CONFERENCIA PÓRTICO 

A NUESTRO PADRE JESÚS CAUTIVO Y RESCATADO  

Por Eduardo Carrera Sualís 

 

 

Parroquia de San Ildefonso

Sevilla, 1 de marzo de 2014 

PRESENTACIÓN

Rvdo. Sr. Vicario Parroquial,

Sr. Hermano Mayor de la Hermandad Sacramental de San Ildefonso,

Dignísimas representaciones,

Estimado Conferenciante,

Señoras y señores,

Sean todos bienvenidos a la Parroquia de San Ildefonso.

A poco más de tres días será Miércoles de Ceniza, momento en el cual la Iglesia abrirá un nuevo tiempo litúrgico. “Conviértete y cree en el Evangelio” nos dirá el sacerdote a la hora de poner la ceniza sobre nuestra frente. Y esta ciudad, que tanto sabe de ritos y tradiciones, comenzará a vivir una nueva etapa en la que se afanará en la búsqueda de Dios, nuestro Dios, por las calles y las Iglesias.

Uno de los lugares en el que tiempo parece haberse detenido, convirtiéndolo en un símbolo cada Cuaresma, es esta parroquia y la milagrosa imagen del Señor Cautivo y Rescatado. Aquellos que hemos tenido la suerte de venir al mundo a la sombra de estas dos torres y que hemos pasado nuestra infancia correteando por las naves de este templo, no olvidamos nunca que llegado marzo, los viernes de marzo, esta iglesia que hoy nos acoge se transforma en algo distinto. No pregunten en qué ni por qué, porque no

sabríamos contestarles. Algo que hoy, gracias a la entrega de muchos, continúa con renovada ilusión pero idéntica fe, la misma que nos enseñaron a muchos nuestras abuelas.

Permítanme que en este punto agradezca al cuarteto Vivace String Quartet su participación desinteresada esta noche aquí, donde tras 13 años sin celebrarse, traemos de nuevo a alguien para que, a través de esta Conferencia Pórtico, nos anuncie lo inmediato: la llegada de la Cuaresma, los Cultos al “Cautivo de San Ildefonso” como toda Sevilla le conoce.

Esa voz, más que autorizada, es la de don Eduardo Carrera Sualís. De él sabemos muchas cosas: que preside la Hermandad de Nuestra Señora de la Salud; que es miembro del Consejo General de Hermandades y Cofradías; que pertenece a las hermandades de la Macarena, del Valle, de los Servitas y de la Sacramental del Sagrario; que colabora muy activamente con su parroquia de San Isidoro en muchas y diversas tareas; que es un apasionado de la música, comprometido firmemente con el Coro del principal teatro de la ciudad; que es amigo de sus amigos y quienes afortunadamente nos encontramos entre ellos lo sabemos sobradamente; y que siempre está dispuesto a ayudar a los demás, sea cual sea la cuestión para la que se le requiera. Todo esto hubiera sido más que sobrado para traerle hasta aquí hoy.

Pero hay algo más.

Eduardo Carrera, persona de humor envidiable dicho sea de paso, es un cristiano comprometido en estos difíciles tiempos que nos han tocado vivir. Un hombre que no solo vive su fe, sino que la transmite en sus palabras, sus obras y sus gestos. Una persona que te muestra sin tapujos la alegría de vivir en comunión con Dios y con la Iglesia, algo que nos está diciendo cada día el Papa Francisco en cualquiera de sus enseñanzas.

No confundan las apariencias: Eduardo Carrera es un hombre de hoy, sin estar anclado a rancios y arcaicos modos que huelen a naftalina. Es un cristiano del siglo XXI, respetuoso, conservador y admirador de las tradiciones y los usos, pero nada más. Un hombre fiel a sus principios y valiente en sus exposiciones. Como él, no la Iglesia de Sevilla sino la Iglesia Universal necesitaría muchos más. Un hombre que viene cargado de fe, sólo de fe, para soltar las ataduras que a veces nosotros mismos ponemos en las manos de nuestro Señor Cautivo.

Permíteme, amigo, que hoy en nombre de la Comunidad Parroquial de San Ildefonso te agradezca que seas quien venga a deshacer nudos así como a dar el último empujón a las puertas de esta Parroquia, que cada día están más abiertas a la luz. Déjanos un rayo de la mucha que tú atesoras, un rayo de salud y de esperanza, y prepara nuestros corazones para los días que ya se nos acercan. Seguro que lo que digas nos hará reflexionar y vivir una Cuaresma distinta.

En suma, seguro que tu palabra hoy nos hará ser mejores a todos.

Muchas gracias.

En Sevilla, a 1 de marzo de 2014

Miguel Andréu Fernández Hermano Mayor de la Hermandad de

Nuestra Señora de los Reyes, Patrona de los Sastres.

 

CONFERENCIA-PÓRTICO

“MEDITACIÓN ANTE JESÚS CAUTIVO”

¿Quién es este Hombre que se nos presenta aquí, maniatado, preso, cautivo por la sin razón de nuestro proceder? ¿Quién es este Hombre que aparenta tan grande fragilidad, con esta mansedumbre que nos transmite tanta paz? ¿Quién es este Hombre que nos relata tanta grandeza con el resplandor de su mirada, observando al mundo desde la atalaya de su omnipresencia, inundándolo con la serenidad de su tormento, con la imperturbabilidad que pervive aún en la grandeza de su sacrificio?

¿Quién es este extraordinario Hombre que se entrega al holocausto sin poner reparos ni objeciones aun sabiendo que su dolor va adscrito a la redención de quienes le ignoran, de quienes le castigan, de quienes le ofenden, de quienes le maltratan, de quienes le niegan y hasta le sentenciarán al escarnio y a la muerte ignominiosa en una cruz? ¿De dónde llega este Hombre que viene removiendo las conciencias y las voluntades con la Palabra?

Es Jesús de Nazaret, Dios hecho Hombre, Dios Hijo que se presenta para proclamar toda la grandeza del Padre, todo el amor que reside en Él mismo.

Cuando la oscuridad del mal en la fugaz hora de su reinado cerque el Calvario, será el vencedor de la muerte. El que fracturará las conciencias y llegará en alabanzas para penetrar en el corazón y recordarnos que la bondad es la primera de las necesidades del hombre para ser libre, para conquistar la felicidad sin transgredir los misterios que pertenecen a Dios.

Es Jesús, el Hijo de la Bienaventurada, que nos ofrece la seguridad de una vida plena que se ancla en los misterios de la fe porque fue engendrado en el seno de la Mujer que creyó y se hizo esclava del Señor, de la Mujer que se desprendió de las dudas cuando el Verbo le anunció el prodigio que jamás volvería repetirse en la humanidad y que era esperado desde los comienzos del tiempo, en la Mujer elegida para concebir la Esperanza que diera fuerzas y sentido a la Humanidad.

Es el pan y el vino que se inmola en la eucaristía, que Él mismo instituyó momentos antes de ser prendido, humillado y maniatado, hasta transfigurarse en la sustancia que entra en nosotros para reconfortarnos el alma, permaneciendo para siempre con nosotros, en nosotros, tomando posesión de nosotros para no abandonarnos nunca.

Es el Hombre que no entiende más virtud que la de servir. Es el Salvador que ya anunciaron los profetas, el invocado antes de que el mundo fuera mundo y el hombre osara a sentirse dueño de él, osara profanar la grandeza de la creación del Todopoderoso, el Señor que otorga la vida y la misericordia.

Es el Hombre que deshace las miserias que intentan apoderarse del alma para intrigar con las oscuridades que proceden del mal, de las profundidades del cenagoso océano donde residen las tinieblas y el dolor, en el fondo de unas aguas que no conocieron la transparencia de la compasión ni la magnanimidad para con el que todo lo puede.

Es este Hombre el verdadero e ínclito libertador que llega para hacernos partícipes de los beneficios que se muestran en su rostro, en la dulzura de su generosa entrega que se refleja en sus ojos, en el clamor que se manifiesta en el silencio de este recinto sagrado que nos confiere la necesaria complicidad para postrarnos ante Él, abrir nuestro corazón y, en esta unción fraterna, mostrar la contrición y la humildad del compromiso cristiano, de nuestro compromiso, que nos implica en la consecución de la esperanza como virtud esencial que guía al hombre nuevo en el camino hacia el Señor.

Este hombre es el Dios de nuestros padres, de nuestros ancestros que siguieron la senda del Amor, que escucharon los mismos preceptos que nosotros estamos transmitiendo a nuestros hijos, los mandatos de amor y piedad que condujeron a la sangre de nuestra sangre a ungirse en la fe y propagarla hasta hacerla indisoluble a nuestro propio ser, una condición congénita y unigénita de la palabra escrita y divulgada en los evangelios; palabras con tanta fuerza que son capaces de desmembrar el muro que levanta el silencio y llegar hasta los confines del Orbe.

Oíd, si no, ahora y prestad atención a las proclamas del Señor, agudizad los sentidos y escuchad la voz que dulcifica y da sentido a nuestras vidas. Afinad los oídos porque ahora mismo nos ensordecen sus mensajes, que llaman con insistencia en nuestro corazón en las puertas de este tiempo santo en el que entramos. Rebuscad en este rostro contrito del Hijo de Dios Cautivo el motivo de nuestra presencia en el mundo; mirad a vuestro alrededor y ved cómo se funden los

sentimientos y las emociones, cómo convergen los pensamientos en nuestra mente para guiar nuestro corazón a actuar, a trabajar en Dios y para Dios, hasta crear la fuerza de la comunidad de los creyentes en Cristo, nuestro Señor Cautivo.

Creemos que permanecemos en soledad y que es el vacío el que nos rodea y nos enclaustra. Pero no es cierto. Porque enfrentados a Cristo, en este retiro y aislamiento casi ascético que nos confiere la belleza de esta iglesia, estamos siendo urgidos por los susurros del Todopoderoso, del Creador que nos vincula, en la grandeza del templo, de este espacio sagrado donde se sustancia su Presencia, urgidos a remover nuestro espíritu con el poder de la oración y el recogimiento.

Solo hay que prestar atención a las salmodias que se retienen en el pentagrama del aire, seguir la pauta cadenciosa de la musicalidad de su mensaje. Escuchad cómo Cristo nos instruye en la piedad hacia nuestros semejantes, en la caridad necesaria para resarcir de las tinieblas a tantos hermanos que comienzan a perder la confianza en el plan salvífico que llevaba impregnado su sacrificio. Cómo el Señor Cautivo se nos presenta en muchas nuevas formas de moderna esclavitud.

Percibid la alegría de su fuerte voz recorriendo las naves de esta iglesia y cómo nos impulsa a desprendernos de esas ligaduras que vemos en sus manos, cuando en realidad estamos contemplando, en las sogas que entrelazan sus muñecas, nuestros propios miedos, nuestras limitaciones, la restricción que nos imponen las ataduras a la facilidad con la que conseguimos las riquezas mundanas, con las que nos

subyugan y avasallan para separarnos de nuestros prójimos, a veces de nuestras propias familias.

Lo que mantiene atado al Cautivo son nuestros egoísmos, nuestra dejadez, nuestra falta de sensibilidad con los necesitados hermanos que nos rodean y que tanto necesitan de nuestro amor a Cristo.

Distinguid el sonoro eco que transita por estas naves, un sonoro clamor que nos convoca a proclamar su palabra, la Verdad y la Justicia de Su palabra. Pero es necesaria una proclamación con nuestro comportamiento que sirva como ejemplo de nuestro amor a Él.

Oíd cómo nos está invitando a participarla y hacerla nuestra, a llevarla donde la vida se truculenta con la injusticia, donde el hombre ata al hombre y lo encadena porque está vencido por el egoísmo y la egolatría, porque no tiene más creencia, ni mayor alcance espiritual, que la que le procura su visión, que la que puede tocar con sus dedos. Una visión miope, limitada a nuestro propio yo, un yo estéril que no puede dar fruto si no se abre a los demás.

Necesitamos desligar sus manos de esta atrocidad diaria que nos consume, de este materialismo que está embarrando nuestras emociones y limitándonos a la conveniencia de quienes nos imponen unas necesidades superfluas, nimias, y tan triviales que convierten la existencia en una sinrazón y que nos está conduciendo al vacío espiritual, a una vida sin valores y sin sentido trascendente.

Porque debemos ser conscientes de que Dios, en su infinita misericordia no se cansa nunca de perdonar, de amar a sus hijos, de abrirnos una y otra vez sus manos para podamos descansar en su pecho. Somos nosotros, los ingratos, los inconstantes, los que nos cansamos de acudir a Él, engreídos de una errónea autosuficiencia, los que dejamos de lado la humildad necesaria para pedir perdón; de buscar su mirada y recogernos en su regazo.

Cada vuelta de esa cuerda que ata sus manos debe de caer. Debemos desligar sus manos poco a poco, quitar cada nudo de esa cuerda, liberando con ello a nuestros hermanos de unas ataduras de las que no pueden escapar por sí solos, sin la ayuda que el Cautivo les hace llegar a través de nuestras acciones.

Somos nosotros los que tenemos que hacer florecer la Esperanza en los corazones de nuestros hermanos, nuestros semejantes, aquéllos que están hundidos en un vacío materialismo que se ha dado de bruces con una realidad económica que ha dejado sin sentido a unas vidas volcadas en el egoísmo materialista y ayudar a todas esas personas, esos amigos y familiares que han sido las víctimas en paro de esta crisis económica y de valores que tanta dolorosa realidad nos ha arrojado a la cara.

Somos nosotros los que tenemos que convertirnos en la tabla de salvación, la roca firme donde puedan agarrarse nuestros hermanos más desesperados. Aquéllos que buscando una errónea felicidad han caído en las garras de la droga, el alcohol, el juego. Personas que en su enferma soledad no

encuentran ninguna luz que les marque el camino; ninguna mano amiga que los guíe, ningún hombro donde desahogar unas penas que los han arrastrado hasta las peores cotas de indignidad humana, tan contraria a nuestra condición de hijos de Dios.

Somos nosotros lo que hemos de procurar compañía a los que, dejándose llevar por un egoísmo agónico que les mantiene alejados de la Vida, cautivos de sí mismos, y están desesperados por escapar de una soledad que les está consumiendo, envolviendo, que no les permite ver que Cristo, El Cautivo, es el Camino para encontrarse con una pléyade de hermanos que les están esperando, deseosos de poder tenderles un puente que les salve de ellos mismos.

Entre todos debemos quitar cada una de estas vueltas de cuerda (el egoísmo materialista, el paro, las adiciones, la soledad), de la soga que ata hoy en día las manos de Nuestro Señor.

Cristo no puede permanecer Cautivo en la prisión de nuestra indiferencia. Hay que abrir las ventanas del alma, dejar entrar el aire nuevo, desintoxicar las estancias donde se ha dormido la conciencia de la comunidad hasta que podamos comprobar que se ha llevado a cabo, que hemos llevado a cabo, la purificación de nuestro corazón para que, durante la Cuaresma que ahora comienza, podamos desatar a Cristo y que pueda tomar posesión de nosotros.

Jesús, a través de esta Santa Cuaresma que tenemos en puertas, está llamándonos al compromiso inmediato de la paz.

Él, el Cautivo nos necesita ahora y está ofreciéndonos sus manos para convertirlas en instrumento de la liberación del hombre. Nos llama a la comunión de los valores, a engrandecernos para enfrentarnos a la consumación y a la implantación de la virtud frente al pecado. Es ahora cuando nos pide que abramos nuestro corazón a Su Palabra, que pongamos en práctica todo lo que, a lo largo de nuestra vida, sabemos que tenemos que hacer. No caben más excusas, ni posponer Sus enseñanzas.

Dios atado de manos ante nosotros esperando a que Le liberemos con nuestras acciones, está esperando a que nos acerquemos y retiremos cada una de las vueltas de esta soga. La única beligerancia de Jesús está atada a la promulgación del amor. Sin el amor no somos nada, entes que caminamos sin sentido, perdidos y sin rumbo. Estamos obligatoriamente atados a un amor fértil, que debe dar los frutos necesarios para liberar a Cristo en la persona de nuestros hermanos más necesitados.

¿Quién es este Hombre que viene a mortificarnos con la Verdad? ¿Por qué continuamos necesitándole entre nosotros? ¿Quién es este Hombre que se muestra en cautiverio y sin embargo confiere tanta seguridad en nuestra condición humana? ¿Quién es este Hombre que aún atado, aún prendido, aún Cautivo, se nos hace tan necesario en la vida?

En la limitación de nuestro conocimiento advertimos nuestro mayor dolor. Lo reconocemos como el hijo de Dios que continúa sufriendo, que nos concita a la piedad e incluso a la veneración. Sentimos cómo se agrieta el corazón cuando

recordamos sus padecimientos, el dolor de su martirio. El dolor de su abandono por parte de sus amigos, y la negación pública que hizo Pedro, y que hoy en día seguimos haciendo nosotros mismos cuando no llevamos a la práctica lo que sabemos que debemos hacer. Aún así, la misericordia se adueña de nuestros sentimientos viéndole Cautivo y nos conmueve su entrega, su amor sin medida por nosotros.

Ante esta imagen de Jesús Cautivo, a la que durante tantos siglos los hombres y mujeres de bien han vuelto sus ojos buscando consuelo de sus desdichas y alivio en sus temores e inseguridades, debemos sentirnos seguros y firmes en nuestra Fe, conscientes de que la devoción a Jesús Cautivo nos ayudará ser más fuertes, porque es Su cautiverio el que nos dio la Libertad.

Pero no caigamos en la errónea simpleza de considerar como una Fe de segunda, una Fe sin fundamento teológico a esta imagen tan conocida y repetida de esa multitud, hombres y mujeres, que visita al Cautivo todos los viernes, mujeres solas, mujeres con sus hijos y nietos, como venía mi abuela trayéndome a mí, presentándome, siendo un crío ante esta bendita imagen. La fe de los sencillos, de los pobres y limpios de corazón es un camino teológico que nos lleva a Dios.

Pero esta proclamación de la devoción como un camino hacia Dios no debe condicionarnos en los comportamientos hacia las necesidades que nos vienen reclamando nuestros hermanos, aquéllos que continúan atados al dolor de la soledad, a ésos que no ven en el horizonte de sus existencias más que oscuridad, un precipicio donde se despeña su

dignidad y la de los suyos porque van a ser desahuciados, expatriados de sus hogares y condenados a la diáspora, a recorrer los desiertos de una mendicidad vergonzosa.

Este Hombre atado, Hijo del Padre antes de todos los tiempos, nos requiere para socorrer a ésos a los que sus recursos no les posibilitan el sustento diario, a ésos que sufren, día a día, la lacra del paro y cuyas expectativas se van desangrando en el discurrir ocioso de las horas. A esos a los que la vida no les permite tomar la necesaria perspectiva de sus problemas para poder, con la ayuda de Dios, dar los pequeños pasos que les puedan ir permitiendo una realidad esperanzada, llena de Cristo.

Éstos son los cristos cautivos a los que tenemos que despojar de las cuerdas sociales que le están trabando las manos. Éstos son los cristos cautivos a los que Jesús nos convoca a liberar.

Éste es el Hombre que tenemos hoy en frontispicio a nosotros. Éste es el Redentor que nos incita a seguir sus mandatos, que nos exige a cumplir sus obras, que nos obliga a salir de nuestra cómoda existencia de devotos cristianos para convertirnos en devotos cristianos comprometidos para traer al mundo los frutos de la Palabra. Éste es el Hombre, Jesús Cautivo, que siendo Dios es el más humilde de los servidores.

De nada sirve desear zanjar las cuerdas que hieren sus muñecas si seguimos obviando el dolor de quienes nos rodean.

Si seguimos negando a quienes sufren, no somos dignos de proclamarnos sus hijos.

Dios nos conmueve con su dulzura pero necesita de nuestros sacrificios, de nuestros trabajos para hacerle llegar a todos los que le necesitan, incluso a los que le necesitan pero no lo saben, en esta sociedad tan necesitada de una nueva evangelización que vuelva a poner el mensaje del Cautivo en la primera plana de una sociedad vacía.

Si quitamos el lazo que mortifica sus manos, pero nos recluimos en negación de la realidad, sólo estaremos intentando justificarnos por nuestras vanidades, y el egoísmo inspirado por el demonio, el egoísmo que nos embota y ningunea nuestro amor a Cristo, habrá vencido en otra nueva batalla.

Este Jesús Cautivo que se presenta hoy entre nosotros, no debe ser, no puede ser, no es el Cristo del dolor, sino que debe ser el del júbilo; porque advierte que gloriamos su nombre con nuestras obras, porque cumplimos las expectativas de su bondad lijando las cadenas que esclavizan al hombre en la miseria, en la soledad y en la ruindad de la injusticia.

Debemos empezar a sustituir nuestras propias ataduras, a abrir nuestra mente, localizar el necesario conocimiento para poder abrir la sapiencia a las estructuras de la comprensión del misterio de su entrega, del sacrificio para restituir al hombre en sus valores.

Porque este Hombre que se nos sustancia hoy aquí, no está Cautivo, ni maniatado, ni preso, por más que nuestros ojos intenten mostrárnoslo así, por más que nuestra razón nos lo presente sometido.

Todo cuanto estamos viendo no es más que la proyección de nuestros miedos a seguir sus mandatos. Este es el Dios del amor y de la gracia, de la virtud y de la entrega, de la libertad y de la mansedumbre.

Éste es Jesús de Nazaret que perdona y nunca condena, que exime de los pecados a quienes manifiestan y difunden, con rotundidad y claridad, sin temores ni prejuicios, su Fe, la que recibieron de sus ancestros y que transmiten a otros para expandir toda la bondad que lleva implícita en su mensaje.

Éste es el Dios de Abraham, de Isaac, de Daniel y Ezequiel. El anunciado como Emmanuel, el bautizado en las aguas del Jordán por Juan, mientras la voz celestial anunciaba su ascendencia divina.

Éste es el Hijo del Padre, por quien todo fue concretado, el que obró con sus manos los prodigios y los milagros en Galilea, el del sermón de la montaña repleta de seguidores dispuestos a la limpieza espiritual de una nueva era de concordia y fraternidad, el de las bienaventuranzas que anunciaban el reino de su Padre a los pobres de espíritu, a los desheredados, a los mansos, a los misericordiosos y a los puros de corazón.

Éste es el Dios que sana a los enfermos y resucita a los muertos, el que anduvo por las aguas y predicó en Cafarnaúm, el que proclamó, ante el poder terrenal, su reinado en otro mundo.

Éste es Cristo, Redentor y Salvador del hombre, el Hijo de la Bienaventurada Virgen María, el Rabí que escandalizaba

con sus enseñanzas a los sacerdotes del templo cuando expulsó a los mercaderes, el que fue presentado como reo y condenado a la muerte en la cruz y que resucitó al tercer día.

Éste es nuestro Dios, el que consuela nuestros miedos, nuestros dolores, porque sabemos que Él sufrió la peor de las muertes para enseñarnos el camino de la Vida.

Miremos sus manos. Confrontémoslas con las nuestras. Son manos que nos gritan llamándonos a la unidad espiritual, a resarcirnos de los errores, a huir de la maldad, a combatirla.

Fijémonos en esas manos, en la vida que entrañan desposeídas sus ataduras porque hemos destruido la cuerda de su incapacitación con nuestras obras. Somos nosotros, nuestras obras, las que han liberado esas manos, las que han conseguido desatarlas.

Estas manos, ya libres de ataduras, serán las que reconozcamos en el último instante, las que nos asirán para confortarnos cuando seamos llamados a la presencia del Padre, las que nos conducirán al gozo de la vida eterna, sobre las que se sustentarán nuestros seres más queridos, en las que buscarán nuestros hijos el consuelo y deshacer sus tristezas cuando los recuerdos aparezcan.

Son las manos que acarician nuestro corazón regándolo de consuelo como ha hecho tantas veces cuando, llenos de dolor y de incomprensión, hemos buscado su mirada comprensiva. Son esos ojos los que una y otra vez apagan la llama del dolor que la vida nos produce. Son esas las manos que nos abren la mente para poder sobrellevar, que no

comprender, el dolor por la ausencia de aquéllos a los que hemos amado tanto.

Esas manos son las manos de Dios, que nos recibirán con un amor infinito e incondicional y en las que encontraremos toda la plenitud y toda la felicidad que desde siempre Él tenía preparadas para nosotros. En ellas reside el bálsamo que nos aliviará en el dolor, que calmará la nostalgia y nos perpetuará en la memoria de los nuestros.

Son las manos que, como en su día mi abuela hizo conmigo cuando me llevó delante de su imagen cautiva, nos llevarán, algún día, ante la presencia del Padre. Manos que saldrán a buscarnos algún día. Manos que nos abrirán las puertas del Cielo. Manos que nos asirán con amor y no nos soltarán para que encontremos el Camino hacia Dios. Esas manos nos llevarán, algún día, a reunirnos con todos los que nos antecedieron en el Camino del Señor, que ya descansan en Él.

Este será nuestro legado, la mejor herencia, ésa que no tiene valores materiales pero que enraíza en el corazón hasta hacerlo florecer con los mejores sentimientos y las mejores acciones.

En estas manos que se nos muestran, se perpetúan las obras por las que seremos distinguidos, por las que seremos señalados como seguidores de Cristo. Y aunque nos duela la despedida, estamos convencidos de que esas manos serán el lugar más seguro y más grato donde reposar y serenar nuestras almas en la noche de los tiempos.

Dios nos ama, éste es nuestro gran honor; la mayor de nuestras seguridades. En sus manos y en su corazón dormiremos absolutamente confiados y esperanzados.

¿Quién es este Hombre?

Éste es el Mesías que anunciaron los profetas, verdadero Dios y verdadero Hombre, el hijo de María, la portadora de Esperanza. Éste es el Nazareno, el que nos mantiene en la alegría de la Resurrección, el que nos recuerda de dónde mana el mejor y más grande poder, el que nos hace Cautivos en el Amor, el que nos ata en la hermandad y a la fraternidad.

Éste es Jesucristo al que desprendimos de las ataduras, al que rescatamos del cautiverio en las personas que nos rodean porque seguimos sus mandatos, el que nos tenderá sus manos para que podamos asirnos a ellas y vivir por siempre en la gloria de Dios Padre.

Así sea.

Muchas gracias.

Eduardo Carrera Sualís