c. levi strauss- fragmento de tristes trópicos

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FRAGMENTO DE “TRISTES TRÓPICOS” Pero dos veces al día -a las once y media de la mañana, y a las siete de la tarde- todo el mundo se reunía debajo de la pérgola que rodeaba las habitaciones para el rito bicotidiano del cimarrão, es decir, el mate con bombilla. Se sabe que el mate es un arbusto de la misma familia que nuestra encina, cuyas ramas, ligeramente tostadas al humo de un fogón subterráneo, se muelen hasta formar un polvo grueso, del color de la reseda, que se conserva largo tiempo en barriles. Hablo del verdadero mate, pues el producto que se vende en Europa bajo este nombre generalmente ha sufrido tan maléficas transformaciones que ha perdido toda semejanza con el original. Hay muchas maneras de tomar mate. Durante el transcurso de expediciones, agotados y demasiado impacientes por gozar del alivio instantáneo que ocasiona, nos conformábamos con echar un grueso puñado de agua fría que hacíamos hervir en seguida, pero que retirábamos del fuego a la primera ebullición, porque si no el mate pierde todo su sabor -esto es lo más importante-. A esto se le llama chá de mate, infusión al revés, verde oscuro, y casi aceitosa, como una taza de café fuerte. Cuando el tiempo falta, uno se contenta con el tereré, que consiste en aspirar con una pipeta el agua fría, con la que se riega un puñado de polvo. También se puede, si se teme el gusto amargo, preferir el mate doce, a la manera de las bellas paraguayas; en este caso hay que acaramelar el polvo mezclándolo con azúcar sobre un fuego vivo, inundar luego esta mezcla con agua hirviente y tamizar. Pero no conozco ningún aficionado al mate que no ponga al cimarrão por encima de todas estas recetas; es a la vez un rito social y un vicio privado, como se practicaba en la fazenda. Se sientan en círculo alrededor de una niña, la china, que tiene una “pava”, un calentador y la cuia, que puede ser una calabaza con un orificio bordeado de plata, o -como en Guaicurús- un cuerno de cebú esculpido por un peón. El

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Fragmento del monumental "Tristes trópicos", del antropólogo Claude Levi Strauss, publicado en 1955. En este caso, se publica el fragmento del capítulo "Pantanal", en el que describe la ceremonia del mate, y sus distintas variantes.

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Page 1: C. Levi Strauss- Fragmento de Tristes Trópicos

FRAGMENTO DE “TRISTES TRÓPICOS”

Pero dos veces al día -a las once y media de la mañana, y a las siete de la tarde- todo el mundo se reunía debajo de la pérgola que rodeaba las habitaciones para el rito bicotidiano del cimarrão, es decir, el mate con bombilla. Se sabe que el mate es un arbusto de la misma familia que nuestra encina, cuyas ramas, ligeramente tostadas al humo de un fogón subterráneo, se muelen hasta formar un polvo grueso, del color de la reseda, que se conserva largo tiempo en barriles. Hablo del verdadero mate, pues el producto que se vende en Europa bajo este nombre generalmente ha sufrido tan maléficas transformaciones que ha perdido toda semejanza con el original. Hay muchas maneras de tomar mate. Durante el transcurso de expediciones, agotados y demasiado impacientes por gozar del alivio instantáneo que ocasiona, nos conformábamos con echar un grueso puñado de agua fría que hacíamos hervir en seguida, pero que retirábamos del fuego a la primera ebullición, porque si no el mate pierde todo su sabor -esto es lo más importante-. A esto se le llama chá de mate, infusión al revés, verde oscuro, y casi aceitosa, como una taza de café fuerte. Cuando el tiempo falta, uno se contenta con el tereré, que consiste en aspirar con una pipeta el agua fría, con la que se riega un puñado de polvo. También se puede, si se teme el gusto amargo, preferir el mate doce, a la manera de las bellas paraguayas; en este caso hay que acaramelar el polvo mezclándolo con azúcar sobre un fuego vivo, inundar luego esta mezcla con agua hirviente y tamizar. Pero no conozco ningún aficionado al mate que no ponga al cimarrão por encima de todas estas recetas; es a la vez un rito social y un vicio privado, como se practicaba en la fazenda. Se sientan en círculo alrededor de una niña, la china, que tiene una “pava”, un calentador y la cuia, que puede ser una calabaza con un orificio bordeado de plata, o -como en Guaicurús- un cuerno de cebú esculpido por un peón. El receptáculo está lleno de polvo hasta los dos tercios y la niña lo va embebiendo con agua hirviente; cuando la mezcla se hace pasta, la agujerea con una bombilla de plata (terminada en su parte inferior por un bulbo lleno de orificios) y cuidadosamente perfilado un vacío para que la bombilla repose en el fondo, en una menuda gruta donde se acumulará el líquido; el tubo debe conservar el juego exacto como para el equilibrio de la masa pastosa no se vea comprometido y para permitir que el agua se mezcle adecuadamente. Una vez que el cimarrão se dispone de esa manera, solo queda saturarlo de líquido antes de ofrecerlo al dueño de casa; después de sorber dos o tres veces, éste devuelve el recipiente y la misma operación se repite para cada uno de los participantes, primero los hombres y luego las mujeres, si las hay. Las vueltas continúan hasta que la “pava” se agota. Los primeros sorbos procuran una sensación deliciosa -por lo menos, al que está habituado, pues el principiante se quema- que viene del contacto un poco untuoso de la plata escaldada, el agua efervescente, rica de una espuma nutritiva, amarga y olorosa a la vez, como una selva entera concentrada en unas gotas. El mate contiene un alcaloide análogo a los del café, el té y el chocolate, pero cuya dosificación (y el semiverdor del vehículo) explica quizá la virtud apaciguadora y a la vez vigorizante. Después de algunas vueltas el mate se vuelve insípido, pero prudentes exploraciones permiten alcanzar, con la bombilla, sinuosidades aún vírgenes que prolongan el placer en otras tantas pequeñas apariciones de amargor.