c l ç s ic o s carlos garcêa gual moder nidad de … · jara de leer a s neca o plutar co ,leer a...

2
36 mayo 09 número 149 revista de libros E studiosos y lectores coin- ciden desde un comien- zo en advertir la mo- dernidad de los escritos de Montaigne. «Como Shakespeare –escribe Peter Burke 1 –, Montaigne es, en cierto sentido, contemporáneo nuestro. Pocos escritores del siglo XVI son más fáciles de leer hoy,ni nos ha- blan tan directa e inmediatamente como él». Es uno de sus evidentes atractivos: es moderno en su prosa, su pensamiento, su estilo y en la audaz invención de un género literario de diseño moderno: el ensayo. Nos re- sulta hoy más cercano que otros pen- sadores posteriores, que pasan por ser los grandes pioneros de la moder- nidad, como Descartes y Newton, como ha subrayado muy bien hace poco Stephen Toulmin 2 . Con su es- critura ágil y fresca, sus reflexiones mundanas y flexibles, su escepticismo y su tolerancia, contrastan con la ri- gidez teórica y la tensión sistemática de esos otros maestros de la filosofía y la ciencia, empeñados en dar con una certeza absoluta, una verdad só- lida y tajante. Montaigne escribe en el otoño del Renacimiento, mientras que Descartes, nacido tres años des- pués de su muerte en 1592, pertene- ce ya a otra generación muy distinta, marcada por el fracaso de la toleran- cia religiosa, es decir, tras la muerte de Enrique IV en 1610, fin de una época, a la que sigue la desgarradora guerra europea de los Treinta Años. Escepticismo y tolerancia avivan nuestra simpatía actual, tanto como ese desenfadado estilo que evita la pedantería y la rigidez profesoral. Montaigne fue, en cierto modo, un moralista, pero no predica una doc- trina ni se engola nunca en sus sen- tencias. No tenía ningún afán peda- gógico, ningún credo eclesiástico: «No formo al hombre; lo recito». Si antes de los cuarenta años decidió re- tirarse «de la esclavitud de la corte y de los deberes públicos» (frase digna de un epicúreo) a su torre entre sus muchos libros y dedicarse a escribir sobre sí mismo, fue en definitiva para conversar consigo mismo y,paradóji- camente, como va descubriéndonos, para conversar con muchos otros 3 , sus autores antiguos y sus potenciales lectores, con la sinceridad y libertad que sólo el retiro permite 4 . No insistiré más en esa moderni- dad de nuestro autor; resulta un trazo distintivo y evidente en su obra.Pero sí quiero detenerme en otro rasgo no menos notorio, y que ahora ya no es usual, sino que puede parecer una re- liquia de otros tiempos, algo poco corriente entre los modernos: sus muy numerosas citas 5 . Los ensayistas actuales no suelen citar, o al menos no suelen hacerlo con frecuencia, ni a los poetas latinos ni a los clásicos del pensamiento antiguo. La razón más clara es que no los han leído o no los recuerdan, como suponen, con razón, que tampoco los leyeron ni re- cuerdan sus lectores. (Tampoco los políticos intercalan ya citas en sus discursos, como solían los más cultos de antaño.) En cambio, el texto de los Ensayos está plagado o alfombra- do de esas citas. No por mero afán de erudición ni por adornar sus refle- xiones, sino porque se apoyan en ellas. Parece que en sus amenas y va- rias reflexiones «la voz propia del yo va surgiendo progresivamente de una coral polifónica de textos ajenos», se- gún dice Jesús Navarro 6 . En varios lugares, Montaigne se justifica de esos «adornos prestados»: «Alguno podría decir de mí que no he hecho aquí sino un amasijo de flores ajenas sin aportar de mi propia cosecha más que el hilo para unirlas. Cierto, le concedo a la opinión pú- blica que estos adornos prestados me acompañan. Mas no entiendo por ello que me cubran ni me oculten: es lo contrario de mi intención, que no quiere hacer gala más que de lo mío» (III, 12). Si algunos de sus primeros lectores le hicieron ese reproche a Montaigne, otros lo elogiaron por eso. Quevedo, uno de los primeros españoles que lo menciona y aprecia, alaba los Essais porque son «un libro tan grande que quien por leerle de- jara de leer a Séneca o Plutarco, leerá a Plutarco y Séneca».Todavía es más clara la sentencia francesa, anónima, que precisaba: «Si vous avez lu Mon- tagne, vous avez lu Plutarque et Sé- nèque, mais si vous avez lu Plutarque et Sénèque, vous n’avez pas lu Mon- taigne» 7 . «Yo soy yo y mis lecturas»,podría haber dicho Montaigne; parodiando a Ortega. Ciertamente no lo dijo, pero es muy difícil imaginar cómo habría pensado el mundo y a sí mis- mo sin esa continua apoyatura en sus autores favoritos, antiguos clásicos la- tinos y griegos, en su gran mayoría 8 . Autodidacta en buena medida, lector infatigable, no fue un erudito ni un humanista profesional. No sabía grie- go, pero conocía a fondo el latín. Recordaba con pasión algunos pasa- jes de los grandes poetas latinos: Lu- crecio, Horacio y Virgilio.Y Séneca era su autor preferido por sus senten- cias; le encantaban sus prosas aguza- das y su ingenio moral. Pero Plutar- co es el escritor a quien más apreció y utilizó. Sobre él dejó escrito: «Es mi hombre» («C’est mon homme»).Tan- to del autor de las Vidas paralelas co- mo de las Moralia, que leía en la mag- nífica traducción de Amyot. Tam- bién le divertía, y lamentaba que no fuera diez veces más extenso, el fa- moso texto de Diógenes Laercio: Vi- das y opiniones de los filósofos ilustres, CLÁSICOS CARLOS GARCÍA GUAL CATEDRÁTICO DE FILOLOGÍA GRIEGA EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE Modernidad de Montaigne Michel de Montaigne LOS ENSAYOS (SEGÚN LA EDICIÓN DE 1595 DE MARIE DE GOURNAY) Trad. de Jordi Bayod Brau Acantilado, Barcelona 1738 pp. 58 Plutón y Proserpina, hacia 1527 ZK3-09 p36-37 15/4/09 14:43 Página 36

Upload: doanhanh

Post on 16-Dec-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: C L ç S IC O S CARLOS GARCêA GUAL Moder nidad de … · jara de leer a S neca o Plutar co ,leer a P lu tarco y S n ecaÈ.T o dav a es m s clara la sen ten cia fran cesa,an n im

36 mayo 09 número 149 revista de libros

Estudiosos y lectores coin-ciden desde un comien-zo en advertir la mo-dernidad de los escritos

de Montaigne. «Como Shakespeare–escribe Peter Burke1–, Montaignees, en cierto sentido, contemporáneonuestro. Pocos escritores del siglo XVI

son más fáciles de leer hoy, ni nos ha-blan tan directa e inmediatamentecomo él». Es uno de sus evidentesatractivos: es moderno en su prosa, supensamiento, su estilo y en la audazinvención de un género literario dediseño moderno: el ensayo. Nos re-sulta hoy más cercano que otros pen-sadores posteriores, que pasan por serlos grandes pioneros de la moder-nidad, como Descartes y Newton,como ha subrayado muy bien hacepoco Stephen Toulmin2. Con su es-critura ágil y fresca, sus reflexionesmundanas y flexibles, su escepticismoy su tolerancia, contrastan con la ri-gidez teórica y la tensión sistemáticade esos otros maestros de la filosofíay la ciencia, empeñados en dar conuna certeza absoluta, una verdad só-lida y tajante. Montaigne escribe enel otoño del Renacimiento, mientrasque Descartes, nacido tres años des-pués de su muerte en 1592, pertene-ce ya a otra generación muy distinta,marcada por el fracaso de la toleran-cia religiosa, es decir, tras la muertede Enrique IV en 1610, fin de unaépoca, a la que sigue la desgarradoraguerra europea de los Treinta Años.Escepticismo y tolerancia avivannuestra simpatía actual, tanto comoese desenfadado estilo que evita lapedantería y la rigidez profesoral.Montaigne fue, en cierto modo, unmoralista, pero no predica una doc-trina ni se engola nunca en sus sen-tencias. No tenía ningún afán peda-gógico, ningún credo eclesiástico:«No formo al hombre; lo recito». Siantes de los cuarenta años decidió re-tirarse «de la esclavitud de la corte yde los deberes públicos» (frase dignade un epicúreo) a su torre entre susmuchos libros y dedicarse a escribirsobre sí mismo, fue en definitiva paraconversar consigo mismo y, paradóji-camente, como va descubriéndonos,para conversar con muchos otros3, susautores antiguos y sus potenciales

lectores, con la sinceridad y libertadque sólo el retiro permite4.

No insistiré más en esa moderni-dad de nuestro autor; resulta un trazodistintivo y evidente en su obra. Perosí quiero detenerme en otro rasgo no

menos notorio, y que ahora ya no esusual, sino que puede parecer una re-liquia de otros tiempos, algo pococorriente entre los modernos: susmuy numerosas citas5. Los ensayistasactuales no suelen citar, o al menosno suelen hacerlo con frecuencia, nia los poetas latinos ni a los clásicosdel pensamiento antiguo. La razónmás clara es que no los han leído ono los recuerdan, como suponen, conrazón, que tampoco los leyeron ni re-

cuerdan sus lectores. (Tampoco lospolíticos intercalan ya citas en susdiscursos, como solían los más cultosde antaño.) En cambio, el texto delos Ensayos está plagado o alfombra-do de esas citas. No por mero afán de

erudición ni por adornar sus refle-xiones, sino porque se apoyan enellas. Parece que en sus amenas y va-rias reflexiones «la voz propia del yova surgiendo progresivamente de unacoral polifónica de textos ajenos», se-gún dice Jesús Navarro6.

En varios lugares, Montaigne sejustifica de esos «adornos prestados»:«Alguno podría decir de mí que nohe hecho aquí sino un amasijo deflores ajenas sin aportar de mi propia

cosecha más que el hilo para unirlas.Cierto, le concedo a la opinión pú-blica que estos adornos prestados meacompañan. Mas no entiendo porello que me cubran ni me oculten: eslo contrario de mi intención, que noquiere hacer gala más que de lo mío»(III, 12). Si algunos de sus primeroslectores le hicieron ese reproche aMontaigne, otros lo elogiaron poreso. Quevedo, uno de los primerosespañoles que lo menciona y aprecia,alaba los Essais porque son «un librotan grande que quien por leerle de-jara de leer a Séneca o Plutarco, leeráa Plutarco y Séneca».Todavía es másclara la sentencia francesa, anónima,que precisaba: «Si vous avez lu Mon-tagne, vous avez lu Plutarque et Sé-nèque, mais si vous avez lu Plutarqueet Sénèque, vous n’avez pas lu Mon-taigne»7.

«Yo soy yo y mis lecturas», podríahaber dicho Montaigne; parodiandoa Ortega. Ciertamente no lo dijo,pero es muy difícil imaginar cómohabría pensado el mundo y a sí mis-mo sin esa continua apoyatura en susautores favoritos, antiguos clásicos la-tinos y griegos, en su gran mayoría8.Autodidacta en buena medida, lectorinfatigable, no fue un erudito ni unhumanista profesional. No sabía grie-go, pero conocía a fondo el latín.Recordaba con pasión algunos pasa-jes de los grandes poetas latinos: Lu-crecio, Horacio y Virgilio.Y Sénecaera su autor preferido por sus senten-cias; le encantaban sus prosas aguza-das y su ingenio moral. Pero Plutar-co es el escritor a quien más aprecióy utilizó. Sobre él dejó escrito: «Es mihombre» («C’est mon homme»).Tan-to del autor de las Vidas paralelas co-mo de las Moralia, que leía en la mag-nífica traducción de Amyot. Tam-bién le divertía, y lamentaba que nofuera diez veces más extenso, el fa-moso texto de Diógenes Laercio: Vi-das y opiniones de los filósofos ilustres,

CLÁSICOS

CARLOS GARCÍA GUALCATEDRÁTICO DE FILOLOGÍA GRIEGA EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE Modernidad de Montaigne

Michel de Montaigne

LOS ENSAYOS (SEGÚN LAEDICIÓN DE 1595 DE MARIE DEGOURNAY)

Trad. de Jordi Bayod BrauAcantilado, Barcelona1738 pp. 58 !

Plutón y Proserpina, hacia 1527

ZK3-09 p36-37 15/4/09 14:43 Página 36

Page 2: C L ç S IC O S CARLOS GARCêA GUAL Moder nidad de … · jara de leer a S neca o Plutar co ,leer a P lu tarco y S n ecaÈ.T o dav a es m s clara la sen ten cia fran cesa,an n im

revista de libros número 149 mayo 09 37

un tesoro de anécdotas sobre los vie-jos sabios. Las Vidas le gustaban másque las Historias y las Anécdotas másque las teorías físicas o metafísicas delos filósofos. No estimó mucho ni aPlatón ni a Aristóteles. Pero sintiósingular simpatía por la teoría de losescépticos griegos, teoría que negabala posibilidad de conocer la verdad,que conocía a través de los libros deSexto Empírico, traducido al latínpor Henri Estienne. (En su bibliote-ca, Montaigne hizo grabar las más fa-mosas máximas escépticas en griego,tal vez para no escandalizar a algu-nos.) En fin, su arte de conversar im-plicaba ese recurrir a las voces de losantiguos, no por amontonar citas yalardear de sabio, en una misceláneacomo la que escribieron otros auto-res de la época, como algo antes frayAntonio de Guevara en sus Epístolasfamiliares9 y Pedro Mexía en su Silvade varia lección, o algo después el doc-to Robert Burton en su Anatomía dela melancolía.

Lo señaló muy bien GilbertHighet10: «Si Montaigne trae a cuen-to y cita esos libros clásicos no lohace por simple afán de deslumbrara sus contemporáneos con su saber[...].Aportaba sus lecturas con natu-ralidad [...]. Su actitud hacia sus li-bros no fue mecánica, sino orgánica.No imitó a los antiguos en la formaen que Ronsard imitó a Virgilio. Noquiso ser un clásico con vestimenta

moderna, como tampoco quiso serun sabelotodo. Lo que quiso ser fueMichel de Montaigne, y amó a losclásicos porque ellos podían ayudar-le a realizar este propósito. De ma-nera que los asimiló, los utilizó y losvivió». En efecto, gracias a sus lectu-ras, Montaigne se siente acompaña-do. Sin su retiro y sus libros no ha-bría sido libre para expresarse, retra-tarse y conversar. Su riqueza interiorviene de ahí; su sinceridad radical, sulibertad de opinión, se dibujan sobreesas voces de fondo. «Sin los otros,sin sus lecturas y sus citas, Montaig-ne no tendría nada que decir y ni si-quiera se conocería», anota AntoineCompagnon en su prólogo citado.Yla selección y las citas revelan su sa-gaz criterio personal. No quiso ofi-ciar de filósofo, pero extrajo de losmaestros antiguos lecciones de largoalcance. De los estoicos (es decir, deSéneca), la independencia del yofrente al azar, las servidumbres y eltemor a la muerte; de Epicuro, laimportancia del placer y el afecto alcuerpo; de los escépticos, la toleran-cia y su amable relativismo (de ahítambién su lado conservador en re-ligión y política).

Al expresar sus ideas y opiniones(sus fantaisies), en terso y coloquialestilo, con su acento amistoso, perspi-caz, irónico, sin prejuicios, Montaig-ne se mostró en la escritura entero,desnudo y veraz como antes nadie lo

había hecho, y su libro, a su vez, haconservado su imagen amistosa y sin-gular. Logró su propósito: lo recorda-mos tal cual era, sin falsías ni chismo-rreos ni máscaras. De ahí, en granmedida, su modernidad.

Es un gozo poder leerlo en unabuena traducción, actualizada en susexpresiones, basada en la última edi-ción crítica y en el texto más com-pleto –el de 1595, al cuidado de Ma-rie de Gournay–, y acompañado denumerosas y discretas notas, y dosprólogos atractivos. Jordi Bayod Brauha hecho su tarea con excelentegusto y seriedad. En España tardómucho en publicarse una versióncompleta de los Essais, hasta finalesdel XIX. El libro había sido incluidoen el Índice eclesiástico a mediadosdel XVII.Y tuvo ente nosotros muypocos lectores –aunque algunos deexcepción, como Quevedo y Feijoo,quienes sí lo apreciaron– hasta ese fi-nal de siglo. Por fin, logró estima yconsideración y ejerció su influenciaentre los grandes ensayistas del 98(Unamuno, Azorín, etc.)11.Y variastraducciones durante el siglo XX. En-tre las recientes, debemos destacar,por su precisión y claridad, la parcialde Marie-José Lemarchand, Ensa-yos I, Madrid, Gredos, 2002. Pero, sinduda, ésta de Jordi Bayod, excelentey editada con ejemplar cuidado, mar-ca un claro hito en esa breve tra-dición. !

CLÁSICOS

1 Así comienza Burke su claro libro Montai-gne (trad. de Vidal Peña, Madrid, Alianza,1985).Y agrega: «Antes de la Ilustración,fue un crítico de la autoridad intelectual;antes del psicoanálisis, un frío observadorde la sexualidad humana; y antes del naci-miento de la antropología social, un estu-dioso desapasionado de otras culturas. Re-sulta fácil verlo como un moderno naci-do fuera de época».

2 En su libro Cosmópolis. El trasfondo de lamodernidad (trad. de Bernardo MorenoCarrillo, Barcelona, Península, 2001).Véanse especialmente pp. 51 y ss., 68 y ss.

3 Eso está muy bien analizado, en profundi-dad, como otros aspectos de su obra, en elexcelente estudio de Jesús Navarro Reyes,Pensar sin certezas. Montaigne y el arte deconversar, Madrid, Fondo de Cultura Eco-nómica, 2007.

4 Reiteradamente Montaigne insiste en laoriginalidad de su tema, un relato reflexi-vo, en principio, de tema autobiográfico,privado y familiar, pero que luego se revelauniversal, pues trata de la condición huma-na. Recordaré unas pocas líneas muy signi-ficativas.Al final de su primer Prólogo, escri-be: «Así, lector, soy yo mismo la materia demi libro; no es razonable que emplees tutiempo en un asunto tan frívolo y tanvano.Adiós, pues». Escribe luego, en el ca-pítulo segundo del tercero (titulado «Elarrepentirse»): «Los demás forman al hom-bre; yo lo refiero y presento a uno particu-lar muy mal formado, y al que, si tuvieraque modelar de nuevo, haría en verdadmuy distinto de lo que es [...]. Expongouna vida baja y sin lustre.Tanto da.Toda la

filosofía moral puede asociarse a una vidacomún y privada igual que a una vida demás rica estofa. Cada hombre comporta laforma entera de la condición humana».Y,en el capítulo siguiente: «Mi forma esenciales propicia a la comunicación y a la mani-festación.Yo soy del todo exterior y evi-dente, he nacido para la sociedad y la amis-tad. La soledad que amo y que predico,consiste, sobre todo, en dirigir hacia mí misafectos y pensamientos, en restringir y es-trechar no mis pasos sino mis deseos y miatención, renunciando a la preocupaciónajena, y rehuyendo a ultranza la servidum-bre y la obligación, y no tanto la multitudde hombres como la multitud de asuntos.La soledad local, a decir verdad, más bienme extiende y ensancha hacia fuera».

5 Lo señala con su franca agudeza AntoineCompagnon, en su fino y muy actualiza-do prólogo a la reciente versión españo-la de Los ensayos que aquí se comenta(p. XXI): «El lector actual ya no sabe muybien cómo comportarse frente a esas citas.Desde Villey conocemos sus fuentes, y loseditores nos facilitan la traducción. Esto yaes un punto ganado. Ello no impide queel lector común –yo mismo: me conoz-co– tenga tendencia a saltarse las citas,como si no formaran parte del pensa-miento del autor, como si fueran una so-brecarga, algo que, por lo demás, en algúncaso el mismo Montaigne sugiere, perotambién ahí con un grano de sal».

6 En el capítulo bien titulado «La autoríacompartida», op. cit., p. 247.

7 Tomo las referencias del excelente artícu-lo de Juan Marichal en La voluntad de esti-

lo, Madrid, Revista de Occidente, 1971,p. 103.

8 André Gide hizo una selección de textosde Montaigne expurgados de todas sus ci-tas. Está editada, en una buena versióncastellana de Juan Gabriel López Guix,bajo el título de Montaigne. Páginas inmor-tales. Selección y prólogo de André Gide (Bar-celona,Tusquets, 1993). El prólogo es ad-mirable, pero la selección, amputada de lascitas, resulta desconcertante y narcisista.(Fue un encargo para lectores norteame-ricanos. Es comprensible que Gide se mo-lestara cuando el libro se reeditó enFrancia.)

9 Sobre la relación de Montaigne con lasobras de Guevara he escrito en otros lu-gares. El contraste con la figura y obra delobispo de Mondoñedo (1480-1543), au-tor de éxito, predicador cortesano e ina-gotable amontonador de citas de los anti-guos, a menudo de invención propia, es,en mi opinión, muy interesante. Por otraparte, es fácil ventear en las Epístolas deGuevara aires precursores del género en-sayístico. .

10 Gilbert Highet en La tradición clásica, I(trad. de Antonio Alatorre, México, Fon-do de Cultura Económica, 1951) dedicaunas páginas admirables (I, 295-305) aMontaigne. En ellas resume los estudiosde Pierre Villey y ofrece una precisa ycompleta lista de los autores leídos y cita-dos en los Ensayos.

11 Véase, al respecto, el sugerente y fino librode Adolfo Castañón, Por el país de Montai-gne, México, Paidós, 2000.

ZK3-09 p36-37 15/4/09 14:43 Página 37