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Texto de ALEJANDRO BADILLO § Poesía: LUIS GARCÍA § Fotografía: MIGUEL ÁNGEL ANDRADE

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Texto de ALEJANDRO BADILLO § Poesía: LUIS GARCÍA § Fotografía: MIGUEL ÁNGEL ANDRADE

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Visor

DIRECTOR GENERAL:Gabriel Sánchez Andraca

DIRECTOR EDITORIAL:Mario Alberto Mejía

COORDINADOR EDITORIAL:Miguel Ángel Andrade

DISEÑO GRÁFICO:Óscar Cote Pérez

CONTACTO:[email protected]

CONSEJO EDITORIAL: AraceliLanche, Miguel Maldonado,Alejandro Meneses†, BeatrizMeyer, Efigenio Morales,Enrique de Jesús Pimentel,Gerardo Horacio Porcayo,Gabriela Puente, MarcoAntonio Puente, Miguel ÁngelRodríguez, Harald Rumpler,Gerardo Arturo Zepeda.

EL SIETESOBERANO

Publicamos esta entrega untexto que recuerda a Alejan-dro Meneses a un año de sufallecimiento. Una crónica deChicontla, pueblo de la SierraNorte de Puebla a las márge-nes del río Necaxa.

Poesía de Luis garcía, laoscura voz que carcome losfragmentos del humo.

Las fotografías de este nú-mero son de Miguel ÁngelAndrade T.

I

En portadaFotografía de MiguelÁngel Andrade T.

Ignoro la fecha en queAlejandro Menesescomenzó a dar sus ta-lleres. En las distin-

tas etapas en las que estuve conél recuerdo el arribo atrasado del“maestro” (generalmente sinningún sentimiento de culpa), elprimer cigarro de la tarde, cam-bios de look y de casas. Fue en laúltima etapa, en PlantAlta, cuan-do Meneses (además de llegartarde y buscar un cenicero y susdelicados) nos hacía varias pre-guntas: cómo nos sentíamos, quéhabíamos pensado en la semana.Preguntas en apariencia simplespero que muchos encontrabandifíciles de responder. Despuésde nuestros comentarios, casisiempre parcos, él iba a la ven-tana y comentaba algo del cli-ma, de la forma como caía la llu-via, de algún pensamiento quese le había ocurrido antes de lle-gar con nosotros. Algunos asis-tentes al taller, quizás acostum-brados a las recetas, a esperaruna máxima o una sentencia in-cuestionable, se enteraban en-tonces de que en ese taller nohabía cabida para las respuestascorrectas, para el error y el acier-to, para formas clausuradas.

En Meneses la duda es la ge-neradora de ideas, la que apro-vecha su condición movedizapara definir el tono de uncuento, encontrar la palabraperfecta, esa palabra utilizada

muchas veces, en otros lados,y que en esa línea adquiere vidareal, suena a otra cosa, a unlugar distinto. La plática sobrenuestros comentarios llegabaa la investigación del cuento yde la vida. Meneses repetía unay otra vez: “confundir la litera-tura con la vida” y me imaginoque para él, esa confusión, esesaltarse los límites, le hacíacomprender que ambas tienenalgo de misterioso, inexplica-ble, y que siempre está en con-tinuo cambio.

Muchas veces pensé enMeneses como un místico ymuchos de sus conceptos so-bre la literatura están en suscuentos, a veces entrelíneas,en la historia de Ángela la delos ciegos. Ahí están el “crea elinfinito con lo impreciso y loinacabado”, el baile de Sedainecon su muñeca de plástico, elcuaderno de viajes del abuelo.En resumen: la reflexión so-bre el transcurso del tiempo yla vida, la permanente extra-ñeza ante el mundo. Tal vez esofue lo que nos sedujo y lo quenos impulsó a seguirlo a pesarde que nos había graduado enuna noche memorable.

II¿Por qué escribimos? En aparien-cia los grandes temas ya están ago-tados: amor, desamor, celos, odio.Entonces ¿Por qué lo hacemos?¿por qué repetir lo que alguien

El humoen la casa

Alejandro Badillo

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más escribió? Meneses tenía unarespuesta pronta: porque nadieestá en nuestro lugar, nadie ve lascosas como nosotros las vemos.Imagino a Meneses con su mon-tón de preguntas, sacándolas a re-lucir para no sentirnos confiados,para volver a nuestros cuentoscomo si los viéramos por pri-mera vez y esa nueva visita dela-tara alguna falsedad, un diálogoque en realidad nunca fue dicho.Los cuentos de Meneses son in-confundibles, su prosa es algoque se reconoce a primera vista.Las historias que escribió requie-ren un lector activo, porque en-frentarse a sus cuentos es entrara un mundo en que la luz, unacasa vieja, la sombra desplazán-dose entre los muebles son losverdaderos protagonistas delcuento y estos mismos actoresinterrogan, dejan más dudas quecertezas. Un trasfondo borrosopero rico, obsesionado por el de-talle, por unir la soledad a los per-sonajes para hacerlos extraños,huérfanos en un mundo en don-de no se sienten cómodos, peroen el que continúan casi a ciegas,hasta el final para asistir al espec-táculo de su vida como la fun-ción bizarra de un circo. A vecesme he detenido en las descrip-ciones, en las frases hilvanadascon soltura, para pensarlas comoun instrumento de precisión, una

lupa que da vida a una mancha enel piso, al olor de la humedad enel invierno, el humo saliendo deun cigarro. Se han mencionadoinfluencias de Meneses: su feti-che Scott Fitzgerald, del cual de-cía que nunca tuvo concienciadel escritor que era, Hemingwaycuyos accidentes contabilizó enCatedral, suplemento que dirigióy en donde publicamos nuestrosprimeros cuentos. Pero tambiénhabía una enorme influencia deautores en su lengua. Los catalo-gaba como espadachines del len-guaje y en ese apartado cabíanMiguel Ángel Asturias, AugustoRoa Bastos, mexicanos no tanconocidos como Juan VicenteMelo y Jesús Gardea.

IIIOtra es la faceta de Meneses quequisiera compartir, y no es porque sea una simple anécdota,sino que en involucraba talen-to, paciencia y precisión. Merefiero al Meneses cocinero.Tuve la oportunidad de verlococinar y acompañarlo en lacompra de los ingredientes parasus platillos. Íbamos al merca-do, él, a veces con lista en lamano, revisaba cuidadosamen-te las verduras, los condimen-tos, los precios. Carnívoro irre-dento, daba instrucciones pre-cisas a los carniceros para que

no estropearan un filete o unbuen corte. A la mitad de lacompra surgía la obligada visitaa algún bar, y después, ya en sucasa, se ponía un delantal, saca-ba utensilios con parsimonia ycomenzaba la magia: mientrasplaticábamos condimentaba lacarne, calentaba sartenes, ponía afreír cebolla. La plática avanzabaasí como el vodka y los saboresdel platillo se iban integrando. Enuna memorable noche, despuésde cocinar me mostró varias fo-tos: con una novia lejana, con susamigos, una muy especial, que lamostró muy orgulloso, donde lehacía una entrevista a la célebrecocinera Chepina Peralta. Me dijoque la sal y las especias son comolos adjetivos, hay que aplicarloscorrectamente, no abusar de ellosporque se puede echar a perderun cuento o un buen platillo.

IVAsí como Meneses dijo en unaentrevista: “Los cuentos pue-den seguir viviendo más allá dedonde empiezan y de dondeacaban, el lector puede empe-zar un cuento mucho antes dedonde inicia y puede seguirlomucho después de que ya ce-rró el libro”. Nosotros segui-mos escribiendo agradecidos yseguimos leyendo el libro a pe-sar de que se haya cerrado.

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l siete (chicome) esun número miste-rioso y mágico.

Muchos aspectos de la vida delhombre son regidos por estenúmero. Son siete días los quetiene la semana, los mismosque ocupó Dios para formar latierra. Son siete los mares delplaneta. Siete maravillas delmundo, siete pecados capitales,siete calamidades. Dante des-cribe siete infiernos, los meta-físicos hablan de siete nivelesde conciencia, Blanca Nieves seacompaña por siete enanos, elarco iris tiene siete colores, sonsiete las notas musicales, lasbotas de siete leguas, siete vi-das tiene un gato y la serpientede siete cabezas, entre otrasmuchas. Evoca al misterio, lasuperstición, los buenos o ma-los augurios, la maldición o be-neficencia, depende de cada re-ligión o cultura.En culturas mesoamericanascomo la azteca encontramos dei-dades que han sido vanagloriadasy que se encuentran ligadas con elfantástico número, como la dei-dad de los mandamientos en ge-neral y particularmente del maíz,Chicomecóatl, siete serpiente. Loslabradores y artistas plásticos ado-raban a Chicomexóchitl, sieteflor, “deidad de la pintura y el

tejido”, y los comerciantes te-nían fe a Chiconquiahuitl, “sietelluvia”, hermano de Yiacatecuhtli.También encontramos dentrodel Tonalpohuali (calendariomesoamericano) los días y sig-nos: chicome acatl, séptimo díadel signo ce mazatl; el chicomecalli, un signo calendárico y elchicome cóatl, séptimo día delsigno ce quiahuitl, los nacidos enesté día resultaban muy afortu-nados. En otras equiparaciones ysimbolismos, Chicomoztoc es eltérmino usado en los conjurosmágicos para designar al cuer-po y la cueva mítica donde sa-lieron las siete tribus. Llamar alcuerpo con el nombre del míticoorigen de los pueblos nahuas obe-dece a que la imagen de esta mon-taña madre “El lugar de la siete cue-vas” era comparada con el cuerpo

y con sus siete oquedades: doscuencas oculares, dos fosas nasales,la boca, el ano y el ombligo.Hasta la fecha los hijos delsincretismo conservamos tradi-ciones, leyendas, cuentos quetienen que ver con el númerosiete, como la de los nahuales:siete son las pieles con las quetienen que revolcarse para lle-gar a su transformación, siete sonlos nudos que se tienen que ha-cer a un rebozo para lograr queesa bestia se transforme en hu-mano; con la llorona, siete sonla supuestas mentadas de madreque hay que gritarle o aventarlesiete piedras —las cuales tienenque ser arrojadas de espalda paraque funcione y no te agarre—.Con el agua, siete son los varazosque se le dan al río, pozo o arro-yo para que no te lleve cuando

las personas han sido espanta-das. Para las mahueltias, siete sonlas velas que tienes que llevar alcerro para hacer las oraciones.En fin, benévolo o maldito, elnúmero siete nunca ha dejadode ser fascinante.En Chicontla —“El lugar delsiete”, “siete casas” o “siete tie-rras”— el simbolismo aplicablesería el de atrocidad, mal augu-rio, salación, porque desde hacediez años una serie de calamida-des ha azotado como las sieteplagas al poblado. En 1989 co-menzó una caída estrepitosa delprecio del café, aunado a ellouna helada acabó con la econo-mía, esperanza y progreso delpueblo. Muchas personas deja-ron perder sus huertos, pues “nipa’ los patrones ni pa’ los peo-nes” resultaba productivo el ne-gocio del fruto. Debido a tal si-tuación muchos de los trabaja-dores tuvieron que emigrar a lasmaquiladoras de las ciudadesmás cercanas: Tlaxcala, Pachuca,el D.F. Algunos más se marcha-ron “pal otro lado” (antes de laconstrucción del muro de lavergüenza) y según datos de loslugareños, el dinero enviado porlos familiares es lo que sostienela actual economía del pueblo.A los que bien les va en el veci-no país, se compran su camio-

Osvaldo Cortés Ojeda

Chicontla, el ugar del siete

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Primera de dos partes

E

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neta, construyen sus casas, po-nen negocios y otros regresanpeor de como se fueron y conactitudes adquiridas o modifica-das en su paso por los diversosestados de la Republica Mexi-cana o de E.U.A. Reniegan desu gente, su lengua, fuman be-ben o se drogan (estos tres últi-mos “cánceres” con mayores ín-dices en la población joven).Estos acontecimientos resultanmenores si los comparamos conel fenómeno que arrasó conmuchos sueños el cinco de oc-tubre de 1999, cuando las inten-sas lluvias saturaron a la Presa deNecaxa y tuvo que ser abiertapara evitar mayores catástrofes. Elpueblito de 5352 habitantes(73.2 por ciento indígenas) que-dó incomunicado de Patla aChicontla el único que lograbacruzar el desbalagado cerro ychicloso lodo, era don Danielitoy su “camión del amor” (como lellaman a su pequeño y súper len-to autobús). Según pregonan losviejos y cuenta la leyenda, el fe-nómeno acontece cada 45 años,pero en esos meses parecía serque dicho mito sería modifica-do, ya que les habían dado señalde alerta porque parecía quenuevamente el Río Necaxa losdevoraría. Gracias a la vida, nopasó a mayores, si no las pérdidasnuevamente iban a serincuantificables. La gente ya es-taba espantada: “Ni Dios lo quie-ra, porque la otra vez perdimostodo, nuestras casitas... la míaapenas la había terminado deconstruir, mis puercos se los lle-vó el agua ¡Ay Diosito lindo!Nomás veíamos cómo bufaba elagua, se veía todo oscuro, lanublazón, bien triste, ni tiemponos dio de llevarnos nuestras

cosas, ropa, televisiones, todo,todo se llevó...los árboles y laspiedras traspasaban las casas, des-de acá arribita veíamos cómo seiban perdiendo nuestras casas,tábamos llore y llore...”.De acuerdo a lo que comentanlos chicontecos, siete fueronlas supuestas familias fundado-ras. La gente llegó de Tecuantlay Monte de Chila porque su-puestamente una epidemia aca-bó con los antiguos morado-res. Hasta ahora Chicontla nose ha recuperado económica-mente, la creciente casi arrui-nó medio pueblo, entre cons-trucciones, escuelas, casas, ani-males, cultivos, aparatos elec-trodomésticos, etcétera, solohubo una pérdida humana (quese sepa). Empezando a bajar deLa Unión el paisaje se veía de-

solador, parecía un gran cauce,hasta los ojos lloraban de ver alotrora verde y húmedo-tropi-cal Chicontla. Después inicia-ron los saqueos, ya que variosvivales aprovecharon la situa-ción; pero eso no fue todo,cuando los afectados —pasadala creciente— fueron a ver quépodían rescatar, pescaron infec-ciones en la piel por la podre-dumbre que habían acarreadolas fieras aguas. Una vez vueltala calma y ayudados por el go-bierno municipal, estatal y fe-deral, les fueron entregadasunas míseras chozas que hastacon un pequeño desgaje de ce-rro pueden ser desbaratadas.Chozas a las que todavía no seles puede hacer ninguna adap-tación porque todavía no lespertenecen a los afligidos, ya

han pasado cinco años y losdocumentos para acreditar quelas casas les corresponden nohan sido entregados.Chicontla es un pequeño valleque se encuentra dentro de loslímites del Río Necaxa, la zonaes totonaca y junto con Patla ySan Pedro comparten su va-riante dialectal. “El totonaco delRío de Necaxa” fue una investi-gación dirigida por el canadien-se David Beck y apoyado porinvestigadores nativohablantesde la zona como el profesorÁlvaro de Chicontla, el señorSampayo de Patla y vecinos deSan Pedro.Todavía podemos ver portarregias a las mujeres, su enaguablanca con alforzas, sus blusasbordadas con motivos florales,su trenza cruzada al frente y suquexquemetl. Las danzas quetodavía se pueden observar sonlas de “Los tejoneros”, “Trapi-che”, “Los Charros”.De los vestigios de culturas ante-cesoras como la huasteca se hanencontrado ídolos de barro conmotivos fálicos, figurillas de ma-dera y pequeños montículos queasemejan ser pirámides. La iglesia—según investigaciones del pro-fesor Marcelo Rivera Cruz— fueedificada en 1710 y confiada a losfranciscanos. En la fiesta grande,en diciembre, desde lo alto de latorre del santuario se expandencomo telarañas los adornos haciael poblado y hacía la casa de“Simón”, el más visitado deChicontla. Chamán, protector,curandero, hablante del castella-no, náhuatl y del totonaco, mila-groso, benéfico —como el nú-mero siete— respetuoso y res-petado, Simón es el brujo más co-nocido del pueblo.

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IHay tardes que falsean su luzNos entrampanInquieta humedad de domingoAltas nubes de cierto olor a derrumbeAlguien que no soy camina mis pasosquién soyQuien soy no quiero serloNo hoypues la oscuridad es sangre acumuladaes un cuervo que recorre los huesoscon el frío de unas manos delicadasuñas que rasgan el cristal dormidodonde los nervios como serpientesmudan de piel adentrocomo enredada sombrade una desconocida desnudez.

Luis García

Oscura VozII

Del cielo sólo caela inmaterialidad de los recuerdosMe he cubierto de un polvo mental no sereno

La lentitud de mis manos delatael largo ayuno del espejoLa soledad escupió sus arpas rotasen jardines distintosen manecillas de otro tiempodonde ya no me reconozcoDe qué pozovienen las vocesque acorralanQué entraña violenta vencela claridad del truenoUn perro negro cruza la calleComo féretro de hierro vacíoLadra una muerte

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IVVi la luz deshojada del albay di entinta una florcomo moneda de cambioDe la tierra que soñéSur que ya no esperollegó por la ventana un vientoque levantó negrala arena de mi pechoMiré un tigre desgarrado en el cielocuyo estertor herido nos habitaSentí el viento extraviado que agita las palmerascuando lamen el lado oscuro de la lunay huye el asesino impíoRecordé el sonar de los trenesque cruzan de noche las pesadillas de mi madreDejé la puerta entreabiertapor la que abandonan las mujeresque dejan la mirada en el techopara volver como un ciego agradecidoy untarse otras telas que resbalaron ya otra pielDos cuerpos desnudos se consumen al pie de las sombrasPresentí un hueco entre el cieloy el mar inagotabledonde se hace el silencio:La sordera de diosDudé de la semilla que creó una iglesiasobre una pirámidey un manicomio floreciente a sus píescon las mejillas negras puestas al solDebajo los camaleones se fecundany su piel recobra el color primigenioen que descansan –dicen— los ojos de diosEso ha sido mi vidaUna hoja desprendidaAún sin suelo ni ciudadHe conocido el fangoEl falso fuegoSin embargo todavía no me aprendo

IIIMuerte muralla necesariaremordimiento y miedoparálisis o vana palabraLento pan que a diario se repiteMuerte como pertinenciade vómito metafísicode silencioso olvidode muda cosquillade absurdo vicioperdurable como la búsquedade unos ojos insomnes

Al fin la muerteserá como escucharunos labios cerradosdijo Pavese

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Luis García De mi sien cayó un cristalla palabra gotea

doliente ruedapiedra alegrehúmedo

atisbode

lentaluz

que se amortigua en hojasde calendarios sin fechaLos días cambiaron de collarcargan la soga en el cuellocon la sentencia pospuestaUna mujer me dio la espaldaDejó mi piel manchada de fraganciasy se marchó mojadacon la voz de mis muertos.

V