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Com Unión

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  • Comunin Decordoba

  • Ultimo domingo de mayo. Un da precioso, pensaba Silvia mientras se acomodaba en su banco, entre miradas mal disimuladas de los chicos. Su padre frunca el entrecejo,

    poda orlo rumiar para sus adentros, y es que, despus de mucho discutir, se haba

    salido con la suya y se haba comprado el vestido que a ella le gustaba, y no la idea

    original del comisario, que era seguir vistindola como una nia de seis aos. Sonri; si

    por su padre fuese, llevara trenzas.

    El calor apretaba en la iglesia, y Silvia se aburra. A su alrededor, los hombres

    empezaban a quitarse las chaquetas y asomaron los abanicos. Ech un vistazo: Sara

    estaba radiante, con su vestido largo y blanco; Lola le haba echo tirabuzones en el pelo,

    y la nia enseaba a todos su sonrisa mellada desde el primer banco, donde se sentaba

    junto al resto de nios que recibiran la comunin.

    Paco y Lola ocupaban un banco de la segunda fila, junto al resto de padres. Y delante de

    ella se sentaba la familia de Paco. All estaban los suegros de su hermana, orgullosos de

    su hijo y de su nieta y Pepa. Silvia saba que no era orgullo precisamente lo que sentan por ella.

    Pepa siempre haba sido lo que un padre no espera de su hija: desarrapada, contestona,

    un poco chicazo y muy rebelde. Y sus padres reaccionaron enfrentndose a ella, y entre

    ellos.

    Cuando se conocieron, apenas tenan diez aos, y Silvia era una nia tmida y callada,

    que se entretena jugando con sus muecas y leyendo. Apenas tena amigos porque en el

    colegio se metan con ella: zanahoria, pecosa, mechero odiaba ser pelirroja. Entonces su hermana se cas con Paco, y Pepa entr en su vida.

    Aunque se haban visto en comidas familiares, no se haban echo amigas porque no le

    apeteca volver a pasar por lo mismo: conocer a una nia que se pasara la tarde

    metindose con ella. Hasta que su cuado le pidi que ayudara a Pepa con los deberes.

    No estaba muy convencida, y al final acept slo porque Lola prometi hacer natillas.

    La primera tarde que se present en casa de su hermana encontr a Pepa sentada en la

    mesa de la cocina, con sus libros abiertos. Y para su sorpresa, hicieron rpido las tareas.

    Pepa era lista y saba hacerlas.

  • - Y por qu no lo haces en casa?- le pregunt.

    - Porque es difcil hacerlos mientras mis padres se pelean- contest llanamente.

    - Tanto se pelean?

    - Cada da, pero ahora que puedo venir a casa de Paco, ya no los oigo gritar- su

    carita se ilumin al nombrar a su hermano mayor- jugamos?

    Silvia la mir con suspicacia.

    - A qu quieres jugar? Yo he trado una mueca.

    - Mueca? Yo he trado una pistola, as que- Pepa arrugaba el entrecejo, y cuando Silvia ya daba por hecho que no querra jugar con ella, la sorprendi- t

    puedes ser la mam de la mueca y yo la polica que la salva.

    Se pasaron la tarde jugando entre risas. A Pepa le encantaba hacerla rer, y ella

    descubri a una nueva amiga, risuea y con una imaginacin desbordada. Lola no tuvo

    que llamarles la atencin ms que para pedirles que no gritaran tanto. Horas despus,

    cenaban en silencio, a la espera del postre prometido. Cuando se acost esa noche, se

    durmi con una sonrisa, recordando a Pepa: hasta maana, pelirroja. Por primera vez, le encantaba el color de su pelo.

    Hacer juntas los deberes en casa de su hermana, se convirti en una costumbre, y

    deberes y muecas dieron paso al estudio para los exmenes, los discos de sus grupos

    favoritos, las confidencias sobre chicos y los relatos de las aventuras de Pepa y los

    sueos de futuro de Silvia. Ambas compartan un mundo propio en la cocina de Paco,

    donde todo caba, un mundo nico, suyo, sin juicios, pero tambin limitado. Fuera de

    aquellas paredes ambas eran otras, con otras vidas, sin apenas contacto. Pepa se haba

    convertido en una rebelde, y lo expresaba en sus palabras, su ropa y sus actos;

    encadenaba ligues y broncas con la misma facilidad con la que Silvia sacaba sus

    estudios y se desentenda de la vorgine que supone la adolescencia. Pero siempre se

    encontraban en su santuario, con sus secretos, con sus miedos, con sus risas.

  • Un murmullo generalizado en la iglesia sac a Silvia de sus pensamientos.

    - Hija, ests bien?

    Se dio cuenta de que estaba sonriendo.

    - S, pap, es que pensaba en mis cosas.

    - Pues espabila, que no llegas a comulgar.

    Sin decir nada se levant y se incorpor a la fila de gente que aguardaba para recibir la

    comunin. Al volver le dirigi a Pepa una sonrisa. Saba que se metera con ella por

    haber ido a comulgar.

    - Tita, una foto!- gritaba Sara- Ponte con nosotros-. Era la ensima fotografa

    que le peda su sobrina. Volvi a sonrer al fotgrafo, que procuraba abarcar

    toda la mesa en la que se sentaba la familia.

    - Y ahora las dos titas- deca la nia.

    - Ni hablar!- gritaron los abuelos-, si quera salir en las fotos que se hubiera

    comportado- aadi el padre de Paco.

    Don Lorenzo no ayudaba mucho dndole la razn y lanzando improperios contra Pepa.

    Silvia reconoca que el aspecto de Pepa no era el ms apropiado, con sus medias

    agujereadas, la camiseta rota y los pantalones de cuero; sin embargo, admiraba su

    capacidad para evadirse de opiniones y crticas y ser ella misma. Saba que su amiga

    vesta tal y como se senta: desgarrada, maltratada, rota.

  • - Venga Pepa, que Sara quiere una foto con nosotras- le dijo.

    Y se hicieron la foto mientras tras ellas estallaba la ensima discusin.

    - Tena que haberle prohibido venir!- bramaba el padre de Pepa.

    - Djala ya!- deca su madre-, es as, que haga lo que quiera.

    Silvia ya no poda ms. Llevaba toda la comida oyendo lo mismo y esperando un

    arrebato de su amiga, que se mantena en un silencio abstrado.

    - Venga, escapmonos un rato- le dijo, y la arrastr al jardn.

    - Gracias- contest Pepa cuando se sentaron lejos del bullicio del convite-, ya

    no poda ms.

    - No te agobies por ellos, t cuntame cmo te fue anoche.

    - Bah! No pas nada. Estuvimos de botelln, nos fumamos unos petas, y para

    casa. Estaba todo muerto.

    - Un sbado? Me extraa, seras t, que no tenas ganas de armarla.

    - No, no, de verdad. La gente, este ao, se ha tomado en serio los exmenes.

    No estaba ni el gato. Por cierto, cmo llevas anatoma? Porque mira que has

    dado el coazo con esa asignatura.

  • - Pues mejor de lo que esperaba. Present el trabajo el jueves y me examino la

    semana que viene.

    - Aprobars- le dijo Pepa con confianza-, y si no ya ir tu padre a parlamentar

    con tu profesor

    - No voy a picar, Pepa. Hace mucho que usas ese truco y ya me lo se- le dijo

    con una sonrisa.

    - Venga Silvia, que necesito rerme.

    - Pues como no quieras que te recite el trabajo de anatoma

    - Anda ya!- le espet, dndole un palmada en el brazo-, y prstame papel, que

    no he trado.

    - Pepa, no te puedes hacer el peta aqu, coo!, que puede salir cualquiera- mir

    en derredor y tir de ella-, vamos hasta los rboles.

    Se sentaron bajo la arboleda que cercaba la finca, y mientras Pepa liaba, Silvia insista

    en la noche anterior.

    contina en el siguiente post.

    Autor: decordoba, 15/Mar/2009 00:01 GMT+1:

    - Pero, la viste?

    - A quin?

  • - S o no?

    - No -suspir Pepa-, y adems, ella a m no me hace caso.

    - Ya se que no es fcil, pero si tan segura ests de que ella no entiende

    - Qu no, Silvia, qu no! Que bastante tengo ya como para que encima alguien

    me reconozca en el ambiente.

    - Eres una cabezota. Por lo menos en un bar gay podras fijarte en una chica

    que ya sabras que entiende.

    - Es que yo no quiero una chica, quiero a esa chica -Pepa se call y encendi el

    porro, dejando claro que no iba a seguir con el tema.

    Silvia lo dej pasar, mientras la miraba. La Pepa rebelde y contestataria que todos vean

    esconda un rincn dulce, tierno, bueno; un lugar al que slo a Silvia dejaba asomarse,

    slo Silvia conoca sus miedos, de sus dudas, y saba que no cambiara de opinin. Era

    una cabezota.

    - Anda -le dijo cogiendo el porro-, comparte.

    - Como te pillen te matan, Silvia.

    - Jo, para uno que me fumo de higos a brevas malo ser.

    - Ya, pero si lo haces en las narices de tu padre

  • - T calla y fuma- y se lo devolvi.

    Fumaron en silencio, tarareando las canciones de la orquesta, que llegaban apagadas. Y

    all siguieron hasta que Paco las encontr. Lo vieron acercarse a grandes zancadas, y

    dando voces.

    - Se puede saber donde estabais? Que vamos a cortar el pastel, coo! Y todos

    preguntndose donde os habais metido.

    - Bueno hermano, que hemos salido a tomar el aire, no es un crimen, no?

    - Pepa, joder buf Paco agarrando su pauelo-, habis fumado!!

    - Paco, que ya vamos, tranquilo le dijo Silvia incorporndose.

    - Tranquilo? exclam con la cara roja y congestionada-, pero t sabes la que puede armar tu padre si te pilla?!

    - Eso es problema mo, cuado. Vamos, Pepa.

    - Silvia, que tu padre no es tonto, que como te vea esos ojos te mata, y luego a nosotros, y -Paco se estaba poniendo de todos los colores.

    - Bueno, pues ya procurar que no me vea los ojos.

    Y tir de Pepa hacia el comedor, dejando a su cuado maldiciendo entre dientes, y

    volviendo a la mesa nervioso. Ellas se quedaron al fondo, junto a los msicos; pareca

    una buena idea, aunque Don Lorenzo no paraba de mirarlas.

  • Las chicas vieron a su sobrina partir la tarta, pero se negaron a comer su trozo. Ms

    vala no acercarse a la mesa, no fuera a ser que su padre notara algo raro.

    Con la tarta lleg el brindis, y los 200 invitados a la comunin de Sara le desearon lo

    mejor. Sus tas alzaron sus copas y la saludaron desde su rincn. Pepa vaci su cava de

    un sorbo, y Silvia se dio cuenta de que su padre no les quitaba ojo. No era ningn

    secreto que consideraba a Pepa una mala influencia. Durante todos aquellos aos se

    haba opuesto a su amistad, aunque no haba llegado al punto de prohibirle a su hija

    relacionarse con ella, en parte porque la trayectoria de Silvia en el colegio era

    impecable, y en parte, porque mientras se vieran en casa de Paco, podra controlar el

    grado de influencia de Pepa en su hija; tal y como l pensaba: ten a tus enemigos cerca.

    Volvi a sonar la msica, y Pepa le tendi la mano.

    - Cunto hace que no bailas, pelirroja?

    - Menos de lo que crees- le contest, aceptando su mano.

    - Vaya! Hay algn prncipe misterioso del que no me hayas hablado? le pregunt, sosteniendo su mano izquierda y rodeando su cintura.

    Silvia sonri, negando con la cabeza; era la eterna pregunta.

    - Venga, Silvia, que la vida es ms que libros y medicina, incluso para ti.

    - Cierto, tambin es msica

    - Bailar

  • - Estar con los amigos...

    - Mirar las estrellas

    - Las estrellas? pregunt Silvia sorprendida-. Qu romntica te has vuelto. Te ha dado fuerte con la chica misteriosa.

    - Es que t nunca te has sentado a ver las estrellas? En silencio, rodeada de

    oscurid

    - Calla y baila, venga.

    - Me encantara, pero creo que voy a tener que pedir nmero para eso.

    Silvia la mir con curiosidad, y luego, siguiendo su mirada, se volvi. Se acercaba su

    primo Andrs: Bailas?. Sin darle a tiempo a contestar, Pepa se separ y ella no tuvo valor para dejarlo plantado en mitad de la pista, aunque lo que realmente le apeteca era

    seguir hablando con Pepa. Vio que se haba vuelto a sentar, y aprovechaba que la mesa

    estaba vaca para atacar su trozo de tarta. O ms bien, para marearla con el tenedor,

    porque apenas prob bocado; pareca tan triste, que se le encogi el corazn.

    Al cabo de un rato, que se estaba haciendo eterno, le dolan los pies, pero con cada

    nueva cancin se acercaba alguien. Cuando consider que ya haba cumplido, bailando

    con todos sus primos y la mayora de familiares de Paco, se escabull en busca de Pepa.

    - Qu solicitada! le dijo, recuperando la sonrisa.

    - Pens que no se iba a acabar nunca.

  • - Haberlo pensado antes de ponerte ese vestido.

    - Te gusta? Pepa la mir mientras sopesaba la respuesta.- Por como miraste en cuanto me viste llegar continu Silvia con una sonrisa-, se que te gusta.

    - A tu padre seguro que no.

    - A mi padre no le gustan muchas cosas.

    - Incluida yo.

    - Es una buena persona dijo Silvia encogindose de hombros-, pero demasiado rgido.

    - E intransigente.

    - T tampoco lo pones fcil, Pepa. No dejas que nadie se acerque a ti, que te

    conozcan.

    - Crees que ser ms fcil si me conocen? si les digo que me gustan las

    mujeres?

    - Se lo tendrs que decir tarde o temprano.

    - Ni hablar, no pienso darles ms excusas para odiarme.

  • - Pepa, nadie te odia, no seas exagerada.

    - T crees? restall Pepa sin dejarla terminar-, mis padres hace aos que, o me ignoran, o me hablan a gritos; mi hermano pasa de m porque ya tiene otra

    familia

    - Paco te quiere. Y Lola. Y Sara.

    - Y t? solt Pepa a bocajarro, sin poder contenerse.

    - Pues claro que te quiero, eres mi mejor amiga Silvia vio a Pepa bajar la mirada- es por tu chica misteriosa, no? Todo esto es por ella, porque crees que

    no te quiere.

    - No es que lo crea, lo s.

    Pepa se levant de golpe y volvi a enfilar hacia el jardn. Silvia la sigui con la mirada,

    hasta que la vio perderse en la arboleda. Intua que su amiga quera estar sola.

    Haca meses que saba que a Pepa le gustaba una chica. Durante semanas haba estado

    muy rara, esquivaba las preguntas, e incluso dej de ir a casa de Paco. Silvia procur

    tener paciencia, pero la echaba de menos, echaba de menos su risa, su vitalidad, su

    presencia, que pareca llenarlo todo. Cuando no pudo ms, se plant una noche de

    sbado en la plaza en la que Pepa y sus amigos hacan siempre botelln. La encontr en

    un banco alejado, sola, con una borrachera importante. Se sent a su lado sin decir nada.

    No necesitaba hablar, slo estar con ella.

    - Qu haces aqu, Silvia?

    - Llevo tres semanas sin saber de ti. Estaba preocupada, y te echo de menos.

  • - Se cuidarme sola, no me ha pasado nada, lo ves? Estoy entera.

    - No te pongas borde restall Silvia-, si no quieres contarme lo que ocurre no me importa, pero no me ignores, ni me chulees. Soy yo. No tus padres, ni tus

    profesores, ni

    - Perdona, Sil! la cort Pepa-, es que no estoy en mi mejor momento.

    - Quieres contrmelo?

    Entonces ocurri algo que Silvia slo haba presenciado en dos ocasiones: Pepa se

    derrumb, y empez a llorar. No eran slo lgrimas, era una tristeza infinita que se

    mostraba en sus ojos, una tensin insoportable que la desbordaba, era la soledad infinita

    que la rodeaba, y el aislamiento que supuraba cada poro de su cuerpo. Se abraz a Silvia

    con fuerza, hundida.

    - Pepa, hey! Chiquitina vamos, venga tranquila, no puede ser tan malo.

    - Claro que lo es hipaba su amiga deshecha.

    - Sea lo que sea estoy aqu, contigo.

    - No, no lo estars, te irs, se que te alejars, y entoncesya no me quedar nada.

    - Cmo puedes decir eso? Yo estoy aqu, siempre estar aqu.

    A esas alturas Pepa ya era incapaz de hablar, y negaba con la cabeza. Silvia la sostuvo,

    murmurando palabras de nimo, hasta que se fue recuperando de su ataque de angustia.

  • - Tranquila-prosegua Silvia-, venga, desahgatesabes que puedes contrmelo todo y comprobars que sigo aqu despus.

    Pepa se apart, y la mir, con un destello de orgullo en los ojos, que no consigui

    ocultar por completo el miedo que se lea en ellos.

    - Seguirs conmigo, si te digo que me gusta una chica?

    Silvia le sostuvo la mirada a pesar de la sorpresa.

    - S, seguir aqu. Claro que estar aqu. Cmo puedes pensar que te dejara de

    lado por eso? hizo una pausa, pensando en las palabras de Pepa- Te gusta una chica? Quin? Desde cuando? Por qu nunca me lo habas dicho? Dios!Qu

    sorpresa! No me lo imaginaba

    - Silvia, Silvia, tranquila relaja que ya no se cul era la primera pregunta.

    Se miraron, y estallaron en carcajadas; Pepa se fue relajando, y a pesar de acribillarla a

    preguntas no quiso entrar en detalles. Al principio, Silvia no le dio ms importancia que

    a cualquier otro ligue, pero con el tiempo, fue dndose cuenta de que su amiga estaba

    enamorada, y no porque hablaran de ello, si no porque no lo hacan. Salvo breves

    comentarios o bromas, Pepa se negaba a hablarlo, cosa que slo ocurra cuando algo era

    realmente importante para ella. Ni siquiera le haba dicho su nombre.

    - Qu voy a hacer contigo?- se pregunt en voz alta, mientras la vea alejarse.

    - Con quin, hija?

    - Hola pap.

  • - Qu haces aqu sola? Sal a bailar, que todos se mueren por bailar contigo.

    - Ya he bailado con todos.

    - Conmigo no le sonri su padre-, vamos.

    Se levant y se acercaron a la pista, mientras la orquesta atacaba un pasodoble a

    peticin de Paco.

    - Haca mucho tiempo que no bailabas conmigo, Silvita.

    - Eso es porque no me has sacado antes.

    - Me pareci mejor dejarte con los chicos de tu edad. Tienes que disfrutar.

    Deberas salir ms.

    - Ya salgo, pap.

    - Ir a casa de tu hermana no es salir. Y no creo que sea bueno que te pases los

    das con Pepa.

    - No voy a volver a discutir eso dijo Silvia tajante.

    - Hija, pero no te das cuenta?

  • - Deja de decir que Pepa es una mala influencia. Hace diez aos que somos

    amigas, y eso no me ha hecho dejar de ser yo. No he dejado mi vida de lado, no

    me he metido en nada raro, y nunca te has podido quejar de m.

    - De eso se trata, Silvia, de ti coment Don Lorenzo con un deje de angustia.

    - Se acab la cancin. Ser mejor que me siente.

    Dej a su padre en la pista, y se encamin a la mesa. No le gustaba comportarse as con

    su padre, pero le pona de mal humor tanta insistencia con Pepa, la animosidad de su

    padre, sus crticas cuando ni siquiera se haba molestado nunca en saber cmo era en realidad su amiga; nunca pregunt por ella, ni se interes en si tena problemas en casa,

    o el colegio, nunca quiso ver ms all de su ropa y su apariencia.

    Encontr a Lola sentada, esperndola en la mesa.

    - Hola Lola.

    - Se puede saber en qu estabas pensando? -no haba acritud en sus palabras.

    - Qu pasa?

    - Cmo se te ocurre fumarte un porro en las narices de pap?

    - Paco te lo ha dicho.

    - No. Pap.

  • - Qu?

    - Silvia, t te has visto los ojos? Pap es polica, sabe de sobra los efectos de

    la mara.

    - No me ha dicho nada.

    - Ya. Imagino que le preocupa ms Pepa. No os ha quitado los ojos de encima.

    - T tambin? Tambin vas a decirme lo mala que es mi amistad con ella? T

    que nos has visto todos estos aos, que la has visto crecer, deberas saber que es

    una buena persona, que simplemente es sincera, que no se corta para decir las

    cosas.

    - No, hermana le cort Lola-, lo que me da miedo es la manera en que la defiendes, das la cara por ella, la proteges, la cuidas.

    - Es mi mejor amiga.

    Lola la observaba preocupada. Puso su mano sobre la de Silvia, y suspir, como si

    reuniera fuerzas para decir lo que estaba pensando.

    - Y porque eres su mejor amiga, sabes que le gusta una chica.

    - Cmo sabes eso? dijo Silvia en un susurro.

    - Porque como t misma has dicho, Pepa es sincera, no slo cuando habla,

    tambin cuando mira. No sabe ocultar lo que siente tan bien como ella cree.

  • - Y pap lo sabe era una afirmacin-, por eso no deja de insistir para apartarme de ella?

    - S. Hace un tiempo que me dijo que os vigilara.

    - No es asunto suyo. Ni tuyo.

    - No, por eso he ido dndole largas. Pero me preocupa.

    - No irs a decirme que te molesta que Pepa sea lesbiana.

    - En absoluto dijo Lola, y mirando a su hermana fijamente continu-, lo que me preocupa es que pap se de cuenta de que le gustas t.

    Silvia se qued helada. Pepa era su mejor amiga, pasaban mucho tiempo juntas, y, de

    acuerdo, le extraaba que estuviera tan misteriosa con la chica en cuestin, pero nunca

    haba pensado en aquella posibilidad.

    - Cundo te lo cont?

    - No lo ha hecho. No hace falta. Se le nota y mucho.

    - Y por qu me lo dices?

    - Porque necesito preguntrtelo Silvia qu sientes por Pepa?

    - A qu viene eso? Me ests preguntando si me lo ha pegado? Si me ha

    seducido?

  • - Clmate, hermana

    - No, no me calmo, no puedo creer que

    - Silvia! Escchame! Te lo pregunto porque cuando la miras, cuando hablas

    de ella, cuando la proteges, parece ms que una amistad. Y si pap se entera no

    se que har.

    Silvia empez a hablar, pero la negativa muri en su boca. Mir hacia el jardn. All

    estaba Pepa, que se haba unido a un grupo de nios, jugando a la gallinita ciega. Ella

    era la gallina. La vio avanzar a tientas, estirando los brazos, tratando de seguir el coro de voces que se alzaba a su alrededor. Y volvi a su cabeza la ltima tarde que bajaron a

    por helados, haca unas semanas; estaban sentadas en la plaza, y Pepa miraba a los nios

    entusiasmada.

    - Nunca cre que te gustaran tanto los cros le dijo Silvia-, despus de tantos aos metindote con mi instinto maternal.

    - Es que entre nios es fcil sentirse a gusto. No te juzgan, no te critican por tu

    ropa ni te clasifican por tu msica. Si ests con ellos, si juegas con ellos, si se

    sienten seguros contigo, te aceptan sin importar nada ms.

    - Perdemos eso al crecer.

    - No deberamos.

    La mirada de su amiga en aquel instante reflejaba su anhelo de ser aceptada, de formar

    parte de su familia, de que comprendieran sus motivos. Silvia la abraz, embriagndose

    de la ternura de Pepa, de su bondad, de su vitalidad; sinti la piel clida de sus manos en

    la espalda, su aliento en su cuello, su pecho, subiendo y bajando rtmicamente, al

    comps de su respiracin. Se dio cuenta de que era ms feliz con ella cerca, y con ese

    sentimiento se hizo patente su necesidad de estar con ella.

  • - Silvia? su hermana segua mirndola, esperando una respuesta.

    - S, slo pensaba-dijo con un hilo de voz.

    - En ella? Lo s. Porque cuando piensas en ella, tus ojos tienen un brillo

    diferente, y cuando ests con ella, rebosas felicidad.

    - Es mi amiga, la quiero, eso no tiene que ver

    - Ests segura de que slo es amistad?

    Lola se levant y se alej, dndole tiempo y espacio para reflexionar. Sigui pensando

    en aquella tarde. Haba echo todo lo posible por enterrar lo que sinti, dejarlo pasar sin

    pensar mucho en ello. Lo haba olvidado? Y si tan slo lo haba sublimado para

    encajarlo como parte de su amistad?

    Volvi a mirar hacia el exterior. Pepa le pona la venda a otro nio para que ocupara su

    lugar como gallinita. Se volvi hacia el comedor, y al entrar, busc con la mirada. Saba que la buscaba a ella. Al verla sonri; la tristeza que antes haba en sus ojos haba

    desaparecido. Pareca diferente, aunque no era ella la que haba cambiado, sino la

    perspectiva de Silvia.

    - Qu te pasa, pelirroja? Parece que es la primera vez que me ves.

    - Cundo me vas a decir quin es la chica?

    - Qu chica? dijo Pepa evasiva.

  • - No disimules.

    - Y a qu viene eso ahora?

    - Por qu tanto misterio?

    - Mira, no se por qu te has cabreado, pero ya volver cuando se te pase.

    - No. Dmelo. Necesito saberlo.

    - No necesitas saberlo Pepa se estaba enfadando ms a cada momento, y prefiri cortar por lo sano-, y se acab esta conversacin.

    - Es porque soy yo?

    Pepa se qued lvida. Desapareci el color de su cara, y sus ojos se llenaron de sombras.

    Apret la mandbula y cerr los puos con fuerza. Pero no fue capaz de hablar.

    - Baila conmigo Silvia dijo lo primero que se le ocurri para llenar la brecha que acababa de abrir entre las dos.

    Tir de Pepa hasta la pista, la rode con sus brazos, y empezaron a moverse al comps

    de la msica. Bailaban en silencio, sin mirarse a los ojos. Silvia no poda dejar de pensar

    que haba roto los puentes que las unan, que haba levantado una pared entre las dos

    que sera difcil derribar. Consciente del cuerpo de su amiga, se apret an ms contra

    ella. Rode ms fuerte sus hombros, pasando una mano por su cuello. La sinti

    estremecerse en sus brazos.

  • - Silvia dijo Pepa en un susurro ahogado- me voy.

    - Vamos a un sitio tranquilo. Tenemos que hablar.

    - No, pelirroja, me voy de San Antonio.

    - Qu?- por fin la mir, y vio en ella ms dolor del que nunca pudo imaginar.

    - Tengo que hacerlo. Tengo que alejarme de aqu. Alejarme de ti.

    - No, no te vayas. Que yo lo sepa no cambia nada, sigues siendo mi mejor

    amiga, slo tenemos que hablarlo, o si no quieres, pues lo dejamos correr. Nadie

    lo sabe.

    - S ha cambiado. Todo ha cambiado. T ahora lo sabes, y eso cambia nuestra

    amistad.

    - No.

    - S. Porque para ti, soy tu amiga, pero t para m, eres mucho ms. Eres lo

    nico en lo que pienso cada da. La nica persona con la que deseo estar. La

    nica que me hace rer y llorar. Y no puedo tenerte, y duele duele tantono pudo seguir hablando. Silvia alarg su mano para rozar las lgrimas que rodaban

    por sus mejillas.

    - A dnde irs?

    - No lo s an. Pero no te lo voy a decir. pidi silencio a Silvia que iba a protestar- No puedes buscarme, porque si no, nunca lo superar. Eres mi primer

  • amor, mi sueo, mi imposible y yo necesito olvidarte, para no seguir hacindome dao, para no hacrtelo a ti. Pero algn da volver. Te lo prometo.

    La sensacin de prdida que recorra a Silvia la estaba rasgando. El dolor que senta, su

    angustia, pugnaban por escapar a base de lgrimas, de gritos. Quera patalear, chillar,

    dar rienda suelta a su rabia. La mir a los ojos, llenos de tristeza, de amor, pero tambin

    de determinacin, y comprendi que la decisin era irrevocable, as que hizo lo nico

    que poda: despedirse de ella con el mayor regalo que pudiera ofrecerle. Acarici sus

    mejillas, y sostuvo su cara entre las manos, acercndose a ella, fijando su mirada en sus

    labios. Sabore su boca con un roce tierno, dulce, intenso. Fue un hasta pronto, un volver, un te estar esperando.

    Y de pronto los gritos de Don Lorenzo, de Paco, del padre de Pepa. El ruido a su

    alrededor, las voces, tirones, empujones. La vio alejarse, arrastrada por su madre, sin

    dejar de mirarla, sin dejar de sonrer. Volvera. Pepa siempre cumpla sus promesas.