capítulo viii desarrollo de los pueblos. ecología y medio ambiente

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Capítulo VIII DESARROLLO DE LOS PUEBLOS. ECOLOGÍA Y MEDIO AMBIENTE En el siglo XIX y principios del XX la cuestión social estaba centrada en Europa y América del Norte, pero desde hace varias décadas la cuestión se ha hecho mundial. El problema ya no se limita a las relaciones entre obreros y patronos, sino que se extiende a países y aun a continentes. Ya en 1961, Juan XXIII alertaba en la encíclica Mater et Magistra de que «el problema tal vez mayor en nuestros días es el que arañe a las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente desarrolladas y las que están en vías de desarrollo económico: las primeras gozan de una vida cómoda; las segundas en cambio, padecen una durísima estrechez» 1 . Seis años después, su sucesor, el Papa Pablo VI, escribía la encíclica Populorun progressio dedicada al desarrollo de los pueblos. En ella, señalaba diversos condicionantes que a menudo se trasforman en obstáculos para el desarrollo 2 y al mismo tiempo exponía la concepción cristiana de desarrollo 3 e indicaba un conjunto de directrices de acción 4 . En 1987, Juan Pablo II revisaba la situación del desarrollo y ampliaba la doctrina de la Iglesia sobre este tema en la encíclica Sollicitudo reí socialis. En este documento, el Romano Pontífice señala algunos signos de esperanza en el desarrollo de los pueblos. Entre ellos, una creciente sensibilidad de la dignidad y de los derechos humanos, la experiencia de algunos países emergentes del subdesarrollo y una mayor sensibilidad por la solidaridad. Sin embargo, junto a estas luces, hay algunas sombras preocupantes 5 . Juan Pablo II pone de relieve que las relaciones internacionales se desenvuelven cada vez más en un marco global en el que hay múltiples interdependencias. Esta dependencia de unos y otros reclama solidaridad, pero ésta es aún pequeña y, en muchas personas y países, casi inexistente. Por otra parte, hay un abismo cada vez mayor entre unos pocos 1 MM 222. 2 Ver PP 6-11. 3 Ver PP 12-21. 4 Ver PP 22-87. 5 Ver SRS, partes I y II. 1

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Captulo VIII

Captulo VIII

DESARROLLO DE LOS PUEBLOS. ECOLOGA Y MEDIO AMBIENTE

En el siglo XIX y principios del XX la cuestin social estaba centrada en Europa y Amrica del Norte, pero desde hace varias dcadas la cuestin se ha hecho mundial. El problema ya no se limita a las relaciones entre obreros y patronos, sino que se extiende a pases y aun a continentes. Ya en 1961, Juan XXIII alertaba en la encclica Mater et Magistra de que el problema tal vez mayor en nuestros das es el que arae a las relaciones que deben darse entre las naciones econmicamente desarrolladas y las que estn en vas de desarrollo econmico: las primeras gozan de una vida cmoda; las segundas en cambio, padecen una dursima estrechez. Seis aos despus, su sucesor, el Papa Pablo VI, escriba la encclica Populorun progressio dedicada al desarrollo de los pueblos. En ella, sealaba diversos condicionantes que a menudo se trasforman en obstculos para el desarrollo y al mismo tiempo expona la concepcin cristiana de desarrollo e indicaba un conjunto de directrices de accin.

En 1987, Juan Pablo II revisaba la situacin del desarrollo y ampliaba la doctrina de la Iglesia sobre este tema en la encclica Sollicitudo re socialis. En este documento, el Romano Pontfice seala algunos signos de esperanza en el desarrollo de los pueblos. Entre ellos, una creciente sensibilidad de la dignidad y de los derechos humanos, la experiencia de algunos pases emergentes del subdesarrollo y una mayor sensibilidad por la solidaridad. Sin embargo, junto a estas luces, hay algunas sombras preocupantes.

Juan Pablo II pone de relieve que las relaciones internacionales se desenvuelven cada vez ms en un marco global en el que hay mltiples interdependencias. Esta dependencia de unos y otros reclama solidaridad, pero sta es an pequea y, en muchas personas y pases, casi inexistente. Por otra parte, hay un abismo cada vez mayor entre unos pocos pases muy ricos y otros muchos que no tienen casi nada. Los bienes y servicios estn mal distribuidos, lo cual da lugar a una situacin de injusticia, ya que originalmente los bienes de la cierra estaban destinados a codos.

Esta situacin apenas ha cambiado en los ltimos aos. Es ms, algunos de estos problemas se han hecho an ms agudos. Las enseanzas de los Pontfices sobre el desarrollo siguen siendo actuales y reclaman soluciones a las que nadie puede ser ajeno. Presentaremos en este capitulo algunos puntos bsicos sobre este tema. Nos ocuparemos tambin de la ecologa, que, en cierto sentido, guarda relacin con el desarrollo.

El verdadero desarrolloEl desarrollo de los pueblos, como el de las personas, reviste diversos aspectos. Es econmico, pero tambin cultural, poltico v, en ltimo trmino, humano.

Muchos pases o zonas del Tercer Mundo carecen de medios elementales para vivir dignamente. Tienen problemas de alimentacin, vivienda, educacin, sanidad, infraestructuras, empleo y muchos otros que denotan pobreza econmica. Pero en el mundo actual se dan muchas otras formas de pobreza, como la negacin o limitacin de muchos derechos humanos (libertad religiosa, libertad de asociacin, iniciativa econmica, participacin en la construccin de la sociedad, etc.). Tambin en los pases desarrollados existen amplias bolsas de pobreza: es el denominado Cuarto Mundo.

La Iglesia ensea que el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesin indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino ms bien en subordinar la posesin, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre y a su vocacin a la inmortalidad. Por ello, el desarrollo verdadero es el del hombre entero. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona de responder a su vocacin, por tanto, a la llamada de Dios (cf. CA 29).

El desarrollo exige tener suficientes medios materiales para la vida, pero el verdadero desarrollo no ha de buscar tener ms como un fin en s mismo, ya que la acumulacin de riquezas no basta para proporcionar la felicidad humana ni para que el hombre realice su vocacin.

En otras palabras, el desarrollo incluye el desarrollo econmico, pero no est limitado a l. El verdadero desarrollo est orientado al desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres. El desarrollo econmico est al servicio del desarrollo humano; por ello, busca proporcionar al mayor nmero de habitantes del mundo los bienes necesarios para desarrollarse como seres humanos, para crecer en humanidad. Por lo dems, la experiencia muestra que cuando el desarrollo se limita a la dimensin econmica fcilmente se vuelve contra aquellos mismos a quienes deseaba beneficiar.

Juan Pablo II, insistiendo en este tema, ensea que no sera verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, econmicos y polticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos. De este modo, seala las races antropolgicas del problema y recuerda, como ya hiciera Pablo VI, que la preocupacin por el desarrollo ha de alcanzar a los pueblos en su conjunto, ya que, de modo anlogo a las personas, los pueblos y las naciones tambin tienen derecho a su desarrollo pleno. Desarrollo que implica aspectos econmicos y sociales, pero que debe comprender tambin su identidad cultural y la apertura a lo trascendente.

Justicia y solidaridad para el desarrolloLa Iglesia reclama, en primer lugar, unas condiciones justas en los intercambios comerciales y en los prstamos. La solidaridad es necesaria entre las naciones cuyas polticas son ya interdependientes. Es todava ms indispensable cuando se trata de acabar con los "mecanismos perversos" que obstaculizan el desarrollo de los pases menos avanzados (cf. SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no usureros (cf. CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre las naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo comn para movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y econmico "fijando de nuevo las prioridades y las escalas de valores" (CA 28).

Unas relaciones comerciales justas constituiran el primer paso para el desarrollo de los pueblos. Pero no basta con la justicia, es necesario que haya tambin solidaridad. Juan Pablo II seala que las naciones ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden por s mismas asegurar los medios de su desarrollo, o han sido impedidas de realizarlo por trgicos acontecimientos histricos. Es un deber de solidaridad y de caridad; es tambin una obligacin de justicia si el bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados justamente.

La solidaridad y la justicia econmica son necesarias, pero no se debe perder de vista que el subdesarrollo no es slo econmico y que la solidaridad incluye bienes espirituales. En este sentido, la evangelizacin, y el apostolado personal, es imprescindible para lograr un verdadero desarrollo en el Tercer Mundo y en los mundos anteriores. Los pases del Primer y Segundo Mundo, con frecuencia, son ricos en recursos materiales, pero pobres en valores espirituales y religiosos.

La Iglesia recuerda que acrecentar el sentido de Dios y el conocimiento de s mismo constituye la base de codo desarrollo completo de la sociedad humana. ste multiplica los bienes materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad; disminuye la miseria y la explotacin econmicas; hace crecer el respeto de las identidades culturales y la apertura a la trascendencia (cf. SRS 32; CA 51).

En la ayuda al desarrollo hay que respetar el principio de subsidiaridad, de modo que la ayuda internacional no supla la iniciativa y el esfuerzo de los nativos, sino que lo apoye de un modo oportuno. Por ello es importante encontrar modos efectivos de ayuda. Muchas veces, las ayudas de gobierno a gobierno no han tenido la eficacia que hubieran logrado de haberse realizado a travs de organizaciones no gubernamentales ms preparadas y ms prximas a los problemas o, en el peor de los casos, estas ayudas no se han asignado a proyectos o programas de desarrollo, sino que se han dedicado para la obtencin de armamento e incluso para enriquecimiento de quienes ocupaban el poder.

Demografa y desarrollo econmico: El hombre, principal recurso

El rpido aumento de poblacin en muchos pases en vas de desarrollo influye en el desarrollo econmico. Sin embargo, la correlacin entre aumento de poblacin y crecimiento econmico depende de muchos factores. Hay pases en vas de desarrollo en los que el aumento de riqueza disponible es superior al aumento de poblacin y otros en que ocurre lo contrario. Esto sucede incluso en pases con aumento de poblacin parecido; por tanto, no puede afirmarse como una ley universal que el aumento de poblacin hace disminuir el crecimiento econmico.

Es cierto, sin embargo, que sin inversiones adecuadas, con determinados regmenes de propiedad y, sobre todo, sin una educacin de calidad, el aumento de poblacin puede dificultar el crecimiento econmico. Pero de aqu no se deduce que la mejor solucin sea limitar la poblacin, ni mucho menos justifica imponer mtodos de planificacin familiar. En realidad, el crecimiento econmico depende del progreso social, por eso la educacin bsica es el primer objetivo de un plan de desarrollo.

La DSI, sin ignorar el problema demogrfico, aboga para que el desarrollo econmico se haga sin detrimento del desarrollo humano. Para ello, anima a encontrar soluciones que hagan compatibles ambos aspectos, respetando las exigencias de la ley moral. El respeto a la dignidad del hombre ha de llevar a buscar soluciones que sean, al mismo tiempo, dignas y eficaces.

Se ha dicho que el hombre es siempre el ltimo recurso con capacidad suficiente para alimentar a varios seres humanos si dispone de los instrumentos necesarios. La ayuda internacional no ha de dirigirse, pues, a imponer la disminucin de la natalidad por medios coactivos o moralmente inaceptables, sino a mejorar las condiciones para crear nuevas oportunidades de trabajo y mejorar la educacin de la poblacin. En todo caso, ha de respetarse el derecho de los padres a decidir de un modo responsable, de acuerdo con una conciencia recta, sobre el nmero de hijos y, por supuesto, es absolutamente inmoral sacrificar vidas humanas en aras del desarrollo econmico. En este asunto, como en todos los dems relativos a l, es necesario tener en cuenta que el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningn pretexto.

Dimensin moral de la ecologa

Unido al carcter moral del desarrollo est la cuestin de la ecologa y la defensa del medio ambiente que, desde hace tiempo, ha despertado una creciente sensibilidad social en casi todo el mundo.

La preocupacin por el medio ambiente en el Magisterio de la Iglesia aparece, al menos, desde 1971. Juan Pablo II, en las encclicas Sollicitudo re socialis y Centesimus annus y en otros documentos, ha desarrollado un considerable cuerpo de doctrina cristiana sobre la ecologa y el medio ambiente. Algunas de sus enseanzas han sido resumidas en el Catecismo de la Iglesia catlica.Ecologa se refiere al estudio del oikos-eco o contexto vital de los seres vivos y de las relaciones entre s y con su entorno. El problema ecolgico se hace notorio por la falta de respeto por los seres que constituyen la naturaleza visible y por el deterioro medioambiental. En algunos lugares, es considerable el riesgo de desaparicin de especies animales, el esquilmamiento de recursos naturales (deforestaciones masivas, explotacin de minerales sin respeto al entorno natural, etc.), el empleo exhaustivo de fuentes de energa no renovables, el deterioro del paisaje, la contaminacin industrial y urbana (atmosfrica, hidrulica, acstica o lumnica), los procesos industriales con residuos evitables, la falta de reciclaje de desechos y la deposicin inapropiada de residuos slidos. Algunos de estos problemas tienen efectos planetarios, como son el efecto invernadero producido por el aumento de dixido de carbono proveniente de la combustin, que tiende a aumentar la temperatura del planeta, o el deterioro de la capa de ozono y la masiva deforestacin amaznica. Aunque a veces se exagera con estos efectos, no por ello han de ser ignorados.

Juan Pablo II ha puesto de manifiesto que una justa concepcin del desarrollo no puede prescindir de consideraciones relativas al uso de los elementos de la naturaleza, la renovabilidad de los recursos y las consecuencias de una industrializacin desordenada. A este propsito, hace tres reflexiones:

La primera consiste en la conveniencia de tomar mayor conciencia de que no se pueden utilizar impunemente las diversas categoras de seres, vivos o inanimados animales, plantas, elementos naturales como mejor apetezca, segn las propias exigencias econmicas. Al contrario, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexin en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos.

La segunda consideracin se funda, en cambio, en la conviccin, cada vez mayor tambin, de la limitacin de los recursos naturales, algunos de los cuales no son, como suele decirse, renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad no slo para la generacin presente, sino sobre todo para las futuras.

La tercera consideracin se refiere directamente a las consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de la vida en las zonas industrializadas. Todos sabemos que el resultado directo o indirecto de la industrializacin es, cada vez ms, la contaminacin del ambiente, con graves consecuencias para la salud de la poblacin.

Los problemas ecolgicos actuales de deterioro del medio ambiente tienen, sin duda, una dimensin moral relacionada con el buen uso de los bienes creados, con el valor de la vida y con la dignidad del hombre y sus derechos, incluyendo a las futuras generaciones. Pero, adems, el respeto ecolgico ayuda al desarrollo humano porque facilita descubrir al Creador contemplando las maravillas de la creacin.

En la Centesimus annus se pone de relieve que el hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, ms que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. (...) Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella acritud desinteresada, gratuita, esttica, que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras.

Visin cristiana de la ecologaEl relato de la creacin ofrece una base slida para la teologa moral en relacin con la ecologa. En el primer captulo del Gnesis se descubre la presencia de Dios en la creacin como su autor y el querer divino de que el hombre domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre cuanto vive y se mueve sobre la tierra. La misma enseanza aparece en el captulo siguiente, en el que se afirma que Dios puso al hombre en el jardn del Edn para que lo cultivara y guardara.

El ser humano es seor de la creacin material pero su dominio no es absoluto, ni permite la tirana. Toda la creacin es obra de Dios y slo l es el verdadero dueo y seor de todo cuanto existe, como expresa uno de los Salmos: De Dios es la tierra y cuanto encierra, el universo y los que en l habitan.

El dominio del hombre sobre el mundo ha de ser responsable, como quien ha de dar cuenta a su Seor. Lo propio del hombre es comportarse como un administrador que disfruta y cuida de la creacin; un administrador amante de toda la creacin material y diligente en su cuidado, siendo as un colaborador del Creador. Como explica Juan Pablo II, el dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de "usar y abusar", o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitacin impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simblicamente con la prohibicin de "comer del fruto del rbol" (cf. Gen 2,16 s.), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no slo biolgicas, sino tambin morales, cuya transgresin no queda impune.

La Revelacin pone tambin de manifiesto que, en el principio, el hombre viva en completa armona con su medio ambiente, pero como consecuencia del pecado original esta armona se destruy. El relato del Gnesis incluye en el castigo por el pecado original estas palabras: Por ti ser maldita la tierra. Con trabajo comers de ella el pan todos los das de tu vida; te dar espinas y abrojos.,.. En cieno modo, esta descripcin coincide con la experiencia comn. La transformacin humana de la tierra se realiza con dificultad y los efectos secundarios no deseados (contaminacin, residuos, deterioro del medio natural...) estn inevitablemente asociados al trabajo.

A la luz de la Encarnacin del Verbo y la presencia del Espritu, sabemos que la Redencin de Cristo, de algn modo, alcanza tambin a la creacin material, la cual mostrar su redencin efectiva cuando llegue el da del Seor, al final de los tiempos. En este sentido, San Pablo afirma que las criaturas sern liberadas de la servidumbre de la corrupcin para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Cristo nos abre al horizonte de un nuevo cielo y una nueva tierra, renovacin del mundo actual. Entre tanto, el destino de la creacin entera pasa por el misterio de Cristo y a travs de l, el hombre administra la creacin material: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

La visin del hombre como administrador diligente remite al Creador y exige respetar su obra en favor de los hombres. Como ensea el Catecismo, el dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.

En ltimo trmino, la causa profunda de los actuales problemas medioambientales est en la prdida del sencido del Creador. A travs de un largo proceso histrico se ha llegado a considerar el dominio sobre la naturaleza como un derecho absoluto y la acumulacin de riquezas como el fin supremo de la actividad econmica. En la raz de la insensata destruccin del ambiente natural hay un error antropolgico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cieno sentido, de "crear" el mundo con el propio trabajo, olvida que ste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donacin de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometindola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonoma propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempear su papel de colaborador de Dios en la obra de la creacin, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelin de la naturaleza, ms bien tiranizada que gobernada por l (cf. SRS 34).

Algunas ideologas ecologistas radicales sostienen que el hombre es una especie ms muy depredadora, por cierro a la que no habra que prestar mayor atencin que a otras especies vivas. No faltan incluso quienes sostienen que la prioridad debera darse a las especies en peligro de extincin, por encima incluso de las necesidades ms bsicas de la humanidad. Sin minusvalorar la importancia de esforzarse por preservar las especies, este planteamiento no es aceptable.

El hombre cada hombre no es slo un individuo de una especie zoolgica, sino que es persona; por su espiritualidad y su ser nico e irrepetible cada ser humano es ms valioso que todos los animales, plantas y minerales. Esta conclusin filosfica es confirmada por la Revelacin y las enseanzas del Magisterio que ven al hombre como seor y centro de la creacin. El hombre en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por s misma, rodas las dems criaturas terrestres han sido creadas para l. Pero esta Generalidad del hombre en la creacin requiere un comportamiento responsable. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos (...) exige un respeto religioso de la integridad de la creacin.

El respeto de la integridad de la creacin

Es deber y derecho del hombre cultivar la tierra y servirse de ella para sus necesidades vitales, pero al mismo tiempo ha de custodiarla, sintiendo la responsabilidad de conservarla adecuadamente. Se trata de un deber que est en estrecha relacin con el buen uso de los bienes materiales y con el destino universal de los bienes. Por ello, el Catecismo de la Iglesia catlica se refiere al respeto a la integridad de la creacin en el contexto del sptimo mandamiento del Declogo, explicando que los animales, como las plantas y los seres inanimados, estn naturalmente destinados al bien comn de la humanidad pasada, presente y futura (cf. Gen 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales.

En este contexto, el Catecismo recuerda tambin el aprecio que merecen los animales, los cuales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial y que por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria.

Dios confi los animales a la administracin del hombre. Esto conlleva varios criterios morales:

Es legtimo servirse de los animales para el alimento y la confeccin de vestidos.

Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios.

Los experimentos mdicos y cientficos en animales, si se mantienen en lmites razonables, son prcticas moralmente aceptables, pues contribuyen a atender o salvar vidas humanas.

Sin embargo, es contrario a la dignidad humana hacer sufrir intilmente a los animales y gasear sin necesidad sus vidas. Es cambien indigno invertir en ellos sumas que deberan ms bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido nicamente a los seres humanos.

La responsabilidad ecolgica alcanza a individuos, naciones y organismos supranacionales. El Catecismo recuerda tambin que los responsables de las empresas ostentan ante la sociedad la responsabilidad econmica y ecolgica de sus operaciones (CA 37). Esto implica un uso responsable de las materias primas en el diseo de productos y procesos y en la aplicacin de tcnicas adecuadas de descontaminacin, deposicin y reciclaje de subproductos.

Ecologa humanaJunto al ambiente natural hay que considerar el ambiente humano. Juan Pablo II llama la atencin sobre lo que l denomina ecologa humana e insiste en la necesidad de esforzarse por salvaguardar las condiciones morales que la conforman. No slo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intencin originaria de que es un bien, segn la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para s mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado.

Si la ecologa se ocupa de las relaciones entre los seres vivos y del medio en que viven, en el ser humano es necesario considerar cmo el entorno social donde vive incide en sus condiciones de desarrollo. Aunque el hombre no est totalmente determinado por su entorno para llevar a cabo sus capacidades especficamente humanas y vivir una vida verdaderamente humana, sin embargo est condicionado por l; est condicionado por la estructura social en que vive, por la educacin recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir segn la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realizacin de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas.

La primera estructura fundamental a favor de la ecologa humana es la familia, santuario de la vida. Es all donde la vida puede ser acogida y desarrollarse segn las exigencias de un autntico crecimiento humano. La falca de ecologa humana en la familia dificulta una vida y una relacin verdaderamente humanas.

Otros aspectos de ecologa humana son los graves problemas de la moderna urbanizacin, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, as como la debida atencin a una "ecologa social" del trabajo y, en general, rodas aquellas estructuras de pecado que impiden el desarrollo humano y cristiano. Demoler tales estructuras que se oponen a una autntica ecologa humana y sustituirlas con formas ms autnticas de convivencia es un cometido que exige valencia y paciencia.

MM 222.

Ver PP 6-11.

Ver PP 12-21.

Ver PP 22-87.

Ver SRS, partes I y II.

Cf. SRS 28.

Cf. SRS 15.

SRS 29.

CCE 2461.

Cf. SRS 28.

SRS 33.

Cf. SRS 32.

CCE 2438.

CCE 2439.

CCE 2441.

PP 35.

Cf. GS 87; SRS 25.

SRS 33.

Cf. OA 21.

Los principales textos de estos documentos son citados en el presente captulo.

SRS 34.

CA 37.

Cf. Gn 1, 28.

Gn 2, 15.

Sal 24, 1.

SRS 34.

Gn 2, 17-18.

Rom 8, 21

Cf. Ap 21, 1-4.

1 Cor 3, 23.

CCE 2456, cf. 2415.

CA 37.

GS, 24.

CCE 2415.

CCE 2415.

Cf. CCE 2416.

Cf. Mt 6, 16.

Cf. Dn 3, 57-58.

Cf. Gn 2, 19-20; 9, 1-4.

CCE 2417.

CCE 2418.

CCE 2432.

CA 38.

CA 38.

Cf. CA 39.

CA 38.

Cf. CA 38.

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