con la segunda bandera en el frente de aragón

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    CON LA SEGUNDA BANDERA EN EL FRENTE DE ARAGN

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    SALUDO A FRANCO: ARRIBA ESPAA!

    ZARAGOZA, 1938 -- II AO TRIUNFAL

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    A los que viven en la Bandera;

    y a los que muertos, viven en la

    inmortalidad.

    EL AUTOR.

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    AL LECTOR

    Amigo que lees estas paginas, quiero hacerle una advertencia.

    No esperes encontrar una novela de guerra al tipo clsico.

    Esto no es una novela por dos razones.

    Primera: porque es un relato de hechos rigurosamente ciertos. Tal vez haya restado valor a la narracin,pero slo vers en ella lo que yo vi con mis propios ojos.

    Segunda razn: porque, contra lo tradicional en tales novelas, yo no condeno la guerra. Reconozco quetiene sus molestias pero se compensan sobradamente.

    Tampoco esperes que el protagonista muera. El protagonista soy yo; y gracias a Dios estoy vivo, aunque

    ligeramente enfermo. Enfermedad que aprovecho para hilvanar estas cuartillas. Luego, Dios dir; tal vezpueda escribir otro libro.

    Y si a la sucesin de hechos, he aadido algn comentario, disclpalo; es hijo de mi entusiasmo y de micarcter de espaol que abandon todo lo que ms quera en el mundo, para acudir a la llamada de suPatria en peligro.

    Yo no fui a la guerra para conquistar honores. Pero, por lo menos en este perodo que queda condensadoen mis cuartillas, he ganado el mayor a que poda aspirar.

    He estado ocho meses CON LA SECUNDA BANDERA EN EL FRENTE DE ARAGN.

    Aragn ya sabe lo que eso representa; quiero que toda Espaa lo sepa. Por eso te invito, lector amigo, a

    que pases a la pgina siguiente.

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    I. DE MADRID A ARAGN

    El da 27 de marzo de 1937, en El Planto, reciba orden, la Octava Bandera de la Legin, de trasladarse aCasa Gozquez. Al mismo tiempo lleg un oficio del coronel Tella (ascendido por aquel entonces)destinndome a la Segunda Bandera, junto con el pasaporte para que pudiera incorporarme en Zaragoza.

    El capitn Obeso (muerto gloriosamente en Brunete) me rog que no me despidiese de aquella Bandera,donde por primera vez, bajo cielos madrileos, luc mi estrella de oficial, hasta despus de terminado elrelevo.

    Al medioda comenz el trajn. Cargar las cocinas, las ametralladoras, los morteros, las bombas, las cajasde municiones; toda la impedimenta que lleva a su cargo la "Seccin de trabajos", como se llamaoficialmente (o la "Pelota", si prefers el argot de la Legin). Armamento y municin suficiente paradesarrollar un combate no muy largo; precaucin esta, que es base de muchos de los xitos de la Legin.

    Luego, la concentracin de la fuerza. Los camiones nos esperaban en la que fue magnfica casa de Oriol,

    entre pinos y con salida a barrancos desenfilados. Sinembargo, los rojillos tenan, sin duda, un observatorio, porque cuando por compaas y secciones nosretirbamos de puntillas, dejando nuestro lugar a un batalln de Infantera, nos acompao desde ese mismomomento en que inicibamos el cruce de la carretera de La Corua, una lluvia de obuses del doce cuarenta("una menos veinte", en el argot del frente). Esas modestsimas granadas que explotan de todas partes, yque al reventar parecen dejar en libertad un ciento de gatos cada una.

    Mejor. As, "relevar ms aprisa", comentaba Jamet-ben-Allah, el sargento moro de mi seccin, que meacompaaba siempre, con su "fusila" (el cerrojo ms pulido de la compaa) colgada invariablemente sobresu capote requisado, bajo el cual asomaban las botas tambin requisadas, que dificultando su andar ledaban un pintoresco aspecto de marinerote desembarcado.

    Cada caonazo, tena como eco un "ms deprisa y abrirse"; pero afortunadamente no hubo que lamentar

    bajas, y cuando la Bandera se reuni al pie de aquel soberbio edificio, que a mi juicio y sin ofender alarquitecto, est arrancado de una pelcula americana, enmudecieron los caones.

    Luego; horas, camiones, horas, camiones... Creo que con estas os palabras, convenientemente barajadas,se puede definir exactamente un relevo en s! frente de Madrid. Recuerdo un pequeo suceso.

    Eran las dos de la madrugada y aun rodaba caminos madrileos el camin de mi seccin. Yo dormitaba enel baquet cuando se detuvo; el conductor se ape yhurgaba sin resultado el motor, alumbrado por los haces de luz de los otros camiones que nos adelantaban.Al fin se dirigi a m: "Se ha descargado la nodriza me dijo si tuvieran ustedes algo de gasolina larellenara".

    Interrumpiendo mi sueo, record que todos los legionarios iban provistos de una botella del inflamable

    lquido, que sirve de antitanque a los espaoles. Sacudindolos, para despertarlos, ped a los ms prximossu dotacin; de entre capotes y mantas, entre bostezos y alguna palabrota, surgieron tres de ellas, que atientas verti el conductor en el cilindro metlico. Pero cuando ocup su puesto y cerr en alegre portazo,diciendo ese "ya est" de todos los mecnicos, fueron intiles sus esfuerzos. Durante diez minutos el run-run-run del motor de arranque.

    Al final se ape, volviendo a destapar el capot. Meti las manos en la nodriza y cuando por casualidad oliuno de sus dedos, las palabrotas fueron ya de las que ofenden odos medianamente educados.

    Acerc una mano a la mnima parte de mi nariz que emerga del capote, y core (con ms suavidad, escierto) sus palabrotas. Apestaba a aguardiente; y aguardiente llenaba las panzas de todas aquellas botellas,destinadas a cazar tanques rusos.

    Me re de buena gana y no dije nada a los legionarios. All en el interior del camin se modulaba unasinfona de ronquidos.

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    Habamos dormido un par de horas en el almacn de Intendencia de Casa Gozquez, donde las pilas desacos vacos nos brindaron mullido lecho.

    Haba llegado el momento de despedirme, y empezaron los apretones de manos y los deseos de buenafortuna. Cuando encontr al teniente que mandaba la Veintinueve Compaa, le ped que me dejara traerconmigo a Demetrio, el fiel asistente que llevaba ya ms de un mes trasladando un colchn y algunas

    mantas de mi propiedad, por todos los suburbios madrileos. El teniente Garca-Alegre se neg en rotundo:le faltaban hombres en la compaa.

    Y as, despus de saludar a Obeso (por ltima vez), a Usaletti, Liebana, Von Cheveko, Lanza, Fuentes,Gonzlez, Fernndez, Gil de la Vega, Noriega..., todosaquellos que haban compartido mi "guerra en Madrid", tuve que despedirme tambin de Demetrio.

    Fue una despedida triste; y cuando arranc el coche que me llevaba a Getafe, y se qued en la carretera, losent mucho. Por eso, cuando el coronel Tella pelocanoso sobre ojos vivsimos me autoriz para traerlo, decid volver a por l, sin tardanza.

    Otra vez a la aventura del transporte militar. Un camin sala para Fuenlabrada; all encontr otro que medej en Valdemoro, y desde Valdemoro a Casa Gozquez, como un seorito, en el "ligero" de una batera de

    Artillera.

    Cuando llegu, estaba formando la Bandera para salir hacia su nuevo destino. Antes que yo a l me vioDemetrio; y saliendo de las filas vino corriendo a miencuentro. Una sola mirada le bast para comprender que se vena conmigo; y un minuto despus, con elcolchn y las mantas a cuestas, me estaba guardando un puesto en un camin de roquetes que sala paraLganos.

    El viaje en aquel camin tena algo de epopeya de las carreteras. El conductor era un muchacho de origenmejicano y requet de corazn, y su ayudante un galaico que inmediatamente trab conversacin conDemetrio en su comn dialecto, con tal ternura de diccin que no pareca sino que un prado con sus"vaquinas" y todo, iba a asomar por su boca de un momento a otro.

    Pero, desde luego, ni el mejicano ni el gallego tenan idea del arte de Sir Malcom Campbell, y as; tras dedejarnos el toldo en un rbol, arrojar brutalmente de la carretera a un inofensivo "balilla" y perdonarmagnnimamente la vida a varios morazos que se plantaban en mitad de la carretera para pedir plaza; a lasnueve de la noche, a faros apagados y entre una regular llovizna, nos despedamos de los milagrososmecnicos en la estacin de Lgans.

    Llova, como digo, y el tren no sala hasta las once del da siguiente. Y como "sabamos manera",decidimos instalarnos a dormir en el mismo coche que habade traquetearnos hasta Plasencia. Ocupamos un departamento, y Demetrio hizo una excursin al pueblo. Ala media hora volva con todas estas cosas indispensables.Una vela, una lata de atn, dos panes, algo de chorizo y cuatro huevos duros.

    Y all pasamos una noche, la ms tranquila de todo mi frente de Madrid, mientras llova si Dios tena que.

    * * *

    La Segunda Bandera actuaba, segn mis noticias, en el frente de Aragn. La primera vez que haba yovisto autnticos legionarios, fue en la Sierra de Alcubierre, cuando se acababa de ocupar y yo era un simplechfer (algo mejor que el mejicano requet, modestia aparte) que aquel da tuvo el honor de conducir algeneral Urrutia entonces teniente coronel hasta aquellas avanzadas.

    Recordaba el tiroteo constante que percib desde el puesto de mando, y tanto como el silbar de las balasaquel vozarrn mezcla de trueno y sirena de vaporde un hombrote que entonces era teniente y ahora es el capitn Marra. Recordaba tambin la teora deheridos y algn muerto que desfil ante m aquella tarde; por algo cantan los legionarios

    En la sierra de Alcubierre,hay una fuente que mana

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    II. SANTA QUITERIA

    Son la corneta (esa corneta que tan bien sabe tocar Reigosa en los ratos en que est sereno) y laBandera se concentr a toda prisa. El comandante sali, en coche, para recibir instrucciones, y nosesperara en Zaragoza.

    Antes de media hora estaba todo dispuesto para la marcha, pero el tren que se form en Caminreal tardaun mucho en acoplar el material.

    Como una seccin de fusileros es fcil de acomodar, pues lleva consigo la mnima cantidad deimpedimenta, tuve tiempo sobrado para pasear por el andn y admirarla soberbia locomotora.

    La idea de que bamos a entrar en combate (pues era lgico que a combatir bamos) no me preocupabatodava. Me distraa el afn ruidoso del embarque, conel flujo y reflujo de legionarios subiendo a los coches hasta llenarlos. Las voces, los mil ruidos, bramidos de

    monstruo apocalptico que busca acomodo y postura para echarse en su caverna de fuego y ruidos. Poco apoco qued embarcada toda la Bandera y hacia las diez de la noche emprendamos el viaje,

    A dnde bamos? Todava no lo deba saber ni el comandante Ruiz-Soldado que ya estaba en Zaragoza.Sin embargo las primeras horas, en e! departamento que ocupaba la alfereca (como se nos llamaba concarioso desprecio) se hicieron mil conjeturas. Alguno, ms enterado, apunt la idea de que iramos haciaHuesca. No s por qu, me satisfizo la idea de recibir mi bautismo de fuego como oficial de la SegundaBandera (antes haba odo muchos tiros pero no con esa calidad) en Huesca, madre y cuna del histricoreino de mis mayores.

    Luego, la conversacin ces poco a poco, y en posturas inverosmiles, que slo se adquieren en duroentrenamiento de meses y meses de guerra, nos quedamosdormidos.

    Nos despert chirriar de frenos en la estacin del Arrabal. All esperaba el comandante; habl con suscapitanes, dio algunas rdenes al tren y nos dispusimos a seguir.

    Como la plvora corri entre la oficialidad la noticia que reservadamente nos trajo el comandante. Los"rogelios" como los llama Coloma haban cortadola comunicacin con Huesca y era preciso dejarla expedita. El comandante y sus capitanes trazaban planes,sobre las curvas de nivel que haba facilitado el Estado Mayor, marcadas de crucecitas rojas y azules, y enel departamento de la alfereca se comentaba, aunque sin planos.

    Apunt tmidamente la "genial idea" de que siendo aquel terreno (presuma de conocerlo) llansimo, como lapalma de la mano, sera fcil el combate a pecho descubierto. Cada uno aport su idea o comentario, yvolvindose a acomodar vi con satisfaccin que nadie durmi sin cerciorarse de que colgaba de su cuello o

    estaba dentro del bolsillo, la medalla protectora que les diera la madre o la novia; o la esposa, que de todohaba. Creo que aquella noche subieron al cielo muchas mas oraciones que durante las plcidas veladas deCaminreal.

    Yo ya no tena ganas de dormir; y aprovechando una corta parada del tren me fui a la locomotora, donde elmaquinista no tuvo inconveniente en recibirme.

    Estaba nervioso el que diga que no ha sentido el miedo cuando sale para un combate, mientedescaradamente y, adems, el capitn Maci me haba animadoal salir para que plasmase en unos versos algn episodio del viaje, que para m era el primero con laBandera.

    Por eso, mientras el tren corra, yo fui grabando en mi memoria estos malsimos versos que nunca he

    querido escribir, pero que de boca en boca son populares entre la oficialidad de la Segunda Bandera.Fu, fu, pi, pi, chaca, chaca,

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    el tren corre, va que chuta.El maquinista disfrutay fuma de su petacamirando la hoja de ruta.Sesenta, setenta, ochentapalancas, bielas, carbn.

    El fogonero no cuenta;trababa como un ladrny la caldera alimenta.Y el invento que hizo Albinpara activar el comercio,hoy va conduciendo al Tercioa cumplir con su misin.Lo dijo San Exupercioy no admito discusin.

    Esta versin que transcribo no es rigurosamente exacta, pues el original contena algunas palabrotas, queel Pater sustituy pudorosamente. Quede consignada su colaboracin valiosa.

    En la brevsima parada de Zuera, aproveche para reintegrarme a mi vagn y pude enterarme de que unsargento trajo al comandante un telegrama del capitnde la Falange de Almudvar, apremindonos.

    Este telegrama, sin importancia para la mayora, tena mucha para m, porque el capitn en cuestin era mihermano Jorge, que con sus falangistas cubra aquelsector del frente.

    Al poco rato lleg el alba y con sus luces la estacin de Almudvar. Abrac a mi hermano y al decirle "Quehacis por aqu?", me respondi: "Esperaros a vosotros". Reflexion sobre la guerra y sus sorpresas; mihermano, militar profesional, reclamaba el auxilio de un simple aficionado; un "capitalista" de la guerra, enfrase del llorado y heroico Juanito Allanegui.

    Claro que no era a m precisamente a quien deseaba, sino a aquellos legionarios magnficos, gloria de ]aInfantera espaola, que ya se alineaban en los andenes.El comandante fue al telfono a recibir las ltimas instrucciones, y yo pude, mientras tanto, ver y hablar a unoficial, que con un balazo en el brazo izquierdo, llegaba en aquel momento.

    Los rojos, en gran superioridad de nmero y armamento, se haban colado por sorpresa en la ermita y susposiciones; menos en la batera, cuyos sirvientes la defendan todava, animados por el capitn Guinea,que con sus soldados y algunos falangistas y requetes que a su mando se haban acogido, mantenanuestra gloriosa bandera en algunos parapetos.

    No era esto lo peor, con ser malo, sino que otra nutridsima columna de "bisinios" se haba filtrado por eldesguarnecida barranco de Violada y amenazaba el ferrocarril y aun la carretera. No nos costcomprenderlo al or paqueo cercano; eran los falangistas que mantenan sus posiciones en las lomas

    inmediatas.

    Todava no haba salido el sol cuando toda la Bandera, con naturales precauciones y el comandante a lacabeza, se diriga a esas lomas. All se estudio sobre el terreno lo que convena hacer.

    Desde all se dominaba un barranco, no muy ancho, y enfrente unas alturas desde donde tiraban "de buten"y donde se poda apreciar perfectamente la labor de los zapadores rojos que en las siete u ocho horas queall llevaban, haban puesto incluso alambradas.

    Era yo el ms moderno en la Bandera y supona lo que se me iba a ordenar. Por eso, cuando el Pater marchoso e inquieto como siempre paso a mi ladoreclam su bendicin; me tranquiliz con una mirada.

    O pronunciar mi nombre y Coloma mi capitn me dio instrucciones; mi seccin iba a ocupar unmogotillo que sobresala en "tierra de nadie".

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    se quedaron con nosotros.

    Lleg hasta all el comandante, radiante de satisfaccin; nos felicit y dirigi unas palabras a los prisioneros.Momentos despus los enviaba para retaguardia (aqullos fueron los ciento y pico que el da 14 "entraronen Zaragoza") y reuni la Bandera, porque ya haba llegado el momento de hacer lo que se narraen el captulo siguiente.

    * * *

    Era un poco mas de medioda cuando se reuni la Bandera. Se intent que la gente comiera poco habacomido desde que empez la operacin pero hubo que desistir, ante apremios del mando.

    Haban llegado las fuerzas que iban a colaborar con nosotros; la Bandera Sanjurjo y los de Asalto. En laestacin de Almudvar estaba ya emplazada unabatera del 7'7 novedad de la que nos prometan maravillas y la Aviacin estaba citada sobre las tresde la tarde. Los das eran cortos aun y haba que darse prisa; el general Ponte, que se haba establecidocon su Estado Mayor en el emplazamiento de la batera, estaba impaciente por coronar aquella magnficaoperacin.

    Desplegamos otra vez (esta nos correspondi el ala derecha), tron la batera que se estrenaba enverdad que infunda confianza aquella granizada de proyectiles y comenzamos a avanzar. No puedoprecisar ahora lo que tardamos en llegar al contacto con el enemigo; slo s que al coronar una loma vi unllanitocomo de unos quinientos metros y enfrente una altura que juzgu inaccesiblecoronada de parapetos,desde donde se nos haca un vivsimo fuego.

    Grit con todas mis fuerzas unas rdenes para que mi gente se echase al suelo, dando principio alcombate; pero aun no saba como las gasta la Segunda Bandera.

    Ninguno me hizo caso, sino que corriendo como gamos se tiraron a la llanura, lanzando al viento unos vivasa Espaa, que se deban or en Alcubierre.

    El grupo ms cercano comenz a gritar:

    "Que se van, que se van!"

    Y corriendo, sin cesar de tirar a los que cobardemente huan por nuestra derecha, me arrastraron,electrizado, borracho de entusiasmo de verme entre aquellos valientes.

    Corr, corr como un loco; con la pistola en una mano y una "laffitte" en la otra, alcanc y rebas a losprimeros; grit ms que ellos, lanc la bomba y... no me preguntis cmoporque no lo spuse pie enlos primeros parapetos enemigos.

    All se detuvo momentneamente la avalancha. Todo era alegra al verse dueos de un gorrito de hule, o detal cual cazadora. Yo, pisando cadveres, me hice cargo de dos fusiles ametralladoras abandonados en la

    huida; mirando atrs repar el espacio que haba recorrido a pecho descubierto, gracias a la cobarda delosrojos.

    Si hubieran resistido, dos nada ms con aquellos fusiles ametralladoras, cuyo mecanismo limpioadmiraba no hubiera llegado vivo ni uno de los que ahorame enseriaban alegremente la requisa. Adems no tena ni una baja.

    Pens inmediatamente en mi capitn y le enve un enlace. Mientras aguardbamos en los parapetos donde se clavaba alguna bala vimos nuestros aviones y omos los latigazos de su bombardeo. Luego sefueron y aparecieron, medrosos, seis aparatos rojos, que despus de lanzar unas pocas bombas en dondesuponan que se hallaba aquella batera que tanta "pupa" les haca, desaparecieron a toda velocidad.

    Tambin su artillera hizo algunos disparos, y ante nuestra vista estrope a tres o cuatro sanjurjos unaseccin que vena a relevarnos.

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    Apareci el enlace, que ya haba dado con Coloma, y dejando mi puesto a la seccin de Sanjurjo me fui conla ma en busca de mi capitn, atravesando a lacarrera la cresta, que segua muy batida.

    Antes de salir aun pude ver que la compaa de Ametralladoras, que nos haba protegido muy bien

    (Esparza, es tan buen capitn como mal jugador de poker), cambiaba apresuradamente su emplazamiento,descubierto y batido por la artillera roja.

    En la loma me alcanz un enlace; tena una orden para Coloma y un papelito para m. Era una copla queme dedicaba Maci. que en medio del combate, aun tena humor para eso y mucho ms. Deca:

    "Vamos a Santa Quiteria,venimos de Caminrea],Si siguen as las cosaste aguardo en el Hospital".

    Me hizo mucha gracia. Lo que no me hizo tanta fue la orden a Coloma. Deca, si mal no recuerdo:

    "Va a tirar la artillera durante diez minutos; al final lncese al asalto con su Compaa".

    En un parapeto estaba Coloma con la seccin de Escobar. Barrenengoa y Paos. Di el parte (como si nosupiera su contenido) y al leerlo reuni a la gente y salimos "pa adelante". A mi ver fuimos bordeando por laderecha el monte; nos tiraban de izquierda y derecha, desde los parapetos que conservaban an, y desdelas alturillas que dominan Tardienta; pero como bamos algo resguardados dentro de parapetos salvo lostrozos descubiertos que cruzbamos corriendo a todo lo que daban nuestras piernas no hubo novedad.

    Lleg un momento peliagudo. El parapeto se acab; y hasta el ms prximo (donde ya se vean lossoldados de Guinea, que nos llamaban a grandes voces) haba un espacio como de doscientos metros,descubierto y batido con ametralladoras de derecha e izquierda.

    Coloma no lo pens; y en una carrera maravillosa, materialmente "bordado" por las balas, lleg al parapeto

    donde se nos esperaba. Tras de l pas el banderny los enlaces y me toc la vez.

    Pas miedo, un miedo horrible, y no me duele confesarlo ; pero me encomend a Dios y sal corriendoesperando el balazo mortal. Corra, asombrado de verque las piernas me respondan an y que las balas silbaban en derredor sin darme. Al llegar, sano y salvo,ya no pens ms en ello; todo eran abrazos y alegrade los sitiados que rescatbamos. All estaba Noalles, el medico de Falange, a quien la ltima vez habadejado en La Granja bebiendo cerveza.

    Por el parapeto adelante fuimos corriendo hacia la ermita, que ya se vea a lo lejos. Entonces, un balazo demala pata hiri el cuello del pobre Cuartero. Echaba sangre como un toro, y creo que ya no exista cuandopusimos su cuerpo en la camilla.

    El capitn tena prisa; estaban acabando los diez minutos de preparacin artillera. Y corrimos por elparapeto, apartando a codazos a los soldados de Guinea, que se apretujaban en las aspilleras y tirabancomo borrachos sobre la masa de milicianos que en franca huida se descolgaba hacia Tardienta.

    "Marranosgritabanque nos "habs" tenido tres das sin comer".

    Y descargaban el fusil, una y otra vez, pidiendo a nuestros legionarios municin, de la que andabanescasos. El capitn Guinea que haba perdido un hijo en el asedio los animaba con magnfico espritu.

    Nosotros seguimos a Colonia, que con el bandern pegado a el ondeando al viento de la tarde, ibaabrindose la ruta de victoria.

    El tiroteo era ya mucho ms soportable; salimos del parapeto, sin reparar lo que pudiramos encontrar, ypoco despus nos bailbamos ante los restos ennegrecidos de lo que fue ermita. Estaba el campo

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    III. LA "BATALLA DE LOS CARACOLES"

    Dos das de descanso en Zaragoza nos vinieron muy bien. Cada cual procur adecentarse con sus mejoresgalas para presumir un poquillo en el paseo de laIndependencia.

    Juanito Villarreal estren una soberbia teresiana; con tantos dorados que, casi casi, lo multaron, poracaparar oro en momentos tan difciles para la Patria.

    El capitn Rivera, al que Mayoral le cantaba

    "Qu es aquello que yo veoencima de aquellos montes?La cabeza de Riveraque oculta los horizontes".

    estren unas botas magnificas, siempre brillantes por obra y gracia de Boquichi, su popular asistente y exlimpiabotas.

    Llenbamos todos los establecimientos cntricos y presumamos lo indecible; yo al menos. Era muyagradable encontrarnos a esa seora que nos vio nacer y orle

    "Sois unas fieras".

    O al viejo amigo de la familia, que preguntaba detalles sobre un asalto al arma blanca y quera saber "sigritan los rojos al pincharles".

    El comandante (noventa por ciento de aquel xito) nos saludaba, cada vez que nos cruzaba, con paternalcario. Y los legionarios, al encontrarnos en los bares,

    nos decan en voz muy alta, para que todos lo oyesen:"Se acuerda, mi alfrez, cuando tir usted aquella bomba y por poco me da?".

    Pongo por hazaa que habamos compartido y queran hacer pblica.

    Pero dos das se acallan pronto, y el 16 nos fuimos otra vez a Santa Quiteria. Tenamos que guarneceraquello esperando el contraataque.

    Cuatro das pasamos sin novedades dignas de mencin. Me correspondi un pequeo sector, del cual erajefe; me instal en una casetilla y en amable compaa con Pascual (el magnfico sargento) me entretenaoyndole historietas de sus quince aos de Legin. Tambin es cierto que sufr un poco con las lceras malcerradas de mi pierna derecha.

    Y es absolutamente cierto que en aquellos das enterramos ms de seiscientos cadveres de rojos, y quedejamos por imposibles muchos ms, que se vean enlos barrancos que van a Tardienta; y que por la noche venan los rojos a recoger el armamento tirado.Como es cierto que una madrugada el capitn Rivera, a tirosde fusil cazador siempre "se carg" a un rojillo, que pag as su valenta.

    * * *

    Volv de Santa Quiteria, bastante fastidiado con mi pierna. Tanto que, al fin de la caminata, desde la ermitaa la estacin, no pude ms y tuve que subirme a un mulo.

    Al llegar a mi casa me acost; y acostado estaba cuando, al anochecer, lleg Demetrio con su eterna

    sonrisa y me dio la noticia"Est formando la Bandera para salir".

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    Vaya por Dios! No iba a poder descansar. Intent vestirme pero result imposible que me pusiera las botas.Un poco molesto por no poder acudir al llamamiento de mi Bandera, decid seguir acostado y darme de baja.Aquella noche no pude dormir pensando en mi desercin y en los fregados en que poda verse lacolectividad a la que ya tena cario.

    Al da siguiente vino a visitarme el mdico civil de la Bandera. Pablo Romeo, inofensivo comadrnzaragozano, movilizado voluntariamente y embarcado a curar dolencias legionarias, en ausencia de suscolegas militares.

    Me cur y mand quo siguiera en la cama unos das. Durante ellos me trajo mil noticias de las operaciones,que le llegaban por conducto de los que iban y venan.

    Pero todo lo que ocurri en aquel breve espacio de tiempo no lo vi yo; y por eso no figurar en este libro, decuyo contenido soy testigo presencial.

    Para contaros lo que me contaron, prefiero que os lo cuenten. Y perdonad el juego de palabras.

    * * *

    Volv con los mos en Celia, pueblecito turolense rico en aguas cristalinas, donde cran los mejorescangrejos de E5paa; codiciada presa para el capitn Pastor. Aquel da comimos una paella a base decrustceos, como para chuparse los dedos.

    Cuando nos reunimos a comer no ramos los mismos de Caminreal. Mandaba, accidentalmente, laBandera, el capitn Rivera, pues Ruiz-Soldado haba sido herido en Santa Brbara, el mismo da quemurieron Toribio, Vias y el pobre Quintana, aquel valiente canario, hombre riqusimo y falangista decorazn, que desde Sevilla estaba voluntariamente agregado a la Bandera, donde prestaba inestimablesservicios.

    Aquel mismo da recibimos orden de marcha. Paso la tarde en preparativos y al anochecer salimos a pie

    para Gea de Albarracn. Los rojos se haban filtradootra vez y subiendo por el ro Bezas, hasta su confluencia con el Tuna, haban establecido una magnficaposicin nuestro objetivo y cruzando este ro habancortado la comunicacin de Teruel con Albarracn, hostilizando la carretera desde un monte llamado "LosFrontones".

    Cuatro horas de marcha nocturna, sin hablar ni fumar, nos llevaron a Gea de Albarracn. Alojamos a lagente y como hasta la hora "H" (el indicativo a quese ajustan las operaciones y que slo conoce el jefe de la columna) tenamos algn ralo para dormir,asaltamos un casern deshabitado y sobre jergones, mullidos con mantas y alguna almohada,descansamos un rato.

    A m me toco en suerte compartir una cama de matrimonio con Marra. Aun me produce risa recordarlo,

    como se reir el lector el da que conozca a Marra.

    A las siete de la maana ya estaba la Bandera desplegada hacia los Montes Universales. Esta vez conocanuestra misin, pues por la noche haba tenido tiempo de colarme en la Comandancia a fisgar. Un jefe de laGuardia civil daba instrucciones a mis capitanes y as supe que nuestra misin era mientras Sanjurjoatacaba de frente molestar a los rojos en su retirada y contenerlos caso de que desbordasen en direccina nosotros.

    Como Rivera mandaba la Bandera se hizo cargo de la catorce Compaa (a la que yo haba pasado porconveniencias del servicio) Martnez de Arija, que se haba incorporado en Santa Quitea, y al quedbamos muchas bromas por su mana de ser "el ms antiguo".

    Tomamos posicin en la cresta, al otro lado del ro, cogiendo de flanco la posicin roja, que por cierto

    estaba muy fortificada ya; emplazronse las mquinas y Virgilio (sargento entonces, brigada hoy y chifladosiempre), envuelto en su manta multicolor, se sent en una de ellas y comenz el fuego.

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    A la hora "H", que por lo visto era las ocho, comenz el tiroteo en la parte por donde operaba Sanjurjo;luego vino la aviacin, que bombarde muy bien a propios y extraos, y con estas pas todo aquel da gris.

    Al anochecer nos dieron buenas noticias de la operacin, que no haba terminado. Quedaba algo pendientepara otro da. Dejamos una seccin le toc la china

    a Palmeiro y los dems nos fuimos a dormir a Gea. En el casern haba un piano y tuve que aporrear susteclas para solaz de mis compaeros.

    Al otro da amaneci lloviendo, por lo que la operacin qued aplazada. Ese da fui yo a relevar a Palmeiroen el monte; por la noche ces la lluvia afortunadamente y en un abriguito construido con un rbol, una lonacubre-cargas y dos fusiles pas una buena noche, siempre hablando con Pascual.

    Pero sigui lloviendo y la operacin no poda hacerse; y as pas una semana de lluvia y sol. Cuando noestaba destacado acompaaba al Pater y a Pastor en sus arriesgadas caceras de caracoles, que luegocomimos con gran algazara.

    Una noche que yo estaba destacado lleg la noticia de que al siguiente da se terminara la operacin. Sehaban acumulado muchos elementos, pues me hablaron

    de tanques, y trajeron unos botes de humo para ocultar la Infantera. Pas la noche nervioso otra vez y alclarear me sorprendi la noticia de los centinelas, dicindome que en los parapetos rojos no haba nadie ya.

    Sali un voluntario a reconocerlos; tras de l, una escuadra. Y cuando lleg Rivera, con toda la Bandera,para iniciar la operacin, le dije lo que haba. Desplegamos y salimos en direccin a los rojos; efectivamente,los parapetos estaban abandonados. Recogimos muchas municiones, derruimos a patadas las chabolasempezadas y despus de reconocer el largusimo camino cubierto que desembocaba en una paridera puesto de mando donde por cierto haban dejado una mugrienta cuartilla que rezaba

    "Abajo estamos"

    nos volvimos cantando al punto de partida. En honor a las "caceras" de Pastor la operacin qued en losanales de la Bandera como "La Batalla de los Caracoles".

    Los botes de humo no sirvieron ni para "tiznar rojos", como pudo decir el comandante Frutos que por esosdas vino en sustitucin de Ruiz-Soldado, delicado para una temporada destinado en comisin.

    Le conoc en Teruel, adonde fui con Coloma para traer municiones. Coloma estaba un poco mosca, porqueel da de "los caracoles" la Catorce Compaa le pis el terreno, y la suya lleg al parapeto rojo cuandonosotros nos volvamos, cumplido el objetivo, y se hubiera ganado alguna pesada broma de Rivera de noser porque estaba muy entretenido abroncando a Palmeiro, que tuvo la galaica cachaza de dormirse yllegar poco antes que Coloma; pero, a pesar de su mosqueamiento, me quera mucho y me llev a tandelicado servicio.

    Y en la Comandancia de Teruel vi por primera vez al comandante Frutos; temible en su enfado, graciosohasta la carcajada cuando est de buenas y fornido de aspecto aunque jura que nunca pes ni sesenta

    kilos.

    Aun estuvimos una semana en Gea. Y nos aburrimos concienzudamente, salvo las bromas e incidentesque alargbamos todo lo posible.

    Un da hicimos paella en el campo; irona de unos hombres que se pasan la vida, de paridera en paridera,por todos los campos de Aragn.

    Otro, discurri Marra que pescsemos truchas con granadas de mano. Como la estratagema no dio msresultado que asustar a los alevines, pretendi desecarla acequia de la central elctrica,

    Agarr con sus brazos de gorila el torniquete de la compuerta y se li a darle vueltas, hasta que consigui

    abrir la entrada de la turbina que, por ser de da,estaba desconectada.

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    Empez sta a girar de vaco a una velocidad espantosa; y la oportuna llegada del electricista evit quevarios pueblos sufrieran un apagn prolongado.

    Otro da, el pobre Campillo del que ms tarde har la mencin que merece me propuso acompaar aunos zapadores que iban a fortificar. Fuimos al atardecer para que, de da, dejasen marcado lo que iban a

    cavar de noche.Entre dos luces vimos una paridera lejana el frente de Aragn estaba cuajado de parideras y unoscuantos "rogelios" que all tenan avanzadilla.

    Campillo, fantstico siempre, arrebat un fusil al zapador ms cercano, vaci el cargador apuntando a laparidera y prorrumpi en estentreas voces:

    "Marranos gritaba esta noche iremos y os cortaremos a todos la cabeza!"

    Al poco rato nos volvimos a Gea, sin dar mayor importancia a! incidente. Pero a la media noche nosdespert un horroroso tiroteo.

    Los rojos haban visto sombras, y advertidos por las voces de Campillo (que lo mismo que amenazas lespoda haber recitado un romance o anunciado un especfico) creyeron llegado el momento de defenderse; yarmaron un "cacao" como para figurar en los partes oficiales.

    Decididamente somos una calamidad cuando estamos inactivos y, sin duda, por eso nos trajeron aZaragoza otra vez.

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    IV. "GUERRA CHIQUITA"

    Pasamos unos das en Zaragoza, llenando las calles de optimismo y orgullo. Luego salimos otra vez.

    Como siempre, vino Demetrio a avisarme cuando menos lo esperaba. Salimos de noche y sin saber adondebamos; unos por ignorancia, y algunos porque los vapores del alcohol, que haban ingerido en sus ratos deocio, embotaban ligeramente sus inteligencias.

    La Segunda Bandera es as. Al aviso de que sale la Bandera, aunque no haya nadie en el cuartel, acudentodos. No s como, pero acuden.

    Y entonces, da la casualidad de que muchas tabernas quedan sin clientela. La calle de la Vernica era delas que ms sufran en su censo habitual, al salir de operaciones la Bandera,

    Recuerdo cmo, aquella noche, el "Tigre" diecisis aos de legionario, sin una herida ni un galn

    abrazaba tiernamente a unos infantes que me jur ser hijos suyos; cosa que no cre mucho. Mejor dicho;sin dudar que los tenga, creo honradamente que no eran aquellos, porque fueron reclamados por una mujerqueno tena nada que ver con el "Tigre".

    Y cmo el pobre sargento Esteban (yo le di los galones interinos en Gea) me juraba por sus muertos, entreenormes aspavientos, que en aquella operacin que comenzaba pondra a mis pies ni que yo fuese unrey! los galones de sargento efectivo o perecera en la demanda: luego se durmi profundamente.

    Entre cnticos, que alegraban la noche primaveral, ya alegre de por s, y con nutrido acompaamiento debotas de vino, llegamos a la media noche a Almudvar. All supe que esta vez no se trataba de operacinninguna.

    Podamos cantar aquello de"Maana, no hay parideraaunque io mande Galera".

    Que tena su explicacin. Galera, joven teniente coronel, inteligente y agradable, era el jefe de la ColumnaMvil. Y, segn contaban "los antiguos", cuando la Bandera lleg al frente de Aragn, la explicacin defuturas operaciones era siempre;

    "Se trata de tomar una paridera sin importancia".

    Y, por eso, "paridera" era el nombre antonomsico que se daba a todas las operaciones.

    Aquella vez "no haba paridera". Se trataba de un vulgar relevo, para permitir un acoplamiento de fuerzas.Estaramos all unos das haciendo vida de trinchera.

    A la catorce Compaa le correspondi el sector de la casilla. La mandaba Garca Mayoral, incorporado poralta, despus de su herida de Huesca; tambin era nuevo Manolo Losada, a quien envidiaba su gorro condorados, y que deca haber venido al Tercio para engordar. Y se arreaba cada latigazo de insulina quehaca temblar.

    El capitn Mayoral estableci su puesto de mando en la casilla de camineros. En una habitacin la camadel capitn y el telfono; en otra cuatro cajones y unaMesa. En una tercera, sobre puados de paja, dorma Palmeiro. Losada, Martnez de Arija y yo nos fuimosal parapeto.

    Un parapeto largusimo y regularmente acondicionado. Cuando se hizo el relevo comparamos nuestrasfuerzas con las de la compaa de Infantera que relevbamos; ellos eran doscientos y nosotros ciento diez.A nosotros nos daba igual, y ellos lo encontraban natural.

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    "Es que ustedes..."decan.

    Y la frase quedaba cortada, flotando en el aire, como un elogio a nuestro valor, que se sobreentenda.

    Y al fin y al cabo, "nosotros", ramos lo mismo que ellos; aficionados la mayora, los oficiales; y muchsimos

    quintos entre la tropa. Pero algo inmaterial, tal vez un soplo vivificante de Milln Astray, flotabaen nuestros banderines.

    La vida de trinchera es aburridsima. Es como vivir en un pueblo sin poder salir al campo. Es una sensacinparecida a la que todos hemos sentido de nios, cuando aun no tenamos edad de ir al colegio, ni nosdejaban salir solos y nos moramos de tedio, encerrados en casa, entre juguetes que acababan pormolestarnos.

    Dividimos la trinchera en tres sectores; el primero para Martnez de Arija (para eso es el ms antiguo); elcentral para Losada, y el ms izquierdo (que por ironas del destino, terminaba en una letrina) para m. All,en tres chabolas, dorman noches primaverales tres hombres reunidos por el azar.

    De da quedaba uno de nosotros de servicio y los otros dos iban a la casilla a pasar el da con el capitn

    Mayoral. Neurastnico y simpatiqusimo, que en aquellos das nos puso al corriente de su odisea enGerona, hasta que consigui pasarse en Huesca; y nos hablaba de su mujer y de su hijo (mi mujeresperaba descendencia por aquellos das) que haban quedado all.

    Tambin nos ense el juego de la "batalla naval", y en esos inocentes entretenimientos bamosdesgranando el rosario pesado de los das de trinchera.

    Por la maana vena el capitn al parapeto, en visita de inspeccin y a tomar el sol en aquel desmonte quepomposamente llambamos "plaza de armas". Entonces apareca Valads (malagueo y sargento de laLegin) y nos amenizaba con sus cuentos y ancdotas.

    Recuerdo lo que nos remos el da que nos cont la vida y milagros de un capitn de la Legin (tiemposafricanos) que tena muy mal genio. Cont que un da en que sali a pasear a caballo, al apoyar una mano

    en la silla la encontr llena de polvo. Se indign y a voces hizo venir a su asistente; y, rabioso, le mordi lacabeza hasta arrancarle algo del cuero cabelludo. Y luego (segn Valads, y all l con la responsabilidad),le deca, con dificultades de pronunciacin;

    "Qutame estos pelos!"

    All, en "la plaza de armas", pasaban los ratos ms agradables del tedioso parapeto, mientras yo admirabacon envidia ia magnfica pistola ametralladora de Losada. Siempre he tenido aficin a las armas, y enaquellos das asesorado por Martnez de Arija aprend a desarmar granadas de mano, y comenc aformar la coleccin que hoy tengo a vuestra disposicin en mi casa de Zaragoza.

    * * *

    Aquel aburrimiento sin un tiro ni una baja tuvo un ligero parntesis. Cierto que nos dedicbamos aenviar al capitn ("cada maana", como l deca en suacento cataln), los obligatorios partes, redactados con fina irona. Pero a la postre tena que figurar el "sinnovedad", que tan mal cuadraba con nuestro carcter de traviesos hombres de guerra, Y un da, yo, decidque "hubiese novedad".

    Me haba despertado al amanecer y, desde mi chabola, arrullado por los ronquidos de Demetrio y el araarincesante de una rata zapadora, o a mis centinelas hablando a voces con los enemigos. Estos proponanun intercambio de prensa, y daban su palabra (poco de fiar, lo saba por experiencia), de. que no tiraran entodo el da, si nosotros no les agredamos.

    Me hacia gracia la idea de repetir aquella escena tan conocida de que all en el llano tierra de nadie seencuentren un rojo y un nacional y, entre insultos y pullas, se entreguen peridicos y a veces materias

    comestibles, para demostrarse mutuamente su buena alimentacin corporal y espiritual.

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    hacia por entonces, pues a pesar de nuestra presencia, no era raro que los coches que circulaban fuerantiroteados y aun "bombeados".

    Me present a Mayoral, en la principal de ellas; un arquetipo de parapeto, que sentir sea derruido, puescon ligeras adiciones a su confort primitivo puede constituir una originalsima casa de campo. Y pocodespus me fui a la "ma"; otro parapetillo, bien establecido, con su alambrada y todo (lujo en el frente de

    Aragn) en lo alto de un mogotillo que domina bastante terreno, y avalorada con la inmediacin de unabatera del 7'5, que en la cresta del barranco apuntaba a la Imposible.

    La imposibleera una posicin roja, clavada en la misma lnea de nuestras avanzadas, y as llamada porquepor su situacinla establecieron cuando Durrutilleg con sus primeras hordas, en pretensin de "tomar caf en Zaragoza"se consideraba inaccesible.

    Pero no importaba; a su derecha, y a una distancia inverosmil por lo breve, estaba "San Simn". SanSimn es la posicin de ms fama en la sierra; y tiene por qu. San Simn es un sargento de m Bandera;pequeo como un ratn, vivo como una lagartija y valiente como el Cid. San Simn, con cuatro legionariosque quedaron vivos de su pelotn, tom aquello, y por eso se llama San Simn ese montculo, que pasaradesapercibido en cualquier topografa decente, y que, sin embargo, es papel blanco para escribir muchaspginas de la Historia de Espaa. Preguntad a cualquiera de los falangistas de Lostal, que saben algo de

    la sierra.

    Por cierto, que el propio San Simn me cont un sucedido que tiene gracia.

    Quiso la suerte que a su seccin le correspondiese guarnecer la famosa posicin. Y que unos falangistasde los que la ocupaban, al hacer el relevo, se creyeran en el caso de ponerle en antecedentes, sinconocerle.

    "Esta posicin es "San Simn"le dijeron. No sabe usted lo que cost tomarla".

    Y San Simn, sonriendo socarronamente, contestaba :

    "Un poco, un poco".

    Y se acordaba de aquella tard en que el general Urrutia le clav en el pecho las sardinetas de brigada. Yalo creo que lo saba!

    Pues bien; mi posicin tema un pequeo inconveniente, Y era el juego de las cuatro esquinas a que seentregaba la artillera todos los das, despus de comer.

    Primero era un morterazo de la "Imposible" a "Sao Simn" luego otro, y otro.

    Luego una llamada telefnica.

    "Dicen de "San Simn" que los estn friendo; tiren ustedes".

    El capitn de artillera tocaba su pito; se desenfundaban las piezas y "mi" batera haca fuego sobre la"Imposible". Era puntera fija, fuego rasante y muchos meses de corregir el mismo tiro. No fallaba una; ycallaba el mortero.

    Pero entonces empezaba la contrabatera desde Alcubierre. Dos piezas del 10'5 y una "nicanora" latomaban con nosotros. Con nosotros porque como la batera del 7'5 estaba bien oculta, nos metan los lospepinazos en mi posicin. La primera tarde fueron ciento treinta; ahora que, dando gracias a Dios, noexplotaban ni por casualidad. Aquella tarde slo lo hizo una; una granada del 7 que nos cort el hilo deltelfono. As, pude enviar a Mayoral un enlace con este parte, que aun creo conserva:

    "Han cado ciento treinta granadas, que supongo enemigas, rompiendo el hilo del telfono. Los hilos denuestras existencias siguen sin novedad".

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    Luego, venan los artilleros y recogan las inofensivas granadas. Muchas de ellas, con espoletas msactivas. salieron luego de caones nacionales. Y dos, que fueron las ms cercanas a m CE) su cada,figuran intactas en mi coleccin de trofeos.

    Pagada la lluvia artillera, poda irme un rato a la posicin de Mayoral. All, con l, nos reunamos Villarreal,Martnez de Arija, Losada que vena de la

    posicin numero dos y yo. Merendbamos, jugbamos al poker (cunto dinero me cost aquelparapeto!) y pasebamos por los sabinares inmediatos.

    Haca calor, y todos (menos Losada y yo, que queramos ocultar nuestra desmedrada constitucin) usabancomo nico traje unos ligeros taparrabos; as vestidos y con aquellas imponentes porras de sabina quehicimos, parecamos hombres primitivos, dispuestos a cazar, a palos y pedradas, algn dplodocus; que elpaisaje, bien se prestaba a tales elucubraciones.

    Tambin hacamos versos; romances idiotas, como aquel que describa la aburridsima vida de parapeto ydeca:

    ... ... ... ... ... ...En cuanto la luna riela

    pintando hormigas y abastos,de cenas mal digeridasque murieron a mis manos,me acuerdo de mi morenaque est en el ro lavando.Cundo me darn permiso;alegra en papel blanco?... ... ... ... ... ...

    O aquel otro, que describe tan a lo vivo las emociones de un combate ofensivo y traslada al reino de lapoesa la amazacotada prosa de los reglamentos tcticos.

    ... ... ... ... ... ...

    Vamos adelante, vamos!Vamos a por ellos, chicos'Vamos adelante, vamos!hasta que yo toque el pito,y entonces, tirarse al sueloque est. cerca el enemigo,Ya estn todos por el sueloen decubito supino,que viene [a aviacin.Aves de volar cansino,golondrinas que excrementansuciedad de muchos kilos.... ... ... ... ... ...

    Tambin salamos a pasear a la carretera, All, sentados en los poyos, contbamos casos y cosas. JuanitoVillarreal nos cont cmo los primeros das del Movimiento, en sus islas Canarias, entre l y otro falangista,conquistaron cierta ciudad de veintids mil habitantes.

    "La cercasteis? preguntaba Mayoral.

    Yo, para no ser menos, les narr un sucedido de los primeros y azarosos das de Zaragoza. Esrigurosamente cierto.

    Estbamos en Castillejos; entraban y salan camiones y hombres. Tiempos heroicos en los que haba quedominar chispazos en pueblos cercanos a la capital. Y en la capital misma, como lodos sabemos. El

    general dispuso que las muchachas de Falange cacheasen en la calle a las mujeres sospechosas.

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    Y una tarde aparecieron en el cuartel tres de ellas, orgullosas de su presa. Una mujercica humilde deaspecto, con su pauelo en la cabeza; pareca no haberroto un plato en su vida. Pero sus aprehensoras esgriman el documento comprometedor; un mugrientopapel, en el que aparecan en letra de mquina muchos nombres y domicilios de personas conocidas.Acotadas a lpiz, con psima letra, las pruebas de la conjura,

    "A las ocho en punto"."Por debajo de la puerta".

    "Por el ventanillo".

    Casi en volandas, compareci ante el hoy general Urrutia. Y, ante su severa mirada, se atrevi adisculparse.

    "Sabe Usa; como yo reparto el "HERALDO...". No me quisieron creer. Pero muchos de !os lectorespueden dar fe de que es rigurosamente cierto.

    Y seguamos con los romances,

    ... ... ... ... ... ...Las mquinas son cigarrasy los fusiles son grillos.... ... ... ... ... ...

    ... ... ... ... ... ...En el cielo un bandern

    de sangre y oro flamea.... ... ... ... ... ...

    Perdnalos, Seor, que no saben lo que hacen!! Este era el comentario de Juanito Villarreal. !Y que no

    presuma desde que se enter de que era un objetivo para la artillera!

    Porque eso tambin es cierto, lo creis o no. Viilarreal sali una tarde a cortar sabinas para hacerse unbastn, en la inocente compaa de su asistente y un sanitario; y le "paquearon" con una pieza del 7'5. Lesfueron cerca los tiros y gracias a una covachuela en la que pudieron guarecerse.

    All nos cogi tambin la festividad del Corpus Cristi. No todo haba de ser frvolo en aquel relevo,Hubierais llorado de emocin si hubieseis asistido aaquella sencilla misa que nos dijo el Pater; al aire libre, sobre una mesa; como mantel una manta, comoCliz una copa de cristal. Y para alumbrar a la Persona Divina, dos velas de sebo en botellas de cerveza. Elcapitn, los cuatro oficiales y todos los legionarios, barbudos, sucios y silenciosos.

    Al da siguiente buen humor otra vez. Valads me gast una broma. En mi posicin tena dos sargentos.

    Esteban, miope perdido; y Sanabria (no s si os he hablado de Sanabria), sordo como una tapia aconsecuencia de un bombazo, cuya representacin grfica es uno de los seis o siete galones que llevasobre su manga izquierda.

    Pues esa maana, al despertarme, me encontr que "por orden del capitn", estaban: Sanabria"escuchando" el paso de los aviones; y Esteban "viendo" unas seales de banderas que iban a hacerledesde la posicin principal. Lo "haba mandado el capitn, y lo haba dicho el sargento Valads".

    * * *

    Sanabria es un tipo pintoresco. Malagueo cerrado (la provincia de Mlaga ha dado siempre un nutridocontingente de legionarios), ceceante hasta la exageracin y graciossimo contando cuentos y sucedidos.Durante los bombardeos de la artillera roja se refugiaba en mi chabola; y al mediano resguardo que nos

    ofreca su "pared maestra", me entretena contando aventuras suyas o de "Chiroba"un tipo malagueo,muy popular a su deciro de otro paisano.

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    cornetas y tambores, que levantaba murmullos de entusiasmo por lo airosamente que manejaba lascornetas, al principio y fin de cada toque.

    Luego, tenamos todo e! da libre, salvo los de servicio; y llegamos a adocenarnos un poco en esa vidaburguesa de bar y cine; mejor o peor acompaados, pues ramos muchos los indgenas en la Bandera, ylos que no lo eran haban acabado por traer a sus familias.

    En cuanto al servicio de los subalternos era sencillo; un par de guardias y otras tantas vigilancias cadaquince das. El servicio de vigilancia era entretenido, porque nosotros (segn averig el primer da, alpresentarme al jefe de da), no tenamos nada que ver con la plaza; slo con nuestros legionarios. Cuandoyo estaba de vigilancia me limitaba a salir un rato, despusde cenar; por el arco de Cinegio a la calle de la Vernica; vuelta hacia la de Bureta; una vueltecita por la dePeromarta y a casa. Encontraba al pleno de la Bandera.

    Porque el oficial de guardia tenia mandado que nadie saliese del cuartel despus de las diez. Pero nofaltaban excusas (asistentes, enlaces, machacantes, rancheros, permisos especiales) para que salierantodos. Adems, los alfreces rivalizbamos en dar facilidades. Era lgico que se divirtiese un poco aquellagente admirable que tanto haca por la ciudad. Y, adems, no haba nunca un escndalo que trascendiese.Eran todos buenos chicos, zaragozanos o aragoneses en su mayora.

    Y si alguno, "mal aconsejado por Gonzlez Byass", como dice Portles, se extralimitaba un poco, no faltabaquien fiase por l. A los legionarios de la segunda Bandera se les quera y querr siempre en Zaragoza.

    Ved un ejemplo. Un da que yo estuve de guardia, a las once de la noche, cuando me dispona a tumbarme,me despertaron dos guardias de Seguridad.

    Me saludaron, y ante mi invitacin, uno de ellos empez a explicar algo que por sus maneras me parecidelicado.

    "Ver usted, mi alfrez. No es ms que para que lo sepa usted. La cosa no trascender pero noqueremos dejar de decrselo..."

    Hasta que, apremiados, dejaron los circunloquios y el ms decidido dijo:

    "Pues que unos legionarios de su Bandera que estaban cenando en un bar, han derribado un tabiqueinvoluntariamente..."

    Me parece que demostraron diplomacia. Y es que en el campo siempre andaban juntos en todos los tiros,legionarios y guardias de Asalto.

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    V. ALBARRACIN

    Los ltimos das de aquella temporadita de descanso los pasamos acuartelados.

    Y el da 6 de julio salimos hacia la provincia de Teruel. En un largusimo tren militar. El coronel Gazapo, consu habilidad caracterstica para poner contentos a los hombres que dirige, haba dicho a nuestrocomandante:

    "No tendris ni que bajar del tren; en cuanto oigan los rojos que viene la segunda Bandera huirn..."

    Y el vaticinio corra de boca en boca.

    "Dice el coronel Gazapo que ni bajar del tren".

    Pero ya en Monreal del Campo tuvimos que apearnos unos cuantos. Alguien haba colocado unos petardosen la va y era preciso retirarlos. El capitn Riverase ofreci voluntario para dirigir la expedicin; yo para acompasarle y un legionario asturiano que conoca ladinamita, para retirar lo que fuese, aunque hubieran interceptado la va con una de las calderas de PedroBotero.

    Salimos en una locomotora hasta el lugar del primer petardo; el segundo lo haba retirado ya un teniente dela Guardia civil. El petardo era un aparato preciosoen su gnero.

    Una caja de madera, colocada debajo del carril y disimulada con el mismo balasto me asombraba que losguardias de servicio hubieran reparado en ella y con tres contactos de cobre, que al no llegar a tocar enel carril haban sido calzados con pedazos de cartn, hasta conseguirlo.

    El dinamitero comenz a manipular en ellos. Rivera y yo, de rodillas a su lado, le bamos aconsejando.

    "Quita esos hilos que salen de la pila".

    "No hace falta, mi capitn".

    Descalz tranquilamente uno de los contactos; y otro. No pasaba nada. Pero mi ngel de la guarda meinspir que deba fumar un cigarrillo. Saqu la petaca y ofrec uno a Rivera (siempre tiene conmigo labroma de que no le he dado un cigarro jams) y nos retiramos a encenderlo a la parte baja del talud.

    Una sacudida enorme nos tir al suelo; vimos un resplandor, omos una detonacin, y cuando nos pudimosponer en pie vimos la va levantada en un trozo de tres o cuatro metros. El dinamitero yaca sin cabeza,muerto.

    Volvimos a dar cuenta. Se repar la avera rpidamente y la Bandera sigui a su destino, cantando,siempre cantando. El tren que cruzamos se llev al cementerio de Zaragoza el cuerpo de un hroe annimoms; haba muerto por salvar a sus compaeros.

    En Cella empez "la paridera". All supimos que los rojos haban ocupado unas alturas sobre Albarracn yse haban colado en esa ciudad. La guarnicin se haba refugiado en la catedral y, dirigida por el capitnGuinea (acordaos de Santa Quitea), resista. Se haba sabido por un teniente de Intendencia que llevabaun convoy, que no pudo entrar como es lgico.

    Para libertar Albarracn se formaron dos columnas. La de la derecha, mandada por Montojo y compuestapor la Compaa de ametralladoras (en la que yo prestaba servicio haca unos das), y una seccin deacompaamiento seguira en camiones hasta el kilmetro 20; all tomara posicin y esperara a que la de laizquierda, compuesta por el resto de la Bandera, llegase por el otro lado del ro. Luego, todo fcil.

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    Salimos en los camiones, y con el ligero peligro del caoneo a la altura de Gea los rojos tenan en losMontes Universales varias bateras y en un monte un observatorio, desde donde, al decir del comandanteFrutos, "nos contaban los botones desde que salamos de Zaragoza" llegamos al kilmetro 20.

    Cuando estbamos descargando el material, completamente descuidados, nos lleg de pronto una rfagade ametralladora, que nos hizo do? bajas. De dnde venan aquellos tiros? Nadie sabra contestar; pero el

    hecho es que nos tiramos todos al suelo y que, poco a poco, pudimos retirarnos, con los heridos y todo elmaterial, hasta un barranco desenfilado.

    Por l subimos y ocupamos una posicin bastante buena, desde donde podamos bats-, de igual a igual,alos rojos. Alia estaba el teniente de Intendencia que diera la voz de alarma. Nos relat su odisea; tuvieronque retirar a brazo un blindado, que se estrope cuando ms falta haca, y que pesaba trece toneladas. Yall haban seguido esperndonos a nosotros. Por algo cantaban sus soldados ese himno (el capitn Pastorlo destroza con su malsimo odo) para su uso particular:

    "Puede dormir tranquiloeste trozo de Aragn,porque lo defiendenlos soldados de Intendencia,

    que tienen por emblema el sol".

    Toda la tarde estuvimos esperando, intilmente, ver aparecer la Bandera por los llanos del otro lado delGuadalaviar. Al anochecer me envi Montojo a inquirir noticias al puesto de mando, que segn habamosquedado estara establecido en la casilla de camineros del kilmetro 19.

    All supe que la columna de la izquierda tena dificultades para avanzar, pues el enemigo no era tan escasocomo se supona; pero al amparo de la noche(que se echaba encima a pasos agigantados) se establecera en unas alturas frente a nuestra posicin.

    Volv a Montojo y establecimos un servicio de vigilancia, por lo que pudiese ocurrir. Y a las once de lanoche, cuando estaba yo tranquilamente, sentado con Soler, Marchena y otros sargentos, mientras Montojodorma, sufri la bandera el primero de los cinco ataques que aguant antes de libertar Albarracn y donde

    se derroch municin por ambas partes. Ataques que, a mi juicio, dejaron muy atrs a los que yo conocadel frente de Madrid.

    Primero una bomba de mano; luego otra y otra y otra. Y luego un tiroteo infernal, componiendo un poemamusical como no son Wagner, en el que el crepitar de los fusiles formaba la meloda, conacompaamiento de bombazos incesantes. Todo esto, en un frente de un kilmetro. Por nuestra parte tresCompaas; los rojos unos doce mil, segn supimos luego.

    Los de la derecha del ro no podamos hacer nada. Desconocamos la situacin de las fuerzas y nopodamos hacer fuego, exponindonos a ametrallar a nuestros propios hermanos. Por eso estuvimos, sintirar, mirando con ojos muy abiertos y escuchando aquella apocalptica zarabanda, durante un par de horas.Luego, ces todo; el ataque haba sido rechazado.

    Pero no pudimos dormir. Cuando bamos a hacerlo, nos lleg la orden de bajar todo el material para ir alotro lado del ro (haban rechazado el ataque sinametralladoras) y all fue la sexta Compaa, por barrancadas abajo, en una noche obscura si las hay.

    * * *

    A la madrugada estbamos a! otro lado del ro. Montojo se estableci, con la mitad de la Compaa, en unaloma ms alta que dominaba casi todo el frente y a m, con cuatro mquinas, me envo a otra msavanzada, para proteger a la Catorce, que (cmo no) ocupaba las posiciones de mayor responsabilidad.

    Por un barranco bastante pesado subimos a la posicin ; era sta un montecillo que dominaba el barrancoque nos separaba de las posiciones rojas. Tambin los rojos tenan dos lneas de posiciones; la primera enunas alturas anlogas a las de la Catorce y detrs unos picachos, de cuyos nombres siento no acordarme.

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    Y no es que no se acercaran. Que una noche (fueron cuatro las noches en que "in crescendo" se repiti elataque) a un sargento de la quinta Compaa se le llegaron, al resplandor de les bombazos, cuatromilicianos a pedirle municin. Un cargador de pistola entero y verdadero les dio; y all quejaron los rojazos,patas arriba, como prueba de que no se tiraba en balde.

    Cuatro noches. Cinco veces que me despert Purroy, porque mi sueno resista aquel estruendo: cinco

    ataques rojos, desesperados, rabiosos.Ciento setenta y cinco mil cartuchos, doce mil bombas y trescientas bajas por nuestra parte, segn me dijoLosada que empezaba a ser ayudante.

    Campillo (ya os habl de l) llenaba los eplogos de cada noche. Cuando cesaba el ataque y los rojos,convencidos de su impotencia se retiraban. Campillo lanzaba al viento de la oscursima noche, sus bravatas.

    "Venid aqugritaba, esos canallas que os dirigen os estn engaando miserablemente. Pasad anuestras flaaaaas".

    Y algn Comisario poltico rojo, dndoselas de erudito, le responda:

    "Los engaados sois vosotros. Las reivindicaciones del proletariado..."

    No terminaba nunca. Campillo odiaba a los "intelectuales", y cortaba rpido:

    -"Bandidos, canallas, hijos de tal..., fuegooo!!"

    Desde luego que no saba lo que eran reivindicaciones; ni quera saberlo.

    El pobre Barrenengoa muri como un valiente, de un bombazo; y Sanz de un tiro, y muchos otroslegionarios; que legionarios ramos todos en el peligro.

    Pero se nos haba dicho que espersemos el refuerzo. Y esperamos.

    * * *

    Fernando Zamora era "un caso". Un caso de valor y de tranquilidad, como no se ven muchos. Uno deaquellos das (no recuerdo cul) le mandaron hacer un reconocimiento hacia la paridera ms inmediata.Siempre parideras en el frente de Aragn.

    Sali con su seccin como a un inofensivo paseo. Y cuando estaban al lado de la paridera los recibieroncon un "chorro de tiros" como para desorganizar a lavieja guardia de Napolen. Se refugiaron como pudieron y aguardaron la noche, ya prxima, para retirarse.Fernando se retir el ltimo, como era su deber.y se despist.

    Tanto que a las dos horas de llegar el ltimo miembro de su seccin, que retir ntegra, no haba parecido

    an. "Ramillete", el cabo que tanto le quera (mesesms tarde muri Fernando en brazos de "Ramillete) se ofreci voluntario para traerlo vivo o muerto.

    Cuando estaba llenndose los bolsillos de bombas para salir en su busca, apareci Zamora. Vena envueltoen su Mac. Farlan, y dijo por todo comentario:

    "Buenas noches, qu hay?"

    Era "un caso".

    * * *

    Creo que he hablado d cuatro noches y cinco ataques. Y no hay "lapsus", porque es que la ltima noche

    (la del da 12) fueron dos. Uno a la hora de costumbre y otro, el ms desesperado y furioso que yo recuerde,dos horas ms tarde.

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    El da 12 haban llegado los refuerzos. Un batalln que mandaba el comandante Mediavilla (a quien hiri unbalazo aquella misma noche, en el puesto de mando; cosa que no nos choc despus, porque lasposiciones rojas dominaban las nuestras de tal modo, que hasta el puesto de mando estaba enfilado ybatido)y nuestra inseparable Me-hal-la de Tetun.

    Adems trajeron muy buenas noticias. Haba venido mucha fuerza y andaba operando por el otro lado delro. Nos hablaron de la cuarta Bandera y del Batalln de Mrida, entre otras fuerzas escogidas.Primeramente dijeron que esas fuerzas (que iban muy adelantadas en su avance) cojearan por detrsaquellas posiciones que nos traan de cara; pero ms tarde se decidi que seriamos nosotros los queentrsemos en Albarracn.

    Por la tarde, subieron los jefes de la Me-hal-la a mi posicin. El comandante Hernndez (que con la estrellaen fondo negro y su cara y ademanes de nio.tom por un alfrez provisional), el simpatiqusimo Galindo y el estirado y pulcro Romero. Con Frutos y miscapitanes estuvieron reconociendo el terreno; y aunque no me lo dijeron (yo rondaba curiosamente todossus gestos) averig que al da siguiente entraramos en Albarracn.

    Aquella noche, como ya he dicho, fueron dos ataques. El primero fue rechazado, "segn costumbre"; peroel segundo, sin duda, choc algo ms, porque el comandante llam al telfono. Yo era el oficial Mscercano en aquel momento y le puse en antecedentes.

    "Se repite el ataque, mi comandante. Pero parece menos fuerte que el anterior".

    Cuando di cuenta a Mayoral de mi opinin sobre el festejo, se indign.

    "Ms suave?bramoLos... riones y un palito!. Esto te parece suave!

    Fue el ms fuerte de todos. Siempre me equivoco. Para eso soy alfrez.

    * * *

    Aun no se haba disipado de! todo el humazo de la "Cheditta", cuando se inici el clarear y empez laaccin. La artillera 7'7, como siempre empez a corregir el tiro. Los legionarios fueron despertando desu sueo de minutos y los morazos de Galera se deslizaron (como slo los moros saben deslizarse) haciasu punto de partida. Ellos atacaran por la izquierda, mientras la Bandera suba de cara, empezando por lasparideras en que tan mal se haba recibido a Zamora.

    Montojo lleg con e! resto de mi Compaa. Le tena ya preparados los emplazamientos para las mquinas.y se hizo cargo de toda la base de fuego.

    La artillera empez a zumbar de recio, pero los "rogelios" parecan dormir an. Nada denotaba queesperasen aquel ataque por nuestra parte. Claro que no tenan idea de que hubieran llegado los refuerzos(en sus cinco ataques no haban odo ms que el himno de la Legin) y no les caba en la cabeza que la

    segunda Bandera se decidiera a echrseles encima, ella sola.

    Con la salida del sol se lanz adelante la Bandera. All fueron los legionarios, conducidos por Mayoral,Coloma y Negueruela (Marra estaba herido de lanoche anterior, igual que Escobar y Martnez de Arija) y de la primera embestida se plantaron en el mismoborde del carrascal.

    Montojo, con sus gemelos, me seal objetivos. Cantaron las mquinas y pronto empezaron a descubrirselas de tos rojos. Primera y segunda lnea eran unHervidero de ametralladoras rusas (con cintas de 250 cartuchos) que barran y barran, sin queconsiguiesen acallarlas los pepinazos magnficos de nuestra artillera.

    Las pocas piedras que nos protegan soltaban chispazos incesantes, ante la lluvia de balas que se nos

    vena encima. Virgilio tiraba y tiraba, empalmando cargadores, sin reparar en el humo que despeda el

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    can de su vieja ametralladora. Yo corra de un lado a otro, bordado por las balas; en cada mquina mereciban, satisfechos de haber descubierto a su antagonista.

    "Mire, mi alfrez. All, detrs de aquellas matas..."

    Y tiraban, tiraban como locos. Pero el fuego enemigo, en vez de callar, era cada vez ms intenso. De nada

    serva la lluvia de granadas de artillera.Las compaas de fusileros estaban all. Preparadas para dar un salto que les permitiese hacer uso de lasbombas, Las parideras que constituan el primer objetivo estaban tan cerca! Pero tambin all, un par deametralladoras vomitaba muerte sobre los legionarios. Tres veces fui al puesto de mando, llamado por elcomandante. Galera y l miraban con los gemelos. Y pedan sin cesar "ms artillara", esperando elmomento de que los nuestros pudieran despegarse y ponerse cerca de! enemigo. De sobra saban que unavez alalcance de las bombas entraran en Albarracn.

    Haca mucho calor. Y de ametralladora en ametralladora peda algo de beber. Todas las botas de sargentosy legionarios sufrieron aquel da mis "tientos".Por nuestra inmediacin pasaban, veloces, camillas y camilleros. Tambin nosotros suframos bajas. En el

    material (mquinas de 1918) que se inutilizaba, y las ms dolorosas, del personal, que se clareaba pormomentos ante aquella chorreada de proyectiles.

    Tambin los rojos empezaron con su artillera. Y el humo de nuestro incesante disparar les ofreci unmagnfico blanco. Llovan las granadas del 12'40 (una de ellas hiri a Marchena) y sus silbidos nosanimaban a hacer arriesgados "plongeones" en cualquier zanja, con agilidad impropia de hombres hechos.

    En una de aquellas fantsticas "estiradas", coincidi con Montojo en un agujero; y aun tuvo humor paracomentar.

    "Eh, Cavero? Mixto de oficial de ametralladoras y portero de ftbol".

    Y nos sacudamos la tierra que nos haba cubierto, riendo a carcajadas, en medio del combate. La segunda

    Bandera es as. Le cont lo que me deca Sanabria dosnoches antes. Un bombazo le cogi de lleno y, aunque respet su vida, le dio tal voltereta que lo lanz unpar de metros por el aire. Yo, que estaba en su inmediacin, le recog; y manando un hilillo de sangre por laboca me dijo:

    "Ya ve, mi alfere; hasiendo la pava..."

    Hace pocos das que estrech su mano; lleva en la manga un galn ms.

    * * *

    Aquello iba languideciendo. El 7'7 dej de tirar, sin saber nosotros por qu; y el fuego de los rojos eramucho ms soportable. Pero la situacin no haba cambiado. Y era ms de medioda.

    En el puesto de mando (fui varias veces como he dicho) haba malas caras. El telfono llamaba sin cesar yel mando superior inquira.

    "Por qu no avanzan?"

    Y Galera y Frutos contestaban. Haca falta ms artillera y aviacin; aunque los bombazos de su visitamatinal sacudieron la tierra en varios kilmetros a la redonda.

    Mayoral, que era el capitn ms antiguo, envi un parte. Era materialmente imposible avanzar. Montojo ami lado, cobijado del sol por una manta, no rea ya.Las balas qu importaban!, pero no poda hacerse a la idea de que la Bandera no consiguiera su empeo.

    Los cabos de mquina, sin tirar un tiro, con el cargador preparado, esperaban algo; esperaban ver apareceren el barranco a los primeros legionarios para volcar su carga en los parapetos rojos -Pero no se mova

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    nadie. Slo veamos camillas y ms camillas que aprovechaban aquel claro para retirar las numerossimasbajas. Montojo, Hernndez Dorado y yo, tambin mirbamos, descaradamente, sin recatarnos ya; tenamosfe en nuestra Bandera. Tena que pasar.

    Y pas!! Campillo (el heroico brigada Campillo, propuesto para la Medalla Militar) lo hizo. Sencillamente;se puso en pie, lanz a los aires un vibrante VIVA ESPAA!!! y ech a correr hacia el enemigo. Cuatro

    pasos despus, una rfaga traidora acab con su vida.Pero ya estaba hecho todo. Zamora sigui su ejemplo. Y todos los legionarios se levantaron como un solohombre. Los vimos salir corriendo por el barranco. Y ya, sin resguardarnos, de pie en el parapeto,electrizados, sacamos las mquinas adonde pudieran batir mejor y tiramos sin cesar.

    Tiramos y entre el humo vimos arder las parideras de pesadilla, Y cuando el humo nos cegaba podamosor los bombazos, msica celestial para nosotros! Vivas incesantes, fuego infernal, carreras a traermunicin y tragos y ms tragos d las ya flacas botas.

    Media hora despus de iniciarse esta zarabanda nos dimos cuenta. No nos llegaba un tiro m medio. No seoa nada ms que bombazos, cada vez ms lejanos.Y el himno de la Legin, repetido por el eco de aquellos imponentes cabezos.

    Montojo decidi que all no haba ya nada que hacer; recogimos el material a escape y nos fuimos adelante.

    * * *

    No haba mulos, porque todos estaban ocupados con las artolas o acarreando municin a las primeraslneas. Cargamos el material al hombro y all nos fuimos, hacia Albarracn. Mi seccin sali la primera,conmigo; Montojo vendra con el resto cuando se reuniese toda la Compaa.

    Va dolorosa era aquel barranco! A derecha e izquierda pardeaban al sol los cadveres de legionarios. quesupieron morir como siempre. El sargento Soler,que vena a mi lado, les dedicaba un responso legionario.

    "Bien hacan cuando se divertan en Zaragoza".

    Atravesado sobre un mulo traan un cadver, bastante destrozado por treinta o cuarenta balas deametralladora. Era Sorrosal, el alfrez que se haba incorporado pocos das antes de nuestra salida deZaragoza. Le rec un padrenuestro y el acemilero me dijo que ms tarde iba a retirar a Eloy Fernndez.Otro alfrez recin incorporado, herido dos veces en los ataques nocturnos y que segua sin quererevacuarse hasta que dio su vida por la Bandera.

    Soler me hizo ver que en la segunda Bandera "lo difcil es salir vivo del primer combate"; me acord deSanta Quitea.

    Me cruc con un herido, un cabo de la Catorce, que tirando con su fusil ametrallador se carg a catorcerojos con su teniente, y a cambio se haba abrasado las manos. Me dijo que Guinea estaba ya libre y

    Albarracn era nuestro. Era trece y martes; como el da de Santa Quiteria. Decididamente San Antonio tienealgo que ver con mi Bandera.

    Luego, despus de subir y subir por montes y caadas, llegamos a lo ms alto de aquella montaa. Allestaban Galera y mi comandante, hacindose cruces (como nosotros las hicimos) de que hubiera llegadovivo alguno de los asaltantes; desde all se dominaba perfectamente todo el panorama que constituanuestrasbases de partida.

    No habamos comido nada en todo el da; y como el calor apretaba segu dando tientos a las botaslegionarias. Por eso no os chocar que diga que, cuandolleg Monojo y nos descolgamos hacia Albarracn, tuviramos dos alegras. La del triunfo y la natural deunos hombres que haban bebido todo el da.

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    Para acabar de complicar las cosas, en la posada donde nos alojamos se present Rivera con una botellade coac, ltimo lquido que quedaba a los defensoresde Albarracn. y que nos regalaron como agradecimiento. Dorm doce horas de un tirn.

    * * *

    Al da siguiente nos dedicamos a visitar Albarracn. Y a hacer comentarios; Losada trabajaba silencioso ensu parte de operaciones. El hecho de armas del anterior da entraba de lleno en dos o tres artculos delreglamento de la Laureada de San Fernando; y, despus de muchas enmiendas y tachaduras, e!comandante firmo el parte y la solicitud de una Laureada colectivapara mi Bandera.

    Paseamos por todas aquellas callejas, donde los moros de Calera se encontraban con algo de susantepasados. Aun, por la maana, fuimos el maestro armero y yo llamados urgentemente porque en unacasa quedaban rojos escondidos; pero consiguieron huir.

    Sin embargo fueron muchsimos los presentados, que aprovecharon el desbarajuste de la huida roja paraesconderse y pasarse a nuestras filas. Eran hombres de aspecto pacfico, movilizados forzosamente. Losotros, los rojos verdad (la "Columna de Hierro", a la que derrotbamos por tercera vez) huyeron atropellada-

    mente, dejndose cuatrocientos cadveres en los pinares, donde los de la Me-hal-la les cogieron la vuelta.De estos rojos convencidos slo nos qued una profusin de ejemplares de cierto periodiquillo, cuyastitulares recuerdo perfectamente.

    AH TENIS ALBARRACIN. ADELANTE MARCELO!! rezaban.

    Y a continuacin la: vera efigie de Marcelo; un carpintero de Cuenca, viejo y barbudo, embarcado acomandante rojo.

    Su asistente dijo ser uno de los pasados. Un infeliz que se atarugaba ante las preguntas del comandanteFrutos y al que acompa a buscar una manta que dejara olvidada en un barranco cercano.

    * * *

    El da 15, por la larde, vinieron a buscarnos los camiones. Y dando la vuelta por Celia fuimos a parar al otrolado del ro, a la Masa de Toyuela; tpicacasa de campo de aquellas serranas que, durante mucha tiempo haba sido punto obligado de incursionesnocturnas por parte de rojos y azules. As estaba ella.

    All, en la amable compaa de unas sabinas, pasamos una buena noche en paja larga, recin segada, y enun tenderete de cubrecargas y mosquetones, que ya saba yo edificar. Por la tarde del da 16 volvieron loscamiones y nos llevaron otra vez a Albarracn.

    Las fuerzas que operaban por la derecha del Guadalaviar seguan avanzando mucho. Estaban ya porBronchalis (te agradecer, lector, que consultes un mapa. para apreciar lo que le narro) y nosotros, segnsupe, bamos a cooperar con ellas, formando una bolsa. Una de esas bolsas que tanto han acreditado los

    cronistas de guerra. Desde Albarracn bamos a ocupar un monte llamado "El Coscojar", para, desde all,batir la nica carretera que les quedaba a los de Marcelo en su huida.

    Fue otra operacin sencilla. La nica novedad era la actuacin, de los tiradores de Ifni, a los que, porprimera vez vi aquel da. Eran unos morazos de tez msoscura que los de Galera. Ms creyentes y ms alborotados; ms moros, en una palabra.

    A ellos les correspondi la extrema vanguardia. Pasaron de uno en uno por las manos de un Santn queles bendeca, sin duda, en rabe. Y cuando el capitn suyo hizo sonar el pito, dando voces horrsonas(sobre todo para los rojos), se lanzaron en vertiginosa carrera, inverosmilmente agachados sobre elterreno; dando la sensacin de que corran con el vientre pegado al suelo y que sobre aquella teora demulticolores chilabas, volaban unas babuchas.

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    Luego, salieron por la izquierda los mos, con Losada a la cabeza. No hubo apenas resistencia y en seguidamandaron a decir que se haban ocupado los parapetos, aunque desde ellos no se vea carretera deninguna clase.

    Yo fui destacado, con tres mquinas, a pasar la noche all. Estaban bien acondicionados los parapetos entantsimo tiempo de ocupacin pacfica por los rojos. Le muchsima prensa roja y despreci bastantes

    novelas pornogrficas (los parapetos estaban sembrados de femeninas prendas ntimas) y vi el cadver delnico flamenco que haba hecho cara a la segunda Bandera.

    El capitn Rivera, jefe de la posicin, me ense orgulloso el recuerdo de la accin; la entrada y salida deun balazo que le atraves el bolsillo del pantaln. Luego, dormimos tranquilamente; casi tranquilamente,porque a la media noche se oyeron unos bombazos lejanos. Eran los, de Ifni, que haban dado con lacarretera y con un camin que por ella circulaba; y lo hicieron migas. Pero dije a Purroy que aquello no meinteresaba y, dando media vuelta, reanud mi sueo.

    * * *

    Despus d esta insulsa operacin, volvimos a la Masa de Toyuela, donde en compaa de los de Asalto,

    formamos la retaguardia de la famosa columna queestaba reconquistando la sierra de Albarracn, durante tres o cuatro das.

    El capitn Rivera los aprovech bien, pues la caza abundaba; y, sobre colchas "habilitadas para manteles"(os hara gracia ver el ingenio que despliegan loscocineros de la Bandera para improvisar servicios en el campo), comimos varias perdices y algn conejo.

    El capitn Pastor no pudo dedicarse a sus caceras de caracoles, porque no los haba; tampoco yo hiceversos, porque las tres o cuatro carrascas de aquella finca triguera no inspiraban lo ms mnimo.

    Luego, una tarde, lleg un comandante de Estado Mayor y tuvo cabildeos con nuestro comandante. Al dasiguiente tenamos "pandera". Una pandera sin un solo tiro, pero pesada si las hay.

    Salimos a la madrugada, y durante todo el da, sin ms parada que una media hora que invertimos encomer al pie de un pino, recorrimos la sierra, concienzudamente. Al anochecer omos tiroteo lejano y, sinresistencia, entramos en Torres de Albarracn.

    Nos recibieron con bastante entusiasmo. A m me bes (no lo digis a mi mujer) una vieja; y en compaade los de Asalto (que llegaron por la carretera) nos hicimos los amos de aquel pueblo, que desde elprincipio del Glorioso Movimiento era feudo rojo.

    El capitn Pastor requis todo el material de un hospital rojo, donde la mayor parte de la teraputica estabaorientada a las enfermedades venreas, por extraa coincidencia; y nos instalamos bastante cmodamente.

    No hubo nada de mencin en los cinco das que estuvimos all; tan slo es digno de contarse que Demetrioadquiri una bicicleta por la despreciable suma de dos cincuenta!

    Y, como nos haca mucha falta, nos enviaron a Zaragoza para reorganizarnos. Las operaciones deAlbarracn tocaban ya a su trmino. Y, como ya dije, las filas de la segunda Bandera estaban muyclareadas; segn me dijo Losada "nos sobraron" diez o doce bajas para pedir la Laureada, que exige un 33por 100, slo en la toma de Albarracn.

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    Cmo roncan esos hombresque viven para la guerra!,mientras en su subconscientetodos de seguro suenan.La mujer, la novia, el padre,la yunta, la paridera,

    el taller, con sus mil ruidos...Seran las tres de la madrugada cuando me despert sobresaltado. Una detonacin horrorosa me habasacudido de arriba abajo.

    Sus ruidos? S! Zapateta!iPOM" Qu es esto?; dnde vamos?;este vagn cabecea.So!, so!, so!, so! Que me caigo!Agrrate adonde puedas!

    Al pobre Orrios le cost la vida el ir despierto. Al primer ruido, sin pensarlo, se tir por la ventanilla de laderecha. Y el vagn, ya fuera de carriles, lo aplast contra las ruedas de la locomotora, que haba quedado

    volcada en el talud, A los otros tres, el cabeceo horroroso nos dio tiempo de pensar. Y de gritar sooo...! contodas nuestras fuerzas; luego nos dimos cuenta.

    Sensacin de medio lado,golpetazos en las puertas,emociones que se compranen artefactos de feria.Ro fuera de su madre,catarata descompuestade astillas, fuego, carbn,cristales y bayonetas.Luego un golpe, llamaradas,asfixia, fuego, demencia.

    Dnde est la ventanilla?Por aqu! Bendita sea! .

    Yo pregunt dnde estaba la ventanilla; el fuego y el vapor escapado de la caldera (que quedaba pegada anuestro coche por su derecha) hacan la atmsfera irrespirable. Sera aquello el infierno?

    Los tres (Paos, Allanegui y yo) nos tiramos a la ventanilla de la izquierda. Me avergenza, pero es precisoque os confiese que a fuerza de puos fui el primero en saltar.

    Me tiento todos los huesos;poco a poco, se serenami mente y mi corazn.Aun estoy de pie en la tierra!

    El que no estaba de pie era Paos. Sali por la ventanilla como un bulto arrojado del furgn; y cay decabeza. Mayoral, que sala por la ventanilla inmediata, le increp, interesndose por su subordinado:

    "Brbaro! Por qu se tira usted as?"

    Y Paos, a cuatro pies en el balasto removido, le contestaba, rascndose los araazos:

    "Porque me empujan, mi capitn".

    Era Juanito Allanegui que tena prisa; y sali tambin. Al resplandor de la caldera abierta miramos.

    Aqu un muerto, all unos gritos,

    ac un vagn de primera,colgado sobre el talud,

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    inicia una pirueta.All sallaron las vas.Ms abajo, la calderava despidiendo el vaporcomo monstruo que jadea.

    Pronto volv a la realidad. Una voz quejumbrosa y fuerte me llamaba por mi nombre. Los gritos salan de unmontn de astillas, que antes fue pasillo de nuestro coche.

    - Alfrez Cavero, alfrez Cavero!"

    Reconoc la voz del fiel Demetrio; a tientas di con l. Estaba preso por varios hierros y astillas; y gritabaporque (luego lo supe) tena un fmur y una clavcula partidos. Con las manos no poda hacer nada; corr,pidiendo un pico, una bayoneta..., cualquier cosa. Pero tenamos que ocuparnos de algo ms interesante;los capitanes (a excepcin de Montojo, que se haba dado un serio corte en el brazo, al romper el cristal desu ventanilla) daban voces llamando a sus oficiales para reunir la gente. Tambin Villa estaba herido, y yoera, por lo tanto, quien tena que ocuparse de la Compaa de Ametralladoras.

    Pronto recib la primera noticia. Un acemilero (que dorma plcidamente con los mulos encargados a su

    custodia, y que lo nico que vio es que se abra la puerta y que los mulos saltaban a la va) lleg corriendohasta la cabeza del tren. Traa un pauelo desplegado en la mano y gritaba a pleno pulmn:

    "Alto el tren; que se han cado mis tres mulos!"

    Corr a los vagones que ocupaba !a sexta Compaa. Aun encontr por el camino un legionario que daba ]anota cmica en medio de aquel desastre. Le cogi el descarrilamiento en cierto lugar reservado; y corra porla va llevando unida a su parte posterior la taza del retrete, que se le haba empotrado en el encontronazo.Luego se la rompieron con un pico.

    Juanito Villarreal estaba ya en funciones.

    A formar las Compaas!

    Los heridos en cadenavan pasando, poco a poco,al auxilio de la Ciencia.La serenidad se impone,que somos hombres de guerra.

    Cuando volv, despus de formar a mi Compaa y establecer cuatro mquinas (as me lo mand Mayoral)en los extremos del descarrilado tren, para evitar sorpresas, ya haban sacado a Demetrio y me habl mstranquilo. Montojo estaba herido de alguna gravedad; menos graves Fernndez-Villa, Plake (el subtenientealemn que habla en susurro) y hasta treinta legionarios. Y haban muerto: Orrios, el subteniente Holgado yel sargento de Ingenieros, jefe del tren, con cinco legionarios ms.

    El Pater (ratoncillo eclesistico, como siempre), corra de aqu all, atendiendo a todo y a todos; lo mismo

    reparta absoluciones que vendaba heridos. Y como rittornello (es un verdadero enamorado de la Legin)repeta a todo el que quisiera escucharle:

    "Ha sido un descarrilamiento a modo: Verdaderamente legionario!!

    Y tan "legionario". Si queris cercioraros, pedid a Coloma que os ensee las fotos que al amanecer obtuvo.Yo record cierta obra de Rambal (espectculo y misterio) que viera en mis mocedades; y decid queRambal era un artistazo imitando descarrilamientos.

    Al hacerse de da pudimos pensar que all no haba pasado nada. El clarear nos sorprendi con lasCompaas formadas, el material de ametralladoras aparcado y los heridos evacuados ya a Alba,pueblecillo inmediato. Pronto llegaron los camiones y las rdenes del Estado Mayor.

    "Que se apeen del tren inmediatamente y que sigan a Santa Eulalia".

  • 8/14/2019 Con la Segunda Bandera en el Frente de Aragn

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    As lo hicimos, quedando all solamente los muertos, que estaban prensados por astillas y hierros retorcidos.Los dems nos fuimos, cantando como siempre.

    Ya est despuntando el da,la madrugada alborea.Sigamos nuestro camino;

    la Bandera marcha, y quedan.cual testigos silenciososde aquella noche lunera,un vagn que se hizo astillas,la panza de la calderay unos muertos que pasaronde ser actores de guerra,a ser polvo de la Historiay jirones de Bandera...

    Comimos todos en Santa Eulalia y, despus de saludar al general Ponte (que vino en persona a interesarsepor la Bandera), seguimos para Bazas, adonde llegamos al anochecer, atravesando los montes Universales,tan misteriosos unos meses atrs.

    * * *

    Bezas es un pueblecillo pobre y tristn, como todos los de aquella serrana. Pero mi instalacin en l fuemucho ms confortable, pues al fin y al cabo yo era (siquiera interinamente) el "capitn de ametralladoras";y me instal en un cuarto bajo de la Comandancia, compartiendo un colchn, lujo innegable, con el maestroarmero, que me haba cogido un cario entraable y segua mis pasos siempre.

    Mi primer cuidado fue tranquilizar a mi ramilla, porque supona que no faltara quien les llevase la noticia denuestro accidente. Por eso escrib a mi mujer y a mi madre; pero como el parte oficial no haba dicho nada ytema a la censura, ]as cartas parecan sendas tomaduras de pelo.

    "Estoy muy satisfecho decan haciendo de capitn de mi Compaa, pues Montojo y Villa se hancortado un poco con unos cristales, y el pobre Demetrio tambin tropez y se ha roto una pierna..."

    Pero en seguida me olvid del descarrilamiento, satisfecho de ser "capitn". Adems que el comandanteFrutos me nombr nada ms que Gobernador militarde Bezas; y con eso y el romance que compuse, y que tuvo un xito entre mis compaeros llegu amere