contra la pureza ideológica
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Ilustración: Ed Carosia
En El retorno de los chamanes (Península, 2015), el
politólogo Víctor Lapuente (Chalamera, 1971) analiza el
ascenso de una retórica populista y maniquea en los
últimos años. Frente a las declaraciones grandilocuentes y
las explicaciones simples de problemas complejos,
Por Daniel Gascón (/autores/danielgascon)
La crisis producen líderes que prometen grandestransformaciones sociales, buscan culpables y ofrecensoluciones maximalistas. Es una receta para lafrustación. Una política gradualista y pragmática esmás eficaz y justa.
Diciembre 2015 | Tags:
CONVIVIO (/REVISTA/CONVIVIO)
Contra la pureza ideológica.Entrevista a VíctorLapuente“Lo importante es en quégastamos el dinero, no quiénpresenta el telediario”
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Lapuente, profesor del Instituto de Calidad de Gobierno de
la Universidad de Gotemburgo, defiende el
incrementalismo, la experimentación y la impureza
ideológica.
En El retorno de los chamanes señala que, aunque estén
en lugares distintos del espectro ideológico, los
partidos populistas europeos coinciden en algunas
características: una idea parecida del poder, el
patriotismo, una cierta retórica, la creencia en un
Estado fuerte.
Existen diferencias entre izquierda y derecha, pero hay otra
dimensión que los une. Tiene que ver con la globalización,
la eurofobia y el euroescepticismo. Pretenden cerrarse a la
gobalización, que para ellos presenta una amenaza exterior.
Un ejemplo revelador es la buena consideración de la que
goza Putin no solo en partidos de derecha sino también en
fuerzas de izquierda, a pesar de que no sea un ejemplo de
respeto a los derechos humanos. Encaja con una visión de
la política de Dios Pantocrátor, con la idea de un gobierno
que juzgue y castigue a los culpables.
Muchos de esos partidos comparten un componente
nacionalista.
La encarnación más común del chamanismo es el
nacionalismo. En tiempos de crisis e incertidumbre, el
mensaje nacionalista es ideal. Identificamos a un enemigo
fuera de la tribu que es el culpable de nuestros males y
ofrecemos una solución sencilla: cerrar las fronteras,
recogernos en nosotros mismos.
Defiende la importancia de una política pequeña y
cambios incrementales, frente a la búsqueda de
grandes transformaciones sociales, y dice que no hay
que esperar demasiado de la política.
Llevo muchos años estudiando los países nórdicos. A veces
se habla de la diferencia entre los países anglosajones, muy
partidarios del mercado, y otros modelos más estatistas.
Pero la separación no funciona necesariamente de ese
modo. Los países nórdicos adoptaron una peligrosa deriva
estatista que casi los llevó al colapso: es lo que ocurrió en
Suecia en los años setenta. Pero después no apostaron por
las grandes transformaciones sino por una política más
pequeña. Han encontrado respuestas a problemas con
políticas que son muy igualitarias, aunque no buscaban
serlo de forma directa. La igualdad es como el amor: si la
buscas no la encuentras. Si sigues el espíritu de Robin
Hood, como los demócratas estadounidenses, y solo
quieres sacarles el dinero a los ricos, no consigues integrar
a las clases medias altas en el Estado. No tienen la
sensación de que es una empresa común sino una máquina
para quitarles impuestos. Ven el Estado como un juego de
suma cero. Esto ocurre si enmarcas el debate como una
lucha de grupos sociales. Si ves el Estado como una
aseguradora que resuelve los problemas, es mucho más
fácil integrarse. “Sí, sé que usted querría una sanidad
privada, pero veamos qué ocurre en Estados Unidos.
Resulta no solo más equitativo sino más eficiente para una
sociedad que la sanidad sea pública.” Creo que de esta
manera es más fácil progresar, dejando de lado las grandes
etiquetas y centrándose en las reformas concretas.
¿Cuál es el papel de la ideología?
Muy importante. En un país que practique una política
pequeña, un cambio de gobierno de derecha a izquierda
significa que la presión fiscal y por tanto los servicios
sociales pueden subir un 2, 3, 4%. Se trata de que haya
pequeños cambios pero que sean constantes: de ese modo,
la ideología puede avanzar. En cambio, en otros lugares, se
anuncian a bombo y platillo grandes reformas. Se dice: un
30% del PIB en gasto público no es suficiente, tenemos que
tener un gasto público del 50 o 60%. Es frecuente que
acabes teniendo grandes discusiones teóricas, ideológicas,
de las que nada sale. En Italia y en Grecia han cambiado los
partidos en el poder, pero muchas políticas siguen siendo
las mismas en el ámbito municipal o en el mercado laboral.
La ideología importa, pero si la acotamos a una esfera muy
particular que podría ser la que planteo en el libro: en qué
gastamos el dinero, no quién presenta el telediario. La frase
que se utilizaba para denigrar a algunos candidatos
laboristas en las recientes elecciones primarias en el Reino
Unido era decir que eran partidarios del whatever works: de
lo que funcione. A mí me parece un enfoque sensato.
Puedes hacer cambios ideológicamente sustantivos si no
intentas que la ideología lo permee todo. Porque, en ese
caso, la ideología contamina el conjunto y al final no se
transforma en política, sino en grandes discusiones,
declaraciones y frustraciones, y a veces en una reacción en
sentido contrario.
El retorno de los chamanes tiene algo de metalibro: está
lleno de relatos y ejemplos, de parábolas. Uno de los
asuntos que aborda es la importancia de la retórica y
de los intelectuales y los mediadores.
Hay quien piensa que la ciencia social es una danza con
modelos y ecuaciones matemáticas, pero a veces es
necesario hacer ejercicios detectivescos, de indagación, de
introspección. Es fundamental el papel de los intelectuales.
No tenemos un laboratorio que nos permita saber qué
habría pasado en la historia de un país como España si los
intelectuales –y habría que definir intelectual– hubieran sido
distintos. Pero los momentos en los que la política se
chamaniza o se vuelve muy ideológica, en los que se niega
la evidencia, son los momentos en los que el debate está
condicionado por analistas muy generalistas, que producen
grandes frases como “la austeridad es el equivalente de la
limpieza étnica”, “la tentación neoliberal”, que no sé qué es.
Si pensamos en el periodo de entreguerras, es evidente que
España tenía muchos problemas, aunque iba mejorando. El
sufragio universal llegó antes a España que a Suecia.
Progresaba como muchos países, dando palos de ciego. En
España los intelectuales, un poco como en Alemania,
empezaron a buscar situaciones maximalistas. Eso abona el
terreno para que llegue un chamán. Se dedicaron a excitar
los ánimos en vez de calmarlos, que es lo que debería ser su
función. Esta idea es un esbozo. Todos los conceptos del
libro están basados en autores. La reflexión sobre los
intelectuales tiene un carácter algo más personal, y está
vinculada a otros trabajos que he hecho con Benito
Arruñada. Falta investigación sobre el tema. Deirdre
McCloskey tiene cosas interesantes sobre este asunto, pero
todavía queda mucho por hacer.
Esas políticas concretas y pragmáticas presentan la
dificultad de convencer a la propia tribu: puede verlas
como una traición.
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Lo vemos ahora con el caso del laborismo británico. Los
candidatos que dijeron whatever works fracasaron. No
consiguieron convencer a los suyos, a los fieles. Frente a
ellos, Corbyn, que combinaba medios y fines, venció. En
muchas ocasiones ocurre eso. También depende del líder:
un político como Tony Blair puede exponer los argumentos
de manera convincente. Cuando yo estudiaba en Inglaterra,
estaba en contra de la subida de las tasas universitarias. Lo
oí y cambié de opinión. Me convenció de que era mucho
más redistributivo, más justo socialmente, porque en
realidad si no toda la sociedad está pagando a quienes van
a la universidad, que son las clases medias y altas, y de que
esa medida se puede compensar con becas... Hay gente,
como Blair o Brown, capaz de convencer, y también los
votantes son más sofisticados.
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