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COMERCIO ROMANO MARÍTIMO Y FLUVIAL Juan Ignacio Alonso Porras Universidad Complutense de Madrid (UCM) [email protected] Arqueología de Roma 4º Arqueología UCM Proyecto nudo y nervio Los intercambios comerciales, desde pequeñas transacciones locales hasta grandes empresas a larga distancia, fueron sin duda alguna una de las influencias más importantes en el desarrollo, crecimiento y evolución del sistema socioeconómico romano desde su albor hasta su ocaso. La historia de Roma carece de senCdo si no se Cene en cuenta el factor comercial. La propia ciudad se fundó sobre una encrucijada de caminos absolutamente privilegiada para el comercio. Los suministros e intercambios que llegaban por vía fluvial y maríCma supusieron piezas clave en el engranaje romano desde el principio hasta su ocaso. Introducción Desde el periodo monárquico, pese a que la economía de Roma fuese eminentemente agrícola, la ciudad formaba parte de una ruta comercial crucial, que atravesaba todo el territorio itálico y que estaba vinculada al comercio de la sal. Aún así, el panorama era plenamente rural: la ciudad presentaba una excesiva dependencia de la agricultura; la tecnología se difundía y cambiaba lentamente; el consumo y las redes de intercambio eran más locales que regionales; y había un escaso nivel de inversión en las manufacturas y en la producción de mercancías. Sin embargo, a parCr del siglo II a.C. se hizo evidente un aumento significaCvo de la población dedicada a la producción y venta de bienes manufacturados y productos básicos. El culmen llegaría durante los úlCmos años de la República y el inicio del Imperio, inaugurándose una nueva etapa en la Historia de Roma. Durante el Bajo Imperio, pese a que en Oriente la fundación de ConstanCnopla mantuvo acCvo el comercio interregional, el comercio de Occidente decayó profundamente. Un comercio dinámico El comercio fluvial y maríCmo ofrecía mayores ventajas que el terrestre a la hora de transportar pesadas mercancías a través de largas distancias, y sin aumento de los costes. El transporte terrestre era lento, incómodo, peligroso, y la capacidad de carga era mucho menor: mientras que un carro soportaba un máximo de varios cientos de kg, un barco mercanCl podía transportar cientos de toneladas. El transporte por barco además, era mucho más seguro y rápido (1.000 millas náuCcas en 9 días). En cuanto a costes, la proporción entre el transporte maríCmo, el fluvial y el terrestre era de 1:5:28 respecCvamente. Ventajas del transporte por barco Las mercancías Dentro de las mercancías que viajaban a través del comercio a larga distancia podíamos encontrar: alimentos como aceitunas, pescado, carne, cereales, sal, salsa de pescado (garum), aceite de oliva, vino y cerveza; productos de origen animal como el cuero y las pieles; objetos hechos de madera, vidrio o metal; texCles, cerámicas y materiales para la industria y la construcción (como el vidrio, el mármol, la madera, la lana, el oro, la plata, el cobre y el estaño). Por úlCmo, no debemos olvidarnos del importante papel que jugó el comercio de esclavos. Muchos de estos productos se convirCeron en especialidades regionales y fueron exportados en grandes canCdades desde sus provincias de origen. Por ejemplo, el aceite de oliva del sur de la Península Ibérica. Estas mercancías exportadas en masa provenían de grandes laCfundios que podían producir un excedente enorme para comerciar. Las evidencias arqueológicas de ello las tenemos reparCdas por todo el territorio romano: productores de vino en el sur de Francia con bodegas capaces de almacenar 100.000 litros, una fábrica de aceite de oliva en Libia con 17 prensas capaces de producir 100.000 litros al año, o minas de oro en España capaces de producir 9.000 kg de oro al año. El vino procedía de la Galia y la actual Cataluña, mientras que el garum y el aceite de oliva procedían del sur de la Península Ibérica. Las ánforas que contenían este preciado aceite se transportaban hasta Roma y después se desechaban. La amplitud e intensidad de este comercio ha quedado plasmada en el Monte Testaccio, cerca de la orilla derecha del Tiber. Es un “monte” de 35 m de altura compuesto exclusivamente de los restos de las ánforas provenientes de Hispania (con cerca de 50 millones de fragmentos). África se convirCó más tarde también en una gran fuente de aceite, pescado y vino. En Oriente, el grano venía en grandes canCdades desde Alejandria, y las ciudades sirias. Las costas de Asia Menor, Quíos, Rodas y Creta también exportaban vino. Las mercancías no sólo se intercambiaban entre los bulliciosos puertos del Mare Nostrum (como Gades, OsCa, Pozzuoli, Alejandría y AnCoquía). También importaron mercancías procedentes de lugares tan lejanos como Arabia, la India, el sudeste asiáCco y China. Estos productos seguían la ruta terrestre, la Ruta de la Seda, o viajaban por mar a través del Océano Índico. En este comercio estaban involucrados bienes de lujo como la pimienta, las especias (por ejemplo, clavos de olor, jengibre y canela), el mármol de color, la seda, los perfumes y el marfil. No obstante, dicho comercio no se limitó únicamente a esos bienes, como bien ilustran la cerámica de baja calidad que se ha encontrado en numerosos pecios y la distribución geográfica de las lucernas de terracota. Las rutas comerciales En época imperial se estableció un gran control estatal con el fin de garanCzar el suministro (llamado sistema de la anona). El gran crecimiento demográfico de Roma y otras capitales imperiales hizo reducir las reservas de grano de las ciudades, haciendo insostenible la situación. Se susCtuyó el sistema republicano de pagar subsidios (vecturae) a los comerciantes privados, y se creó una gran flota mercante estatal que traía el grano y otros productos desde las provincias durante cualquier época del año. El Estado establecía el movimiento de las mercancías entre las provincias y también controlaba ciertas ferias locales (nundinae) celebradas una vez a la semana. Las evidencias del control estatal se pueden ver en los sellos y marcas realizados sobre algunas mercancías, que nos indican de forma estandarizada su origen, fabricante, peso, pureza, etc. Alfarería, ánforas, ladrillos, vidrio, lingotes de metal (importantes para la acuñación de monedas), azulejos, mármoles y barriles de madera olían sellarse y la mercancía general llevaba eCquetas de metal o sellos de plomo. Estas medidas ayudaron a controlar el comercio, ofrecer garanjas de productos y prevenir el fraude. El comercio privado siguió desarrollándose con independencia del Estado, y se vio favorecido por un desarrollo cada vez más complejo de la banca y los préstamos. También hay abundantes evidencias de una economía de libre comercio más allá de los confines del Imperio e independiente de las grandes ciudades y campamentos militares. Control estatal Los barcos mercantes tuvieron una variedad Cpológica extraordinaria: desde barcos uClizados para los viajes costeros cortos hasta grandes buques mercantes, incluyendo embarcaciones adaptadas también a la pesca, buques auxiliares, etc. Desde un punto de vista técnico, sin embargo, hubo una cierta homogeneidad Cpológica como consecuencia de los numerosos intercambios a través del Mare Nostrum. La velocidad de estos navíos que se desplazaban por el mediterráneo, en condiciones de viento favorable, podía alcanzar los seis nudos, recorriendo, según las fuentes escritas, 935 millas náuCcas, distancia existente entre Gibraltar y el puerto de OsCa, en siete días. Aunque la propulsión mixta (remo y vela) debió ser frecuente, la mayoría de las naves presentaba uno, dos o tres másCles, todos ellos con velas cuadradas y en algunos casos con una pequeña gavia triangular (el supparum). Las anclas normalmente estaban construidas en madera con cepo, zuncho y uñas de plomo. Los barcos mercantes A parCr del análisis de más de 900 naufragios de la época romana el tamaño más jpico de buque mercante tenía una capacidad para 75 toneladas de bienes o 1.500 ánforas. Pero también hubo barcos con mayor capacidad de tonelaje. El casco del naufragio Madrague de Giens en Francia (siglo I d.C.) Cene 40 metros de largo y tenía una capacidad de 400 toneladas. En las fuentes escritas se hace referencia a los muriophorio "portadores de 10.000 ánforas" (500 toneladas) uClizados al final de la República o el comienzo del Imperio Romano. Habrá que esperar hasta el siglo XVI para ver buques de tonelaje similares por las aguas del Mediterráneo. El tonelaje Pecio romano de Bou Ferrer (siglo I d.C.), Villajoyosa, Alicante. Unos operarios proceden a pesar metales. Mosaico de Sousse, Túnez. Navíos maniobran en el mar embravecido. Relieve de un sarcófago. siglos IIII. Gliptoteca Carlsberg, Copenhague. Escanea el código QR para entrar a nuestro Blog y descubrir más A su vez, podrás acceder a él a través del siguiente link: https://nudoynervio.wordpress.com/

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Page 1: COMERCIO ROMANO MARÍTIMO Y FLUVIALCOMERCIO ROMANO MARÍTIMO Y FLUVIAL Juan%Ignacio%Alonso%Porras% Universidad*Complutense*de*Madrid*(UCM)* Jualon01@gmail.com/ Arqueología de Roma

COMERCIO ROMANO MARÍTIMO Y FLUVIAL

Juan  Ignacio  Alonso  Porras  Universidad  Complutense  de  Madrid  (UCM)  

[email protected]  

Arqueología de Roma 4º Arqueología UCM Proyecto nudo y nervio

Los  intercambios  comerciales,  desde  pequeñas  transacciones  locales  hasta  grandes   empresas   a   larga   distancia,   fueron   sin   duda   alguna   una   de   las  influencias  más   importantes   en  el   desarrollo,   crecimiento   y   evolución  del  sistema  socioeconómico  romano  desde  su  albor  hasta  su  ocaso.  La  historia  de  Roma  carece  de  senCdo  si  no  se  Cene  en  cuenta  el  factor  comercial.  La  propia   ciudad   se   fundó   sobre  una  encrucijada  de  caminos  absolutamente  privilegiada  para  el  comercio.  Los   suministros   e   intercambios   que   llegaban   por   vía   fluvial   y   maríCma  supusieron  piezas  clave  en  el  engranaje  romano  desde  el  principio  hasta  su  ocaso.  

Introducción Desde   el   periodo   monárquico,   pese   a   que   la   economía   de   Roma   fuese  eminentemente   agrícola,   la   ciudad   formaba   parte   de   una   ruta   comercial  crucial,  que  atravesaba  todo  el   territorio   itálico  y  que  estaba  vinculada  al  comercio  de   la   sal.  Aún  así,  el  panorama  era  plenamente   rural:   la   ciudad  presentaba   una   excesiva   dependencia   de   la   agricultura;   la   tecnología   se  difundía   y   cambiaba   lentamente;   el   consumo   y   las   redes   de   intercambio  eran  más  locales  que  regionales;  y  había  un  escaso  nivel  de  inversión  en  las  manufacturas  y  en  la  producción  de  mercancías.  Sin  embargo,  a  parCr  del  siglo   II   a.C.   se   hizo   evidente   un   aumento   significaCvo   de   la   población  dedicada  a   la   producción   y   venta  de  bienes  manufacturados   y  productos  básicos.   El   culmen   llegaría   durante   los   úlCmos   años   de   la   República   y   el  inicio  del  Imperio,  inaugurándose  una  nueva  etapa  en  la  Historia  de  Roma.  Durante   el   Bajo   Imperio,   pese   a   que   en   Oriente   la   fundación   de  ConstanCnopla  mantuvo   acCvo   el   comercio   interregional,   el   comercio   de  Occidente  decayó  profundamente.    

Un comercio dinámico

El  comercio  fluvial  y  maríCmo  ofrecía  mayores  ventajas  que  el  terrestre  a  la  hora  de  transportar  pesadas  mercancías  a  través  de  largas  distancias,  y  sin  aumento   de   los   costes.   El   transporte   terrestre   era   lento,   incómodo,  peligroso,  y  la  capacidad  de  carga  era  mucho  menor:  mientras  que  un  carro  soportaba   un  máximo   de   varios   cientos   de   kg,   un   barco  mercanCl   podía  transportar   cientos   de   toneladas.   El   transporte   por   barco   además,   era  mucho  más  seguro  y  rápido  (1.000  millas  náuCcas  en  9  días).  En  cuanto  a  costes,   la  proporción  entre  el   transporte  maríCmo,  el  fluvial  y  el   terrestre  era  de  1:5:28  respecCvamente.  

Ventajas del transporte por barco

Las mercancías Dentro   de   las   mercancías   que   viajaban   a   través   del   comercio   a   larga  distancia  podíamos  encontrar:  alimentos  como  aceitunas,  pescado,  carne,  cereales,   sal,   salsa   de   pescado   (garum),   aceite   de   oliva,   vino   y   cerveza;  productos  de  origen  animal  como  el  cuero  y   las  pieles;  objetos  hechos  de  madera,  vidrio  o  metal;  texCles,  cerámicas  y  materiales  para  la  industria  y  la   construcción   (como   el   vidrio,   el  mármol,   la  madera,   la   lana,   el   oro,   la  plata,   el   cobre   y   el   estaño).   Por   úlCmo,   no   debemos   olvidarnos   del  importante  papel  que  jugó  el  comercio  de  esclavos.      Muchos  de  estos  productos  se  convirCeron  en  especialidades  regionales  y  fueron  exportados  en  grandes  canCdades  desde  sus  provincias  de  origen.  Por   ejemplo,   el   aceite   de   oliva   del   sur   de   la   Península   Ibérica.     Estas  mercancías   exportadas   en   masa   provenían   de   grandes   laCfundios   que  podían   producir   un   excedente   enorme   para   comerciar.   Las   evidencias  arqueológicas  de  ello  las  tenemos  reparCdas  por  todo  el  territorio  romano:  productores   de   vino   en   el   sur   de   Francia   con   bodegas   capaces   de  almacenar   100.000   litros,   una   fábrica   de   aceite   de   oliva   en   Libia   con   17  prensas   capaces   de   producir   100.000   litros   al   año,   o   minas   de   oro   en  España  capaces  de  producir  9.000  kg  de  oro  al  año.  

El  vino  procedía  de  la  Galia  y  la  actual  Cataluña,  mientras  que  el  garum  y  el  aceite  de  oliva  procedían  del   sur   de   la   Península   Ibérica.   Las   ánforas  que  contenían  este  preciado  aceite  se  transportaban  hasta  Roma  y  después  se  desechaban.   La   amplitud   e   intensidad   de   este   comercio   ha   quedado  plasmada  en  el  Monte  Testaccio,  cerca  de  la  orilla  derecha  del  Tiber.  Es  un  “monte”  de  35  m  de  altura  compuesto  exclusivamente  de  los  restos  de  las  ánforas   provenientes   de   Hispania   (con   cerca   de   50   millones   de  fragmentos).  África  se  convirCó  más  tarde  también  en  una  gran  fuente  de    aceite,   pescado   y   vino.   En  Oriente,   el   grano   venía   en   grandes   canCdades  desde   Alejandria,   y   las   ciudades   sirias.   Las   costas   de   Asia  Menor,   Quíos,  Rodas  y  Creta  también  exportaban  vino.      Las  mercancías  no  sólo  se  intercambiaban  entre  los  bulliciosos  puertos  del  Mare   Nostrum   (como   Gades,   OsCa,   Pozzuoli,   Alejandría   y   AnCoquía).  También  importaron  mercancías  procedentes  de  lugares  tan  lejanos  como  Arabia,  la  India,  el  sudeste  asiáCco  y  China.  Estos  productos  seguían  la  ruta  terrestre,  la  Ruta  de  la  Seda,  o  viajaban  por  mar  a  través  del  Océano  Índico.  En  este  comercio  estaban  involucrados  bienes  de  lujo  como  la  pimienta,  las  especias   (por   ejemplo,   clavos   de   olor,   jengibre   y   canela),   el   mármol   de  color,  la  seda,  los  perfumes  y  el  marfil.  No  obstante,  dicho  comercio  no  se  limitó   únicamente   a   esos   bienes,   como   bien   ilustran   la   cerámica   de   baja  calidad   que   se   ha   encontrado   en   numerosos   pecios   y   la   distribución  geográfica  de  las  lucernas  de  terracota.    

Las rutas comerciales En   época   imperial   se   estableció   un   gran   control   estatal   con   el   fin   de  garanCzar  el  suministro  (llamado  sistema  de  la  anona).  El  gran  crecimiento  demográfico  de  Roma  y  otras  capitales  imperiales  hizo  reducir  las  reservas  de  grano  de  las  ciudades,  haciendo  insostenible  la  situación.  Se  susCtuyó  el  sistema   republicano   de   pagar   subsidios   (vecturae)   a   los   comerciantes  privados,   y   se   creó   una   gran   flota  mercante   estatal   que   traía   el   grano   y  otros   productos   desde   las   provincias   durante   cualquier   época   del   año.   El  Estado   establecía   el  movimiento   de   las  mercancías   entre   las   provincias   y  también  controlaba  ciertas  ferias  locales  (nundinae)  celebradas  una  vez  a  la  semana.   Las   evidencias   del   control   estatal   se   pueden   ver   en   los   sellos   y  marcas   realizados   sobre   algunas   mercancías,   que   nos   indican   de   forma  estandarizada  su  origen,  fabricante,  peso,  pureza,  etc.    Alfarería,   ánforas,   ladrillos,   vidrio,   lingotes   de  metal   (importantes   para   la  acuñación   de   monedas),   azulejos,   mármoles   y   barriles   de   madera   olían  sellarse   y   la   mercancía   general   llevaba   eCquetas   de   metal   o   sellos   de  plomo.  Estas  medidas  ayudaron  a  controlar  el  comercio,  ofrecer  garanjas  de  productos  y  prevenir  el  fraude.      El  comercio  privado  siguió  desarrollándose  con  independencia  del  Estado,  y  se  vio  favorecido  por  un  desarrollo  cada  vez  más  complejo  de  la  banca  y  los  préstamos.  También  hay  abundantes  evidencias  de  una  economía  de  libre  comercio   más   allá   de   los   confines   del   Imperio   e   independiente   de   las  grandes  ciudades  y  campamentos  militares.    

Control estatal

Los   barcos   mercantes   tuvieron   una   variedad   Cpológica   extraordinaria:  desde   barcos   uClizados   para   los   viajes   costeros   cortos   hasta   grandes  buques   mercantes,   incluyendo   embarcaciones   adaptadas   también   a   la  pesca,   buques   auxiliares,   etc.   Desde   un   punto   de   vista   técnico,   sin  embargo,  hubo  una  cierta  homogeneidad  Cpológica  como  consecuencia  de  los   numerosos   intercambios   a   través   del  Mare  Nostrum.   La   velocidad   de  estos   navíos   que   se   desplazaban   por   el  mediterráneo,   en   condiciones   de  viento   favorable,   podía   alcanzar   los   seis   nudos,   recorriendo,   según   las  fuentes  escritas,  935  millas  náuCcas,  distancia  existente  entre  Gibraltar  y  el  puerto   de  OsCa,   en   siete   días.   Aunque   la   propulsión  mixta   (remo   y   vela)  debió   ser   frecuente,   la  mayoría   de   las   naves   presentaba   uno,   dos   o   tres  másCles,   todos   ellos   con   velas   cuadradas   y   en   algunos   casos   con   una  pequeña  gavia   triangular   (el   supparum).   Las   anclas  normalmente  estaban  construidas  en  madera  con  cepo,  zuncho  y  uñas  de  plomo.    

Los barcos mercantes

A   parCr   del   análisis   de   más   de   900   naufragios   de   la   época   romana   el  tamaño   más   jpico   de   buque   mercante   tenía   una   capacidad   para   75  toneladas  de  bienes  o  1.500  ánforas.  Pero  también  hubo  barcos  con  mayor  capacidad  de  tonelaje.  El  casco  del  naufragio  Madrague  de  Giens  en  Francia  (siglo   I   d.C.)   Cene   40   metros   de   largo   y   tenía   una   capacidad   de   400  toneladas.   En   las   fuentes   escritas   se   hace   referencia   a   los   muriophorio  "portadores   de   10.000   ánforas"   (500   toneladas)   uClizados   al   final   de   la  República  o  el  comienzo  del   Imperio  Romano.  Habrá  que  esperar  hasta  el  siglo   XVI   para   ver   buques   de   tonelaje   similares   por   las   aguas   del  Mediterráneo.    

El tonelaje

Pecio  romano  de  Bou  Ferrer  (siglo  I  d.C.),  Villajoyosa,  Alicante.  

Unos  operarios  proceden  a  pesar  metales.  Mosaico  de  Sousse,  Túnez.      

Navíos  maniobran  en  el  mar  embravecido.  Relieve  de  un  sarcófago.  siglos  I-­‐III.  Gliptoteca  Carlsberg,  Copenhague.  

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