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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 1 Capítulo 3. Mark Rothko: Verde sobre morado (1961) EL ESPACIO TRASCENDIDO Mark Rothko, Verde sobre morado (1961) Los cuadros de la llamada época clásica de Mark Rothko (1949-1970) son "cuadros para meditar". Cuando me pongo delante de uno de ellos, independientemente del nivel sonoro que haya en la sala del museo, la obra me remite inmediatamente al silencio. Luego puedo escuchar, provenientes del cuadro, algunos murmullos o rumores, como si fuesen mantras. Estos cuadros, y especialmente el que nos ocupa, se prestan a ser comparados con mandalas, al menos provisionalmente. Los mandalas son composiciones de simetría central, mientras que este cuadro, como casi todos los de esta época de Rothko, parecen tener simetría con respecto al eje vertical del cuadro. Más adelante veremos que sólo lo parece. Los mandalas son representaciones cosmogónicas, es decir, que simbolizan el universo; los cuadros de Rothko no tanto, pero sí sumergen al espectador en un espacio de dimensiones inabarcables. No importa que el cuadro tenga unas dimensiones concretas _normalmente grandes_, pues una vez que se entra en él, la sensación es de inmensidad. A su vez, esa sensación nos acerca a lo sublime. Se podría decir que Rothko actualiza en abstracto lo que Friedrich representaba en figurativo (Cap. II. 6). Por así decirlo, lo que Rothko pinta es la abstracción de la inmensidad del espacio y esto hace que su pintura transmita algo de espiritual. Rothko fue coetáneo de la generación beatnik, aunque Mark Rothko, Verde sobre morado (1961) Madrid, Museo Thyssen- Bornemisza Fig. IV.3.1 Sala en el museo de la Phillips Collection dedicada a exhibir las cuatro obras que le comprí a Rothko en 1960 (Washington D. C.) Fig. IV.3.2 Mark Rothko, Murales para la capilla ecuménica en Houston, Texas (1967-1969)

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 1

Capítulo 3. Mark Rothko: Verde sobre morado (1961)

EL ESPACIO TRASCENDIDO

Mark Rothko, Verde sobre morado (1961)

Los cuadros de la llamada época clásica de Mark Rothko

(1949-1970) son "cuadros para meditar". Cuando me

pongo delante de uno de ellos, independientemente del

nivel sonoro que haya en la sala del museo, la obra me

remite inmediatamente al silencio. Luego puedo

escuchar, provenientes del cuadro, algunos murmullos o

rumores, como si fuesen mantras. Estos cuadros, y

especialmente el que nos ocupa, se prestan a ser

comparados con mandalas, al menos provisionalmente.

Los mandalas son composiciones de simetría central,

mientras que este cuadro, como casi todos los de esta

época de Rothko, parecen tener simetría con respecto al

eje vertical del cuadro. Más adelante veremos que sólo lo

parece. Los mandalas son representaciones

cosmogónicas, es decir, que simbolizan el universo; los

cuadros de Rothko no tanto, pero sí sumergen al

espectador en un espacio de dimensiones inabarcables.

No importa que el cuadro tenga unas dimensiones

concretas _normalmente grandes_, pues una vez que se

entra en él, la sensación es de inmensidad. A su vez, esa

sensación nos acerca a lo sublime. Se podría decir que

Rothko actualiza en abstracto lo que Friedrich

representaba en figurativo (Cap. II. 6). Por así decirlo, lo

que Rothko pinta es la abstracción de la inmensidad del

espacio y esto hace que su pintura transmita algo de

espiritual.

Rothko fue coetáneo de la generación beatnik, aunque

Mark Rothko,

Verde sobre morado (1961)

Madrid, Museo Thyssen-

Bornemisza

Fig. IV.3.1

Sala en el museo de la Phillips

Collection dedicada a exhibir

las cuatro obras que le comprí a

Rothko en 1960 (Washington D.

C.)

Fig. IV.3.2

Mark Rothko,

Murales para la capilla

ecuménica en Houston, Texas

(1967-1969)

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 2

no parece haber tenido relación con ninguno de sus

componentes. Lo que llevó a esta generación y en

especial a Alan Watts a dar a conocer en Occidente la

espiritualidad oriental, fundamentalmente el budismo zen,

que da gran importancia a la noción de vacío, era algo

que estaba en el ambiente, el mismo ambiente en que se

desenvolvía la obra de Rothko.

A esa sensación de inmensidad transmitida por los

cuadros de Rothko contribuyen varias cosas. Para

empezar el gran tamaño de la obra que, como el propio

artista decía, pretende contener o envolver al espectador,

pero dentro de una escala "íntima y humana". Luego está

el hecho de que los cuadros no tengan marco y que sea

el propio lienzo, pintado con el color del fondo, el que

forre el bastidor y termine el cuadro en sus bordes. Esto

los convierte en espacios autónomos logrando así

potenciar sus valores y acercar la obra al espectador.

En el caso de este cuadro, el fondo, uniforme en

apariencia, aunque lleno de vibraciones, y el rectángulo

verde, también vibrante, que flota en el espacio, como

suspendido en el tiempo, crean una sensación espacial

de tensa calma que no se sabe dónde empieza ni donde

acaba. De esta forma tan simple representa Rothko la

inmensidad. Es algo así como que el instante _el aquí y

ahora_ es la expresión más clara de la eternidad. El que

no haya nada más que color, pues la forma interviene lo

mínimo, remite a la inmensidad del vacío.

Es muy interesante constatar que lo que bien podría ser

como una ventana (verde) que se abre en una pared

(marrón), en absoluto da esa impresión. Pero tampoco el

rectángulo verde es una pantalla. No, es un espacio

Fig. IV.3.3

Esquema infográfico con el

trazado de diagonales y ejes en

Verde sobre marrón (1961) de

Mark Rothko

Fig. IV.3.4

Mark Rothko,

Murales para el restaurante Four

Seasons, situado en el Seagram

Building, en la Park Avenue de

Nueva York

Londres, Tate Gallery

Fig. IV.3.5

Mark Rothko,

Sin título (1962)

Stuttgart, Staatsgalerie

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 3

independiente del fondo, aunque en él suspendido, que

tiene su propia "profundidad", igual que el fondo. Pero

esta profundidad, en ambos casos, no está señalada por

ningún escorzo, por ninguna fuga, no tiene términos. Es

la profundidad misma del color, de su vibración,

subrayada por los intermitentes claros y oscuros que

Rothko ha producido en ambas superficies,

especialmente en la de color verde.

El espectador puede hacerse la siguiente pregunta

delante de este cuadro: el rectángulo verde ¿está delante

o detrás del rectángulo del fondo, es decir, del plano del

lienzo? Dicho de otra manera ¿se trata de un plano que

figura estar situado por delante del fondo o, por el

contrario, es un espacio que figura abrirse más allá de

éste?

No sé qué se contestarán los que se hagan esta

pregunta, pero yo puedo decir que si la he formulado es

porque la respuesta está muy clara para mí: ni una cosa

ni otra. En efecto, ni delante ni detrás del plano del

lienzo. El rectángulo verde no se viene hacia mí dejando

atrás el fondo _en todo caso se me vienen los dos

encima a la vez_ y tampoco puedo ver más allá de éste a

través de aquél. Pero curiosamente tampoco esta situado

el rectángulo verde en el mismo plano del fondo. Éste es,

para mí, el mayor logro de Rothko en este cuadro[1].

Para Rothko era muy importante la relación que se

establecía entre la obra y el espectador. En 1954 pidió

que sus pinturas más grandes se instalaran "de tal

manera que tuviesen que ser contempladas desde muy

cerca, de manera que la primera experiencia sea estar

dentro del cuadro. Esto puede muy bien dar al

Fig. IV.3.6

Mark Rothko,

Sin título (Rojo sobre marrón)

(1967)

New Hampshire, Currier

Museum of Art

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 4

observador la clave de la relación ideal entre él mismo y

el resto de los cuadros. También cuelgo los cuadros más

bien bajos que altos, y, especialmente en el caso de los

más grandes, con frecuencia tan cerca del suelo como

sea posible, pues ésta es la forma en que están pintados.

Por último puede valer la pena intentar colgar alguno al

otro lado de un fragmento de pared, porque alguno de los

cuadros quedan muy bien en un espacio confinado".

Es evidente que Rothko pretendía que el espectador de

sus cuadros sintiera esa sensación de inmensidad

espacial en la que seguramente él mismo se sumergía

mientras los pintaba.

La relación del espectador con la obra era un tema

común a los pintores del Colour Field Painting, como se

conocía al grupo formado por Mark Rothko, Robert W.

Newmann, Clyfford Still y Adolph Gottlieb. Recuérdese

que Theo van Doesburg trató este tema en profundidad

(cap. III. 6).

Para propiciar esta experiencia en el espectador, Rothko

solía intervenir en sus exposiciones, decidía la manera de

colgar e iluminar los cuadros, tanto en las galerías para

las que trabajó como en otras salas y museos, lo que dio

lugar a no pocos roces con los responsables de las

exposiciones.

"Muchos críticos están de acuerdo en que la mejor luz

para ver los cuadros de Rothko es la luz del día, ya que

él los pintó con luz natural. Según Ann Eden Gibson, la

luz artificial filtra algunos de los colores y perjudica la

vitalidad de la tela, reduciéndola a poco más que una

superficie agradablemente coloreada. Gibson piensa que

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 5

cometieron un error imperdonable al emplear luz artificial

para iluminar estos cuadros en la exposición de París en

1972"[2]. El criterio de Gibson no se compadece con la

actuación de Rothko en su exposición en el Museum of

Modern Art de Nueva York en 1952, donde "exigió que

pusieran una fuente luminosa deslumbradora en medio

de la sala"[3]. Por otra parte el criterio de Rothko sobre la

iluminación de sus cuadros parecía variar, ya que se

sabe que cuando empezó a trabajar con el galerista

Sydney Janis en 1955 "Rothko exigía una luz tenue que

aportara un carácter misterioso a sus pinturas, pero Janis

consideraba que una galería sombría resultaba

desconsoladora"[4].

La instalación del cuadro en el Museo Thyssen-

Bornemisza parece acorde con los deseos del artista, a

expensas de averiguar qué tipo de iluminación hubiera

preferido Rothko en este caso.

Donde sí parece que Rothko consiguió ver realizado su

afán de conseguir una relación total entre su obra y el

espectador que supusiera una confrontación absoluta,

implicando tanto a su cuerpo como a su espíritu, fue en la

sala que la Phillips Collection dedicó en 1960 a Rothko

en su Museo para exhibir las cuatro obras que le compró

(Fig. IV.3.1).

Rothko amaba la música, es más, la necesitaba. Mientras

pintaba, escuchaba preferiblemente a Mozart. Desde

luego la música del periodo clásico expresa a su manera

la inmensidad del espacio (cap. II. 5), lo que no impide

que, como ya dije, el espacio de esta obra de Rothko me

remita en primera instancia al silencio.

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 6

El color es el protagonista de la obra de Rothko a partir

de finales de los años cuarenta, pero no parece que él

estuviera muy de acuerdo con esta idea. He aquí lo que

declaró a Selden Rodman en una entrevista: "Por lo

demás, puede aclarar otra cosa: no soy un artista

abstracto... No me interesa la relación entre color y forma

ni nada por el estilo. Sólo me interesa expresar las

emociones humanas más elementales. La tragedia, el

éxtasis, la fatalidad del destino y cosas así. El hecho de

que muchas personas se desmoronen y lloren al verse

confrontadas con mis cuadros demuestra que consigo

expresar este tipo de emociones humanas elementales...

La gente que llora ante mis cuadros vive la misma

experiencia religiosa que yo sentó al pintarlos. Y si usted,

tal como ha dicho, sólo se siente atraído por sus

relaciones de color, entonces se le escapa lo decisivo"[5].

Este cuadro del Museo Thyssen-Bornemisza ofrece unos

colores más apagados de los que el artista solía poner en

sus cuadros a partir de 1948, pues en la fecha que lo

pintó ya había entrado en el estado depresivo que le llevó

al suicidio en 1970. Su última obra, los murales para la

capilla ecuménica en Houston, Texas (1967-1969), está

realizada en negro, marrón oscuro y rojo sombrío (Fig.

IV.3.2).

En una conferencia en el Pratt Institute, Rothko dijo que

"desde el Renacimiento, los cuadros pequeños son como

novelas; los cuadros grandes son como dramas en los

que uno participa de forma directa". Supongo que, al

decir esto, Rothko tenía en mente el ut pictura poesis de

Horacio, aunque lo estaba aplicando de forma

evolucionada, ya que estaba equiparando el género

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 7

literario a la escala del cuadro. Pero ¿a qué dramas se

refería Rothko en relación con su obra? Porque

evidentemente estaba hablando sobre todo de sus

cuadros, que eran, en general, más bien grandes.

A finales de los años cuarenta, Rothko publicó un texto

en el periódico Possibilities, en el que planteaba lo que

iba a ser su pintura definitiva. Vale la pena transcribir

algunos fragmentos.

"Yo veo mis cuadros como si fueran dramas: las formas

son los protagonistas. Los cuadros nacieron de la

necesidad de encontrar un grupo de actores capaces de

evolucionar con soltura y de moverse sin dificultad".

"No se puede prever ni describir de antemano la acción ni

los actores. Todo empieza como una aventura

desconocida en un espacio desconocido. Sólo en el

momento de acabar, en una lumbrarada de conciencia,

se les reconoce la cantidad y la función previstas".

También decía que estas formas, estos actores,

elementos únicos en una situación única, dotados de

voluntad y de la necesidad apasionada de afirmarse,

evolucionan con libertad interior y "no van unidas a

ninguna experiencia visible dada, pero se reconoce en

ellas el principio y la vitalidad de los organismos".

Y más adelante:

"La identidad familiar [6] de las cosas tiene que

pulverizarse de tal manera que destruya las asociaciones

preestablecidas [7], con cuya ayuda nuestra sociedad

entierra cada vez más todos los aspectos de lo que nos

rodea. Sin monstruos y sin dioses el arte no puede

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 8

representar nuestro drama: los momentos más intensos

del arte expresan esa frustración. Cuando se

abandonaron como supersticiones insostenibles, el arte

se hundió en la melancolía. Como afecciona lo oscuro, ha

envuelto su objetivo en sugestiones nostálgicas de un

mundo a media luz. Para mí, las grandes realizaciones

de los siglos en las que el artista se inspiró en lo

verosímil y lo familiar, son los cuadros de la figura

humana, sola, aislada en un momento de inmovilidad

absoluta".

"Pero la figura solitaria no podía hacer ni un solo ademán

con los brazos que pudiera indicar su inquietud ante la

muerte y su apetito insaciable por la experiencia de

ubicuidad frente a esa realidad. Tampoco podía vencerse

la soledad. Por coincidencia, varias soledades podían

juntarse en las playas, en las calles y en los parques y

formar así un "cuadro viviente" de la incomunicabilidad

entre los hombres".

"Creo que el problema no está en ser abstracto o

figurativo. Lo que hay que hacer es ponerle fin a ese

silencio y a esa soledad, respirar y extender los brazos

de nuevo"[8].

Este texto no sólo nos permite acercarnos a los cuadros

de Rothko con mayor conocimiento del drama que

representan, sino que es uno de los análisis más lúcidos

del hombre de mediados del siglo XX y de su relación

con el arte más auténtico.

Al leer estas líneas no puedo por menos que acordarme

de Samuel Beckett, principalmente en dos de sus obras

dramáticas: Esperando a Godot y Días felices. El drama

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 9

del hombre que espera inútilmente a Dios, que se junta

con otros para escenificar la insuperable

incomunicabilidad que le aqueja, que en ocasiones está

semienterrado, casi sin poder moverse, haciendo como si

no ocurriese nada, mientras la arena le sigue cubriendo

para acabar enterrado del todo. Estas obras de Beckett

se estrenaron en 1952 y 1957, los mismos años en que

Rothko pintara estos cuadros sobre las bases declaradas

en el texto citado.

Los cuadros de Rothko son, pues, escenarios en los que

tiene lugar el terrible drama que supone el mero hecho de

existir en aquellos años. Es el drama de su autor, pero es

un drama común a muchos millones de personas.

Por otra parte, los cuadros de Rothko preludian o se

hacen eco del "espacio" que Peter Brook propugnaría en

su famoso libro, El espacio vacío escrito en 1968, en el

que recoge sus experiencias como director de teatro

desde 1947[9]. Rothko trabajó como actor en un grupo de

teatro en 1924 y también tuvo alguna experiencia como

pintor de decorados[10]. Una lectura que le influyó mucho

fue El origen de la tragedia de Niestzche, lo que, sin

duda, ayudó a su entendimiento del arte como drama.

Rothko también decía que "el arte es para mí una

anécdota del espíritu y el único medio de concretar el

propósito de su variada viveza y quietud". Propugnaba

que huir de la representación permitía mayor claridad, "la

eliminación de todos los obstáculos entre el pintor y la

idea y entre la idea y el observador". Ponía como

ejemplos de tales obstáculos la memoria, la historia y la

geometría.

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 10

Establecía así Rothko el carácter abstracto, espiritual e

inmediato que su pintura tendría a partir de ese

momento. En cierto modo su obra supone, tanto a nivel

teórico como práctico, la culminación del camino de la

abstracción y la no-objetividad emprendido a principios

del siglo xx por Kazimir Malévich y Wassily Kandinsky, y

continuado luego por El Lissitzky, Piet Mondrian y Theo

van Doesburg, entre otros. Esto a pesar de que Rothko

no se considerase a sí mismo un pintor abstracto.

Salvando el hecho de que los cuadros de Rothko se

basan en figuras geométricas simples ¿rectángulos?, se

puede decir que sí parece que haya huido

conscientemente de algunos aspectos de la geometría.

Así, los lados de sus rectángulos no son líneas perfectas,

sino los bordes difusos de las manchas de color, y los

rectángulos, aunque parezca que sí, en realidad no

tienen un eje horizontal común, como ocurre en el cuadro

que nos ocupa, en el que además las diagonales del

lienzo y las del rectángulo verde "casi" forman un ángulo

recto, pero sólo "casi" (Fig. IV.3.3).

La consagración de Rothko en los Estados Unidos de

América tuvo lugar en 1952 cuando fue invitado a

participar en la exposición 15 Americans en el Museum of

Modern Art de Nueva York, comisariada por Dorothy

Miller, pues la exposición reconocía el arte abstracto

desarrollado por Rothko y sus amigos Clyfford Still,

Jackson Pollock o William Baziotes como "la tendencia

dominante en la pintura norteamericana de mediados del

siglo" [11].

A mediados del año 1958, Rothko recibió el encargo de

"decorar" un restaurante en el Seagram Building de

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 11

Nueva York, diseñado por Mies van der Rohe y Philip

Johnson por unos honorarios muy cuantiosos. Para ello

realizó tres series de murales de gran tamaño

compuestos por unas cuarenta obras, que pintó a partir

de unos bocetos previos. En vez de hacer particiones

horizontales en los cuadros, como solía, las hizo

verticales para adaptarse al espacio dado; era la primera

vez que hacía un trabajo de estas características. Por

esas fechas la paleta de Rothko se había oscurecido y

utilizó el rojo, el marrón, el castaño y el negro (Fig.

IV.3.4). Según confesó, había aceptado este encargo

porque esperaba "pintar algo que quitara el apetito a

cualquier miserable que comiera en esas salas. Que el

restaurante se negara a exhibir mis murales sería el

mejor cumplido que podrían hacerme. Pero no lo harán.

La gente lo aguanta todo". También dijo que se había

inspirado en el diseño de las paredes laterales de la

escalera que Miguel Ángel realizó en la Biblioteca

Laurenciana, pues "Este espacio provoca la sensación

exacta que buscaba, el visitante tiene la sensación de

estar encerrado en un espacio cuyas puertas y ventanas

están tapiadas"[12]. Parece que Rothko estaba

empeñado en someter a los clientes del restaurante a

una experiencia similar a la que padecen los

protagonistas de El Ángel exterminador de Luis Buñuel

[13].

Lo interesante de esta historia es que eso nunca llegó a

suceder, ya que a su vuelta de Europa Rothko fue una

noche a cenar con su mujer al restaurante y "se sintió tan

horrorizado por su pretencioso ambiente que allá mismo

decidió abandonar el proyecto de los murales"[14 ]. Bien

es verdad que Rothko por esas fechas disponía de una

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 12

economía que le permitía darse "ese lujo", pero aún así

su decisión dice mucho de su integridad como artista y

del valor que daba a su propia obra.

En sus memorias, el coleccionista Ben Heller da la

impresión de haber captado algo de lo que Rothko se

proponía con su obra: "¿Cómo era capaz de activar la

relación entre cuadro y espectador con una cantidad tan

pequeña de variaciones, unas conversaciones tan

personales, directas e íntimas como la música de

cámara? Con las escasas combinaciones de una paleta

de colores fríos y cálidos, claros y oscuros, brillantes y

mortecinos, resplandecientes y apagados, jubilosos y

tristes, tranquilos y apasionados, ¿cómo era capaz de

despertar sentimientos que reflejaran la amplitud, la

diversidad, el dramatismo, la profundidad y el amplio

espectro de la música de orquesta que tanto apreciaba?

¿Quién puede responder a este tipo de preguntas? Sólo

los propios cuadros... y cada espectador"[15].

Entre lo sombrío de los cuadros de sus últimos años, que

nos pueden evocar alguna de las sinfonías de

Sostakovich como el cuadro Sin título (1962), que se

encuentra en la Staatsgalerie en Stuttgart(Fig. IV.3.5),

brotó algún cuadro de aire más alegre, que permite

recordar la música de Mozart, como en aquel otro cuadro

Sin título (Rojo sobre marrón) (1967), que pertenece al

Currier Museum of Art en New Hampshire (Fig. IV.3.6).

[1] Respecto a cómo los cuadros de Rothko no permiten que la mirada del espectador los atraviese véase Navarro de Zuvillaga 2000, p. 89.

[2] Boissef, 1979, p. 11.

[3] Boissef, 1979, p. 11.

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 13

[4] Baal-Teshuva 2003, p. 50.

[5] Baal-Teshuva 2003, p. 57.

[6] Familiar en el sentido de conocida.

[7] He modificado esta expresión, que no me parecía estar muy bien traducida.

[8] Guadalimar, año 4, n. 42, 1979, p. 12.

[9] Brook 1973

[10] Gage 1993, p. 267.

[11] Baal-Teshuva 2003, p. 49.

[12] Baal-Teshuva 2003, pp. 61-62.

[13] Con esto conjuraba la posible contradicción de este trabajo con su declaración de quince años atrás en la que se manifestaba en contra de interpretar el arte como decoración en el manifiesto que firmó junto con Gottlieb y que publicaron en el Sunday New York Times en junio de 1943.

[14] Baal-Teshuya 2003, p. 63.

[15] Baal-Teshuya 2003, p. 63.

Bibliografía

Baal-Teshuva, Jacob: Mark Rothko 1903-1970. Cuadros como dramas. Colonia, Taschen, 2003.

Boissef, J.: "Técnica de Rothko" en Guadalimar, año 4, n. 42. Madrid, mayo de 1979.

Gage, John, Color y cultura, Madrid, Siruela, 1993.

López-Remiro, Miguel: Mark Rothko. Escritos sobre arte (1934-1969). Madrid, Paidós, 2007.

Martí Arís, Carlos: Silencios elocuentes. Barcelona, Universidad Politécnica de

Cataluña, 1999.

Navarro de Zuvillaga, Javier: Mirando a través. La perspectiva en las artes. Barcelona, Serbal, 2000.

Golding, John: Caminos a lo absoluto: Mondrian, Malevich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko y Still. Madrid, Turner México, Fondo de Cultura Económica, 2003.

Catálogo de la exposición Mark Rothko. Madrid, Fundación Juan March, 9 de mayo-

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Itinerarios artísticos / La representación del espacio / Itinerario IV.3 14

2 de julio, 2000.