fue elegido adjunto de Georges Yvetot(1868-1942).

4 Louis Niel (1872-1952). Camarero y, más tarde, tipógrafo.Fue Secretario general de la CGT. En torno a 1906 evoluciona haciael reformismo. Durante el Congreso de Amiens, defiende, frente aanarquistas y guesdistas, la independencia del movimiento obrero,exaltando la primacía de la acción sindical.

5 Charles Malato (1857-1938). Militante anarquista, escritor,publicista y francmasón. Fue autor, entre otras obras, de La filoso-fía de la Anarquía (1889) y de Revolución Cristiana y Revolución So-cial (1891). Deportado junto con su padre, defensor de la Comunade París, a Nueva Caledonia en 1874, poco después de su retorno aFrancia, funda la Liga Cosmopolita, en cuyo seno defiende el ilega-lismo. Será condenado a quincemeses de prisión por «incitación alasesinato, pillaje e incendio». Durante el asunto Dreyfus, colabo-ra en el Journal du Peuple de Sébastien Faure y forma parte del co-mité revolucionario de coalición encargado de responder a las ma-nifestaciones nacionalistas. En 1905 y debido a su cercanía a Fran-cisco Ferrer, se le imputa la participación en el atentado contra Al-fonso XIII; saldrá absuelto. Su explícito apoyo a los aliado con elestallido de la Primera Guerra Mundial y su firma del Manifiestode los 16 causará una gran polémica en los medios anarquistas.

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han hecho revivir la cuestión del partido libertario, delpartido de concentración revolucionaria.

Algunos han llorado moderadamente para sus aden-tros la decepción de no ver la palabra anarquista re-sonar en la tribuna del Palacio Borbón.6 Otros dabanincluso por supuesto que, de buena gana, habrían acep-tado sacrificarse por la causa. De nuevo, vuelta a em-pezar… ¿Se tratará también de la misma aceptación?No lo creo.

La influencia del medio, las corrientes populares pe-netran incluso entre los anarquistas. Estos han oídohablar por todos lados de victoria de la democracia,de república, de partidos progresistas. De ahí llegan adar por descontado el triunfo legal de la anarquía… Y,puesto que la anarquía es un poco demasiado dura pa-ra atravesar la grieta parlamentaria, tan solo se deslizapor ella el pequeño engendro del libertarismo.

Si Guesde, pontificando en los cafetines del nor-te; Gérault-Richard,7 zascandileando en los cabarés de

6 Palais Bourbon, esto es, la Asamblea Nacional francesa.7 Gérault-Richard había conocido cierta fortuna, en sus años

mozos, como intérprete de canciones de inspiración campesina ysocialista en las tabernas y cabarés del barrio parisino de Monmar-tre. Más sobre Gérault-Richard en nota 52.

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Montmartre; Coutant,8 perorando en las tabernas demala muerte de los alrededores de París; y Jaurès, char-loteando en los cafés meridoniales, pusieron sus espe-ranzas en que su verbo resonase desde lo alto de las tri-bunas parlamentarias y sus interrupciones salpimenta-ran las sesiones legislativas, no extrañará que tambiénentre nosotros haya muchachos incomprendidos queno pidan más que manifestar su valía.

A menudo he pensado que la idiotez general de miscontemporáneos y la imbecilidad cobarde de los cama-radasme permitirían colocarme en algún escalafón ofi-cial. He entrevisto el gesto y el ruido entrecortado demis zurriagazos dominar a la turba de diputados me-jor que los débiles timbrazos presidenciales. Tras es-ta humilde confesión, me permitiréis mostraros todoel absurdo, todo el peligro que encierra dejar caer alanarquismo, bajo el pretexto que sea, en la trampa delparlamentarismo.

8 Jules Coutant (1854-1913). Obrero, militante socialista (detendencia blanquista a partir de 1895) y diputado por el Sena. En1905 se adhirió a la SFIO (Section française de l’Internationale ou-vrière; en 1969, se transformó en el Partido Socialista Francés), aun-que la abandonó poco después por no poder soportar la disciplinade partido. Fue reelegido en su circunscripción como republicano-socialista en 1910.

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Por todos los medios se intenta lograr dicha caída.Tanto los medios más sinceros como los más pérfidosofrecen diferentes argumentos. Para empezar, se esta-blece un acuerdo con los socialistas, dejando al mar-gen la cuestión del voto y del parlamentarismo. Mar-charíamos junto a los socialistas ultra-revolucionarios,los sindicalistas de la acción directa; nos uniríamos enuna lucha común. Ya se bosqueja el plan de un diariobasado en una idea de concentración revolucionaria.Los elementos se asocian en él de forma barroca.

Aquí mismo, Ludovic Bertrand ha hablado de unacuerdo con los socialistas, descuidando la táctica par-lamentaria. Marcharíamos de la mano hasta una de-terminada encrucijada. Otros se esfuerzan por mostrarque los anarquistas no son más que socialistas. Quie-ren escamotear el sentido actual de la palabra «socia-lismo» bajo su sentido en el pasado.

Sí, somos socialistas porque tenemos un pensamien-to social, porque nos preocupamos por los problemassociales: socialistas-anarquistas. Pero, para decirlo conmenos palabras, somos anarquistas. No somos noso-tros los que rechazamos el término; son ciertos indivi-duos, cierto partido, los que abusan de él: los socialis-tas, el partido socialista.

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Este último se ha complacido en hacer, de un apela-tivo general, un apelativo particular.

Si el socialismo ha de significar la doctrina del señorJaurès o del señor Guesde, el allemanismo9 o el brous-sismo,10 que no se nos busque en él. Podemos ocuparun espacio legal. El anarquismo y el estatismo podránsituarse el uno al lado del otro. Pero ¿acaso quiere estodecir que no se combatirán igualmente?

Nuestro individualismo, nuestro comunismo no tie-nen nada en común con el estatismo, con el colecti-vismo allemano-guesdo-broussista. Algo de lo que nose habla lo suficiente y que separa por completo a los

9 De Jean Allemane (1843-1935). Tras ser excluido del Parti-do Obrero de Jules Guesde en el Congreso de Châtellerault (1890),funda su propia organización: el POSR (Partido Obrero SocialistaRevolucionario), que preconiza la huelga general como medio deacción revolucionaria. Aunque ideológicamente cercanos al anar-cosindicalismo, en la práctica, los allemanistas perseguirán siem-pre la unidad con otros miembros de la familia socialista y su pre-sencia en las instituciones políticas burguesas. De hecho, en 1902,el POSR se fusionará con los socialistas independientes y la FTSF(Federación de los Trabajadores Socialistas de Francia) de PaulBrousse para crear el PSF (Partido Socialista Francia), que tendrácomo portavoz a Jean Jaurès.

10 De Paul Brousse (1844-1912). Médico y militante anarquis-ta de primera hora, se convertirá al socialismo en la década de1880. Representante de un socialismo no marxista (o incluso anti-

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anarquistas de los socialistas es el hecho de que la doc-trina de los segundos no es más que un conjunto deprogramas políticos, en tanto que la de los primeroscomporta toda una enseñanza filosófica.

El socialismo —en el sentido relativo de la palabra—resulta incompleto al lado del anarquismo. El progra-ma del socialismo toma al elector y carga con él entresus derechos y deberes políticos. La filosofía del anar-quismo toma al individuo desde la cuna y lo acompañahasta el horno crematorio.

El anarquismo concierne al individuo, no solo frentea la colectividad, sino frente a sí mismo. El anarquismono se dirige al ciudadano, sino al hombre. Lo para a laspuertas de los cabarés, de los colegios electorales, delos burdeles o de los cuarteles, de las iglesias o de los

marxista), Brousse considerará posible el advenimiento de un ré-gimen socialista mediante reformas progresivas, tanto en el ámbi-to nacional (mediante leyes) como en el municipio (a través de ladescentralización), centradas fundamentalmente en los serviciospúblicos. Su reformismo será conocido como broussismo o posibi-lismo.

11 Auguste Bebel (1840-1913). Fue uno de los fundadores delPartido Socialdemócrata Alemán (SPD) y director de la publica-ción socialista Vorwärts. Entre sus obras se encuentran La gue-rra de los campesinos en Alemania (1876), La mujer y el socialismo(1883), Charles Fourier (1888) y Mi vida (1910).

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fumaderos de opio. Lo conduce al terreno de la ciencia,del libre examen, de la observación.

Mientras que el socialismo de Guesde puede hacerbuenas migas con el catolicismo, mientras que el socia-lismo de Bebel11 se reconoce en el patriotismo más pu-ro, mientras que el socialismo de Viviani,12 de Briand13

o deMillerand14 se conchaba con los «mejores jueces»,el anarquismo auténtico destruye los tribunales, lospanteones y las catedrales que la idea de justicia, la

12 René Raphaël Viviani (1863-1925). Fundó el Partido Repu-blicano Socialista en el año 1910. Fue Ministro de Instrucción pú-blica entre 1913 y 1914 y Presidente del Consejo desde el 13 de ju-nio de este último año hasta el 29 de octubre de 1915.

13 Aristide Briand (1862-1932). Pasó de posiciones cercanasal sindicalismo revolucionario, en su juventud, a la defensa de unsocialismo de tonalidades más suaves, cuya expresión organizati-va fue la creación de una efímera Fédération des gauches en el año1914. Ocupó diversas carteras ministeriales y la Presidencia delConsejo en varias ocasiones. En 1926 recibió el Premio Nobel dela Paz (junto a Gustav Stresemann) por su labor en pro de la re-conciliación entre Francia y Alemania (Acuerdos de Locarno).

14 Étienne Alexandre Millerand (1859-1943). Como Briand,abandonó su inicial militancia izquierdista para irse escorandopaulatinamente hacia la derecha. También estuvo implicado en lafundación de la Fédération des gauches y, más tarde, en la creaciónde la Ligue républicaine national. Fue el primer socialista que for-mó parte de un gobierno francés; entre el 29 de septiembre de 1920y el 11 de junio de 1924, ocupó la Presidencia de la República.

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idea de patria y la idea de Dios construyen en el cere-bro de los hombres.

Puede lamentarse, en ocasiones, que nuestra elec-ción, nuestra opinión, no salten al rostro de la opinióngeneral, junto a la de los líderes del radicalismo o delsocialismo. Yo no lo lamento.

El día en que nuestra idea esté lo bastante generali-zada como para llevar a algunos de los nuestros al Par-lamento, tendremos cosas mejores que hacer que ir apontificar en él. Seremos los suficientes en número co-mo para lanzar el libro o el folleto a todas las manos,como para hablar en todos los medios sin imponernosla palinodia de la elección y la mentira del voto.

Ya ahora, la minoría que formamos hace vibrar lascuerdas del espíritu del pueblo más poderosamente

15 Jean Grave (1854-1939). Militante y teórico anarquista fran-cés. Fue fundador de la revista Les Temps Nouveaux, que acogió,entre otras, las firmas de Élisée Reclus y Kropotkin. Se convirtióen divulgador de las tesis de este último con La société mouranteet l’anarchie (1892). Escribió Las aventuras de Nono, una utopía li-bertaria para niños, que, tras su traducción al castellano por An-selmo Lorenzo, sería utilizado como libro de texto en la EscuelaModerna de Ferrer i Guardia. Fue, por cierto, Grave, adversario dela corriente anarco-individualista dentro del movimiento liberta-rio, el que hizo correr la voz de que Libertad era, en realidad, unconfidente de la policía.

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que el partido socialista unificado o independiente.Nuestros folletos se distribuyen por millares. La bi-blioteca socialista no puede competir con la bibliotecaanarquista. El socialismo no tiene equivalentes a los fo-lletos de un Kropotkin, de un Reclus, de un Paraf-Javal,de un Grave,15 de un Nieuwenhuis o de un Malatesta.Nuestros folletos están por todos lados, penetran encualquier lugar.16

No es el Palacio Borbón o el de Luxemburgo17 loque necesitan sus sanas y fuertes ideas, sino hombresque las piensen, las escriban, las divulguen. Las ideas,arrojadas desde una tribuna legislativa, toman una for-ma legal que disminuye toda su fuerza. Pasan bajo lamirada de la censura gubernamental.

Las ideas anarquistas no toman su fuerza, su «au-toridad», del lugar desde donde se lanzan, sino de supropio valor. Solo los partidos decadentes tienen nece-

16 Ferdinand Domela Nieuwenhuis (1846-1919). Pastor lute-rano convertido al socialismo y, más tarde, al anarquismo. Fue elprimer socialista que ocupó un escaño en el parlamento holandés.Estuvo también entre los organizadores del Congreso Antimilita-rista de Ámsterdam de junio de 1904. Fue un ardiente propagan-dista de la huelga general en caso de conflicto, pero se opuso auna organización anarquista estructurada y se mostró muy críticofrente al anarcosindicalismo.

17 Sede del Senado en Francia.

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sidad de la autoridad del voto y del número. El anar-quismo está demasiado vivo. […]

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Impresiones1

El rápido recorre la línea del norte, hacia Boulogne,hacia Calais. La máquina devora kilómetros. Evoco yaa esos amigos que no conozco y que me hacen venirhasta aquí para charlar. Porque no es una conferencialo que voy a dar, sino una charla. No es como orador,como conferenciante, como voy a hablar a gentes a lasque deba subyugar mediante mi elocuencia, mediantemi retórica; son camaradas, son amigos; y solo la fuer-za Smith razonamiento, la potencia de mi conviccióndeben intervenir junto a ellos.

Y pienso en esta «responsabilidad», si puede decirseasí, en esta responsabilidad que me compete, de venira provocar nuevas formas de pensar, nuevas formas deser entre estos jóvenes. Pues son jóvenes, no me cabeninguna duda, todo lo más, hombres de mi edad, losque me han invitado a esta charla.

1 9 de agosto de 1906.

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Es preciso, si vengo a turbar la banalidad de su exis-tencia, que les traiga, de otro lado, la felicidad y la vida.Me pongo en su lugar, en la misma época, y recuerdomis primeras sensaciones, mis primeros deseos de co-nocer la «verdad». Vuelvo a recorrer rápidamente lasprimeras etapas y me pregunto si esas ideas nuevashan traído a mí más fuerza, más alegría.

Qué decir… No siento vacilación alguna. Sí, la ideaanarquista ha hecho demí un hombre diferente del quehabría sido en la banalidad de las ideas acostumbradas.Todo lo que hay de «bueno» en mí, de fuerte, provienede su lógica, de su templanza.

Y, sin embargo, qué avatares, qué caminos espino-sos, qué baches no me habrá hecho atravesar. ¡No im-porta! Me ha evitado la trampa de la enfermedad inte-rior, de la enfermedad de los prejuicios y los dogmas.Cada vez que el atavismo y la influencia del medio in-clinan mi cuerpo hacia la tierra, hacia la suciedad, laidea anarquista hace que se yerga de forma maravillo-sa, con una ruda unción que alivia músculos y nervios.

Y, acaso esa fuerza que me ha dado, ¿no es sino unafuerza interior? En absoluto. Cuántos amigos, a los quehe tenido la dicha de ser útil y que me dieron la dichade serme útiles, ha puesto cerca demí. Cuántos amigossin prejuicios, cuántos amigos auténticos me han mos-

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trado su dedicación, comprendiendo mis debilidades yayudándome a sanarme de ellas. Cuántos amigos quepueden guiaros y a los que uno puede guiar.

Es como una pesadilla que aparto rápido de mi men-te, cuando evoco la vida que habría podido llevar; esaglorificación de la panza, de la panza solo. Mientras yoveo, con alegría la glorificación de todo el cuerpo queme ha permitido la idea anarquista.

Es una fuerza personal, son los amigos, las compa-ñías agradables que la anarquía aportará a todos y ca-da uno si sé lanzar la idea con fuerza. No tengo másinquietud que la forma que he de dar a mi propagan-da; una forma que deberá llevar a mis amigos hacia lalógica sin hacer que se retrasen en las múltiples encru-cijadas de la idea anarquista.

He aquí Calais… La recepción banal: dos o tres com-pañeros dispuestos a recibir el señor camarada. Rompoel hielo a bastonazos. Inmediatamente, nos sentimos agusto. Soy, sin ninguna duda, tal como me esperaban.Y las discusiones comienzan: «¿El grupo? ¿Qué tal fun-ciona? ¿Quiénes vienen? No lo frecuentan mujeres. —¡Es un grupo muerto! — No es lo habitual. — Hay queestablecerlo. — Sí, pero ¿cómo? — Enseguida lo vere-mos».

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Calais fue, hará unos diez años, unmedio anarquistainteresante, de esos grupos al viejo estilo en los que sebebían carajillos anarquistamente y en los que habíaque cortar la atmósfera de tabaco con un cuchillo.

Las persecuciones dispersaron a sus elementos y, ca-da uno por su cuenta, contaba tranquilamente que élera un precursor, un veterano de la vieja guardia queya no había nada que contarle, que ya no tenía nadaque aprender, nada que leer… Puesto que no avanza-ban, recularon… y, un día, algunos se encontraron de-lante de las urnas.

En aquel momento, la nueva corriente de ideas na-cía, se desarrollaba, una fiebre de acción volvía a tomarla ciudad. La agrupación anarquista se recomponía…Los veteranos se apartaron de ella prudentemente…Algunos incluso se llevaron una gran sorpresa al ver asus hijos ocupar su lugar en ella.

Fueron los jóvenes de entre veinte y treinta años losque lanzaron el movimiento. Hasta ahora, los gruposno habían salido de las tascas, la propaganda no habíaatravesado jamás las puertas de la casa familiar. Desdesus primeros pasos, nuestros amigos quieren, sin em-bargo, liberarse del café, del carajillo. Desde sus prime-ros pasos, nuestros amigos llevan la palabra anarquistaa sus casas, a sus familias, a sus compañeras, a sus her-

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manas. Las temibles trabas que impedían la eclosióndel trabajo anarquista se han quebrado.

Sí, estoy feliz por esta charla continua que ha dura-do horas y horas. He hecho más por aquí y por allá, deun lado y del otro, que en la charla misma. No solo loscamaradas se conocen, sino que conocen a las mujeresde la familia, y también a los niños. Un agradable tu-teo libera a los jóvenes y a las jóvenes y rompe con esetrasnochado respeto que aleja a los unos de los otrossegún el sexo. Los camaradas ayudarán, en Calais co-mo en París, a barrer los cuartos, a fregar las vajillaspara que las mujeres vengan a engrosar las fuerzas dela agrupación; para que la vivacidad de sus espíritus yde sus réplicas, su gracia incluso, diría yo, aumente lapotencia de la propaganda.

Y vuelvo lleno por completo de una impresión nue-va. Sentía, por dondequiera que pasásemos, brotar laanarquía, crecer y embellecer la vida de los hombres.

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A los reclutas1

Camaradas,En pocos días, la más hermosa y dulce de las patrias

va a ordenar una parte de vosotros que abandonéis laresidencia familiar, que os separéis de los tiernos afec-tos de un padre, de una madre, de una amante o de losamigos para sufrir dos años de acuartelamiento.

Después de haber sido adiestrado por la escuela yla familia en la idea de la patria; después de haberaprendido a considerar como enemigo a cualquier serdiferente en costumbres, en idioma y que viva fuerade esos límites convenidos llamados fronteras; vienen,con el pretexto de la defensa nacional y en nombre delas libertades adquiridas, a imponeros una envilecedo-ra esclavitud.

Pero, si la defensa de Francia es la causa principal detal imposición, ¿por qué las tropas que constituyen el

1 27 de septiembre de 1906.

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ejército no están escalonadas a lo largo de las fronterasy las costas? ¿Qué hacen en el interior de la nación?

Todos los regímenes, todos los gobiernos sucesivoshan empleado siempre esa fuerza en lo que han conve-nido en llamar el «mantenimiento del orden interno».Lo que, en términos claros y precisos, quiere decir: ladefensa de la caja fuerte y la protección de las clases ex-poliadoras contra las lógicas reivindicaciones del pro-letariado.

¿Acaso no dijo Jean-Baptiste Say, un economistaburgués: «Lejos de proteger la independencia nacio-nal, una gran institución militar es acaso lo que másla compromete como consecuencia de las tendenciasagresivas que determina en aquellos que disponen deella»? ¡Pues sí! Estas viejas palabras merecen reflexióntodavía en nuestra época.

En efecto, ¿qué van a ordenaros tras vestiros conuna ridícula librea? Que hagáis abstracción de vuestraindividualidad, que aplastéis toda iniciativa, toda vidaintelectual, y que os dobleguéis ante una obedienciadegradante y sometida a una jerarquía idiota, que esla negación de todo razonamiento. Os dirán que lasórdenes de vuestros superiores deben ser obedecidassin un murmullo, sin examen, con una fe ciega.

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Además del odio al extranjero, que ya habéis adqui-rido, se os enseñará a considerar como despreciable aaquel que, nacido en vuestra misma tierra, tenga unaconcepción contraria a la obediencia pasiva o a la acep-tación de las reglas impuestas por el gobierno. Y, cuan-do hayan destruido en vosotros todo espíritu de refle-xión, de libertad, seréis las máquinas de matar de lasque se servirán para asegurar el reino de lo arbitrariosobre la ignorancia.

Seréis empleados igualmente en una labor policialhumillante y provocadora para perpetuar la servidum-bre patronal y la miseria, suertes que también compar-tiréis mañana; con el fin de aplastar todo impulso degenerosa rebelión en el oprimido, vosotros, hijos detrabajadores, pondréis vuestra energía al servicio delos opresores; seréis vosotros los que, atenazados porel miedo al castigo, obedeciendo a una orden bárbarade vuestros oficiales, dispararéis cobardemente contravuestros padres, vuestras madres, vuestras hermanas,vuestros amigos… pues aquí mataréis a indiferentesque habrán de ser los padres de quienes ejecutarán lamisma orden en vuestros respectivos países.

Con el fin de combatir este fanatismo egoísta de lapatria y el ejército bajo todas sus formas, que destruyeen el individuo el espíritu revolucionario de solidari-

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dad humana, venimos a deciros, jóvenes en los cualesel hábito ha ocupado siempre el lugar de la razón, quees tiempo de rechazar todas esas metafísicas religiosasy laicas que no sirven sino para consolidar los privile-gios de algunos, manteniendo los males y la miseriadel mayor número. La gloria, el honor, el ejército, lapatria, dios son otros tantos términos vagos que, contodo, se han vuelto mágicos y bajo los cuales los diri-gentes pasados y presentes han hecho y siguen hacien-do inclinarse a las masas.

Todas las guerras son criminales y no aprovechanmás que a la plutocracia que nos gobierna y a los agio-tistas que nos explotan. Por eso os decimos: no seáismás los corderos del sacrificio, lanzad el anatema so-bre los asesinos, dejad de ser esclavos pasivos; sed se-res que piensan y están decididos a defender, no losintereses de su amo, sino su propio derecho a la vida.

La patria es suave con los ricos, inexorable con losdesgraciados. La patria perpetúa el antagonismo, con-tinúa la más feroz autoridad. Y es para mantener esteestado tiránico para lo que vais a sacrificar dos hermo-sos años de vuestra juventud y acaso vuestra vida.

Si vuestra inconsciencia os conduce a un lugar enhuelga, sabes que es contra vosotros contra quienes sevolverán los brutales gestos de vuestra apatía al ser-

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vicio de la defensa del capital que oprime a vuestroshermanos. ¿No seréis vosotros, por otro lado, los opri-midos de mañana?

Cuando os envían a la frontera o en expedicionescoloniales, no haréis de nuevo el sacrificio de vuestrasvidas más que en beneficio de banqueros podridos oagiotistas sin vergüenza, y si regresáis enfermos y mi-serables, ¿qué hará por vosotros vuestramadre patria?Nada.

¡Esa madre no es sino una madrastra! He aquí porqué nosotros, antimilitaristas, decidimos responder atoda declaración de guerra mediante la insurrección.No creáis que rechazamos a un amo para aceptar laopresión de cualquier soldadote con espuelas y lau-reles… habida cuenta de que el trabajo antimilitaris-ta que hacemos aquí se lleva a cabo en otro lugar conmayor intensidad. Combatir a los ejércitos es abrir unanueva era a la ciencia de la felicidad.

Romped el círculo de las tradiciones anticuadas; quela venda que se han complacido en poner sobre vues-tros ojos no os oculte nunca más el sol. Esclavos, rom-ped vuestras cadenas, que vuestros cerebros se enamo-ren de las hermosas desobediencias revolucionarias y,si ha de correr vuestra sangre, que sea por vuestra fe-licidad y vuestra libertad.

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Actividad anarquista1

Leía yo con atención el artículo de Robert Delon ycomprendía todo su alcance. Es, en efecto, el métodouno de los más seguros auxiliares de la razón, uno delos mejores apoyos a la propaganda. Pensaba enton-ces en echar un vistazo retrospectivo al trabajo de es-tos últimos años. No quiero —puesto que considero eltrabajo de gran utilidad— entrar hoy en el detalle denuestros esfuerzos. Un simple vistazo tan solo.

Después de la propaganda de orden negativo que ha-bíamos puesto en marcha por todo París, algunos ami-gos y yo decidimos, sin interrumpirla, comenzar unapropaganda de orden positivo. Habíamos adquirido ymantenido para la primera de ellas un espíritu metó-dico que nos pareció debíamos conservar al comenzarla segunda. Solo después de haber afrontado toda la

1 11 de octubre de 1906.

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dificultad del trabajo positivo, decidimos ponerlo enmarcha.

¿Hacia dónde nos encaminaríamos? Hacia dóndenos encaminamos todos nosotros, anarquistas, si noes hacia esa tierra comunista en la que nuestros indivi-dualismos podrían afirmarse? ¿Hacia dónde me enca-minaba yo mismo, rabelesiano, si no es hacia esa aba-día de Thelema2 sobre cuya entrada resplandece el fa-moso «Haz lo que quieras»? Pero de inmediato com-prendimos que no se fabrica a voluntad, con un golpede varitamágica, unmedio semejante, ni a los hombresque deben vivir en él.

Celosos del éxito y, en consecuencia, de asumir elbuen método, comprendimos que no había que ponerel carro delante de los bueyes y comenzamos, en oc-tubre de 1902, a formar las Causeries populaires, agru-pación anarquista —sin cotización, sin estatutos, sin

2 Abadía utópica descrita por Rabelais al final de su Gargan-túa. Se trataba de un espléndido castillo destinado a la vida en co-mún de jóvenes de ambos sexos, hermosos y ricos, que no habíande someterse más que a una sola regla, precisamente la que men-ciona Libertad: «Haz lo que quieras». Abadía de Thelema fue asi-mismo el nombre con el que Aleister Crowley bautizó a la comu-nidad mágica establecida en Céfalu (Sicilia) durante la década delos años veinte del siglo pasado.

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inscripción—, que debía ayudarnos a reunir a los indi-viduos.

Al principio, nuestras primeras asambleas tuvieronlugar en la trastienda de una vinatería. Allí esperamospacientemente conseguir un núcleo lo bastante fuer-te como para asegurar la vitalidad del grupo, así co-mo reunir los primeros fondos para alquilar un localen el que pudiéramos liberarnos de casi todas las pro-miscuidades. Esto ocurrió en octubre de 1903, un añodespués.

Entretanto, sabiendo de la utilidad de tener varioscentros, formábamos enMontmartre, en junio de 1904,gracias a la buena marcha del primero. En el distrito13 y sobre las mismas bases, amigos nuestros forma-ban otra Causerie, que también se hizo con un localpasados seis meses.

Fue entonces cuando se volvió necesario, cuando seimpuso la necesidad del órgano que reuniría a todosesos núcleos, a todos esos centros, y a otros núcleos,otros centros, que no habrían de dejar de surgir en pro-vincias, o incluso uniría a ciertas individualidades conlas susodichas agrupaciones.

¡Cómo actuar? ¡Siempre con el mismo método! So-licitamos, para empezar, un gran esfuerzo de aquellosque estaban interesados. Buscamos oportunidades, ho-

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jeamos publicaciones y, para hacer nuestro periódico,quisimos, antes que nada, tener una imprenta.

Ya en noviembre de 1904, las Causeries populairespodían elaborar pequeños manifiestos. En abril de1905 aparecía el primer número de l’anarchie.3 Orga-nizábamos nosotros mismos la publicidad de nuestrasconferencias y podíamos permitirnos la aparición decarteles y folletos.

3 Semanario fundado por Libertad, que apareció todos losjueves entre el 13 de abril de 1905 y el 30 de julio de 1914 y delque están extraídos la mayor parte de los artículos de esta selec-ción. Libertad publicaba en él bajo distintos seudónimos: Matar,le Baladeur (el Paseante), Rédan, Candide, le Grincheux (el Gru-ñón), Adamentos, L. A. Boirieux, etc. Tras su muerte (noviembrede 1908) asumirán sucesivamente la dirección del diario: Arman-dine Mahé, Jeanne Morand, Maurice Duflou y, finalmente, Loru-lot, que lo instala en Romainville en el año 1910. Rirette Maitre-jean y Víctor Kibalchich (el futuro Victor Serge), que asumen elcargo a partir del 13 de julio de 1911, llevan la publicación devuelta a París en octubre de ese mismo año. Desde entonces, sonErnest Armand y Mauricíus quienes se ocupan de ella hasta sudesaparición. En paralelo al semanario, l’anarchie publicó mura-les anti-electorales (El ganado electoral y El Criminal), carteles,tarjetas postales de propaganda. Además, y durante sus más dediez años de existencia, se dedicó a la edición y distribución defolletos y opúsculos anarquistas, cuyo listado completo puede en-contrarse en http://cgecaf.com/mot.php3?id_mot=202 y enhttp://cgecaf.com/mot.php3?id_mot=203.

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Pero ¿duraría este ensayo? ¿Encontraría, entre tan-tas dificultades, fuerza para vivir? Sí. En abril de 1906,un año de existencia nos lo demostraba, y entonces de-cidimos completar el material de imprenta. El materialera mucho. En julio de 1906 hicimos un llamamientoa nuestros camaradas, a aquellos que comprenden laforma de nuestra propaganda, para establecer, sobrebases sólidas, la imprenta de las Causeries populaires.

Unos pocos díasmás, incluso, si fuera necesario, has-ta finales de año, y el trabajo estará hecho. Entoncescomenzaremos con la escuela, la continuación lógicade nuestro trabajo. Trabajaremos para alcanzar me-diante la escuela «anarquista» a los individuos menosaplastados, menos contaminados por el ambiente, mássanos y más fuertes. Desde ahora estudiamos los me-dios materiales el intelectuales que deberán asegurarsu buena vitalidad.

Y solo cuando también esta experiencia haya conoci-do el éxito, creeremos tener los elementos necesariospara la formación de un medio libre o, mejor dicho,será entonces cuando se imponga por sí mismo, metó-dicamente. Desde la unidad habremos llegado al todo,desde el individuo al medio. Encontramosmalas las de-más formas de proceder y, para probarlo, empleamosel método contrario. Eso es todo.

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Que no se nos suba a la cabeza también a nosotros;nos encontramos en el establecimiento casi definitivode la imprenta de las Causeries populaires, para el cualaún tenemos necesidad de vosotros, camaradas. No le-vantemos castillos en el aire; velemos, de momento,por nuestro humilde chamizo.

A propósito de la imprenta, terminaré casi con unpost-scriptum. Algunos imbéciles, que no pueden vercómo se trabaja a su rededor sin sentirse fatigados, ca-carean, dan vueltas y más vueltas, os escriben largascartas incluso. «¿Qué significan vuestra tentativa y la

4 Émile o Ernest Louis Girault, también apodado Angilleraso Angelleras (1871-1933). Obrero tipógrafo que fue anarquista y,más tarde, comunista. Colaboró en L’Aurore y también en Le Li-bertaire, donde defenderá una posición hostil al sindicalismo. Enjunio de 1904, participa en el Congreso Antimilitarista de Ámster-dam. Excelente orador, hizo multitud de giras dando conferencias—sobre todo, con Louise Michel, con quien estuvo en Argelia—.Sus discursos le valieron penas de prisión en diversas ocasiones.

5 Georges André Roulot, conocido como André Lorulot(1885-1963). Propagandista anarco-individualista hasta 1914. En1905 es arrestado durante ocho días por haber silbado al paso delcoretejo del rey de España y despedido de la imprenta en la quetrabajaba. Conoce, poco después, a Albert Libertad, con quien fun-dará l’anarchie y de cuya dirección se hará cargo tras el falleci-miento del primero. Al terminar la Gran Guerra, evoluciona haciael comunismo.

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tentativa de Girault4-Lorulot?5 ¡Os estáis haciendo lacompetencia! ¿Adónde vais? ¿Cómo vais a triunfar?¡Todo eso son celos individuales! ¿Por qué no os aso-ciáis?» Descansad, oh fatigados. Por mucha tarea quehaya, no será cosa vuestra. Al levantaros, al acostaros,estáis siempre cansados. Pero, de todos modos, ahí vanalgunas explicaciones.

Si hay dos tentativas, es porque las mismas causasproducen los mismos efectos y porque la necesidad deun organismo de imprenta se hacía sentir en los me-dios anarquistas. Igual que las Causeries, también Gi-rault había ya comenzado a reunir algo de material.No podría haber competencia en un trabajo anarquis-ta, salvo la emulación de hacer lo más y mejor posible.¿Adónde vamos? Si somos fuertes y obstinados en al-canzar el fin que nos hemos propuesto, triunfaremosponiendo el mayor método en nuestra actividad. Nopodría haber celos entre individuos. Puede haber, sim-plemente, divergencias en los fines o en los medios.Si tales tentativas no se fusionan, es que no hay afi-nidad entre ellas, es porque no tienen métodos para-lelos. Hay que dejar, tanto a las agrupaciones como alos individuos, la forma de no servirse de la asociaciónmás que cuando les convenga. Las ideas burguesas tie-nen millares de periódicos para hacerlas circular y, tan

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pronto aparecen dos imprentas que proponen la anar-quía, ¿se habla de competencia? Harían falta centena-res de ellas.

Ni los camaradas del Bureau de propagande ni los delas Causeries populaires se ocuparon al principio de loque ocurría a su lado. Cuando las dos tentativas apa-recieron, cada uno tuvo que examinar el proyecto delotro. No teniendo afinidad los individuos que se ocu-paban de ambas y, sobre todo, siendo los métodos em-pleados absolutamente diferentes, comprendieron queno había posibilidad de fusión. Pero estoy convenci-do de que, en cada lado, han dejado un proyecto paraadaptarse al otro, que convenía más a su temperamen-to, a sus desiderata o a la idea que se hacían de la pro-paganda. Esto es lo que resulta interesante.

Por mi parte, siempre he estado contra los medioslibres fabricados antes de haber reunido los elemen-tos, ensayado las afinidades. Lo que hacen los cama-radas, en tal sentido, ¿estará bien? ¿estará mal? No losé. Creo que el método que siguen es malo; lo demos-traba mediante la explicación del nuestro. Veremos losresultados.

Con el fin de que no haya malentendidos y paraque los esfuerzos puedan dirigirse con conocimientode causa, digamos que llamamos —en el periódico— a

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la tentativa de Girault y de Lorulot Imprenta de la Li-brería Internacionalista o de la Oficina de Propaganda,y aquella del que nosotros nos ocupamos, Imprenta delas Causeries populaires. Espero que los gruñones que-den satisfechos.

Y que la actividad anarquista se multiplique, se desa-rrolle en todos los sentidos, pero que sea con el mayormétodo posible, pues no es el número de los esfuerzosel que obstaculiza la propaganda, son los esfuerzos ma-los y sin método.

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El sindicato o la muerte1

Dicen que los lobos no se devoran entre sí. Tengomuy pocos conocimientos personales sobre las cos-tumbres de tales bestias como para permitirme creerque este dicho es menos idiota que la mayoría de losdichos. Si, por casualidad, fuese exacto, para nosotrosno probaría más que una cosa: que entre los hombresy los lobos hay, amen de las disparidades zoológicas,una fenomenal diferencia de apetitos.

Es probable, y hasta seguro, que la civilización, tanmaravillosamente favorable al desarrollo de nuestrosmás salvajes instintos, haya destruido en nosotros losescrúpulos que nuestra ferocidad acaso tenía en co-mún, enmejores tiempos, con la de los lobos. Ya no noshallamos, ay, en la antropofagia vulgar; aquella que secontenta precisamente con degollar, trinchar, cocinary digerir carne humana. Tales procedimientos simplis-

1 20 de diciembre de 1906.

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tas han quedado relegados a ciertas latitudes tropica-les, en las cuales, aunque al parecer cada vez menos,siguen aplicándose. En nuestro caso, en los buenos paí-ses privilegiados, donde el progreso se ha abierto paso,nos devoramos con una glotonería tanto menos escru-pulosa cuanto que podemos cocinarnos de mil fácilesmaneras, por no decir de lo más agradables.

Pero, naturalmente y como en las demás manifesta-ciones del ya mentado progreso, es el obrero, el prole-tario, el que marcha siempre a la cabeza. Soberanos, fi-nancieros y burgueses no desdeñan devorarse entre sí.Sin embargo, sea porque un gusto poco glotón por unaalimentación que están expuestos a proveer una vez sehan servido de ella, sea porque comerse al pueblo tie-ne para ellos un mayor atractivo, es este el régimenalimentario por el que los susodichos, casi de manerageneral, muestran su preferencia. El proletario, por suparte, carece de tales remilgos. Se gusta con todas lassalsas y, bien omal sazonado, joven o viejo, tierno o co-rreoso, macho o hembra, se devora con un apetito quees prácticamente además el único testimonio crecientede estima del que dispone.

Id a la ciudad o al campo, entrad en la fábrica, en eltaller, en la oficina, en cualquier lugar, en fin, en el quelos pobres forzados trabajan obstinadamente para en-

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grosar la fortuna de un amo cualquiera, en todos ladosconstataréis que, tras el ardiente deseo de conquistary mantener la estima del patrón, el sentimiento másextendido es el encarnizamiento en la lucha contra loscompañeros de trabajo o de miseria.

¿De verdad está el proletario orgulloso de su escla-vitud? ¿Feliz con su mezquindad? A saber. En todo ca-so, el obrero se muestra más y más ferozmente celosode cualquiera que, en su mismo rango, condenado ala misma cadena, intente romper las ataduras y ganaralgo de bienestar o libertad.

¿Que hay alguno que rehúsa alojarse en un barriosucio o en un apestoso cuartel? ¿Que prefiere ropasbuenas o hermosas de su elección a los uniformes detrabajo? ¿Que material el intelectualmente eleva susdeseos, refina sus gustos? ¿Que sobre todo, en fin, pro-cura liberarse de toda dominación patronal para tra-bajar solo y a voluntad? Inmediatamente, casi desdecualquier parte entre las filas de sus hermanos, se alzaun grito de furioso odio.

¿Que hay otro, al contrario, que, queriendo protes-tar por otros medios contra la labor impuesta o dartestimonio de su asco por la vida doméstica, se refugiaen la privación de todo para no trabajar, y se conde-na a las noches sin techo, a los días sin alimento, a las

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intemperies sin ropa? Contra ese que escapa por unacarretera en sentido opuesto, sus propios compañerosde cadena lanzan furiosamente el mismo grito.

No es cosa, en suma, para el obrero, de buscar unprincipio de libertad o de tomar un adelanto de felici-dad ni en el trabajo libre ni en la franca ociosidad; nien lo mejor ni en lo peor. Debe quedarse donde está;en la fila, bajo la mirada y la mano del amo, dócil, pa-cientemente, como los camaradas… ¡y no dárselas delisto!

De buena gana podría uno imaginarse todavía quela servidumbre aceptada, el trabajo asalariado admi-tido, el común yugo soportado sin respuesta; que elobrero, en fin, en tales condiciones encuentre entre sussemejantes una cierta simpatía, unamayor solidaridad,una compensación más o menos grata a su parte con-sentida de miseria. ¡Ingenua suposición!

Los trabajadores son inmisericordes no solo conquien deserta de sus filas para elevarse o apartarse, pa-ra gozar o para sufrir, sino sobre todo con quien penay se mantiene entre ellos. ¿Tienen el amo o el capatazla necesidad de guardia, de vigilancia, de policía, dedefensa contra uno o varios de sus esclavos? Nueve decada diez veces, no encontrarán guardianes más fieles,vigilantes más activos, agentes más celosos, defenso-

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res más ardientes que los propios compañeros de esosdesgraciados.

Se denuncian cada día, además con razón, aunquepor cierto muy poco violentamente, a la administra-ción y a la compañía que cesan a los empleados, a lospatrones que despiden, a los propietarios que desalo-jan, a los enriquecidos que marginan. Las canalladasde tales bribones no resultan atenuadas por la cobardíade aquellos que los sirven. Pero dicha cobardía tampo-co tiene excusa.

En ocasiones se oye decir que el desgraciado amar-gado por su impotencia, el trabajador irritado porsu continuo el inútil esfuerzo, conciben malos pensa-mientos cuyos retorcidos caprichos pagan sus seme-jantes y no los amos, que se sitúan demasiado alto co-mo para ser alcanzados. ¡Se puede ir muy lejos conuna teoría así! Los trabajadores no se ayudan, se per-judican incluso; es innegable. Al menos así ocurre enla práctica, lo que es esencialmente grave. Para defen-der una actitud tal, todas las razones imaginadas sonmalas.

Bajo el pretexto de la liberación, el proletariado enel momento actual un penoso ejemplo de su empeci-namiento en la servidumbre y de su feroz voluntad demantener aprisionado en ella al mayor número posible

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de sus propios hijos. El proletariado se forja una cade-na nueva y más pesada, inventa para su uso personaluna patronal más intratable, una autoridad más tiráni-ca que todo lo que se le había impuesto en el pasado.El sindicato es, por el momento, la última palabra dela imbecilidad y, a la vez, de la ferocidad proletaria.

Este nuevo sistema de degüello mutuo se propagapor el mundo de los trabajadores. Y la complacencia delos poderes públicos o privados al no oponerlemás queresistencias hipócritas es de una lógica perfecta. Lossindicatos disciplinarán con mayor fuerza que nuncaa los ejércitos del Trabajo y los convertirán, por lasbuenas o por las malas, en aun mejores guardianes delCapital.

En un reciente berreo electoral, un obrero tipógra-fo vino a proclamar, desde lo alto de una tribuna, quetodos los obreros no sindicados eran enemigos del pro-letariado, falsos hermanos con los cuales no debía ha-ber ningún miramiento ni piedad. Y la multitud de lossindicados aplaudió frenéticamente. Los demás traba-jadores pueden morirse de hambre, de enfermedad, demiseria. Los patrones o los compañeros que acudan ensu ayuda serán, por la misma razón, expuestos a la in-dignación pública.

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El sindicato o la muerte. Todavía no hemos llegadodel todo a esto, pero poco más o menos, en realidad.Y con poco que esta monstruosa ceguera se agrave, laalternativa se impondrá sin remisión. Es lo que faltaba,en verdad, para completar la siniestra farsa de emanci-pación con la que se nos habría engañado desde hacemás de cien años.

Por otro lado, lo menos que puede uno esperarse aldecir hoy en día algo así es ser calificado de cretinoen materia de historia o de acémila en materia de eco-nomía social. O bien dejarse devorar por el Capital obien devorarse entre ellos (y, por el momento, ambosse complementan); puede preverse sin gran fatuidadhacia qué especie de liberación se encaminan los pro-letarios. ¿Se decidirán a probar otra cosa?

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El descanso semanal1

Por más que me desentienda lo más completamenteposible de las elucubraciones del día, por muy sindica-listamente rojos que sean; por más que no preste nin-guna atención a los carteles, ricos en formas y colores,que nos arrojan a la cara la prosa proletaria; estoy obli-gado a saber que la más importante cuestión del mo-mento, después de la Separación,2 es la del descansosemanal.3

1 28 de marzo de 1907.2 Libertad se refiere, como es evidente, a la separación entre

las iglesias y el Estado, que había quedado sancionada por una leyde diciembre de 1905. Más enM. Larkin, L’Eglise et l’État en France,1905: la crise de la séparation, Privat, Toulouse, 2004.

3 El 13 de julio de 1906 el Parlamento francés vo-tó la llamada Ley Sarrier, que establecía el descanso do-minical obligatorio de 24 horas para los obreros y losempleados de comercio. Más en http://www.force-ouvriere.forma/1906/index.asp?dossier=4000&idea=1987[Cit. 09/03/09].

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Desde hace más de seis meses se batalla en los sin-dicatos y en los comités, en la Cámara y en el Senado,se combate incluso en la calle, con el fin de saber silas gentes descansarán cuando estén cansadas. Al pa-recer, se ha hecho una ley para decidir la hora exactaen la cual el hombre que trabaja el cuero cambiará deatmósfera y el día preciso en el que la mujer que haceencaje deberá desentumecer sus riñones doloridos.

El señor Piot4 quería el descanso semanal para quetrabajemos en repoblar Francia, mientras que el señorPiou5 quería permitir a todo hijo de vecino cumplircon sus deberes de cristiano. El señor Bérenger habla-ba en nombre de la moral familiar, mientras que el se-ñor Jaurès vibraba con la idea de la emancipación pro-letaria. Por la patria y por Dios, por la familia y por elproletariado, todos declaran de común acuerdo que eldescanso semanal es la salvación de Francia.

Como en toda ley que se precie, como en toda regladigna de tal nombre, se empezó a hablar de excepcio-

4 Edme Piot (1828-1909). Político francés. Miembro de la iz-quierda democrática y senador. Fue el promotor de una comisiónextraparlamentaria sobre la despoblación de Francia, asunto al queademás dedicó la obra LaQuestion de la dépopulation en France. Lemal, ses causes, ses remèdes, publicada en 1900.

5 Jacques Piou (1838-1933). Diputado católico. Fundador de

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nes, y la nomenclatura fue extensa. Gentes que descan-san los dos tercios del año decidieron seriamente el nú-mero de días de descanso y desde qué hora a qué hora;si se tomarían de golpe o en varios pedazos. Otras gen-tes, que penan a lo largo de días y noches, esperabanpacientemente las decisiones de los primeros con el finde correr a tomar un poco de aire puro.

Por fin, se votó la ley. El patrón se vio obligatoria-mente forzado a no emplear durante siete días segui-dos a los mismos obreros, a limitar su explotación aseis días y a comprender que es necesario dejar des-cansar a las bestias de carga para que puedan volver ala faena con mayor ardor. Los obreros supieron enton-ces cuándo y cómo podían descansar. Para ellos, ya noera cuestión de la fatiga de los miembros, de la inac-tividad pasajera que se apodera de todo el cuerpo, delclima soleado que te empuja a correr por los prados.No se descansa más que en el día legal, a la hora le-gal. Tanto al patrón como al obrero se les designó eldía en que debían estar fatigados, los días en los quedebían ser animosos. El pueblo esperaba con ansiedad

la Action libérale populaire en el año 1901.6 Día en el que, desde 1880, se celebra la fiesta nacional fran-

cesa. Conmemora la fiesta de la Federación, celebrada, a su vez, enel primer aniversario de la toma de la Bastilla.

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esa nueva ley que fijaría de forma definitiva los días dejuerga legales, en los que se reconocería a los obreroshonrados.

Ya teníamos la media cuaresma y el 14 de julio,6 enrecuerdo de los locos y de la República, la Asunción yNavidad, para no olvidar a la Inmaculada Virgen y asu hijo. Pero, sin duda, no era suficiente. El obrero de-bía decidir por sí mismo cuándo rompía, por un día, elacostumbrado hábito del trabajo. ¿Acaso no establecíael patrón la hora de entrada, la hora a la que se comey el cuarto de hora en el que se evacua? Era precisoque alguien designase el día en el que es de absolutanecesidad detener la labor con el fin de conservar alobrero para la patronal.

La ley sobre el descanso semanal viene a llenar estalaguna. Los obreros balaron de alegría y relincharonde contento. Ya no habría nada que decidir, ningunavoluntad que imponer. Solo quedaba que Piot fijase lahora para la repoblación que Bérenger delinease el ves-tuario para la ocasión. No se puede tener todo a la vez.Lo que no daba el radicalismo, lo haría el socialismo:como reforma, era toda una reforma.

Pero hete aquí que llegó la hora de la aplicación. Unavez más, quedó probado de forma innegable que na-da puede hacerse mediante el voto parlamentario, me-

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diante la decisión de un comité o mediante el ordendel día del sindicato. La aplicación de la ley sobre eldescanso semanal probó que no se puede tocar ningu-na piedra de la vetusta organización de las sociedadessin arriesgarse a ver cómo se hunde el edificio socialentero.

Quienes la habían elaborado comprendieron, desdesu particular punto de vista, la inanidad de tal medio.El señor Piou y sus cómplices clamaron contra un des-canso que no tenía nada de dominical. El señor Piot ysus partidarios encontraronmediocre la tregua que de-jaba sueltos a los hombres el martes y a las mujeres eljueves, al no permitirles el encuentro procreador. El se-ñor Bérenger se sublevó virtuosamente contra una leyque, los martes, dejaba libre al hombre, que se servíade ello para ir a visitar a las mujeres públicas, mientrasque, el jueves, la mujer veía a su amante y, el domingo,la muchacha corría al baile. El señor Jaurès, él mismohostigado por las corporaciones liberadas, se pregun-taba si la cosa no se volvería contra él.

Y el obrero supo que las leyes que se hacían para élapenas le eran de provecho. Su presupuesto se resin-tió inmediatamente por los días de reposo obligatorio,cuyo jornal, en apariencia, podía respetarse, al tiempo

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que su repercusión se dejaba notar dolorosamente enlos precios de sus artículos de consumo.

La gran patronal, que desde hacía tiempo había com-prendido la utilidad del descanso para asegurar másenergía a los músculos empleados, canta victoria. Lagran patronal, que había comprendido la utilidad defijar no solamente la hora del descanso diario, sinotambién la del descanso semanal, cuenta con el felizconcurso de los sindicatos y los parlamentos.

Se modela a los hombres para el colectivismo. Elpueblo se deja encorralar benévolamente. Se reglamen-ta su vida gesto por gesto. La patronal pone en la calle acualquiera que descanse fuera del día señalado. «Es elmartes, y no el jueves, cuando os está permitido tomaruna purga. Es el domingo, y no el lunes, cuando des-cansaréis. —¿Que el domingo sale desapacible, lluevedurante todo el día? — ¡No importa! Es el día de des-canso. — Y el lunes sale soleado. — No es el día legal. —¿Que el domingo os sentís llenos de ánimo y dinamis-mo, con los músculos dispuestos, y el lunes con dolorde cabeza? — ¡No importa! La ley lo ha fijado así».

He aquí la tutela que se nos promete, sin ningunafelicidad, sin ninguna alegría, sin ningún bienestar; heaquí la esclavitud con la cual se nos quiere, poco a po-co, habituar a vivir pasivamente. En la comedia que

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se representa en los parlamentos, de la que los obre-ros son víctimas, puede parecer que se abandona conalgunas dificultades una reforma que no puede sino es-trechar aún más el contrato de trabajo y aumentar losconvenios establecido con la patronal.

¿Cuándo, pues, los obreros amarán lo bastante eltrabajo como para saber descansar en el momento enel que sus músculos no puedan proveer la cantidad yla calidad necesarias para llevar a cabo gestos útiles?¿Cuándo, pues, los obreros dejarán de buscar en la le-gislación sindical, en la reglamentación parlamentaria,el medio de limitar su esfuerzo en tanto que duraciónde la jornada o de la semana laboral? ¿Cuándo, pues,se darán cuenta de que es aumentando el número deparásitos, y no, en consecuencia, disminuyendo el deproductores, como hacen imposible una disminuciónefectiva de su tiempo de labor? ¿Cuándo, pues, se deci-dirán los obreros a trabajar útilmente, y se entenderánentre ellos para conocer las labores inútiles, pernicio-sas y peligrosas, y para no practicarlas ya más?

Solo entonces conocerán los obreros la alegría deltrabajo y la alegría del descanso. Entonces sabrán loshombres descansar cuando el cuerpo se lo pida y cuan-do el sol cante a la pereza.

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La alegría de vivir1

Ante las fatigas de la lucha, cuántos cierran los ojos,cruzan los brazos, se detienen, impotentes y desalen-tados. Cuántos, y de los mejores, están tan hastiadoque se quitan la vida, no encontrándola digna de servivida. Con ayuda de algunas teorías de moda y de laneurastenia, los hombres consideran la muerte comola liberación suprema.

Contra tales hombres, la sociedad saca sus clichés.Se habla del fin «moral» de la vida: uno no tiene «dere-cho» a matarse, los dolores «morales» deben soportar-se «valerosamente», el hombre tiene «deberes», el sui-cidio es una «cobardía», el que abandona es un «egoís-ta», etc.; frases todas ellas de tendencia religiosa y queno tienen valor alguno en nuestras discusiones radica-les.

1 25 de abril de 1907.

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¿Qué es, entonces, el suicidio? El suicidio es el actofinal en una serie de gestos que todos realizamos máso menos, según reaccionemos contra el medio o sea elmedio el que reacciona contra nosotros.

Todos los días nos suicidamos parcialmente. Me sui-cido cuando consiento en residir en un lugar donde elsol no penetra jamás, en una habitación en la que elmetro cúbico de aire está tan restringido queme sientocomo asfixiado al levantarme. Me suicido cuando ha-go, durante horas, un trabajo que absorbe una cantidadde energía que no podré recuperar, o bien un trabajoque sé inútil. Me suicido cuando no contento a mi es-tómago con la cantidad y calidad de los alimentos queme son necesarios. Me suicido cuando voy al regimien-to a obedecer a hombres y leyes que me oprimen. Mesuicido cuando doy a un individuo, mediante el ges-to del voto, el derecho de gobernarme durante cuatroaños. Me suicido cuando pido al alcalde o al sacerdoteel permiso de amar. Me suicido cuando no recuperomi libertad de amante en cuanto el periodo del amorha pasado. El suicidio completo no es más que el actofinal de la impotencia total para reaccionar contra elmedio.

Los actos de los que acabo de hablar son suicidiosparciales, pero no son por eso menos suicidios. Es por-

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que no tengo fuerzas para reaccionar contra la socie-dad por lo que vivo en un lugar sin sol y sin aire, porlo que no como hasta saciarme, por lo que soy soldadoo elector, por lo que someto mi amor a leyes y duracio-nes.

Los obreros suicidan todos los días sus cerebros aldejarlos en la inacción, al no hacerlos vivir; del mis-mo modo que suicidan en ellos el gusto por la pintura,la escultura, la música, hacia cuya satisfacción tiendenuestra individualidad, en reacción contra la cacofoníaque la rodea.

No puede ser cuestión, a propósito del suicidio, dederecho o de deber, de cobardía o de valor : es un proble-ma puramente material de potencia o impotencia. Seoye decir: «El suicidio es un derecho del hombre cuan-do constituye una necesidad… no se la puede arrebataral proletario ese derecho a la vida o a la muerte».

¿Derecho? ¿Necesidad? ¿Cómo puede uno hablar desu derecho a no respirar más que a medias, es decir, asuicidar una porción de moléculas favorables a su sa-lud en provecho de las moléculas desfavorables? ¿Desu derecho a no comer hasta quedar saciado y, en con-secuencia, de suicidar su estómago? ¿De su derecho aobedecer, es decir, a suicidar su voluntad? ¿De su de-recho a amar siempre a tal mujer designada por la ley

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o elegida por el deseo de una época, es decir, a suici-dar el deseo de las épocas que vendrán? Sustituid enestas frases la palabra «derecho» por la palabra «nece-sidad»; ¿resultarán más lógicas?

No se me ocurriría la idea de «condenar» esos sui-cidios parciales, como no se me ocurriría «condenar»el suicidio definitivo, pero encuentro dolorosamentecómico llamar derecho o necesidad a esta aniquilacióndel débil frente al fuerte sin haberlo intentado todo. Noson más que excusas que uno se da a sí mismo. Todoslos suicidios son imbecilidades; y el suicidio total másque los otros, puesto que en el caso de los primerostodavía puede tener uno la idea de recobrarse.

Parece que, llegada la hora de desaparición del indi-viduo, toda la energía podría condensarse en un solopunto para tratar de reaccionar contra el medio, inclu-so si las oportunidades de éxito en tal esfuerzo fuesende uno contra mil. Esto parece aún más necesario ynatural por pocas personas queridas que uno deje trasde sí. Por esa porción de uno mismo, por esa parte deenergía que os sustituye, ¿no puede uno acaso intentaremprender una gigantesca lucha en la que, pormuy de-sigual que sea el combate, el coloso Autoridad siemprese tambalea?

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Cuántos declaran morir ellos mismos víctimas dela sociedad. ¿No podrían pensar que, produciendo lasmismas causas los mismos efectos, sus semejantes —es decir, aquellos a los que aman— pueden morir vícti-mas del mismo estado de cosas? ¿No les viene el deseode transformar su fuerza vital en energía, en fuerza, eldeseo de quemar la pila en lugar de separar sus ele-mentos? Sin el temor a la muerte —de la desaparicióncompleta de su forma humana rechazada—, uno puedeemprender la lucha con tanta mayor fuerza.

Algunos nos responderán: «Tenemos horror a lasangre vertida; no queremos atacar a esta sociedad, aesos hombres que nos parecen inconscientes e irres-ponsables». La primera objeción no es tal. ¿Acaso lalucha solo adopta esa forma? ¿No es múltiple, diversa?¿No pueden todos los individuos que han comprendi-do su utilidad encontrar el modo de emplearse en ellaconforme a su temperamento? La segunda es demasia-do imprecisa. Sociedad, conciencia, responsabilidad…he aquí palabras muy amenudo repetidas y poco expli-cadas. Ni conciencia ni responsabilidad tienen la zar-za que obstruye el camino, la serpiente que muerde,el microbio de la tuberculosis y, sin embargo, nos de-fendemos de ellos. Todavía más irresponsables (en elsentido relativo del término), el trigo que segamos, el

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buey al que matamos, las abejas que robamos. Y, sinembargo, los atacamos.

Yo no veo irresponsables ni responsables. Veo moti-vos de mi sufrimiento, de la falta de desarrollo de miindividualidad, y todos mis esfuerzos tienden a supri-mirlos o a ganarlos para mi causa por todos los medios.Conforme ami fuerza de resistencia, asimilo o rechazo,soy asimilado o soy rechazado; eso es todo.

Hay otras objeciones, aunque más extrañas, queadoptan una forma neurasténicamente científica: «Es-tudiad astronomía; comprenderéis hasta qué punto esdespreciable la duración humana en comparación conel infinito. La muerte es una transformación y no unfin».

Por mi parte, no concibo el infinito, puesto que soyfinito, pero sé que la duración está hecha de siglos, lossiglos de años, los años de días, los días de horas, lashoras de minutos, etc. Sé que el tiempo no está hechomás que de la acumulación de segundos y que lo in-mensamente grande no está hecho sino de lo infinita-mente pequeño. Por corta que sea nuestra vida, tienesu importancia numérica desde el punto de vista del to-do. Y si no la tuviera, poco me importaría, puesto queno contemplo la vida más que desde mi punto de vista,conmis propios ojos… y puesto que todome parece no

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haber hecho sino prepararnos, a quienes me rodean ya mí mismo.

La piedra acaricia la cabeza cuando cae desde unme-tro de altura, la abre cuando cae desde veinte metros.Detenida a medio camino, desde el punto de vista deltodo, nada más, nada menos, solo que entonces no ha-bría tomado esa energía que hace de ella una potencia.

Ignoro el todo que no puedo concebir; es a mí aquien considero, y hay desaparición o, más bien, faltade asimilación de fuerza en mi detrimento, en el mo-mento de un suicidio parcial o de un suicidio completo.La muerte es el fin de una energía humana, del mismomodo que la disociación de elementos de una pila esel fin de la electricidad que producía, del mismo modoque la disociación de los hilos de un tejido es el fin dela fuerza de ese tejido. La muerte es el fin de mi «yo»,es algo más que una transformación. Hay quienes osdicen: «El fin de la vida es la felicidad», y afirman nopoder alcanzarla. La vida es la vida; estome parecemássimple. La vida es la felicidad, la felicidad es la vida.

No experimento dolor más que cuando mis tentati-vas de asimilación son bloqueadas por un suicidio par-cial. Todos los actos de la vida son para mí una alegría;al respirar aire puro, siento felicidad, mis pulmones sedilatan, una impresión de fuerza me hace resplande-

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cer. La hora del trabajo y la del descanso me produceel mismo placer. La hora que reclama el almuerzo; elpropio almuerzo con su trabajo demasticación; la horaque le sigue con su trabajo interior me ofrecen alegríasdiferentes.

¿Habría de evocar las deliciosas esperas del amor,las poderosas sensaciones del encuentro sexual, esashoras tan voluptuosamente lazas de después? ¿Habríade hablar de la alegría de los ojos, del oído, del olfato,del tacto, de todos los sentidos, en una palabra, de to-das las delicias de la conversación, del pensamiento?La vida es la felicidad. La vida no tiene un fin. Lo es.¿Por qué querer una meta, un comienzo, un fin?

Repitámoslo. Cuando, lanzados contra las piedrasde un barranco, destrozamos nuestra cabeza contra lasrocas, cuando atrapados en el desmoronamiento de lasociedad actual, ávidos de ideal—para precisar este tér-mino vago: ávidos del desarrollo integral de uno mis-mo y de sus seres queridos—, interrumpimos nuestravida, no obedecemos a una necesidad o a un derecho,sino a la obsesión por el obstáculo. No llevamos a caboun acto voluntario, como pretenden los partidarios dela muerte; obedecemos a la presión del medio, que nosaplasta, y no partimos más que en la hora exacta en la

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que la carga resulta demasiado pesada para nuestroshombros.

«Entonces —dirán—, no partiremos más que a nues-tra hora, y nuestra hora es a partir de ahora». Sí. Peroporque consideran su derrota por adelantado; resigna-dos, no han desarrollado sus tejidos con vistas a la re-sistencia, no han hecho esfuerzos para reaccionar con-tra el sucio desmoronamiento del medio. Inconscien-tes de su belleza, de su fuerza, añaden a la fuerza obje-tiva del obstáculo toda la fuerza subjetiva de su acepta-ción. Como los resignados a los suicidios parciales, seresignan al gran suicidio. Son devorados por el medio,ávido de su carne, deseoso de aplastar toda la energíaque promete. Su error consiste en creer que desapa-recen por su voluntad para elegir la hora, cuando, enrealidad, mueren aplastados despiadadamente por lascanalladas de los unos y la apatía de los otros.

En un espacio infestado de los nocivos gérmenes deltifus, de la tuberculosis, yo no pienso en hacerme des-aparecer para evitar la enfermedad, sino más bien enhacer que entre la luz del día y en echar desinfectante,sin temor amatarmillares demicrobios. En la sociedadactual, contaminada por las porquerías convenciona-les de la propiedad, la patria, la religión, la familia, laignorancia, aplastada por las fuerzas gubernamentales

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y la inercia de los gobernados, tampoco quiero desapa-recer, sino hacer que penetre el sol de la verdad, echardesinfectante, purificarla por cualquier medio. Inclusodespués de muerto, tendría el deseo de transformar micuerpo en fenol o en picrato para sanear a la humani-dad. Y si resultase aplastado en el intento, no habría si-do en vano; habría reaccionado contra el medio, habríavivido poco pero intensamente, habría abierto quizásla brecha por la que pasarán energías semejantes a lamía.

No, no es mala la vida, sino las condiciones en lasque la vivimos. Así pues, no la tomemos con ella, sinocon tales condiciones: cambiémoslas. Hay que vivir;desear vivir, todavía más. No aceptemos ya siquieralos suicidios parciales. Tengamos el deseo de conocertodos los goces, todas las felicidades, todas las sensa-ciones. No nos resignemos a disminución alguna denuestro «yo». Seamos hambrientos de vida a los quelos deseos hacen salir de la ignominia, de la apatía, yasimilemos la tierra a nuestra idea de belleza.

Que nuestras voluntades se unan, magníficas, y co-noceremos al fin la alegría de vivir en todo su esplen-dor. Amemos la vida.

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Nuestras voluntades1

Somos anarquistas porque buscamos la libertad y elbienestar y porque, en buena lógica, combatimos con-tra todo aquello que es contrario al bienestar y a lalibertad. Por esta razón, combatimos contra la organi-zación completa de la sociedad de hoy y trabajamos enesa revolución que debe forzosamente destruirla. Tra-bajamos en la revolución social, es decir, regenerado-ra de la sociedad, arrojando entre la multitud de losseres humanos ideas de independencia y rebelión. Ac-tuamos así porque sabemos que las revoluciones nose decretan, porque no son más que el coronamientode una evolución, de un cambio completo en las ideas.Una revolución no estalla de golpe; es simplemente unproducto, una conclusión.

Esos que nos hablan de hacer la revolución de la no-che a la mañana, como se puede construir una máqui-

1 8 de agosto de 1907.

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na o romper un vidrio, no se dan cuenta de que se po-nen en flagrante contradicción de las leyes de la evolu-ción, de que no obedecen más que a sus pasiones, sincontemplar en absoluto la imposibilidad de su deseo.

Del mismomodo que para la transformación radicaldel suelo, para la transformación radical de las socie-dades es precisa una larga preparación, una fermenta-ción continua. Ningún cataclismo se produce de formasúbita; solo poco a poco, a consecuencia de cambioscasi insensibles, se llega a esa explosión que llamamosrevolución.

Cuando se dejan oír ruidos subterráneos, cuando seve subir la temperatura de los manantiales, hundirseterrenos, se puede prever un temblor de tierra, unarevolución geológica. Del mismo modo, en la vida so-cial, cuando vemos que se producen descontentos, quese lesionan intereses, que se agravan los sufrimientos,cuando se dejan oír las protestas, se puede prever tam-bién un cataclismo en la sociedad, una revolución.

Y, sin duda, los signos precursores de la revoluciónsocial, que transformará el viejo mundo, se distinguenfácilmente a poco que se los observe. Uno se preguntapor qué antagonismos tan crueles dividen a la huma-nidad; por qué tantos personajes más o menos odiosos

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mandan sobre los demás, sobre la gran mayoría de loshombres.

Si nosotros, anarquistas, lanzamos nuestras ideasentre las masas para hacerlas germinar, para hacerlaspenetrar en los cerebros de los que son gobernados,explotados sin misericordia, es con el fin de preparar alos espíritus para la revolución o, mejor dicho, para re-volucionar los espíritus. Pues solo cuando los cerebrosestén dispuestos para la revolución —es decir, cuandotengan conciencia del cambio que nos parece necesa-rio para el bienestar y la libertad del hombre—, cuandohayan llegado a considerar dicha revolución como unanecesidad que hay que satisfacer sin dilaciones, soloentonces, fatalmente, se producirá el cataclismo y elviejo mundo se hundirá por sí mismo, porque ya notendrá razón de ser.

Por eso no tenemos, como otros, la pretensión de ha-cer la revolución, de organizarla y de trazar su ruta. Noqueremos centralización, ni aglomeración, ni adminis-tración, y esto porque sabemos que siempre van con-tra la libertad; y que, al estar contra la libertad, son unafuente perpetua de desórdenes, de problemas, de con-fusión. Pedimos, coherentes con nosotros mismos, noser mandados ni dirigidos. Colectivistas, federalistas ocentralistas, comunistas más o menos revolucionarios,

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todos creen en la necesidad del poder. Solo nosotrosno creemos.

Como suele decirse, cada uno con sus ideas, ¿no esasí?, y se puede entrar en discusiones contradictorias.No tenemos la pretensión de ser providenciales y nodecimos: ¡fuera de nuestras ideas, no hay salvación!¡no hay emancipación! No somos exclusivistas ni ex-comulgamos a nadie. Tal o cual partido no podría de-cir lo mismo, pues parece que, siguiendo el ejemplodel catolicismo, las excomuniones están de moda en elpartido obrero. Tal cosa no es, bien es cierto, más queuna confesión de impotencia o de debilitamiento.

Combatimos contra todo principio de autoridad, deacaparamiento. Es decir que, cualquiera que sea la for-ma del poder, del gobierno, nosotros la atacamos. Estoes lo que nos caracteriza: nomás gobierno de ningún ti-po, aunque sea revolucionario, aunque sea comunista.Tal es nuestro programa. No queremos más gobiernode lo que queremos propiedad. No reconocemos a na-die el derecho a decirse amo de tal o cual cosa. Losanarquistas combaten, pues, contra toda usurpacióndel poder, contra toda usurpación de la riqueza naturalo social.

La razón es que el gobierno y la propiedad son lasbases sobre las cuales se sustenta la organización so-

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cial actual, organización en cuya destrucción trabaja-mos ardientemente. Sí, todo aquello que deriva de di-cha organización, todo lo que de ella depende, todo loque contribuye a legitimarla o fortificarla encuentraen nosotros enemigos implacables, que no transigen.El individuo, para subsistir, para gozar, no tiene nece-sidad de ser dirigido ni de estar cogido por la panza; enabsoluto son necesarios ni gobernantes ni sacerdotesni propietarios para que la humanidad viva. Por eso le-vantamos, contra el edificio antagónico que alberga ala organización social actual, el estandarte de la rebe-lión.

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Las rebeliones útiles1

Después del discurso tan preciso de Bruckère,2 re-sultaría superfluo querer presentaros el historial de laconspiración del gobierno contra nuestro amigo Mat-ha3 y narraros cómo, bajo el pretexto de detener a unmonedero falso, se encarceló a un propagandista.

1 21 de noviembre de 1907.2 Militante socialista del Sena que representó a la Federa-

ción en los congresos nacionales de Limoges (1906), Nancy (1907)y Toulouse (1908), después de haber sido delegado del Norte en elCongreso de Unidad (1905).

3 Louis ArmandMatha (1861-1930). Militante anarquista, ge-rente de la publicación L’En Dehors (http://endehors.org/) yamigo de Émile Henry. Participó también en la creación del Libér-taire y del Journal du peuple en la época del asunto Dreyfus. Mástarde participará en la organización de la gira de conferencias deSébastien Faure y de Louise Michel por toda Francia. Persegui-do por falsificar moneda, «afirmaba ser víctima de una maquina-ción policial» (Jean Grave,Quarante ans de propagande anarchiste,Flammarion, París, 1994, pág. 446).

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Habréis de perdonarme, pues, si abandono el temadel mitin de esta noche antes mismo de haberlo abor-dado.

Me permitiré simplemente invitaron a añadir, a laprotesta que hacéis contra la arbitrariedad hipócritaque golpea a Matha, el caso Armand.4 Los dos hechosson similares. No son dos emisores demoneda falsa losque están en el punto de mira; son hombres que traba-jan emitiendo ideas justas. Hablando legalmente, y enlo que respecta a la falsificación de moneda, Matha yArmand son inocentes; no son culpables más que deser hombres libres.

«Perdonadme si la lengua francesa no es lo bastanterica como para evitar semejantes sinsentidos: aunqueencerrados entre los muros de una prisión, nuestrosamigos son todavía más libres que el noventa por cien-to de los hombres, prisioneros de sus prejuicios y de suignorancia.

Tampoco yo haré el historial de la conspiración con-tra Armand. Detalle más, detalle menos, se trata de lasmismas felonías, de las mismas artimañas, de las mis-

4 Ernst Armand (1872-1962). Participante en lasCauseries po-pulaires, fue arrestado el 6 de agosto de 1907 y condenado, el 9 demayo del año siguiente, a cinco años de prisión por complicidaden la emisión de moneda falsa.

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mas intimidaciones. En un caso el policía se llama Z;en el otro, el soplón se llama Y. En tal sitio dejan unacaja; en tal lugar deslizan una moneda. La gente de lapolicía se sirve de astucias tan torpes y de mentirastan groseras que dejan su firma por dondequiera quepasan. Es algo que huele mal, que apesta a trampa».

Pero Bruckère ha dejado como inacabado su largodiscurso, contando, sin ninguna duda, con que yo sa-bría entender que los oradores deben tratar, en un mi-tin como este, de formar un bloque sin solución decontinuidad, sin fisuras contra la contradicción. ¿Nopodría pensarse acaso, al ver el ardor, la insistenciaempleada en demostrar la inocencia de nuestros dosamigos, que consideramos culpables a aquellos que seentregan a la fabricación o la emisión de moneda fal-sa, a aquellos que hacen una competencia ilegal a lasmonedas de los diferentes países?

Sería ir más allá de nuestro pensamiento; o de mipensamiento, en todo caso. Nos concentramos en pro-bar la inocencia jurídica de nuestros amigos con el finde no favorecer los ataques hipócritas de los gober-nantes. No decimos: «está mal haber cometido taleshechos», sino: «tales hechos no han sido cometidospor tales hombres». Y lo probamos. Nos esforzamospor arrancar de la venganza legal a Matha y Armand,

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acusados, en dos asuntos diferentes, del crimen de fal-sificación de moneda, y esto manteniéndonos en el te-rreno mismo de la legalidad. Lo que nos lleva a hablarde monederos falsos, de los fuera de la ley, de aquellosque se enfrentan cuerpo a cuerpo con la sociedad paragarantizar su subsistencia, su vida, la vida de aquellosa los que aman, de su compañera, de sus hijos.

Todos aquí sois obreros, todos sabéis de la dureza delas condiciones económicas, no ignoráis las dificulta-des que hay que superar para conseguir proveer vues-tros hogares con pan, vestido y residencia. Muy a me-nudo se han cerrado vuestros puños ante la severidaddel propietario y la avaricia del patrón. ¡Cuántas ve-ces, vosotras, mujeres, os habéis indignado por la mo-dicidad de los salarios y el alto precio de los víveres;cuántas veces, para comprar zapatos al más pequeño,habéis llevado los botines desgastados!

Y para remediar tal situación, los amos nos han ha-blado durante siglos y siglos del paraíso, del Walhalla,del Edén en el que viviremos, tan prontomuramos, conuna dicha infinita y eterna. Pero hete aquí que ya nocreemos en él y que ese más allá de la muerte no po-drá ya hacer de nosotros resignados en vida. Entonceslos amos cambiaron de tono y hablaron de reformas,prometieron mejoras en la suerte del proletariado, fa-

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bricaron un paraíso más acá de la muerte que conde-coraron con el nombre de retiro obrero, en el cual, ay,la dicha no sería ya ni infinita ni eterna. Para el obrerosería el canto de cisne, el último fulgor de la lámparaque va a extinguirse. Y, sin embargo, por módicas, porficticias que sean tales promesas, los gobernantes nolas han mantenido; la popular hermana Ana5 jamás vellegar nada.

Además de los gobernantes, otros hombres —y, enocasiones de los mejores— hablan de una revoluciónsocial, de un zafarrancho general que sacudiría hastalos cimientos la organización de la sociedad, que de-rrumbaría sus vetustos muros y que permitiría esta-blecer las bases de un nuevo mundo. Pero dicha revo-lución no llegará hasta mañana. Y toda la vida y toda lafelicidad de los hombres se encuentran así pospuestaspara mañana. Oh, el fatídico mañana: el mañana de losparaísos después de la muerte, el mañana de los reti-ros en el momento de la vejez; el mañana de unmundonuevo después de la revolución. Siempre mañana.

¿No comprenderéis, entonces, que los hombres ten-gan el deseo de vivir hoy, ahora, y que sus dientes seclaven ferozmente en el botín social con el fin de arran-

5 Soeur Anne, en el original: nombre de la hermana de la jo-

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carle su parte al margen de leyes y fórmulas, de prejui-cios y morales? Así es como se confeccionan las men-talidades de ladrón, de monedero falso, de forajido.

Hace algunos años, antes de llegar por peores me-dios a sus ministerios, ¿no hemos conocido a un Cle-menceau, impulsado por vicios imperiosos, a la cazade la pieza de cien céntimos? ¿No hemos visto a unBriand dispuesto a enredarse en cualquier tipo de ma-nejos para salir de la miseria extrema? ¿Acaso este úl-timo no habría pasado tranquilamente monedas falsassi los riesgos del oficio no le hubiesen aterrado?

¿Quién puede juzgarlos? Ciertamente, no los favo-recidos por el orden social, los comerciantes, los indus-triales, los patrones, los gobernantes cuyas vidas sonun tejido de cobardías, de holgazanería, de robos, demalversaciones, de amaños y de hipocresías. ¿Los juz-garemos nosotros? No lo creo. Comprendemos dema-siado bien las determinaciones de tales actos como pa-ra desconocer que son ineluctables. Y lo diré: entiendomejor esta rebelión individual, incluso en su relativi-

ven esposa de Barba Azul en el cuento de Perrault de igual título.En el momento en el que Barba Azul se apresta a decapitar a sumujer por haberlo desobedecido, Ana se encarama a una torre des-de donde espera avistar la llegada de sus hermanos, que salvarána ambas mujeres.

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dad, que la pasividad, que la resignación. He dicho: in-cluso en su relatividad. Nadie ignora que el ladrón, elmonedero falso no son más que fueras de la ley mo-mentáneos y que, a menudo, juzgan a sus actos comocrímenes.

Partiendo de un punto de vista completamente dis-tinto, también los anarquistas han entrado de igual mo-do en lucha contra la sociedad. Están determinados aello más que ningún otro. Las leyes y los reglamentosde excepción que pesan sobre ellos de forma tan exce-siva y que ponen contra ellos al patrón, al propietario,al vecino, los sitúan en condiciones de vida tan desgra-ciadas que, en múltiples ocasiones, se ven obligados alilegalismo del fuera de la ley individual. Los mañanasde las revoluciones se les antojan una nueva engañi-fa, las mentiras de los prometedores los desalientan y,con toda su vitalidad, con todo su excepcional ardor,se lanzan al asalto de la sociedad, gritando: «¡Hoy!».

Digamos todo lo que pensamos. Nosotros no «juz-gamos» en nombre de la moral, en nombre de la ley;no decimos: eso está mal; sino que nos concentramosen mostrar todo el vacío, toda la debilidad, de tal for-ma de proceder. Tendemos la mano al monedero falsomientras le decimos: «Eres y sigues siendo nuestro ca-marada, pero tu método de acción te agota y te mata

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sin concederte un auténtico hoy, sin avanzar un ápicela llegada de un mañana».

Sí, es una trampa nueva en la que se encuentra atra-pada la actividad de algunos de nuestros amigos, esuna rebelión individual que pierde su valor porque seesconde tras la mentira y la hipocresía, porque adoptalas formas convenidas de la sociedad. Y los calabozosse cierran y no vuelven a abrirse, sin que el pueblohaya comprendido tan solo que un hombre, que un re-belde ha sido arrojado dentro de ellos; sin que puedareflexionar útilmente sobre el acto realizado.

En otras ocasiones he manifestado lo que pensabade los actos de propaganda por los hechos realizadosindividualmente. Me repetiré. Creo que tales actos sa-crifican a los mejores, a los más activos de nuestroscamaradas, sin dar los resultados que podrían esperar-se de semejantes desapariciones. En un determinadomomento, tales actos resultaron útiles para llamar laatención sobre un nuevo método, para mostrar hastadónde podía llegar la resolución de los individuos. Nocreo que respondan a una necesidad actual. Puede quehayan llamado la atención sobre nuestro método, perono lo explican; a menudo, pueden incluso alejar a losespíritus interesados en conocerlo.

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Pero entonces ¿habrá que contentarse con hablar,con escribir que la sociedad es mala, que los gobernan-tes son unos tramposos y los gobernados unos cobar-des? ¿Basta con lanzar imprecaciones contra los ricosy los afortunados y llorar por los pobres y los que su-fren? ¡No lo creo!

Entonces ¿habrá que sindicarse, que organizarse in-ternacionalmente, que unificarse? ¿Habrá que codifi-car la revolución y comentarla estatutariamente? ¡Sí, sitenéis tiempo para morir sin haber vivido! No, si que-réis vivir conociendo al menos la alegría de adelantarla llegada de una nueva era.

Debo explicarme aquí sin caer inútilmente bajo losgolpes de la ley. Debo formular mi pensamiento sinque un señor sospechoso, que no entiende el francésmás que del revés, pueda tener ocasión de hacerme de-cir lo contrario de lo que digo o encontrar en mis me-dias palabras o en alusiones vagas todas las insinuacio-nes y todos los apoyos que anda buscando. Voy a decirsimplemente lo que pienso.

Amo el trabajo útil. He combatido el sabotaje por-que me parece que adopta formas turbias y no se reali-za más que en provecho de otro patrón. El boicot mis-mo me ha parecido anticuado y, muy a menudo, lashuelgas se me han antojado pueriles. He visto talleres

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en los que los obreros trabajan en tales condicionesde insalubridad que se les podrían llamar antecáma-ras del hospital. He visto centenares de mujeres incli-nadas, partidas en dos sobre los encajes, en espaciosasesinos, sin aire y sin luz, víctimas en poco tiempode la tuberculosis. Quisiera que la única rebelión posi-ble, el único sabotaje, consistiese en quemar semejan-tes presidios. No puede ser que tales desafíos a la vidahumana subsistan.

En los tiempos de la Comuna, los revolucionariosciegos quemaron hoteles y palacios ¡y dejaron subsis-tir ruinas lamentables y tugurios infectos! ¿Por quédestruir los palacios y las mansiones burguesas? Haycasas en pleno París que son pequeños cementerios.¿Cómo osan ofrecer semejantes toperas para alojar ahombres, mujeres y niños? ¿Qué dolorosas obligacio-nes hacen que familias enteras se sepulten en esassiniestras cuevas? Vosotros lo sabéis demasiado bien.Conozco, en los barrios obreros, casas que, duranteciertas epidemias, arrojaron como forraje a la muertecentenares de cadáveres. Lo repito: contra tales infrac-ciones a las leyes de la higiene, no haymás que el fuegopurificador… Lo repito: no puede ser que tales desafíosa la vida humana subsistan. Abandonar esos talleres,dejar esas casas manteniéndolas en pie, ¿no significa

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tener la responsabilidad de la muerte de centenares deotros individuos? ¿No significa dejar que subsista elmal, listo para engullir con sus temibles fauces a otrasmujeres, a otros niños? ¿Cómo podemos salir adelan-te sin pensar en las nuevas víctimas que el monstruoanti-higiénico devorará de nuevo?

¡No podemos! Por humanidad, diría yo, hay que des-truir, hay que quemar esos cuchitriles infectos en losque vidas humanas se arrastran lamentablemente, enlos que se realiza la espantosa obra de degeneraciónde la raza.

No ha de ser el acto de un hombre, sino el acto deuna colectividad. Es bueno que, si todo el peso de lavenganza legal quiere dejarse caer sobre aquellos a losque complace llamar culpables, todos los obreros de ta-les presidios, de esas siniestras casas, se alcen y diganel porqué de sus actos de una forma clara, de una for-ma precisa, a fin de que no se puedamentir a la opiniónpública.

Las revoluciones están hechas de una serie de rebe-liones. Solo cuando los hombres sepan dirigir sus re-beliones hacia actos fecundos, se producirá una autén-tica revolución en su modo de existir. A la era actualde vida estúpida y miserable podrá suceder una vida

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normal, liberada de todos los gérmenes de embruteci-miento y de muerte.

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La libertad1

Muchos piensan que es una simple querella de pala-bras, una preferencia de términos, la que hace que losunos se declaren libertarios y los otros anarquistas. Yotengo una opinión del todo diferente. Soy anarquistay mantengo la etiqueta no como adorno, sino porquesignifica una filosofía y un método diferentes de losdel libertario.

El libertario, tal como indica la palabra, es un ado-rador de la libertad. Para él, es el comienzo y el finde todas las cosas. Rendir culto a la libertad, inscribirsu nombre en todos los muros, levantarle estatuas queiluminen el mundo, hablar de ella en toda ocasión osin ocasión, declararse libre de movimientos mientrasel determinismo hereditario, atávico y circundante osconvierte en esclavos… he aquí lo que hace el liberta-rio.

1 26 de diciembre de 1907.

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El anarquista, si nos remitimos simplemente a la eti-mología, está contra la autoridad. Exacto. El anarquis-ta no hace de la libertad la causa, sino más bien la fi-nalidad de la evolución de su individualidad. No dice,incluso si se trata del menor de sus gestos, «soy libre»,sino «quiero ser libre». Para él, la libertad no es unaentidad, una cualidad, un bloque que existe o deja deexistir, sino un resultado que se adquiere a medida queadquiere poder. El anarquista no hace de la libertadun derecho anterior a sí mismo, anterior a los hom-bres, sino una ciencia que adquiere, que los hombresadquieren, en el día a día, liberándose de la ignoran-cia, suprimiendo los obstáculos de la tiranía y de lapropiedad.

El hombre no es libre de hacer o dejar de hacer porsu sola voluntad. Aprende a hacer o dejar de hacercuando ha ejercido su juicio, iluminado su ignoranciao destruido los obstáculos que le estorbaban. Así, siemplazásemos a un libertario sin conocimientos mu-sicales ante un piano, ¿sería libre de tocar? ¡No! Notendrá tal libertad hasta que haya aprendido música ypracticado con el instrumento. Es lo que dice el anar-quista. Por eso lucha contra la autoridad que le impidedesarrollar sus aptitudes musicales —si las tuviere— oque posee los pianos. Para tener la libertad de tocar, es

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necesario tener el poder de saber y el poder de tenerun piano a su disposición. La libertad es una fuerza quecada cual debe saber desarrollar en su individualidad;nadie puede concederla.

Cuando la República asume la famosa divisa «liber-tad, igualdad, fraternidad», ¿hace que seamos más li-bres? ¿Que seamos más iguales? ¿Que seamos herma-nos? Nos dice: «sois libres». Son palabras vanas, puesno tenemos el poder de serlo. ¿Y por qué no tenemosese poder? Sobre todo, porque no sabemos adquirir unconocimiento exacto de él. Tomamos los espejismospor la realidad.

En tanto esperemos la libertad de un Estado, de unredentor, de una revolución, no trabajaremos en desa-rrollarla en cada individuo. ¿Qué varita mágica trans-formará a la generación actual, nacida de siglos de ser-vidumbre y de resignación, en una generación de hom-bres que merezcan la libertad porque son lo bastantefuertes como para conquistarla?

Tal transformación vendrá de la conciencia que loshombres tengan de no tener libertad de conciencia, deque la libertad no está en ellos, de que no tienen el de-recho de ser libres, de que no nacen todos libres e igua-les… y de que, sin embargo, es imposible alcanzar la fe-licidad sin la libertad. El día en que posean semejante

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conciencia, estarán dispuestos a todo para conquistarla libertad. Esta es la razón por la que los anarquistasluchan con tanta fuerza contra la corriente libertaria,que toma a la sombra por la presa.

Para adquirir ese poder, es necesario que luchemoscontra dos corrientes que amenazan la conquista denuestra libertad: hay que defenderla contra el otro ycontra uno mismo, contra las fuerzas exteriores y con-tra las fuerzas interiores. Para encaminarnos hacia lalibertad, tenemos que desarrollar nuestra individuali-dad. Cuando digo encaminarnos hacia la libertad quie-ro decir encaminarnos hacia el más completo desarro-llo de nosotros mismos. No somos, pues, libres de to-mar cualquier camino, tenemos que esforzarnos portomar el «buen camino». No somos libres de ceder apasiones desarregladas, estamos obligados a satisfacer-las. No somos libres de ponernos en un estado de ebrie-dad, haciendo perder a nuestra personalidad el uso desu voluntad y sometiéndola a todas las dependencias;digamos, más bien, que sufrimos la tiranía de una pa-sión bajo la que la miseria o el lujo nos han colocado.La auténtica libertad consistiría en ejercer la autoridadsobre dicho hábito para liberarse de la tiranía y de suscorolarios.

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He dicho bien ejercer la autoridad, pues no siento lapasión de la libertad considerada a priori. Yo no soy li-berólatra. Si bien es cierto que quiero adquirir la liber-tad, no la idolatro. No me divierto rehusando el ejer-cicio de autoridad que me hará vender al adversarioque me ataca, ni siquiera rehúso el ejercicio de auto-ridad que me permitirá atacar a mi adversario. Sé quetodo ejercicio de la fuerza es un ejercicio de autoridad.Desearía no tener nunca que emplear la fuerza, la au-toridad contra otros hombres, pero vivo en el siglo XXy no soy libre de la dirección de mis movimientos paraadquirir la libertad.

Así, considero la revolución como un ejercicio deautoridad de algunos sobre algunos otros, la rebeliónindividual como un ejercicio de autoridad de uno sobreotros. Y a pesar de que encuentro tales medios lógicos,quiero determinar exactamente su intención. Los en-cuentro lógicos y estoy dispuesto a cooperar en ellos,cuando ese ejercicio de autoridad temporal tiene comofin destruir una autoridad estable, dar más libertad; losencuentro ilógicos y los bloqueo cuando no tienen co-mo fin más que desplazar a una autoridad. Mediantetales actos, la autoridad aumenta su poder: dispone deaquel que no ha hecho sino cambiar de nombre, másel que se ha desplegado con ocasión de dicho cambio.

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Los libertarios hacen de la libertad un dogma; losanarquistas, un término. Los libertarios piensan queel hombre nace libre y que la sociedad los vuelve es-clavos. Los anarquistas se dan cuenta de que el hom-bre nace en la más completa de las dependencias, enla mayor de las servidumbres, y de que la civilizaciónlo lleva por la senda de la libertad.

Lo que los anarquistas reprochan a la asociación delos hombres —a la sociedad— es que obstruya la sendadespués de haber guiado nuestros primeros pasos porella. La sociedad libera al hombre del hambre, de las fie-bres malignas, de las bestias feroces —evidentemente,no en todos los casos, pero sí en general—, pero lo con-vierte en presa de la miseria, del agotamiento y de losgobernantes. Lo lleva de Caribdis a Escila. Hace esca-par al niño de la autoridad de la naturaleza para po-nerlo bajo la autoridad de los hombres. El anarquistainterviene. No demanda la libertad como un bien quese le ha arrebatado, sino como un bien que se le impideadquirir. Observa la sociedad presente y constata quees un mal instrumento, un mal medio para llevar a losindividuos a su completo desarrollo.

El anarquista ve cómo la sociedad rodea al individuocon un cercado de leyes, con una red de reglamentos,con una atmósfera de moral y de prejuicios, sin hacer

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nada para sacarlo de la noche de la ignorancia. No creeen la religión libertaria —liberal, podría decirse—, peroquiere cada vez más libertad para sí mismo, del mismomodo que quiere un aire más sano para sus pulmones.Entonces se decide a trabajar, por todos los medios,para romper los alambres de ese cercado, la malla deesa red, y se esfuerza por abrir los ventanales del libreexamen.

El deseo del anarquista es poder ejercer sus facul-tades con la mayor intensidad posible. Cuanto másse instruye, cuanta más experiencia adquiere, cuantosmás obstáculos derriba, tanto morales como materia-les, más amplía su campo, más permite la extensión desu individualidad, más se vuelve libre de evolucionary más se encamina hacia la realización de su deseo.

Pero no he de dejarme llevar y debo volver con másexactitud al asunto: el libertario que no tiene el poderde realizar una observación, una crítica cuyo funda-mento reconoce, o que incluso no quiere discutirla, res-ponde: «Soy, desde luego, libre de actuar así». El anar-quista dice: «Creo que tengo razón al actuar así, peroveamos». Y si la crítica realizada se dirige contra unapasión del que no se siente con fuerza para liberarse,añadirá: «Estoy sometido a la esclavitud del atavismoy del hábito». Esta simple constatación no será bené-

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vola. Portará en sí misma una fuerza, acaso para el in-dividuo atacado, pero sin duda para el que la realiza ypara aquellos que estén presentes, menos atacados porla pasión en cuestión.

El anarquista no se engaña en cuanto al dominioconquistado. No dice: «¡Desde luego que soy libre decasarme con mi hija si me place!»; «tengo derecho allevar sombrero de copa si me conviene», porque sabeque tal libertad, tal derecho son un tributo pagado a lamoral del medio, a las convenciones del mundo; sonimpuestas por el exterior en contra de todo querer, detodo determinismo interior del individuo implicado.

De este modo, el anarquista no actúa por modestia,o por espíritu de contradicción, sino porque parte deuna concepción por completo diferente de la del liber-tario. No cree en la libertad innata, sino en la libertadque se ha de adquirir. Y por el hecho de saber que notiene todas las libertades, tiene aun mayor voluntad deadquirir el poder de la libertad.

Las palabras no tienen valor en sí mismas. Tienenun sentido que es necesario conocer bien, precisarbien, con el fin de no dejarse atrapar por su magia. Lagran revolución nos tomó el pelo con su divisa «liber-tad, igualdad, fraternidad»; los libertarios, los liberales,nos han cantado en todos los tonos su laissez faire con

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el estribillo de la libertad de trabajar; los libertarios semienten a sí mismos con su creencia en una libertadpreestablecida y hacen críticas en su honor… Los anar-quistas no deben querer la palabra, sino la cosa. Estánen contra del mando, del gobierno, del poder econó-mico, religioso y moral, pues saben que, cuanto másdisminuyan la autoridad, más aumentarán la libertad.

Hay una relación entre el poder del de y el poder delindividuo. Cuanto más disminuye el primer términode esta relación, más queda disminuida la autoridad,más aumenta la libertad. ¿Qué quiere el anarquista?Conseguir que los dos poderes se equilibren, que el in-dividuo tenga libertad real de movimientos sin obsta-culizar jamás la libertad de movimientos de otro. Elanarquista no quiere invertir la relación para hacerque su libertad se levante sobre la esclavitud de los de-más, pues sabe que la autoridad es mala en sí misma,tanto para quien la sufre como para quien la posee. Pa-ra conocer verdaderamente la libertad, hay que desa-rrollar al hombre hasta hacer que ninguna autoridadtenga posibilidad de ser.

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El trabajo antisocial y losmovimientos útiles1

Existía, hace algunos años, un tal Harduin,2 que em-pleaba todo su espíritu en defender a los ociosos… ¡Lospobres ociosos, los buenos ociosos! Este hombrecito debaratillo reunía todos los lugares comunes, todas lasideas banales expresadas por el ciudadano de a pie, lesimprimía un giro novedoso y enseguida las lanzaba ala cabeza de todos como el nec plus ultra de la origi-nalidad. Junto a la Iglesia, que declara que «los ricosson los depositarios y los administradores de las rique-zas de la tierra, luego deben responder de ellas»; jun-to a Leroy-Beaulieu3 y la economía política, que dicen

1 Texto póstumo, 1909.2 Henri Harduin, colaborador de Temps nouveaux y del Ma-

tin.3 Paul Leroy-Beaulieu (1843-1916). Economista y ensayista

francés. Se licenció en derecho en París y amplió estudios en Bonn

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que «el capital (y los capitalistas) garantiza la rique-za de una nación»; junto a todos los resignados, todoslos pobres, el pueblo entero —diríamos incluso—, queafirman «que tiene que haber, desde luego, ricos parahacer trabajar a los obreros», el señor Harduin canta-ba la epopeya de los ociosos, esos dioses del Olimpocapitalista.

Lo hacía de un modo que puede parecer exagerado,brutal, tocando acaso en demasía la fibra sensible delpueblo, pero el señor Harduin, educado en la escueladel republicanismo burgués y volteriano, sabía todo loque el pueblo puede aguantar, todas las culebras quese le pueden hacer tragar mediante la persuasión, to-do lo que se le puede hacer aceptar mediante el usodel bastón y la violencia. Parece haber ido muy lejos,pero no fue para tanto. Decía en voz alta lo que el ciu-dadano de a pie decía en voz baja: «Si los ociosos noexistiesen, habría que inventarlos. Al no hacer nada,son más útiles que muchos otros que trabajan. No ocu-

y Berlín. De vuelta a su país, se consagra al estudio de las cien-cias económicas y sociales. Fiel a los principios liberales, aunqueinteresado por la llamada cuestión social, pronto se convierte en elprincipal representante de una nueva generación de economistas.En 1874 publica De la colonisation chez les peuples modernes, en laque defiende la expansión colonial del imperio francés.

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pan el puesto de nadie. No son competencia para na-die; no son más que sacos rotos. No tienen necesidadde cometer acciones bajas o deshonestas para ganarsela vida. Esparcen su dinero y fecundan así el trabajo delos otros. Son, en definitiva, los ciudadanos perfectosy forman, por su menguado número, la aristocracia deuna nación. Además todo el mundo envidia su suerte».He aquí lo que decía el señor Prudhomme4-Harduin,dirigiendo la voz de don Pánfilo-Bonachón. No hacíamás que traducir las ideas de muchos.

¿Qué pensar de un hombre que diga «si no hubieraparásitos, habría que inventarlos»? ¡Que está loco! Seha visto, en algunas ocasiones, que los hombres recu-rrían a ciertas especies de animales para destruir a otramás prolífica. Nos servimos, para que un organismoenfermo se restablezca, de ciertos remedios que pro-vocan una perturbación, pero sanan el mal. ¿Se pue-den concebir individuos que apelarían, que bendeci-rían, que cantarían al mal y al sufrimiento?

4 René Armand François Prudhomme, conocido como SullyPrudhomme (1839-1907). Poeta francés al que se concedió el pri-mer Premio Nobel de literatura (1901). Su poesía tardía incorporópreocupaciones de orden científico y filosófico, muy alejadas delsentimentalismo de sus textos juveniles.

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El ocioso, ese parásito de la humanidad, es aceptadopor el pueblo con la resignación de un Benito Labre,5que dejaba que la miseria cubriese su cuerpo en nom-bre de Dios. El pueblo va más lejos: glorifica al ocioso.

Podría continuar con el ejemplo. ¿No dice acaso elsimple: «los piojos son la salud del cuerpo»? De la mis-ma manera, los ociosos son la salud de la sociedad. Laresignación, al igual que la holgazanería, ha llevado alos hombres a la aceptación de la indecencia y el para-sitismo. Por temor al agua y por el esfuerzo del lavado,los hombres llegan a considerar la capa de mugre quelos recubre como el espesor de su propia piel, de laque no podrían desembarazarse sin despellejarse. Portemor al movimiento, por pereza de actuar, los hom-bres llegan a considerar el hecho de ser devorados pornumerosos parásitos como inherente al hecho de viviren sociedad.

El ocioso es semejante a uno de esos dioses a losque los fieles llevaban los mejores productos. La esta-tua, con los brazos cruzados, no suponía competenciaalguna para el trabajo de los hombres, pero no por eso

5 San Benito José Labre (1748-1783). Santo de la Iglesia Cató-lica que, habiendo sido rechazado por diversas órdenes religiosas,acabó llevando una existencia de mendigo y peregrino.

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su culto dejaba de ser una pesada carga para ellos. Losociosos de aquellos tiempos no osaban lucir el títulode tales. Ocultaban su holgazanería detrás de una divi-nidad cualquiera. Los hombres de entonces no habríansido tan tontos como para extraer una parte del frutode su actividad y dársela a holgazanes confesos.

Ahora, el volteriano Harduin y sus amigos han he-cho una divinidad del propio ocioso. No más subterfu-gios. Ese hombre al que veis con los brazos cruzados esun ocioso. Es decir, que no trabaja. No hace esfuerzoalguno. No labora, no siembra, no forja, no teje, no en-seña. A cambio, consume diez, veinte veces más quecualquiera. Su mesa está cubierta con los más finosplatos. Se pone el mismo traje dos o tres veces comomucho. Necesita, haga frío o calor, cincuenta pared dezapatos. Su vivienda es grande, más que la de cien fa-milias juntas.

Es un ocioso. Tiene, como misión social, la de con-sumir. Su cualidad social consiste en no producir. Den-tro de la gran familia humana, es el niño mimado que,en la mesa familiar, coge los mejores platos y los va-cía cuando le place… Cuanto más come—incluso hastallegar a la indigestión—, más útil resulta a sus herma-nos, los cuales compartirán después las migajas tengaa bien dejarles.

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El ocioso da, al venir al mundo entre mantillas bor-dadas, una prueba de inteligencia sin par y excita la ad-miración «del ciudadano cuya inteligencia es tan pocosuperior a la del caballo que ha de penar durante diezhoras con el fin de ganar tres francos».

El ocioso no le quita el puesto a nadie para trabajar;a cambio, quita el puesto a varios para consumir. Nisiquiera es el obrero de la hora undécima,6 al que lascircunstancias han podido apartar de la labor; es, siste-máticamente, el obrero de la duodécima, el obrero delalmuerzo. Se alaba su cualidad de no ser competenciapara nadie a la hora de la producción. Y estoy de acuer-do. Pero convendría en alabarle aúnmás, en imponerle

6 Referencia a la parábola evangélica de igual nombre. La pa-rábola de los obreros de la hora undécima se encuentra en el Evan-gelio según Mateo, Cáp. 20, versículos 1 a 16, y pertenece a las en-señanzas de Jesús en Judea, antes de su entrada en Jerusalén. Lostales obreros son aquellos que llegan al final de la jornada y, sinembargo, cobran el mismo jornal que los que trabajaron durantetodo el día. Cuando estos últimos pretenden hacer ver al dueño dela viña la injusticia de semejante proceder, el dueño les responde:«Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conviniste con-migo en un denario? Toma lo tuyo y vete; quiero dar a este últimolo mismo que a ti. ¿No puedo hacer yo con lo mío lo que quiero?¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últi-mos serán primeros y los primeros últimos».

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incluso, la cualidad de no ser competidor a la hora delconsumo.

Prudhomme-Harduin declara —en nombre del po-pulacho de resignados— que «el ocioso no tiene ne-cesidad de cometer acciones bajas o semi-deshonestaspara asegurar su existencia». ¡Vaya cualidad! Tampo-co se tizna el rostro, tampoco tiene callos en las pal-mas de las manos. Teniendo su existencia garantizadano se sabe gracias a qué toque de varita mágica y biensabemos gracias a qué aceptación por parte de todos,no necesita de turbias maquinaciones para mantener-se. No se mancha ni se curte las manos, pues no hacenunca otro esfuerzo que el de digerir. Cuando Prud-homme habla así, habla una vez más como todos. ¡Res-peta las manos blancas, las uñas largas, las concienciassin mácula! Bien estaría que contemplase a los ociososmundanos seguir su código de honor (⁉) a través de lasmil dificultades de la existencia.

Pero, entonces, ¿qué es lo que hace el ocioso? Po-ne su dinero en circulación. Pues no es ocioso quienquiere. Una de los principales rasgos del ocioso oficiales tener dinero. Para llegar a dicha posición, a tal aris-tocracia, no hay necesidad de cualidades naturales; espreciso, simplemente, un capital determinado. El ca-

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pital es un billete para el viaje de la vida que nuncacaduca.

El ocioso sin dinero se llama holgazán, vagabundo,mendigo o macarra. Tiene una cualidad; la de no sercompetencia; pero carece, sin embargo, de la de ser unsaco roto. No comparte el esfuerzo, sea; más tampococonsumo, o tan poco que ni siquiera vale la pena ha-blar de ello. Apenas utiliza para su servicio el trabajode otro hombre. El ocioso auténtico, de buena marca,hace trabajar para él a una veintena, a un centenar depersonas, y ahí se encuentra su cualidad. Produce pocoo nada, consume mucho.

¿No está aquí la razón del gran odio que se sientecontra el avaro? No produce y se le perdona, pero tam-poco consume; hete aquí su gran crimen. No pide al za-patero los zapatos que no calza, al pastelero tartas quese echarán a perder. Se contenta con llevar una vidamediocre. ¡El ocioso tiene que consumir! Si el ociosono tiene brazos, que al menos posea una enorme boca-za para zampar, un estómago para digerir.

Así pues, el ocioso tiene dinero y lo esparce. El di-nero que posee tiene un valor incontestable y acepta-do por todos. Al intercambiarlo, tiene derecho a todoslos respetos. Pero —diréis— no puede intercambiarloy seguir teniéndolo aún. ¡Pues sí! El ocioso ve cómo

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se cumple para él este asombroso milagro. Da dine-ro a cambio de felicidad. Se queda con la felicidad ytambién con el dinero. El cofre que lo guarda no seagota jamás. Si el nivel de oro baja en alguna ocasión,el productor aporta el dinero que ha recibido. Entregasus rentas, paga alquileres al ocioso, al que su indus-tria nutre, aloja y viste. El ocioso no da nada, no dajamás, ¡siempre recibe! Consume, derrocha, despilfa-rra; y cuanto más despilfarra, más méritos hace a losojos del ciudadano de a pie.

A lo largo de los siglos han desfilado muchas aris-tocracias. Se vio a la aristocracia de los intelectualesen Atenas, la aristocracia de los fuertes y hermosos enEsparta, la aristocracia de los sacerdotes en Jerusalén,la aristocracia de los guerreros en la Europa medieval;hoy en día vemos, sin velos ni hipocresía, a la aristo-cracia de las bocazas, de los estómagos y los vientres,a la aristocracia de los ociosos. El ocioso no posee cier-ta riqueza que la humanidad le compra a alto precio;no es el más hermoso, el más fuerte, el más instruido,el más valeroso; es aquel que consume y esto le bastapara ser el amo de quienes producen.

El ocioso es el peso muerto con el que penosamen-te carga la evolución humana en su marcha hacia de-lante. No solo él mismo no hace esfuerzo alguno, sino

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que paraliza, en su provecho, el esfuerzo de los demáshombres. Del zapatero al sabio y del artista al minero,todos los trabajadores penan para procurar el mayorgoce a la aristocracia de los ociosos.

¿Por qué anomalía se ha convertido la sociedad enuna asociación de individuos que han tomado como finasegurar la felicidad de una décima parte de ellos, conlos cuales no tienen ninguna afinidad y por los cualesno siente ningún amor? ¿Quién podría responder?

Lo que ha sido, lo que es, ¿debe seguir siempre sien-do? ¿Durará la aristocracia de los ociosos? ¿No se pre-senta ante los ojos de los hombres la mentira de la uti-lidad de los parásitos?

Hay que destruir la famosa leyenda, la fábula delos miembros y del estómago. Si los ociosos, los ricos,son solo estómagos, no son, en todo caso, el estómagoque asimila el alimento con el fin de llevarlo hasta losmiembros. Los ociosos tienen como misión no ser úti-les. Son animales de lujo que la humanidad comete latontería de mantener en su detrimento. […]

La felicidad individual y la felicidad colectiva estánhechas de la acumulación de fuerza, la cual conlleva laabundancia de cosas útiles y disminuye, en consecuen-cia, el esfuerzo necesario para adquirirlas. La libertad

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no es otra cosa que un poder. Cuanto más fuerte esuno, más libre es. Hay que hacerse fuerte, pues. Perono es posible que el hombre se haga fuerte sin el con-curso de los hombres. Hay, pues, que asociarse conellos. Hay que persuadirse de que el trabajo de cadauno es provechoso a todos y para siempre.

El objetivo principal del hombre debe hallarse en laproducción y la conservación de las cosas indispensa-bles para la vida. Y si tal objetivo hubiese sido, a lo lar-go de los tiempos, la preocupación de la humanidad, lariqueza de las generaciones presentes sería tan grandeque el comunismo se impondría a todas ellas debido alpoco valor de los objetos necesarios para el consumohumano. ¿Qué hacer, entonces?

El hombre que vive consume; es decir, destruye cier-ta cantidad de materias asimilables. Se convierte en unpeligro para los demás hombres si no hace recuperar ala sociedad, del modo que sea, produciendo para repa-rar, ya intelectualmente, ya manualmente, el consumoque acaba de realizar.

El hombre ocioso o productos de inutilidades escomparable a un foco de incendio. No solamente que-ma, despilfarra la materia que toma del «dominio» desus contemporáneos, del dominio de los hombres demañana, sino que llega a perecer por falta de alimen-

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tos, pues jamás piensa en reformar un nuevo campopara el consumo.

Es un individuo peligroso. Toda la perturbación so-cial procede del hecho de que los hombres no han sa-bido interesarse por la producción y la conservaciónde fuentes alimentarias con capacidad para satisfacerel consumo.

Incluso cuando el hombre se ocupa tan solo de adap-tarse intelectualmente, se convierte en un peligro paralos demás y para sí mismo; se convierte en un «dege-nerado», podríamos decir, porque descuida las adapta-ciones «físicas» en el momento mismo en el que mul-tiplica sus necesidades.

En el momento en el que sus nuevos gustos le obli-gan a consumir más, en el que tiene necesidad de lite-ratura, de música, de arte, de apartamentos más vastos,cesa de producir, incluso objetos de primera necesidad,y demanda de los demás hombres que produzcan, parasu satisfacción, objetos de lujo.

Los hombres que consienten en producir esos obje-tos de lujo demandan, a su vez, de otros hombres queproduzcan para su consumo objetos de primera nece-sidad. Llega un momento en el que un puñado de hom-bres satisface las auténticas necesidades de la humani-dad.

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De aquí se sigue una doble corriente de degenera-ción. La primera golpea a aquellos que no saben asimi-lar la materia a sus necesidades y que no podrían pa-sarse del concurso de los demás hombres, ociosos, peo-res que los enfermos privados del uso de los miembrosesenciales del cuerpo; la segunda ataca a quienes el ex-ceso de trabajo físico vuelve inaptos para todo trabajointelectual al tiempo que desgasta prematuramente suorganismo.

Aquellos que no producen, del mismo modo queaquellos que producen mal o inútilmente y aquellosque producen demasiado, son obstáculos al desarrollonormal de los hombres. Son nocivos, hay que prevenir-se contra ellos.

Los sabios ya se preocuparon de la cuestión de los se-res nocivos, de los degenerados, pero abandonaron vo-luntariamente la cuestión a mitad de camino, no que-riendo aplicar la lógica más que a cierta parte de la hu-manidad. El ocioso rico no era un degenerado en lasmismas condiciones que el holgazán pobre; y el quese alcoholizaba con vitriolo se transformaba en un sernocivo, peligroso de forma muy diferente que el noctí-vago distinguido que frecuenta los cabarés de noche.

Nosotros, sin embargo, podemos llevar nuestro pen-samiento hasta el final: el objetivo es apropiarse de la

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riqueza total del globo terrestre con vistas al interés delos hombres, utilizando lo mejor posible tanto la mate-ria terrestre como el esfuerzo humano. Todo hombreque quiera siempre recibir sin dar jamás es un obstácu-lo para su prójimo. Cualquiera que sea la razón, yase le llame «criminal», «decadente», «capitalista», esuna traba para la felicidad de los demás hombres, pueses improductivo, sea porque no emplea su fuerza, seaporque la emplea mal.

El burgués que consume sin producir nada jamás noes mayor peligro que el obrero que consume sin pro-ducir nada útil. El capitalista que amontona accionesunas sobre otras debe ser destruido de la misma mane-ra que el empleado de metro que hace agujeros en elcartón durante toda la jornada. A fin de cuentas, ¿notiene el obrero, auténtico productor, que alimentarlos,vestirlos, alojarlos y satisfacer sus necesidades?

Todo hombre improductivo debe ser destruido sinodio y sin cólera, como se destruye a las chinches a losparásitos. Digamos que este trabajo de destrucción es,actualmente, un trabajo de primera necesidad como elincendio que quema las zarzas del campo inculto conel fin de permitir la siembra de trigo fecundo.

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Paramantener el actual estado de cosas, para colmarel consumo de la población que habita este hexágonoirregular llamado Francia —es evidente que esta críticapuede adaptarse a cualquier país—, una gran parte deesa población trabaja: los hombres, una media de oncehoras por día: las mujeres, una media de diez horas.Así lo establecen las leyes.

Pero nadie ignora que tales medias no son más queun mínimo y que estadísticas hechas con todas las ga-rantías darían una media de catorce a quince horas detrabajo tanto para los hombres como para las mujeres.Durante esas horas de trabajo, en la mayoría de loscasos, el obrero despliega una atención continua, unaenergía intensiva, ya sea controlando el motor mecá-nico, ya sea intentado vencer a la posible competencia.Por todo el país se preocupan de disminuir de formaefectiva la duración de la permanencia en el puesto detrabajo, y también la atención intensiva y deprimenteempleada durante dicha permanencia.

Los obreros se han sindicado: es decir, se han reuni-do en corporaciones de oficio, o más o menos, y hanafrontado el problema, cada uno desde su particularpunto de vista. Han dejado a la puerta su mentalidad,sus desiderata de hombre, para asumir la del pintor derótulos o la del revisor de metro. Los diferentes sindi-

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catos se han agrupado, por similitud de oficios, en fe-deraciones, adquiriendo así un nuevo interés especial,sin por ello perder nada de su ya señalada condición.Tales federaciones forman la Confederación del Tra-bajo. Esta última ha de tener en cuenta y respetar losintereses federativos y, más allá de estos, los interesesde los sindicatos.

La Confederación General del Trabajo se declara au-torizada para resolver los apasionantes problemas delos que hablábamos hace unmomento: disminución dela duración del trabajo, disminución de la intensidadde dicho trabajo.

Veamos los primeros actos de la CGT con vistas aacelerar la solución de tal problema económico. Pordecreto fechado en… se ha decidido que los obrerosno trabajarán más de ocho horas a partir del 1 de ma-yo de 1906. La cifra queda fijada: no son ocho horasy cuarto ni siete horas y tres cuartos, son ocho horasexactas. Nada ha cambiado desde 1848 en la economíasocial; son ocho horas ahora de la misma manera que

7 Sistema de organización de los horarios que consiste enla rotación de tres equipos durante ocho horas consecutivas conel fin de asegurar el funcionamiento continuo del mismo puestode trabajo durante toda la jornada, con excepción de los fines desemana.

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hace sesenta años. Sin detenernos en el fetichismo dela fecha del 1 de mayo, con todo, tan poco regocijantey tan ridícula para los obreros, ni en la reflexión socia-lista sobre el 3 x 8,7 examinemos de qué forma la CGTpretende llegar a la buena solución.

Para empezar, pone en marcha una campaña de pro-paganda con el fin de inducir a la opinión a mostrarsefavorable a la jornada de ocho horas. Carteles, mura-les, adhesivos afirman que el obrero no deberá traba-jar más que ese lapso de tiempo a partir del 1 de mayode 1906. Y esto, evidentemente, conservando el mismosalario mínimo recibido por diez horas.

Hablaremos solo a título indicativo del lenguaje tanespecial empleado en carteles y murales… Es el mis-mo, palabra más, palabra menos, que el empleado porlos del cuarenta y ocho, los republicanos, los socialis-tas… y «el proletariado entero» roza «la liberación dela clase obrera».

Concentrémonos en conocer los medios que quie-re emplear, después de que la propaganda haya dadosus frutos, en la ejecución de tal croquis social. Si losindividuos vinculados a una labor cualquiera durantediez horas (oficial), doce, catorce horas (realidad), notrabajan más que ocho horas, dicha labor necesitará 1/5 (oficial), 1/4, 1/3 incluso (realidad) de mano de obra

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de más, o bien la intensidad de su trabajo aumentará1/5, 1/4, 1/3, según las circunstancias. ¿El número deparados es lo bastante grande como para reemplazar aesa mano de obra? Es bien evidente que no.

En tal caso, la intensidad de la labor durante la pre-sencia en el puesto de trabajo aumentará y la otra caradel problema quedará irresuelta. ¡Los obreros podránrecibir el mismo salario por ocho horas que por diezhoras! Pero ¿quién ignora que el salario es la relaciónque marca las necesidades inmediatas del obrero? Elvalor del salario no existe en sí mismo, sino en la ca-pacidad que otorga para comprar objetos de consumo.Si el precio de coste de dichos objetos aumenta, cier-tamente aumentará el precio de venta y, con la mismasuma de dinero, se obtendrán menos productos. Casihabría que llegar a pedir, junto a la reducción de las ho-ras de trabajo, en el caso de que nueva mano de obraviniese a añadirse a la primera, un aumento de salariospara poder vivir tan bien como se hacía antes.

Queda claro que, por el momento, nos situamos enla relatividad de la organización actual. Consideramosque la vía seguida por la CGT es impracticable; y deci-mosmás: la CGT no puede resolver tales problemas; es,por su propia esencia, incompetente en la materia. Los

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medios que se han de emplear acarrean su inmediatadisolución. ¿Por qué?

La CGT es una asociación de federaciones. Las fe-deraciones son asociaciones de sindicatos. Los sindi-catos son asociaciones de obreros del mismo oficio. LaCGT debe, pues, respetar y favorecer los intereses deciertos hombres en tanto que obreros de cierto oficio.Ahora bien, el problema de la disminución del traba-jo no puede resolverse más que mediante la supresióndel trabajo inútil y mediante la conducción de tales es-fuerzos hacia el trabajo útil. Para esto, un gran númerode corporaciones de oficios debería desaparecer.

Sin entrar en una nomenclatura demasiado largade los oficios que clasificamos como útiles, y de aque-llos que clasificamos como inútiles, podemos decir queson útiles todos los oficios que ayudan al desarrollo denuestros sentidos, a la satisfacción de nuestras necesi-dades. Pintar reclamos, rótulos, fabricar contadores degas, imprimir billetes de banco, etc. nos parecen traba-jos inútiles.

Todos estos oficios son, por otra parte, la consecuen-cia directa o indirecta de la desigualdad económica, esdecir, de la propiedad individual, que tienen como finsalvaguardar o legitimar. Ya no tendrían razón de seren una sociedad de hombres liberados.

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En consecuencia, no más armeros, no más fabrican-tes de contadores, no más impresores de billetes debanco, nomásmonederos (auténticos o falsos), nomásrevisores de metro.

Muchas de estas corporaciones, cuyo trabajo es inú-til, tienen su puesto en la CGT. ¿Va a decidir esta sudesaparición? No puede.

Admitiendo por un instante la utilidad de las agru-paciones federativas de oficio del tipo de la CGT, lle-gamos a concluir que, lógicamente, la CGT debería di-solverse y reformarse sobre nuevas bases si quisierapoder hacer un trabajo económico de alguna enverga-dura.

No aceptaría, entonces, más que representar a lascorporaciones de oficio que tuviesen una utilidad evi-dente. Convocaría a todos los hombres que deseasentrabajar útilmente. No se ocuparía, como ahora, de aso-ciar al mayor número de obreros, sino al mayor núme-ro de hombre útiles.

Para disminuir la parte de trabajo de cada uno, hayque disminuir el trabajo global. También se puedeaumentar el número de aquellos que comparten di-cho trabajo. Todos nuestros esfuerzos deben dirigirse,pues, hacia ese fin. […]

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Los hombres actuales, por muy avanzados que sean,reclaman dos cosas: trabajo y dinero. No demandan,no toman pan, ropas, libros: quieren trabajo, dinero.No se preocupan jamás por saber si el trabajo que eje-cutan les aportará a ellos, a sus próximos, a los hom-bres, una mejora en las condiciones de vida. Trabajan.Les complace trabajar por trabajar. Realizan gestos deloco con la misma serenidad que gestos razonables. Yel revisor de metro pone al perforar un pedazo de car-tón el mismo énfasis que podría poner al realizar el«gesto augusto del sembrador».

Pero, lejos de intentar disminuir el trabajo inútil, elhombre, al contrario, frena cualquier movimiento ten-dente a dicho fin. Cuando se quiso mostrar al obreroque el maquinismo no le era hostil, no se le dijo: «dis-minuye tu esfuerzo, te sustituye en la dura labor», sinomás bien: «aumentará la suma total de trabajo, impul-sará el falso consumo». ¡Y la máquina en cuya confec-ción han trabajado centenares de hombres diez o docehoras por día y que servirá para distribuir pastillas dechocolate o fichas de teléfono se considera como algobueno porque da trabajo al obrero! La clase poseedo-ra, por su parte, piensa que es una de las buenas víasde escape por las que se va el esfuerzo humano. Ca-da vez que la ciencia, al desarrollar la mentalidad de

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los hombres, va a suprimir algunos gestos inútiles, loshombres en tanto que obreros, en tanto que trabajado-res, se interponen. Su sindicato, su federación vienenal rescate.

El viejo que duerme en el Elíseo había visto todo elridículo, todo el servilismo del acto que consiste en en-viar un pedazo de cartón sobre el cual, previamente, sehabía hecho inscribir nombre, apellidos y títulos. Mu-chas otras altas personalidades se quejaron con él. Latarjeta de visita iba a ser suprimida. Era un esfuerzoinútil menos, sin contar todas las demás ventajas indi-viduales. Inmediatamente, el Sindicato de Tipógrafos,la Federación Francesa de Trabajadores del Libro seagitaron y, después de muchas idas y venidas, el viejoconsintió en dejarse sepultar por todos aquellos cua-draditos de palpable cortesía.

Sería interesante citar pormenorizadamente los«considerandos» obreros. No se le ocurrió a la CGTdecir: «No es cierto que, porque ya no se impriman tar-jetas de visita, porque se fabriquen menos imprentasMagand, todo aquello que consumían los hombres queimprimían o fabricaban tales objetos quede fuera de lacirculación económica; luego dichos hombres, sin ries-go alguno para los demás, pueden continuar viviendocomo anteriormente».

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Ocurrió también que, en una ocasión, la autoridadgubernamental constató que había suficientes armasen los almacenes del Estado y cesó a una parte de losobreros de la fábrica de Saint-Étienne. El diputado dela circunscripción, un tal Aristide Briand, hizo oír suvoz en nombre de «aquellos trabajadores injustamen-te sacrificados», y se les readmitió para hacer fusiles,sables, etc. ¡Trabajo útil! (Ya se ha visto en Limoges yen Villeneuve-Saint-Georges).

No mostramos aquí más que reformas oficiales. Po-dríamos citar el orden del día en la Cámara de Dipu-tados presentado por el señor Jules Coutant, socialis-ta, en compañía del señor marqués de Dion,8 de Geor-ges Berry9 y de otras gentes igualmente chic. En nom-bre de la clase obrera, de esos mecánicos cuyo trabajo,al parecer, conoce por propia experiencia, el diputadoobrero propone la puesta en marcha de una Exposi-

8 Albert Dion (1856-1946). Pionero de la industria automo-vilística francesa. Junto a Georges Bouton y Charles Trépardoux,creó, en el año 1883, la sociedad de automóviles De Dion-Bouton.

9 Georges Berry (1855-1915). Diputado por el Sena desde1893 hasta 1915, doctor en Derecho y abogado. Era un monárqui-co que se definía a sí mismo como «republicano asociado». Lle-vó a cabo encuestas sobre la pauperización y presidió diversas so-ciedades de beneficencia. En 1905, se opuso a la separación de lasiglesias y el Estado.

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ción de los Deportes. Este hombre, que defiende losintereses de quienes habitan viviendas insalubres, querepresenta a una parte de esa población privada de airey de luz, habla de construir palacios que se destruiránpasado un año con el fin de ocupar al trabajador. Elinternacionalista habla además de la competencia ex-tranjera y del desarrollo de la industria francesa. ¡Hayque dar trabajo al obrero! Y aún se oye el grito de losdel cuarenta y ocho: ¡trabajo!

Ninguna organización económica o parlamentariaha emprendido el verdadero camino para asegurar ladisminución del esfuerzo humano. Ni siquiera la jor-nada de ocho horas es una tentativa de disminuciónde dicho esfuerzo, sino más bien una tentativa de sugeneralización.

La CGT, al reemprender una campaña, no se desem-baraza en absoluto de los errores del pasado. Sigue laruta marcada por los políticos y los sentimentales. Nopuede resolver la cuestión de las ocho horas o, por de-cirlo más exactamente, la cuestión de la disminuciónde la duración diaria del esfuerzo humano, más queamputándose a sí misma. Las tres cuartas partes de losoficios que tienen oficina en las Bolsas de Trabajo sonoficios inútiles, que sirven para mantener la organiza-

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ción actual. Si esta última es mala, no queda sino diri-gir el esfuerzo contra ella.

¿Qué pensar de un médico que dejase que un hom-bre absorbiese un veneno que trastorna su organismo,no haciendo más que reducir la dosis? Que tal médicotiene necesidad de clientes. La CGT solo quiere tocarla organización actual con manos delicadas: en su su-perficie: sin atacar jamás al principio de explotacióndel hombre, se dedica a discutir los detalles. Y obtienereformas legales, como la de las oficinas de colocación,cuyo ridículo e imbecilidad se hacen visibles tan pron-to se ponen en práctica. ¿Qué pensar sino que la CGTtiene necesidad de clientes?

Disminuir la jornada de trabajo no es una reforma,es un descalabro social; las academias doctrinales, loscuerpos legalmente organizados no tienen nada quehacer en esta ocasión. Es asunto de la ciencia y de losfuertes meter el hacha entre los oficios que hay quepodar, en lugar de dejar a los imbéciles dar mandoblesa diestra y siniestra.

¿Por qué trabajan los hombres (y lo mismo los de-más seres, evidentemente)? ¿Con qué fin? La respuestaes simple. Si el hombre frotaba dos pedazos de maderaentre sí durante largo tiempo, si tallaba el sílex, si lo

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desgastaba contra el suelo durante horas, era para ob-tener fuego, para obtener un arma o, más bien, un útil.Si derribaba árboles, era para construirse una choza; sitejía fibras vegetales, era para componerse vestidos oredes. Todos esos gestos eran gestos útiles.

Cuando la simplicidad de sus gustos, y también elhorizonte necesariamente limitado de sus deseos, leprocuraron tiempo libre, como consecuencia de su des-treza y de los medios descubiertos por él mismo y sussemejantes, el hombre consideró bueno realizar ges-tos cuya utilidad no era evidente, pero que le produ-cían una cantidad de placeres que no se le antojabandespreciables. Dio a la piedra formas que le parecie-ron agradables; trazó sobre la madera imágenes que lehabían chocado.

De cualquier modo, los gestos que hacía, imprescin-dibles para satisfacer sus necesidades inmediatas o pa-ra sus placeres, eran gestos a los que no negaba la uti-lidad; y por otro lado, le estaba permitido no realizarlos de segundo orden.

No me propongo describir por qué fases el hombrede entonces, que trabajaba el cuerno de reno volunta-riamente, para su placer, pasó hasta llegar al hombrede hoy, que trabaja el marfil a la fuerza, para el placerde otro.

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Para millares de hombres, los gestos agradables, he-chos voluntariamente, se han convertido en un «ofi-cio» sin el cual no pueden vivir. Los gestos que ser-vían para embellecer su medio se transforman en lacondición inevitable de sus vidas. Los gestos que ha-cían para agudizar sus sentidos no hacen actualmentemás que debilitarlos, desgastarlos prematuramente.

Los demás hombres se encuentran entonces en laobligación de hacer los gestos necesarios para mante-ner la vida social, y desgastan su fuerza en esos mis-mos gestos. Trabajan para aquellos que hacen de losgestos agradables su «oficio», para aquellos que vivenen la inactividad absoluta como consecuencia de unmalentendido social.

Aquellos que no trabajan, aberración completa, ex-traordinaria, hacen controlar en su provecho el trabajoútil o agradable de los otros. Y este servicio de con-trol aumenta el número de gentes que no hacen traba-jo útil alguno, ni tampoco agradable. En consecuencia,aumenta la parte de labor de los demás.

Por mucho que el cerebro realice un trabajo perpe-tuo con vistas amejorar la labor del cuerpo, pormuchoque realice constantes descubrimientos, constantes in-venciones, el resultado es casi nulo, pues el número de

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intermediarios, de controladores, de inútiles aumentaen la misma proporción.

Una suerte de locura acaba por adueñarse del mun-do. Llegamos a preferir los gestos agradables sobre losgestos de primera utilidad, e incluso los gestos pura-mente inútiles. Al punto de que quien no tiene quécomer, o muy poco, mandará hacer tarjetas de visitaen papel bristol. Al punto de que quien no tenga ca-misa llevará falsos cuellos de una blancura impecable.¡Cuántas estupideces engendradas por los prejuiciosde la imbécil vanidad de los individuos!

Como consecuencia de una fuerza puramente ficti-cia, uno emplea sus cualidades a tontas y a locas. Cier-tos hombres, cuyos hogares son negros y sucios, pin-tarán fachadas con pinturas Ripolin; otros, cuyos hijosno pueden ir a la escuela, compondrán o imprimiránprospectos o menús de gala; otros aun tejerán maravi-llosos cortinajes, en tanto sus esposas en el hogar nisiquiera tienen una falda cálida que ponerse sobre elpreñado vientre.

El hombre ha olvidado que, primitivamente, realiza-ba gestos de trabajo, en primer lugar, para vivir y, acontinuación, para sentirse agradablemente.

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En un estudio sobre el trabajo, no podría silenciar-se el problema del maquinismo. ¿Ha sido la máquinaútil al hombre? ¿Ha disminuido su esfuerzo, permitién-dole el desarrollo de sus facultades? Si se toman estascuestiones al pie de la letra se puede responder simple-mente «no» a ambas dos.

Puede parecer, es incluso verdad, que el empleo dela máquina ha disminuido el esfuerzo en duración y encantidad, pero se puede también afirmar que ha sido demanera ficticia.

La máquina, que trabaja con una mayor rapidez, re-duce la permanencia en el taller; pero no permite lasparadas, el descanso, los garbeos, y aumenta la dura-ción efectiva del esfuerzo.

La máquina ya no deja realizar al hombre que la lle-va —la lengua tiene sus ironías— más que unos pocosmovimientos, siempre los mismos. En ningún momen-to le exige ingenio, reflexión, iniciativa. Su cerebro semantiene inactivo. La repetición de los mismos gestosacarrea la fatiga de los mismos órganos y lleva a unalasitud, a una fatiga, que envenenan todo el organismohumano.

Además, la monotonía de los gestos lleva a un te-dio que duplica, que triplica la fatiga producida. Si elplacer es uno de los factores de la digestión, se puede

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decir también que es uno de los mejores factores dela producción. Aumenta la calidad de la energía ofre-cida, al tiempo que disminuye la cantidad del esfuerzoexigido.

Pasaré rápidamente, a título de inventario, sobreotros perjuicios que pueden reprocharse al maquinis-mo: la arrogancia patronal provocada por la facilidadde reemplazar la mano de obra; el paro derivado dela sobreproducción de la máquina; el empleo de niños,vista la simplicidad de los gestos que hay que llevar acabo; la movilidad que ocasiona en la vida de los obre-ros debido a la facilidad de su desplazamiento, etc.

Examinado lo anterior, ¿podemos decir que hemosencontrado inconvenientes inherentes a la máquinamisma? Se puede asegurar que no. No es sino la formade servirse de la máquina la que está aquí en cuestión,no es sino la organización del maquinismo la que re-sulta defectuosa. Es la forma de hacerla producir y laforma de hacer circular aquello que produce las queson malas.

Los hombres la emprenden contra la máquina co-mo el niño que se corta la emprende contra el cuchillo:ambos dos deberían emprenderla contra su torpeza, suignorancia o su debilidad. La razón está en que, des-pués de haberla construido de arriba abajo, dejan la

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dirección de su rendimiento a ciertos individuos queles hacen creer que el oro y la plata sirven para engra-sar la máquina, que la máquina no es provechosa másque para algunos.

El maquinista no se fatiga por conducir la máquinade metro: no es un esfuerzo por encima de su potenciamuscular, ni por encima de la atención de sus senti-dos. Se fatiga por conducirla durante demasiado tiem-po, por repetir los mismos gestos demasiado amenudo.Que ponga en su lugar al perforador de cartones, o alrecaudador de arandelas de cobre o al revisor que sepasea. Yo iría aún más lejos y citaría a otros, aparte deestos inútiles: ¿por qué no podría coger él la escobapara sanear los pasillos o verificar las horas de salidade los trenes para evitar accidentes, mientras que losque hacen estos trabajos se ocuparían sucesivamentede la palanca?

¿Por qué? No a causa de la máquina, sino a causa dela mala organización que preside el empleo de dichamáquina. ¿Cómo, entonces, habiendo tantos hombresque quisieran consagrar sus esfuerzos a labores útiles,no se ve aumentar la instrucción técnica que les per-mitiría el empleo de facultades que ahora permaneceninactivas? ¿El envenenamiento, como consecuencia dela fatiga, de los músculos y los nervios de un hombre

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no es, sin más, una pérdida para el conjunto de loshombres al completo? ¿No hay que intentar poner re-medio a la repetición y la duración de los gestos quelo provocan?

No se le ocurriría a nadie responder negativamentesi todos los hombres estuviesen organizados para obte-ner el máximo de producción con el mínimo de esfuer-zos. Pero, ironía, los hombres se han organizado paraobtener el máximo de placer para algunos de ellos acosta del esfuerzo de todos los demás. Sin embargo, esa aquellos a los que se confía la dirección del trabajo.Por eso es forzosamente mala: la buena organizaciónde la labor humana no es algo que pudiera interesarles.

La máquina es el temible medio que sirve para enca-denar aún más a los hombres. Cuando así lo quieran,será la temible arma que someta la naturaleza a susdeseos. Pero para eso, es preciso examinar la gran má-quina social, desembarazarla con cuidado de todos lospesos muertos, de todos los engranajes inútiles, y arro-jar a la fundición todos los viejos restos que no sirvanmás que para entorpecer su marcha. Entonces podránlos hombres pensar útilmente en hacer de la máquinasu más poderosa auxiliar.

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El trabajo antisocial, en sí mismo desastroso, aca-rrea consecuencias todavía más graves.

Los hombres se pasan las tres cuartas partes de susvidas adelantando la llegada de la muerte. La muertees la gran preocupación de los vivos; ya se preparenpara darla, ya fabriquen instrumentos para producirla,ya se consagren a su culto o cultiven y mantengan sudominio.

Los hombres realizan gestos de muerte. Es una ob-sesión trágica. Pero, en ciertos momentos, la obsesiónse convierte en aterradora. La población entera pare-ce moverse, vivir para elegir a los sacerdotes que seconsagran al culto de la muerte. La hora de partidadel reemplazo es, entre todas, la hora del sacrificio a laenfermedad, a la inacción, a la muerte.

Todos los años, individuos en la flor de la edad aban-donan un trabajo de vida para comenzar un trabajo demuerte. Se ganan el alimento, la vestimenta, el aloja-miento, trabajan a su gusto; consagran sus fuerzas, suingenio, sus aptitudes a recuperar, junto a otros hom-bres, lo que consume el mantenimiento de su organis-mo. Después, de repente, sin que ningún motivo dedescanso aparente semanifieste, detienen su actividad,salen de la vida. Comienzan a practicar la pereza, en-tran en la muerte.

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Servían a su propia individualidad, servían a la so-ciedad… ahora van a servir a la patria.

Servían a algo tangible, a un individuo, a una aso-ciación de individuos de la que formaban parte; van aservir a una entidad, a una asociación de entidades dela que los hombres no podrían jamás formar parte.

Mientras los hombres no consagran apenas, o noconsagran en absoluto, una parte de si mismos a ga-rantizar la vitalidad del organismo de los niños (que,transformados en hombres, asegurarán la vitalidad delsuyo), del organismo de los enfermos (penosa situa-ción en la que podrían encontrarse ellos mismos), delorganismo de los ancianos (condición en la que se en-contrará casi con completa seguridad el suyo propio),mientras, digo, que los hombres no garantizan la vitali-dad del organismo de niños, enfermos, ancianos, deci-den garantizar la vitalidad del organismo de hombresque se encuentran entre los más sanos y fuertes. Deci-den amasar su pan, tejer su ropa, construir su casa.

¡Qué aberración!Pero cuando se complica, cuando se convierte en

más extraordinaria la aberración de los primeros indi-viduos, y también la de los segundos, es en el momentoen el que los unos, no contentos con no llevar ya a ca-bo actos de vida, se ejercitan en actos de muerte, y los

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otros, no contentos con trabajar para la existencia deperezosos aficionados, se ponen a trabajar para fabri-carles juguetitos asesinos, cañones, fusiles, sables.

Así, ciertos individuos consienten en dejar inactivosy alimentar en su inactividad a cantidad de otros indi-viduos, y, de añadidura, al tiempo que la sociedad lesobliga a realizar un trabajo manual extenuante, fabri-can, para divertir a tales perezosos, complicadas má-quinas cuya construcción les exige un esfuerzo consi-derable.

Al mismo tiempo que los hombres se sirven toda-vía de barcos de pesca muy rudimentarios, construyenenormes acorazados cuya utilidad es hacer la guerra,cuyo fin es matar; al mismo tiempo que los hombres seahogan diariamente en cualquier costa sin que existaaparato alguno para salvarlos, construyen maravillo-sos submarinos cuya función es destruir en un minutoel trabajo de centenares de ellos a lo largo de todo unaño.

Al mismo tiempo que los hombres empujan penosa-mente el arado sobre la dura tierra, fabrican cañones,fabrican fusiles para matar a los labradores; al mismotiempo que los hombres viven en cabañas o en aloja-mientos insalubres, construyen fuertes y reductos queno albergan a familia alguna. Al mismo tiempo, al mis-

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mo tiempo… la lista de los gestos de muerte seria largay fastidiosa.

El trabajo de muerte ocupa a más hombres que eltrabajo de vida. El ejército es un doloroso chancro quevive del organismo humano, y los remedios precisosgastan más energía que el mantenimiento de todo elresto del cuerpo.

Los pueblos, las sociedades, los hombres mantienena ese chancro, el ejército; favorecen su supuración, lasguerras; veneran sus manifestaciones trágicas y dolo-rosas, los héroes y las víctimas de la patria; frecuentanlos antros en los que se atrapa, los cuarteles. Lo que esmás, enseñan a los niños a amar piadosamente ese maly sus purulencias, el patriotismo y el militarismo. Y ve-mos a generaciones enteras profesarse un odio recípro-co porque no han cogido la enfermedad frecuentandoa la misma patria, a la misma Marianne,10 porque nose vendan con apósitos del mismo color, con banderasde la misma forma. Y nos encontramos, en las calles delas ciudades, en todos los países, con gentes hinchadasde alcohol y patriotismo que gritan: «¡Viva el ejército,

10 Mujer tocada con un gorro frigio que representa a la Repú-blica Francesa. Es además la figura simbólica de la madre patria,fiera guerrera y amorosa protectora a partes iguales.

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viva la sífilis, vivan los soldados, vivan las ladillas, vivala mugre, viva el honor!».

Las instituciones sociales del momento, por anticua-das, por anormales que nos parezcan, están profunda-mente ancladas en la sociedad, y no es trabajo menorel intentar erradicarlas. Tales instituciones han sabidoligarse, no solamente a sus beneficiarios, sino tambiéna aquellos a los que explotan más duramente. Y cual-quiera que quiera tocarlas choca con la masa anónimade los productores de energía, de la que son o parecenser los necesarios transmutadores.

Si se toca al ejército, si se habla de reducir sus efec-tivos o bien de recortar los créditos destinados a sudesarrollo, no es solamente toda la jerarquía militar laque se agita, la que se levanta, es toda la gente obrera,fabricante de cañones, de fusiles, de sables, de pólvora,de acorazados, de torpedos y de todo lo demás…No so-lo es el «porvenir roto» de la progenitura soldadesca,sino la miseria y el dolor para toda una infancia obrera,las que despiertan el sentimentalismo de la población.

Ciudades enteras son construidas y viven del chan-cro militar, de la podredumbre patriótica, de la cons-tante elaboración de un trabajo de muerte. Las ciuda-des de arsenales, las ciudades de manufactura de ar-mas, son purulencias exclusivamente militares. Si, por

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higiene social, amputáis semejantes carroñas, seme-jantes purulencias, los hombres, que viven en ellas pa-ra mejor morir, no sabrán dirigir sus esfuerzos haciauna actividadmejor, hacia unamás sana forma de vida.O, en cualquier caso, se les ha persuadido de tal cosay defienden lo que llaman su sustento.

Si, de repente, la demostración de que la absenta,de que el tabaco son venenos se convirtiese en unaevidencia para todo el mundo, cabe preguntarse si losmillares de hombres a los que emplea su industria nopedirían a los otros hombres que continuasen envene-nándose con el fin de permitirles vivir.

Sin embargo, hasta ahora dichos «obreros» no ha-bían intentado apuntalar su absurdo con razonamien-tos basados en la lógica; si mantenían de forma ocultala especulación que les permitía —por decirlo así— vi-vir, no adoptaban su defensa pública.

11 Henri Gauche, conocido también como René Caughi yHenri Chaughi (1870-1926). Aunque de origen burgués, se inte-gró en el movimiento anarquista a partir de 1892. Fue colaboradorde La Révolte de Jean Grave y uno de los fundadores de La Revueanarchiste. Por hostigamiento policial, se vio obligado a exiliarseen Bélgica y Holanda en 1894. A su regreso a Francia se converti-rá en uno de los primeros colaboradores de Les Temps nouveaux, yseguirá siéndolo durante veinte años.

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Hace algunos años, a propósito de un artículo sobrelas historias de la Separación que Rene Chaughi11 hizopublicar en Les Temps nouveaux, el autor recibió unacarta de respuesta de un tal señor Étienne Decrept,12ensayista libertarizante a tiempo parcial. Una de lasquejas más serias de este singular contradictor consis-tía en el desempleo al que irían a parar ferreteros, car-pinteros, mosaiquistas, organistas, fabricantes de hos-tias, encajeras, etc.

Si aceptamos como verdaderas las cifras de Decrepty como real la situación que denuncia, me hace felizque esos cien mil obreros de las iglesias y sus fami-lias se queden sin pan, pues de este modo rehusamosseguir costeando un trabajo de ridícula religiomanía,para vestir el altar o al arzobispo, de sastrería para elídolo y de bisutería para la virgen. Del mismo modo,me haría feliz que los hombres se decidiesen a dejarde pagar el trabajo de los cañones, de los fusiles, de lapólvora, aunque de ello resultase el fin de los obrerosque viven de la carroña militaresca. Estoy convenci-do de que la tierra recuperaría enseguida sus efectivos

12 Étienne Decrept (1868-1938). Co-autor, junto a Charles Co-lin, de la ópera cómica Maitena (1909) y colaborador del Mercurede France.

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humanos, y de mucha mejor calidad, si se me permiteexpresarme así.

Si, que los hombres, incluso los anarquistas, ven-cidos por la competencia, por la necesidad de comeren medio de la imbecilidad de sus contemporáneos,desempeñen un oficio inútil, ridículo, ¡sea! Pero, si poresto o por aquello, se arranca un cáncer del organismo,¿puede hacerse otra cosa que regocijarse, que consta-tar el progreso?

Y digo más: no solo deberían los hombres rechazarun trabajo asesino o pueril, en tanto el esfuerzo de susbrazos y sus cerebros sea de toda necesidad para untrabajo de vida y utilidad, sino que deberían decidirsea considerar como parásitos, en iguales condicionesque los sacerdotes, los oficiales, los rentistas, a aque-llos que se consagran, mediante una aportación cual-quiera, a la Iglesia, el ejército o la renta.

El interventor de cuentas y el revisor de trenes, elverdugo y el vigilante de banco, el tejedor de casullas yde condecoraciones de la Legión deHonor, el correctory el impresor del Código y del Evangelio, el buscadorde oro y de diamantes pueden desaparecer, derribadospor el torbellino del progreso, sin que yo mueva un de-do para impedirlo. Si la ciencia debiese detenerse antelos problemas y trastornos que causa a los imbéciles, a

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los parásitos, a las bestias feroces, nos encontraríamostodavía en el más cruel de los salvajismos.

La hiedra, tras haberse implantado en el muro, de-clara que es ella la que lo sostiene. Y la verdad es que,en un momento dado, después de años y años de para-sitismo, tal cosa es cierta. No importa; arranquemos lahiedra del muro, aunque este último se derrumbe. Yodiría aún más: arranquémosla para que se derrumbe.En ese momento, veremos de construir un muro queligará el cimiento de la camaradería y el esfuerzo útily en el que ya no se implantará la hiedra de la compe-tencia y de los gestos inútiles.

Hechos recientes podrían hacemos reflexionar so-bre tales cosas. En dieciocho meses, los molineros dela región de Saint-Jean-d’Angély han recibido más decien mil quilos de talco, nos dice la investigación delprocurador de la República. Teniendo en cuenta la tor-peza del operador, las protecciones de quienes, por unmedio u otro, escapan a esta estadística, se podría do-blar la cantidad. Los industriales entregaban, pues, dia-riamente, bajo la denominación de harina, más de tres-cientos quilos de talco.

El talco es una materia mineral, silicato de magne-sio, que, por más que no sea tóxica, puede producir

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perturbaciones en la buena marcha del organismo. Notiene, evidentemente, ninguna de las cualidades nutri-tivas de la harina y llena el estómago sin proveer alcuerpo elementos reconstituyentes. Todo lo contrario:como no se asimila, continúa sobrecargando el estóma-go hasta convertirse en un peligro y provocar, enton-ces, el efecto de un enérgico astringente.

Más de una cincuentena de industriales trabajaban,pues, en envenenar a sus contemporáneos, tomandocomo base de sus operaciones una materia esencial-mente indispensable. Seme permitirá considerar comosecundaria la cuestión del valor. No la citaré más quea título informativo. Mientras que la harina se cotizaentre 30 y 35 francos los 100 quilos, el talco no se ven-de más que a 3,10 francos y, tomado en gran cantidad,se vende bastante más barato aún. Pero esto importapoco.

Examinaremos con mayor atención los engranajesde la sociedad, cómplice de su propio envenenamien-to. Desde hace mucho tiempo, los jefes de las explo-taciones de las canteras de talco encuentran salida adicho producto no en empleos útiles, sino en la falsifi-cación de otros productos. Quienes enviaron diez milquilos de talco a los molinos de Saint-Jean-d’Angély—y a otros lugares— sabían precisamente a qué uso

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se destinaba dicha materia. Lo sabían de tal maneraque, por una complicidad tácita y aceptada, aumenta-ban los precios de venta con el fin de participar en losbeneficios fraudulentos que producía este género deoperación: hacer comer talco como si fuera harina.

Si los jefes de los almacenes expendedores podíanno conocer el uso de la materia expedida, los jefes delos almacenes receptores no podían ignorarlo. A la vis-ta de todo el mundo, se falsifican las materias que sir-ven para la vivienda, para la vestimenta; a la vista detodo el mundo, se falsifican las materias que sirven pa-ra la alimentación, es decir, que pueden provocar lamuerte de quienes las consumen.

La opinión pública se indignará contra los industria-les implicados en este asunto. Quien vende algodóncomo si fuera lana, un mueble de madera de pino co-mo si fuera roble, se encontrará con virtuosos gritosde indignación. El pueblo mostrará el puño —de lejos,respetuosamente— ante la casa de los culpables. Loshabrá que ni siquiera se vean afectados por la reproba-ción y la vindicta pública. Estos son, en mi opinión, losmás culpables —tan culpables como se pueda ser—, ha-bida cuenta de la comunidad de bienes y de interesesque los vincula a las víctimas del envenenamiento.

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Se trata de ios obreros de los molinos, de los em-pleados de las almacenes y, sin duda, de los aprendicesde panadero. Descargaban con igual despreocupaciónel talco y la harina. Preparaban la mezcla con sus ex-pertas manos. Amasaban la pasta falsificada, que debíaproducir el pan envenenado. Manipulaban, de un mo-do u otro, la materia que produciría una perturbaciónen el organismo de sus amigos, de sus parientes.

¿Acaso el aprendiz prepararía incluso, por orden delpanadero, el pan de los ricos con otras harinas, con ha-rinas superiores? ¿Y no se le ocurriría, sin duda, la ideade preguntarse por qué dos masas? ¿Y no se preocupa-ría jamás por la extraña untuosidad de dicha harina?¿No era un obrero, igual que el empleado de almacén,igual que el mozo del molino, es decir, el esclavo queno podría tener responsabilidad alguna de sus actos nisolidaridad alguna con otros hombres laboriosos?

Los hombres, para asegurar su tranquilidad, para ve-lar por su higiene, por su salud, por su vida, deleganen un gran número de ellos. No se les ocurre nunca laidea de garantizársela por sí mismos, lo que sería, sinembargo, más simple.

Sería necesario que los hombres cesaran de emplearesta constante duplicidad que les hace ser, unas veces,los actores del delito y, otras, los actores de su repre-

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sión. Un tal, que será jurado en el asunto de las hari-nas, rellenará el aceite con el mismo talco. Otro, quese indignará contra la falsificación del pan, habrá des-pachado carne caducada.

Los hombres gastan una gran parte de energía encontrolar los actos de los otros, sin pensar jamás encontrolar sus propios actos. Establecen leyes, regla-mentos, estatutos que se empeñan en infringir ellosmismos. «Ojos que no ven, corazón que no siente». Secomplacen en realizar un baile de huevos en medio dellío legislativo.

La ley de Esparta que castigaba a quien se dejabacoger, mientras aplaudía las fechorías de los pícaros,está muy desprestigiada hoy en día; por mucho que sediga, sigue en vigor, aunque se disfraza de hipocresía.

Si los hombres dedicaran los esfuerzos que empleanen coger en falta y castigar después a los demás hom-bres en instruirse y transformarse; si empleasen eltiempo que ocupan en conocer lo que les está prohi-bido, las leyes que les afectan y las penas a las que seexponen, en conocer los gestos que resultan perjudi-ciales y perniciosos para su salud, en saber cuáles sonlos accidentes que resultan de la infracción de las leyesde la naturaleza; si pusieran el ingenio que desplieganen protegerse los unos de los otros en procurar aumen-

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tar mutuamente su valor y su poder, vivirían intensa-mente.

Algunos burgueses constituidos en jurado acabande declarar que desean conservar la pena de muertecontra los apaches, es decir, contra los desheredadosdel orden social. ¿Qué pensarían si los obreros, loscampesinos envenenados por los patrones de los moli-nos —los favorecidos por el orden social— decidiesenaplicar la pena de muerte a aquellos que han diezmadosus familias por la muerte o destruido la potencia desus cuerpos a causa de la enfermedad?

Por el deterioro del brazo de un agente —engranajeinútil—, se pide la muerte de otro hombre; por el de-terioro del organismo de un cultivador —engranajeútil—, ¿no podría pedirse la muerte? Tanto más cuantoque en esta ocasión existe premeditación, circunstan-cia agravante según la ley.

Los negociantes en talco y en harina están despreo-cupados de lo que les vendrá. Sus envenenamientosinteresan al juez; hacen necesaria la intervención delmédico. Emplean una de las formas de trabajo previs-tas por el orden social. Hacen trabajar a las profesio-nes liberales (?). Gracias a ellos, el pequeño boticarioha adulterado materias medicamentosas y el emplea-

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do del archivo del tribunal copiará sus notificaciones.Hacen también, pues, trabajar al obrero.

He leído la opinión pública en varios periódicos. Sedice «que no se dejará jugar impunemente con la leyy la salud pública». Lo mismo sería hablar, inmedia-tamente, de suprimir todos los engranajes sociales, dedestruir la sociedad actual.

Con el asunto de los molineros de Saint-Jean-d’Angély, traficando con harina mezclada con talco,envenenando el pan que horneaban, se debate el pro-ceso siempre pendiente de todas las falsificaciones, detodos los tráficos, de todas las mentiras. Ahora bien,estos son inherentes a la organización social. Todossomos mentirosos, traficantes, envenenadores; enga-ñados, vendidos y envenenados. No podemos ser otracosa que enfermos en esta pestilencia. Si queremos serindividuos sanos, es preciso que nos decidamos a de-moler la máquina política, moral y económica hasta ensus más ínfimos engranajes. Se necesitaría todo un vo-lumen para señalar con detalle todas las ocupacioneshumanas espantosas.

Cada día, algunos nuevos hechos despiertan en miesa obsesión del obrero que construye su propia pri-

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sión, la ciudad asesina en la que se encerrará, en laque respirará el veneno y la muerte.

Veo alzarse ante mí, mientras yo intento conquistarmás felicidad, al monstruo del proletariado, al obrerohonrado, al obrero previsor. No es el espectro del ca-pital ni las panzas burguesas lo que me encuentro enmi camino: expulsaría a tal fantasma y reventaría talespanzas: es la masa de los trabajadores de la gleba, dela fábrica, la que entorpece mi paso… Son demasiadonumerosos. No puedo nada contra ellos.

Hay que vivir… Y el obrero engaña, roba, envenena,asfixia, ahoga, quema a su hermano porque hay quevivir. Oh, cómo resuena dolorosamente en nuestros oí-dos la eterna razón de vivir, que lleva la muerte a loshermanos de la misma familia, a los individuos con losmismos intereses.

El tigre que acecha a su presa en la jungla o el peli-cano que hunde su pico en el agua para atrapar su ali-mento lucha contra las otras especies con el fin de vivir.Pero ni el pez ni el antílope intercambian vanas zale-mas con el tigre y el pelícano. Y el tigre y el pelícanono forman sindicatos de solidaridad con el antílope yel pez.

Sin embargo, la mano que estrecháis ha vertido ma-las aguas, aguas envenenadas, en la leche que habéis

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bebido hace un rato en la mantequería. Sin embargo,ese hombre que se acuesta a tu lado, en el mismo lecho,acaba de despachar en el mercado la carne corrompidaque coméis a mediodía en el restaurante que hay jun-to a la fábrica. A cambio, sois vosotros los que habéisfabricado los zapatos de cartón cuya humedad ha lle-vado a uno a la cama, o bien los que habéis construidoel muro de contención del metro en mal estado que seha derrumbado sobre la madre de tal otro.

Os frecuentáis, charláis, os besáis, fratricidas mu-tuos, asesinos de vosotros mismos. Y cuando uno devosotros cae, bajo vuestros repetidos golpes, os quitáisel sombrero y acompañáis su carroña hasta la tumba,de forma que, incluso ya muerto, continúe su papel deasesino, de envenenador, y lance los últimos tufos desu carne pútrida para envenenar la joven carne de sushijos y los vuestros.

Alzad la voz contra el ejército, sed antimilitaristas,gritad contra el envío de soldados a las huelgas, ohmujeres cuyo vientre se abre para dejar caer a los pe-queños quintos; oh obreros que confeccionáis la librea,tejéis los galones, fabricáis el fusil, edificáis el cuar-tel, construís el buque de guerra y que recibís la pri-ma, participáis en los beneficios de la construcción detorpedos, todos vuestros gritos sonmanifestaciones hi-

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pócritas. Sois vosotros, vosotros los obreros, los quefabricáis la materia viva y la materia modificada paramataros mutuamente. No habléis cerca de mí de hu-manidad, de solidaridad, fratricidas cuyo cerebro estáobstruido por el agrio deseo de llenarse la panza.

He aquí, de nuevo, lo que acabo de leer, de lo quenos informan los periódicos: Tolón, 30 de junio de 1907.«Como consecuencia de la penuria causada en la fabri-cación de torpedos por la competencia de los talleresaustriacos de Fiume, el ministro de la Marina acaba deprescribir el estudio de un sistema de participación enlos beneficios; esta medida tendrá come efecto aumen-tar la fabricación concediendo una prima a los obreroscuando cierta media de trabajo haya sido superada».

Ahí está, la bonita participación en los beneficios,la prima por la sobreproducción, la sobreproducciónde obuses, de ingenios asesinos. Venga, obreros, valor,que hay prima al final, que hay, podría decirse, un tra-gomás, pues ¿no esmás alcohol lo que la prima prome-te? Inclinaos sobre los tornillos, poned cuidado en lafabricación, evocad en vuestro interior las carniceríasque provocarán las piezas que salen de vuestrasmanos.Confeccionad, obreros antimilitaristas, obreros sindi-

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cados, el arma quematará a vuestros hermanos de Aus-tria o de Italia… Hay que vivir.

Y vosotros, austriacos, gentes de Fiume, ayudad aconstruir torpedos para Francia, esos torpedos que selanzarán contra vosotros mismos cuando estéis haci-nados en barcos de guerra.

No es por la patria ni por la defensa del territoriopor lo que uno se convierte en obrero de la muerte,pues los talleres nacionales intercambian internacio-nalmente sus productos asesinos, facilitándose mutua-mente los últimos perfeccionamientos; es para defen-der la organización actual de la sociedad.

Si el obrero se inclina por el trabajo, es porque hayque vivir. Para llenarse la panza a gusto, para vaciar elbajo vientre a placer, el obrero envenena y mata a suscontemporáneos.

¿Cómo esos hombres, que se sindican para discutirel tiempo que entregarán o la prima que recibirán, noconciben la idea de reunirse para decidir que no conti-nuarán confeccionando armas para matarse?

¿Por qué? ¡Porque todos los obreros tienen dentrode sí la secreta esperanza de convertirse en el vividory el patrón!

¿Por qué? Porque todas estas gentes son honradas yahorradoras, felices por sentir su virtud y sus cuartos

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a salvo bajo el colchón gracias al gendarme y al fusilLebel.13

¿Por qué? Porque su banalidad y su estupidez sonfelices al sentir planear la idea de patria y de Dios, enlas que encuentran vanas esperanzas, del mismo mo-do que las encuentran, más rápidas, en la absenta queengullen golosamente.

¿Por qué? Porque así era ayer y deberían abandonarsu holgazanería, su indecencia, para quemañana fuesede otra forma.

¿Por qué? Porque hay que continuar con los viejosmodos, con las viejas costumbres, cuando menos enel fondo, pues si está permitido modificar la forma yseguir una moda.

¿Por qué? Porque, igual que el burgués degeneradonecesita especias y cantaridina,14 el obrero no puede

13 Fusil adoptado por el ejército francés en 1887. Fue amplia-mente utilizado por la infantería francesa hasta las postrimeriásdel Pimera Guerra Mundial y, en menor grado, hasta la Segunda.Recibió su nombre de uno de los miembros de la comisión que con-tribuyó a su creación: el coronel Nicolas Lebel.

14 Compuesto químico venenoso que se obtiene mediante ladesecación y pulverización de la cantárida, un coleópteromeloidaede color verde. Consumida por vía oral produce irritaciones enel aparato urinario y la erección del pene; de ahí que se tomase,erróneamente, por un afrodisíaco.

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concebir su vida fuera del alimento, la bajeza y la obe-diencia, fuera del alcohol y la pestilencia.

Estar empleado en la construcción de un navío deguerra no implica forzosamente una adhesión moralal militarismo, pero sí una adhesión efectiva desde elpunto de vista del gasto de energía. Un hombre que seasoldado puede decir lo mismo. No es militarista, mo-ralmente hablando, pero es, de todos modos, una uni-dad desempeñando la función del militarismo. El sol-dado podría incluso ofrecer, más razonablemente queel obrero del arsenal, el siguiente argumento: él puedeafirmar no estar dispuesto a ejecutar jamás, de formaefectiva, la tarea que se le ha encomendado, mientrasque el susodicho obrero fabrica armas todos los días.

No es suficiente con actuar simplemente cuando la«producción esté bien organizada», sino que hay quehacer los movimientos necesarios para que la produc-ción esté bien organizada. No es verdad que si «todaactividad está dirigida al enriquecimiento de una mi-noría propietaria, importe poco que realicemos movi-mientos inútiles»; muy al contrario, hay que realizarmovimientos útiles para que nuestra actividad estéme-jor dirigida.

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Algunos dicen: «Con el fin de suprimir esas fun-ciones —malas e inútiles—, deseamos crear una nuevasociedad». Lo que equivale a decir «Con el fin de su-primir las enfermedades, deseamos crear un hombresano».

Nosotros decimos: «Hay que suprimir tales funcio-nes para llegar a formar una sociedad mejor». O lo quees lo mismo: «Curemos nuestras enfermedades paraser hombres sanos». Cuando el hombre está sano, yano es cuestión de curar sus enfermedades, sino sola-mente de prever que no vuelva a cogerlas; del mismomodo, si la sociedad está bien organizada, ya no seríacuestión de destruir el parasitismo, el funcionarismo,la labor nociva, etc., sino solamente de evitar el retomode estas taras económicas.

Se nos dice también: «Los hombres trabajan paraganar un salario. Esto nada tiene que ver con nuestrasconcepciones económicas». Los agentes del señor Lé-pine15 y los gendarmes de Draveil pueden responderde manera semejante. Esto es verdad tanto en un ca-so como en el otro. Por eso, debemos empeñarnos en

15 Louis Jean-Baptiste Lépine (1846-1933). Prefecto de policíadel Sena desde 1893 y, tras un periodo como gobernador general deArgelia (1897-1899), hasta el año 1913. Fue el creador del ConcursoLépine, que cada año premia a los inventores más originales.

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probar a los hombres que sería bueno no «trabajar»por un salario, que no es más que una representaciónde nuestras necesidades, sino más bien para satisfacernuestras necesidades mismas.16

Yo no sé qué vale más, desde el punto de vista eco-nómico, si el aprendiz de panadero, todavía patriota,porque no se le ha sabido mostrar el absurdo y el pe-ligro de la idea de patria, o el obrero antimilitaristadel arsenal, que, sabiendo que hace mal, continúa ar-mando con carabinas a los dragones del 18° y del 27°regimientos.

«Haremos esto, haremos aquello». Yo prefiero decir:«Hagamos esto, hagamos aquello», por mínimo quesea el esto y el aquello en el presente y por importanteque sea el esto y el aquello del futuro. He escuchadodemasiado a menudo a las gentes que se casan, que seenvilecen, que se aburguesan, decirme: «En el día de

16 Draveil: comuna situada a 19 kilómetros al sudoeste de Pa-rís. En el verano de 1908, los mineros de Draveil se pusieron enhuelga para protesta contra un salario mediocre, en contraste conla dureza de su trabajo; el movimiento fue duramente reprimidopor las fuerzas policiales. Los acontecimientos de Draveil lleva-ron al enfrentamiento abierto entre el gobierno de Clemenceau yla CGT, que salió debilitada del lance. Más en Théo Rival, Juillet1908: Draveil-Villeneuve, la CGT à l’heure de la vérité (2008), enhttp://alternativelibertaire.org.

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la revolución, estaremos a vuestro lado», mientras queen el presente son nuestros enemigos.

Pienso que, para plantear sólidamente nuestra doc-trina, hay que poder vivir un mínimo de ideas, sabien-do mostrar, al mismo tiempo, que la herencia y el am-biente nos impiden vivir la fórmula de una forma per-fecta. Por mi parte, desconfío de las bellas promesasy quiero intentar vivir mis ideas para poder revisarlas.Las frases no tienen suficiente relieve a mis ojos comopara que no sienta los errores que pueden esconder.

No sé qué se hará después del Amanecer Revolucio-nario. No serán, tal vez, cañones del 120 corto o torpe-dos, sino más bien medallas conmemorativas de la re-volución y bustos de los héroes y de los mártires, peroel aprendiz patriota seguirá haciendo pan para aque-llos que burilen la fisonomía de los «hombres del día»de ese «gran amanecer».

No frecuento a los camaradas que dicen: «Sí, la ciu-dad futura, muy bonita, pero está muy lejana», sino alos amigos que no conciben el mañana más que mar-chando delante de ellos, y solicitan un minuto mejorviviendo el minuto presente. La destrucción total es-tá hecha de destrucciones parciales. No se decreta laconciencia social, se forma todos los días.

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No, «los anarquistas no producen, no consumen co-mo sus contemporáneos: es decir, de forma irreflexi-va» (hablo para aquellos que se esfuerzan por serlo, nomañana, sino hoy). Si, en ocasiones, llegan a producirirreflexivamente, es a su pesar y «saboteando» enton-ces tales productos; pero siempre se esfuerzan por noconsumir más que útilmente. Una vida anarquista esuna vida de reacciones constantes. Se vive bajo todoslos regímenes. Yo no concibo otra.

Los hombres conscientes trabajan para disfrutar, pa-ra la satisfacción de su estómago y de todos sus senti-dos, y lo saben. No quieren revestir los gestos realiza-dos con tal fin de oropeles y máscaras. El trabajo noles parece una virtud, una fuerza, cuando está hechode gestos improductivos.

Tras nosotros, no tenemos ni un Dios que glorificar,ni una patria que defender, ni un honor que conservar;no queremos trabajar por trabajar, trabajar por las pri-mas, por participar en beneficios ficticios; queremostrabajar con vistas a la producción útil o agradable,trabajar para aumentar nuestro disfrute. Somos gentelaboriosa que quiere trabajar por su felicidad. […]

Realicemos gestos útiles o agradables, y nada másque estos.

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La máquina que se compone conforme al esquemadel inventor incluye centenares de piezas. Está expues-ta, en todo momento, a averías, a enfermedades. Tanpronto es una pieza, tan pronto es otra, cuyo despla-zamiento viene a entorpecer la buena marcha del or-ganismo metálico. Pero, poco a poco, las observacio-nes del mecánico, e incluso las del aprendiz, consiguentransformar el mecanismo, mejorar su marcha. Los es-fuerzos se dirigen siempre a la supresión de una pie-za, al cese de un movimiento. De repente, nos aperci-bimos de una fuerza inutilizada, de un engranaje dedoble uso, e inmediatamente se realizan todos los ges-tos para aprovechar esta constatación. Siempre o casisiempre, el progreso tiende hacia la simplificación.

El cuidado que ponen los hombres en la simplifica-ción de los engranajes de la máquina más pequeña nose aplica, sin embargo, cuando se trata de la máquinaeconómica. Por una razón o por otra (no quiero másque hacer una constatación), el metal humano, el me-canismo humano, el trabajo humano son empleadoscon profusión sin que nadie se preocupe de suprimiruna pieza, un engranaje, un trabajo inútil. La máquinaes horriblemente complicada y las tres cuartas partesde la fuerza se consagran a hacer funcionar mecanis-

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mos de los que todo el mundo reconoce la completainutilidad.

Se habla de hacer trabajar menos tiempo a esa má-quina humana y, en consecuencia, de hacerle producirmenos, mientras que el beneficio que produce no pare-ce siquiera estar en condiciones de alimentar el gastode la caldera… Pero nadie quiere disminuir, suprimirlas partes inútiles; bielas que no mueven nada, engra-najes que no engranan con nada continúan funcionan-do con esfuerzo, y bielas que no pueden llegar a alcan-zar su objetivo siguen funcionando bajo una pesadacarga.

La máquina humana no está hecha, no está conce-bida con el fin de funcionar para producir; funcionapor funcionar, funciona en el vacío. Funciona por pa-labras. Funciona por la patria, funciona por Dios, fun-ciona por el honor, funciona por un montón de cosas;no funciona jamás por si misma. El hombre, que es sumotor, que es su combustible, ve entrar el producto desu esfuerzo en la panza de los que miran y cuyos cui-dados —cuando los hay— se dirigen a los engranajesinútiles, que al menos tienen en común con ellos el noservir para nada.

Ahora bien, el hombre agotado, extenuado por eltrabajo, no tiene fuerzas, absorbidas por el mecanismo

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monstruo, para realizar los gestos de observación y deselección que serían necesarios y fabrica nuevos órga-nos para que —por decirlo así— lo representen, paraexaminar el mecanismo y suprimir el peso muerto, pe-ro que, en definitiva, aumentan el número de engrana-jes inútiles. Así se crea, sucesivamente, todo el perso-nal del papeleo administrativo de las Bolsas de Trabajoy de las cooperativas, sociedades mutualistas o sindi-cales, junto a todo el personal del papeleo ministerialy parlamentario.

Sin ocuparse de las condiciones e implicaciones, loshombres deciden el día en que se hará tal trabajo du-rante tantas horas. No se les ocurre la idea de suprimirun trabajo de una hora, de una jornada, lo que repre-sentaría un esfuerzo mínimo, pero un esfuerzo al fin yal cabo. Decretan «azul o blanco» por razones de unvago sentimentalismo, que nada tienen que ver con lacuestión económica.

Sin cambiar nada de la sociedad actual, hablan delimitar el esfuerzo humano. Dejan que el patrón y susempleados se enreden en papeleos o duerman mien-tras el obrero se machaca entre tornos y tornillos; losempleados del metro distribuyen y perforan pedacitosde cartón mientras el maquinista permanece diez ho-ras en su jaula: el accionista del ferrocarril soba sus

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cupones y el jefe de estación ostenta su blanca gorramientras el mozo acarrea los equipajes; el revisor pa-sa de un vagón a otro inspeccionando cuadraditos depapel mientras el conductor se cuece junto a la calde-ra; el poli se pasea con las manos a la espalda juntoal hombre que se afana tirando de un carro de mano.Dejan todo en su estado actual y hablan de reformas…¿de qué reformas?

La máquina humana, en ocasiones, cesa bruscamen-te de trabajar durante paradas a las que se llama huel-gas; esto ocurre casi siempre (pero los hombres de tra-bajo no saben reconocerlo) en el momento preciso enel que una acumulación de productos afectaría al mer-cado de los hombres que no hacen nada. El motivo deestas paradas es, nueve de cada diez veces, «un puntode honor». Ya vencedores, los trabajadores vuelven aponerse en marcha con todos sus músculos para inten-tar recuperar el tiempo perdido. A esto lo llaman unavictoria obrera: el honor es más que la vida.

Puesto que se habla de preparación, de organización,puesto que se le concede a este trabajo preliminar unplazo bastante largo, veamos si no sería posible, en lu-gar de emplearlo en una falaz limitación de la duracióndel esfuerzo cotidiano, hallar los engranajes que reali-

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zan una doble función o son completamente inútilescon el fin de suprimirlos, y las fuerzas inutilizadas omal utilizadas con el fin de emplearlas. En lugar de esalimitación, que, en el estado actual, implicaría tantasexcepciones (y, en ocasiones, con toda razón), decida-mos no volver a poner la mano sobre un trabajo inútilo nefasto, en un trabajo de lujo ridículo o de controlarbitrario.

Que el hombre que engasta rubíes o confecciona ca-denitas de oro para engalanar el cuello de la prostitu-ta «legítima» o «ilegítima»; que aquel que trabaja elmármol o el bronce con el fin de recubrir la carroñade algún ilustre ladrón; que aquel o aquella que, du-rante horas, enhebra cuentas de cristal para dar formaa la corona hipócrita de los remordimientos conyuga-les o de cualquier otro tipo; que aquellos cuyo únicotrabajo consiste en embellecer, en aumentar, en fabri-car lujo para los ricos, para los holgazanes, en ataviara las muñecas, hembras o machos, hasta convertirlasen «relicarios» o «abalorios», decidan cesar en dichostrabajos con el fin de consagrar sus esfuerzos a hacerlo necesario para ellos y los suyos.

Que aquellos que fabrican el blanco de cerusa o ma-terias envenenadas; que aquellos que trituran la man-tequilla, que adulteran vinos y cervezas, que despa-

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chan carnes pasadas de fecha, que fabrican tejidosmez-clados o pieles de cartón; que aquellos que elaboranlo falso, lo trucado, que engañan, que envenenan pa-ra «ganarse la vida», cesen de prestar su mano a esetrabajo imbécil y que no puede aprovechar más que alos amos, cuyo sustento es el robo y el crimen. Que sepongan a querer hacer trabajos sanos, trabajos útiles.

Que todos aquellos que perforan papel, que contro-lan, que vigilan, que inspeccionan; que los tiparracos alos que se viste de librea para transformarlos en perrosinquisidores; que aquellos a los que se pone en la en-trada para verificar paquetes o controlar billetes; queaquellos cuyo esfuerzo consiste en asegurar el buenfuncionamiento de la máquina humana y su buen ren-dimiento para las arcas del amo, que todos estos, digo,abandonen ese rol imbécil de soplones y supervisen elvalor de sus propios gestos.

Que aquellos que fabrican cajas fuertes, que acuñanmoneda, estampan billetes, forjan rejas, templan ar-mas, funden cañones, abandonen ese trabajo de defen-sa del Estado y de la fortuna y trabajen por destruiraquello que defendían.

Aquellos que hacen un trabajo útil y agradable lo ha-rán por aquellos que quieran ofrecer su esfuerzo en unintercambio mutuo. ¡Pero cuánto habrá disminuido la

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cantidad de trabajo! Las manos consagradas hasta en-tonces a trabajar para el rico se disputarán el esfuerzoútil. La máquina humana, liberada de los engranajesinútiles, mejorará día a día. No se trabajará ya por tra-bajar, se trabajará para producir.

Así pues, camaradas, cesemos de fabricar el lujo, decontrolar el trabajo, de cercar la propiedad, de defen-der el dinero, de ser perros guardianes, y trabajemospor nuestra propia felicidad, por lo que nos es necesa-rio, por lo que nos resulta agradable.

Hagamos la huelga de los gestos inútiles.

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Albert LibertadContra los pastores, contra los rebaños

2013

Recuperado el 3 de noviembre de 2015 desdebibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com y

original provisto por Anarquismo en PDF.Traducción y notas por Diego L. Sanromán.

Transcrito desde la primera edición de noviembre de2013 publicada por Pepitas de Calabaza.

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