cÓmo es una sesiÓn de prÁctica psicomotriz

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¿CÓMO ES UNA SESIÓN DE PRÁCTICA PSICOMOTRIZ? RITUAL DE ENTRADA En esta fase el psicomotricista acoge a los niños, que se sientan en bancos, visualizando la sala y si es posible ante un espejo donde se puedan ver todos juntos. Se recuerdan las normas que han de respetar: básicamente no hacerse daño y no hacer daño a los demás, así como respetar los materiales. Se recuerda la sesión anterior (lo que nos gustó, la evolución de las competencias que se observó, así como lo que no nos gustó, puesto que se trata de cosas que limitan la evolución del grupo), y se anticipa lo que ocurrirá la sesión actual. Lo ideal es que en este proceso sean los niños quienes intervengan, con el psicomotricisa en el papel de guía. FASE DE EXPRESIVIDAD MOTRIZ El ritual de entrada da paso a la fase de expresividad motriz, en la que los niños se preparan paraderribar un muro o castillo construido por el adulto mediante todas las piezas geométricas de gomaespuma presentes en la sala. Es un momento de gran emoción e impaciencia (es emocionante hasta verlo), y el psicomotricista debe saber posponer la destrucción para liberar su intensidad en el momento justo. Parece un buen momento para trabajar la atención y la inhibición de los impulsos. El psicomotricista ofrece también cierta resistencia con el objetivo de que los niños se sientan vencedores sobre el adulto, con una especie de omnipotencia sobre el mismo. Así, a un lado del muro los niños abandonan todo aquello que los adultos les imponen: exigencias, normas, tareas…, y al otro lado encuentran un espacio ideado con el objetivo de que puedan expresarse con espontaneidad, sin todo aquello que suele asociarse a la actividad escolar y que tan poco propio de ellos mismos es; así que derribar el muro significa romper con las exigencias que imponemos los adultos y empezar a ser ellos

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¿CÓMO ES UNA SESIÓN DE PRÁCTICA PSICOMOTRIZ?

RITUAL DE ENTRADA

En esta fase el psicomotricista acoge a los niños, que se sientan en bancos, visualizando la sala y si es posible ante un espejo donde se puedan ver todos juntos. Se recuerdan las normas que han de respetar: básicamente no hacerse daño y no hacer daño a los demás, así como respetar los materiales. Se recuerda la sesión anterior (lo que nos gustó, la evolución de las competencias que se observó, así como lo que no nos gustó, puesto que se trata de cosas que limitan la evolución del grupo), y se anticipa lo que ocurrirá la sesión actual. Lo ideal es que en este proceso sean los niños quienes intervengan, con el psicomotricisa en el papel de guía.

FASE DE EXPRESIVIDAD MOTRIZ

El ritual de entrada da paso a la fase de expresividad motriz, en la que los niños se preparan paraderribar un muro o castillo construido por el adulto mediante todas las piezas geométricas de gomaespuma presentes en la sala.

Es un momento de gran emoción e impaciencia (es emocionante hasta verlo), y el psicomotricista debe saber posponer la destrucción para liberar su intensidad en el momento justo. Parece un buen momento para trabajar la atención y la inhibición de los impulsos. El psicomotricista ofrece también cierta resistencia con el objetivo de que los niños se sientan vencedores sobre el adulto, con una especie de omnipotencia sobre el mismo. Así, a un lado del muro los niños abandonan todo aquello que los adultos les imponen: exigencias, normas, tareas…, y al otro lado encuentran un espacio ideado con el objetivo de que puedan expresarse con espontaneidad, sin todo aquello que suele asociarse a la actividad escolar y que tan poco propio de ellos mismos es; así que derribar el muro significa romper con las exigencias que imponemos los adultos y empezar a ser ellos mismos, empezar a buscar su propio “yo”, porque “ejercer su fuerza contra un adulto, es mostrar su deseo de alejarle para comprobar su capacidad de dominio y afirmar su propia identidad”.

A partir de aquí, el placer de destruir evolucionará hacia una serie de juegos que proporcionarán la entrada en una dinámica de placer sensoriomotriz. Aucouturier se refiere a estos primeros juegos, junto con los de destrucción, como “juegos de segurización superficial”. Según el autor, son universales, se dan en todo el mundo sin experimentar cambios entre culturas, y se denominan así porque aseguran frente a la angustia relacionada con el miedo a la pérdida y a ser destruido. Porque no se trata de una simple actividad motora, no necesitan adquirir ninguna habilidad determinada, sino que todo el dispositivo se concibe como una herramienta de expresión emocional, social e intelectual sin restricciones.

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El espacio está diseñado expresamente para la liberación de la expresividad motriz, porque aunque lo pueda parecer, no se trata de una improvisación, todo está muy bien estudiado y nada es gratuito. Se trata de un espacio donde el niño puede correr, saltar, dar volteretas, hacer equilibrios, trepar, rodar, caer… y todos los rincones tienen funciones concretas que desembocan hacia el desarrollo total del niño. Hay espacios de contraste blando-duro, como el plinto y los colchones para saltar, en los que el niño experimenta este contraste que le ayuda a ser más consciente de su propio cuerpo, a reafirmar el equilibrio. También hay espacios senso-duros, como la rampa o las espalderas, donde los niños están preparados para trepar cuando empiezan a querer crecer. Pero también hay espacio para el recogimiento, en lo que parece un estadio previo a cualquier tipo de contraste: suele representarse en forma de saco, un espacio que los abraza, que les da paz, que los contiene.

PRÁCTICA PSICOMOTRIZ AUCOUTURIER: QUÉ ES, PARA QUÉ SIRVE Y CÓMO ES UNA SESIÓN

Publicado el 12 agosto, 2015 por Seño Punk

Observando las actividades diarias que se llevan a cabo en cualquier escuela, incluidas las infantiles, es obvio que en la mayoría de ellas se pide a los niños y niñas que permanezcan sentados, quietos, contenidos, durante demasiadas horas. Seguimos viendo el movimiento como un elemento antagónico a la disciplina, a pesar de que nos parece igualmente evidente que los niños, sobre todo en la etapa infantil, necesitan del movimiento para expresarse, para sentirse bien y ser felices.

Quizás por eso mismo me impactó tanto la primera vez que vi una sesión de Práctica Psicomotriz Aucouturier, puesto que en ella se respira una libertad y una autonomía que nunca había podido presenciar hasta el momento.

Porque en el aula donde se realiza esta Práctica Psicomotriz encontramos una colección de elementos que invitan al juego sensoriomotor, como espalderas, plintos, bancos suecos, colchonetas, figuras geométricas de gomaespuma, entre otros, y los niños tienen libertad para hacer lo que quieran: jugar a saltar, trepar, colgarse de cuerdas, construir, correr, esconderse, descansar… todo en el momento que quieran y como quieran. Por supuesto, la sala tiene medidas de seguridad como el suelo blandito o los cantos protegidos, pero las únicas normas son tener cuidado y respetar a los demás. Es verdad que el adulto pasa un poco de miedo por las posibles caídas y golpes, aunque esto ocurre sólo al principio. ¡Qué importante y a la vez difícil es la pedagogía del riesgo!

Después de la grata sorpresa inicial, y tras un poco de indagación, pude comprobar que esta actividad es algo más que una simple aula donde los niños juegan con libertad y disfrutan del placer del movimiento. Por si esto fuera poco, descubro que el dispositivo y las estrategias docentes utilizadas están diseñadas con la intención de encaminar a los niños hacia su desarrollo, y no sólo a su desarrollo físico, que no estaría mal como

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objetivo, sino también y sobre todo a su desarrollo cognitivo. Sin embargo, al presenciar una sesión de Práctica Psicomotriz Educativa, es difícil llegar a esa misma conclusión, puesto que en apariencia es una actividad con grandes dosis de caos e improvisación. Por mucho que exista una serie de fases diferenciadas en las que las consignas no cambian, ninguna de las sesiones es igual a la anterior.

Para mí, la Práctica Psicomotriz Aucouturier abre una puerta que conduce hacia un espacio donde por fin cada niño realmente puede aprender jugando. Jugando de verdad, a lo que él quiera y como él quiera, respetando únicamente unas pocas normas de convivencia. Y no sólo jugando sino además a su propio ritmo. Es el único espacio en el que de verdad he visto estas grandes premisas de la Educación Infantil dibujadas ante mis ojos. Y a la vez, la actividad por la que he sentido la motivación más intensa por parte de los propios niños. Y no es para menos. Es el único espacio en el que se les permite demostrar sus capacidades, tanto físicas como cognitivas, y mostrarse tal y como son; en el que pueden romper ese orden artificial, tan alejado de sus características psicológicas, que todavía impera en la Educación Infantil; en el que realmente tienen libertad y en el que no importa el caos que se genere; el único lugar donde pueden de verdad elegir su forma de relacionarse y de actuar en función de su estado emocional, puesto que a nadie le va a molestar que no participen, que lo hagan muy activamente, que se pasen la mayoría del tiempo tumbados, o incluso escondidos.

Pero si no quieres quedarte en la superficie, sino que te gustaría indagar un poco sobre cómo funciona y por qué, sigue leyendo ;)

La Práctica Psicomotriz Educativa es una metodología o práctica nacida en Francia en la década de los 70, que está basada en el concepto de psicomotricidad concebido como el proceso de maduración que corresponde a un periodo del desarrollo infantil en el cual la sensoriomotricidad es inseparable de la génesis de los procesos psíquicos conscientes e inconscientes, es decir, con la generación del pensamiento. Estamos hablando de aquel momento en el que el niño necesita del movimiento para poder pensar, o incluso, en momentos tempranos, la propia acción se identifica como pensamiento. Se trata de un periodo básico para el desarrollo de la personalidad, de la futura manera de pensar y actuar, por lo que parece evidente que la creación de un marco metodológico y pedagógico adecuado para que el movimiento pueda desarrollar el pensamiento es vital.

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Fue Bernard Aucouturier quien ideó este marco para la práctica de la psicomotricidad en las escuelas infantiles, lo que hoy conocemos como Práctica Psicomotriz Educativa, gracias, eso sí, a las aportaciones de varios predecesores, que fueron acotando el concepto de psicomotricidad y relacionando el movimiento con la producción de pensamiento. Entre ellos se encontró Julián de Ajuriaguerra, neuropsiquiatra y psicoanalista vasco, pionero en vincular lo afectivo como generador de maduración neurológica; pero sobre todo Jean Piaget, Henri Wallon i Sigmund Freud.

Para que pongáis cara al señor Bernard Aucouturier

Estos autores, entre otros, nos muestran la existencia de una relación consistente entre el movimiento y el desarrollo de la cognición, y que la educación del movimiento no sirve sólo para el entrenamiento del mismo, para el placer o para la salud física. Cuerpo y mente se unen en la psicomotricidad de manera que los contenidos motrices se convierten en medios para el desarrollo de funciones superiores como el pensamiento, la comunicación, la afectividad o la creatividad.

Por tanto, hemos de pensar en la Práctica Psicomotriz como una metodología que favorece que el niño experimente a través del movimiento, perciba su propio cuerpo y construya su propia identidad, facilitando el estímulo de los procesos que abren a la comunicación, la expresión, a la simbolización y a la descentración, factores todos ellos necesarios para acceder al pensamiento operacional. Es por ello que, como diría el propio Bernard, “se propone a los niños y niñas desde el periodo evolutivo en el que hacer es pensar hasta el periodo en el que pensar es sólo pensar el hacer y más allá del hacer, aproximadamente hasta los 7 años”. De la misma manera que las actividades físicas que se practican habitualmente en la etapa de primaria no tienen cabida en la psicomotricidad infantil, esta práctica psicomotriz tampoco tendría sentido en el momento en el que los niños ya han superado el estadio preoperacional.

Por tanto, los objetivos de esta psicomotricidad o práctica psicomotriz, según el propio Aucouturier, son: ayudar a los niños en su desarrollo de la función simbólica (es decir, de la capacidad de representación), y favorecer el desarrollo de los procesos de segurización y de descentración indispensables para acceder al pensamiento operatorio y al placer de pensar, todo ello a partir del placer que les proporciona el

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movimiento y el juego libre. De esta manera, la práctica psicomotriz se constituye como una práctica preventiva y educativa, uno de los medios fundamentales para ayudar al niño a vivir más armónicamente su itinerario madurativo.

Así, como decía unos párrafos más arriba, se hace necesaria la implantación de un marco metodológico que haga todo esto posible. Es aquí donde Bernard Aucouturier nos ofrece una solución en forma de itinerario que el niño recorre hacia su maduración mental, y no sólo eso sino que además propone un recorrido ajustado al proceso madurativo de cada niño, para lo que se establece una distribución de espacios en la sala de psicomotricidad, la diferenciación de una serie de momentos o fases mediante ciertas estrategias que dirigirán las sesiones, y unas actitudes concretas por parte del psicomotricista, todo ello dirigido a favorecer el paso “del placer de hacer al placer de pensar”, en palabras del señor Aucouturier.

Pese a que los dispositivos cambian con la edad de los niños para que pueda tener lugar esa deseada adaptación al estadio madurativo de las criaturas que son objeto de desarrollo, aquí se hablará únicamente de la adaptación para niños a partir de 3 años, puesto que en edades anteriores, sinceramente, no tengo demasiada idea.