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FUNCIONES DEL INSTRUCTOR EFICAZ

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Funciones del Instructor Eficaz

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FUNCIONES DEL

INSTRUCTOR EFICAZ

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Dadas las características particulares de la enseñanza cristiana y, para comprender más claramente las funciones del instructor eficaz, es necesario partir de tres bases fundamentales:Entre el instructor y cada alumno existe un vínculo muy fuerte y perfecto que es el Espíritu Santo, por medio del amor. Aspecto que debe llenar de entusiasmo, confianza, fe y esperanza al instructor sabiendo que en esta ardua tarea no está solo, y que por tanto, nada hay que no se pueda lograr (si está en la voluntad de Dios).

El aprendizaje para el cristiano es un proceso del que nadie se gradúa, pues nunca termina. ¡Es para toda la vida!

Mientras que otros tipos de enseñanza se centran primordialmente en la mente del alumno, la enseñanza cristiana lo hace en la voluntad y los sentimientos. Como dijimos anteriormente el fin de la enseñanza cristiana no es llenarse de una gran cantidad de conocimientos bíblicos, sino de la persona de Jesucristo y de establecer la relación del alumno con Él. El conocer a Dios es más importante que conocer de Dios, porque Dios, que es una persona, anhela entablar relaciones con todas sus criaturas.

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Las seis funciones más importantes

Especialista del texto

Bíblico

Artista de la

Enseñanza

Consejero

Mentor y modelo Estudiante

Conocedor del grupo y

de si mismo

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Ser un especialista del texto bíblico. Por medio de esta función el instructor asegura su eficacia, pues esta consiste en conocer y comprender el contenido de su propia fe; es decir, saber en quién ha creído y a quién ha creído. Para ello lo primero que el instructor necesita es mantener una relación creciente con su Salvador y, segundo, apoyarse en La Palabra de Dios, la historia, literatura bíblica, la Arqueología bíblica, historia de la Iglesia, libros cristianos clásicos, teología, etc. En fin, ser un “especialista” de la Biblia. Es importante considerar que cada grupo tiene necesidades diferentes y que el instructor que más impacta la vida de sus alumnos, es aquél que está seguro de lo que cree y lo anuncia sin miedo ni vergüenza.

Un artista de la Enseñanza. La enseñanza consta de dos destrezas que se enlazan: arte y técnicas. Por tanto, el que enseña debe ser un hábil artista que sepa aplicar su creatividad a las técnicas que ha aprendido para que, por medio de ellas promueva el aprendizaje en sus alumnos. El aprendizaje se logra mejor cuando es interesante pues no se logra por solo impartir información nueva. Muchos piensan que por tener una vida de oración constante no necesitan esmerarse en su preparación docente y que con la intención es suficiente para que el Espíritu Santo actúe en nosotros; pero esto no es así. El instructor eficaz debe, además de procurar su comunión con Dios y ampliar sus conocimientos bíblicos, realizar acciones que hagan su enseñanza más efectiva. Este punto incluye desde funciones comunes, como dirigir la clase, proveer los materiales que requieren los alumnos, organizar las actividades de aprendizaje y mantener una disciplina en la clase; hasta aquellas más complejas, como son el motivar a los alumnos e inspirarlos para involucrarse, o guiarlos a aplicar lo aprendido a su vida diaria. Llevar lo aprendido en su corazón y no solo en su mente.

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Consejero. A pesar de ser esta una de las funciones más delicadas, es también una de las que menos se efectúa. La razón es porque esta función requiere de mayor tiempo y dedicación, con los cual no siempre se cuenta o se está dispuesto a dar, pues probablemente implique sacrificar algunos gustos personales. Este no debe ser el caso del instructor eficaz, quien siempre estará en toda su disposición de cumplir con la responsabilidad que ha aceptado. La consejería va más allá de poseer buenas intenciones para dar buenos consejos o ayudar en la toma de decisiones; sino que implica el ayudar a cada alumno a analizar su situación particular, guiarle a encontrar soluciones prácticas conforme a la Palabra de Dios e introducirlo en el camino del discipulado cristiano. Para ello el instructor debe capacitarse ampliamente, desarrollar habilidades de consejero y, sobretodo, estar consciente que esta es una función que necesariamente debe hacerse extra clase. Para lo cual debe el instructor adentrarse en la vida del alumno, visitarlo en su casa periódicamente, llamarlo por teléfono constantemente, interesarse sinceramente en su vida y establecer una relación de amistad y confianza: reír con él cuando tenga algo que celebrar, y llorar con él en la adversidad, para luego darle ánimo. Esto solo se logra cuando conocemos bien a nuestros estudiantes; lo que resulta imposible dedicando solo una o dos horas de contacto grupal cada semana. Esto requiere amor, dedicación, paciencia, entrega y disposición.

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Mentor y Modelo. Esta función encierra el verdadero papel del instructor eficaz; pues a través de ella demostrará si ha sido capaz de llevar al alumno a un cambio en su conducta. Esta es una tarea sumamente difícil, pues no consiste en que el instructor despliegue un cúmulo de conocimientos, o que aprenda y aplique una gran cantidad de técnicas y estrategias de aprendizaje variadas y dinámicas. Sino en que, aun fuera del salón donde se desempeña en la instrucción, con su testimonio de vida (dentro y fuera de la iglesia) les demuestre a todos y cada uno de los integrantes de su grupo, que él o ella es alguien que vive lo que enseña. Esa es siempre su mejor arma de enseñanza. Es a través de ese actuar como se gana la confianza, respeto, admiración y cariño del grupo. Por tanto, para que un instructor sea considerado un mentor primero tiene que ser un ejemplo digno de ser seguido. Este fue el ejemplo del Señor. En resumen, podemos decir que esta función no consiste en mostrar cuán hábiles y bien documentados estamos, sino en ser capaces de transmitir nuestra pasión por nuestro ministerio, nuestra entrega, visión y esperanzas. Es una función no de palabras sino de acciones eficaces. Muy probablemente a través de esta función, el instructor eficaz logre la máxima expresión del resultado de su enseñanza.

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Estudiante. Sin duda esta viene a ser una función vital para nuestro desarrollo como instructor. Pues únicamente quien posee tal humildad de reconocer que necesita seguir creciendo y aprendiendo, puede en verdad servir a sus estudiantes. Pues instructor eficaz es solo aquel cuyo anhelo permanente es el ser un discípulo de Jesucristo, y está dispuesto a que El moldee su vida y lo lleve de triunfo en triunfo. Debe ser su objetivo ofrecer a sus alumnos siempre el mayor y más amplio horizonte de aprendizaje, teniendo presente que espera de ellos, a donde los dirige; adhiriendo siempre nuevos conceptos y medios de aprendizaje.

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Conocedor del grupo y de sí mismo. El nivel de éxito en la enseñanza que un instructor alcance, siempre estará en proporción directa con su nivel de conocimiento y entendimiento que haya alcanzado a tener de todo su grupo y, en particular, de cada uno de los que lo integran. Además, le será de gran apoyo saber distinguir las diferencias particulares y ventajas o desventajas que cada alumno experimenta, sea por idiosincrasia, por su sexo, edad o el entorno en que se desarrolla. El hecho de que los estudiantes tengan algunas características afines como la edad, sexo o el que hayan nacido en la misma familia; no es un parámetro para considerar que todos son iguales, y concluir que nuestro acercamiento sea igual con todos. Es vital recordar que Dios creó a cada ser humano único, con características físicas, mentales, fisiológicas y anímicas, únicas para cada uno y, por tanto, que cada uno aprende de formas distintas de acuerdo a sus estrategias personales. Esta esfera de nuestro trabajo requiere tiempo; y no se logrará únicamente con el tiempo de la escuela dominical. El instructor eficaz debe hacer lo mismo que haría un buen minero.

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Excavar pacientemente con pasión, esperanza, entusiasmo, determinación, hasta encontrar la veta de oro. Muchas ocasiones habrá en que tenga que excavar mucho y usar diferentes herramientas, antes de encontrar ese valioso tesoro; pero no hay que darse por vencido. Recordemos que formar un alma apta para el cielo…¡Vale la pena cualquier esfuerzo!

Definitivamente, para poder lograr todo lo anterior, el instructor eficaz debe conocerse a sí mismo primero. Es importante que tanto sus fortalezas como sus debilidades las traiga constantemente al altar de la oración, y dejar que el Espíritu Santo las convierta en lo que Él quiera. Que sean barro en las manos del Alfarero, para entonces realizar la auténtica labor de instructor de enseñanza cristiana. Es asunto urgente que no veamos la eficiencia en nosotros mismos o en nuestras habilidades humanas, sino en lo que Dios quiere hacer a través de nosotros. El Espíritu también nos guiará para conocer las características individuales y de los diferentes grupos.

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Amado hermano:¿Conoce usted sus fortalezas y sus debilidades?¿Esta usted trabajando en armonía con el Espíritu Santo para que El haga de su carácter y personalidad la que se requiere para servirle como El merece?

Si no es así, tome este momento y platíquele al Señor su necesidad. Pídale que El lo moldee y lo ayude a usar correctamente sus fortalezas y a ver Su poder en sus debilidades.