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La Ciencia Extracto del discurso de clausura del I Congreso “La Flora en Gobi Hoy”, a cargo del Dr. Algernon Woodgate, catedrático de Botánica Especial, Lon- don University. Traducción por gentileza de la Dra. E.M.C. “Estimados colegas, Los litopos son maestros del disfraz. Como bien saben ustedes, su menguante tamaño es el pri- mer factor que debe hacernos sospechar: ¿a qué se debe semejante afán diminutivo? ¿Por qué esa naturaleza proclive a no dejar constancia de la propia presencia? (…) Son estos los interro- gantes básicos para acercarnos a los litopos, las únicas y asombrosas piedras-plantas que crecen en el árido clima de la topografía que nos ocupa. (…) Por tanto, de poco nos servirán las nociones ortodoxas de esa Botánica mutilada que nos em- pecinamos en continuar impartiendo. En lo que a mí me concierne, estos largos años de estudio de los litopos me han inducido a adoptar una actitud muy distinta. Opino, e incluso me atrevería a plan- tearlo aquí como hipótesis, que una aproximación rigurosa a nuestras piedras-plantas no es facti- ble más que desde un sincero diálogo emocional con ellas: interpelándolas, sabiendo escuchar- las. Y siguiendo, por qué no, su sigiloso ejemplo. Según nos consta, la máxima peculiaridad de los litopos consiste en su inmediata apariencia mi- neral (bien de un color ferruginoso, bien de una cierta tonalidad mercúrica). En cualquiera de es- tas dos variantes, tarde o temprano se verifica el fenómeno que hace de los litopos una auténtica atracción para el profano y todo un desafío para el especialista: de su ríspida superficie, herméti- ca en apariencia, emergen de pronto unas pocas, breves flores blancas. Todos hemos observado alguna vez, mantenidos artificialmente en labora- torio, esos tallos flexibles que parecen nacidos de la nada. (…) Ahora bien, ¿por qué extraño moti- vo dichas mutaciones tienen lugar sólo de vez en cuando? ¿Cómo es que todavía nos resulta im- posible determinar un ciclo regular o, como míni- mo, una frecuencia aproximada en sus epifanías? ¿Y por qué, nos preguntamos con insistencia, por qué un litopo florece tan sólo por las noches? (…) Urge admitir, estimados colegas, la manifiesta incapacidad de nuestra ciencia académica –nues- tra incapacidad- para dar respuesta a estos enig- mas. Aunque resultaría igualmente recomendable comenzar a hacerse ciertas preguntas hasta hoy jamás formuladas: ¿son tímidos los litopos? ¿Te- men ser espiados? ¿Se nutren de su propia sole- dad? O, yendo incluso más lejos, ¿son decidida- mente hostiles al acoso científico? Y, en caso de ser afirmativa la respuesta a esta última pregunta: ¿son hostiles a la ternura humana? ¿No buscarán los litopos, con sabio instinto, preservar su belleza de todo aquel que pueda devastarla o –peor aún- no saber apreciarla en toda su excepcionalidad? (…) Por mi parte, anhelo ser capaz de compren- derlos algún día y descifrar su espera. Puede decirse, en definitiva, que aguardo mi momento como los litopos. Y lo hago, qué duda cabe, con ternura. Muchas gracias.” Andrés Neuman, Alumbramiento (2005) ¿Hasta la máquina? Mandé a reparar mi máquina de escribir. Inserta- do alrededor del rodillo (o como quiera que se lla- me lo que ustedes saben) todavía estaba el papel donde el reparador de máquinas había intentado escribir para ver si ya no tenía defectos. En el pa- pel estaba escrito: s d f g ç l k j a e v que Dios sea loado p oy 3 c Clarice Lispector, Descubrimientos (Crónica de 1971) La Señorita Etcétera (Fragmento) Cuando el ascensor concluyó de desalojarnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacté de que ella también se había meca- nizado. La vida eléctrica del hotel nos transformaba. Era en realidad, ella, pero era una mujer automáti- ca. Sus pasos armónicos, cronométricos de figuras NANO RELATOS Ciencia y Ficción El Electrobardo de Trurl (Fragmento) Fueron modelados el medioevo y la antigüedad y los tiempos de las grandes revoluciones, de modo que en ciertos momentos toda la máquina temblaba y había que rociarla con agua y envolverla en trapos mojados, para que no estallaran las lámparas que alumbraban los más importantes progresos de la civilización; esa clase de progreso, sobre todo reproducido con tanta rapidez, por poco destroza todas las piezas delicadas. Stanislaw Lem, Ciberíada (1965) NANOrelatos 00.U

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Revista Bimestral de la UNSAM

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Page 1: Comunidad. U

La CienciaExtracto del discurso de clausura del I Congreso “La Flora en Gobi Hoy”, a cargo del Dr. Algernon Woodgate, catedrático de Botánica Especial, Lon-don University. Traducción por gentileza de la Dra. E.M.C.

“Estimados colegas,

Los litopos son maestros del disfraz. Como bien saben ustedes, su menguante tamaño es el pri-mer factor que debe hacernos sospechar: ¿a qué se debe semejante afán diminutivo? ¿Por qué esa naturaleza proclive a no dejar constancia de la propia presencia? (…) Son estos los interro-gantes básicos para acercarnos a los litopos, las únicas y asombrosas piedras-plantas que crecen en el árido clima de la topografía que nos ocupa. (…) Por tanto, de poco nos servirán las nociones ortodoxas de esa Botánica mutilada que nos em-pecinamos en continuar impartiendo. En lo que a mí me concierne, estos largos años de estudio de los litopos me han inducido a adoptar una actitud muy distinta. Opino, e incluso me atrevería a plan-tearlo aquí como hipótesis, que una aproximación rigurosa a nuestras piedras-plantas no es facti-ble más que desde un sincero diálogo emocional con ellas: interpelándolas, sabiendo escuchar-las. Y siguiendo, por qué no, su sigiloso ejemplo. Según nos consta, la máxima peculiaridad de los litopos consiste en su inmediata apariencia mi-neral (bien de un color ferruginoso, bien de una cierta tonalidad mercúrica). En cualquiera de es-tas dos variantes, tarde o temprano se verifica el fenómeno que hace de los litopos una auténtica atracción para el profano y todo un desafío para el especialista: de su ríspida superficie, herméti-ca en apariencia, emergen de pronto unas pocas, breves flores blancas. Todos hemos observado alguna vez, mantenidos artificialmente en labora-torio, esos tallos flexibles que parecen nacidos de la nada. (…) Ahora bien, ¿por qué extraño moti-vo dichas mutaciones tienen lugar sólo de vez en cuando? ¿Cómo es que todavía nos resulta im-posible determinar un ciclo regular o, como míni-mo, una frecuencia aproximada en sus epifanías? ¿Y por qué, nos preguntamos con insistencia, por qué un litopo florece tan sólo por las noches? (…) Urge admitir, estimados colegas, la manifiesta incapacidad de nuestra ciencia académica –nues-tra incapacidad- para dar respuesta a estos enig-mas. Aunque resultaría igualmente recomendable comenzar a hacerse ciertas preguntas hasta hoy jamás formuladas: ¿son tímidos los litopos? ¿Te-men ser espiados? ¿Se nutren de su propia sole-

dad? O, yendo incluso más lejos, ¿son decidida-mente hostiles al acoso científico? Y, en caso de ser afirmativa la respuesta a esta última pregunta: ¿son hostiles a la ternura humana? ¿No buscarán los litopos, con sabio instinto, preservar su belleza de todo aquel que pueda devastarla o –peor aún- no saber apreciarla en toda su excepcionalidad? (…) Por mi parte, anhelo ser capaz de compren-derlos algún día y descifrar su espera. Puede decirse, en definitiva, que aguardo mi momento como los litopos. Y lo hago, qué duda cabe, con ternura. Muchas gracias.”

Andrés Neuman, Alumbramiento (2005)

¿Hasta la máquina?Mandé a reparar mi máquina de escribir. Inserta-do alrededor del rodillo (o como quiera que se lla-me lo que ustedes saben) todavía estaba el papel donde el reparador de máquinas había intentado escribir para ver si ya no tenía defectos. En el pa-pel estaba escrito: s d f g ç l k j a e v que Dios sea loado p oy 3 c

Clarice Lispector, Descubrimientos (Crónica de 1971)

La Señorita Etcétera (Fragmento)Cuando el ascensor concluyó de desalojarnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacté de que ella también se había meca-nizado. La vida eléctrica del hotel nos transformaba. Era en realidad, ella, pero era una mujer automáti-ca. Sus pasos armónicos, cronométricos de figuras

NANORELATOS Ciencia y Ficción

El Electrobardo de Trurl (Fragmento)Fueron modelados el medioevo y la antigüedad y los tiempos de las grandes revoluciones, de modo

que en ciertos momentos toda la máquina temblaba y había que rociarla con agua y envolverla

en trapos mojados, para que no estallaran las lámparas que alumbraban los más importantes

progresos de la civilización; esa clase de progreso, sobre todo reproducido con tanta rapidez, por

poco destroza todas las piezas delicadas.

Stanislaw Lem, Ciberíada (1965)

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de fox–trot, se alejaban de mí, sin la sensación de distancia; su risa se vertía como si en su interior se desenrollarla una cuerda dúctil de plata, sus mira-das se proyectaban con una fijeza incandescente. Sus movimientos eran a líneas rectas, sus pala-bras las resucitaba una delicada aguja de fonó-grafo…Sus senos, temblorosos de “amperes”… Ya en el diván de su cuarto comenzamos a recordar las mismas cosas de siempre… Nos escuchábamos ambos desde lejos. Nuestros receptores interpretaban silen-ciosamente, por contacto hertziano, lo que no pudo precisar el repiqueteo del labio. Me sentí asido a sus manos, pegado a sus ner-vios, con una aferración de polos contrarios… Las insinuaciones de sus ojos eran insostenibles; yo los asordinaba con una pantalla opalescente. Cuando ella desató su instalación sensitiva y sa-cudió la mía impasible, nos quedamos como una estancia a oscuras, después de haberse quema-do los conmutadores de espasmos eléctricos…

Arqueles Vela, La Señorita Etcétera (1922)

Los Primeros Días de la PrimaveraLa sensación que tengo al oírlo es que el zumbi-do de los hilos del telégrafo en el campo vuelve impaciente al paisaje. Especialmente en los pri-meros días de la primavera, cuando más se oye. Pienso en esta impaciencia que se contagia a las personas, a las familias de los campesinos, por ejemplo. No es cierto que los campesinos sean pacientes. Y pienso en el entrecruzarse de los te-legramas por los hilos, con todas sus historias. Y una banda sonora basada en ese zumbido.

Michelangelo Antonioni, Más allá de las nubes (1995)

El 3Mientras trabajo, tengo infinitos sueños a propó-sito de la fenixología. Estaba a punto de renacer por tercera vez cuando me enteré por la radio de un invento del concurso Lépine. Al parecer, se ha encontrado la manera de cambiar el color de los cabellos sin correr los riesgos habituales de los tintes. Un polvo microscópico, cargado de una electricidad opuesta a la de los cabellos, pro-voca una modificación del color. Si hiciera falta, podría conservar mi cabello teñido del más her-moso negro mientras aguardo la realización de mis utopías fenixológicas. Esta seguridad me ha producido una alegría infantil, sobre todo en esta primavera en la que me siento rejuvenecer en to-dos los sentidos.

Salvador Dalí, Diario de un genio (1953)

Corrida de torosLos esqueletos se pusieron sus me-jores cuerpos. Tenían que asis-tir a la Danza Giratoria de los Electrones. Apagaron los sonidos graves de su planeta lento. Apagaron el fuego de los volca-nes que sostenían sus casas en el aire. Apagaron los árboles que esa tar-de se habían suicidado contra la pared. Apagaron las piernas ortopédicas que se habían traído como souvenirs de la Gruta de Lourdes. Apagaron los íncubos y las demonias envueltas en papel plateado que usaban para falsificar vitaminas. Apagaron tantas cosas que al salir ya no pu-dieron reconocerse en la oscuridad total. Entonces se tantearon. Se encontraron carnosos. Y se comieron todos.

Raquel Jodoroesky, Cuentos para cerebros detenidos (1974)