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E L TROJE PURÉPECHA Carlos García Mora

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E L T R O J E

PURÉPECHA

Carlos García Mora

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PURÉPECHA

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E L T R O J E

PURÉPECHA

Carlos García MoraDirección de Etnohistoria

Instituto Nacional de Antropología e Historia

TSIMÁRHUEstudio de etnólogos

ASIENTO, GRANERO Y ORATORIO DEL GRUPO DOMÉSTICO1

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1 ª e d i c i ó n e l e c t r ó n i c a , 2 0 1 2Resumen y adaptación editorial del capítulo “La morada” del libro El baluarte Purépecha de Carlos García Mora (en preparación)

Tsimárhu / Estudio de etnólogos© Derechos reservados por el autor

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P arado frente a una construcción rectangular con un gran techa-do de paja, un funcionario de la ocupación militar española en

el siglo xvi, en los antiguos territorios de la confederación taras-ca, no pudo menos que admirarse por lo elaborado del tejido de aquella techumbre con cuatro caídas de agua, realizado con tanta habilidad y belleza. En las regiones tarascas, que recorría dicho oficial, la palma le daba la apariencia característica a los caseríos. Existían varios tipos de construcción, pero por lo general techados con paja.2 Algunas edificaciones señoriales tenían, por añadidura, al frente o a un costado, un cobertizo para recibir visitantes y tomar acuerdos.3

Al formarse el pueblo purépecha —en ese siglo— se experi-mentó un cambio radical, tanto en el aspecto como en la concepción de sus construcciones, pues adoptó formas hispanas. Los nuevos grupos domésticos se formaron con algunas normas antiguas, adaptadas a lo que era básico para su establecimiento —como la disposición de un granero— pero, a la vez, con los principios reli-giosos que adoptaron por disposición de los señores de su clan.

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Fig. 1. Fragmento de una pin-tura del siglo xvi, incluida en la Relación de Michoacán, en el cual aparece el cuarto donde recibía y disponía el irécha o señor gobernante del wakúsï iréchekwa (señorío del clan águila). Obsérvese su techado de paja con el trenzado del copete o cresta que lo remata y el portal con piso de baldo-sas o tablas donde descansa el dignatario, adentro sus armas propias de jefe chichimeca gue-rrero.

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En la antigua era tarasca, junto a cada vivienda —pero aparte— se levantaba su márhita o granero de barro crudo en forma de pera in-vertida, semejante al cuezcomatl de los actuales estados de Morelos, Guerrero y Tlaxcala.4 Tenía dos niveles: el de abajo, para guardar grano, y el de arriba, para guardar ropa y otros objetos:

Las casas en que viven son buenas y grandes, con altos y bajos a su modo. Algunas piezas hacen redondas para sus despen-sas: tienen cuenco bajo y alto. En lo bajo, tienen sus semillas, que sirve de granero; en lo alto, sus cajas y ropas… Estas piezas redondas se llaman en su lengua tarasca “máritas”. Cada casa de un vecino tiene una y, si son dos vecinos, tiene dos y, si son tres, tiene tres. Porque aunque todo lo demás esté justo y todos duer-man en una pieza, esto que sirve de despensa ha de estar apartado y cada uno ha de saber y guardar lo que tiene de sus cosechas y granjerías. Las demás piezas son cuadradas, como las nuestras, y lo que van labrando ahora es a nuestro modo español, porque en todo nos van imitando…5

Gonzalo aguirre Beltrán ca. 1950 (en Aguirre Beltrán 1952: 296 frente)

Fig. 2. Vista panorámica de una sección de Charapan en 1949 o 1950, cuando aún predominaban sus trojes te-chados de tejamanil. Obsérvese la ausencia de otros tipos de construcción y la cercanía del bosque montuoso, con el que ar-monizaba pues el conjunto de los techados de tejamanil color café, a cuatro aguas, figuraba una agrupación de pequeños montes.

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Tras más de cuatro decenios bajo influjo de culturas hispanas, la vivienda se transformó aunque por un tiempo mantuvo los techados de palma. Algunas moradas eran de adobes de tierra; otras de piedras; algunas más, de cañas de maíz y palos cubiertas de madera y paja larga.6

* * *

Tiempo después, en época indeterminada, se introdujo y adaptó un troje de vigas de pino con cuatro lados planos, ensambladas de modo que la obra soportara terremotos y pudiera desmontarse para poder cambiarla de lugar. Este troje se levantaba elevado un poco sobre el piso y era techado a cuatro aguas con una estructura de maderos cu-biertos de tejamanil. Se construyó en todo el país purépecha transformando el aspecto de los poblados serranos: el conjunto de los techos de tejamanil, a cuatro aguas, armo-nizaban con el entorno, ya que su apariencia imitaba el agrupamiento de los cerros circundantes.7En alguna época, el troje se desarmaba para seguir las siem-

bras “de año y vez”: un año en un lugar y el siguiente en otro.8 A principios del siglo xx, aún se llamaba “marito” a quien cuidaba la márhita donde se guardaba el maíz, lo cual sugiere que se dis-ponía de una movible y ligera, que servía de almacén temporal en el campo, durante la cosecha, para guardar las mazorcas que se trasladarían al poblado. Desde su introducción, la troje —que sólo funcionó como granero— se le consideró una márhita, siendo que en realidad la sustituyó.9 Quizá luego evolucionó para servir también de resguardo. O bien, desde un principio fue una cabaña liviana y desarmable con esa doble función.

Así que, el troxe o troje, sustantivo masculino en el español regional, nombraba algo diferente de la trox(e), troj(e) o troja, pa-labra femenina que, en el siglo xviii, designaba sólo al apartadizo donde se recogían los frutos, en especial los granos.10 En el siglo xvi, la márhita había sido una “troxe de pan”, es decir, un almacén de gra-nos pues aún era aquella construcción antigua donde se guarecía el maíz.11 De modo que una cosa fue el granero purépecha con apo-sento (el troje), la construcción más grande del predio doméstico, y otra el granero español (la trox, troj o troja).12 O para decirlo de otro modo, en la antigüedad se nombró márhita a un granero vasiforme de barro; luego, a los diferentes tipos de graneros que se usaron en su lugar —cuando dejaron de construirse los tarascos prehis-panos— pero no se llamó así al troje que, junto con la función de granero, tuvo otras complementarias.

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Fig. 3. Troje visto de frente y su respectiva planta, dibujados por el arquitecto Juan Fernando Bontempo en el siglo xx. Las medidas sólo son las de un ejemplo al azar pues variaron según el caso. Obsérvese el por-tal con sus postes y el techo a cuatro aguas.

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Como se desconoce un nombre purépecha del troje, se usa su designación española, o bien, sustantivos purépechas genéri-cos para referirse al asiento de la familia, al lugar sombreado o de descanso, al techado o al lugar donde habita un grupo doméstico; vocablos todos que sirven para nombrar diferentes tipos de cons-trucción, no sólo al troje.13 Indicio lingüístico de que éste vino de fuera y, por ello, carecía de nombre purépecha.

* * *

Su característica básica fue ser un granero evolucionado, pero granero al fin. Más que uno transformado en vivienda, uno que conservó su naturaleza primordial: ser habitado por el maíz que sustentaba la vida.

En los años cuarenta del siglo xx, unos antropólogos esta-dounidenses se percataron que algunos miembros de la familia no ingresaban al troje varios días seguidos, pues algunos dormían en la cocina.14 Por lo tanto, llamar “casa” —en el sentido de vivienda— al troje, era inadecuado ya que, más bien, era un almacén de granos. Esta observación fue un hallazgo básico para la etnografía histórica del troje que, hasta entonces, era vista por los fuereños como una cabaña habitable.

Una comparación con el pueblo mazahua permite percatarse que, el troje, marcaba la fundación de un nuevo núcleo familiar. En la segunda mitad del siglo xx, la población mazahua de San Simón de la Laguna llamaba “trojes” a unos depósitos de mazorcas, hechos con palos labrados con cuatro caras planas, sobrepuestos de mane-ra entrecruzada hasta formar un rectángulo. Cuando un hombre se iba a casar, hacía una de esas “trojitas” para guardar mazorcas en el predio doméstico, donde se establecería la nueva familia.15

Algo similar ocurrió en el pueblo purépecha. El troje sustitu-yó a la antigua márhita que construía cada familia al fundarse, para usarla de granero y bodega.16 Sólo que éste, en vez de levantarse apartado del aposento del cabeza de familia, lo incluyó. El empleo que tuvo lo asemejó tanto a la márhita, con su división en altos y bajos; como al antiguo recibidor tarasco, con su portal.17 De hecho, fusionó la función de ambos en una sola construcción.

En la antigua era tarasca se construyeron graneros aisla-dos, dentro del recinto de los clanes señoriales, para garantizar el sustento de sus vasallos. En cambio, en la era purépecha, almacén de granos y asiento de los principales se unieron en el troje con-servando el recibidor abierto y sombreado. De esa manera, el troje resultó de la adopción de una “troja”, adaptándola para funcionar como márhita y resguardo. Asimismo, el uso de techados exteriores

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entre tarascos y de portales entre los purépechas, para la recepción de visitantes, siguió teniendo funciones sociales y políticas.

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El origen, la introducción y la época de difusión del troje son enig-mas etnográficos. El uso de tejamanil para techar era conocido en la antigüedad, pero el troje como tipo de granero fue nuevo, por más que algunos de sus rasgos se avinieron bien a los antiguos graneros y a los recibidores tarascos, como a la división en altos y bajos de los primeros, y al techo a cuatro aguas y al pórtico de los segundos.

Como este troje, tal como se desarrolló, sólo se le conoció en el país purépecha, parece ser adaptación propia de una cabaña

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Fig. 4. A la izquierda, altos y bajos de un troje, dibujado por el arquitecto Juan Fernando Bontempo en el siglo xx. Por añadidura, aquí se sugiere la equivalencia funcional de los altos con la márhita tarasca, y los bajos con el cobertizo señorial del siglo xvi. Arriba a la derecha, una márhita vasiforme techada con paja y rematada por un breve copete o cresta. Abajo a la derecha, habitación con una muy mesoamericana techumbre, tira sol o kumánchikwa de palma a cuatro aguas, donde recibía el irécha Taríakuri (fragmentos ambos de pinturas tomadas de la Relación de Michoacán). Una interpretación arquitectónica hipotética de la segunda pintura es que la kumánchikwa estaba adosada a una habitación re-donda de uso incierto (tal vez un temazcal, una cocina, o un cuarto ritual o de armas); o acaso se trate de una sola construcción o de dos cercanas pero separadas, o de alguna otra disposición dependiendo de cómo el karári o pintor representó la perspectiva.

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de madera para guardar grano. Su estilo uniforme revela una im-plantación homogénea, proveniente de una sola fuente, que ejerció fuerte y persistente presión cultural simultánea, en el transcurso de unos años, en todas las regiones purépechas, pues sus rasgos básicos fueron los mismos en todas ellas, pese a sus diferencias geográficas, a sus variados orígenes culturales y a que, en cada una, había materiales de construcción diversos y no siempre árbo-les para hacer vigas y tejamanil.18 Identificar esa fuente capaz de arraigar rasgos culturales en extensos territorios de características distintas es un problema fascinante.

El reto de este enigma empieza por descubrir cuál es la pre-gunta que debe responderse, no sólo para develar la procedencia sino para conocer sus implicaciones históricas, considerando que están involucrados ciclos agrícolas, configuración y estableci-miento de familias cristianizadas y organización sociopolítica de repúblicas de naturales purépechas. Otra parte de la incógnita es la identidad de quienes introdujeron el troje, quienes lo adaptaron y quienes lo desarrollaron. Lo cierto es que hablantes del purépecha

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Fig. 5. Portico del troje cha-rapanense heredado por el obrajero Moisés Reyes. Véase un acercamiento en la siguiente figura.

Fig. 6. Puerta de madera la-brada del portal que aparece en la anterior figura, semejan-te a la publicada por Robert C. West en 1948 (lám. 3c).

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lo construyeron y habitaron, como elaboración propia de un mo-delo de origen incierto.

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El troje alcanzó su máximo desarrollo en el siglo xix, cuando alcan-zó calidad artística.19 Varios fueron hechos con grandes vigas de tan buena y fuerte madera, que lograron supervivir hasta el siglo xxi.

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8Fig. 7. Troje charapanense quizá del siglo xix, conser-vado en la Sala Puréecherio del Museo Nacional de Antropología en México, com-prado en Charapan a Beatriz Clemente alrededor del año 1964. Obsérvense las columnas labradas del portal y los moti-vos grabados en el arquitrabe, los cuales pueden apreciarse de más cerca en la Fig. 16.

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3-4 Fig. 8. Troje con las efigies del

general Lázaro Cárdenas y Emiliano Zapata.

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Por entonces, ya era un granero dividido en altos y bajos. A dife-rencia de la márhita, en la que los segundos eran los que servían como granero, en el troje lo fueron los primeros, lo cual no es una diferencia arquitectónica menor.

Los altos consistían en un tapanco donde se guardaba el maíz y los bajos en un cuarto. Tenía cimientos de piedra, paredes de vigas de pino colocadas en posición horizontal y amachambradas o ensambladas en sus cuatro esquinas, piso de tabla elevado para evitar el contacto con la tierra, techo de tejamanil a cuatro aguas y pórtico enfrente con columnas talladas bellamente, al igual que la puerta de entrada. En total, se requerían entre 60 a 70 vigas, para formar los muros y la estructura del techo, aparte de los bancos, amarres, morillos y fajillas, amén de numerosas piezas de tejamanil para cubrir el exterior del techo.20

Aunque el troje purépecha no incluye ventanas, se abrieron en algunos tal vez desde el siglo xix. Varias aún pueden apreciar-se en la actualidad.

El troje pudo construirse gracias a los extensos bosques del entorno, con gruesos árboles de gran altura, al desarrollo de la carpintería, al labrado de madera y a la disposición de herramien-tas metálicas. Excepto el cimiento de piedra, todo fue de madera,

Fig. 9. Gran troje, al parecer desaparecido, en Charapan, Mich.

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Fig. 11. Troje en esquina.

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Fig. 10. Esquina de un troje en el cruce de dos calles, junto a un muro de adobe.

Fig. 12. Uno de los trojes más grandes de Charapan, tomado desde el patio. Aquí aparece con el portal cubierto parcialmente con tablas, pero en su origen debió lucir todo descubierto; asimismo, el patio está aquí techado con láminas translúcidas, pero en un principio éstas no existían.

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Fig. 13. Aspecto de un troje charapanense restaurado, te-chado con láminas acanaladas en vez de estarlo con tejamanil, ya muy caro y difícil de con-seguir.

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Fig. 14. Ventanas abiertas en trojes charapanenses.

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pero luego algunos propietarios le agregaron herrajes y cerradu-ras metálicas en las puertas, éstas últimas usadas a veces en lugar de chapas de madera que algunos ingeniosos carpinteros lograban elaborar.

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La ubicación y la construcción de troje iban acompañadas de religión, magia y facetas de la cosmovisión purépecha. La norma o, al menos, el ideal, era orientarlo para que el frente le diera “la mejor vista”: hacia el oriente, “por donde nace el astro rey para que, al abrirla inicialmente, las personas se persignaran para agradecer, al padre Sol, la existencia, y posteriormente al pa-dre Creador de todas las cosas”.21 Mientras la cocina —construida enfrente— miraba hacia el Poniente quedando como cen-tro el patio, que se abría entre ambos. En los hechos, una proporción impor-tante de los trojes —que incluso pudo ser mayor que el ideal— tuvo otras orientaciones. Ésas otras, más que contradecir la ideal podían ser ajustes que, tal vez, sólo serían com-prensibles mirando el conjunto de todos los trojes del poblado. Esto es, mientras unos miraban al oriente, otros podrían mirar hacia otro punto por razones urbanísticas, pero explicadas como arreglos de la orientación fundadora del poblado, para considerar los otros puntos cardinales que era preciso contemplar también. En efecto, las capillas de los barrios, por ejemplo, miraban cada una hacia puntos cardinales distintos. Si se analizara con detalle el complejo de orientaciones, incluyendo el de los entierros, es posible que se averigüe su sentido general.

Lo cierto es que, los trojes orientados al Oriente, recibían la luz de los primeros rayos del Sol, de modo que, al abrir la puer-ta para salir, entraba su luz al altar familiar y se percibía —desde el portal— el nacimiento del astro rey tras la cocina. En cambio, ésta recibía los rayos de espaldas. Por ello, ésta, con su sombra, proyec-taba sobre el patio el traslado del Sol en la bóveda celeste hasta su cenit, cuando se producía una inversión en la que el troje, con su respectiva sombra, era el que tomaba el relevo para a proyectar su traslado final desde el cenit hasta que moría a sus espaldas.22 Esto señalaba el trascurrir del tiempo: el diario traslado solar de Oriente a Poniente, de modo que la familia vivía cotidianamente, en el predio, el nacimiento y la muerte del Sol y se servía del patio como su relog solar.

El hecho de que el Sol muriera tras el troje hacía conside-rarlo casa del Sol, donde éste se guardaba, mientras la cocina era la casa de la Luna, metáfora ésta segunda del vientre materno, donde renacía la vida, considerando que, tras morir el Sol al po-niente y transitar por el inframundo, volvía a nacer a sus espadas. La complementariedad entre aurora y ocaso tenía su correspon-

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Fig. 15. Vista de Charapan en 1952, en la que se aprecia el traslado de tablones en burros pues aún existían bosques cer-canos.

Fig. 16. Motivos grabados en el alquitrabe de la Fig. 7: a) el Sol; b) una media Luna y, al parecer, Venus; y c) un venado de cola blanca, aquí algo exa-gerada.

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dencia con el género: el troje era un ente masculino y la cocina uno femenino. Estos opuestos: Oriente-Poniente, troje-cocina, recreaban la pareja humana y su respectiva pareja celeste: el Sol y la Luna, que engendraron a Venus, adelantado y mensajero del primero.23

La identificación masculina del troje se en-tiende mejor sabiendo que éste era la sede del hombre cabeza de familia, heredable sólo por línea paterna. Asiento adonde las mujeres, que se casaban con los hijos varones, debían arrimarse para —a

partir de entonces— rendir culto en el altar de su familia políti-ca, bajo cuyo cobijo viviría su nueva vida. Mientras, la cocina era el espacio de la mujer, esposa de quien encabezaba la familia, quien recibía a su nuera que allí era entregada. A su vez, pasado un tiem-po, la nuera hacía con sus manos un nuevo fogón, cuando su esposo levantaba aparte su propio troje.24

Los partos se procuraban en el troje, pero la partera debía ir hacia el Oriente, donde renace el Sol, para “sembrar” el cordón umbilical en el fogón, tras lo cual se espe-raba que el niño estuviera bien para empezar a vivir. La parturienta se mantenía en el troje guardando cuarentena.25 Parece una contradicción que el troje, siendo ámbito masculino, fuera el lugar para parir, en vez de hacerlo en la cocina; pero es cierto que aquel era un lugar más resguardado, donde cuidar mejor la salud de la parturienta y donde estaba el

altar familiar con las imágenes de los santos bajo cuyo cuidado se acogía la familia. Como sea, en tanto se nacía en el troje, en éste también se procuraba morir llegado el momento.

El Sol y la Luna plasmadas en las puerta o fachadas de capi-llas y templos, aludían a Jesús y a María, mientras que las grabadas en las puertas del troje o en su alquitrabe, acaso representaban también a la pareja humana, fundadora de la nueva familia. Tal vez por ello, el astro lunar aparecía en forma de Media Luna, es decir, en

cuarto creciente hacia el plenilunio, ya que aludía a la doncella casadera; a diferencia de la Luna en cuar-to menguante, que aludía a la mujer envejecida.26

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Previo o al inicio de la construcción, era necesa-rio tomar algunas precauciones, no sólo técnicas o de aprovisionamiento, sino prevenciones sociales,

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mágicas y religiosas. Sociales, porque se requería la participación de familiares consanguíneos, padrinos, compadres y amistades; mágicas; ya que necesitaba procurarse el bien, conjurar los males y evitar castigos por infringir prohibiciones o incumplir con ritos o gestos; y religiosas, porque era preciso bendecir y consagrar el lugar y la construcción.

Al decidirse la construcción del troje, los padrinos de bau-tizo y confirmación del propietario, se encargan de supervisar el trabajo. Durante las faenas se tenía cuidado de evitar la muerte del propietario durante éstas, a consecuencia de que se dejara de hacer la ofrenda inicial, que se omitiera el sacrificio de un animal en la bendición del troje, o que se colocara la puerta de inmediato —al terminar la obra— sin guardar antes unos meses de abstención. El inicio de la construcción se festejaba con una comida con bebida y atole sin azúcar, esto último para significar pureza y propiciar la duración del troje y de las personas que lo usarían.27

En algunos casos, se enterraban en cada esquina jarros con monedas y otros objetos para asegurar el bienestar familiar. En otros, una gran piedra se colocaba como parte de los cimientos, en la esquina exterior del troje, donde se cruzaban dos calles. Esa piedra, consideraba encantada, era su protectora, pese a que —en la madrugada— se convertía en muchachas vestidas con traje ce-remonial para seducir a los hombres que transitaban por el lugar a esas horas.28 Esa roca hacía salir voces del interior del troje, cuando un intruso tocaba estando fuera la familia.

El troje se desplantaba o elevaba sobre varias piedras: una en cada punto cardinal, una en cada esquina y una más, la princi-pal, al centro; formando así un quincunce. Al llegar la colocación del tercer tablón, la familia hacía una ofrenda de ropa masculina en miniatura, monedas y objetos de oro, que se escondían en algún agujero disimulado en la madera, para asegurar la duración del tro-je, tras lo cual se hacía otra comida.29

Cuando, por fin, se iba a proceder con el techado, tenía lugar un “combate”, es decir, un trabajo comunitario o de ayuda mutua para que padrinos y familiares colocaran el tejamanil sobre una es-tructura de madera, luego de lo cual se servía comida y bebida al final. Llegaban en procesión, con materiales, comida, bebidas, ci-garros y otros bastimentos, amén de panes con forma de conejo, símbolo de felicidad y fertilidad, para propiciar que nunca faltara nada, los cuales se les colgaban al carpintero y al propietario. Al terminar, el propietario mataba dentro del troje a un animal, fuera un venado o un chivo, cuya cabeza era cortada para colgársela al carpintero, quien todavía hacia una cruz que su esposa adornaba con papel de china y listones de colores y la vestía con una camisa de hombre. Llevando esta cruz, el padrinos de velación del propietario

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y el propietario mismo, junto con el carpintero y sus ayu-dantes, bailaban en torno del troje en sentido contrario a las manecillas del reloj, escu-piendo buches de licor sobre los muros, mientras los demás asistentes bailaban al son de un “torito” o al de la música del Corpus, tanto afuera como adentro del troje, culminan-do en el patio. Al final, el padrino colocaba, en lo alto y

al centro del troje, la cruz que anunciaba el fin de la construcción y que la protegía contra las tormentas.30

Pasado el día del “combate”, el troje ya quedaba en condi-ciones de usarse, pero la puerta se colocaba varios meses después, pues de lo contrario el dueño podría morir pronto. Una hipótesis explicativa de esto puede ser que, en la medida en que todo el tro-je se levantaba con abundantes materiales traídos del bosque, al cual se le habían sacrificado decenas de árboles, éste —en sentido figurado— se trasladaba al interior del poblado, por lo que tenía que pasar por un período de transición.31 Como fuera, tras levan-

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Fig. 17. Calle escalonada de Charapan delimitada por trojes en 1946, cuando aún carecía de energía eléctrica.

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Fig. 18. Calle escalonada de Charapan en 1973, delimita-da por los trojes y las bardas de piedras encimadas, años des-pués de haberse introducido la energía eléctrica.

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tar el troje, aun faltaba acondicionarlo y, sobre todo, poner el altar familiar en su interior, lo cual debió ir acompañado de algún rito por sencillo que fuera. Esto no sólo no era algo secundario, sino primordial: un troje sin altar es un troje sin consagrar.

En el caso la cocina, cuando se terminaba de levantar, se procuraba que la sangre del animal sacrificado salpicara sobre los muros, para favo-recer larga vida a los propietarios. Asimismo, se le ponía en el techo una cruz, pero con un rebozo colgado como le correspondía por ser un recinto femenino.32

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Fig. 19. †Florencia Galván, en el año 1974, descansa en el portal del her-moso troje quizá decimonónico de tatá †Cecilio Jerónimo, en el barrio San Andrés de Charapan. Véanse acercamientos en las figs. 20-22.

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Fig. 20. †Cecilio Jerónimo posando mientras simulaba desgranar mazorcas en una olotera, vestido con camisa de manta y portando sombrero serrano. Esta espectacular fotografía, publicada a colores por The National Geographic Magazine en 1952, permite apreciar la belleza de esta puerta en mejor estado que el actual.

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Fig. 21. †Florencia Galván, hermana de †Indalecio Galván, descansa en el portal del viejo troje de madera heredada por su marido †Cecilio Jerónimo (quien aparece en la anterior figura).

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A veces, el troje de cada familia se levantaba en las esqui-nas de sus solares para marcar, con su pared trasera, el trazo de las calles que, en su inicio, debieron parecer más bien veredas, ya que no se acostumbraba cercar los predios domésticos, ni menos hacer banquetas.

El pueblo purépecha le dio al troje su forma y su funciona-miento y un lugar en la cosmovisión regional, aun si aprendió a construirlos con maestros carpinteros venidos de fuera. Por ello, en el siglo xx, el troje se identificó como elemento distintivo de su cultura material.33

Los trojes le dieron a los poblados una apariencia preten-ciosa, considerando el tamaño, el costo y la vistosidad de éstos. Eso supone la presencia de un sector de señores con recursos abundan-tes.

A la muerte del padre o el abuelo, el troje era una preciada herencias familiar que, a su vez, se dejaba al descendiente respecti-vo. Vender un troje era para algunos algo deshonroso, inimaginable. Esto se apreciaba aún en los años setenta del siglo xx, cuando algunas familias construían casas de tabique en sus predios, argu-mentando el gasto y el esfuerzo que suponía el mantenimiento de su viejo troje, pero lo mantenían en pie conservándolo con respe-to.34

* * *

Entre otros factores, el troje arraigó porque, pese a sus diferencias con las antiguas construcciones, se adaptó a la organización de las fa-milias purépechas extensas con su cabeza de linaje, a sus predios domésticos y a sus concepciones agrícolas, religiosas y sociales.

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)Fig. 22. Detalle del labrado que lucía la puerta en el troje que aparece en la figura ante-rior. Obsérvese el herraje.

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Hay que tener presente que el pueblo purépecha resultó de la conversión cristiana de los clanes tarascos y sus respectivos li-najes. De modo que, la puesta en pie de cada troje, señalaba que en aquel lugar sentaba su sede una nueva familia cristiana. No en bal-de, dentro del troje se impartía instrucción moral a la prole, pues en éste:

los padres de familia dieron los mejores consejos a sus hi-jos, invitándolos a que fueran siempre rectos, para que no el día de mañana tuvieran de que avergonzarse de ellos, pues esto se-ría un gran desprestigio para la familia, por lo que se les pedía que se abstuvieran de todo lo malo y que siguieran por el camino del bien.35

Esto ocurría en la planta baja del troje, donde tenía su lu-gar el altar familiar. La palabra troxe, en el español mismo, tiene una acepción metafórica con sentido religioso, para nombrar a la religión de los fieles cristianos, o a la iglesia en que están como

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Fig. 23. Altar doméstico en el troje charapanense del com-positor de pirecuas Eduardo, Gualo, Reyes.

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recogidos y guardados.36 Con certeza, el troje purépecha tuvo ese sentido devoto para la familia, que se establecía bajo la protección divina, por lo que fue mucho más que el desarrollo arquitectónico de un granero, con función simultánea de habitación ocasional de los miembros principales de la familia.

Desde el punto de vista arquitectónico, el troje fue un comple-jo de granero-portal-habitación.37 Sin embargo, el altar doméstico que se ponía en el cuarto de la planta baja, le dio una importancia más grande: convirtió dicha habitación en un espacio sagrado. El troje mismo pudo ser concebido como granero-oratorio, pues allí se ofrendaba diariamente copal y flores silvestres a la Luna y tenía lugar el culto doméstico consuetudinario.38 A tal punto que es dado especular si, con independencia de sus funciones económi-cas y prácticas, la religiosa presidió la mentalidad purépecha sobre el conjunto de la construcción.

En esencia, el troje se levantó como granero familiar en sus altos, encomendado al patronazgo religioso en el altar de los bajos. En consecuencia, éste era el centro donde se guardaba el sustento primordial de la familia purépecha: el maíz, en torno al cual giraba su vida, puesta bajo la protección de los santos católicos de su de-voción. Después de todo, el troje estaba encomendado a los señores antiguos, presentes en forma de tarhési (antigua escultura con atri-butos mágicos) escondido en el tapanco, y a los patronos cristianos presentes en el altar de los bajos. Ese carácter de granero familiar consagrado fue rasgo básico en la concepción purépecha del troje. Así lo recordó un antropólogo de ese origen étnico:

Anualmente, se le da gracias a este dios [Kwerájpiri, el Creador], después de haber recogido los frutos de las milpas, generalmente por el mes de diciembre, manifestándose en pequeñas ceremo-nias caseras entre los miembros de la familia. Mi madre recogía las mejores mazorcas mientras se cosechaba el maíz. Ya en casa, nos reunía a todos los hijos y, juntos con mi padre, pasábamos al interior […del] troje. Sobre el altar se colocaban diez mazorcas. Todos nos hincábamos y mi madre empezaba a dar las gracias a Kwerájpiri; rezaba en voz baja; nosotros, mirando al piso, perma-necíamos silenciosos. Esta ceremonia duraba como media hora.39

En resumen, entre los purépechas, el troje fue la construc-ción familiar que guardaba su sustento, fungía como sede social y política y era el recinto sagrado que marcaba su establecimiento como cristianos purépechas. Esto es, desde el punto de vista eco-nómico, el troje fue un granero, tal como lo indicaba su tapanco.40 Desde el punto de vista social, éste fue la sede de la representación familiar y política, tal como lo indicaba su pórtico. Y desde el punto

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de vista religioso, fue un oratorio, tal como lo indicaba su altar in-terior.

* * *

Por lo demás, el troje era parte de un todo: el hábitat familiar con-formado con dicho troje, un patio de distribución —para cultivo de flores, artesanía familiar y cría de animales domésticos—, una cocina, un ekwárhu —dedicado a siembra de maíz, frutales y horta-lizas— y una fosa séptica.41 Un conjunto todo éste ligado, a su vez, a la milpa y al bosque. Asimismo, un agrupamiento de estas unidades básicas, de familias extensas de origen común, conformaba un ba-rrio con su capilla donde alojaban a su santo patrón. A su turno, el conjunto de los barrios, que integraban el poblado de la repúbli-ca, circundaban el templo que fungía como “casa” del santo patrón de toda la república y sus barrios. Ya se ve entonces, la cadena que eslabonaba capilla familiar, capilla de barrio y templo de la co-munidad, en el ciclo agrario religioso de una red social sobre la que descansaba un gobierno comunitario.

Enfrente del troje, la indisociable cocina —muy importante en la cosmovisión regional— se construía sencillamente con pare-des de tablas simples, techada con tejamanil. En la vida cotidiana, la familia pasaba el mayor tiempo en ésta llevando a cabo diversas actividades, desde el entierro en el fogón del cordón umbilical al nacer los hijos, hasta la socialización de los niños, el consumo de los alimentos, el uso como dormitorio y otras. En 1949, era descrita así:

La cocina de la casa… es el sitio de mayor importancia pues en ella se come, trabaja constantemente la mujer y, en algu-nas ocasiones, se duerme. Fundamentalmente difiere… [del] troje porque… [éste] tiene una planta alta, dividida por un piso de ma-dera, que constituye el tapanco o bodega para guardar el maíz. La cocina tiene la madera poco ensamblada para permitir la salida del humo, y por no tener tapanco es más baja que… [el] troje. En el centro de la cocina existe siempre una construcción de argamasa de lodo, ladrillo y piedra que constituye el fogón, éste tiene casi siempre una hornilla construida por una reja de hojalata y al lado de ésta, un comal o plato de barro, bajo el cual hay un espacio para poner leña, que sirva para calentar las tortillas. Al lado del fogón, hay un espacio limitado por varias piedras denominadas “paran-guas” donde se coloca leña para calentarse y cocinar. A un costado del fogón existe una construcción hecha, a veces, con un palo con ramas cortadas en la punta donde se coloca una lámina acanalada, y otras con un metal con tres ramas que permiten la colocación de

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la lámina acanalada donde se coloca el ocote para el alumbrado. En cualquier caso, esta construcción —llamada “churingo”— existe en todas las cocinas, excepto en aquellas pertenecientes a familias de buena posición económica, que se alumbra[n] con quinqués que en Charapan se denominan “aparatos”.42

La distribución del predio y las características y funcio-nes de sus construcciones obedecían “al costumbre”, similar en todas las regiones del país purépecha, pese a sus diferencias geo-gráficas y climáticas, lo que respondía a la lógica de las necesidades y las normas económicas, sociales y culturales comunitarias.43 En particular, a las de la agricultura campesina, a las de la organiza-ción del grupo doméstico, a las del conjunto social del poblado y a las de “la creencia”.

Tras alcanzar expresiones artísticas, el troje dejó de cons-truirse, entre otros factores, por la disminución dramática de grandes árboles y bosques completos, el costo de su mantenimien-to y, sobre todo, por la transformación del contexto histórico que le dio origen y desarrollo. El otrora poblado de madera empezó a cambiar, por uno semejante al de las colonias urbanas precaristas de las ciudades mexicanas. La posterior evolución accidentada fue atestiguada con otras construcciones, que fueron huellas arqueo-lógicas de los diferentes pasados del poblado. Uno, en particular, cabe retenerlo en la memoria: la evidente infiltración española tras decretarse la desaparición de la república purépecha.

* * *

Una de las significativa evidencias de esa transformación, fue el dramático cambio ocurrido en las cocinas. En éstas se fueron ce-gando los hogares, liga antiquísima con el pasado tarasco y uno de los ejes del pensamiento purépecha. Las estufas de gas desplazaron el contacto físico de la mujer con el piso de tierra y el fuego dejó de convocar a la familia en torno suyo. La extinción del fuego fue una expresiva señal de que, la manera de vivir de aquellas familias que integraron las repúblicas purépechas, había llegado a su fin.

Epílogo

Lo que he procurado, al conocer expresiones culturales purépechas, materiales e intangibles, es usarlas como fuentes de conocimien-to histórico. Tan pronto como comprendí que mi unidad de estudio era la república de naturales purépechas, fundada en el siglo xvi con su poblado establecido como congregación cristiana y comuni-

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dad agraria, lo que indagué fueron sus resonancias en la etnografía contemporánea. Tal como ocurre cuando arrojamos una piedra en un lago que, al hacer salpicar el agua, produce ondas circulares que se extienden hacia todos los puntos cardinales, nítidas al principio e imperceptibles cuando tocan la orilla, los fenómenos culturales, por transformados que estén, aún contienen vestigios de las ondas fundadoras.

Con alguna paciencia, aún careciendo de conocimiento es-pecializado para interpretar una danza, por ejemplo, al etnólogo le es posible obtener indicios. En este caso, el estudio del troje como tal está más en manos de especialistas en la arquitectura vernácu-la, en particular la de madera desarrollada en todas las regiones boscosas del mundo. Obtener esa especialidad suele estar fuera de lo posible para un etnólogo, que tiene además que consultar otras manifestaciones de índole tan diferente como los ritos religiosos y el ciclo agrícola que, a su vez, exigen habilidades, conocimientos y capacitación especiales.

Pese a ello, para la etnología histórica estudiar el fenóme-no de las repúblicas purépechas no puede restringirse sólo a la consulta de documentos y crónicas, como hacen muy bien los historiadores; al etnólogo le es posible ir al campo, llegar a los po-blados que fueron hace dos siglos asiento de dichas repúblicas y de sus respectivos gobiernos de comunidad. A lo mejor, encuentra allí algunos documentos desconocidos, pero tiene asimismo a su disposición el escenario geográfico, el entramado social, los ciclos agrícola y religioso, la literatura oral, las leyendas y los testimo-nios y numerosos otros aspectos que son fuentes para conocer, además del presente, el pasado.

Tal ha sido el caso del troje, que permite deducir lo que fue el cimiento social de la república purépecha: la familia extensa, sin la cual no habría sido posible fundarla. Esa familia vivió con la planta sagrada del maíz, en torno a la cual giraba su vida; se enco-mendaba a sus santos, a los que rendía culto familiar; y se regía por su cabeza patriarcal, que la representaba. De eso y más nos habla el troje, no es poca cosa.

Fuentes consu l t adas

En el cap. 17, “La morada”, del libro El baluarte purépecha. Configuración de un pueblo cristiano en la sierra de Michoacán, México (en preparación), puede consultarse con mayor detalle el aparato crítico de este escrito. Aquí se enlistan las diversas fuentes consultadas.

Fuentes orales

Entrevistas realizadas con José Corona Núñez (Morelia, 18 de mayo de1996), Catalina Hernández de Sierra (México, 1º de julio de 1992), Lorenzo Murguía Ángeles (Uruapan, 18 de mayo y 24 de junio

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de 1974; en acrl-cgm 1973-4, lbta. 4: f. 1 v. y 87n en ff. sueltas), Juan Rodríguez Cortés (Charapan, 27 de mayo de 1973; en acrl-cgm 1973-4, lbta. 1: f. 58 bis en f. suelta) y Tomás Salvador (México, 2000); y comunicaciones orales de Patricia Padilla Valdés (2007).

Fuentes documentales

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real academia española (rae):1984. Diccionario de autoridades. Edición facsímil, reimp., 6 ts. en 3 vols., Madrid, Editorial Gredos, misma paginación que la original, 1 lám. (Biblioteca Románica Hispánica/Diccionarios, 3).

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n o t a s

1 Resumen del capítulo 17, titulado “La morada”, del libro El baluarte purépecha, México (en preparación). Los datos etnográficos aquí incluidos se refieren, sobre todo, al poblado de San Antonio Charapan de la sierra de Michoacán, aunque también se incluyen de otros lugares.

2 Como se aprecia en Alcalá (1541 y 2001; por ej., en las láms. 20, 21, 24, 27, 32, 33, 34 y 35, ff. 71 r., 77 r., 85 r., 96 v., 113 v., 116 r., 118 r. y 121 r., respectivamente; reprod. en 1977: 31, 47, 59, 74, 82, 116, 121, 125 y 131, láms. iii, iv, vii, ix, x, xv, xvi, xvii y xviii, respectivamente).

3 Consúltense detalles acerca de las antiguas edificaciones tarascas y su construcción, y referencias de las purépechas del siglo xvi en Padilla Valdés (2004).

4 Dibujo y descripción en Montes de Oca (1987: 359). Véase el dibujo de uno tlaxcalteca en Gendrop (1997: 69, 1ª col.). Cf. estudio acerca de los graneros de maíz en México de Hernández Xolocotzi (1985), el cual incluye fts. y representaciones en códices del cuescomate en forma de vaso, muy parecido a la márhita que aparece en Alcalá (2001: f. 118 r., lám. 34; y 1977: 125, lám. xvii).

5 Montes de Oca 1987: 359-60 (trans. modernizada). El doc. incluye un dib. de la márhita (incluido en su publicación).

6 Medinilla Alvarado (1944: 286; y 1987: 415-6) y Galván (1987: 327, respuesta 31). 7 Patricia Padilla Valdés (2007: com. oral). 8 José Corona Núñez (com. oral, Morelia, 18 de mayo de 1996). 9 Anónimo (1991, i: 685) y testimonio oral charapanense.10 rae (1984, vol. 3, t. 6º: 369, 1ª col.).11 Gilberti (1983: 507).12 Como advirtió Bontempo (1995: 146).13 Anónimo (1991, i: 470 y ii: 107 y 122) y Medina Pérez y Alveano Hernández (2000: 72).

Consúltese Velásquez Gallardo (1978: 95, 2ª col., 152, 2ª col. y 159, 2ª col.) y Wolf (1991: 525). 14 Beals y otros (1944: 28) y (1993: 524).15 Según cédula de ft. en una exposición etnográfica temporal en el Museo Nacional de

Antropología (México).16 Consúltese Montes de Oca (1987: 359-60).17 Véase Bontempo (1995: 154 y passim).18 Palacios López 1950: 183.19 Véase cómo pudo lucir, visitando el conservado en la Sala Puréecherio del Museo Nacio-

nal de Antropología (México), procedente de Charapan según testimonio de la charapanense †Beatriz Clemente.

20 Murguía Ángeles (1969 e: 3ª col.) y González Urbina 1999: f. [1]. Véase descripción arqui-tectónica en Bontempo (1995: 146-7 y ss.). Cf. Barthelemy y Meyer (1987: 90).

21 Tomás Salvador 2000: com. oral, México y González Urbina 1999: f. [1].22 Padilla Valdés 2007: 30-40.23 Véase Padilla Valdés 2007: 30-40.24 Padilla Valdés 2007: 30-40.25 Padilla Valdés 2007: 41-2.26 Cf. Padilla Valdés 2007: 30-40.27 Padilla Valdés 2007: 41-2.28 Fabián F. 2000: f. 1 r. y v.29 Padilla Valdés 2007: 41-2.30 Padilla Valdés 2007: 41-2.31 Padilla Valdés 2007: 41-2.32 Padilla Valdés 2007: 41-2.33 West 1948: 27, 1ª col.34 Entrevistas a Juan Rodríguez Cortés (Charapan, 27 de mayo de 1973; en acrl-cgm 1973-4,

lbta. 1: f. 58 bis en f. suelta) y a tatá Cecilio Jerónimo (Charapan, 23 de junio de 1974; en acrl-cgm

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1973-4, lbta. 4: f. 81i en las ff. sueltas). Una foto de dicho troje de Cecilio Jerónimo fue publicada por Locke (1952: 529).

35 González Urbina 1999: [2]. Puntuación corregida.36 rae 1984, vol. 3, t. 6º: 369, 1ª y 2ª cols.37 Cf. Bontempo (1995: 146), quien lo considera un conjunto de “portal-cuarto-tapanco”.38 Velásquez Gallardo 1947: 85.39 Velásquez Gallardo 1947: 82. Puntuación corregida.40 Por lo consiguiente, Beals (1993) tuvo razón al concebirlo así.41 Palacios López 1950: 182-5.42 Palacios López 1950: 183-4. Puntuación corregida.43 Cf. Palacios López 1950: 183.

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Esta publicación electrónica se terminó de editar y formar el viernes 2 de no-viembre de 2012, en las inmediaciones del pueblo de Tlalpan en la cuenca de

México.

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