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Capítulo VIII BAJO EL SIGNO DE LA ESPERANZA (A ño del T ercer C ongreso )

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C a p í t u l o VIII

BAJO EL SIGNO DE LA ESPERANZA

(A ño d e l T e r c e r C o n g r e s o )

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C o n t a c t o s d ir e c t o s

Todos los que seguían con atención el rumbo que tomaba América Latina en 1926, encontraban un proceso paralelo o parecido en muchos sentidos al que se vivía en Colombia. Era un ramillete de realidades similares en cuanto a historia, desarrollo y vida de sus pueblos, unos más adelante, otros menos y cada cual con sus propias características; éstas incidían en el pensamiento y la acción de los socialistas colombianos que se empeñaban en hacer posible sus sueños, al querer dejar el mundo diferente a como lo encontraron. Las noticias llegaban, pero era necesario profundizar algunos acontecimientos y sólo existían unos pocos aunque importantes canales directos. Con los socialistas ecuatorianos Ignacio sostenía correspondencia, había estado allí intercambiando experiencias con sus dirigentes y conocía la situación. En el hermano país estaba creciendo la simpatía por las ideas socialistas y se preparaba la fundación del Partido Socialista Revolucio­nario Ecuatoriano para el mes de mayo. Pero a diferencia de Colombia, era el movimiento estudiantil y sus campañas contra los retardatarios y anquilosados profesores quienes jalonaban ese proceso, apoyados por un Núcleo Central-, el movimiento obrero y popular estaba aún lejos de tener la magnitud que aquí ya existía y el Ecuador no había emprendido su etapa de industrialización. La otra diferencia era el clero, más sectario y omnipotente que el colombiano, inquisitorial si se quiere, porque azuzaba y hacía salir a la gente armada de palos y piedras para atacar a quienes se dijeran socialistas. Sin embargo el P SR y el PSRE, guardadas proporciones, tuvieron vidas paralelas y finales políticos con una misma particularidad: fueron suprimidos por mandato de la IC en 1930.

María, Ignacio y Francisco De Heredia se carteaban con amigos pana­meños, costarricenses, mexicanos y otros. No solo Ignacio había estado en Panamá en ese año, también De Heredia y se encontraron allí, conocieron y se reunieron con líderes de otros países, se incorporaron a la Liga Mundial Anti-imperialista y se comprometieron a organizar la Sección Colombia a su regreso. Por esas cartas los socialistas se enteraban, hasta donde era posible, de los acontecimientos en Nicaragua. Precisamente este país soportaba la nueva intervención norteamericana en ese año de 1926, en momentos en que el Congreso destituía al presidente Bautista; la respuesta masiva se estaba desatando a través de la resistencia popular dirigida por Augusto César Sandino, que iniciaba la lucha armada contra la Guardia Nacional y las tropas de invasión gringas. Francisco De Heredia debía hacer otro viaje a

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M a r ía T ila U r ib e

San José y Panamá para establecer nuevos contactos, viaje que fue pospuesto para el año siguiente, cuando el PRS estuviera pisando duro en la escena nacional y se despejara la situación en Panamá, bastante peligrosa en razón de que los EE.UU. acababan de ampliar los territorios ocupados en la Zona del Canal mediante nuevo tratado. Esa situación estaba causando malestar y represión por las protestas callejeras y a nadie se le escapaba que ciertas autoridades panameñas tenían entre ojos a los colombianos.

La comunicación con los venezolanos inicialmente a cargo de Tomás, se hacía a través de varios canales; con familias amigas en Caracas que pa­saban las cartas directamente a los revolucionarios o a la mano de llaneros amigos y también con un italiano de nombre Enrique del Vechio, residente en Colombia desde hacía años. La situación de Venezuela era otra historia de atropellos y usurpaciones de los más fuertes sobre los más débiles.

Con dos y medio millones de habitantes en los años Veinte, ese país había vivido de la exportación del cacao y el café hasta que apareció el petróleo en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, en la primera década del siglo. Como Colombia, era un país rural en un 80% pero su desarrollo industrial era mínimo. Apareciendo el petróleo y tras una corta pero in­tensa historia de rapiña de las compañías norteamericanas por arrebatarlo, finalmente ganaron la partida al imponer a su hombre de confianza en el poder: Juan Vicente Gómez; por ello el imperialismo no necesitó propiciar golpes de Estado ni desembarcar marinería, pues contaba con un gobierno de traición nacional. La “dictadura petrolera” funcionó entonces: "a la sombra de Ju an Vicente Gómez la oligarquía caraqueña comenzó a satisfacer sus apetitos de riqueza a costa de cualquier precio y perdido todo sentimiento de dignidad nacional"30. El dictador era dueño de la tercera parte de la tierra venezolana y sus bienes se calculaban en 800 millones de bolívares. Ingresos extras por vender pedazos de patria llenos de ese barro negro que además

Fue por este tiempo cuando se llevó a cabo el magno robo histórico a través de barcos con doble fondo: primero llenaban el espacio no oficial y luego empezaban a cargar los barcos oficialmente; “La Shell”, la “Con­trolled” y la “Texas” pagaban solamente la cantidad de barriles que estaba en la parte de arriba, el resto... y esto sucedió por años.

Al igual que en la Barrancabermeja de Colombia, en los campamentos petroleros venezolanos de la cerca para adentro estaba el lujo, las canchas

30 Brito Figueroa, Federico. Historia economica y social de Venezuela, Caracas.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tener congreso)

de golf, las casas ostentosas, los convertibles de Henry Ford; de la cerca para afuera los ranchos de los trabajadores con niños barrigones, sin salud y mujeres vencidas por la necesidad y la pobreza crítica. Pero no solo unos cuantos trabajadores vivían así, eran todos, con sus familias, los que so­portaban esta situación, razón por la cual los socialistas-revolucionarios se solidarizaron con los trabajadores petroleros del vecino país y con la lucha de Arévalo Cedeño, a quien Tomás llamó “el Sandino Venezolano” en el perdido “Libro Azul”.

Este tipo de sucesos internacionales del Ecuador, Panamá, Centro- américa, Venezuela y M éxico tuvieron mucho peso en las publicaciones del PSR. Cada noticia, cada rumor que corriera sobre ciertos aconteci­mientos era trabajo para mover mimeógrafos y pequeñas rotativas, así multiplicaron la información de América Latina y el mundo destacando lo fundamental.

P r e n s a o b r e r a y p r e n s a a l ia d a

La prensa constituyó en la época el medio de comunicación por excelencia. Además de la liberal y la conservadora esta fue la forma más utilizada para la difusión de la corriente nueva. Los periódicos de cobertura local eran la herramienta ideal para nuclear, organizar, saber qué pasaba en la familia social de los de abajo y qué en la familia de arriba. Uno de ellos fue Vanguardia Obrera que Mahecha reproducía con la famosa imprenta cargada en una muía; con ella recorría de la ceca a la meca editando ejemplares en cada región y enseñando a los trabajadores no solo la parte técnica sino redacción, con su correspondiente ortografía. De ello fue testigo el propio Tomás, con quien Mahecha discutía ideas para Vanguardia Obrera, pues en alguna ocasión se encontraron haciendo el periódico sobre un champán aguas abajo del río Magdalena, con muía y equipo, en medio de un grupo de bogas.

El número de periódicos socialistas-revolucionarios llegó a ser de 19 en el país. Los principales fueron:

Vox Populi en Bucaramanga, dirigido en su primera etapa por los hermanos Cote y en su segunda por Jorge Uribe Márquez. En 1927 se convirtió en un diario.

La Humanidad en Cali, dirigido por Torres Giraldo, diario a partir de 1927.

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M a r ía T ila U r ib e

Vanguardia O brera de Barranca, Puerto Berrío, Puerto Wilches, etcétera, dirigido por Mahecha.

La Justicia en Medellín, dirigido en su segunda etapa por María Cano, semanario.

La Chispa en Bogotá, 1926, dirigido por Tomás, irregular. "Nueva Era" de Bogotá, 1927.

Revolución de Bogotá, dirigido por Tomás en su primera etapa, luego por el “Negro” Guerrero, quincenal.

El Pueblo en Girardot, dirección de Urbano Trujillo y Ángel María Cano, semanario.

Por la Unión en Ciénaga, Magdalena (no hay datos)

Bohemia Libre en Buenaventura (sin datos).

Quindío en Quindío (sin datos).

El Factor en Fusa, (sin datos).

El Microbio en Riosucio, Caldas (sin datos).

Cortafrío, El Tábano y El Colorado en El Líbano, dos de ellos dirigidos por Pedro Narváez y Segundo Piraquive con sus hijos.

La Libertad en Bogotá, dirigida por Mancera y su esposa Carlina. 1925-1928. Mensual.

Germina! en Puerto Wilches (sin datos).

Correo Rojo en el Cauca (sin datos).

En esta lista no aparecen los periódicos de los sindicatos y las Fede­raciones de la CON, como el de los obreros de la industria Flarinera en Bogotá o El Ferroviario de Girardot y otros.

Pero aquel periodismo era también producto de muchos sacrificios y es oportuno contar cómo lo hacían. Por lo general, cada periódico era res­ponsabilidad de dos, tres o cuatro personas incluido el jovenzuelo ayudante, y también por lo general operaban en el cuarto de atrás de alguna casa o en la enramada de un solar. Digamos sin exagerar que el director, el jefe de redacción y el gerente administrativo debían turnarse para organizar los chivaletes, buscar el tipo, armar el molde renglón por renglón, ajustarlo, diseñar, entintar la máquina, colocar el papel, mover la imprenta a mano, sacar las pruebas, corregir, imprimir y compaginar el periódico. Barrer y

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de Ia esperanza (Año de! tercer congreso)

salir a vocearlo donde no hubiera policías era ya tarea de los “correos rojos”, aunque no siempre: aún a Francisco De Heredia se le veía abriéndose paso con el claxon de su Ford tres patadas en sus tardes de libertad para llevar La Chispa a las concentraciones obreras.

Obviamente el estilo carecía de rigideces o academicismos, simple­mente el periodista era un hombre que enseñaba que todo podía cambiar porque todo estaba en ellos mismos.

Su objetivo era mostrar al ojo las cosas que todavía no se veían bien. Porque había un desfase entre lo que se decía y lo que se vivía, era necesario hacer ver lo político como algo que servía para comprender las cosas de la vida, dando a conocer las reglas del juego, para que así la gente no tuviera dificultades en participar en ellas y a su vez distinguiera entre lo político y la politiquería. Pero la idea de cambiar el mundo sin cambiar el interior del Hombre era imposible; de ahí que estos pioneros crearon cultura al difundir y ejercer su propia ideología y la de sus compañeros, pues al lado de las olas de reclamos, las noticias de América y el mundo y lo em inentemente político hacían cuadros de honor, resaltaban los rasgos de la personalidad de algún trabajador o la actitud sobresaliente que hubiese tenido en una huelga. También hicieron campañas contra el alcoholismo, el vicio del juego, la indolencia frente a la miseria humana, la caridad capitalista; o en pro de algo: no olvidar a los enfermos de Agua de Dios, la ciudad del olvido. Otra campaña que prendió como fuego fue la que adelantó el dirigente sindical, profesor Fideligno Cuéllar en 1927, para que se considerara la Educación Física y el ajedrez como materias obligatorias entre los niños y los jóvenes.

Las recomendaciones también constituyeron tema permanente: el trato deferente a los ancianos, la responsabilidad frente a los hijos, el respeto a la mujer. En aquel periodismo la ética y la cultura se vincularon al trabajo y ya sabemos que estos valores e intereses son serios.

Hablando en términos más amplios, en ese gremio muchos empe­zaron su carrera como tipógrafos, otros eran profesionales -especialmente abogados-era también trabajo de intelectuales, de trabajadores de distintos oficios u obreros prácticos en redacción de artículos. La profesión no se hacía en academias, nadie se diplomaba; sin embargo, ni en la Universidad se hubiera podido hacer el tipo de periodismo de aquel tiempo. Fueron periodistas metidos en política, economía, historia, geografía, y se caracte­rizaron por su entrega al trabajo.

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M a r ía T ila U r ib e

F ide lign o Cue llar Jim énez. 1 8 8 5 -1 9 66 .

El cambio experimentado en la conciencia universal cuyo eco llegó a Colombia en esos años y los cambios radicales que se dieron al interior de nues­tro país, los colocaba en la obligación de ofrecer otra visión del mundo.

Fueron muchos los periodistas y no pocos los periódicos aliados del socialismo revolucionario. Pero no se crea que el gobierno de Abadía Méndez miró con tolerancia estos periódicos de carácter político más amplio, ni por supuesto la prensa socialista. Toda esa actividad fue reprimida: periódicos clausurados, cerrados, espiados; correspondencia interceptada y leída; vigi­lancia a parientes y amigos; jueces de Prensa y Orden Público para el delito de prensa. Aquella fue una labor titánica en aras del triunfo de la alegría y la justicia humanas, ejercida por escritores medio bohemios que buscaban el sustento diario. De ellos dijo alguien, si bien estos periodistas y escritores no lograron cam biar la sociedad, a l menos consiguieron cam biar ¡a sensibilidad.

Los “ c o r r e o s r o j o s ”

Aquel periodismo dejó escuela o por lo menos alumnos. En la prensa obrera de Bogotá laboraban los correos rojos y en ese proceso no pocos se convirtieron años más tarde en sindicalistas eficientes y buenos periodistas. Pero ¿quiénes eran los correos rojos, qué hacían^

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Los AÑOS e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

Eran niños de diez a dieciséis años y a ellos es justo dedicar unas líneas. De los galopines del PSR se dijeron y repitieron tantas cosas y casos que hoy es imposible recopilarlo todo, de cualquier manera, decir correo rojo era referirse a un muchacho vivaz, capaz de retener razones, resuelto y curioso, listo a salirle al paso a lo que fuera. Especie de diablillos hacelotodo estos chicos se formaron para la calle y la plaza aprendiendo verdades por sí mismos y al pie de los mayores.

La organización de los correos rojos se debió a la necesidad que tenían los socialistas de enviar ciertas cartas directamente, por la evidente violación de la correspondencia. Por ello se procuraron otras formas de comunicación, lentas, rudimentarias y limitadas a casos especiales, pero formas al fin que hicieron parte de la inventiva revolucionaria de esos tiempos. Una de ellas estuvo a cargo de algunos voluntarios que entrenaron palomas mensajeras. En otras oportunidades colaboraban los muchachos. Ese fue el aporte de jóvenes o casi niños colombianitos -no se sabe cuantos- hijos de trabajadores o trabajadores ellos mismos, que aprendieron a caminar grandes distancias, atravesar ríos crecidos, vivir lo bello, lo malo y lo enigmático del trópico y desarrollar argucias frente a lo desconocido.

Entre sus aventuras de razoneros, vendeperiódicos, repartidores de hojas y correos estaban las propias de la edad y la época, que consistían en echar trompo, coleccionar y cambiar películas, jugar bolas o hacer pillerías. Por la escuela pasaron intermitentemente, quizá por eso y por los hábitos adquiridos en el PSR y de sus propios padres, aquellos muchachos además de aprender un oficio se hicieron en su mayoría autodidactas.

L O S FERROVIARIOS

Los ferroviarios fueron la auténtica raíz de la clase obrera colombiana; antes que los trabajadores de la Zona Bananera, los petroleros, los trabajadores de las obras públicas o cualquier otro gremio ellos fueron su origen. El primer ferrocarril, nacido en el siglo XIX, funcionó en Panamá cuando ese país era departamento de Colombia; sus primeros obreros fueron esclavos libertos, uno de ellos, Pedro Prestán, fue el primer trabajador mártir: colgado de un poste en el ferrocarril de Colón por hacer un reclamo. Estos obreros cons­truyeron las líneas del ferrocarril y luego movieron los trenes. Después ~ya lo sabemos- se extendieron las redes por todo el territorio nacional y para esa labor trajeron panameños experimentados.

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M a r ía T il a U r ib e

Uno de los dirigentes socialistas, de la familia ferroviaria de Cundi- namarca, era el encargado de dar el primer largo pitazo para anunciar la huelga. De allí en adelante y mientras durara el conflicto los prolongados lamentos de las locomotoras se sucederían uno a continuación de otro, noche y día. Los trenes que fumaban y que muchas veces se quedaban parados en medio de la selva ahora estaban quietos en la Estación de la Sabana, como dormidos en brazos de los maquinistas y los fogoneros que habían decretado la huelga de los ferrocarriles de Cundinamarca. Fue esta la primera de las tres grandes huelgas de ferroviarios en este año y el primero de los 17 conflictos obreros desatados en 1926, que tuvieron la particularidad de ser un rosario de solidaridad, sucediéndose unos en apoyo de otros.

Durante la noche los trabajadores prendían grandes fogatas y a la luz de las llamas discutían sus asuntos, repartían la comida, recordaban historias y no faltaba un tiple y alguien que entonara las canciones de moda. Entre ellos sus familias; eran gentes que llevaban una pobreza con dignidad en donde lo material no contaba tanto, y la importancia de la política se ampliaba en su vida cotidiana como un estado ánimo, como una terapia de choque que rompía la uniformidad de sus vidas.

En las fogatas nocturnas los obreros más viejos contaban a los jóve­nes su origen, pero también hablaban de lo nuevo; el saludable desorden

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Ano del tercer congreso)

socialista del cual formaban parte en las grandes batallas y en las pequeñas cosas. Contaban los antiguos ferroviarios que en vida del PSR los maqui­nistas llevaban en sacos el correo: cartas, documentos y miles de volantes que debían llegar a cercanas lejanías para ser leídos por alguien y luego comentados. Los trenes de Bogotá a Girardot se encontraban a mitad de camino y con previo pitazo -que era su lenguaje- paraban, así los trabaja­dores podían intercambiar periódicos. Otra historia era la de la comida: las mujeres entregaban a los fogoneros los almuerzos envueltos en hojas de plátano y el guarapo en zurrones, para que en la parada los pasaran a sus compañeros que venían en contravía.

También relataban entre risas los trabajadores de las líneas Bogotá- Tunja y Bogotá-Girardot las peripecias de los más pacientes, encargados de amaestrar las palomas para transportar los mensajes del PSR.

La huelga del ferrocarril de Cundinamarca fue reforzada con la solidaridad de dos líneas anexas y en este punto el joven Joaquín Alonso y veinte de sus compañeros fueron encarcelados. Hubo tristeza, se creía paralizado el movimiento. Pero rápidamente las caras se tornaron alegres por la respuesta sorpresiva de los trabajadores del ferrocarril de Girardot, concentración obrera de más fuerza y prestigio cuyo paro asustó a los gerentes. Susto que fue mayor cuando a estos últimos se unieron los tra­bajadores del Alto Magdalena, Neiva a La Dorada, y a ellos siguieron más de dos mil mujeres de las Trilladoras de café. Los periódicos llenaron sus primeras planas, los militares enviaban batallones de esquiroles a diestra y siniestra que causaban desastres por su impericia; los dirigentes socialistas no dormían de tanta actividad; el abogado que coordinaba las acciones, el “Mono” Dávila, soltaba latinajos que los obreros no entendían y los niños, cuando veían en la calle a los uniformados se mofaban gritándoles Pi... Pi...

Varios meses después, con toda la experiencia anterior, se vino la extraordinaria huelga del ferrocarril del Pacífico. Torres Giraldo fue su dirigente y por su acertada actuación se ganó merecidamente la autoridad que le correspondió en el Tercer Congreso Obrero. Desde luego, contó con compañeros de gran capacidad, firmeza y experiencia; nombres anónimos que lograron paralizar todo el occidente del país. Gracias a esta batalla nada fácil, los trabajadores obtuvieron para ellos y la posteridad la reivindicación del descanso dominical remunerado y un avance hacia la jornada de las ocho horas diarias.

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M a r ía T u a U r ib e

IA GRAN HUELGA SEGUN UN TE

LA « A 1)8 GIRARDOT CONTÌNOA SIN SOLUCIONAR;E M SK IO K A D O D £ l B . DK I„0Ü STR1A S l EL HA 111)0 í i iF E C M A ( i f i í M l i ( M R C I A I IK Dfi M O T Aj t n u a m a n eh m m asísmak a w intìsvem oh db. a rrisa p la s cías, fijjviai.es ksi ahUS u n n u s LA HO SC! O T * O d PARO COiJHO. Eli CIKASDOT IHÍKRESA0A8 EX JI|E H i m LA RUMAr s i t t . i « « A P C M u t t Hia ) » »ila© 1001 r» r« i m u ì i r o c à w u <to *•., provoca» l ì t . \c¿ s i ì t * ; m . n man y row *-* l * I fXACM K L I Hirt*TF»Cki« 0*L OD«» AVO L" " ' — ................. ...............L» H «M OtiOilOAuO. SKHJÍ« COLMAR 1« U Al IO k.At ‘Hi , HA • *\ . •'! 'AS OU» ■

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Baje el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

V e n a d il l o , a n t e s a l a d e l T e r c e r C o n g r e s o

Para dirigir las campañas preparatorias del Tercer Congreso la CON designó como personeras a varias mujeres: María Cano en Antioquia, Enriqueta y Elvira en Bogotá, Bertilda Forero en El Líbano, Clara Isabel Clavijo en Ocaña, Soledad Herrera en Ibagué, Carlota Rúa, Magdalena Soler y Segunda Rentería en la región de Honda, y otros cuantos dirigentes en sus respectivas ciudades o regiones. Como responsable nacional de la campaña fue designado Tomás, tarea que multiplicó su correspondencia, viajes, trasnochadas, madrugadas y naturalmente la relación con muchos trabajadores y líderes locales. Fue un espacio de tiempo sencillo, efectivo, de acciones minuciosas, enlace de los tres Congresos y proyección al futuro. El acompañante de todas las horas para Tomás fue el “Negro” Guerrero, ambos planeaban y se movían entre una buena dosis de calor humano por los recibimientos entusiastas y las despedidas recalcadas con un, ¡nos ventos en Venadillo!

El “Negro” vino a ser -veinte años después- quien recordara las sali­das sistemáticas o desorganizadas que hacían, las peripecias de sus viajes, los nombres de la gente, las anécdotas. De manera muy viva relataba que Higinio Forero y Piraquive, los líderes socialistas de El Líbano, le regalaron a Tomás un caballo. Alguna vez al llegar allí les dieron la noticia de que el animal estaba enfermo, acostado en el solar de la casa donde lo cuidaban. Tomás que adoraba al jamelgo, decidió por compasión darle dos días de plazo para suspenderle el sufrimiento con un tiro de gracia. Faltando poco se presentó Bertilda con un campesino quien propuso aplazar la ejecución por unas horas, plazo en el cual él con sus rezos lo haría revivir. Bertilda les dijo: magia blanca! sin más explicación, refiriéndose a la operación oculta del brujo. Era obvio que en esos lugares los rezos eran mágicos, pero mágico era solamente una palabra, no una respuesta que explicara nada. Sin embargo, sabiendo agotados todos los remedios, sin hablar pero incrédulos aceptaron el rezo; el “Negro” decía que con ojos de clave! vieron al poco tiempo que el caballo se recuperaba hasta pararse como si nada le hubiera acontecido.

Aparte de la anécdota, que no desprecié, vayamos a Venadillo, an­tesala del Tercer Congreso. Este sitio fue escogido por quedar a mitad de la gira de María, por la facilidad para el desplazamiento de indígenas y campesinos, por ser punto de importancia de la línea ferroviaria que cu­bría el nororiente del Tolima y ser otro hormiguero socialista. Comenzaba noviembre, tiempo antes los comisionados se habían dedicado a trabajar

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con más combustión y durante ese proceso preparatorio -aludido solo en breves términos políticos- surgió un aspecto que vino a plasmarse en esa Conferencia, luego se convirtió en sello de marca del Tercer Congreso y terminó haciendo cuerpo con el PSR.

Sucedió que en las cartas y sin saber a qué horas una expresión empezó a generalizarse reflejando un sentimiento espontáneo y propio de la gente: la frase que llameara en todos los corazones era la de “Salud y Revolución Social”, saludo o despedida que en principio solo se dio en las cartas y después fue verbal. Quienes lo contaban no sabían precisar de donde llegaron las primeras misivas con ese saludo, posiblemente — decían— fue iniciativa de los socialistas de El Líbano; el hecho es que en la Conferen­cia de Venadillo el término ya era familiar. Allí mismo se decidió adoptar como emblema la bandera roja con los tres ochos blancos. Esa bandera era un distintivo mundial de los trabajadores en su lucha por obtener 8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de estudio. Su origen se remontaba más o menos a 1860, ya había sido adoptada en otros países de América Latina y en Venadillo alguien se apareció con una.

Aunque en su historia aquella bandera representaba solamente a la clase obrera (hablando en términos europeos), aquí fue distinto: se vio enar- bolada en las movilizaciones urbanas, en las huelgas, en las marchas cam­pesinas; adornaba infinidad de viviendas de la ciudad y el campo, pequeños talleres artesanales, se le veía en los champanes del río, en las cabinas de las locomotoras o en los cafetales. Donde quiera que el PSR tuviera influencia, o en sus actos, la bandera roja con los tres ochos blancos se desplegaba al viento. Los socialistas se apoyaron en símbolos que resultaron poderosos, necesarios y justos.

Entre las delegaciones que llegaron a Venadillo estaba la de la Zona Bananera; sus dirigentes habían estado particularmente activos en los meses anteriores fundando la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, en esa explotación que contaba con 25.000 trabajadores. Presentes también estaban los indígenas, que habían constituido el Supremo Consejo de In­dios, representantes de sus Cabildos; los delegados del transporte fluvial; los de las trilladoras de café de la región de El Líbano, que ocupaban 1.300 obreras y 400 obreros. Al decir de Torres Giraldo, había delegaciones de los Departamentos del Tolima, Huila, Santander, Cundinamarca, Antioquia, Valle y Caldas; si agregamos las reminiscencias de Elvira y Enriqueta, de algo más de cien delegados por lo menos la cuarta parte eran mujeres.

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Ba¡o el signo de Ia esperanza (Año del tercer congreso)

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Una suma de factores hicieron de aquella Conferencia el aliento esperanzador que sustentaba la lucha socialista: los temas de discusión ya mencionados, el éxito de la gira de María, la nutrida y calificada concurrencia y como resultado “el plan de Venadillo” que habría de presentarse al Tercer Congreso para su aprobación. Según Tomás el “plan” estaba inacabado pero interpretaba el sentir general sobre todo porque era el momento de forzar la historia conformando sin tardar el partido, aún sin tener la organización necesaria, la militancia disciplinada ni la teoría resuelta. Todos estaban conscientes de que existía una cierta improvisación pero también seguros de que sería una organización desarrollada en el movimiento popular; era hora, entonces, de liquidar la etapa preparatoria, dar el salto y aunque no esperaban el paraíso terrenal de la noche a la mañana, al menos sabían dónde se estaba construyendo organización con más coherencia, cuál era la relación entre los dirigentes y las bases, tenían una visión de conjunto sobre los problemas nacionales y su práctica era colectiva, decisoria, desde abajo.

Solo teniendo en cuenta los verídicos testimonios de compañeros y familiares de Tomás, es posible reconstruir en parte algunos hechos de esta etapa donde se aparejaron más triunfos que lágrimas, ternuras y des­cubrimientos. Contaban que de Venadillo salieron para Ibagué, allí María protagonizó la escena que agrandó su prestigio*. En cada estación les es­peraban caras sonrientes, ¡vivas! tal cual totuma de guarapo y entusiasmo, pero nada comparado con lo que les aguardaba en Girardot. Estaban los huelguistas triunfantes, marineros y braceros, su huelga había trascendido por el rosario de triunfos y acontecimientos que se dieron en ella. Cuando todo empezaba, Angel María Cano en calidad de dirigente de los huelguistas, el “M ono” Dávila como personero y Julio Ocampo Vásquez fueron a hablar con la primera autoridad municipal para arreglar las cosas; el alcalde, que era quien había puesto la cita, en vez de dialogar los tomó presos. Y ¡ahí fue Troya! Los trabajadores amarraron nueve barcos colombianos y otros de una compañía gringa. En ese trance, el gobierno aventó al Batallón de “Ferrocarrileros” como esquiroles pero ninguno de sus hombres pudo mover un buque y se convirtieron en burlesco. Luego avisaron por toda la ciudad que la tropa protegería a los obreros que se retiraran de la huelga, y no se

* Tal hecho tuvo lugar en Ibagué, luego de una espléndida recepción popular, cuando el Cabildo quiso “halagarla” con una copa de champaña en sus salones. El público se aglomeró junto al edificio, ocupó patio y corredores mientras que los “escogidos” alzaban sus copas. Como era de rigor, el oferente pronunció un discurso de fronda demagógica

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Los AÑOS e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

movió nadie. Resultado, alzando los puños los obreros consiguieron mejor comida, diez minutos para el desayuno (que antes debían tomar parados), media hora para el almuerzo, atención en caso de accidente y por primera vez en la historia del país la siguiente reivindicación:

Punto 10: "En toda fiesta nacional y en la del trabajo (Primero de Mayo) se reconocerá el jornal doble, si se trabaja, y sencillo si no se trabaja".

En esa euforia, dirigentes, huelguistas y medio Girardot acudieron al recibimiento de los que venían de Venadillo, citado en un acto de plaza; ahí María arengó con su habitual capacidad de estremecimiento y desafió, porque como era de esperarse la policía estuvo presente, pero posiblemente al ver tanta gente dispuesta a lo que fuera optó por retirarse a prudente distancia. El turno en la palabra fue del “M ono”, que cerró el acto con un breve discurso tan político como poético.

La caravana que venía desde Venadillo se creció en Girardot y un tren atiborrado de revolucionarios, con la bandera de los tres ochos flameando en la locomotora llegó a Bogotá el 20 de noviembre de 1926, para acudir al Tercer Congreso Obrero Nacional, que debía iniciarse en 24 horas.

En la “Casa del Angelito” la política estaba al rojo vivo, había que dar ideas para cada necesidad, no olvidar un detalle, solucionar cien im­previstos al tiempo, cosas que hacían con fervor, con pasión. Alguien se las había arreglado para llegar con anterioridad a conseguir la tela para hacer las banderas, Julia Bohóquez dirigía la hechura a un grupo de costureras en la Casa del Pueblo. El acto iba a ser en el Teatro Bogotá, una sala inmensa con arcos de madera llenos de arabescos a lado y lado; cada columna debía adornarse con una bandera y habría otras cubriendo el telón y las mesas en el gran escenario. En las numerosas sillas, cara al público, se sentarían los integrantes del Estado Mayor de la CON y demás dirigentes.

En algún momento María, Elvira y Enriqueta se encerraron en una habitación para dedicarle un momento a cierta situación de la que se rei­rían por el resto de sus vidas. La amistad entre ellas ya era firme y por lo mismo, cuando pasaban temporadas sin verse sabían que continuaba el

y lírica, al cual contestó la súper-emotiva revolucionaria arrojando la copa con violencia al suelo para enseguida salir a un balcón y hablarle al pueblo. Tal hecho fue propalado rápidamente y comentado, lógicamente, bajo muy contradictorios puntos de vista. Para el pueblo llano, eso fue una machada!!, (libro citado, p. 840). Torres Giraldo.

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M a r ía T i í a U r ib e

La cuididata de la prciua

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mismo entendimiento en lo más importante y en lo trivial también. Para esa ocasión, momento tan ansioso y largamente esperado, habían planeado con anterioridad lucirse hermosas; no se trataba de agradar para merecer porque tenían objetivos concretos, simplemente, como las demás mortales, del encanto femenino nunca estuvieron ausentes. Elvirita se había encar­gado de conseguir atuendos, lo que hizo con creces porque sus dos tías, encanecidas y peripuestas, muy de acuerdo con las actividades de la joven, sacaron lo que creyeron mejor de su baúl para que ella se presentara ante sus compañeras con cajas que contenían vestidos de terciopelo, sombreros recargados, bolsitos de brillantes y una colección de cuellos de encaje de bolillo, como si se tratara de prendas para salir a una representación teatral. Antes de abrir las cajas se sintieron abrumadas y curiosas, luego se midieron la ropa y estando en esas Ies sobrevino una risa entrecortada que derivó poco a poco en carcajadas porque no se veían a sí mismas elegantes sino disfrazadas, o como vestidas por sus enemigos. Terminaron por hacer a un lado tanto destello, flecos y lamés y se fueron al acto tal como eran.

Mientras tanto, en la casa del pueblo se agolpaba la gente; letreros de bienvenida, hojitas de instrucciones, Tomás y el “Negro” Guerrero firmando credenciales, intercambio de periódicos. En la cocina habían montado las ollas desde el alba y los niños repartían el “Romancero” que Doña Carlina y el señor Mancera editaron para la ocasión. Contenía páginas ilustradas, versos de Julio Flórez, frases de discursos vibrantes y la letra de un himno poco conocido que el Maestro Gaona (padre) y el violinista Carlos Arturo Rodríguez habían enseñado a niños, jóvenes y un grupo de mujeres para que lo cantaran por primera vez al día siguiente: se llamaba “La Internacional”.

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Los a ñ o s ESCONDIDOS ] [ Bajo el signo de Ia esperanza (Año del tercer congreso)

E l s o l d e e s t a h i s t o r i a

No era el inicio de una historia sino el capítulo siguiente, la conti­nuación del pensamiento y acción de José Antonio Galán, en un evento que no correspondió exactamente a un Congreso sindical sino a un encuentro abierto y revolucionario de organizaciones.

El teatro ya estaba lleno y aún quedaba afuera gente ansiosa por entrar, por lo que invito al lector a imaginar la escena.

Cuando apareció en la calle el nutrido grupo de mujeres encabezado por María Cano, los compañeros se quitaron el sombrero haciendo venias, les cedieron el andén y como quiera que la presencia femenina infundía ánimo, al entrar al teatro la ovación no se hizo esperar. Con otra aclamación fueron recibidos tres hombres que llegaron en bloque con otros dirigentes: Torres Giraldo, Tomás y Mahecha. Con anterioridad Mahecha había esta­do encarcelado, mediante un buen montaje por la supuesta muerte de un esquirol. Durante su cautiverio los socialistas multiplicaron sus petardos y en actos públicos, varios de ellos protagonizados por María en Antioquia y Tomás en Bogotá, reclamaron su libertad y la de diez compañeros más. Ese día en el teatro, a manera de homenaje al líder, se fijó un inmenso cartel con una frase que Mahecha esgrimió en la primera huelga: “Las libertades no se piden, se toman”. En aquella época en que la consigna era novedosa, esa frase -decían- se volvió nacional.

El gran ausente era Quintín Lame. El “Cacique de Tierradentro” una vez más estaba preso. “Cada indio de América debe ser dueño de un pedazo de tierra” -había dicho- “Mi compromiso es con mi pueblo, mi misión es bajar del monte al valle a defender la raza indígena proscrita”. La liberación del dirigente indígena se convirtió allí mismo en un propó­sito, cuestión encomendada a María Cano quien posteriormente no dejó piedra sobre piedra para conseguirla; entraba sin permiso para hacerse oír de ministros y parlamentarios mientras los socialistas convocaron al pueblo bogotano a una demostración de fuerza que resultó sobrada, el 30 de noviembre de 1926.

Preso también estaba Vicente Adamo, extranjero para las autoridades, hermano para los campesinos del Sinú y los revolucionarios de entonces que valoraban en toda su dimensión el que alguien dejara su terruño para venir a compartir la suerte. No se trataba de la sola prisión; como Savinski en los días del Segundo Congreso, el turno de expulsión era ahora para Adamo,

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razón por la cual ni él ni la incansable Juana Julia Guzmán, su compañera, pudieron asistir al congreso donde los esperaban.

Dos intervenciones femeninas enmarcaron el acto del Tercer Con­greso: las palabras de inaguración de Sofía López, la “Flor del trabajo de Bogotá” y el discurso final de María Cano. Entre las delegaciones, además de las que venían de Venadillo estaban las representaciones de empresas Públicas Urbanas, Ingenios Azucareros como “La Manuelita”, Agrícolas, Petroleros, Inquilinos, de Transporte fluvial, Ferroviario, Obreros de la Construcción, en fin, toda la gama de trabajadores de concentraciones fundamentales elegidos en asambleas y conferencias regionales, lo que garantizaba fuerza y respaldo para sus decisiones. De todos ellos emanó la propuesta para los nombres de la mesa directiva, momento solemne porque los aclamados juraron defender la bandera de tres ochos: ¡Salud y revolución social! Luego se generalizó el coro con la letra de la introducción del Himno Nacional de Colombia’ : ¡Hoy que Ia am ada patria nos convida/y que debemos todos com batir/ hemos de dar por ella nuestras vidas / que morir por la patria no es morir/ es vivir!. Y a continuación: Arriba los pobres del mundo/en pie

* Esta disiente frase del Himnio Nacional fue suprimida sin saberse cuando ni por quienes.

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Los AÑOS e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

los esclavos sin pan / y gritemos todos unidos/ Viva Ia Internacional! Mientras tanto se nombraba a Torres Giraldo como Presidente, María Cano Primera Vicepresidenta, Mahecha Segundo Vicepresidente, Tomás Uribe Márquez como Secretario General. El último día (4 de diciembre) se constituyó el Comité Central Ejecutivo del PSR y en votación aparte se eligió como Se­cretario General del partido a Tomás.

En ese mismo Comité Central quedaron Francisco De Heredia en el Frente Internacional (específicamente para América Latina), Leopoldo Vela Solórzano en el de Finanzas y Guillermo Hernández Rodríguez, estudian­te de Derecho que atendió el Frente Estudiantil hasta casi dos años más tarde, cuando gestionó su viaje a Moscú. El Frente Estudiantil nació allí mismo con la presencia del grupo “radical de las juventudes y el obreris­mo”, importante sector del Externado de Derecho, Facultades de Medicina e Ingeniería y algunos núcleos de bachillerato. Estos jóvenes se volvieron pregoneros de las ideas y vincularon a muchos otros estudiantes al PSR, lo que no era tan difícil porque en la Universidad circulaban las historias de los triunfos revolucionarios, a tiempo que los estudiantes observaban que la política de los dos partidos era estar cerca de los problemas pero muy lejos de las soluciones.

Un gesto solidario de los estudiantes fué el de unirse a los delegados, que en uno de los 14 días de sesiones fueron encargados por el Congreso para solventar una situación de desastre en el sur de la ciudad; se trató de un caso de emergencia por las inundaciones habidas después del torrencial aguacero que en Bogotá se denominaba “cordonazo de San Francisco", especie de diluvio del que no se escapaba la ciudad en los últimos días de noviembre. Los delegados que vivían en aquel sector llegaron angustiados y sin pensarlo dos veces, esa tarde medio Congreso salió en auxilio de las familias víctimas de la lluvia.

Un d e b a t e

Habrían pasado pocas horas después de la inauguración cuando Tomás le dio lectura al “Plan de Venadillo” en la plenaria, documento base sobre el cual deberían trabajar las comisiones; sucedió entonces que Luis A. Rozo y Carlos León se apartaron del problema fundamental, la creación de un partido que enfrentara el poder en unas pocas manos. Ellos sostenían

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que "todo partido político es perjudicial a la acción económica del sindicalismo y a los principios de la noción de clase"3'

Lo dijo Juan de Dios Romero y ahí mismo se formó un batiburrillo fenomenal. Como es de suponer el chaparrón verbal no pasó a más porque los contradictores eran pocos, pero básicamente porque su visión en ese momento iba en contravía del cauce político del Congreso. Este grupo era heterogéneo; los veteranos decían que no se podía confundir a Valencia con Rozo o con León, ni a Juan de Dios, a quien le encantaba formar bochinches, con aquellos dos. A pesar de las contradicciones reconocían sus actividades y todo lo valioso de su lucha. De otra parte, el hecho mismo de que se les firmara credencial conociendo de sobra cómo pensaban, demuestra que no existía temor alguno en aquel tiempo a planteamientos distintos. En sus vivencias, Carlos Cuéllar hacía esta breve referencia:

Después de que se retiraron Rozo, León y Juan de Dios, las sesiones pa­recían inspiradas por la cordialidad. Ellos se fueron a sacar unos carteles contra la CON y el PSR, para su mal, y tuvimos que contestar con otro que redactó Tomás con energía pero sin destemple, para no confundir a los trabajadores. El “Negro”, D’ Achiardi, el “Mono”, “Tata” y otros sí tenían una pelea casada con los anarquistas, era una pelea política por­que por otra parte si se necesitaban se buscaban... decían que fuera del problema central no existían diferencias ideológicas irreconciliables... No se trataba de luchas de poder, no había caso, lo que sí tenía un límite era que trataran de obstaculizar la organización del partido...

Ese limite se presentó con el grupo mencionado que vivía en Bogotá, por su rechazo a toda forma de autoridad. Rozo y León, pero particular­mente Juan de Dios tuvieron una labor de oposición y enfrentamiento que los llevó a una relación equivocada con los socialistas la mayoría de las veces. Pero no toda su labor fue negativa, porque, tal como lo vieron otros ojos, ellos libraron muchas batallas contra la opresión y se entregaron a la causa que consideraron justa.

Enriqueta narraba historias personales y colectivas donde tenía arraigo la comprensión para tratar de lograr mejores formas de conviven­cia: es cierto -d e c ía -q u e el anarquismo que estaba en cabeza de Rozo perdía cada vez más terreno, pero es falso que hubiera desaparecido; Valencia trabajaba en favor de los campesinos en Fusa, pero quería ser él solo; Juan de Dios unas veces nos insultaba y otras se acercaba a darnos la mano. Relataba ella que entre el

31 Periódico El Tiempo, noviembre 30 de 1926

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Bajo el signo de ¡a esperanza (Año del tercer congreso)

escepticismo, la duda o la aceptación de sus compañeros había solicitado que se le extendiera credencial a Juan de Dios, como se había hecho con Valencia, León y otras personas. Hasta ahí esa amistad había sido estrecha (quizás es un poco exagerado el verbo) aunque Enriqueta no le perdonaba a Juan de Dios que entrara en cuanto corazón femenino latía. De ahí en adelante los diálogos se espaciaron, las confidencias terminaron pero si­guieron intercambiando favores, datos, libros y periódicos.

Fuera de Bogotá hubo otras corrientes anarquistas de significación, como en la Costa, lejanas ya de las primeras etapas anarquistas europeas porque no rechazaban las luchas económicas reivindicativas, ni a los in­telectuales en el seno de las organizaciones obreras, ni invitaron a acción alguna de tipo destructivo.

Como correspondiera a tiempo más moderno y a otra realidad, fueron grupos y personas que impulsaron las organizaciones sindicales y crearon conciencia en varios sectores: la Zona Bananera, las Ligas de Inquilinos, los mismos petroleros, etc.; muchos dirigentes fueron formados con sus enseñanzas y su ejemplo. Si en Colombia aquella corriente no llegó a desarrollarse considerablemente, como en algunos países latinoamericanos, seguramente se debió a que en su práctica, una vez enfrentados a la solución directa de los problemas, recurrieron pre­cisamente a las formas de organización que teóricamente rechazaban: en Barranquilla y en la Zona formaron sindicatos, en Bogotá se creó la Unión Sindical, Juan de Dios gestionó docenas de personerías jurídicas y así muchos otros ejemplos.

A PROPÓSITO DEL LIBRO “ L O S INCONFORMES” Y

d e T o r r e s G ir a l d o

Después del informe de la CON y de su decisión de crear la Federa­ción Obrera Nacional de los transportes fluviales y terrestres, el Congreso en pleno tomó la de fundar el Partido. Para ese paso existió una comisión de estudio, de la que habló Torres Giraldo en Los Inconformes (pág.846) así: "La comisión creada especialmente para estudiar la iniciativa de la fundación del partido presentó en la sesión plenaria del 2 de diciembre sus conclusiones en todo favorables a l pensamiento mayoritario del Congreso". ?Cómo explicar entonces que tres páginas antes (843) hubiera afirmado: "Debemos anotar

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que los dirigentes del Congreso no teníamos ni pensado ni previsto el caso, los iniciadores del partido improvisaban y la masa de los delegados espontaneista y alegre, aplaudía".

Tal contradicción nunca se la explicaron los veteranos socialistas que alcanzaron a conocer la primera edición, como tampoco la afirmación que se encuentra al final del capítulo donde narra el Tercer Congreso: "Debemos anotar aqu í que todos los miembros del primer ejecutivo fueron después miembros del PC” (848). Incomprensible -decían- porque fue de dominio público que Tomás, Mahecha y María Cano nunca ingresaron al Partido Comunista. Otros líderes socialistas comentaron que en 1930 Ignacio ya estaba más cerca de los nuevos que de sus compañeros del PSR y agregaban: Desde ese tiempo Torres Giraldo evitó cualquier posible influencia de estos tres dirigentes. Cuando regresó de Moscú en 1935 fue nombrado Secretario General del Partido Comunista hasta 1942, fecha en que ese partido pro­dujo su expulsión, por sus métodos de trabajo, pero también con acusaciones injustas e ignominiosas. Sin embargo, había compartido con ellos aquello de que su pasado político en el PSR era pecaminoso.

En cambio, para nadie resultó sorpresa el tratamiento que le dio a Mahecha en el siguiente capítulo, donde lo ataca sin ningún miramiento y le desconoce su capacidad de organización. Quienes vivieron esa etapa observaban que Torres Giraldo nunca sintió aprecio por el hombre que pre­cisamente organizó la Unión Sindical Obrera de Barranca. Era un problema personal pero también político: la formación en la URSS era inflexible, no concebía autenticidad revolucionaria a quien estuviera por fuera o al margen de los partidos comunistas. Según Torres Giraldo (de épocas posteriores a los veinte), "... Los dirigentes pro-marxistas hemos juzgado siempre la línea revolucionaria por la actitud hacia la Unión Soviética” (1013) y la actitud de Mahecha, si bien no fue contraria tampoco resultó incondicional. Esa misma formación atribuía categoría política solo a quien recitara de memoria frases de los clásicos. Que sea el libro el que hable: "... Sus discursos revelaban - dice de M ahecha- ausencia casi de todo conocimiento sobre la revolución soviética, pero en cambio rico arsenal en su memoria de grandes y pequeños episodios de las luchas populares en Colom bia...” (852).

En todo caso esas relaciones nunca marcharon bien. Mahecha le criti­caba su sobredosis ególatra y a Torres Giraldo le desagradaba la personalidad irreverente de Mahecha (incluyendo un chiflido deliberado que utilizaba Mahecha para llamar a sus amigos). Dudo de que Ignacio fuese un hombre

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amable, sospecho que era bastante difícil, frío, pero los hombres que han influido en las organizaciones avanzadas no siempre han sido personas en­cantadoras. Ignacio (1892-1968) era un hombre de figura elevada, delgado, con una nuez prominente; hablaba a saltos, repetía las últimas palabras de sus frases con énfasis y persistencia, se calmaba o enardecía según el caso. Entonces me parecía que se aumentaba su estatura y a mis ojos de niña su aspecto me hacía pensar que era un prestidigitador. Unas veces hablaba de María exaltando su capacidad, otras la minimizaba (y esto hasta el fin de sus días); si ella estaba presente simulaba no darle importancia; le corregía la postura, las palabras, le anotaba el más pequeño detalle o se venía lanza en ristre por su descote, su despeinado o las pepas que a él le parecían impúdicas en su collar. Era en esos momentos que Enriqueta terciaba solidarizándose con María, y él, agitando sus brazos como aspas de molino, escampaba los chaparrones que “Tata” le enviaba con centellas de humor. Mientras tanto María permanecía callada. No resulta sencillo comprender cómo una mujer de las ideas y personalidad de María Cano se comportara con él con esa mansedumbre. Enriqueta lo fustigaba y era directa: ?Y en la casa, cómo va la democracia^ O ante sus justificaciones de ancestral machismo le decía: Usted tiene recursos dialécticos para todo.

A Torres Giraldo debemos el que no se haya perdido definitivamente la historia de esa época. Los Inconformes han sido el punto de partida, pero quizá, por tratarse del único protagonista con un cargo directivo en el PSR, se han tomado muchas de sus citas sin ningún reparo. Hay que reconocer la

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importancia de su trabajo y toda esa información consignada por años. Sin embargo, Ignacio escribió sus libros muchos años después de haber regresado de la URSS y haber sido el máximo dirigente del PC, por lo que sus conceptos y la interpretación del papel jugado por el PSR ya habían cambiado.

Y una anotación para tener en cuenta finalmente, <jue no está por demás, es la hipótesis, sostenida por diversas personas, que piensan que a Los Inconformes, en su primera edición se le hicieron correcciones y cambios, en relación con los originales manuscritos.

A r t i s t a s , i n t e l e c t u a l e s y m a c h e t e r o s

Se ha dicho que la presencia campesina era mayoritaria en el Con­greso. Cierto es, ante todo por el tipo y atuendo porque los obreros de las plantaciones de cacao, caña, tabaco, las bananeras y otros se vestían, pensaban y sentían como campesinos; al fin de cuentas era ese su origen. Por entonces se usaban pañuelos “rabo de gallo”, sombreros “jipa”, ruanas de lana o ponchos de algodón según el clima de donde procedieran e inva­riablemente se colgaban al cinto machetes envainados en cuero limpio. De ahí la palabra macheteros, con la que en el PSR se denominó a la masa que colmó sus filas, especialmente a los cortadores de caña de Puerto Tejada y a los cortadores de banano.

Y con los macheteros, nuevos y viejos intelectuales radicalizados, entre ellos Abel Botero, Napoleón Molina, Pablo Emilio Sabogal, Castrillón, Moisés Prieto; algunos quedaron vinculados al ejecutivo. Otro grupo de ochenta estudiantes destacados, entre ellos José Francisco Socarrás formaron parte de toda esa ola de apasionante fogosidad presente en el Congreso. El acuerdo era transm itir a las organizaciones populares que organizaran la resistencia. ¡Úsese la huelga! fue la orientación dada a los centros obreros y sus órganos de prensa; perentoria advertencia de esa generación interesa­da en provocar respuestas, plantear propuestas y dejar para sus hijos otra manera de vivir.

Los demás puntos aprobados en la plataforma reiteraron y afian­zaron acuerdos anteriores, con los cuales se identificaron los recién ingresados:

-Trabajar prioritariamente entre los grandes sectores de trabajadoresde laciudad y el campo buscando preparar el terreno para la revoluciónsocial.

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Los AÑOS e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

-Buscar co n ta c to con los m ovim ientos revolucionarios del Continente.

-Llevar a la práctica la huelga electoral.

Esta última cuestión nada fácil porque significaba un desafío abierto para el régimen y un debate político de profundidad. Es de anotar que la huelga electoral no tuvo para los socialistas carácter de principio.

Los fundadores del partido convocaron a corto plazo una Convención Nacional en La Dorada con el fin de mejorar y activar los aspectos organizati­vos, ampliar los Frentes Unicos y aprobar finalmente el programa. Asimismo, reiteraron la atención a los presos sociales. En el plano sindical renovaron el impulso a la CON, también denominado Secretariado, que creó a partir de esa fecha la Sección de Trabajo anti-imperialistade la Confederación.

Para el primer período proyectaron como fundamental la búsqueda de formas organizativas que garantizaran la ejecución de sus planes. El punto de partida consistía en buscar un estilo de trabajo que generara : buenas relaciones políticas cotidianas. A eso contribuía el libro que Tomás acababa de escribir con el título Rebeldía y Acción,32 un documento que elaboró para la futura formación de los jóvenes, en el que recogió lo que creyó mejor del socialismo criollo a través de preguntas y respuestas. Después de la elec­ción, su discurso copó el tema: "Valorar las capacidades de ¡a gente, rotar las responsabilidades y darle paso a los jóvenes para que dirijan sus luchas". Entre abrazos Tomás entregó el puesto de la CON a otro compañero pues "ningún cargo será definitivo", para dedicarse por entero a la tarea del Partido.

Tocaba a su fin el Congreso. Los artistas que venían contribuyendo en las veladas populares y obreras habían puesto el toque alegre con una presentación teatral dirigida por el comediante Rafael Burgos, muy conocido entonces por sus comedias ligeras y también trágicas. En los entreactos se escuchaban flautas de millo, chuchos y peinillas envueltas en papel celo­fán para acompañar sus cantos; y los siete hermanos Nieto, humoristas y músicos, hacían reír y participar a la gente repitiendo estribillos y cantares populares. Estos hermanos punteaban el tiple, tocaban las cucharas de palo de naranjo y uno de ellos era un virtuoso de la bandola. En una de las últimas noches de noviembre se fueron a dar una serenata a la casa del

Periódico La Humanidad, Cali, junio 26 de 1926; y en Archila Neira, Cultura c identidad obrera, op. cit. pág. 115.

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Los AÑOS e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

“Angelito” que alojaba en esas noches un número considerable de delegados; la fiesta se prolongó hasta el amanecer y fue memorable, más que a nadie para Tomás, por ser el día de su cumpleaños.

El 4 de diciembre fue fecha de despedidas: cuántos abrazos, caras alegres, parabienes. El espíritu de los revolucionarios se había afinado en las maratones del Tercer Congreso y el signo de la esperanza se les veía en la frente. Cada quien retornaba a su plantación, a su mina, a su máquina, a su hogar. Los socialistas bogotanos recogieron las banderas para otra oca­sión y el grupo de costureras se fue a rezar el Angelus en acción de gracias, a tiempo que los dirigentes se sentían más entusiastas, más decididos y más inteligentes.

La adhesión a la Internacional Comunista, propuesta desde el Primer Congreso por Luis Tejada y el grupo comunista, había sido aprobada. Este punto también fue consignado por Torres Giraldo en sus libros. Valga ahora actualizar las versiones de otros veteranos y algunos comentarios, para los cuales pido de antemano la indulgencia de los entendidos y la paciencia de los desentendidos.

C o in c id e n c ia s y d if e r e n c i a s c o n l a IC

En aquel tiempo los revolucionarios colombianos no se oponían a la IC o Komintern.* La adhesión a la IC les permitía a los socialistas establecer coordinación con el movimiento obrero internacional y también necesitaban de su apoyo; entendían que la revolución tenía un aspecto internacional y al condenar en el Congreso la expansión del imperialismo norteamericano y vigorizar sus contactos con otras organizaciones revolucionarias de América, acrecentaban ese aspecto internacional.

Pero aquí surge una primera pregunta: ?en qué se identificaban con la IC y qué los separaba de ella¿

Las referencias, los escritos que se conservaron, los discursos, la plata­forma, el posterior programa, pero sobre todo los hechos, registrados en su

El Komintern surgió como el Estado Mayor de la Tercera Internacional para centralizar los partidos comunistas en forma rigurosa, trazando para todos ellos su estrategia y su táctica, siendo, por tanto, un centro único de dirección mundial y dejando en la práctica sin independencia a ningún partido. El PC soviético tenía influencia total en la Tercera Internacional.

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M a r ía T ila U r ib e

momento por los periódicos, son indicadores que pueden llevar a reflexionar pese a que no se ha vislumbrado por ninguna parte una polémica rica sobre estos temas. Es evidente una formulación marxista en su plataforma, por las conclusiones, necesariamente desprendidas de análisis y además, de acuerdo con los postulados en aquel momento de la Tercera Internacional (línea que vino a ser abandonada en 1935, a raíz del ascenso del fascismo al poder). Se hablaba por entonces de “clase contra clase” para referirse a la lucha del proletariado contra la burguesía hacia el socialismo. De acuerdo con su visión, los socialistas-revolucionarios colombianos al adherirse a la 1C se adherían al mundo del futuro. Cuestión diferente es que como socia­listas no existieran para la IC, puesto que una de las 21 condiciones para el ingreso a ella era precisamente abolir ese nombre. La respuesta llegó hasta después de pasados tres años.

En cuanto a la diferencia, ella estaba en el contenido asignado a los términos porque no eran los mismos. El PSR arrancaba con una composición social amplia, reivindicaba al campesinado como el sector mayoritario, resal­taba de los indígenas su personalidad al conservar sus costumbres, lenguas y formas colectivas de trabajo como bases materiales. En el término clase obrera -com o vimos anteriorm ente- incluían al artesanado y en general a la gente que soportaba injusticias y pobreza entre ellos los artistas, escritores, periodistas y demás trabajadores de la cultura: "obreros de la cultura" les lla­maban. Ninguno de estos sectores ocupaba para el PSR un sitio exclusivo, es decir, eran igualitarios.

Estas apreciaciones (o caracterizaciones) que hacía el PSR contraria­ban la teoría de que el campesinado era una fuerza de pequeños propietarios ávidos de tierra, de riqueza y por lo tanto antisocialistas, pensamiento generalizado de los comunistas europeos. Sobre esto polemizaba la IC; esa visión sostenía, además, la supremacía del proletariado y la sujeción del campesinado a este último. El otro ingrediente era la realidad indígena, de la que no se ocupó la IC, pero que para el caso de América Latina y Colombia era fundamental. En sus escritos Tomás usaba la expresión "go­bierno obrero y cam pesino", pero haciendo referencia a los indígenas y con dos particularidades: la primera, considerándolos como parte del sector campesino, con especiales características; la segunda, no supeditándolos a los campesinos o al proletariado. Reconoció la existencia de un problema indígena en particular: el proletariado debía orientar su política en defensa de sus propias reivindicaciones pero respetando las de los indígenas y aso­ciando las dos hacia un mismo objetivo. En otra parte del mismo artículo

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Bajo el signo de la esperanza (Ano del tercer congreso)

anotaba, ya refiriéndose a la cuestión indígena: "El partido del proletariado orienta su política en el sentido de asociar a las suyas las reivindicaciones de los indígenas". (Ver anexo 2).

Si bien este vocabulario coincidía parcialmente con el de la IC, el enfoque y análisis de las notas y artículos de Tomás, tanto para referirse al problema agrario que fue al que más atención dio, como a otros temas, no utilizó aquella denominación de "dictadura del proletariado". Es proba­ble que él y obviamente sus compañeros vieran algunas noticias sobre las polémicas de la IC.

Esas discusiones que eran el plato fuerte en Europa, eran también novedad y el tema preferido de los círculos “cultos” en Bogotá. Los debates sobre las tendencias y las inconsecuencias de la Segunda Internacional en los años 22, 23 Y 24 se dieron sobre todo en el ambiente ameno de la tin­torería de Savinski, donde se entendía el marxismo de diversas maneras.* Pero al materializarse el trabajo revolucionario, las polémicas y los escasos libros que despertaron interés no fueron suficientes (no podían serlo). Para Tomás -lo repetía en las reuniones y almuerzos domingueros de su última vivienda- esos análisis no se desprendieron de los libros sino de la comprensión de la realidad indígena. Siempre admiró la conciencia de su propio valor, opuesta -d ecía- como lo propio y auténtico, a la inautèntica y ajena civilización europea. Para él era determinante el papel de los indígenas en el proceso social colombiano: su resistencia para que subsistieran, sus culturas. Resaltaba el peso de las intervenciones y la presencia de Quintín Lame en los dos primeros Congresos.

Afirmar que en el PSR se precisaron las discrepancias con la IC es jus­tamente lo que no hay que decir porque sería ir más allá de las circunstancias conocidas. Recordemos que la documentación del Tercer Congreso corrió la misma suerte de las anteriores y para completar, también desapareció el informe escrito que Tomás llevó a la famosa reunión denominada “Amplia­do” en 1930. ¡Qué inmenso vacío para la historia de aquella organización! ¡Qué lamentable que esas evidencias no hubieran servido para preservar la memoria viva de nuestro pasado!

' Luis Tejada en el Primer Congreso anotaba: “Esos 21 puntos no solo dejan la libertad; sino “que expresan la necesidad de que cada partido socialista afiliado a la Tercera Inter­nacional, conserve o asuma una fisonomía nacional, acorde con los problemas particula­res del país donde exista o nazca". ("El Espectador", mayo 7 de 1924)

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M a r ia T u a U r ib e

Una segunda pregunta: ¿pasaron por alto la cuestión del nombreí Los dirigentes del momento, o por lo menos su núcleo central si bien se defi­nían como revolucionarios se llamaban a sí mismos comunistas, solo que al interior de su partido. Si no tomaron en consideración ese nombre ni lo exigieron al conjunto de miembros y no lo hicieron público, fue porque creyeron que lo acertado para Colombia era la creación de un PSR, que con un lenguaje propio y una comprensión de la realidad nacional -de la que eran capaces- le diera cauce a sus objetivos. "Ese nombre despertaba resistencias", afirmaban y fueron cautos en aquellos años. El núcleo que he llamado central no ignoraba que nuestro pueblo y por tanto la base social de su partido, especialmente la femenina, era católica. Otro de los razonamientos fue el de Torres Giraldo: "Los delegados", en su gran mayoría, estábamos en la brecha del comunismo (...) Sin embargo, recelamos de crear un partido comunista, sentimos temor de que pudiera aislarnos de las masas, de que llegáramos a constituir una secta!" (844).

Y por último: ¿De qué revolución hablaban¿ En varios países de América Latina y en otros (de los que hoy llamamos Tercer Mundo), estaba la discu­sión de qué se entendía por revolución, o mejor aún, qué tipo de revolución se debía impulsar. Algunos creían que la lucha debía ser para desarrollar el capitalismo y obtener así el propio desarrollo de la clase obrera, única llama­da a hacer la revolución, seguida de los demás sectores. Esto suponía entrar en alianza táctica con la burguesía progresista, no pelear con ella, porque era esta burguesía la que proporcionaba el desarrollo de la industrialización y tenía algún grado de independencia frente al imperialismo. La denominación para esta perspectiva era la de revolución democrático-burguesa.

Para otros se trataba de una lucha no interrumpida que diera paso a la revolución de tipo socialista, (en el futuro sería Cuba uno de esos ejemplos); en este caso, por lo general, hablaban de revolución agraria-antimperíalista. Sea como fuere se trató de dos concepciones diferentes que dividieron al mundo revolucionario (polémicas que cobran vigencia con las crisis y fra­casos de los partidos comunistas a nivel mundial).

En aquella época se partía de analizar si un país era capitalista o no lo era. Esto porque los teóricos marxistas (muchos de ellos personas por encima de toda sospecha) consideraban que los propietarios del campo, los latifundistas y los terratenientes no eran capitalistas, sino señores feudales que se oponían al desarrollo capitalista. A su juicio los capitalistas estaban representados básicamente por la burguesía industrial; de ahí que la lucha

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ Bajo el signo de la esperanza (Año del tercer congreso)

de los partidos comunistas fue, ante todo, antifeudal y procapitalista. La cuestión originó una de las más grandes confusiones asentadas por años. El quebradero de cabeza para los revolucionarios (sobre todo para los del Tercer Mundo) era en síntesis, si su lucha debía ser porque se desarrollara el capitalismo, por no existir, o si ella hacía parte de una lucha que pasara directamente hacia el socialismo.

Tomás creyó en esta última alternativa y así se entiende al leer con detenimiento sus cartas, diario y el único bloque de artículos que no se per­dió. El hacía referencia a: "terratenientes-rentistas, terratenientes- empresarios... Unos y otros son capitalistas; unos y otros son explotadores". Es decir, no hizo ningún tipo de contradicción: "Si se es terrateniente se es capitalista". Hizo referencias al hecho de que en Colombia sí existía un capitalismo y ana­lizó por qué. Inclusive habló de los "capitalistas mestizos", y de "burguesía mestiza". Este fue un punto de clarificación respecto a cuál era la etapa que él preveía para el futuro.

En cuanto a su diario (escrito en 1929), en él aludía a su partido como la organización que había iniciado la ruptura con el imperialismo tanto inglés como norteamericano, su lucha contra el capitalismo y todas las desventuras que este acarreaba, sin desconocer que introducía la modernización al mo­dificar las estructuras feudales. En la lectura de esas páginas su prosa, que había seguido el pulso de los terribles acontecimientos de la Zona Bananera, también tenía la capacidad de desenmascarar el oportunismo y la traición, y el trasfondo de cada tema era obsesivo: desarrollar métodos opuestos a la politiquería criolla... en fin, eran ideas anotadas como políticas que habían sido del PSR. Lo que no aparecía por ninguna parte era el tema de fortalecer el capitalismo, ni saludaba su crecimiento (o sea que su camino no era el europeo ni tenía una imagen lineal del etapismo*.

Es interesante señalar que en alguno de sus artículos apuntó: "La revolución agraria que favorezca a los campesinos pobres y medios con la entrega de tierras, la colectivización de las mismas, el trabajo moderno de la tierra a través de Ia técnica y los sistemas de mercadeo, no serán posibles dentro de! capitalismo "El paso de la revolución agraria-anti-imperialista a la revolución socialista será

’ Para analizar diferencias y particularidades producidas en el mundo a través del tiempo, el materialismo histórico señaló grandes etapas: comunidad primitiva, esclavismo, feuda­lismo, capitalismo. ...formas que no en todas partes del mundo tuvieron características similares ni se produjeron en la misma época. El desarrollo de las organizaciones sociales ha sido diferente en Europa, Asia y Africa, o América. Esta teoría agregó en continuidad y hacia el futuro otros reagrupamientos: el socialismo y finalmente el comunismo.

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M a r ía T il a U r ib e

rápido". Estas ideas de Tomás muestran algunas metas o inquietudes que tanto él como sus compañeros suponían para una Colombia socialista. Sin embargo, como no se consumía marxismo y estos temas no eran de manejo común por esos años, la disparidad con la IC no tuvo un giro nítido como el que se le dio en el Perú y en otras partes... O por lo menos no quedaron registros de debates. (Esos análisis tomarían mucha fuerza treinta años más tarde a la luz de las revoluciones china y cubana). Entonces otras eran sus preocupaciones: debían prepararse para resistir el gobierno de Abadía Méndez, del cual estaban seguros, seguiría ensombreciendo gradualmente la historia de Colombia y por tanto alistarse para vivir una experiencia en la que el horizonte era de desafío.

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