bajo la pluma de la nación

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EL TALLER DE LA HISTORIA, vol. 6, n.º 6, 2014, págs. 441 – 467. Issn: 1657-3633; e-Issn:2382-4794 Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia Bajo la pluma de la nación. La narrativa homogeneizante de la historiografía liberal sobre la sociedad chilena hacia 1810 * Javier Sadarangani Leiva** Recibido: junio de 2014 Aprobado: septiembre de 2014 Ustedes los historiadores son quienes más han modificado la historia’, se nos dice con frecuencia a los que nos dedicamos a esta disciplina del saber humano. Tal afirmación nos llena de orgullo […] Pero ¿no será más bien una burla? […] En vez de elogiarnos ¿no nos estarán tachando de falsificadores? Juan Brom, 2003. Resumen: El discurso homogeneizante que notamos entre los miembros de la so- ciedad chilena no nace de manera espontánea ni tampoco resulta fortuito, sino que es resultado de una tradición historiográfica que se propagó y se instaló en el senti- do común de muchos, el cual entendió y describió a nuestra sociedad de manera uniforme, especialmente hacia 1810. Así, el propósito de este trabajo es dar cuenta, a través de un análisis bibliográfico, cómo y por qué la historiografía liberal – * Quiero agradecer a Matías Marambio de la Fuente por sus observaciones y comentarios al texto preliminar, los cuales me fueron útiles y esclarecedores en muchos sentidos. ** Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Andrés Bello; Licenciado en Educación y Profesor en Enseñanza Media con mención en Historia, Geografía y Ciencias Sociales por el Departamento de Estudios Pe- dagógicos (DEP) de la Universidad de Chile. Actual miembro del Centro de Estudios Sudamérica (CeSud). Correo: [email protected]

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Javier Sadarangani Leiva.

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  • EL TALLER DE LA HISTORIA, vol. 6, n. 6, 2014, pgs. 441 467. Issn: 1657-3633; e-Issn:2382-4794 Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia

    Bajo la pluma de la nacin. La narrativa homogeneizante de la historiografa liberal sobre la sociedad chilena hacia 1810*

    Javier Sadarangani Leiva**

    Recibido: junio de 2014 Aprobado: septiembre de 2014

    Ustedes los historiadores son quienes ms han modificado la historia, se nos dice con frecuencia a los que nos dedicamos

    a esta disciplina del saber humano. Tal afirmacin nos llena de orgullo [] Pero no ser ms bien una burla? [] En vez de

    elogiarnos no nos estarn tachando de falsificadores? Juan Brom, 2003.

    Resumen: El discurso homogeneizante que notamos entre los miembros de la so-ciedad chilena no nace de manera espontnea ni tampoco resulta fortuito, sino que es resultado de una tradicin historiogrfica que se propag y se instal en el senti-do comn de muchos, el cual entendi y describi a nuestra sociedad de manera uniforme, especialmente hacia 1810. As, el propsito de este trabajo es dar cuenta, a travs de un anlisis bibliogrfico, cmo y por qu la historiografa liberal

    * Quiero agradecer a Matas Marambio de la Fuente por sus observaciones y comentarios al texto preliminar, los cuales me fueron tiles y esclarecedores en muchos sentidos.

    ** Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Andrs Bello; Licenciado en Educacin y Profesor en Enseanza Media con mencin en Historia, Geografa y Ciencias Sociales por el Departamento de Estudios Pe-daggicos (DEP) de la Universidad de Chile. Actual miembro del Centro de Estudios Sudamrica (CeSud). Correo: [email protected]

  • 442 Bajo la pluma de la nacin

    responsable de este discurso-, caracteriz de tal forma a una sociedad diversa y he-terognea por definicin. Palabras Claves: Narrativa homogeneizante, nacin, historiografa liberal, so-ciedad chilena.

    Under the quill of nation. The homogenizing narrative of the liberal historiography about Chilean society ca.1810 Abstract: The homogenizing discourse that we notice among the members of the Chilean society doesnt appear spontaneously or fortuitously, but its a result of a historiographical tradition thats spread and set up in the common sense of many, which understood and described our society on a uniformly way, especially to 1810. So, the purpose of this article is to expose, through a bibliographic analysis, how and why the liberal historiography responsible of this discourse-, characterized in that way to a diverse and heterogenic society. Key words: Homogenizing narrative, nation, liberal historiography, Chilean soci-ety.

    Introduccin

    En octubre del ao 2006 el peridico El Mercurio public los resultados de una

    encuesta denominada Encuesta Bicentenario, a propsito del advenimiento de

    aquella simblica fecha que conmemoraba los doscientos aos de la independencia

    de Chile. Esta buscaba realizar un sondeo sobre cmo somos los chilenos. Qu

    pensamos sobre la identidad y pertenencia a la nacin?.... Se public y difundi

    jactndose de ser altamente confiable, con el fin de medir, interpretar y divulgar

    las principales tendencias de la sociedad chilena.1 Encuestas, reportajes y notas de

    esta ndole fueron cada vez ms frecuentes en medios escritos y visuales ad portas

    a la fecha en cuestin, buscando dar cuenta sobre la esencia que define a los chile-

    nos.

    1 http://goo.gl/9xU3P9.

  • Javier Sadarangani Leiva 443

    Ms all del trato apresurado de ciertos conceptos e ideas, llama profunda-

    mente la atencin, entre otras cosas, esta tendencia automtica de pensar lo chi-

    leno como una categora esttica y cerrada y como un ente uniforme y homogneo,

    en el cual todos los miembros de la sociedad poseen cualidades no similares, sino

    idnticas. Qu significa ser chileno? Quines son los chilenos? Estas alocu-

    ciones se han acentuado y multiplicado durante la ltima dcada dada la mencio-

    nada reiteracin meditica, lo cual ocurre especialmente durante las efemrides

    nacionales pero ms an a propsito del Bicentenario, haciendo de frases como la

    picarda del chileno, el chileno es flojo entre otras, de libre circulacin discursiva

    entre la poblacin. Cmo se explica esto? Qu origen tiene este discurso tan

    arraigado en la sociedad chilena y que nos hace vernos como una sociedad unifor-

    me y esttica en el tiempo?

    El ejercicio de rastrear los orgenes de la concepcin de lo chileno no est

    libre de desencuentros. Mientras los ms proclives a los valores nacionales sealan

    que el surgimiento de una identidad nacional que evoque ciertas distinciones

    respecto a un otro tiene su gnesis a comienzos del siglo XVI,2 creemos por nues-

    tro lado que dicha concepcin no podemos identificarla antes de la maduracin del

    descontento hispanoamericano ante las medidas de la casa de Borbn a finales del

    siglo XVIII, lo cual vendra siendo una suerte de preludio del discurso nacional-

    liberal concebido desde 1810.3 Entonces, para aproximarnos estas interrogantes

    creemos que debemos comenzar por estudiar algunas caractersticas del compor-

    tamiento de la nacin como artificio histrico. Preliminarmente, diremos que se

    trata de un discurso altamente legitimador, el cual surge con ms intensidad en

    contextos especficos en los que se alude a esta idea como lo es la conmemoracin

    de los hitos nacionales u otros eventos.4 Si bien la nacin es un concepto polis-

    mico y que posee bastantes caractersticas, una de las ms esenciales, a nuestro

    juicio, ha sido indicada y desarrollada por la autora argentina Mnica Quijada al

    2 Sergio Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estell, Historia de Chile, Santiago,

    Ed. Universitaria, 2005.

    3 John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Ariel, 2010, p.35.

    4 La frase deja inherente la idea de que el discurso nacional se mantiene casi inerte, pero que se

    acenta en estos otros eventos. Los ltimos aos han sido testigos de cmo las tragedias naturales o sociales han evocado este sentimiento. El terremoto el ao 2010 y 2014 en el centro-sur y norte del pas respectivamente; el derrumbe de la mina San Jos; y el incendio en Valparaso de 2014 son ejemplos de aquello.

  • 444 Bajo la pluma de la nacin

    referirse a la etnizacin de las sociedades, ejercicio propio de quienes se inclinan

    por una acepcin historista-romntica de la nacin,5 es decir la: conversin de

    grupos heterogneos en una entidad nica, que haba de ser representada en el pa-

    sado y en el futuro como si formase una comunidad natural, en posesin de una

    identidad de orgenes, cultura e intereses que trascenda a los individuos y a las

    condiciones sociales.6

    En otras palabras, se trata de una naturalizacin de la nacin tnica o cultu-

    ral, la cual le quita su caracterstica de construccin histrica argumentando que

    esta ha existido desde tiempos prematuros. Esta se enmarca dentro de posturas

    esencialistas gestadas al calor de la experiencia alemana que, adems, concibe a la

    nacin como un fenmeno que es evolutivo y que escapa a toda voluntad humana,

    dndose un desarrollo natural y coherente en el curso de la historia. Traemos a co-

    lacin esta cualidad de la nacin afirmando que ella, ms que otras, genera mayo-

    res grados de adhesin y pertenencia a ella por los rasgos de emocionalidad que

    genera entre quienes permea. De esta forma, busca, por un lado, ubicarse en lo ms

    profundo de la cultura comn y por otro, cercenar la posibilidad de pensar a la na-

    cin como un producto ficticio cuyos responsables son sujetos reales.

    Ahora, la nacin en tanto construccin histrica, requiere de un discurso que

    se propague en orden de seducir al resto de la sociedad expectante, pues ste no

    emerge en ellos de manera espontnea. Entonces, habra quienes se desempean

    como garantes de ella en trminos discursivos, verdaderos intelectuales de la na-

    cin: la intelligentsia, que pregonan y difunden sus valores evangelizando a los

    miembros de la sociedad que no gozan conocer sus verdades. Polticos y profesores;

    mercaderes y terratenientes; e incluso militares que a su vez han formado parte de

    una suerte de panten de hroes insertos en la memoria oficial. Pero, qu respon-

    sabilidad le cabe al historiador al momento de propagar los fundamentos de la na-

    5 A la hora de perfilar los rasgos que definen a la nacin se reconocen dos dimensiones no exclu-

    yentes entre s: la nacin cvica o poltica, y la nacin tnica o cultural, cada una desarrollada por dos experiencias europeas distintas. Mientras el nacionalismo francs se fundament en la primera acepcin, el caso alemn lo hizo para el segundo. Varios tericos de la nacin han desarrollado estos aspectos llegando a conclusiones diversas, a modo de ejemplo revisar Eric Hobsbawm, Nacio-nes y nacionalismos desde 1780, Barcelona, Editorial Crtica, 1998, pp.23-43.

    6 Mnica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nacin. Con un estudio

    de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, CSIC, 2000, p.24.

  • Javier Sadarangani Leiva 445

    cin? Es ste el responsable de que nos describamos a nosotros mismos de mane-

    ra uniforme? Son estas interrogantes las que recorren, soslayadas, las pginas de

    este trabajo, poniendo especial atencin en la continuidad e invariabilidad que han

    tenido algunos historiadores al caracterizar a la sociedad decimonnica chilena.

    1.- El historiador y la nacin Tanto la consciencia como la memoria histrica propias de una sociedad son fruto

    de las construcciones discursivas realizadas mayormente por historiadores(as), en

    tanto el oficio mantenga estrechos vnculos con aparatos hegemnicos. De esta

    forma, el rol de los(as) historiadores(as) en la produccin de dichas concepciones

    en torno a condiciones polticas, sociales y culturales de nuestra realidad actual es

    de vital importancia y de directa responsabilidad, lo cual enviste a nuestra labor de

    una cualidad poltica y nos obliga a ser responsables y rigurosos en el discurso que,

    como profesionales de la historia, emitimos. Son las pesquisas propias de nuestra

    labor las que nos permiten, eventualmente, proyectar imgenes desde la historia

    hacia el presente y, as, desarrollar ideas en torno a, por ejemplo, nuestra composi-

    cin socio-cultural.7

    Sobre la nacin, la postura de historiadores e historiadoras ha variado en el

    curso del tiempo. En cuanto a la situacin actual hoy en da es bastante difcil ase-

    verar que exista un nmero mayoritario de ellos que legitimen las acciones y prin-

    cipios nacionales que toman lugar en nuestro pas. Es ms, si realizamos un sondeo

    sobre las posiciones que asumen los exponentes de la historia que han pensado a la

    nacin, sus conclusiones han decantado en una suerte de oprobio pblico hacia

    ella, algunos por cierto ms enfticos que otros. Tampoco diremos que abunda la

    literatura relacionada a la nacin, pues son ms bien exiguos los casos que la han

    puesto como materia central de sus investigaciones. Sin embargo, el grueso de ellos

    se posiciona de manera crtica ante lo que ha sido su responsabilidad, principal-

    mente durante los aos de Independencia (momento en el que la nacin se mani-

    7 En efecto, esta facultad de los historiadores est principalmente sometida bajo los intereses

    polticos que se disputan a la hora de escribir la historia.

  • 446 Bajo la pluma de la nacin

    fest abierta y conscientemente por primera vez). Al respecto Eric Hobsbawm fue

    bastante categrico, e indic:

    no puedo por menos de aadir que ningn historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista poltico comprometido [] El nacio-nalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se pre-tende []Los historiadores estn profesionalmente obligados a no interpretarla

    mal, o, cuando menos, a esforzarse en no interpretarla mal.8

    Otros casos ms familiarizados con la experiencia chilena han expresado

    sentires igualmente reprobatorios pero prestando ms atencin al anlisis de los

    procesos de los cuales nos queremos referir. Por ejemplo, el historiador chileno

    Jorge Pinto, realizando un balance respecto a lo que signific la construccin na-

    cional para el pueblo mapuche, seal que su consolidacin: permiti a nuestros

    grupos dirigentes traspasar su proyecto a los grupos subalternos, generando un

    sentimiento de chilenidad, que contrasta dramticamente con la pobreza a que fue-

    ron arrastrados muchos campesinos y mineros que no pudieron beneficiarse de los

    xitos de la economa.9 En relacin a esto, Gabriel Salazar y Julio Pinto indicaron

    que el proyecto nacional, amparado por el Estado embrionario, desat presiones

    diferenciadoras haciendo uso de la violencia en lugar de una opcin unificadora y

    de desarrollo como muchos pudieran presumir.10

    Por otro lado Paulina Peralta, argumentando que el sentimiento nacional

    propagado por los idelogos de la nacin, adems de constituirse como un elemen-

    to esencial de identidad colectiva, tambin fue un medio eficaz para esconder las

    incoherencias que presentaba el sistema poltico.11 Refirindose al proceso poste-

    rior a la consolidacin de la Independencia, Sergio Grez afirm que el quiebre

    8 E. Hobsbawm, Naciones y nacionalismos, p.20.

    9 Jorge Pinto, La construccin del Estado y la nacin, y el pueblo mapuche. De la inclusin a la

    exclusin, Santiago, Coleccin Idea, 2000, p.99.

    10 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contempornea de Chile. Tomo I, Santiago, Ed. LOM,

    1999, pp.130-131.

    11 Paulina Peralta, Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre. 1810-1837, Santiago, Ed.

    LOM, 2007, pp.40-41.

  • Javier Sadarangani Leiva 447

    producido durante tal perodo agudiz los problemas sociales: hambre, opresin,

    injusticia, dando a entender que el proyecto nacional poco haba transformado las

    estructuras coloniales.12

    Finalmente, y refirindose a la historiografa dominante, Leonardo Len

    plante que:

    Uno de los propsitos del relato fue trasladar la mirada desde el mundo de las naciones (tnicas) hacia el mundo de la nacin cvica o de ciudadanos, elimi-nando de esa manera la heterogeneidad cultural y racial para dejar instalado

    un pasado comn en el que se funda y echaba sus races el Estado-nacin.13

    En definitiva, los trabajos que han abordado a la nacin de manera central o

    tangencial han concluido que su aparicin en la escena histrica ha depredado a los

    sujetos histricos de un mismo territorio, enconando desigualdades y atentando

    contra las culturas que alojan al interior de l.

    Sin embargo, las posturas de historiadores e historiadoras recin expuestas,

    las cuales son expresin de un sentir mayor, son una situacin que en la actualidad

    goza de adhesin y popularidad entre el medio disciplinar. Ahora, si realizamos el

    mismo sondeo con respecto a la posicin que asumieron otros historiadores ante-

    riores, la situacin resulta diametralmente opuesta, especialmente aquellos que

    adscriban a lo que hoy conocemos como la historiografa liberal.

    Cul fue la postura que se inocul entre los historiadores liberales respecto

    de la aparicin y el desarrollo de la nacin? A qu se debi? Cmo se expres esta

    postura a la hora de caracterizar a la sociedad chilena en los albores de la patria?

    Estas preguntas son las que articulan la estructura del presente trabajo y a las cua-

    les buscamos dar respuesta.

    12 Sergio Grez, De la regeneracin del pueblo a la huelga general. Gnesis y evolucin del movi-

    miento popular en Chile. 1810-1890, Santiago, RIL Eds., 2007, p.192.

    13 Leonardo Len, Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la independencia de Chile.

    1810-1822, Santiago, DIBAM, 2012, p.79.

  • 448 Bajo la pluma de la nacin

    2.- Los perfiles de la voluntad liberal

    El sindicar responsabilidad a una tendencia historiogrfica particular sobre el dis-

    curso homogeneizante que somos capaces de percibir entre los miembros de nues-

    tra sociedad nos obliga a precisar los elementos que caracterizan a esta forma de

    construir la historia Qu afinidades muestra respecto al fenmeno de la nacin y

    por qu?

    La primera conjetura a establecer es que cuando nos referimos a la historio-

    grafa liberal hablamos sencillamente de la historiografa del liberalismo, es decir

    aquella que se sita desde los principios tanto polticos-ideolgicos como sociales y

    econmicos que ella profesa, y es desde aquella tribuna que interpreta la historia.

    Por consecuencia, definir al liberalismo se convierte en una tarea de primer orden.

    La ideologa liberal se ha venido fraguando en Europa desde mediados del

    siglo XVII (otros retrotraen su mirada, incluso, hasta el Medioevo) bajo la autora de

    pensadores como John Stuart Mill, Adam Smith y John Locke por mencionar algu-

    nos, y ms tardamente destacan figuras como Benjamin Constant y Alexis de Toc-

    queville. Las medidas econmicas defendidas por el liberalismo, como la reduccin

    del Estado en asuntos de produccin y comercio, y la autorregulacin del mercado

    (la llamada Mano Invisible) fueron artimaas que tempranamente sedujeron,

    incluso, hasta los ms proteccionistas de algunas de las cortes del viejo mundo, al

    punto de reorientar sus modelos de desarrollo. En cambio, sus fundamentos polti-

    cos tuvieron una acogida desigual, en cuanto podan ser capaces de aceptar slo

    algunas de ellas pero difcilmente todas. Si bien no todo liberalismo fue anti-

    monrquico como lo demuestra el caso ingls, el ms difundido y ampliamente

    aceptado tanto en Europa como en Amrica es aquel que se desprende completa-

    mente de la figura del monarca, lo cual implic lgidos conflictos y serias tensiones

    en el seno de las lites locales. La Revolucin francesa de 1789 fue una clara expre-

    sin de aquello, la cual demostr de manera explcita dicha tensin y la transicin

    que se dio entre el antiguo y el nuevo rgimen.14

    14 Para mayor profundidad en este punto consultar Ivn Jaksic y Eduardo Posada (ed.), Libera-

    lismo y poder. Latinoamrica en el siglo XIX, Santiago, Fondo de Cultura Econmica, 2011, p.30

  • Javier Sadarangani Leiva 449

    A partir de entonces, el liberalismo asumi un carcter expansivo, no slo

    entre los pases europeos, sino que tambin ingres en la Amrica hispana. La lite-

    ratura de la Ilustracin circulaba en Hispanoamrica con relativa libertad,15 seal

    John Lynch, por lo que no era necesario valerse del mercado ilegal para adquirir

    dicha bibliografa como se pens por mucho tiempo. Lo cierto es que en Chile los

    lectores interesados eran pocos: Manuel de Salas y Jos Antonio Rojas son ejemplo

    de aquello, por ende la circulacin en esta regin era bastante menor que en los

    virreinatos.16 Hacia el perodo tardo-colonial se dio un proceso de mediacin de las

    ideas liberales pues se mostr como una tendencia novedosa, revolucionaria y es-

    pecialmente atractiva para quienes ya el sistema colonial les produca cierto esco-

    zor. Sin embargo estas ideas nunca se expresaron al punto de buscar una separa-

    cin con la corona pues las objeciones de los americanos eran ms pragmticas que

    ideolgicas.

    Pero aos ms tarde el panorama mostr un abrupto giro motivado funda-

    mentalmente por los acontecimientos en la pennsula. En Chile, con las proclamas

    que circularon de manera abierta a partir de 1812 a travs de los primeros peridi-

    cos (coadyuvados, por supuesto, por la coyuntura), los liberales comenzaron a di-

    fundir cada vez ms arengas anti-monrquicas y anti-hispanas, las cuales even-

    tualmente constituyeron las bases ideolgicas del movimiento emancipador. Esta

    expansin no estuvo exenta de diferencias importantes entre distintos sectores so-

    ciales de nuestro pas, cuyo desenlace final condujo a que el liberalismo se situara,

    hacia finales del siglo XIX, como hegemnica entre los crculos de poder, copando

    espacios tan recnditos como la labor historiogrfica.

    Los historiadores, y casi la globalidad de la intelectualidad criolla, mostraron

    una prematura adhesin al liberalismo dadas las atractivas respuestas que otorgaba

    hacia la comprensin de un mundo polticamente convulsionado. Estos historiado-

    res eran efectivamente partidarios del liberalismo, y a partir de la narracin hist-

    15 J. Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, p.37.

    16 Jaime Eyzaguirre, Ideario y ruta de la emancipacin chilena, Santiago, Ed. Universitaria, 1975,

    p.72.

  • 450 Bajo la pluma de la nacin

    rica es que le enseaban al mundo las bondades de ste. Esto se hizo ms elocuente

    cuando comenzaron a escribirse las primeras pginas de la historia nacional.17

    En primera instancia, la incipiente nacin debi mirarse en perspectiva his-

    trica en pos de justificar su existencia, y as empezaron a circular gruesos y pesa-

    dos tomos, legitimando la presencia de sta a cargo de los principales precursores

    del liberalismo en materia historiogrfica: el francs Claudio Gay y el chileno Diego

    Barros Arana. Ambos echaron las races de las cuales se cimentara ms tarde y

    con mayor fuerza- la tradicin liberal al momento de la construccin histrica en

    conjunto a otros exponentes posteriores. Josefina Zoraida Vsquez, buscando

    enunciar las caractersticas que definen a dicha historiografa, dijo:

    las inquietudes eran polticas y ms que el individuo les preocupaba el Esta-do. Analizaban el parlamentarismo, la gestacin de las instituciones liberales, el funcionamiento de la constitucin, la estructura de la sociedad y la evolucin de las formas de gobierno [] Buscaban directamente la enseanza prctica y la prueba a su afirmaciones. La historia era, a la vez, una forma de hacer pros-

    litos y de aprender poltica.18

    Si bien los primeros historiadores en Chile no mantuvieron contacto con

    aquellos en Europa como Franois Guizot, Adolfo Thiers y Thomas Babington

    Macaulay (figuras que la autora describe como exponentes de la historiografa libe-

    ral en dicha regin), los una un contexto similar que era la lucha contra el avance

    del antiguo rgimen, al menos desde un frente acadmico, intelectual y terico. Eso

    explica la sintona que podemos reconocer entre la pluma nacional que describe

    tanto Zoraida como Cristin Gazmuri: El siglo XIX chileno se caracteriz por pro-

    ducir una historiografa poltica, militar e institucional de gran nivel pero de hori-

    17 La frmula era simple: la revolucin por la independencia y la nacin como instrumento poltico

    haban otorgado al pas la libertad poltica y econmica que el liberalismo tanto ampara; en cambio la Colonia, y todo lo relativo a esta, eran sinnimos de opresin, oscurantismo y retraso. En definiti-va, los historiadores ofrecan una perspectiva de la historia situando al liberalismo como la copia feliz del Edn de un largo, arduo y oscuro camino que ellos mismos conducan.

    18 Josefina Zoraida Vsquez, Historia de la historiografa, Mxico, Editorial Ateneo, 1978, p.120.

    Una descripcin similar se encuentra en Germn Colmenares, Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografa hispanoamericana del siglo XIX, Bogot, Tercer Mundo Ed., 1997, p.XXIII.

  • Javier Sadarangani Leiva 451

    zontes aristocrticos, con ocasionales y asistemticas incursiones en problemas

    sociales, econmicos y culturales.19

    Ms adelante, el mismo autor, agrega que se trat de una historiografa: po-

    sitivista, erudita, narrativa, estrechamente apegada a las fuentes y poco amiga de

    interpretaciones, aunque implcitamente recogiera inevitablemente simpatas, va-

    lores y tendencias ideolgicas liberales, antiespaolas y laicas.20 En efecto, se trat

    de una prctica historiogrfica que dista mucho de las que se emplean actualmente

    y que, adems, mantuvo intereses diametralmente distintos: Se trata de una histo-

    riografa que privilegia los temas guerreros y militares, y destac el carcter semi-

    panfletario y de corte nacionalista.21

    La historia fue (o, ms bien, es) otro mecanismo a travs del cual la nacin y

    el Estado (expresiones polticas del liberalismo) se validaron ante una sociedad que

    lentamente dejaba de ser incrdula ante ellos empleando recursos tales como la

    etnizacin social descrita ms arriba.22 En ese sentido, la historiadora chilena

    Florencia Mallon vincula directamente el discurso nacionalista como una manifes-

    tacin de la idea de hegemona (en su acepcin gramsciana), sosteniendo que sta

    puede pensarse como una serie de procesos sociales, continuamente entrelazados,

    a travs de los cuales se legitima, redefine y disputa el poder y el significado a todos

    los niveles de la sociedad.23

    19 Cristin Gazmuri, La historiografa chilena (1842-1970). Tomo I (1842-1920), Santiago, Centro

    de Investigaciones Barros Arana, 2006, p.51.

    20 C. Gazmuri, La historiografa chilena, p.85.

    21 C. Gazmuri, La historiografa chilena, p.85.

    22 No obstante, los argumentos desplegados en torno a la validez del liberalismo no deban preo-

    cuparse por ser particularmente persuasivos, ya que la anulacin de las disidencias polticas, tanto dentro como fuera del patriciado, no se realizaban a travs de un intercambio abierto de ideas o principios, sino a travs del uso de la fuerza. Las guerras civiles y la represin poltica fueron expre-sin de aquello. A modo de ejemplo, ver Gabriel Salazar, Construccin de Estado en Chile (1800-1837) Democracia de los pueblos. Militarismo ciudadano. Golpismo oligrquico, Santiago, Ed. Sudamericana, 2007.

    23 Florencia Mallon, Campesino y nacin. La construccin de Mxico y Per poscoloniales, Mxi-

    co, CIESAS, 2003, p.85.

  • 452 Bajo la pluma de la nacin

    Desde su dimensin poltica la labor historiogrfica segn los liberales con-

    sisti en validar y enaltecer lo que ellos mismos edificaban: un proyecto nacional

    que lleve al pas al tan anhelado progreso humano. Pero en cuanto a las pesquisas

    propias de la disciplina sta deba buscar: una relacin verdica y exacta de acon-

    tecimientos ya pasados, y una leccin de esperiencia de las cosas y de los hombres

    de la poca en que sucedieron.24 Siendo fiel a este principio descrito por Claudio

    Gay, se propagaron las primeras apreciaciones sobre los hechos, procesos y sujetos

    de la historia, las cuales poco han variado respecto a la consciencia histrica que se

    tiene actualmente a nivel social, entre ellas las ideas uniformadoras las cuales, ase-

    veramos, son el sustrato del discurso espontneo denunciado al inicio de este tra-

    bajo.

    En consecuencia, la estrechez entre la produccin historiogrfica y el queha-

    cer poltico eran inequvocas, pero privilegiando ste ltimo. No es menor el hecho

    de que estos autores se hiciesen historiadores con la publicacin de sus compen-

    dios, y no por una formacin acadmica en torno a la disciplina histrica, pues Gay

    era mdico de formacin y Barros Arana profesor. Pero s estuvieron sujetos a one-

    rosos contratos con el gobierno de Chile para la redaccin de sus obras e incluso,

    para el caso de este ltimo, ocupando cargos polticos. Al sealar esto y la unifor-

    midad socio-cultural de la narrativa liberal no ponemos en cuestin la rigurosidad

    de estas primeras incursiones, pues estaban orientadas hacia un positivismo ran-

    keano que colocaba ms preocupacin en asuntos polticos que en otras esferas de

    reflexin.25 Queremos enfatizar en una cualidad de estas primeras prcticas histo-

    riogrficas que es este vnculo sealado al inicio de este prrafo.

    Lo cierto es que, a pesar de todo lo descrito anteriormente, la historiografa

    chilena tiene como sus ms notorias figuras fundacionales a sujetos que, no slo

    validaron la instalacin del Estado-nacin sino que (y es lo que nos ocupa en este

    momento), atentaron discursivamente en contra de la diversidad cultural de la so-

    24 Claudio Gay, Historia Fsica y poltica de Chile, tomo IV, Pars, 1844, p.493. Edicin digital en

    http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0019536.pdf

    25 An as vemos necesario relativizar respecto a la rigurosidad de los autores, pues creemos que

    son efectivamente rigurosos desde un punto de vista positivista donde s son capaces de recopilar un nmero importante de fuentes y documentos a la hora de reconstruir un relato. Sin embargo, este ejercicio de invisibilizar a ciertas colectividades tambin responde a quitarles el rtulo de hecho histrico o sujeto histrico, lo cual refleja las valoraciones y balances que cada autor hace.

  • Javier Sadarangani Leiva 453

    ciedad chilena del siglo XIX haciendo de ella un conglomerado homogneo, lo cual

    profundizaremos ms adelante.

    La concepcin del historiador Sergio Villalobos respecto de la labor de un historiador del siglo XIX como Barros Arana no es muy distinta a la expuesta por Gay, pero s difiere en cuanto a los juicios valricos que se le asignan:

    No solamente el quehacer prctico y concreto abre cauce al desenvolvimiento de un pas, sino tambin a la orientacin dada por los intelectuales desde lo al-to. Es muy importante el trabajo material, el esfuerzo corriente de cada da, la aplicacin de la tcnica, el marco de la ciencia, el clculo de los profesionales, el aporte de capitales y el discurrir de la poltica en torno a necesidades y proble-mas. Pero encima de todo est el espritu razonador, que partiendo de la expe-riencia pasada orienta a la sociedad en sus pasos hacia el futuro. Sin el orde-namiento del pensar, las actividades del hombre no seran ms que esfuerzos caticos, contradictorios y nulos generadores de roces y conflictos, que precipi-taran a la nacin al fracaso. El papel de los intelectuales, entre ellos los histo-riadores, fue de primer orden en la estructuracin de la vida nacional. Fijaron metas y valores a toda la sociedad, marcaron el rumbo de la poltica, se empe-aron en la educacin de la gente de acuerdo a pautas innovadoras, defendie-ron el pas con su saber, hicieron de la prensa una escuela formadora y en sus actuaciones dieron prueba de rectitud y entrega al pas. Crearon la conciencia de una nacin libre y moderna, segura en su marcha hacia la democracia. Ba-

    rros Arana fue el mejor ejemplo de esa labor.26

    Villalobos coincide en reconocer a Barros Arana, entre otros, como uno de

    los autores intelectuales de la nacin, cuyo papel resulta ser gravitante al momento

    de abrir surcos por donde curse el caudal de la nacin. Es incuestionable, por lo

    dems, la impronta nacionalista desde la cual Villalobos escribe, lo cual sella su

    texto, al igual que sus mentores, con propsitos de validacin poltica, tanto de la

    nacin misma como de su propio rol.

    A continuacin queremos exponer los enunciados que nos hemos referido

    hasta este momento, a travs de las cuales estos autores liberales depredan esta

    diversidad social desde el punto de vista discursivo. Una revisin exhaustiva de la

    26 Sergio Villalobos, Barros Arana. Formacin intelectual de una nacin, Santiago, Ed. Universi-

    taria, 2000, pp.70-71.

  • 454 Bajo la pluma de la nacin

    bibliografa de estos historiadores nos permitir corroborar si efectivamente asu-

    mieron este discurso homogeneizante y qu tan decisivos fueron al respecto.

    3.- Un pueblo para una nacin Hacia 1830 el naturalista francs Claudio Gay se estableci en suelo nacional moti-

    vado por un contrato firmado con el incipiente Estado de Chile, en el que se com-

    prometa a recorrer el pas con el fin de recolectar los datos y documentos necesa-

    rios para elaborar un catastro de las caractersticas fsicas y biolgicas del territorio

    chileno. No fue sino hasta nueve aos ms tarde cuando al contrato se le sum la

    peticin de confeccionar un compendio de la historia poltica del pas. Con la ayuda

    de sus colaboradores franceses, Gay demor cinco aos ms para que el arduo tra-

    bajo emprendido se materializara. En 1844 se publicaron los primeros tomos de la

    Historia fsica y poltica de Chile, los trabajos de ms antigua data de la historio-

    grafa moderna chilena. Esto le vali importantes reconocimientos tanto en Chile

    como en Francia adems de sueldos fabulosos.

    Los trabajos de Gay inician su descripcin desde tiempos precolombinos y

    culminan hacia los aos treinta del siglo XIX. En la medida que la lectura se apro-

    xima a los aos revolucionarios las frases se tornan cada vez ms ostentosas y

    acaloradas. No es casual, pues para sus garantes se trata del momento en que la

    nacin rompera finalmente sus cadenas del yugo imperialista. As se preparaba

    una grande revolucin en aquella vasta comarca, - menciona el autor -, y ya fer-

    mentaba con cierto susurro para desarrollarse, tarde temprano, y mostrarse

    triunfante de preocupaciones y hbitos arraigados, favorecida por grandes aconte-

    cimientos que le sirvieron de auxiliares, no de causa esencial.27 Y sentencia: La

    revolucin de Chile es, sin disputa, la parte la ms noble, la ms importante y la

    ms gloriosa de su historia, presentndose como emblema del gran movimiento

    social que ha sacado al pas de sus paales, y le ha hecho crecer de repente, comu-

    27 Claudio Gay, Historia Fsica y poltica de Chile, tomo V, Pars, 1849, p.26. Edicin digital en

    http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/mc0019519.pdf

  • Javier Sadarangani Leiva 455

    nicndole bastante fuerza para conquistar su nacionalidad, que el egosmo le haba

    negado hasta entonces.28

    Ms all de las ucronas presentes, se expresan tambin conjeturas apresu-

    radas, las cuales son motivadas por fervientes muestras de adhesin nacionalista

    que conciben estos procesos de manera teleolgica y predeterminada, caractersti-

    cas propias del relato nacional. Esta obliteracin analtica hace que se piensen des-

    de categoras absolutas de pensamiento; es ms, estas explican de cierta forma las

    perspectivas homogeneizantes que se manifiestan ms adelante:

    A la gloria de la conquista mas portentosa de cuantas se leen en historia algu-na, glria la cual seria intil buscar un parangon, los Chilenos han aadido la de la perseverancia ms herica en formar solo una grande y noble nacion, so-los, luchando contra resistencias internas y contra envidias estraas; luchando contra los hombres y contra los elementos, sin haber desmayado nunca, y la ci-vilizacin, el mundo entero, y el cristianismo les deben gracias y alabanzas, que, la verdad, la civilizacin y la relijion mismas, lejos de negrselas, les tri-

    butan alta y universalmente.29

    Desde la perspectiva de Gay se perfila una tendencia homogeneizante a la

    hora de comprender colectividades de mayor escala. Las luchas contra resistencias

    internas denotan de manera evidente la pretensin uniformadora que se percibe

    en el relato historiogrfico de Gay. Esta nacin avasalladora intimida y arrasa a las

    envidias estraas que osan disputar su hegemona dentro del territorio. Quines

    constituyen estas resistencias internas sino los que no lograron formar parte de un

    proyecto con exiguos niveles de inclusin como el nacional?

    El propsito de establecer una historia poltica por parte del autor propio del

    naturalismo de fines del siglo XVIII, impide que realice presunciones desde otras

    dimensiones. Si bien los enunciados no aluden a aspectos directamente sociales

    como buscamos sealar, s nos advierten sobre las lecturas homogeneizantes desde

    sus anlisis polticos e institucionales. Asimismo, nos ensean que las categoras

    empleadas por estos autores gozan de un universalismo castrante desde el punto de

    28 C. Gay, Historia fsica y poltica, tomo V, p.v.

    29 C. Gay, Historia fsica y poltica, tomo IV, p.498. Negrillas nuestras.

  • 456 Bajo la pluma de la nacin

    vista analtico; es decir, o chilenos o nada, lo cual a la luz del anlisis constituye

    una caracterstica ineludible de la historiografa liberal (y tal vez de otras corrientes

    y paradigmas). Para el caso de Diego Barros Arana, veremos que es ms explcito

    para nuestros propsitos, pues s realiza anlisis sobre asuntos de orden social.

    Los primeros volmenes de la Historia Jeneral de Chile se publicaron a par-

    tir de 1884 teniendo como referencia los trabajos de Gay. Esto le permiti al autor

    corroborar lo realizado por su antecesor en materias polticas, y a su vez incorporar

    otras esferas de anlisis como lo social, que es lo que nos preocupa. En este aspec-

    to, la postura de Barros Arana es, como ya mencionamos, ms explcita, pero no

    solamente por la naturaleza de las categoras empleadas y que veremos ms ade-

    lante, las cuales se perciben tambin desde una ptica social, sino porque es el pri-

    mer historiador contemporneo que caracteriza a la sociedad chilena de 1810.

    El autor seala que el pueblo de Chile se caracterizaba y diferenciaba de va-

    rios otros pases latinoamericanos por estar conformado por una sola raza (mesti-

    za) con una lengua nica (el castellano).30 Qu sucede con la poblacin indgena y

    negra? Dnde quedan para Barros Arana el mapudungn y el cacn? Ciertamente,

    no caben dentro de la comunidad que imagina el autor. Ms adelante desarrolla

    un poco ms su mirada, pero arribando a las mismas conclusiones:

    La fusion de las dos razas, la conquistadora i la conquistada, se habia operado tan completamente que a fines del siglo XVII, segun contamos en otra parte, to-dos los pobladores de esta parte del territorio hablaban la lengua castellana, i pocos aos mas tarde habia desaparecido del todo el idioma indgena, o solo se conservaban sus vestigios en los nombres jeogrficos, en algunos nombres de personas o en ciertas palabras que se habian hecho de uso comun entre los

    mismos espaoles.31

    Si bien Barros Arana cifra el ocaso de la diversidad cultural hacia fines del

    siglo XVII, ms adelante indica que este proceso culmin a inicios del 1800. En

    Chile, donde al terminarse la dominacin colonial se haba operado ya la fusin de

    razas en toda la parte sometida del territorio, de manera que habra sido difcil ha-

    30 Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, tomo V, Santiago, Ed. Jover, 1887, p.216.

    31 D. Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, tomo VII, p.448.

  • Javier Sadarangani Leiva 457

    llar al indio puro y sin mezcla, la clase de los mestizos era comparativamente muy

    numerosa.32

    Anteriormente, el autor dedico extensas pginas para dar luz acerca de la

    distribucin de los habitantes de Chile. En otras palabras, identificar y describir

    las distintas razas que habitaban el territorio durante el perodo tardo-colonial

    (blancos, mestizos, indios, negros, etc.), sealando particularidades socio-

    culturales y datos demogrficos. Entonces, por qu se toma la molestia de realizar

    este trabajo si su conclusin dara como resultado que en la sociedad chilena ya se

    haba operado la fusin de razas?

    La construccin de sociedades uniformes se ha concebido histricamente

    como una ventaja desde la ptica nacionalista, una ventaja que puede catalizar la

    materializacin de un proyecto colectivo sin tener que lidiar con disidencias polti-

    cas. Fueron estos discursos los que fundamentan el que hoy en da se entienda

    nuestra sociedad como as lo entendieron estos historiadores. No obstante, no es

    correcto ni justo atribuir dicha responsabilidad exclusiva a Claudio Gay y a Diego

    Barros Arana, ya que si bien fueron los precursores de la historiografa liberal en

    Chile, no fueron slo los nicos. Vemos posteriormente una camada importante de

    seguidores liberales (algunos coetneos y otros bastante posteriores) que mantu-

    vieron el mismo discurso ampuloso de corte nacionalista y que, de cierta manera,

    fueron los responsables de reforzar ciertas ideas de quienes seran sus mentores. El

    alcance de las obras de Gay y Barros Arana no tuvo la proyeccin que tal vez ellos

    esperaban (al menos inmediatamente), entendiendo que el propsito era construir

    un sentimiento nacional colectivo. No obstante, s la tuvo las generaciones venide-

    ras.33

    Posterior a ambos autores encontramos un grupo de historiadores liberales

    que fijaron su mirada en la Independencia como cuna de la nacin que resguarda-

    ban; tal fue el ejemplo de los hermanos Domingo y Miguel Luis Amuntegui y el de

    Benjamn Vicua Mackenna. Si bien ellos realizaron contribuciones al estudio del

    32 D. Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, tomo VII, p.440.

    33 El lento, pero sostenido incremento de los niveles de alfabetizacin y el incremento en la publi-

    cacin e importacin de libros (principalmente el texto escolar) fueron los motivos que hicieron que el alcance de esta nueva camada tuviera mayor xito que sus antecesores. Al respecto vase Bernar-do Subercaseaux, Historia del libro en Chile, Santiago, LOM Ediciones, 2000.

  • 458 Bajo la pluma de la nacin

    proceso sealado, al igual que Gay no se detuvieron especialmente en aspectos de

    ndole ms social.34 No obstante, las lecturas esgrimidas dan cuenta nuevamente

    del uso de categoras cerradas e, incluso, homogeneizantes desde el anlisis polti-

    co. Miguel Luis Amuntegui, por ejemplo, seal:

    Sin embargo, segn lo he dicho al empezar esta disertacin, y lo repito ahora, la independencia de la Amrica fue principalmente el resultado de una lucha, no entre los individuos de la raza primitiva y los de la raza extranjera, que, aunque habiendo formado con su mezcla una tercera raza intermedia o mestiza, se ha-ban conservado puras y distintas en porciones muy considerables, sino en-

    tre dos divisiones o parcialidades de la raza dominante.35

    A travs de la reflexin de hechos polticos es posible inferir y ampliar cum-

    plimientos acerca de las perspectivas que ofrecen los autores liberales posteriores a

    Barros Arana.

    A partir de entonces, la historiografa propiamente liberal se recluye al inte-

    rior de los espacios acadmicos ya habiendo resuelto las implicancias que tuvieron

    los sucesos ocurridos entre 1810 y 1823 (periodificacin tradicional de la Indepen-

    dencia) para la nacin chilena, dedicando meditacin a otros asuntos. As, el rol de

    este proceso en la historia era claro e indiscutible, asimismo las caractersticas de la

    sociedad que protagoniz dichas transformaciones sociales. Ya no habra inquietu-

    des que los llevaran a revisar nuevamente las fuentes. Las relecturas ocurrieron en

    la medida que una generacin de historiadores conservadores aportaban nuevos

    insumos a la discusin sobre la relevancia y el papel de hechos, procesos y sujetos

    histricos.

    nacieron las dos grandes lneas de interpretacin poltica de la historia del Chile republicano vigentes, al menos, hasta la dcada de 1920: la liberal (Ba-rros Arana, Vicua Mackenna, los Amuntegui) y la conservadora (Sotomayor

    34 Nuevamente vemos en ambos autores la tendencia rankeana de afirmar que la escritura de la

    historia se cie a aspectos exclusivamente polticos e institucionales, soslayando elementos que escapen a ella como lo social y lo cultural.

    35 Miguel Luis Amuntegui, La Crnica de 1810, tomo I, Santiago, 1876, p.34. Negrillas nuestras.

  • Javier Sadarangani Leiva 459

    Valds y despus Alberto Edwards y Francisco Antonio Encina; en cierta medi-

    da Crescente Errzuriz).36

    Sin embargo, la capacidad interpretativa respecto del anlisis social no se

    agudiz ni afin con la irrupcin de dicha corriente. Ejemplo de aquello es el caso

    de Francisco Antonio Encina quien, respecto a la problemtica que nos convoca,

    expres:

    Ya atisba la psicologa de un pueblo, diferente de la del argentino o del pe-ruano, ms todava en plena ebullicin. Slo en las postrimeras de la Colonia, como si los hombres del momento hubieran querido posar para la posteridad, se delimitan los contornos, hacen un alto los incesantes cambios y se dibujan las formas de una sociedad fcil de aprehender bien representada a travs del

    tiempo.37

    De la misma forma lo hizo Jorge Edwards quien, sin mayores argumentos,

    dijo: Al iniciarse la revolucin de la Independencia, el Reino de Chile era de todas

    las colonias espaolas, la de ms compacta unidad geogrfica y social.38

    Estos historiadores, al igual que sus otros liberales, dibujan una nacin

    unitaria sobre sus habitantes y de su relato nada nos advierte sobre la presencia de

    una sociedad diversa. Si bien nuestra inquietud se ha posado sobre la pluma de la

    historiografa liberal aun as vemos los mismos aspectos reprochables en otras co-

    rrientes que se han mostrado contrarias a sta. As, las categoras liberal y con-

    servador lentamente comienzan a desdibujar sus fronteras y muchas veces se con-

    funden los elementos que los distinguen una de otra.

    Ahora bien, la irrupcin de nuevas formas escriturales en el campo de la his-

    toriografa como las planteadas por la revista francesa Annales d'histoire cono-

    mique et sociale, y por otras corrientes como la marxista, inspiradas en el materia-

    36 C. Gazmuri, La historiografa chilena, pp.51-52.

    37 El destacado nuestro. Francisco Antonio Encina, Resumen de la historia de Chile, Santiago, Ed.

    Zig-Zag, 1953, p.418.

    38 Jorge Edwards, La fronda aristocrtica en Chile, Santiago, Ed. del Pacfico, 1928, pp.12-13.

  • 460 Bajo la pluma de la nacin

    lismo histrico s remecieron a la disciplina en Chile. No obstante, las relecturas

    respecto del proceso emancipador no fueron significativas, y las perspectivas sobre

    una sociedad tardo colonial diversa no tuvieron mencin alguna. Es ms, hispanis-

    tas extranjeros como John Lynch y Simon Collier persistieron, ahora de manera

    abierta, en sealar que la sociedad chilena era homognea. As lo expres el prime-

    ro de ellos:

    Alejada de los grandes focos de la revolucin en el subcontinente, la colonia se hallaba bajo la sombra amenazadora del Per realista, al alcance de las armas y los navos virreinales. Pero el sentido de identidad de Chile estaba ms desa-rrollado que el del Alto Per y su clase dominante tena menos miedo a la revo-lucin. La sociedad era racialmente homognea. Tena no ms de 800.000 ha-bitantes, alrededor de la mitad de los cuales eran mestizos, con una poderosa

    elite criolla de terratenientes, comerciantes y propietarios de minas.39

    Por su parte, Collier sostuvo:

    En 1810, Chile era social y geogrficamente compacto, cuestin que ayuda a comprender la brevedad del desorden poltico y la rapidez de la transicin a un gobierno bien constituido. Podra decirse tambin que ningn otro pas lati-noamericano tena las ventajas de la unidad geogrfica y la homogeneidad so-

    cial en la misma medida que Chile.40

    La maduracin y el recorrer historiogrfico del siglo XX no distinguieron las

    conclusiones a las cuales arribaron muchos de sus exponentes de aquellas de sus

    precursores decimonnicos, ms bien coadyuvaron al empleo de un lenguaje ms

    especfico y grandilocuente altamente validado por sus pares, pero que poco conte-

    nido y poco sustento documental trajo. Dicha situacin ha sido manifiesta tanto en

    sus exponentes extranjeros como locales que reproducen las mismas carencias que

    mostraron sus antecesores.

    39 J. Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, p.131.

    40 Simon Collier, Ideas y poltica de la independencia chilena. 1808-1833, Santiago, Fondo de

    Cultura Econmica, 2012, p.40.

  • Javier Sadarangani Leiva 461

    El premio nacional de historia de 1992, Sergio Villalobos es uno de los histo-

    riadores que ms pginas le ha dedicado a los hechos que se desencadenaron a par-

    tir de 1810 y quien ms difusin ha tenido de sus posturas en el sentido comn.

    Trabajos como Historia de Chile, Historia del pueblo chileno y Tradicin y Refor-

    ma en 1810 han sido los libros de cabecera que los maestros escolares ocuparon por

    mucho tiempo para tratar con sus alumnos el proceso emancipador, lo cual ha he-

    cho de ste historiador y sus inclinaciones aspectos de la historiografa que ms

    amplio impacto han tenido fuera de los crculos acadmicos.

    Dicho autor, junto a Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estell, en un

    tradicional compendio de Historia de Chile, sin mayores argumentos fechan los

    orgenes de la nacionalidad chilena a fines del siglo XVI una vez que se afianza el

    asentamiento espaol, se erige el cabildo como institucin comunal y se establece

    la encomienda como rgimen de trabajo. Un origen bastante prematuro en relacin

    a los trabajos que le seguirn, pero coherente a partir del esencialismo al que ads-

    criben y del cual forman parte autores anteriores (Gay, Barros Arana y otros expo-

    nentes).

    Desde esa perspectiva, la nacionalidad criolla se habra venido fraguando

    una vez superado el llamado desastre de Curalaba y la gesta emancipadora slo

    vendra a consagrar e institucionalizar un sentimiento que se cobijaba en el seno de

    la sociedad chilena con anterioridad a los eventos suscitados a partir de 1810. Res-

    pecto de esta ltima, como si simplemente replicaran los prrafos de otros autores,

    sealan que en cuanto a los aspectos raciales tenda a completarse un proceso de

    homogeneizacin en que las caractersticas fsicas se fundan para crear tipos ms o

    menos uniformes en cada estrato. Proceso que se desarrollaba de manera aut-

    noma entre las castas coloniales, es decir tanto en los sectores aristocrticos como

    en los populares que convivan, incluso, fusionando elementos culturales diversos

    entre ellos, dndose finalmente un proceso de homogeneizacin social global. As,

    los autores sentencian que:

    La existencia de un tipo humano caracterstico no slo fue el resultado de la in-tensa mezcla racial, sino tambin de un proceso cultural y de formas de vida compartidas durante siglos. Tanto blancos, indios y negros aportaron su acervo

  • 462 Bajo la pluma de la nacin

    en la plasmacin de costumbres, mentalidad y estilos que a travs de acciones y

    reacciones complejas formaron el espritu distintivo del hombre chileno.41

    Los autores aseveran que este proceso de homogeneizacin se dio, como ya

    lo mencionamos, de manera transversal entre las castas, sin embargo en las pgi-

    nas posteriores son enfticos en sealar que dicho fenmeno se acentu notoria-

    mente entre los sectores populares. La uniformacin racial, sealaron, en los

    estratos inferiores y el proceso de disolucin de los estamentos, que corren parale-

    los, estaban dando origen al bajo pueblo chileno, llamado a jugar un papel especfi-

    co dentro del sistema social.42

    Esta cualidad, entre muchas otras, explica la adhesin que tuvo este sector a

    la causa emancipadora, segn los autores. Este aspecto no es menor pues visibiliza

    una imagen conciliadora del proceso, arguyendo que el bienestar de la patria fue un

    asunto de todos y que, especficamente, el bajo pueblo fue protagonista activo a la

    hora de defender a la nacin, tesis que se ha puesto en entredicho ltimamente.43

    As las perspectivas homogeneizantes no se situaran exclusivamente en una di-

    mensin socio-cultural, sino adems a la hora de realizar balances historiogrficos,

    una tendencia reiterativa en el discurso de los autores anteriormente citados.

    La idea de un proceso nacional que concerni a todos los sectores sociales

    fue reproducida por Alfredo Jocelyn-Holt, quien se ha transformado en uno de los

    historiadores que ms atencin ha prestado al fenmeno de la nacin en Chile y sus

    impactos. El nacionalismo es un mecanismo altamente persuasivo del que se sirve

    el estado liberal-republicano para ofrecer una semblanza de participacin popular,

    en un contexto de limitada participacin poltica real por parte del grueso de la po-

    blacin.44

    41 S. Villalobos, et. al, Historia de Chile, pp.109 y 257.

    42 S. Villalobos, et. al, Historia de Chile, p.255.

    43 L. Len, Ni patriotas ni realistas.

    44 Alfredo Jocelyn-Holt, El peso de la noche. Nuestra frgil fortaleza histrica, Santiago, Ed. Pla-

    neta/Ariel, 1999, p.44.

  • Javier Sadarangani Leiva 463

    Si bien el autor se hace eco de ciertos preceptos heredados es importante se-

    alar que s se desmarca de otras. Cercano a la tradicin liberal, a pesar de que

    constantemente se desmarca de ella, Jocelyn-Holt ya comprende a la nacin como

    producto de la ingeniera social que efectan las lites a partir de 1810, es decir en

    tanto construccin histrica y no como resultado natural de la evolucin de los

    pueblos. An as reviste al nacionalismo de cualidades inclusivas argumentando

    que el proyecto invit a todos a formar parte de la construccin de l, conclusin

    que difiere completamente de las expuestas por Pinto, Peralta, Salazar y Grez.

    Cmo explicar la existencia de argumentos tan dismiles unos de otros?

    Esto nos evidencia una caracterstica fundamental de la narrativa homoge-

    neizadora, es decir posee una doble accin: iguala hacia el interior, pero diferencia

    hacia el exterior. El proyecto nacional, ms que cualquier otro proyecto histrico

    fue enftico en definir lmites internos dentro del cual operaba la nacin. As, este

    tendra dos lmites claros: los fsicos, que comprenden aquellos en donde se ejerce

    la soberana popular; y los culturales, aquellos que integran a los sujetos chileni-

    zados. La adscripcin de autores como Jocelyn-Holt a una historiografa que pon-

    ga atencin exclusiva al devenir institucional coarta su posibilidad de analizar lo

    que ocurre ms all de las fronteras culturales que fij la nacin, esto explica que la

    conciba inclusiva en lugar de diferenciadora. Aquellos que se ubicaron fuera de es-

    tas ltimas fronteras fueron los grandes marginados de la historia oficial. Aquellos

    que estando, no estuvieron; aquellos que fueron igualados a los chilenos, por con-

    secuencia, experimentaron el ocaso de sus culturas originarias.

    Este ejercicio homogeneizante llev a que luego de dcadas de tradicin his-

    toriogrfica hoy en da existan historiadores como Jocelyn-Holt que afirmen: El

    nacionalismo surgido con la Independencia cumplir adems una serie de funcio-

    nes. En trminos generales, se va a transformar en una herramienta poltica extra-

    ordinariamente til que va a servir al Estado para integrar y homogeneizar a una

    sociedad naciente.45

    Fue el nacionalismo efectivamente til para integrar y homogeneizar a la

    globalidad de la sociedad? Un anlisis superficial de la situacin poltica, social y

    45 Alfredo Jocelyn-Holt, La independencia de Chile. Tradicin, modernizacin y mito, Santiago,

    Mapfre, 1992, p.282.

  • 464 Bajo la pluma de la nacin

    cultural actual rpidamente nos dara una respuesta negativa ante la pregunta, ha-

    ciendo que una de las principales funciones del nacionalismo, en palabras del au-

    tor, haya fracasado. Entonces, por qu insistir en la efectividad de los mecanismos

    de homogeneizacin? La validacin del liberalismo historiogrfico y la cercana a la

    idea de la nacin como narrativa hegemnica de las identidades sociales explica-

    ran satisfactoriamente el porqu de las interpretaciones de los autores expuestos.

    As se superpone la filiacin ideolgica ms que la rigurosidad disciplinar, opcin

    que muchos tomaron, principalmente quienes asumen una militancia ideolgica,

    ya sea orgnica o no. Tal es el caso de la literatura examinada que muestra con gran

    elocuencia de qu forma la historiografa se convirti en la pluma por la cual la na-

    cin se fund, y de qu forma nuestra contemporaneidad nos envuelve irremedia-

    blemente sin que podamos marginarnos con facilidad.

    Conclusiones Ciertamente el exclusionismo no fue concertado nicamente por la historiografa

    liberal. El propsito de este trabajo ha sido evidenciar uno de los frentes a travs de

    los cuales la visibilizacin de ciertos sectores se transform eventualmente en una

    reivindicacin. Hay elementos de naturaleza distinta que coadyuvaron a consagrar

    este proceso. Pero no fue tan solo el liberalismo el que estuvo presente en esta

    construccin exclusionista; tambin se hizo presente el miedo a la plebe,46 sos-

    tuvo Leonardo Len. Y ms adelante agrega:

    En Chile, el relato histrico ahog las identidades regionales, aplast el poder de la plebe y elev a la aristocracia al papel de sujeto predominante y exclusivo en la gesta republicana; lo peor fue que dej a los patricios convertidos en lde-res de un movimiento de liberacin nacional, ocultando su verdadera naturale-za de sujetos vidos de poder, interesados en proteger sus riquezas y privile-gios. Al mismo tiempo, dej a los plebeyos convertidos en una masa amorga, sin conciencia, sumidos en las iniquidades de una cultura subalterna, brbara,

    disipada, viciosa y levantisca.47

    46 L. Len, Ni patriotas ni realistas, p.76.

    47 L. Len, Ni patriotas ni realistas, p.77.

  • Javier Sadarangani Leiva 465

    Los historiadores nos hemos dedicado a comprender, explicar, analizar los

    hechos ocurridos en la historia; los ya conocidos y los que an no conocemos con

    profundidad. Pero poco nos hemos dedicado a dar cuenta de la responsabilidad

    poltica que recae sobre nosotros al momento de enfrentarnos a una hoja en blanco.

    La pluma de la nacin ha desdibujado los bemoles de las sociedades lati-

    noamericanas cuya definicin se basa en su heterogeneidad. Las culturas que habi-

    tan al interior de estas sociedades se han silenciado, ennegrecido y eclipsado bajo el

    discurso aplastante que la nacin posaba sobre sus hombros, negndoles sus parti-

    cularidades y condiciones culturales.

    Un anlisis de la realidad socio-cultural de hoy nos lleva a descartar la idea

    que efectivamente exista una homogeneidad social, por lo que su afirmacin slo

    responde a un anhelo o una percepcin discursiva pues constituye una irrisoria

    entelequia nacionalista el creer efectivamente en las sociedades homogneas , de

    igual forma esta aspiracin ha dejado secuelas en la memoria histrica colectiva y

    en la auto percepcin que hoy en da se construye sobre nuestra sociedad: exclusio-

    nismo, racismo, xenofobia, etc. As, el desmoronar este discurso se convierte en un

    propsito desde el punto de vista historiogrfico como tambin poltico, de manera

    que sea fiel a los hechos histricos. se puede interpretar el mundo mientras se

    intenta cambiarlo,48 sostiene la historiadora feminista Joan Wallach Scott. A estas

    alturas estamos lejos de asumir la inocencia y la apata poltica de la labor historio-

    grfica, desde tiempos de Gay que sta ha tenido inclinaciones claras respecto a la

    contingencia y a los proyectos histricos que se han sucedido, por consecuencia la

    nocin positivista de la objetividad como un valor y un propsito no pudo ser asu-

    mida ni por sus ms frreos defensores. Un anlisis que incorpore elementos bio-

    grficos de los autores pondra en evidencia la vinculacin de los historiadores libe-

    rales con las instituciones que buscan respaldar, y es natural que as fuese, pero

    este hecho coart la rigurosidad que demanda la disciplina, asegurando la existen-

    cia de sociedades homogneas y posicionando a la nacin en el cetro de la voluntad

    colectiva. Los hechos humanos, sostuvo Marc Bloch, son esencialmente fenme-

    nos muy delicados y muchos de ellos escapan a la medida matemtica. Para tradu-

    48 Joan Wallach Scott, Historia y gnero, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2011, p.24.

  • 466 Bajo la pluma de la nacin

    cirlos bien y, por lo tanto, para comprenderlos bien [] se necesita gran finura de

    lenguaje, un color adecuado en el tono verbal.49

    Negar las diversidades culturales de las sociedades latinoamericanas y esta-

    blecer, en cambio, su homogeneidad responde a principios esencialistas y, a su vez,

    reduccionistas propios del discurso nacional que forzosamente aglutina bajo cate-

    goras amplias y universales a grupos humanos casi ajenos entre s. Visibilizar esta

    tensin constituye slo un primer paso.

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