con garras y dientes

1
Con garras y dientes Todos nosotros sabemos como debería de ser el mundo. Gracias a las tecnologías de información podemos indignarnos del abuso de poder por parte de un funcionario público de Tabasco que humilla y maltrata a un niño tzotzil; podemos ser testigos en tiempo real de la muerte de un jornalero en Sonora a quien se negó atención hospitalaria; podemos conmovernos hasta el tuétano cuando nuestros niños trikis vuelan en tierras argentinas como si la carencia no fuera un lastre; podemos sorprendernos ante la violencia y el odio de la abusiva verborrea de insultos arrojada por las “ladies de Polanco” a un oficial de tránsito durante el cumplimiento de su deber. Que no quede duda: todos nosotros comprendemos a la perfección el aspecto que tienen la justicia, la igualdad y la oportunidad. Pero entonces ¿por qué nos conformamos con un México que no refleja nuestras aspiraciones ni nuestros valores? ¿por qué aceptamos como “normal” una cultura de discriminación, de exclusión y de abuso? El Consejo Nacional para prevenir la discriminación (CONAPRED) realizó un estudio nacional para diagnosticar el alcance de ese mal en nuestra sociedad. Los resultados son un espejo cruelmente exacto que nos devuelve la horrenda imagen de una profunda cicatriz en nuestra psique colectiva, tan antigua que ya no somos capaz de distinguirla; el terrible legado de un perdurable sistema de castas, ese gran mal que es incluso anterior a la llegada de los aztecas, que sirvió de cimiento a la Colonia y el Virreinato, que fue elevado a fundamento del Estado durante el Imperio y a ley natural durante el Porfiriato, que actualmente permea todas nuestras opiniones y nuestros actos, que unos llaman “normalidad” mientras otros lo sufren como discriminación. De acuerdo a los datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (ENADIS 2010), dos de cada 10 personas sienten que alguna vez sus derechos no han sido respetados por no tener dinero, por su apariencia física, por su edad, por ser hombre o mujer, por su religión, por su educación o por su forma de vestir. Dos de cada diez personas señalan que no estarían dispuestos a vivir con personas de otra religión o de otra raza. Tres de cada diez opinan que los niños sólo deben tener los derechos que sus padres les quieran dar, no estarían dispuestas a vivir con extranjeros ni con personas con ideas políticas diferentes a las suyas. Y así continúa este conteo de la intolerancia en el que el color de la piel, la condición socioeconómica, el género, la edad y la orientación sexual se convierten en pretexto para el rechazo de las personas y la violación de sus derechos. Hay temas que son demasiado importantes para ser reducidos a mera prerrogativa de buena voluntad. La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación arma al CONAPRED con la capacidad de imponer medidas administrativas y de reparación entre las que se contemplan el restablecimiento del derecho, la compensación por el daño ocasionado, la amonestación pública, la disculpa pública o privada y la garantía de no repetición del acto discriminatorio. Un pequeño paso en el largo camino hacia la igualdad, pero definitivamente un paso en la dirección correcta. Pues no hay un solo derecho humano del que gocemos que en el curso de la historia no haya tenido que ser defendido con garras y dientes. Y ahora, en nuestro querido México, podemos celebrar que ha llegado el turno de la igualdad.

Upload: eravines

Post on 03-Feb-2016

219 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

artículo opinión

TRANSCRIPT

Page 1: Con Garras y Dientes

Con garras y dientes

Todos nosotros sabemos como debería de ser el mundo. Gracias a las tecnologías de información podemos indignarnos del abuso de poder por parte de un funcionario público de Tabasco que humilla y maltrata a un niño tzotzil; podemos ser testigos en tiempo real de la muerte de un jornalero en Sonora a quien se negó atención hospitalaria; podemos conmovernos hasta el tuétano cuando nuestros niños trikis vuelan en tierras argentinas como si la carencia no fuera un lastre; podemos sorprendernos ante la violencia y el odio de la abusiva verborrea de insultos arrojada por las “ladies de Polanco” a un oficial de tránsito durante el cumplimiento de su deber. Que no quede duda: todos nosotros comprendemos a la perfección el aspecto que tienen la justicia, la igualdad y la oportunidad.

Pero entonces ¿por qué nos conformamos con un México que no refleja nuestras aspiraciones ni nuestros valores? ¿por qué aceptamos como “normal” una cultura de discriminación, de exclusión y de abuso? El Consejo Nacional para prevenir la discriminación (CONAPRED) realizó un estudio nacional para diagnosticar el alcance de ese mal en nuestra sociedad. Los resultados son un espejo cruelmente exacto que nos devuelve la horrenda imagen de una profunda cicatriz en nuestra psique colectiva, tan antigua que ya no somos capaz de distinguirla; el terrible legado de un perdurable sistema de castas, ese gran mal que es incluso anterior a la llegada de los aztecas, que sirvió de cimiento a la Colonia y el Virreinato, que fue elevado a fundamento del Estado durante el Imperio y a ley natural durante el Porfiriato, que actualmente permea todas nuestras opiniones y nuestros actos, que unos llaman “normalidad” mientras otros lo sufren como discriminación.

De acuerdo a los datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (ENADIS 2010), dos de cada 10 personas sienten que alguna vez sus derechos no han sido respetados por no tener dinero, por su apariencia física, por su edad, por ser hombre o mujer, por su religión, por su educación o por su forma de vestir. Dos de cada diez personas señalan que no estarían dispuestos a vivir con personas de otra religión o de otra raza. Tres de cada diez opinan que los niños sólo deben tener los derechos que sus padres les quieran dar, no estarían dispuestas a vivir con extranjeros ni con personas con ideas políticas diferentes a las suyas. Y así continúa este conteo de la intolerancia en el que el color de la piel, la condición socioeconómica, el género, la edad y la orientación sexual se convierten en pretexto para el rechazo de las personas y la violación de sus derechos.

Hay temas que son demasiado importantes para ser reducidos a mera prerrogativa de buena voluntad. La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación arma al CONAPRED con la capacidad de imponer medidas administrativas y de reparación entre las que se contemplan el restablecimiento del derecho, la compensación por el daño ocasionado, la amonestación pública, la disculpa pública o privada y la garantía de no repetición del acto discriminatorio. Un pequeño paso en el largo camino hacia la igualdad, pero definitivamente un paso en la dirección correcta. Pues no hay un solo derecho humano del que gocemos que en el curso de la historia no haya tenido que ser defendido con garras y dientes. Y ahora, en nuestro querido México, podemos celebrar que ha llegado el turno de la igualdad.