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Benito Canales: del corrido a las historias Alejandro Pinet ENAH La leyenda de un hombre de fina voluntad Cuando tratamos de acercarnos a un personaje como Beni- to Canales nos encontramos con un problema fundamental: se trata de una figura de corridos, de una leyenda que ha circulado de feria en feria; en antologías que recopilan lo que conocemos como el corrido de la Revolución Mexicana, e incluso que ha sido incorporada y remoldeada en más de una ocasión por la literatura. Pero al mismo tiempo se trata de un personaje histórico al que por la fuerza y la populari- dad de su leyenda no es fácil encontrar en lo que tiene de particular, de histórico, desde la perspectiva de la historia social o política. La leyenda lo ha rebasado y, al mismo tiem- po, lo ha ocultado parcialmente. Los corridos de Benito Canales forman parte de la am- plia gama que la épica popular dedica a exaltar a valientes y bandoleros. Una caracterización de este tipo popular res- catado en los corridos la desarrolla una página insustituible de Rubén M. Campos: Es el bandolero compasivo, romántico y audaz que presiente su fin próximo porque lo han abandonado los suyos, o porque han ido cayendo bajo las balas certeras de los rurales... y ro- mancescamente va en alta noche a despedirse de la novia o de la madre o de la querida; y apenas tenía tiempo para saltar al

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Benito Canales: del corrido a las historias

Alejandro Pinet ENAH

La leyenda de un hombre de fina voluntad

Cuando tratamos de acercarnos a un personaje como Beni­to Canales nos encontramos con un problema fundamental: se trata de una figura de corridos, de una leyenda que ha circulado de feria en feria; en antologías que recopilan lo que conocemos como el corrido de la Revolución Mexicana, e incluso que ha sido incorporada y rem oldeada en más de una ocasión por la literatura. Pero al mismo tiempo se trata de un personaje histórico al que por la fuerza y la populari­dad de su leyenda no es fácil encontrar en lo que tiene de particular, de histórico, desde la perspectiva de la historia social o política. La leyenda lo ha rebasado y, al mismo tiem­po, lo ha ocultado parcialmente.

Los corridos de Benito Canales forman parte de la am ­plia gama que la épica popular dedica a exaltar a valientes y bandoleros. Una caracterización de este tipo popular res­catado en los corridos la desarrolla una página insustituible de Rubén M. Campos:

Es el bandolero compasivo, romántico y audaz que presiente su fin próximo porque lo han abandonado los suyos, o porque han ido cayendo bajo las balas certeras de los rurales... y ro­mancescamente va en alta noche a despedirse de la novia o de la madre o de la querida; y apenas tenía tiempo para saltar al

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caballo porque lo han sorprendido o lo han denunciado. ¡Vámonos tendidos! Y helo ya, encorvado sobre el bruto, em­puñando la rienda con la mano, mientras con la otra desen­funda el rifle o la pistola, que milagrosamente se transforma en ametralladora, por la cantidad de tiros que dispara, casi to­dos son certeros, por lo cual un reguero de muertos va mar­cando el rastro sangriento del héroe, cuyo caballo tembloroso va a caer reventado justamente en el atrio de su casa, cuya puerta se abre y se vuelve a cerrar de golpe. Comienza el ase­dio. El héroe atrincherado tiene a raya a cien hombres. Llue­ven balas como granizada, la resistencia admira a los asaltan­tes, que discuten y proponen la rendición al sitiado. ¡Ríndete y te perdonamos la vida! ¡No me rindo! La negativa enfurece a los victimarios, que redoblan el ataque, rompen a hachazos las puertas, penetran pistola en mano y hayan al héroe heri­do, pálido, desangrándose y empuñando aún el arma hu­meante que entrega ceñudo, rendido al fin. Entonces se le trae al sacerdote, se le conceden unas horas para que se confíese, se acicale y escriba sus cartas de despedida.

Y aquí entran los adioses. Es una larga elegía de adioses a sus padres, a su prometida, a su querida en la que tiene hijos, a la casa que lo vio nacer, al teatro de sus hazañas, de sus bo­rracheras en las que subía al caballo sobre los mostradores y hacía servirle varias botellas de cerveza en un barreño, y ya ebrio el noble bruto, hacíalo bailar sobre un potrero o entrar sentado en las patas traseras en la iglesia (...) entre alaridos y ayes de mujeres atropelladas, hasta que el sacerdote, viejo ami­go de su padre, venía revestido a rogarle que se fuera y obe­decía, porque, eso sí, ante todo era buen cristiano. Los adioses seguían en el camino del camposanto, donde el clásico pa­redón que ha sido testigo mudo de tantos fusilamientos, en tantas generaciones de bandidos, veíale llegar, altivo, con el puro en la boca, exhortando a sus ejecutores a cumplir con su deber, a no apuntarle al rostro, a honrar a la patria y a morir cristianamente. El reguero de muertos quedaba allá pu­driéndose al sol, mientras el héroe pulcramente rasurado, con la camisa bordada, albeante la ropa fina de paño irreprocha­ble, los dedos con anillos valiosos y el reloj con cadenas de oro,

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respetados, era amortajado en un sarape de Saltillo y piado­samente trasladado en una camilla improvisada para velarlo en su casa y darle piadosa sepultura.1

Con el perdón del lector, he acudido a esta larga cita pa ­ra ilustrar muchas de las características que veremos re ­petirse en las figuras de bandidos y valientes. Esta imagen proviene, más que de un héroe en particular, del sentir co­lectivo, que recrea ciertos valores culturales -com o la defen­sa del honor y la valentía- imprimiéndoselos a un persona­je individual: las ventajas que tiene para el personaje en cuestión el tra tar de parecerse a su propia imagen y no ene­mistarse inútilmente con su aldea; en todo caso, la imagen del héroe o del bandido generoso, como la del buen rey, tie­ne una vida propia, coloreada por el universo de símbolos que exaltan los corridos, los relatos y la literatura. No me de ­tendré aquí en un análisis detallado de los corridos que ha ­blan de nuestro personaje, pues eso lo he intentado en otro texto.2 Quiero referirme, en esta ocasión, a la imagen de Ca­nales en términos más amplios, en relación con lo que podríamos tom ar como el arquetipo pintado por Rubén M. Campos cuando se refería a Macario Romero, famoso ban ­dolero que operó, como Canales, en el Bajío.

Una lectura del corrido más completo que conocemos3 nos permite notar de qué manera la imagen que se nos p ro ­pone de Benito Canales es asimilable al arquetipo: se habla de un hombre perseguido por el gobierno y que, al mismo tiempo, reta a las fuerzas que lo persiguen a enfrentarse con él. Este hecho fundamental lo dibuja como un héroe:

Al llegar a Surumuato su querida le avisó,“Benito, te andan buscando, eso es lo que supe yo”.

Don Benito contestó

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con sin igual arrogancia:“aunque fueran cien rurales yo los espero con ansia.

Estos alardes de hombría se repiten a lo largo del corri­do, ya sea en boca del héroe o bien, mencionados por el na ­rrador:

Después marcaron el alto gritando los federales:“¡Viva el Supremo Gobierno!¡Muera Benito Cnales!”

Les respondió don Benito:“Ahora diablos del infierno,¡Viva Benito Canales!¡muera el Supremo Gobierno!”

Salió Benito Canales en su caballo retinto con sus armas en las manos peleando con treinta y cinco.

Se trata de un valiente. Y lo que le otorga ese rango es el cumplimiento de una regla que en este caso está implíci­ta, pero que encontramos claramente en los versos de otro corrido del Bajío, el de Valentín Mancera.

Su madre, triste, decía:- “¡Válgame Dios, Valentín!¿Hasta cuándo te reduces?¿Cuál será tu último fin?”

Valentín le contestó:- “No llore, madre adorada,

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vale más morir peleando que correr de la Acordada”.4

Podríamos decir que esta regla se cumple a lo largo del corrido. La característica del valiente es afrontar a sus ene­migos y a la muerte. Esta es una forma de defender, tam ­bién, el honor: m orir con honor. Pero en el caso de Benito Canales hay un elementos que contrasta con los otros corri­dos de valentones, no porque en aquéllos no exista sino por lo particularmente acentuado de su presencia en este caso: Benito Canales es un héroe, como lo es Macario Romero, Valentín Mancera o Heraclio Bernal; sin embargo, la leyen­da le otorga otra cualidad que lo hace rendirse ante la am e­naza de que sus enemigos actúen en contra de un sacerdo­te:

Pero el padre Capellán no le dejó más decir,“Ay, hijo, si tomas las armas yo también debo morir”.

Le respondió Don Benito:“Por mí no se ha de perder, por rescatarle su vida ya no haré yo mi deber”.

Luego Benito Canales dijo al cercano soldado:“Hagan de mí lo que quieran ahora que estoy desarmado”.

Volviendo sobre este hecho, al final de la narración en ­contramos el comentario de quien relata los sucesos:

Fue don Benito Canales hombre de capacidad

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dio la vida por el Padrede muy fina voluntad.

Lo anterior es, creo, lo esencial del relato. Por supuesto hay muchos elementos más que, como el asunto de “la in­grata tapatía”, forman parte del retrato que ejerce del va­liente. El corrido es, básicamente, la evocación de un p e r ­sonaje que ejerce la valentía y que cuenta, además, con atributos morales: el apego a la mentalidad tradicional, agre­dida por los actos de un gobierno ajeno a la región.

Algunos relatos que circulan en el Bajío tienden a refor­zar la imagen de Canales como un personaje de gran astu­cia que es capaz, por ejemplo de engañar a las autoridades gracias a su identificación con los lugareños. Existe uno, re ­tomado en el pequeño libro que escribió no hace mucho una maestra de la región, en el que podemos notar la concordan­cia con la característica encontrada por Eric Wobsbawn acer­ca de lo invisible e invulnerable que es el bandido social en su leyenda. El relato sitúa la acción después de que Canales ha escapado de la prisión, en la que se encontraba acusado de asesinato. Un jefe de rurales ha salido en su búsqueda y hace los preparativos para cruzar el río Lerma. Al en terar­se, Canales “se hunde el sombrero hasta los hombros y se encamina hacia el puente donde están sus enemigos, con­fundiéndose así entre los rurales y la gente que ayudaba al jefe Rito a pasar sus caballos”. Llegado el momento, el jefe pide a uno de los que trabajan que pase el último caballo. Canales monta y, en lugar de cruzar el río, se va a todo ga­lope hacia Pénjamo.

“-¡Quién es ese hombre que robó mi caballo? pregunta el jefe; -¡Benito Canales! le responden”. Poco después, el ca­ballo fue dejado en un mesón de Pénjamo para que fuera devuelto a su dueño. “Estas y otras pruebas de valor, hon ­radez y valentía -concluye la au tora- dadas por Benito Ca­nales hacían que entre la gente pobre lo respetaran, los ha ­cendados y el Gobierno le temieran; otra gente supersticiosa

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decía que traía reliquias que lo protegían de las balas de sus enemigos”.5

Don Nicasio Aguilar, residente de Valle de Santiago, Guanajuato, de 88 años de edad, nos daba hace algún tiem­po un ejemplo de la vigencia de la imagen de Canales:

Una vez venía de Maritas, de ver a la querida. En la noche se iba a pie a ver a la querida. La querencia fue la que mató a Be­nito Canales, ¿verdad? Alguien dijo: - “Ya tienen a Benito Ca­nales en Zurumuato bien preso, el padre lo indultó y fue el que lo convenció; -mañana a las diez de la mañana va a ser víctima”, ...y fue víctima. Yo lo vi cuando lo llevaban en una camilla, y lo vi en la presidencia, parado, así, ya muerto. Con lo que pidió él: que no dejaran a nadie que le diera en la ca­ra, que le dieran de aquí pa’ bajo, pero en la cara nada.6

Pero la leyenda de Canales no nos ha ofrecido siempre la misma imagen. De las antologías de versos populares pasó a las de corridos y relatos revolucionarios. Pasó alguna vez a la literatura y la historiografía regional, ya fuera en Mi- choacán o en Guanajuato. Ambas tradujeron esa imagen al contexto del discurso revolucionario, acentuando más el carácter de luchador social del personaje y dejando un po ­co de lado al hombre de capacidad y fina voluntad que dio la vida por un “padre”. Al pasar a otras generaciones, pero sobre todo a manos de intelectuales de la posrevolución, el mismo texto del corrido fue leído de una manera diferente. No deja de ser significativo que en la pieza literaria que de ­bemos a Mauricio Magdaleno los versos del corrido se alter­nan con el relato del autor: se trata de una relectura del co­rrido, en la que el escritor desarrolla ciertos aspectos y va atenuando otros, dibujando a su propio personaje. El rela­to en cuestión, titulado “Septiembre en Zurum uato”, cons­ta de diez páginas. Aquí haremos referencia solamente a la figura de Canales que nos deja entrever.7

El personaje es un “insignificante talabartero” de Zuru-

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muato, pueblo que “cae en la orilla del Lerma y en la raya de Michoacán”. El cacique local lo tiene entre ojos por sus habladas contra los ricos y, en una de esas, al intentar ap re ­henderlo, Benito saca la pistola y lo mata; se echa al monte, habiendo tenido ya conocimiento de la rebelión de Madero. Pero al firmarse la paz y la renuncia del viejo dictador, Be­nito y los suyos piensan que se les ha traicionado y continúan a salto de mata, para acabar con los “malditos hacendados” y con la “maldita Acordada”. Después de la m uerte de Ma­dero, está a punto de unirse con los constitucionalistas cuan­do una carta de su querida Isabel le dice que quiere verlo porque, en busca de información, las autoridades la han mal­tratado. Al llegar a Zurumuato, Benito es víctima de la “in­grata tapatía”, su antigua querida, quien, por vengarse, lo denuncia ante los rurales. Así, Canales es apresado y fusila­do al igual que en el corrido.

Esta imagen, surgida de la época posrevolucionaria, con­cuerda en términos generales con la que nos dejan varios productos de la historiografía regional, algunos de ellos ba­sados en la historia oral. Uno es la breve Historia de Benito Canales, ya mencionada, y que lleva el subtítulo de “El Zapa­ta del Bajío”.8 Lo fundamental de esta imagen es el héroe campesino que castiga los abusos del hacendado y opresor feudal, y que termina rebelándose en contra del régimen de la hacienda y en contra de la explotación, idea que pertene­ce a una época y a una tradición literaria e historiográfica: los años del auge mitológico de la revolución y su discurso y de la tradición popular de la historiografía. Ambos com­partieron la visión de la revolución como ru p tu ra profunda entre un viejo régimen, oscuro y nefasto, y la inauguración de un tiempo nuevo, alumbrado por la aparición de las m a­sas campesinas.

De jinete “entrón” del Bajío, pero cristiano, a agrarista acaso inconsciente, la imagen de Benito Canales se ha m an ­tenido por su propia fuerza hasta la actualidad. No ha nece­sitado la confrontación con la historia real porque ésta no es

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necesaria para la leyenda. Si hemos buscado lo poco que hay sobre sus datos históricos -cuestión que veremos después- no ha sido con la intención de confrontar leyenda y reali­dad: ambas pueden coincidir o diferir. Lo importante, a mi modo de ver, es apuntar que la leyenda del bandolero tiene vida propia, pues atiende a lo que pide su público, cambian­do cuando éste cambia. En el caso de la historiografía es otra la situación, porque en este terreno se ha tenido a m enudo a confundir leyenda con realidad, o mejor dicho, a usar co­mo criterio de veracidad histórica la leyenda, a través del apego a la historia oral, de una forma acrítica y sin confron­tarla con otro tipo de fuentes.

Las gavillas y el gavillero

El 21 de septiembre de 1909, bajo circunstancias no muy cla­ras, era asesinado en uno de los caminos que llevaban a la ranchería de Tres Mezquites, casi en la frontera entre Mi- choacán y Guanajuato, Donaciano Martínez, comerciante que regresaba de la hacienda de Barajas después de arreglar asuntos relacionados con la compra y venta de semillas y ani­males de su pequeña negociación, establecida en la misma ranchería. Viajaba gracias a la ayuda de su mozo, Benigno Piceno, ya que tenía inutilizados brazos y piernas.

Entre Zurum uato y Tres Mezquites se encontraron -a l decir de Piceno- con un conocido: Benito Canales, quien ofreció en venta a Donaciano una pistola calibre 38, nique­lada y con mango negro. Quizá no sabremos nunca qué pasó pero allí resultó muerto el comerciante y el mozo señaló a Canales como responsable del crimen. El hecho es que, des­pués de muerto Donaciano, Benito partió a los Estados Uni­dos del Norte, como se decía entonces.

En febrero de 1911 fue detenido en Los Angeles, Cali­fornia, Benito Canales, por motivos diferentes a los de 1909. Allí mismo se le hizo saber que era buscado por la muerte de aquel comerciante, y en agosto de ese mismo año, tres

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meses después de la partida de don Porfirio, era puesto a disposición de las autoridades mexicanas, quienes lo condu­je ron a Puruándiro para procesarlo.

En el expediente judicial abierto sobre este asunto pode­mos encontrar algunos datos sobre la procedencia de este personaje de corridos: De 29 años en 1911, originario de Tres Mezquites, Michoacán, y vecino de Los Cerritos, ra n ­chería inmediata a su lugar de nacimiento; casado, “jo rn a ­lero”.

de estatura baja, complexión fornida, color moreno; pelo, ce­jas y ojos negros ¡frente, nariz y boca regulares, labios gruesos; poca barba y bigote y manchada la cara de paño. Usa el pelo rapado y la barba y bigote rasurados. Viste camisa de tela de color; pantalón de pechera azul de mezclilla; saco de casimir negro, de primera; calza zapatos de charol, americanos y usa sombrero de catrín. No tiene más señas particulares que la fal­ta de la última falange del dedo de enmedio de la mano dere­cha.9

En 1909, sin embargo, su vestimenta había sido descrita así: calzón y camisa de manta blanca, huaraches, sobrero grande de soyate y una frasada corta y pinta. Esta filiación, que cronológicamente es la primera, añadía la falta de una falange también, pero del pulgar derecho .10

El proceso duró hasta fines de febrero de 1912. La d e ­fensa encargada del oficio -puesto que Canales declaró no tener conocidos ni recursos- a Luis R. de Chávez, alegaba que por enemistades familiares se acusaba a Benito Canales del crimen -Piceno, el mozo de Donaciano, era su concu­ñ o - ,11 pero finalmente la sentencia señalaba al acusado co­mo responsable de homicidio y lo condenaba a una pena de poco más de tres años,12 pena que no se cumplió ya que po­co después, el 9 de marzo, el condenado se fugaba de la p ri­sión y buscaba refugio uniéndose con los alzados de bande­ra “orozquista” o “zapatista”.

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La revisión de este expediente judicial nos permite acla­rar algunas confusiones en la biografía de Canales. Una de ellas es la que se refiere a su condición de maderista, a p u n ­tada por Héctor Ortiz Ybarra (1980:221) y Juan Diego Ra­zo Oliva (1983:44). Si bien Canales se unió a jefes de gavilla que habían surgido durante el movimiento maderista -co- mo Eduardo Gutiérrez, Miguel y Mauro Pérez-, la fecha en que comienza su carrera como gavillero es posterior al tr iun ­fo de Madero, y aún más: Gutiérrez, desde fines de 1911 y durante 1912, es un alzado contra Madero, asociado más bien con la rebelión orozquista (Romero Flores, 1960:510). Con mayor claridad en la cronología hay elementos que nos su­gieren que las gavillas relacionadas con Canales operaban con bandera orozquista. Verónica Oikión señala lo anterior añadiendo que el propio Benito Canales, al tom ar la direc­ción del grupo en sustitución de Gutiérrez, “ ...al parecer de ­finió sus alcances revolucionarios en una proclama” m anda­da imprimir en Irapuato .13

A m enudo la calificación de nuestro jefe de gavilla es tam ­bién la de “zapatista”. Esto es comprensible ya que el Bajío de 1912 vivía una efervescencia contemporánea a aquel m o­vimiento. El Plan de Ayala, promulgado por Zapata desde noviembre de 1911, reconocía como jefe de la Revolución a Pascual Orozco, y sólo “en caso de que no acepte”, el jefe sería el propio Zapata. En su Historia de Benito Canales, Rosa Hilda Mendoza añade el subtítulo de “El Zapata del Bajío”. ¿En qué medida podríamos considerar zapatista el alzamien­to de Canales y sus compañeros? En una muy relativa. So­cialmente, las características del Bajío eran muy diferentes a las que prevalecían en la zona zapatista. Un ejemplo: au n ­que en el Bajío existían pueblos que pedían ya entonces la devolución de tierras que se denunciaban como ocupadas ilegítimamente por algunas haciendas, no era ésta la carac­terística predom inante en la región, poblada por un gran núm ero de rancheros, arrendatarios, medieros y pequeños propietarios en m enor medida. Son muy pocas las com u­

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nidades que subsisten para entonces y no son ellas las que proporcionan soldados para las revoluciones, sino más bien la gran mayoría de medieros, arrendatarios y rancheros, trabajadores del ferrocarril y de las minas. Unos años más tarde serán precisamente las comunidades quienes soliciten armas para defenderse de las gavillas armadas que m e­rodeaban en la zona.

El “zapatismo” del Bajío es, como el “orozquismo” y el “vazquismo” del que habla la prensa de la época, más bien coyuntural: es como una máscara utilizada para combatir viejos y profundos conflictos regionales exacerbados por la modernización del porfiriato y desatados por la guerra civil que se generaliza en 1912. El relajamiento del control social y político, producto de la misma Revolución, se intensifica al enfrentarse la dirección maderista con sus propios jefes revolucionarios, armados y descontentos por los intentos de los civilistas para limitar su poder de facto en sus propias re ­giones. Los grupos armados locales buscan alianzas con la oposición del momento levantada en armas y los jefes alza­dos tratan de atraerse a los grupos armados que se m antie­nen operando por su propia cuenta. Por esto mismo resul­ta muy confusa su actividad si queremos encontrar en ellos coherencia en su actitud hacia una bandera determ inada - zapatismo, maderismo. Y es que el eje de sus acciones no está norm ado por el hecho de operar en nombre de alguna facción revolucionaria, sino por aquel que les posibilita sub­sistir como grupo armado en términos más pragmáticos y más regionales.

Antes de pasar a hablar de las gavillas armadas, la p ro ­cedencia de sus dirigentes y el tipo de acciones que desarro ­llaban, quiero mencionar un elemento biográfico de Cana­les señalado por varios autores: el de su participación en la invasión de Baja California por los magonistas en 1911 (Ro­mero Flores, 1960:510; Ortiz Ybarra, 1980:238 y Razo Oli­va, 1983:44). Aunque en este caso las fechas citadas por el propio Canales en su declaración preparatoria no desm ien­

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ten la posibilidad de su participación -pues menciona que fue detenido en febrero de 1911 en Los Angeles por un asun­to ajeno al asesinato de Donaciano Martínez, es decir, poco después de la invasión m agonista-14 no hemos encontrado hasta ahora indicios que confirmen estos hechos en las fuen­tes revisadas. Ni los hijos de Canales ni las otras personas a quienes entrevistamos mencionaron algo al respecto. Q ue­da, entonces, como un problema a investigar. Lo que ellos relatan acerca de las actividades de Benito en los Estados Unidos se relaciona más bien con las narraciones de las aven- Xuras de un hombre que protesta contra los abusos de las fuerzas del orden (Cfr. por ejemplo Mendoza, 1982:29).

En cuanto a la procedencia de los jefes armados, sabe­mos que Canales había sido mediero de la hacienda de San Martín, en el mismo distrito de Puruándiro. Allí cultivaba usualmente “una fanega de sem bradura”, principalmente con maíz.

Tenía sus yuntas -narra su hijo Mariano- pero ya después no sé qué pasaría; al fin que mi abuelito falleció y se acabó todo. Después le daban yuntas por ahí, prestadas, le daban toros. ...Aquí había unos señores que tenían su ganado bueno.15

Según relata el mismo Mariano, su abuelo -el padre de Benito- llamado Máximo Canales, había sido también m e­diero de la misma hacienda. Había conseguido, precisamen­te por medio de Donaciano Martínez, una tierras para des­montar,

y luego tres yuntas uncidas y un arado del 20, grande, pues barbecharon la tierra y la trabajaron; y el que les consiguió esa tierra, después que la vio que tenía ñiuy buena producción, se las quería hacer a medias y ahí fue el enrolle del hombre...16

En su declaración preparatoria, Canales dijo, para justi­ficar su emigración a los Estados Unidos, que en 1909 él vivía

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en Los Cerritos, rancho que pertenecía a don Angel Agua- lio, en calidad de mediero. En ese año, se le m urieron dos bueyes y la labor de maíz no se le dio buena. Abrumado por las deudas, pensó ganar con qué pagarlas en el Norte. En cuanto a Donaciano declaró que

...no existían motivos de enemistad y jamás habían tenido dis­gusto, que por el contrario, el exponente le debía el único fa­vor de que le había habilitado un hectolitro cincuenta litros de maíz que le había de haber pagado en la cosecha de aquel año y que ahora le debe a su familia.17

Era el quinto hijo de Máximo Canales y Refugio Go- dínez18 y desde principios de siglo había trabajado también como velador de tierras en la hacienda de San Martín M en­doza, 1982:14).

Vestía regular -nos decía don Guillermo Magdaleno, vecino de Maritas, Guanauato. No un hombre decente, pero tampo­co en la miseria, porque no estaba en la miseria. Vestía regu­lar.19

Se va dibujando, aunque fragmentariamente, una fami­lia relativamente acomodada de una ranchería, que encuen­tra cada vez más difícil m antener su rango social. El padre había sido propietario de yuntas, y Mariano, el nieto, rela­ciona de alguna forma su muerte con una pérdida de status. Una familia a la defensiva ante la amenaza de degradación social, quizá una situación desesperada, perm eada de con­flictos familiares, de rivalidades, un crimen no del todo acla­rado y finalmente la huida de la prisión que da comienzo a una corta vida “fuera de la ley”.

Otro caso ilustrativo es el de los hermanos Pantoja, no menos famosos en la región. Con Canales y Eduardo G u­tiérrez actuaron en 1912. Ocho hijos de Abraham Pantoja y Ruperta Núñez que crecieron en los ranchos situados cerca

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de la frontera con Michoacán, en el distrito guanajuatense de Yuriria. Sabemos que poco antes de la Revolución, Anas- tacio Pantoja -que llegaría a ser más tarde general a las ó rde ­nes de A m aro- era “burre ro” en la hacienda de El Cimen- tal; Tomás fue mediero en el rancho El Pozo, en donde vivía con sus hermanos José y José Guadalupe, cuya figura legen­daria es opuesta a la de Canales: subsiste en los corridos co­mo un temido criminal. Guzmán Cíntora, historiador local menciona antecedentes de abigeato en Abraham Pantoja, y que heredaron algunos de los hijos:

Se vino el movimiento de Madero; hacendados de la Ciénaga Prieta (zona de Yuriria colindante con Puruándiro), que no eran de muy buenos antecedentes y que evito decir quiénes eran porque me echo brazas encima, porque tienen todavía mucha parentela, ...formaron una gavilla de bandidos y entre ellos estaban los Pantoja: estaba Tomás y, con él, uno del Xo- conoxtle llamado Delfino Raya. En la noche caían en las ha­ciendas, sobre todo las del Valle de Sandago, las saqueaban y volvían al día siguiente a desaparecer... y todos ignoraban su identidad.20

Una de las haciendas asaltadas era Puerta de Andaracua, situada a la orilla de la laguna de Yuriria. Poco más adelan­te nos narraba acerca del acuerdo de los Pantoja con algu­nos hacendados de la región:

Los jefes de esa gavilla se juntaron en el rancho del Rincón de Muías, que pertenecía ala hacienda del Cimental ...les dijeron: -Miren, vamos a dejar la cosa por un tiempo porque las Acor­dadas ...ya están sabiendo que somos nosotros, y aquellos señores mataban sin formación de causa alguna. ...Que se va­yan algunos al cerro, hemos decidido que sean los Pantoja’, y todos los Pantoja protestaron: - ‘No, amo, cómo vamos a irnos nosotros?’ Les ofrecieron dinero: - ‘Los sostenemos a ustedes y a su familia, les damos caballos, armas, parque y una tempo­

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rada andan en el cerro. Ya después empezamos a maniobrar de modo que los indulten...’21

La participación de hacendados y rancheros como abas­tecedores de las gavillas armadas está confirmada por otras fuentes, tanto de la época como en años posteriores. N egar­se a ver en los testimonios algo más que especulaciones que presidentes municipales y hacendados,22 es no querer p re ­guntarse si la problemática regional se comporta como quie­re la interpretación ideológica que reduce la violencia rural a una lucha contra el “sistema”. Un diario capitalino infor­maba a mediados de 1912 que la gavilla de Antonio Cova- rrubias, sobrino carnal de un rico hacendado que tenía el mismo apellido y vivía en Irapuato, operaba im punemente.

A las haciendas de El Fuerte y Doña Rosa, de su tío, nadie las asalta (huelgan los comentarios [s/¿]). Este bandido es herma­no del administrador de la hacienda de Potreros, del distrito de Pénjamo, en donde se levantó otra gavilla de la que formó parte su hijo Jesús y que capitaneó el famoso bandido Ireneo Andrade {El País, agosto 26 de 1912).

Lo que esto nos indica es una gran complejidad en la si­tuación regional, en la que se mezclan los conflictos que en ­frentan a los sectores marginados de las zonas rurales, sobre todo los habitantes de las zonas montañosas de la zona o- riental del distrito de Puruándiro y la de poniente de Yuri- ria - e n donde abundan pequeños ranchos establecidos en tierras pobres, de tem poral- contra las ciudades im portan ­tes y contra las haciendas establecidas en los terrenos bajos, cercanas al río Lerma y que cuentan con grandes extensio­nes de riego. Pero el problema no termina allí: lo que señalan las fuentes es la efervescencia de una región en la que los ha ­cendados y rancheros de la zona montañosa toleran y, en ca­sos, fomentan los ataques de las gavillas contra las haciendas grandes, que cuentan con las mejores tierras. Es decir, que

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en ocasiones se establece una alianza de diferentes sectores rurales de una zona en contra de un sector de la zona veci­na. El eje horizontal, que agrupa a los iguales de una región, oponiendo a los de arriba y los de abajo entre sí, y que a m e­nudo se toma como la única explicación de la violencia r u ­ral, se presenta mezclado con un eje vertical, que agrupa di­ferentes sectores de una región contra uno o varios sectores de las regiones vecinas. No todos los rancheros y los hacen­dados de la zona montañosa apoyan a las gavillas, pero si consideramos el “apoyo” en términos amplios, veremos que este va del financiamiento directo y consciente a la toleran­cia resignada de quien sabe que, en una zona en la que las gavillas son la única fuerza armada que existe, más vale no entrar en problemas con sus integrantes. Este era el criterio incluso de muchos campesinos pobres de la región. Uno de ellos, que vivía en una de las rancherías de Puruándiro, nos relataba:

(Los Pantoja) eran unos viejos, feos, peladazos, sin saber lo que andaban peleando, porque los demás nada más decían: esos nomás andan matando pacíficos, llevándose muchachas, lle­vándose casadas, y sacándole a los que tenían sus animalitos de ganado, dinerito, ...esos eran bandoleros. Entonces, por 1911, 1912 ...todo lo que sembraba yo y mi padre en la zona esa, se lo daban a la hacienda, nos daban más o menos 8 o 10 hectáreas de temporal, 50 centavos todos los días. Tenía yo un vecino ahí... y tenía una mata de calabazas de Castilla; y cuan­do tiene uno mucha confianza con los amigos es cuando fallan más. Este traía un cuñado del dique, imalo!, pa’ matar pacífi­cos y pa’ llevar muchachas no se diga... Entonces andaban ahí unos que andaban de chinacos, todos esos eran muy amigos míos y también del pulque; yo les daba sandías, calabazas, elo­tes, jitomates, chiles, lo que querían pa’ su familia, nomás man­den, que yo les doy. ¡No, pues me favorecían!, me ayudabana que no me fregaran tanto las matitas... No supe ni cuantos

/ 23serian...

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Testimonios como el anterior nos dejan ver que aún en los casos que podríamos caracterizar como de bandidaje so­cial, debido al apoyo o tolerancia de los vecinos de los ra n ­chos, no deja de haber reservas por parte de algunos de ellos, que no comparten del todo la visión de los bandoleros. Tal vez una caracterización más precisa tendría que indicar que la selección de las víctimas, por parte de los gavilleros, se da con base en los que pertenecen a su región y los extraños, sean ricos o pobres. Lo anterior requiere mayor indagación, pero es muy probable que un bandido asalte no sólo a los ri­cos sino también a los pobres de las zonas que no son preci­samente la suya y, al mismo tiempo, respete a rancheros e incluso hacendados de su pueblo o de su zona, como en el caso de los Pantoja.

Entre las actividades de estas gavillas destacan los asal­tos a haciendas y ranchos, en los que a m enudo son asesina­dos los dueños o administradores cuando presentan resiten­cia violenta. No sólo se llevan dinero, armas y caballos de las haciendas sino que, en ocasiones, tratan de ganarse el apo ­yo de los peones o medieros, quem ando los libros de la ad ­ministración, como sucedió en Santa Ana Mancera, hacienda del distrito de Puruándiro, a mediados de 1912.24 Aunque pueda resultar paradójico, esta táctica no fue tan exitosa: el apoyo a los grupos armados provenía más de los ranchos de la zona montañosa que de los trabajadores de las grandes haciendas, quienes incluso llegaron a hacer resistencia a las gavillas. Algunos entrevistados señalan, por ejemplo, que los pobladores de Tres Mezquites no se fueron con Canales, si­no que éste reunió a su gente de entre las rancherías de la zona limítrofe, en Guanajuato.25

En 1912 estos asaltos se combinan con tomas de ciuda­des y de estaciones de ferrocarril. Al menos por la intensi­dad con que se producen, este último tipo de acciones son características del año mencionado. Manuel M. Moreno relata que en octubre el cabecilla Simón Beltrán y la “coro­nela” Carlota M iramar dirigieron un aviso a los jefes del

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ferrocarril y público en general: a partir del 10 de noviem­bre sufrirían ataques los trenes que recorrieran la zona de Guanajuato, Michoacán y Querétaro, advirtiendo que ellos se libraban de toda responsabilidad por los daños que esto pudiera acarrear. Advertían también que los reparadores de vías descubiertos serían, sin más, fusilados (Moreno, 1977:103). Aunque el tráfico no llegó a ser suspendido, los asaltos a los trenes se hicieron mucho más numerosos que en 1911.26

Por otra parte, debido al incremento de hombres en las gavillas, en 1912 se presentan algunos casos de combates en ­tre éstas y las fuerzas gubernamentales en las que a m enu ­do salen victoriosos los rebeldes. Sin embargo, a pesar de que los enfrentamientos llegaron a ser muy sangrientos, la táctica no cambió en lo fundamental: cuando las gavillas se veían acosadas por las fuerzas gubernamentales se dispersa­ban, perdiéndose entre las rancherías cercanas.

En los asaltos a poblados pequeños, generalmente se im­ponían préstamos forzosos, se saqueaban las oficinas públi­cas y algunos comercios. Era usual también el secuestro de pobladores importantes. En agosto, por ejemplo, entró una gavilla a Angamacutiro, Michoacán, amenazó de muerte al presidente municipal, incendió archivos, y el funcionario logró salvarse mediante la entrega de poco más de 500 pe­sos.27

La economía de los grupos armados es quizá uno de los aspectos más oscuros debido a que sus acuerdos o negocia­ciones casi nunca llegan a ser registrados por docum enta­ción alguna y, por otro lado, es difícil que una persona que haya participado en estas actividades se decida a contarlo, además de que quedan pocas personas para hacerlo. Oca­sionalmente la prensa de la época llegó a referirse a este p ro ­blema:

Aumentan las gavillas de bandoleros en el distrito de Pénjamo. Pénja-mo, Gto., 25 de septiembre. Con la impunidad de que gozan

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se han envalentonado y son ellos los que dominan en todos los ranchos de los alrededores, donde sacrifican ganado a su an­tojo, se apoderan del maíz y lo mandan a vender descarada­mente a los mercados de los pueblos, incendian campos de tri­go por enemistad con los propietarios o porque éstos no les han dado el dinero que les han pedido y prohiben a los peo­nes que trabajen, golpeando a quien se atreve a violar la pro­hibición, so pretexto de que no deben trabajar si no es por un peso diario...28

Además de los ingresos que eran producto de los asaltos, y que en ocasiones llegaron a ser cantidades importantes de dinero, así como caballos, armas y parque, mercancías de to ­do tipo, instrumentos de labranza y ropa, estaban las canti­dades recibidas bajo la forma de préstamos forzosos a hacen­dados o vecinos de las ciudades, o bien como rescate de secuestrados. Algunas veces, los jefes de gavilla extendían re ­cibos por los objetos de los que se apoderaban. En los docu­mentos de la Municipalidad de Valle de Santiago quedó uno que dice:

Recibí del Sr. José Sixtos un caballo tordillo valuado en $40, cuya cantidad será pagada por la revolución encabezada por los ilustres generales Pascual Orozco y Emiliano Zapata. Junio 4 de 1912. El general en Jefe, Simón Beltrán.29

Es común en esta época que los hacendados de las zonas bajas sean amenazados con la destrucción de presas o diques, así como con la quema de trojes, de no en tregar una canti­dad determinada. Pero si algo llegamos a saber de los ingre­sos de las gavillas, debido al escándalo que suscitan, los gas­tos que efectúan están tal vez irremediablemente ocultos bajo la economía subterránea que los relaciona con mesone­ros y comerciantes locales que no hacen muchas preguntas sobre la procedencia de las mercancías.

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La muerte de Benito Canales

De junio a octubre de 1912, la información procedente del ramo de G uerra del distrito de Puruándiro habla principal­mente de enfrentamientos y persecución de gavillas por par ­te del Batallón de Voluntarios de León, la fuerza de caba­llería del Io del Estado y el 67° Cuerpo de Rurales. El día 17, en un enfrentamiento con los hombres que capitaneaba Mauro Pérez, las fuerzas gubernamentales lograron disper­sar a la gavilla resultando muerto este cabecilla, así como su herm ano Miguel. Fueron capturados, además, 40 integran­tes del grupo.30 Según los informes del mayor Arturo Alva- rez, quien se ocupaba de perseguir a los rebeldes por el ru m ­bo del río Lerma, en el rancho de El Pilar tenían los alzados su cuartel general. Terminaba en una ocasión diciendo:

Gavillas Andrade y Pantojas compónense de 55 hombres y Ca­nales separadamente y por los mismos rumbos 10 individuosmal armados y montados, pues algunos montan muías...31

Los jefes de las expediciones calculaban que el total de rebeldes que operaban en la región, y que en ocasiones se juntaban bajo la coordinación “del llamado general” Simón Beltrán, iba de 500 a 600 hombres; sin embargo, los diferen­tes jefes de gavilla guardaban una relativa independencia co­mo tales, al frente de 100 a 150 hombres.32

A principios de octubre se anunció una reorganización de las fuerzas encargadas de la persecución de estos grupos en la región: fuerzas rurales actuarían en combinación con otras de infantería bajo la dirección del teniente coronel Luis Medina Barrón, quien hasta entonces había operado en la zona zapatista al frente del 19° Cuerpo Rural. Este militar actuaría en coordinación con el mayor Arturo Alvarez, quien ya se encontraba en la zona, al frente del 42° Batallón irre ­gular de León y algunas fuerzas de caballería.33 La ofensiva desarrollada por estas fuerzas, unida a la recomendación del

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gobierno de Michoacán, y posteriormente del de Guanajua­to, a los prefectos para negociar una amnistía con los alza­dos, tuvieron un efecto importante en la relativa pacificación del Bajío hacia principios de 1913, aunque sería in te rrum ­pida por el golpe militar de febrero que llevaría a H uerta al poder.

Después de algunos combates sostenidos con las gavillas, Medina Barrón enviaba un telegrama al gobernador mi- choacano:

Hónrome comunicarle que hoy al Cabo Io Salvador Gutiérrez que moví con 40 hombres tuvo un combate con una partida de rebeldes cerca de Zurumuato, en el punto conocido por Maritas; la posición de los rebeldes era ventajosa y no obstan­te logró la fuerza dispersarlos haciéndoles 3 muertos, 2 heri­dos, quitándoles un mausser y 2 pistolas y aprehendiendo en­tre otros al cabecilla Benito Canales, que dirigía el movimien­to rebelde en el Estado de Michoacán. Ya doy orden sea pasa­do por las armas. Por nuestra parte, hay que lamentar 7 bajas en la fuerza del 13° Cuerpo Rural.34

“Su captura es im portante”, dijo el gobernador Miguel Silva en un telegrama al secretario de Gobernación. La misma prensa capitalina se hizo eco de la m uerte de Cana­les, imprimiendo a la noticia un sesgo épico que se perpe ­tuaría en corridos populares:

Para aprehenderlo -dice la nota de El País- las fuerzas del go­bierno prendieron fuego a la casa donde Canales se guarecía, y así obligaron a huir a sus acompañantes; pero no al prime­ro, el cual enmedio del fuego se estuvo batiendo hasta quemar el último cartucho, matando a tres rurales e hiriendo a cua­tro.36

La quema de casas de los pronunciados comenzaba a convertirse en una de las tácticas comúnmente utilizadas por

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los rurales.37 Poco después, un coronel Dorantes pregunta ­ba al secretario de Gobierno de Michoacán si era una tácti­ca aprobada por las autoridades, "... pues esto podría ser causa de otros levantamientos”. El gobierno local respondió con instrucciones que prohibían tales medidas.38

Aunque los asaltos persistieron en la zona, la ofensiva gu ­bernam ental logró, aunque con serias deficiencias, m ante­ner resguardadas las ciudades importantes, pues a pesar de ser amenazadas no sufrieron más asaltos durante el gobier­no maderista. A principios de 1913, en los últimos meses de la administración de Madero, se decretó una amnistía por delitos políticos que permitía a los jefes de gavilla, y a sus se­guidores rendirse ante las autoridades locales sin sufrir pe r ­secución por sus actividades. Entre los numerosos jefes a r ­mados que se acogieron a ella se encontraban los hermanos Pantoja, quienes después del cuartelazo volverían a las a r ­mas. Pero aquel nuevo levantamiento merece un estudio aparte, pues algunos de ellos pasarían a ser dirigentes mili­tares del constitucionalismo, bajo las órdenes del general Amaro.

Por lo pronto, a principios de 1913 se cierra, relativa­mente, esta oleada de violencia rural en el Bajío, que po ­dríamos tom ar como “precursora” de aquella que se mani­festaría a partir de 1914 y, con rasgos inéditos por su intensidad, entre 1917 y 1918, cuando operaron grupos ar ­mados en un radio de acción mucho más extenso, como los de Jesús Cíntora, Altamirano y el temido Inés Chávez Gar­cía.

NOTAS

1. Citado en Armando Duvalier, “Romance y corrido”, en Crisol. Tercera épo­ca, No. 87, septiembre de 1937, p. 13-14.

2. Alejandro Pinet P., “Cuentos populares y corridos; el caso de Benito Cana­les”, ponencia al IV Simposio de Religión Popular e Identidad, l é x ic o , Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1984.

3. No lo incorporamos completo por razones de espacio. Lo publicó Tilomas

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Stanford E., El Villancico y el corrido mexicano. México, INAH, 1974 (Colección Científica, Etnográfica, 10), p. 49.

4. Vicente T. Mendoza, El corrido mexicano. México, FCE, 1974, p. 177.5. Rosa Hilda Mendoza Gutiérrez, Historia de Benito Canales. México, edición del

autor, 1982, p. 37-38.6. Entrevista del autor con don Nicasio Aguilar, Valle de Santiago, Gto. abril 23

de 1983.7. Mauricio Magdaleno, Instantes de la Revolución. México, Instituto Nacional de

Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1981, p. 137-148.8. Rosa Hilda Mendoza, op. cit.9. Archivo Judicial del Estado de Michoacán (AJEM). Puruándiro, Penales, 1910,

leg. 1, foja 47.10. Archivo Municipal de Zamora, Mich. Justicia, 1909, Exp. 2/4. Fotocopia del

documento facilitado por Alvaro Ochoa.11. En la declaración de Crescencia Ramírez, esposa de Canales, leemos que Be­

nito no tenía con Donaciano Martínez “agravio ni causa de disgusto como lo tenía con Piceno, o mejor dicho, éste con Canales, pues desde que la expo­nente se casó estaba desagradado con su esposo, manifestándole este disgus­to con negarle el habla; que cuando se proyectaba el matrimonio, varias ve ­ces le llegó a decir Piceno á la que habla, que no se casara, sin expresarle ningún motivo, por lo cual ignora por qué se oponía á su matrimonio; que la narran­te cuando se casó vivía con su hermana, que es la esposa de Piceno y desde aquella época lo era...” AJEM, Ibid., f. 53.

12. El juez, Jesús Cárdenas, dictó la sentencia que condenaba a Canales por el de ­lito de homicidio, basado en la declaración de Piceno, quien señaló a Canales como responsable, considerando además, que Benito partió a Estados Unidos pocas horas después de ocurrido el crimen y, finalmente, por encontrar que los testigos nombrados por Canales para demostrar su presencia a la hora del crimen en otro sitio, negaron rotundamente el hecho. El juez señaló también contradicciones entre las declaraciones de Canales y las de su esposa, referen­tes a la posesión de una pistola. AJEM, Ibid., f. 221.

13. Verónica Oikión Solano, El Constitucionalismo en Michoacán. México, UNAM,1985 (tesis de licenciatura en Historia), pp. 93-95. Se basa en Camilo Targa: “La verdad sobre la vida oprobiosa del verdadero Atila del Sur”, Cap. III, en El Legionario, Vol. VIII No. 91, México, septiembre 15 de 1958, p. 64.

14. AEJM, Ibid., f. 34 vuelta.

15. Alejandro Pinet. Entrevista con Mariano y Ma. de Jesús Canales. Tres Mez­quites, febrero 19 de 1983.

16. Ibid.17. AJEM, Ibid.y ff. 34 y ss.18. A Pinet-Mariano y Ma. de Jesús Canales, Ibid.19. A. Pinet. Entrevista con Guillermo Magdaleno. Maritas, Gto., febrero 20 de

1983.20. A. Pinet. Entrevista con Jesús Guzmán Cinto ra. Yuriria, Gto., abril 22 de 1983

y Jesús Guzmán Cíntora, Yuririapúndaro. México, ed. del autor, 1981, p. 112 y 113.

21. A. Pinet-Jesús Guzmán Cíntora, Ibid.22. Héctor Díaz Polanco, Formación regional y burguesía agraria en México. México,

Era 1982. Dice la nota 16 de la p. 55: “Correspondencia del Presidente Mu­

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nicipal, n. 740, 19 de noviembre de 1911. El presidente municipal especuló en la misma pieza en el sentido de que los miembros de la pandilla habían re­cibido apoyo de varios hacendados de la zona, quienes pretendían presentar­se como “víctimas de robo”; el funcionario pensaba que, en realidad, los ha­cendados eran fomentadores del movimiento armado de que se trata. Es probable que la suspicacia del presidente municipal estuviera bien fundada. En todo caso, si así friera, muy pronto los hacendados se darían cuenta de que el movimiento campesino se convertiría en una fuerza que podía ser mortal para sus intereses”.

23. A. Pinet. Entrevista con Nicasio Aguilar. Valle de Santiago, abril 23 de 1983.24. Archivo “Manuel Castañeda Ramírez”, Casa de Morelos, (ACM), Morelia,

Mich. Ramo de Guerra, Distrito Puruándiro, Novedades ocurridas... -Telegra­ma del Presidente Municipal al secretario de Gobierno, agosto 29 de 1912.

25. A. Pinet-Mariano y Ma. de Jesús Canales, Ibid.26. Alejandro Pinet, Bandolerismo y Revolución en el sur del Bajío. México, ENAH,

1986 (tesis de licenciatura en Antropología Social), pp. 168-172 y 194-203 pa­ra 1911 y 1912, respectivamente. Se pueden consultar allí algunos detalles de las acciones de los grupos armados en los cuadros que elaboré sobre asaltos registrados en la prensa o en los archivos consultados.

27. ACM, Guerra, Exp. 91 T. 2, Oficio de agosto 17 de 1912.28. El País, septiembre 28 de 1912.29. Correspondencia municipal, 2 y 4 de junio ele 1912, citado en Díaz Polanco,

Op. cit., pp. 56-57.30. ACM, Guerra, telegrama de junio 17 de 1912.31. ACM, Guerra, Exp. 91 T. 2; julio 5 de 1912.32. ACM, Guerra, telegramas del 5 al 8 de julio de 1912.33. El País, octubre 4 de 1912.34. ACM, Guerra, telegrama de octubre 15 de 1912.35. ACM, Guerra, Ibid.36. El País, octubre 18 de 1912.37. Cfr. por ejemplo ACM, Guerra, telegrama de octubre 12 de 1912.38. ACM, Guerra, octubre 18 de 1912.

Bibliografía

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