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Nola cri .nal Charlotte Rampling y Robert Mitchum, en «Adiós muñeca». TE HAS CAIDO, OJO DE PATO Jo Ramón Rubio L á vida está llena de cosas insoportables, pero hay dos que se llevan la palma. Una, tener trabajo; la otra, no tenerlo. Yo llevaba más de un mes sumido en la segunda, y la verdad es que ya estaba harto. No es que aspire a ser millonario precisamente, pero me gusta comer de vez en cuando, a ver si me entienden. Y pa comer hace lta pasta, y para tener pasta hace lta que vengan clientes. Creo que el razonamiento está bien expresado, Todos los días me dejaba caer por mi vieJo despacho. Pero era pura rutina, qué quieren que les diga. Una vez allí, lo único que hacía era beber el incto whisky de garra con que había te- nido que sustituir mi marca vorita; lo tenía que rebajar con alcohol de rmacia para haceo me- nos venenoso. Me servía un trago detrás de otro, y así me pasaba el día: sentado, con los pies -encima de la mesa, emborrachándome y mirando las puntas de mis zapatos. De vez en cuando me levantaba y, sin la menor convicción, limpiaba un poco el letrero de la puerta: «Philip Marlowe, detective privado». Al principio traté de escuchar la radio, o de reproducir algunas ptidas interesantes de aje- drez. Pero en la radio siempre me salía el con- cierto para violín de Khachaturian: la verdad es que tengo la negra con este señor. En cuanto a lo otro, lo del ajedrez, me stidia comprob, cuando estoy deprimido, que otros sacan más par- tido de algo que hacen peor que yo. La situación empezaba a ser desesperada. Entonces llegaron ellos. 60 Eran dos; si quieren más detalles, les diré que eran un hombre y una mer. El hombre no tenía nada que llamase especialmente la atención, salvo que vestía bien; llevaba en la mano derecha un anillo con un diamante del tamaño de un balón de rugby, y con la pinta de ser la única cosa auténtica que quedaría en la tierra si acabaran de desapare- cer todas las cosas auténticas. El sujeto lo mane- jaba como quien maneja un billete de autobús; yo no lo hubiera tratado con la mitad de displicencia ni aunque lo tuviera en una caja erte. Pero tam- poco es cosa de ponerse a hacer conjeturas: el dueño era él, no yo. En cuanto a ella, era una verdadera muñeca, si me aceptan esa jerga en que nos hacen hablar a los detectives de mi clase. No es que era llama- tiva: a decir verdad, no acertaría a describirla bien. Bueno, sí, iba vestida. Pero tenía uno de esos cuerpos que pecen estar deseando esca- parse de la ropa a las primeras de cambio. Los dos se sentaron antes de que yo les invitara a hacerlo, y ella aprovechó la ocasión pa cruzar las piernas de un modo que tuve que mirar a otra parte. A lo mejor era eso lo que quería: con las mujeres nunca se sabe. El habló: -Marlowe, tengo para usted un caso insólit�. Me hubiera gustado decie que para mí, en aquel momento, todos los casos eran insólitos, pero prerí no divagar y poner las cosas en claro: -Bien, en primer lug, no creo haberle autori- zado para que me apee el «señor». En segundo lugar, hablemos de mis emolumentos ... -No pienso hablar de eso con usted -cortó él a su vez-. Cobrará lo que yo diga, y cuando yo diga. Y nada de anticipos. Su voz era como una patada en la espinilla. -Tuve que dejarle seguir: -No es por el dinero, Marlowe. Es que me

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Novela crirn ... nal

Charlotte Rampling y Robert Mitchum, en «Adiós muñeca».

TE HAS CAIDO, OJO DE PATO

José Ramón Rubio

Lá vida está llena de cosas insoportables, pero hay dos que se llevan la palma. Una, tener trabajo; la otra, no tenerlo. Y o llevaba más de un mes sumido en

la segunda, y la verdad es que ya estaba harto. No es que aspire a ser millonario precisamente, pero me gusta comer de vez en cuando, a ver si me entienden. Y para comer hace falta pasta, y para tener pasta hace falta que vengan clientes. Creo que el razonamiento está bien expresado,

Todos los días me dejaba caer por mi vieJo despacho. Pero era pura rutina, qué quieren que les diga. Una vez allí, lo único que hacía era beber el infecto whisky de garrafa con que había te­nido que sustituir mi marca favorita; lo tenía que rebajar con alcohol de farmacia para hacerlo me­nos venenoso. Me servía un trago detrás de otro, y así me pasaba el día: sentado, con los pies -encima de la mesa, emborrachándome y mirandolas puntas de mis zapatos. De vez en cuando melevantaba y, sin la menor convicción, limpiaba unpoco el letrero de la puerta: «Philip Marlowe,detective privado».

Al principio traté de escuchar la radio, o dereproducir algunas partidas interesantes de aje­drez. Pero en la radio siempre me salía el con­cierto para violín de Khachaturian: la verdad esque tengo la negra con este señor. En cuanto a lootro, lo del ajedrez, me fastidia comprobar,cuando estoy deprimido, que otros sacan más par­tido de algo que hacen peor que yo. La situaciónempezaba a ser desesperada.

Entonces llegaron ellos.

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Eran dos; si quieren más detalles, les diré que eran un hombre y una mujer. El hombre no tenía nada que llamase especialmente la atención, salvo que vestía bien; llevaba en la mano derecha un anillo con un diamante del tamaño de un balón de rugby, y con la pinta de ser la única cosa auténtica que quedaría en la tierra si acabaran de desapare­cer todas las cosas auténticas. El sujeto lo mane­jaba como quien maneja un billete de autobús; yo no lo hubiera tratado con la mitad de displicencia ni aunque lo tuviera en una caja fuerte. Pero tam­poco es cosa de ponerse a hacer conjeturas: el dueño era él, no yo.

En cuanto a ella, era una verdadera muñeca, si me aceptan esa jerga en que nos hacen hablar a los detectives de mi clase. No es que fuera llama­tiva: a decir verdad, no acertaría a describirla bien. Bueno, sí, iba vestida. Pero tenía uno de esos cuerpos que parecen estar deseando esca­parse de la ropa a las primeras de cambio. Los dos se sentaron antes de que yo les invitara a hacerlo, y ella aprovechó la ocasión para cruzar las piernas de un modo que tuve que mirar a otra parte. A lo mejor era eso lo que quería: con las mujeres nunca se sabe.

El habló: -Marlowe, tengo para usted un caso insólit�.Me hubiera gustado decirle que para mí, en

aquel momento, todos los casos eran insólitos, pero preferí no divagar y poner las cosas en claro:

-Bien, en primer lugar, no creo haberle autori­zado para que me apee el «señor». En segundo lugar, hablemos de mis emolumentos ...

-No pienso hablar de eso con usted -cortó él asu vez-. Cobrará lo que yo diga, y cuando yo diga. Y nada de anticipos.

Su voz era como una patada en la espinilla. -Tuve que dejarle seguir:

-No es por el dinero, Marlowe. Es que me

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Novela crim�.nal

Dick Powe/1.

molesta que me pongan condiciones los tipos como usted.

Empezaba a gustarme aquel individuo. Siempre me han gustado los que son más duros que yo: es puro instinto de conservación. Me tendió una tar­jeta. El nombre que leí era de esos que aparecen en las cotizaciones de Bolsa con toda naturalidad, de la misma forma que otros aparecen en las ali­neaciones de fútbol. Aquel tipo no mentía en la cuestión de la pasta. Cambié de táctica:

-Y, ¿por qué han venido a mí precisamente?-Vuelve a equivocarse, Marlowe. No hemos

venido a usted «precisamente». Antes hemo's visi­tado a muchos de sus colegas. Por cierto, que había uno en San Francisco que se parecía muchí­simo a usted. Se llamaba ... se llamaba ... -giró de repente hacia ella-. Cariño: ¿Cómo se ,llamaba aquel imbécil que intentó propasarse contigo?

-Spade -respondió ella-. Sam Spade.-Conozco a Sam -dije.-Espero que no le haya molestado que le diga

que se parece a él. -Oh, bueno ... ; la verdad es que todo el mundo

se empeña en sacarme parecidos. Hay quien dice que me parezco a Humphrey Bogart.

Semejante posibilidad no dio la impresión de interesarle lo más mínimo. Volvió a lo suyo:

-El caso, como ya le dije, es insólito, y por esoninguno de sus colegas ha querido encargarse de él. Todos han convenido en que es extremado, inaprehensible, excesivo para un ser humano, y hasta puede que para toda la Humanidad ...

Aparte de estar harto de tanta retórica, la ver­dad es que me estaba intrigando todo aquello, así que corté por lo sano:

-Pero bueno: ¿Se puede saber cuál es el caso?-El caso -pareció crecer en el asiento- soy yo.Hubo un silencio. Luego oí cómo ella preparaba

otro cruce de piernas. Digo «oí» porque seguía sin atreverme a mirarla, aparte de que el diamante me

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fascinaba cada vez más. El tipo volvió a hablar, y ahora noté un aire de pesadumbre en sus palabras:

-Míreme, Marlowe -el consejo era ocioso: no lepodía quitar ojo desde hacía mucho tiempo-. Su­pongo que le habrá sonado mi nombre. Soy, sin duda alguna, el hombre más rico de todo el Es­tado. Es más: lo soy desde que nací, o sea que ni siquiera he tenido que esforzarme para lograrlo. Desde pequeño he tenido todo cuanto he querido, y al instante. No he tenido problemas con los estudios, ni con los negocios, ni con las mujeres. Hablo más idiomas de los que se confundieron en Babel, si es que sabe usted por dónde cae eso. Conozco cuanto del mundo merece ser conocido. He probado todos los placeres prohibidos, que no son para tanto, y también los sin prohibir, que no son placeres. Soy, en resumidas cuentas, un tipo envidiable. Sin embargo ...

Su voz se oscureció aún más. Ella puede que hiciera algo, pero la verdad es que hacía tiempo que me había dejado de preocupar de ella. Lo que contaba aquel individuo se estaba empezando a parecer a algo sobre lo que había reflexionado yo muchas veces en mi soledad. El seguía hablando:

-Sin embargo, Marlowe, desde hace algúntiempo todo ha cambiado. Oh, sigo teniendo el dinero y todo eso. Pero son las pequeñas cosas. Usted sabe, es ir por una carretera de doble direc­ción y que en la contraria no vaya ningún coche, mientras que en la de uno está atascada toda la producción de diez años de la General Motors. Es que estén sirviendo copas y se acabe la botella justo en el momento de servir la mía. Es salir a esquiar y que se derrita la nieve, o ir a la playa y que se nuble en el momento en que llega uno. Mire: el otro día estrenaron una película que me apetecía ver. Acostumbrado a cómo me salen las cosas últimamente, mandé por entradas no a uno, sino a dos de mis empleados. Pues bien, al pri­mero le pusieron el «no hay billetes» justo cuando

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Novela crim ... nal

le llegó el turno en la cola. Fui yo mismo a un revendedor, porque a veces no se puede librar uno de tratar con gentuza -aquí me miró extraña­mente-, y en el momento en que llegábamos a un trato, le detuvieron, y no me llevaron a mí, bueno, porque sigo teniendo influencias, como puede us­ted imaginar.

-Ya -dije-. ¿Y el otro tipo? ¿Tampoco pudosacar las entradas?

-Peor aún. Se equivocó y las sacó para la ópera.Luego yo no caí en la cuenta y me la tuve que tragar entera.

-Su caso es grave, amigo. ¿No estará ustedgafado?

Pareció despertar de un sueño. Su voz recobró el tono agresivo:

-¿Cómo? ¿Cómo dice?-Eh ... , bueno -su reacción me asustó un poco-

quiero decir, el azar y todo eso. - -Marlowe, ante estás demostraciones de intui­

ción, comprendo su_ brillante situación profesional-me gustaba el tipo, ¿les he dicho que era másduro que yo?-. Estoy acostumbrado a controlarlotodo -cambió el tono de voz-, y, ¿qué es el azar,sino el nombre que damos a una serie de circuns­tancias que hasta ahora no hemos podido contro­lar?

-Entiendo. Mi misión es descubrir esa serie decircunstancias.

-No sólo eso, Marlowe. Tiene que descubrirtambién quién está detrás.

-¿ Y traérselo?-Y traérmelo.-Acepto el caso -dije.Sabía lo que tenía que hacer.

* * *

Aun conduciendo sin prisas, se puede llegar a La J olla en unas dos horas. Para muchas perso-

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nas, La Jolla está llena de cosas atractivas que visitar. El 824 de Prospect Street es de las otras. Quiero decir que no tiene nada que pueda parecer interesante a la mayor parte de la gente. Sin em­bargo, a mí me interesaba muchísimo. Hasta en eso soy diferente a los demás.

Llamé a la puerta. Por una rendija asomó una mujer. No me pidan

que la describa, porque no tuve mucho tiempo de verla. En el momento en que le dije qué quería, su expresión se alteró, hizo unos ademanes de susto y salió corriendo hacia dentro de la casa. Aquello no dejó de sorprenderme, pero, visto por el lado bueno, tenía la ventaja de dejarme el camino sin obstáculos. Acabé de abrir la puerta, y entré.

No tuve que registrar mucho. En la primera habitación en que me metí había un individuo, rodeado de una multitud de papeles y librotes que trataba de guardar en unas cajas. No me pregun­ten cómo descubrí que era enfermero: los detecti­ves con cierta experiencia averiguamos enseguida cosas así. Además, el tipo llevaba una bata blanca.

No me importó hacer ruido; prefería que me viera. Lo hizo rápidamente y, como la mujer de la puerta, manoteó asustado, como si no diera cré­dito a sus ojos. Aquello me estaba empezando a fastidiar: éste ni esperaba a que yo hablara para ponerse a hacer aspavientos. Por fortuna, se calmó pronto.

-Oh, perdone -me dijo-. Es que de primeras leconfundí con alguien a quien conocí en la guerra. Un sujeto que tenía un garito en Casablanca. No quedamos muy amigos, y ...

-Tranquilícese -dije yo-. No he estado en Ca­sablanca en mi vida.

-Y no se pierde nada, si quiere mi opinión.Pero ... ¿ Qué se le ofrece?

No pude impedir que mi voz se hiciera más solemne:

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Novela crim�.nal

-Quiero hablar con el señor Chandler.-¿Con ... Chandler? -palideció- ¿Se refiere us-

ted a Raymond Chandler? -Oiga, es usted muy ocurrente, pero tengo

prisa. Claro que me refiero a Raymond Chandler. ¿A qué otro Chandler iba a buscar aquí?

-Sí, es cierto -reflexionó él-, pero el señorChandler no está ahora. Está, por decirlo así, au­sente.

-¿ Y no puede llevarme a donde está?-Por supuesto. Si antes me dice para qué quiere

verle. -Es por un cliente. Bueno, y por muchas cosas

-no tenía nada que ocultarle, así que le conté elcaso. El pareció ¡,er_plejo al fmal de mi historia.-Y el señor Chandler, ¿qué tiene que ver conesto?

-Bueno, es que mi cliente piensa que todo esodel azar no es más que un montón de circunstan­cias todas juntas, manejadas por alguien, y que nosotros no podemos controlar. Y o mismo he pensado eso muchas veces.

-También el señor Chandler -añadió él-. Laúltima vez que se lo oí decir fue en un cóctel, no hace mucho.

-Seguro que tuvo un éxito bárbaro.-Oh, no crea. A esas alturas estaban todos muy

borrachos. Sólo un sudamericano, que creo que edita libros del señor Chandler en la Argentina, se acercó a él y le pidió permiso para utilizar esa idea en sus escritos.

-Luego dirán que no hay ideas originales.-Luego dirán.-Sin embargo, es muy interesante, ¿no cree?,

que tanto al señor Chandler, como a mi cliente, como a mí, se nos haya ocurrido lo mismo. Le repito: ¿No le parece interesante?

Se puso a la defensiva: -No entiendo a dónde quiere usted llegar.-Oh, amigo, no disimule. Lo sabe perfecta-

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Raymond Chandler.

mente. Mire, el señor Chandler puede tener toda la imaginación del mundo, pero ya no hay secre­tos. Cualquier crítico vulgar le dirá que sus histo­rias son muy parecidas. Y da la casualidad de que sus historias son mis casos, de la misma forma que sus ocurrencias son mis ocurrencias. -Ya.

-Mire, hace tiempo que sé quién es el señorChandler. Sé también que soy un invento suyo. No me cae simpático, porque es el responsable de todas las lamentables circunstancias que rodean mi vida. Pero ahora no es simple cuestión de sim­patías. Ahora tengo un cliente, que lógicamente debe ser también un personaje del señor Chandler, y que me va a pagar porque se lo lleve.

-Comprendo. Para usted, es el señor Chandlerel que maneja la trama que hace desgraciado a su cliente.

-Infiere usted que se mata, amigo.-Y por eso quiere usted que le lleve donde está

el señor Chandler. -Continúe deduciendo así, y ganará un premio.

El enfermero se detuvo a reflexionar un mo­mento. Luego, presa de una súbita resolución, volvió a dirigirse a mí, pero ahora imperiosa­mente:

-Vamos -dijo.

* * *

No bien montamos en su coche, sentí cómo se apoderaba de mí un sopor ,invencible. Oh, no era como otras veces, que me han golpeado con algo contundente, o me han administrado un somní­fero. Es que siempre que voy en un coche mejor que el mío, y además conduce otro, aprovecho para echar un sueñecito.

Pero esta vez el sueño no tuvo nada de repara­dor. Una sensación de incomodidad me fue inva­diendo, hasta que no pude más y desperté. El

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Novela crim-.nal

Humphey Bogart, Claude Rains, Paul Henreid, Ingrid Berg­man en «Casablanca».

coche estaba detenido, y el enfermero paseaba por el exterior. Pero el sitio al que me había llevado no era el que yo esperaba. Aquello no era una casa, ni un hotel, ni nada parecido. Aquello era, lisa y llanamente, un cementerio.

Salté fuera del coche, a pedir explicaciones. Pero el tipo era más rápido que yo. Al ver que iba hacia él, me eludió y echó a correr hacia dentro de aquel lugar. Yo traté de alcanzarle, pero ya no soy el de antes, y además él conocía mejor el terreno. Esquivaba ágilmente las tumbas, en tanto que yo tropezaba con ellas, procurando no perderle de vista. Por fin, se detuvo. Cuando llegué a su al­tura, no me quedaba resuello para lanzarme sobre él. Eso sí, procuré adoptar mi actitud más amena­zadora, mientras luchaba por recuperar la respira­ción. El también estaba demasiado agitado para hablar, y sólo pudo señalar con el brazo una lá­pida, en la que leí: «Raymond Chandler, 1888-1959».

-Pero ... pero ... -barboté.-¿No quería ver al señor Chandler? -dijo él-.

¡ Pues <!,h_í lo tieneL -Pero ... ¡No puede estar muerto! -volví a bar­

botar. Yo, cuando estoy desconcertado, barboto mucho.

-Oh, vamos, señor Marlowe. Sea respetuosocon las reglas del género. De sobra sabe que en todas sus aventuras hay un muerto intempestivo, y podía haberse imaginado que el de ésta era el señor Chandler. La verdad es que me ha decep­cionado usted.

-Púo m1 cliente ... yo ...-Está clarísimo, hombre. Se ha dejado usted

enredar en una historia apócrifa. Parece mentira que no se haya dado cuenta.

-Oh, Dios mío -aullé, señalando la tumba-.Chandler me ha hecho faenas, pero ninguna como ésta ...

-No culpe usted al señor Chandler, amigo. Está

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muerto, y carece de responsabilidad en sus an­danzas. Además, bastante bien le trató: en sus novelas siempre acaba usted ganando, y no creo que vaya a salir igual de ésta.

-¡ Pero está la cuestión de los derechos de autor, y todo eso! ¡Nadie puede apoderarse de un perso­naje así como así!

-A mí no me venga con esas. Soy enfermero, noabogado. Ahora que, si me permite una opinión, no espere conseguir mucho por ese lado. Los he­rederos de Conan Doyle nunca lo lograron, y mira que se han hecho barrabasadas con los personajes de ese señor.

-Entonces: ¿ Quién está detrás de las desgraciasde mi cliente?

-¡Vaya usted a saber! El mundo literario está lleno de impostores. Convinimos antes que no hay ideas originales: bueno, pues tampoco hay perso­najes originales. Hoy día cualquiera se cree capaz de escribir un cuento, cogiendo de aquí y de allá.

-¡Ay, si pescara al que ha escrito éste! Le ... le ...

-Le ... ¿qué?La pregunta me dejó parado. La verdad es que

no sabía muy bien qué podría hacerle. Hice un gesto de duda.

-Oh, no sé. Le pediría explicaciones. Le diría:«Me has tirado, hijo de ... ».

Me cortó rápidamente, sin dejarme terminar: -Y él le diría lo del indio del chiste: «Te has

caído, Ojo de Pato». Y no le faltaría razón. La culpa, a fin de cuentas, es de usted, por aceptar los casos así como así.

Echamos a andar. Mientras nos retirábamos, deseé que una ráfaga de aire helado azotara las tumbas, o que una negra nube ensombre-ciera el cementerio. Cualquiera de esas o cosas hubiera sido un buen final. Pero no pasó nada.

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MUJE�, FALANGEY FRA1"IQUISMO

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Virgilio Pinto

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