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CARDENAL RATZINGER – HOMILÍA PARA UNA CONFIRMACIÓNHOMILÍA PARA UNA CONFIRMACIÓN
(REVISTA COMMUNIO VI/1982)Dt 30,19). (Jn 14,6).
Lo que significa el sacramento de la Confirmación nos lo explica la Iglesia de
una manera sensible en los signos mediante los cuales se administra. Cuando se
considera con cierto detenimiento el desarrollo de esta ceremonia, se observa
fácilmente que se divide en tres etapas. Da comienzo con los votos de la
Confirmación; a ello sigue la oración que eleva el Obispo, con las manos
extendidas, en nombre de la Iglesia; finalmente, se administra el sacramento
propiamente dicho, que consta de unción, imposición de manos y saludo de
pazconsideremos estas tres etapas más detenidamente.
1. Al principio hay una serie de preguntas y de respuestas: ¿Rechazáis a Satanás,
creéis en Dios, Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo y en
la Santa Iglesia?Estas preguntas unen la Confirmación con el
Bautismo. Estas preguntas ya se os hicieron en el Bautismo y, para la mayoría de
vosotros, fueron contestadas entonces en vuestro lugar por vuestros padres y
padrinos, que también os han prestado su fe, del mismo modo en que habían
puesto a vuestra disposición una parte de su vida, para que vuestro cuerpo,
vuestra alma y vuestro espíritu pudieran crecer y desarrollarse. Pero ahora lo que
os ha sido prestado ha de llegar a ser de vuestra propiedad. Ciertamente,
como hombres que somos, vivimos siempre unos de otros, y no solo de lo que nos
prestamos, sino de lo que nos regalamos. Una cosa lleva a la otra. Sin embargo,
también debemos decidir por nosotros mismos; lo que se nos ha regalado solo nos
pertenece una vez que nosotros mismos lo hemos aceptado. De esta manera, en
la Confirmación se continúa lo que comenzó en el Bautismo. La
Confirmación es la plenitud del Bautismo. Esto es precisamente lo que, en
sentido propio, significa la palabra“confirmación”: ratificación. “Confirmación” es
una palabra que proviene del lenguaje del Derecho y se aplica al acto mediante el
cual un contrato entra definitivamente en vigor.
En efecto, los votos con los que comienza la administración del sacramento de la
confirmación son como la conclusión de un contrato. Recuerdan la conclusión de la
Alianza de Dios con Israel en el Sinaí. Allí, Dios puso a Israel ante esta
elección: “Te pongo delante vida y muerte… Elige, pues, la vida para que
vivas” (Dt 30,19). La confirmación es vuestro Sinaí. El Señor se halla ante
vosotros y os dice: ¡Elige la vida! Cada uno de nosotros desea vivir, desea
sacar el máximo partido de la vida, desea obtener provecho de lo que la vida le
ofrece.¡Elige la vida! Y solo hemos elegidos realmente la vida cuando estamos en
alianza con aquello que es la vida misma. Renunciar a Satanás significa renunciar
al poder de la mentira, que nos embauca la vida y nos conduce al desierto. Quien,
por ejemplo, se deja atrapar por la droga busca ensanchar su vida, de una manera
inaudita, en lo fantástico e ilimitado; y, al principio, cree encontrarlo. Pero en
realidad se engaña. Al final no puede soportar más la vida real y la otra vida, la
mentira en la que ha sido apresado, acaba también por desmoronarse. ¡Elige la
vida! Las preguntas y las respuestas de los votos de la Confirmación son
una especie de invitación a la vida; son como los letreros indicadores de
las calles para avanzar por la vida.Este avanzar por la vida no siempre es
cómodo. Pero lo cómodo no es lo verdadero y solo lo verdadero es
vida. Hemos dicho hace un momento que estos votos son una suerte de contrato,
una alianza. Podríamos también decir que tienen semejanza con un enlace
matrimonial. Ponemos nuestra mano en las manos de Jesucristo. Nos decidimos a
recorrer nuestro camino con Él, porque sabemos que Él es la vida (Jn 14,6).
2. Para ser cristiano hace falta decisión. Pero el cristianismo no es meramente
un sistema de mandamientos que exigen de nosotros proezas morales. Es
también un regalo que se nos hace: somos admitidos en una comunidad
que nos sostiene, la Iglesia. Y esto es lo que se hace visible en el segundo acto
de la celebración, en la oración que hace el Obispo, en virtud de su consagración,
en el nombre de toda la Iglesia. En ella, el Obispo extiende las manos como lo
había hecho Moisés cuando Israel combatía (Ex 17,11 s.). Estas manos extendidas
son como un techo que nos cubre y nos protege del sol y de la lluvia; son también
como una antena que capta las ondas que vuelan por el éter y nos acerca lo que
está lejos de nosotros. De este modo, la imposición de manos manifiesta lo
que significa la oración: como cristianos estamos siempre inmersos en la
oración de toda la Iglesia. Nadie está solo. Nadie está totalmente
olvidado y abandonado, porque pertenece a la comunidad que, en la
oración, se declara responsable de todos. Y, así, esta oración es realmente
como un techo; estamos bajo la protección de esas manos extendidas. Y ellas son
como una antena que nos hace próximo lo lejano; lo lejano, la fuerza del Espíritu
Santo, se hace nuestro cuando estamos en el capo de acción de esta oración. El
que vive en la Iglesia pueden aplicársele las magníficas palabras que, en la
parábola del hijo pródigo, dice el padre al hermano que permanece en casa: “todo
lo mío es tuyo” (Lc 15,31). Así como, al comienzo de nuestra vida, nuestros
padres nos han prestado su vida y su fe, así también la Iglesia nos mantiene en su
fe y en su oración; su fe y su oración nos pertenecen porque nosotros
pertenecemos a ella. De esta suerte, las palabras impresionantes y, en apariencia,
tan lejanas adquieren también un sentido: nuestro pedir el Espíritu de
sabiduría, de fuerza, de piedad, de temor de Dios. Nadie puede construir
solo su vida. Tampoco basta para ello la sabiduría, la ciencia, el poder del más
fuerte. Es suficiente echar una mirada a los periódicos para ver que precisamente
los fuertes, los que son admirados, muy a menudo no saben, en definitiva, nada
más que empezar su vida, y naufragar. Si, por el contrario, preguntamos por el
secreto de los hombres que han sido acaso muy sencillos, pero que han
encontrado la paz y la plenitud, se ve que la razón de su secreto es
esta: que no estuvieron solos. No necesitaron proyecta su vida por sí mismos.
No necesitaron preguntar qué significa y cómo se puede “elegir la vida”. Se
dejaron “aconsejar” por Aquel en el que está el consejo, y así poseyeron
lo que no tenían por ellos mismos: la sabiduría, la fuerza, la
inteligencia. “Todo lo mío es tuyo”. Ellos se encontraban bajo un techo que
cubre, pero que, en vez de aislar, capta las ondas de lo eterno, las ondas de la vida
y nos une a ella. Las manos del Obispo nos muestran dónde está este techo que
todos nosotros necesitamos. Son una indicación y una promesa: bajo el techo de
la Confirmación, bajo el techo de la Iglesia orante vivimos cobijados y
abiertos a la vez, en el campo de acción del Espíritu Santo.
3. Finalmente, tiene lugar la confirmación propiamente dicha, administrada a cada
uno en particular.
a) Comienza en el momento en que cada uno es llamado por su propio
nombre. Ante Dios no formamos una masa. De ahí que los sacramentos no se
administren nunca colectivamente, sino solo personalmente. Para Dios
cada uno tiene su propia cara, su propio nombre. Dios nos habla
personalmente. No somos ejemplares intercambiables de una mercancía; somos
amigos, conocidos, queridos, amados. Dios tiene su propio plan para cada uno
de nosotros. Nos quiere a cada uno de nosotros. Nadie es superfluo, nadie es una
mera casualidad. Cuando os llamen por vuestro nombre, debería penetraros esto
en el corazón. Dios me quiere. ¿Qué quiere Él de mí?
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Pero la imposición de manos es también un gesto de ternura, de amistad. Si yo no
puedo decir nada más a un enfermo, porque está demasiado cansado, acaso
porque incluso está inconsciente, pero pongo la mano sobre él, él percibe una
proximidad que le ayuda. Él sabe: no estoy solo. La imposición de manos
indica también la ternura de Dios hacia nosotros.Mediante esta
imposición de manos yo sé que hay un amor que me lleva y del que puedo
fiarme incondicionalmente. Que hay un amor que me acompaña, que nunca
me engaña y que tampoco me deja caer en mis desmayos. Que hay aquí alguien
que me comprende, incluso cuando ningún otro quiere entenderme. Alguien ha
puesto su mano sobre mí: el Señor.
La imposición de manos es, en fin, un gesto de protección. El Señor se hace
responsable de mí. No me ahorra vientos ni tormentas, pero me protege del
verdadero mal del que con tanta frecuencia olvidamos protegernos: me protege de
la pérdida de la fe, de la pérdida de Dios, a condición que me confíe a Él y no
escape de sus manos.
c) Después se traza sobre la frente el signo de la cruz. Este es el signo de
Jesucristo, signo en el que Él volverá un día. Es de nuevo un signo de
propiedad: de la entrega a Cristo, tal como hemos hablado antes de ella en los
votos. Es un signo indicador del camino. En las calles hay letreros indicadores para
que uno pueda encontrar su destino cuando está de camino. Nuestros antepasados
fueron aficionados a poner en las calles la imagen del Crucificado incluso como
indicador del camino. Con ello querían decir que nosotros no solo estamos de
camino de este pueblo a aquel, de esta ciudad a aquella otra. En todos nuestros
caminos se consume o se acaba nuestra vida. En todos estos caminos es
nuestra vida la que se vive y no solo debemos encontrar tal o cual lugar,
sino la vida misma. Este era el mensaje de este extraño indicador del camino:
ten cuidado de que tu vida no termine en un callejón sin salida. Si vas tras Él,
entonces encontrarás el camino, pues Él es el camino (Jn 14,6). Pero la Cruz (y
esto guarda relación con todos) es una invitación a la oración. Con el signo de la
Cruz comenzamos nuestra oración: con él comienza la Eucaristía; con él
se nos da la absolución en el sacramento de la Penitencia. La Cruz de la
Confirmación nos invita a la oración, a la oración personal y a la gran oración
común de la Eucaristía. Nos dice: puedes ver siempre a la Confirmación, cuantas
veces vuelvas a este signo. La Confirmación no es el acontecimiento de un
momento; es un comienzo que quiere madurar a través de toda una
vida. Tan a menudo como entres en este signo, entras en el Bautismo y en
la Confirmación. En este signo se cumple paso a paso la oración y la
promesa de este día: la venida del Espíritu de sabiduría, de inteligencia,
de consejo y de fuerza. No se puede meter este Espíritu en el bolsillo, como una
moneda de la que se echa mano cuando se la necesita. No se puede recibir más
que viviendo con Él, en el lugar de encuentro que Él mismo nos ha dado: en el
signo de la Cruz.
d) Esta Cruz se os traza sobre la frente con el santo óleo que el Obispo ha
consagrada el Jueves Santo para todo un año y para toda una diócesis.
Aquí aparecen muchas cosas. En el mundo antiguo, el óleo, el aceite, era un
producto de belleza; era la base de la alimentación, era la medicina más
importante; protegía al cuerpo del calor abrasador y era así, al mismo tiempo,
fortalecimiento, fuente de fuerza y de conservación de la vida. De ese modo, vino a
ser expresión de la fuerza y de la belleza de la vida en general y, con ello, la
imagen simbólica del Espíritu Santo. Los profetas, los reyes y los sacerdotes eran
ungidos con óleo, de tal manera que el óleo fue también signo de estas funciones.
En el lenguaje de Israel, el rey se llamaba simplemente “el Ungido”: en
griego, “Christos”. Por tanto, la unción significa, además, que es Cristo mismo
quien nos toma de la mano, significa que Él nos ofrece la vida, el Espíritu
Santo. “Elige la vida”: esto no es solo un mandato; es, al mismo tiempo, un
don.“Ahí está”, nos dice el Señor en el signo de la Cruz que se nos hace con el
óleo.
Pero es también importante lo que acabamos de oír: este óleo fue consagrado
el Jueves Santo para todo el año y para todos los lugares. Procede de la
decisión del amor que Cristo ha expresado de una manera definitiva en la
Última Cena. Esta decisión abarca todos los lugares y todos los tiempos. Quien
quiera pertenecerle no puede encerrarse en un grupo, en una comunidad, en un
pueblo, en un partido. Solo cuando nos abrimos a la fe común de todos los
lugares y de todos los tiempos estamos con Él. Solo cuando compartimos
la fe con toda la Iglesia, cuando hacemos de ella nuestra medida y no
ponemos de un modo absoluto nuestras propias ideas, estamos en el
campo de acción de su vida. La Confirmación es siempre también un trascender
los límites. Exige de nosotros el abandono de las miras estrechas de nuestras ideas
y de nuestros deseos, de nuestras pretensiones de saber más que los otros, con el
fin de llegar a ser verdaderamente “católicos”, con el fin de vivir, de pensar y de
obrar con la Iglesia entera. Esto se debe traducir, por ejemplo en nuestra
responsabilidad común para con los pobres de todo el mundo; se debe traducir en
nuestra oración, mientras celebramos la liturgia de toda la Iglesia, en vez de seguir
nuestras propias inspiraciones; se debe traducir en nuestra fe, que adopta como
medida la palabra de toda la Iglesia y de su tradición. La fe no la hacemos
nosotros, es el Señor el que nos la da. Él se nos da. La Cruz trazada con el
santo óleo es nuestra garantía de que Él nos coge de la mano y de que su Espíritu
nos toca y nos conduce a través de toda una vida en comunión con la Iglesia.
Volvamos ahora la mirada a todo lo que hemos considerado. Me parece que esta
estructura tripartita de la Confirmación es también una imagen del camino de
nuestro ser cristiano. En la sucesión de los votos, de la oración y de la unción
actuamos sucesivamente nosotros mismos, la Iglesia, Cristo y el Espíritu Santo. Por
tanto, también podemos describir estas tres partes como la palabra, respuesta y
acción. Estos tres elementos –nosotros, la Iglesia, Cristo- se relevan en el
actuar. Esta estructura del sacramento refleja el ritmo de la vida: al comienzo,
está ante todo la exigencia de que actuemos nosotros mismos. Ser cristianos
aparece como una resolución, como una llamada a nuestro valor y a nuestra
capacidad de renuncia y de decisión. Esto parece penoso y, en cambio, la vida de
los otros parece más cómoda. Pero cuanto más penetramos en el “sí” de los
votos del Bautismo y de la Confirmación, tanto más experimentamos que
estamos sostenidos por toda la Iglesia. Allí donde empieza a desmoronarse lo
que nosotros tenemos, hacemos y sabemos por nosotros mismos, allí comienza a
mostrarse el fruto de la respuesta. Allí donde la vida, para el hombre que no
conoce a Dios, se convierte en una cáscara vacía, que es preferible que sea
arrojada, allí se muestra cada vez más que es verdad que no estamos solos. Y lo
mismo ocurre cuando, poco a poco, se hace la oscuridad: el camino conduce a
ese Amor que nos abraza y que nos sostiene donde nadie puede ya
sostenernos. La fe es el más firme fundamento para la casa de nuestra
vida; y ella la conserva en buen estado incluso en un futuro que nadie
puede prever (cf. Mt 7,24-27).
De esta manera, la Confirmación es una promesa que se eleva hacia la eternidad.
Pero, por de pronto, la Confirmación es una llamada a nuestro valor, a nuestra
audacia. Una llamada para atreverse, con Cristo, a fundar nuestra vida en la
disposición de la fe en Él, incluso cuando otros encuentran esto ridículo o
anticuado. El camino conduce a la luz. Emprendámoslo. Digamos “sí”. A ello nos
alienta esta hora en que recibimos el santo sacramento. ¡Elige la vida! Amén
Confirmaciones 2012- Homilia obispo
Siempre es una alegría inmensa cuando una persona quiere ser verdaderos cristiano y vivir de la misma manera de Jesús. Al mismo tiempo sabemos que esto no se puede hacer sin la ayuda de Jesús. Los sacramentos siempre nos ofrecen esta ayuda de Dios que llamamos gracia. Por medio de esta gracia Dios entra en nuestro mundo interior para transformar nuestro corazón de piedra, para que podamos amar a Dios y a los demás con el mismo amor de Jesús. En el Evangelio de hoy dice Jesús: este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado, nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos.
Este es el mandamiento más importante de Dios, pero también el más difícil. Como será posible que nosotros tan pecadores, tan débiles podamos trabajar del mismo modo que Jesús. Sólo por medio que la gracia que Dios nos ofrece se puede realizar este mandamiento y hoy algunos de vosotros van a recibir esta gracia de Dios, de una manera muy especial en el sacramento de la confirmación. Y de hecho, ustedes, queridos confirmandos, no van a recibir este sacramento para su propio gusto, si no para poder amar a Dios y a los demás con el amor de Jesús, de tal manera van a entrar y vivir en el corazón de la Iglesia, donde tenemos las armas, como Jesús nos ha amado. Cada día, de nuevo, queridos hermanos y hermanas, podemos comenzar esta vida de amor que Jesús ha dado por nosotros para salvar al mundo del odio, de la violencia, de la guerra y del pecado.
Y depende de cada uno de nosotros, el destino de este mundo, si cada uno de nosotros los cristianos trata de vivir como Jesús, el mundo va a cambiar y ser mejor. Pero si también nosotros los cristianos sólo queremos vivir para nuestra propia ganancia y comodidad el mundo será peor.
Hemos recibido una gracia tan grande como cristianos, pero a la vez es una responsabilidad y una tarea muy grande sobre todo, aquí en nuestra situación, en Suecia, donde nosotros, los católicos somos pocos, es tan importante vivir nuestra vida como discípulos de Jesús, es difícil, pero se puede vivir con alegría. Y yo quiero agradecer a todos los fieles de América Latina que nos han mostrado la alegría cristiana porque aquí en Suecia somos demasiado serios. Se pueden ver los rostros en el Tunel Bana siempre muy serios. Nos falta mucho esta alegría, por eso les doy gracias a ustedes que nos han alegrado para verdaderamente descubrir de esta alegría del Señor Resucitado Queridos hermanos y hermanas, los santos han vivido de tal manera que nos muestras como también nosotros podemos ser santos.
Los santos son nuestros mejores amigos y quieren ayudarnos a vivir nuestra vida del modo mejor. Yo en la confirmación siempre tengo mucha curiosidad para saber que nombre de santos han escogido los que reciben el sacramento de la confirmación y hoy por la mañana en Södertelje ya he tenido confirmaciones y una chica quiso llamarse: Guadalupe, en honor de las carmelitas, no se, pero sabemos que los santos son los mejores amigos nuestros y nos ayudan a vivir de una manera más seria nuestra confesión. Es una ayuda tener una amigo que reza por nosotros y nos inspira a vivir en la presencia continua de Jesús.
Necesitamos amigos santos para ser santos. Necesitamos el Espíritu Santo para no olvidarnos de esta vocación y de esta gracia. Es un servicio muy grande del Espíritu Santo que siempre quiere recordarnos esta verdadera vocación que al mismo tiempo es la alegría más grande en esta vida. Creo que es muy importante para todos nosotros vivir siempre en esta alegría del Señor Resucitado. Es nuestra vocación especial acá en Suecia. Ustedes que hoy reciben el sacramento de la confirmación son jóvenes, y más o menos, tienen toda su vida delante de ustedes, por eso es tan importante hacer algo bonito de su vida y comprender que tenemos todos esta libertad de poder elegir entre Dios y el enemigo.. Cada día tenemos que discernir el camino de Jesús, pero también podemos olvidarnos de esta gracia y tomar el camino equivocado. Sabemos que el hombre es capaz de todo, hacerse santo o hacerse demonio. Los periódicos y la televisión cada día nos hablan de tantos crímenes terribles, pero rara vez nos hablan, de lo lindo, de lo bonito, de lo santo y por eso es una tentación olvidarnos de nuestra vocación de ser amigos de Jesús.
Hoy en el Evangelio dice Jesús: no me habéis elegido vosotros a mi, si no yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayan y den fruto y un fruto permanezca de modo que todo lo que pidáis en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros. Somos los elegidos de Jesús, somos los amigos de Jesús, somos los amigos de los pobres y de los que sufren, tenemos la vocación de amar a los que no han recibido el amor y mostrarles el amor y esta es la vocación de cada uno de nosotros, buscar en torno a los otros, las personas que no han recibido ni el amor de Dios, ni el amor de los demás y tratar de mostrarles este amor verdadero de Dios. Es la tarea del Espíritu Santo ayudarnos a descubrir a los que necesitan nuestro apoyo y nuestra oración.
Cada mañana, de nuevo, tenemos que pedirle al Señor nos muestre como amar y servir a los demás, si queremos pertenecer a la tanda de Jesús como dice santa Teresa de Jesús , aquella santa. Aquella santa, verdaderamente quería vivir su vida entera para la gloria de Jesús. De tal manera cada momento de su vida era un encuentro con El y un encuentro con los demás. Ojalá fuera lo mismo para ustedes queridos confirmandos que hoy reciben este sacramento del Espíritu Santo para ser santos en su vida como discípulos de Jesucristo. Como decía santa Teresa de Jesús
Hoy damos gracias por estos nuevos 15 confirmandos, será una ayuda muy grande para la Misión Hispanohablante, pues necesitamos el testimonio de los jóvenes. Anders Arborelios, OCD, obispo de Suecia