cardenal pironio - maría y los pobres

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  • 8/18/2019 Cardenal Pironio - María y Los Pobres

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    (CARDENAL PIRONIO

    HIQRIH

    os

    poüres

    editora

    patria grande

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    Cada vez se hace más fuerte en la Igle-sia la opción privilegiada por los pobres.Es una: urgencia de los tiempos que vivi-mos, marcados providencialmente porel Espíritu. Son tiempos de gracia, tiem- pos de esperanza. .Por eso, también,

    tiempos de compromiso evangélico. Nose puede ser cristiano sin un compromiso práctico' efectivo, con los pobres.

    Esta es la verdadera actitud cristiana:ir a los pobres para llevarles la buenanueva de jesús, la presencia salvadora de!

    Señor, como María en la Visitación. Peroal mismo tiempo —y como fruto de esasalvadora presencia— darles sentido a su pobreza, aliviarlos en su dolor, curarlosde su enfermedad.

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    Cardenal

    EDUARDO F. PIRONIO

    LAVIRGEN MARIA 

    Y

    LOS POBRES

    EDITORA PATRIA GRANDE

    t BUENOS AIRES

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    Diseño de la portada: Margarita Durand

    Primera edición: marzo de 1980Segunda edición: noviembre de 1980

     © Cooperativa de Trabajo “ EDITORA PATRIA GRANDE" P. G. y P. Ltda. 1978. Casil la de Ccfrreo5,1408 Buenos Aires, Argentina.

    Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

    Impreso en la Argentina. Industria Argentina.

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    MARIA 

    Y EL COMPROMISO 

    CRISTIANO 

    CON LOS POBRES

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     Me llamarán feliz todas las generaciones (Le 1, 48)

    A María la llamaron feliz Isabel, su pri

    ' ma y Jesús, su Hijo. La primera le dijo en laVisitación: Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de 

     parte del Señor  (Le 1, 45). Jesús explicó asíel secreto de la verdadera dicha, frente alelogio de una mujer sencilla del pueblo: fe li

    ces más bien los que oyen la Palabra de Dios  y la guardan (Le 11,28). La verdadera felici-dad del cristiano se concibe sólo a la luz dé lafe —sólo a la luz de la fe se pueden entenderlas Bienaventuranzas evangélicas— y se ex- perimenta en la medida de la fidelidad: Ma-

    ría fue proclamada feliz porque creyó, en su pequeñez de Servidora, en la Palabra del Se-ñor y porque se entregó a ella con disponibi

    . lidad de pobre. Felices los que tienen el cora zón pobre, porque de ellos es el reino dé los cielos (Mt 5,3). No es tan;fácil tener el cora-

    zón pobre. El corazón pobre es un corazónsimplé y sencillo.  En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de

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    la tierra, porque has ocultado estas cosas a 

    sabios y prudentes, y se las has revelado a los  pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad”  (Le 10, 21). La alegría va siempreunida a la pobreza; los verdaderamente po- bres son alegres. La pobreza^ngendra la fe-licidad verdadera. ,..

    Un corazón pobre —corazón simple ysencillo— está abierto a la comunicacióncon Dios en la oración y al diálogo fecundocon los hermanos. El hombre verdadera-mente pobre sabe rezar y dialogar. Es un co-razón que siente necesidad del otro, sobretodo de Dios: por eso reza, por eso calla, poreso consulta, por eso obedece, por eso se en-trega, por eso sirve, por eso desaparece, poreso muere. Nunca un corazón verdadera-mente pobre es un corazón cerrado y egoís-ta. Nunca es un corazón triste: experimentasiempre la alegría de la gratitud cuando reci- be, de la donación generosa cuando sirve.Un corazón pobre celebra la vida y da gra-cias al Padre en todo momento. Canta per-manentemente el Magníficat.

    Un corazón pobre es un corazón profun-damente contemplativo: que sabe descubrira cada rato, en las cosas humanamente máscomplicadas, el paso del Señor y adorarlo,que sabe penetrar en las necesidades de loshombres, sus aspiraciones, tristezas y espe-ranzas, y se pone a servirlas.

    Un corazón pobre es necesariamente uncorazón fraterno. Descubre que “todo hom- bre es su hermano” y se entrega a él para re-dimirlo. Es un corazón pacífico y sereno:que no divide ni rechaza, no condena ni des

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    truye. Es un corazón que ama en profundi-

    dad y en universalidad.Así fue María “la pobre”. Aquella queexperimentó la alegría de la salvación (Le 1,28) y la comunicó a los otros (Le 1, 41).

    Se trata de penetrar desde la fe, desde la profundidad del Evangelio, cuál es nuestrocompromiso cristiano con los pobres. Pero

    ello supone describir primero quiénes sonlos pobres que hoy Dios nos pone en el cami-no (porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a m ínom e tendréis siempre: Mt26,11). ¿Cuáles son las actitudes que, segúnel plan del Padre y como nacidos en Cristo por el Espíritu (que eso significa ser cristia-

    no), hemos de asumir con los pobres?Todo lo haremos a la luz de María, núes

    tra Madre, la que expresó y resumió la espe-ranza de los pobres de lavé:  Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de E l la 

    Salvación  (LG. 55).

    I. MARIA LA POBRE

     Ha puesto los ojos en la humildad de su 

    esclava (Le 1, 48).

    La primera condición para que Dios en-tre en un hombre y haga en él maravillas esque sea verdaderamente pobre: que no tenganada, qué no pretenda nada, que no se ape-gue a nada. El misterio de María es un miste-rio de desppjo y anonadamiento, de ocultamierito y pequeñez, de humildad y servicio.

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    María representa y sintetiza el “pequeño res-to” de Israel que esperaba la salvación. Asu-

    mió con serenidad y fortaleza el dolor y laopresión de' su pueblo: le ofreció la alegríaserena de su absoluta confianza en el Diostodopoderoso, cuyo nombre es Santo y quees fiel a las promesas bechas a Abraham y asu descendencia para siempre (Le 1, 55). ElMagníficat es el canto de los pobres que en-cuentran en Dios su salvación. Es, por eso,también el canto de la esperanza. Es que so-lo los pobres saben esperar de veras.

    Hay en María una pobreza que se tradu-ce en una total dependencia de Dios. Partede la conciencia clara de su radical pequeñez

    de servidora. Porque no entiende nada, pre-gunta: ¿cómo será esto, si yo no conozco varón? (Le 1, 14). Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te andábamos buscando  (Le 2, 48).

    María, en su pobreza, tampoco entiende

    la respuesta, pero su actitud se traduce encontemplación y en fidelidad. El verdadera-mente pobre busca a Dios —el Todopoderoso— lo contempla y ama, se goza en El y se leentrega radicalmente: Yo soy la* servidora del Señor, hágase en m í según tu palabra (Le

    1, 38). . _ Otro gesto de María, la pobre, mira al

     prójimo en necesidad: Visitación, Caná, elCalvario. María siente que su prima Isabella necesita doblemente: por su maternidaden edad avanzada y por el fruto privilegiado

    que lleva eñ sus entrañas. La pobreza deMaría —mujer que se pone inmediatamenteen camino, en actitud de desprendimiento y

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    de servicio— se encuentra con la pobreza de .Isabel, mujer que necesita ayuda material de

    otros y experimenta enseguida el gozo deuna salvación esperada pero insospechada:¿de dónde a m i que la Madre de m i Señor  venga a visitarme? Porque apenas oí tu saludo el niño salió de alegría en mis entrañas (Le 1, 4344). La alegría de Isabel y del Pre-cursor es un fruto inmediato de la pobreza

    de María. Y la pobreza de María es aquí ple-nitud de fidelidad y de servicio: “feliz de ti,

     porque has creído”.. En Cana de .Galilea, la pobreza de María

    se hace contemplación y servicio; Porque novive en sí sino eñ Dios, tiene una inmensa ca-

     pacidad para descubrir las necesidades yapuros de los jóvenes esposos: no tienen vino. La pobreza' de María ^totalmente des- prendida de sí misma— no es exigente ni im- positiva: es segundad en la! bondad y omni- potencia de su Hijo. Por eso se limita a ex- poner la dificultad y a confiar en la infalibleeficacia de su indicación:  Hacedlo que El os diga. La pobreza de María —que es total de-

     pendencia de un Dios extraordinariamentefiel— señala a los hombres el camino de lafelicidad en la salvación: ponerse en totaldisponibilidad a la voluntad del Señor. El

    episodio de las bodas dé Caná —donde Je-sús manifestó su gloria en el primero de sussignos— nos abre el misterio de su pobreza:hecha solidaridad con los que no tienen, conlos que sufren, y plena confianza en Aquel“para quien nada es imposible”. La pobreza

    de María pasa aquí por los caminos de con-templación y sencillez, de solidaridad y ser

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    vicio. También, aquí, como en la Visitación,

    la presencia de María engendra la felicidaden las almas. Va creciendo en su corazón lle-no de fe una honda configuración con su Hi-

     jo el Servidor de lavé  que ha sido enviado a anunciar la Buena Nugva a los pobres, a vendar los corazones rotos (Is 61,1). Por esoirá creciendo en su interior una profunda

    compasión, como la de su Hijo, por aque-llos que no tienen qué comer o que andanerrando como ovejas sin pastor. La pobrezaradical de María la hacía particularmenteatenta a las situaciones reales de pobrezaefectiva y le hacía captar sus raíces verdade-

    ras.

    En el Calvario, María llega a la plenitudde su pobreza fecunda. Es, ante todo, la su-

     prema pobreza de quien se siente definitiva-mente desprendido de lo que más quiere:

    Cristo, su Hijo y Señor Nuestro. Entreveíaen la oscuridad de la fe la fecundidad de sudesprendimiento, pero la fe no es la claridadde la visión y no puede quitar el dolor de lohumanamente absurdo. María comprendíaque este desprendimiento (de lo único que

    tenía y la llenaba) había sido misteriosamen-te anunciado por el profeta Simeón cuandola bendijo: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! (Le 2,35). Lo empezó a sen-tir cuando el Señor mismo la preparó en elTemplo para este modo de pobreza en el

    desprendimiento: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de 

    m i Padre? (Le 2,4950). La vida pública delSeñor fue una intimidad de María con El,

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     pero al mismo tiempo un proceso de radicaldesprendimiento.

    Pero en el Calvario María vivió otros ti- pos de pobreza: la radical impotencia, porejemplo, de quien no puede hacer nada parasalvar a un inocente, que es además su pro-

     pio Hijo, porque no puede oponerse a loadorablemente dispuesto por el Padre. Ensu corazón de pobre el Espíritu de su Hijo

    repetiría esta oración: Padre mío, si es posible.... pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt 26,39). También percibíala pobreza —más honda y dolorosa— del

     pecado de los hombres, por el que moría suHijo, y que era la raíz de toda miseria, de to-

    da injusticia, de toda opresión; era la raíz primera de todas las servidumbres. Com- prendió María que su extrema pobreza a lodivino la ponía en íntima colaboración consu Hijo que, en su muerte de cruz, nos resca-taba de toda servidumbre, nos reconciliabacon el Padre, nos hada una nueva creadón.Era el momento en que Ella —inmune de to-do pecado desde su Concepción Inmacula-da y plasmada por el Espíritu Santo comonueva creatura— (LG 56), comenzaba agustar dolorosamente el fruto de la novedad pascual en su pobreza. Comprendía que pa-

    ra “nacer de nuevo” —y ser principio e ima-gen de nueva creación— es preciso morir ymorir en la pobreza y el desprendimiento to-tal.

    Hay en María, la pobre, al pie de la cruzla experiencia de otro tipo de pobreza: la de

    todos aquellos que participaban activamen-te en la Pasión “sin saber lo que hacían”. Por 

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    una parte la Virgen se sentía hondamentesolidaria con toda la humanidad necesitada

    de salvación —el mundo de la espera y la es- peranza—, por otra sentía en su interior si-lenciosamente (convirtiéndolos en gracia deredención para todos) la agresividad y elodio de los que, sin saSerlo, crucificaban “alSeñor de la gloria”.

    Pensar en la pobreza de María hechacontemplación y servicio, sufrimiento sere-no y compasión— en la Visitación, en Canáde Galilea, y en el Calvario, nos hace espiri-tualmente bien y nos ayuda a comprendermás profundamente el misterio de la presen-cia de Nuestra Señora.

    Pero hay algo —desde la Encarnacióndel Verbo hasta la Cruz y hasta Pentecos-tés— que ayuda a interiorizar aún más en la pobreza de María: es su íntima participa-ción en la vida y la misión de su Hijo. Jesúses el “Siervo sufriente de lavé”: despreciable 

     y desecho de hombre, varón de dolores y sabedor de dolencias... ¡ Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! El ha sido herido 

     por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la 

     paz y con sus cicatrices hemos sido curados (Is 53, 35). En este cuadro de miseria total

     —que Jesús asume libremente para redimir-la y transformarla— entra a vivir María suhistoria de pobreza. No es exactamente eldolor de la pobreza del nacimiento y de ladesnudez de la cruz lo que más nos impresio-na. Es la penetración más honda en el miste-rio del sufrimiento universal de la humani14

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    dad: pobres de toda especie (material, moraly espiritual) y ubicados en todos los niveles

    y en todas las partes del mundo. Cuando s an .Pablo dice que Jesús asume nuestra carne de pecado, intenta decir que asume nuestracondición humana desde las raíces mismasde su herida, de su privación, de su pobreza.Por eso nos entusiasma la misión de Jesúsque vino a predicar la Buena Nueva a los pobres (Le 4,18) y nos compromete la actitudde Jesús que siendo rico se hizo pobre por  nosotros a fin de enriquecemos con su pobreza (2 Co 8, 9).

    María vivió paso a paso esta historia de pobreza. La vivió en la dura historia de su pueblo en espera de la liberación que le trae-ría Cristo. La vivió personalmente en com-

     pañía de su Hijo, predicador del Reino, alque siempre acompañaba en el silencio.Comprendió experimentalmente que Jesúshabla venido para los pobres, que sus pala-

     bras y sus gestos, sus milagros y su muerte,eran para acompañar a los pobres, para ali-viarlos, para redimirlos. Comprendía muy bien quiénes eran ios pobres para Jesús: losque no tienen qué comer, los paralíticos y losendemoniados, los leprosos y los ciegos, los

     pecadores y los ricos que no tienen compa-sión, los que tienen demasiadas riquezas ylos que son demasiado alabados por todoslos hombres (Le 6 ,2426), los que traman in-trigas y los que no saben perdonar, los queno sólo matan el cuerpo sino él alma, los hi-

     pócritas y los que no quiereh comprometer-se. Pero habíaotra clase de pobres que Jesúsamaba con predilección:, los niños y los que

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    Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5, 

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    Cada vez se hace más fuerte en la Iglesia

    la opción privilegiada por los pobres. Es unaurgencia de los tiempos que vivimos marca-dos providencialmente por el Espíritu. Sontiempos de gracia, tiempos de esperanza.Por eso, también, tiempos de compromisoevangélico. No se puede ser cristiano sin un

    compromiso práctico, efectivo, con los po- bres.Lo primero que quiero decir es que todos

    tenemos una zona de pobreza, más aún, to-dos somos radicalmente pobres. Lo impor-tante es aceptarlo con sencillez y vivirlo con

    alegría. En este sentido Cristo vino a "evan-gelizar a los pobres”, es decir a todos noso-tros necesitados de salvación y abiertos a laesperanza: “por nosotros los hombres y pornuestra salvación descendió de los cielos”.

    Pero habría que describir los pobres con

    quienes se encontró Jesús. Ante todo conMaría, la que acogió en silencio la palabrade Dios y la realizó con fidelidad. Luego Jo-sé, el carpintero, el hombre del ocultamientoy del silencio. Jesús nace en la desnudez de

    Belén y crece en la sencillez y laboriosidadcotidiana de Nazareth. Muere en el abando-no y la soledad de la cruz.; Asume nuestra

     pobreza, la vive sencillamente en su hogar ycon sus discípulos, la predica como biena

    II. NUESTROS POBRES

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    venturanza evangélica. Recorre desprendi-damente las ciudades y los campos predi-

    cando en todas partes la presencia del Rei-no, la urgencia de la conversión y la necesi-dad de la fe. En el camino de la evangelización encuentra y ama a los pobres: a la gentesufrida de su pueblo,.a los niños y los enfer-mos, a los pecadores y los que viven en sole-dad.

    La mirada de Jesús nos enseña a descu- brir a nuestros pobres. Ante todo, a noso-tros mismos. Si no experimentamos honda-mente nuestra limitación, nuestra soledad ynuestra miseria, no podremos comprenderla pobreza de los otros. Dios nos hace, pormomentos, el regalo de esta experienciafuerte para que podamos descubrir la nece-sidad de los hermanos. “A los pobres los ten-dréis siempre entre vosotros”, dice el Señor.Lo lamentable es que a veces no tenemos ca- pacidad para descubrirlos.

    Hay naciones o ciudades muy ricas don-

    de la zona de pobreza (aún entendida sólomaterialmente) es impresionante: verdade .ros cordones de miseria cierran el círculo deciudades espléndidas. Basta abrir los ojosdel corazón para comprenderlo. Hay paísesque ofrecen un rostro de opulencia, pero su

    interior está lleno de hamj>re y de miseria.Una primera actitud cristiana sería tomarconciencia serena de esta realidad que pide

     justicia.¿Quiénes son y dónde están los pobres?

    Son cosas difíciles de definir pero evangéli-

    camente muy fáciles de comprobar. Pobrees todo aquel que no tiene lo elemental para

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    vivir. Nadie, ciertamente, puede vivir sin pan, sin casa, sin trabajo, sin salud. Pero

    tampoco nadie puede vivir sin sentido de lavida, sin alegría y esperanza, sin amistad yamor, sin cultura y libertad, sin paz y sin jus-ticia, sin Palabra de Dios y sin fe. Nadie pue-de vivir plenamente sin Dios. Son refle-xiones necesarias cuando se trata de definirdiversas situaciones de pobreza. Pienso, porejemplo, en la pobreza de los qué viven irre-mediablemente solos. En cierto sentido lasoledad es peor que la miseria (a no ser quese trate de la soledad de los santos). Pienso,también, én la pobreza de los que no son es-cuchados, de los que nunca pueden dialo-gar, de los que siempre son examinados ycriticados.

    Es necesario descubrir “nuestros” po- bres. No se trata de hacer un completo aná-lisis sociológico; basta tener una gran sensi- bilidad evangélica y mirar desde Dios la rea-

    lidad que nos circunda. Bastaría, por ejem- plo, leer atentamente nuestra situación his-tórica a la luz del capítulo 25 de san Mateo:“Tuve hambre, tuve sed, era forastero, esta- ba desnudo, enfermo, en la cárcel” (Mt 25,31 46). Hay una clara y sorprendente identi-

    ficación entre Cristo y el pobre:  En verdad  os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a m i me lo hicisteis (Mt 25,40 y 48). El juicio final se juga-rá sobre eso: el descubrimiento y amor a los pobres.  En la tarde de la Vida nos juzgarán en el amor  (san Juan de la Cruz).

    Son tantos los pobres que nos rodean(somos tantos los pobres) que el problema

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    no estaría tanto en descubrirlos, sino en de-finir sus urgencias y, por consiguiente, nues-

    tras opciones evangélicas.Todos debemos amar a todos los pobres

    con predilección, pero no todos debemos ira ellos de la misma manera. Aquí entra la di-versidad de caramas y la particular atrac-ción del Espiritu. Aquí entra, también, la ur-gencia de la variada situación histórica. Hay .

    quien tiene hambre o necesita trabajo; ha$quien es extranjero o necesita comprensión,acogida, hospitalidad; hay quien está desnu-do o necesita vivienda; hay quien está enfer-mo y necesita compañía, hay quien está en lacárcel (justa o injustamente detenido) y ne-cesita se respeten también allí sus inaliena- bles derechos de persona humana, imagende Dios.

     No me atrevería a definir nunca qué es la pobreza. Sólo me animo a decir que pobre estodo aquel que no tiene lo esencial para vi-vir. Tampoco me atrevería a describir todos

    los diversos tipos de pobres. Me parece queesta debe ser también una forma de pobreza:ser verdaderamente tan pobres que preferi-mos vivirla con alegría y en silencio, sin in-tentar describirlo y analizarlo todo. Una vezmás quisiera insistir en esto: un corazón ver-

    daderamente pobre (dependiente de Dios yabierto a los hermanos) sabe enseguida des-cubrir a lós pobres, solidarizarse con ellos y

    . asumirlos, liberarlos de su miseria y abrirlosa Dios. No se trata de suprimir la pobreza enel mundo; se tra ta de compartirla con gene-rosidad y de redimirla.

    Es evidente que la Iglesia, cuando habla20

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    de opción preferencial por los pobres (comolo ha hecho recientemente en Puebla), inten-ta decir dos cosas: 1) que no excluye a nadiedel mensaje de salvación; 2) y que debe diri-girse con especial predilección a los más po- bres entre los pobres: a los que mueren dehambre o se mueven en la miseria, a los queviven explotados  y  oprimidos, a los que no

    tienen voz o están privados de libertad. LaIglesia va a ellos y los acoge como “Madre yMaestra”, defiende sus derechos y les abrecaminos de esperanza.

    Quisiera, sin embargo, describir algunostipos de pobreza que los cristianos (particu-

    larmente las almas consagradas) no puedendescuidar: los que viven solos, los ancianos,los enfermos, los drogados* los discapacita-dos, los carentes de libertad y de cultura.

    Hay gente que vive —por diferentes cir-cunstancias— irremediablemente sola. Si la

    soledad es asumida con alegría (como un en-cuentro con el Dios que lo llena todo) esfuente de serenidad, de fecundidad, de san-tidad. Pero hay la soledad dolórosa de quienno tiene con quien comunicarse y lleva aden-tro muchas penas para compartir. Quizás laculpa de esta soledad seá misteriosamente

     personal; de todos modos, se trata de un po- bre a quien nadie escucha, ni ama, ni habla.

    Los ancianos: han vivido con ilusión suvida; quizás, también, con mucha generosi-

    dad de entrega a Dios y a los hermanos.Ahonusegún los cálculos humanos, ya “nosirven”, más vale “pesan”: tal vez para la fa-

    milia, para la sociedad y para la misma Igle-sia. Hoy que el nivel de vida nos hace pensar 

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    en una longevidad serena, no podemos olvi-dar estos pobres: sea que vivan en hogares

     propios, sea que estén con su familia o vivanen soledad absoluta. No importa si tienen

     plata: son dolorosamente pobres. La religio-sa que deseara abandonar un “Hogar de an-cianos” para ir avivir entre “los pobres”, de- bería seriamente pensar estas dos cosas:¿quiénes son los pobres? ¿qué le pide Dios aella en este momento? *

    Lo mismo pasa con los enfermos. Es unade las predilecciones de Cristo en el Evange-lio; es, también, una de las identificacionesexplícitas de Jesús en el capítulo 25 de sanMateo: estaba enfermo y me visitásteis (Mat

    25, 16). No dice el Señor: “y me curásteis”.Basta el hecho evangélico y transformadorde la visita: es como una presencia de Diosque alivia y serena, reconforta y sana. Losenfermos constituyen una gran parte dela vida y de la actividad de Jesús. La misión

    esencial de Jesús es predicar el Reino deDios y curar a los enfermos. Así se lo impo-ne también a los setenta y dos discípulos y alos Doce: ellos recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas 

     partes (Le 9, 6).  En la ciudad en que entréis  y os reciban... curad los enfermos que hay en 

    ella, y decidles: “el Reino de Dios está cerca de vosotros”  (Le 10, 89).

    Los enfermos constituyen una forma co-tidiana de pobreza: por el dolor mismo de laenfermedad y por la soledad e incapacidadque la acompaña: Sienten más que nadie la

    necesidad de alguien que simplemente losame y les sonría. Los religiosos y religiosas

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    que, por carisma fundacional, cuidan a los

    enfermos, vivan con alegría su vocación y no piensen en buscar otra categoría de pobres.Amen con intensidad los suyos, sírvanloscomo a Jesucristo yserán felices. Junto a losenfermos, pero como una categoría especial,enumeramos a los discapacitados. Es mara-

    villoso y emocionante el trabajo apostólicoque con ellos realizan numerosos grupos de jóvenes. Signo evidente del Espíritu.

    Hay otra categoría de pobres en los quelamentablemente pocos piensan: son losdrogados. Por desgracia, su número aumen-

    ta cada día. Se incrustan en todos los nivelesde la sociedad, aún en los más altos. No va-mos a analizar las causas (sería, en ciertomodo, necesario, pero sobrepasa el límitede nuestra simple reflexión). Baste decir quenadie puede sentirse libre de toda culpa.

    Hay quienes trabajan generosa y oculta-mente con los drogados: es una forma de vi-vir el Evangelio entre los pobres de nuestrosdías. Nuestro compromiso cristiano con los

     pobres se realiza allí de modo concreto.Finalmente es preciso enumerar una do-

     ble categoría moral de pobres que se multi- plican en nuestro tiempo: es la dé los que ca-recen de libertad o de cultura. Son los mar-ginados de la vida social y política del país.En algunos casos, se trata también de faltade libertad en lo religioso. Es preciso descu-

     brir las raíces de este mal: del subdesarrollocultural y de la privación de la libertad. En-traría aquí todo el problema de la lesión delos derechos humanos. Cuando las condi

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    ciones son tales que el hombre no puede de-sarrollar su propia historia y realizar su vo-

    cación, cuando se le cierran los caminos pa-ra una perfecta participación en la vida de lasociedad o de la Iglesia, se crea una nuevaclase de pobre^La Iglesia los atiende, losama, se solidariza con su sufrimiento y re-clama para ellos la justa libertad y la necesa-ria cultura. No se trata de una simple sensi- bilidad humana, sino de algo más profundo:de una verdadera actitud de amor que se ha-ce auténtica “compasión” (“padecer con” losdemás) y generoso servicio.

    “Pobres los tendréis siempre entre voso-tros”. Es preciso descubrirlos. Es urgente

    amarlos. Es evangélico comprometerse conellos. No entiendo que se pueda decir que enun país o en una ciudad (cualquiera sea elgrado de civilización y desarrollo) no exis-ten los pobres. Menos todavía entiendo que pueda quedar tranquila nuestra conciencia

    sabiendo que existe la pobreza alrededornuestro (dentro, de nosotros mismos), quemillones de hombres se mueren cada día dehambre o están privados injustamente de lalibertad, que hay tanta miseria material,moral y espiritual en el.mundo y a nuestrolado. Es urgente hacer algo. Pero la acción

    tiene que ser universal y profunda. Tieneque ser hecha, además, desde el Evangelio,como expresión de nuestra condición decristianos: hijos de un mismo Padre, herma-nos todos en Jesucristo, animados y condu-cidos constantemente por el Espíritu Santo.

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    Se anuncia a los pobres la Atena Nueva (Le 7, 22).

    Para identificar un cristiano hay queexaminar su compromiso efectivo y concre-

    to, profundo y universal, con los pobres.Decimos “efectivo y concreto” porque no

     basta proclamar el amor a los pobres: tieneque traducirse en actitudes y gestos de servi-cio. Amemos con obras y de verdad... escri

    « be san Juan (1 Jn 3, 18). Decimos “profun-

    do” porque no basta un gesto extemo decompasión humana: tiene que ser una fuer-te convicción de fe que nos lleve a amar deveras y a procurar el bien integral de nuestrohermano (llevarle, sobre todo, la Buena Nueva de Jesús). Decimos “universal” por-

    que tiene que abarcar a todos los pobres: alos que sufren hambre o padecen injusticia,a los que se sienten solos o están margina-dos, a los que no tienen pan o casa y a los quenecesitan amistad, alegría, esperanza, amor, paz; a los ancianos y enfermos y a los que buscan a Dios con corazón sincero.

    La primera actitud de un cristiano frentea un pobré tiene que ser de gratitud: se en-cuentra frente a una revelación de Jesús. Lossantos besaban las llagas de los enfermos.

    Era como abrazar sensiblemente a Cristo.La identidad del cristiano se expresa en lamisma línea de la misión de Cristo: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nue-

    , III. EL COMPROMISO CRISTIANO

    25

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    va, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar  la libertad a los oprimidos (Le 4,18). Cuan-do Jesús debió identificarse ante los envia-dos de Juan les dijo:  Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan,"loTleprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva (Le 7,

    22) . 'Esta es la verdadera actitud cristiana: ir alos pobres para llevarles la Buena Nueva deJesús, la presencia salvadora del Señor, co-mo María en la Visitación. Pero al mismo tiempo —y como fruto de esta salvadora

     presencia— darles sentido a su pobreza, ali-

    viarlos en su dolor, curarlos de su enferme-dad.

    La opción por los pobres es una actitud profundamente evangélica: vamos a ellos para compartir su suerte con serenidad yalegría. La opción por los pobres no puede

    ser nunca una agresivá discriminación ycondenación de los otros. No siembra nuncala división y la lucha de clases. Es, como enCristo, una opción profunda y serena queseñala las exigencias del Reino y llama nece-sariamente a la conversión. Quien vive la

     pobreza evangélica y amairerdaderamente alos pobres (como los amó el Señor, como locomprendió san Francisco de Asís), es nece-sariamente un operador de paz  (Mt 8, 9).

     No en vano san Francisco se desposó con la pobreza y se constituyó en predicador y artí-

    fice de la paz entre los pueblos.Vamos a los pobres para “evangelizar

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    los”, es decir, para hacerles explícito el men-saje de Jesús y las exigencias de su Reino,

    abrirles el camino de la salvación, depositar' en su corazón semillas de esperanza. Quienllega a los pobres simplemente para darles 'conciencia de su miseria, sin ofrecerles almismo tiempo el sentido fecundo de su po-

     breza y enseñarles el modo de asumirla congozo y superarla en la esperanza; no es cris-tiano. Es siempre más fácil descubrir las lia,gas que curarlas. En cierto sentido podemosa veces poner el dedo en ellas para hacerlasmás dolorosas e incurables.

    ’ ¡Ir a los pobres como comunidad cristia-

    na! Es necesario que la comunidad enterasesienta de algún modo comprometida. Es lalección de la comunidad cristiana primitiva:un solo corazón y una sola alma; por eso ño había entre ellos ningún necesitado (Hch 4,3235). No todos pueden, en la comunidad

    cristiana, trabajar del mismo modo por los pobres. Pero la urgencia es la misma paratodos: no sólo por necesidad histórica sino por exigencia del Evangelio. Nadie puedeeximirse de amar a los pobres y servir enellos a Jesucristo. Cuando es toda la comu-

    nidad la que se siente comprometida con los pobres, se hace más fuerte el vínculo de lacaridad entre sus miembros y más expresivasu sencillez y su alegría. Cuando la opción

     por los pobres es verdadera, la comunidadnunca se quiebra ni se debilita. La opcion esverdadera cuando se hace en nombre delEvangelio y deja en el corazón de los pobres,ni la agresividad violenta ni la resignación

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     pasiva, sino la serenidad de la presencia deJesús y la paz del Reino.

    Hay modos diferentes de ir a los pobres yvivir con ellos. Hay un modo inmediato yatrayente: instalarse entre ellos y asumir suvida. Es estrictamente evangélico: lo practi-có Jesús. Es válidó'en la medida en que lo vi-vamos todo evangélicamente: es decir, eii lamedida en que no sólo se comparta y sufr%,

    sino se comunique y se reciba. Ir a los pobresno sólo para dar sino también para recibir,no sólo para evangelizar sino para ser evan-gelizados, no sólo para entregar cosas sino para darse esencialmente a sí mismo: un mo-do de dar la vida por los otros. Esencialmen-

    te de comunicar a Cristo.Hay otro modo de llegar a. los pobres,,

    más lento y doloroso, más oculto y difícil:formar personas y comunidades comprome-tidas desde su fe con los pobres. Es el traba-

     jo oscuro y silencioso de las escuelas católi-

    cas, por ejemplo, cuando son un verdaderoinstrumento de evangelización. Su eficaciaes innegablemente más duradera y univer-sal. Puede haber en un instituto religiosouna vocación especial a un determinado mo-do de trabajar evangélicamente entre los po- bres, pero es necesario comprender que laacción educadora como tal, si es auténtica-mente evangelizado» debe llevar necesaria-mente a una opción preferencial por los po- bres; es decir,: debe saber educar para la ver-dadera pobreza evangélica y para un autén-tico y concreto compromiso cristiano con

    los pobres. En este sentido, es preciso revisar 28

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    y redimensionar nuestras obras de evangelización.

    CONCLUSION

    Al term inar volvemos nuestra, miradahacia M aría, la pobre. Inspiramos .en Ella

    un nuevo estilo de vida. Queremos, de veras,vivir de cara al Padre, p or Jesucristo, en elEspíritu Santo. Queremos, también, serhombres y m ujeres simples que viven plena-mente el Evangelio y po r eso cantan a Diosy sirven a los pobres. Queremos vivir centra-dos en D ios — que es la primera realidad— y

    en la realidad penosa de los hombres.A ceptam os con alegría nuestra pobreza

    radical. N os ponem os, como M aría, en totaldependencia del Padre: experimentamos suamor y comprometemos nuestra fidelidad.Porque nos sabemos pobres, nos sentimos

    más en las m anos providenciales del padre,seguros y felices. Porque experimentamos laalegría de nuestra pobreza queremos comm unicarla a los hermanos.

    M aría fue proclam ada feliz en su pobre-za; porqu e su felicidad se apoyaba en la ex-

     periencia de un Dios Am or que nunca falla ysiempre llam a, en un Dios que lo pide todo porque para El “n ada es imposible”. Tam- bién nosotros seremos inmensamente feli-ces: en la m edida de una profunda contem-

     plación de la pobreza de M aría, de una acep-tación serena de nu estra radical pobreza, deun sincero y eficaz compromiso con los po

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     bres. María, la pobre, nos lo conceda del Pa-dre y nos acompañe en nuestro camino deesperanza.

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    ir   SKifi#SÍ¡

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    LA SABIDURIA 

    DEL EVANGELIO

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    Te glorifico, Padre, Señordel cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque esa fu e tu voluntad  (Le 10, 21).

    ¡Qué bien hace volver a la pura simplici-dad del Evangelio ! ¡Entrar en él con alma de pobres y de niños! Pero no es fácil. Nos he-mos acostumbrado a acomodar el Evange-lio a nuestra vida o, lo que es peor, a inter-

     pretarlo según nuestras situaciones y deseos.Cuando debe ser todo lo contrario: sólo el

    Evangelio —leído en el silencio y gustado ensu sencillez— puede darnos la clave de lahistoria. Como sólo Jesús puede darnos lamisteriosa clave del hombre en su sensaciónde opresión, su deseo de libertad, sú hambrede esperanza.

    ¿Qué podríamos hacer para que loshombres vuelvan a ser alegres y a tener con-fianza? Mirar el mundo con ojos de niños y aDios con ojos simples do hijos que creen to-davía en el amor sincero del Padre.

    “Dios es mi Padre y me ama”. Es unaverdad muy simple, pero contiene todo elEvangelio:  El mismo Padre los ama (Jn 16,27). Es una frase que puede cambiar una ví

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    da. Tal vez la entiendan mejor los simples ylos que sufren.

    Cuando hablamos de simplicidad noqueremos decir “ingenuidad”. La simplici-dad es una actitud muy consciente, muy pro-funda, muy madura. Pero con la madurezsencilla de Dios. «La simplicidad se opone ala superficialidad humana y a la inconcien-cia, a la complicación y a la intriga, al orgu-

    llo y a la soberbia.  Hay gente —decía Juan*XXIII— que tiene la extraña virtud de com

     plicar las cosas más simples. A m í el Señor  me ha dado la gracia de simplificar las cosas más complicadas.

    Una persona simple —en la madura y

    honda simplicidad del Evangelio— gana en-seguida el amor y la confianza de sus herma-nos. Nos confiamos fácilmente a las perso-nas simples, porque confiamos en Dios y lossimples nos muestran más concreta y cerca-namente a Dios.  Nosotros hemos conocido 

    el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Am or y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en El  (1 Jn 4, 16).

    En una comunidad (en una familia) pue-de haber personas simples y personas com- plicadas. Es entonces cuando más se nos exi-ge morir a nosotros misinos, creer en elamor que Dios nos tiene y buscar de vivir encomunión. Una persona simple puede ven-cer con su serenidad la nerviosidad agresivade una persona complicada, aunque tengaque pagar su victoria con una lastimadurainterior. Los simples pueden comprender fá-cilmente a los complicados, pero difícilmen

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    te los complicados pueden entender y acep-tar a los simples.

    La verdadera simplicidad evangélica

    coincide con la sabiduría, o al menos es elcamino más directo para conseguirla.

    La sabiduría evangélica —que en defini-tiva es Jesús mismo y su misterio— está re-servada a los pequeños, es decir, a los sim-

     ples, humildes y sencillos (Le 10, 21). Son

    ellos los que pueden entender mejor, gustary explicar a los demás, la riqueza y las exi-gencias del Reino de los cielos. Poseen laverdadera sabiduría de los que "padecen lodivino” (”sapiens est non solum discens, sed  et patiens divina” Sto. Tomás) y la potencia

    invencible de los que han visto y contemplado  (1 Jn 1, 9).

    I. GUSTAR LA SABIDURIA DELEVANGELIO

    La contemplación produce un gozoinefable, equilibra las almas, porque las po-ne en contacto exclusivo con el Dios incon-movible, con el Dios Amor, con el Dios Fiel.Ve las cosas en Dios —origen y término,fuente y plenitud— y no sólo a Dios en lascosas. Nos hemos acostumbrado a buscar aDios en las cosas y los hombres, y por eso hasido también un camino perfectamenteevangélico (cfr. Mt 25); pero nos hemos olvi-dado que sólo quien posee una honda capa-

    cidad contemplativa (don del Espíritu San-to recibido en la pobreza), puede conseguir-lo.

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    Para volver a la pura simplicidad delEvangelio, es decir, para ser hombres y mu-

     jeres que saben gustar en el silencio el miste-

    rio de Cristo y la fecundidad de las Biena-venturanzas, hay que tener un alma des- prendida y pobre, silenciosa y contemplati-va. Sólo así se puede descubrir la sabiduríadel Evangelio y penetrar hondamente en laVerdad completa (Jn 15, 13).

    Gustar la sabiduría del Evangelio es “vi R'

    vir a la escucha” de la Palabra de Dios, co-mo María, guardar todas estas cosas y medi-tarlas en el corazón. ¿Cuáles cosas, sobre to-do? Que la Palabra de Dios se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros, que Dios haamado tanto al mundo que le dio a su Hijono para condenarlo sino para salvarlo, quees preciso acoger el Reino de Dios con almade pobres, con corazón misericordioso, con  \  hambre y sed de justicia dispuestos siemprea ser los verdaderos operadores de la paz, [que es preciso amar a Dios sobre todas las i  cosas y al prójimo como a nosotros mismos, ]

    que no hay un amor más grande que el deaquel que da la vida por sus amigos, que si elgrano de trigo no muere queda solo, pero simuere produce mucho fruto. Contemplar,  j  en una palabra, a Jesús de Nazareth —el Hi-

     jo de Dios hecho hombre para nuestra salva-

    ción— que quiso com partirán todo nuestravida, asumiendo el dolor y la alegría, el tra-

     bajo y el descanso, la cruz y la esperanza.Gustar el Evangelio es, sobre todo, con-

    templar la sabiduría y potencia de la cruz. Mientras los judíos piden milagros y los 

    griegos van en busca de sabiduría, nosotros,36

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    en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de 

     Dios para los que han sido llamados (1 Co 1,2224).

    El misterio de la cruz sólo lo entiendenlas personas simples, porque tienen alma decontemplativos y los contemplativos —quehan hecho de Dios el punto central de toda

    referencia— comprenden que la cruz, la deCristo y la nuestra, pertenece al designio deamor de un Padre “que no perdonda su pro-

     pio Hijo sino que lo entregó por nosotros para que fuéramos salvados por El”.

    ' Volver a la simplicidad del Evangelio es,

    entonces, abrazar con alegría y saborear ensilencio el misterio de la cruz. La predica-mos fácilmente y con ardor, pero la vivimoscon miedo. Sabemos que para seguir a Jesúshay que olvidarse totalmente y asumir coti-dianamente la cruz. Hay personas que han

     borrado sistemáticamente & cruz de su pro-grama (no digo de sü vida, porque adorable-mente el Señor se encarga de perseguirlas

     por amor) y todo lo explican y lo quieren se-gún criterios humanos de comodidad y efi-ciencia. ¡Una vida es grande cuando descue-

    lla y brilla, ocupa ciertas posiciones —aúnen la Iglesia^—y cree tener en su mano la feli-cidad y el destino délos otros! La verdaderasabiduría del Evangelio es crecer en el segui-miento de Jesús y asumir sus sentimientos,

     ponerse a servir de veras a los otros y sentirla alegría de desaparecer y morir.  Lejos de gloriarme en otra cosa que no sea la cruz de  Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mun-

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    do está crucificado para mí, como yo lo es- . toy para el mundo   (Ga 6, 14).

    Pienso particularmente en la vida consa-grada. Su existencia en la Iglesia no tienesentido sino como una especial configura-ción con la muerte de Jesús (Flp 3,10) para

     poder participar en la definitiva eficacia de.su resurrección. Los hombres de hoy —nuestro mundo sediento de autenti^i . i

    dad— necesita con urgencia estos testigos de los sufrimientos de Cristo y copartícipes de  í:la gloria que va a ser revelada (1 P 5,1). Por ‘eso reclaman con justicia hombres y mujeres  \  fuertes, serenos y alegres, que puedan gritar icon autenticidad: Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en m í  (Ga 2, 1920).

    Gustar el misterio de la cruz —compren-derlo, gustarlo, vivirlo— es haber llegado acomprender la suprema sabiduría del Evan-gelio. Es haber aprendido a ser verdadera  j  mente simples. Con la pura simplicidad del 1

    Evangelio que es privilegiadamente revela-do a los pequeños.Los “grandes” difícilmente comprenden

    “la 1ocura déla cruz”, la alegría de permane |cer “escondidos con Cristo en Dios” y la sa- biduría de morir como el grano de trigo para jque fructifiquen las espigas. ¡No hay felici-

    dad más grande que la de vivir ignorado —quizás también incomprendido y margi jnado— pero con la riqueza imperdible e in !cambiable de sentirse amado por el Señor yguardado en el hueco de sus manos!

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    II. VIVIR LA SABIDURIADEL EVANGELIO

    Ser verdaderamente sabio —con,la sabi-duría desconcertante de la cruz— es ya vivirel Evangelio. Felices, más vale, los que reciben la Palabra de Dios y la realizan (Le 10,27). La sabiduría de la cruz es una experien-

    cia sabrosa de la cruz. No se reduce a un pu-ro conocimiento intelectual o a una sublimedoctrina sobre el valor del sufrimiento o sucapacidad para configuramos a la muerte deJesucristo. Podemos hablar maravillosa-mente de la cruz y seguir estando lejos o

    aplastados por su peso. Sólo cuando nosmetemos en la cruz —o mejor, nos dejamosmeter por el Espíritu— y somo “levantadosen alto” como el Señor, nos damos cuentade que vale la pena sufrir en silencio y quenuestra vida empieza a ser verdaderamente

    útil.Vivir la sabiduría del Evangelio es vivir

    en la pobreza, en una auténtica fraternidadevangélica, en , una profunda e inalterablealegría. ¿Por qué hablamos de una “inaltera- ble” alegría si somos conscientes que, mien-

    tras peregrinamos en el tiempo, todo es mu-dable, condicionado, pasajero? Porque laalegría verdadera que forma parte de la sabi-duría evangélica tiene raíces muy hondas einconmovibles: se funda en la irrompible fi-

    delidad de Dios a sus promesas. Sólo la per-ciben y pueden comunicarla los que vivenserenamente en la cruz y en la profundidadde la contemplación.

    ¡La pobreza! ¡Pobres de nosotros que

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    hemos perdido la pobrezá a costa de preten-der definirla! La pobreza es un tesoro que se

    vive adentro con incalculables proyeccio-nes sociales y políticas— y que envuelve ensu sencillez fecunda todas las actitudes denuestra vida. La pobreza es una forma desimplicidad evangélica que supone una con-tinua renuncia serena y un total desprendi-miento de las cosas y de los hombres (empe-

    zando por nosotros mismos) para poderabrazarlos a todos en Jesucristo. La pobrezase manifiesta, no se define. La pobreza se co-munica, no se la impone. La pobreza es ca-llada y serena, no violenta y agresiva. Losverdaderos pobres son los que esperan acti-

    vamente en el Señor. Dos cosas se oponen ala pobreza evangélica: la resignación pasivay la violencia.

    Pero hemos de ser pobres de veras: ex-ternamente y en el espíritu. No podemos es-cudarnos en el Evangelio de san Lucas (Le 6,

    2026) para desentendemos de los ricos omaldecirlos, pero tampoco podemos buscaren el Evangelio de san Mateo (Mt 5, 3) una

     justificación para seguir cómodamente po-seyendo todo con seguridad material. Nues-tra pobreza tiene que ser, ante todo, de al-

    ma: “felices los que tienen el corazón po- bre”. Es decir, el corazón desprendido yabierto, entregado a Dios y dispuesto a escu .char y servir a los hermanos. El que es verda-deramente pobre sabe rezar y gusta a Dios, pero también tiene una capacidad honda y

    nueva para entender a los que sufren y soli-darizarse con los que no tienen nada. La po- breza es serena aproximación de amor a los

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    que sufren, auténtica solidaridad con ellos,, participación gozosa de todos nuestros bie-

    nes (empezando por los del espíritu: amor yamistad, fe y alegría, esperanza y Palabra deDios) con los que no tienen nada. Ser pobrees no tener lo necesario para vivir pero ¿esque alguien puede vivir “sin Dios y sin espe-ranza” en este mundo, sin amistad y alegría,sin amor y sin sentido de la vida, sin la Pala-

     bra de Dios y sin creer en Alguien?

    ¡La fraternidad evangélica! Es fruto dela pobreza. Cuando uno vive desprendidode sí mismo y de las cosas, cuando se abre ála miseria del hermano y a la sobreabundan-

    te misericordia del Padre, cuando uno poneen común los pocos bienes que posee, es nor-mal que se forme entre los discípulos del Se-ñor “un solo corazón y una? sola alma”. Laverdadera fraternidad evangélica está presi-dida por el Cristo de la Pascua y animada por el Espíritu de Pentecostés. Por eso esuna comunidad eclesial que ora y canta, viveen la sencillez y en la alegría, se abre a los de-más en una generosa actitud de servicio. Esuna comunidad abierta y acogedora, pero almismo tiempo profunda y reservada: por-que cuida sagradamente los tiempos y el es-

     pacio para los encuentros fuertes con Diosen la oración. Una verdadera fraternidadevangélica se nutre constantemente de la Pa-labra de Dios y de la Eucaristía —la Eucaris-tía es un elemento esencial e imprescindible para una auténtica fraternidad evangélica:

    si alguien la descuida por propia culpa no podrá ser nunca un hombre de comunión— 

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    es fíel a “las enseñanzas de los Apóstoles”en el corazón de la Iglesia y vive atenta a los

     problemas y exigencias del mundo en el queDios la ha insertado providencialmente.

    ¡La alegría! ¡Quizás sea el don más ansiadoy esperado! Tenemos urgente necesidad dealegría verdadera: profunda, serena, conta-giosa. Es uno de los signos de las almas ver-

    daderamente simples: que creen en Dios, se !dejan amar por El y viven en permanente ac-titud de servicio. Son almas extraordinaria-mente grandes cuya sola presencia pacifica,infunde ánimo y engendra esperanza. Es elmq'or testimonio de que Cristo vive. No bas-

    ta exhortar á los hombres a ser alegres: hayque mostrarles el camino del amor (la ale-gría es fruto y signo del amor) y de la proxi-midad e intimidad del Señor: Alegraos en el Señor, ós lo repito, alegraos: porque el Señor está cerca (Flp 4,4). Hay que aseguraralos hombres—envueltos en mil preocupa-ciones y tristezas— de la cercanía de Dios.

     No sólo de un Dios que vendrá, sino de unDios que ya vino en Jesucristo y va hacien-do el camino con nosotros. Somos los colaboradores de vuestra alegría, dice Pablo enuna frase hermosísima (2 Co 1, 23).

    La fuente de la alegría es Dios. Pero nolo descubrimos sino en la profundidad de laoración y en la serenidad de la cruz. Las al-mas simples —que saben rezar y sufrir en si-lencio— son felices. Y hacen felices a los de-más. Para eso vino Jesús al mundo: para

    sembrar la alegría.  Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y esta alegría sea perfecta  (Jn 15, 11)..42

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    Quien ha gustado la sabiduría de la cruz,quien ha experimentado la presencia de unDios Amor en su vida, siente necesidad decomunicarla con sencillez a sus. hermanos.Porque los quiere de veras, y porqué se sien-

    te feliz. No puede guardar esta dicha para sísolo: necesita compartirla. Como la Virgendel Magníficat. Ella'tiene una honda con-ciencia de que el Dios todopoderoso haobrado maravillas en su pobreza. Por eso noteme aceptar el elogio que de ella hace Isa-

     bel, su prima, al llamarla feliz porque has creído (Le 1,45); antes al contrario, segurade la fidelidad de Dios, anuncia que la llamarán feliz toáos las generaciones (Le 1,48).

    Las almas simples —las que son verda-deramente simples con la sabiduría del

    Evangelio— tienen una extraña virtud decomunicar a Dios y de revelar sus misterio.Lo hacen con palabras profundas pero

    claras (con la sencilla transparencia delEvangelio) y con sus gestos serenos. La sola

     presencia de un alma simple comunica a

    Dios: deja la impresión de un nuevo.paso delSeñor.San Pablo —que había gustado la sabi-

    duría de la cruz— sentía necesidad de anunciárla a sus hermanos: ¡Pobre de mí si no 

     predicara el Evangelio! (1 Co 9,16). La ver-

    dad de Dios —el misterio de Cristo muerto yresucitado, esperanza de la gloria (Col 1,27)— le quemaba adentro; lo impulsaba a

     predicar a judíos y gentiles';lo que él mismo

    III. ANUNCIAR LA SABIDURIA

    REDENTORA DEL EVANGELIO

    43

  • 8/18/2019 Cardenal Pironio - María y Los Pobres

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    había recibido.  Les he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la '   Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer  día, de acuerdo con la Escritura (1 Cor 15,34). '

    Pablo quiere subrayar dos cosas: que sumensaje no es fruto de un aprendizaje huma-

    no,' sino de una verdadera revelación de 4Dios, y que él debe manifestarlo ahora, nocon la sublime elocuenciade palabras com-

     plicadas, sino con la sencillez y la fuerza delEspíritu. Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa 

    de los hombres, porque yo no la recibí ni  aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo  (Ga 1, 1112). Hay un

     punto esencial de toda sabiduría a lo divino:recibirla adentro con sencillez de pobre ygustarla con alma de contemplativo. Esa sa- biduría exige luego palabras simples —lasniás simples posibles, las más claras y con-cretas— para llegar a los pobres. Por mipar- te, hermanos, cuando los visité para anunciarles el testimonio de Dios, no llegué con el 

     prestigio de la elocuencia o de la sabiduría.  A l contrario, no quise saber nada, fuera de 

     Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que era demostración del poder del Espíritu  (1 Co 2m 14).

    Las personas simples —que han alcanza-

    do la plenitud de su madurez en Cristo— nocomplican las cosas al exponerlas. Lastransmiten sencillamente como un testimo

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  • 8/18/2019 Cardenal Pironio - María y Los Pobres

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    nio. Hoy el mundo necesita maestros y doc-

    tores (que interioricen y enseñen), pero ne-cesita sobre todo “testigos y heraldos” (queexperimenten y griten). Es el nuestro unmundo —sobre todo entre los jóvenes queama principalmente el estilo claro, directo,fuerte, de un testigo.

    Pero cuando hablamos de anunciar la

    sabiduría redentora del Evangelio, quere-mos todavía señalar tres cosas: la necesidadde anunciar integralmente el Evangelio, dehacerlo desde el interior de una Iglesia parti-cular y con miras a la reconciliación de los

    *hombres y la paz del mundo.

    Anunciar integralmente el Evangelio esser fiel a todas sus exigencias de Conversión•y santificación. Penetrar con pobreza y ge-nerosidad en todas sus enseñanzas sobre elReino, el Sermón de la Montaña, el llamadoa vivir las Bienaventuranzas, tom ar la cruz

    y seguir de veras al Señor, amarlo con todaslas fuerzas y servir a los hombres que sufren(en los que de modo especia] se manifiestaCristo: cfr. Mt 25). Anunciar la totalidad delEvangelio es hablar explícitamente de Cris-to el Hijo de Dios y el Redentor del hombre

    y llamar a los hombres a la conversión y a lafe. No se puede recortar el Evangelio que-riéndolo interpretar desde la realidad. Es to-do lo contrario: la fuerza de Dios en el Evan-gelio nos ayuda a leer con autenticidad lossignos de los tiempos. Desde la fe y la pene-

    tración a lo pobre del Evangelio, compren-deremos qué pasa hoy en la historia.

    Pero esta lectura del Evangelio —y, porconsiguiente, su anuncio explícito— tene

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    mos que hacerlo desde el interior de la Igle-sia: de una Iglesia universal, presidida por el

    Papa, que se realiza concretamente en cadaIglesia particular. Es aquí donde cada unode nosotros descubre el llamado y confirmasu respuesta. El Señor nos llama ahora yaquí. En este context8~concreto de una Igle-sia particular —que por la Palabra y la Eu-caristía está unida a su Obispo— que siguesiendo la presencia del Cristo Pascual, el sa-cramento de unidad y el instrumento univer-sal de salvación.

    Es importante —diría, es esencial— paralas personas simples vivir una comuniónsencilla y honda, hecha de veneración, amis-

    tad y obediencia, con sus respectivos Obis- pos. Aunque no tengan siempre la oportuni-dad de verlos, de escucharlos o consultarlos.Pero es absolutamente necesario esto: ver enellos siempre a Cristo “imagen del Padre”.Por eso, el nombre mejor para un obispo

     —que preside en el amor su comunidad— esel de “padre”. Nadie más que él tiene dere-cho a ser llamado así sencillamente eu sudiócesis.

    El anuncio de la sabiduría redentora delEvangelio se convierte para todos —princi- palmente para los jóvenes, para los pobres ylos que sufren— en  palabra de reconciliación,  en ministerio de reconciliación  (2 Co5, 1819). Es un anuncio de salvación, un lla-mado a la conversión, una exhortación a la

    unidad y la paz. Cuando los hombres sim- ples predican el Evangelio, como san Fran-cisco de Asís, se convierten en eficaces operadores de la paz (Mt 5,9). Su palabra y sus

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    gestos son siempre una sencilla y clara mani-festación de un Dios amor que quiso recon-ciliamos consigo en Jesucristo restableciendo Id paz por la sangre de su cruz (Col 1, 2).Son una invitación a la esperanza (fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su  Hijo: Rom S, ss), y una exhortación a conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz (Ef 4, 3). Hoy hacen falta

    hombres así: simples y pobres, que. creen enla verdad de sus hermanos y en la misericor-dia del Padre, que sufren y rezan, que amana Dios y dan su vida silenciosamente por launidad de los pueblos.

    CONCLUSION

    Es preciso volver a la simplicidad delEvangelio. Es la definitiva madurez y la su-

     prema sabiduría de los que tienen almas deniños, de los que son verdaderamente po-

     bres. Cuando uno encuentra una personasimple se siente enseguida cómodo a su lado:sabe que puede hablar porque lo escucha,sabe que puede confiar porque es sincero,sabe que puede pedirle algo porque estásiempre disponible, sabe que puede escu-

    charlo con interés porque tiene siempre pa-labras sabias para comunicarle.

    Más que técnicos tenemos urgente nece-sidad de sabios. Más que de organizadorestenemos necesidad de hombres buenos y sin-ceros. Más que de defensores de la fe tene-

    mos necesidad de gente sencilla y simple quecomunique con su palabra y su testimonio

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    al Dios vivo y verdadero. Puede haber aúndentro de la Iglesia, la ambición de los pri-

    meros puestos. Es todo lo contrario a la sa- biduría. La grandeza de un hombre —suverdadera sabiduría— es la simplicidadevangélica. Un hombre evangélicamentesimple es siemprebien aceptado: porquesiempre tiene una palabra sabia para decir.

    Miramos a María, la sencilla y simple

    servidora del Señor, esposa del carpintero, *Madre de Jesús el Salvador. . Ella nos mues-tra y abre los caminos de la verdadera sim-

     plicidad evangélica: creer en el amor del Pa-dre, decir que sí a las exigencias de la cruz pascual, vivir permanentemente en el silen-

    cio contemplativo de la redención.María puede decirnos: “hagan lo que él

    os diga”. Y la simplicidad de nuestra agua buena y transparente se convertirá en la ale-gría de un vino nuevo y generoso.

    &

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    LA VIDA 

    CONSAGRADA 

    EN LA COMUNION 

    ECLESIAL: 

    TESTIMONIO DE FE 

    EN UN MUNDO 

    SECULAR

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     Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros es

    téis en comunión con nosotros y nosotros estamos en com unión con el Padre 

     y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestra alegría sea completa  (1 Jn 1, 3-4).

     Nosotros predicamos a un Cristo cruci ficado, escándalo para dos judíos y locura parados paganos, pero fuerza y sabi

    duría de Dios para los que han sido llamados  (1 Co 1, 23-24).

    ¡Testimonio, comunión, alegría, cruz!He aquí la síntesis de lo que podemos decir.El misterio pascual nos habla de la experien-cia de un Dios amor, de la alegría de la co-munión fraterna, de la fecundidad de la cruzy la felicidad de perder la vida para volverla

    a encontrar.El mundo de hoy —sobre todo éntre los

     jóvenes— sólo cree a los testigos; a los quehan visto y oído, a los que han contempladoy tocado “la Palabra de la Vida” y han asu-mido el riesgo de anunciarla a sus hermanos.

    Es uno de los signos de nuestro tiempo “se-diento de autenticidad”,

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    Lo proclamaba con fuerza Pablo VI: Paradójicamente, el mundo, que, a pesar délos innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios,a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y  

    espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de si mismos y renuncia (EN 76). Es decir, exige y es-

     pera de nosotros una clara “marca de santi-

    dad”.Por eso, ante los retos de una sociedad

    laica a la conciencia cristiana y ante los par-ticulares desafíos de un mundo secular a lavida consagrada, no queda sino la abiertaconfesión de una fe renovada, profunda y

    explícita en Jesucristo y su Iglesia (tal comolo viene haciendo SS. Juan Pablo II) y la cla-ra afirmación, sin ambigüedades, de la pro- pia identidad como consagrados. Esto signi-fica volver con coraje a los valores esencia-les —que quizás hemos dejado perder por

    miedo o por una errada concepción de la re-novación en la Iglesia— y a las fuentes evan-gélicas. ®

    Afortunadamente los Capítulos Genera-les, en estos últimos años, vienen siendo —en su gran mayoría, aunque lamentable-

    mente no en su totalidad— una profunda re-visión de los Institutos en su fidelidad alEvangelio, al carisma fundacional y a las ex

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     pectativas de un mundo que tiene que sersalvado eñ Jesucristo. Resultan así una ver-

    dadera “celebración pascual” donde el mis-terio de la muerte y resurrección del Señorilumina los valores esenciales de la vida con-sagrada y le inspira sus exigencias funda-mentales. Valores y exigencias que, en defi-nitiva, provienen de lo siguiente: la vida con-

    sagrada es una manifiesta y continua revela-ción de la Alianza que Dios ha hecho con su pueblo por amor. O la vida consagrada se lavive en el corazón de una Alianza —con loque la alianza supone de fidelidad; de cruz yde esperanza— o no tiene sentido.

    Por eso yo quisiera hoy presentarles bre-vemente lo siguiente:

    a) la vida consagrada es una clara y defi-nitiva opción por Jesuciuto crucificado: unseguimiento radical de Cristo en el espíritude las Bienaventuranzas;!

     b) esta opción por Jesucristo crucifica-do se hace en el corazón de una Iglesia quees esencialmente sacramento  de la íntima unión con Dios y dé la unidad de todo el género humano (LG 1). Es decir, en el interiorde la comunión eclésial(MR III);

    c) esta opción es además “por nosotroslos hombres y por nuestra salvación”; es de-cir: la vida consagrada sólo tiene sentidodesde una completa oblación al Padre —mediante los consejos evangélicos de po-

     breza, castidad y obediencia— para la salva-ción integral del hombre y de todos los hom- bres.

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    Todo esto podría resumirse diciendo quela vida consagrada es una permanente y cla-ra celebración del misterio pascual. .

    I. OPCION DEFINITIVAPOR JESUCRISTO CRUCIFICADO

    y

    Vivimos, ho^egún la carne, sino según el Espíritu (Rom 8, 4-Í2).

    Con Cristo estoy crucificado: y no vivo 

     yo, sino que es Cristo quien vive en m í  (Gá 2, 19-20).

    Yo mismo fu i alcanzado por Cristo Jesús  (Flp 3, 12).

     N o hay nada nuevo en lo que voy a decir.

    Es una simple meditación sobre lo que ya to-dos conocemos y queremos vivir.Lo primero que quiero recordar es que

    la vida consagrada se defíne como un “espe-cial seguimiento de Cristo”, es decir, comoun compromiso a vivir radicalmente elEvangelio con todas sus consecuencias: fui-

    mos llamados particularmente por Cristo —no sois vosotros los que me habéis elegido a Mí, sino Yo os he elegido a vosotros, Jn 15,16— para compartir plenamente su misteriode oblación gozosa al Padre por la cruz y dedonación generosa a los hermanos. Fuimos

    llamados para vivir hondamente en Cristo —Hijo de Dios y Señor de la historia— suanonadamiento y pobreza, su desierto y susoledad, su oradón y adoración al Padre, suconstante servido a los hermanos, su des- prendimiento total y la riqueza de su amor

    virginal, su obedienda hasta la muerte de54

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    cruz y la intensidad de su amor hasta dar lavida por sus amigos. Ese será ahora nuestrocamino: necesariamente camino de crucifi

    fixión; por eso mismo, camino de resurrec-ción y dé vida, de alegría y de esperanza, ca-mino de interioridad y de servicio, de inmo-lación serena y de entrega generosa, de con-templación profunda y de presencia activa.

    Cuando decimos que la vida consagrada

    es una permanente experiencia y una sensi- ble proclamación del misterio pascual que-remos ciertamente subrayar el aspecto dealegría y de esperanza, pero queremos tam- bién marcar la idea de una verdadera comu-nión fraterna (que nace de la alianza pas-

    cual) y la exigencia de una especial configu-ración con Cristo muerto y resucitado. Pa-ra toda vida consagrada es particularmenteválida esta expresión de san Pablo: Fuimos con El sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue  

    resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rom 6, 4).

    ¿Cuáles son las exigencias de esta vidanueva en Cristo para la vida consagrada?

    Ante iodo, vivir claramente de cara al

    Padre. Es decir, saber que en definitiva loque cuenta es Dios: su voluntad adorable, larealización de su plan, la búsqueda de sugloría. Pero vivir “de cara al Padre” no sig-nifica volver la espalda al hombre que es “suimagen”. Precisamente la voluntad del Pa-dre es que no se pierda ninguno.

     Nunca fue dicho que la vida cristiana —“vivir en Cristo”— fuera fácil. Mucho me

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    nos, la vida consagrada. Pienso que hay quemarcar fuertemente tres cosas: la oración, la

    cruz, el servicio.

    La oración: una comunidad religiosa —pequeña o grande— debe ser claro testi-monio de la presencia del'Señor. Allí se rezade veras. No basta que algunos miembros —o todos— recen con relativa profundidad.

    La comunidad misma, como tal, debe seruna comunidad orante: que se abre al Padre,que enseña a orar, que comparte con otros laoración. Este es uno de los valores esencia-les: la verdadera entrega al Padre se mide por la profundidad de una oración auténti-

    ca. Hoy más que nunca es éste un criterio pa-ra juzgar sobre la autenticidad de una comu-nidad religiosa: si allí se reza en espíritu y en verdad  (Jn 4, 23). Este debe ser también uncriterio para discernir sobre la convenienciao no de una nueva fundación: la capacidad

     para que se dé una oración verdadera. Laexclusiva posibilidad de la Eucaristía coti-diana —con ser el centro y el culmen dé la vi-da consagrada y de toda la actividad apostó-lica— no basta por si sola para asegurar unclima de profundidad coqtemplativa: hace

    falta una gran pobreza interior y hambreverdadera de santidad que nos ponga “a laescucha de la Palabra de Dio§” y en plenadisponibilidad a la acción del Espíritu San-to. Una vida consagrada —radical segui-miento de Cristo orante— debe ser una con-tinua, sabrosa y transformadora “experien-cia de Dios” contemplado en sí mismo yconstantemente descubierto en los aconte

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    cimientos de la historia o en el rostro de loshermanos.

    La cruz: Si alguno quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, que tome cada día su cruz, y me siga (Mt 16, 24). La vida consa-grada es una permanente celebración de laPascua; por consiguiente, de la cruz. Unaauténtica fidelidad al Evangelio exige fuer-tes renuncias hechas con alegría: la pobreza,la obediencia, la castidad consagrada vividacomo plenitud de amor. Los jóvenes son hoy

     particularmente sensibles a las exigenciasradicales de una vocación que los compro-mete totalmente con Dios, con la Iglesia,con los hombres. No pueden soportar la me-

    diocridad de una vida religiosa que simple-mente “defienda” los valores invisibles y“asegure” la vida eterna. Comprenden la vi-da consagrada —siempre én la línea del mis-terio pascual— como úna definitiva “confi-guración a la muerte” de Cristo y una “par-

    ticipación en la potencia de su resurrec-ción”. Por eso no entienden una vida consa-grada cómoda o instalada Tampoco com- prenden una vida superficialmente asimila-da a la mentalidad secularizante del mundo.Para ellos es muy clara la. exigencia de san

    Pablo: no pretendáis conformaros a este mundo, sino renovóos interiormente en el espíritu (Rom 12,2). O la recomendación desan Juan:  No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que to

    do lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos

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     y la ostentación de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo (1 Jn 2, 1516).

    Las nuevas formas de vida consagrada o

    la renovación de las antiguas, si quieren serauténticas, tendrán que ir por el camino deuna mayor exigencia: en la pobreza, en laoración, en la caridad fraterna, en la comu-nión eclesial. Lo que verdaderamente entu-siasma a los jóvenes és la radicalidad en elseguimiento de Cristo y la vida nueva según *

    el espíritu de las Bienaventuranzas. De otramanera no se árriesgan a perderlo todo, les parece absurdo. Sólo Cristo, plenamente vi-vido en todas sus exigencias y asimiladofuertemente en la cruz, puede llenar “el ham- bre y la sed de justicia” de sus corazones ge-

    nerosos. Hay en la Iglesia de hoy una evi-dente manifestación del Espíritu Santo quenos llama a vivir más en pobreza real (des- pojándonos de muchas cosas que nos pare-cían necesarias o convenientes), a buscarmomentos fuertes de desierto y de oración, aformar comunidades verdaderas.

    Pero no siempre lamentablemente es así.Hay muchos casos, todavía, de improvisa-ción y de inmadurez, de evasión y de aventu-ra, de pérdida de identidad religiosa o de os-curecimiento del carisma específico. Se havaciado la vida consagrada del misterio de

    “la cruz de Cristo”. Es otro modo de padecer“el escándalo de la cruz”. En ese caso ya de-

     jamos de ser “testigos de la resurrección” delSeñor. La vida consagrada ya deja de mani-festar claramente el Reino de Dios y pierdesu condición de “signo de la verticalidad” en

    la Iglesia (Juan Pablo II) y su eficacia profé58

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    tica. Cuando la vida consagrada no se cen-tra en “Jesucristo crucificado” —es decir, en

    el misterio de su muerte y su resurrección—deja de ser signo de lo Absoluto de Diosy dela santidad de la Iglesia. Deja de ser anuncioy profecía.

    El servicio: en la línea de Cristo —“el

    servidor de lavé” cada consagrado siénteque ha sido llamado, consagrado y enviado,“no para ser servido, sino para servir y darsu vida como rescate por todos”. Se trata,ante todo, de su absoluta disponibilidad al

     plan del Padre: “heme aquí que vengo para

    hacer tu voluntad”. Cada momento de su vi-da tiene que ser una búsqueda de la voluntaddel Padre y una respuesta generosa y fiel:“Señor, ¿qué quieres que haga?”.

    El servicio del Padre es una ofrenda li-túrgica: Os exhorto, pues, hermanos, por la 

    misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como víctimaviva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Rom 12, 1). Toda una vida ofrecida defini-tivamente al Padre para su gloria (Ef 1, 6) y

     para la vida del mundo  (Jn 6, 51).

    El servicio a los hermanos exige funda-mentalmente tres cosas:

     — profundidad contemplativa para des-cubrir enseguida las necesidades más urgen-tes;

     — sentido de solidaridad y capacidadinagotable de entrega; — unidad interior para comunicar a los

    hermanos la salvación integral: con la pala

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     bra y el gesto, con la atención inmediata y ladonación de la vida eterna.

    En esta línea de servicio hay que ubicarel amor preferencial por los más pobres y ne  \  cesitados. Decimos “preferencial” porque  jno se trata de excluir a nadie de nuestro ser-vicio de caridad. Com'oi'Gristo que dio su vi ida como rescate por todos, pero fue ungido |

     por el Espíritu y enviado por el Padre a % anunciar la Alegre Noticia a los pobres. Laseñal de su venida es, precisamente, esa: que

    “los pobres son evangelizados”. La evangelización de los pobres exige de nosotros trescosas:

     — que comprendamos quiénes son los

     pobres; — que nos hagamos solidarios de ellos,

    que los amemos y aprendamos de ellos elhambre del Reino y a ser verdaderamente pobres;

     — que les entreguemos a Jesucristo el

    Salvador, el Diosconnosotros, el Príncipede la Paz, el Maestro del Amor, el Caminode la reconciliación, la vida en su plenitud:tiempo y eternidad.

    II. EN LA COMUNION ECLESIAL

     Hay diversidad de carismas, pero el Es píritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo  Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Es

     píritu para provecho común (1 Co 12,47).

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    Al mundo secular le im pacta—si es he-cha en plena fidelidad al Espíritu Santo— la

    clara opción personal por Jesucristo crucifi-cado. Pero le impacta, sobre todo, el testi-monio de fe de una comunidad que vive

     —en la diversidad de dones, de servicios y deactividades— la unidad del Espíritu. Todos hemos bebido de un solo Espíritu (1 Co 12,13).

    Esto implica tres cosas: — clara conciencia de la unidad del Pue-

     blo de Dios:Todos los miembros — Pastores, laicos y  

    religiosos— participan cada uno a su manera de la naturaleza sacramental déla Iglesia: igualmente cada uno, desde su propio puesto, debe ser signo e instrumento tanto de la unión con Dios cuánto de la salvación delmundo. Para todos, en efecto, existe el doble aspecto de la vocacióri: a la santidad y al apostolado  (MR 4).

     — fidelidad a su ser especifico, a su pro* pia identidad.

    Para los religiosos, se tra ta de un parti-cular “seguimiento de Cristo” mediante la profesión pública de los consejos evangéli-cos de castidad, pobreza y obediencia. La vida religiosa es un modo especial departicii- 

     par en la naturaleza sacramental del Pueblo de Dios (MR 10). Dentro de esta fidelidadcomún a su ser de consagrados, hay una ur-gencia específica de fidelidadal propio Insti-

    tuto.  Es necesario por to mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera

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    que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos, sin tener sufi

    cientemente en cuenta el modo de actuar   propio de su índole, se insertan en la vida de  jla Iglesia de manera vaga y ambigua (MR  \11). , i

     — sentido explícftd de la comunión or-gánica del Pueblo de Dios:

    comunión que no es exclusivamente es piritual, sino al mismo tiempo jerárquica, esdecir, que nace de una particular efusión delEspíritu Santo, pero deriva de CristoCabe-za y se traduce en una especial referencia alos Pastores que son, en la Iglesia, principiode comunión y de animación (MR 5).

    Quiero insistir en dos aspectos de la co-munión eclesial: la fidelidad de los religiosos |y la responsabilidad de los Pastores: ¡

    a) Fidelidad de los religiosos: a su cans-ina fundacional, en el interior de una Iglesia

     particular, en el contexto de un mundo concreto que espera su presencia, su testimonio, su profería. Es preciso ahondar en lo propioy específico, pero al mismo tiempo atendera las necesidades de las Iglesias particularesy a las exigencias del momento histórico enque se vive. Esto llevará a los religiosos a inseriarse en la vida de la Iglesia local, perosiempre desde su carisma específico. Se perdería la riqueza del Espíritu en la comunióneclesial si, ante determinadas urgencias pas-torales, los religiosos tuvieran que renunciara su carisma. Resultaría inútil el carisma sino fuera generosamente ofrecido al Señoren la experiencia de la comunión eclesial;

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    b) Responsabilidad de los Pastores: lestoca a ellos, como maestros de la fe y administradores de la gracia

     (LG 25 y 26), anirmar la vida de los religiosos —no sólo su ac-tividad pastoral— y la fidelidad a su propiocarisma. Es el ser religioso lo que cuenta, an-tes que su quehacer o su tarea apostólica. Es preciso insistir mucho sobre esto, no sea quela urgencia o la inmediatez de una actividad

     pastoral lleve a. “extinguir el espíritu”. Todos los Pastores, no echando en olvido la admonición apostólica de estar entre los fieles a ellos confiados, no en calidad de dominadores, sino haciéndose modelos de la grey (1 P5, 3), serán justamente conscientes déla 

     primacía de la vida eñ el Espíritu que exige de ellos ser, a la vez, guías y miembros, verdaderos  padres  pero también  hermanos,maestros de la fe pero, ante todo, condiscí-

     pulos ante Cristo,  perfeccionadores ciertamente de susfieles, pero también verdaderos 

    testigos de su santificación personal (MR 9).Cuando se habla de “la vida consagradaen la comunión eclesial” es preciso insistir enlo siguiente: en la dimensión esencialmenteeclesial de la vida consagrada.La vida con-sagrada no tiene sentido sino en el interior

    de la Iglesia. Lo decimos muchas veces, peronos cuesta luego asumirlo en la práctica: an! tes es la Iglesia que el propio Instituto; de| aquí la concreta preocupación por la Iglesia

     particular que constituye él espacio histórico en el ,cual una vocación se expresa real

    mente y realiza su tarea apostólica (MR 23,i d). Es fácil hablar sobre “el misterio” de laIglesia o sobre el servicio a la Iglesia “univer

    63

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    sal”; pero cuándo Cristo se hace presente enesta Iglesia determinada, aquí y ahora, la

    opción por sus necesidades y su cruz se hacemás difícil.

    Para terminar este punto de la “comu-nión eclesial” quisiera simplemente destacarcómo se relacioná directamente con el mis-terio pascual de la muerte y resurrección del.

    Señor. Así entenderemos más claramentecómo la vida consagrada es una permanentecelebración de la Pascua.

    El misterio pascual es, ante todo, un mis-terio de Alianza y comunión. Por él y en él elPadre nos reconcilia consigo en Cristo y nos

    hace un solo Pueblo, un solo Hombre nue-vo. El fruto primero del misterio pascual esel Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5, 5) y mediante el cual experimenta-mos en nuestros corazones el amor de Diosque hace inquebrantable nuestra esperanza.

    Vivir la comunión eclesial con generosi-dad y alegría: es el mejor testimonio de fe pa-ra un mundo secular. Pero no es fácil: exigeuna continua renuncia a sí mismo y unamuerte. Como la de Cristo en la cruz: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, que

    da solo; pero si muere, produce mucho fruto  (Jn 12, 24).

    III. PARA LA SALVACION INTEGRALDEL HOMBRE

     E l Hijo del hombre no ha venido a ser  servido, sino a servir y a dar su vida co

    mo rescáte por muchos (Mt 20, 28)

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     M ira que hago un mundo nuevo  (Ap21,5). '

    Es precisamente el fruto de la Páscua: lacreación del hombre nuevo en Cristo por elEspíritu, la iniciación por Cristo de un mun-do nuevo.

    Optar por la vida consagrada no es optar por. la seguridad personal o el servicio pro-

     pio: es optar por Jesucristo crucificado, énla comunión eclesial para la salvación inte-gral del hombre y de todos los hombres.“Non sibi vivat, sed Deo”. La vida consagra-da nos hace testigos luminosos y claros de

    ' dos realidades fundamentales: }o interior ylo definitivo del hombre. También nos hacetestigos valientes de “la sabiduría y potenciade la cruz”, es decir, de lo absurdo y lo impo-sible humano, testigos y constructores deuna comunión eclesial y humana,

    Se nos exige un testimonio claro y visibledel Reino: que lo puedan comprender, sobre

    todo, los más simples y los pobres. Un testi-monio activo: que no se reduzca a “mos-trar” al Señor, sino a “comunicarlo”, que nosea una mera invitación a un mundo nuevo,sino un valiente compromiso a realizarlo.La vida consajgrada tiene una particular

    fuerza profética; pero esta profecía no es u isimple anuncio; es esencialmente la trans-misión de una Presencia: Cristo, el Señor re-sucitado, el Hombre Nuevo. P or eso el testi-monio no se reduce a la Palabra.

    Podríamos recordar aquí las palabras de

    Pablo VI: ¿Qué es de la Iglesia, diez años después del Concilio?¿Está anclada en elco-

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    razón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpelar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios 

     Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más efi-. 

    caz el testimonio común, con. el fin de que el mundo crea? Todos nosotros somos responsables de las respuestas que puedan darse a estos interrogantes (EN 76).

    La vida consagrada es un signo de lo Ab-soluto de Dios, una invitación a los valores

    esenciales, a la vida definitiva. Pero es unsigno fácilmente legible para las almas po- bres, hambrientas de verdad'y de transpa-rencia. Está insertada en el mundo —locomprende, lo ama, lo asume en su soledady en su trsiteza, en su búsqueda de Dios y suesperanza— pero es esencialmente distintadel mundo. Quizás lleve las huellas dé su do-lor, de su miseria y su pecado, pero está he-cha para superarlo todo en Cristo.

    Su vocación específica le obliga a viviruna constante y tremenda contradicción: to-mar distancia del mundo y elegir comomorada y lugar de encuentro e l desierto, pe-ro al mismo tiempo salir a la plaza y a la ca-lle para buscar al hombre, para escucharlo,

     para salvarlo. Hay momentos en que la úni-ca manera de comprender su grito es subirsea la montaña, o el único modo de sanar sumiseria es separarse de la multitud que lo ro

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    dea. Así hizo Cristo. Así también nosotros..Pero es cierto que no podremos vivir con

    alegría nuestra vida consagrada si no esta-

    mos convencidos de estas tres cosas: — que el Sefior nos llamó privilegiada-

    mente por amor para ser testigos de su Pas-cua: eso configura nuestro estilo de vida sen-cillo y pobre, marcado por la alegría serenay la esperanza inquebrantable;

     — que nuestra vida no tiene sentido si node cara a Dios: olvido total de nosotros mis-mos, búsqueda de la gloria del Padre, reali-zación de su voluntad. Vida oculta con Cristo en Dios  (Col 3, 3).

     — que esto no se puede vivir sino e