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CESAR BORGIA Roma, 1475 - Viana, 1507+ César Borgia CAPÍTULO I SITUACIÓN ITALIANA 1 La situación de Italia durante finales del siglo XIV y comienzos del siglo XV la sintetizaremos para centrarnos en el estudio de nuestro personaje principal César Borgia, para comprenderle mejor y valorarle en su justa medida. FRANCISCO JAVIER URBELZ -1- 1 Tomo II. Histoire de France Populaire. Por Henri Martín, Capítulo I pags. 2 a 6. Paris. Librairie Furne Jouvet Editeurs. Rue Palatine, 5.

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Page 1: CAPÍTULO I SITUACIÓN ITALIANA - Palau Ducal · La muerte de Alfonso debía de tener lugar durante un baile de máscaras. El cardenal, que era magníficamente servido por sus espías

CESAR BORGIA

Roma, 1475 - Viana, 1507+

César Borgia

CAPÍTULO I

SITUACIÓN ITALIANA1 La situación de Italia durante finales del siglo XIV y comienzos del siglo XV la sintetizaremos para centrarnos en el estudio de nuestro personaje principal César Borgia, para comprenderle mejor y valorarle en su justa medida.

FRANCISCO JAVIER URBELZ

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1 Tomo II. Histoire de France Populaire. Por Henri Martín, Capítulo I pags. 2 a 6. Paris. Librairie Furne Jouvet Editeurs. Rue Palatine, 5.

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Hacía mucho tiempo que Italia estaba a la cabeza de Europa por su industria, comercio, bellas artes, ciencias y letras, literatura y todas las ramas del conocimiento humano.

Escudo de César Borgia2

1. Florencia. Florencia había sido como una nueva Atenas. Florencia había tenido el más grande poeta, Dante, que pudiera haber existido después de Homero y los trágicos de Atenas, quien escribió su famoso poema "La Divina Comedia", quien les había sobrepasado en este poema inmortal. La arquitectura y pintura cristianas, el destacado pintor Fray Angélico, o el hermano Angélico representaron el cielo de los cristianos de una manera tan sublime con sus pinceles, como Dante lo había descrito en sus versos. Les siguieron Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael. Una pequeña idea del desarrollo intelectual, político, artístico y humanístico de esta península italiana. La escultura, arquitectura y todas las artes rivalizaban con la pintura; la poesía era sublime, su florecimiento y el de la literatura inspiradas en las principales obras de los clásicos griegos y romanos o se inspiraban los artistas en Italia con maravillas dignas de los antiguos artistas griegos.

2 Le gustaba torear y matar toros. Una vez de un tajo cortó y separó la cabeza de un toro.

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2. Ciudad Eterna. Los papas del Quatrocento se aplicaron en embellecer la Ciudad Eterna. Después de 1420 se alejaron de su residencia junto a la catedral de Letrán para trasladarse al Vaticano. Eugenio IV hizo venir de Florencia a Fray Angélico, Sixto IV construyó la capilla Sixtina, Alejandro VI hizo decorar los "apartamentos Borgia", posteriormente Julio II encargaría a Miguel Ángel los frescos de la Sixtina y encomendó a Rafael la decoración de las stanze. Julio II, igualmente derribó la antigua basílica para construir una nueva que encargó a Bramante.

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Mapa actual de Italia reunida en regiones

Los reproches que el pueblo les hacía del comportamiento de su vida privada que eran más príncipes terrenales, dedicados a todo tipo de placeres, que, Príncipes de la Iglesia. En vísperas de la reforma, Roma gozaba de tan mala fama como antaño en Aviñón. Los papas olvidaron que la victoria de la Monarquía Pontificia no era satisfactoria y debiera de completarse con una profunda y rigurosa reforma de la Iglesia. 3. Ferrara

En 1474 la Universidad de Ferrara contaba con 45 profesores, liberalmente retribuidos. Hércules D’Este aumentó su número y el primer año de su Principado se introdujo en Ferrara el arte de la imprenta. La nota más señalada en el carácter de sus pobladores y en el tono de la ciudad era la tendencia a la seriedad. Esta seriedad hacía especialmente aptos a los

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ferrarenses para la especulación y el cultivo de la crítica y de las ciencias exactas. El famoso profeta que flageló tan despiadadamente la corrupción moral de su tiempo, Girolamo Savonarola, había nacido en Ferrara.

La astronomía y las matemáticas, las ciencias naturales y en general y especialmente la medicina, que entonces se consideraba como una rama de la disciplina filosófica, florecieron en Ferrara. El mismo Savonarola debió estudiar la

medicina. Su abuelo Miguel, célebre médico de Padua había sido llamado a Ferrara cuando llegó Lucrecia. En cambio el gran matemático Dominico María Novara daba clases en Bolonia, donde figuró entre los oyentes el gran Copérnico, en la que se graduó como doctor en 1503 en la Universidad de Ferrara. Ferrara produjo multitud de poetas italianos y latinos. Los Este eran aficionados a la pintura y adornaron sus palacios con algunos frescos de notable originalidad.

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De Revolutionibus Orbium Coelestium Dedicada al Papa Pablo III, está dividida en seis volúmenes: El primer volumen contiene una vision general de la teoría heliocéntrica, y una corta explicación de sus

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ideas del universo. El segundo volumen es teórico y habla de los principios de la astronomía esférica. También contiene una lista de estrellas (para dar una base a los argumentos que se desarrollan en los siguientes volúmenes). El tercer volumen habla principalmente de los movimientos del sol y de lo relacionado con ello. El cuarto volumen contiene descripciones similares de la luna y de sus movimientos orbitales. Los quinto y el sexto volúmenes contienen una explicación del nuevo sistema. El progreso de las artes traspasa los límites conocidos y, cosa extraña, aunque las artes reflejaban las profundas ideas cristianas, sin embargo, la naturaleza humana de las costumbres del pueblo italiano siguió una profunda decadencia, la moral y la política estaba inmersa en la corrupción.

La Bacanal de Tizianoi4

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4 El Duque de Ferrara le va a encargar varias obras para la decoración de la Cámara de Alabastro en su castillo

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Castillo ducal de Este

La conjura contra Alfonso D’Este

Para conocer mejor el carácter autoritario y la moral de Alfonso D'Este relataremos un hecho que reflejará las costumbres de aquellas señores feudales.

En el mes de noviembre de 1506, tuvo lugar el atentado de Hipólito contra su

hermanastro Julio, que debió de causar en Lucrecia penosísima impresión y despertar en ellas los más tristes recuerdos. Aquel atentado contra Julio de Este produjo tales consecuencias que la Casa de Ferrara se vio al borde de una catástrofe terrible. Julio acusaba a Alfonso de iniquidad, y en cambio los amigos del cardenal encontraban demasiado duro el destierro de este último. Hipólito tenía muchos partidarios, era hombre mundano y pródigo, mientras que el duque, completamente abstraído por sus ocupaciones, olvidaba la corte y la nobleza. Se formó un partido que aspiraba a cambiar violentamente el gobierno del ducado y esto era peligroso porque revoluciones de esta clase habían sido frecuentes en la familia de los Este.

Julio en su conjura implica a varios nobles y descontentos y de algunos hombres

sin conciencia que se hallaban al servicio del duque: el conde Albertino Boschetti de San Cesario, su yerno -capitán de la guardia palatina-, un camarero, un cantante de la capilla del duque y algunos más. También participó don Ferrante, hermano de Alfonso, el mismo que como procurador suyo había recogido a Lucrecia en Roma.

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El proyecto de Julio consistía en despachar al cardenal al otro mundo por medio de un veneno, y como éste crimen no hubiese podido quedar impune mientras el duque conservase la vida, había que matar también a éste y elevar al trono a don Ferrante. La muerte de Alfonso debía de tener lugar durante un baile de máscaras.

El cardenal, que era magníficamente servido por sus espías de Ferrara, tuvo noticia

de estos proyectos y se apresuró a avisar de ellos a Alfonso en julio de 1506. Los conjurados trataron de salvarse por medio de la fuga, pero sólo lo consiguieron Julio y el cantante. El primero en Mantua y el segundo en Roma. El Conde Boschetti fue apresado a poca distancia de Ferrara y Don Ferramte parece que ni siquiera intentó la fuga. Llevado a presencia de duque se arrojó a sus pies, implorando gracia, pero Alfonso, incapaz de contener su ira, no sólo lo arrojó lejos de sí, sino que con un estilete que llevaba en la mano le sacó una ojo. Luego lo hizo encerrar en la torre del castillo, donde pronto se le reunió D. julio, a quien entregó después de algunos reparos el marqués de Mantua. El proceso se desarrolló rápidamente y los culpables fueron condenados a muerte. El primero en ser decapitado frente al Palazzo della Ragione fue Boschetti, a quien acompañaron otros dos cómplices en el suplicio. El espectáculo de esta triple ejecución se narra con todo detalle en una estadística criminal contemporánea que se conserva manuscrita en la biblioteca de la Universidad de Ferrara.

Los dos príncipes debían ser ahorcados el 12 de agosto en el patio del castillo. Se

había levantado un gran patíbulo y las tribunas se llenaron de gente. El duque ocupó su sitio y los dos infelices fueron arrastrados hasta el pie de la horca cargados de cadenas. Alfonso hizo entonces una señal que suponía el perdón de sus hermanos. En estado de inconsciencia fueron devueltos a sus calabozos porque la pena de muerte había sido conmutada por la de prisión perpetua. Languidecieron allí durante largos años, incluso después de la muerte de don Alfonso. Nada consiguió ablandar su corazón cruel, y mientras vivió pudo soportar tranquilamente la idea de que en una torre de aquel castillo donde entraba y salía libremente como dueño y señor, donde habitaba y donde hallaba tantas horas de alegría y de contento, sus dos desdichados hermanos yacían en sombríos calabozos. Así eran aquellos Este que el Ariosto5 puso en su poema por los cuernos de la luna. D. Ferrante murió el 22 de febrero de 1540, a la edad de 63 años, sin haber visto el sol de la libertad. Don Julio la recobró en 1559 y murió el 24 de marzo de 1561, a los 83 años. 4. Florencia y los Médicis A partir del siglo XIII, Florencia es una república. La ciudad-Estado juega un papel importante en la elaboración y la exportación de seda y de lana y, sobre todo, se vuelve un centro bancario. En el siglo XII comenzó el periodo comunal y surgieron los primeros y potentes Gremios del gótico, de la escuela de Giotto y de la escuela internacional, de Boccaccio y de su Decamerón. Pero fue también un periodo económicamente duro,

5 De 1503 a 1517 Ariosto formó parte de la corte de Hipólito. Luego entró al servicio del hermano del cardenal, Alfonso, duque de Ferrara. El gran poema de Ariosto es Orlando Furioso

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debido a la peste de 1348, en la que la ciudad, que ya contaba con 80.000 habitantes, perdió 25.000.

Apoyados por una red extraordinariamente densa de filiales, los bancos florentinos controlan una gran parte del comercio mundial. La asociación de profesionales de Calimala se dedicó al cambio y a la banca, hasta convertirse en uno de los principales prestamistas de los papas, de los reyes de Francia y de Inglaterra, de los príncipes alemanes y borgoñones, del emperador germánico y de todo tipo de pequeños acreedores, laicos o eclesiásticos. Los cónsules de las Artes fueron los primeros en entrar en el seno del consejo de la Podestà y luego, gracias a las ordenanzas de justicia de 1293, en el Priorato, órgano supremo de gobierno. Esto supuso la consolidación de su poder económico. ¿Cómo se llegó a esa República? Para saberlo, es preciso decir algo de los Médicis, vieja familia de agricultores toscanos que llegan a ser prósperos

banqueros en el crepúsculo de la Edad Media, cuando las luchas entre partidos ya minaron las viejas estructuras comunales y abren el camino al sólito "hombre fuerte". En la Florencia de los primeros años del siglo XV, la fachada es republicana, pero el poder se ejerce en las casas de la nueva aristocracia.

1. Cosme el Viejo (1433-1434).

Gran hombre de negocios, controló por sí mismo todas las empresas de las que era socio principal y multiplicó su fortuna. Buscó el poder político, indispensable para la seguridad de sus negocios. Fue desterrado en 1433 por Rinaldo di Albizzi, jefe de la oligarquía. En 1434 entra triunfante en Florencia tras un año de exilio. Después de

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expulsar o hacer ejecutar a sus adversarios, dominó Florencia de modo discreto, contentándose con deformar con la ayuda de Luca Pitti, las instituciones tradicionales. Ejerció el poder político de una manera indirecta, nunca llegó a ejercer ninguna magistratura oficial (fue durante sólo 6 meses gonfaloniere de justicia). Manipulaba las elecciones con toda clase de métodos. Hizo atribuir las magistraturas a mandatarios suyos. Ayudado por un director general, Francesco Ingherami, establecido en Florencia, Cosme acrecentó su fortuna con una hábil y minuciosa gestión de la empresa familiar, que era a la vez banca, casa comercial y centro de fabricación. Partidario de la paz, aliado de los Sforza de Milán, banquero al servicio de la Santa Sede, de los reyes de Francia e Inglaterra y del duque de Borgoña Cosme realizó fructíferas transferencias de fondos. La importancia de los intereses económicos bajo su control de los que la ciudad era muy dependiente explica la unanimidad en el deseo de que regresara para ponerse al frente. Cosme el Viejo, abriendo sus repletas arcas, se hizo del mando hacia 1435. 6 Comienzan así tres siglos que verán Médicis en todas las cortes de Europa y en el trono pontificio. Un día, Cosme autoriza un préstamo de cien ducados a un monje llamado Tommaso Parentucelli. El riesgo dio frutos: Parentucelli llegó a ser Papa (Nicolás V) y convirtió a los Médicis en banqueros de la Santa Sede. En 1464, cuando muere Cosme, la Señoría hace inscribir sobre su lápida: “Al Padre de la Patria”. 2. Pedro el Gotoso. Su hijo, le sucedió a Cosme el Viejo durante un breve período de cinco años, que no tiene la energía de su padre, pero si una gran habilidad política. Vence a sus opositores y ¡no los condena a muerte! Poseía una gran habilidad para los negocios. Se casó con Lucrecia Tornabuoni, una notable intelectual florentina. Se esforzó en dar a sus hijos una completa formación. Pedro el Gotoso, de cincuenta años, pudo conservar el gobierno de la ciudad, con la ayuda de su hijo Lorenzo, de quince años, a pesar de que su enfermedad no le permitía salir de su casa. Recientemente, Cosme había donado la mansión Careggi para que sirviera de centro de reunión a poetas, juristas, filósofos y humanistas en general. El principal impulsor de la Academia de Careggi fue un joven toscano llamado Marsilio Ficino7, que tenía ahora treinta y un años. Supo en 1466 hacer frente a una gran conjura a pesar de encontrarse muy enfermo. Murió sin haber podido hacer testamento ni confesarse debido a que su enfermedad le impedía hablar. Su figura fue eclipsada al encontrarse entre las grandes personalidades de Cosme y Lorenzo. "Se cerraba en su círculo de mecenas y

6 Angel R.Guevara, Web. 7 Marsilio Ficino (1433-1499).Filósofo renacentista florentino, líder de la Academia Neoplatónica de Florencia, protegido de Cosme de Medici y de sus sucesores, Tradujó del griego al latín las obras de Platón y otras

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de coleccionista", "para recrear la mente y dar refrigerio a la naturaleza"8. Embelleció el Palacio Viejo con obras de Uccello, Pesellino, Luca della Robbia, Pollaiolo, Castagno y Donatello. Fallece en 1469 Pedro de Médicis, y sus hijos Lorenzo y Juliano fueron reconocidos como príncipes de Florencia . 3. Lorenzo el Magnífico (Florencia 1449-Careggi 1492): Sucedió a su padre a los 21 años. Dotado de gran inteligencia, realizó durante su principado (1469-1492) el ideal del renacimiento italiano: poeta, filósofo, mecenas y diplomático, gozó de una popularidad real en Florencia y de gran prestigio en Europa, ya que por su recomendación, los artistas florentinos consintieron en poner su talento al servicio de los príncipes del continente: Coleccionista como su padre, fundó la biblioteca Laurencinana. En la Academia platónica estuvo a la altura de Ficino, Poliziano, Pico della Mirandola y Leon Battista Alberti. Sus gustos artísticos han podido ser duscutidos, pero lo cierto es que Botichelli fue su amigo, y que la escuela del jardín de San Marcos, fundó para formar artistas, contaba entre sus alumnos a Miguel Angel. Asimismo llevó a cabo una intensa actividad diplomática e incluso militar: se percató de la importancia del equilibrio entre los estados italianos, e hizo todo lo posible para evitar una intervención extranjera. Intelectual, alumno de los humanistas. Hábil diplomático. Modificó las instituciones para ganar control político. Se impuso como árbitro entre las potencias italianas. Esposo de una Orsini, romana de la más antigua nobleza. Hizo nombrar a su hijo Juan (luego León X) cardenal a los 14 años. En 1490 Savonarola ingresa en el convento de San Marcos, donde comenzaría a predicar sus encendidos sermones contra los Médicis. El arquitecto florentino Michelozzo9, había sido uno de los principales arquitectos que trabajaron para la familia Médicis y ahora le sustituía Verrocchio, a quien Lorenzo de Médicis encargó el mausoleo de Juan y Pedro de Médicis, en la iglesia de San Lorenzo. En este trabajo Verrocchio usó únicamente motivos ornamentales clásicos: acantos, cuerdas trenzadas, etc. ¿Qué hacen los Médicis para poder controlar políticamente a una ciudad-Estado que se ha dado instituciones republicanas? Algo simple: ubican en todos los puestos clave de la administración republicana a personas que, prácticamente, son empleados suyos. La Señoría, para ellos, no fue afán de orgullo, sino necesidad de vida, obligación forzada. Llegaron a ser señores, y que no parezca paradoja, por legítima defensa10.

8 Escribía Filarete que le dedicó un Tratado de Arquitectura. 9 Michelozzo di Bartolommeo (1396 – 1472 ) (también conocido como Michelozzo Michelozzi, quizá por error), fue un arquitecto y escultor de Florencia. 10 G.Papini

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El David de Miguel Angel

Esta refulgente y renacida Florencia van a ser, en el ámbito artístico, auténticos protagonistas Leonardo da Vinci (Vinci, Florencia: 1452, +Cloux, Francia: 1519), Miguel Ángel Buonarroti (Caprese, Florencia: 1475, +Roma: 1564) y Rafael Sanzio (Urbino: 1483, +Roma: 1520). Una vez concluido, y desechada su prevista ubicación sobre uno de los contrafuertes de la Catedral, es colocado ante el palacio de la Signoria el «David» (1501-1504) de Miguel Ángel. Obra clave y decisiva en la trayectoria profesional del artista de Caprese, es, al tiempo, tremendamente significativa de ese álgido momento florentino que señalábamos.

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El encargo de esta escultura, hecho a un joven Miguel Ángel recién tornado a su patria que, no obstante con sólo veintiséis años en 1501, ya contaba con un bagaje artístico-cultural más que notorio, que en 1499 había concluido su «Piedad» vaticana, suponía además un exigente reto muy en consonancia con su temperamento: dar forma y vida a una estatua de tamaño colosal —más de cuatro metros de altura— a partir de un excepcional bloque marmóreo, por dimensiones y calidad matérica, ya mitificado en los ambientes culturales florentinos. En Florencia se construyó un reloj de sol para la catedral, diseñado por Paolo dal Pozzo Toscanelli11, un médico aficionado a las matemáticas y a la astronomía, que de paso calculó la oblicuidad de la eclíptica, es decir, el ángulo que forma el eje de rotación de la Tierra con el plano de su órbita alrededor del Sol. Envió una carta y un mapa a la corte de Lisboa, detallando un esquema para navegar a las islas de las Especias recorriendo el oeste. Una copia de esta carta y mapa fue enviada a Cristóbal Colón y que la usó durante su primer viaje. Naturalmente, Toscanelli no sabía que la Tierra gira alrededor del Sol, y para él se trataba simplemente del ángulo que forma con el ecuador celeste la trayectoria que describe el Sol sobre la esfera celeste (sobre la que están situadas las constelaciones del Zodiaco). Dicho ángulo determina a su vez la latitud de los círculos polares y de los trópicos. Toscanelli tenía ya setenta y tres años. En su juventud había sido amigo de Brunelleschi, sobre quien había influido en sus estudios sobre la perspectiva.

La conjuración de los Pazzi12 “El incidente comenzó cuando Lorenzo se había negado a conceder un cuantioso préstamo a Sixto IV, que necesitaba el dinero para adquirir la estratégica población de Imola. El papa Sixto se había tomado la negativa, como una afrenta personal. El también era un hombre dedicado a su familia. Había investido cardenales a siete de sus sobrinos y deseaba adquirir la población de Imola para ofrecérsela como obsequio a Girolano, uno de sus hijos bastardos. Tras la negativa de Lorenzo, el papa había solicitado el préstamo a la familia Pazzi, encarnizados rivales de los Médicis. Los Pazzi gozaban de mayor raigambre en Florencia que los Médicis. Jacapo, el cabeza de familia, un hombre de mayor edad y más sobrio que Lorenzo, se había apresurado a hacer entrega de hasta 50.000 ducados al papa y se había ofrecido mejorar las condiciones de otros préstamos que el Santo Padre tenía con los Médicis, entre los que estaba el correspondiente a la mina de alumbre en el Lago de Plata, situadas en las afuera de Roma. Pero el papa no estaba dispuesto a llegar tan lejos, aunque sólo era por los obsequios que le había hecho llegar Lorenzo antes para aplacar su ira. Aún así, la tensión entre la iglesia y los Médicis no dejó de crecer, pues al poco tiempo, el papa nombró a Francisco Salviati arzobispo de Pisa, una posesión florentina, rompiendo así el acuerdo según el cual todos los nombramientos de cargos eclesiásticos de territorios de Florencia debían ser aprobados por el gobierno de la República. La indignación de Lorenzo llegó hasta el punto de prohibir que el arzobispo tomara posesión de su cargo.

11 Florencia, 1397 - 10 de mayo de 1482. 12Mario Puzo. “Los Borgia”. Círculo de Lectores. Pag. 194/196

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El arzobispo Salviati y Francisco Pazzi, que compartían su odio hacia Lorenzo y una ambición sin límites, unieron sus fuerzas para intentar convencer al sumo Pontífice de la necesidad de deponer a Lorenzo, y el papa no tardó en dar su consentimiento. El plan consistía en asesinar a Lorenzo y a su hermano Giuliano mientras acudían a la iglesia del domingo, tras lo cual, las tropas de Pazzi se adueñarían de la ciudad. Para que ambos hermanos acudieran juntos a la catedral, se acordó que el cardenal Rafael Riario visitara a Lorenzo. Como era de esperar, Lorenzo dispuso la celebración de un gran banquete en honor al cardenal y, a la mañana siguiente, lo acompañó a la catedral, con Bernardo Baroncelli y los sacerdotes Stefano y Maffei, con afilados estiletes ocultos bajo sus hábitos. La señal convenida era el repicar de la campana llamando a la consagración, momento en que todos los fieles presentes inclinarían la cabeza en señal de respeto. Pero Giuliano se retrasaba y los conspiradores tenían órdenes de matar a los dos hermanos al mismo tiempo. Así, que Francisco Pazzi fue al Palacio de Giuliano para acompañarlo a la Catedral. y durante el camino le dio unas palmadas amistosas en el costado para asegurarse de que no llevaba cota de malla bajo la ropa. El día 26 de abril de 1478, en la catedral, Lorenzo esperaba de pie junto al altar. Su hermano entró en el sagrado recinto, seguido de Francisco Pazzi, justo antes de que sonara las campanas. Y, entonces, Lorenzo vio, horrorizado, como Bernardo Baroncelli empuñaba su estilete y lo clavaba en el cuerpo de Giuliano. La fuerza del golpé fue tan grande que Giuliano se tambaleó unos pasos hacia atrás siendo en los brazos de Francesco Pazzi quien lo atacó salvajemente, apuñalándolo dieciocho veces - un ensañamiento tan brutal que la hoja de la daga de Francesco que traspasó todo el cuerpo de Giuliano penetró profundamente en su propio muslo. En el mismo Lorenzo instante una mano sentió sobre su hombro y cuando se volvió, vió que el sacerdote Maffei arremetía contra él con un cuchillo. Ni siquiera había tenido tiempo de gritar cuando sintió el acero penetraba bajo su oreja. Instintivamente, se abalanzó sobre su agresor y levantó la capa para sostener el ímpetu de las puñaladas. Y la espada de Stefano arremetió repetidamente contra él; Baroncelli corrió para unirse a los dos sacerdotes en sus ataques contra Lorenzo; pero Francesco Nori, un Medici el gerente bancario y amigo familiar bloqueó a su manera. Baroncelli manejó su daga larga en la barriga de Nori. Francesco de Pazzi también intentó unirse al ataque contra Lorenzo, pero cojeaba mucho a causa de su propia herida y antes de que él pudiera unirse a sus otros asesinos, Lorenzo saltaba la barandilla del altar.

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Tres de sus fieles partidarios lo empujaron por el coro octágono y para su seguridad se metieron de la sacristía norte, y una vez dentro, lo ayudaron a atrancar la pesada puerta de hierro. Por el momento, estaban a salvo Sirvientes de los Medici atacaron a Francesco Pazzi, Bernardo Baroncelli, Maffei, y Stefano que -junto con sus partidarios- huyeron de la catedral y atravesaron las calles hacia el Palacio de Pazzi en unos minutos. Raffaele Sansoni Riario, sobrino del Papa - Cardinal de San Giorgio - derrumbado de rodillas al pie del altar mayor, superado por el terror, oró febrilmente. El Gonfaloniere de Justicia, Cesare Petrucci, miembro de la Signoria, habiendo evaluado la situación decidió tocar la campana para que el pueblo pudiera diefenderse. La ciudad estaba aterrorizada solamente por pensar que los dos hermanos Médicis hubieran perdido la vida.

La mayoría de los ciudadanos de Florencia tomaron sus armas para enfrentarse a las tropas del arzobispo, a las que no tardaron en derrotar. Aclamado por el pueblo, Lorenzo se aseguró de que el cardenal Riario no sufriera ningún daño, aúnque no impidió que el pueblo diera muerte al arzobispo y a Francisco Pazzi. Unos minutos después, los traidores colgaban ahorcados de lo más alto de la catedral13.

Los sacerdotes, Stefano y Maffei14, fueron castrados y decapitados . El palacio de los Pazzi fue saqueado y todos los miembros del clan fueron desterrados de Florencia.” La venganza de Lorenzo fue terrible. Durante los siguientes meses de la conspiración se desarrolló la peor cacería de brujas que jamás haya existido en Florencia; se asesinaron15 doscientas personas, todos sospechosos de haber participado en la conspiración. . Bernardo Baroncelli16 Los terribles interrogatorios se llevaron a cabo por los mismos Medici: encerraban a la personas hasta confesara haber participado en la conspiración.

Finalmente la venganza contra los Pazzi terminó en diciembre de ese mismo año cuando tras haber sido apresado en Constantinopla, llevaron a Bernardo Baroncelli a Florencia donde fue ajusticiado. colgando al aire como el badajo de la campana... a

13 En la Historia del Pontificado dice que Francisco Salviati, arcedino de Pisa, fue colgado de una ventana del Palacio de la Señoría. Pág. 258.II t 14 Estos dos posiblemente fuera una persona y el otro asesino fuese el que aparece colgado. 15 doscientas personas según “El Condottiere de Milan” 16 Dibujo de Leonardo da Vinci

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la horca y fue mandado colgar por Lorenzo en el campanario de la catedral y dejado ahí durante semanas. Los hechos incrementaron el poder y autoridad de Lorenzo el magnífico que, aunque lo excomulgó el Papa Sixto IV y solicitase ayuda de Nápoles, al conocer bien los hechos este rey, consolidó la amistad y relaciones con los Médicis. Lorenzo fue un mal gestor, dejó que se perdiera la compañía Medici. Con la baja del oro, la desfavorable coyuntura económica impidió a los soberanos pagar sus deudas; de este modo sucumbieron las filiales de Londres, Brujas y Lyon (creada en 1466). Por otra parte Lorenzo empleó los fondos del capital familiar en sus gastos culturales o políticos, confundiendo el tesoro de Florencia con el de los Médicis provocó la bancarrota del Monte dei dotti. 5. Milán17

Entre 1277 y 1447 la ciudad estuvo bajo poder de los Visconti. Durante la Peste negra del siglo XIV, Milán fue uno de los pocos lugares de Europa que no fue alcanzado por la epidemia. El mayor auge de la ciudad fue con Gian Galeazzo Visconti, duque de la ciudad entre 1351 y 1402. Durante el Renacimiento, Milán fue gobernada por los duques de las familias Visconti (hasta 1447) y Sforza (a partir de 1450), quienes mantenían a sus servicios a artistas de la talla de Leonardo da Vinci, Luca Pacioli y otros. En 1469 se imprimió en Venecia el Cancionero de Petrarca18. El prior de la Sorbona, que a la sazón era un alemán, mandó llamar a tres impresores compatriotas 17 Este mapa incluye Mantua que en el siglo XV eran independientes. 18 Petrarca, Francesco (Arezzo, 20 de julio de 1304 - Aqua, 18 o 19 de julio de 1374). Lírico y humanista italiano.

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suyos, que se convirtieron en los primeros impresores universitarios. El primer libro que publicaron fue el texto de las Epístolas, del célebre latinista Gasparín de Bérgamo. En 1497 aparece uno de los episodios más interesantes de la vida de Luca Pacioli, porque es invitado a la corte de Ludovico Sforza, duque de Milán, para enseñar matemáticas. Allí conoce a Leonardo da Vinci, del que se hace amigo y comparten experiencias. Leonardo ilustra con delicadeza la otra de las grandes obras de Luca, De divina proportione Escrita por Luca Pacioli en la corte de Ludovico Sforza en Milán, fue publicada unos diez años más tarde en Venecia en 1509. El franciscano profesor de matemáticas. Luca Pacioli, también conocido como Luca di Borgo, publicó la Suma de Aritmética, geometría, proporciones y proporcionalidad, en la que resume los conocimientos matemáticos de su tiempo. Pacioli tenía casi cuarenta años, y había enseñado matemáticas en Perugia, Nápoles, Milán, Pisa, Bolonia, Venecia y Roma. Su obra influyó en una escuela de algebristas alemanes, que eran conocidos como cosistas, porque, siguiendo a Pacioli, llamaban "cosa" a la incógnita. El tratado de Pacioli incluye también la primera exposición sistemática sobre el método contable de la partida doble, en la que describe cómo deben llevarse los libros contables: Inventario, Memoriale, Giornale y Quaderno, que corresponden aproximadamente a los actuales Inventarios y Balances, Borrador, Diario y Mayor. En la obra impresa aparecen tres secciones. La primera trata de la sección áurea y de los poliedros regulares. La segunda parte aplica la sección áurea a las en la arquitectura y en el cuerpo humano, basada en la obra de Vitrubio En esta parte construye geométricamente las letras del alfabeto. La tercera es una traducción al italiano de "De quinque corporibus regularibus" de Piero della Francesca.

Este genio matemático demuestra por la siguiente relación: La Seccion Aurea, la deduce: dividiendo19

y sustituyendo τ tenemos:

y nuevamente repitiendo... 19 Por resolución de una ecuación de segundo grado su solución es inmediata sino por una sucesión infinita.

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llamada fracción continua y cuyos valores sucesivos son 1/1 = 1, 2/1 = 2, 3/2 = 1·5, 5/3 = 1·666..., 8/5 = 1·6, 13/8 = 1·625, 21/13 = 1·61538... (sección aurea) o también

Los números del numerador y del denominador son conocidos como sucesión de Fibonacci20. Pero también puede expresarse extrayendo la raíz cuadrada de la igualdad primera

: procediendo como anteriormente al sustituir ρ por su valor:

y así sucesivamente:

observamos la belleza de estas representaciones infinitas. Hemos expuesto este sencillo ejemplo importante21. Pacioli reside tres años en Milán, hasta 1499 cuando entran las tropas francesas.

20 Esta sucesión es formada por los números iniciales O y 1. Los demás es la suma de los dos anteriores. Aparece en la naturaleza. 21 Esta expresión la hemos demostrado para el el lector por mera curiosidad.

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Se marcha entonces a Florencia, donde explica los Elementos de Euclides y después aritmética en la Universidad de Bolonia. Pasa el resto de su vida entre estas ciudades, Venecia y su ciudad natal Sansepolcro. Pacioli publicó una traducción al latín de los Elementos de Euclides en 1509 6. Mantua

Mantua, fue una ciudad etrusca y más tarde romana. Consiguió alcanzar su independencia en 1115. La ciudad prosperó bajo el gobierno de la familia Gonzaga (1328-1708). Actualmente es la capital de la provincia de Mantua de la Región de Lombardia que incluye Milán y otras provincias. Federico I Gonzaga (25 de junio 1441,+14 de julio 1484), tercer Marqués de Mantua, se hizo cargo del poder el 14 de junio 1478, 3 días después de la muerte de su padre. Federico se casó el 6 de junio 1463 con Margarita de Wittelsbach, hermana del duque de Baviera. El matrimonio con toda probabilidad fue favorecido por la madre, Bárbara de Brandeburgo, que de esta forma mantuvo el marquesado en la órbita alemana. Parece que no fueron favorables a Federico sus bodas; porque era un hombre inteligente y de gran cultura, mientras que su esposa, además de ser poco atractiva, tenía fama de escasa elegancia, tanto en el vestir como en el modo de ser. Desde el punto de vista político, continuó la línea filo-milanesa de su padre; ya antes de sucederle a la cabeza del marquesado. Había militado como comandante de las tropas milanesas. Este empeño lo tuvo ocupado incluso, tanto que pasó frecuentes períodos lejos de Mantua, periodos durante los cuales la administración del marquesado era confiada a Eusebio Malatesta, mientras la guía de las tropas gonzaguescas le correspondía al cuñado, Francisco Secco de Aragón, marido de su hermana Caterina. Federico participó en diversas acciones militares en defensa del Ducado de Milán y más en general contra Venecia, cuya política en aquellos años era muy agresiva. Durante una de estas operaciones militares el cuñado Francisco Secco ocupó Asola, que había tomado partido por Venecia, favorecido por el interdicto que el Papa Sixto IV, aliado de la liga contra Venecia, había lanzado contra el país. En seguida vino estipulada una tregua entre los contendientes, y Ludovico Sforza, llamado el Moro (duque regente de Milán) cedió la conquista de Asola y de otros territorios ocupados, causando mucha amargura a Federico. El marqués ya estaba enfermo, y parece que el sufrimiento por la pérdida de las tierras recién conquistadas tuvo parte en su muerte, ocurrida el 14 de julio de 1484. En el curso de su existencia, Federico ya había padecido diversos lutos y dolores: la muerte de su hermano, el cardenal Francisco, y de su amada hermana Susana, que después de la renuncia forzada a las bodas con Galeazzo Maria Sforza, se había retirado a un convento con el nombre de Sor Angélica. También sufrió una tentativa

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de envenenamiento por parte de sus hermanos Gianfrancesco y Rodolfo, que buscaban sustituirlo. A su muerte, Federico fue sepultado en la iglesia de San Andrés de Mantua. Le sucedió Francisco II (o IV) Gonzaga (en italiano, Francesco II (o IV) Gonzaga) (10 de agosto de 1466 – 29 de marzo de 1519) fue el gobernante de la ciudad italiana de Mantua desde 1484 hasta su muerte. Más adelante fue rival de los venecianos, como líder de la Liga Santa formada por el Papa Julio II contra ellos. En esa ocasión fue capturado por los venecianos, que lo tuvieron como rehén durante varios meses y lo humillaron: esto causó su perpetua hostilidad hacia esa ciudad, y rehusó en el futuro cualquier petición para que regresara a comandar su ejército. Francesco Gonzaga capturado por las fuerzas venecianas estuvo en una prisión veneciana. Venecia enojada con su antiguo capitán que ha trabajado contra los intereses de Venecia. Ahora Isabel D’Este, su esposa, temporalmente, es la regente de Mantua y usa toda su influencia para conseguir la libertad de su marido de la prisión. Se dirige al Papa Julio y otras amistades influyentes. Finalmente, en 1510 consigue la liberación de su marido de la cárcel veneciana a un costo elevado. A cambio, el Papa Julio le pide un rehén para garantizarle que Mantua no intervendrá contra los intereses Pontificios en el norte. El rehén que demanda el Papa es Federico el querido hijo de Isabel y heredero al ducado,. Cede, a pesar de sus súplicas, en el verano de 1510, Federico de diez años irá al Vaticano como rehén garantizando la buena conducta de los padres. Durante los próximos tres años vivirá todos los días en compañía del Papa Julio.

Federico Gonzaga Isabel de Este

Durante sus ausencias, Mantua fue gobernada por su esposa Isabel de Este, con la que se había casado el 12 de febrero de 1490. Bajo su mandato, Mantua conoció una nueva era de esplendor cultural, con la presencia en la ciudad de artistas como Andrea Mantegna y Jacopo Bonacolsi. Francesco hizo construir el Palacio de San Sebastián, donde más tarde se colocó la obra de Mantenga, Triunfo de César.

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. A su muerte, le sucedió su hijo Federico, con Isabel22 actuando como regente. En 1491, Andrea Mantegna23 terminó la decoración de la Cámara de los esposos, una sala del palacio de los Gonzaga, en la que plasmó diversas escenas de la vida cotidiana de la familia. De esta época aproximadamente es su original Cristo muerto. Nació en Mantua, hijo del Marqués Federico I Gonzaga. Tuvo carrera como condottiero actuando como comandante de Venecia desde 1489 a 98. Fue comandane en jefe del ejércio de la liga italiana en la batalla de Fornovo, aunque bajo la tutela de su tío más experimentado Ridolfo Gonzaga: aunque no conclusiva, la batalla tuvo al menos el efecto de empujar el ejército de Carlos VIII de Francia de vuelta a los Alpes. Fue descrito como "corto, de ojos saltones, nariz orgullosa y excepcionalmente valiente, y fue considerado como el mejor caballero de Italia.

7. Urbino24

Federico da Montefeltro25, también conocido como Federico III da Montefeltro, fue uno de los más famosos condottieri del Renacimiento italiano, y Duque de Urbino desde 1444 hasta su muerte. En Urbino encargó la construcción de una gran biblioteca, quizá la mayor de Italia después de la del Vaticano, con su propio equipo de escribientes, y organizó alrededor de él una corte humanística en una de las grandes joyas arquitectónicas del

22 Elisabetta Gonzaga (h. 1471 - 1526) 23 Andrea Mantegna (ca. 1431 - Mantua, 13 de septiembre 1506). Pintor del Quattrocento italiano. 24 Actualmente las regiones de Urbino y Pesaron son una, cap. Pesaro. 25 7 de junio de 1422 – † 10 de septiembre de 1482.

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renacimiento temprano, el Palacio ducal de Urbino, diseñado por el teórico y arquitecto Francisco di Giorgio Martini. Federico de Montefeltro murió en Ferrara en 1482, mientras luchaba contra Venecia. Un hijo de Federico, Guidobaldo, casó con Isabel Gonzaga, la brillante y educada hija del señor de Mantua. Con la muerte de Guidobaldo en 1508 el ducado de Urbino pasó a través de Giovanna a la familia papal de Della Rovere, fundada por Sixto IV. Rafael nació en Urbino el 6 de abril de 1483. El padre, Giovani Santi, era un pintor de buen nivel y un poeta apreciado en la corte de Federico y Guidobaldo di Montefeltro, señores de la ciudad; de la madre, Magia di Battista Ciarla, se sabe que era hija de un comerciante de Urbino, que contrajo matrimonio en 1480, y que murió en 1491, cuando el hijo tenía ocho años. Fue así como en la noche del Jueves al Viernes Santos de 1483, hacia las tres de la madrugada, Magia dio a luz a un niño, que recibió el nombre de Rafael, el del arcángel de la primavera y de la hermosura. Adquirieron un reconocido prestigio como centro de cultura humanista y desarrollo de las nuevas artes fue la de Urbino, en la que Federico de Montefeltro logró agrupar a artistas de las más dispares procedencias. Baltasar de Castiglione en "El Cortesano", obra en la que se traza el ideal del perfecto cortesano, y que fue traducido por Juan Boscán al castellano en 1534, sitúa el relato en la corte de Guidobaldo en Urbino, el hijo de Federico de Montefeltro a quien se debe el desarrollo alcanzado por su corte durante el Quattrocento. Al referirse a Urbino, Baltasar de Castiglione decía que "entre sus mayores bienaventuranzas, tengo por la más principal que de mucho tiempo acá siempre ha sido señoreada de muy buenos y valerosos señores". Entre ellos, Federico de Montefeltro fue el verdadero creador de la corte de Urbino como centro cultural. "Este señor -continúa Castiglione-, además de otras muchas cosas que hizo dignas de ser loadas, edificó en el áspero asiento de Urbino una casa (según opinión de muchos), la más hermosa que en toda Italia se hallase, y así la forneció de toda cosa oportuna, que no casa mas ciudad parecía, y no solamente de aquello que de ordinariamente se usa, como de vajillas de plata, de aderezos de Cámara, de tapicería muy rica, y de otras semejantes cosas la proveyó, mas por mayor ornamento la ennobleció de infinitos bultos de los antiguos de mármol y de bronce, de pinturas singularísimas y de todas maneras de instrumentos de música, y en todo ello no se pudiera hallar cosa común, sino escogida y muy excelente". Las realizaciones llevadas a cabo por Federico de Montefeltro en Urbino constituyen un programa completo orientado a dotar al marco de su corte de toda una serie de obras de arte. En este sentido, Benevolo ha apuntado como una de las causas que hicieron posible la realización de este programa artístico la proporción que existió entre el programa, los medios y los tiempos de ejecución.

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Como hemos expuesto es cierto es que en la corte de Urbino (y en las otras que hemos indicado), se produce un clima artístico y cultural que se desarrolla al margen de las rigurosas opciones selectivas que tienen lugar en Florencia. En Urbino trabajaron los arquitectos Luciano Laurana y Francisco del Giorgio y estuvo como asesor L. B. Alberti, cuya influencia se deja sentir en la escenografía clasicista de “La Madonna”26. Prueba de la inclinación por un equilibrado eclecticismo es la disparidad de tendencias que representan algunos de los artistas que trabajaron para el duque. Así, en Urbino junto a Melozzo da Forli y Piero della Francesca, uno de los más radicales exponentes del nuevo lenguaje figurativo, Justo de Gante, y nuestro Pedro Berruguete, a pesar de algunos intentos por desmentir su presencia en Urbino, fueron artistas de formación flamenca que trabajaron para el duque. Federico de Montefeltro permaneció en el poder durante un período de tiempo excepcionalmente largo, entre 1444 y 1482, lo que le permitió desarrollar en intervenciones sucesivas su programa y dar una categoría artística a su corte que resulta excepcional en la Italia de su tiempo. A este respecto, con la llegada al poder de Federico de Montefeltro debe relacionarse “La Flagelación”27. Según una interpretación verosímil la obra fue realizada como una referencia a la muerte (1444) del príncipe Oddantonio de Montefeltro, hermanastro de Federico de Montefeltro a causa de una conjura. Oddantonio aparece en el grupo de figuras situado a la derecha, entre sus malos consejeros, Manfredo de Pío y Tommasso dell'Agnello, a quien se debió su impopularidad y la conjura de los Serafini.

“La Flagelación”

26 Pintada por Piero della Francesca 27 Urbino, Galería Nacional, pintada por Piero della Francesca en 1455

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La interpretación tradicional ve en el grupo de los tres personajes situados a la

derecha a Oddantonio II de Montefeltro, en el centro, el duque de Urbino asesinado el 22 de julio de 1444 por una conjuración urdidas por los nobles de Urbino Serafini y Ricciarelli, que serían los dos personajes situados a ambos lados28. Pero estos personajes laterales también podrían ser sus consejeros Manfredo dei Pio y Tommaso di Guido dell'Agnello, también responsables de su muerte a causa de su impopular política que llevó a la conjura; la muerte de Oddantonio, como víctima inocente, se asimilaría a la Pasión de Cristo. Esta interpretación se basa en elementos vacuos, que no justifican el sentido complejo del cuadro, por lo que los estudiosos han tratado de hallar otras vía para descifrar lo que se definió como el "enigma de Piero della Francesca". El programa emprendido por Federico de Montefeltro surge movido por la idea de prestigio y representación militar del triunfo. Federico de Montefeltro, signore militare, supone la unión de dos principios que, desde tiempos de Petrarca, habían sido objeto de polémica: el problema de las armas y las letras. El retrato de “Federico de Montefeltro y su hijo Guidobaldo”29, que muestra al prócer sentado y de perfil, vestido con armadura y con el yelmo a los pies, leyendo un libro y acompañado de su hijo Guidobaldo, es un ejemplo elocuente de su actitud. En otras obras, como la “Madonna con el Niño, santos, ángeles y Federico de Montefeltro”30 nos muestra igualmente al personaje de perfil y con armadura. Puede decirse que el retrato de Berruguete constituye el intento, por un hombre de armas culto y humanista, de establecer una concordatio entre ambas ocupaciones. El mencionado retrato del duque con su hijo o la composición que representa Federico de Montefeltro escuchando la lección de un humanista (Windsor Castle), pintado hacia 1480, al igual que el espléndido studiolo del duque, son un claro exponente de la importancia adquirida por la cultura y por la actividad humanista en la corte de Urbino.

Federico de Montefeltro inicia las obras de su palacio en 1447, poco después de acceder al poder. Parece indudable que la puesta en marcha de este programa arquitectónico, así como el llamar a la corte a artistas de procedencias y formaciones dispares, se debió a una situación de competencia entre diversas cortes. En este sentido se ha sugerido, como una de las causas que estimularon la realización de este programa, la idea de superar el programa emprendido por Segismundo Malatesta en Rimini. Pero, con independencia de los móviles y razones de representación y prestigio que influyeron en la voluntad de Federico de Montefeltro para realizar los sucesivos programas, se plantearon una serie de problemas importantes en relación con las experiencias del arte del momento. En 1465 Luciano Laurana se hace cargo de la dirección de las obras -en 1475 las continúa Francisco del Giorgio Martini- añadiéndose al castillo un nuevo organismo ordenado en torno a un patio cortile. Este núcleo vino a establecer una relación fundamental en la articulación del palacio y en el conjunto urbano de la ciudad. Se trata de una arquitectura cuya imagen defensiva y militar se funde con el núcleo civil de la ciudad. Luciano Laurana proyectó un patio formado por cuatro crujías con arquerías en el cuerpo inferior, trazado con una

28 Existen diversas interpretaciones pero recalcamos las conjuras existentes en Italia. Bajado de la Web 29 Urbino, Galería Nacional, realizado por Pedro Berruguete 30 Milán, Pinacoteca Brera

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modulación impecable y rigurosa en la que se apuntan los ideales de un nuevo clasicismo arquitectónico. En la construcción del palacio de Urbino se conjugan diversos aspectos que deben ser reseñados. Su emplazamiento le sitúa en estrecha relación con la naturaleza, aspecto que también hallamos en el Palacio construido por Enneas Silvio Piccolomini (Pío II) en Pienza. Se trata de una relación que no es casual ni simple consecuencia del emplazamiento de la ciudad, sino de un nuevo sentimiento de la naturaleza que comienza a apreciarse en la cultura arquitectónica y figurativa del Quattrocento. La fachada del palacio se halla enmarcada por dos torreones y tiene su precedente en el Arco de Alfonso de Aragón en Nápoles, realizado por Francisco Laurana en 1458. La fachada se halla enfrentada al paisaje al que se abren las habitaciones del duque y su familia. Terrazas y jardín, con ventanas abiertas en su muro desde las que el paisaje se convertía en un elemento figurativo, completan esta relación entre arquitectura, individuo y paisaje que impregna la construcción del Palacio. En los retratos de Federico de Montefeltro y Battista Sforza (Florencia, Uffizi), pintado hacia 1465 por Piero della Francesca, ambos personajes aparecen de perfil recortándose sobre un fondo de paisaje. El pintor ha acudido a una gradación de los colores y difuminación gradual de los contornos que hace que el fondo de paisaje, frente a la habitual apariencia de telón, sea una continuación del espacio en el que se encuentran las figuras. Se trata de una solución, resuelta de una forma empírica por la pintura flamenca desde sus comienzos, pero que no hace su aparición en la pintura italiana hasta 1460 en obras realizadas por Pollaiuolo o Alesso Baldovinetti, como en su Virgen con el Niño (París, Louvre). Los mencionados retratos de los duques forman parte del Díptico de Urbino, en el que se han representado igualmente los Triunfos de ambos personajes, destacados, asimismo, sobre un fondo de paisaje tratado por el procedimiento descrito. Las figuras aparecen en relación con el espacio natural y libre del aislamiento ambiental con que había venido siendo representado. Se trata de una solución que sistematizará Leonardo da Vinci y a través de la cual se rompe con la fragmentación espacial propia de la pintura medieval. En el caso que nos ocupa esta relación entre el personaje y el paisaje establecía, además, una referencia a la idea de dominio y posesión del territorio y a una identificación de éste con el príncipe. Igualmente, la articulación del palacio con respecto a la ciudad introducía un aspecto decisivo en su estructura. El palacio, como ha sido señalado, comportaba una doble articulación: al tiempo que su fachada se orientaba hacia el paisaje su disposición introducía una articulación nueva con respecto a la ciudad a la que proporcionaba una nueva significación.

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8. Pesaro31 Pesaro,, a mediados de los siglo XIV y XV, se dice que la antigua Pisaurum, fue fundada por los Sículos y que tomó su nombre del río que baña los muros de la ciudad, desemboca en el mar a poca distancia de ella y se llama en la actualidad el Foglia. En el año 570 de Roma se convierte Pesaro en colonia romana.. Su historial posterior se mezcla con las luchas entre la iglesia y el imperio y con la del marquesado de Ancona. Inocencio VIII invistió a Azzo d'Este como señor de toda aquella Marca. Fue una guerra entre la iglesia y el imperio hasta que, en las postrimerías de siglo XIII, los Malatesta que habían sido sus podestás, se convirtieron en sus señores. Esta famosa estirpe procedía de Castel Verrucho, conquistó primero la ciudadela de Gradara y acabó por extender su dominio hasta Ancona. En 1285 Giangiotto Malatesta fue reconocido como señor de Pesaro; y, a su muerte heredó el señorío su hermano Pandolfo. Más adelante, los Malatesta, que también se hicieron señores de la cercana Rimini, consiguieron dominar, además de Pesaro, casi toda la Marca, sobre la cual extendieron sus garras cuando los papas tuvieron su residencia en Aviñón. Se 31 Es una región y capital de Urbino-Pesaro. Actualmente.

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agregaron a las posesiones de Pesaro, Rímini, Fano y Fossombrone merced a un tratado con el famoso Gil de Albornoz, a quien los confirmó en sus dominios como Vicarios de la iglesia. Una rama secundaria de la casa fue la que se estableció en Pesaro hasta que Galeano Malatesta, amenazado por su pariente Gismondo, tirano de Rímini, e incapaz de proteger Pesaro contra sus asaltos, la vendió en 1445 por 20.000 florines de oro al conde Francisco Sforza,, el cual invistió de su señorío a su hermano Alejandro, casado con una sobrina de Galeazzo Malatesta. Este duque Sforza fue el gran condottiero que, al extinguirse la línea Viscontti, se apoderó del ducado de Milán,, como primer soberano de la casa. El duque de Milán, Francisco Sforza, gracias a un acuerdo con el rey Luis XI de Francia, incorporó Génova a su ducado, y con ella obtuvo también la isla de Córcega, hasta entonces en manos genovesas. Y mientras el fundaba allí la gran línea de los duques de Sforza, su hermano Alejandro establecía la de los señores de Pesaro. Tan valeroso capitán, tomó posesión de Pesaro en marzo de 1445 y dos años después tomó la investidura pontificia. Estaba casado con Costanza Varano, una de las mujeres que florecieron durante los primeros tiempos del renacimiento italiano. Tuvieron dos hijos Costanzo y Battista. Esta mujer de Federico de Urbino, deslumbró a sus contemporáneos por su inteligencia y hermosura. Las cercanas cortes de Pesaro y Urbino, ligadas por estrechos vínculos familiares, rivalizaban en el culto de las bellas artes y de las ciencias. Hija ilegítima de Alejandro fue Ginebra Sforza, admirada en su tiempo, primero como esposa de Sante y luego como mujer de Giovsnni Bentivoglio ambos señores de Bolonia. A la muerte de su esposa, Alejandro Sforza casó en segundas nupcias con Steva Montefeltro,, hija de Guidantonio d'Urbino,, y el 3 de abril de 1473, después de un feliz reinado, dejó el hermoso señorío a su hijo y heredero. Un año después se casó Costanzo Sforza con Camila Marzana d'Aragona, hermosa e inteligente princesa de la casa real de Nápoles. Costanzo era también un hombre ilustre y liberal. Murió en 1483, cuando apenas había cumplido los 36 años sin dejar herederos legítimos, pero sí dos hijos naturales: Giovanni y Galeazzo. el gobierno de Pesaro fue encomendado a su viuda Camila, en su propio nombre y en el de su hijastro Giovanni, pero éste la obligó en noviembre de 1480, a abandonarle por completo la dirección del señorío. Este personaje es importante en la historia de los Borgia. Pesaro es un conjunto de pequeñas localidades, llamadas villas o castillos, que no mencionamos. Pesaro es una extensión libre y llana,, en un espacioso valle. Una cadena de colinas verdean la rodea a modo de anfiteatro, salvo en aquella parte en que el valle se abre hacia el más, a cuyas orillas y en ambos extremos del anfiteatro se levantan dos escarpados promontorios: el Accio y el Ardizio. El río Foglia serpentea a lo largo

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de Valle y la ciudad, que se alza graciosamente en su orilla derecha, va dilatando sus torres, la de los muros y su castillo hasta las blancas arenas de la playa del septentrión, o sea en dirección a Rímini, Los montes se acercan mucho al mar. En cambio, al mediodía el espacio entre la montaña y la costa es mucho más amplio y a través de las tenues brumas marinas se pueden divisar las torres de Fano. Más allá se adentra en las aguas el cabo de Ancona. Aquellas colinas deliciosas, aquel valle verdeante, el cielo siempre azul que las cubre y el más resplandeciente que centellea al fondo, forman el conjunto de un cuadro ante cuya contemplación de las personas menos sensibles a la hermosura de la naturaleza han de caer en un estado de embeleso. Es todo aquello como un suave idilio de la tierra con el mar sobre las dulces playas adriáticas. Las brisas que soplan blandamente parecen componer una lírica melodía que inflama los corazones y llena el alma de las imágenes más bellas y felices. Pesaro fue la cuna de Rossini y de Terencio Mamiani, el eximio poeta y hombre de estado que todavía consagra sus nobles facultades al resurgimiento de Italia. Las pasiones de los tiranos de Pesaro no fueron tan feroces como las de algunos otros de su tiempo como pocas, acaso porque los límites reducidos de ser un territorio no se prestan a muy ambiciosas gestas. Las acciones humanas no siempre se ajustan al influjo de la naturaleza. Uno de los tiranos más impíos y malvados fue Gismondo Malatesta, señor de la bella y apacible ciudad de Rímini. Los Sforza de Pesaro, por lo menos se les comparan con sus primos de Milán. Fueron unos señores píos y benignos32. Los mejores edificios de Pesaro eran precisamente los que pertenecían a sus tiranos: el castillo, a orillas del mar, y el palacio, en una de las plazas de la ciudad. El castillo fue construido por Constanzo Sforza y lo reedificó casi completamente su hijo Giovanni. que todavía puede verse el nombre de este último, esculpido en una lápida de mármol, sobre la puerta principal de acceso. Posee cuatro pesadas torres en forma circular y alguna en una llanura abierta y alguno de los bastiones, todos ellos circunndados por amplio foso, en buena llanura abierta. Se halla en uno dé los ángulos de la muralla del viejo recinto urbano, al Adriático, cuya proximidad es, tal,, que lo hacía más seguro. Su efecto es,, de tan poca fortaleza que incluso en tiempo que la artillería era aun tan imperfecta no se debía considerar capaz de hacer muy vigorosa resistencia. El palacio de los Sforza se levanta todavía en la hermosa plaza principal de la ciudad y ocupa enteramente uno de sus lados. Es una construcción con dos grandes patios, hermosos pero desprovistos de magnificencias. Los Rovere, sucesores en su dominio de los Sforza, lo embellecieron considerablemente. Las armas de los Sforza han desaparecido por completo y en las fachadas bajo las bóvedas se halla con frecuencia la inscripción Guidobaldo II Dux. 9. Venecia Venecia33, la ciudad de los canales, es la capital de la región de Véneto. Está situada sobre un conjunto de islas que se extiende en una laguna pantanosa en el

32 No tan benignos. Giovanni Sforza colgó a unos cuantos de las almenas de su palacio. 33 En italiano Venezia, en veneciano Venesia ven.antigo Venexia

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mar Adriático, entre las desembocaduras de los ríos Po (sur), y Piave (norte) al nordeste de Italia. Venecia está compuesta por 120 pequeñas islas unidas entre sí por 800 puentes. Se llega a Venecia desde tierra firme por el Puente de la Libertad que accede al Piazzale

En cuanto a su historia, en la Antigüedad esta región estaba habitada por el pueblo véneto. Cuando los germanos empezaron a invadir Italia en el siglo V, los habitantes de algunas ciudades (Padua entre otras) se refugiaron en estas islas. Se establecieron y llegaron a tener su propio gobierno presidido por 12 tribunos, tantos como islas principales había. Casi desde el principio esta comunidad fue autónoma, y nombraron un dux o dogo. El cargo era vitalicio. Los dogos de los siglos VIII y IX supieron mantener su autoridad en el Senado. . Las cruzadas les dieron la ocasión de expandirse. Venecia, Amalfi, Ancona y Ragusa estaban ya implicadas en el comercio con el Levante, pero con las cruzadas el fenómeno se acrecienta: miles de miembros de estas repúblicas marítimas miran hacia Oriente, creando bases, escalas y establecimientos comerciales. Estos centros mercantiles tuvieron además una gran influencia política a nivel local: los comerciantes de estas ciudades constituyeron en sus centros de negocios, asociaciones de carácter corporativo, con el objetivo de obtener de los gobiernos extranjeros privilegios jurisdiccionales, fiscales y aduaneros, en un preciso marco político del que nacieron varios señoríos personales. Durante la Cuarta Cruzada (1202-1204) se apoderan de islas y de las localidades marítimas comercialmente más importantes del Imperio Bizantino. La conquista de los importantes puertos de Corfú (1207) y Creta (1209) le garantizó un comercio que se extendía al Levante, y llegaba a Siria y Egipto, puntos terminales de las rutas

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comerciales. A finales del Siglo XIV, Venecia se había convertido en uno de los estados más ricos de Europa. Venecia supo aprovecharse de todos los cambios que ocurrieron en el Occidente:Acertó al aliarse con los francos contra los longobardos; con el Imperio Bizantino contra los normandos y con su tolerancia con el Islam, de manera que al estar el Imperio Bizantino en guerra con los árabes éste no podía traficar sin gran riesgo y fue entonces cuando las naves venecianas iban a Alejandría, Beirut y Jaffa, monopolizando aquel comercio. Su máxima expansión y esplendor fue en el siglo XV. Venecia está rodeada de lagunas de poco fondo; eso le valió siempre como gran defensa. En sus aguas encallaban fácilmente las naves que no conocían los fondos, así es que era como una ciudad atrincherada dentro de grandes murallas. Las murallas de Venecia son los bancos peligrosos de arena que quedan casi al descubierto en bajamar. Para llegar desde el Adriático había que conocer los pasos, que en tiempos de paz se señalaban con hileras de palos con luces por la noche. En el plano institucional, las ciudades formaron gobiernos autónomos republicanos, que expresaban el matiz comercial que constituía la esencia de su poder. La historia de las repúblicas marítimas se inscribe, de hecho, tanto con el principio de la expansión europea hacia Oriente, como con los orígenes del moderno capitalismo, entendido como un sistema mercantil y financiero. Los comerciantes de las repúblicas marítimas italianas utilizaron moneda acuñada en oro, que se hallaba fuera de uso desde siglos antes, pusieron a punto nuevas operaciones de cambio y de contabilidad. Se vieron además incentivados los progresos tecnológicos en navegación, apoyo fundamental para el crecimiento de la riqueza mercantil. En cuanto a sus costumbres solamente mencionaremos, por su importancia su carnaval. Venecia resulta un ejemplo especial del arte renacentista, en parte debido a su carácter diferenciado del resto de Italia, su poderío económico, y sus extensas relaciones con culturas lejanas. Por Marco Polo en el siglo XIV se establecieron relaciones comerciales con China Yuan, que se prolongaron también a lo largo de la Dinastía Ming, con objetos exóticos, pinturas, diseños, inventos y avances científicos. A través de las rutas hacia Oriente tuvieron contacto ocasional con la India y, por supuesto, con los restos del Imperio bizantino. El humanista Aldo Manuzio, deseoso de ver publicado un mayor número de libros, había decidido estudiar tipografía él mismo y fundar su propia imprenta en Venecia, que ahora editaba su primer libro: la gramática griega de Láscaris. Tras ella empezó a preparar la edición de las obras completas de Aristóteles.

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Carnaval

A su caída, Venecia mantuvo relaciones con los turcos, para de esta forma conservar las rutas de la seda abiertas para sus barcos y caravanas. A mediados del siglo XV se dejaban sentir con fuerza los vientos de la renovación intelectual del Quattrocento y Venecia se apuntó a su manera al tren del cambio. A fines del XV se traza un concreto plan de renovación exterior de la ciudad por parte de las poderosas familias que se alternaban en el poder.

CAPÍTULO II

Italia desunida.

Italia como se ha descrito anteriormente, las provincias o pequeños reinos no había llegado a la unidad nacional, ni en forma de un solo estado ni en la forma de una federación y esto era su falta. ¿Por qué decimos su "falta"? Francia, Inglaterra y España34, crearon su constitución con una supremacía universal por encima de otros Estados. Mencionamos que Francia tenía miedo a la unión de Castilla y Aragón por la posibilidad de perder la influencia que tenía sobre el Reino de Navarra, dominada por los D´Albert franceses Pero la unión de los reinos se produjo el día 19 de enero de 1479 cuando muere Juan II, rey de Aragón, con lo que Fernando recibe, junto con este reino, el de Sicilia, Cataluña, Valencia, Baleares y Cerdeña.

34 Se fijó de forma clara el conjunto de las leyes del reino con el nombre de Ordenamiento de Montalvo, debido a su recopilador, Alfonso Pérez de Montalvo. A partir de ese momento los reyes legislaron por medio de pragmáticas por lo que, las Cortes Legislativas perdieron parte de su importancia. Toda la legislación quedaba compuesta por el Ordenamiento, las pragmáticas, la doctrina supletoria de las Partidas y el Consejo Real.

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Si a esto le sumamos los que aportaba el reino de Castilla, se comprende que los demás países europeos, especialmente Francia, vieran con mucha preocupación y recelo este poderoso conjunto de países regentado por los Reyes Católicos. La política de estos de la Unión de Reinos, adquiría una nueva dimensión. Sin embargo, curiosamente, nunca se titularon Reyes de España.

La restauración de la “Hispania” romana se basaba en la legitimidad transmitida a los reyes godos por Roma en el pacto del año 418. Ahora, además, se plantean la unificación de los pueblos cristianos ya que únicamente los que profesaban esta religión eran súbditos y sujetos de derechos y deberes.

Sin embargo Italia no imitó a estos países civilizados sino que supeditó su política al Imperio alemán, el Emperador de los "Romanos" o al Papa. Y este fue el error. Venecia fue una excepción porque era una auténtica república. No conocía la supremacía del Emperador de Romanos ni del Papa. Las otras no supieron seguir su ejemplo. Eran estados diversos que se invadían unos a otros y terminaban cayendo bajo yugos de déspotas locales, como Sforza en Milán, los Médicis en Florencia, los D’Este en Ferrara, etc. La democracia de Venecia fue sustituida por una hábil aristocracia que oprimía menos las costumbres de los vasallos. Las creencias religiosas se quebrantaban precisamente en esta época donde las bellas artes representaban el arte cristiano sublime y de constante perfección y, en Roma, donde estaban los guías y representantes de la cristiandad, hacían (como dice un buen autor) "todo lo posible para destruir la fe"35. Durante el siglo XV los vicios y crímenes, abundaban constantemente en Roma, e incluso algunos se les imputaron a los papas Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI.

CAPÍTULO III Los Borgias. César Borgia36

1. ¿Quién era Rodrigo Borja? Para resolver esta pregunta nos basaaremos en documentos históricos que están depositados en el "archivo de la casa del Excmo. Sr. Duque de Osuna en Madrid, relativos al cardenal D. Rodrigo de Borja y Borja, después Papa con el nombre de Alejandro VI, y de sus hijos y descendientes, primeros duques de Ganíia"

35 Les papes faisaient tout ce qu’il fallet pour détruire la foi chétienne. O.c. pág. 3. 36 César Borgia (c. 1476-1507), militar, político y eclesiástico italiano, nacido en Roma, hijo ilegítimo de Rodrigo Borgia.

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Por mandato del Papa Sixto IV, vino a Castilla como legado papal o cardenal Rodrigo Borgia, o de Borja, una de cuyas misiones fue lograr la reconciliación del rey Enrique IV con su hermana de padre, la princesa Isabel, corriendo el año 1472, la cual se asentó ya como heredera de la Corona de Castilla, o princesa de Asturias, desde la Concordia de los Toros de Guisaldo. D. Rodrigo de Borja, después Papa con el nombre de Alejandro VI, no nació de Doña Juana de Borja, hermana del Pontífice Calisto III, no casó con D. Jofre Llanzo, como quiere Ollivier, sino de Doña Isabel de Borja, tercera hermana de Calisto III y de D. Jofre de Borja, y se llamó por ello con razón D. Rodrigo de Borja y Borja37 2. ¿Quién era César Borja? Que fue hijo de Rodrigo Borja no hay ninguna duda.. El problema radica en si fue el segundo o el tercer hijo, y algunos autores han considerado que César era el primer hijo, otros el segundo como nosotros pensamos hasta que encontramos los documentos en el archivo de Osuna debidamente compulsados por el historiador Francisco Silvela por lo que adoptamos este criterio ya que está muy documentado con bulas pontificias y otros documentos históricos. En la Bula protonotariatus Domini Cesaris de Borja en 27 de Marzo de 1482, consta tiene siete años de edad La bula dice..... por cuanto tú te encuentras en el sétimo año de tu edad..... (y concluye) dada en Roma, en San Pedro, 27 de Marzo de 1482. La Bula del pontífice Sixto IV, dispensando a César Borja la naturaleza, para que pueda tener dignidades en la iglesia, y le da el Arcedianato de Xátiva y Retoría de Gandía. Agosto 16 de 1482. Bula de Sixto IV haciendo merced a D. César de Borja de la dignidad de Tesorero de la iglesia de Cartagena. Confirma dicha gracia Inocencio VIII. Setiembre 12 de 1484. Del punto 1 deducimos que nació en 1475 No transcribimos documentos que conceden a César Borja dignidades eclesiásticas. Y pueden verse en los documentos que hemos mencionado previamente y que son: 1. que pueda tener dignidades en una Iglesia, y le da el Arcedianato de Xátiva y Retoría de Gandía.» En 16 Agosto 1482. 2. de Sixto Obispo —Sixtus Episcopus, Servus Servorum Dei, 3. ¿Quiénes fueron Pedro Luís y Juan Borja? Se demuestra son hijos del documento de cesión de bienes nombrando tutores de sus bienes a su hijo carnal D. Juan de Borja, nombra por tutores del mismo a D.

37 Cuaderno de 102 páginas en folio encabeza el códice rotulado A. Papeles varios, que el Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo posee y conserva en su selecta y copiosa biblioteca también Casa Osuna.

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Pedro Luís, hermano del dicho D. Juan, y a Don Auto de Borja, primo del mismo menor. Enero 29 de 1483. Por Egregio dado por el rey D. Fernando el Católico a D. Pedro Luís de Borja y á sus señores hermanos. Dado en los Reales de la Conquista de Ronda 28 Mayo 1485. Y por Bula del papa Sixto IV legitimando y habilitando al Sr. D. Pedro Luís de Borja, primer Duque de Gandía. Otros documentos pueden verse en el citado extracto mencionado. En consecuencia el primer hijo de Rodrigo, llamado D. Pedro Luís de Borja, hubo de nacer cerca del año de 1458, en que murió Calisto y e 29 de Enero de 1483 debía, con efecto, tener por lo menos 20 años, al ser nombrado tutor de su menor hermano D. Juan. por su valor y pericia en la guerra de Granada, militando á su costa con grande comitiva de soldados, entró el primero peleando en Ronda; por cuyos servicios el Rey Católico, estando sobre aquella ciudad, concede el título de Egregio, á él y á sus hermanos; y luego el de duque de Gandía. D. Pedro Luís de Borja, murió en 1488, bajo el testamento otorgado, á 14 de Agosto, del propio año, en la casa y presencia de su padre D. Rodrigo, cardenal vicecancelario, nombrando heredero en el ducado de Gandía y demás bienes y título á su hermano D. Juan, y por ser éste menor de edad, tutor y curador á D. Rodrigo, que declara ser padre de ambos hermanos. Por cuanto antecede, D. César de Borja no es el segundo sino el tercer hijo de D. Rodrigo, y debió nacer en 1475. Esta familia procede de Valencia. La casa y la fortuna de César radican en Francia, su vida en Italia, su infortunio en Castilla. En Navarra es un extranjero, de aquéllos que el Fuero General mira con tanta prevención, recortando cuidadosamente su intervención política, aunque en el campo privado, y sólo mercantil, les conceda fabulosas oportunidades. El cabeza de familia Rodrigo Borgia38, procedente de España, Valencia, dejó un renombre porque impulsaron las artes de una manera colosal en detrimento de la vida espiritual y ejemplar de la Iglesia. Lamentamos no conocer exactamente la verdad, porque la leyenda negra contra los Borgias se creó debido a sus grandes enemigos. Eliminaremos la leyenda nos ceñiremos a los hechos escuetos, basándonos en documentos históricos. Su fin era, formar una única Italia, grande, como España, Francia o Inglaterra. Gobernó y se dedicó a los bienes temporales fundamentalmente y no espirituales, ni reformó la corrupción existente en la Iglesia cuya cabeza visible era Alejandro.

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38 Italianización del apellido español Borja.

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CAPITULO IV César y Navarra

El pequeño reino de Navarra, cabalga sobre el Pirineo, y no le une el vínculo del nacimiento; tampoco los del matrimonio, pues su esposa Carlota, aunque hermana del rey don Juan es, ante todo, una Albret, la hija de un poderoso e inquieto señor del Suroeste de las Galias, relacionada con Francia por la lengua, el linaje, la educación, y los lazos feudales, huésped continuo y distinguido de la corte del rey Cristianísimo, que es quien decide su boda para asegurarse una mayor influencia en Italia. Para César, Navarra no es más que un nombre en los archivos polvorientos, un título que figura en algún olvidado documento, un escudo más de los miles que pueblan los tratados de heráldica de la Europa viva multicolor del ocaso de la edad media, un tema secundario hace tiempo abandonado, en la bien compuesta sinfonía de su grandeza. Cualquiera de los monjes traídos de Cluny por Sancho el Mayor, o los aborrecidos gobernadores franceses enviados por los Capetos, e incluso los consejeros bearneses que desde Pau han decidido tantas veces los asuntos del reino durante la menor edad de los últimos soberanos, son en cierto modo, más navarros que él. No obstante hay en los números una magia oculta, que los antiguos conocían muy bien. Navarra y César aparecen juntos tres veces en 1491, 1499 y 1507. Las dos primeras fechas se desvanecen apenas pronunciadas para no volver a repetirse, no están enlazadas entre sí, apuntan a otros fines en apariencia más que suficientemente cumplidos de los que no son más que peldaños, etapas quemadas de una carrera extremadamente afortunada. Pero el Destino vela: en cada ocasión ha dejado un cabo suelto, un hilo pequeño, débil y casi invisible que misteriosamente enlaza con el siguiente hasta el día de marzo39 en que por vez primera pisa César el suelo de Navarra -el día del aniversario de su elección como Obispo de Pamplona-, ésta es la señal cifrada, y salta el resorte de la trampa, uniendo al héroe y al reino en el único abrazo que no puede romperse: el de la muerte. De este modo, siendo César el más extranjero, de los que pasan por la historia de Navarra a lo largo de la Edad Media es, a la vez, el más nuestro de todos ellos. Unido a Navarra en este final, por azar y para siempre, su agonía aparece como la representación sensible y el signo de la agonía del reino, y de un modo extraordinario pero veraz, como toda su vida, ilumina el sentido verdadero de una tragedia cuyos significado no hemos descubierto del todo hoy, después de tantos años. Esta es su gloria, ésta es su infamia, ésta es su fortuna. Dieciséis años tiene César Borgia cuando Inocencio VIII que en 1480 permitió que este muchacho pudiera ser elegible para las órdenes sagradas al dispensarlo de la irregularidad eclesiástica causada por su nacimiento de episcopo cardinali et

39 Es curioso. También en marzo “los Idus de Marzo” será su muerte en Viana.

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conjugatâ, y le concedió varios beneficios españoles, siendo el último de ellos el obispado de Pamplona, en cuya vecindad, por una extraña fatalidad, encontró la muerte. Un Obispo de dieciséis años no es cosa insólita en 1491.

Catedral y Santa María la Real de Pamplona

A lo largo de cinco siglos, los juristas de la Iglesia han elaborado una complicada teoría en defensa de la supremacía del papado siquiera sobre la misión espiritual de los Obispos, a cuyas sedes van anejas inmensas riquezas que excitan la codicia de los príncipes: por una de esas sutiles distinciones a la que tan aficionados son los medievales, se ha llegado a diferenciar la función propiamente sagrada de las fabulosas rentas que la sirven y sostienen, porque un Obispo, aunque proceda del bajo pueblo, al ser nombrado, entra a formar parte de la nobleza, y tiene asiento en las Cortes o Parlamentos y en el Consejo Real. Naturalmente, tal artificio sólo se tiene en pie en los libros y en las aulas universitarias y, rara vez en la realidad. Con demasiada frecuencia, las rentas episcopales se utilizan por la propia Roma como un honor anejo a cargos determinados o como un premio a personajes ilustres o a sus hijos, aunque en casos como estos se observe la elemental precaución de no conferir la consagración al mismo tiempo.

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Así César, que no llegó siquiera a ser ordenado presbítero, rigió su diócesis, como era costumbre, por medio de vicarios.

Cierto que el Papa en aquel momento no es sólo el padre espiritual de la

cristiandad, sino un poderoso soberano en cuyos servidores predomina muchas veces la función política, necesaria para la vida de la Iglesia, sobre la puramente

sacramental: pero, aunque pontífices piadosísimos y aún santos, como Pablo III y santo Tomás de Canterbury, hayan llegado a la mitra por tales procedimientos, el

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alma de la Iglesia sufre no poco por ello. Esposa de Cristo y misterio de fe, la Iglesia

Carlos III el Noble y su esposa

no puede, sin embargo, negarse a vivir los avatares de su tiempo, aún los que les eran más extraños, porque "su verdadera grandeza consiste en afrontar las variaciones del animal humano en el curso de los siglos y tratar de introducir en ella

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lo sobrenatural... prefiriendo este riesgo al estéril plegamiento sobre sí misma... porque el amor acude a los puntos más amenazados del hombre".40

César recibe la dignidad en Pisa, donde estudia derecho canónico. Desde que a los siete años Sixto IV le nombró protonotario apostólico41 y canónigo de Valencia, sabía que un día u otro llegaría: por esperada con seguridad, la acoge con la indiferencia que los grandes, más aún si son jóvenes, reservan a los regalos de la vida. El nombre de Pamplona no le dice nada: sabe que es un pretexto, que obedece a que el titular anterior, don Alonso Carrillo, ha muerto en Roma, donde llevaba a cabo un laborioso procedimiento ante los lentos tribunales papales. No obstante se sienta a escribir a su ciudad (17 de septiembre de 1491) recomendándole al tesorero y canónigo de Toledo, Mosén Martín Zapata, “nuestro procurador general” y Educación su protección: “si se presentase cualquier circunstancia particular que afectase al honor de esa noble ciudad y al bien común de vuestras propias personas o al Educaci general, podéis estar seguros, desde luego, que Nos la miraremos con tanto cuidado como si fueran propias”. Y firma “César Borgia, electo de Pamplona”.

CAPÍTULO IV Educación de César y su cultura

No poseemos ningún retrato de su rostro en esta época; ni tampoco de su alma, pues no puede tenerse por tales las elegantes cláusulas en que Paulo Pompilio le dedica su Syllabarium Et Accentibus Opus Exactissimun y en la que le llama "Borgiae familiae spes et decus", lustre y esperanza de la familia Borgia, lo que no es decir nada cuando el destinatario es un niño menor de catorce años. Algo más sabemos de su educación. Protegido y próximo pariente -más tarde se le tendrá por su padre, aunque la historia no se haya pronunciado todavía-, el cardenal Rodrigo Borgia, decano del sacro colegio y vicecanciller de la Iglesia, por tanto el primer personaje de Roma, después del Pontífice. César aprende su maravilloso latín desde los siete años de Paulo Pompilio, romano, uno de los "grammatici" más famosos de su tiempo, y desde 1489, primero en Sapienza de Perusa y luego en Pisa estudia teología, se apasiona por la jurisprudencia y se especializa en derecho canónico, con Felipe Decio y Francisco Remolinos, con quien le unirá toda su vida leal amistad. "Aprovechó mucho, y disputaba cuestiones arduas en el derecho civil y canónico, y como muy docto en ellas las trató". Pisa no enseña sólo a los jóvenes estudiantes las doctas sentencias de los glosadores. Tendida entre los montes Apuanos y el mar, a la sombra olvidada de su Ciudadela, la ciudad se mira en el Arno, cuyas aguas cantan la nueva estrofa del renacimiento, que vibra en el sutil aire de Italia:"appetito di bellezza". Pasaron los tiempos oscuros, flechazos hacia el cielo en las fachadas verticales del gótico, en las que se retuerce una multitud gesticulante y patética: amanece una nueva edad. El hombre se contempla a sí mismo con ojos nuevos, pensativo y

40 Charles Moeller. Literatura del siglo XX y el Cristianismo. Madrid. Edit. Gredos, 1964, t.l. pa. 282. 41 Dignidad eclesiástica, con honores de prelacía, que el Papa concede a algunos clérigos para que puedan conocer las causas delegadas por él.

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desnudo, como la Venus de Boticelli, pálida y misteriosa pero viva bajo la corona y magnífica de sus cabellos castaños trenzados.

Por encima de todo, el renacimiento es una plena oportunidad para el hombre: las armoniosas plazas, las estatuas ecuestres, las academias a estilo de Platón, las primeras excavaciones, los puros y altivos perfiles de las damas adornadas con hilos de perlas, no son más que el marco en que la humanidad corre, bajo ligeros arcos

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adornados con guirnaldas, a un banquete de bodas, al jardín hace tiempo perdido de la hermosura y la fortuna. César pasea silencioso bajo el recuerdo de Nicolás de Pisa42, que diseñó estaturas clásicas para el Emperador Federico II, y aprende en sus finos, desdeñosos gestos, todo cuanto el mundo que empieza reserva a sus héroes. Sus ojos, su mente, su corazón, bebe a grandes sorbos los rasgos de la imagen del hombre superior, cuyo tipo encarnará él unos años más tarde, y al que el renacimiento colocará sobre el pedestal de la farsa de la vida, ataviado por Nicolás Pisano con los tocados más absurdos y exquisitos que el mundo ha visto jamás. La escultura renacentista se inspira en la naturaleza y el cuerpo humano, intentando recuperar un lenguaje antiguo. Se ha ido gestando desde finales de la Edad Media, por lo que nos encontramos con unos siglos de transición. La escultura tenía la ventaja sobre la pintura de que existían abundantes los restos clásicos y un gran número de piezas que podían servir de inspiración a los artistas. Aprende Latín con Paulo Pompilio y a partir de 1489, estudia Teología y Derecho Canónico, primero en la Sapienza de Perusa y luego en Pisa. Conoce perfectamente el latín, italiano, español francés, etc. Y por su estudio sistemático de la filosofía y teología, tiene unas dotes admirables de oratoria y refinamiento en el estudio de cuestiones teológicas y filosóficas arduas con una clariviedencia extraordinarias. En cuanto a las artes y su entendimiento, y las ciencias, aprendió también de Leonardo y cuando lo necesitó para el arte de la guerra lo contrató para sus fines militares. Era franco, amable, con sus amigos, admirador de los valientes enemigos y les respetaba, aun habiéndolos vencido. Le gustaba la licha libre e iba a los pueblos y disputaba con quienes deseaban. En una ocasión, luchó con un hombre y le venció. César le admiró le felicitó y le dio dinero por haberle ganado. Las gentes a quien mandaban le querían y adoraban. Socalmente era un hombre dentro del renacimiento y de las intrigas vistas por los hombres mencionados contemporáneos, ejemplar y no un tirano como algunos lo describen. César Borgia completa su educación en la escuela de la vida, la gran maestra, hasta 1499, el año 24 de su vida. En este tiempo le suceden muchas cosas, pero ninguna decisiva porque aún no ha llegado su hora: es uno de los más importantes de la política papal, pero aún no es él mismo.

42 Arquitecto y escultor nacido en Pisa, aproximadamente entre los años 1205-07. Murió en esa misma ciudad en 1278. Fue el padre del arte plástico moderno.

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CAPÍTULO V

Nombramiento del Papa Alejandro VI Alejandro fue recibido en el seno de la familia cercana de Calixto y desde entonces los italianos lo conocieron como Rodrigo Borgia. Al igual que muchos otros jóvenes príncipes, fue incorporado forzadamente al servicio de la Iglesia, sin que la cuestión de la vocación fuera tomada en cuenta para nada. Luego de otorgarle varios beneficios muy ricos, su tío lo envió a estudiar leyes a la Universidad de Bolonia durante un año. En 1456, a la edad de veinticinco años, fue nombrado cardenal diácono de San Nicolo in Carcere, y mantuvo ese título hasta 1471, cuando se convirtió en cardenal obispo de Albano. Fue hecho cardenal obispo de Porto y decano del Sagrado Colegio (Eubel, Hierarchia Catholica, II, 12). Su posición oficial en la Curia después del 1457 fue la de Vicecanciller de la Iglesia Romana, y aunque muchos le envidiaban esa función tan lucrativa, parece ser que a todo mundo dejó contento durante su larga administración de la cancillería papal. Incluso Guicciardini admite que "en él se combinaban una rara prudencia y vigilancia, una reflexión madura, un maravilloso poder de persuasión, una habilidad y capacidad de conducir los asuntos más complicados". A la muerte de Inocencio VIII, el cardenal Rodrigo Borgia es elegido Papa en la mañana del 11 de agosto de 1492, y adoptó el nombre de Alejandro VI43, por unanimidad -"pleni voti", escribió Valori a Florencia- y toma el nombre de Alejandro VI. "Como si Dios te hubiese señalado, todos los votos convergen hacia ti" canta Camillo Beneimbene44: el pueblo coloca en unos arcos levantados para el día de la coronación está exagerada y fantástica divisa:

Roma fue grande con César, pero hoy lo es más pues reina Alejandro VI Y si aquél fue mortal, éste es divino.

Los romanos, que habían llegado a ver a Borgia como uno de ellos, y que predecían un pontificado a la vez espléndido y enérgico, se sintieron especialmente complacidos por la elección, y manifestaron su contento con fogatas, procesiones de antorchas, guirnaldas de flores y arcos triunfales adornados con inscripciones extravagantes como la expuesta anteriormente. Durante su coronación en San Pedro (26 de agosto), al paso de la procesión a San Juan de Letrán, fue recibido con ovaciones "mayores", afirma el cronista, "que las que haya recibido cualquier otro pontífice". Inmediatamente procedió a confirmar la buena opinión que de él tenían los romanos poniendo fin a la criminalidad que reinaba en la ciudad, y cuya gravedad se puede inferir del comentario que hace Infessura acerca de que se habían cometido doscientos veintidós asesinatos en el espacio de unos pocos 43 Véanse más detalles de este cónclave en Pastor, "Historia de los Papas", (Edición alemana, Friburgo, 1895), III, 275-278 44 Dies war der Nestor der römischen Notare, der alte Camillo Beneimbene, die gerichtliche Vertrauensperson Alexanders und fast aller Kardinäle und Großen Roms. Er kannte die Borgia in ihren privaten wie öffentlichen Angelegenheiten, er kannte Lucrezia von ihrer Kindheit an; alle ihre Ehekontrakte sind von ihm ausgefertigt worden.

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meses. Alejandro ordenó que se hicieran investigaciones, que se ahorcara a cada criminal sin mayor preámbulo y que su casa fuera arrasada. Dividió la ciudad en cuatro distritos, al frente de cada uno de los cuales puso a un magistrado plenipotenciario para que mantuviera el orden. Además, dispuso que el martes de cada semana fuera el día en que cualquier hombre o mujer pudiera hacerle conocer personalmente sus quejas, "y", dice el cronista, "se dedicó a ejercer la justicia en forma admirable". Tan vigoroso método de aplicar la justicia cambió la faz de la ciudad en poco tiempo, cosa que el agradecido populacho atribuyó a la intervención de Dios. Los príncipes de Italia se agolpan en la antecámara papal para darle el propio parabién. Piero de Medici45 por Florencia, Juan Gonzaga por Mantua, Hermes Sforza por Milán, el Príncipe de Altamira, hijo del Rey de Nápoles. Pero sin duda el más gustosamente escuchado es Poliziano46, el primero de los humanistas, enviado por Siena, que le llama "de ánimo superior a los mortales, del que se esperan cosas grandes, nunca vistas ni oídas, difíciles, singulares e increíbles". Entre los príncipes italianos que enviaron embajadores o fueron en persona a ofrecer sus respetos al nuevo papa, figuró el príncipe heredero de Ferrara. Ninguna casa de Italia brillaba con tan claro esplendor como la de Hércules (o Ercole) de Este y su esposa Eleonora de Aragón, hija del rey Fernando de Nápoles y muerta el 11 de octubre de 1.493. Una de sus hijas, llamada Beatriz se había casado en diciembre de 1490 con Ludovico el Moro, sagaz y despiadado regente del Ducado de Milán en representación de su sobrino Giangaleazzo. La otra, llamada Isabel, una de las más agraciadas y notables mujeres de su tiempo, se había convertido en febrero de 1490, a los dieciséis años de edad, en la esposa del marqués Francisco Gonzaga de Mantua. Alfonso, el príncipe heredero se había casado a los quince años, el 12 de febrero de 1491, con Ana Sforza, hermana de Giangaleazzo. Su padre lo envió a Roma en noviembre de 1492 para recomendar sus Estados al papa. Alejandro recibió con grandes honores a aquél joven pariente de la casa de Sforza, en la cual se disponía a introducir a su propia hija. Don Alfonso fue alojado en el Vaticano y durante su estancia de varias semanas, no sólo tuvo ocasión sino que consideró como un deber hacer varias visitas a doña Lucrecia. Lleno, pues, de curiosidad pudo contemplar por primera vez a aquella hermosa muchacha de dorados cabellos y ojos grandes y expresivos. Pero nada pudo ser entonces más ajeno a su pensamiento que la idea de que aquella adolescente, entonces prometida a un Sforza, había de entrar nueve años más tarde como esposa suya en el castillo de los Este de Ferrara. De las atenciones y miramientos con que trató Alejandro al príncipe heredero -quien tampoco podía sospechar entonces a su futuro yerno- nos puede dar idea la carta de agradecimiento que le dirigió su padre el duque.

45 Piero de' Medici (the Unfortunate) (February 15, 1471 – December 28, 1503), the untalented, arrogant and undisciplined oldest son of Lorenzo de' Medici (the Magnificent) and Clarice Orsini. He was also an older brother of Pope Leo X 46 Su nombre original era Angelo Ambrogini. Nació en Montepulciano, Toscana, y estudió en Florencia. Se convirtió en tutor de los hijos de Lorenzo de Medici, señor de Florencia, y a los treinta años era ya profesor de literatura griega y latina en aquella ciudad. 1454-1494

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Decía así: "Santísimo Padre y Señor, señor mío Venerabilísimo: beso ante todo los pies a Vuestra Santidad y me encomiendo humildemente a ella. Hace ya tiempo que sabíamos cuán digna era Vuestra Santidad de ser ensalzada con las loas más sublimes; mas ahora me lo repiten las cartas del obispo de Módena, mi embajador cerca de vuestra santidad, de mi amado primogénito Alfonso y de cuantos lo acompañaron. Me informa de la singular benignidad, liberalidad, gracia, humanidad inefable y caridad de Vuestra Santidad para con todo rigor y realmente para conmigo y con los míos, tanto a la llegada de mi hijo como durante toda su permanencia en Roma. Por este motivo y como ya lo era desde hace mucho tiempo en todo cuanto podía, me declaro deudor de vuestra beatitud en todo aquello que sea de mi mano. Envío a Vuestra Santidad mi eterno agradecimiento tan grande como se pueda concebir en este mundo, y me declaro devotísimo y prontísimo para cuantas cosas puedan serle útiles y aceptas. Quiero y deseo encomendarme a ella, en unión de todos los míos, con la mayor humildad posible. Ferrara, 3 de enero 1493.-de vuestra santidad hijo y servidor, Hércules, duque de Ferrara.”47 El mismo día de su coronación nombró Alejandro a César -que sólo contaba dieciséis años- obispo de Valencia. Lo hizo sin estar muy seguro de la conformidad de Fernando el Católico, que se resistió bastante a concederla, receloso de que los Borgia quisieran convertir en feudo hereditario el más rico obispado de su reino. César no estaba en Roma cuando se celebraron las fiestas de la coronación. El 22 de agosto, once días después de la elección de Alejandro, el embajador de Ferrara en Florencia, Manfredi, informaba a la duquesa Eleonora de Este que "el hijo del papa, obispo de Pamplona", que estaba en la universidad de Pisa, había partido la mañana antes y, por mandato de su padre, se había dirigido a la ciudad de Spoleto.

CAPÍTULO VI César se despide de sus estudios en Pisa

En Spoleto se encontraba César todavía el 5 de octubre y desde allí envió a Pedro de Médicis, hijo de Lorenzo y hermano del cardenal Giovanni, una carta redactada en términos que supone la mayor confianza entre los dos. Empieza César por lamentar que su repentina partida de Pisa no le permitiera entrevistarse con el Médicis, si bien encargó a su preceptor, Juan Vera, que le llevase nuevas suyas. Recomendaba luego al su leal familiar Francisco Remolinos para el puesto de profesor de derecho canónico en Pisa, pues, a lo que parece, aquel docto varón prefería la carrera de la enseñanza a la eclesiástica. La carta va firmada así: "Como hermano vuestro, César de Borja, electo de Valencia". El escenario en que va a desenvolverse desde ahora comprende dos círculos concéntricos: El interior es el patrimonio de San Pedro, los Estados de la Iglesia; la ciudad de Roma, la campiña romana dominada por los castillos de los belicosos barones que tienen en la propia Roma palacios fortificados y uno de cuyos miembros forma siempre parte del colegio cardenalicio, y las ciudades cuyo soberano nominal es la Iglesia pero que de hecho gobiernan como en arriendo pero con gran independencia príncipes que se llaman vicarios. Fuera de este círculo se extiende el 47 Biblioteca Marciana de Venecia. Lat. Xl. X. Cod. CLXXVI. pag 92 libro Fernando Gregovius, o.c.

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internacional: los grandes Estados de Italia, Milán, Venecia, Florencia y Nápoles (sobre el que la Santa sede tiene una especie de alta soberanía puramente honorífica); y además, las potencias europeas principales: Francia, España y en menor grado el Imperio. El nuevo Papa tiene dos claras ideas sobre la política a seguir en este escenario. La primera es robustecer el prestigio temporal de la Iglesia y para ello mantenerla alejada de las ambiciones europeas o al menos sacar de ellas el máximo partido. La segunda es encumbrar a su familia como el mejor equipo para llevar a cabo sus planes. Ambas se identificarán a menudo, en uno y otro caso el medio a emplear será ante todo la diplomacia y sólo en caso de necesidad la fuerza. En este contexto hay que situar la figura de César en este período. El 20 de septiembre de 1493 es nombrado, para empezar, cardenal de Santa María Nuova48, junto con el canciller de Inglaterra, un hijo del rey de Polonia y otro del Dux de Venecia, y otros tres muchachos que no llegan a los veinte años: un Cesarini, Hipólito de Este y Alejandro Farnesio49, que será más tarde el gran Papa del concilio de Trento, Paulo III. Los cardenales Pallavicino y Orsini, encargados de examinar la legitimidad de su origen, habían logrado hacer desaparecer las manchas de su nacimiento, Giannandrea Boccaccio escribía irónicamente al duque de Ferrara el 25 de febrero de 1493: "El vicio de su filiación natural será pronto borrado y con razón; se le reportará hijo legítimo, puesto que fue engendrado cuando aún vivía el marido de su madre; sobre esto no cabe la menor duda; este marido estaba vivo y presente, urnas veces en Roma, y otras viajando, por razón de su oficio, a través de unas tierras de la iglesia". El embajador no indica el nombre de ese marido pero Infessura designa como Domenico d'Arignano. Ser cardenal no significa el final de una carrera al servicio de la Iglesia, sino el comienzo de ella; no tiene carácter canónico sino político; es entrar en un juego de amplias y equilibradas influencias donde no cuenta la edad sino el nombre, la familia, las relaciones y la patria. El consistorio de 1493, el segundo de Alejandro VI, define un Sacro Colegio que corresponde a las necesidades de una etapa de la política papal claramente italiana, que comprende y contrapesa todos los intereses de la península apenina. César figura en él por la misma razón por la que sus hermanos seglares se vinculan al equilibrio italiano por la vía matrimonial. César y Joffre continuaban en Roma. El primero iba a ser nombrado pronto cardenal y el segundo se instalaría en Nápoles.

CAPÍTULO VII El Nuevo Mundo. Bula "Inter caeteris"

Existía entre Portugal y España ciertas desavenencias y confrontaciones con motivo del descubrimiento del Nuevo Mundo. A instancias de Fernando el católico, se le adjudicó las islas descubiertas y todas las regiones que se descubrieran en lo sucesivo, partiendo de un círculo meridiano que distaba 100 leguas de las Azores y de la isla de las Hespérides hacia el oeste y el mediodía. De donde surgió la discordia

48 Existía los monjes Olivetanos de Santa María Nuova. 49 Comienzo del papado 12 de octubre de 1534 Fin del papado 10 de noviembre de 1549

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entre el mismo Fernando y el rey Juan de Portugal, porque éste pretendía que la exploración de todo el mundo desconocido le pertenecía a él por concesión de los romanos pontífices, especialmente de Eugenio IV, mientras que aquél amparaba su causa en la concesión de Alejandro VI. Por lo cual el pontífice, para que no se llevara el pleito a las armas, dividió en dos partes iguales todo el orbe de la tierra trazando un círculo desde el septentrión al polo austral, que declina del anterior y llega hasta 300 leguas más allá de las islas Hespérides. La parte que estä hacía el Sol oriente fue escogida por Juan, a quien se dio opción por la antigüedad de su derecho; la de occidente, fue entregada a Fernando e Isabel. Sin esta famosa bula "Inter caeteris" publicada el 4 de mayo de 1493, tal vez la interferencia de españoles y portugueses en la arriesgada empresa colonizadora hubiese arrastrado a ambos países a la guerra. Y, en ella, tampoco olvidó Alejandro VI su alta misión espiritual: las cuatro quintas partes de la misma bula se refieren a la obligación de convertir las nuevas poblaciones a la fe católica y una bula posterior (25 de septiembre de 1493) extendió la concesión apostólica en favor de los reyes españoles a todas las tierras descubiertas al este, al oeste o al sur de las Indias.

La Bula "Inter caeteris" traducida del latín es la siguiente: “Alejandro [obispo, siervo de los siervos de Dios]. Al queridísimo hijo en Cristo Fernando y a la queridísima hija en Cristo Isabel, ilustres reyes de Castilla, León, Aragón y Granada, salud [y bendición apostólica]. Entre las obras agradables a la divina Majestad y deseables para nuestro corazón existe ciertamente aquella importantísima, a saber, que, principalmente en nuestro tiempo, la fe católica y la religión cristiana sean exaltadas y que se amplíen y dilaten por todas partes y que se procure la salvación de las almas y que las naciones bárbaras sean abatidas y reducidas a dicha fe. Desde que fuimos llamados a esta sede de Pedro, no por nuestros méritos sino por la divina misericordia, hemos sabido que sois reyes y príncipes verdaderamente católicos, como siempre supimos que erais y como lo demuestran a casi todo el mundo vuestras obras conocidísimas, ya que no habéis antepuesto nada a ella, sino que la habéis buscado con toda aplicación, esfuerzo y diligencia, no ahorrando trabajos, gastos ni peligros; incluso derramando la propia sangre; y os habéis dedicado ya desde hace tiempo con todo vuestro ánimo a la

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misma, como lo atestigua en la actualidad la reconquista del reino de Granada de la tiranía de los sarracenos, hecha con tanta gloria para el Nombre de Dios; por ello, de un modo digno y no inmerecido, nos sentimos inclinados a concederos espontanea y favorablemente todo aquello que os permita seguir en el futuro con este propósito santo, laudable y acepto a Dios, con ánimo más ferviente, para honor del mismo Dios y propagación del Imperio cristiano. Nos hemos enterado en efecto que desde hace algún tiempo os habíais propuesto buscar y encontrar unas tierras e islas remotas y desconocidas y hasta ahora no descubiertas por otros, a fin de reducir a sus pobladores a la aceptación de nuestro Redentor y a la profesión de la fe católica, pero, grandemente ocupados como estabais en la recuperación del mismo reino de Granada, no habíais podido llevar a cabo tan santo y laudable propósito; pero como quiera que habiendo recuperado dicho reino por voluntad divina y queriendo cumplir vuestro deseo, habéis enviado al amado hijo Cristóbal Colón con navíos y con hombres convenientemente preparados, y no sin grandes trabajos, peligros y gastos, para que a través de un mar hasta ahora no navegado buscasen diligentemente unas tierras remotas y desconocidas. Estos, navegando por el mar océano con extrema diligencia y con el auxilio divino hacia occidente, o hacia los indios, como se suele decir, encontraron ciertas islas lejanísimas y también tierras firmes que hasta ahora no habían sido encontradas por ningún otro, en las cuales vive una inmensa cantidad de gente que según se afirma van desnudos y no comen carne y que -según pueden opinar vuestros enviados- creen que en los cielos existe un solo Dios creador, y parecen suficientemente aptos para abrazar la fe católica y para ser imbuidos en las buenas costumbres, y se tiene la esperanza de que si se los instruye se introduciría fácilmente en dichas islas y tierras el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo y el nombrado Cristóbal en una de las islas principales ya hizo construir y edificar una torre bastante pertrechada en la que dejó a algunos de los cristianos que iban con él para que la custodiasen, y buscasen otras tierras lejanas y desconocidas; en algunas de las islas y tierras ya descubiertas se encuentra oro, aromas y otras muchas materias preciosas de diverso género y calidad. Por todo ello pensáis someter a vuestro dominio dichas tierras e islas y también a sus pobladores y habitantes reduciéndolos .-con la ayuda de la divina misericordia- a la fe católica, tal como conviene a unos reyes y príncipes católicos, y siguiendo el ejemplo de vuestros progenitores de gloriosa memoria. Nos pues encomendando grandemente en el Señor vuestro santo y laudable propósito, y deseando que el mismo alcance el fin debido y que en aquellas regiones sea introducido el nombre de nuestro Salvador, os exhortamos cuanto podemos en el Señor y por la recepción del sagrado bautismo por el cual estáis obligados a obedecer los mandatos apostólicos y con las entrañas de misericordia de nuestro Señor Jesucristo os requerimos atentamente a que prosigáis de este modo esta expedición y que con el ánimo embargado de celo por la fe ortodoxa queráis y debáis persuadir al pueblo que habita en dichas islas a abrazar la profesión cristiana sin que os espanten en ningún tiempo ni los trabajos ni los peligros, con la firme esperanza y con la confianza de que Dios omnipotente acompañará felizmente vuestro intento. Y para que -dotados con la liberalidad de la gracia apostólica- asumáis más libre y audazmente una actividad tan importante, por propia decisión no por instancia vuestra ni de ningún otro en favor vuestro, sino por nuestra mera liberalidad y con pleno conocimiento y haciendo uso de la plenitud de la potestad apostólica y con la autoridad de Dios omnipotente que detentamos en la tierra y que fue concedida al bienaventurado Pedro y como Vicario de Jesucristo, a tenor de las presentes, os donamos concedemos y asignamos perpetuamente, a vosotros y a vuestros herederos y sucesores en los reinos de Castilla y León, todas y

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cada una de las islas y tierras predichas y desconocidas que hasta el momento han sido halladas por vuestros enviados y las que se encontrasen en el futuro y que en la actualidad no se encuentren bajo el dominio de ningún otro señor cristiano, junto con todos sus dominios, ciudades, fortalezas, lugares y villas, con todos sus derechos, jurisdicciones correspondientes y con todas sus pertenencias; y a vosotros y a vuestros herederos y sucesores os investimos(4) con ellas y os hacemos, constituimos y deputamos señores de las mismas con plena, libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción. Declarando que por esta donación, concesión, asignación e investidura nuestra no debe considerarse extinguido o quitado de ningún modo ningún derecho adquirido por algún príncipe cristiano. Y además os mandamos en virtud de santa obediencia que haciendo todas las debidas diligencias del caso, destineis a dichas tierras e islas varones probos y temerosos de Dios, peritos y expertos para instruir en la fe católica e imbuir en las buenas costumbres a sus pobladores y habitantes, lo cual nos auguramos y no dudamos que haréis, a causa de vuestra máxima devoción y de vuestra regia magnanimidad. Y bajo pena de excomunión latae sententiae en la que incurrirá automáticamente quien atentare lo contrario, prohibimos severamente a toda persona de cualquier dignidad, estado, grado, clase o condición, que vaya a esas islas y tierras después que fueran encontradas y recibidas por vuestros embajadores o enviados con el fin de buscar mercaderías o con cualquier otra causa, sin especial licencia vuestra o de vuestros herederos y sucesores. Y como quiera que algunos reyes de Portugal descubrieron y adquirieron, también por concesión apostólica algunas islas en la zona de Africa, Guinea y Mina de Oro y les fueron concedidos por la Sede Apostólica diversos privilegios, gracias, libertades, inmunidades, exenciones e indultos; Nos, por una gracia especial, por propia decisión, con plena conciencia y usando de la plenitud apostólica, queremos extender y ampliar de modo semejante, a vosotros y a vuestros sucesores, respecto a la tierras e islas halladas por vosotros o las que se hallasen en el futuro, todas y cada una de aquellas gracias, privilegios, exenciones, libertades, facultades, inmunidades e indultos, con la misma eficacia que si se encontrasen insertos palabra por palabra en las presentes, y queremos que podáis y debáis usar, poseer y gozar de los mismos libre y lícitamente en todo caso y circunstancia tal como si hubiesen sido especialmente concedidos a vosotros o a vuestros sucesores. No obstando en contrario de lo concedido en las presentes letras ninguna constitución u ordenación apostólica. Confiando en Aquel de quien proceden todos los bienes, imperios y dominios, esperamos que si -con la ayuda del Señor- continuáis con este santo y laudable trabajo en breve tiempo se conseguirá el éxito de vuestros esfuerzos con felicidad y gloria de todo el pueblo cristiano. Pero como sería difícil llevar las presentes letras a todos aquellos lugares en los que podrían resultar necesarias, queremos y con similar determinación y conocimiento determinamos que todas las copias de las mismas que fueran suscritas por un notario público y munidas con un sello de alguna persona investida de una dignidad eclesiástica, o de una curia eclesiástica, gocen del mismo valor probatorio en un juicio o fuera de él que si fueran mostradas las presentes. Nadie pues se atreva [en modo alguno] a infringir [o a contrariar con ánimo temerario este documento] de nuestra exhortación, requerimiento, donación, concesión, asignación, investidura(5), acción, constitución, deputación, mandato, inhibición, indulto, extensión, ampliación, voluntad y decreto. Si alguien pues [se atreviese atentar esto sepa que incurre en la ira de Dios omnipotente y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo](6). Dado en Roma junto a San Pedro, en el año [de la encarnación del Señor] mil cuatrocientos noventa

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y tres, el día quinto de las nonas de mayo [3 de mayo], primero de nuestro pontificado.” Entonces Portugal, que se creía lastimado, comprendió la necesidad de llegar a un arreglo amistoso, y al año siguiente, fueron arregladas las diferencias entre las dos cortes vecinas, El 7 de junio, los reyes Juan II de Portugal y Fernando II de Aragón firmaron el tratado de Tordesillas, que fijaba la línea de demarcación a 370 leguas al oeste de las islas Cabo Verde. ¿Por qué insistió Portugal en trasladar la línea hacia el oeste? La razón oficial fue que los marineros portugueses habían aprendido que, para llegar al sur de África, era más práctico no seguir la costa, sino navegar primero hacia el oeste y luego hacia el este, describiendo un arco que suponía cubrir una distancia mayor, pero que se recorría en menos tiempo gracias a que los vientos eran más favorables. fijando exactamente el trazado de la línea alejandrina y solicitando ambas partes la superior aprobación del Pontífice. Este la concedió enseguida y quedó así definitivamente zanjada la grave cuestión50.

Meridiano y Mapa del Tratado de Tordesillas

CAPÍTULO VIII

Más cualidades de César Borgia.

Los testigos oculares anotan su "gran espíritu, aspecto superior y exquisito carácter". Una y otra vez figura en los cortejos papales y en funciones honoríficas propias de su posición principesca. En otoño de 1492 visita con el Papa los castillos de Capodimonte y Nepi: el lago de Bolsena refleja la deslumbrante cabalgata de príncipes y embajadores. 50 Historia del Pontificado pags. 206-207. Puede apreciarse cómo favoreció los intereses de su patria.

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En Perugia defiende gentilmente al prior de los dominicos, la ciudad de Viterbo le aclama y pide al Papa le nombre su protector perpetuo, en el castillo de Bracciano, interviene en las negociaciones diplomáticas con los Orsini. el Pontífice le ha conferido las órdenes menores y el subdiaconado. Carlo Valgulio, uno de los más prestigiosos humanistas de Italia, a quien el mismo Poliziano llama su maestro, es su secretario y le dedica su Traducción de la Geografía de Cleomedes, que tanto influirá en la obra de Copérnico. En las salas Borgia de los palacios vaticanos, el Pinturiccho51 pinta su rostro lampiño como uno de los guardianes del sepulcro del señor. Nada falta a su grandeza mundana, pero lo que de verdad le gusta es una casita recién comprada en el Transtevere52 desde donde puede salir de la ciudad a caballo sin ser notado. Las aspiraciones del joven César no se cifraba en las dignidades eclesiásticas. Sólo por obediencia a su padre vestía los hábitos sacerdotales. Pero a pesar de haber sido nombrado arzobispo, sólo había sufrido la primera tonsura y llevaba una vida completamente mundana. Se aseguraba que el rey de Nápoles lo quería casal con una de sus hijas naturales y que él volvería pronto al estado laico. El embajador de Ferrara lo fue a visitar el 17 de marzo de 1493 en su casa de Trastevere, probablemente la del Burgo. La descripción que con tal motivo le hizo el Boccacchio al duque Hércules acerca de la naturaleza de aquél joven de diecisiete años es verdaderamente importante y notable y acaso constituiría el primer retrato moral de César Borgia: "Anteayer encontré a César en su casa del Trastevere cuando se disponía a salir de caza con ropajes completamente mundanos, es decir, vestido de seda, armado y con la pequeña coronilla de simple tonsurado. Cabalgamos juntos y conversamos durante un rato, pues creo poder contarme entre sus familiares. Es persona de gran ingenio de índole exquisita y excelente; y sus ademanes son los propios del hijo de un gran príncipe y tiene el humor particularmente sereno y alegre, siempre dispuesto a la fiesta. Posee una gran modestia y su porte es mucho más digno y produce mejor efecto que el de su hermoso hermano, el duque de Gandía, aunque tampoco falten a este las buenas partes. El arzobispo no mostró jamás ninguna inclinación hacia el sacerdocio, pero su beneficio le renta más de 16.000 ducados. Si el proyecto de matrimonio se efectuara más adelante, sus prebendas pasarán a otro de sus hermanos, que aún no ha cumplido los trece años."53 El embajador de Ferrara, en una carta de 1493 pone de relieve la serenidad de la naturaleza de César. Es el rasgo característico de Alejandro, de quien parece haberlo heredado César y Lucrecia, pues también de esta se elogió el aspecto sereno y siempre alegre como cualidad más destacada. En cuanto a la virtud de la modestia,

51 Pintor renacentista italiano (h.1454-1513) 52 Sur la rive droite du Tibre, s'est développé, depuis l'Antiquité, un quartier populaire : le Transtevere. Lié aux activités du port fluvial, il ne fut jamais abandonné et resta un des quartiers les plus animés de Rome. 53 Pags 87 y 87 Fernando Gregorovius, oc. Este hermano a quien ser refiere la carta era Jofre, que tenía exactamente la edad indicada por Boccacchio.

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seis años más tarde, cuando César había tenido ya abundantes ocasiones de la malignidad de su condición, se le atribuía con frases encomiásticas nada menos que Juliano della Rovere.

CAPÍTULO IX

Relaciones con la familia Sforza. Primer matrimonio de Lucrecia

Las ideas políticas de Alejandro era utilizar a sus hijos y parientes para posicionarse en las distintas clases importantes y nobles de Italia. El 1 de septiembre 1492, el papa había nombrado cardenal a Juan Borgia, obispo de Monreale e hijo de su hermana Juana. El Vaticano se iba poblando de españoles, parientes o amigos de la omnipotente casa. Acudían en busca de fortuna y honores y en noviembre de 1492 Gianandrea Boccaccio le escribía al duque de Ferrara: "se necesitarían lo menos diez papados para acabar con este parentado". Entre los mayores validos de Alejandro se contaban su Datario, Juan López, y Pedro Carranza y Juan Marrades, ambos camareros secretos. Rodrigo Borgia, pronipote del papa, fue nombrado capitán de la guardia palatina, hasta entonces mandada por un Doria. Pronto empezó a ocuparse Alejandro de asegurar un esplendoroso porvenir a Lucrecia. Ya no se volvió a hablarle de sus esponsales con los gentiles hombres españoles,. Ludovico y Ascanio propusieron un pariente suyo, Giovanni Sfprza, que Alejandro aceptó gustoso. Aunque no tuviese más títulos que el de Conde de Cotognola y vicario de la iglesia de Pesaro, Giovanni pertenecían a la ilustre casa de los Sforza, con la cual estuvo Alejandro muy estrechamente ligado durante los primeros tiempos de su pontificado, hasta el punto de que Ascanio Sforza era omnipotente en Roma. Giovanni Sforza, bastardo de Constancio de Pesaro, lo había sucedido a él en aquel vicaríato merced especial de Sixto IV e Inocencio VIII. Tenía 26 años, de hermoso aspecto y una gran cultura, como casi todos los tiranuelos italianos de la época. En 1489 se había casado con Magdalena, la bella hermana de Elisa Gonzaga, el mismo día en que esta última se unió con el duque de Guidobaldo de Urbino. Pero desde el 8 de agosto de 1490, muerta esa primera esposa de un mal parto, permaneció viudo. El Sforza se apresuró a aceptar la mano de la joven Lucrecia temeroso de que algún otro de los muchos pretendientes se la arrebatase. El 5 de noviembre escribía el embajador de Ferrara a su señor: "Este matrimonio de Pesaro da mucho que hablar en Roma; el primer esposo se encuentra todavía aquí y como buen catalán echa muchas bravatadas y asegura que presentará sus quejas ante todos los potentados de la cristiandad; pero gústele o no, tendrá que llevar las cosas con paciencia". El 9 de noviembre comentaba: "Quiera el cielo que el matrimonio de Pesaro no nos traiga desgracias. Parece que el rey de Nápoles ha expresado su descontento sobre el caso, según Giacomo, sobrino de Pontano, le dijo anteayer al Papa. El negocio está en suspenso y a ambas partes se les ofrecen buenas palabras, tanto al primero como al segundo esposo. Los dos están aquí y se cree generalmente que el de Pesaro conseguirá la victoria, a causa principalmente de la

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defensa que hace de su causa el cardenal Ascanio, el cual es el más poderoso en las palabras y en los hechos". El 8 de noviembre el contrato de matrimonio entre Lucrecia y don Gaspar fue legalmente rescindido. El esposo y su padre expresaron, sin embargo, la esperanza de que aquella unión se pudiese celebrar en circunstancias más propicias. A este efecto se comprometió don Gaspar a no casarse con ninguna otra mujer en el término de un año. Pero Guiovani Sforza no se mostró todavía muy seguro del triunfo. El 9 de diciembre el representante de Mantua, Floravante Brognolo escribía al marqués Gonzaga: "El negocio del ilustre señor Guiovani Sforza de Pesaro se halla todavía indeciso; me parece que aquél caballero español a quien su santidad había prometido la mano de su hija, no quiere renunciar a ella, y como tiene mucho partido en España la intención del Papa a es dejar ir madurando las cosas antes de resolverlas ".54 El 12 de junio de 1493 Lucrecia (con trece años) se celebró el matrimonio de Lucrecia con Giovani Sforza, conde de Pesaro y que doblaba en edad a su futura esposa, en el Palacio, políticamente con gran pompa y aparato. Con este matrimonio, Alejandro VI se aseguraba la alianza de los Sforza de Milán. Habían sido invitadas todas las matronas romanas, asistieron también los ciudadanos más destacados, junto con varios cardenales, doce en total. El papa se sentaba en medio de todos, en el trono de la majestad. El palacio tenía sus cámaras atiborradas de gente y maravillaba su gran magnificencia. El Sr. de Pésaro desposó con las debida solemnidades a su prometida, y a renglón seguido el obispo de Concordia pronunció una dignísima plática. De los embajadores sólo estaban el de Venecia, el de Milán, y uno de los del rey de Francia. El matrimonio de Lucrecia con Giovani Sforza sirvió de alianza entre Alejandro y Ludovico el Moro. El regente de Milán proyectaba llamar al rey de Francia, Carlos VIII, para que pasase a Italia y le hiciese la guerra al rey Fernando de Nápoles. Le devoraba la ambición y contaba, lleno de impaciencia, las horas que le pudieran faltar para librarse de su enfermizo sobrino, Giangaleazzo y ocupar personalmente el trono. Pero Giangaleazzo estaba casado con Isabel de Aragón, hija de Alfonso de Calabria y sobrina del rey Fernando55. El rey de Nápoles manifestó sus mejores deseos al señor de Pesaro con motivo de su matrimonio. Lo consideraba, el cierto modo, como pariente suyo, pues Giovanni Sforza habría sido admitido en la familia de Aragón. El rey le escribió el 15 de junio de 1493 desde Capua: "Ilmo. primo, amigo nuestro amadísimo: hemos recibido vuestra carta del 22 del pasado por medio de la cual me comunicaba el matrimonio concertado con la ilustre doña Lucrecia, sobrina de su santidad y Sr. nuestro. Hemos tenido sumo placer y contentamiento por el amor que siempre os hemos tenido y os tenemos, igual que a toda vuestra casa, porque consideramos que ningún matrimonio pudiera conveniros

54 Rescisión del contrato de matrimonio ha entre Lucrecia Borgia y y don Gaspar, a 8 de noviembre de 1492 (archivo de la Contraternitas S.Salvatoris ad Sancta Sanctorum, de Roma). 55 La descripción de la boda es extraordinaria. Ver pags. 88-92 de Fernabdo Gregorovius, oc

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más que éste. Por eso nos congratulamos y rogamos a Dios nuestro Señor que sea para vuestra felicidad y para el bien de vuestros Estados, así como para aumento de vuestra autoridad y reputación".56 Por un momento Giovanni Sforza fue persona importante en Roma e íntimo de todos los Borgia. El 16 de junio se dirigió a caballo, al lado del duque de Gandía, a recibir al embajador español, vestidos ambos de trajes tan costosos y resplandecientes de piedras preciosas come se fossero due re. El de Gandía aplazó su regreso a España, donde se había casado con doña María Enríquez, noble señora valenciana, poco antes de la elección de Alejandro para el trono pontificio. Un breve papal de 6 de octubre de 1492 autorizaba al duque y a su mujer para recibir la absolución de cualquier confesor, a elección suya. La elevada cuna de doña María demuestra que el bastardo Juan de Borgia había entablado magníficas relaciones desde que era Grande de España. Como hija de don Enrique de Enriquez y de doña María de Luna, la duquesa de Gandía era pariente muy cercana de la casa Real de Aragón. Don Juan abandonó Roma el 4 de agosto de 1493 para embarcarse en las galeras españolas surtas en el puerto de Civitavecchia y, según la relación del agente de Ferrara, llevaba consigo una gran cantidad de objetos preciosos, para cuya elaboración los artífices de Roma habían trabajado durante varios meses57. Estos tiranos estaban sin cesar en querellas internas y llamaban a los países extranjeros pidiendo ayuda. Las naciones no se habían beneficiado. El imperio alemán, mal constituido y siempre dividido contra el mismo; sólo tres potencias pretendían Italia: Turquía, España y Francia. Los turcos hicieron ya incursiones en Venecia y provincias napolitanas. España era dueña de la Sardana y Sicilia. Los franceses fueron llamados por Génova, único estado donde se mantuvo la democracia. Habían reconocido la soberanía de Carlos VI, a Carlos VII, después la habían ofrecido a Luis XI quien delegó sus derechos al duque de Milán, su aliado. Los genoveses invocaron a Carlos VIII contra el duque de Milán a devolver a los franceses, para ayudar a los genoveses, contra él, quien reconoció que los genoveses cediesen la soberanía al rey de Francia.

CAPÍTULO X Invasión de Carlos VIII y nombramiento de Cardenal a César

Pero Ludovico de Sforza, duque de Milán, inquieto por el rey Fernando de Nápoles, regente de Milán, excitaba a Carlos VIII a atacar Nápoles. El antiguo partido de la casa d'Anjou en el Reino de Nápoles, llamaba también a Carlos VIII contra el rey Fernando. Un hecho importante fue causa de la atención y la decisión de Carlos VIII de intervenir en Italia. Los monjes dominicos de Florencia, estaban a la cabeza de un movimiento político y religioso. Había entre ellos un monje que era a la vez, un tribuno del pueblo y un profeta, Jerónimo Savonarola, y, entre las profecías decía: "Un descendiente de San Luis, rey de Francia, vendrá en el nombre del Señor a reformar la Iglesia para servir de ministro a la justicia."

56 Cod. Aragon., II,2,67, Edición Trinchera 57 Lucrecia Borgia, Fernando Gregorovius, o.c. pág. 95

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Todo el pueblo de Italia afluía a Florencia en número siempre creciente. Las enormes multitudes ya no cabían en el famoso Duomo. El predicador Jerónimo Savonarola abrasaba con el fuego del Espíritu Santo, y sintiendo la inminencia del juicio de Dios, tronaba contra el vicio, el crimen y la corrupción desenfrenada en la propia iglesia. El pueblo abandonó entonces la lectura de las publicaciones mundanas y banales, y comenzó a leer los sermones del fogoso predicador; dejó de cantar las canciones callejeras y se puso a cantar los himnos de Dios. En Florencia, los niños hicieron procesiones para recoger las máscaras carnavalescas, los libros obscenos y todos los objetos superfluos que servían a la vanidad. Con todos esos objetos formaron en la plaza pública una pirámide de veinte metros de altura, y le prendieron fuego. Mientras esa pirámide ardía, el pueblo cantaba himnos y las campanas de la ciudad repicaban anunciando la victoria. Si entonces la situación política allí hubiese sido igual a la que hubo después en Alemania, el intrépido y piadoso Jerónimo Savonarola habría sido por cierto el instrumento usado para iniciar el movimiento de la Gran Reforma, en vez de Martín Lutero. A pesar de todo, Savonarola se convirtió en uno de los osados y fieles heraldos que condujo al pueblo hacia la fuente pura y las verdades apostólicas de las Sagradas Escrituras y no aceptó el cardenalato que le ofrecía Alejandro. Continuamente alimentaba su alma con la Palabra de Dios. Los márgenes de las páginas de su Biblia están llenos de notas escritas mientras meditaba en las Escrituras. Conocía de memoria una gran parte de la Biblia y podía abrir el libro y hallar al instante cualquier texto. Pasaba noches enteras orando, y tuvo la gracia de recibir algunas revelaciones mediante éxtasis o visiones. Sus libros sobre "La humildad”, "La oración", "El amor”, etc., continúan ejerciendo gran influencia sobre los hombres. Destruyeron el cuerpo de ese precursor de la Gran Reforma, pero no pudieron apagar las verdades que Dios, por su intermedio, grabó en el corazón del pueblo. Poco tiempo después, el 23 de abril, el cardenal della Rovere se embarcó en Ostia y fue a Francia para apremiar a Carlos VIII a fin de que emprendiese su expedición a Italia, no tanto para trastocar el orden de cosas existente en Nápoles como para llevar al Papa ante un concilio que lo depusiera. A principios de julio abandonó también la Ciudad eterna el cardenal Ascanio Sforza que había roto por completo sus relaciones con Alejandro. Carlos VIII de Francia, reivindicaba Nápoles de los reyes de origen aragonés dueños por la lucha contra la casa d'Anjou, posiblemente odiados por los impuestos establecidos para sostener las armadas de tierra y mar.

El 17 de noviembre entró el monarca galo en Florencia. Alejandro habría querido oponerse con sus propias tropas y las napolitanas y ofrecer resistencia, donde se encontraba como legado el cardenal Farnesio, pero los franceses, sin hallar verdadero obstáculo, penetraron y se desparramaron por Roma.

Sólo una vez en todos estos años le toca asumir un

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papel principal a César, cuando en 1494 Carlos VIII de Francia, "joven, de poco juicio y mal aconsejado", entra en Italia con su ejército, llamado por el duque de Milán, con la intención de conquistar Nápoles que, en otro tiempo, perteneció a su familia. Su aparición hace añicos el frágil "statu quo": Florencia se proclama República destituyendo a Lorenzo de Médicis. Milán y Venecia se disputan las ventajas territoriales que creen va a reportarles la aventura; y los embajadores franceses, disparaban contra el Papa, (que se ha quedado solo, en defensa de Italia), con serias amenazas envueltas en elegantes discursos cuajados de fórmulas respetuosas.. El 20 de septiembre de 1493 César fue nombrado cardenal. Los cardenales encargados de examinar la legitimidad de su origen, habían logrado hacer desaparecer las manchas de su nacimiento. Los esfuerzos de España habían logrado reconciliar al Papa con el rey Fernando. A fines de 1493, Alejandro VI había previsto ya largamente sobre el porvenir de sus hijos: César era cardenal, Juan, duque español y Jofre iba a ser muy pronto príncipe napolitano. Alejandro VI se separó de su Liga con Venecia y Ludovico el Moro, lo cual le valió los desposorios de su hijo Jofre, el más pequeño de los hijos de Alejandro y Vannozza se casó con doña Sancha, en Nápoles, El compromiso matrimonial se concertó, por medio de procurador, el 16 de agosto de 1493 en el Vaticano; y el matrimonio, propiamente dicho, debía ser celebrado poco después con gran solemnidad en Nápoles; y el matrimonio entre Jofré Borgia y Sancha de Aragón, hija de Alfonso II, rey de Nápoles se celebró el 7 de mayo de 1494, es decir, el mismo día en que su suegro Alfonso sucesor en el trono del rey Fernando, fue solemnemente coronado por el cardenal legado Girovanní Borgia. Este matrimonio enemistó a los Borgia con Nápoles debido a la rivalidad de este reino sureño con Milán.. Don Jofre siguió en Nápoles, donde fue nombrado príncipe de Squillace, y don Juan recibió también grandes feudos en aquel reino, con los títulos de duque de Sessa y príncipe de Teano. En cuanto al marido de Lucrecia, permaneció durante algún tiempo en Roma, donde el papa, de acuerdo con el tratado de alianza estipulado con Ludovico el Moro, lo había tomado a sueldo. En realidad, Giovanni Sforza era uno de los condottieri al servicio del regente de Milán y su situación en la corte pontificia se iba haciendo cada vez más ambigua. Sus tíos lo habían casado con Lucrecia para hacer del Papa un cómplice de su política, que tendía a provocar una revolución en Nápoles. Mas ahora se había ligado estrechamente Alejandro VI con la dinastía aragonesa; había dado a Alfonso la investidura de su Reino y se declaraba contrario a la proyectada expedición de Carlos VIII. Por consiguiente, el embrollo en que se veía metido Giovanni Sforza, no tenía nada de pequeño. A principios de abril de 1494 escribía a su tío Ludovico lo siguiente acerca de su desesperada situación: "Viendo a todas estas banderas dirigirse hacia un camino que no me place nada, me hallo completamente perplejo entre la necesidad de mantener mi fe sin mácula y de cumplir las obligaciones que me imponen los capítulos firmados con el pontífice y

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con vuestra excelencia. En semejante dificultad no veo otro refugio ni otro dueño y señor que el reverendísimo cardenal vicecanciller (Ascanio Sforza) que me puso a uno y otro servicio. A él me dirigí, por consiguiente, y le supliqué que se dignase aconsejarme por el mejor camino a fin de que yo pudiese conservar mi honor, que mientras viva ha de ser mi fundamental patrimonio. El cardenal me aconsejó que le hablase al Pontífice y me diese trazas para que Su Santidad le hablase a él, pues entonces podría procurar el enderezamiento de mis asuntos. Así lo hice y ayer, cuando me divisó Su Santidad exclamó: "Bien venido sea, messer Gio. Sforza ¿Tiene algo que decirme?". Yo le respondí: "Padre Santo, por toda la ciudad se afirma que vuestra santidad está de acuerdo con el rey de Nápoles, que es enemigo del estado de Milán. Si así fuera, yo me encontraría en difícil situación, pues estando al servicio de vuestra santidad y de dicho Estado, si las cosas llegaran a peores términos no podría servir al uno sin dejar de servir al otro. Y como yo no querría romper mis compromisos, ruego a vuestra santidad que ordene mis cosas de manera que yo no tenga que obrar como enemigo de mi sangre ni contravenir a las obligaciones que he contraído".. Me contestó que quería saber demasiado acerca de sus cosas, y que era yo quien debía elegir el partido en que deseaba permanecer. Luego encargó al señor vicecanciller que le escribiese a vuestra excelencia lo que podrá leer en su carta, a la cual me remito. Si me hubiera figurado nunca que había de llegar a semejantes términos, antes de comprometerme de este modo habría preferido comer paja. Ruego a vuestra excelencia que no me abandone y que considere el estado en que me encuentro; que no me niegue su favor y ayuda, y que me aconseje de modo que yo pueda seguir siendo un buen servidor de vuestra excelencia y que con arreglo a la buena fama que, merced a las glorias del estado de Milán, me han dejado mis antepasados. Buena fama que con mi persona y mis gentes de armas mantendré siempre al servicio de vuestra excelencia. Roma... Abril de 1494 . Giovanno Sforza"58. El 21 de julio, Alejandro envió a su hija, en Pésaro, la siguiente carta: “Donna Lucrecia, hija carísima: Hace ya varios días que no tenemos cartas tuyas. Nos maravilla grandemente tu poco cuidado en escribirnos con frecuencia para darnos nuevas acerca de tu salud y de la del señor Giovanni, nuestro carísimo hijo. Procura ser más cuidadosa y diligente en el porvenir.... Hemos tenido una entrevista con el serenísimo rey Alfonso que se ha comportado con Nos con sumo amor y nos ha dado muestra de completa obediencia, como si fuese nuestro mismo hijo. No podemos decir ni expresar cuán contentos y satisfechos nos hemos despedido el uno del otro. Y puedes estar bien cierta que su majestad pondrá a nuestro servicio sus Estados, su persona y cuanto en el mundo posee. Esperamos que todas sospechas y diferencias con los Colonna queden resueltas en 3 o 4 días. Y por ahora sólo nos resta exhortarte a cuidar de tu salud y a mostrarte

58 pags 103/105 oc F. Grecorovius

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devota de nuestra Señora muy gloriosa. Dada en Roma desde San Pedro, el 24 de julio de 1494".59 A finales de octubre el Moro ofreció a Alejandro salvarle, traicionando a los franceses y atacarles por la espalda. Los Colonna, entraban en la conspiración. El Papa exigió tratar con persona de garantía, con Ascanio, entregando en cambio a César a los Colonna. César se sorprendió de la decisión de su padre, apartándole de las negociaciones. ¿Habría consentido lo mismo en separarse de Juan o de Lucrecia? Las campanas de todos los Santos tañían espaciosas cuando salió secretamente de Roma rodeado de jinetes. Pasó tres días detrás de los montes de Alba, en Marino. Los mercenarios de los Colonna maniobraban bajo las verdes encinas. Los campesinos, vestidos de pieles, rezaban por los muertos y por las ánimas. Los Sforza fracasaron por exigir demasiado. ¿Qué podían, además, contra Carlos? Alejandro despidió a los Colonna. Le devolvieron a César y se halló de nuevo a solas con su zozobra. Los franceses proseguían su avance. Y Julián della Rovere cabalgaba al lado del rey. Carlos exigía paso libre a través de Roma. Alejandro rehusó insensato. ¿Esperaba acaso un milagro? Se recluía en sus aposentos abovedados, sombríamente recientes, en los que apenas penetraba la claridad de noviembre. Las lámparas permanecían encendidas durante el día.

El agente mantuano informaba de esto a su señor en un despacho que lleva fecha de 29 de noviembre de 1494: "Ha ocurrido un caso que constituye grave ultraje para el papa. Anteayer, cuando Madonna Adriana y Madonna Julia salían en unión de una hermana de ésta última de su castillo de Capodimonte para dirigirse a Viterbo, donde se encuentra su hermano el cardenal, toparon con un destacamento de caballería francesa que las hizo prisioneras y las llevó a Monjefiascone en unión de todo su séquito formando por 25 o 30 personas a caballo. "

El capitán francés que tan preciosa presa hizo, fue monseñor d'Alegre, tal vez aquel mismo que tiempo más adelante habría de entrar al servicio de César. "Cuando supo quién era aquella hermosa dama impuso un rescate de 3000 ducados e informó por medio de una carta al rey Carlos del precioso rehén que había caído en sus manos. Pero el rey no quiso verla. Madonna Julia escribió pagar el rescate." 60

Las nuevas reunieron a Alejandro en la mayor consternación. Despachó inmediatamente un camarero donde tenía su cuartel general el cardenal Ascanio el cual, cediendo a sus ruegos, regresó el 2 de noviembre y se puso a negociar con el rey Carlos. Se dolía ante el cardenal de la afrenta que había recibido y le encargó que gestionase la liberación de las prisioneras.

59 Storia de Conti e Duchi d'Urbino, archivo Florencia. Solo la firma el del propio Alejandro 60 Notas Martín sañudo, denota di carro octava de Italia y en Italia, cuyo original se guarda en la biblioteca de París, pero del que existe una copia en la marciana. Sanudo llama a Julia favorita del Pontífice que es bellísima, sabía. pags 122 de F.G. oc

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Carlos VIII ordenó que las dos mujeres fuesen puestas en libertad, bajo escolta de 400 franceses se las condujo hasta las puertas de Roma, donde la recibió el día 1 de diciembre Juan Marrades, camarero del papa.61

Las ciudades de los Estados pontificios iban rindiéndose una tras otra a los franceses. Los mismos romanos se volvían ya hacia Carlos, llegado con Julián a Siena. Piccolomini, el cardenal embajador, enviaba sombríos mensajes. El 10 de diciembre Ferrantino de Nápoles, rechazado desde Romaña, entró en Roma trayendo consigo 5000 infantes y .1.100 a jinetes. Alejandro le recibió gozoso. Con 6000 hombres podían detener a los franceses detrás de viejas murallas. Reanimado, se atrevió a intentar un golpe de fuerza. Hizo detener a Ascanio y a los Colonna y suplicó a los embajadores de España y de Alemania para que le ayudaran. Pero su alegría fue bien corta. Los extranjeros residentes en Roma, a los que Ferrantino quiso armar, rehusaron, y los 6000 napolitanos no mostraron el menor deseo de combatir. Ferrantino, extenuado por su larga derrota, pensaba sólo en morir. Aquéllos franceses creían poco en el papa. Ya otra vez, habían abofeteado a Bonifacio VIII. Todo papa depuesto moría. El candidato Celestino V, que había renunciado a la tiara, había perecido misteriosamente en una fortaleza del Sur. Alejandro, deshechos los nervios, era presa de atroces pesadillas. Dos extranjeros animaron a Alejandro: El embajador de Fernando de España y el embajador de Venecia. Le reprocharon su abatimiento y le animaron para que no se marchara fuera de Roma. ¿A quién temía? ¿A un rey fantoche, exhausto por sus noches, a un mono de cerebro infantil, manejado por dos bribones venales? Las palabras de los embajadores animaron a Alejandro. Formó con César nuevos planes. Por medio de sus agentes secretos sondeó a los dos bribones que manejaban a Carlos y comenzó a atraérselos. Estaban ya con su rey en la comarca misma de Roma en Bracciano, alojados por un Orsini que había abandonado la causa del rey de Nápoles. Carlos volvía la vista hacia la ciudad santa. Quería ver a Alejandro y a César. Aconsejado por los dos mentores envió una embajada al papa. Alejandro se preparó a recibirle. Ferrantino, todavía en Roma, pensaba en combatir. Había que desembarazarse de aquel ingenuo y Alejandro lo hizo sin grandes contemplaciones. El 24 de diciembre, por la mañana, ante el Sacro Colegio reunido, le pidió que dejara libre el campo. El joven héroe no supo qué decir y tartamudeó azorado,. Un capitán más astuto se hubiera apoderado de Alejandro y de César, y de toda una serie de rehenes. Ferrantino salió dando un portazo. La embajada llegó aquella misma tarde. Ferrantino se mostraba enojado. El papa halagó a los franceses. El sólo quería la paz. ¿No era acaso el padre de los fieles? ¿Qué deseaba Francia? 61 Nota según un despacho de Brognolo, que se halla en el archivo de Mantua, regresaron el 1 de diciembre. pag 136 o.c-

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Lo quería todo. Que Roma abriera sus puertas; que el rey se alojase en el mismo Vaticano, en casa del Papa, como en un palacio conquistado; que Alejandro reconociese a Carlos por legítimo rey de Nápoles y que entregasen rehenes a Djem sobre todo. Alejandro no rechazóo de plano las exigencias políticas, pero protegió su casa. No podía recibir a Carlos en el Vaticano. Carlos traía consigo a sus gentes y Alejandro sería un prisionero. Tal era lo que Julián deseaba. El papa replicó. No podían humillarle así. Debía conservar sólo para él algunos soldados. Al menos para salvar las apariencias y una sombra de prestigio. El embajador se dejó convencer y convenció a los otros dos. Prometieron ocupar tan sólo la orilla izquierda, casi toda Roma respetando el barrio del papa, el castillo de Sant’Ángelo y el Vaticano. Al día siguiente, después de la misa de Navidad, Alejandro despidió definitivamente a Ferrantino, le aseguró su fidelidad, le proclamó duque de Calabria y le dio a Monreale para escoltarle. Ferrantino salió de la ciudad con sus tropas y se retiró a Tívoli. Monreale, volviendo su caballo hacia el norte, fue a saludar al rey de Francia. Carlos continuaba en Bracciano. los mercenarios del papa se replegaron a la orilla derecha y César reforzó la guarnición del castillo de Sant'Ángelo. que Alejandro debía refugiarse en él, resistir y sostener un sitio. Las fiestas de Navidad se prolongaban. Alejandro y César se impacientaban. Querían ver a los extraños adversarios y medir sus fuerzas.

CAPÍTULO XI CARLOS VIII ENTRA EN ROMA

Carlos entra en Roma el 31 de diciembre, entre aclamaciones y fuegos de artificio con los cardenales Sforza, Colonna y Della Rovere. Llegó un día antes de lo que se esperaba. A las tres, toda Roma se acumulaba en la plaza de Popolo a lo largo del Corso para ver pasar a los "bárbaros". Los más terribles abrían la marcha. suizos y alemanes, rubios o rojos, imponentes y macizos, llevando al hombro la alabarda o el inmenso mandoble. Después los pesados jinetes de férreas armaduras relucientes en el crepúsculo. Encendieron antorchas, y a su cambiante resplandor parecían aun más fantásticos. Por fin venía el rey, empuñando su lanza, delgado, aturdido, encorvado, con la toca inclinada sobre la oreja, demasiado ligero para su caballo negro. A su derecha cabalgaba Ascano, en libertad desde hacía dos días, y a su izquierda Julián, ardiéndole los ojos sordamente inquietos ambos, envueltos en los reflejos escarlata que arrancaba a sus mantos la luz de las antorchas. El campanero de Santa María se afanaba en su campanario. Ante ellos se prolongaba el Corso como un rastro flameante, como un largo río de cabezas y armas, clamoroso. Los romanos, intimidados, gritaban: "¡Francia! ¡Francia!", y aclamaban a Julián. Bajo la puerta del Popolo pasaban ya retumbando los terribles cañones de bronce. ¿Qué murallas abrían podido resistir sus disparos?

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En el Vaticano, Alejandro y César se apretaban uno contra otro. Miraban hacia el Corso; veían teñirse de rojo la ciudad y oían los clamores. ¿Eran gritos de alegría o de matanza? ¿El resplandor de las antorchas o un incendio que comenzaba? ¿Mantendrían su palabra aquellos franceses? ¿No eran acaso los amos? En las calles fronteras al Palacio distinguían a través de la penumbra sus tropas intimidadas así como sorprendidas de tanta calma y tanto silencio, en contraste con los gritos de la otra orilla. Los caballos, nerviosos, piafaban intranquilos. César y Alejandro adivinaban en los hombres el mismo terror confuso. La noche avanzaba; los gritos y los resplandores acabaron de crecer. Padre e hijo se miraron y respiraron aliviados. Por fin volvieron los enviados. Todo había procedido conforme al tratado. Carlos se alojaba en el palacio de San Marcos, al extremo del Corso. Un maestro de ceremonias que había cabalgado al lado del rey desde el puente Milvius dijo que parecía muy bondadoso y que mostraba gran curiosidad de conocer a César, al hijo de un papa. De pronto oyeron un confuso rumor hacia el Capitolio. Gentes venidas de la otra orilla les tranquilizaron. Carlos hacía demoler unas cuantas casuchas para emplazar sus cañones y disponer un parque. Durante todo el día siguiente Alejandro y César esperaron. Al otro, César montó a caballo con los demás cardenales y se presentó en el palacio de san Marcos. Carlos oía misa en la iglesia vecina. Apenas tuvo una mirada para aquellos individuos vestidos de rojo que se creían iguales a los reyes. Ni siquiera César le interesaba ya. Se veía rodeado de hermosas romanas, un poco pesadas quizá, pero arrogantes y majestuosas. Sin embargo, comunicó a los cardenales lo que exigía de Alejandro: la investidura del reino de Nápoles, Djem para luchar contra el turco y, por último, a César en rehenes. Detrás de él, algunos cardenales rebeldes repetían las acusaciones y hablaban de deponer al papa. César fingió no oírles. Se hizo mostrar a Briçonnet y le insinuó que sería cardenal. Por la tarde hubo riñas en las calles. Los suizos, irritados por la prohibición de saquear, invadieron el gueto y mataron a unos cuantos judíos, creyendo que tendrían más fácil perdón. Los suizos saqueaban aquí y allá. Volvieron a la judería y saquearon la sinagoga. Expulsaron a los rabinos de sus vestiduras y jugaron con los candelabros sagrados. Los judíos eran muy numerosos en Roma. Alejandro los comprendía y los amaba. Dos años antes, expulsados de España, habían venido en muchedumbre, instalándose con autorización del papa en barracas construidas a lo largo de la Vía Apia, después de las catacumbas, por bajo de la tumba de Cecilia Metella. Alejandro no protestó pero Carlos hizo ahorcar a unos cuantos suizos. Alzó su horca en el campo de Flori y colgó también algunos romanos en signo de igualdad y para mostrar que tenía derecho de justicia sobre los súbditos del papa.

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Sabiendo inconsistente al rey Carlos, Alejandro ganó tiempo. Rehusó sus tres peticiones. César, secretamente actuaba sobre Vesc y Briçonet. Carlos, al principio, se enfureció. Alejandro invocó al cielo y se encerró con César en el castillo de Sant'Angelo. La corte papal y todos los españols unos 3000 hombres le siguieron. Carlos, furioso, incitado por Julio, hizo enfilar sus cañones hacia el viejo castillo y dijo que bombardearía al papa. Alejandro respondió que perecería mártir y que esperaría la muerte subido en la torre más alta, mostrando a sus hijos rebeldes las reliquias más sagradas o incluso el Santísimo. Carlos enfiló los cañones pero no se atrevió a disparar, y eso que Dios no parecía amar grandemente a su Vicario, pues una parte de muralla del castillo se desplomó por sí misma. Carlos por las mañanas visitaba las iglesias y coleccionaba indulgencias, Acompañado por las damas de la nobleza romana:. Las Colonna, las Conti y las Savelli. Por la noche bailaba en San Marcos. Las señoras le enseñaron la romanesca. ¿Pero qué es un viaje a Roma si no se ve al papa? Los cañones permanecían enfilados contra Sant'Ángelo. Alejandro no daba señales de vida. César presionaba a Vesc y a Briçonnet, que repetían a Carlos las ventajas de llegar a un acuerdo. Carlos les escuchaba. Al cabo de 10 o 12 días de espera, Alejandro fingió ceder, dispuesto a violar más tarde el convenio y a retirar sus prendas. Prometió entregar a Carlos a César y a Djem e incluso otorgar la investidura de Nápoles. Pero debían reconocerle como Papa y no hablar más de concilio. Briçonnet apoyó sus pretensiones. ¿Cómo deponer a un papa que le iba a nombrar cardenal? Julián y sus amigos pusieron el grito en el cielo. Ascanio salió de Roma. ¿Qué le importaba a Carlos las querellas entre clérigos? Alejandro invitó a Carlos a visitarle y recibir su bendición. ¿No era acaso su amado hijo? Hubo para simplificar la etiqueta decidió encontrarse con él, como por azar, en los jardines. Le vió de lejos; pero fingió no verle. Siguió hablando con sus cardenales y dejó al pobre loco arrodillarse dos veces en el barro frío de enero. Cuando lo tuvo ya antes los ojos se precipitó, lo ensalzó con sus brazos hercúleos e impidió con mil reverencias que se arrodillara de nuevo. Luego se desvaneció, armado sin duda por la emoción. Sus camareros de golpeaban las manos. El Papa volvió en sí, y Carlos, apremiado por Briçonnet, le pidió para él la púrpura cardenalicia. "¡Concedido! "-exclamó el Santo padre-. Y quiso consagrar en el acto al nuevo príncipe de la iglesia. César prestó sus hábitos y otro cardenal su capelo. Briçonnet, embarazado por aquellas suntuosas vestiduras ajenas, se arrodilló y besó el pie de Alejandro. Luego salió orgullosamente, sujetando los cordones el capelo prestado. Cuatro días después Carlos volvió a jurar solemnemente obediencia. Besó el pie y la mano del papa; pero, asaltado por una súbita fantasía, no quiso prestar juramento de rodillas. Se levantó, y uno de los caballeros de su séquito recitó la fórmula. Al día siguiente, por un capricho inverso, se humilló. En la misa que Alejandro dijo para él en San Pedro cedió el paso a todos los cardenales obispos, quiso servir de acólito al papa, cogió las vinajeras y le vertió el agua. Luego, henchido de santidad, pasó por la ceremonia en la capilla de Santa Petronila.

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Alejandro apareció en el balcón de San Pedro, bendijo al pueblo y le mostró las más santas reliquias, especialmente la Santa lanza, precio de Djem. Luego proclamó una amplia indulgencia, y perdonó innumerables años de purgatorio, y con sólo aquel gesto envió al cielo muchas almas infortunadas. Colmaba a Carlos de halagos. Le había hecho dejar el palacio de San Marcos, dándole alojamiento cerca de su propia persona, en el Vaticano, e iba de cuando en cuando a sorprenderle a sus habitaciones. Carlos, asombrado del esplendor de aquel palacio y de la afabilidad del papa, bajaba también sin hacerse anunciar y reía con Alejandro y con César, encontrándose como en familia. Luego iban a Roma, veneraban las reliquias de los santos y la multitud los aclamaba. Pero los franceses se cansaron de aquéllas fiestas y manifestaron su disgusto al rey. Hubo que pensar en la partida. Carlos reclamó respetuosamente a Alejandro sus tres prendas: César, Djem y la investidura. El papa prometió entregarle a César y a Djem y se resistió en cuanto a la investidura. Carlos no insistió. Contaba conquistar Nápoles en quince días e investirse por sus propias armas. Alfonso acababa de abdicar y se había embarcado con sus tesoros. Navegaba con rumbo a Sicilia. Le esperaban en un convento. Quería rezar a Dios, liberarse de los tesoros y purificarse antes de morir. Ferrantino recorría la ciudad a caballo. El pueblo de Nápoles le aplaudió por su juventud. Pero le sentían débil, perdido, y esperaban ansiosamente al rey de Francia. Carlos partió el 28 de enero. El papa le abrazó y le entregó a César y a Djem. El turco sintió miedo al ver aquél ejército. presentía vagamente la muerte. Pidió a Alejandro le recomendara al rey de Francia. Alejandro le tranquilizó. Las trompetas tocaron llamada. En la plaza, César ofreció a Carlos seis caballos de silla; luego, todo vestido de rojo, montó a caballo y se colocó al lado derecho del rey. Acompañará al rey... que le tratará con el honor y humanidad que corresponde por su estado y dignidad a dicho señor cardenal ". Con los bagajes del ejército iban diecisiete carros suyos. Dos de ellos, medio descubiertos, dejaban reducir innumerables platos de oro y sedas suntuosas. El ejército salió de Roma. Cuando desapareció el último soldado, el papa se sintió aliviado y se felicitó. De las tres prendas exigidas por los franceses había rehusado una, la investidura de Nápoles. Ahora faltaba recobrar las otras dos. A César primero, y luego a Djem. César cabalgaba al lado de Carlos y le mostraba la campiña de Roma, los monumentos, los acueductos y le contaba las historias antiguas. Entrevieron de lejos el sepulcro de los Curiáceos y la evocación de su torneo que divirtió a Carlos. llegaron hasta Marino, territorio de los Colonna. Djem miraban con su único ojo, muy abierto. ¿A donde le conducían aquellos cristianos? ¿Hacia qué duelo o catástrofe? Al siguiente día se internaron en los montes. Los franceses admiraban la luminosidad del Sol, la pureza del cielo, los trajes singulares de los pastores que tañían sus zampoñas y los árboles achaparrados y frondosos, siempre verdes. César se separaba a menudo del rey. Iba a vigilar sus carros. Nadie se extrañaba, porque todos sabían las riquezas que portaba.

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Acamparon en Villetri, donde se presentaron dos embajadores españoles que acusaron a Carlos, gritaron y amenazaron. Sus gritos fueron contestados con risas. César se muestra más sonriente que nunca. Pero su corazón latía. Debía evadirse aquella misma noche. Sin que los criados lo advirtieran había hecho desviarse a sus dos carros cargados de oro y los había enviado a Roma. Los otros quince carros, vacíos todos, siguieron a los franceses. César visitó en secreto al podestá de Villetri, fielmente adicto al papa, y le ordenó que tuviera ensillado un caballo para la noche. Todos dormían excepto César que salió de su cuarto, alumbrándose de una linterna y se deslizó hasta la cuadra, en la que dormían sus palafreneros, cuyas ropas yacían tiradas en el suelo. Cogió el sayo más mugriento, se lo puso y volvió a salir, asqueado y exaltado al mismo tiempo por el contacto de aquella vestidura mugrienta. Los centinelas que guardaban las salidas de la ciudad dormitaban, entumecidos y fatigados de los excesos de la víspera. ningún gallo cantaba aún. César pensaba en Alejandro, que seguramente no dormía y al que se le proponía asombrar con su hazaña. Oía el rumor del viento en las hojas de las encinas y más allá de las últimas casas divisaba formas inciertas que oscilaban lentamente. La luz de las puertas atravesaba la calle. No podía pasar sin ser visto. El centinela balanceaba su alabarda. César adivinaba sus dedos helados contra el mango y su espíritu entumecido. Penetró en la faja luminosa.. El centinela se irguió apoyado en su alabarda, gruñó unas cuantas palabras alemanas y calló. César estaba ya de nuevo en la sombra. Pasadas las últimas casas, corrió a la cuneta temiendo el ruido de los pasos sobre el suelo de la calzada. A través de sus calzas de seda sentía el frescor de la hierba. Luego vio una silueta. Era el hombre del podestá que esperaba con su caballo. Le arrojó una bolsa, montó de un salto y galopó por los caminos hacia Roma. Entró en el Vaticano y subió al dormitorio de su padre que dormitaba y quien al despertar abrazó a su hijo con cariño contra su pecho. César olía a sudor y a rocío y jadeaba aún. "La segunda prenda está recuperada -murmuró el papa-. Queda la tercera." En los frescos hoy desaparecidos del castillo de Sant'Angelo, el Pinturiccho inmortalizará esta historia que terminará un año más tarde con la cuasi derrota de Carlos en Fornovo.

CAPÍTULO XII Carlos VIII entra en Nápoles. Consecuencias

Entretanto, Carlos bajaba hacia Nápoles. Murmurando ¿Qué le importaba aquel bastardo, hijo de clérigo? ¿Acaso no conservaba a Djem? se acercaba al turco, y admiraba los grandes turbantes, ajados por el polvo de los caminos y los aguaceros, y llamaba a los intérpretes para hacerle describir Bizancio. Pero Djem apenas hablaba. Un mal desconocido le consumía, a ratos, su ojo abierto llameaba; y luego se empañaba como cubierto de brumas. Tosía y en su pulso

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latía la fiebre. No podían dejarlo en el camino por miedo a que lo raptaran.. Siguió hasta Nápoles, fatigado, triste y taciturno. Cuando Carlos VIII entra en Nápoles el 22 de febrero de 1495, con grandes aclamaciones del público porque había acordado privilegios a la villa de Nápoles disminuyendo impuestos al reino, la alegría fue universal. Carlos no había guerreado porque había sido un simple paseo militar que le había valido el bello reino. No tenía cabeza bastante fuerte para soportar tal fortuna. No supo aprovecharse y, rápidamente tuvo compromisos. El partido napolitano que le había llamado, dando casi todos los empleos a favor de los franceses y casi nada a las gentes del país, se alienaron paralelamente a Ludovico Sforza, que se había hecho duque de Milán después de la muerte de su nieto y que se le acusaba de haberle envenenado. No le dio Carlos el principado que le había prometido en el Reino de Nápoles.

Ferrantino había huido. Vivía refugiado en Ischia, fuera de el Golfo, y mirando hacia Miseno llorando su reino perdido. Djem agonizaba solitario.

Djem murió a fines de febrero. Alejandro respiró. Carlos había perdido sus tres prendas.

Ludovico comenzó arrepintiéndose de haber llamado a la invasión francesa, porque el duque Luis de Orleáns, primer príncipe de sangre de Francia, hablaba altamente de hacer valer sus derechos sobre el ducado de Milán, lo mismo que Carlos VIII había hecho valer los suyos sobre Nápoles. El duque Luis de Orleáns descendía por su abuela la duquesa Valentine, de la familia de Visconti, que había reinado en Milán antes que la familia de los Sforza.

Ludovico, que era un hombre activo y hábil, organizó una liga con el Emperador Maximiliano, España, el papa y Venecia, todos disgustados e irritados de las conquistas de Nápoles por los franceses.

Antes incluso de ser informados de esta liga, Carlos VIII, olvidando los grandes proyectos sobre Constantinopla y el imperio de oriente, no deseaba sino retornar a Francia.

El rey Carlos VIII repartió, el 20 de mayo de 1495, después de haber puesto la administración del nuevo reino en malas manos, porque no tenía prudencia, ni discernimiento en decisiones. Dejó grandes partidas de su ejército para guardar sus conquistas, pero con pocos recursos, porque había permitido a sus cortesanos derrochar inmensos aprovisionamientos amasados er las plazas fuertes por los Reyes de la dinastía aragonesa.

Montpensier y la mayor parte de los soldados fueron atacados por la epidemia antes de haber podido evacuar el reino de Nápoles. El conde de Montpensier, príncipe de la rama de Borbón y vice-rey de Nápoles, casi enteramente abandonado por el rey Carlos, fue al fin obligado a capitular ante fuerzas muy superiores. Los venecianos se habían unido a Fernando y a los españoles (20 de Julio 1496).

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CAPÍTULO XIII Don Juan, duque de Gandía

El segundo hermano mayor de César, Juan, duque de Gandía, casado con una prima del rey de Aragón, uno de los mayores señores de aquel reino, príncipe de Teano y duque de Sessa desde el matrimonio de Jofre en Nápoles, regresa de España a Roma en 1496, insistentemente reclamado por el Papa, que le reserva el primer puesto en la página militar de su pontificado.

Juan se hacía esperar tanto le habían hablado de sitios y de batallas que no le gustaban nada los golpes.

Alejandro felicitó a Ferrantino y le pidió que aguardara estrechamente aquellos Orsini hasta que su amado Juan hubiera podido despojarlos y hacerse príncipe en su lugar. El llamado Juan desembarcó en su galera, risueño, insolente y contento de encontrarse todo hecho. César, ataviado con sus vestiduras carmesíes de gran ceremonia y escoltado por los prelados de su padre, salió a su encuentro y le abrazó. Le halló muy cambiado, y aunque sólo tenía 22 años, marchito, mostraba la nariz prominente de Alejandro pero más basta, los cabellos de la familia, el cuello corto, una larga barba apuntada, enhiesta, y ojos crueles y codiciosos, pero sin brillo. Alejandro esperaba, loco de impaciencia y de alegría. Por fin comenzaron a repicar las campanas. Pero la multitud retrasaba la marcha del cortejo. Unos cuantos cardenales salieron al balcón, y Alejandro, escondido detrás de ellos, trató de divisar a Juan guiñando los ojos, heridos por la cruda luminosidad del día. Le vio surgir, llegar a la plaza, entrar en el patio y desmontar. Oyó sus pasos en la escalera y pudo al fin asirle, abrazarle, tomarle la cabeza entre las manos y besar su frente y sus mejillas. El mismo se asombraba de quererle tanto como de sentir latir su corazón. Torpe quizá e ignorante, pero risueño y libre, le amaba más aún por su incapacidad, dichoso de protegerle, de imponerle a todos, de tenerle cogido por sus mismos defectos, disponiendo de él como de una cosa. Volvía a sentirse joven y potente al lado de aquella criatura libre, y de aquel muchacho caprichoso, cobarde y cruel, de aquella bestia. ¿Y quién le comprendía mejor que aquél Juan, quien adivinaba mejor sus fantasías? Alejandro le buscó un día, un consejero. Difícil elección. Era preciso un condottiere y eligió al duque Guidobaldo que reinaba en Urbino. Reclutado por el Papa, fue a Roma, se hizo cargo discretamente de los soldados de Juan y los ejercitó, encantando a Alejandro. Juan aprovechaba los preparativos marciales y recorría las calles al son de las trompetas, para deslumbrar a las mujeres y prepararse noches de placer. César aparecía vestido de rojo entre los cardenales. Para enriquecer a Juan, Alejandro despojó a sus favoritos, a los miembros de la tribu y a los hermanos de Julia. Le hizo general de las fuerzas de la iglesia y le entregó en San Pedro, el famoso gonfalón. le compró un Colonna, el más valiente, Fabricio, y 800 alemanes robustos y abigarrados que vagaban sin jefe ni empleo. Juan

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partió en noviembre, entre el prudente Guidobaldo, el triste Giovsnni Sforza y un cardenal por legado que sólo le había dado para atraer las bendiciones de Dios. Tomaron los castillos pequeños de los Orsini; pero tuvieron que detenerse ante Bracciano, su guarida principal: Cinco grandes torreones, potentes muros alzados sobre una roca a orillas de un lago, subterráneo, abarrotados de armas y de víveres. Juan, desconcertado, se volvió hacia Guidobaldo. se introdujeron en el pueblo, intentaron un asalto y fueron rechazados. Las lluvias de noviembre, les desmoralizaron. El delegado estaba ya aburrido de oficiar al aire libre misas de campaña. Pasaron dos meses. Los Orsini les hostigaban y enviaban sus jinetes casi hasta Roma. Poco tiempo después, nuevos hechos sucedieron. Alviano, el Orsini que resistía a Guidobaldo, pidió auxilio al condottieri Vitellozo Vitellim, tirano de un lugar de la Umbría superior, vástago de una raza sanguinaria. Vitellozo amaba apasionadamente la guerra, por el botín, por la matanza; y sobretodo por su ciencia y arte. Empleaba técnicas para preparar sus golpes, inventando nuevas armas. Bajó en auxilio de Alviano. Guidobaldo, para no verse cogido entre los dos, levantó el sitio y avanzó contra el. Cuando Vitellozo vio ondear el Santo gonfalón de la iglesia formó el orden de batalla a los lancero de, al los que había provisto de picas un tercio más largas que las ordinarias, su última invención. Los jinetes iniciaron escaramuzas aisladas y. Vitellozo les dejó fatigarse. Esperaba su hora. Por fin, los infantes de los Borgia atacaron y vinieron a estrellarse contra las picas. Fue una auténtica catástrofe. A una orden de Vitellozo, su tropa de piqueros, avanzó. Los otros, viéndose impotentes, dieron media vuelta y, acuciados de nuevo, huyeron a la desbandada. Aunque los jinetes de los Borgia atacaron, se desplomaban fogososs. Juan se acercó a la pelea. Un soldado le hirió en la cara. Temió por su nariz, por los ojos, por sus noches futuras y volvió riendas. César y los Colonna huyeron desconcertados. Guidobaldo, hombre responsable y heróico, fue hecho prisionero en manos de Vitellozo, traicionado por la fuga de Juan. La animación de los Orsini era grande en Roma en la otra orilla del Tíber, en su barrio, bullicioso y alegre de angostas callejas, despertados por la buena noticia de la victoria. Alejandro al ver llegar a Juan, jadeante de fatiga, tartamudeando de miedo, ensangrentado el rostro y tristemente caída la barba, no se atrevió a irritarse. Los fugitivos llegaron uno a uno. Giovanni Sforza tan apenado como Juan, fue a su casa con su esposa Lucrecia, después de breves palabras. César, contraída la boca acusaba a su hermano sordamente y quería enfrentarse con él, pero Alejandro le detuvo y se marchó del palacio. Oía aún el chasquido de los estandartes y los gritos de los hombres arrollados. Las calles del Borgo permanecían tranquilas. Pero adivinaba lo que sucedía en la otra orilla del Tíber. Era preciso permanecer unidos en la derrota. Los Orsini, poco numerosos, no podían invadir Roma.

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Alejandro les ofreció los castillos conquistados, y a cambio quería oro para equipar de nuevo a Juan. Le aseguraron ser pobres, no disponiendo, como Alejandro, de toda la cristiandad para ayudarlo. “Solicitad rescate por Guidobaldo” - respondió el papa-, os lo cedo. Los Orsini se decidieron a solicitar el rescate a su prisionero y le entregaron al papa 50.000 ducados... así vendió a su condottiere que pudiera haber él solo vencido.

CAPÍTULO XIV Anulación del matrimonio de Lucrecia con Sforza

Parece ser que Alejandro había cambiado de política y le pidió a Giovanni Sforza que voluntariamente aceptase la anulación de su matrimonio con Lucrecia a lo que se negó. A partir de este momento empezaron las amenazas contra la vida de Giovanni. Y sólo una frontal fuga lo podía salvar del puñal o del veneno. Según las noticias que nos facilitan los cronistas, fue la misma Lucrecia quien le avisó y le hizo partir con la mayor premura. "Una noche que Giacomino, el camarero del señor Giovanni, se encontraba en la habitación de madonna, se presentó a visitarla su hermano César y Giacomino, por orden de ella, se escondió detrás de un gran sillón. César habló libremente con su hermana y le dijo, entre otras cosas, que se habían dado órdenes para asesinar a Giovanni Sforza ante el horror de Lucrecia. Cuando se marchó, le dijo a Giacomino: ya has oído; corre y házselo saber. El camarero obedeció al instante y Giovanni Sforza, montando en un caballo, galopó a rienda suelta y llegó en 24 horas a Pesaro, a cuyas puertas cayó muerto el caballo"62. Según las cartas del embajador veneciano en Roma, el Sforza huyó en marzo, durante la semana Santa. Se encaminó con pretexto de dar un paseo, hacia la iglesia de San Onofre, donde le tenían aparejado un caballo, a punto para emprender el viaje. No es de creer que el proyecto de disolver el matrimonio naciese en el ánimo de Lucrecia, sino en el de su padre o el de sus hermanos, los cuales querían dejarla libre a fin de que contrajese un nuevo matrimonio de acuerdo con sus intereses. Pero nada sabemos acerca de lo verdaderamente ocurrido, ni si existió alguna resistencia por parte de Lucrecia, la cual, caso de haber existido, debió ser de muy poca duración. No gustaría demasiado a los Borgia que se hubiese salvado. Habrían preferido reducirlo discretamente a un silencio eterno. Mas ahora que había escapado y que alzaba ya sus protestas, para disolver el matrimonio era necesario un proceso que podía producir mucho ruido. El marido seguía en Pesaro. En junio había ido, disfrazado, a Milán para implorar la protección del duque Ludovico a fin que éste interpusiera su influencia para que le fuese devuelta su esposa. Protestaba contra las declaraciones de los testigos "comprados en Roma". Pero Ludovico se limitó a hacerle una proposición que se habría calificado de ingenua si no hubiera ocultado el propósito de abandonarlo a su

62 Battista Almerici, 1 y Pietro Marcetti, Memorie di Pésaro, manuscrito de la Oliveriana. estas crónicas poco exactas en las fechas, contienen algunos errores.

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suerte; someterse en Milán, en presencia del legado pontificio y de unos testigos dignos de fe, a un experimento formal sobre su virilidad. Giovanni se negó a hacerlo. Ludovico apoyado por su hermano el cardenal Ascanio, le obligó a ceder ante los Borgia. El pobre señor de Pesaro, completamente desmoralizado, coaccionado, acabó declarando por escrito que él jamás había consumado su matrimonio con Lucrecia63.¡Pobre Giovanni! Demostró que amaba locamente a su esposa y fue herido en su honor al exigirle esta declaración falsa! El 20 de diciembre de 1497 fue solemnemente pronunciada la disolución del matrimonio y Giovanni Sforza hubo de devolver la dote de 31.000 ducados que le había aportado Lucrecia. El tiempo le daría la razón y Giovanni Sforza se casaría con una mujer que le dio dos hijos. ¿Qué pensaría Lucrecia del juramento que había prestado sobre la impotencia de su esposo? Entonces ya era una mujer casada, con hijos y muy piadosa.

CAPÍTULO XV Segundo matrimonio de Lucrecia

Los esfuerzos de España habían logrado reconciliar al Papa con el rey Fernando. Alejandro VI se separó de su Liga con Venecia y Ludovico el Moro, lo cual le valió los desposorios de su hijo Jofre, que sólo tenían trece años, con doña Sancha, hija natural del duque Alfonso de Calabria. El compromiso matrimonial se concertó, por medio de procurador, el 16 de agosto de 1493 en el Vaticano; y el matrimonio, propiamente dicho, debía ser celebrado poco después con gran solemnidad en Nápoles. En el primer encuentro que hubo entre Alfonso de Aragón y Cesar Borgia, antes de la boda con aquél, Cesar quedó muy bien impresionado por él y su aspecto, además la boda con él suponía una alianza muy beneficiosa para los Borgia. César pacta el matrimonio de Lucrecia con Alfonso de Aragón, hijo natural de Alfonso II, rey de Nápoles, a quien se le dio el título de duque de Bisceglia, hermano de Sancha, el 20 de junio de 1498, siendo representante del rey Federico, el cardenal Ascanio Sforza, el mismo que concertó el matrimonio de su sobrino Giovanni Sforza con Lucrecia, con lo que afianza las relaciones entre los Borgia y los Aragón, de Nápoles. . Ahora se crea una nueva y poderosa alianza con el Reino de Napoles. El 21 de julio recibieron los nuevos esposos solemne bendición en el Vaticano. Actuaron como testigos, Ascanio, Juan López y Juan Borgia.

63 Pandolfo Collenucchio, que estaba en Roma, le escribía acerca de esto al duque de Ferrara: el 25 de diciembre de 1497, una carta autógrafa, cuyo original se encuentra en el archivo de modelo: el S. de Pésaro ha scrpto qua de sua mano: non haverla mai cogbosciuta...et eseer impotente, alias la sententia non se potea dare...El prefato S. dice però haver scripto cosi per obedire el Duca de Milano et Ascanio. Lucrecia Borgia, o.c. p 145

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Deste julio de 1498, Lucrecia, convertida ya en duquesa de Bisceglia, vivía con su nuevo marido, que aún no había cumplido los 17 años. La propia Lucrecia acababa de cumplir los 18. No le trasladaron a Nápoles, sino que permanecieron en Roma pues, según informaba el agente de Mantua a su señor, se había pactado expresamente que don Alfonso debía quedar en la Ciudad Eterna durante un año por lo menos y que, mientras viviese Alejandro, Lucrecia no sería obligada a residir en el reino de Nápoles. Alfonso era un joven bello y amable. Lucrecia sintió hacia él verdadera pasión y así lo comunicaba el agente de Mantua en el mes de agosto. Pero el precipitado correr de los acontecimientos no le permitió disfrutar durante mucho tiempo de una tranquila felicidad doméstica, ni siquiera felicidad de clase alguna.

CAPÍTULO XVI Retorno de Carlos y muerte de Savonarola

Carlos VIII atravesó pacíficamente los estados romanos, después la Toscana, sin decidir entre Florencia, que reclamaba el restablecimiento de su dominación sobre Pisa, y Pisa, que reclamaba el mantenimiento de la independencia que ella había recobrado. Una fuerte armada veneciana y lombarda, que se reunieron en Parma, les dejó pasar los Apeninos al rey de Francia, sin obstáculo, con la esperanza de masacrarles de pleno por la superioridad numérica. Contaba 35.000 hombres contra 10.000. Carlos VIII, descendía por los Apeninos en el valle de Taro, mandó a los jefes del ejército italiano que no quisiera pasar su camino sin atacarles. Los italianos tomaron la ofensiva, y tentaron envolver el pequeño ejército francés cerca de la ciudad de Fornovo. El rey asaltó una muchedumbre de enemigos con gran peligro, no pereció gracias al vigor de su caballo. Y así la excelente caballería ligera de los enemigos, compuesta de griegos y romanos, hubiesen hecho su deber mezclándose a los hombres del ejército italianos para romper las escuadras francesas, la batalla y la persona del rey hubiesen sido probablemente perdidos; pero la caballería ligera enemiga se desbandó para pillar el bagaje de los franceses. Esto fue el desorden de la armada italiana. La gruesa caballería italiana fue derrotada, con gran pérdida, por los franceses; una parte de la infantería fue sableada o dispersada; la reserva italiana no recibió órdenes a tiempo para sostener al resto del ejército, y el campo de batalla fue favorable a franceses (6 julio 1495). El ejército victorioso se dirigió hacia el Piamonte. La república de Venecia y el duque de Milán, después de la batalla, trataron con Carlos VIII. El duque de Milán se reconoció de nuevo vasallo del rey de Francia por Génova, y prometió ayudar al rey en los asuntos de Nápoles. Venecia declaró que no había hecho sino ayudar al duque de Milán. (10 de octubre 1495). Carlos VIII entró en Francia por Briançon en 23 octubre. Una vez llegado a Lyon, no se ocupó más que de sus divertimientos frívolos.

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Carlos estaba en Lyon y parecía dispuesto a prestarlo. Pero sus arcas estaban casi vacías, y su mujer, Ana, la reina, le retenía celosa, pues iba a darle un delfín. El niño nació; pero murió enseguida y la madre se aferró aún más desesperadamente a su marido. Los generales franceses continuaron la guerra en las provincias napolitanas contra Fernando, que ya sostenía fuerzas españolas venidas de Sicilia; pero Carlos VIII, no sabiendo hacer ni la guerra ni la paz, varios meses, sin dinero ni refuerzos, no aceptó una transacción que proponían los venecianos, y que le hubiese asegurado la soberanía sobre Nápoles, con la posesión de varias plazas marítimas. Sin heredero un rey no podía exponerse a perecer en un combate o a morir de la malaria. Tanto gritó su esposa Ana que acabó por intimidar a Carlos. Pero ¿Acaso podía abandonar así Nápoles y Bizancio, dejando morir a los fieles amigos, a Montpensier y a Vesc? Briçonnet hizo girar la veleta porque servía a Alejandro y tendía hacia los escudos del Papa el capelo de cardenal que tan graciosamente le había otorgado. Hay que mirar sobre todo a Francia y España. El nacimiento, recuerdos de juventud y el ducado de Gandía, unen al Papa con la segunda; mientras que de la primera tiene sólo el malaventurado recuerdo de la desastrosa expedición de Carlos VIII. Carlos hablaba siempre de retornar a Italia, pero no hacían nada, a pesar de las exhortaciones y las amenazas del profeta de Florencia, Savonarola que le anunciaba un castigo próximo de parte de Dios, si no se decidía a emprender la reforma de la iglesia y expusar a los tiranos italianos. Carlos se mostraba, más razonable después de algunos meses, puede ser porque su salud enfermiza le obligaba a suspender los juegos y sus placeres desordenados. Tenía buena voluntad para establecer el orden y favorecer al pueblo; pero no tuvo tiempo de pasar de la intención al efecto. Murió en el castillo de Ambroise a los veintiocho años por un ataque de apoplegía (7 de abril de 1498). ¡Extrañas coincidencias de la vida! Por esas fechas se procedería contra Jerónimo Savonarola que tanto había confiado en Carlos VIII y le había predicho su destino.

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Puente Santa Trinita, sobre el Arno, en Florencia. En las aguas de ese río

fueron vertidas las cenizas de Savonarola. En febrero de 1498, Savonarola volvió a subir al púlpito de Santa Maria del Flore (Catedral de Florencia) para demostrar antes que nada la invalidez de aquella excomunión, y arremetió con mayor violencia contra la corte de Roma y el Papa. La Señoría, asustada ante esta grave situación, recomendó al fraile que interrumpiera definitivamente las predicaciones. La reacción de Savonarola no se hizo esperar: dirigió una carta de desafío a Alejandro VI y proyectó la reunión de un concilio que juzgase y depusiese al Papa. Los delegados papales y el general de los dominicos fueron enviados a Florencia para seguir el proceso. Las pruebas oficiales fueron falsificadas por el notario. El 22 de mayo fue publicada la condena a muerte "por los grandes crímenes de los que habían sido declarados culpables", Fray Girolamo Savonarola, Fray Domingo y Fray Silvestre. El día 23, después de haber oído Misa en el Palacio de los Señores, fueron conducidos al patíbulo, colgados, y sus cadáveres quemados, cantando el Te Deum, rezando el Credo y rogando a los asistentes rezasen por sus almas y no induciéndoles a protegerles.

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CAPÍTULO XVII Situación de España. La LIGA

El rey y la reina de España, Fernando e Isabel, violaron formalmente el tratado con Francia que les había valido la restitución del Rosellón y de la Cerdeña. En 1478 Isabel la Católica firma la paz con Francia. Y poco después, en un encuentro singular con la infanta Isabel de Portugal, al que asisten "ellas dos solas", sientan las bases para una paz duradera con el país vecino. Y no duda en que su propia hija, "la señora infante doña Isabel haya de ser puesta en tercería" en garantía de esta paz. Y cuando Carlos VIII de Francia, incumpliendo sus pactos, invade la frontera cátalo aragonesa y el rey Fernando, su esposo, se dispone a enviar un numeroso ejército, “La preocupación de la Reina era mayor por los franceses que pudieran perecer a manos de los nuestros, que por sus propios soldados", asegura Pedro Mártir de Anglería. Y "recorrió monasterios de religiosos y religiosas" en petición de oraciones para que no se derramase sangre de cristianos. Y "pasó aquel día en oración y ayuno riguroso, de rodillas, con todas las damas y doncellas que tenía en palacio". Ciertamente no hubo batalla: los franceses se retiraron. Como sabemos, la reforma de la Iglesia era un sentido deseo por todos los pueblos europeos de la cristiandad de entonces. En España este deseo fue hecho realidad gracias a los buenos oficios de la Reina. Con sólo el derecho de “suplicación" consiguió Isabel que aquellos Papas del Renacimiento y, especialmente de Alejandro VI -buena paradoja- un plantel de arzobispos y obispos de una gran talla en virtud y celo pastoral, cuyo prototipo es Fray Hernando de Talavera, su confesor y Prior del Monasterio Jerónimo de Prado en Valladolid. Y no se conformó con suplicar a la Santa Sede. También se resistió a ella cuando pretendían nombrar obispos o abades que no reuniesen las condiciones exigidas para su ministerio. Así evitó que César Borgia fuera arzobispo de Sevilla, en contra de los deseos de la curia romana. Ahí está el Concilio Nacional de Sevilla de 1479, que comenzó la reforma, gracias al empeño de la Reina en el fomento de las Órdenes religiosas, el restablecimiento de la disciplina entre los clérigos y el cuidado de la moral pública, de la que ella quiso siempre dar ejemplo. El Profesor García Oro, OFM, gran conocedor del tema, asegura que 'la valoración de la empresa reformadora, en su conjunto, lleva indefectiblemente a apreciar en su justo valor el alma y la religiosidad de Isabel, que se definen, a través de este empeño y estos esfuerzos, como acendradamente espirituales y eclesiales". Parece como si, con esta reforma, hubiera querido poner a punto la Iglesia española para

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acometer con renovada energía la futura empresa de la evangelización del mundo que estaba por descubrirse64..

.... Pero examinando la situación de Italia, cuando Carlos VIII de Francia, se coronó rey de Nápoles, Fernando II de Aragón e Isabel inicia una ofensiva diplomática para ayudar a su pariente, consiguiendo la aprobación del Papa de Roma y de Florencia, y la neutralidad de Venecia formando la correspondiente LIGA. En 1495 los puertos del Cantábrico y de Galicia aportan naves que debían concentrarse en Cartagena y Alicante, y ponerse a las órdenes de Galcerán de Requesens, conde de Trivento y general de las galeras de Sicilia. Se reúnen 60 naves y 20 leños, y embarcan 6.000 soldados de a pie y 700 jinetes. Gonzalo Fernández de Córdoba se pone al frente de la expedición. Salen a la mar con mal tiempo, y el convoy se divide en dos. El grupo de vanguardia, el de Requesens, llega a Sicilia, donde espera en Mesina la llegada de los transportes con las tropas, que llegan el 24 de mayo. Pasa la flota a Calabria, ocupando Reggio Calabria y los pueblos circundantes. El rey de Nápoles, Alfonso, es derrotado en Seminara. Mientras Fernández de Córdoba maniobra con gran habilidad y tiene varios éxitos entre los que se incluyen la larga marcha a Atella que le permitió llegar oportunamente a combatir, Requesens se presenta con sus galeras frente a la ciudad de Nápoles. El duque de Montpensier, lugarteniente de Carlos VIII, decide salir de las murallas de la ciudad para evitar el desembarco, y el pueblo de Nápoles, al ver salir a las tropas francesas, se subleva, teniendo que refugiarse los pocos franceses que quedaban en los castillos Nuevo y del Huevo. Aparece una flota francesa con 2.000 hombres de refuerzo, pero decide no enfrentarse a Requesens y desembarca a su gente en Liorna. Montpensier se ve obligado a retirarse hacia Salerno y Nápoles cae en poder de los españoles. Fallece el rey Alfonso de Nápoles y le sucede su tío Don Fadrique. Quedan en manos francesas Gaeta y Tarento. Requesens organiza dos escuadras, una con cuatro carracas y cinco naos que bloquea Gaeta, y otra con cuatro naos, una carabela y dos galeras para guardar la costa e interceptar socorros a los franceses. Esta última apresó una nave genovesa con 300 soldados y cargamento de harina. En las filas francesas se declara la peste, de la que fallece Montpensier con muchos de sus soldados. Gaeta se ve obligada a capitular, pudiendo llevarse los franceses todas sus pertenencias. Embarcan hacia Francia, pero un furioso temporal hunde sus naves. Alejandro anunció que Juan iba a conquistar Ostia; y para reemplazar a Guidobaldo, solicitaría al mentor más glorioso, al propio gran capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que Fernando de España, primo de Juan por alianza, pudiera ayudarle, como así aceptó.

64 Comisión Isabel la Católica –Julio 2.006 www.reinacatolica.org para su canonización

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Ante el interés del padre Santo, llevó consigo a Juan Borgia y también a Giovani Sforza, a quien en calidad de condottiere podría ayudarle en las batallas aunque Gonzalo dijera abiertamente, que no necesitaba a ninguno y que él llevaría exclusivamente el mando. Durante este tiempo, Nápoles se creía perdido. Una reacción se había operado entre población napolitana en favor del joven rey Fernando II, inocente de las exacciones y las violencias de su padre y de su abuelo. Desde el 7 de julio, al día siguiente de la batalla de Fornovo, una insurrección popular había llamado a Fernando en Nápoles. Como hemos dicho, Gonzalo Fernández de Córdoba, con la compañía fantasmal de Juan y de Giovanni, atacó a los franceses que aún quedaban en Nápoles, con Montpensier, desapareciendo poco a poco, minados por el hambre y la fiebre y hostigados por todas partes, con Venecia a la izquierda. Ferrantino a la derecha y Gonzalo, enfrente. Montpensier llamaba desesperadamente a Francia, pidiendo socorro. Montpensier se había encerrado con sus últimas tropas en una fortaleza de las montañas, en Atella. Los Orsini, con su anciano jefe, Virginio, le siguieron. Alejandro, sintiéndolos perdidos, los declaró traidores y reclutó mercenarios para confiscarles sus castillos. Alejandro ordenó rogativas. Temía que el nuevo rey de Nápoles, Federico, al ver detenidas sus tropas, le creyera vencido e hicieses salir a Virginio del castillo del huevo. Aquel Virginio no le dejaba dormir. Murió repentinamente en julio. El papa volvió a dormir tranquilo. Alfonso II de Nápoles ha muerto: su hijo Fadrique, en virtud de la alta soberanía de la Iglesia sobre el Reino, no será rey verdadero en derecho hasta que un legado papal le ciña la corona: es el momento de exigir. Se enfilan todas las baterías para asentar firmemente la influencia de los Borgia en el sur de Italia. Una vez asegurado el reino de Nápoles para Don Fadrique, reúne a sus tropas con intención de disolverlas, pero el Papa le pide que le ayude.

CAPÍTULO XVIII Una fiesta en honor a César

En febrero de 1497 cuando Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, asediaba la plaza de Ostia, antepuerto de Roma, a petición del Papa Alejandro VI, la ciudad estaba protegida por una guarnición del rey de Francia, pero sus componentes eran vizcaínos (nombre con el que se conocía entonces también a guipuzcoanos y alaveses). Se encontraban a las órdenes de un capitán llamado Menaldo Aguirre, que fue quien dirigió al Gran Capitán una frase en la que, a pesar de luchar como mercenario a las órdenes del monarca galo, se enorgullecía de ser español: "Decidle que se acuerde de que todos somos españoles y que no la ha con franceses sino con español y no con castellano sino vizcaíno".

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Este fue un corsario vizcaíno que se había apoderado de Ostia y su castillo bajo bandera francesa, cerrando el Tíber y sometiendo a contribución a Roma. Las tropas españolas atacan y toman Ostia y su castillo, y el Papa concede a Fernández de Córdoba la Rosa de Oro. Es en esta campaña donde Gonzalo Fernández de Córdoba gana su sobrenombre de El Gran Capitán y el título de Duque de Santángelo. . César es nombrado legado para coronar a don Fadrique, Juan le acompañará y recibirá sus feudos. La fiesta en honor a César la preparó su madre Vanozza como consecuencia del éxito de la derrota del rey Carlos, e invitó a sus hijos y varios amigos en las afueras de Roma y aprovechar para despedir a César, que debía partir hacia Nápoles, como legado pontificio. El vińedo de Vanozza, como lo llamaban sus hijos, estaba situado en la colina de Esquilino, al este de la ciudad. Por una vez, César, Juan y Jofre, se sentaron en la misma mesa. César adoraba a su madre y se enorgullecía tanto de su belleza como de su inteligencia. Para celebrar la ocasión, Vanozza había ordenado a sus mejores cocineros que preparasen un exquisito surtido de manjares. Los cardenales más jóvenes, entre los que se encontraba Gio Médicis, Ascanio Sforza y el cardenal Monreal, primo del papa, degustaban los platos con placer. Durante el último mes, César había visto en varias ocasiones un joven alto y delgado con un antifaz negro que se acercaba a Juan y le susurraba algo al oído. César se enteró que se trataba de un artista excéntrico de uno de los barrios de Roma a los que Juan acudía a despilfarrar el dinero en alcohol y mujeres. Juan excesivamente bebido, se incorporó y propuso un brindis. Levantó la copa y dijo estas palabras: -"Brindo por la huida de mi hermano del campamento francés", -dijo arrastrando las palabras al tiempo que se volvía hacia César- “brindo por su capacidad para eludir el peligro, donde quiera que éste pueda surgir, ya sea vistiendo los hábitos de cardenal o huyendo de las tropas del rey de Francia porque algunos lo llaman valor. A esto lo llamo, cobardía" - concluyó... Incapaz de contenerse César, se incorporó de un salto y llevó mano a la empuńadura de su espada, pero Gio y Jofre lo sujetaron y Vanozza le imploró que cesara en su actitud. - No sabe lo que dice, César- Intentó tranquilizarlo su madre. - ¡Lo sabe perfectamente!, madre- exclamó César sin apartar la mirada de su hermano- . ¡Si no estuviéramos en tu casa, te aseguro que el insolente de mi hermano ya estaría muerto! Entre Gio y Jofre obligaron a César a sentarse mientras el resto de los invitados observaban la escena en silencio. Nuevamente el joven enmascarado le dijo algo a Juan, a quien la escena parecía haber despejado, y anunció que debía ausentarse para atender un asunto personal. Y

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sin más dilación, se puso la capa de terciopelo azul marino que le trajo su paje y abandonó la villa de su madre acompañado por uno de sus escuderos y el joven del antifaz. El resto de los invitados no tardaron en seguir su ejemplo. César, acompañado de Jofre, Gio y Ascanio Sforza. Los cuatro montaron en sus caballos y, tras despedirse de Vanozza cabalgaron hacia Roma. Aprovechando el ánimo inflamado de César, el cardenal Ascanio Sforza le hizo saber que, tan sólo algunas noches antes, Juan, de nuevo ebrio, había estrangulado a su chambelán sin mediar palabra alguna ni la menor provocación. Ascanio indignado le habría retado a duelo si no hubiera sido el hijo del sumo Pontífice. Jofre, que contaba sólo con dieciséis años, permaneció en silencio, aunque en sus sentimientos hacia Juan no eran buenos. Últimamente, su hermano menor era un misterio para César. Siempre lo había tenido por un niño de escasa inteligencia, pero, después de la transformación que había observado una noche con Gonzalo Fernández de Córdoba y su joven acompañante65, César nunca volvería a verlo de la misma manera. - Creo que iré a divertirme un poco,- dijo Jofre tras despedirse ambos hermanos de Gio y Ascanio. - César sonrió, mientras observaba alejarse a Jofre, advirtió cmo tres jinetes, que habían permanecido ocultos entre las sombras seguían a su hermano. Uno de ellos, una figura alta y delgada, montaba un semental blanco. Esperó unos instantes para que los tres jinetes no se percataran de su presencia y cabalgó hasta la plaza tras la que se abría el barrio popular del Trastevere. No tardó en ver llegar a cuatro jinetes, entre los que reconoció la figura de Jofre. Al ver que conversaban alegremente, dio la vuelta y regresó al Vaticano, convencido de que Jofre no se encontraba en peligro. A la mañana siguiente no aparece Juan, a la tarde el Papa pregunta por él a los dos cardenales, verdaderamente inquieto: nada se sabe. A la noche se ordena una investigación y en el fondo del Tíber aparece el cadáver apuñalado, llevando aún al cinto su bolsa repleta. Se trata pues, de un crimen político o de una venganza privada, cuyo culpable no será hallado y aún hoy permanece en el misterio. D. Juan de Borja, segundo duque de Gandía, fué asesinado en Roma el 14 de Junio de 1497. El Papa amaba a Juan extraordinariamente. Durante tres días se niega incluso a comer y beber. La mano de Dios, tan pesada, incluso para un hombre tan alto como él, ha caído sobre su vida haciéndole gustar por primera y única vez la terrible soledad que hay bajo el resplandor de la tiara. Cara a cara con su propia conciencia en carne viva, despojado de cuanto accesorio ha acumulado sobre él el tiempo y el mundo, su gravosa herencia le aplasta y le vuelve a la raíz de su misión pontifical; y cuando se presenta al consistorio, destrozado pero sereno, atribuye a sus pecados su

65 Me refiero a una entrevista que tuvo Gonzalo con César quejándose de que Juan fanfarroneaba de haber conquistado Ostia e iba hacer unas monedas de bronce, con su efigie con la inscripción “Juan Borgia, vencedor de Ostia”. El honor del Gran Capitán quedaba en entredicho.

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pena, "tan grande que ningún bien terrenal puede aliviarla", y nombra una comisión de cuatro cardenales para proceder a la reforma de la Iglesia. Durante aquellos días Lucrecia había abandonado su palacio junto al Vaticano para refugiarse en el monasterio de San Sixto, cerca de la Vía Apia, donde ingresó el 4 de junio de 1498. Esto había causado en Roma enorme sensación porque el alejamiento parecía estar en relación con la proyectada disolución de su matrimonio. Es muy probable que, preocupada por la fuga del Sforza, y por las consecuencias, antes de espontáneamente buscase este refugio para implorar a Dios por su comportamiento con su marido durante el tiempo que estuvo casada. Esta ruptura con el papa parece se desprende de la carta que Donato Aretino dirigió desde Roma, el 19 de junio al cardenal Ippolito d'Este: "Doña Lucrecia se ha marchado del palacio, y ha entrado en el monasterio llamado de San Sixto. Aún se encuentra allí. Algunos afirman que quiere hacerse monja”. ¿Podemos imaginar los lamentos y las confesiones de Lucrecia en este apartado lugar? Ocasión como aquélla para recogerse consigo misma era muy difícil en la vida fastuosa que llevaba. En el seno de las paredes del claustro se enteraría de la horrible muerte de Juan y pensaría largamente sobre las cualidades de su hermano Juan, de sus vicios y de sus virtudes; ¿que le harían a su esposo? ¿Cuánto le habría hecho sufrir? ¿Tenían derecho su padre o sus hermanos a anular un matrimonio legalmente contraído? Todas estas ideas rondaría por la cabeza y de cómo esta mujer era tan desdichada. Alejandro había nombrado una comisión, presidida por dos cardenales, con el encargo de disolver el vínculo existente entre Lucrecia y Giovanni Sforza. Los jueces comprobaron que no habían consumado el matrimonio y que la esposa conservaba el estado de virginidad más completo. Entre las risas de toda Italia, según afirmación de un autor, -Matarazzo da Perufia-. Lucrecia lo corroboró también bajo juramento.

CAPÍTULO XIX ¿Quién mató a don Juan Borgia?

Alejandro estaba en su despacho profundamente emocionado y conmovido, con lágrimas en los ojos enrojecidos, su alma herida por la profunda pena sentida, por el asesinato de su hijo Juan. Disgustado y pensativo porque todas las averiguaciones efectuadas fueron inútiles. El misterio del asesinato, eliminaba toda posibilidad de que fuera un crimen vulgar. La constancia de hallar el cadáver encontrado con su bolsa de oro, descartaba a los asesinos vulgares. Era un crimen político. La familia Borgia se había creado muchos enemigos. Pero, ¿Quién podría enemistarse con el Santo Padre? ¿Quién sería el asesino? En semejante situación y con estos pensamientos estaba cuando ordenó llamar a su hijo César, porque pudiera ser el culpable. Cuando entró en la sala su hijo, se acercó para besarle los pies pero Alejandro lo rechazó.

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César le dijo a su padre: -¿Por qué me has llamado? Alejandro respondió: -Hijo mío. Estoy pensando en que tú eres el asesino de tu hermano. - ¿Acaso crees que tu hijo César es responsable de su muerte? Esta acusación no la merezco, padre a pesar de tener muchos motivos para odiarle. - El día de su muerte tuviste una discusión con tu hermano y sacaste tu espada para matarlo. Fue tu hermano Jofre y el cardenal Ascanio quienes te detuvieron. ¿qué me dices a esto? ¿No contestas? A semejante acusación César respondió: -La ofensa de Juan fue muy grave. Por menos he matado algunos hombres. Pero yo no asesiné a mi hermano. Me llamó cobarde cuando vos padre sabes que no lo soy; y además, me ofendió públicamente en una fiesta que nos daba nuestra madre. De no estar en su casa posiblemente, no le habría matado porque estaba borracho pero si le hubiera retado a un duelo cuando estuviese sereno sino me diera explicaciones. Yo no lo hice. Alejandro le dijo: - ¿Me lo juras? -¡Te lo juro! por mi honor, dijo César al tiempo que con su mano derecha la llevaba al corazón. Alejandro no estaba seguro de que su hijo dijera la verdad y nuevamente le dijo: - ¡Que te condenes si no me dices la verdad! Te exijo que me lo jures por Dios mirándome a los ojos. ¿Mataste a tu hermano? César, con lágrimas en los ojos le dijo:- Padre te perdono porque se que estas disgustado, enojado y profundamente apenado por la muerte de Juan que era tu hijo preferido, al que más amabas y a quien has mimado y le has educado con un cariño excesivo de forma que ha hecho cosas que le han perjudicado mucho en todas sus relaciones sociales. Te repito nuevamente y afirmó con fuerza: ¡¡Yo no lo hice!! ¡¡Lo juro y que vaya al infierno si miento!! Su padre, viendo cómo su hijo derramaba sus lágrimas por el juramento que le había obligado, por desconfiar en su hijo, se levantó del sillón de juez y se acercó, le levantó y le abrazó y le dijo: - ¡Perdóname! ¡Perdóname hijo mío! Tú eres mi consuelo. Tú eres mi esperanza. ¿Me perdonas por las dudas que he tenido? César, se serenó y miró tristemente a los ojos de su padre e indicándole con su mirada que le reprochaba y le perdonaba y no respondió. Su padre continuó pidiéndole comprendiese su comportamiento al exigirle el juramento porque sabía de sobra que no quería a su hermano. Entonces César, repuesto del interrogatorio de su padre, le dijo: -Os he dicho que tenemos muchos enemigos y especialmente Juan por su conducta licenciosa y vanidosa ha sido objeto y causa de posibles personajes influyentes que pudieran asesinarlo. Si me permitís os puedo nombrar algunos de ellos. Pero antes me gustaría que me dijéseis qué ha hecho Juan por la casa Borgia.

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Alejandro, respondió:- No hablemos ahora de este tema. Si desearía saber algunos nombres.

- ¿Queréis saber padre entonces algunos de ellos? Replicó César.

- Sí lo deseo, respondió su padre. - Posiblemente te sorprenderán algunos de ellos incluso pudiera aumentar tu dolor. A lo que Alejandro dijo.:-Dime lo que creas conveniente pero que sea fundado. César contestó diciendo:-Te voy a recordar algunos hechos importantes que, posiblemente hayan sido insuficientemente valorados para considerarlos en cuenta. En la cena tan nefasta que me ridiculizó mi hermano, salí acompañado de Jofre y del cardenal Ascanio Sforza. este compañero me explicó que, diez días antes, en circunstancias semejantes se encontraba borracho Juan, y, sin mediar ninguna ofensa mató deliberadamente a su chambelán; y de no ser por vos, padre, le hubiera retado a un duelo. Alejandro respondió: - ¿Lo que me decís es cierto? Y César contestó: ¡Si padre! Podéis comprobarlo porque nos dijo a Jofre y a mi. ¿Por qué no se lo preguntáis a Ascanio? Alejando respondió: - El tema es delicado y procuraré hacerlo si lo considero conveniente. ¿Alguno más? César respondió: - Naturalmente hay muchos. Por ejemplo todos los padres de las mujeres romanas violadas, que son muchas, o también los maridos deshonrados, podrían haberlo hecho. Vos le alentábais a hacerlo pero él carecía de escrúpulos. No pedía consentimiento alguno y tenía debilidad por las mujeres como todos nosotros aunque nosotros tengamos prudencia, dijo César mirando a su padre. Su padre respondió: - Tienes razón hijo, no le he enseñado a ser un verdadero hombre prudente; pero como es muy difícil conocer el posible asesino, estos hechos no me llevarían a resolver nada. ¿Tienes algo más que decirme? - Naturalmente padre, por ejemplo ¿que me decís de vuestro amigo el cardenal della Roviere? ¿Sabes lo mucho que nos odia? Pero respondió Alejandro:-¿Crees que este odio fuese suficiente para asesinarme? - Por supuesto, dijo César porque: os odia por vuestro carisma, también por la facilidad que os desenvolvéis, le molesta que nos hayas situado en los lugares más eminentes y sobre todo que hayas nombrado a Juan como Gonfaloniero, con este cargo tan importante de generalísimo de los ejércitos pontificios cuando ni carece de experiencia militar ni le importa nada el ejercicio de las armas. Solamente le gusta el uniforme para presumir ante las damas.

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Y también os odia por la derrota en el cónclave, aunque, vuestro carácter afable, comparado con el suyo que es de temperamento violento y que solamente parece feliz cuando se encontraría en el campo de batalla. Si llegara a ser papa, sería un papa-Guerrero. Alejandro escuchaba en silencio las razones de su hijo y le contestó:- Tienes razón en cuanto dices y, es un enemigo peligroso. -Cierto, contestó César pero también tienes otros como Virginio Orsini que os traicionó. Pero insistiré en un hombre a quien habéis hecho mucho daño y debiérais de haberle tratado con cariño. Me refiero a Guidobaldo Feltra. ¿No os acordáis, padre? ¿No os acordáis que a este condottiero lo contratásteis para que solucionase el problema en la guerra contra la familia Orsini y que, cuando conquistó dos castillos, me dijo a mi, que, posiblemente fuese una trampa para que nos confiáemos? Y cuando atacamos la plaza casi inexpugnable de los Orsini pidieron ayuda a Vitelli y cuando este nos atacó e hirió levemente en la nariz a Juan huyó cobardemente llevando todas las tropas dejándolo sólo a Guidobaldo? ¿Qué hicieron los Orsini? ¿Te acuerdas, padre? - Sí me acuerdo, respondió Alejandro. Pidieron la paz; se les concedió a cambio de devolver los dos castillos conquistados, les exigí 50.000 ducados. - ¿Y pagaron? Preguntó César. - ¡Si! Pagaron. Respondió Alejandro. Y su hijo preguntó: - ¿Quién pagó? ¿Acaso no se pagó con el dinero de Guidobaldo? ¿No tuvo que vender propiedades su esposa? ¿Por qué no pagásteis vos, porque estaba a vuestro servicio, y os conquistó los castillos? - Me comporté muy mal, lo reconozco, dijo Alejandro. -¿Y dónde fue el dinero? ¿No fue para Juan porque lo exigió como si le perteneciese, como si hubiese conquistado los castillos y era el culpable que abandonó a Guidobaldo? Alejandro respondió: - Cierto es todo lo que dices. Me exigió Juan el dinero y como estaba muy afectado se lo entregué. - Todavía hay mucho más que pudieran haberlo asesinado. Ahora me refiero a nuestro amigo Gonzalo Fernández de Córdoba. En cierta ocasión, no hace mucho, fue a dónde me encontraba en un baile, cuando estaba con una dama cortesana, se acercó muy pálido y nervioso, diciendo que deseaba hablar conmigo. En la entrevista que tuve con él me dijo que estaba enojado por mi hermano Juan y que decía públicamente que el había conquistado Ostia y que pensaba acuñar monedas en bronce con su busto y la inscripción "Juan Borgia, generalísimo vencedor de Ostia". Yo le quité importancia por cuanto todos sabían lo vanidoso que era Juan; pero él no se contentó y puso en duda si se batiría o no con él. ¿Que me he decís de esto?, padre ¿Os dijo su pretencioso proyecto? Cuando marchó le vi desde un balcón que le esperaba un hombre que era el sobrino de Virginio Orsini, llamado Vanni con quién marcharon juntos. Alejandro respondió:-reconozco mis errores. Han sido muchos y me has recordado éstos que son imperdonables. Ahora comprendo mejor que tú no mataste a tu hermano. Gracias nuevamente hijo. Perdona y déjame para confortarme con el único consuelo que tenemos en estas circunstancias que es la oración.

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César, aliviado salió de la sala de su padre y tranquilo, no mencionó al que verdaderamente era el asesino acompañado por otras personas, a su hermano menor Jofre, porque aumentaría más el dolor de su padre. El 4 de agosto de 1497 se suspenden las investigaciones para encontrar al o a los asesinos. César es nombrado depositario y administrador de la parte de la herencia del muerto que radica en Roma, sale para Capua el 22. Después de tres años de campaña, en 1498 regresan a España las tropas españolas, dejando el reino de Nápoles en manos de Don Fadrique.

CAPÍTULO XX César renuncia a todas sus dignidades eclesiásticas

Santa Ana y todos los Santos de Játiva le habían protegido. El rey de Francia, el Atila, el castigo de Dios anunciado por Savaranola había huido y chapoteaba en su húmeda Lombardía quiso burlarse de su impotencia y lanzó contra él una bula, conminándole a volver a Francia. Luego, llamando a su pintor, el Pinturicchio, le ordenó que representase las últimas hazañas en los muros del castillo de Sant'Ángelo. Al pobre Carlos, consternado, jurando humildemente obediencia, y a Alejandro revestido de oro, irguiendo solemnemente su tiara, soberano como Dios Padre y poderoso como un toro salvaje. Todo ha terminado; para todos menos para él, pues, aunque no lo sepa, el Destino ha llamado a su puerta. Desde la muerte de Juan, toda su vida y las bases, aparentemente tan seguras en las que se apoyaba, se le han vuelto problemáticas. Sincero, como siempre, se ha plegado al interés de su familia, que le necesitaba en el estado eclesiástico, pero sin tomar de él más que lo indispensable. Todo le ha sido dado, es cierto; todo, salvo esa última posibilidad de decidir. A los 22 años, César se considera ya un hombre; y no de los menores; tiene la ocasión, y la toma con las dos manos. De todos los méritos que en el futuro se van a discutir sistemáticamente, no puede negársele al menos el de haber elegido, negándose a simultánear, como tantos contemporáneos, la posición con la vocación y siendo en definitiva infiel a ambas. La víspera de Navidad el Papa comenta de pasada con los embajadores: "si esto acontece, ha de hacerse con el menor escándalo posible". "Esto" es la secularización de César, que tardará ocho meses en plantearse oficialmente, y no por razones de conciencia, ya que se trata una vez más de un acto político disfrazado con pretextos canónicos; ni por temor al escándalo, pues la dispensa transcurre por el cauce reglado de un procedimiento jurídico que no ofrece grandes dificultades tratándose de un simple subdiácono; sino por una razón práctica indispensable antes de tomar una decisión tan importante desde el punto de vista público y personal. Ante todo tiene lugar probablemente un careo personal. Las habitaciones de César están sobre las del Papa, quien se interesa muy personalmente por los asuntos de su familia. Conoce bien y ha observado mucho a este mozo ambicioso, arrogante, y tiene

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motivos para estar satisfecho y orgulloso de él, sobre todo por ser su hijo. Al Papa vivaz y temperamental le enamoran la alegría y el regio modo de conducirse el cardenal: a la vuelta de Nápoles le ha recibido bajando del solio y besándole en la frente con un amor que no describen las fórmulas del ceremonial pontificio. No olvida que, aún considerando al duque de Gandía persona de gran calidad, todos preferían a César, más que suficientemente dotado para llevar a cabo la obra encomendada a su hermano. En el Colegio Cardenalicio hay ya suficientes Borgia y si Alejandro ha pensado alguna vez hacer de César el tercer Papa de la familia sabe de sobra que su independencia y su aversión a las pacientes y laboriosas maniobras de captación no le señalan como candidato idóneo. Además la reorganización de los Estados de la Iglesia es ya inaplazable. Los príncipes vicarios se alquilan con la mayor desvergüenza; ellos y sus tropas a Venecia y Nápoles. Cuando Carlos VIII entró en Italia se le unieron en bloque, sin perjuicio de abandonarle a la primera ocasión. Oprimen y roban a sus súbditos y desconocen en absoluto la autoridad papal. Alejandro, que ha dado a Roma sus constituciones y está edificando en ella barrios enteros con un moderno criterio urbanístico, sabe que ni él ni la ciudad estarán a salvo mientras no haya cumplido la misión que se ha propuesto. Sobre estas bases la decisión en principio está tomada a comienzos del verano de 1498, con una sola condición: que ninguna de las dignidades eclesiásticas sea objeto de renuncia antes de tener en la mano un porvenir seglar absolutamente seguro. Es preciso auscultar el panorama internacional, y no sólo porque una actitud precipitada podría más parecer aun a los amigos y aliados un acto de hostilidad o un abuso de confianza, sino porque es precisamente en el extranjero donde César ha de recibir las ofertas necesarias para su futura carrera: rentas y un matrimonio. Pretender obtenerla en los territorios de la Iglesia sería repetir el aspecto más desastroso de la experiencia de Juan, y es de sobra conocida la precariedad de estas concesiones familiares que casi nunca duran más que la vida del Papa otorgante. La política exterior de Alejandro era aprovecharse de las potencias extranjeras, España y Francia para el desarrollo de los Estados pontificios y no le causasen problemas a la iglesia. Este equilibrio lo había conseguido con el matrimonio de Lucrecia con Alfonso. En sus aposentos, Alejandro se sentía triste porque había construido un proyecto con la esperanza de que César se convirtiera en el nuevo Papa, pero cuando Juan murió necesitaba un hombre en quien pudiera confiar los ejércitos de los Estados pontificios.

CAPÍTULO XXI

Una entrevista con el embajador de Francia

En estas reflexiones se encontraba cuando su secretario le anunció que deseaba verle el embajador francés George d'Ambroise a quien recibió en sus aposentos. George d'Ambroise, como buen diplomático, le dijo que tenía instrucciones concretas de que nadie, excepto Su Santidad escuchara lo que iba a decirle.

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El embajador bajó la mirada mientras Alejandro, ordenaba se retirara su secretario. El embajador le dijo: El rey Carlos ha muerto el 7 de abril de 1498. Le cayó una viga en la cabeza, perdió eL conocimiento inmediatamente66 y, a pesar de los cuidados de sus médicos, falleció pocas horas después. Nada pudimos hacer. Luis XII, es el nuevo rey de la Francia. Es el quien me envía para que os comunique, Santidad que pretende reclamar sus derechos sobre Nápoles y Milán, ya que legítimamente le pertenecen. - ¿Debo entender que vuestro rey se dispone a invadir la península itálica? El embajador asintió. - Así es, pero mi monarca manifiesta que nuestro país, en ningún momento desea perjudicar ni a Su Santidad ni a la Santa Iglesia de Roma. - ¿Y cómo puedo saber que lo que dice es cierto? -preguntó Alejandro. - Tenéis mi palabra y la de mi soberano -dijo el embajador al tiempo que se llevaba la mano al pecho. Alejandro reflexionó en silencio sobre la situación. - Y, decidme, ¿Qué espera el rey Luis de la Iglesia a cambio de tan generosa conducta? -preguntó finalmente-. Pues si me ofrece esta información y me asegura lealtad, sin duda deseará obtener algo a cambio. - En efecto, hay algo que Su Santidad puede hacer por mí rey. dijo el embajador sin más rodeos. - Mi soberano no está satisfecho con su matrimonio con Juana de Francia. - Mi querido D'Ambroise dijo Alejandro, ¿No pretende decirme que vuestro monarca desea anular sus esponsales con la hija de Luis XI? La verdad no me sorprende. Aunque he de confesar que me decepciona su falta de caridad. Esperaba una actitud más compasiva de vuestro señor. Aparentemente ofendido por los comentarios de Alejandro, el tono de voz del embajador se tornó más frío y formal. - Os aseguro que nada tiene que ver con su belleza, Su Santidad -dijo D'Ambroise-. La cuestión es que su esposa no ha sido capaz de proporcionarle un heredero. - Y, decidme, ¿Ha pensado ya el rey Luis en una posible sustituta? -preguntó Alejandro que ya sospechaba la respuesta - El embajador asintió. - Desea contraer esponsales con Ana de Bretaña, la viuda de su difunto hermano, el rey Carlos VIII. Alejandro río y respondió: -Vuestro rey desea casarse con su cuñada y para esto necesita obtener la dispensa del Santo Padre. A cambio ofrece respetar las tierras de la Iglesia en su camino hacia Nápoles y Milán. - Así es, Santidad, -dijo D'Ambroise con evidente alivio -aunque yo hubiera empleado otras palabras para expresarlo. - Me plantea una cuestión sumamente delicada -dijo Alejandro. Recordad que en los diez mandamientos está escrito que “no desearás a la mujer de tu hermano”. - Con vuestro permiso, Santidad, quisiera recordarle que las sagradas escrituras pueden ser objeto de interpretaciones más o menos estrictas.

66 Según Henry Martín, o.c. tomo II pág. 8 murió de un ataque de apoplejía más verídico que el tomado en este diálogo.

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- Así es, amigo mío. Así es.-dijo Alejandro al cabo de unos segundos-. ¿Y qué motivos, aparte del discutido de no haberle dado sucesión, tiene vuestro rey para solicitar la anulación del matrimonio?-dijo Alejandro. -Existen motivos más que suficientes. Su tío Luis XI le obligó bajo pena de muerte para que se casase forzosamente con su hija Juana ¡cuando tenía 14 años! -dijo el embajador. - No es causa de nulidad porque en las familias reales se da este hecho de prometer a los escasos meses de su nacimiento y, en cuando a las amenazas, si es así, existe vicio de consentimiento por cuanto éste debe ser libre y no haber amenaza alguna. ¿Puede probarse esté hecho? -dijo Alejandro. - Santidad, dijo el embajador. Sin duda alguna. Sus padres pueden demostrarlo. - Esto no es posible. dijo Alejandro. Precisa testigos que no sean parientes de su rey. y que además declaren bajo juramento.-dijo Alejandro. - Es difícil encontrar un testigo. En este caso no existe posibilidad de anulación del matrimonio. Aunque me dijo que no tuvo descendencia. ¿Acaso no consumó su matrimonio? - Santidad ¿Sabe que estuvo recluida en un castillo diferente del de su padre y no le visitaba su esposo más que dos veces al año y por orden de su tío el rey? - dijo el embajador. -¿Acaso esto no es una crueldad tanto por parte del padre de Juana, como de su esposo, su rey? - dijo Alejandro. - Es posible: Pero no debemos abordar el pasado. Creo lo más apropiado resolver el problema para mi rey. - Alejandro pensó en el pasado y sus consecuencias futuras. Y después replicó: Creo es necesario no perjudicar a la inocente Juana y no humillarla más. querido embajador. Debe de influir para resolver este problema de conciencia. - Pondré cuanto esté en mi mano para facilitar este desagradable asunto -dijo el embajador. - Alejandro respondió: De cuanto me habéis informado, deduzco que existen problemas esenciales. el primero la posibilidad de la nulidad del matrimonio porque nunca existió. En este caso, quien sucedía al trono de su padre Luis XI sería su hija Juana y, si se acordase la nulidad, ésta sería la verdadera reina de Francia. El inconveniente es que pasó a su hermano Carlos y, en consecuencia, esta es la sucesión que debe estudiarse. Es claro que Luis XII es el legítimo rey, y en consecuencia, la reina actual es su esposa Juana. Si no se ha consumado el matrimonio, es preciso demostrarlo, cosa muy difícil y delicada. La fórmula más rápida es un juramento sobre los Santos Evangelios y delante de toda la nobleza por parte de su rey de no consumación del matrimonio con el protonotario para dar fe pública. Esto será suficiente. -¿Creéis que el rey afirme, solemne y públicamente bajo palabra de honor, sobre los santos Evangelios, poniendo a Dios por testigo y ante toda la nobleza, de no haber consumado el matrimonio?. No olvidéis, estimado embajador, que si lo hace tendrá que asumir sus consecuencias, y me refiero a un posible perjurio. Me exige mucho, demasiado, su rey, pero ésta es la mejor solución para no lesionar tanto a la actual Juana, que no olvidemos-repito- es "reina de Francia". es la gran perdedora, perjudicada por su padre, por su esposo y, ahora sí facilito la anulación del matrimonio, la responsabilidad cae también sobre mi. ¿Comprendéis señor embajador lo que me pedís? ¿Sabe vuestro rey, en conciencia, la trascendencia de su decisión?

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-Os ruego querido amigo transmitáis a vuestro rey mi profunda preocupación y he de reflexionar sobre sus consecuencias porque es privarle a Juana de ser reina de Francia. Antes de dar mi consentimiento, hay algo que quisiera pediros, pues lo que vuestro monarca solicita de mi es una gran indulgencia. D'Ambroise permaneció en silencio. -Sin duda sabréis que mi hijo César colgó los hábitos. Ahora, es mi deseo que contraiga matrimonio lo antes posible. La hija del rey Federico de Nápoles, la princesa Carlota, parece una candidata apropiada y, sin duda, vuestro monarca podría influir favorablemente en su decisión, porque precisamente vive en Francia y es una dama de honor de Ana de Bretaña, la pretendida por vuestro rey. Está en Francia por pertenecer a la rama de Saboya, para educarse. Supongo que podré contar con el apoyo del rey Luis. -Haré todo lo que esté en mi mano para que así sea, Su santidad. Mientras tanto, os rogaría humildemente que meditáseis sobre la petición del rey. -Lo haré, embajador-dijo finalmente Alejandro, dando la entrevista por zanjada. Su santidad se quedó solo meditando la conversación sostenida con el embajador francés. En está actitud se encontraba cuando entró su hijo César y le preguntó qué le preocupaba. El le contestó que el embajador Ambroise le había pedido la anulación de su matrimonio del rey de Francia, con su esposa Juana. - Su hijo le preguntó: ¿Y cómo lo habéis resuelto? De la mejor manera posible para su esposa porque le he liberado de ser esclavizada por un hombre que no la ama y que la tiene coaccionada porque no puede disponer de su persona, carece de libertad para hacer el bien, entregarse a los pobres, a los necesitados, a quienes ama porque es una auténtica cristiana que tiene una profunda vida interior que ya quisieran tenerla muchos y sobre todo yo. - Lo que parece es una verdadera santa. - dijo César. Así es hijo mío, - dijo Alejandro. y no te olvides que esta mujer es un ejemplo para la cristiandad y, anulando su matrimonio se dedicará por entero a obras pías que nosotros no entendemos cómo existen seres tan valiosos que sostienen la iglesia. Tú serás quien le llevarás al rey lo que desea pero no sabe lo que tiene y va a perder.

CAPÍTULO XXII La política de Alejandro con la Casa de Aragón

En realidad, Alejandro había disuelto el matrimonio de Lucrecia por motivos puramente políticos. porque su intención era emparentar a Lucrecia con la casa Real de Nápoles, así como a César Borgia. Después de la expulsión de los franceses había sido restaurada en aquel reino la dinastía aragonesa, pero la repercusión había resultado tan profunda que cualquiera podía desafiar la ruina final. Fue en aquel punto cuando germinó en la mente de Alejandro la idea de sentar en el trono napolitano a César, el más inteligente de los

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hijos de Alejandro y decidió que ocupara en la familia el puesto que había dejado vacante el duque de Gandía. Pero para salvaguardar las apariencias se armó de un poco de paciencia antes de despojarse públicamente de ropa de cardenal de su hijo, Sin necesidad de esperar a que lo hiciese, se gestionaba ya prácticamente un matrimonio como hemos visto anteriormente. Era la elegida de César una hija del rey Federico de Nápoles, la princesa Carlota que, como descendiente de la casa de Saboya, se estaba educando en la corte de Francia. Y también para Lucrecia con don Alfonso, joven hermano de doña Sancha e hijo natural de Alfonso II Alejandro deseaba este matrimonio como medio de inducir al rey napolitano a consentir el de su hija con César. Al nuevo rey de Nápoles, un hombre de sentimientos nobles, le había coronado rey el delegado pontificio que fue César Borgia. En 1494 fallece el rey Fernando I de Nápoles, hijo de Alfonso V de Aragón, y es proclamado rey su hijo Alfonso II de Nápoles. La alianza de Lucrecia con Alfonso, fue la más feliz y dichosa para Lucrecia aunque con el tiempo dicha alianza se volvió políticamente adversa, entre otros motivos por las intrigas maquiavélicas de Alejandro y César. Pero con el tiempo, la alianza se volvió politicamente adversa para los Borgia. Por lo que César mandan matar a Alfonso esposo de Lucrecia. Apuñalado y al borde de la muerte, fue llevado a Palacio, donde Lucrecia lo cuidó y lo curó. En venganza los hombres de Alfonso disparan a Cesar con sus arcos cuando caminaba por el jardín del Vaticano. Cesar jura venganza. Lucrecia sabedora de esto, no se separa día y noche del lecho de Alfonso de esta fallida tentativa, César Borgia se encarga personalmente y envía a un hombre de confianza. Con una trampa, logró que Lucrecia saliera del cuarto. Demasiado tarde se dio cuenta del error en que había incurrido y cuando se le permitió entrar de nuevo a la habitación, ya Alfonso estaba muerto.67.

... Ahora había de pactar con Luis XII y era una situación delicada. La cancillería papal maneja todos estos datos en su favor mientras César, que desde febrero no usa el traje de púrpura, acude a la boda de su hermana Lucrecia con Alfonso de Aragón. En agosto el rey Luis planea la conquista de Milán; a la vez que suplicante, es el más cercano y peligroso enemigo y si ha de entrar en Italia, es mejor tenerlo por aliado. Se ultiman las bases de un acuerdo, y en prenda, Louis de Villeneuve, señor de Trans, embarca para Italia para ofrecer dos condados y una princesa real a César, que el 17 de agosto ruega a sus colegas, reunidos en consistorio, le alcancen del Papa la dispensa para volver al mundo.

67El matrimonio tuvo un niño, Rodrigo, que moriría en 1512 antes que su madre con 13 años de edad.

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Monedas papales de plata de Alejandro VI

... La entrevista del embajador francés y la proposición de matrimonio de César Borgia, podría resultarle beneficiosa por cuanto había cavilado que, su esperanza de un tercer papa Borgia era imposible. Era normal que casara a su hijo César con la princesa Carlota. Alejandro mandó llamar a César a sus aposentos, donde abrazó a su hijo y le entregó dos pergaminos lacrados con el sello personal. -Estos pergaminos son: uno la dispensa para el rey Luis-dijo Alejandro-. Invalida los anteriores esponsales y, el segundo lo autoriza a desposarse con Ana de Bretaña. Para el rey Luis, estos pergaminos tienen un valor incalculable, pues no sólo le permitirá desposarse con una mujer hermosa, sino que también le permitirá consolidar su poder sobre los territorios de la Bretaña. Querido hijo. Si deseas saber lo que pienso sobre este asunto es que quien se ha beneficiado ha sido la reina Juana porque, adquiere la libertad para hacer totalmente lo que desea: el bien de los demás -¿Deseáis que haga algo más por vos durante mi estancia en Francia, padre?-preguntó César. -Así es,-dijo Alejandro, de repente, su semblante se tornó más grave. Quiero que le ofrezcas una birreta cardenalicia a nuestro amigo George D'Ambloise. - ¿George D'Ambloise desea ser cardenal? -preguntó César, sorprendido. -De hecho, lo desea desesperadamente dijo el sumo Pontífice. No olvides que ahora es Arzobispo de Lyon. Aunque no conozca los verdaderos motivos de su anhelo. Alejandro abrazó a su hijo con fuerza. -Te echaré en falta, hijo mío. Pero en Francia serás tratado como un rey. Además el cardenal Della Rovere se encarga personalmente de proporcionarte todo lo que pueda hacerte falta durante tu visita. Ha recibido instrucciones precisas. Te protejerá de cualquier peligro y cuidará de ti como si fueras su propio hijo. En 1 de octubre, prácticamente libre, aunque las formalidades de la aceptación de su renuncia no han terminado aún (el obispado de Pamplona no será transferido al cardenal Pallavicini hasta noviembre). El rey Luis XII despacharon el “Sieur de Sarenon” al mar, con una flota de tres naves y cinco galeras, a fin que recogiese al nuevo duque y le llevase a Francia porque la flota se retrasaba para que no levase sus anclas en Ostia hasta el fin de septiembre. Entretanto, las preparaciones de César para su salida habían ido adelante, y fue la ocasión de un costo inmenso por parte de su señor. El Papa deseaba que su hijo, yendo a Francia para asumir su compromiso, y con los propósitos de casarse con Charlotte de Aragón, de llevar a Luis la dispensa que le permitiera su matrimonio con Ana de Bretaña, y de paso entregarle el capelo cardenalicio a Amboise, desplega una

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magnificencia extraordinaria porque los príncipes de la Italia culta y lujosa estaban en un momento renombrado. Su séquito consistió en cien sirvientes, con escuderos, pajes, lacayos, con doce carros y cincuenta mulas estaban abrumadas por su excesivo equipaje. Los caballos de sus seguidores fueron todos equipados con bridas y estribos de plata; y, para el resto, los esplendores de las libreas, las armas y las joyas, y la riqueza de los regalos que acompañaban eran el asombro de esa edad de despliegues deslumbradores. En el tren de César fueron Ramiro de Lorqua, el señor de su Casa; Agapito Gherardi, su secretario; y su médico español, Gaspare Torella -el único médico de su edad que había tenido éxito descubriendo un tratamiento para el pudendagra68 que se había descubierto en Italia, y quién había dedicado a César su sabio tratado en esa enfermedad. Como un cuerpo de guardia, o escolta de honor, César escogió treinta señores, principalmente romanos entre los cuales estaban Giangiordano Orsini Pietro Santa Croce, Mario el di Mariano, Domenico Sanguigna, Giulio Alberini, Bartolomeo Capranica, y Gianbattista Mancini-todos jóvenes, y todos los miembros de esas familias patricias que eran afectos por su propio interés Alejandro VI. El último de éstos pertenecía a la familia de Orsini con una alianza que se estableció por el matrimonio celebrada en el Vaticano el 28 de septiembre de ese mismo año entre Fabio Orsini y Girolama Borgia, , una sobrina del Papa. La salida de César tuvo lugar el 1º de octubre, a primeras horas de la mañana, cuando salió con su magnífico séquito, y siguió por el Tíber a lo largo del Trastevere, sin cruzar la ciudad. Montado en un bello corcel, adornado en seda roja y oro brocado –con los colores de Francia y que también había vestido a sus lacayos. Él llevaba un jubón de damasco blanco enlazado con oro, con un manto de terciopelo negro que cubría sus hombros. De terciopelo negro, era también, su gorra de su cabeza castaña rojiza, su color sable un fondo eficaz para el refulgente rojo del grande rubí-;tan grande con que fue adornado. Los señores romanos que le acompañaban se vistieron a la moda francesa, como él, aunque los españoles adhirieron a las modas de su España nativa. Fue escoltado hasta el fin del Banchi por cuatro cardenales, y desde una ventana del Vaticano el Papa miraba la imponente cabalgata y lo siguió con sus ojos hasta que le perdió de vista, mientras lloraba, nos dicen, de alegría por la contemplación del esplendor y magnificencia que había en su querido hijo; de su corazón. El 12 de octubre el Duque de Valentinois arribó a Marsella donde le recibe el Obispo de Dijon a quien el rey había enviado para recibirle, y quién acompañó al ilustre visitante a Aviñón. Allí César esperó al Cardenal Guiliano della Rovere. Este prelado estaba ansioso de hacer las paces con Alejandro y presuntamente nos parece que los motivos que probablemente le inspiraron, fueron la causa que hasta ahora, nosotros imaginamos, la crítica por razones que también nos esforzaremos por aclarar. Esta reconciliación con el Pontífice nace del sentimiento por su carta 68 Dolor en los genitales externos, especialmente los femeninos

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conmovedora de condolencia en la muerte del Duque de Gandia. Una recepción muy cordial ahora a César; y a lo largo de su estancia en Francia recibió de las manos della Rovere el tratamiento más amistoso, el cardenal que extraña alguna oportunidad intentar conquistar al duque porque le interesa y para perseguir sus fines. Della Rovere gasta 7000 ducados en obsequiarle; Valencia, capital de su condado, le obsequia con una comedia e iluminaciones, y el 7 de noviembre, Lyón le ofrece un banquete en el que figuran 18 pavos, 28 capones, 10 faisanes, docenas de gallinas, perdices y otras aves, más de 100 pasteles de caza y 80 tortas de "Inglaterra", sin contar las frutas y los vinos. Della Rovere escoltaba a César hasta el rey que estaba entonces con su Tribunal en Chinon mientras esperaba la realización del trabajo que estaba llevándose a cabo en su Castillo de Blois que después se convirtió en su residencia principal. Pero César parece haberse quedado en Aviñón, porque todavía estaba allí hasta fines de octubre, ni hizo ningún intento de acercarse a Chinon hasta mediados de diciembre. La pompa de su entrada era una cosa fastuosa. El 18 de diciembre de 1498 César, sonriente, bajo su gran sombrero francés de terciopelo cuajado de perlas, entra en Chinon al encuentro del rey de Francia. Esta vez no lleva en su equipaje el galero rojo, ni la capa magna, ni la muceta de armiño; como ninguno de los anillos en sus manos como el episcopal, porque ya no es cardenal, ni obispo; no va a dar bendiciones, sino a recibirlas; no viene como legado, sino como novio. A la cabeza de la cabalgata veinticuatro mulas, abrumadas con los cofres y otro equipaje bajo pañerías bordadas con los emblemas de César - prominente entre los que aparece el toro rojo, emblema de su casa, y con las tres llamas puntiagudas, su propio dispositivo particular. Detrás éstas vinieron otro veinticuatro mulas, el capa en del colorido del rey de escarlata y oro, seguidos por dieciséis buenos corceles llevados cogidos a sus bridas y estribos de plata. Luego venían dieciocho pajes a caballo, dieciséis de los vestidos de escarlata y de amarillo, aunque siendo de tela de oro. A estos siguieron un destacamento de lacayos con las mismas libreas y dos mulas cargadas con cofres cubiertos con ropajes con tela de oro que contenían regalos que César era el portador. Detrás de éstos montaba el duque acompañado con treinta señores, vestidos de tela de oro y argenta, y entre ellos el duque. César montaba un caballo de guerra extraordinario revestido de una coraza con las hojas de oro de habilidad exquisita, su cabeza vencida por un adorno en forma de alcachofa dorada, su cola terminaba en oro abundantemente claveteado con las perlas. El duque vestía terciopelo negro, y se vislumbraba que aparecía el brocado del oro de la prenda interior. Suspendido de una cadena por el poeta de Brantôme merecía la pena de treinta mil ducados, un medallón de diamantes ardía en su pecho brillaban, y en su gorra aterciopelada negra esos mismos rubíes maravillosos que vimos en la ocasión de su salida de Roma. Sus botas eran de terciopelo negro, atado con el hilo de oro que se claveteaba con las gemas. Algunos dicen que su caballo estaba revestido con oro sólido, y hay también un buen historiador, pero probablemente falso que dice que algunas de sus mulas eran del mismo metal, y que, eran así intencionadamente para que los zapatos flojamente atados de intento, porque el metal, siendo suave, partido prontamente de los

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pesuños, estos zapatos dorados fueron lanzados libremente y salieron para aquéllos que podrían tomarlos como regalos. El Obispo de Rouen el mismo Georges d’Amboise para quien le traía el capelo cardenalicio de Toulouse y varios señores del Tribunal fueron a recibirlo al puente de Chinon, bajo las altas Torres colgadas de la bruma dorada de noviembre, le esperaban con el senescal de Tolosa y los señores de Ravestain y de Clermont; la ciudad engalanada, en la corte a la que el largo otoño de la edad media presta un patinado resplandor enriquecido por la cortesía caballeresca y refinada por la poesía, va a transcurrir el año más feliz de su vida. y lo escoltaron a través del pueblo al castillo donde el rey lo esperaba. Luis XII le dio una bienvenida calurosa y cordial, mientras le mostraba entonces y después la consideración más amistosa. "Todo el mundo está enamorado de él, y ha alcanzado tanta gracia cerca de la corte y del rey que todos le aman y le estiman, y yo mismo experimento al decirlo una verdadera satisfacción", escribe Della Rovere al Papa lejano. En vista de la generosidad que había demostrado el papa, el rey Luis le comunicó a César que le concedería el ducado de Valentinois, título que le proporcionaría algunas de las mejores fortalezas de Francia, además de tierras de gran valor. César recibió la noticia con agrado. - Pero decidme, majestad ¿Cuándo conoceré a mi futura esposa?-preguntó César una vez que los tres hombres hubieron sellados fue acuerdo con un brindis. El rey Luis deambuló por la estancia con evidente nerviosismo. - Existe un pequeño inconveniente -dijo finalmente-. Aunque la princesa Carlota viva en Francia, pues es una de las damas de compañía de mi adorada reina Ana, en su condición de hija del rey de Nápoles, se debe a la casa de Aragón. Además, Carlota, es una joven con una marcada personalidad. La cuestión es que no puedo ordenarle que os acepte como esposo. -César frunció el ceño. -¿Podría hablar con ella, majestad? -preguntó al cabo de unos instantes. -por supuesto le dijo el rey-. D'Ambroise se encargará de arreglar vuestro encuentro. Esa misma tarde, César y la princesa Carlota se sentaron en un banco de piedra en los jardines de palacio, rodeados por la fragancia de azar. Aunque no fuera ni mucho menos la mujer más hermosa que había conocido César, Carlota era una joven de porte regio. Su peinado, con el cabello recogido en la nunca, le confería una apariencia severa, pero su disposición era alegre. Y, aun así, no parecía dispuesta a considerar la proposición que le había hecho César. - No pretendo ofenderos-dijo-, pero debes saber que estoy locamente enamorada de un noble bretón, por lo me es imposible entregaros el amor que me pedís. Como hijo del papa y futuro capitán general de sus ejércitos, sin duda sabréis que la amistad de la Roma, es de suma importancia para Nápoles. Es más, estoy segura de que, si insistiéseis, mi padre me obligaría a casarme con vos. Pero os ruego que no lo hagáis, pues mi corazón pertenece a otro hombre y nunca sería capaz de amaros como merecéis-concluyó diciendo Carlota mientras las lágrimas afloraban en sus ojos.

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Si esto era verdad, y Carlota actuó en la materia por obediencia a sus propios sentimientos, o si ella estaba siguiendo las instrucciones meramente que había recibido de Nápoles, se negó a entretener o admitir el trato de César obstinada y absolutamente César le ofreció su pañuelo. -Nunca os forzaría a desposaros con un nombre al que no amáis-dijo con sincero aprecio, pues la franqueza de Carlota había conquistado su corazón. Pero si no he conseguido vuestro amor, al menos os pido que me ofrezcáis vuestra amistad. Os juro que si algún día tengo la desgracia de verme sometido a un proceso, solicitaría del tribunal que fuéreis vos quien defendiera mi inocencia... Carlota río, y los dos jóvenes pasaron el resto de la tarde conversando alegremente mientras paseaban por los jardines del palacio del rey de Francia. El i8 del enero della Rovere, escribió al Papa que se encontraba en Nantes, una carta en que cantaba las alabanzas al joven del Duque de Valentinois. Por su modestia, su prontitud, su prudencia, y sus otras virtudes César ha sabido ganar los afectos de todos; aunque desgraciadamente, cuando el cardenal agregaba la noticia de Charlotte de Aragón, tenía su contrariedad, o porque estaba inducida por otras personas, por lo se niega a oír hablar de boda. Della Rovere estaba seguro en la creencia Carlotta estaba actuando según instrucciones, para impedir su alianza, por lo que exigió que el embajador napolitano debería exigir a su padre hiciera una declaración que, según parece, el embajador no pudo conseguir. Confundido por la persistencia de esa negativa, César indeciso envió a una persona a Italia. De hecho, hasta ahora era su salida y en febrero de 1489, en el Castillo de Lagos, recibió los mensajes del rey para el Papa. Todavía Luis dudó permitirle ir sin haber ligado su Santidad a sus propios intereses por ataduras más fuertes. En febrero de 1499 el rey eleva a ducado el título de Valentinois, pero las negociaciones matrimoniales con Carlota de Aragón, hija del rey de Nápoles, que en el pensamiento del Papa le aportaría en dote el Principado de Salerno69 habían fracasado, como hemos visto. El Rey de Nápoles que temió que Luis XII tomaría consecuencias inmediatas para manejar el Santo Padre en una alianza con Venecia que ke estaba pagando su corte en el momento y con ese fin a la vista. Ávido por conciliarse con Alejandro por esta hora de peligro, Federico se le acercó con propuestas alternativas, y ofreció para César los principados de Salerno y Sanseverino que se habían tomado de los barones rebeldes.

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69 Antiguo Salernum, ciudad portuaria situada al sur de Italia, capital de la provincia de Salerno, en la región de Campania, a orillas del golfo de Salerno

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Luis XII también había descubierto una alternativa al matrimonio de César con Carlotta, y uno que debe reconsiderar al Papa ciertamente interesado en la alianza con Venecia y conseguir el ducado de Milán.

CAPÍTULO XXIII MATRIMONIO DE CÉSAR BORGIA

Chinon o Madame de Albret.

Entonces aparecen dos otras princesas quienes podrían hacer una duquesa conveniente para César. Una de éstas era una sobrina del rey, la hija del Conde de Foix; la otro era Charlotte el d’Albret, hija de Alain el d’Albret, duque de Guyenne, y hermana al Rey de Juan de Albert de Navarre. Entre estas dos ofrecidas por Luis, César escogerá ahora, la opción es a Charlotte. También sobrina de Luis XII, no cede a la napolitana en linaje, y le aventaja en hermosura. Su padre es Alan d'Albret un belicoso señor del sudoeste de Francia a quien todo proyecto de engrandecer su casa enloquece y arrebata, embarcándole en insensatas aventuras muy peligrosas para él y su linaje, como la alianza con Inglaterra y las pretensiones matrimoniales al ducado de Bretaña. Por su ambición ha casado a su heredero Juan con la reina de Navarra Catalina de Foix70, y el matrimonio de Carlota, no sin interminables discusiones en torno a la dote, obtendrá por de pronto el capelo, o sea una nueva influencia, para su hijo Amanieu, uno de los cardenales más simpáticos de su tiempo, víctima involuntaria de la guerra de Navarra en 1512. Su padre consintió dotarla de 30,000 libras de tournois (90,000 francos) pagadas como sigue: 6,000 libras a la celebración del matrimonio, y el resto por una renta anual de 1,500 libras hasta su cancelación. Esta suma, de hecho, representaba su porción de la herencia de su madre difunta, Françoise de Bretagne, y que renunció a todos los derechos de sucesión de cualquier propiedad de su padre o su madre difuntos. Así establecido en el contrato de Alain en Castel-Jaloux el 23 de marzo de 1499, autoriza su hijo Gabriel y un Regnault del St. Chamans para tratar y concluir el matrimonio instado por el rey entre el Duque de Valentinois y la hija de Alain , Charlotte d’Albret. De la persona y la familia de Carlota, a diferencia del proyecto primitivo, los Borgia no pueden esperar ninguna ventaja política: los intereses de los Albert radican en una comarca lejana sobre la que además inciden enojosas cuestiones, por Navarra, y no sólo está situada en una de las zonas más delicadas de la expansión cultural y aun política de Francia hacia el sur, sino que el derecho a su corona está en litigio, artificial y atizado por Luis, entre Catalina y su primo Gastón, tan brillante como querido en Francia. Y definitivamente se romperían los lazos tan importantes que tuvieron con el rey de Aragón.

70 (n. 1468 - † 1518) fue reina de Navarra, Duquesa de Gandía, Condesa de Foix, Bigorra y Ribagorza, Duquesa de Montblanc, Duquesa de Peñafiel, Vizcondesa de Béarn. Hija menor Gastón de Foix, Príncipe de Viana y de Magdalena de Francia, hermana del rey Luis XI. Se casó con Juan III de Albret (1484) al cumplir los dieciséis años. De esta unión nacieron 11 hijos

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Tenía diecisiete años, mayor de edad, y era la princesa más bella de Francia, y se había criado en la Corte honorable de Juana de Valois, de donde había pasado a la de Ana de Bretaña que últimamente, dice Hilarion de Coste,1 era escuela de virtud, una academia de honor. Esta Carlota es amiga íntima de Juana, la actual reina de Francia por su matrimonio con Luis. ¿Será Juana la reina como parece de todo derecho? Dios le reserva aún una cruz más pesada antes de coronar la obra sublime de su santificación: los trámites de la anulación del matrimonio, que había comenzado Luis ocultamente van a apresurarse ahora. Luis XII tiene que hacer juramento público de la no consumación del matrimonio. En seguida el rey contraerá matrimonio con Ana de Bretaña, la viuda de Carlos VIII. ¿Y Juana? Para darle la noticia se reúnen sus buenos amigos el cardenal de Luxemburgo y el obispo de Albí con su confesor, que se lo comunica como en broma. Ella lo comprende al punto y por un momento se siente desfallecer y temblar. Más tarde descubrió un secreto a su confesor: "En ese momento Dios le concedió la gracia de comprender que Él así lo permitía para que realizase un gran bien. Y que ahora, sin sujeción a ningún hombre, podría hacerlo plenamente". Por orden del rey, la que debía haber sido reina se convertía en duquesa de Berry y fijó su residencia en Bourges. Entonces decidió poner en práctica lo que oyó en su oración cuando era niña: fundar una Orden religiosa en honor de la Santísima Virgen. Varias muchachas jóvenes, con deseo de vida religiosa, se reunieron con ella y, después de muchas vicisitudes, precisamente fue Alejandro VI quien aprobó la regla de la nueva Orden de la Anunciación, justo cuando alboreaba el siglo XVI. En realidad ella era la fundadora, pero siguió viviendo en el mundo y gobernando sus estados de Berry. Hizo, no obstante, su profesión religiosa el 26 de mayo de 1504 y siempre fue un ejemplo y una madre para sus hijas, que la veneraban ya como santa. El Señor juzgó que pronto debía dar el premio a una vida tan llena de sufrimientos y trabajos y en febrero del año siguiente, después de haber dado sus últimos consejos a su confesor y a sus hijas, descansó en la paz del Señor. Pío XII quiere glorificar a Francia y a la Iglesia entera con esta nueva y esplendorosa joya: Santa Juana de Francia. La boda no es la causa, sino un corolario del tratado, urdida por el Papa y por el rey, que planea para aquel verano la ocupación de Milán, aunque también de acuerdo con el gusto personal de César, exquisito si aceptásemos la descripción que de la novia hacen los contemporáneos. El 15 de abril de 1499 se firma el pacto de mutua y estrecha alianza; el 10 de mayo se celebra la boda en Blois71; el tiene 24 años y ella 17; el novio queda emparentado con las casas reales más ilustres de Europa; la esposa recibe una

71 Bello Castillo sobre la Loire donde Enrique III, odiado por el pueblo, asesina a su primo Enrique de Guisa estimado por el pueblo.

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fortuna en joyas, coronas, piedras y telas preciosas: el inventario se extiende a los más refinados detalles, como tenedores y estufillas portátiles de metales nobles para calentarse durante los viajes. El 15 de abril el tratado entre Francia y Venecia se firmó en Blois. Era una alianza defensiva y ofensiva dirigida contra todos, con la sola excepción de los estados Pontíficios Acabadas las fiestas, marido y mujer marchan al cercano palacio de Romorantin72, y poco después Carlota queda embarazada y nacerá su única niña Luisa73, a la que César nunca conocería. A fines de julio, César, para cumplir lo tratado, se dirige a Lyon donde prepara la empresa de Italia. Después, nada. No volverá a ver a su esposa; a su hija Luisa no la conocerá jamás. De este modo incomprensible. sencillo y definitivo, se abre la gran tragedia de esta vida oficialmente heroica, tragedia que, por cierto, los biógrafos conocidos no suelen siquiera plantearse. Simbólicamente la política ha precedido a la boda, y este hado adverso no cambiará nunca. Para algunos ni el Papa, ni el rey, consentirán la reunión de los cónyuges: significaría el abandono o la entrega de un rehén altamente precioso. En todo caso cabe preguntarse por qué César, en tantas ocasiones dominante y avasallador, no se interesa una sola vez en los ocho años que le quedan de vida por la suerte de su esposa, ni en la fortuna, o cuando su hija Luisa, aunque separada igualmente de su padre, será objeto de combinaciones diplomáticas, ni en la hora intensamente auténtica de la desdicha, en que su confidente será siempre su hermana Lucrecia. La esposa, abandonada, conmovedoramente previsora y fidelísima, que hace frente a la vida sin títulos ni apologistas, vestida de luto y con sólo una niña agarrada a sus faldas, es la única grande y la más verdadera entre las víctimas de César, precisamente por ser también la menos conocida. Los largos años, melancólicos de su desventura, testimonian el oculto virus que corroe el soberbio artificio y muestra el verdadero rostro, el terrible vacío sobre el que se asienta tanta aparente grandeza. Porque "todo en la vida es transitorio; sólo el amor es habitación".

CAPÍTULO XXIV CARRERA MILITAR DE CÉSAR BORGIA

Tres años, desde el jubileo hasta la muerte de Alejandro VI, dura la madurez de César: poco tiempo, sobre todo si tras él acecha la desgracia. El breve espacio es un recorrido por los más bellos nombres de la geografía italiana, un capítulo de la historia, un hito en el desarrollo de las ideas políticas, pero la vida, la verdadera vida, apenas late en él, porque la posteridad, entrando en él a saco, lo ha convertido en un

72 Leonardo Da Vinci Diseña el palacio de Romorantin (1517) 73 Luisa Borgia, fue Duquesa de Valentinois, Dama de Chalus, Duquesa de Borgia (1500 - 1553). Casada con Luis II de La Tremouille, Gobernador de Borgoña y en segundas nupcias con Felipe de Borbón, Señor de Busset

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mito, patrimonio de los investigadores. Así cobran su verdadero sentido los versos de San Nazaro

"O César o nada quiere llamarse Borgia Como si no pudiese ser César y nada a la vez".

Estos tres años están llenos del ruido de la conquista de Romaña, cuya fama divulgó Maquiavelo. La empresa es el resultado del tratado de 1499, y se lleva a cabo en nombre y en favor de la Santa Sede, pero primero con dinero y tropas y siempre con el apoyo moral del rey de Francia, árbitro al que todos respetan. Es una fórmula a la vez compleja y eficaz: los resultados, completados por Julio II, durarán mucho.74 Si como idea de Alejandro VI, el empeño es un éxito, para César significa una hazaña personal de excepcional valor, si se tiene en cuenta que la dirige un joven de veinticinco años que se convierte a causa de ella en el hombre más conocido de Europa. La primera campaña se planea con suma discreción, mientras Italia está pendiente de la fulminante conquista de la Lombardía por Luis XII, el 6 de octubre de 1499 César figura con otros distinguidos señores italianos en el cortejo del rey, que entra en Milán como un libertador. Nadie presta atención a la bula de excomunión que el Papa publica aquellos días, el 13 de noviembre, contra los señores de Imola y Forli, Pesaro, Rimini, Faenza, Camerino, Urbino y Sinigaglia, mientras Roma disfruta de las fiestas del bautizo del hijo de Lucrecia Borgia y Alfonso de Aragón, César llega en secreto a la ciudad y durante tres días se encierra con Alejandro. Poco después vuelve a Milán, mientras su primo el cardenal de Monreale marcha a Venecia: en realidad el primero va a organizar sus tropas francesas y el segundo a obtener el consentimiento de aquella república.

1. Catalina Sforza. Conquista de Imola.

Su primera embajada75 será ante Catalina Sforza, nieta de Francisco Sforza, sobrina de Ludovico el Moro, madre de uno de los héroes más queridos por Maquiavelo, el "Caballero de la Banda Negra", por aquel entonces todavía el pequeño Juan de Médicis. Catalina se burla del joven embajador quien confiesa haber perdido los estribos, "no haber podido impedir el enfadarse, tanto por sus gestos como por sus palabras". La calidad de esta hazaña no reside sólo en su rapidez, sino en la categoría del enemigo, la condesa Catalina Sforza, en 1474 llegó a amenazar el cónclave y durante veinte años ha visto a sus dos maridos asesinados y ha defendido la herencia de sus hijos contra las intrigas más bajas, sin perder un encanto femenino que atestiguan sus numerosas aventuras amorosas y sus recetas de belleza que aun conservamos hoy. Catalina era una mujer valiente, heroica. A los treinta años se unió con un muchacho de veinte, valeroso y apuesto, pero violento y estúpido, y le hizo dueño de Forli. La loba (como la llamaban por su intrepidez y gran coraje), hallaba una

74 Hasta 1870. 75 El 18 de junio de 1498, según cuenta Maquiavelo con 29 años,

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voluptuosidad en la obediencia. Le sacrificó incluso sus mismos hijos, los pequeños, a los que otra vez, en una jornada heroica, había gallardamente abandonado a los asesinos. El mayor de ellos tenía dieciséis años. Un día el amante la abofeteó y Catalina le dejó hacer. El hijo menor no se atrevió a desenvainar su espada, pero fue a lamentarse con sus amigos quienes esperaron al favorito en un camino, al regreso de una cacería y le apuñalaron. Tenía un hijo del favorito. Declaró haberse casado en secreto con el y legitimó al bastardo. Luego tomó a un florentino, a un Médicis, aventurero, traidor a los suyos, y digna pareja suya. También éste murió dejándola un hijo, y también ella declaró haberse casado con él. Vivía rodeada de soldados, era mercader de hombres. En los valles que dominan Forli, país áspero y rudo reclutaba campesinos, medio pastores medio bandidos y organizaba con ellos aceradas tropas. Sus soldados la aclamaban, dichosos al sentirse mandados por una mujer. Catalina los adiestraba siguiendo la tradición de su abuelo, el ilustre condottieri Sforza, y luego los cedía a los generales de aventura o a los tiranos. Amenazada por César, los conservó en torno suyo. César estaba impaciente por enfrentarse con ella y reducirla. Luis XII le cedió 12.000 mercenarios suizos y gascones, al mando de un aventurero, Bissey, bailio de Dijon, y núcleo de hidalgos franceses mandados por Ives d'Alègre. Un Vendôme, príncipe de sangre real, se unió al ejército. César reclutó italianos, dos condottieri: a un aventurero de Romaña, que conocía los puntos fuertes y débiles de las plazas, y a aquel ingenioso Vitellozo que antes, al servicio de los Orsíni, había barrido a Juan, a su ejército y al mismo César ante los hierros apretados de sus lanzas. Salió de Milán el 9 de noviembre con sus suizos y gascones. En Módena se detuvieron. Por bajo de Bolonia, en el puente del Reno, los hijos de Bentivoglio le festejaron pero César continuó su avance, entró en Romaña y llegó ante Imola. La ciudad le abrió sus puertas, pero la fortaleza permaneció fiel a Catalina Sforza que había confiado el mando de tropas al más seguro de sus capitanes, a Dionigi Naldi, que juro resistir un año y ofreció su mujer y sus hijos en rehenes. Catalina los había aceptado y los tenía consigo en Forli. La fortaleza de Imola, que Catalina creía inconquistable, cayó pronto más por la astucia que por la violencia. El sutil Vitellozo, fértil siempre en estratagemas, buscó traidores y los encontró. Un albañil que conocía la ciudadela le indicó los puntos débiles. Vitellozo disparó sobre ellos y los cañones y las murallas se derrumbaron. Al cabo de tres días de tregua, Dionigi Naldi capituló. César le saludó y le dejó marchar libremente. César había perdido quince días ante Imola. Era demasiado. habría creído que al solo nombre de los franceses temblarían todos los pobladores de Romaña. y todos habían temblado, menos Catalina. Los habitantes de Forli, temerosos de César apenas dormían; pero Catalina los dominaba. Un enemigo de los Riario, se le atrevió por fin a rebelarse. Catalina ordenó darle muerter, pero escapó y amotinó al pueblo. Catalina se encerró con sus

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soldados en la fortaleza y disparó contra eus súbditos unos cuantos cañonazos, rompiendo dos o tres tejados. César, conociendo la astucia de Catalina, temió una emboscada y se negó a entrar en la ciudad. Sus capitanes examinaban la fortaleza, anchos fosos, murallas bajas, torres redondas y en el centro un torreón cuadrado. Una masa aplastada, obscura, color de sangre. Por las troneras asomaban las bocas de las culebrinas. Pero contra los 500 hombres albergados en aquella masa, César tenía 15.000 y numerosas piezas de artillería pesada. Pasaba el tiempo hasta que llegó el día de Navidad y Catalina suspendió el fuego. Celebraba el nacimiento de Dios. En Roma, Alejandro inauguraba el año Santo, el jubileo de 1500. Con un pico de oro en la mano abrió las puertas de San Pedro. Apenas acudieron peregrinos. César solicitó una entrevista a Catalina, que consintió en ello y apareció en lo alto de la muralla, vestida de oscuro y tocada con un casco guerrero. César dirigió a Catalina un discurso explicándole que estaba perdida, pero que el Papa la quería bien y le daría otras tierras. Catalina negó. ¿Podría fiarse de un Borgia? César, sin ofenderse, propuso fiadores: los capitanes franceses. Catalina respondió que sí desconfiaba del jefe mal podía confiar en sus aliados. César quiso hablar la desde más cerca y se adelantó hasta el puente levadizo Catalina le ofreció franquear la puerta y recibirle... No expondremos la dificultad del sitio y la heróica resistencia, hasta el domingo 12 de enero que los heraldos transmitieron a los habitantes de la ciudad la orden de aportar cada uno una fajina. En el almuerzo César anunció que la fortaleza sería tomada antes de dos días y apostó 300 ducados. Por la tarde, cegados ya los fosos, mandó iniciar el ataque, pero dejó hacer solos a sus soldados y se retiró a Forli. La fortaleza presentaba dos brechas. Los suizos, los gascones y los italianos, todos los soldados sin armadura, atravesaban los fosos por encima de las fajinas. Bajo su peso, el agua subía, llegándoles hasta la cintura y helándolos. Pero cayeron a montones, enfilados por las piezas de la Torre principal que mandaba Casale. De pronto enmudecieron los cañones y un suizo escaló la torre, la encontró desguarnecida y agitó la bandera. Casale había abandonado el campo. Los asaltantes invadieron la brecha e hicieron retroceder a Catalina y a sus hombres. Se la veía entre la humareda, apretados los dientes y fruncido el ceño. Resistió en el patio al pie del torreón. Las trompetas francesas dieron el toque de asalto. Catalina ordenó prender fuego al polvorín para volar el primer muro; pero sus hombres vacilaron, temerosos, y la muralla saltó sólo a medias, abriendo paso a los que debía sepultar. Catalina se encerró en el torreón. Catalina salió de la Torre e hizo prender una hoguera ante ella. El viento empujaba a la llama y el humo iba hacia los enemigos, que retrocedieron asfixiados y tostados. Catalina gritaba de júbilo. Pero el viento cambió de pronto hacia ella, que quiso pasar, arder si era preciso, antes de caer entre sus enemigos. Casale que la veía desde lo alto de la Torre, izó una bandera blanca, impulsado quizá por su amor.

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César y Alègre llegaron y, el hombre que había hecho prisionera a Catalina, la entregó a César. Descubriéndose ante su cautiva se esforzó en mostrarse galante y caballeresco en presencia de los franceses. Entraron en una habitación casi en ruinas. Era más de media noche. Catalina, muerta de fatiga, se preguntaba qué harían con ella aquellos hombres. César no se atrevía a reclamarla, temeroso de los franceses. A las dos de la madrugada la ofreció trasladarse con él a su residencia en la ciudad. Ningún francés se opuso y Catalina no se atrevió a protestar. Partieron al amanecer y entró solemnemente en Roma, pero modestamente vestido y obscuro entre los rojos cardenales.. César entra en Roma llevándola prisionera durante el carnaval del año Santo, y permanece inactivo durante unos meses que el Papa ha aprovechado para colmarle de honores, concediéndole en marzo el vicariato de las ciudades conquistada y en abril la Rosa de Oro, la más alta condecoración pontificia, y el título de generalísimo de la Iglesia, que añade a su escudo en el que figuraban el toro y la barras Borgia y los lises de Francia, el baldaquino de honor, la tiara y las llaves papales.

Catalina Sforza por su categoría la tienen en prisión en el Palacio de Belvedere.

2. Hechos revelantes. El día de San Pedro del año 1500 un grave accidente estuvo a punto de costarle la vida al Papa. Se desplomó con gran estruendo una chimenea del Vaticano sobre la cámara pontificia, aplastando a muchas personalidades que estaban con Alejandro y quedando éste providencialmente ileso. En acción de gracias por haberse salvado de la catástrofe, el 22 de julio visitó el papa solemnemente la iglesia de la Madonna del Popolo. Casi al mismo tiempo, ocurrió en Sicilia un lamentable sacrilegio que produjo gran revuelo entre la multitud: Un fanático llamado Juan Bautista Rizzio arrancó la hostia consagrada de manos del celebrante haciendo esfuerzos inútiles para romperla con las suyas; pero no sólo no logró su propósito, sino que el pueblo se arrojó con furia sobre él inmolándolo sin esperar el fallo de tribunal alguno. Alejandro determinó que, en lo sucesivo, se echaran al vuelo las campanas al empezar el prefacio de la misa y alzar la hostia, para que los fieles acudieran al templo en mayor número, evitando la repetición de tan abominable atentado.

CAPÍTULO XXV Matrimonio de Lucrecia con

Alfonso D’Este, príncipe de Ferrara

Alejandro había proyectado la unión de su hija Lucrecia con el joven Alfonso, príncipe de Ferrara por lo que hubo de resolver muchas dificultades y enemistades incluso con la de Francia. Necesitaba el apoyo de la corte de Francia y no fue difícil de obtener, pues por aquellos días Luis XII deseaba que su ejército, a través de los

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Estados de la iglesia, pasara de Toscana a Nápoles, y este designio no se podía realizar sin estar en la mejor inteligencia con el Papa. Además, este último podía contar con el apoyo de el cardenal d'Ambroise, a quien César había llevado el capelo cardenalicio con la ocasión de su viaje a Francia, y en cuyas ambiciosas miras entraba, nada menos, que suceder a Alejandro VI en el trono pontificio merced al apoyo de César y de los cardenales españoles. En un principio, Luis XII era resueltamente opuesto al matrimonio y trató de deshacer aquel proyecto. No le convenía en modo alguno que aumentara más el poder de César ni el del Papa, y deseaba consolidar su propio influjo en Ferrara mediante la unión de Alfonso con una princesa de su familia. En el mes de mayo envió Alejandro un embajador para Francia para que indujese al rey a mediar en sus proyectos de matrimonio, pero Luis no mostró la menor inclinación a hacerlo. Había tratado ya de impedir la invasión de la Italia central por César, de modo que los proyectos de este sobre Bolonia y Florencia estaban condenados al fracaso. El matrimonio ferrarés hubiera seguido la misma suerte si por aquellos días no se hubiera planteado el problema de la expedición a Nápoles. Hay motivos para suponer que el consentimiento del Papa a esta expedición fue condicionado al consentimiento del rey al matrimonio de Lucrecia. El 13 de junio de 1501, César Borgia, que ya había sido nombrado duque de Romaña, se trasladó secretamente a Roma, donde permaneció por espacio de tres semanas. Puso también cuanto estaba en su mano para conseguir la realización del proyecto matrimonial. Luego siguió con sus soldados al mariscal francés Aubigny el cual, moviendo su ejército desde los alrededores de Roma, irrumpió en el país napolitano para desencadenar la más inicua guerra de conquista y poner fin, en medio de sus horrores, a la dominación de la casa de Aragón sobre aquellos territorios. A partir del mes de junio, la corte francesa, cediendo a los deseos del Papa, comenzó a hacer valer su propia influencia en Ferrara en favor del matrimonio de Alfonso con Lucrecia. Así resulta de un despacho del enviado ferrarés en Francia, fechado el 22 de junio, donde informaba al duque Hércules que, habiendo comunicado al rey las amenazas del Papa de desposeer al de Ferrara de sus Estados si no consentía en el matrimonio de su hijo con Lucrecia, el rey de había contestado que Ferrara estaba bajo su protección y que sólo podía caer cuando cayese Francia. El enviado expresaba en su despacho el temor de que el Papa se sirviera de la investidura de Nápoles para obtener el apoyo de Luis a sus proyectos, y añadía que monseñor De Trans, el hombre más influyente de la corte francesa aconsejaba la aceptación del matrimonio a cambio de la entrega de 200.000 ducados, de la condonación del canon que debía satisfacer Ferrara anualmente, y de ciertos beneficios para los distintos miembros de la casa de Este. El duque de Ferrara estaba inmerso en intrigas del rey de Francia y sintió miedo le hizo que le diesen al duque secreta seguridad de que sería firme en sus propósitos de conceder la mano de Madame de d'Angouleme a don Alfonso y le confirmasen su disgusto por el matrimonio que deseaba el Papa. Pasó el tiempo y se resolvió la intriga que Fernando Gregorovius dedica dos capítulos a este tema.

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El príncipe heredero de Ferrara ofreció tan gran resistencia al matrimonio con Lucrecia (por los rumores existentes sobre su anterior vida), que el duque, su padre, hubo de llegar a amenazarle con casarse él mismo si se obstinaba en la terca negativa. Una vez que hubo alcanzado el consentimiento, Hércules refrenó su orgullo y miró fríamente el proyectado enlace como un ventajoso negocio de Estado. Puso al honor de su casa precio tan alto que los enviados del Papa, consternados ante sus exigencias, despacharon a Roma a Raimundo Remolinos para que se las expusiera al Pontífice. Alejandro recurrió entonces a la mediación del rey de Francia a fin de obtener condiciones más ventajosas. Una carta del embajador de Ferrara en Francia nos ilustra mejor que nada sobre este punto: “Excmo. Sr. mío: "El embajador del Papa me dijo ayer que Su Santidad le había comunicado la llegada de un comisionado de vuestra excelencia a Roma para pedirle 200.000 ducados, la liberación del canon anual, el derecho de patronato sobre el obispado de Ferrara, por acuerdo consistorial, y otras muchas cosas. Añadió que el Papa ofrece 100.000 ducados, y que en cuanto a lo demás deberá confiar vuestra excelencia en él, que con el tiempo le concederá todo lo que pide y levantará tan alto a la casa de Este que todos se convencerán del gran amor que le profesa. Me dijo también que tenía el encargo de rogar a su majestad cristianísima que escriba al Ilmo. cardenal para que éste se sirva recomendar a vuestra excelencia se conforme con dichas ofertas. Como fiel servidor de vuestra excelencia recuerdo al efecto, aunque sea superfluo, que si el matrimonio ha de celebrarse, lo concluya de tal modo y con tal seguridad que no haya luego ocasión de arrepentirse a causa de las promesas largas y los hechos cortos. En otra carta he dicho ya a Vuestra Excelencia que el rey cristianísimo, según me aseguró, no tiene en este negocio más voluntad que la de vuestra excelencia, de modo que si las cosas han de hacerse, procure sacar de ella el mayor provecho posible. Y si el matrimonio no llega a realizarse, Su majestad está siempre dispuestos a dar a don Alfonso aquella dama cuya mano le quiere pedir Vuestra Excelencia entre todas las de Francia. De vuestra Ducal excelencia servidor, Bartolomeo Cavallieri, Lyon, 7 de agosto de 1501". Alejandro no quería enviar a Lucrecia a Frerrara. Pero la dote que le pedía Hércules era excesiva, mayor que la entregada por Blanca Sforza al emperador Maximiliano, y contradecía doblemente las leyes canónicas. Además de una fabulosa suma de dinero, el duque solicitaba que se le dispensase para siempre del tributo anual que debía a la iglesia por el feudo de Frerrara; la cesión de Cento y de Pieve -ciudades que pertenecían al Archiepiscopado de Bolonia-; la cesión pura y simple de Porto Casenatico, y gran número de beneficios para los miembros de la familia de Este. Las negociaciones llegaron a resultar difíciles, pero Alejandro tenía un deseo tan vivo de que Lucrecia se sentase en el trono ducal de Ferrara que se mostró dispuesto a conceder casi todas las peticiones de Hércules. Ayudaban a ello la recomendaciones de César y las instancias de la misma Lucrecia, que desde aquel momento fue el mejor abogado que tuvo el duque de Ferrara en Roma. El propio Hércules hubo de reconocer que a su sagacidad debió, principalmente, el éxito final de sus pretensiones.

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Las negociaciones tomaron un giro sumamente favorables a fines de julio o principios de agosto. De entonces son las primeras cartas del duque a Lucrecia y al Papa, que se conservan en el archivo oficial de La Casa de Este. El 6 de agosto escribió Hércules una carta a su futura nuera para recomendarle a un tal Agustino Huet -secretario de César- como agente que en el transcurso de las negociaciones había demostrado el más fervoroso celo. El 10 de agosto le exponía al Papa el punto a que habían llegado los tratos, y le rogaba que no juzgase excesivas sus pretensiones. El 21 de agosto volvió sobre el mismo objeto y, como si fuera un mercader que tratase de sus negocios, ponderaba el escaso alcance de sus demandas y la facilidad con que podían ser atendidas. Entretanto, la noticia del proyectado matrimonio se había difundido por el mundo y provocaba las mayores inquietudes en los medios diplomáticos. Ni a las potencias italianas ni a las de fuera de la península agradaba lo más mínimo el poder temporal del papado fuese en aumento. Florencia y Bolonia, que temían ser el próximo objetivo de las ambiciones de César, vivían en un estado de alarma. La República de Venecia, que no mantenía muy buenas relaciones con Ferrara y que codiciaba las costas de Romaña, daba claras muestras de su mal humor y le echaba la culpa de todo a las intrigas y a la desatada codicia de César. El rey de Francia simulaba estar satisfecho de las cosas porque no había podido impedirlas. España hacía otro tanto. Maximiliano, completamente fuera de si, trató de impedir el matrimonio. Ferrara empezaba adquirir una importancia semejante a la que tuvo Florencia en tiempos de Lorenzo de Medicis, de modo que el bando a que se uniese se vería considerablemente reforzado. Al Emperador no le podía resultar indiferente su alianza con el Papa y el rey de Francia. Además Maximiliano estaba casado con Blanca Sforza y numerosos parientes y amigos y de esta última, todos ellos contrarios a los Borgia, vivían en la corte alemana. El emperador escribió en agosto al duque de Ferrara para disuadirle del proyectado matrimonio. La llegada de esta carta no pudo ser más oportuna para Hércules, en cuyas manos constituía un precioso instrumento para presionar al Papa. Se apresuró a dar conocimiento de ella y asegurarle que, pese a las exhortaciones del Emperador, su decisión era irrevocable. Así contestó también al Emperador por medio de su consejero Gianluca Pozzi. La carta del duque de Ferrara a dicho consejero llevaba fecha 26 de agosto, pero antes de que su contenido le hubiera sido comunicado al Papa, éste se decidió a aceptar las condiciones de Hércules y el compromiso matrimonial fue solemnemente concertado en el Vaticano a 28 de agosto de 1501." Alejandro transmitió rápidamente la noticia al duque por medio del cardenal Ferrari y luego envió a don Ramiro remolinos y a otros procuradores suyos a Ferrara. En el castillo de Belfiore, se concluyó ad verba el matrimonio. El mismo día le escribió el duque a Lucrecia y la dijo que si hasta entonces la había amado por sus virtudes y por consideración al Papa y a su hermano César, ahora empezaba a amarla como hija. También le escribió a Alejandro en términos muy

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expresivos para comunicarle la conclusión del matrimonio y para agradecerle la concesión de la dignidad de Arcipreste de San Pedro al cardenal Hipólito, su hijo. Menos diplomático se mostraba el duque de Ferrara en la carta que le escribió al marqués Gonzaga para comunicarle el compromiso. Dejaba traslucir en ella la frialdad de su ánimo y se disculpaba por no haber podido evitar aquél paso. El 4 de septiembre llegó a Roma un correo con la noticia de que el contrato de matrimonio se había firmado ya en Ferrara. Alejandro ordenó que se disparasen inmediatamente salvas de artillería desde el castillo de Sant'Ángelo y que fuese iluminado el Vaticano. Aquel momento fue el punto culminante de Lucrecia. Las ambiciones y anhelos de grandeza ya estaban seguros de alcanzar uno de los más antiguos tronos principescos de toda Italia. El 5 de septiembre, acompañada por 300 caballeros y cuatro obispos, fue a dar gracias a la Virgen a Santa María del Popolo. El 14 de septiembre regresó César de Nápoles, después de que el rey Federico, último de la casa de Aragón en aquel reino, se hubiese rendido a los franceses. Tuvo la satisfacción de encontrar a Lucrecia convertida ya en futura duquesa de Ferrara. El Papa por aquellos días se ocupaba de un asunto hartó enojoso en relación con el primer marido de Lucrecia, Guivanni Sforza. El siguiente despacho de los comisionados de Ferrara nos informa acerca de lo que se trataba: "Ilmo. príncipe y Excmo. Sr. nuestro: "Habiendo considerado Su Santidad el Papa ciertas cosas que podrían turbar el ánimo, no sólo de Vuestra Excelencia y del Ilmo. D. Alfonso, sino también de la Señora Duquesa y el suyo propio, nos ha encargado que escribamos a Vuestra Excelencia a fin de que haga lo necesario para que el señor Guivanni Sforza, que como se ha dicho ya a Vuestra Excelencia se encuentra en Mantua, no se traslade a Ferrara al tiempo de las bodas. Pues aunque su separación de la referida señora duquesa fue absolutamente legítima y conforme a la pura verdad, según consta públicamente en el proceso que se hizo por esta causa y por la libre confesión del propio don Guivanni, un cierto residuo de mala disposición podía haberle quedado dentro del pecho, y si se hallase en lugar donde pudiese ser encontrado por la Señora Duquesa, Su Excelencia se vería obligada a recluirse en sus estancias a fin de que las cosas pasadas no volviesen a su mente ..." Roma, 24 de septiembre de 1501”. Cuando Lucrecia estaba en Roma, según les decía a los enviados de Ferrara, le parecía una prisión. El duque escribió en tono apremiante al cardenal de Módena y a Lucrecia y logró salirse con la suya en el mes de octubre, lo cual le valió los más encendidos elogios por parte de su futuro suegro. Desde los primeros días de ese mes de octubre había entablado una correspondencia muy frecuente con el duque, a través de la cual se puede ir observando la creciente confianza que entre ellos se observaba. Es indudable que Hércules empezaba a ver con gusto aquel matrimonio que, en un principio, le había inspirado viva repugnancia. Descubría en su nuera mucho más entendimiento del que había supuesto. Al llegarle a Lucrecia la noticia de que el duque sufría una indisposición, se apresuró a escribirle una carta sumamente conmovedora, y el duque le contestó a la vuelta de correo para agradecerle que le

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hubiera escrito de su propia mano, en lo cual veía una muestra muy particular su afección. Por su parte los comisionados le decían al duque: "Cuando anunciamos a la ilustrísima la enfermedad de Vuestra Excelencia, Su Alteza dio muestras del dolor más profundo; en palideció su rostro y quedó durante un buen espacio pensativa. Luego se lamentó de no encontrarse en Ferrara para curar por sus propias manos a Vuestra Excelencia, según hubiese deseado. Cuando cayó la chimenea en el Vaticano, ella fue quien atendió durante catorce días a Su Santidad, que no quiso ser curado por ninguna otra persona". Era natural que la enfermedad de su futuro suegro asustase a Lucrecia. En el caso de haber muerto hubiera sido muy posible que el matrimonio no se llegase a llevar a efecto. No existe ningún indicio de que por aquellas fechas se hubiese disipado aún la aversión que hacia ella sentía su futuro marido. Ni Alfonso le escribió carta alguna, ni ella se la escribió a Alfonso. Un silencio tan absoluto no puede por menos de resultar extraño. Parecido temor debía que tener Lucrecia a que muriese Alejandro, cuya falta habría determinado con la absoluta seguridad el fracaso del matrimonio. Por consiguiente, su ansiedad sería muy grande al ver que el Papa contraía la misma dolencia que el duque de Ferrara. Parece que se trataba de un fuerte resfriado. Para impedir que llegasen a Ferrara rumores exagerados llamó al enviado del duque y le ordenó que le escribiese a su señor que la indisposición que sufría era muy leve. "Si el duque estuviese aquí -dijo el Papa- lo invitaría, a pensar de mi cara vendada, a cazar conmigo un jabalí." Según el comisionado, lo que debía de hacer el Papa, si quería cuidar de su salud, era renunciar a su peligrosa costumbre de abandonar el Palacio apostólico antes de rayar el día para volver a él antes de anochecido. Insistía en que se debía buscar el modo de hacerlo entender así. De todas partes le iban llegando felicitaciones al Papa y a Hércules. Cardenales y embajadores ponderaban en sus cartas la belleza y sagacidad de Lucrecia. El representante español le prodigaba los mayores elogios, y Hércules le dio las gracias por los testimonios que brindaba de las virtudes de su nuera. El rey de Francia manifestó también su extraordinario contento con un suceso que, según decía ahora, iba a resultar del mayor provecho para el estado de Ferrara. El Papa dio lectura en el consistorio a las felicitaciones que le habían enviado el monarca francés y su esposa. Luis XII había condescendido en enviar otra carta de felicitación a madonna Lucrecia, y a estampar al pie de ella dos palabras autógrafas. Esto le produjo a Alejandro tal entusiasmo que transmitió a Ferrara una copia del escrito. Únicamente la corte de Maximiliano permaneció completamente muda. La cólera del Emperador llegó a ser tanta que el duque de Ferrara concibió alguna inquietud, según demuestra la siguiente carta a sus embajadores en Roma: "El duque de Ferrara, etc.. Amadísimos nuestros: "Nunca hemos significado a Su Santidad, Nuestro Señor, la actitud adoptada por el Excmo. Rey de Romanos hacia él desde que messer Miguel Remolinos partió de aquí, porque no sabemos nada cierto acerca de ella. Pero personas dignas de fe que tuvieron ocasión de conversar con el referido rey, nos dicen que su majestad está muy encolerizado y que se expresa en términos de gran censura contra Su Santidad y reprueba el parentesco que con ella hemos concertado, de lo cual ya nos tenía advertido, antes de que se concertara el matrimonio, por medio de las cartas cuyas copias os enviamos, donde nos

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desaconsejaba dicha unión. Tales cartas, que os mandamos atadas con esta, se las dimos a leer entonces a los embajadores de Su Santidad. Por lo que a nosotros nos concierne, no le dimos mucha importancia a las opiniones de su majestad, moviéndonos como nos movían motivos poderosos y estando tan satisfecho de nuestro parentesco con Su Santidad. Más para que se forme una idea sobre las disposiciones de rey de romanos, os escribimos la presente. Estamos convencidos de que su sabiduría sabrá discernir hasta que punto el malhumor de su majestad debe ser tomado en consideración. "Por consiguiente, le comunicareis todo esto y le mostraréis las copias que os enviamos, en el caso de que os parezca conveniente. Pero debéis rogarle que no nos culpe de todo esto, incluso si por graves causas hiciéramos llegar las copias a otras manos. Ferrara, 23 de octubre de 1501". Sin embargo, el duque ya no vacilaba. A principios de octubre designó las personas que debían formar el cortejo, aunque la salida de Ferrara seguía dependiendo de las negociaciones con el Papa. La elección de los componentes ferrarenses y romanos resultó un problema de gran dificultad e importancia, sobre el cual nos procura curiosas noticias un despacho de Gerardo, que lleva fecha 6 de octubre: "Excmo. Sr., etc.. Hoy 6, Héctor y yo fuimos solos a visitar al Papa con las cartas de vuestras señorías de 26 del mes pasado y del 1º del corriente, y con la lista de la comitiva. Esta fue muy del agrado de su santidad a quien pareció sumamente honorable y rica, sobre todo por ir exactamente especificadas las calidades de las personas. Según es sabido de muy buena fuente, Vuestra Excelencia ha superado en esto lo que esperaba el Papa. Después de haber estado hablando un buen espacio con nosotros, su santidad hizo llamar al Ilmo. duque de Romaña y al cardenal Orsini. Estaban también presentes monseñor de Elna, monseñor Troche y messer Adriano El Papa quiso que leyéramos la lista de nuevo, y fue comentada por ellos, especialmente por el duque, que demostró conocer algunas de las personas nombradas. Me pidió que se la entregase y quedó muy agradecido cuando lo hice así, con promesa de devolvérmela. El duque se había decidido, por fin, a despachar el famoso séquito a pesar de que las bulas aún no se había publicado. Salió el 9 de septiembre una cabalgata de más de 500 personas. La encabezaba por el cardenal Ippolito, acompañada de otros cinco miembros de la casa del duque: todos estos señores, lujosamente ataviados, con grandes cadenas de oro al cuello y montados en briosos caballos, salieron de Ferrara el 9 de diciembre, precedidos por una fanfarria de 13 trompetas y 8 pífanos. En pos del cardenal Hipólito atravesaron alegremente las tierras de Italia en medio de la expectación general. Si hoy nos encontrásemos algo parecido en un camino lo tomaríamos por tropel de comediantes. El 22 de diciembre llegó la comitiva a Monterosi, a 15 millas de Roma, en un estado verdaderamente lamentable. Calados hasta los huesos por la frías lluvias invernales, completamente cubiertos de lodo, hombres y caballos parecían regresarán de una dura campaña guerrera. La llegada de la comitiva a Roma fue el acto más espléndido de todo el pontificado de Alejandro VI. En general, las cabalgatas eran el espectáculo más suntuoso y admirado en una edad media.

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Alejandro VI habría perdido buena parte de su reputación si en unas circunstancias como aquellas hubiera escatimado la magnificencia, y privado a su pueblo de esta clase de espectáculos. Al llegar al puente sobre el Tíber recibió la cabalgata el saludo de los senadores de Roma, del gobernador de la ciudad, jefe de la policía. Estos personajes habían sido acompañados por otros 2000 hombres de a pie o de a caballo. El duque de Romaña estaba a caballo, en compañía del embajador de Luis XII, y llevaba un vestido a la francesa, con un cinturón bordado de oro. Al iniciarse los saludos empezaron a sonar las músicas desmontaron todos los señores de sus caballos, César abrazó al cardenal Ippolito y luego, cabalgando a su lado, lo acompañó hacia el interior de la ciudad. César llevaba un séquito de 4000 hombres y los magistrados de la ciudad otros 2000. Si a esto se une la multitud de espectadores, casi no se concibe que tan enorme masa de gente se pudiera apiñar en la proximidades de la Porta del Pópolo. Pero entonces apenas existían allí edificios. Traspasada a la puerta, recibió el cortejo el saludo de diecinueve cardenales, cada uno de los cuales llevaba un séquito de 200 personas. El recibimiento, entre un diluvio de discursos y declamaciones, no duro menos de 2 horas. Al fin, cuando ya comenzaba la tarde, la monstruosa cabalgata, que pasaba de las 10.000 personas, al son de numerosas trompas, pífanos y cuernos y se puso en marcha a lo largo del Corso y a través del campo di Fiore, hacía el Vaticano. Al llegar a las del proximidades fue saludada con salvas de artillería desde el castillo de Sant'Ángelo. No vamos a describir el espectáculo que Alejandro contemplaba desde una de las ventanas de su palacio al cortejo que venía a testimoniar la realización de uno de sus más audaces proyectos.

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Retrato de Alfonso I D’Este76

Tampoco vamos a indicar todas las fiestas que se celebraron en Roma. Le balines ni tampoco nos dedicaremos a reflejar todas las fiestas que se hicieron cuando Lucrecia partió de Roma con una enorme séquito para ir a Ferrara, que describe el autor alemán citado Gregorovius. Alejandro había señalado las etapas del largo viaje: Castelnuovo, Civitacastellana, Narni, Terni, Spoleto y Foligno. En esta última ciudad se debía en contra el duque Guidobaldo, o su esposa, para acompañar a Lucrecia hasta Urbino. La cabalgata de Lucrecia se hizo por pequeñas etapas. Comenzando el 6 enero la llegar a hacerla el 2 ó el 3 de febrero de 1502. La entrada en los lugares por donde pasaba era acogida con gran amor y reverencia, con fiestas que culminaron al llegar a su destino. Y también prosiguió el viaje por por el canal donde encontró a Isabel Gonzaga que había salido a su encuentro.

76atribuido a Bastianino

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Ferrara es una ciudad del Norte de Italia Norteña. Aproximadamente 130,000 habitantes viven en Ferrara. La ciudad fue de la familia de Este durante los tiempos medievales.

El 8 de octubre de 1502 Lucrecia, después de haber estado gravemente enferma a la muerte de la hija que acababa de dar a luz, se retiró al claustro del Corpus Domini en compañía de toda la corte. Recuperó rápidamente la salud y el 22 del propio mes de octubre, con gran alegría de todos, -según escribió a Roma el duque Hércules-pudo regresar al castillo. Alfonso se trasladó a Loreto para cumplir un voto que había hecho por el restablecimiento de su esposa. La extraordinaria solicitud con que fue atendida Lucrecia durante su enfermedad descubre el amor que le empezaba a tomar en Ferrara.

CAPÍTULO XXVI César conquista Urbino y otras plazas

Tres veces más sale César a campañas cada vez más arduas. En 1500 la segunda campaña de César Borgia con las tropas francesas, toma Pesaro y Rimini, los territorios circundantes de Urbino, En octubre de 1500 deja Roma y el 20 de noviembre sitia Faenza, cuyo joven señor Astorre Manfredi, al revés que la Sforza, es sumamente amado y popular; a los cinco meses la toma y se asegura con otras conquistas menores un pequeño estado, que ampliado y elevado a ducado de Romaña, le será concedido en 1501. En 1502, Leonardo recorre el norte y el centro de Italia como arquitecto e ingeniero militar de Cesar Borgia. Una de las ramas que Leonardo cultivó con pasión fue la matemática, disciplina que aplicó en sus estudios de arquitectura e ingeniería. El Papa Alejandro VI persuade a Guidobaldo para que preste su artillería, después de lo cual César Borgia tarda Urbino 21 junio y ase el arte y tesoros de la biblioteca. Guidobaldo escapa a Mantua y entonces Venecia. El 21 de junio de 1502 César ocupa, casi en 24 horas, el hermoso ducado de Urbino, regido por una de las familias más ricas, cultas, respetadas e ilustres de Italia, tanto que se permite el lujo de menospreciar al duque de Romaña poniendo indirectamente en peligro el paso libre hacia Roma; título y territorio pasan a César. Las personas de Urbino fuera el Borgia se agrupan y proclaman el retorno de Guidobaldo el 18 de octubre. Él destruye las fortificaciones de la ciudad (una acción muy aplaudida por Machiavelli). César a través de la diplomacia del Papa le obliga a Guidobaldo a que huya de nuevo el 18 Diciembre. Por fin, el último día de 1502, como si nada pudiera detenerle, logra la victoria más sorprendente de todas. Aunque contando con un núcleo escogido de tropas propias, César ha trabajado sobre todo con las alquiladas, según el uso del tiempo, a jefes que a la vez son señores feudales sujetos a la soberanía papal. Las consecuencias de la conquista de Urbino les abre los ojos y comprenden que están siendo utilizados unos contra otros para acabar siendo destruidos todos. Entonces se plantea una vasta conjuración vista con simpatía por otros Estados vecinos y que desde octubre de 1502 agrupa a todos los descontentos del interior, entre ellos los poderosos Orsini.

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El otoño transcurre entre exquisitas cortesías mutuas que encubre una secreta y feroz lucha de espionaje mutuo, en la que se ventila la vida de César: Con solo 2000 hombres frente a 10.000, tiene que retroceder en los territorios conquistados aquel año, y mientras por otro lado estos sus enemigos, que a la vez siguen siendo sus agentes y aliados, ocupan en su nombre varias ciudades conquistadas en la orilla del Adriático. Es un doble juego complicado y sutil que sólo una mente tan aguda como la italiana puede concebir. En uno de estos momentos de frenética actividad en que un solo desliz significa la muerte, se produce un hecho trivial: El alcalde del castillo de Sinigaglia se niega a entregar las llaves y los sitiadores, aliados-enemigos, piden a César que acuda a recibirlas, para atraparle en la fortaleza situada entre el mar rodeado de canales, que es una auténtica ratonera natural. César conoce la maniobra, el 16 de diciembre ha hecho degollar a su lugarteniente porque estaba implicado en la conjura, pero acude como si nada supiese. Su capitán Michelotto77 le precede, y pide a los conjurados acampar fuera de la ciudad dejando ésta libre a los que llegan, favor que no pueden negarse a un jefe cuyo auxilio se solicita. El 31 César abraza en el puente a los enemigos-aliados, invitándoles a comer: Vitellozzo Vitelli y Oliverotto preferirían rehusar, pero los Orsini, que nada sospechan, les persuaden. Entre dos filas de tropas suben hasta el palacio, y entran, se cierran las puertas y los cuatro conspiradores son apresados a la vista de su ejército. Dos de ellos son estrangulados aquella misma noche, y sus cuerpos desnudos arrojados a la calle como escarmiento. El bellísimo engaño, como lo calificaron los demás expertos observadores contemporáneos, le supone a los 27 años la sumisión de Italia central, incluso las orgullosas ciudades de Siena y Perugia: el sueño de Alejandro VI está cumplido, pero los embajadores extranjeros no lo consideran más que el principio, y creen ver sobre la rubia cabeza del triunfador una futura corona real, ya que "prosperaba de tal modo que nadie tenía valor para negarle cosa alguna". Idéntica fortuna le acompaña en el plano internacional, la otra cara del tratado con Francia. Las pausas entre una y otra campaña no se han debido sólo a la necesidad de organizar lo conquistado y allegar recursos nuevos, sino a complicaciones de la política exterior: en 1500, tras la toma de Imola y Forli, el duque de Milán recupera su estado y hay que reenviar las tropas auxiliares francesas hasta que es vencido y prisionero; en el verano de 1501, Faenza, Francia y España, acuerdan solventar sus diferencias sobre Nápoles repartiéndoselo; el rey Fadrique pide auxilio a los turcos convirtiéndose en traidor y sacrílego a la vez y dando un pretexto para el comienzo de la ocupación, en la que toma parte César obteniendo en premio el Principado de Andria. En el verano de 1502 el duque de Romaña, disfrazado de caballero de San Juan, corre a Milán donde sus enemigos tratan de desacreditarle ante el rey Luis, le sale para recibirle a las puertas de la ciudad y abraza a "monseñor mi primo y buen pariente".

77 Este personaje, español, su nombre real es Miguel Corella y lo llevó a Italia Alejandro, le llamaban “el estrangulador”. “Experimentado líder de hombres, temible soldado, hombre daría la vida por proteger a los Borgias”, pág. 126 de “Borgia”, de Mario Puzo. Novela imaginativa semejante a “El Padrino”, considerando las leyendas realidades..

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Aquella noche sus contrarios huyen, salvo Francesco Gonzaga, marqués soberano de Mantua, que había jurado matarle por su propia mano y ahora negocia la boda de su hijo heredero con Luisa, hija de César. Este doble plano interno e internacional encierra una duplicidad que a veces roza la contradicción, porque aunque unido por alianzas, el Papa y el rey persiguen diferentes objetivos: el primero reforzar su posición solo o con Venecia, un frente italiano contra la injerencia extranjera; y; el segundo, someter la península entera a su influencia y resucitar el sueño de Carlomagno. A veces las posiciones se interfieren: Luis ha detenido la marcha de César contra Bolonia y Florencia, y protege a los Orsini, tan francófilos como revoltosos y a los que el Papa no tiene ninguna simpatía. Precisamente a causa de los Orsini el conflicto latente se plantea de modo oscuro pero certero. Después de Sinigaglia el Papa encarcela al cardenal Orsini y al obispo de Santa Croce, al tiempo que confisca los bienes y palacios romanos de esta familia de conspiradores. La reacción es inmediata: en la campiña romana, que César no ha ocupado jamás, los Orsini estorban desde sus castillos el avituallamiento de la ciudad y llegan a ocupar el puente Nomentano, a las puertas de Roma. En enero de 1503, mientras César recoge al norte la sumisión de ricos y dilatados territorios, le alcanza un mensaje del Papa llamándole urgentemente en su defensa. César tarda en llegar. Desde Acquapedente se disculpaba en una carta, amparándose en una enfermedad ligera y casi imaginaria. Alejandro se impacienta y se entristece a la vez, pues sabe muy bien cuál es la verdadera causa: que su generalísimo debe su situación personal no a los señoríos centroitalianos cuyos títulos lleva y cuya posesión depende de la voluntad de cualquier futuro Pontífice, sino a la gracia del monarca francés, amigo siempre de los Orsini y que, a punto de apoderarse en aquellos días del reino entero de Nápoles, no cree tener especiales obligaciones para con los Borgia y no oculta su disgusto hacia ellos. La impaciencia papal comienza a calmarse el 22 de febrero, cuando el cardenal Orsini muere en circunstancias más que sospechosas. La guerra feudal termina al fin con una transacción, obtenida en parte por mediación del cardenal d'Albret, cuñado de César, y en parte, porque Gonzalo de Córdoba ha contraatacado en Nápoles poniendo a los franceses en una difícil coyuntura que les obliga a desentenderse de la corte de sus protegidos. Al comienzo del verano, con la total y definitiva victoria española al sur, se abre para los Borgia una etapa de fabulosas oportunidades: Francia y España les alagan, aquélla porque necesita paso libre para su ejército en retirada, ésta porque su conquista carece de valor jurídico sin la investidura papal. Es entonces cuando se barajan la cesión a César por el Rey católico de la corona de Sicilia o se especula sobre el apoyo que podría prestar Luis para constituir un reino sobre Toscana y el centro de Italia. El Papa esta vez calla. Sus cansados ojos adivinan el porvenir y de vez en cuando murmura melancólicamente: "¡Qué sucederá después de nuestra muerte!".

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Fernando II de Aragón y Luis XII de Francia firman en 1500 un tratado reservado (el Tratado de Chambord-Granada) repartiéndose el reino de Nápoles, adjudicando al francés las provincias de Labor y el Abruzo, con los títulos de rey de Nápoles y de Jerusalén y el español el resto, con el título de duque de Pulla y de Calabria. En lo profano, el año santo de 1500 es memorable por el inicio de la conquista de Romaña por César Borgia, el asesinato de Alfonso de Aragón y del duque de Bisceglis y por la división del reino de Nápoles entre Francia y España. Venciendo amarguras familiares y dificultades políticas, el papa, en estos años de 1500 y 1501, tomó un gran interés en la cuestión turca tratando de ayudar a los venecianos que habían sido atacados. Consiguió de Maximiliano la oferta de un ejército de 30.000 infantes y del rey de Francia la promesa de unas galeras armadas. En realidad sólo la flota española dirigida, en tanto el rey de Hungría se haría con éxito contra los turcos invasores. Tal vez fue en esta ocasión cuando el papa concedió a los Reyes de España el calificativo de católicos y el honroso título de Defensores de la Fe. Ordenó a los libreros bajo pena de anatema, que no mandaran nada a la imprenta sin licencia de los obispos y que éstos no la concedieran a no ser que, previo un detenido examen de las obras, nada encontrasen en ella contrario a la fe ortodoxa, impío o escandaloso. Resulta curioso observar que Alejandro VI, víctima de exagerados reproches por su vida un tanto licenciosa, fue mucho más celoso del bien y de la verdad religiosas que la mayoría de los papas de esta época paganizada. En la bula 1 de junio de 1501, después de hacer grandes elogios de la imprenta, hace notar que en muchas partes, especialmente en ciudades alemanas, se publican libros contrarios a la religión cristiana. Por consecuencia estableció la primera censura de libros en los referidos estados, y además, mandó depurar las obras en circulación78.

Desde el principio se produjeron roces entre españoles y franceses por el reparto de Nápoles, que desembocaron en la reapertura de las hostilidades. La superioridad numérica francesa obligó a Fernández de Córdoba a utilizar su genio como estratega, concentrándose en la defensa de plazas fuertes a la espera de refuerzos. El Gran Capitán derrotó en la batalla de Ceriñola al ejército mandado por el duque de Nemours, que murió en el combate (1503), y se apoderó de todo el reino.79

CAPÍTULO XXVII Rebelión de los condottieri

En el mes de octubre de 1502 se produjo la famosa rebelión de los condottieri contra César Borgia, que estuvo a punto de dar al traste con todo el poder del duque de Romaña por la traición de sus generales, El ducado de Urbino se sublevó también y Guidobaldo retornó a su capital el 18 de octubre. 78 En 1515, el papa León X extendió la censuras a todo el mundo cristiano pero siempre quedará en pie, mereciendo, la rigidez dogmática de Alejandro VI que, en materia estrictamente eclesiástica, no admitía que nadie se desvelara un ápice de la verdad. 79Mando Luis XII un nuevo ejército, que fue igualmente vencido a orillas del Garellano (1504), y los franceses tuvieron que rendir la plaza fuerte de Gaeta y dejar libre el campo a los españoles.

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César no estaba tranquilo porque conocía que Luis XII, le había impedido controlar algunas ciudades importantes y, creyó conveniente que lo más hábil y audaz sería presentarse en la corte del rey, porque además sabía que sus generales se habían reunido con el rey de Francia pidiéndole ayuda. Se disfrazó, montó a caballo, partió sin escolta a través de las montañas bajo el sol de julio, hizo 80 millas en un día, cruzó la Romaña, descansó 2 horas visitando a su hermana, enferma, y siguió su camino a Lombardía, para llegar cerca de Asti, donde anunció su llegada al rey. Sin escolta, podían detenerle, encarcelarle y matarle. Allí había recibido el monarca a sus enemigos. Luis XII se desprendió de los que se habían refugiado con él, corrió hacia César y le abrazó. Tanta audacia le superó porque se sentía también desazonado por una extraña nostalgia. Le dio alojamiento en su residencia. Al día siguiente, cuando se presentó delante de sus enemigos, ninguno se atrevió a nada y todos retrocedieron confusos. Siguió a Luis II hasta Pavía, donde el rey fue a cazar, y luego a Génova. César le explicaba sus planes. ¿Qué le reprochaban? ¿Haber expulsado a unos cuantos tiranos para instaurar el reinado de la justicia?. ¡Aquéllos que se quejaban eran asesinos y bandidos que explotaban al pueblo! El, destruía a los grandes. ¿No era tal la política de todo buen soberano? También en Francia:.. "¿Y Florencia?" -decía Luis XII-. “No quiero que se intente nada contra ella, y vuestros dos tenientes Bentivoglio y Vitelli, la amenazan" " Desobedecen mis órdenes", respondió César. No mentía. Vitelli y Juan Pablo Baglioni, temiendo ser expulsados algún día de su ciudad por traidores, como Guidobaldo, conspiraban contra su jefe; llamaban así a los Orsini y se entendían con Bentivoglio. César prometió reducirlos. Jamás atacaría Florencia. "¿Pero no me daréis alguna compensación, majestad?". Luis XII le abandonó Bolonia. Partió en el acto. Temía que Ambroise reprendiera a Luis XII. Guidobaldo vivía en Mantua con los Gonzaga. César intentó obtener su abdicación. La mujer de Gonzaga, Isabel de Este, tan famosa por su delicadeza, solicitó de César un cupido que había en Urbino (que había conquistado) entre las estatuas de Guidobaldo. César, en Romaña, preparaba atacar Bolonia. Escribió a sus cinco condottieri para que acudiesen con sus tropas pero no vinieron. Juan Pablo Baglioni había convencido a los otros cuatro. "Este hombre nos devorará a todos." Escribieron a César que eran sus muy humildes servidores, pero que no podían atacar a Bentivoglio porque le habían jurado por escrito eterna paz. Aquellos cinco traidores le costaban a César Bolonia, Italia, la corona. Encerrado en la fortaleza de Imola, paseando agitado de una pared a otra, creía verlos aparecer y evocaba sus rostros asesinos. Ellos, por otra parte, convinieron que debían defenderse y quizá atacar. El cardenal Juan Bautista abandonó Roma, reunió a su tribu en una ciudad del Tíber, en Todi, subió luego hasta Umbría y convocó a los cinco condottieri en su castillo de Magione, a orillas del lago Trasimeno. César conocía el lugar. Bajando de Perusa había ido a cazar allí en otros tiempos con Juan Pablo. Grifonetto y los Baglioni degollados. Todos sus enemigos acudieron. Pablo Orsini y Gravina; Juan Pablo Baglioni, Vitelli, un hijo de Bentivoglio, Hermes, enviados de Guidobaldo, del cardenal Julián y del tirano

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Siena. Juan Bautista tocado con su capelo rojo de grandes bolas, presidía las reuniones. César advertido por sus espías temía marchasen sobre su Romaña, unirse a los de Bolonia y hacerle prisionero. Pero discutieron para elegir un jefe y no pudieron llegar a un acuerdo. Los florentinos enviaron a César su embajador asegurándole su adhesión y mostrando así que esperaban su victoria. César pensaba en su venganza cuando recibió un nuevo golpe. Los campesinos de las montañas que dominan Urbino se habían sublevado reclamando a Guidobaldo. Bajaron en avalanchas hasta la ciudad, hirieron y dispersaron a los soldados que ocupaban las calles, se apoderaron de cañones y dispararon contra la ciudadela, la bombardearon y la tomaron. La noticia despertó a los cinco. Reunieron a sus hombres y galoparon hacia Urbino. Una columna de españoles fue capturada por los Orsini. Camerino, liberada por los hombres de César, volvía a llamar a los tiranos. Varano continuaba preso en Pergola fue degollado por don Miguel. Guidobaldo desembarcó en Sinigaglia, se unió a los condottieri. Disponían de 12.000 hombres ejercitados y de los montañeses de Guidobaldo, ahora hacerse, resistentes y dispuestos a todas las empresas. Dominaba en la montaña y la costa. Podían precipitarse sobre la llanura de Romaña e invadirla. César tenía solamente 3000 hombres, desconcertado por la derrota obtenida. Detrás de él sus dos amigos Gonzaga y Este, viéndole vacilar, intrigaban ya. Venecia sembraba la agitación en sus ciudades. Bentivoglio envió patrullas de jinetes hasta las murallas de Imola. Por fortuna para César perdían el tiempo en querellas, disputándose tierras recientemente sublevadas y su alianza comenzaba a romperse. Los mercenarios olvidaban para saquear. Los montañeses los acechaban en lugares solitarios y les daban muerte. El honrado Guidobaldo se apartaba de Juan Pablo Baglioni porque pensaba que sus compañeros eran verdaderos asesinos. Los Orsini orgullosos de su éxito, Juan Pablo Baglioni sentía estremecimientos de su rebelión. Bentivoglio les requirió en vano. César tenía fuerzas suficientes para capturar las patrullas de Bentivoglio. pero su sentido de la prudencia le aconsejaba que su éxito militar habría despertado a sus otros condottieri recordándoles que su amo los hubiera lanzado los unos contra los otros. Prefirió obrar con astucia y comprar en secreto a Bentivoglio quien aceptó. Pensaba en el porvenir y la victoria. César prometió respetar Bolonia, y ofreció, de propina, a un hijo de Bentivoglio la mano de una Borgia. Nadie descubrió el convenio y Bentivoglio permaneció junto a sus compañeros, sorprendía sus planes y los transmitió a César. Los condottieri dormían y César lo aprovechó para reformar su ejército y ejercitarlo. Sus agentes recorrieron Italia anunciando su recluta. Todos los individuos, heridos de ayer, desertores y mercenarios se alistaron. Ofrecía magníficas soldadas a manos llenas. Alejandro vaciaba sus arcas. Los banqueros florentinos ayudaban. Un millar de ducados iban a parar diariamente a aquellas hordas. César imploró a Luis XII. ¿No era César de Francia? Luis XII prometió ayudarle. Necesitaba tiempo y lo consiguió con mucha astucia. Escribió a Pablo Orsini único de los condottieri que estaba seguro de conquistar. Pablo leyó la carta de César, conmovedora, cariñosa, paternal. ¿Por qué le habían abandonado sus queridos

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amigos? ¿Por qué se habían aliado con gentes a las que antes habían despojado y que sólo podían odiarlos? Pedía que uno de los cinco fuese a verlo, el más prudente, estaba seguro de convencer. Juan Pablo Baglioni no quería presentarse ante César; y tras discusiones, Pablo se declaró dispuesto a partir pero reflexionó y exigió rehenes. Alejandro envío a uno de sus primos. Pablo partió; llegó disfrazado y enmascarado con inútiles precauciones. "Tres semanas -pensaba César-, tengo que entretenerles tres semanas. Lo acogió con alegría y le dijo: "Solo vos, mi buen Pablo, conocéis mi corazón y no habéis dudado. Bentivoglio me ataca. Reconciliadme con él.” Entre idas y venidas pasaba el tiempo. Tres veces los asuntos se lanzaron unos a otros como una pelota. Por fin simularon concertarse y dieron las gracias a su pacificador. "¡Qué magnífica obra!", pensaba Pablo enjugándose la frente. Había pasado una semana." ¡Es preciso ganar dos más!", murmuraba César. "Pensemos ahora en nosotros", -César dijo a Pablo- "Negociemos ahora ¿Que quieren mis amigos Bentivoglio, Cesena y Pablo Orsini, Guidobaldo y Juan Pablo Baglioni"? Continuaron las negociaciones y las peticiones. Querían todo: Castillos en el Lacio, para dominar la llanura de Roma, ingresar amigos en el Sacro Colegio, nombrar cinco cardenales. Juan Bautista lo exigía. El Papa Alejandro no era inmortal y había que pensar en el cónclave futuro. ¿Era acaso excesivo?". Quedaron en cinco castillos en el Lacio y cinco capelos cardenalicios. César promete estudiarlo y meditarlo por cuanto no le corresponde a él sino a su padre su concesión. Su buen amigo Pablo debía instalarse por algunos días en Imola. Estudiarían juntos los detalles. Los estudiaron durante ocho días. Pablo Orsini hablaba, César escuchaba, rechazaba en principio para posteriormente aceptarlo. Todas las noches Pablo había conseguido algo más y salía satisfecho de lo buen negociador que era. Hasta que llegaron finalmente a un acuerdo que Pablo exigió firmase César. ¿Firmar? Dijo César. César no podía firmar. Carecía de todo título. No era más que un intermediario, o delegado. Sólo el Papa tenía derecho a comprometerse. El Papa es el que tenía los castillos en el Lacio y la facultad de nombrar cardenales. César dijo. “No es mas que una cuestión de forma.”. "Trasmitid el acuerdo a vuestro primo Juan Bautista. Mi padre firmará." Los correos necesitaron tres días para llegar hasta Juan Bautista, y este uno más para presentarse en el Vaticano. Vio al Papa y le entregó el acuerdo. "¿Cinco cardenales? -dijo Alejandro-. ¿Estáis locos? ¿Quién es el Papa? ¿Vos o yo? " Y le arrojó su papel a la cara. El cardenal Juan Bautista volvió a su casa y escribió a Pablo una amarga carta que tardó tres días en llegarle. Pablo, desconcertado, corrió a suplicar a su señor. César se mostró desolado. Pero, desgraciadamente, no podía hacer nada. El Espíritu Santo inspiraba a su padre. Y un hijo remiso debía obedecer. Pablo salió y marchó a galope hasta la Marcas. Reunió a sus aliados y confesó que le habían engañado y se habían burlado de él. César recibió en Imola las tropas francesas que llegaron por fin: Él había conseguido reunir 12.000 mercenarios. Los condottieri reunieron a sus soldados pero no consiguieron designar un jefe. No se atrevieron a marchar contra César y librar batalla, permanecieron en el país conquistado, saqueando y arrasándolo. El pueblo, torturado, echaba de menos a

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César y a sus jueces, con sus horcas para los ladrones y sus verdugos. Los condottieri se sentían más débiles cada día y lamentaban su rebelión. Pero no se atrevían a pedir gracia por miedo a ser aniquilados. Los más flexibles pensaban traicionar. César salió de su silencio y llamó de nuevo a Pablo. Respiraron esperanzados. Pablo volvió a la Romaña. También escribió a sus otros antiguos capitanes y les indicó que se reuniesen con él en Sinigaglia. Lanzó 10.000 de sus hombres por caminos extraviados, con la orden de hallarse tres días después a unas cuantas millas de Sinigaglia a orillas de Metauro. Por su parte emprendió la marcha con 2000 mercenarios y 500 caballeros franceses que querían ver el Adriático. Avanzó por pequeñas etapas, dada la brevedad de los días invernales. Pernoctó en Rimini y en Pesaro. A la tercera noche, en Fano, Unos enviados de los Orsini, le comunicaron que Vitelli se había decidido acudir y estaba ya en camino. César sintió alegría e inquietud. Vitelli tenía 2000 mercenarios. Podría traerlos consigo e impedir el golpe. Dio la orden a Pablo Orsini de acantonar aquellos hombres al sur de Sinigaglia, en un lugar lejano. Pablo se había entregado a César completamente. Acababa de saber que su enemigo Ramiro había sido ajusticiado en la plaza Mayor de Cesena y que su cuerpo yacía sobre el patíbulo con el hacha del verdugo depositada entre la cabeza y el tronco. Entusiasmado trasmitió en el acto la orden a Vitelli. César durmió poco aquella noche. Cuando los franceses se hubieron acostado, dón Miguel le trajo ocho oficiales escogidos. "Mañana, cuando los cuatro aparezcan, os colocaréis dos de cada uno de vosotros a los lados de cada uno de ellos para honrarlos y guardarlos." Hizo tocar diana mucho antes del alba y salió de Fano. Sus hombres avanzaban en silencio. Al amanecer divisó cerca del puente de Metauro una masa confusa vagamente brillante: Los diez mil hombres venidos por los senderos extraviados de la montaña. Les pasó rápida revista y los puso en marcha. A la cabeza avanzaban dos mil jinetes con sus armaduras de guerra, luego la marcha de los infantes y después César con sus hombres de confianza. El día estaba gris y hacía frío. El camino bordeaba las montañas e iban de promontorio en promontorio. Hacia las once dieron vista a Sinigaglia. Luego la larga columna onduló, echándose a un lado del camino. "¡Ahí están!", murmuró César. Los ocho oficiales se prepararon. Divisó a un grupo que avanzaba precedido por dos jinetes: Los dos Orsini nada más. desmontó y esperó, conservando a su lado a don Miguel con los ocho oficiales. Los Orsini le abrazaron sonriendo. César les preguntó: "¿Dónde está mi hermano Vitelli?", a lo que respondieron: "Viene detrás". Apareció Vitelli, erguido en su mula y ciñendo contra su cuerpo una capa negra con cuello verde. Aquel color, tan cerca de él su cara, le hacía parecer más pálido. Sabía que César le mataría. Por la mañana, al dejar su tienda, había arengado a sus soldados y les había confiado sus sobrinos. Cuando divisó el inmenso ejército de César, dijo a Pablo: "Vamos a la muerte. Pero yo iré con vosotros ya que el destino nos ha ligado." César le dio las gracias por haber venido, le preguntó si su dolencia mitigaba y le rogó que no desmontase. Aún faltaba Liberotto. Vitelli explicó que estaba ejercitando a sus hombres ante las puertas de Sinigaglia. César miró a don Miguel que comprendió y desapareció enseguida. Era más de medio día. Reanudaron la marcha. Los dos Orsini y Vitelli se colocaron junto a César. "No, sois jefes y debéis desfilar uno a uno delante de mí". Seis de los oficiales prevenidos los flanquearon.

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Otros tantos permanecieron alado lado de César, esperando a Liveroto. Gravina iba el primero; luego Pablo, después Vitelli, y a sus espaldas el caballo de César. Don Miguel había encontrado ante las puertas de la ciudad a Liveroto con sus tropas. "Interrumpid de los ejercicios,-le dijo don Miguel- y a haced que vuestros soldados vuelvan a sus alojamientos." Cuando lleguen los soldados de monseñor ocuparán los que encuentran vacíos." El bueno de Liveroto cayó en el lazo; dispersó a sus hombres y esperó a César en la entrada del puente. Aparecieron los 2000 jinetes vestidos de acero. Sus armas resonaban apenas en la niebla de diciembre, saturada de brumas marinas. Atravesaron el puente y la explanada, torcieron a la izquierda, entraron en la calle principal, Abrieron sus filas y se dispersaron en hilera a lo largo de las casas. Los 10.000 infantes desfilaron en los barrios altos. Liveroto, viendo al fin a César, entró en el cortejo y se colocó detrás de Vitelli. Dos figuras sombrías se situaron a sus costados. A la puerta del palacio preparado para César vieron a don Miguel. Volvieron la vista y contemplaron de nuevo las dos barreras infranqueables, las dos mil armaduras resplandecientes. César desmontó. Le imitaron y quisieron despedirse de él. Tendían la cabeza hacia las fortificaciones exteriores. Se ahogaban en aquella calle. Anhelaban espacio. "Todavía no -les dijo César: Tengo que comunicaros mis planes”. Subieron con él la escalera y le siguieron a través de varios salones. César iba delante. Entreabrió una puerta y, sin soltar la cerradura, se volvió hacia ellos: "Perdonadme. un momento ". César atravesó la puerta y les dejó en el saló.Pero no estaban solos. Detrás de ellos estaban hombres emboscados. Hubo un instante de silencio. Los emboscados se arrojaron sobre ellos. Liveroto y Francesco, duque de Gravina, (que debía haber sido marido de Lucrecia), se dejaron derribar. Vitelli sacó el puñal y mató a uno de los soldados, pero le retorcieron el brazo y le arrebataron el arma. Pablo corrió hacia la puerta y gritó: "¡Señor, señor, tengo vuestra promesa!" Pero César no podía oírle porque estaba en la calle lanzando a sus tropas contra los hombres de Liveroto, haciéndolos desarmar o matar y dejando saquear la ciudad. El cielo, bajo, reflejaba el resplandor de los incendios. Los cuatro callaron por fin. Don Miguel y Giannotto Borgia mandaron atarlos. De la calle subían los gritos de las mujeres violadas y los estertores de los soldados moribundos. Hacia media noche cesaron los clamores. Sólo un vago rumor se oía aun. Con las manos atadas a la espalda pasaron camino de la horca grupos de soldados. Don Miguel hizo que se llevaran a Pablo Orsini y a Gravina. Luego anunció a los otros que iban a morir y los condujo a una habitación baja, iluminada por antorchas fijas en la pared.

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Vitelli pidió algunos días de plazo para escribir a Alejandro y obtener una absolución plenaria. "Matad el cuerpo, pero dejadme salvar el alma." D. Miguel decidió matarlos a la manera española, dándoles garrote. Los soldados dispusieron un banco en el centro de la habitación y les hicieron sentarse en él espalda contra espalda. Posiblemente César fue quien ingenió el procedimiento para unir en una misma muerte, la inteligencia sutil y la inteligencia salvaje representadas por Vitelli y Liveroto respectivamente. Don Miguel trajo en la mano la cuerda reluciente de la que pendía dos trozos de madera. Reunió entre sus dedos los dos trozos de madera y apretó lentamente, vuelta a vuelta, prolongado el sufrimiento hasta que los ojos de los ajusticiados se abrieron enormes. No podían cerrarlos a la visión del mundo; y debían ver, hasta el último suspiro, al trágico verdugo. Pero sus imágenes se confundieron. Cada uno de ellos sintió contra su cuerpo contorsionado otro cuerpo que se contorsionaba, un calor, una angustia, una vida. Así fue como terminó con estos dos enemigos que antes fueron sus amigos y que le traicionaron. En el camino hacia Roma había dispuestos varios relevos de caballos. Un correo enviado por César saltaba de silla a silla y galopaba hacia Alejandro. Corrió durante dos días y llegó a San Pedro. Subió la escalera. el secretario tomó el pliego que tendía y se lo entregó al Papa. "Los Orsini están prisioneros, -decía César-. Los otros dos han muerto. Atacad." Alejandro, arrestó al cardenal Juan Bautista y le encerró en una habitación segura; luego sorprendió a cinco Orsini en sus lechos; los detuvo e incendió sus palacios. Los tesoros de los Orsini fueron requisados y llevados al Papa. Los cardenales visitaron al Papa y le pidieron gracia para Juan Bautista. "Es un traídor", respondió, Alejandro. Y le hizo encarcelar en el castillo de Sant'Ángelo con sus cinco primos. César invadió Umbría. Tomó Citta di Castello, la ciudad de Vitelli, y Perusa, de la que huyp Juan Pablo Balioni. Luego marchó contra Siena. Llevaba consigo a Pablo Gravina. Cuando supo que Alejandro había triunfado, hizo un signo a don Miguel, para que se desembarazara de aquellas personas. César expulsó en Siena al tirano Pandolfo Prtruchi que había usurpado Siena. Carecía de dinero. Pidió a su padre 30.000 ducados. Pero Alejandro no pudo encontrarlos. César incendió unos cuantos pueblos y bajó lentamente hacia Roma. No pudiendo pagar a sus soldados, les daba pueblos para que saqueasen. Se detuvo en Viterbo y estableció su campamento. Invisible, pero cercano gravitaba pesadamente sobre Roma. El duque de Ferrara se apresuró a enviar a César su felicitación y los Gonzaga hicieron otro tanto. Isabel, que había visto expulsar de Urbino a su cuñada, le escribió una carta llena de parabienes por el éxito de aquella celada a consecuencia de la cual Guidobaldo otra vez tuvo de tomar el camino del destierro. Los Gonzaga aspiraban a

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que su heredero, el pequeño Federico, se prometiese con Luisa, la hija de César. Por mediación de Francesco Trochio se llevaban ya tratos en Roma, según confirma la siguiente carta de Isabella a César: "Al señor duque de Valenza. Excmo., etc.: Hemos tenido gran placer y contento por los felices progresos de vuestra excelencia que se ha dignado comunicarlos en su cariñosa carta, según conviene a la mutua amistad y benevolencia que existe entre vos y nuestro ilustre señor consorte. En su nombre y el nuestro nos congratulamos por la firmeza y prosperidad que habéis conquistado y os damos las gracias, no sólo por esta noticia sino por la promesa de tenerlos informados de los futuros acontecimientos. Os rogamos que persistais en vuestra bondad pues, amándoos como os amamos, sentimos el mayor deseo de recibir frecuentes noticias vuestras a fin de podernos alegrar con el bien y la exaltación de vuestra excelencia. Como pienso que después de las penas y fatigas padecidas en sus gloriosas empresas querrá tener alguna diversión, os envío 100 antifaces por medio de nuestro correo. Es un presente demasiado vil para la grandeza de los méritos de vuestra excelencia y para nuestro propio ánimo, mas puede valer como testimonio de que si en nuestras tierras hubiese algo más digno y conveniente, con sumo placer os lo enviaríamos. Si las máscaras no tienen la belleza que desearíamos, debe vuestra excelencia hacer responsable de ello a los artesanos de Ferrara, por la prohibición que existe allí desde hace muchos años de enmascararse en público, han decaído en su antigua habilidad. En cuanto a nuestros tratos, sólo os podemos decir que quedamos a la espera de saber por vuestra excelencia la resolución de su santidad, Sr. nuestro, acerca del caso que le habemos hecho explicar de viva voz por Brognolo. Nos encomendamos y ofrecemos a vuestra excelencia, 15 de enero de 1503 ". César contestó así a la marquesa desde Acquapendente: "Ilustrísima señora, y hermana nuestra amadísima: hemos recibido los 100 antifaces que nos envió vuestra excelencia, los cuales han sido muy de nuestro agrado por su variedad y singular belleza y sobretodo por habernos llegado en un tiempo que no podía ser más oportuno, como si hubiese adivinado las leyes y el orden de nuestras empresas y de nuestro regreso a Roma. En efecto, aquel mismo día nos habíamos apoderado de la ciudad y condado de Sinigaglia de sus fortalezas y castigado con santa razón las pérfidas traiciones de nuestros adversarios, gracias a lo cual pudimos librar de su tiranía Città di Castello, Fermo, Cisterna, Montone y Perusa, reduciéndolas a la obediencia de Su Santidad y Sr. nuestro. También hemos acabado con el tiránico dominio que Pandolfo Petrucci, había usurpado en Siena, desde donde se mostraba feroz enemigo nuestro. Pero lo que nos ha hecho más gratos los antifaces es que nos venían a dar testimonio de la fraterna y singular benevolencia que, en unión de vuestro Ilmo. Sr. consorte, nos tenéis. Nos lo prueba la cariñosa carta que acompaña al presente, y ambas cosas os queremos dar las gracias infinitas veces y como la grandeza de los méritos vuestros y de vuestro consorte para con nos merece ser recompensada sólo con palabras, buscaremos la eficacia de los hechos. Usaremos vuestros antifaces y su perfecta belleza nos ahorra buscar más adornos. En cuanto al común parentesco, perseveramos en nuestros propósitos con el mayor fervor. Aprovecharemos nuestro viaje a Roma para hacer que su santidad y Sr. nuestro les de entera efectividad. Concederemos libertad al prisionero, según nos pide. Procuraremos completa información y tan pronto como la tengamos nos apresuraremos a responder a vuestra señoría Excma. para su satisfacción. Nos encomendamos a vuestra excelencia desde el campo papal, junto a

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Acquapendente, a 1 de febrero. De vuestra excelencia compadre y hermano, el duque de Romaña, etc. César ". César entreveía la realización del mayor de sus sueños; la corona real de toda Italia central. Pero este audaz propósito suyo quedó convertido en vana ilusión. Luis XII le prohibió seguir adelante. Los Orsini y los demás barones de los territorios romanos se lanzaron a una lucha desesperada y César tuvo que dirigirse a Roma apresuradamente. Gonzalo de Córdoba había aniquilado el poder de los franceses en el reino de Nápoles, y el 14 de mayo de 1503 entró victorioso en la capital. Alejandro y su hijo empezaron a inclinarse hacia España, pero Luis XII envió a La Tremouille al frente de un nuevo ejército para recuperar Nápoles y tomó a sueldo al marqués de Mantua. En agosto de 1503 las tropas francesas entraron en el patrimonio de San Pedro.

CAPÍTULO XXVIII El año de la crisis. Muerte de Alejandro VI: 150380

En la vida como en la naturaleza, a la plenitud sigue un lento, imperceptible pero inexorable descenso. Dios misericordioso suele ocultar el comienzo de este reflujo incluso a los héroes, pero de pronto el hombre advierte que la vida le ha dado todo ya y que comienza ahora a arrancarle cruelmente trozos de su propio ser: honores, riquezas, poder, amigos, hasta que, a veces, incluso le arrebata lo último y más querido: la esperanza. El calor despertaba las fiebres. Murieron varios prelados, entre ellos Monreale, sobrino de Alejandro, tan amado antes. El papa, al ver pasar el cadáver, dijo simplemente: "La estación es mala para los gordos." Consultaba a sus astrólogos y se tranquilizaba haciéndoles repetir sus predicciones. ¡Siete años aún! Los nuevos cardenales le ofrecían fiestas. Adrián de Corneto le invito a ir a cenar una tarde bajo los pinos, en su residencia del monte Mario. Alejandro aceptó. César le acompañó con unos cuantos prelados. Fue una alegre cena, después de un día caliginoso de agosto. Instalados en las terrazas, esperaron la brisa del atardecer, el crepúsculo. Cuando encendieron las luces, los mosquitos de la llanura subieron a girar en torno de ellos. Y los criados continuamente los espantaban permaneciendo los mosquitos alrededor de las luces. De noche ya, regresaron al Vaticano, contentos y reposados. Mecidos por el andar despacio de sus mulas, veían a sus pies las luces de Roma, unas cuantas torres oscuras, recortadas sobre el cielo transparente y la cinta blanquecina del Tíber. En medio de la noche se despertaron, presa de violentos dolores, devorados por una sed inextinguible. Cada uno se retorcía en su lecho: el padre en su cuarto de

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80 Navarra 26. Temas de Cultura Popular. César Borgia y Navarra. Diputación Foral de Navarra. Imprenta A.G.San Juan, págs. 23 y siguientes.

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ojivas doradas, y el hijo en los aposentos nuevos, de vastas paredes blancas. Por la angosta escalera corrían los criados del uno al otro. ¿Sería la malaria? ¿O una enfermedad más terrible? ¿Adrián había envenenado a caso? No tardaron en saber que Adrián y sus invitados sufrían como ellos. ¡Singular malaria, que a nadie perdonaba! La fiebre disminuyó. Se levantaron. Alejandro se mostraba sombrío. Por primera vez no le vieron reir sus gentes. Hablaba de la muerte y se sumió en tristes ensoñaciones. César reprimía sus dolores. Pasaron así cinco o seis días. El 11 de agosto, aniversario de su elección, Alejandro celebra el servicio divino en la capilla Sixtina. Pero se le advertía inquieto y torturado en su trono, volviéndose incesantemente de un lado a otro. Al día siguiente no pudieron ya levantarse. La fiebre había vuelto, más intensa. .Sufrían violentos dolores y vomitaban sin tregua. ¿Iban a morir ambos? Les sangraron. César apaciguado, pudo oír la voz de su padre, . Alejandro había hecho venir a dos o tres cardenales, y pasó la tarde con ellos hablando y él en su lecho. Por la noche dormían. Pero con la mañana volvió la enfermedad. El sufrimiento de César era enorme. A ratos deliraba. Olvidaba sus soldados, su ducado y su corona, poseído por un solo deseo: vivir. Sudando y castañeando los dientes se hizo meter en un baño de agua helada; pero el agua le pareció insulsa, inerte, muerta. Quería un baño vivo, de sangre. Hizo traer un mulo a su cuarto; ordenó a sus criados que lo matasen y le abrieran el vientre, y se introdujo desnudo en aquella carne sangrante, envolviéndose y revolviéndose en ella. Absorbió por todos sus poros las fuerzas del animal. A la noche advirtió que su corazón se apaciguaba, sintió que viviría. Alejandro moría. Agonizaba en silencio, asombrándose de verse abandonado de los santos y de los astros. La hostia consagrada, la carne de Dios, que vivía constantemente sobre su pecho, encerrada en una bolsita de seda, le confortaba suavemente, rehusó seguir ayudándole. Se resignó y aceptó la muerte. Renunciaba al mundo y todas sus vanidades. No habló de César ni de Lucrecia. Por la noche oía en los corredores el ruido de los cofres que los criados arrastraban llevando sus riquezas a lugar seguro, según César lo había ordenado, entre los accesos del delirio, un enviado de César Borgia se presentó al depositario de la cámara pontificia, cardenal Casanova, exigiéndole la entrega inmediata de todas las riquezas de su padre. Una santa rogaba por el, una penitente que vivía recluida en un corredor del Vaticano, se maceraba entre rumores y gritos. Pero sus oraciones fueron vanas. El día 18 por la mañana Alejandro confesó Absuelto por Dios, tranquila ya la conciencia, pidió el viático, que recibió humildemente y se sintió mejor. El hermoso día agosteño transcurrió sereno. El sol daba la vuelta a lo largo de las paredes pintadas y acariciaba las alegorías del Pinturicchio. Hacia las seis le falló el corazón. Se ahogaba. Sufrió un síncope, volvió en sí, balbuceó unas palabras y expiró con las primeras sombras del crepúsculo.

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César oyó ruido. Alguien subía por la escalera de comunicación. Un criado apareció gritando: ¡El padre Santo ha muerto!" César sintió escapársele la tierra y apretó las manos. "El padre Santo a muerto". No comprendía aún. El grito retumbaba en su cabeza enfermo al compás de los latidos de la fiebre. Se incorporó en la cama y dejó errar sus ojos por la habitación. A través de las ventanas contempló los árboles bajo la amarillenta luz del sol poniente. Dentro del palacio resonaban gritos. Pero en aquellas horas todo era silencio. Para apartar de sí el delirio, domar su razón y adueñarse nuevamente de ella, crispaba su cuerpo y lo tensaba. "Ha muerto -murmuraba-. Ha muerto. "Y se sentía aliviado. Pero sin su padre le faltaba el aire, para poder respirar. No sabía si podría vivir. A través de los corredores le llegaban voces llenas, viriles, plenas de salud, que le recordaba cruelmente su mal, su decadencia. Pensaba en aquellos días en la Romaña, en los que su inteligencia lúcida y fría funcionaba dentro de estrictos límites precisos, una inteligencia sin sombras, generosamente creadora. "Es preciso pensar", se decía. Pensar... Pensar..., repetía mecánicamente en su cerebro. Y sentía precipitarse sobre él formas inciertas que hacían vacilar su razón, bailando dolorosamente y estirándose luego como llamas. Se dejó caer de nuevo en la cama y sólo vio ya la blancura de las paredes y del techo. Los dos criados que le veían se habían apartado. Aquélla habitación no era ya su casa, aquellos criados no le pertenecían ya. Alejandro yacía solitario en su lecho. Todos se habían apartado de aquel cadáver: los cardenales, los prelados, los escribas. Los criados habían lavado el cuerpo muerto y lo habían amortajado con una sotana nueva. La cabeza reposaba entre dos cirios. Parecía que comenzase ya a descomponerse con la boca entreabierta. Los camareros descolgaban los tapices y se llevaban las sillas y las mesas. Bruscamente César, su cerebro había recobrado toda su lucidez. "Ha muerto -repetía aún-. No es ya sino una cosa que se descompone y van a llevarla para meterna en su féretro. ¿Y yo? ¿Qué soy? Un harapo de carne calenturienta que es arrastrado por esa otra carne helada y que no tardarán en arrojarnos de esta casa." Comprendía ahora la locura de su política. Su quimera deslumbradora, el gran reino de Italia que había esperado fundar, tenía como única base de sustentación a su padre, que, de pronto, había fallecido. Con su dinero pagaba sus ejércitos, con sus anatemas atemorizaba a los principales. Aquel papa no existía ya. Un extraño, acaso un enemigo, le sustituiría. ¿Que iba a ser de él ahora? Una liana desprendida de su tronco, una presa indefensa. Siendo niño había visto en la silenciosa Campania, entre los espinos y las sepulturas derruidas, animalitos de cuerpo blanco que eran atenazados y desgarrados por las hormigas de duros corseletes; hoy era semejante a aquéllas presas. sus víctimas podían acercarse a él, aquellos fanfarrones que ayer huían a su sola vista y mañana erguirían la cabeza al oír el clamor que anunciaba la muerte de la fiera. Escuchaba los rumores de los criados riñendo entorno del cadáver. Imaginaba el rostro del padre, poseído por la muerte, rígido ya. Pensaba en aquella prolongada existencia, tan orgullosamente vivida, en aquellos 73 años de triunfo, sobre los cuales los más vivos dolores habían pasado como chaparrones de primavera. Se sentía

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pequeño ante su padre porque además le había dejado indefenso. Le amaba como un cachorro al que su madre abandona. Temblaba de remordimiento y de vergüenza pensando que había despreciado aquel cerebro formidable y había aprovechado su cariño para cometer sus locuras. Recordó el genio de Alejandro y su fuerza de penetración. A César, serio y atento, había querido darle la Iglesia, el poder, y a Juan, brillantes carreras de soldados, armaduras doradas y penachos multicolores, para deslumbrar a las romanas. magnífico plan que César no había querido ver y había destruido. Mas ¿Por qué había rechazado la sotana? ¿Qué era la fuerza militar de la iglesia? Nada, sin los rayos espirituales de Cristo. Había querido ser duque y luego rey, despreciando una presa segura por vano espejismo. zQuién le hubiera impedido ser papa-rey? Dueño de Roma para siempre, designado por el Espíritu Santo, a los treinta años, habría conquistado toda la península. Italia reaparecía ante sus ojos exhalando olor a fiebre y a azahar. zNo valía acaso salmodías en latín y celebrar misas? ¿Qué había ganado abandonando la iglesia? César jadeaba. Los criados le dieron de deber. Tragaba sus drogas sin mirarlas. Las almas, bruscamente liberadas flotan así por algunos instantes en las casas donde habitaron, indecisas, buscando su camino enlazándose a los que amaron. Se inclina el alma de Alejandro sobre él y le murmuraba al oído: "¡Hijo mío adorado! ¡Cuánto me has hecho sufrir! También tú sufrirás. Este proceso, siempre igual y siempre distinto, porque atañe a cada hombre singular cuyas experiencias son esencialmente incomunicables, comienza para César el 18 de agosto de 1503, fecha de la muerte de Alejandro VI a los 72 años de edad y 11 años de pontificado. El funeral del papa y todas las demás ceremonias religiosas se llevaron a cabo de acuerdo con el ritual. Un poeta, a sueldo de los enemigos implacables del papa difunto, compuso el epitafio que transcribimos a continuación porque ayuda a comprender los móviles secretos de la leyenda de los Borgia.

Saevitia, insidia, rabies, furor, ira, libido Sanguinis atque auri spongia dira sitis Sextus Alexander, jaceo hic, iam libera gaude Roma tibi quoniam mors mea vita fuit81

Cierto que suceden cosas: los varones romanos asaltan la ciudad, y sobre todo ya no es César el único ni el más fuerte, de modo que el Sacro Colegio se ve obligado a rogarle que abandone Roma para evitar los habituales disturbios, pero incluso esta salida no aparece como una huida, sino como una manifestación de poderío: César cruza la ciudad acompañado por los embajadores del Imperio y España, y en los arreos de su bien pertrechado ejército brilla orgullosamente la corona ducal.

81 Historia del Pontificado, Vol III-págs.267-71 Manuel Aragonés Virgili, Editorial Rafael Casulleras. Via Layetana, 85. Barcelona, 945

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CAPÍTULO XXIX Cartas sobre la muerte de Alejandro

Con motivo de la muerte de Alejandro, el poeta Bembo nos ha dejado una carta descriptiva y dirigida al Lucrecia Borgia para intentar paliar su dolor. Entresacamos de ella algunos párrafos: "Acudí ayer a visitar a vuestra señoría, en parte para darle a entender cuánto me afligen y acongojan sus desventuras y en parte para confortarla como mejor pudiese y rogarle que se diese alguna tregua en el dolor que fuera de toda medida la aflige. Tan pronto como os vi entre aquellas tinieblas, en medio de tantas lágrimas, se me constriñó el corazón y estuve un buen espacio sin decir cosa alguna o, al menos, sin saber las cosas que decir. Para reparar mi falta y para daros muestra de mi sentir, os digo que en punto a melancolía nada me podía dejar tan triste y doloroso como este desgraciado suceso el daros a vos tanto motivo para estar triste y dolorida, ni podía atormentar mi ánimo como el veros bañada en tantas lágrimas; en cuanto a la confontación y consuelo, sólo se deciros que el dolor se va haciendo menor con el tiempo, y que esa labor de los días no se puede ayudar ante vos con palabras ni consejos porque vuestra superior prudencia se adelanta a todos ellos. Sabéis señora, que el padre que habéis perdido era tal que mayor no os lo podría dar la misma fortuna, pero no es éste el primer golpe que habéis recibido de la adversa y maligna suerte. Vuestro ánimo os dará fuerza para superar el presente como superáistes los anteriores. Además, las actuales circunstancias nos aconsejan moderar las señales de dolor a fin de que nadie piense que os ha congoja, no por la pérdida sufrida en la persona amada, sino por temor e incertidumbre ante la fortuna venidera. Pero acaso soy poco prudente cuando os escribo estas cosas. Me encomiendo humildemente a vuestra señoría con el deseo de que os conservéis en buena salud. A 22 de agosto de 150382. Luis XII deseaba saber cómo se encontraba Lucrecia Borgia tras el fallecimiento de Alejando y a tal fin interrogó a fondo a su embajador de Ferrara que le facilitase noticias acerca de cómo la había afectado. El ministro contestó que lo ignoraba y Luis XII le dijo: "Sé que nunca habéis estado satisfechos de ese matrimonio, pero doña Lucrecia es ahora la legítima esposa de don Alfonso".83 Lucrecia se habría alarmado muchos en el caso de conocer la carta que su suegro escribió a su embajador en Milán, Giangiorgio Seregne. Milán se encontraba entonces en poder de los franceses, y en esta carta de Hércules descubría el fondo de su alma en el momento de morir Alejandro VI: "Giangiorgio. Para lustrarte acercan de lo que muchos se preguntan, esto es, si la muerte del Papa nos ha disgustado, te aseguramos que no nos ha causado ningún pesar. El honor de Dios nuestro Señor y el bien universal de la cristiandad nos hacían desear que la Divina bondad de la providencia nos procurarse un pastor bueno y ejemplar y librase a la iglesia de tanto escándalo. No podemos desear personalmente otra cosa porque en nuestro ánimo domina sobre cualquier otro sentimiento la consideración de la gloria de Dios y del bienestar universal. Sin embargo, y dejando esto aparte, te diremos que nunca hubo Papa de quien no recibiésemos más gracia y

82 En Ostellanos, Bombo, Opere, vol III, pag. 309 83 Despacho de Bartolomeo Cavalieri a Hércules, 8 septiembre, 1503.

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placer que éste, incluso después del parentesco contraído. Sólo conseguimos de él aquello a que estaba obligado y en ninguna cosa grande, mediana o pequeña, fuimos complacidos. Creemos que la mayor parte de la culpa procede del duque de Rumaña, que al no haber podido valerse de nosotros como hubiera querido, se comportó como un extraño. Jamás se franqueó con nosotros; jamás nos comunicó sus proyectos, como nosotros no le comunicamos los nuestros. Finalmente, al inclinarse hacia España y seguir siendo nosotros buenos franceses, no podíamos esperar favor alguno del Papa, ni de su señoría. Por estas razones no nos ha disgustado tal muerte, ya que no podíamos esperar más que males del poder del referido duque. Queremos que comuniques esto puntualmente al gran maestre (Chaumont), a quien no podemos ocultar los secretos de nuestra alma. Con los demás conviene que hablen sobriamente. Devuelve luego la presente a Gian Luca (Pozza), nuestro consejero. Belriguardo 24 agosto 1503".84 Como comentario de este lenguaje consideramos que, fue totalmente ingrato, habiendo expuesto detalladamente el contrato matrimonial celebrado de Lucrecia con su hijo, considerado éste como un negocio; y descubre sus relaciones con César que aclaran en cierto modo los sentimientos que descubre en su carta aunque primeramente bien alababa a César y a Lucrecia por intervenciones a influencias decisivas No nos explicamos el comportamiento del marqués Gonzaga, que esperaba ser pariente de César Borgia, cuando comunica al ex marido de Lucrecia, Giovanni Sforza y tuvo con él la atención de comunicarle la muerte del Papa y la enfermedad de César, y le agradeció su solicitud con esta carta: "Ilustre señor y cuñado amadísimo. Agradezco a vuestra excelencia la buena noticia que me ha dado sobre el estado del Valentino. Me produjo tanta alegría que espero de ella sea el fin de todas mis desventuras. Os aseguro que cuando vuelva a mi estado me consideraré criatura de vuestra excelencia, y la miraré como dueña de cuanto poseo e incluso de mi propia persona. Os ruego que si supiérais que el llamado Valentino ha muerto me lo comuniquéis inmediatamente, pues me causará singular placer. Me encomiendo para siempre a vuestra excelencia de todo corazón. Mantua, 25 de agosto de 1503. Servidor de vuestra excelencia, Giovanni Sforza de Pésaro.". Giovanni de Sforza, sediento de venganza, fulminó los rayos de su cólera sobre los desgraciados habitantes de Pésaro que se habían distinguido sobre su apoyo a César Borgia; confiscaciones de bienes, encarcelamientos y ejecuciones capitales. Ahorcó a muchos ciudadanos en las ventanas de su castillo y atrajo, mediante engaños y promesas, a Pandolfo Collenuccio, que mejor hubiera hecho quedarse bajo la protección de Lucrecia. Para vengarse de la acusación que contra el había presentado ante César Borgia, lo encerró en una prisión. Collenuccio, aceptó su destino con resignación y se enfrentó tranquilamente con la muerte en julio de 1504.

84Despacho del duque Hércules a Giangiorgio Sereni, su orador el Milán, fechado en Belriguardo 24 agosto 1503, archivo del estado de Módena.

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CAPÍTULO XXX Nombramiento de Pío III

La muerte del Papa importa porque la vida y la fortuna de César dependía fundamentalmente de su persona: él mismo se ha confesado repetidas veces "fattura", hechura del difunto. Pero el problema radica no en la muerte sino en la sucesión, y como ésta no se resuelve sino se aplaza durante los dos meses de transición que corresponde al pontificado de Pío III, tampoco la suerte de César se modifica esencialmente: sigue siendo generalísimo, la Romaña le es fiel, los Cardenales le obedecen o le temen, el nuevo Papa le debe la elección y el rey de Francia le confirma públicamente su amistad. Sólo los hechos son irreversibles. César está enfermo desde la muerte de Alejandro y por la misma razón que éste: más adelante confesará a Maquiavelo que "todo lo tenía previsto, menos que al morir el Papa estuviese yo mismo enfermo". Esto le restará posibilidades de acción y sobre todo hace aparecer como posibilidad próxima lo que hasta entonces era sólo una cláusula de su correspondencia o su testamento: la muerte. A excepción de la Romaña, los estados que a costa de tantos esfuerzos y desafueros había ido reuniendo César Borgia comenzaron a disgregarse. Los tiranos que había expulsado de las distintas ciudades fueron regresando a ellas. Guidobaldo e Isabel se trasladaron a toda prisa desde Venecia a Urbino, que los recibió con el mayor entusiasmo. Pero aún se dio más prisa Giovanni Sforza en retornar de Mantua a Pésaro. El duque Hércules, amigo de César, escribe a éste el 13 de septiembre para felicitarle por haber recuperado la salud y le informaba que, por medio de un legado, había excitado al pueblo de Romaña a permanecerle fiel. César recibió esta carta en Nepi. después de establecer contacto con los embajadores franceses y de ponerse bajo su protección, por consejo de los cardenales se retiró a Nepi. Llevó también a su madre Vannozza y a su hermano Jofre. La proximidad del ejército francés, que acampaba en las cercanías le permitió sentirse completamente seguro. Como si nada hubiese ocurrido, le escribió al marqués de Gonzaga y le envío como regalo algunos perros de caza. También existen varias cartas de Jofre a dicho marqués, fechadas a 18 de diciembre85. A la muerte del papa Borgia, los cardenales se reunieron en Minerva, para verificar con tranquilidad la elección de sucesor, recayendo en el cardenal Piccolomini la necesaria mayoría de los dos tercios. Después de la ceremonial de su ordenación sacerdotal y de su consagración episcopal, a la que asistió gran muchedumbre del pueblo, el nuevo pontífice, que había sufrido poco antes una operación en la pierna, tuvo que celebrar sentado la primera misa, dejando para más adelante la toma de posesión de San Juan de Letrán. En 22 de septiembre del año 1503 fue elegido pontífice Francisco Todeschini Piccolomini, cardenal de Siena. Era sobrino de Pío II. Por eso quiso llamarse con este

85 Carta de Don Jofre Borgia al marqués de Mantua. Nepi, 17 de septiembre de 1513. Archivo Gonzaga, Mantua

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nombre y tomó sus insignias. Parece como si desde el día de su coronación tuviera el presentimiento de su temprana muerte, pues cuando el cardenal camarlengo, tras de ceńirle la tiara, le dijo aquella frase ritual: Sanctissime Pater, sic trancit gloria mundi, rompió a llorar y haciendo una pausa exclamó, no sin esfuerzo: Breves dies hominis. César sufrió un rudo desengaño al saber que su amigo y protector, el cardenal d'Ambroise, no había conseguido ser elegido papa y que, en lugar suyo, la suerte había favorecido a Piccolomini, Pío III. Pio III era un varón de admirable doctrina y de singular prudencia. Un testigo nada parcial de la vida íntima del nuevo papa, acredita que Pío III no empleó jamás el dinero de san Pedro ni en guerras ni en bastardos. Como su tío, sufría de gota y tenía débiles fuerzas físicas; pero esta flaqueza corporal era compensada con creces por las robustas cualidades morales que le adornaban, contribuyendo a exaltar su relevante personalidad. Era, sin duda, el mejor de todos los cardenales del Sacro Colegio. Por eso, su intronización fue saludada con gritos del pueblo llano y con acciones de gracias de los hombres piadosos. No dejaba pasar ningún instante desaprovechado dedicando las primeras horas del amanecer al estudio y concediendo audiencias hasta el mediodía, a las cuales hallaban fácil entrada aun las personas más insignificantes. En lo tocante al comer y al beber -dice el mismo autor- era tan moderado que no cenaba sino cada dos días, cualidad muy digna de tener en cuenta en una época en que cardenales y príncipes se entregaban con desenfreno a los placeres de la mesa. Imitando al tío, había resuelto reformar la iglesia romana, celebrar concilio y marchar contra los turcos. Que sus propósitos eran buenos lo demuestra el hecho de que, tres días después de elegido, celebra consistorio en el que trató de restablecer la paz, entre los reyes de Francia y España, y ofreció emplear cuantos medios estuviesen a su alcance para reformar la disciplina eclesiástica. Quería reunir en concilio en el plazo mas breve posible, para extender la proyectada reforma al papado, al cardenalato y a la curia y a todos los empleados pontificios, pero ante todo, se había propuesto como ideal de su reinado la paz: no quiero ser un papa bélicoso, sino fautor de la paz, le dijo al embajador de Venecia. Por primera vez César, siente miedo en octubre de 1503 y desde el castillo de Nepi, que sus enemigos planean atacar, pide licencia a Pío para volver a Roma, donde le reciben la tarde del 6 los Cardenales francófilos, entre ellos su cuñado D'Albret. Para lograrla en el interior de los Estados pontificios, concedió un salvoconducto al infeliz César Borgia, que tras la muerte de Alejandro VI encontrábase en crítica situación, permitiéndole volver a Roma sin armas y sin escolta. Pero, una vez en Roma, tuvo que encerrarle en el castillo de Sant'Ángelo, para librarle de la ira de los Orsini que querían vengar en él la muerte violenta de dos miembros de la familia, de la que hacían responsable a Alejandro VI. Y allí permaneció el que en otro tiempo fuera señor de Italia, comiendo el pan duro hasta los tiempos de Julio II. El 11 de agosto del año 1513, pensando en la forma de acelerar la celebración del proyectado concilio, presidió otro largo consistorio en el que trató del estado de las cosas de Roma tras la llegada de César y la promoción de nuevos cardenales.

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Pío III ardía en el deseo de reformar las costumbres, de arraigar la fe en las conciencias y de formar la cruzada contra el infiel. En cuanto a César, a la vez se producjo un segundo acontecimiento de mayor importancia: la pérdida de gran parte de sus tropas, solicitadas por la fase final de la guerra de Nápoles, unas por las obligaciones de mutua ayuda pactadas con el rey Luis en 1499, y otras, españolas de origen, por afinidad con su patria o deseo de pelear a las órdenes del Gran Capitán. La marcha de las primeras es inevitable, la de las otras no, pero cuando le piden licencia la concede orgullosamente, pues como dice con sobriedad verdaderamente romana, un anillo, el suyo, grabado este año "Fais ce que je doys", hago lo que debo. Pero no hace lo que debe. Casi sólo, rodeado de furiosos enemigos y, sin más apoyo, que un Papa débil y muy enfermo, la ciudad se convierte para él en una ratonera y cuando la tarde del 15 pretende salir de ella no esperan a las puertas los Cardenales y embajadores de antaño, sino los Orsini y Bartolomeo d'Alviano, que "como perros rabiosos" le persiguen a él y su pequeña tropa hasta las puertas del palacio Vaticano, donde Pío le concede asilo y como si hubiese esperado a hacerle este último favor muere tres días después. Pero otros fueron los designios del cielo, pues un 18 de octubre, a los 27 días de pontificado, pereció por los dolores de su pierna enferma, a los 74 años de edad. Nacido en Siena, el 29 de mayo de 1439; elegido el 22 de septiembre de 1503; fallecido en Roma, el 18 de octubre de 1503, después de un pontificado de cuatro semanas. Piccolomini era hijo de una hermana de Pío II. Pasaba su niñez en circunstancias de indigencia, cuando su tío lo llevó a su casa, le dio sus apellidos y armas y vigiló su adiestramiento y su educación. Estudió leyes en Perugia e, inmediatamente después de recibir el doctorado como canonista, fue designado por su tío arzobispo de Siena, y, el 5 de marzo de 1460, cardenal-diácono con el título de San Eustaquio. El mes siguiente le enviaron como legado a la Marca de Ancona, con el experimentado obispo de Marsico como consejero. "La única objeción sobre él", dice Voigt (Enea Silvio, III, 531)," era su juventud; para la administración de su legación. En su posterior conducta en la curia, demostró ser un hombre de carácter limpio y polifacética capacidad”. Fue enviado por Pablo II como legado a Alemania cargo que desempeñó con eminente éxito, el conocimiento del alemán que había adquirido en casa de su tío fue una gran ventaja. Durante los mundanos reinados de Sixto IV y Alejandro VI se mantuvo lejos de Roma tanto tiempo como le fue posible. Segismundo de Conti que lo conoció bien nos dice que "no tenía ningún momento desocupado; tenía su tiempo para el estudio antes del alba; pasaba las mañanas en oración y sus mediodías concediendo audiencias a las que tenían fácil acceso los más humildes. Tenía tanta templanza en la comida y la bebida que sólo se permitía una cena cada dos días. “Todavía era éste el excelente hombre a quien Gregorovius en su “Lucrecia Borgia”, sin ningún fundamento, otorga una docena de hijos, la calumnia fue repetida por Brosch y Creighton. Tras la muerte de Alejandro VI, el cónclave no pudo unificarse sobre los candidatos principales, d'Amboise, Rovere, y Sforza; por ello la gran mayoría dio sus

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votos a Piccolomini que, aunque sólo contaba con sesenta y cuatro años, estaba, como su tío, torturado por la gota y envejecido prematuramente. La tensión de la larga ceremonia fue tan grande que el papa sucumbió bajo ella. Fue enterrado en San. Pedro; pero sus restos fueron después trasladados a S. Andrea del Valle dónde descansa al lado de Pío II.

CAPÍTULO XXXI Elección de Julio II. Consecuencias.

Giuliano della Rovere; Albisola, actual Italia, 1443-Roma, 1513) Papa (1503-1513). Sacerdote franciscano, accedió al cardenalato cuando su tío se convirtió en el papa Sixto IV. Antes de acceder él mismo al solio pontificio, en 1503, tuvo tres hijas ilegítimas y amasó una fortuna. Trató de recuperar la independencia política de la Santa Sede mediante una activa diplomacia, que le llevó a entrar de lleno en el complejo juego político y militar por el control de Italia. En tan malas condiciones afronta César la gran crisis de este año: el segundo Cónclave y la elección de Julio II, gran Papa a quien Italia debe gloriosos triunfos sobre Francia y Venecia, las obras maestras de Miguel Ángel y Rafael y la Iglesia el V concilio de Letrán; hombre fuerte y colérico, apasionado y magnífico, el único rival digno de César, que es a la vez el único con quien no pudo ser digno. "Grave error" llama Maquiavelo en 1512 a la postura de César, que no ya no se opuso sino que colaboró en la elección mediante capitulaciones que prometían a della Rovere el voto nada desdeñable de los Cardenales españoles a cambio de la confirmación de sus títulos y dignidades. Pero Della Rovere, además de ser con mucho el candidato con mayores posibilidades, no tenía motivos de resentimiento hacia César, sino hacia Alejandro, era el compañero del año maravilloso de sus bodas y si César era demasiado joven para ponderar qué se juzgaba, es seguro que tampoco Julio, que por su parte le necesitaba contra Venecia, pudo prever la barrera que alzaría entre ambos una de esas intuiciones tan peligrosas en los hombres que se rigen por el corazón. Por de pronto, dos veces en una semana el nuevo Papa le llama "noble César Borgia de Francia, duque de la Romaña y de Valenntinois" en Breves dirigidos a Florencia y a Faenza; este lenguaje no es sólo oficial, pues el duque, semi-confinado en Sant'Angelo pasa a ocupar por orden papal el Belvedere, rodeado de jardines y el más ameno de los palacios vaticanos.

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Palacio de Belvedere

Ambos conferencian frecuentemente sobre la actitud de Venecia, que avanza día a día en la conquista de la Romaña y cuyo embajador es tan impertinente como audaz, de modo que Florencia predice a Julio que acabará en simple capellán veneciano. Al mismo tiempo otros le reprochan su afición a César, a quien acaba de encomendar la reconquista de lo perdido desde comienzos del verano y que el 17 de noviembre sale para Ostia, donde le esperan cinco galeras papales, dinero y un ejército. Por aquellos días llega a Roma Guidobaldo de Montefeltro, primo del Papa y de nuevo duque de Urbino. Para algunos es él quien abre los ojos a Julio sobre la verdadera personalidad de César, pero Guidobaldo es un gran señor, como demostrará ante un César infinitamente más abatido, y no se ha dedicado de seguro a destilar en los oídos de su interlocutor las venenosas especies que la leyenda nos ha transmitido y que el Cardenal Della Rovere no podía ignorar. Lo que seguramente ocurre es que su sola presencia sirve de detonador al explosivo mecanismo de la auténtica vocación de Julio, dispersada hasta ahora en banalidades: la de mandar. Inconsciente, pero certeramente, intuye ahora que la entrega a César de una partícula de poder, por pequeña que sea, dividirá irremisiblemente el mando entre dos titulares; durante tres días en que sabemos duerme mal esta idea roe su corazón y cuando el 21 envía a Ostia a Remolinos y Soderini para revocar sus órdenes, no se trata de una cuestión de trámite, sino de una decisión profundamente psicológica, impulsiva e irreversible como todas las corazonadas de su vida. César, porque es su igual, entiende: se niega, ruega a Remolinos, se arrodillará ante el Papa implorando su libertad, que nadie ha amenazado, incluso cavila a dónde huir, hasta que después de tres días interminables, Julio se irrita y lo hace prisionero, declarando al consistorio que el hace dos semanas noble César "debe ser traído a Roma y guardado en lugar seguro”.

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Tras apartar a César Borgia, se unió a la Liga de Cambrai en 1508, junto a Francia, el Imperio Alemán, Mantua, Ferrara y España, para apoderarse de los territorios de Venecia. La victoria concluyente en la batalla de Agnadello le hizo ver que la mayor favorecida era Francia, lo cual deshacía el equilibrio de manera peligrosa, por lo que no dudó en aliarse a Fernando el Católico, Maximiliano de Habsburgo, Suiza y la misma Venecia para atacar a los franceses, a los cuales derrotaron en la batalla de Ravena, y los expulsaron, temporalmente, del Milanesado. Como la mayoría de los papas del Renacimiento, fue un mecenas de las artes y protegió a Miguel Ángel, Bramante y Rafael. César pierde libertad, amigos, el señorío de tres ducados, el favor de los Reyes, todo está perdido. Su pequeña familia huye, Luis XII le acusa, Maquiavelo le abandona descorazonado. Preso en las salas Borgia, bajo los techos que Alejandro mandó decorar con los símbolos de los dioses solares, imagen de la insólita fortuna familiar, sólo le queda el afecto de unos pocos, "aquéllos a quienes había recompensado por su virtud" y dos ciudades y una torre defendidas sobre todo por la lealtad, un pañuelo de tierra de valor político nulo, pero que para Julio son un insulto intolerable. Todos los medios parecen buenos para arrebatárselos: los Breves conminatorios, la tortura aplicada a Michelotto tan cruel como inútil y hasta una carta arrancada en un momento de debilidad y que el camarero Pedro de Oviedo lleva a Cesena, donde el capitán Pablo Ramírez la lee y manda ahorcar al mensajero, pues "no es oficio de buen servidor prestarse a lo que el amo no hubiese querido siendo libre".

CAPÍTULO XXXII Pensamientos de Maquiavelo sobre César86

“Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, pero no se mantienen sino con muchísimo esfuerzo. Las dificultades no surgen en su camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. Me refiero a los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió a muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos príncipes por Darío a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y gloria; y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiendo los soldados. Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna --cosas ambas mudables e inseguras-de quienes los elevaron; y no saben ni pueden conservar aquella dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es presumible que conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como simples ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles. Por otra parte, los Estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la naturaleza que brotan y crecen precozmente, no pueden tener raíces ni sostenes que los defiendan del tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan súbita en príncipes se pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y sepan prepararse inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de llegar al principado.

86 El Príncipe, cap VII”lps Principados nuevos que se conquistan gracias a la suerte y a las armas de otros”, pags. 5-75Austral Espasa Calp 3ª edición con comentarios de N. Bonaparte.

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Acerca de estos dos modos de llegar a ser príncipe -por méritos o por suerte-, quiero citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria: el de Francisco Sforza y el de César Borgia. Francisco, con los medios que correspondían y con un gran talento, de la nada se convirtió en duque de Milán, y conservó con poca fatiga lo que con mil afanes había conquistado. En el campo opuesto, César Borgia, llamado duque Valentino por el vulgo, adquirió el Estado con la fortuna de su padre, y con la de éste lo perdió, a pesar de haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho todo lo que un hombre prudente y hábil debe hacer para arraigar en un Estado que se ha obtenido con armas y apoyo ajenos. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se verá que ya había echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello, porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo de las medidas tomadas por él. Que si no le dieron el resultado apetecido, no fue culpa suya, sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte. Para hacer poderoso al duque, su hijo, tenía Alejandro VI que luchar contra grandes dificultades presentes y futuras. En primer lugar, no veía manera de hacerlo señor de algún Estado que no fuese de la Iglesia; y sabía, por otra parte, que ni el duque de Milán ni los venecianos le consentirían que desmembrase los territorios de la Iglesia, porque ya Faenza y Rímini estaban bajo la protección de los venecianos. Y después veía que los ejércitos de Italia, y especialmente aquellos de los que hubiera podido servirse, estaban en manos de quienes debían temer el engrandecimiento del papa; y mal podía fiarse de tropas mandadas por los Orsini, los Colonna y sus aliados. Era, pues, necesario remover aquel estado de cosas y desorganizar aquellos territorios para apoderarse sin riesgos de una parte de ellos. Lo que le fue fácil, porque los venecianos, movidos por otras razones, habían invitado a los franceses a volver a Italia; lo cual no sólo no impidió, sino facilitó con la disolución del primer matrimonio del rey Luis. De suerte que el rey entró en Italia con la ayuda de los venecianos y el consentimiento de Alejandro. Y no había llegado aún a Milán cuando el papa obtuvo tropas de aquél para la empresa de la Romaña, a la que nadie se opuso gracias a la autoridad del rey. Adquirida, pues, la Romaña por el duque, y derrotados los Colonna, se presentaban dos obstáculos que impedían conservarla y seguir adelante. uno, sus tropas, que no le parecían adictas; el otro, la voluntad de Francia. Temía que las tropas de los Orsini, de las cuales se había valido, le faltasen en el momento preciso, y no sólo le impidiesen conquistar más, sino que le arrebatasen lo conquistado; y otro tanto temía del rey. Tuvo una prueba de lo que sospechaba de los Orsini cuando, después de la toma de Faenza, asaltó a Bolonia, en cuyas circunstancias los vio batirse con frialdad. En lo que respecta al rey, descubrió sus intenciones cuando, ya dueño del ducado de Urbino, se vio obligado a renunciar a la conquista de Toscana por su intervención. Y entonces decidió no depender más de la fortuna y las armas ajenas. Lo primero que hizo fue debilitar a los Orsini y a los Colonna en Roma, ganándose a su causa a cuantos nobles les eran adictos, a los cuales señaló crecidos sueldos y honró de acuerdo con sus méritos con mandos y administraciones, de modo que en pocos meses el afecto que tenían por aquéllos se volvió por entero hacia el duque. Después de lo cual, y dispersado que, hubo a los Colonna, esperó la ocasión de terminar con los Orsini. Oportunidad que se presentó bien y que él aprovechó mejor. Los Orsini, que muy tarde habían comprendido que la grandeza del duque y de la Iglesia generaba su ruina, celebraron una reunión en

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Magione, en el territorio de Perusa, de la que nacieron la rebelión de Urbino, los tumultos de Romaña y los infinitos peligros por los cuales atravesó el duque; pero éste supo conjurar todo con la ayuda de los franceses. Y restaurada su autoridad, el duque, que no podía fiarse do los franceses ni de los demás fuerzas extranjeras, y que no se atrevía a desafiarlas, recurrió a la astucia; y supo disimular tan bien sus propósitos, que los Orsini, por intermedio del señor Paulo -a quien el duque colmó de favores para conquistarlo, sin escatimarle dinero, trajes ni caballos-, se reconciliaron inmediatamente, hasta tal punto, que su candidez los llevó a caer en sus manos en Sinigaglia. Exterminados, pues, estos jefes y convertidos los partidarios de ellos en amigos suyos, el duque tenía construidos sólidos cimientos para su poder futuro, máxime cuando poseía toda la Romaña y el ducado de Urbino y cuando se había ganado la buena voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar el bienestar de su gobierno. Y porque esta parte es digna de mención y de ser imitada por otros, conviene no pasarla por alto. Cuando el duque se encontró con que la Romaña conquistada estaba bajo el mando de señores ineptos que antes despojaban a sus súbditos que los gobernaban, y que más les daban motivos de desunión que de unión, por lo cual se sucedían continuamente los robos, las riñas y toda clase de desórdenes, juzgó necesario, si se quería pacificarla y volverla dócil a la voluntad del príncipe, dotarla de un gobierno severo. Eligió para esta misión a Ramiro de Orco, hombre cruel y expeditivo, a quien dio plenos poderes. En poco tiempo impuso éste su autoridad, restableciendo la paz y la unión. Juzgó entonces el duque innecesaria tan excesiva autoridad, que podía hacerse odiosa, y creó en el centro de la provincia, bajo la presidencia de un hombre virtuosísimo, un tribunal civil en el cual cada ciudadano tenía su abogado. Y como sabía que los rigores pasados habían engendrado algún odio contra su persona, quiso demostrar, para aplacar la animosidad de sus súbditos y atraérselos, que, si algún acto de crueldad se había cometido, no se debía a él, sino a la salvaje naturaleza del ministro. Y llegada la ocasión, una mañana lo hizo exponer en la plaza de Cesena, dividido en dos pedazos clavados en un palo y con un cuchillo cubierto de sangre al lado. La ferocidad de semejante espectáculo dejó al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto. Pero volvamos al punto de partida. Encontrábase el duque bastante poderoso y a cubierto en parte de todo peligro presente, luego de haberse armado en la necesaria medida y de haber aniquilado los ejércitos que encerraban peligro inmediato, pero le faltaba, si quería continuar sus conquistas, obtener el respeto del rey de Francia, pues sabía que el rey, aunque advertido tarde de su error, trataría de subsanarlo. Empezó por ello a buscarse amistades nuevas, y a mostrarse indeciso con los franceses cuando estos se dirigieron al reino de Nápoles para luchar contra los españoles que sitiaban a Gaeta. Y si Alejandro hubiese vivido aún, su propósito de verse libre de ellos no habría tardado en cumplirse. Este fue su comportamiento en lo que se refiere a los hechos presentes. En cuanto a los futuros, tenía sobre todo que evitar que el nuevo sucesor en el Papado fuese enemigo suyo y le quitase lo que Alejandro le había dado. Y pensó hacerlo por cuatro medios distintos: Primero, exterminando a todos los descendientes de los señores a quienes había despojado, para que el papa no tuviera oportunidad de restablecerlos. Segundo, atrayéndose a todos los nobles de Roma, para oponerse, con su ayuda, a los designios del papa. Tercero, reduciendo el Colegio a su voluntad, hasta donde pudiese. Cuarto, adquiriendo tanto poder, antes que el papa muriese, que pudiera por sí mismo resistir un primer ataque. De estas cuatro cosas, ya había realizado tres a la muerte de Alejandro, la cuarta estaba concluida. Porque señores despojados mató a

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cuantos pudo alcanzar, y muy pocos se salvaron; y contaba con nobles romanos ganados a su causa; y en el Colegio gozaba de gran influencia. Y por lo que toca a las nuevas conquistas, tramaba apoderarse de Toscana, de la cual ya poseía a Perusa y Piombino, aparte de Pisa, que se había puesto bajo su protección. Y en cuanto no tuviese que guardar miramientos con los franceses (que de hecho no tenia por qué guardárselos, puesto que ya los franceses habían sido despojados del Reino por los españoles, y que unos y otros necesitaban comprar su amistad), se echaría sobre Pisa. Después de lo cual Luca y Siena no tardarían en ceder, primero por odio contra los florentinos, y después por miedo al duque; y los florentinos nada podrían hacer. Si hubiese logrado esto (aunque fuera el mismo año de la muerte de Alejandro), habría adquirido tanto poder y tanta autoridad, que se hubiera sostenido por sí solo, y no habría dependido más de la fortuna ni de las fuerzas ajenas, sino de su poder y de sus méritos. Pero Alejandro murió cinco años después de que el hijo empezara a desenvainar la espada. Lo dejaban con tan sólo un Estado afianzado: el de Romaña, y con todos los demás en el aire, entre dos poderosos ejércitos enemigos, y enfermo de muerte. Pero había en el duque tanto vigor de alma y de cuerpo, tan bien sabía cómo se gana y se pierde a los hombres, y los cimientos que echara en tan poco tiempo eran tan sólidos, que, a no haber tenido dos ejércitos que lo rodeaban, o simplemente a haber estado sano, se hubiese sostenido contra todas las dificultades. Y si los cimientos de su poder eran seguros o no, se vio en seguida, pues la Romaña lo esperó más de un mes: y, aunque estaba medio muerto, nada se intentó contra él, a pesar de que los Baglioni, los Vitelli y los Orsini habían ido allí con ese propósito; y si no hizo papa a quien quería, obtuvo por lo menos que no lo fuera quien él no quería que lo fuese. Pero todo le hubiese sido fácil a no haber estado enfermo a la muerte de Alejandro. El mismo me dijo, el día en que elegido Julio II, que había previsto todo lo que podía suceder a la muerte de su padre, y para todo preparado remedio; pero que nunca había pensado que en semejante circunstancia él mismo podía hallarse moribundo. No puedo, pues, censurar ninguno de los actos del duque; por el contrario, me parece que deben imitarlos todos aquellos que llegan al trono mediante la fortuna y las armas ajenas. Porque no es posible conducirse de otro modo cuando se tienen tanto valor y tanta ambición. Y si sus propósitos no se realizaron, tan sólo fue por su enfermedad y por la brevedad de la vida de Alejandro. El príncipe nuevo que crea necesario defenderse de enemigos, conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnánimo y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y príncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos; el que juzgue indispensable hacer todo esto, digo, no puede hallar ejemplos más recientes que los actos del duque. Sólo se lo puede criticar en lo que respecta a la elección del nuevo pontífice, porque, si bien no podía hacer nombrar a un papa adicto, podía impedir que lo fuese este o aquel de los cardenales, y nunca debió consentir en que fuera elevado al Pontificado alguno de los cardenales a quienes había ofendido o de aquellos que, una vez papas, tuviesen que temerle. Pues los hombres ofenden por miedo o por odio. Aquellos a quienes había ofendido eran, entre otros, el cardenal de San Pedro, Advíncula, Colonna, San Jorge y Ascanio; todos

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los demás, si llegados al solio, debían temerle, salvo el cardenal de Amboise dado su poder, que nacía del de Francia, y los españoles ligados a él por alianza y obligaciones reciprocas. Por consiguiente, el duque debía tratar ante todo de ungir papa a un español, y, a no serle posible, aceptar al cardenal de Arnboise antes que el de San Pedro Advíncula. Pues se engaña quien cree que entre personas eminentes los beneficios nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas. Se equivocó el duque en esta elección, causa última de su definitiva ruina.”

CAPÍTULO XXXIII Destino de César

En enero de 1504 Gonzalo de Córdoba aniquila en Gaeta a los franceses87 y Nápoles es definitivamente español. Los Cardenales españoles interceden por el feudal; y, humanísimamente, Julio no puede negarles nada, accede a negociar su libertad si entrega las ciudades. El 16 de febrero besa la mano y recibe la bendición papal antes de dejar Roma, que no volverá a ver, y es llevado a Ostia bajo la custodia del Cardenal Carvajal, uno de los "claros varones de Castilla", que supervisará el acuerdo. El 12 de abril, Cesena se entrega, el 19 Carvajal lo pone en libertad sin esperar más, y a los pocos días desembarca en Nápoles. Allí le esperan sus parientes y un salvoconducto del Gran Capitán. Pero Nápoles no es de buen agüero para quienes han caído en desgracia: su sonriente sol ha calcinado los despojos de tres dinastías, y además, al cruzar su frontera César ha cambiado el mundo de las pequeñas ciudades italianas, donde un afortunado puede ser Príncipe y héroe a la vez, por el complicado mecanismo de las grandes monarquías nacionales que ni conoce ni puede comprender. Fernando el Católico no siente la menor simpatía por un hombre que ha sido siempre su enemigo, a pesar de su sangre española, y sobre el que el Papa le ha escrito un Breve que encierra una censura contra Carvajal y una advertencia al Gran Capitán, ambos sus súbditos. El Gran capitán fue un genio militar excepcionalmente dotado que por primera vez manejó combinadamente la infantería, la caballería, y la artillería aprovechándose del apoyo naval. Supo mover hábilmente a sus tropas y llevar al enemigo al terreno que había elegido como más favorable. Revolucionó la técnica militar mediante la reorganización de la infantería en coronelías (embrión de los futuros tercios la dividió en tres partes: piqueros, ballesteros y lanceros). Idolatrado por sus soldados y admirado por todos, tuvo en su popularidad su mayor enemigo. Gonzalo de Córdoba se ve obligado a obrar contra su propia fe de caballero: el 26 de mayo encierra a César en Castelnuovo, urgiéndole la entrega de Forli su postrer reducto. El 10 de agosto los últimos fieles entregan el castillo que abandonan con banderas desplegadas y al grito de "¡Duque, duque!". Con esta lección de estética termina el hermoso empeño, el ducado e incluso Italia: esta vez no hay siquiera un amigo que le devuelva la libertad, y el 20 le embarcan para España.

87 27 diciembre 1503. El bravo general La Trémoville, muy enfermo de fiebres que había invadido el campo, había tenido que abandonar su dirección.

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Sólo queda la vida y aun ésta parece ya sin objeto. El eco del mar parece repetir los ecos del amargo verso de San Nazario:

"Todo lo vencías y lo esperabas, César; Todo te falta: comienzas a ser nada."

CAPÍTULO XXXIV “No poseía mas que un calabozo en España"

En el castillo de Chinchilla88, (que no está en Aragón, como algunos historiadores creen) sino en Albacete, Chinchilla, castillo de Monte Aragón, su primer encierro, está a punto de arrojar al vacío al Alcaide, como de broma. De allí es trasladado al Castillo de la Mota. Aún en la Mota llegan a veces rumores de que el rey Fernando le necesita en Italia; Felipe el Hermoso le visita; entabla amistad con el conde de Benavente, el único nombre que importa porque le sirve en su única oportunidad: la huida.

Castillo de Chinchilla de Montearagón

Dos años dura la prisión de César en España: muchos cuando sólo se tienen 28, el tiempo que va desde la conquista de Forli a la de Sinigaglia, el comienzo del siglo XVI español y el de el proceso de transformación de la monarquía de los Reyes católicos en el imperio universal, dirigido por españoles, flamencos e italianos que engrandece la historia de Europa hasta el siglo XVIII.

88 Castillo de Chinchilla de Montearagón (Albacete) Entre uno de sus multiples usos que ha tenido el Castillo destaca el haber sido cárcel desde el siglo xvii hasta El Siglo Xx. Entre sus muros estuvo preso Cesar Borgia hijo del Papa Alejandro Vi, que fué traido por Gonzalo Fernandez De Cordoba, El Gran Capitan, por órdenes del Rey Fernando El Católico en el Año 1504.

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Castillo de la Mota

Torreón

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Castillo de la Mota

CAPÍTULO XXXV Historias interesantes en los días de permanencia de César en prisión

Luis XII y Ana de Bretaña, tuvieron una hija llamada Claudia. César Borja fue el instrumento del papa Alejandro VI, que llevaría las cartas de anulación del matrimonio de Luis XII con su esposa Juana e hizo posible los hechos que ahora comentaremos Luis, pues, para conseguir legalmente el divorcio, juró públicamente que el matrimonio con Juana no había sido consumado. Ya Juana no es reina, retirada en Bourges fundó la Orden de la Anunciación que honre a la Virgen María, y la aprobó el Papa Alejandro, aprende las virtudes y se desvive por los pobres. Es el año 1504 cuando ella hace su propia profesión para morir en olor de santidad el año 150589. Carlota la mujer de César, le acompaña en su muerte. Ahora, César Borgia se encuentra en el Castillo de la Mota y durante su permanencia (y unos pocos años antes) sucederían los acontenimientos que iban a vincular a Ana de Bretaña y su esposo Luis XII con el matrimonio del Archiduque Felipe I el Hermoso y Juana I de Castilla. Si la vida política de Luis XII era buena en los asuntos interiores del reino, la alianza que contrajo con el Papa Alejandro VI era un presagio para los asuntos exteriores. Esto fue, en efecto, la mala parte del reinado de Luis XII. En cuanto a Luis XII, la vida social no parecía preocuparle: el pelo, desgastado bajo un gorro, y una chaqueta corta, todos los días su traje era modesto y sus comidas igual más: ¡la carne hervida! Ana de Bretaña, bella y seria, tenía grandes proyectos. Su principal preocupación, desde el nacimiento de la pequeña Claudia, era hallarle esposo. Debiera poseer cualidades de nobleza, rango, amor y ser rey, ¿Qué madre no es ambiciosa para su hija? En 1501, Felipe y Juana viajaban hacia Castilla para ser coronados y se detuvieron en Blois. Allí el rey los recibió, al verle exclamo: He aqui un hermoso principe. El príncipe Carlos, había nacido en Gante, el 24 de febrero de 1500. El apelativo “El hermoso” a Felipe se lo dio el rey Luis XII de Francia. Aunque tal proyecto presentaba grandes inconvenientes, Luis XII consintió a los argumentos dados por su esposa; quizás cedió con la esperanza de tener un hijo. El domingo 12 de diciembre de 1501 Carlos tenía un año y Claudia dos. Los futuros consuegros se entrevistaron en Blois con toda solemnidad. Había una serie de

89 La canonización solemne fue en Pentecostés del 1950.

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arqueros y guardas suizos uniformados, importantes dignatarios, y numerosa noble audiencia entre los que se encontraba Francisco d'Anguleme, hijo de Luis de Saboya que en ausencia de delfín, era el heredero del trono. Luis XII y el Archiduque Felipe, firmaron un acuerdo en la capilla de Saint Calais. Claudia sería la esposa de Carlos, si Dios deseaba. El acuerdo se renovó dos años después al Tratado, en Blois. . Este compromiso de matrimonio de estos dos niños, estaba sometido a la condición de ser administrado por el archiduque en nombre de su hijo Carlos y por un comisario del rey de Francia. Por un segundo tratado, fue estipulado que el Luis XII y Maximiliano, convocasen un concilio general para la deposición del Papa Alejandro VI, y que pudieran elegir al cardenal francés George d’Ambroise en sustitución de Alejandro (2 abril 1503). Ana de Bretaña con el emplerador Maximiliano y su hijo el archiduque Felipe, convinieron que Maximiliano garantizase al rey de Francia el ducado de Milán, que se debía reclamar de España el reino de Nápoles para los jóvenes Carlos de Austria y Claudia de Francia, conforme a un tratado precedente que España no lo había observado. Por un tercer tratado, Luis XII aseguraba a su hija Claudia y a su futuro yerno el ducado de Borgoña, si moría sin niños varones, y en todo caso, la Bretaña, el Milanesado y Génova. Éstos tratados hubiesen perjudicado a Francia todo lo que había ganado bajo Luis XI y Carlos VIII, para engrosar la potencia ya tan importante, del heredero de España y de Austria. Ana de Bretaña sufrió pronto las consecuencias. La corte donde habitaba la más soberana de las villas y de los castillos de la Loira. La reina Ana habiendo entrado en París en el mes de noviembre de 1504, fue muy mal recibida por los parisinos. Los jóvenes habían tomado el hábito de componer comedias alegóricas y satíricas, representaron duramente ante la reina, en la gran sala del palacio, una pieza donde habían puesto en escena, los eventos del día. En otra ocasión, habían puesto mal al rey mismo y con mofas en su economía, le habían representado bebiendo oro líquido, el oro potable, como se decía. Luis XII no había hecho sino reir según se decía, pero cuando ellos atacaban a su mujer les castigó hasta que entraron en razón. Luis sentía en el fondo del alma que el descontento del pueblo era fundado. Al comienzo del año siguiente cayó gravemente enfermo; su estado fue empeorando y al fin de 1505, se encontró tan mal, que se le dió la extrema unción. George D’Ambroise, hizo una cosa que reparaba bien sus errores. Presionó fuertemente al moribundo rey sus deberes hacia su reino, y Luis XII revocó en un testamento secreto, sus compromisos con la casa de Austria, y ordenó que su hija Claudia fuese esposada con Francisco de Valois, conde d'Angulème, tan pronto como ella tuviera la edad (10 de mayo de 1505).

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El joven conde d'Angulème descendiente de un hijo del duque de Orleans asesinado por Joan Sans-Peur, era el heredero al trono, en caso de que Luis XII no tuviese hijos varones. El fue más tarde el rey Francisco I. Esta resolución, tranquilizaba la conciencia del rey, le puso mejor. Por segunda vez, cayó al borde de la tumba. Mantuvo, en su convalecencia, lo que había hecho cuando estaba en el hecho de la muerte, y la reina, a su vez, fue obligada a ceder con gran descontento por su parte y confirmar por palabra el testamento del marido (31 mayo). La reina de España, Isabel de Castilla, había muerto algunos meses antes (26 de noviembre de 1504) y esta muerte tuvo consecuencias políticas favorables a Francia. La monarquía española estaba momentáneamente disuelta, Aragón, con las islas del Mediterráneo y de Nápoles, pasaban a Fernando, marido de Isabel; y la Castilla pasaba a un niño, Carlos de Austria, nieto de Fernando y de Isabel que fue después el Emperador Carlos V. El archiduque Felipe, señor de los Países Bajos, padre del pequeño rey de Castilla, disputaba la regencia de Castilla a su suegro el rey Fernando de Aragón. Fernando, en esta lucha está contra su yerno que le apoyan los nobles castellanos. Una vez más Fernando da muestras de su inteligencia política. Se acercó a Luis XII. Se excusó de los graves males que le había ocasionado, y le pidió la mano de su sobrina Germaine de Foix, hija de una hermana de Luis XII. y firma con el rey francés la paz de Blois (1505) por la que Luis renunciaba a sus derechos sobre Nápoles y Fernando contraía matrimonio con la sobrina del monarca francés, Germana de Foix. Sus ofertas fueron aceptadas. Fernando prometió a Luis XII un millón de ducados de oro pagables en diez años, como indemnización de sus pérdidas. El Reino de Nápoles estará constituido en dote a Germaine de Foix, y debía retornar a Francia si Germaine muriese sin hijos. El matrimonio se celebró en Valladolid el 18 de marzo de 1506 y a los pocos meses Fernando abandona Castilla rumbo a sus posesiones de Aragón, evitando cualquier problema con su hija Juana y Felipe, por la concordia de Villafáfila (1506), Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue proclamado rey El matrimonio de Fernando con Germania se celebró en Valladolid el 18 de marzo de 1506 y a los pocos meses Fernando abandona Castilla rumbo a sus posesiones de Aragón, evitando cualquier problema con su hija Juana y Felipe.

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Luis de la Trémoille, con todos el clero consejeros presionaron al rey Luia XII para publicar sus buenas resoluciones del matrimonio de su hija con François d’Angouléme. Luis deshizo, aunque embarazosamente, los tratados con la casa de Austria.

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No convocó los Estados generales propiamente dichos por vía de elecciones generales; pero invitó a los parlamentarios y los cuerpos municipales a enviarles diputados a Tours. Los principales prelados y barones acudieron a la convocatoria. Los Tres Estados pidieron al rey una audiencia solemne, el 14 de mayo de 1506, En la gran sala del castillo de Plessis-lez-Tours, tan solitario y tan sombrío en tiempos de Enrique XI, donde mantuvieron animados y abiertos a todos. Un diputado de Nostre-Dame, de París, que llevaba la palabra, agradeció al Rey todo lo que había hecho por Francia, y le nombró en nombre de los Tres Estados el título de "Padre del Pueblo". "Sire", añadió el, "Nosotros hemos venido aquí para a haceros una petición tendente al bien general de vuestro reino, a saber: que vuestra hija única Claudia se espose con François d'Angulème, aquí presente que "es francés". Toda la asamblea estaba atenta a lo que respondería el rey, el cual lloraba de gozo, se hizo responder, por su canciller, que si él había hecho bien, ahora espera hacerlo mejor, y que conferenciaría con los sires de su sangre su consejo sobre esta petición que el entendía ahora hablar por primera vez. Los diputados de la Bretaña vinieron al día siguiente a apoyar la demanda de los diputados de Francia. Los bretones no quería separarse del reino, ellos mostraban ser mejores franceses que la propia reina de Francia. El 19 de mayo, el rey llama a los Tres Estados para notificarles que su petición estaba acordada y que el heredero al trono se casaría con la hija del rey. Francisco de Anguleme tenía entonces doce años; Claudia no tenía sino siete. Se esperaba la guerra entre Francia y Aragón por una parte, Castilla de otra, por esta ruptura. El 25 de septiembre de 1506, muere Felipe I en Burgos, en la Casa del Cordón, en extrañas condiciones que se especula con el envenenamiento por su suegro ya que desde que había entrado en España le requería le cediese el reinado de Castilla con todas sus extensiones, lo cual Fernando se quedaría escuetamente en el reino de Aragón y posesiones en Italia. Un cortejo encabezado por la reina se trasladó hacia Granada, viajando siempre de noche y alojándose en lugares donde las mujeres no pudiesen tener contacto con el cortejo, lo que aumentó las noticias de la locura de doña Juana. Se dice que, durante la enfermedad que le originó, recomendó su hijo a la generosidad del Luis XII. Luis aceptó esta llamada de un moribundo90, y mantuvo la paz con el pequeño Carlos de Austria, y le protegió en los Países Bajos, como soberano de Flandes. Respecto a Luis II, los nacimientos, seguidos de las sucesivas muertes de sus niños agotaron a Ana de Bretaña, y se retiró a la segunda planta construida situada cerca de la capilla, mientras su hija Claudia ocupaba apartamentos, cerca de ella, al otro lado de una sala de recepciones. 90 Dudamos de este hecho pero comprendemos la autoridad de Henry Martín o.c. pág. 18, del tomo II.

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CAPÍTULO XXXVI

César se Fuga de la prisión

En la torre de la Mota, que sólo recibe la luz por medio de saeteras, cumple los treinta años, una de las edades más importantes de la vida. Mientras tanto, Lucrecia tiene y pierde a su primogénito; muere el rey de Nápoles. Es verdad que aun preso goza de relativa libertad y comodidades y mantiene correspondencia con Lucrecia y los Reyes de Navarra, sus mejores valedores: conserva su servidumbre, entre los cuales conocemos: su mayordomo y su secretario y canciller Fernando por las cartas que César escribió desde Pamplona en diciembre de 1506 que suponemos se alojarann en el mismo Castillo pero con libertad de movimientos. Un mes más tarde de la muerte de Felipe el Hermoso, tendrá lugar la huida de César de la fortaleza con ayuda del Conde de Benavente. Aquella noche del 25 de octubre, sin luna, ayudado por el Conde Benavente, un criado se descuelga por la robusta torre y César con él, se descolgaron mediante sogas de la Torre del Homenaje. El alcaide descubre la fuga y corta la soga, los fugitivos caen al foso del castillo de considerable altura, y mientras el criado es ejecutado, el héroe de Maquiavelo, herido en cara y manos y atravesado como un saco en el lomo de un caballo, alcanza gracias al Conde de Benavente, don Rodrigo Alonso Pimentel, enemigo del Rey Católico, y las ayudas interiores del capellán y algunos criados llegaron en secreto a Pozaldez, con su mayordomo y su secretario y canciller Fernando, al pueblo de Valladolid, y desde allí a los muros de Villalón para finalmente refugiarse en el Castillo de Benavente, en Zamora.

El palacio del conde de Benavente91

Entre sus muros se ocultó unos días, lugar que era señorío de su amigo el conde-duque, Hasta un mes después no se resuelve abandonar el aún infranqueable asilo feudal, "aún no repuesto del todo de sus heridas"

91 El IV conde y duque de Benavente, D. Rodrigo Alfonso Pimentel adquirió el día 4 de mayo de 1475, por 240.000 maravedís, una gran extensión de terreno al noroeste de Valladolid, «en la calle de la puente», con intención de edificar su casa palacio

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Consignada esta fecha, no es hasta quince días después cuando la Reina doña Juana firma la orden de "busca y captura" (La reina Juana ofreció diez mil ducados por su captura). del duque de Valentino, dado que su padre el rey Fernando el Católico, como Regente de Castilla, se encontraba ausente.

Su cabeza vale 10.000 ducados; la reina Juana ordena prenderle aun en lugar sagrado y prohíbe toda ayuda bajo pena de la vida. Esta orden estaba redactada de modo "terminante" pero llegó tarde porque cuando César Borgia se recuperó de sus lesiones en citado Castillo fueron con sus servidores y sus dos acompañantes con Martín de la Borda y Miguel de la Torre servidores del Conde de Benavente, se habían dirigido hacia el noroeste de Zamora y estaban ya muy lejos.

Avanzaban silenciosos a través de Castilla la Vieja, rojiza, monótona y glacial, para pasar al reino de Leon. De tiempo en tiempo encontraban grupos de campesinos. Pasaban los ríos por los vados, bañando sus piernas en el agua helada. A veces, creyendo ser perseguidos, estremecidos al sentirse solos en la inmensa llanura desierta, se ocultaban en un foso y esperaban, tumbados sobre la tierra endurecida, la llegada de la noche. Divisaron por fin los montes cántabros; confusa cordillera envuelta en brumas. El sol palidecía y el aire se hacía más suave. La meseta ondulada y en las diversas secciones aparecían mucha vegetación y numerosos árboles. El otoño avanzado los había desnudado, pero se sentía emanar del suelo el olor saludable de las hojas podridas. Los servidores del conde de Benavente Martín de la Borda y Miguel de la Torre se despidieron de sus otros compañeros porque habían recibido instrucciones de regresar cuando saliesen del Reino de Leon. César espoleó su caballo y corrió hasta las primeras pendientes; luego tuvo que aflojar el paso para esperar a su secretario Federico y a su antiguo mayordomo Requenses con otros servidores. Juntos penetraron en los primeros desfiladeros.

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Torreón de Cartes92

Avanzaban silenciosos, temiendo ser sorprendidos y cercados. Creían adivinar entre las rocas hombres emboscados. No se atrevían ya a detenerse en las posadas. Acuciaban a sus cabalgaduras y andaban durante toda la noche calados por las lluvias, reteniendo el aliento al ruido de una piedra desprendida o de un árbol sacudido por el viento. El alazán tropezaba en los cantos. César le levantaba a espolazos. El aire blanco acariciaba su cuerpo y distendía sus nervios. Después de la sequedad de Castilla se adivinada en la sombra la fuerza penetrante del mar. Sus cabalgaduras cayeron extenuadas. Llevándolas de la brida anduvieron hasta un pueblo cercano, Cartes. Entraron en la posada, comieron y durmieron unas horas. Al llegar la primera hora de la madrugada partieron secretamente. Todavía las mulas resistían aún. César, seguido por sus compañeros, cabalgaban silenciosos entre los cantos rodados de la montaña. Soplaba el viento. A sus oídos llegó el rumor del mar, que luego al amanecer divisaron sombrío y pesado, tristemente blanquecino en una de las rompientes.

92 De los señores de Castañeda, entonces.

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CAPÍTULO XXXVII DETENCIÓN SOSPECHOSA

Se deslizaron en Santander a la hora del crepúsculo. Pensaban encontrar una barca y hacerse a la mar en plena noche. El viento hacía chirriar las muestras de las tiendas. El mar mugía y la tierra parecía estremecerse a su sordos embates. César escuchaba asombrado. Bajaron al puerto. Redes de pescadores pendían de las paredes. Llamaron a las puertas y entraron en cuartuchos sombríos, aplastados, apestando a pescado y a salmuera. El mar desazonaba a César. Los compañeros Federico y su antiguo mayordomo, Requenses regateaban. César les interrumpió bruscamente ofreciendo oro. Los pescadores se volvieron hacia él, contemplándole con sus ojos penetrantes y enrojecidos. Imposible hacerse a la mar. La tempestad rugía. Tuvieron que buscar una posada. Pero habían ofrecido demasiado oro. Los pescadores sospechaban. Las mujeres formaban grupos en las puertas, apretando contra sus piernas las faldas que el viento alzaba. Hablaban de bandidos, de espías, de herejes y se santiguaban. El posadero saludó a César y a sus cuatro compañeros. Los instaló cerca del fuego y les prometió una comida suntuosa "arroz y tres gallinas esqueléticas" -y se fue a buscar a la policía-. Estaban cogidos. El corregidor de las cuatro Villas93 empujó la puerta de la posada y avanzó hacia ellos, trayendo a su derecha a un escribano, vestido de negro; a su izquierda, a un oficial de negro también, y detrás, a unos cuantos alguaciles ataviados igualmente de negro, pero de un negro desteñido. Se oyó gritar a las mujeres. Con sus manos mugrientas los alguaciles se apoderaron de César y de sus compañeros y los encerraron, incomunicados, en sendas habitaciones que olían a moho, a cebolla y a ratones. Los llamaron luego uno por uno y el corregidor comenzó gravemente sus interrogatorios.

Santander en el siglo XV

93 San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales.

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Respondieron uniformemente que se dedicaban a comprar trigo y que un excelente negocio les reclamaba con urgencia en un puerto de la costa. Tan pleno acuerdo conmovió a sus jueces. Habría podido darles tormento, tenacear sus carnes y romperles los huesos. Prefirió creerles y les comunicó que estaban libres y podían proseguir su viaje. Luego se levantó con majestad y salió. El escribano le siguió con sus papeles bajo el brazo, con las declaraciones escritas, con el oficial y los alguaciles mostrando sus calzas remendadas. Y como las comadres gritaran aún, las dispersaron a empujones.

A este respecto nos apunta Claudio de la Torre, antes citado, que en el Archivo de Simancas se conserva una carta del Corregidor de las Cuatro Villas del Mar, en la que éste se disculpa ante su reina por semejante torpeza. Este Corregidor que en aquel momento histórico lo era Don Pedro de Mendoza añade, "si hubiéramos sabido de su fuga, ni por todo el oro del mundo se nos hubiera ocurrido hacer nada contrario al buen servicio de su Majestad, ni mucho menos dejar en libertad al fugitivo, sabiendo quien era o sospechándolo siquiera". El posadero, balbuciente, trajo su arroz y sus gallinas. César envió a buscar de nuevo a uno de los pescadores, y el pobre hombre, deseando hacerse perdonar, salió corriendo. Los compañeros de César se enjugaban en silencio la frente sin quitarse el sombrero. El pescador llegó. "¿Cuánto quieres por llevarnos esta misma noche a Bermeo?", preguntó el mayordomo de César. La tempestad bramaba. "50 ducados." Una fortuna para el pescador y nada para César. Pero rehusó, temiendo delatarse. ¿Los tomaban todavía por rebeldes o judíos?. Se pusieron de acuerdo en 25. Se envolvieron en sus ropas y durmieron sobresaltados. El corregidor podía reflexionar, consultar con su mujer y presentarse de nuevo. Cansados de sus pesadillas, se levantaron. El sereno cantaba con voz sorda las dos de la madrugada. Bajaron al puerto rozando las casas dormidas. El pescador les esperaba en el muelle. Divisaron su linterna y distinguieron a sus hombres. La barca, fuertemente amarrada, se balanceaba. El pescador vino a su encuentro. No podían salir aún.. Tenían que esperar el día. Esperaron traspasados por la bruma y embarcaron al amanecer. César se sentó entre los rollos de amarras.

CAPÍTULO XXXVIII Continuación del viaje hacia el Reino de Navarra

Bogaron durante toda la mañana. El viento los impulsaba hacia la costa, pero la barca se tumbaba sobre un costado y coronaba las olas o descendía suavemente en los intervalos. Se oía chascar las velas y crujir la quilla. Los mástiles se balanceaban. La costa aparecía recortada y verde bajo las nubes, descendía, se hundía, naufragaba. Cada ola alzaba rápida a César y le dejaba caer luego bruscamente, cortándole la respiración. Sobre su labios agrietados cayeron gotas insípidas de lluvia. Los marineros invocaban a Santiago querían volver a tierra. Pero César se opuso y continuaron con rumbo al este. A mediodía, desalentados ya, pusieron proa a tierra y depositaron a César y a sus compañeros en una playa.

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IgleSia de Santa Maria de la Asuncion

Estaban en Castro Urdiales. No encontraron caballos. En aquella región escarpada y cubierta de bosques, sólo se viajaba por mar. Tenían, pues, que esperar el fin de la tormenta. Pasó el día, la noche, otro día más. Refugiados en una posada sólo por turno se atrevían a dormir. Por fin, un capuchino les trajo tres mulas gordas, pacíficas y de corto aliento. Prometieron no fatigarlas y montaron en ellas.

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Un lego les seguía. Partieron lentamente por los senderos mojados camino de Vizcaya y Guipúzcoa. El lego tatareaba cánticos religiosos. Dominadas las primeras cuestas, fuera ya del alcance de la vista, espolearon a sus cabalgaduras, que se encabritaron y cocearon sorprendidas. Domeñadas por fin, corrieron, sacudiendo locamente sus campanillas. El lego gritaba y agitaba su bastón. César apretaba los dientes, sintiendo jadear bajo su cuerpo al pesado animal. Subieron y bajaron sin tregua ni reposo. En las cuestas arriba el lego los alcanzaba., los insultaba, colmada de apelativos cariñosos a sus mulas y lloraba viéndolas sangrar. Dejaron Bilbao a su izquierda, continuaron a través de los bosques. El lego, sin aliento ya, había cesado de gritar. César y sus compañeros continuaron a través de los bosques, habían desenvainado sus dagas y aguijaban con ellas en la grupa a las mulas. Hasta que cayeron reventadas. César y sus acompañantes siguieron a pie hasta Durango, pueblo hundido entre montañas. Encontraron tres caballos y continuaron la marcha por caminos profundos, entre achaparradas encinas. El suelo estaba cubierto de bellotas. A las encinas sucedieron luego hayas de tronco gris y castaños más frescos aún y más relucientes. Una llovizna sutil les envolvía, aumentando el silencio. Las casas eran verdes y blancas con grandes balcones de madera. El océano había desaparecido. Se detenían a penas, saltaban de una montaña otra y seguían su marcha ante el asombro de los habitantes de los pueblos. César recordaba en su carrera nocturna hacia Urbino y sus maravillosas tradiciones. El porvenir volvía por fin abrírsele ante él. Ya se encontraban en Navarra. Se les vio en Lizarra, en Ataun se encuentra el Parque Natural de Aralar y en Echarri. En este último lugar encontraron un guía y se hicieron conducir por senderos extraviados.. Por fin divisaron Pamplona y su llanura.

Al fin, una mañana de diciembre ve por primera vez las enhiestas torres

fortificadas de Pamplona, su antigua sede episcopal.

¿Qué pasaría por su mente y sentiría, en el momento en que subiría a su antigua querida ciudad recordando que ejerció como obispo? La enorme catedral se alzaba por encima de las murallas. De niño, en Roma, había sido obispo de aquélla ciudad.

Y cuando enfilan el ceñudo pasadizo de la Torre de la Traición, el círculo mágico

que comenzó en Pisa se ha cerrado: no queda más salida que la muerte.

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Murallas de Pamplona94

Habían llegado el 3 de diciembre de 1506.

CAPÍTULO XXXIX Las últimas cartas de César Borgia

Desde Pamplona escribió al marqués de Mantua la última carta que de él se conserva: "Excmo. príncipe y Sr. cuñado, amado como hermano: Aviso a vuestra excelencia de que tras tantos trabajos ha placido a Dios Nuestro Señor librarme y sacarme de prisión. Mi secretario Federico, portador de la presente, os contará el modo cómo ha sucedido. Plega a Dios y a su infinita clemencia que sea para mayor servicio. Al presente me encuentro en Pamplona, junto a los ilustrísimos rey y reina de Navarra. Llegué el 3 de diciembre, según podrá informar a vuestra señoría, lo mismo que de todas las cosas el citado Federico. Os ruego que le prestéis, a cuanto diga en mi nombre, la misma fe que le prestarías a mí propia persona. Me encomiendo para siempre a vuestra excelencia. De Pamplona a 7 de diciembre de 1506. De vuestra excelencia compadre amigo menor, César". La letra está sellada con una oblea y el sello lleva las dobles armas de César, finamente trazadas, con la inscripción: César Borgia, de Francia duque .Valentinois. uno de cuyos escudos contiene las armas de los Borgia con los lirios franceses y sobre la corona se elevan siete dragos largos de agudas lenguas; el otro, las armas de la mujer de César, con los lirios de Francia y un caballero al lado sobre la cimera95.

94 Estas murallas son del tipo Vaubin construidas mucho mas tarde. 95 Carta de César Borgia al marqués Francisco Gonzaga, Pamplona, 7 de diciembre de 1506. En el archivo Gonzaga, de Mantua

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César despachó a su antiguo mayordomo, Requesens, a fin de que impetrase del rey de Francia autorización para volver a su Corte y a su servicio, pero Luis XII no quiso saber nada de él por los compromisos adquiridos con Fernando. A las pretensiones del comisionado de que se le entregase, como representante de César, el ducado de Valentino o Valentinois y la pensión que percibía como príncipe de la Casa de Francia, se le contestó con una rotunda negativa.96 Por primera vez en muchos años, César se sentía tranquilo. - Creo que ya es hora de que vuelva a reunirme con mi esposa y mi hija- le dijo un día al rey. Desde que nos despedimos, he escrito a Charlotte en numerosas ocasiones y le he enviado obsequios para ambas, pero, cada vez que pensaba que se aproximaba el momento de volver a reunirme con ellas, surgía algún nuevo peligro que lo impedía -dijo. El rey Juan acogió con entusiasmo la perspectiva de volver a ver a su hermana y a su sobrina. Así, los dos amigos brindaron por el reencuentro con Charlotte. Y esa misma noche, César escribió a su esposa al castillo de la Motte Feuilly. "Mi querida Charlotte: Por fin puedo haceros partícipe de las noticias que desde hace tanto tiempo deseaba haceros llegar. Quiero que os reunáis conmigo en Navarra, vos y la pequeña Luisa. Juan se ha portado como un verdadero hermano conmigo y la situación aquí permite que volvamos a estar juntos. Se que e viaje será largo y fatigoso, pero una vez que estés aquí, ya nunca volveremos a separarnos. Vuestro y enamorado, César". De Pamplona 10 de diciembre de 1506. A la mañana siguiente, César envió la carta por correo real. Aunque sabía que todavía pasarían varios meses antes de que su esposa y su hija se reunieran con él, la perspectiva de volver a verlas lo llenaba de gozo. El secretario de César llegó a Ferrara a últimos de diciembre. No es de creer que pasase a Italia con el único fin de confirmar la libertad de su señor. Debía de llevar el secreto propósito de informar sobre el estado de las cosas y si era todavía posible una restauración del ducado de Romaña. Pero semejantes proyectos en ningún momento podían ser más inoportunos que a fines del año 1506, cuando Julio II acababa de tomar posesión de Bolonia. El marqués Gonzaga, con cuya benevolencia especulaba todavía César, era generalísimo del ejercito pontificio, el cual se disponía a emprender una campaña en Romaña. Esta región era la única dónde se podía soñar con una restauración del dominio de César. Su gobierno había dejado profunda huella y los habitantes preferían someterse a él que ser tornados por la iglesia. Debemos dar fe al historiador aragonés Zurita cuando dice que la liberación de César consternó al papa, pues el duque era un hombre tal que por sí sólo se bastaba para levantar a Italia entera. 96 Despacho del embajador de Ferrara en Francia, a Manfredo Manfredi, al duque Alfonso, en ello de 1507.

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Le amaban sus gentes de guerra y otros muchos en Ferrara y en las tierras de la iglesia, circunstancia que raramente se produce con tiranos de su clase. Esto demuestra que la auténtica figura histórica de César Borgia era muy distinta de como la ha presentado la posterioridad, especialmente desde la época romántica. El comisario de César se atrevió a presentarse en Bolonia a pesar de que se encontraría allí el Papa Julio II, el cual lo hizo prender. Informada Lucrecia se apresuró a escribir al marqués Gonzaga la siguiente carta: "Ilmo. Sr., cuñado y hermano respetabilísimo. Acabo de saber que por mandato de su santidad, nuestro Señor, ha sido preso en Bolonia Federico, canciller del señor duque mi hermano. Estoy segura de que no ha cometido ninguna falta y que no habrá venido para decir ni para hacer nada que le pueda resultar desagradable o molesto a su Santidad, ya que cosa semejante no podría pasar por el pensamiento ni por el ánimo de su excelencia. Si hubiese traído algún encargo él me lo habría comunicado anticipadamente, y yo no le habría tolerado ni le toleraré jamás que diese motivo a sospechas siendo, como soy, lo mismo que mi ilustre señor consorte, devotísima y fidelísima sierva de su beatitud. En cuanto a mí, ni encuentro ni hallo que dicho canciller haya venido para otra cosa que para traer la noticia de la liberación de mi hermano, por lo que tengo por cosa indubitada es del todo inocente. Su detención es un hecho que supone para mí un peso grave, sobretodo por el descrédito que puede suponer para mi hermano, como si no estuviese en gracia de Su Santidad, lo cual equivaldría a no estarlo yo tampoco. Os ruego, por consiguiente, que en cuanto pueda vuestra excelencia y por el amor que me tiene procure arreglarse cerca de Su Santidad de modo que el preso sea puesto en libertad. Así lo espero de la benignidad del Pontífice y de la eficaz intercesión de vuestra excelencia, que nunca me podrá hacer mayor servicio que éste, ni que me deje más obligada, por honor nuestro y por todos los conceptos, de modo que os encomiendo una vez más y de todo corazón este asunto. Ferrara, 15 de enero de 1507. De vuestra excelencia hermana y sierva, la duquesa de Ferrara."97

CAPÍTULO XL

Situación del Reyno de Navarra

Estos problemas personales: la pérdida del ducado de Valenntinois que decreta Luis XII, la falta de dinero, pero sobre todo le aguarda una situación que en principio extraña acabará siendo la más importante y propia: La guerra. Varios días después, mientras cenaba con el rey, César le preguntó a su majestad le indicase la situación en que se encontraba Navarra, por cuanto había ya notado cierta preocupación en el monarca.. El rey Juan tardó algunos segundos en responder. 97 Carta de Lucrecia Borgia al marqués de Gonzaga, Ferrara, 15 de enero de 1507. En el archivo Gonzaga, de Mantua.

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-El conde Luis de Beaumont lleva meses causándome problemas -dijo finalmente, Incapaz de contener su ira por más tiempo-. Sus hombres roban el ganado y el grano a mis súbditos, y los dejan sin sustento. Fingiendo servir a la iglesia en una causa supuestamente santa, intenta sobornar a mis capitanes con tierras y oro para que me traicionen. Pero esta vez el conde se ha superado asimismo. No hace muchas horas que sus soldados se han apoderado de una población, y, tras torturar a todos los hombres y violar a las mujeres., han prendido fuego a toda la aldea. Ya no se trata de un incidente aislado. Beaumont pretende apoderarse de mis territorios. Y su estrategia es el terror. Pretende aterrorizar a los aldeanos para que me abandonen y acaben rindiéndole pleitesía para poder conservar los hogares y sus vidas. Una vez más, la traición surgía como un dragón desde las profundidades. César, que conocía la traición mejor que nadie, temió por Juan. De repente, el rey golpeó la mesa con ambos puños y derramó el vino de la copa. - ¡Lo detendré! ¡Lo detendré! -exclamó-. Como rey de Navarra debo proteger a mis súbditos. El pueblo no debe vivir atemorizado. Mañana mismo conduciré mis tropas hasta Viana y tomaré su castillo. Habláis como verdadero rey - dijo César. Y haréis bien en someter al conde de Beaumont , pero no debeis ser vos quien lidere las tropas, pues el enemigo sin duda opondrá una resistencia feroz y vos sois demasiado valioso para el reino como para arriesgar vuestra vida. Nunca podré saldar mi deuda con vos, pues me ayudáisteis cuando todos los demás me dieron la espalda, pero ahora permitíd que sea yo quien cabalgue al frente de vuestros hombres, pues he liderado muchos ejércitos y os aseguro que saldremos victoriosos. Desarmado ante sus argumentos, el rey Juan accedió a los deseos de César. Ambos pasaron buena parte de la noche estudiando los planos de las defensas de Viana y planteando la estrategia que debía conducirlos a la victoria. Al día siguiente, César se levantó antes del amanecer. Las tropas esperaban listas para emprender la marcha. Su caballo, un brioso semental bayo, galopaba el empedrado nerviosamente con sus poderosos cascos. Así, el ejército del rey de Navarra, liderado por César Borgia, atravesó extensas praderas, subió colinas y vadeó ríos, hasta que, finalmente, llegó a la plaza fortificada de Viana. César estudió las defensas del enemigo. Los muros eran altos y recios, parecidos a los de Forli o Faenza. Viana no debería ser una plaza difícil de tomar. El tiempo era pésimo. Era el 10 de marzo y creyó conveniente esperar a la mañana siguiente para decidir el asalto al castillo del conde de Lerín. Ordenó a sus hombres que encendieran hogueras para calentarse y pasar la noche frente al castillo estableciendo guardias periódicas con un capitán y un alférez con diversos hombres de infantería. César vigilaba el castillo y, estudiaba a sus hombres para conocerlos mejor y tener gran influencia sobre ellos. Hablaba unas palabras con ellos para que tuviesen confianza en la victoria. Era una lástima que no se hubiese dedicado más tiempo para tratar uno a uno y conocerlos a todos como conocía a sus capitanes. No encontró a

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los hombres como le hubiese gustado. Tenía que confiar en ellos porque dependía el éxito o fracaso de destruir a su enemigo. Les dio instrucciones para las contraseñas, guardia y relevos, indicándoles que le avisasen de cualquier peligro. Toda la noche estuvo nevando, por lo que el frío aumentó a medida que venía el próximo día.

NAVARRA: UTRIQUE RODITURii

CAPÍTULO XLI El campo de la verdad y muerte

Comienza los Idus de Marzo, el día 11 de 1507. VIANA98

98 Viana, ciudad amurallada en época medieval por Sancho el Fuerte e instituida en principado por Carlos III, donde se encuentra la tumba de Cesar Borgia, capitán general de la armada navarra.

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Iglesia de Santa María

Viana en otoño es gris, y verde suave, ladrillo antiguo, cornisa mordida, porche techado, zaguán oscuro, lluvia fina, campo jugoso, paz. Las voces de lo temporal parecen callarse, y en la plaza sólo se oyen los ecos robustos y antiguos de la ciudad murada, cabeza de Principado, las fieras voces del honor, la venganza y la bandería.

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La lápida y el monumento, lo horizontal y lo vertical, la muerte y la vida, la leyenda y la realidad. Ambas confluyen en esta historia.

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Retablo de la Iglesia de Santa María

Igual que lo había hecho tantas otras veces, César desplegó a hombres alrededor de la fortaleza con una armadura ligera y la espada desenvainada, estaba listo para la lucha. El mismo, daría la carga ante la caballería ligera, pues, al no poder confiar en la infantería, porque eran hombres de campo que no sabían de guerras, la batalla dependería de lo que hiciera la caballería. Tal como lo había visto hacer tantas veces a Vito Vitelli, y le enseñaba Leonardo, dispersó los cañones frente al perímetro de las murallas, protegiéndolos del enemigo con unidades de caballería e infantería. Una vez satisfecho con la posición de los hombres, ordenó que los cañones disparasen contra las torres y las almenas, pues sabía que así provocaría numerosas

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bajas en el enemigo, reduciendo los riesgos a los que deberían someterse a sus propios hombres. Los cañones hicieron temblar la tierra.

Todo se desarrolló tal y como estaba previsto. Los cañones dispararon una y otra vez hasta que la parte superior de las murallas empezaron a desmoronarse, derrumbándose a ambos lados de la fortaleza. César no tardó en oír los gritos de los enemigos que habían sido mutilados por el bombardeo.

Al cabo de una hora de incesantes bombardeos, César ordenó que todas las piezas de artillería se reuniesen frente a un mismo flanco de la fortaleza, donde concentrarían sus disparos en una sección de la muralla de unos 15 m de ancho. Por ahí cargaría la caballería en cuanto los cañones abrieran una brecha.

Al ver cómo los muros temblaban con cada nueva descarga, César supo que había

llegado el momento. Una brecha enorme fue abierta y, por ella podía atravesar la caballería.

Ahora esperaba de aquellos hombres tuviesen una fe ciega en él y sirviesen a su rey.

Estaba todo nevado y con un frío intenso, ordenó a la caballería que se preparase

para la lucha. Los capitanes transmitieron la orden a los soldados subieron a sus monturas, empuñando sus temibles lanzas. Además, llevaban espadas colgando de las sillas para seguir luchando en caso de ser desmontados.

César montó en su brioso corcel con la lanza en posición de ataque y comprobó que su espada y su maza estuvieran bien sujetas a la silla.

La sangre de César volvía a hervir con el ardor del guerrero. pero esto era más que eso, no se trataba de una batalla más. Ahora luchaba por un rey que había sido generoso con él, por un rey que se había convertido en su amigo, en su hermano.

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Si todo marchaba como estaba previsto esa misma noche le comunicaría personalmente al rey de Navarra, su amigo benefactor, que el enemigo había sido derrotado.

Por la brecha abierta en el muro, ordenó a sus soldados que estuviesen prestos

para que la caballería pudiera acceder a la plaza. -¡A la carga!- gritó César al tiempo que bajaba la visera de su yelmo. Un segundo

después, galopaba hacia la brecha abierta en la muralla. Pero algo iba mal, no escuchaba el retumbar de los cascos galopando a su espalda.

Sin detenerse, César giró sobre su montura. La caballería al completo permanecía inmóvil, en perfecta formación. Ni uno sólo

de sus hombres lo había seguido. Las tropas de reserva del conde Beaumont no tardarían en posicionarse cerca de la

brecha abierta en el muro y, entonces, todo el trabajo de la artillería habría sido inútil.

César detuvo su caballo y levantó la visera de su yelmo. ¿Por qué no seguís a vuestro general? ¿Acaso os habéis vendido? ¡Carcad! -gritó

con toda fuerza de sus pulmones. Entonces pensó que tenía dos alternativas: una volver hacia sus hombres y cara a

cara exigirles el juramento del cumplimiento de su deber o matarlos a quien no lo hiciese; la otra, la peor, era de enfrentarse él solo a su enemigo. Estaba indeciso y por una vez se le nubló la cabeza y cometió el gravísimo error; si la caballería de Navarra había traicionado a su rey, los miserables se habían vendido al enemigo, habían cometido el delito de alta traición por lo que podría matarlos inmediatamente.

César nunca traicionaría a su amigo, a su salvador. Se bajo la visera del yelmo, y con la lanza ajustada bajo el brazo, eligió la peor

alternativa y galopó en solitario a través de la brecha. Grave error diría Maquiavelo. No es el hombre frío, sereno, que domina con su profunda mirada y avasalla todo

lo que encuentra, no. No es César Borgia, es otra persona distinta una persona que ha perdido su dominio y su fe en sí mismo, no es el superhombre, el modelo que escogió Maquiavelo para su novela “El Príncipe”, ahora le dominan las pasiones y de buen auriga que era, esta mañana de los Idus de marzo no controla su caballo, y galopa desbocado hacia un enemigo.

Los soldados del conde esperaban con picas, lanzas y espadas. Y aún así, César siguió galopando. dio muerte a los dos primeros hombres que encontró en el camino, pero pronto se vio rodeado por el enemigo.

Blandiendo la espada en una mano y la maza en la otra, César lucho por su vida.

Un soldado tras otro fueron cayendo a su alrededor, atravesados por la espada o aplastados por su maza. hasta que su caballo se desplomó, y César rodó por el suelo, intentando esquivar las plicas y las espadas del enemigo. Consiguió incorporarse y, aunque había perdido la maza, se defendió asestando golpes con la espada a diestro y siniestro.

Pero el enemigo era demasiado numeroso. Sintió cómo el filo de una lanza se

clavaba en su costado y, de repente, todos los soldados se abalanzaron sobre él,

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atravesándole una y otra vez con sus espadas. Sangraba por numerosas heridas. Cada vez estaba más débil. Y entonces oyó la voz del destino, reconfortándole: "Vivir para las armas y morir por ellas". Mientras caía desplomado al suelo, su mente le trajo la imagen de su amada Carlota y de su hija Luisa. Sus pensamientos cesaron99.

César Borja había muerto traicionado por los hombres del propio rey de Navarra

por no obedecer a su rey. El Conde de Lerín, condestable de Navarra, marqués de Huéscar en el Reino de

Granada, primo del Rey don Juan, cuñado del monarca de Castilla y Aragón, era el causante de su muerte.

Las mismas manos, cubiertas con los guantes cardenalicios, coronaron a

descendientes de San Luis; esos labios cárdenos y entreabiertos, decidieron el destino de Italia durante tres años; pero el tiempo de tales bagatelas pasó: con el sobrio poeta castellano podemos preguntar:

Di, muerte ¿Do las escondes e tras pones?

Pronto habría de poner la muerte término definitivo a las esperanzas del famoso César.

La caída de aquel hombre formidable, príncipe del Renacimiento, que había hecho

temblar a toda Italia y cuyo nombre había alcanzado tanta celebridad, libró a Julio II de un pretendiente que con el tiempo podía resultar bastante molesto. Nadie puede imaginar las dificultades que le hubiese llegado a crear en el supuesto de haber seguido viviendo. Durante la guerra con Venecia podría haber sido condottiero de la Serenísima en Romaña; o bien en la guerra contra Francia, cuando el Papa se apartó de la liga de Cambray, pues es muy probable que Luis XII, en sus lógicos deseos de venganza, hubiese utilizado las indudables actitudes y las numerosas relaciones de César para intentar la recuperación de la Romaña. Todo ello hace que el flamante capitán general de Navarra, "para hacer entrar en razón a los rebeldes", y a partir de aquí, siguiendo uno de los relatos publicados por el precitado Claudio de la Torre, se nos dice textualmente: "En las afueras de Viana, en un paisaje desolado, sin el más leve adorno de verdor, sin siquiera horizonte, porque el lugar se esconde entre los guijarros de un barranco, fue muerto César Borgia en una emboscada por los soldados del conde de Lerín". Y continúa después: "sus restos mortales fueron enterrados con gran pompa, y bajo soberbio monumento, en la Iglesia parroquial de Santa María, de Viana." El Conde de Lerín le hará duelo como buen caballero; el rey de Navarra le construirá un monumento sepulcral en la capilla mayor de Santa María de Viana, hasta que un obispo de Calahorra del siglo XVI, en acto de contrahecha venganza que hoy nos parece antológico de la soberbia y estupidez humanas, haga sacar el cuerpo a la calle "para que en pago de sus culpas lo pisoteen los hombres y las bestias". Parece quedaban unos huesos en 1886: el resto era ya polvo entre los miles de partículas del seco suelo de la Villa. 99 Garcés de Ágreda y Pedro de Allo posiblemente fueron los que le mataron.

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Un ilustre Navarro levantó a la memoria de César. hace cuarenta años; y, finalmente la Diputación Foral de Navarra remedió tanta incuria en 1965. Un poco en un tono menor, este ensayo quisiera ser también un recuerdo y un sencillo homenaje.

El sepulcro y el monumento100

Hoy, una lápida en mármol blanco, frente a la puerta principal de la iglesia de Santa María, señala su sepultura:

CÉSAR BORGIA GENERALÍSIMO DE LOS EJÉRCITOS

DE NAVARRA Y PONTIFICIOS. MUERTO EN CAMPOS DE VIANA

100 César Borgia y Navarra. Autor: Ortiz Felipe, Francisco Javier Publicado por: Gobierno de Navarra. Fecha de Edición: 1983. 4ª edición

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CESAR BORGIA

EL XI DE MARZO DE MDVII.

Lápida de César Borgia, en el suelo frente de la

portada de Santa María de Viana.

Su cadáver fue enterrado en Santa María de Viana, en donde el rey don Juan mandó labrar un sepulcro en alabastro, hoy desaparecido, con un epitafio que decía:

Aquí yace en poca tierra el que toda le temía

el que la paz y la guerra en su mano la tenía.

Oh tú, que vas a buscar dignas cosa de loar

si tú loas lo más digno aquí pare tu camino

no cures de más andar". La portada y la lápida elevan al cielo el sordo murmullo del dolor, el misterio nunca resuelto de la historia y de la vida humana, el brazo truncado y la terrible paradoja del protagonista del más brillante escenario de Europa asaltado de noche por una muerte arrebatada y aplastado aún más por miles de días de infinita ignominia. El halo dorado de la leyenda, sublima y condena a la vez a César Borgia a la puerta de Santa María, junto a la plaza de los Fueros. Hay sin embargo en Viana otra plaza, más pequeña, más clara, recostada al pie de la muralla, con un convento sencillo y femenino. No se ve el campo: sólo el cielo. Dentro, sobre un sobrio monolito, se yergue en bronce oscuro la cabeza de César, sobre el escudo del Reino en cuya defensa murió.

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Quinientos años lleva enterrado en Viana César Borgia. El tiempo pasa: tanto tiempo es una noble pesadumbre, bajo la cual las cosas se despojan de sí mismas y nos entregan su oculto secreto y su alma verdadera.

"En las afueras de Viana, en un paisaje desolado, sin el más leve adorno de verdor, sin siquiera horizonte, porque el lugar se esconde entre los guijarros de un barranco, fue muerto César Borgia en una emboscada por los soldados del conde de Lerín". Y continúa después: "sus restos mortales fueron enterrados con gran pompa, bajo soberbio monumento, en la iglesia parroquial de Santa María, de Viana."

Pero el tiempo y los hombres terminaron por demoler el monumento, y la orden

inapelable y feroz de un obispo de Calahorra de finales de siglo XVII, dispuso arrojar los restos del duque de Valentinois y de la Romaña fuera de la iglesia, a la calle, allí donde fueran pisoteados por los transeúntes y las bestias.

-Tremendo obispo- .No tuvo caridad por los huesos del que fue todo un príncipe

del Renacimiento, aquel que se asegura sirvió a Nicolás de Maquiavelo como modelo fiel para que figurara en su obra "El Príncipe" y hasta en esto tuvo César Borgia que encontrarse con el rey Católico, Fernando II de Aragón y Fernando V de las Españas, al que su padre, Alejandro VI, como Papa, le otorgó ese título de "Católico" y al que algunos lo identifican también como modelo para la citada obra del florentino

¿Existen restos de César Borgia?

Ya vimos como los restos mortales del otrora prepotente César Borgia, duque de Valentinois y duque de la Romaña, enterrados en plena vía pública, frente a la iglesia parroquial de Santa María, de Navarra, en Viana, permanecieron allí sin saberse exactamente el lugar, ya que careciéron de lápida o señal externa desde que aquel inquisitorial obispo de Calahorra ordenase la exhumación y retirada del "soberbio monumento funerario" en que yacían sus restos, y hasta 1945 no fueron buscados, en el mes de agosto de ese año, mediante unas excavaciones practicadas en los referidos parajes de la ciudad Navarra, y allí "se encontraron unos huesos que, colocados en un pequeño cofre me cupo el honor de llevar con mis propias manos, (las de Claudio de la Torre), al archivo Provincial de Navarra, donde quedaron depositados".

Los huesos hallados en plena vía pública parecen ser auténticos, según el informe que, a la visita de los mismos, realizaron los doctores Juaristi y Becerra estimando que aquellos eran los restos mortales del Valentino, siguiendo así una honda tradición, pero también todavía algunos pocos discuten su identidad. No obstante, y respaldando su informe, el propio Dr. Juaristi donó su sepulcro labrado y monumental a la ciudad de Viana para que albergase los restos mortales que él mismo y la tradición histórica estiman pertenecieron a César Borgia; por ello el curioso viajero que visite la ciudad de Viana, en el reino de Navarra, hoy Comunidad Autónoma, podrá contemplar el monumento funerario que el citado Dr. Juaristi donó, un desagravio de lo realizado por aquel obispo de Calahorra, para que sirviera de cristiano enterramiento de los despojos de aquel príncipe del Renacimiento, con sus contradicciones vicios y virtudes (que alguna tendría) nuestro César Borgia, el cual tuvo como mote lema de sus empresas el

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"Aut Caesar, aut nihil" (O Cesar, o nada).

Escudo del duque de Valentinois

R.I.P.

" Aqui em pouca terra, jaz quem todos os homens temeram; quem a paz e a guerra tinha nas mãos.

Oh, tu que vais buscar coisas dignas para se louvar; Se tu louvas o mais digno; Pare aqui o teu caminho;

não te preocupe em mais andar."

Nota: Esta poesía está tomada de Internet pero con muchas falsedades la obra,

entre ellas, todas las leyendas fabulosas las considera correctas. No indica fechas correctas, como la boda de César ni tampoco dónde se encuentran las cenizas que dicen que en Roma y que las “robó Micheloto para entregarlas a Lucrecia”.

Don Jean d’Albret Rey de Navarra (Ante Cesare Borgia muerto, invoca a la humanidad doliente)

Tu que quisieras llorar, la tristeza de la vida, esa vana queja olvida, que aquí puedes derramar de lágrimas, magno mar, que acaban de derribar a quien debía llegar a reinar sobre el mundo...

Helo aquí, en el lodo inmundo, ya sin sangre que manar. ¡Oh! Tú que vas a buscar cosas dignas de loar,

si tu loas lo más fino, aquí para tu camino,

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no cures de más andar, que a quien toda le temía, yace muerto, en poca tierra, el que la paz y la guerra,

en la su mano tenía. ¡Ahora, pálida y fría!

CAPÍTULO XLII Restos finales

Ya vimos como los restos mortales del otrora prepotente César Borgia, duque de Valentinois y duque de la Romaña, enterrados en plena vía pública, frente a la Iglesia parroquial de Santa María, de la Navarra Viana, permanecieron allí sin saberse exactamente el lugar, ya que careciéron de lápida o señal externa desde que aquel inquisitorial obispo de Calahorra ordenase la exhumación y retirada del "soberbio monumento funerario" en que yacían sus restos, y hasta 1945 no fueron buscados, en el mes de agosto de ese año, mediante unas excavaciones practicadas en los referidos parajes de la ciudad Navarra, y allí "se encontraron unos huesos que, colocados en un pequeño cofre me cupo el honor de llevar con mis propias manos101, al archivo Provincial de Navarra, donde quedaron depositados". Los huesos hallados en plena vía pública parecen ser auténticos, según el informe que, a la visita de los mismos, realizaron los doctores Juaristi y Becerra estimando que aquellos eran los restos mortales del Valentino, siguiendo así una honda tradición, pero también todavía algunos pocos discuten su identidad. No obstante, y respaldando su informe, el propio Dr. Juaristi donó su sepulcro labrado y monumental a la ciudad de Viana para que albergase los restos mortales que él mismo y la tradición histórica estiman pertenecieron a César Borgia; por ello el curioso viajero que visite la ciudad de Viana, en el reino de Navarra, podrá contemplar el monumento funerario que el citado Dr. Juaristi donó, un desagravio de lo realizado por aquel obispo de Calahorra, para que sirviera de cristiano enterramiento de los despojos de aquel príncipe del Renacimiento, con sus contradicciones vicios y virtudes (que alguna tendría) nuestro César Borgia, el cual tuvo como mote lema de sus empresas el

"Aut Caesar, aut nihil" (O César, o nada).

Como "condotiero" o caudillo militar, al frente del ejército pontificio que él organizó, durante el papado de su padre Alejandro VI, conquistó las plazas de la Romaña de Imola, Forni, y Casena, liberó Pésaro (tiranizada por Juan Sforza), Rímini que lo era por Pandolfo Malatesta, y también Faenza oprimida por Astorre Manfredi, lo que motivó su nombramiento, duque de la Romaña, y asimismo detuvo y desvió de los Estados de la Iglesia a las tropas francesas que mandaba el propio rey Carlos VIII, en su camino hacia Nápoles, donde se encontraron con el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Luis XII de Francia le hizo duque de Valentinois, su padre el pontífice Alejandro VI, duque de Romaña, y ambos ducados un tanto efímeros, el uno otorgado en 1498 por un monarca subyugado por las dotes de atracción que poseía César Borgia, y en 1501, por el Papa reinante que, pese a los lazos de sangre que los unía, no pudo sustraerse a los grandes servicios que había realizado al aumentar y afianzar los Estados Pontificios que sus campañas militares por la Romaña. Obispo, Arzobispo, 101 Las de Claudio de la Torre.

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Cardenal de la Santa Iglesia Romana, General de los Ejércitos pontificios, duque de Valentinois y duque de la Romaña. Capitán General del reino de Navarra (1507), y muerto en una obscura escaramuza, como ya hemos apuntado aquel 11 de marzo del año 1507. Su matrimonio con la hermana del rey de Navarra Juan de Albert, tuvo lugar el 12 de mayo de 1499, a los veinticuatro años, en la plenitud de su poder, que creo llega a su cenit en 1501, cuando le es otorgado el Ducado de la Romaña... "sic transit gloria mundi", que diría el clásico, para finalizar estas líneas enfocadas a resaltar a este singular personaje histórico, inspirador de Maquiavelo, junto a su antagonista Fernando el Católico, en su esporádica y forzada vinculación con el Castillo de la Mota, y concretamente a ella nos hemos referido especialmente. iiii“Utrimque roditur” (“Por todas partes me roen”). Este era el lema del mítico Príncipe de Viana.

CAPÍTULO XLIii La mujer víctima quien más le amó y que más sufrió: Charlotte d’Albret

Mujer ilusionada, mujer joven, alegre, dichosa en su infancia y, no solamente dichosa, sino llena de vitalidad, hermosura: una flor de la juventud. Cuando le proponen el matrimonio con César está en su plenitud; todas aman a César: ¿Por qué se ha fijado en ella? ¿No es un honor para ella? Carlota es humilde, se siente dichosa con las palabras bonitas, hermosas y dulces que le ha dirigido César cuando la enamoraba. Él le ha entregado el corazón y ella ha correspondido aceptando todas sus consecuencias. La descripción de la boda es un sueño y no nos detendremos en describirla por el lujo de detalles, regalos cuantiosos e importantes, invitados de las más altas clases sociales, y toda Francia está pendiente de esta boda. Pasa el acontecimiento, como todo en esta vida pasa y queda solamente el recuerdo. Se ha entregado a él, en amor íntimo, el primer amor, el verdadero, al único hombre de su vida que, no volverá a ver jamás. Para Carlota él es un héroe, tiene que ausentarse, no sabe que es la víctima de su tío Luis XII y de Alejandro VI. En su compromiso ella es la rehén que garantiza el inicuo pacto para que se lleve a buen término la guerra: ella es el precio, no lo sabe, ha entregado su corazón a César y confía en sus palabras de veneración y de amor que le ha dirigido como ningún hombre lo ha hecho.

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Escudo de Albert

Carlota compra el Castillo de la Motte Seuilly -éste es el nombre que ha prevalecido- está aún hoy día en pie y casi intacto; es una mansión de reducidas proporciones, compuesta de una torre hexagonal y completamente feudal, y de un cuerpo de edificio liso, con ventanas muy espaciadas y con dos cuerpos más, enfrente de los cuales, uno está flanqueado por un torreón. En el pabellón de la izquierda están las caballerizas, abovedadas, con gruesas nervaduras; las cocinas y las habitaciones de la servidumbre. En el de la derecha, la capilla, con ventana ojival, y

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que data del tiempo de Luis XII, está situada encima de una galería corta y descubierta, sostenida por dos pilares rechonchos, rodeados de nervaduras en relieve, cual gruesos troncos estrechados por enredaderas. Esta galería conduce al torreón, que data, como la torre de la entrada, del siglo XII. Hay en él habitaciones redondas, sobrias, pero elegantemente adornadas, con columnas incrustadas en zócalos con garras. En una torrecilla adosada al torreón, una escalera de caracol termina en una de esas antiguas armazones, de construcción sabia y atrevida, que son verdaderas obras de arte. En el centro de esta armazón hay un caballo de madera o potro, instrumento de tortura, cuya aplicación hasta fue fríamente reglamentada por un decreto del año 1670. Este horrible aparato data desde la construcción del edificio, puesto que hace cuerpo con la armazón. El agua de los fosos, alimentada, por un manantial cercano, separa el castillo del exterior. El puente levadizo, por la tranquilidad del lugar, permanecía bajado casi todo el día; el rastrillo estaba levantado casi siempre. Carlota d'Albret, reforma y amuebla el castillo de la Motte-Feuilly. para que crezca su futuro hijo o hija mientras su esposo está lejos "cumpliendo con su deber con ella"; y, cuando regrese a su lado, le encantará verla habiendo respetado su ausencia y no le ha olvidado jamás aunque no va a ser correspondida. Un día Carlota recibió un cuadro de su amado esposo. Primero lo instaló en su habitación y después en la Capilla. Carlota frecuentemente iba a la capilla, se arrodillaba y pedía por su esposo para que le protegiera. ¡Cuántas veces lloró ante él por su ausencia! No lo enseñaba nunca a nadie. El castillo es grande, hay que rellenar con muebles adecuados y exquisitos, que le gusten a su amor, César quien está presente siempre en su pensamiento. Cuando nace su hija, llena de alegría, rodeada de su servidumbre y de amigas entre las cuales estaba su predilecta Juana, le hacen compañía y la colman de regalos para la niña. Cuando está con su hija y la mira a sus ojos, ve el reflejo de la mirada de su esposo ausente... en su hija Luisa que crece lentamente su lado, le besa con un suave y sencillo amor, recordando al ser amado, siempre ausente y siempre presente en su corazón, ruega a Dios por él en silencio..., su hija tirándole de las faldas...

El castillo es su refugio, su escondite, su claustro, donde recibe algún consuelo de aquellas amigas que la envidiaban cuando iba a casarse con él, el hombre más codiciado de la tierra, el hombre de las leyendas, el ideal de una mujer, el príncipe encantado que, como en los cuentos de hadas, piensan las mujeres honestas que algún día vendrá a buscarle... pero ¡Qué desgracia! ¡No vuelve! ¡Le ha abandonado! ¡Oh! ¿Por qué no vienes? ¿Por qué me has abandonado?

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Después de unos meses en su matrimonio Charlotte en 1498,.

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Pasa el tiempo y con él la vida. un año, dos, cuatro, seis,... ¿Cuántos? No lo se,

siempre esperando, siempre con fe, pero nunca, nunca lo verá, a pesar que desde todas las ventanas, mira hacia lejos para ver si llega su amor y siempre le está esperando...

Pero un día, triste, como todos, recibe una carta de su amado esposo fechada en

Pamplona, en diciembre de 1506, donde está con su hermano el rey de Navarra y, le dice que pronto se unirá con ella y que no se separará nunca más.

La carta es breve pero le indica que su hermano está en dificultades y tiene que

ayudarle a luchar porque le ha nombrado generalísimo de las fuerzas de Navarra. Esta noticia la entristece, ¿Es esperanza? ¿Es una premonición de su próxima muerte? ¡Tantas desdichas! ¿No tendré esperanza? ¿Conocerá mi hija a su padre?

¡Cuántas veces besó la carta! ¿Sería realidad o ilusión? ¡Tantos años transcurridos!

¿Será posible que, estando en el claustro, salga de él para unirme nuevamente a mi esposo por segunda y última vez? Me parece un sueño, un sueño que tantas veces he tenido pero que al despertar se ha desvanecido. Voy a llamar al Luisa para darle la noticia .

¡Voy a rezar a la capilla para que me de fuerzas y me ilumine el Señor...! En la

capilla se arrodilló en el cojín de terciopelo, negro, blanqueado y usado por sus rodillas y rezó con el pensamiento en su esposo y en su preciosa hija.

¡Por fin conocerá a su padre, siempre ausente, cumpliendo con su deber de héroe!

Pero, una voz interior le inquietaba. ¿Y si muere en la guerra por defender a su hermano? ¿Era una premonición? No, no voy a llamar a Luisa porque quizá sea ilusión ya que podría resultar de esa dichosa guerra de mi hermano.. ¡No quiero pensar! En estas y otras cavilaciones, con suspiros llenos de amor, pasaba los últimos momentos de felicidad y amargura, de tristeza y alegría, agradeciendo a Dios por esta esperanza llena de espinas que venía y que había sacrificado toda su vida por su verdadero y único amor en este mundo. ¿Llegaría ese hermoso día?

Han pasado siete años desde el día de su boda. Ahora tiene 24, es joven, muy

joven, en sus ojos se muestra la tristeza de tantos años de soledad y de no conocer noticias sino a través de terceros de la suerte de su esposo. Sabe que ha muerto el Papa, sabe que su ídolo se encuentra en peligro, pero ahora está en Pamplona con su hermano a quien ama todavía recuerda la fecha de su boda el 10 de mayo de 1499

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Charlotte d’Albretii

César nunca vio de nuevo a su esposa, ni su hija, Louisa. Charlotte, César no

volverá porque murió en Viana traicionado por sus propios soldados el 11 de marzo de 1507. Con esta triste noticia, Carlota guardó en su corazón hasta su muerte el recuerdo de su esposo, siempre le fue fiel. Cumplió con su deber de esposa resignada pero agradecida de que le hubiera dado a su hija Luisa con quien soportó la soledad con triste alegría hasta su muerte.. Ella y su hija entraron en un convento, y vivieron vidas pías hasta la muerte de Charlotte.

Aquí te espero, sí deseo que vengas para reunirte conmigo, para el resto de la

vida, para tener nuestras tumbas juntas, inseparables, ya que la vida nos ha desunido...

En este pobre y triste castillo, la bella Carlota de Albret, esposa de César Borgia,

pasó quince años, y murió en plena juventud, tras de una vida de dolor y de santidad, precisamente también el día 11 de marzo (en realidad los idus de marzo caían en el 15 del mes de Martius) pero del año 1514; es decir a los mismos años que murió César porque cuando se casó le llevaba 7 años. ¿Ironías del Destino, Idus de marzo?.

En la capilla anexa al castillo entrego mi corazón lleno de amor hacia ti, César que

ha sido mi vida un instante del tiempo y quiero perpetuar ese instante para toda la eternidad.

Pero no tendrá esa suerte. Su esposo ha muerto. Su entierro ha sido en Viana

donde le han levantado un monumento. ¿Por qué no te traen tus cenizas junto a mí?

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¿Estaré en perpetua soledad y hasta que un alma caritativa una nuestras cenizas para siempre? Yo así lo deseo. ¡Cúmprase la voluntad del Señor!

Carlota de Albret, bella, erudita y pura, fue sacrificada. Algunos meses después fue

abandonada y considerada como viuda. En este triste castillo, educó a su hija. Su única distracción era el ir a Bourges a

visitar a su mística compañera de infortunio, Juana de Francia, la reina repudiada, convertida en «la buena duquesa de Berry», fundadora de la Orden religiosa de la Anunciata.

Eglise Saint Hilaireii

Pero Juana murió, y Carlota, que tenía entonces veinticuatro años, vistió luto para siempre, y no volvió a salir de la Motte Seuilly hasta su muerte como ya hemos indicado, el 11 de marzo de 1514.

Su cuerpo fue transportado a Bourges y enterrado junto al de Juana; medio siglo más tarde, los calvinistas lo desenterraron, lo profanaron y lo quemaron, como el de la otra pobre santa. Su hija había hecho edificar en la rústica capilla de la Motte Seuilly un lindo monumento, en el que su corazón pudo, por largo tiempo, descansar en paz.

Pero ningún vestigio terrestre de aquel triste destino había de ser respetado. En

1793 los aldeanos, transmitiendo a aquella tumba el odio que sentían hacia su señor, rompieron el mausoleo, y sus restos elegantes yacen hoy todavía esparcidos sobre las losas. La estatua de Carlota, en pie contra el muro, está partida en tres pedazos. La

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iglesia, abandonada, se hunde. El corazón de la víctima estaba, sin duda, encerrado en alguna valiosa arqueta de oro o de plata. ¿Qué habrá sido de él? Acaso la arqueta fue vendida a vil precio, o acaso fue, sencillamente, escondida y enterrada por miedo o por piedad, y aquel pobre corazón yace tal vez en alguna cabaña de pueblo, sin que lo sepa su nuevo dueño, bajo la piedra del hogar o las zarzas del vallado?

Hoy, el castillo, restaurado, tiene cierta alegría bajo el sol que la desaparición de

un gran trozo de muro permite entrar hasta su patio enarenado. El agua de los antiguos fosos, alimentada, según parece, por un manantial cercano, discurre, formando un riachuelo encantador, por el jardín inglés, recientemente dibujado.

El gigantesco árbol, que data del tiempo de Carlota de Albret, descansa sus

venerables ramas sobre soportes de roca piadosamente colocados para sostener su monumental decrepitud. Algunas flores y un cisne solitario ponen como una sonrisa melancólica en la tristeza del castillo.

Luisa hija de César Borgia en 1517 contrajo matrimonio con Louis II de La

Trémoille, vizconde de Thouars, (1476-1525) quien murió en el campo de batalla. Cinco años después Luisa se casó con Philippe de Bourbon-Busset, señor de Chabannes y Busset (1499-1557), con quien tuvo 6 niños . Luisa vivió (1500-53)

CAPÍTULO XLVI LUCRECIA BORGIA: MOMENTOS FINALES DE SU VIDA+

Lucrecia intentó llevar a la Corte de Ferrara al hijo que tuvo con Alfonso de Aragón, pero su marido se niega, teniendo que vivir con Isabel de Aragón. Con ella moriría en 1512, muerte que entristece enormemente a Lucrecia, que durante un tiempo se recluirá en un convento. En 1519 y tras el parto de su quinto hijo muere de fiebre puerperal a los 39 años, habiendo sido la digna esposa del Duque de Ferrara. Sus contemporáneos vieron en ella a una mujer culta, inteligente y bella, amante del arte, aunque utilizada por sus ambiciosos padre y hermano, en un medio adverso mucho más crítico con las mujeres que con los hombres, deduciéndose de todo ello que la mayor parte de la leyenda negra es falsa.

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Como todos los Borgia conservó a lo largo de toda su vida el uso del valenciano con sus familiares. Recordemos que Alfonso de Borja, el primer Borgia y futuro papa Calixto III, tío abuelo de Lucrecia, había nacido en la Torreta de Canals, cerca de Játiva, en 1378, y su padre Rodrigo en la misma Játiva, la noche de fin de año de 1431-1432. En 1506 Lucrecia, actúa como regente de Ferrara en ausencia de su marido. Emite un edicto en favor de los judíos. 1508 Lucrecia invita a Erasmo de Rotterdam a la corte Ferrara. 1509 Nace un hijo de Lucrecia Borgia, nombrado Hipólito d 'Este, que llegará a ser cardenal. 1510 Julio II anula el acuerdo que fue concluido entre la iglesia y el ducado d'Este bajo Alejandro VI en ocasión del matrimonio entre Lucrecia y

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Alfonso. Nace Francisco Borgia 1513 Fallece Julio II y el nuevo Papa Médicis, León X, anula la prohibición en Ferrara, gracias a la intercesión de Bembo, que actúa en el Vaticano como protector de Lucrecia y la Casa d'Este. Lucrecia de Borgia entra en la orden terciaria de San Francisco. En 1519 y tras la muerte de su quinto hijo muere de fiebre puerperal (39 años), habiendo sido la digna esposa del Duque de Ferrara. Sus contemporáneos vieron en ella a una mujer culta, inteligente y bella, amante del arte aunque utilizada por sus ambiciosos padre y hermano, en un medio adverso mucho más crítico con las mujeres que con los hombres, deduciéndose de todo ello que la mayor parte de las leyenda negra es falsa.

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Lápida sepulcral de Alfonso y Lucrecia y sus hijos Alejandro e Isabel

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ÍNDICE

CAPÍTULO I. SITUACIÓN ITALIANA ........................................................-1- CAPÍTULO II. Italia desunida............................................................,,,...-31- CAPÍTULO III. Los Borgias. César Borgia...................................................-32- CAPÍTULO IV. Educación de César y su cultura.. .......................................-39- CAPÍTULO V. Nombramiento del Papa Alejandro VI..................................-42- CAPÍTULO VI. César se despide de sus estudios en Pisa.............................-44- CAPÍTULO VII. El Nuevo Mundo. Bula "Inter caeteris"................................-45- CAPÍTULO VIII. Más cualidades de César Borgia........................................-49- CAPÍTULO IX.Relaciones con la familia Sforza. Primer matrimonio de Lucrecia..........................................................................-51- CAPÍTULO X. Invasión de Carlos VIII y nombramiento de Cardenal a César.. -53- CAPÍTULO XI. CARLOS VIII ENTRA EN ROMA...........................................-59- CAPÍTULO XII. Carlos VIII entra en Nápoles. Consecuencias........................-63- CAPÍTULO XIII. Don Juan, duque de Gandía...............................................-65- CAPÍTULO XIV. Anulación del matrimonio de Lucrecia con Sforza......,,..........-67- CAPÍTULO XV Segundo matrimonio de Lucrecia........................................-68- CAPÍTULO XVI Retorno de Carlos y muerte de Savonarola...........................-69- CAPÍTULO XVII. Situación de España. La LIGA...........................................-72- CAPÍTULO XVIII. Una fiesta en honor a César............................................-74- CAPÍTULO XIX . ¿Quién mató a don Juan Borgia?.......................................-77- CAPÍTULO XX. César renuncia a todas sus dignidades eclesiásticas...............-81- CAPÍTULO XXI. Una entrevista con el embajador de Francia........................-82- CAPÍTULO XXII. La política de Alejandro con la Casa de Aragón...................-85- CAPÍTULO XXIII. MATRIMONIO DE CÉSAR BORGIA Chinon o Madame de Albret.................................................................................-92- CAPÍTULO XXIV. CARRERA MILITAR DE CÉSAR BORGIA.............................-94- CAPÍTULO XXV. Matrimonio de Lucrecia con Alfonso D’Este, príncipe de Ferrara................................................................................-98- CAPÍTULO XXVI. César conquista Urbino y otras plazas............................-107- CAPÍTULO XXVII. Rebelión de los “condottieri”.......................................-110- CAPÍTULO XXVIII. El año de la crisis. Muerte de Alejandro VI: 1503.........-116- CAPÍTULO XXIX. Cartas sobre la muerte de Alejandro V..........................-122- CAPÍTULO XXX. Nombramiento de Pío III..............................................-124- CAPÍTULO XXXI. Elección de Julio II. Consecuencias...............................-127- CAPÍTULO XXXII. Pensamientos de Maquiavelo sobre César.....................-129- CAPÍTULO XXXIII. Destino de César.....................................................-133- CAPÍTULO XXXIV. “No poseía mas que un calabozo en España"...............-134- CAPÍTULO XXXV. Historias interesantes en los días de permanencia de César en prisión................................................................................-136- CAPÍTULO XXXVI. César se Fuga de la prisión......................................-140- CAPÍTULO XXXVII. DETENCIÓN SOSPECHOSA:::::::::::::::::::::::::::::::-143- CAPÍTULO XXXVIII. Continuación del viaje hacia el Reino de Navarra.......-144- CAPÍTULO XXXIX. Las últimas cartas de César Borgia............................-147- CAPÍTULO XL. Situación del Reyno de Navarra......................................-149- CAPÍTULO XLI. El campo de la verdad y muerte en Viana.......................-151- CAPÍTULO XLII. Restos finales............................................................-162- CAPÍTULO XLII La mujer víctima quien más le amó y que más sufrió: Charlotte d’Albret..........................................................-165-

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CAPÍTULO XLVI LUCRECIA BORGIA: MOMENTOS FINALES DE SU VIDA+.......-174-

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