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Elementos explicativos de la desigualdad en Galicia: Género, Mercado de Trabajo y Vivienda. C. Gradín, R. Arévalo y M. Otero. Monografía 18, IEEG - PBM. 2003
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CAPÍTULO 4. EFECTOS DISTRIBUTIVOS DE LA CONTRIBUCIÓN
ECONÓMICA DE LA MUJER A LOS INGRESOS DEL HOGAR
1. Introducción
Tras un repaso sobre los motivos que explican la actividad económica de las
mujeres en Galicia y su modo de inserción en el mercado de trabajo, en este capítulo
abordaremos el análisis de la repercusión que su contribución económica tiene sobre los
ingresos de los hogares y cómo el papel jugado por las mujeres en la distribución de la
renta pudo haber cambiado a lo largo del tiempo. Tomaremos para ello como referencia
todos los ingresos de las mujeres obtenidos tanto por su participación en el mercado de
trabajo como por las prestaciones sociales que reciben, teniendo en cuenta que hay
mujeres que trabajan fuera del hogar y otras que no lo hacen. Como fuente de datos
emplearemos las EPFs de 1980-81 y 1990-91, así como la ECVF de 1999.
La participación laboral de la mujer ha sido apuntada como uno de los
potenciales factores explicativos de la creciente desigualdad del ingreso en diversos
países occidentales, en la medida en que pueda existir una correlación positiva entre la
renta que ella aporta y los ingresos del resto de los miembros del hogar.1 Si embargo, en
contextos de creciente incorporación de la mujer al mercado de trabajo, coexistiendo
con un fuerte crecimiento de la desigualdad de los ingresos, como EE.UU. y Reino
Unido, no parece haber demasiada evidencia de que este factor contribuyese a explicar
tal creciente desigualdad (Cancian et al., 1993; Cancian y Reed, 1998; Harkness et al.,
1996).
1 Véase Gottschalk y Smeeding (1997) para una revisión de los factores que pueden explicar la desigualdad.
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En el caso español, Gradín y Otero (2001)2 analizaron el impacto que la fuerte
incorporación de la mujer casada al mercado de trabajo durante la década de los años
ochenta tuvo sobre la distribución de la renta familiar dentro del colectivo de hogares
constituidos por parejas casadas. Se observa en ese estudio que dicha incorporación
incrementó los ingresos de los hogares con valores absolutos crecientes con las demás
rentas, aunque en términos relativos los aumentos eran mayores en las rentas bajas.
Destaca en ese trabajo, sin embargo, el papel asimétrico jugado por los cambios
experimentados en la distribución de los aumentos en las tasas de participación de las
mujeres y de los aumentos en los ingresos de las mujeres que trabajan. El menor efecto
igualador de las rentas de las mujeres en el caso de considerar todas las mujeres casadas
frente a considerar sólo a las mujeres que trabajan, sugiere un efecto regresivo derivado
de la distribución de las tasas de participación.
Los cambios regresivos producidos en las tasas de participación de las mujeres
casadas durante la década de los años ochenta en España son consecuencia de los
fuertes cambios experimentados en los niveles educativos de los hogares, así como en
su comportamiento laboral. Dichas tasas de participación en España son más elevadas
en hogares con estudios medios y superiores que en hogares con estudios primarios, y
esta brecha entre tasas de participación se incrementó a lo largo de la década de los años
ochenta. Dentro de estos hogares, son las esposas de aquellos maridos que tienen una
renta más elevada las que más se incorporan al mercado de trabajo. Además, la
proporción de hogares con estudios altos se incrementa justamente en la parte superior
de la distribución del ingreso.
El importante papel de los diferentes niveles educativos se extiende a los
ingresos, dado que durante la década de los ochenta en España también se acentúa
2 Otros trabajo que abordaron el tema en España fueron Sastre (1999), Ruiz-Castillo y Sastre (2001) y
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notablemente la correlación de la renta de la mujer con el ingreso del hogar en el grupo
de hogares con estudios medios y superiores, mientras que se reduce en el grupo de
hogares con estudios primarios.
Como ya se ha mostrado en capítulos anteriores en Galicia, y a diferencia de lo
ocurrido en otras áreas geográficas, la mujer no experimenta una creciente actividad
laboral, pero sí una paulatina y profunda transformación del modo en que se produce su
inserción en el mercado de trabajo ante la pérdida de peso de las actividades primarias y
el aumento moderado de otras actividades. Los ingresos que obtienen las mujeres, bien
por su participación en el mercado de trabajo, bien por la percepción de prestaciones
sociales, contribuyen a mejorar las condiciones de vida de los hogares en los que las
mujeres se insertan. De la importancia relativa de esa contribución y de los efectos que
la misma pueda tener sobre la distribución final de la renta trata el siguiente análisis.
Es preciso destacar que el propósito de este tipo de análisis no es el de juzgar
como buena o mala la participación laboral de la mujer en función de cuál fue su efecto
distributivo, sino de destacar la importancia de evaluar el impacto de su contribución
económica, y de hacerlo no sólo desde el punto de vista agregado, sino incorporando la
vertiente distributiva que todo cambio en las fuentes de renta de los hogares plantea. Su
importancia es mayor en contextos de bajos niveles de participación, lo cual puede ser
útil para destacar, en caso de observarse efectos regresivos, la necesidad de favorecer la
incorporación de los colectivos de mujeres situados en hogares de baja de renta, para
evitar que si sólo se incorporan las mujeres de los hogares mejor situados, ello tenga un
efecto multiplicador de las desigualdades ya existentes.
Alba-Ramírez y Collado (1999).
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2. La distribución de la renta y las mujeres
En Gradín y Del Río (2001) se realizó un análisis exhaustivo de la distribución
de la renta en Galicia. En él se incluyó una descripción de la evolución de la
desigualdad, la polarización y la pobreza entre 1973 y 1999. El estudio analizó a su vez
los factores que estaban detrás de los cambios distributivos observados mediante el
análisis de diferentes subpoblaciones. Una de las particiones empleadas hacía referencia
al sexo del sustentador principal, por lo que resulta de especial interés como punto de
partida para nuestro análisis el recopilar brevemente y de forma conjunta las principales
conclusiones que se derivan de ese trabajo acerca de las diferencias por sexo.
Tomaremos como referencia la misma variable de ingreso monetario por prestaciones
sociales y trabajo3 que empleamos en el presente estudio, ajustada por una escala de
equivalencia4 en particular: la raíz cuadrada del tamaño del hogar.
Como muestra la Figura 1, en Galicia son cada vez más los individuos que
habitan en hogares encabezados por una mujer, el porcentaje de dichos individuos pasa
del 10,6 por ciento en 1980 al 17,1 por ciento en 1999. Entendemos que un hogar está
encabezado por una mujer cuando los miembros del hogar consideran a una mujer como
persona de referencia o como sustentadora principal, lo que debiera darse cuando ella es
la persona que aporta ingresos de forma regular en mayor medida. Sin embargo, ya se
destacó en el estudio mencionado que no es raro encontrar hogares donde a pesar de
3 En 1980-81 no se dispone de información separada por prestaciones sociales, pero sí por transferencias regulares que percibe el hogar. 4 En la literatura sobre desigualdad se suele emplear algún método de ajuste de las rentas originales para hacer comparables hogares de distinto tamaño y composición, y por tanto homogeneizar la renta de hogares que se caracterizan por tener diferentes necesidades debido a la existencia de economías de escala derivadas de la convivencia en común. En términos generales, una escala de equivalencia en una expresión matemática que intenta cuantificar el efecto de las economías de escala y reajustar la variable monetaria del hogar teniendo en cuenta este efecto. Al igual que en Gradín y Del Río (2001) emplearemos tres tipos distintos que van de no asumir ningún ahorro a asumir ahorros más importantes: el caso per cápita, las escalas OCDE y la raíz cuadrada del tamaño del hogar. Esta última es la que tomamos como referencia por lo que se entenderá que es esa la que se utiliza salvo que se diga lo contrario.
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darse esta última circunstancia la persona de referencia que el hogar selecciona es un
hombre.
Figura 1. Porcentaje de individuos que habitan en hogares encabezados por una mujer
02468
1012141618
1980-81 1990-91 1999
Como dato adicional de gran relevancia para la evaluación del impacto de la
contribución femenina sobre la desigualdad y que no fue destacado en Gradín y Del Río
(2001), la Tabla 1 muestra que el incremento del porcentaje de hogares encabezados por
una mujer se produce fundamentalmente entre los hogares de un único perceptor regular
de rentas, pasando de ser el 17 por ciento a superar el 35 por ciento, mientras que en el
grupo de los hogares con dos perceptores apenas aumenta del 14 al 18 por ciento, y en
el de más de dos perceptores casi no varía, situándose en el 16 por ciento.
Tabla 1. Hogares encabezados por una mujer según número de perceptores de rentas % hogares % Individuos nº de perceptores 1980-81 1990-91 1999 1980-81 1990-91 1999
uno o ninguno 16,6 28,52 35,27 8,41 16,04 21,46 dos 13,76 17,42 17,86 11,92 15,79 16,05 tres o más 15,65 15,31 16,23 13,32 14,43 14,66 Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
Como se muestra en la Figura 2, entre 1980 y 1990 la renta ajustada de los
individuos creció de forma muy similar para los que vivían en hogares encabezados
tanto por una mujer como por un hombre, mientras que en los años noventa la renta de
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los primeros creció en menor medida que la de estos últimos. Las rentas de los hogares
encabezados por una mujer pasaron de representar un 95 por ciento a un 87 por ciento
de la de los encabezados por un hombre en ese periodo.
Figura 2. Renta relativa de individuos que habitan en hogares encabezados por una mujer
(Hogares encabezados por un hombre=100
0
10
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30
40
50
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70
80
90
100
1980-81 1990-91 1999
A lo largo de los años ochenta la desigualdad de la renta, medida por el
coeficiente de Theil (1)5, experimentó una caída importante en el caso de los hogares
encabezados por hombres, siguiendo la tendencia de la desigualdad global, mientras que
la desigualdad de los hogares encabezados por mujeres se mantuvo en los mismos
niveles iniciales. En los años noventa, en cambio, década caracterizada por un
estancamiento de la desigualdad global en Galicia, se invierten los papeles y son los
hogares encabezados por una mujer los que experimentan una reducción en sus niveles
frente al estancamiento observados en los otros. De este modo, el aumento de la brecha
entre tasas de desigualdad de ambos grupos observada en los años ochenta casi se
reduce notablemente en los noventa.
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Figura 3. Desigualdad del ingreso según el sexo del sustentador principal (Theil (1))
0
0.05
0.1
0.15
0.2
0.25
1980-81 1990-91 1999
Hombre Mujer
La Figura 4 muestra que la incidencia de la pobreza6 afecta de forma muy
diferente a los hogares según el sexo de la persona que está al frente de los mismos. En
el caso de ser una mujer, la incidencia de la pobreza en 1999 es un 50 por ciento
superior, al afectar al 22 por ciento de los individuos frente al 14 por ciento que se
observa en los hogares con un hombre como persona de referencia. La diferencia entre
ambos grupos en incidencia de la pobreza se amplió en los años ochenta y se redujo en
los noventa. Una regresión probit acerca de la probabilidad de que un individuo fuese
pobre, confirmaba que aún controlando por otras características del hogar y su
sustentador principal, el hecho de que la persona de referencia fuese una mujer
incrementaba de forma estadísticamente significativa el riesgo de ser pobre. Sin
5 Véase el Apéndice al final del libro para las expresiones formales de los índices de desigualdad aquí empleados. Para más detalles puede consultarse Gradín y Del Río (2001). 6 Definida como el porcentaje de individuos cuyos ingresos monetarios ajustados son inferiores al umbral de pobreza establecido en el 50 por ciento del ingreso medio ajustado. Se asume que los individuos comparten todos los ingresos del hogar y el ajuste de éstos se hace mediante la escala de equivalencia igual a la raíz cuadrada del número de miembros del hogar.
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embargo dicho efecto había aumentado en los ochenta y disminuido en los noventa de
forma similar a la evolución del diferencial en las tasas de incidencia de la pobreza.7
Figura 4. Incidencia de la Pobreza según el sexo del sustentador principal
0
5
10
15
20
25
1980-81 1990-91 1999
%
Hombre Mujer
3. El impacto de los ingresos de las mujeres sobre las rentas de los hogares
De cara a analizar el impacto de los ingresos de las mujeres sobre el nivel de
vida de los hogares merece la pena iniciar el estudio por el conjunto de familias que
dependen en mayor medida de los ingresos monetarios aportados por sus miembros
femeninos. En una proporción creciente de hogares los ingresos del conjunto de mujeres
que lo integran constituyen de hecho la única fuente de ingresos, pasando como se
aprecia en la Tabla 2 de representar un 12 por ciento del total de hogares en 1980 a un
18 por ciento en 1999. Dado el menor tamaño medio de estos hogares, esto representa el
6 por ciento y el 10 por ciento de la población, respectivamente. En otros hogares, los
ingresos de las mujeres aunque son complementados con ingresos masculinos
constituyen la fuente principal de renta. Esto ocurre en un 8 por ciento de los hogares en
7 En 1980-81 el hecho de que el sustentador fuese mujer elevaba en 4,9 puntos porcentuales la probabilidad de ser pobre, 6,5 en 1990 y 2,5 en 1999.
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1980, alcanzando el 12 por ciento en 1999, lo cual implicaba al 14 por ciento de los
individuos, el doble que dos décadas antes. Sumando ambos grupos, donde las mujeres
son o bien la única fuente de ingreso o bien superan en magnitud a los masculinos, se
alcanza el 31 por ciento de los hogares o el 24 por ciento de los individuos en 1999, lo
que da una idea de la importancia creciente que la contribución de la mujer tiene en las
condiciones de vida de los hogares gallegos.
Tabla 2. Proporción de hogares que dependen de los ingresos de las mujeres única fuente fuente principal fuente única o principal % hogares % individuos % hogares % individuos % hogares % individuos1980-81 11,6 6 7,9 7 19,5 13 1990-91 15,1 8,2 11,9 13,1 27 21,3 1999 18,4 9,7 12,2 14,4 30,6 24,1 Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
La Tabla 3 presenta la evolución de la contribución relativa de las mujeres al
conjunto de ingresos de los todos los hogares gallegos. Vemos que entre 1980 y 1999 la
contribución económica de las mujeres a sus hogares crece por encima del 50 por
ciento, pasando de estar entre el 22-23 por ciento al 33-35 por ciento, según la escala de
equivalencia utilizada. De modo que podemos afirmar que actualmente las mujeres
generan al menos un tercio de los ingresos de los hogares gallegos obtenidos por
prestaciones sociales y de trabajo. Una inspección más detallada de los ingresos nos
muestra que el aumento se debe a la creciente contribución relativa de la mujer que
trabaja fuera del hogar, que se duplica en las dos décadas pasando de representar el 12
por ciento de la renta de los hogares al 22 por ciento. En cambio, la contribución de las
mujeres no ocupadas, cuyos ingresos procederán, por tanto, mayoritariamente de
prestaciones sociales, permanece bastante estancada: aumenta levemente en los años
ochenta del 10-11 por ciento al 13-14 por ciento, pero vuelve a retroceder en los
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noventa, hasta el 11-12 por ciento. En suma, mientras que en 1980 la contribución de
ambos colectivos de mujeres era muy similar, actualmente las mujeres ocupadas aportan
casi el doble que las no ocupadas.
Tabla 3. Porcentaje de los ingresos de las mujeres sobre el ingresomonetario de los hogares 1980-81 1990-91 1999 Todas las mujeres Escala per cápita 22,8 31,1 34,8 Escala n 21,8 29,7 33,5 Escala OCDE 22,1 30,4 34,1 Mujeres ocupadas Escala per cápita 11,8 17,2 21,9 Escala n 11,8 16,9 22,2 Escala OCDE 11,8 17,1 22,1 Mujeres no ocupadas Escala per cápita 11,0 14,0 12,9 Escala n 10,0 12,8 11,3 Escala OCDE 10,3 13,3 12,1 Nota: n=número de miembros del hogar. Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
La Tabla 4 muestra la desagregación en 1999 de la contribución relativa de la
mujer según su estado civil, distinguiendo si está o no casada. Se puede comprobar que
la contribución de las mujeres casadas (un 47 por ciento de las mayores de 16 años) a
los ingresos de los hogares representa más del 18 por ciento, esto es, algo más de la
mitad (52-56 por ciento) de toda la contribución femenina a los ingresos de los hogares.
Tabla 4. Peso porcentual de la contribución económica de las mujeres enel ingreso monetario de los hogares según estado civil, 1999 Casada No casada suma Escala per cápita 18,1 16,7 34,8 Escala n 18,7 14,8 33,5 Escala OCDE 18,5 15,6 34,1 Nota: n=número de miembros del hogar. Fuente: Elaboración propia en base a la ECVF 1999.
El origen de las rentas de las mujeres es diverso (ver Tabla 5). Podemos
comprobar que atendiendo a las principales fuentes de renta de los mayores de 16 años,
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las mujeres presentan una proporción de percepción de pensiones creciente y muy
similar a la de los hombres, en torno al 25 por ciento en 1990 y el 28-29 por ciento en
1999. Lógicamente, aunque las encuestas no hacen tal distinción, el tipo de pensiones
varía al ser las mujeres las principales beneficiarias de las pensiones de viudedad y en
mucha menor medida que los hombres de las de jubilación.8 En cambio, existe
exactamente en términos relativos la mitad de mujeres que hombres que declaren
percibir ingresos salariales por cuenta ajena, un 20 por ciento en el primer colectivo
frente a un 40 por ciento de los hombres. Esta diferencia es tan sólo algo menor que la
que existía en 1990, cuando la proporción de hombres era la misma y la de mujeres un
15 por ciento. Mientras que entre los hombres el trabajo por cuenta ajena constituye la
fuente de ingreso más común, entre las mujeres lo son las pensiones. En lo que se
refiere al trabajo por cuenta propia las mujeres también están por detrás de los hombres
pero en una proporción menor, un 8 por ciento frente a un 13 por ciento, y mientras que
las mujeres se mantienen en una proporción similar a la de principios de la década, los
hombres experimentan un retroceso de más de cuatro puntos porcentuales. Las otras
fuentes de renta se manifiestan como menos importantes, aunque destaca que la EPF de
1990 detecta un 14 por ciento de mujeres con ingresos procedentes del capital y la
propiedad frente a menos de un 2 por ciento en la ECVF de 1999, pudiendo estar el
motivo en las diferencias entre ambas encuestas y la naturaleza de este tipo de ingresos,
ya que en la primera encuesta se recogen los individuos que a lo largo del año tuvieron
algún ingreso de ese tipo, mientras que en la segunda se responde a la pregunta de si se
percibe en ese momento tales ingresos.
8 A modo ilustrativo, el 53 por ciento de las mujeres que declaran percibir una pensión en 1999 son viudas, frente a tan sólo un 13 por ciento de los hombres en la misma situación.
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Tabla 5. Fuentes de renta individuales (porcentaje de individuos que declaran tener cada ingreso) 1990-91 1999 Fuente de ingresos Mujeres Hombres Ambos
sexos Mujeres Hombres Ambos sexos
Trabajo 24,4 57,9 40,0 28,5 53,3 40,3 - por cuenta ajena 15,8 40,3 27,3 20,2 40,0 29,6 - por cuenta propia 8,5 17,6 12,8 8,3 13,4 10,7 Pensiones contributivas y no contributivas 25,0 24,6 24,8 28,6 28,1 28,4 Subsidios o prestaciones por desempleo 3,9 6,4 5,0 1,6 2,8 2,2 Rentas del capital y propiedad 14,1 18,7 16,3 1,6 2,3 1,9 Otros ingresos 3,6 3,3 3,5 1,9 1,6 1,8 Nota: Un mismo individuo puede tener más de una fuente de renta. Fuente: Elaboración propia en base a la EPF 1990-91, y ECVF 1999.
4. Evaluación del impacto de las fuentes de ingreso femeninas sobre la distribución
de la renta
En diversos estudios se ha destacado que la actividad laboral de la mujer no sólo
contribuye de forma creciente a elevar los ingresos de los hogares sino que también
tiene una repercusión sobre la distribución de la renta. Desde el momento en que la
contribución de las mujeres no tiene por qué ser proporcional a las otras rentas del
hogar, sus ingresos pueden aumentar o reducir la desigualdad según si su contribución
relativa tiende a crecer o a decrecer con las demás rentas, del mismo modo que puede
reducir la incidencia de la pobreza si se concentra en mayor medida en la cola baja de la
distribución.
Para ilustrar gráficamente cómo varía el papel que juegan las mujeres en función
de los ingresos de los miembros masculinos del hogar, la Figura 5 presenta para el caso
de referencia, pero extrapolable a las demás escalas de equivalencia, la contribución
relativa de las mujeres. Esta contribución está expresada como porcentaje del conjunto
de ingresos de sus hogares, resultando decreciente respecto de las rentas masculinas de
éstos. Es decir, el porcentaje de renta aportado por las mujeres es mayor en los hogares
en los que en ausencia de dichos ingresos se situarían en las decilas inferiores. Y
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además hay una tendencia al aumento de la contribución en las primeras decilas, donde
se sitúa la cada vez mayor proporción de hogares que dependen totalmente de los
ingresos de las mujeres, hasta el punto de que en 1999 la primera decila depende
exclusivamente de los ingresos femeninos y la segunda lo hace en un 46,5 por ciento,
frente al 73 por ciento y 23 por ciento respectivamente de 1980. En contraste, a partir de
la decila octava la contribución femenina se sitúa por debajo del 20 por ciento.
Figura 5. Contribución de la mujer a los ingresos del hogar (s=0,5)
0102030405060708090
100
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10decila de ingresos masculinos del hogar
%
198019901999
La incorporación de las rentas de las mujeres en los ingresos de sus hogares
produce, lógicamente, una reordenación del nivel de vida de los mismos. La Figura 6
muestra cuál es finalmente la contribución femenina por decilas cuando ordenamos a los
individuos en función de todos sus ingresos y no sólo de los masculinos, como en la
figura anterior. Este ejercicio es útil porque el efecto final sobre la desigualdad
dependerá de dicha distribución. La contribución relativa de las mujeres se sitúa en la
mayoría de las decilas entre el 30 y el 35 por ciento, siendo más elevada en las dos
últimas decilas, entre el 35 y el 40 por ciento y alcanzando el punto más bajo en la
tercera decila. En la figura se percibe que existe una cierta relación de U entre la
contribución relativa de la mujer y el nivel de renta monetaria del hogar dado que
aquélla es algo mayor en los extremos.
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Figura 6. Contribución de la mujer a los ingresos ajustados del hogar
05
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1 2 3 4 5 6 7 8 9 10decila de ingresos del hogar
%
198019901999
El hecho de que la contribución femenina sea superior en los extremos no es
algo casual, sino que tiene su origen en las profundas diferencias en el papel que juegan
las mujeres que trabajan y las que no lo hacen, tal y como se muestra, respectivamente,
en las Figuras 7 y 8. En el caso de las mujeres ocupadas, la contribución se vuelve
creciente a partir de la cuarta decila, superando el 30 por ciento en las dos últimas. En
contraste, la contribución de las mujeres desempleadas o inactivas se concentra en las
primeras cuatro decilas, con un perfil decreciente en las demás. De este modo, mientras
que la contribución de las mujeres en las primeras decilas se debe a las perceptoras de
prestaciones sociales (fundamentalmente pensiones), la de las decilas altas se debe sobre
todo a las que obtienen rentas de trabajo, sea por cuenta propia o ajena. Tan sólo en el
centro de la distribución, en torno a la quinta decila, la contribución relativa de ambas es
similar.
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Figura 7. Contribución de la mujer ocupada a los ingresos ajustados del hogar
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1 2 3 4 5 6 7 8 9 10decila de ingresos del hogar
%
198019901999
Figura 8. Contribución de la mujer no ocupada a los ingresos ajustados del hogar
05
10152025303540
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10decila de ingresos del hogar
%
198019901999
Seguidamente cuantificaremos las repercusiones distributivas de la contribución
femenina a los ingresos de los hogares mediante la valoración del impacto que puedan
tener sobre la desigualdad global o la incidencia de la pobreza. Evaluaremos la
contribución de las mujeres a la desigualdad total mediante el cómputo de la variación
porcentual que experimentan los índices de desigualdad cuando se suprimen las rentas
de las mujeres dentro de los hogares.9 La renta del i-ésimo hogar viene dada por:
9 Esto supone asumir que en ausencia de la renta de las mujeres de los hogares los demás miembros no reaccionarían, supuesto poco realista pero frecuentemente utilizada por su simplicidad. En la literatura existen otras formas alternativas de analizar la contribución de la mujer con implicaciones diferentes como los que se derivan de la descomposición natural de la varianza o del índice de Gini, o métodos más
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imihi yyy += ,
donde yih es la suma de los ingresos masculinos e yim es la suma de los ingresos de las
mujeres, de forma que y=(y1, y2, ...yn) indica el vector de renta monetaria de los n
hogares, ym=(y1m, y2m, ...ynm) el vector de las rentas femeninas de los mismos hogares e
yh=(y1h, y2h, ...ynh) el de las masculinas. De este modo, dado un índice de desigualdad
I(.) la contribución relativa de las mujeres a la desigualdad total viene dada por:
( ) ( )( )
( ) ( )( ) 100yI
yIyIyI
yyIyIc hm
Im
−=
−−= 100 .
Así, si la desigualdad en ausencia de las rentas de la mujer es mayor que la que
realmente observamos se interpreta que la mujer contribuye a reducir la desigualdad
(cIm<0), de lo contrario (cIm >0) la aumenta. El caso en el que la contribución es nula se
daría si las rentas de las mujeres fuesen proporcionales a las demás rentas del hogar.
Como índices de desigualdad emplearemos el coeficiente de Gini y la familia de índices
de Theil, que depende de un parámetro denominado aversión a la desigualdad que
indica el grado de sensibilidad del índice a diferentes puntos de la distribución.10
Del mismo modo, evaluaremos la contribución absoluta de las mujeres a la
incidencia de la pobreza:
( ) ( ) ( ) ( )hmP yHyHyyHyHCm
−=−−= ,
donde H(.) indica el índice conocido como Head-count ratio, que es igual a la
proporción de individuos cuyo ingreso equivalente es inferior al umbral de pobreza.11
Así, la contribución de una fuente de renta vendrá dada por los puntos porcentuales en
sofisticados como la descomposición basada en el concepto de Shapley value, utilizado en teoría de juegos. 10 Véase Gradín y Del Río (2001) para una explicación detallada sobre las propiedades de los diferentes índices de desigualdad y sus expresiones matemáticas. 11 Utilizamos la misma definición que en la nota 4 de este capítulo.
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que aumenta o disminuye dicho porcentaje cuando partiendo de las rentas masculinas se
añade la fuente de renta femenina.
La Tabla 6 presenta los resultados de calcular la contribución femenina a la
desigualdad y a la pobreza en los diferentes años y con diferentes supuestos sobre las
economías de escala existentes en el consumo de los hogares.
Tabla 6. Contribución de las mujeres a la desigualdad y la incidencia de la pobreza
cIm CPm Theil (-1) Theil (0) Theil (1) Theil (2) Gini H
1980 per cápita -11,4 -10,1 -11,9 -22,0 -4,2 -3,0
n -9,8 -9,5 -11,1 -20,0 -4,0 -3,7 OCDE -12,7 -11,3 -12,7 -22,2 -4,8 -3,9
1990 per cápita -35,8 -12,0 -5,6 5,1 -3,7 -6,4
n -37,4 -12,4 -7,8 -10,9 -3,7 -5,1 OCDE -42,2 -15,0 -8,2 -3,2 -4,7 -6,2
1999 per cápita -17,0 -11,4 -10,9 -14,0 -5,0 -4,0
n -8,6 -4,5 -4,2 -5,5 -1,6 -4,5 OCDE -17,9 -10,8 -8,9 -10,1 -4,3 -5,0 n=número de miembros del hogar. Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
La aportación económica de la mujer, a la luz de los resultados de la tabla
anterior, reduce los niveles de desigualdad que se darían en caso de que su contribución
a los ingresos de los hogares fuese nula. El porcentaje de reducción de la desigualdad
depende del año de referencia, así como del índice empleado. Esto último nos indica en
qué zona de la distribución se reduce en mayor medida la desigualdad.
En 1980 la reducción era mayor cuando el índice de desigualdad era más
sensible a la cola alta de la distribución (valores más altos del parámetro del índice),
mientras que en 1990 era muy superior en el caso de ser más sensible a la cola baja
(valores más bajos del parámetro), por ser ahí donde se produce el mayor crecimiento
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de su contribución (recuérdese la Figura 6). Incluso se observa en el caso per capita que
con Theil (2) el efecto es de un aumento de la desigualdad.
Por su parte, en 1999 la reducción de la desigualdad era mayor en ambos
extremos, aunque más en el caso de mayor sensibilidad del índice a la cola baja. La
intensidad de 1999 es más similar a la de 1980 que a la de 1990, es decir durante los
años noventa se atenuó el efecto igualador sobre las rentas más bajas y se intensificó
sobre las más altas. El hecho anteriormente mencionado explica que mientras que en
1990 la aportación económica de la mujer reducía la incidencia de la pobreza entre 5 y 6
puntos porcentuales, tanto en 1980 como posteriormente en 1999 lo hace en una cuantía
algo menor, entre 3 y 4 puntos en el primer caso y entre 4 y 5 en el segundo.
Dado que el análisis por decilas de renta nos alertó sobre el diferente efecto
distributivo que tiene la contribución económica de las mujeres según si el origen de sus
ingresos es el trabajo o son las prestaciones sociales, también en este punto hacemos la
distinción entre mujeres que trabajan y mujeres no ocupadas (desempleadas o inactivas).
La Tabla 7 presenta los resultados correspondientes a las mujeres ocupadas y la
Tabla 8 los de las mujeres que no trabajan fuera del hogar, confirmando que los
resultados son claramente divergentes. El primer caso se caracteriza por el predominio
del efecto de incremento de la desigualdad y una menor intensidad, mientras que en el
segundo se produce el efecto contrario, es decir igualador y con una intensidad mayor,
de ahí que sea éste el efecto finalmente dominante.
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Tabla 7. Contribución de las mujeres ocupadas a la desigualdad y la incidencia de la pobreza
CIm CPm Theil (-1) Theil (0) Theil (1) Theil (2) Gini H
1980 per cápita 6,0 3,8 2,5 -2,1 2,4 1,0
n 7,5 5,8 4,6 0,0 3,9 0,2 OCDE 6,6 4,8 3,6 -1,3 3,2 0,0
1990 per cápita -11,6 3,2 10,0 23,5 3,7 0,0
n -9,0 3,9 8,7 10,3 4,4 -0,6 OCDE -11,7 3,4 9,8 17,7 4,3 -0,2
1999 per cápita 3,4 4,3 4,3 3,4 2,6 1,1
n 11,3 10,6 10,0 9,5 5,8 1,4 OCDE 6,1 7,3 8,0 8,0 4,5 0,9 n=número de miembros del hogar. Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
Tabla 8. Contribución de las mujeres no ocupadas a la desigualdad y la incidencia de la pobreza
CIm CPm Theil (-1) Theil (0) Theil (1) Theil (2) Gini H
1980 per cápita -22,9 -16,3 -15,2 -18,5 -7,2 -3,5
n -23,1 -17,7 -16,4 -18,4 -8,1 -5,0 OCDE -24,9 -18,4 -16,9 -19,4 -8,3 -5,8
1990 per cápita -37,4 -23,5 -22,1 -27,1 -10,2 -6,0
n -36,0 -23,5 -21,9 -25,1 -10,4 -5,7 OCDE -40,9 -26,2 -24,0 -27,2 -11,5 -5,7
1999 per cápita -29,0 -21,8 -20,1 -21,5 -10,0 -5,1
n -28,0 -19,4 -16,8 -16,9 -8,3 -6,6 OCDE -32,3 -23,3 -20,7 -21,4 -10,3 -5,8 n=número de miembros del hogar. Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
Este resultado parece coherente con el hecho de que uno de los factores
impulsores de la desigualdad que se apuntan en Gradín y Del Río (2001) fuese la
creciente distancia social entre los hogares con a lo sumo un perceptor de rentas y
aquellos con más de uno. Buena muestra de ello es el hecho de que en 1999 el 64 por
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ciento de las mujeres que tienen ingresos por trabajo están casadas, frente a un 28 por
ciento de mujeres solteras. En cambio, entre las que perciben prestaciones sociales
(pensiones y otros subsidios) el 50 por ciento son viudas, el 33 por ciento son casadas y
el 16 por ciento solteras. Es decir, las prestaciones sociales de las mujeres van a parar en
un porcentaje importante a hogares donde la mujer no está casada, y por lo tanto no hay
ingresos de un cónyuge, mientras que ese porcentaje es menor entre las que participan
en el mercado de trabajo.
Como se muestra en la Tabla 9, la contribución de la mujer que trabaja tan sólo
representa en 1999 el 8 por ciento de las rentas de los hogares con un único perceptor,
mientras que se eleva al 28 por ciento en el de dos perceptores y 24 por ciento en el de
más de dos. En el caso de la mujer no ocupada su contribución en ese mismo año está
más repartida, pues representa el 11 por ciento cuando hay un único perceptor de rentas,
un 10 por ciento en el caso de dos y un 13 por ciento en el de tres o más. Este proceso se
acentuó en los años ochenta y especialmente en los años noventa, ya que en esa década
aumentó sustancialmente la contribución relativa de la mujer ocupada a los hogares de
dos o más perceptores, en los cuales la contribución de la mujer no ocupada cayó en
proporción también importante.
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Tabla 9. Contribución relativa de las mujeres según número de perceptoresde rentas en el hogar nº perceptores
Mujeres ocupadas
Mujeres no ocupadas
Todas las mujeres
Uno o ninguno 1980-81 1,6 4,7 6,3 1990-91 6,1 8,1 14,2 1999 7,9 11,3 19,2 Dos 1980-81 19,2 11,8 31,0 1990-91 19,4 12,2 31,6 1999 27,6 9,9 37,6 Tres o más 1980-81 17,2 15,8 32,9 1990-91 20,6 16,1 36,7 1999 24,3 12,9 37,2 Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
Este fenómeno puede verse acentuado por el hecho de que son las mujeres de
estudios más avanzados y casadas con marido de similar nivel académico las que
tienden en mayor medida a incorporarse al mercado laboral.
En lo que se refiere al impacto de la contribución femenina en la incidencia de la
pobreza y volviendo a las Tablas 7 y 8, resulta patente que las mujeres que trabajan
apenas modifican la tasa de pobreza en 1990, incrementándola en 1980 y en 1999 en el
mayor de los casos en 1,4 puntos. En cambio, las perceptoras de prestaciones sociales
reducen de forma importante el porcentaje de individuos pobres, entre 5 y 7 puntos
porcentuales en 1999, de forma similar que en 1990 y superior a 1980.
A pesar de la importancia que en los hogares de baja renta tienen las rentas de
las mujeres, en especial de las no ocupadas, estos hogares enfrentan una elevada tasa de
la pobreza como ya se mostró en la sección 2. Sin embargo, es de destacar que cuando
nos centramos en los hogares donde sólo entran rentas femeninas, los niveles de
pobreza se incrementan de forma espectacular: alcanzan el 42 por ciento de los
individuos en estos hogares en 1999, algo más del 39 por ciento que había en 1980
(véase la Tabla 10).
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En el caso contrario, de que en el hogar sólo haya rentas masculinas, la tasa de
pobreza también es alta, 27 por ciento, pero sensiblemente menor que en el caso
femenino sigue siendo similar a la de 1980, dado que aunque había disminuido en los
ochenta volvió a aumentar en los noventa.
En cambio, la mejor situación se da cuando en el hogar hay rentas tanto
masculinas como femeninas, dado que es de prever que en ese caso estamos ante un
número mayor de perceptores. Si predominan las rentas femeninas la tasa de pobreza
cae hasta el 6 por ciento, cuando en 1980 era del 16 por ciento, siendo el grupo que
experimenta la mejora más clara en todo el periodo. En el caso de ser mayores las rentas
masculinas la tasa de pobreza se sitúa entre el 4 y el 5 por ciento, siendo bastante estable
todo el periodo.
Tabla 10. Incidencia de la pobreza según el origen de las rentas Fuente de renta principal del hogar: 1980-81 1990-91 1999
única fuente 38,6 42,0 41,8 fuente principal 15,6 8,5 5,9 Mujeres ambas 25,6 21,4 20,4 única fuente 26,7 22,6 27,4 fuente principal 4,7 4,0 4,4 Hombres ambas 19,2 13,3 14,8
Todos los hogares 19,2 14,4 15,4 Nota: no se incluyen los hogares donde ambas rentas son iguales. Fuente: Elaboración propia en base a las EPFs 1980-81 y 1990-91, y ECVF 1999.
5. Conclusiones
Es conocido que la mujer se enfrenta a barreras de participación en el mercado
laboral, de segregación ocupacional y de discriminación salarial, y que en Galicia la
integración de la mujer en el mercado laboral no ha experimentado los avances
espectaculares que se han venido produciendo en otras áreas. A pesar de todo ello, las
mujeres juegan un creciente papel en el sostenimiento de los hogares en Galicia.
Actualmente no sólo aportan un tercio de los ingresos monetarios de los hogares, sino
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que para un tercio de los mismos (una cuarta parte de los individuos) constituyen la
fuente de ingresos más importante.
El crecimiento de la aportación monetaria de las mujeres a los hogares se
sustenta sobre todo en las mujeres que trabajan fuera del hogar, al haber perdido peso
relativo la contribución por prestaciones sociales. Aún así, las prestaciones sociales
constituyen la fuente de renta más habitual entre las mujeres, pese a que los ingresos por
cuenta ajena se extendieron en mayor medida.
Pero la existencia de diferentes formas de discriminación laboral contra las
mujeres tiene serias consecuencias sobre las condiciones de vida de sus hogares. Una
excesiva dependencia de los hogares respecto de las rentas femeninas y por razones que
resultan obvias a partir de los capítulos previos, como la existencia de segregación
ocupacional, discriminación salarial, mayores tasas de desempleo, dependencia de las
prestaciones sociales, etc, constituye un elemento que eleva de forma notable el riesgo
de ser pobre. La coincidencia en hogares encabezados por una mujer de otros factores
que inciden en la pobreza, especialmente la inexistencia de otras fuentes de renta, hace
que la tasa de pobreza de este colectivo sea un 50 por ciento mayor que la de los que
tienen como persona de referencia a un hombre. En el caso de individuos que habiten en
hogares donde sólo las mujeres aportan rentas, el 42 por ciento de ellos serán pobres,
casi cinco veces la tasa general. En el caso de que coexistan rentas masculinas y
femeninas se reduce de forma notable el riesgo de pobreza, aún en los casos en que las
rentas femeninas son la fuente más importante.
La importancia de la aportación económica de las mujeres a sus hogares no sólo
se refleja en el nivel de la misma sino también en su efecto sobre la distribución de las
rentas de los hogares. Este efecto es diferente según el origen de los ingresos.
Constatamos que la contribución de las mujeres perceptoras de prestaciones sociales
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tiende a tener un efecto con una clara progresividad a la vez que reduce sustancialmente
la incidencia global de la pobreza. En cambio, los ingresos de las mujeres ocupadas
producen el efecto contrario, si bien éste se produce con menor intensidad. La
contribución relativa de las mujeres es mayor en ambos extremos de la distribución,
pero mientras que en la cola baja son las perceptoras de prestaciones sociales las que
realizan la aportación más significativa, en la cola alta son las que trabajan fuera del
hogar y que acumulan sus ingresos a los de los miembros masculinos.
La valoración del impacto distributivo de la participación laboral de las mujeres
permite constatar la existencia de efectos regresivos sobre los hogares que dependen de
ellas. De ahí, surge la necesidad de remover los obstáculos que, por un lado, frenan la
participación de aquellas mujeres que pertenecen a hogares con un solo perceptor de
rentas y, por otro, que impiden la reducción de los elevados niveles de desempleo y
discriminación en el colectivo femenino.