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HERMANOS Y MENORES HOY PRÓLOGO Para mí es un honor poder proponer algunos pensamientos introductorios a vuestro Capítulo general. ¡Pero me presento ante vosotros con cierto temor! Intentaré transmitiros mi lectura personal del tema que deberá orientar vuestros trabajos capitulares: ¡“Hermanos y Menores hoy”! El tema que se os ha propuesto afecta al tema de nuestra identidad profunda, la que nos ha dejado san Francisco de Asís. Y responde a la simple pregunta: ¿quiénes somos? En consecuencia, hemos sido llamados a buscar cómo hacer presente hoy la gran novedad aportada por san Francisco en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo y cómo vivirla de forma coherente y renovada hoy día, tras más de 800 años desde su inicio. A propósito de esto quiero recordar cuanto ha dicho el Papa Francisco en su entrevista concedida al P. Antonio Spadaro de la Civiltà Cattolica: “No existe identidad sin pertenencia” 1 . De hecho, a menudo me ocurre toparme con hermanos que saben hablar bien de san. Francisco y de nuestros orígenes, pero que lo hacen desde un punto de vista puramente intelectual o académico, mientras que su estilo de vida no está marcado de alguna forma por la voluntad de asemejarse a él. La identidad, para que sea verdadera y que no esté simplemente vacía, requiere que se afronte también el aspecto de la pertenencia. Como también es cierto que la pertenencia siempre requiere una identidad precisa con la que medirse. Es más fácil entretenerse en la identidad que la pertenencia, porque ésta atañe a la concreción de la vida y puede manifestarse en mayor o menor grado. Es más difícil declararse perteneciente a un grupo cuando éste está pasando por un momento de crisis. Sin embargo creo que son precisamente los momentos difíciles y los tiempos de crisis los que más nos interpelan. Porque puede ser que nos hayamos alejado de nuestros valores de identidad o que experimentemos un fuerte compás de espera, y entonces es el 1 La Civiltà Cattolica 2013 III 459 / (19 de septiembre de 2013). 1

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HERMANOS Y MENORES HOYPRÓLOGO

Para mí es un honor poder proponer algunos pensamientos introductorios a vuestro Capítulo general. ¡Pero me presento ante vosotros con cierto temor! Intentaré transmitiros mi lectura personal del tema que deberá orientar vuestros trabajos capitulares: ¡“Hermanos y Menores hoy”!

El tema que se os ha propuesto afecta al tema de nuestra identidad profunda, la que nos ha dejado san Francisco de Asís. Y responde a la simple pregunta: ¿quiénes somos? En consecuencia, hemos sido llamados a buscar cómo hacer presente hoy la gran novedad aportada por san Francisco en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo y cómo vivirla de forma coherente y renovada hoy día, tras más de 800 años desde su inicio.

A propósito de esto quiero recordar cuanto ha dicho el Papa Francisco en su entrevista concedida al P. Antonio Spadaro de la Civiltà Cattolica: “No existe identidad sin pertenencia”1.

De hecho, a menudo me ocurre toparme con hermanos que saben hablar bien de san. Francisco y de nuestros orígenes, pero que lo hacen desde un punto de vista puramente intelectual o académico, mientras que su estilo de vida no está marcado de alguna forma por la voluntad de asemejarse a él. La identidad, para que sea verdadera y que no esté simplemente vacía, requiere que se afronte también el aspecto de la pertenencia. Como también es cierto que la pertenencia siempre requiere una identidad precisa con la que medirse.

Es más fácil entretenerse en la identidad que la pertenencia, porque ésta atañe a la concreción de la vida y puede manifestarse en mayor o menor grado. Es más difícil declararse perteneciente a un grupo cuando éste está pasando por un momento de crisis. Sin embargo creo que son precisamente los momentos difíciles y los tiempos de crisis los que más nos interpelan. Porque puede ser que nos hayamos alejado de nuestros valores de identidad o que experimentemos un fuerte compás de espera, y entonces es el momento de enfrentarnos y de renovar más que nunca nuestra pertenencia al grupo, a nuestra Orden, con el fin de abrir nuevos caminos y a ser verdaderos hermanos menores en y para nuestro tiempo.

HERMANOS

Cuando hice el noviciado en un lejano 1964/65 me hablaron solamente de que san Francisco había escrito la Regla Bulada y el Testamento. Sobre los demás escritos ni una palabra. El planteamiento de la formación era indudablemente de tipo moralista y penitencial. Moralista porque se nos enseñaba cuáles eran los pecados graves que se podían cometer contra la Regla y los innumerables pecados veniales. Penitencial porque se centraba en el silencio, la dependencia para todo del maestro de novicios, el coro por la noche, la disciplina y el cilicio. Pero eran los tiempos del Concilio Vaticano II y este gran acontecimiento eclesial no tardó en arrojar su luz benéfica también sobre nuestra Orden. Hablo de los Capuchinos porque entonces no conocía a otros. De hecho nuestra Orden, como me imagino que muchas otras, fue sacudida interiormente por una onda de viento tan fuerte que sintió la necesidad de volver a escribir a partir de cero las 1 La Civiltà Cattolica 2013 III 459 / (19 de septiembre de 2013).

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Constituciones que durante más de 400 años habían permanecido casi sin cambios. Era tiempo y hora de renovarse radicalmente. El acento venía puesto precisamente en la vida fraterna. Si hay una línea maestra que atraviesa nuestras Constituciones desde el Concilio hasta la fecha es esta insistencia en la vida fraterna como el núcleo de nuestro carisma franciscano capuchino. Y es sintomático el hecho de que no todo el mundo aceptó esta nueva orientación. El hecho es que algunos se separaron de la Orden para permanecer fieles a su carácter genuinamente penitencial. Entendieron, quizás más que otros, que se había producido un cambio claro de ruta y no quisieron seguirla.

En mi humilde opinión fue un viraje providencial y, a veces, me sigo preguntando, incluso hoy, cincuenta años más tarde, si somos lo suficientemente conscientes de ello y si realmente estamos tratando de poner en práctica esa alternativa. Y creo que puedo decir que fue una alternativa providencial tanto a nivel franciscano y eclesiológico, como también antropológico. Intento explicarme:

A nivel franciscano

Poniendo el compromiso de la vida fraterna en el centro de nuestro carisma, hemos recuperado o, mejor aún, hemos descubierto toda la riqueza de la innovadora opción de san. Francisco, quien desde el principio de su conversión se hacía llamar "hermano Francisco". Conscientes y agradecidos por la fuerte y decisiva intervención de Dios (Deus ipse!) que le había dirigido entre los leprosos, Francisco cambió irreversiblemente su cosmovisión y su percepción de la vida. Luego se fue a vivir entre los leprosos, para usar su misericordia y ser su hermano2. Volveremos a este aspecto cuando abordemos el tema de nuestro ser menores.

Y cuando llegaron los primeros compañeros, él mismo dice en el testamento, que al principio no sabía qué hacer y que después, fue el Señor mismo quien le reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio. Esto condujo a un planteamiento totalmente nuevo de las relaciones entre ellos. Tenía ante sí el modelo monacal en el que el poder residía sobre todo en una persona, el Abad, pero Francisco eligió una forma totalmente nueva, la de la circularidad del servicio mutuo del hermano para los hermanos y quería que el grupo de hombres que le pidieron compartir su propio estilo de vida, formaran una "fraternidad"3.

La renovación de los estudios franciscanos, la valoración de los escritos del Santo y un mejor conocimiento de su tiempo, contribuyeron de modo decisivo a este nuevo planteamiento de nuestra vida, y estoy convencido que esto vale tanto para nosotros los hermanos Capuchinos como para vosotros.

Pero también es hora de darse cuenta de que la vida fraterna vivida con intensidad y fidelidad es más exigente que la misma pobreza. Me explico: la pobreza consiste principalmente en apartar muchas cosas en la vida y en reducir mis necesidades y las nuestras a lo esencial, mientras que la vida fraterna requiere una constante y dinámica donación, que nos compromete a hacer más auténtica la calidad de las relaciones que acompañan nuestra vida cotidiana. A veces se trata de saber perdonar y de saberlo hacer siempre de nuevo, a veces damos un paso atrás para hacer un espacio al otro para que sus dones puedan florecer y dar sus frutos. La vida fraterna, originada por el Espíritu Santo, crece si la calidad de nuestras relaciones tiene el sabor de la

2 Cfr. P. Maranesi, Chiara e Francesco. Due volti dello stesso sogno, Cittadella Editrice, Assisi 2015.3 Cfr. Idem, Il sogno di Francesco. Rilettura storico-tematica della Regola dei Frati Minori alla ricerca della sua attualità, Cittadella Editrice, Assisi 2011.

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acogida, del perdón, de la misericordia y del amor que el Señor Jesús nos ha mostrado como Bienaventuranza para nuestra existencia.

La pobreza que muchos de nuestros hermanos han vivido y viven con alegría no se relega a un segundo plano, sino que a la luz de la renovación siempre resulta el menor de los carismas, y toma las connotaciones de la solidaridad, del compartir los bienes con los últimos de la tierra, de la responsabilidad por la integridad de la Creación. Fraternidad también significa disponibilidad para superar los límites de la fraternidad local, de la Provincia o de la Custodia en la que vivimos, para ayudar a distritos con dificultades o bien para formar parte de una fraternidad intercultural donde las necesidades de personal son más urgentes. La pobreza también se puede vivir individualmente, mientras que la vida fraterna no nos dispensa nunca de relacionarnos con el otro, sin querer que sea mejor cristiano. De hecho, se sabe que ¡la única persona sobre la que tenemos un cierto poder de cambio somos sólo nosotros mismos!

A nivel eclesial

Poniendo con decisión en el centro de nuestra vida la vivencia fraterna, nosotros mismos nos ponemos en profunda sintonía con la eclesiología de comunión que representa uno de los más bellos dones del Concilio Vaticano II a la Iglesia. Sabemos lo difícil y laborioso que resulta la transición de una eclesiología que consideraba a la Iglesia como una "societas perfecta" a una eclesiología de comunión, donde la comunión antes de ser el resultado del esfuerzo moral realizado por varios componentes de la misma, se considera como un don de lo alto, un icono de la Santísima Trinidad.

Me sorprendió mucho cuando hace algunos meses, un obispo de Alemania, ante la oferta realizada por un grupo de nuestros hermanos indios que estaban dispuestos a asumir la responsabilidad de las parroquias de su diócesis, les respondió que lo que necesitaba su diócesis era otra cosa. Pidiéndoles que viniesen a dar testimonio de vida fraterna en uno de los muchos conventos que estaban ya cerrados o estaban a punto de ser cerrados en su diócesis. En la misma respuesta decía que la diócesis sentía necesidad de la presencia de religiosos que oren juntos regularmente y que estén disponibles para acoger a las personas que buscan a alguien que sepa escucharles o para las confesiones. Es decir que nuestra fraternidad es un bien indispensable para la vida del cuerpo eclesial. Dentro de una eclesiología de comunión podemos ser ejemplo vivo de comunión.

Hace mucho tiempo se remitió a Mons. Galantino, el Secretario de la CEI, la cuestión de lo que se esperaba de nosotros los hermanos menores y su respuesta fue clara e inequívoca: "si dependiese de mí, yo diría: ¡menos parroquias y ejerced más de hermanos!" Y luego nos lo explicaba cómo si esperase de nosotros casi las mismas cosas que acabo de describir anteriormente.

A nivel antropológico

¡Pero creo que también hay una necesidad urgente de tipo antropológico! El bebé antes de abrirse a la relación con los demás, atraviesa un largo período en el cual él aprende a manipular sus juguetes y aprende cómo comportase en familia. Repite una y otra vez los mismos juegos y le gusta coger en la mano un objeto y dejarlo caer al suelo para que después lo recoja un adulto y

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dejarlo caer otra vez. Mientras tanto, los músculos se fortalecen y el niño se vuelve más hábil para manipular objetos. Es el período en el que es muy celoso de las cosas que le pertenecen y muy difícilmente las compartirá con otro. Lo hará en una etapa posterior, cuando al contar con la presencia del amigo estará dispuesto a cederle sus juguetes o a intercambiar los roles, porque la presencia del otro será más importante que las cosas y que los objetos que poseía.

Dando un solo vistazo, aunque sea fugaz, a nuestro mundo de hoy, logramos entender cómo la humanidad desarrolló mucho la etapa anterior a la de las relaciones. Esto se puede entender a partir del enorme desarrollo de los avances actuales en el ámbito de la tecnología. Ésta hoy está interviniendo sobre la materia y es capaz de fijar en un chip pequeñísimo una cantidad infinitamente grande de información. Y lo que sucede a nivel microscópico ocurre también a nivel macroscópico, pues el hombre es capaz de producir sondas muy sofisticadas para alcanzar planetas a distancias inimaginables. Esto nos permite afirmar que el hombre de hoy ha desarrollado exponencialmente su capacidad para manipular la materia y para utilizarla para los fines más variados. ¡Lo que, desgraciadamente, es cierto incluso en el ámbito de los armamentos!Sin embargo, en el ámbito de las relaciones entre los pueblos, entre las naciones y entre los diversos componentes del tejido social estamos a años luz de haber desarrollado ni remotamente algo comparable a lo que ha sucedido en la tecnología. El mundo continúa dividido, la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo, en las familias se organizan guerras por cuestiones hereditarias y también entre las naciones pueden estallar repentinamente nuevos conflictos por motivos territoriales. Además, se puede decir que el continuo desarrollo en el campo de los medios de comunicación hace que las personas sean menos propensas a la relación. Jugando durante horas con los nuevos juguetes para adultos, somos cada vez menos capaces de disfrutar de un hermoso paisaje o de escuchar a los demás que tiene algo propio que decirnos. ¡Y esto sucede incluso entre nuestros hermanos!

Por eso la opción de colocar en el centro de nuestras intenciones la promoción de la vida fraterna tiene un valor muy alto y ejemplar, tanto en lo referente a nuestra identidad franciscana dentro de la Iglesia como para el mundo en que vivimos. Es obvio que no podemos limitarnos a proclamar un principio y que estamos llamados para establecer todas esas actitudes que fomenten la creación de una vida verdaderamente compartida entre hermanos. Esta es precisamente la transición tan delicada, aunque necesaria, de la identidad a la pertenencia. Con palabras del Papa Francisco: “significa convertirse en ‘expertos de comunión’”4.

Me gusta recordar aquí lo que están viviendo algunos de nuestros hermanos en Francia, más precisamente en Clermont-Ferrand. Han pasado menos de 10 años desde que un grupito de hermanos decidió instalarse en el convento casi abandonado de esa ciudad y tratar de vivir juntos compartiendo las tareas domésticas, cuidando especialmente de la liturgia, garantizando la acogida en la escucha y en las confesiones durante todo el día y desarrollando modos sencillos para ser una presencia solidaria junto a los pobres, a los enfermos y los presos.

Lo primero que hicieron fue limpiar la iglesia, pintarla y convertirla en un espacio sobrio, digno e incluso bonito. Cuando la gente del lugar se dio cuenta de lo que estaban haciendo los recién llegados se unieron a ellos para echarles una mano en el trabajo. Y esa mano se demostró más tarde generosa en que no les faltara a los hermanos una buena botella de vino, el cordero pascual y muchas otras cosas. Hoy en día esa iglesia es muy frecuentada y en su mayoría por un público joven y familias jóvenes con sus hijos. Hace dos años pude comprobarlo en persona 4 Carta apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con ocasión del año de la Vida Consagrada.

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durante el triduo pascual. ¡Imaginad que esto ocurre en una ciudad marcada por la secularización, como la mayor parte de las ciudades europeas del norte! Una vuelta simple e inteligente a la vida fraterna, vivida en simplicidad, posee una increíble fuerza de atracción aún allí donde se relega a Jesucristo entre los grandes desconocidos. ¡Y surgen nuevas vocaciones! Aquí cuento lo que dijo un hermano muy elocuente: hace tiempo, un joven dijo a los hermanos que había decidido no frecuentarles más en el futuro porque temía que pudiera surgirle la vocación de hacerse hermano.Tengo que decir que se trata de una fraternidad muy normal, formada por hermanos de todas las edades. De hecho tienen de treinta a los noventa años. Una de las claves para comprender lo que sucede está en los proyectos que tienen estos hermanos: hicieron sus elecciones en común y se han comprometido a vivirlas. Yo diría que han aprendido a combinar identidad y pertenencia. Y las personas que les frecuentan se sienten atraídas al ver cómo estos hermanos hacen las cosas juntos, perciben que su oración está surcada por una tensión real y profunda hacia Dios, les ven vivir un estilo de vida muy simple y compartida.

El pasado mes de diciembre nos reunimos en Fátima todos los Ministros provinciales de Europa y les presentamos el testimonio de lo que estaban viviendo los hermanos en Clermont Ferrand. Invité al encuentro también a vuestro querido Fr. Giacomo Bini y él me aseguró que intervendría, a no ser que la hermana muerte decidiera llamarlo antes. Le sustituyó Fr. Jacopo que nos habló de Palestina y que nos dijo cómo podíamos y debíamos intensificar el diálogo y el intercambio de experiencias allí donde surja algo nuevo y auténtico.

Por lo tanto, puedo decir con firmeza que la vida fraterna, vivida de modo auténtico, afrontando los conflictos que inevitablemente pueden surgir dentro de la fraternidad, adquiere una connotación evangelizadora. Cuando el Papa Francisco obsequió con su presencia a los Ministros generales de varias Órdenes y Congregaciones, durante una larga mañana el 29 de noviembre de 2013, les habló de la vida fraterna con un gran sentido de la realidad, hasta añadir y afirmar que una fraternidad sin conflictos no puede decirse que sea realmente tal. Les invitó a no tener miedo a los conflictos, a condición de que se afrontaran con decisión para evitar que al hacerse mayores pudiesen causar daños más graves.

Lo que os deseo, queridos hermanos en San Francisco, para este Capítulo general es que podáis forjar una experiencia fraterna fuerte entre vosotros en las próximas semanas. No tengáis miedo de afrontar las cosas que no funcionan o que hayan ido mal en los últimos seis años. Pero antes de hacerlo es necesario que cada uno se pregunte con qué espíritu vivirá este Capítulo y cómo quiere aportar su contribución personal para hacerlo realmente fraterno.

MENORES

El 4 de octubre de 2013 ha sido para Asís y para todos nosotros los franciscanos un día memorable: el primer Papa en la historia que ha elegido llamarse como nuestro Santo fundador vino de visita, y era para él su primera vez en la ciudad que vió nacer a nuestro Seráfico Padre. Las decisiones tomadas por el Papa Francisco en ese día continúan interpelándonos. De hecho, las primeras personas que quiso conocer no fueron frailes sino discapacitados, casi como para hacernos recordar que la conversión de san Francisco se llevó a cabo gracias al hecho de que Dios mismo le condujo entre los leprosos y que este encuentro con los últimos y desfavorecidos sigue

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siendo un hito para todos nosotros que reclamamos el nombre de franciscanos. Por otra parte, el Papa no se limitó solamente a ese gesto impresionante, ya que, en lugar de compartir con nosotros, como se hace usualmente en este día de fiesta, el almuerzo en el Sacro Convento, fue a almorzar con los pobres, a la mesa preparada para ellos por Cáritas. ¡Qué lección de minoridad! Y sabemos que el Papa Francisco ha permanecido fiel a estas dos elecciones suyas y nunca deja de sorprendernos cumpliendo gestos de gran y amorosa atención a los más pobres y los marginados.

El peligro para todos nosotros es el de llamarnos "menores" pero de estar en realidad muy lejos de las personas que realmente están viviendo en un estado de marginación y carecen de todo. Nos parecemos mucho al sacerdote y al levita que descendían de Jerusalén a Jericó, los cuales cuando vieron aquel hombre que habían dejado medio muerto en el camino pasaron de largo. ¿No fue lo mismo para el joven hijo de Pietro di Bernardone, el cual, en un primer momento, daba una gran vuelta en torno a los lazaretos para no encontrarse con aquellas figuras de aspecto horripilantes y de olor insoportable? Le daban repugnancia y se detenía ante las sensaciones desagradables que experimentaba frente a ellos. No se dejaba alcanzar de sus gritos de ayuda, de su demanda de un gesto humano de cercanía, porque se mantenía enfocado únicamente en sí mismo. Pero fue el Señor mismo quien lo condujo entre ellos y desde aquel momento muchas cosas, cambiaron en su vida. Me pregunto ¿si no se debe repetir para la mayor parte de nosotros, incluido yo mismo, esta fuerte intervención del Señor que nos confronta directamente con los pobres y abre nuestro corazón y lo hace acogedor y compasivo? No basta el simple hecho de decirnos "franciscanos" para asegurarnos de ser capaces de estar con los pobres y regocijarnos, porque Francisco nos pide precisamente esto: “Y deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y los débiles, con los enfermos y los leprosos y con los mendigos que están a la vera del camino” 5.

El encuentro de Francisco con los leprosos marcó el inicio de su conversión, y le permitió darle una mirada completamente nueva a su existencia. Después de aquél encuentro Francisco ya no fue el mismo. Se le concedió darle un nuevo sabor a su vida: pasó de la amargura a la dulzura. Este evento lo llevó a “salir del siglo”, para reposicionarse en la vida de los hombres de su tiempo de una manera nueva, saliendo de la lógica del poder para vivir en aquella que apenas había vislumbrado y experimentar, como una revelación, entre los leprosos. El joven hijo del comerciante, deseoso de convertirse en un gran caballero, tuvo un vuelco radical de las categorías sociales en las que había vivido hasta entonces con el fin de abandonar cualquier sueño de grandeza. Se le pidió que dejara la ciudad y que descendiera hacia el bajo entre aquellos que vivían la marginación. Luego salió de la ciudad para descender al recinto de los leprosos, colocados fuera de las murallas de la ciudad, confinados en la parte más baja del valle y encerrados dentro de los muros de la marginación. Francisco se fue a vivir entre los leprosos, entre los que estaban posesionados de la parte inferior de la pirámide social medieval. A partir de ese momento comenzó a vivir una lógica diferente, opuesta a la que había vivido hasta haquel momento. Ya no se trataba de subir en la escala social, sino de abrazar nuevos valores como la misericordia y el darse a sí mismo de manera gratuita a los que no le podían pagar ni beneficiar.6

La elección de ser y de hacerse llamar "hermano menor" tiene sus raíces en este pasaje fundamental de su vida y se transformó en una apremiante invitación a sus hermanos a someterse a toda criatura, a no perturbarse por el pecado de los demás, a no apropiarse de lugar alguno, a acoger con bondad a quienquiera que venga entre ellos ya sea amigo o enemigo, ladrón o

5 Rnb IX,2.6 Cfr. P. Maranesi, Chiara e Francesco, 23-29.

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malechor; que nadie sea llamado prior, sino que a todos sin excepción se les llame sencillamente hermanos menores. Y lávense los pies los unos a los otros.

Admitamos honestamente que no se trata de un asunto fácil de realizar: probablemente se nececita la vida entera y mucha formación para llevar a cabo este proceso de despojo de nuestro ego y aspiraciones que son legítimas, pero sin duda no están de acuerdo con el ideal que nos propone Francisco. Muchos son los que, habiendo abrazado la vida de los Hermanos Menores, inconscientemente siguen soñando el prestigio y deseando afirmarse para ser reconocidos. Por supuesto, que para descender y gloriarnos del último lugar o puesto, primero se requiere haber vivido conscientemente nuestra identidad de personas afirmadas y maduras. De aquí nace y se repropone continuamente el gran desafío de un acompañamiento personalizado y cuidadoso durante los años de formación inicial. La misma formación permanente deberá regresar a menudo sobre el tema.

Regresemos a Francisco y él nos llevará de la mano para portarnos a su modelo por excelencia, al Hijo de Dios hecho hombre y a la Eucaristía, a la humildad sublime, donde el Hijo de Dios se humilla hasta el punto de esconderse, por nuestra salvación, en una pequeña apariencia de pan. "Mirad, hermanos, la humildad de Dios, y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros mismos; para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega”7.

Casi toda la introducción a nuestra vida consagrada franciscana debería adoptar el carácter de un verdadero camino de iniciación, donde al candidato se le conduce a través de la enseñanza y experiencia gradual dirigida a hacer propias “los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz8.

La condición de menores nos quita en cierta medida también el derecho de turbarnos y airarnos por el pecado o el mal del otro. Escribe Francisco en el en el capítulo V de la Regla: “Y guárdense los hermanos, tanto los ministros y siervos como los demèas, de turbarse o airrse por el pecado o el mal del otro, pues el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo; antes bien, ayuden espiritualmente, como mejor puedan, al que pecó”. He aquí, pues la actitud con la que hacer frente, incluso a los temas más espinosos que puedan surgir durante el Capítulo que está a punto de comenzar.

NUESTRA MISIÓN HOY

El ser hermanos y menores debe insertarse en un proyecto que, en comunión con la Iglesia, vaya dirigido a transformar ciertas realidades que nos son particularmente queridas. ¡No es suficiente decir que somos hermanos y que queremos dar prioridad a la vida fraterna en nuestro interior! Creo que es igualmente importante afirmar y comprometemos a hacer de nuestro mundo un mundo más fraterno. No debe haber parroquia u obra social o escuela o cualquier otra realidad encomendada a nosotros donde no promovamos la colaboración y la implicación de todos. Nuestro ser hermanos nos invita a asumir en cualquier lugar y siempre un estilo fraterno y

7 Carta a toda la Orden 28-29.8 A los Filipenses 2, 5 -8

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con la mira puesta en hacer del mundo una realidad fraterna. Las posibilidades que tenemos ante nosotros para actuar son enormes. Alguien ha dicho que de los tres ideales de la Revolución francesa se han realizado, y no en todos los lugares, sólo la libertad y la igualdad, pero estamos lejos de haber promovido realmente la fraternidad. Creo que nosotros, como franciscanos, no podemos echarnos atrás en esta gran tarea. Es verdad que somos pocos frente a un mundo tan vasto y dividido, no obstante asumamos la actitud de quienes creen en los valores del reino, comparables al grano de mostaza, que arrojados en el jardín, creció y se convirtió en un árbol, y las aves del cielo hicieron su nido en sus ramas, o a la levadura que mezclada en tres medidas de harina la fermenta toda9 .

Actuar en comunión con la Iglesia hoy exige que trabajemos en sintonía con todo lo que el Papa Francisco nos ha propuesto de forma clara y fuerte en su Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium”, donde dice ante todo que debemos dejarnos llenar el corazón y la vida entera por el gozo del Evangelio, descubriendo a la persona de Jesús, dejándonos salvar por Él, que nos libra del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento (1). Todo lo que el Papa propone a todo cristiano, es decir, renovar su encuentro personal con Jesucristo o al menos dejarse encontrar por Él, de buscarle todo el día sin tregua (3), vale también para nosotros, hijos de san Francisco. No se comprende a san Francisco si se le aisla de su relación profunda y existencial con la persona de Cristo y su misterio de vida, muerte y resurrección. Un cierto cansancio que se convirtió en parte de nuestras fraternidades y de los hermanos, en mi opinión, es debido a una crisis de fe sutil y larvada. Es increíble con qué facilidad nos dejamos invadir por los valores del mundo que pretenden el éxito personal y el prestigio, en vez de dejarnos transformar progresivamente por los del Evangelio.

El Papa nos interpela en particular en el ámbito de la fraternidad cuando dice: " A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente”(99). Este pensamiento lo había expresado ya en otras palabras durante el encuentro celebrado el 29 de noviembre de 2013 con los Superiores generales de la USG, cuando les dijo: “La fraternidad tiene una fuerza de convocatoria enorme. Las enfermedades de la fraternidad, por el contrario, tienen una fuerza que destruye”. Y añadía: “A veces es difícil vivir la fraternidad, pero si no se la vive no se es fecundo. El trabajo, incluso el apostólico, puede llegar a ser un escape de la fraternidad”10. No es que el Papa no se dé cuenta de que la fraternidad pueda estar llena de conflictos varios, sino que nos recuerda sencillamente que deben asumirse, sufrirse y afrontarse. En la Evangelii gaudium nos pide “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso” (227). Su pensamiento en este campo lo ha precisado aún más en la Carta Apostólica a todos los Consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada11.

Ante todo invita a los consagrados a vivir su vocación con pasión y después precisa más adelante: “Vivir el presente con pasión significa ser ‘expertos en comunión’, testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que se encuentra en el vértice de la historia del hombre según Dios.En una sociedad del enfrentamiento, de la difícil convivencia entre diferentes culturas, del atropello a los más débiles, de la desigualdad, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don

9 Lucas 13, 18-20.10 Antonio Spadaro S.J., “Svegliate il mondo!” Colloquio di Papa Francesco con i Superiori Generali, in: Civiltà Cattolica 2014 I 3-17 / 3925 (4 gennaio 2014).11 28 noviembre 2014.

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del cual todos somos portadores, permita vivir unas relaciones fraternas”. Y esto se puede hacer solamente si tenemos alegría en el corazón, recordando todo lo que san Francisco decía en la admonición 27: "donde hay pobreza con alegría, allí no hay codicia ni avaricia!”

¿Cómo deberían ser nuestras fraternidades según las directrices que nos propone el Papa Francisco? Él sueña con una Iglesia en salida, de puertas abiertas. Dice que debe asumir la actitud del padre del hijo pródigo, quien permanece con las puertas abierta para que cuando vuelva su hijo pueda entrar sin dificultad (46). No se trata de condenar, sino de permanecer en paciente espera, y que siempre esté uno dispuesto a acoger. La experiencia nos dice que la calidad de la acogida no depende de la edad: ¡puede ser igual la de un hermano octogenario como la de uno de treinta años! Mirando más allá, creo que es importante también la invitación a "ofrecer espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes urbanos"(73). Y añade: “necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales” (77). ¿No podrían nuestras fraternidades convertirse en estos espacios de los que habla el Papa? Estas palabras suyas nos ayudan a profundizar en cuanto ha dicho antes sobre la respuesta dada por el obispo alemán a los hermanos indios que le pidieron una parroquia. La Iglesia necesita de lugares habitados por religiosos que crean, celebren su fe y estén dispuestos a acoger a quien busca y a compartir con él un tramo del camino.

Hay otro tema al que el Papa Francisco regresa con mucha insistencia tanto como para haber proclamado un Año Santo especial dedicado al tema: ¡la misericordia! Tengo la impresión de que este Papa es consciente del inmenso daño que se ha causado por una práctica penitencial guiada por el moralismo y que en vez de traer consuelo daba miedo. Ahora quiere que todos volvamos a la frescura del Evangelio y al perdón que Cristo ha ofrecido a todos sin excepción. Así puede decir a cada uno: "Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte" (EG 164). En consecuencia puede afirmar también que "la misericordia es la más grande de las virtudes" (EG 37).

Para vosotros que estáis a punto de comenzar el Capítulo General para tratar temas candentes como el de una gestión económica buena y transparente, sigue siendo importante tener en cuenta la máxima pronunciada por Francisco en la admonición 27: “Dónde hay misericordia y discreción, allí no hay superfluidad ni endurecimiento”. Y en la carta a todos los fieles, Francisco recuerda a aquellos que han recibido la potestad de juzgar a otros, juzguen con misericordia, como ellos mismos quieren tener misericordia del Señor; y advierte: "pues tendrán un juicio sin misericordia aquellos que no tuvieron misericordia”12.

Es interesante constatar como el Papa en la EG no habla mucho de la secularización y del relativismo de los valores, argumentos ciertamente importantes pero de corte más bien intelectual. Él prefiere argumentar a partir de los pobres, de los que están al margen. Está impregnado por el deseo de transmitir su fe a los demás, a todos, sin excluir a nadie. En este sentido la insistencia a salir para ir a las periferias, para mirar todo a partir de ellos, se convierte en la clave hermenéutica a partir de la cual argumenta el Papa. En esto se siente apoyado por la profunda convicción de que esta fue y sigue siendo la elección del Dios de Jesucristo. Así puede

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decir con fuerza que: "hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha" (195).

Para formar también parte nosotros de esta Iglesia que sale a las periferias debemos estar dispuestos a hacer cambios en nuestras elecciones y a revisar muchos de nuestros hábitos. “Salir” significa “cambiar” y ser consciente de esto es difícil. Con razón san Francisco acertadamente pone junto a la humildad a su hermana la paciencia: “Donde está la paciencia y la humildad no hay ira ni perturbación”. Los cambios generalmente ocurren solo lentamente y requieren mucho tiempo. Por eso el Papa da preferencia a una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (49). Podríamos hablar de nuestra fraternidad como accidentada, herida y sucia a partir del momento en que no tengamos más miedo de aproximarnos a tantas formas de pobreza que registran los ambientes en los que vivimos. Hoy en día ser menores significa hacerse cercano a los que son menores no por elección sino por las circunstancias adversas de la vida. Estas personas también tienen derecho a que se les anuncie el Evangelio: "necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe" (200).

¡A un hermano que se burló de un pobre que le pedía limosna Francisco le mandó quitarse el hábito, pedirle perdón y besarle los pies! Él estaba diciendo que el que desprecia a un pobre no es digno de llamarse Hermano menor, debe ponerse en una actitud de pedir perdón y besándole los pies, está llamado a devolverle su dignidad 13. Cuando era un estudiante de teología viví durante un mes en medio de las personas sin hogar en Zurich, me di cuenta de que los pobres no son simples y sumisos. Aquellos hombres eran a menudo borrachos y demasiado pendencieros, por no decir que apestaban y estaban descuidados. Hemos de decir que después de este encuentro con los leprosos tan importante para Francisco, el encuentro que cambió su vida, los leprosos continuaron emanando un mal olor y su presencia era cualquier cosa menos agradable. Descartemos cualquier forma de romanticismo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿que había cambiado? Los leprosos no ciertamente, pero Francisco sí. Esto le hizo capaz de gestos nuevos y sorprendentes hasta el punto de producirle una verdadera sensación de dulzura. Aquí citamos otra vez las palabras del Papa Francesco en la EG cuando dice: "la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros "(10).

Con esto, queridos hermanos reunidos en Capítulo, os deseo que viváis un tiempo fraternal muy fuerte y podáis salir de esta experiencia capitular con renovada conciencia de los valores que orientan nuestra vida de hermanos menores (identidad), pero también sintiendo desde lo más profundo de vosotros la alegría y el orgullo de pertenecer a esta fraternidad vuestra (pertenencia), ansiosos para transmitírsela a los hermanos que se os ha confiado cuando volváis a casa. También os deseo que allí se os conceda el madurar y tomar decisiones que hagan que esos cambios os lleven a vivir la minoridad en una cercanía verdadera con los pobres de nuestro tiempo y esto sin sucumbir al miedo de ensuciarse las manos y de estar malolientes. Dios bendecirá todas las iniciativas que reforcéis o promováis para favorecer el entendimiento y el diálogo entre los miembros de religiones, razas y orígenes diferentes. El Espíritu Santo con su luz y su fuerza os haga capaces de llevar a Cristo “en el corazón y el cuerpo con amor y con una conciencia pura y sincera” y generarlo “a través de las obras santas, que deben iluminar a otros por el ejemplo” (Francisco, Carta a todos los fieles, X, 53: FF 200).13 Tomás de Celano, Vida segunda, Capítulo LII, FF 672.

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San Francisco, Santa Clara y todos vuestros santos patronos acompañen vuestros trabajos capitulares y los hagan fecundos para el bien de vuestra Orden y de la Iglesia. La Virgen María, “Estrella de la nueva evangelización” os ayude a permanecer fieles al proyecto evangélico de vida al que Francisco sigue exhortándoos con la bella expresión: “Pon tu confianza en el Señor y Él te cuidará” (Celano, Vida primera, XII, 29: FF 367).

Queridos hermanos en el Señor, ¡que Dios os ilumine en estos días de deliberaciones y os mantenga en el camino de la santidad y del servicio a su Iglesia! Os acompaño con el pensamiento y la oración.

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