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Catedra: AZNAR - SAGUIR APUNTE 3222
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Materia: SIST. POLI. COMPARADOS
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UNIDAD 4
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EJE 1: LOS PARTIDOS POR DENTRO.
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- ESTRUCTURAS DE DIVISIÓN, SIETEMAS DE PARTIDOS Y ALINEAMIENTOS ELECTORALES. (LIPSET / ROKKAN) - MODELOS DE PARTIDOS. CAP. 2, 3 Y 4. (PANEBIANCO) - PARTY MODELS. (KROUWEL) - LA SUPREMACÍA DEL PARTIDO DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS. (KATZ / MAIR) - EL PARTIDO BUROCRÁTICO DE MASAS Y EL PARTIDO PROFESIONAL ELECTORAL. (PANEBIANCO)
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10. ESTRUCTURAS DE DIVISIÓN, SISTEMAS DE PARTIDOS Y ALINEAMIENTOS ELECTORALES

por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan

Formulaciones iniciales

T e m a s p a r a e l a n á l i s i s c o m p a r a d o

Los análisis reunidos en este trabajo abordan una serie de cuestiones fundamenta­les de la sociología política comparada.

El primer grupo de temas se relaciona con la génesis del sistema de contrastes y di­visiones en una comunidad nacional: ¿Qué conflictos se presentan primero y cuáles des­pués? ¿Cuáles resultaron ser temporales y secundarios? ¿Cuáles obstinados y omnipre­sentes? ¿Cuáles se mezclaron entre sí y produjeron coincidencias entre aliados y enemi­gos, y cuáles se reforzaron mutuamente y polarizaron a la ciudadanía nacional?

El segundo grupo de temas se centra en las condiciones para el desarrollo de un sistema estable de divisiones y oposiciones en la vida política nacional: ¿Por qué algunos conflictos tempranos establecieron oposiciones de partidos y otros no? ¿Qué puntos de vista e intereses contrapuestos de la comunidad nacional produjeron oposición directa en­tre partidos y cuáles se agruparon dentro de los amplios frentes de los partidos? ¿Qué condiciones favorecieron agrupaciones amplias de grupos de oposición, y cuáles ofrecie­ron mayor incentivo para la articulación fragmentada de intereses únicos o de causas es­trictamente definidas? ¿En qué medida afectaron a estos procesos los cambios en las con­diciones legales y administrativas de la actividad política, la ampliación de los derechos de participación, la adopción del voto secreto y la creación de controles rigurosos de la corrupción electoral, y la conservación de la pluralidad de decisiones o la implantación de algún tipo de representación proporcional?

El tercer y último grupo de temas se refiere al comportamiento de la masa de ciu­dadanos corrientes en los sistemas de partidos resultantes: ¿Con qué rapidez los partidos fueron capaces de obtener apoyo entre las nuevas masas de ciudadanos con derecho a voto y cuáles eran las características básicas de los grupos de votantes movilizados por cada partido? ¿Qué condiciones favorecieron y qué condiciones obstaculizaron las tareas de movilización de cada partido en los diferentes grupos de la masa ciudadana? ¿Con qué

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rapidez los cambios en las condiciones económicas, sociales y culturales, producidos por el estancamiento o crecimiento económico, se tradujeron en cambios en las fuerzas y en las estrategias de los partidos? ¿Cómo influyó el éxito político en los índices de movili­zación y en la obtención de nuevos apoyos a cada partido? ¿Los partidos reclutaron nue­vas clientelas y cambiaron de seguidores al demostrar su viabilidad como canales de in­fluencia en los procesos de elaboración de decisiones?

Éstos son algunos de los temas que esperamos aclarar. Hemos reunido análisis de datos sobre las condiciones económicas, sociales y culturales de oposiciones partidistas y de reacciones del electorado en doce sistemas políticos competitivos en la actualidad y uno que fue competitivo anteriormente. Diez de los doce sistemas competitivos son oc­cidentales: cinco angloparlantes, tres europeos continentales y dos nórdicos. España es el sistema que fue competitivo y luego autoritario. Los dos casos que no pertenecen a Oc­cidente son Brasil y Japón.

Todos estos análisis tienen una importante dimensión histórica. La mayoría de ellos se centra en datos que corresponden a elecciones celebradas en los años cincuenta, pero todos nos enfrentan de un modo u otro con la comparación de desarrollos-, para entender los alineamientos concretos de los electores que respaldan a cada uno de los partidos, de­bemos diseñar el mapa de las variaciones en las secuencias de alternativas establecidas por los ciudadanos activos y pasivos de cada sistema desde que surgió una política com­petitiva. Los partidos no se presentan simplemente de novo al ciudadano en cada elec­ción. Cada uno de ellos tiene una historia, y también la tiene el conjunto de alternativas que ofrecen al electorado. En estudios de una nación concreta no siempre debemos tener en cuenta esta historia al analizar alineamientos contemporáneos: suponemos que los par­tidos son «hechos dados» e igualmente visibles para todos los ciudadanos de la nación. Pero, cuando entramos en análisis comparativos, es necesario añadir una dimensión his­tórica. No podemos simple y llanamente explicar el sentido de las variaciones en los ali­neamientos actuales sin datos detallados de las diferencias en los procesos de formación de los partidos y en el carácter de las alternativas ofrecidas a los electorados antes y des­pués de la ampliación del sufragio.' Debemos efectuar nuestros análisis comparativos en varias etapas. Primero tenemos que considerar los procesos iniciales para llegar a la po­lítica competitiva y a la institucionalización de las elecciones masivas, luego debemos de­senredar la maraña de divisiones y oposiciones que produjeron el sistema nacional de or­ganizaciones de masas para la acción electoral y entonces y sólo entonces podremos apro­ximamos a cierta comprensión de las fuerzas que producen los alineamientos actuales de

1. A veces los analistas de una sola nación muestran muy poca conciencia de esta dimensión histórica de la in­vestigación política: Bemard Berelson y sus colegas se preguntan en su capítulo teórico final de Voting (University o f Chi­cago Press, Chicago, 1954), por qué «han sobrevivido democracias a lo largo de los siglos» (p. 311, la cursiva es nuestra). Lo problemático de este enunciado poco riguroso no es el error del dato histórico (sólo los Estados Unidos habían tenido política competitiva y sufragio casi universal durante más de cien años, aunque sólo para varones blancos, y la mayoría de los Estados de Occidente no alcanzaron la etapa de la democracia con sufragio pleno antes de finales de la primera guerra mundial) sino el supuesto de que la democracia de masas tiene una historia tan larga que los acontecimientos de las pri­meras etapas de movilización política no ejercen ya ninguna influencia en los alineamientos electorales de hoy. En reali­dad, en la mayoría de los estados de Occidente los procesos decisivos de formación de partidos se desarrollaron en las dé­cadas inmediatamente anteriores y posteriores a la ampliación del sufragio, y estos mismos acontecimientos aún estaban vivos en el recuerdo personal de grandes sectores de los electores en la década de 1950.

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votantes que están detrás de las alternativas históricamente dadas. En las democracias oc­cidentales raras veces se convoca a los votantes para que manifiesten su posición sobre temas sueltos. Lo habitual es que se enfrenten a elecciones entre «paquetes» histórica­mente dados de programas, compromisos, actitudes y, a veces, Weltanschauungen-, y su comportamiento actual no puede entenderse sin cierto conocimiento de las series de acon­tecimientos y las combinaciones de fuerzas que produjeron esos «paquetes». Nuestra ta­rea es elaborar modelos realistas que puedan explicar la formación de los diferentes sis­temas de «paquetes» de este tipo bajo diferentes condiciones de desarrollo socioeconó­mico y de política nacional, y ajustar la información sobre estas variaciones del carácter de las alternativas a nuestros planes para el análisis de la conducta electoral actual. Te­nemos la esperanza de aclarar los orígenes y la «solidificación» de diferentes tipos de sis­temas de partidos, y pretendemos reunir materiales para el análisis comparativo de los alineamientos actuales de votantes que están detrás de los «paquetes» de alternativas his­tóricamente dados en los diferentes sistemas.

En este trabajo nos limitaremos a unos cuantos casos de comparación sobresalien­tes. Para un estudio plenamente comparativo de los sistemas de partidos y de los alinea­mientos electorales en Occidente, y más aún de los sistemas competitivos en otras regio­nes del mundo, hay que esperar a que se completen una serie de análisis sociológicos de­tallados sobre desarrollos políticos nacionales.^ Analizaremos primero una tipología de las bases de división posibles dentro de comunidades políticas nacionales; pasaremos lue­go a considerar los sistemas de partidos concretos actuales de países occidentales y, por último, señalaremos la importancia de las diferencias entre los sistemas de partidos en los alineamientos de los votantes según las alternativas entre las que se les pide que elijan. En esta última sección prestaremos atención a alineamientos basados en criterios socio- culturales tan evidentes como región, clase y credo religioso, pero también a alinea­mientos basados en criterios estrictamente políticos de pertenencia a grupos de «noso­tros» frente a los «ellos». Consideraremos la posibilidad de que los propios partidos se constituyan en polos de atracción significativos y produzcan sus propios alineamientos independientemente de soportes geográficos, sociales y culturales.

DIVISIÓN, SISTEMAS DE PARTIDOS Y ALINEAMIENTOS ELECTORALES 2 3 3

E l p a r t i d o POLÍTICO: AGENTE DE CONFLICTO E INSTRUMENTO DE INTEGRACIÓN

«Partido» ha significado, a lo largo de la historia de la política de Occidente, divi­sión, conflicto, oposición dentro de un cuerpo político.' «Partido» deriva etimológica­mente de «parte» y desde que apareció por primera vez en el discurso político, al final de

2. Hay un estudio de intentos recientes de elaborar «historias estadísticas de evoluciones políticas nacionales» enS. Rokkan, «Electoral Mobilization, Party Competition and National Integration», capítulo de J. LaPalombara y Myron Weiner, eds.. Political Parties and Political Development, Princeton Univ. Press, Princeton, 1966.

3. Hay un análisis sumamente ilustrativo del papel de la teoría de los partidos en la historia del pensamiento po­lítico en Erwin Faul, «Verfenmung, Duldung und Anerkennung des Parteiwessens in der Geschichte des politischen Den- kens», Pol. Viertelj.schr. 5(1), marzo 1964, pp. 60-80.

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la Edad Media, ha conservado siempre esta referencia a un conjunto de elementos en competición o en discusión con otra serie de elementos en un conjunto unificado.

Se objetará que, como el siglo xx nos ha proporcionado una abundancia de parti­dos monolíticos, partidos totalitarios y «sistemas unipartidistas», ello sugiere otro senti­do del término, un uso divergente. Se trata de una vieja ambigüedad en su uso. Max We­ber en Wirtschaft und Geselltschaft analizaba la utilización de la palabra «partido» en descripciones de la política de las ciudades italianas medievales y afirmaba que los güel- fos florentinos «dejaron de ser un partido» en sentido sociológico cuando se constituyeron en parte de la burocracia gobernante de la ciudad. Weber se negó explícitamente a acep­tar cualquier equivalencia entre «partido» como se utilizaba en las descripciones de la po­lítica voluntaria competitiva, y «partido» como se aplicaba a los sistemas monolíticos. Aunque la diferenciación tenga una evidente importancia analítica, hay, sin embargo, una unidad latente de uso. El partido totalitario no opera a través de la freie Werbung (la libre competencia en el mercado político) sino que es una parte de un conjunto mucho mayor y está en oposición a otras fuerzas dentro de ese conjunto. El partido totalitario típico está formado por la parte activa, movilizadora del sistema nacional: no compite con otros par­tidos por cargos y favores pero, aun así, procura movilizar al pueblo contra algo: contra fuerzas conspiradoras dentro de la comunidad nacional o contra las presiones amenazado­ras de enemigos extranjeros. Desde una perspectiva occidental, tal vez las elecciones no tengan mucho sentido en los sistemas totalitarios, pero cumplen, sin embargo, importantes funciones legitimadoras: son «rituales de confirmación» en una campaña continua contra la oposición «oculta», contra los adversarios ilegítimos del régimen establecido.

Sea cual sea la estructura de la organización política, los partidos han servido como agentes esenciales de movilización y han ayudado a integrar comunidades locales en la nación o en una federación más amplia. Esto sucedió con los primeros sistemas de parti­dos competitivos y sigue siendo básicamente cierto en las naciones con partido único de la era poscolonial. William Chambers, en su penetrante análisis de la formación del sis­tema de partidos estadounidense, ha reunido una amplia gama de indicios del papel inte- grador de los primeros partidos nacionales, los federalistas y los republicanos democráti­cos: fueron las primeras organizaciones auténticamente nacionales, y realizaron los pri­meros esfuerzos positivos para sacar a los norteamericanos de su comunidad local y de su Estado y asignarles papeles en la política nacional. Los estudios de partidos en las nuevas naciones del siglo xx llegan a conclusiones similares. Ruth Schächter ha demos­trado cómo las organizaciones unipartidistas africanas han sido utilizadas por los diri­gentes políticos para «despertar un sentido de comunidad nacional más amplio» y para

4. Hay un estudio general de los usos actuales del término «partido» en el marco de un análisis comparado de sistemas políticos monolíticos frente a pluralistas en Giovanni Sartori, Parties and Party Systems, Harper & Row, Nueva York, 1967.

5. «Wenn eine Partei eine geschlossene, durch die Verbandsordnung dem Verwaltungsstab eingegliederte Verge- selschaftung wird — wie z.B. die “parte Guelfa” ...— , so ist sie keine Partei mehr sondern ein Teilverhand des politischen Verbandes» (la bastardilla es nuestra), Wirtschaft und Gesellschaft, 4.' ed., Mohr, Tubinga, 1956,1, p. 168; véase la tentativa de traducción en The Theory o f Social and Economic Organization, The Free Press, Nueva York, 1974, pp. 409-410.

6. W. Chambers, Parties in a New Nation, Oxford University Press, Nueva York, 1963, p. 80.7. Ruth Schächter, «Single-Party Systems in W est-Africa», Amer. Pol. Sei. Rev., 55 (1961), p. 301.

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crear lazos de comunicación y de cooperación entre poblaciones étnica y territorialmen­te distintas.

Este proceso de integración puede analizarse en los sistemas de partidos competiti­vos en dos niveles: por una parte, cada partido establece una red de canales de comuni­cación locales conectados, y ayuda de este modo a reforzar las identidades nacionales; por otra, su misma competitividad ayuda a emplazar el sistema nacional de gobierno por encima de cualquier grupo concreto de funcionarios. Esto opera en ambos sentidos: se es­timula a los ciudadanos a diferenciar entre su lealtad al sistema político global y sus ac­titudes hacia los grupos de políticos en competencia, de modo que los que compiten por el poder tendrán, al menos si cuentan con alguna posibilidad de conseguir el cargo, cier­to interés en mantener esta vinculación de todos los ciudadanos al sistema político y sus reglas de relevo. En un sistema político monolítico no se estimula a los ciudadanos a di­ferenciar entre el sistema y los funcionarios que ocupan los cargos. La ciudadanía tiende a identificar la organización política con la política de dirigentes concretos, y los que de­tentan el poder explotan normalmente las lealtades nacionales asentadas para obtener apoyos personales. En estas sociedades cualquier ataque a los dirigentes políticos o al partido dominante tiende a convertirse en un ataque al propio sistema político. Las disputas sobre políticas concretas o titularidades concretas plantean inmediatamente pro­blemas fundamentales de supervivencia del sistema. En un sistema competitivo de parti­dos es muy posible que se acuse a los que detentan el poder de debilitar al Estado o de traicionar las tradiciones de la nación, pero la existencia continuada del sistema político no corre peligro. Un sistema competitivo de partidos protege a la nación contra el des­contento de sus ciudadanos: los agravios y los ataques se desvían del sistema global y se dirigen hacia el grupo de los que detentan el poder en ese momento.*

Sociólogos como E. A. Ross y George Simmel"’ han analizado el papel integrador de los conflictos institucionalizados en los sistemas políticos. La creación de canales regulares para la expresión de conflictos de intereses ha ayudado a estabilizar la estructura de un gran número de Estados-nación. La equiparación efectiva del estatus de diferentes credos ha ayu­dado a matizar los anteriores conflictos sobre cuestiones religiosas. La ampliación del su­fragio y práctica de la libertad de expresión política ayudaron también a reforzar la legiti­midad de los Estados-nación. La apertura de canales para la expresión de conflictos mani­fiestos o latentes entre las clases asentadas y las subprivilegiadas puede haber desequilibrado algunos sistemas en su primera fase pero, a la larga, fortaleció el cuerpo político.

Esta dialéctica conflicto-integración tiene un interés básico en la investigación ac­tual sobre la sociología comparativa de los partidos políticos. Lo que pretendemos en este análisis es abordar los partidos como alianzas en conflicto sobre políticas y fidelidades a valores dentro de un cuerpo político más amplio. Los partidos ejercen una doble fasci­nación en el sociólogo. Ayudan a cristalizar y a hacer explícitos los intereses contrapues-

8. Hay un análisis general de este proceso en S. M. Lipset y otros, Union Democracy, The Free Press, Nueva York, 1956, pp. 268-269.

9. E. A. Ross, The Principies o f Sociology, Century, Nueva York, 1920, pp. 164-165 («Sus propios conflictos in­temos cosen a la sociedad manteniéndola unida.»)

10. G. Simmel, Soziologie. Duncker & Humblot, Berlín, 1923 y 1958, cap. IV; traducción inglesa, Conflict and the Web o f Group Affiliation, The Free Press, Nueva York, 1964.

DIVISIÓN, SISTEMAS DE PARTIDOS Y ALINEAMIENTOS ELECTORALES 235

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tos y los contrastes y tensiones latentes de la estructura social existente, y fuerzan a los ciudadanos a aliarse entre ellos por encima de las líneas de división estructurales así como a establecer prioridades entre sus fidelidades hacia los papeles establecidos o even­tuales del sistema. Los partidos tienen una función expresiva-, elaboran una retórica para la traducción de los contrastes de la estructura social y cultural en exigencias y presiones para la acción o la no acción. Pero tienen también funciones instrumentales y represen­tativas-, fuerzan a los portavoces de los diversos puntos de vista e intereses contrapuestos a llegar a acuerdos, a escalonar peticiones y a agregar presiones. Los partidos pequeños pueden contentarse con funciones expresivas, pero ningún partido puede tener la espe­ranza de llegar a ejercer una influencia decisiva en los asuntos de una comunidad sin cier­ta voluntad de superar las divisiones existentes para establecer frentes comunes con ad­versarios y enemigos potenciales. Esto sucedió en la primera etapa de las formaciones partidistas embrionarias en tomo a agmpaciones y clubes de notables y legisladores, pero la necesidad de alianzas más amplias se agudizó al ampliarse los derechos de participa­ción a nuevos estratos de la ciudadanía.

Los partidos que aspiran a posiciones mayoritarias en Occidente son conglomera­dos de grupos que discrepan en amplias gamas de cuestiones, pero, sin embargo, están unidos por su mayor hostilidad hacia sus competidores de los otros campos. Pueden sur­gir conflictos y controversias de una gran variedad de relaciones en la estructura social, pero sólo unos pocos tienden a polarizar la política de un sistema determinado. Hay una jerarquía de bases de división en cada sistema y estos órdenes de primacía política no sólo varían entre Estados, sino que tienden también a experimentar cambios con el tiem­po. Estas diferencias y cambios del peso político de las divisiones socioculturales plan­tean problemas fundamentales en la investigación comparada: ¿Cuándo es más probable que resulte polarizadora la pertenencia a una región, una lengua o una raza? ¿Cuándo al­canzará preeminencia la clase social? ¿Cuándo serán bases de división igualmente im­portantes las fidelidades de credo y las identidades religiosas? ¿Qué circunstancias es más probable que favorezcan el acuerdo de esas oposiciones dentro de los partidos y en qué circunstancias es más probable que constituyan problemas entre los partidos? ¿Qué tipos de alianzas tienden a maximizar la tensión sobre el Estado y cuáles ayudan a integrarlo? Cuestiones como éstas estarán en el programa de la sociología política comparada du­rante los años futuros. No es que falten hipótesis, pero se ha hecho muy poco hasta el momento en relación con el análisis sistemático de varios sistemas. Se ha dicho a menu­do que los sistemas estarán sometidos a una tensión mucho mayor si las principales lí­neas de división se relacionan con la moral y la naturaleza del destino humano que si se refieren a cuestiones negociables y mundanas como los precios de los artículos, los dere­chos de deudores y acreedores, los salarios y beneficios y el control de la propiedad. Sin embargo, esto no nos lleva demasiado lejos; lo que queremos saber es cuándo un tipo de división destacará más que otro, qué clases de alianzas han producido y qué consecuen­cias ha tenido este conjunto de fuerzas en la elaboración del consenso en el Estado na­cional. No pretendemos encontrar soluciones claramente definidas, pero hemos intentado empujar el análisis un paso más allá. Empezaremos revisando una serie de fuentes lógi­camente posibles de tensiones y oposiciones en estmcturas sociales y pasaremos luego a

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elaborar un inventario de los ejemplos empíricamente existentes de expresiones políticas de cada tipo de conflictos. En este contexto no hemos intentado ofrecer un esquema glo­bal de análisis, pero nos gustaría señalar una posible vía de aproximación.

D i m e n s io n e s d e d i v i s i ó n : u n m o d e l o p o s i b l e

El tan debatido esquema cuádruple de Talcott Parsons para la clasificación de las funciones de un sistema social aporta un punto de partida útil para un inventario de las bases potenciales de división.

El esquema cuádruple apareció por primera vez en Working Papers in the Theory o f Action y partía de una clasificación cruzada de cuatro alternativas básicas de orienta­ción en los papeles adoptados por agentes en los sistemas sociales:

C ategorización de objetos situacionales

A ctitudes hacia objetos

Funciones correspondientes para el sistem a

L Universalismo IIL Especificidad Adaptaciónf r e n te a f r e n te aParticularismo Dispersión Integración

IL Actuación IV. Afectividad Logro def r e n te a f r e n te a ObjetivosCalidad Neutralidad Latencia:

pauta mantenimiento y alivio tensión

Este esquema abstracto sirvió como paradigma básico en una serie de intentos su­cesivos de cartografiar los flujos y los medios de intercambio entre los agentes y las co­lectividades dentro de sistemas sociales o de sociedades territoriales totales. El paradig­ma planteaba cuatro subsistemas funcionales de cada sociedad y seis líneas de intercam­bio entre cada par (fig. 10.1).

Tres de estas series de intercambios tienen interés crucial para el sociólogo político: Este desea saber cómo las colectividades solidarias, las comunidades latentes de in­

tereses y perspectivas, y las asociaciones y movimientos manifiestos dentro de una so-

"■ itT' ^ y Working Papers in the Theory o f Action, The Free Press, Nueva York195J, caps. Ill y IV.

' 2. El primer desarrollo amplio del esquema se encuentra en T. Parsons y N. J, Smelser, Economy and Society Routledge, Londres, 1956. Una reformulación simplificada en T. Parsons, «General Theory in sociology» en R K M er­ton y otros eds., Sociology Today, Basic Books, Nueva York, 1959. Se bosquejaron amplias revisiones del esquema en T P^sons, «Pattern Variables Revisited», Am. Socio!. Rev. 25 (1960), pp. 467-483, y han sido expuestas con más detalle en «On the Concept o f Political Power», Proc. Amer. Philos. Soc., 107 (1963), pp. 232-262. Hay una intento de utilizar el es­quema parsoniano en el análisis político en W illiam Mitchell, The Polity, The Free Press, Nueva York 1962- véase tam bien Soaological Analysis and Politics: The Theories o f Talcott Parsons, Prentice Hall, Englewood Cliffs N J 1967

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2 3 8 DIEZ TEXTOS BASICOS DE CIENCIA POLÍTICA

PERSPECTIVA TEMPORAL

Instrumental Consumador

Subsistema adaptativo ^

= La Economía- Movilización de recursos

•Qoo<LUQOÜO

Logro ► objetivo

= La Política

^ MantenimientoE pautaf = familias ■*— Escuelas

lealtad, solidaridad, compromiso -

Subsistema íntegrador

. = El Público "Comunidades" Asociaciones

F ig . 10. L E l p a ra d ig m a p a rs o n ia n o d e in te rc a m b io s so c ia le s .

ciedad territorial determinada limitan las alternativas e influyen en las decisiones de los dirigentes del gobierno y de sus organismos ejecutivos: todos ellos son procesos de in­tercambio entre los subsistemas I y O.

También quiere saber lo dispuestos o lo reacios que son los sujetos individuales y las familias de la sociedad a dejarse movilizar para la acción por los diversos movimien­tos y asociaciones, y cómo deciden en casos de rivalidad y conflicto entre diferentes agentes movilizadores: todas éstas son cuestiones sobre intercambios entre los subsiste­mas L e í .

Por último, le interesa localizar regularidades en la conducta de familias y sujetos individuales en sus intercambios directos (L a O, O a L) con los órganos territoriales de gobierno, ya sea en el cumplimiento de normas legales, como contribuyentes y como po­tencial humano reclutado, o como votantes en elecciones y consultas institucionalizadas.

13. Parsons ha especificado las «entradas» y «salidas» del intercambio 1-0 en estos términos:

Apoyo generalizado

O: ESTADOJefatura efectiva

Defensa de políticas

Decisiones vinculantes

PUBLICO: /

Véase «Voting and the Equilibrium o f the American Political System», en E. Burdick y A. Brodbeck, eds., American Vo­ting Behavior, The Free Press, Nueva York, 1959, pp. 80-120.

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Pero no pretendemos abordar todos los intercambios entre I y O, entre 1 y L, o en­tre L y O. Sólo nos interesan los intercambios I-O en cuanto fomentan el desarrollo de sistemas de partidos competitivos, y los intercambios I-L en la medida en que ayudan a establecer vínculos claros de pertenencia, identificación y disposición a la movilización entre ciertos partidos y ciertas categorías de sujetos y de familias. Y no nos interesan en absoluto los intercambios L -0 , sino sólo los que se expresan en elecciones y en organi­zaciones para la representación formal.

De acuerdo con el paradigma parsoniano nuestras tareas son en realidad cuá­druples;

1. Primero debemos examinar la estructura interna del cuadrante I en una serie de sociedades territoriales: ¿Qué divisiones se habían manifestado en la comunidad na­cional en las primeras fases de consolidación y qué divisiones surgieron en las fases sub­siguientes de centralización y crecimiento económico? Abordaremos cuestiones de este tipo en la sección siguiente.

2. A continuación, nuestra tarea es comparar series de intercambios I-O para lo­calizar regularidades en el proceso de formación de partidos. ¿Cómo encontraron expre­sión política las divisiones heredadas y cómo la organización territorial del Estado-na- ción, la división de poderes entre gobiernos y parlamentos y la ampliación de los dere­chos de participación y consulta influyeron en la formación de alianzas y oposiciones entre tendencias políticas y movimientos y acabaron produciendo un sistema de partidos diferenciado? En las dos secciones siguientes nos ocuparemos de cuestiones relacionadas con estos problemas.

3. Nuestra tercera tarea es estudiar las consecuencias de estos fenómenos para los intercambios I-L. ¿Qué identidades, qué solidaridades, qué experiencias comunes pudie­ron reforzar y utilizar los partidos emergentes y cuáles tuvieron que suavizar o ignorar? ¿En qué sector de la estructura social les fue más fácil a los partidos encontrar apoyo es­table y dónde hallaron las barreras más impenetrables de recelo y rechazo? Abordaremos estas cuestiones en la sección final.

4. Y nuestra tarea final es aplicar todos estos datos al análisis de los intercambios L -0 en el funcionamiento de las elecciones y el reclutamiento de representantes. ¿Hasta qué punto las distribuciones electorales reflejan divisiones estructurales en la sociedad concreta de que se trata? ¿Cómo influye en la conducta electoral la disminución de alter­nativas que trae consigo el sistema de partidos? ¿Hasta dónde son obstaculizadas las ten­tativas de adoctrinamiento y movilización, debido a la formación de una maquinaria elec­toral políticamente neutral, la formalización y regularización de procedimientos y la im-

14plantación del voto secreto?

14. Talcott Parsons, en una comunicación privada, ha señalado una serie de dificultades en este enunciado: hemos singularizado los atributos funcionales dominantes de una serie de actos políticos concretos sin considerar sus diversas fun­ciones secundarias. Es evidente que un voto puede considerarse un acto de apoyo a un movimiento concreto (¿-/) o a un grupo concreto de dirigentes (1-0) así como una ficha en la interacción directa entre familias y autoridades territoriales cons­tituidas (L-O). Nuestra idea es que, en el estudio de política electoral de masas en los sistemas competitivos de Occidente, hay que establecer una diferenciación básica entre el voto como una forma normal de legitimación (al representante elegido- le legitiman los votos efectivos, incluso los de sus adversarios) y el voto como expresión de lealtad al partido. La regulari-

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240 DIEZ TEXTOS BÁSICOS DE CIENCIA POLÍTICA

Bajo esta interpretación del esquema parsoniano hay un modelo simple de tres fa­ses del proceso de formación de la nación:

En la primera fase los esfuerzos de penetración y regularización que parten del cen­tro nacional aumentan las resistencias territoriales y plantean problemas de identidad cul­tural. La frase «¿Soy virginiano o norteamericano?» de Robert E. Lee es una expresión típica de las tensiones 0 -L que se generan en el proceso de formación de la nación.

En la segunda fase estas oposiciones locales a la centralización producen una va­riedad de alianzas entre las comunidades de la nación: los destinos comunes de las fa­milias de la casilla L generan asociaciones y organizaciones en la casilla I. En algunos casos estas alianzas pondrán a una parte del territorio nacional contra otra. Este es el caso típico de países donde convergen una serie de lealtades contrarias al orden establecido: étnicas, religiosas y de clase, en Irlanda bajo el dominio británico; de lengua y clase en Bélgica, Finlandia, España y Canadá. En otros casos las alianzas tenderán a extenderse por la nación y a enfrentar a adversarios en todas las localidades. En la tercera fase, las alianzas de la casilla / entrarán en la casilla O y lograrán cierto control, no sólo del uso de recursos nacionales centrales (intercambios O-A), sino también sobre la canalización de los flujos de legitimación de L a O. Esto puede materializarse en reformas electorales, en cambios en los procedimientos de registro y votación, en nuevas normas de agrega­ción electoral, y en ampliaciones de las esferas de intervención legislativa.

Este modelo puede desarrollarse en varias direcciones. Hemos decidido centrar la atención en las posibles diferenciaciones dentro de la casilla /: el lugar donde se forman los partidos políticos en las democracias de masas.

D i m e n s i o n e s d e d i v i s i ó n y a l i a n z a s

Dos dimensiones de división: la cultural-territorial y la funcional

Hasta el momento, Talcott Parsons ha prestado una atención sorprendentemente es­casa a las posibilidades de diferenciación interna dentro de la casilla I. Entre sus colabora­dores, Smelser ha dedicado mucho ingenio a elaborar un esquema abstracto para explicar reacciones y movimientos colectivos,' pero este procedimiento complejo de análisis nivel por nivel se centra básicamente en la aparición de manifestaciones aisladas y no aporta cla­ves directas para la clasificación y comparación de sistemas de movimientos sociales y par­tidos políticos en sociedades históricamente determinadas. No podemos tener la esperanza de llenar esta laguna de la literatura teórica, pero nos sentimos tentados a proponer una lí­nea de elaboración conceptual a partir del paradigma básico A-O-I-L. Nuestra propuesta es que las divisiones cruciales y sus expresiones políticas pueden ordenarse dentro del espacio bidimensional generado por las dos diagonales de la doble dicotomía (fig. 10.2).

zación de los procedimientos electorales y la formalización del acto de preferencia subrayaron esta diferenciación entre le­gitimación (L-O) y apoyo (L-/). Hay un análisis más amplio de estos fenómenos en S. Rokkan, «Mass Sufrage, Secret Vo­ting and Political Participation», Arch. Eur. Social., 2, 1961, pp. 132-152; y en T. Parsons, «Evolutionary Universals in So­ciety», Amer. Sociol. Rev., 29, junio de 1964, pp. 339-357, especialmente el análisis del artículo de Rokkan, pp. 354-356.

15. Neil J. Smelser, Theory o f Collective Behaviour, Routledge, Londres, 1962.

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DIVISIÓN, SISTEMAS DE PARTIDOS Y ALINEAMIENTOS ELECTORALES 241

Externo-consumador

oposiciones dentro de la élite nacional establecida

oposiciones de intereses

concretos

fCentro

Ejefuncional

local

Periferia

oposicionesideológicas

oposicioneslocales-regionales

Interno-instrumentai

Fig. 10.2. Una posib le interpretación de la estructura interna del cuadrante 1.

En este modelo las dicotomías parsonianas se han transformado en coordenadas continuas: la línea l-o representa una dimensión territorial de la estructura de división na­cional y la línea a-i una áime,nú6n funcional.'^

En el extremo / del eje territorial hallaríamos oposiciones estrictamente locales a abusos de las élites nacionales dominantes (o que aspiran al dominio) y de sus burocra­cias: las reacciones típicas de regiones periféricas, minorías lingüísticas y poblaciones culturalmente amenazadas debido a las presiones de la maquinaria de centralización, re­gularización y «racionalización» del Estado nacional. En el extremo g del eje hallaríamos conflictos, ya no entre unidades estructurales dentro del sistema, sino en tomo al control, la organización, los objetivos y las opciones políticas del sistema en su conjunto. Po­drían no ser más que luchas directas entre élites que compiten por el poder central, pero también podrían reflejar diferencias más profundas en tomo a concepciones de naciona­lidad, a prioridades domésticas y a estrategias extemas.

Los conflictos a lo largo del eje a-i recorren las unidades territoriales de la nación. Producen alianzas de familias y súbditos situados u orientados similarmente en amplios ámbitos de poblaciones y tienden a socavar la solidaridad tradicional de las comunidades territorialmente establecidas. En el extremo a de esta dimensión hallaríamos el conflicto característico sobre reparto a corto o a largo plazo de recursos, productos y beneficios de la economía: conflictos entre productores y compradores, entre obreros y patronos, entre prestamistas y prestatarios, entre arrendatarios y propietarios, entre contribuyentes y be­neficiarios. En este extremo los alineamientos son específicos y los conflictos tienden a

16. De acuerdo con las convenciones parsonianas utilizamos símbolos en minúscula para las partes de íufosiste- ma y mayúsculas para las partes de sistemas totales.

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resolverse mediante negociación racional, estableciendo normas de distribución universa­les. Cuanto más avanzamos hacia el extremo i del eje, más difusos son los criterios de alineamiento, más intensa es la identificación con el grupo «nosotros» y más tajante el rechazo del grupo «ellos». En el extremo i de la dimensión hallamos las típicas oposi­ciones «amigo-enemigo» de movimientos ideológicos o religiosos muy determinantes de la comunidad que les rodea. El conflicto no es ya sobre pérdidas o ganancias concretas sino sobre concepciones de verdad moral o sobre la interpretación de la historia y del des­tino humano; la pertenencia no es ya cuestión de afiliación múltiple en varias direccio­nes, sino una lealtad difusa de «jomada completa», incompatible con otros vínculos de la comunidad; y no hay ya comunicación que fluya libremente por encima de las líneas de división sino que está restringida y regulada para proteger el movimiento contra impure­zas y contra las semillas del pacto.

Las divisiones históricamente documentadas raras veces caen en los extremos de los dos ejes: un conflicto concreto raras veces es exclusivamente territorial o exclusiva­mente funcional, sino que se alimentará de tensiones de ambas direcciones. El modelo sirve básicamente como una red en el análisis comparativo de sistemas políticos: la tarea consiste en localizar las alianzas entre partidos en determinados momentos dentro de este espacio bidimensional. Los ejes no son fácilmente cuantificables y pueden no satisfacer ninguno de los criterios sobre una escala rigurosa; sin embargo, parecen heurísticamente útiles para propósitos como el nuestro de enlazar variaciones empíricas de estmcturas po­líticas con los conceptos actuales de la teoría sociológica.

Unos cuantos ejemplos concretos del origen de los partidos pueden ayudar a acla­rar las diferencias de nuestro modelo.

En Inglaterra, el primer Estado-nación que reconoció la legitimidad de las oposicio­nes partidistas, los conflictos iniciales fueron básicamente de los tipos que hemos situado en el extremo / del eje vertical. Los cabezas de familia independientes y propietarios de tierras de los condados se oponían a los poderes y las decisiones del gobierno y la admi­nistración de Londres. La oposición entre el «partido agrario» de caballeros e hidalgos y el «partido de la Corte y el Tesoro» de los magnates liberales y de los funcionarios fue en principio territorial. La animosidad de los conservadores no iba dirigida inevitablemente contra el predominio de Londres en los asuntos de la nación pero, sin duda, la provocaba la forma desdeñosa con que actuaban los funcionarios influyentes de la administración y sus poderosos aliados de los municipios. El conflicto no era sobre política general sino so­bre patronazgo y cargos. La aristocracia no recibió su cuota de los intercambios quid pro quo de influencia local en relación con los cargos del gobierno y nunca estableció un fren­te común claro contra los que detentaban el poder central. «El conservadurismo era, hacia 1750, más que nada la oposición de los dirigentes locales a la autoridad central y se esfu­mó cuando los miembros de esa clase entraron en la órbita del gobiemo.»”

Estas oposiciones particularistas, centradas en el parentesco, en oposiciones «interior- exterioD>, son comunes en las primeras fases de la formación de una nación: las clientelas

17. Lewie Namier, England in the Age o f the American Revolution, Macmillan, Londres, 1930, cita de la segun­da edición, 1961, p. 183.

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electorales son pequeñas, diferenciadas y fácilmente controlables, y lo que se puede ganar o perder en la vida pública tiende a ser personal y concreto más que colectivo y general.

Las oposiciones puramente territoriales raras veces sobreviven a las ampliaciones del sufragio. Dependerá mucho de la coordinación de las etapas cruciales de la formación de la nación: unificación territorial, instauración de un gobierno legítimo y monopoliza­ción de los órganos de violencia, el despegue hacia la industrialización y el crecimiento económico, el desarrollo de la instrucción popular y la incorporación de las clases más bajas a la política organizada. La primera etapa de la democratización no genera necesa­riamente marcadas divisiones según las líneas funcionales. El resultado inicial de una am­pliación del sufragio será con frecuencia una acentuación de los contrastes entre el cam­po y los centros urbanos, entre las creencias fundamentalistas-ortodoxas del campesina­do y de los habitantes de las poblaciones pequeñas y el secularismo que se nutre de las grandes ciudades y las metrópolis. En los Estados Unidos las divisiones eran caracterís­ticamente culturales y religiosas. Las luchjis entre los jeffersionanos y los federalistas, los jacksonianos y los conservadores, los demócratas y los republicanos se centraban en con­cepciones contrapuestas de la moral pública, y enfrentaban a puritanos y otros protestan­tes contra deístas, masones e irmiigrantes católicos y judíos.' La afluencia acelerada de inmigrantes de clase baja en las áreas metropolitanas y los centros industriales acentuó los contrastes entre los ámbitos culturales rural y urbano y entre los estados atrasados y avanzados de la Unión. Esta acumulación de divisiones territoriales y culturales en las primeras fases de democratización puede documentarse en todos los países. En Noruega, todos los campesinos con tierras en régimen de propiedad plena y la mayoría de los que las arrendaban obtuvieron el derecho de voto ya en 1814, pero hicieron falta varias dé­cadas para que se movilizaran para oponerse a los funcionarios del rey y al predominio de las ciudades en la economía nacional. Las divisiones cruciales que se manifestaron en los años setenta eran básicamente territoriales y culturales: las provincias estaban enfren­tadas a la capital; los campesinos, con creciente conciencia de Estado, defendían sus tra­diciones y su cultura frente a las pautas que les imponían la burocracia y la burguesía ur­bana. Curiosamente, la ampliación del sufragio a los trabajadores sin tierra en el campo y a los trabajadores sin propiedades en las ciudades no produjo una polarización inme­diata de la política sobre líneas de clase. Los temas de la lengua, la religión y la moral mantuvieron las divisiones territoriales en el sistema y pasaron por encima de los con­flictos entre los estratos más pobres y los más acomodados de la población. Sin embar­go, había variaciones significativas entre localidades y entre religiones: la «política de defensa cultural» inicial sobrevivió a la ampliación del sufragio en las comunidades igua­litarias del sur y del oeste, pero quedó atrás en la política de las comunidades económi­camente atrasadas y organizadas jerárquicamente del norte. El proceso que se produjo

18. Hay un análisis detallado del vínculo entre divisiones religiosas y alianzas políticas en los Estados Unidos en Seymour Martin Lipset, The F irst N ew Nation, Basic Books, Nueva York, 1963, cap. 4; y «Religión and Politics in the American Past and Present», en R. Lee y M. Martin, Religion and Social Conflict, Oxford University Press, Nueva York, 1964, pp. 69-126.

19. Para más detalles véase S. Rokkan y H. Valen, «Regional Contrasts in Norwegian Politics», en E. Allardt y Y. Littunen, eds.. Cleavages, Ideologies and Party Systems, W estermarck Society, Helsinki, 1964, pp. 162-238.

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en el sur y el oeste de Noruega tiene paralelos interesantes en la «franja celta» de Ingla­terra. En estas zonas, sobre todo en Gales, la oposición al dominio territorial, cultural y económico de los ingleses brindó la base para un apoyo de alcance comunitario a los li­berales y retrasó el desarrollo de la política de clase directa, incluso en las zonas mine­ras. El surgimiento súbito de fuerzas socialistas en la periferia norte de Noruega guarda un paralelismo con la espectacular victoria del partido obrero finlandés en las primeras elecciones con sufragio universal: los pescadores y los pequeños arrendatarios del norte de Noruega apoyaron a un partido de clase baja apenas consiguieron el voto, y lo mismo hizo el proletariado finés. Ateniéndonos a nuestro modelo abstracto, la política de las periferias occidentales de Noruega y de Inglaterra tienen su foco en el extremo inferior del eje l-o, mientras que la política de los distritos atrasados de Finlandia y del norte no­ruego muestra la formación de alianzas más próximas a o y en puntos variables del eje a-i. En un caso, el criterio decisivo de alineación es lealtad a la localidad y a su cultura dominante: se vota con la propia comunidad y sus dirigentes independientemente de la posición económica. En el otro caso el criterio es lealtad a una clase y a sus intereses co­lectivos: votas con otros que están en la misma situación que tú, vivan donde vivan, y es­tás dispuesto a hacerio así aunque esto te enfrente a miembros de tu comunidad. Raras veces encontramos un criterio de alineamiento completamente dominante. Habrá desvia­ciones de la votación territorial estricta con la misma frecuencia que en la votación de clase estricta. Pero a menudo hallamos diferencias marcadas entre regiones en el peso de uno u otro criterio de alineación. Los análisis ecológicos de resultados electorales y los datos del censo de las primeras fases de movilización pueden ayudamos a trazar el mapa de esas variaciones con mayor detalle y a señalar los factores que refuerzan el predomi­nio de políticas territoriales o los que aceleran el proceso de polarización de clase.''

L a s d o s r e v o l u c i o n e s : l a n a c i o n a l y l a i n d u s t r i a l

Las oposiciones territoriales limitan el proceso de formación nacional; llevadas a un punto extremo conducen a la guerra, la secesión e, incluso, a posibles éxodos. Las opo­siciones funcionales sólo pueden desarrollarse después de cierta consolidación inicial del territorio nacional. Surgen con la comunicación e interacción crecientes entre las locali­dades y las regiones, y se difunden a través de un proceso de «movilización social».'^ El

20. Véase Kenneth O. Morgan, Wales in British Politics 1868-1922, Univ. o f Wales Press, Cardiff, 1963, pp. 45- 255. Hay un análisis ecológico detallado de las distribuciones del voto en Gales, de 1861 a 1951, en K. R. Cox, Regional Anomalies in the Voting Behavior o f the Population o f England and Wales: 1921-51, Univ. o f Illinois, 1966. Cox explica la fuerza de los liberales en Gales en términos muy parecidos a como explican Rokkan y Valen la fuerza de la «contra­cultura» de izquierdas en el sur y el oeste de Noruega: el predominio de explotaciones agrícolas pequeñas, la estructura de clase igualitaria, oposición lingüística e inconformismo religioso.

21. Para Noruega, véanse las obras de S. Rokkan ya citadas. Para Finlandia, véase Pirkko Rommi, «Finland», en Prohlemer i nordisk historie-forskning. «II. Framveksten av de politiske partier i de nordiske land pá 1800-tallet» Uni- versitetsforlaget, Bergen, 1964, pp. 103-130; E. Allardt, «Patterns o f Class Conflict and W orking Class Consciousness in Finnish Politics», en F. Allardt e Y. Littunen, Cleavages, Ideologies and Party Systems, pp. 97-131.

22. Véase S. Rokkan, «Electoral mobilization...», op. cit.23. Hay una definición de este concepto y una especificación de posibles indicadores en Karl Deutsch, «Social

Mobilization and Political Development», Am. Pol. Sci. Rev., 55, 1961, pp. 493-514.

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Estado-nación en formación fue creando una amplia serie de agentes de unificación y re­gularización y penetró poco a poco en los baluartes de la cultura local «primordial». Lo mismo hicieron las organizaciones de la Iglesia, a veces en estrecha relación con los or­ganizadores laicos, y con frecuencia oponiéndose a los funcionarios del Estado, compi­tiendo con ellos. Y lo mismo hicieron los diversos agentes autónomos de desarrollo y cre­cimiento económico, las redes de comerciantes y mercaderes, de banqueros y financieros, de artesanos y de empresarios industriales.

En un principio, el crecimiento de la burocracia nacional básicamente tendió a pro­ducir oposiciones territoriales. Pero la ampliación subsiguiente del ámbito de las activi­dades gubernamentales y la aceleración de las interacciones entre poblaciones fomenta­ron poco a poco sistemas de alineamiento mucho más complejos, algunos entre pobla­ciones y otros por encima y dentro de las poblaciones.

Las primeras olas de contramovilización amenazaron a menudo la unidad territorial de la nación, la federación y el imperio. La movilización del campesinado en Noruega y en Suecia fue imposibilitando el mantenimiento de la unión; la movilización de los pue­blos sometidos de los territorios de los Habsburgo destruyó el Imperio; la movilización de los católicos irlandeses llevó a la guerra civil y a la separación. Las tensiones actua­les del proceso de formación de naciones en los nuevos Estados de Africa y Asia refle­jan conflictos similares entre culturas dominantes y dominadas; las historias recientes del Congo, la India, Indonesia, Malasia, Nigeria y Sudán pueden describirse en estos térmi­nos. En algunos casos las primeras olas de movilización pueden no haber llevado el sis­tema territorial al borde de la ruptura, pero sí haber dejado una herencia insuperable de conflicto territorial-cultural: las oposiciones catalano-vasco-castellanas en España, el con­flicto entre flamencos y valones en Bélgica, y la división inglés-francés en Canadá. Las condiciones para la suavización o el endurecimiento de estas líneas de división en Esta­dos plenamente movilizados apenas han sido estudiadas. Las múltiples divisiones étnico- religiosas de Suiza y los conflictos lingüísticos de Finlandia y Noruega han resultado mu­cho más manejables que el conflicto recientemente agravado entre flamencos y francófo­nos en Bélgica, y entre Quebec y las provincias angloparlantes de Canadá.

Para abordar esas variaciones, es evidente que no podemos actuar división por di­visión sino que debemos analizar agrupaciones de líneas de conflicto en cada organiza­ción política.

Para abordar las variaciones de estos conjuntos nos ha parecido fructífero diferen­ciar cuatro líneas de división críticas (fig. 10.3).

Dos de estas divisiones son producto directo de lo que podríamos llamar la Revo­lución nacional: el conflicto entre la cultura central que construye la nación y la resis­tencia creciente de las poblaciones sometidas de las provincias y las periferias, étnica, lin­güística o religiosamente diferenciadas (1 en figura 10.3), el conflicto entre el Estado-na-

24. La diferencia entre «vinculación primordial» a los «elementos dados» de la existencia social (contigüidad, pa­rentesco, lenguas locales y costumbres religiosas, todo en nuestro polo /) e «identificación nacional» (nuestro polo o) la ha descrito con gran inteligencia Clifford Geertz en «The Integrative Revolution», en C. Geertz, ed.. Oíd Societies and New States, The Free Press, Nueva York, 1963, pp. 105-157; véase Edward Shils, «Primordial, Personal, Sacred and Civil Ties», Brit. J. Social, 1, 1957, pp. 130-145.

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Política

o

localidad, familia

Fig. 10.3. L ocalizaciones propuestas de cuatro divisiones críticas en el paradigm a a— o — i — 1.

ción centralizante, regularizador y movilizador, y los privilegios corporativos histórica­mente establecidos de la Iglesia (2).

Dos de ellas son producto de la Revolución industrial: el conflicto entre los intere­ses terratenientes y la clase emergente de empresarios industriales (3) y el conflicto en­tre propietarios y patronos por un lado y arrendatarios, jornaleros y obreros por el otro (4).

Gran parte de la historia de Europa, desde principios del siglo xix, puede descri­birse en función de la interacción entre estos dos procesos de cambio revolucionario: uno desencadenado en Francia y otro originado en Gran Bretaña. Ambos tuvieron conse­cuencias para la estructura de división de cada nación, pero el que produjo las oposicio­nes más enconadas y profundas fue la Revolución francesa. La batalla decisiva terminó por enfrentar las aspiraciones del Estado-nación movilizador con las pretensiones cor­porativas de las Iglesias. Esto era mucho más que una cuestión de economía. No hay duda de que el estatus de las propiedades de la Iglesia y la financiación de las activida­des religiosas eran temas de polémica violenta, pero la cuestión fundamental era un pro­blema de moral, de control de las normas de la comunidad. Esto se reflejó en luchas en tomo a cuestiones como la solemnización del matrimonio y la concesión de divorcios, la organización de obras de caridad y el tratamiento de las desviaciones, las funciones de los funcionarios médicos frente a los religiosos y la organización de los funerales. Sin embargo, el enfrentamiento fundamental entre la Iglesia y el Estado se centró en el con­trol de la educación.

La Iglesia, tanto la católica romana como la luterana o la reformada, llevaba siglos

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afirmando su derecho a representar el «estado espiritual» del hombre y a controlar la edu­cación de los niños en la fe verdadera. En los países luteranos ya se tomaron medidas en el siglo XVII para impartir la enseñanza elemental en lengua vernácula a todos los niños. Las Iglesias nacionales oficiales se convirtieron simplemente en agentes del Estado y no tenían ninguna razón para oponerse a esas medidas. Pero en los países religiosamente mixtos y en los puramente católicos las ideas de la Revolución francesa dividieron profundamente a la población. La institución de la enseñanza obligatoria bajo control laico centralizado para todos los niños de la nación chocó directamente con los derechos establecidos de los pouvoirs intermédiaires religiosos y provocó oleadas de movilizacio­nes de masas, mediante partidos de protesta de ámbito nacional. Para los radicales y liberales inspirados por la Revolución, la instauración de la enseñanza obligatoria sólo era una más de las diversas medidas que formaban parte de un esfuerzo sistemático para crear vínculos directos de influencia y control entre el Estado-nación y el ciudadano in­dividual, pero su pretensión de acceder directamente a los niños sin consultar a los pa­dres y a sus autoridades espirituales provocó una oposición generalizada y agrios enfren­tamientos."

Los partidos de defensa de la religión nacidos en este proceso se convirtieron en amplios movimientos de masas luego de la adopción del sufragio masculino y pudieron lograr la adhesión de una proporción bastante elevada de miembros religiosos practican­tes de la clase obrera. Evidentemente, esta proporción aumentó aún más cuando se am­plió el sufragio a las mujeres en condiciones de igualdad con los hombres. A través de un proceso muy similar al que habría que describir para referirse a los partidos socialis­tas, estos movimientos religiosos tendieron a aislar a sus seguidores de la influencia ex­terior a través de la creación de una amplia variedad de organizaciones y organismos pa­ralelos; no sólo construyeron escuelas y organizaron movimientos juveniles propios, sino que también crearon sindicatos confesionales diferenciados, clubes deportivos, asociacio­nes para el tiempo de ocio, editoriales, revistas, periódicos, y en uno o dos casos hasta emisoras de radio y de televisión.

Quizás el mejor ejemplo de segmentación institucionalizada sea el que encontramos en Holanda; de hecho, la palabra holandesa Verzuiling se ha convertido recientemente en un término acuñado para designar la tendencia a la formación de redes verticales (zuilen, columnas o pilares) de asociaciones e instituciones con el fin de garantizar la máxima lealtad a cada Iglesia y para proteger a los fieles de comunicaciones y presiones contra­rias. La sociedad holandesa ha estado dividida durante casi un siglo en tres subculturas

25. Hay un análisis de etapas en la ampliación de derechos y deberes ciudadanos a todos los adultos responsa­bles en S. Rokkan «Mass Suffrage, Secret Voting and Political Participation», Arch. Eur. de Sociol., 2, 1961, pp. 132-152, y en el capítulo de R. Bendix y S. Rokkan, «The Extension of Citizenship to the Lower Classes», en R. Bendix, Nation- Building and Citizenship, W iley, Nueva York, 1964. Hay un examen de la política de los procesos educativos en R. Ulich, The Education o f Nations, Harvard University Press, Cambridge, 1961.

26. Esto no era, desde luego, una peculiaridad de países católicos-calvinistas; puede apreciarse en una serie de Estados con minorías étnicas geográficamente dispersas aunque localmente segregadas. Hay un agudo análisis de un fenó­meno similar acaecido en Rusia, en C. E. W oodhouse, en H. J. Tobias, «Primordial Ties and Political Process in Pre-Re- volutionary Rusia: The Case o f the Jewish Bund», Comp. Stud. Soc. Hist, 8, 1966, pp. 331-360.

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diferenciadas: la nacional-liberal-secular, frecuentemente denominada la algemene, el sector «general»; la columna protestante ortodoxa y la columna católica/’

La columna protestante ortodoxa se formó a través de una serie de violentos con­flictos en tomo a temas doctrinales dentro de la Iglesia nacional oficial. La Nederlands Hervomde Kerk se vio sometida a una gran presión en las décadas que siguieron a la Re­volución francesa y a las convulsiones napoleónicas. Con la propagación del secularismo y del racionalismo, los fundamentalistas fueron quedando reducidos progresivamente a una posición minoritaria, tanto en la Iglesia como en el campo de la enseñanza. En prin­cipio, las protestas ortodoxas contra estos procesos se limitaron a movimientos evangéli­cos intelectuales dentro del orden establecido y a una secesión aislacionista de elementos pietistas de clase baja en la separación {Afscheiding) de 1843. Pero, a partir de la década de 1860, el movimiento alcanzó un gran impulso bajo la inspiración organizadora de Abraham Kuyper. Este clérigo fundamentalista organizó en 1872 la Liga Contra la Ley de Escolarización, y en 1879, logró unir a una serie de gmpos ortodoxos en un partido dirigido explícitamente contra las ideas de la Revolución francesa, el partido antirrevolu- cionario. Pero este vigoroso movimiento de masas pronto se escindió por cuestiones doc­trinales y de identificación cultural. Kuyper sacó a sus seguidores de la Iglesia madre en 1886 y defendió el derecho del Kerkvolk, los cristianos calvinistas devotos, a crear una comunidad cultural propia, sin ningtín vínculo con el Estado ni con la nación. El propio extremismo de esta posición, contraria al orden establecido, produjo varios movimientos de signo contrario dentro del Hervomde Kerk. Gmpos importantes de calvinistas ortodo­xos no quisieron dejar la Iglesia madre sino que prefirieron reformarla desde dentro; preferían un Volkskerk amplio en vez de un Kerkvolk aislado. El choque entre estas dos concepciones de la comunidad cristiana condujo a la escisión del partido antirrevolucío- nario en 1894 y a la formación de un segundo partido calvinista, la Unión Histórica Cris­tiana, que se consolidó oficialmente en 1908. Estos dos partidos se convirtieron en las organizaciones básicas de las dos alas del frente protestante ortodoxo en la sociedad ho­landesa: la fuerza básica de los antirrevolucionarios procedía del Gereformeerden, tanto de Iglesias disidentes independientes como de congregaciones Hervomde controladas por eclesiásticos del mismo credo; el apoyo a los cristianos históricos procedía casi exclusi­vamente de otros sectores ortodoxos internos de la Iglesia madre.

La minoría católica romana había considerado en principio ventajoso para ella tra­bajar dentro de la mayoría liberal, pero a partir de los años sesenta inició la formación de organizaciones políticas y sociales diferenciadas. Pero fue un proceso lento; la primera

27. Hay estadísticas detalladas en J. P. Kruijt, Verzuiling, Heijnis, Zaandijk, 1959, y en J. P .Kruijt y W. God- dijn, «Verzuiling en ontzuiling ais sociologisch proces» en A. J. den Holländer y otros, eds., D rift en Koers, Van Gorcum, Assen, 1962, pp. 227-263. Hay un intento de interpretación más amplia del Verzuiling y sus consecuencias para la teoría de la democracia en Arend Lijphart, The Politics o f Accommodation: Pluralism and Democracy in the Netherlands, ma­nuscrito, 1967, Hay interpretaciones comparativas de datos sobre segmentación religiosa en David O. M oberg, «Religion and Society in the Netherlands and in America», Am. Quart., 13, 1961, pp. 172-178 y en G. Lenski, The Religious Factor, edición revisada; Coubleday Anchor Books, Garden City, 1963, pp. 359-366; véase también J. Mathes, ed., Religiöser P lu­ralismus und Gesellschaftsstruktur, W estdeutscher Verlag, Colonia, 1965.

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federación de asociaciones de votantes católicos no se creó hasta 1904 y no se fundó un partido nacional con una organización oficial hasta los años veinte.'*

Tanto los movimientos protestantes como los católicos acabaron por formar gran­des redes de asociaciones e instituciones para sus miembros y pudieron crear bases de apoyo de notable estabilidad incluso en la clase obrera. Un estudio a escala nacional, realizado en 1956,” muestra claramente la importancia de las lealtades religiosas en la elección política dentro del sistema holandés.

C uadro lO.I. C redo, asistencia a la iglesia y elección de partido en Holanda.D atos corre.^pondientes a 1956

Credo

Asistencia:

Ninguno Hervormd Gereformeerd Católico

S í No S í No Sí No

Partido:KPN (comunistas) 7 %PvdA (socialistas) 75 %VVD (liberales) 11 %Histórico cristiano - AntiirevolucionarioCalvinista extremista -KVP (católicos) 1 %Otros 6 %

N = 100% (218)

22 % 7 %

45 % 17 % 3 %

51 % 18 % 19 % 6 % 1 %

4 % 3 %

(134) (236)

2 % 27

3 %90 % 63 '

5 %

4 %

(101)

5 %

(22)

94 % 2 %

30 % 9 %

52 %3 %

(329) (33)

Donde se encuentra una segmentación más completa es dentro de los movimientos minoritarios activos e intransigentes; los Gereformeerden, los Hervormden religiosamen­te activos y los católicos.

Los miembros pasivos de la Iglesia nacional tradicional y los onkerkelijken tienden a alinearse más por razones de clase que de credo religioso; éste fue durante mucho tiem­po el único sector del electorado holandés en el que hubo un entrecruzamiento efectivo de influencias.

Si nos atenemos a nuestro paradigma, los católicos y los protestantes ortodoxos for­man frentes políticos cerca del extremo i del eje cruzado (cross-local). Si las tres sub­culturas hubiesen alzado barreras tan fuertes entre ellas es muy posible que pudiese ha­ber estallado el sistema, de la misma forma que lo hizo el Estado austríaco en 1934. El nivel más bajo de Verzuiling en el sector «nacional» y las mayores posibilidades de ne-

28. Hay exposiciones generales de la formación de las oposiciones de partidos y de política segmentada en Ho­landa, en H. Daalder, «Parties and Politics in the Netherlands», Pol. Studies, 3, 1955, pp. 1-16, y en su capítulo en R. A. Dahl, ed.. Political Oppositions in Western Democracies, Yale Univ. Press, New Haven, 1966. Hay antecedentes y crono­logías de partidos en H. Daalder, «Nederland: het politieke stelsel», en L. van der Land, ed., Repertorium van de Sociale Wetenschappen, I, Elsevier, Amsterdam, 1958, pp. 213-238.

29. Citado en S. M. Lipset, Political Man, op. cit., p. 258; hay análisis más detallados de una muestra de un su­burbio de Amsterdam en L. van der Land, y otros, Kiezer en verkiezing, Nederlandse Kring voor W etenschap der Politick, Amsterdam, 1963, mimeografiado Hay análisis de una encuesta a escala nacional de 1964 en Lijphart, op. cit., cap. II.

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gociación y acuerdo en un sistema triangular de oposición puede explicar en gran medi­da el funcionamiento positivo del pluralismo corporativo en el Estado holandés.

El análisis de los datos holandeses sobre las tres subculturas ha intentado estable­cer indicadores de cambios a lo largo del tiempo en el grado de aislamiento de cada uno de los segmentos verticales: utilizan el término Ontzuiling |iara disminuciones en la ca­racterización de cada sector y Verzuiling para los aumentos. En nuestro paradigma éstos corresponden a movimientos a lo largo del eje a-i: cuanto más ontzuild es una oposición determinada, más entrecruzamientos de pertenencias múltiples hay en el sistema y, en ge­neral, menos intolerancia y desconfianza hacia los ciudadanos situados en el «otro» lado; cuanto más verzuild es la oposición, menos presiones cruzadas hay y menos frecuentes son las lealtades por encima de las divisiones. En un sistema altamente ontzuild hay baja cristalización de lealtad', la mayoría de los participantes tienden a estar vinculados a or­ganizaciones y entornos que les exponen a presiones políticas divergentes. Por el contra­rio, en un sistema altamente verzuild hay alta cristalización de lealtad; la mayoría de los participantes tiende a estar expuesta a mensajes y esfuerzos persuasivos en la misma di­rección general en todos sus entornos «24 horas-7 días».

Esta dimensión atraviesa todo el campo de divisiones funcionales de nuestro para­digma, sean económicas, sociales o religiosas. La representación simétrica de las cuatro líneas de división básicas de la figura 10.3 sólo se refiere a tendencias medias y no ex­cluye amplias variaciones de ubicación a lo largo del eje a-i. Los conflictos en tomo a la integración cívica de culturas regionales recalcitrantes ( 1) y organizaciones religiosas (2) no tienen por qué desembocar siempre en Verzuiling. Un análisis de las discrepancias en­tre Suiza y Holanda nos explicará muchas cosas sobre las diferencias en las condiciones para el desarrollo del aislamiento pluralista. Los conflictos entre los productores prima­rios y los intereses urbano-industriales han tendido normalmente hacia el polo a del eje. Pero hay varios ejemplos de oposiciones campesinas, sumamente ideologizadas, a fun­cionarios y burgueses. Los conflictos entre obreros y patronos han incluido siempre ele­mentos de negociación económica, pero también ha habido con frecuencia elementos fuertes de oposición cultural y de aislamiento ideológico. Los partidos obreros en la opo­sición, carentes de poder, han tendido a ser más verzuild, a estar más envueltos en su pro­pia mitología distintiva, más aislados frente al resto de la sociedad. Por el contrario, los partidos obreros victoriosos han tendido a hacerse ontzuild, a domesticarse, a hacerse más receptivos a la influencia de todos los sectores de la sociedad nacional.

Se producirán variaciones similares en una amplia serie de cuestiones en el eje te­rritorial de nuestro esquema. En el análisis inicial del polo / dábamos ejemplos de resis­tencias culturales y religiosas al dominio de la élite nacional central, pero esas oposicio­nes no siempre son puramente territoriales. Los movimientos pueden ser absolutamente dominantes en sus bastiones provinciales, pero también pueden encontrar aliados en las

30. Kruijt y Goddijn, op. cit.31. El concepto de «cristalización de pertenencias» lo formuló por analogía con el concepto de cristalización de

estatus Gerhard Lenski en «Social Participation and Status Crystallization», Amer. Sociol. Rev., 21, 1956, pp, 458-464; véase Erik Allardt, «Community Activity, Leisure Use and Social Structure», y U lf Himmelstrand, «A Theoretical and Em- pirical Approach to Depoliticization and Politicai Involvement», ambos en S. Rokkan, ed., Approaches to the Study o f Po­liticai Participation, Chr. Michelsen Institute, Bergen, 1962, pp. 67-110.

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zonas centrales y contribuir así al desarrollo de frentes que enlacen el ámbito local y el regional.

El espectacular crecimiento del comercio mundial y de la producción industrial ge­neró tensiones crecientes entre los productores primarios del campo y los comerciantes y empresarios de los pueblos y de las ciudades. En el continente, los intereses contrapues­tos de las zonas rurales y urbanas habían hallado expresión, desde la Edad Media, en la representación por separado de los estamentos: la nobleza, y en casos excepcionales los campesinos que tenían la libre propiedad de sus tierras, hablaban en nombre de los inte­reses agrícolas; mientras que los burgueses lo hacían en nombre de las ciudades. La re­volución industrial profundizó estos conflictos y produjo alineamientos definidos según el eje rural-urbano en los órganos legislativos nacionales de todos los países. Las viejas divisiones entre estamentos se trasladaron, a menudo inmediatamente, a los parlamentos unificados y hallaron expresión en oposiciones entre partidos conservadores-agrarios y li- berales-radicales. Los conflictos entre intereses rurales y urbanos han sido mucho menos acusados en Gran Bretaña que en el continente. La Cámara de los Comunes no era una asamblea del estamento burgués sino un cuerpo de legisladores que representaba a las lo­calidades del reino con derecho a voto, los condados y los municipios.^" Pero la revolu­ción industrial produjo, incluso allí, divisiones profundas y enconadas entre los intereses agrarios y los urbanos. En Inglaterra, aunque no en Gales ni en Escocia, la oposición en­tre conservadores y liberales se alimentó principalmente de estas tensiones hasta la déca­da de 1880.”

Había un importante componente de carácter económico en estas oposiciones, pero lo que las hizo tan profundas fue la lucha por el mantenimiento del estatus adquirido y el reconocimiento del éxito. En Inglaterra, la élite terrateniente regía el país, y la clase de empresarios industriales en ascenso, muchos de ellos religiosamente enfrentados a la Iglesia oficial, se alineó durante décadas en la oposición, tanto para defender sus intere­ses económicos como para afirmar su derecho a un determinado estatus. Según el histo­riador George Kitson Clark,’“ sería un error pensar en la agricultura «como una industria organizada como cualquier otra industria: primordialmente con el fin de una producción eficiente. Estaba... organizada más bien para garantizar la supervivencia intacta de una casta. Los propietarios de las grandes fincas no eran sólo hombres muy ricos, cuyo capi­tal estaba simplemente invertido en la tierra, eran más bien los detentadores vitalicios de posiciones muy considerables que tenían el deber de dejar intactas a sus sucesores. En cierto modo era la finca lo que importaba y no el propietario de la finca...». El conflicto

32. Hay un análisis comparado especialmente interesante de diferencias en la organización de asambleas esta- mentarias en Otto Hintze, «Typologie der Ständischen Verfassung des Atjendlandes», Hist. Zs., 141, 1930, pp. 229-248; F. Hartung y R. Mousnier, «Quelques problèmes concernant la monarchie abslue», Relazioni X Congr. Int. Sci. Storiche, IV, Florencia, 1955; y R. R. Palmer, The Age o f Démocratie Revolution: The Challenge, Princeton Univ. Press Princeton 1959, cap. II.

33. La cuestión crítica entre los dos sectores de la economía se refería al comercio internacional: ¿debía prote­gerse la agricultura doméstica del grano más barato de ultramar, o debía apoyarse a la industria manufacturera mediante el suministro de alimento más barato para sus trabajadores? Hay un análisis comparado de la política de aranceles del trigo en Alexander Gerschenkron, Bread and Democracy in Germany, Univ. o f California Press, Berkeley, 1943.

34. The Making o f Victorian England, Methuen, Londres, 1962, p. 218, la bastardilla es nuestra. Hay un trata­miento más amplio en F. M. L. Thompson, English Landed Society in the Nineteenth Century, Routledge, Londres, 1963.

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entre conservadores y liberales reflejaba una oposición entre dos orientaciones valorati- vas: el reconocimiento del estatus a través de adscripción y relaciones de parentesco frente a las demandas de estatus a través del éxito y del espíritu emprendedor.

Se trata de tensiones típicas de todas las sociedades de transición; tienden a ser es­pecialmente fuertes en las primeras etapas de industrialización y a suavizarse cuando la élite en ascenso se asienta en la comunidad. En Inglaterra, este proceso de conciliación se produce con mucha rapidez. En una sociedad abierta a una amplia movilidad y a ma­trimonios mixtos, la riqueza urbana e industrial pudo convertirse en reconocimiento ple­no dentro de la jerarquía tradicional de las familias terratenientes. Fueron produciéndose más y más fusiones entre los intereses agrícolas y los de los negocios, y esta consolida­ción de la élite nacional pronto modificó el carácter del conflicto conservadores-liberales. Como ha demostrado James Comford a través de sus detallados estudios ecológicos, el movimiento de los propietarios de negocios hacia el campo y las zonas residenciales les divorció de sus obreros y les condujo a relaciones estrechas con la aristocracia terrate­niente. El resultado fue que se suavizó el conflicto urbano-rural del sistema y se produjo una acelerada polarización clasista en el electorado ampliado.

Hubo una aproximación similar entre los intereses agrícolas del este del Elba y la burguesía de los negocios del oeste de Alemania, pero en este caso, significativamente, la masa principal de los liberales se alineó con los conservadores y no intentó atraer a su lado al electorado obrero como hizo el partido británico durante el período que va hasta la primera guerra mundial. El resultado fue que se profundizó la escisión entre burgueses y obreros y hubo una serie de tentativas desesperadas de superarla mediante llamadas a valores nacionales y militares.

En otros países del continente europeo la división rural-urbana siguió afirmándose en la política nacional hasta bien entrado el siglo xx, pero las expresiones políticas de esa división variaron ampliamente. Dependía mucho de las concentraciones de riqueza y de control político en las ciudades y de la estructura de propiedad en la economía rural. En Holanda, Francia, Italia y España, las divisiones rural-urbanas hallaron raras veces ex­presión directa en la formación de oposiciones de partidos. Ejercieron más influencia en el alineamiento del electorado otras divisiones, sobre todo las producidas entre el Estado y las Iglesias y entre propietarios y arrendatarios. En los cinco paises nórdicos, por el contrario, las ciudades habían dominado tradicionalmente la vida política nacional y la lu­cha por la democracia y el gobierno parlamentario se inició a través de un amplio proce­so de movilización dentro del campesinado.” Fue esencialmente una expresión de pro-

35. James Comford, «The Transformation o f Conservatism in the Late 19th Century», Victorian Studies, 7, 1963, pp. 35-66.

36. Sobre las tentativas fracasadas de los liberales progresistas de ampliar su base obrera, véase en especial Tho- mas Niperdey, Die Organisation der deulschen Parteien vor 1918, Droste, Düsseldorf, 1963, pp. 187-192, y W. Link «Das Nationalverein für das liberale Deutschland», Pol. Vierteliahreschr., 5, 1964, pp. 422-444. Sobre el «Nacionalismo Ple­biscitario» de Friedrich Naumann y Max Weber, véase Theodor Heuss, Friedrich Naumann, Deutsche Verlagsanstalt, Stuttgart, 1957; W. Mommsen, M ax Weber und die deutsche Politik 1890-1920, Mohr, Tubinga, 1959 y los trabajos del congreso del centenario de W eber en Heidelberg que se incluyen en O. Stammer, ed., M ax Weber und die Soziologie heu- te, Mohr, Tubinga, 1965.

37. Hay una exposición detallada de los antecedentes de estos procesos en Bryn J. Hovde, The Scandinavian Countries 1720-1865, Comerl Univ. Press, Ithaca, 1948, sobre todo los caps. VIII-IX y XIII.

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testa contra la élite central de funcionarios y patricios (una división sobre el eje l-o de nuestro modelo), pero había otros elementos de oposición económica en el movimiento: los campesinos se sentían explotados por las gentes de las ciudades y querían trasladar las cargas fiscales a las economías urbanas en expansión. Estas divisiones económicas fueron haciéndose más pronunciadas a medida que las comunidades de producción pri­maria se incorporaron a la economía monetaria y de mercado nacional. El resultado fue que se formó un amplio frente de cooperativas y organizaciones de intereses y se crearon partidos agrarios diferenciados. A estos partidos agrarios no les fue posible crear frentes comunes con los conservadores que defendían a la comunidad de los negocios ni siquie­ra después de que surgiesen partidos obreros que aspiraban a dominar el ámbito nacional. Los contrastes culturales entre el campo y las ciudades aún eran fuertes, y los rigurosos controles de mercado favorecidos por los partidos agrarios no podían concillarse fácil­mente con la filosofía de la libre competencia que profesaban muchos conservadores.

El conflicto entre intereses rurales y urbanos se centró en el mercado de productos. Los campesinos querían vender los suyos a los mejores precios posibles, y comprar lo que necesitaban a los productores industriales y urbanos a bajo costo. Estos conflictos no desembocaron invariablemente en la formación de partidos. Podían abordarse dentro de frentes partidistas amplios o canalizarse a través de organizaciones de intereses con ám­bitos más estrechos de negociación y representación funcional. Sólo surgieron partidos diferenciadamente agrarios donde las oposiciones culturales fuertes habían profundizado los conflictos estrictamente económicos.

Los conflictos en el mercado de trabajo resultaron mucho más uniformemente di­visorios. Surgieron partidos obreros en todos los países de Europa a partir de los prime­ros avances de la industrialización. Las crecientes masas de asalariados en la agricultura a gran escala, en las actividades forestales o en la industria estaban descontentas por sus condiciones de trabajo y por la inseguridad de sus contratos, y muchos de ellos se sen­tían social y culturalmente distintos de los propietarios y los patronos. El resultado fue que se formó una diversidad de sindicatos y se crearon partidos socialistas de ámbito na­cional. El éxito de estos movimientos dependió de una variedad de factores: la fuerza de las tradiciones paternalistas de reconocimiento del estatus del trabajador, el tamaño de la unidad de trabajo y los vínculos locales de los trabajadores, el nivel de prosperidad y la estabilidad del empleo en la industria concreta, y las posibilidades de mejoras y ascensos por diligencia y lealtad o por la instrucción y el éxito.

Un factor crucial en la formación de un movimiento obrero diferenciado fue el gra­do de apertura de la sociedad: ¿Era el estatus del obrero una condición vitalicia o había posibilidades de promoción? ¿Era fácil conseguir una instrucción que permitiese al indi­viduo cambiar de estatus? ¿Qué posibilidades había de que uno se estableciese por su cuenta, de crear unidades de trabajo independientes? Las diferencias de este proceso en Europa y los Estados Unidos deben analizarse claramente en estos términos; los obreros norteamericanos no sólo tuvieron el derecho al voto mucho antes que sus camaradas de Europa, sino que pudieron incorporarse al sistema nacional con mucha más facilidad de­bido a la mayor insistencia en la igualdad y el éxito, a las muchas posibilidades de me­jor instrucción y, por último, pero no por ello menos importante, porque los trabajadores

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establecidos podían alcanzar mejores posiciones porque nuevas oleadas de inmigrantes asumían las tareas de los estatus más bajos/* Actualmente se está produciendo un proce­so similar en los países avanzados de Europa occidental. Los proletariados inmigrantes de los países mediterráneos y del Caribe permiten pasar a la clase media a los hijos de la clase obrera nacional establecida, y estas nuevas oleadas tienden a eliminar fuentes tra­dicionales de resentimiento.

En la Europa del siglo xix y principios del xx las barreras de estatus eran notoria­mente más altas. La tradición de la sociedad dividida en estamentos mantenía a los obre­ros en su sitio, y la estrechez de los canales educativos de movilidad hacía también que a sus hijos e hijas les resultase difícil subir por encima de sus padres. Había, sin embar­go, variaciones importantes entre los países de Europa en la actitud de las élites estable­cidas y en ascenso hacia las demandas de los obreros, y estas diferencias influyeron cla­ramente en la evolución de los sindicatos y de los partidos socialistas. En Gran Bretaña y en los países escandinavos las élites tendieron a ser abiertas y pragmáticas. Hubo, como en el resto de los países, una resistencia activa a las reclamaciones de los obreros pero poca o ninguna represión directa. Éstos son hoy los países con los mayores partidos obre­ros y más domesticados de Europa. En Alemania y Austria, Francia, Italia y España, las divisiones fueron mucho más profundas. Hubo muchas tentativas de reprimir a los sindi­catos y a los socialistas y, debido a ello, las asociaciones obreras tendieron a aislarse de la cultura nacional y a formar soziale Ghuettoparteien\^ movimientos fuertemente ideo­lógicos que pretendían aislar a sus miembros y simpatizantes de las influencias de la at­mósfera social del entorno. Estos partidos estaban, volviendo a nuestro paradigma, tan cerca del polo i como sus adversarios del campo religioso. Esta orientación «antisistema» de grandes sectores de la clase obrera europea alcanzó su punto álgido después de la Re­volución rusa. El movimiento comunista no sólo hablaba en nombre del estrato margina­do de la comunidad territorial, sino que se lo consideró una conspiración externa contra la nación. Estos procesos llevaron a una serie de países europeos al borde de la guerra ci­vil en los años veinte y treinta. Cuanto mayor era el número de ciudadanos atrapados en estas oposiciones mutuas directas «amigo-enemigo», mayor era el peligro de ruptura to­tal del cuerpo político.

Desarrollos posteriores a la segunda guerra mundial han conducido a una disminu­ción de estas oposiciones encarnizadas y a cierta suavización de las tensiones ideológi­cas: un desplazamiento del polo i hacia el polo a de nuestro paradigma.'*” Una diversidad de factores contribuyó a este proceso: la experiencia de cooperación nacional durante la guerra, las mejoras del nivel de vida en los años cincuenta, el rápido crecimiento de una

38. Véase S. M. Lipset, The First New Nation, op.cit., caps. 5, 6 y 7.39. Ésta es la frase que utiliza Emes Fraenkel, «Parlament und offentiche Meinung», en Zur Geschichte und Pro-

blematik der Demokratie: Festgabe fü r H. Herzfeld, Duncker & Humblot, Berlín, 1958, p. 178. Hay más detalles sobre los procesos alemanes en el reciente estudio de Günther Roth, The Social Democrats in Imperial Germany, Bedminster Press, Totowa, 1963, caps. 7-10.

40. Uno de los primeros analistas políticos que llamó la atención sobre estos procesos fue Herbert Tingsten, en­tonces director jefe del importante periódico sueco Dagens Nyheter; véase su autobiografía, M it Liv: Tidningen, Norstedts, Estocolmo, 1963, pp. 224-231. Hay más detalles en S. M. Lipset, «The Changing Class Structure and Contemporary European Politics», Daedalus, 93, 1964, pp. 271-303.

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«nueva clase media» que hacía de puente entre la clase obrera tradicional y la burguesía. Pero el factor más importante posiblemente fuese el asentamiento de los partidos obre­ros en estructuras de gobierno locales y nacionales, y su consiguiente «domesticación» dentro del sistema establecido.

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D i v i s i o n e s e n E s t a d o s p l e n a m e n t e m o v i l i z a d o s

Las cuatro divisiones críticas descritas de acuerdo con nuestro paradigma eran mo­vimientos de protesta contra la élite nacional establecida y sus pautas culturales, y for­maban parte de una amplia oleada de emancipación y movilización. En Estados-nación plenamente movilizados se han producido tipos completamente distintos de alineamien­tos de protesta. En éstos el foco de protesta no ha sido ya la cultura central tradicional sino las redes crecientes de nuevas élites, como los dirigentes de las nuevas y grandes bu­rocracias de la industria y el gobierno, aquellos que controlan los diversos sectores de la industria de las comunicaciones, los jefes de organizaciones de masas y, en algunos paí­ses, los dirigentes de grupos religiosos o étnicos minoritarios anteriormente débiles o de bajo estatus, etc. La protesta contra estas nuevas élites y las instituciones que las apoyan ha adoptado con frecuencia forma «antisistema» aunque la ideología haya variado de un país a otro: fascismo en Italia, nacionalsocialismo en Alemania, poujadismo en Francia, «derechismo radical» en los Estados Unidos. En nuestro paradigma estos movimientos de protesta cortarían el eje territorial muy cerca del extremo o; el conflicto no es ya entre las unidades territoriales que constituyen la nación, sino entre distintas concepciones de la constitución y la organizacón del Estado nacional. Todos ellos han sido movimientos na­cionalistas: no sólo aceptan, sino que veneran la nación históricamente dada y su cultu­ra, pero rechazan el sistema de toma de decisiones y de control constituido a través del proceso de negociación y movilización democrática. Su objetivo no es simplemente ob­tener reconocimiento para un grupo concreto de intereses dentro de un sistema pluralista de toma y daca, sino sustituir este sistema por procedimientos de distribución más auto­ritarios.

Todos expresan, de un modo u otro, convicciones profundamente sentidas sobre el destino y la misión de la nación, algunas totalmente rudimentarias, otras sumamente sis­tematizadas; y todos pretenden crear redes de organizaciones para mantener a sus segui­dores fieles a la causa. Quieren Verzuiling pero desean que sólo haya una columna en la nación.

En consecuencia, en nuestro esquema a-o-i-l un movimiento nacionalista plena­mente verzuild habría de emplazarse en la intersección o-i, fuera de lo que podríamos llamar el diamante de «política competitiva» (fig. 10.4).

En sus primeras variedades, estos movimientos nacionalistas reflejaban básicamen­te las reacciones de los estratos de clase baja de la cultura dominante contra las oleadas crecientes de movilización en las poblaciones sometidas. En la Austria de los Habsburgo el surgimiento de los pangermanos intransigentes recibió un impulso decisivo de la alian­za entre las Burschenschaften universitarias y las asociaciones obreras nacionalistas de

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corporacionismofuncional:

totalitarismonacionalista:

comunal irredentista

Fig. 10.4. Em plazam ientos propuestos de cuatro «extremos» en el esquem a a— o — i — L

Schönerer; éstas obtenían básicamente su apoyo entre obreros y artesanos de habla ale­mana amenazados por la invasión de los checos en los nuevos centros industriales. La xenofobia de la clase obrera austríaca resultó contagiosa. Hay claros vínculos entre el pri­mer nacionalismo obrero de los años ochenta y noventa y el movimiento nacionalsocia­lista después de la derrota de Hitler heredó su odio hacia los eslavos y los judíos de los nacionalistas obreros austríacos. En nuestra terminología, el movimiento nacional­socialista fue una alianza del extremo o del eje territorial-cultural, el equivalente en la cul­tura nacional dominante a una oposición / en cierta población sometida de la periferia.

Ha habido varias tentativas de determinar qué condiciones han de darse para que surjan esos conflictos en el extremo o del sistema político. Han influido sin duda las di­ferencias de continuidad y regularidad en la formación de la nación. Austria, Alemania, Francia, Italia, España y Estados Unidos han pasado por crisis de formación de la nación extremadamente dolorosas y tienen que enfrentarse aún a las herencias de conflictos que giran en tomo a la integración nacional. Ralf Dahrendorf ha interpretado recientemente el ascenso del nacional-socialismo como el salto final de Alemania hacia la modemiza- ción política. Destmyó las bolsas locales de aislamiento y estableció «die traditionsfreie Gleichheieit der Ausgangsstellung aller Menschen», una sociedad orientada hacia el éxi­to, libre al fin de barreras de estatus difusas. Los historiales estadísticos de una serie de movimientos «antisistema» de este tipo indican que obtuvieron sus mayores triunfos elec-

4L Véase Andrew G. W hiteside, Austrian National Socialism befare 1918, Nijgoff, La Haya, 1962, y su artícu­lo sobre Austria en T. Rogger y E. Weber, eds., The European Right, W eidenfeld, Londres, 1965, pp. 328-363.

42. Hay un análisis detallado de la «invención» austríaca del antisemitismo de masas en Peter Pulzer, The Rise o f Political Anti-Semitism in Germany and Austria, W iley, Nueva York, 1964.

43. R. Dahrendorf, Gesellschaft und Demokratie in Deutschland, Piper, Munich, 1965, especialmente al cap. 26.

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torales mediante llamadas al «kleine Marm», el «ciudadano unidad» amenazado por el as­censo, dentro de un cuerpo político pluralista, de sociedades anónimas fuertes y comple­jas. El «hombre pequeño» se alineó no sólo contra los grandes intereses financieros, las grandes empresas y las burocracias asentadas sino también contra el poder de las Iglesias, los sindicatos y las cooperativas. Estudios de las decisivas elecciones alemanas de 1930, 1932 y 1933, muestran indiscutiblemente que el empuje decisivo del apoyo popular a los nacional-socialistas procedió de propietarios de explotaciones agrícolas de tamaño pe­queño y medio, de artesanos, tenderos y otros ciudadanos independientes de los escalo­nes más bajos de la clase media, la mayoría protestantes, que se oponían, de modo más o menos directo, a los cárteles gigantes y a las redes financieras, a los sindicatos y a la formidable columna de organizaciones católicas que se agrupaban en tomo al Zentrum ^ Se han documentado alineamientos similares en Italia, Nomega, Francia y los Estados Unidos. Hay variaciones de contexto evidentes, pero los datos sugieren semejanzas im­portantes en las condiciones para el crecimiento de estos movimientos «antisistema».^^

Hemos llegado al final de una revisión sucinta de las divisiones características que se han producido en los Estados de Occidente durante las primeras fases de consolidación nacional y las fases posteriores de ampliación del sufragio y crecimiento oiganizativo. He­mos procedido por medio de ejemplos y no a través de una comparación evolutiva rigu­rosa. No nos proponíamos una exposición exahustiva de diferencias y similitudes país por país, sino explorar las posibilidades de un sistema de clasificación elaborado a partir de conceptos básicos de la teoría sociológica actual. Esperamos continuar en esta dirección en otros marcos; aquí sólo hemos querido iniciar el análisis de estas posibilidades e indi­car los nuevos medios para analizar la experiencia histórica de estos países tan diferentes.

Sean cuales sean los fallos de las aplicaciones empíricas, estamos convencidos de que el esquema parsoniano A-O-l-L puede propocionar una serie de instrumentos analíti­cos de gran valor para comparar el desarrollo de sistemas políticos. Sin duda, en varios puntos nos hemos desviado de las interpretaciones habituales del modelo parsoniano, y quizá lo hayamos forzado al convertirlo en un sistema de coordenadas bidimensional.

44. Sobre el apoyo electoral al NSDAP véase sobre todo Sten S. Nilson, «W ahlsoziologische Probleme des N a­tionalsozialismus», ZS. Ges Staatswiss, 110, 1954, pp. 229-311; K. D. Bracher, Die Auflösung der W eimarer Republik,3.' ed., Ring-Verlag, Villingen, 1960, cap. VI, y Alfred Milatz, «Das Ende der Parteien in Spiegel der W ahlen 1930 bis 1933», en E. M atthias y R. M orsey, eds.. D as Ende der Parteien 1933, Droste, Düsseldorf, 1960, pp. 741-793. Hay un re­sumen de datos de análisis electorales en S. M. Lipset, Political Man, op. cit., pp. 140-151. El mejor análisis de la fuerza rural del NSDAP sigue siendo el libro de Rudolf Heberle From Democracy to Nazism, Louisiana State Univ. Press, Baton Rouge, 1945. El manuscrito alemán de 1932, más completo, se ha editado recientemente con el título Landbevölkerung und Nationalsozialismus, Deutsche Verlagsanstalt, Stuttgart, 1963.

45. Estas similitudes de bases sociales y de actitudes hacia la autoridad nacional no entrañan necesariamente, como es lógico, similitudes en tácticas organizativas y en conducta concreta hacia los adversarios. Nada indica que todos estos movimientos se ajustasen al ethos fascista o nacionalsocialista en caso de triunfo. Hay un análisis de los datos co­rrespondientes a Italia, Francia y los Estados Unidos en S. M. Lipset, Political Man, op.cit., cap. V, y también en «Radi­cal Rightists o f Three Decades, Coughtlinites, McCarthyties and Birchers», en Daniel Bell, ed.. The Radical Right, Dou­bleday, Nueva York, 1963, y «Beyond the Backlash», Encounter, 23 de noviembre de 1964, pp. 11-24. Sobre Noruega, véase Nilson, op. cit. Hay un análisis interesante del M ovimiento de Crédito Social en Canadá, en términos parecidos, en Donald Smiley, «Canada’s Poujadists: a New Look at Social Credit», The Canadian Forum 42, septiembre 1962, pp. 121- 123. Los seguidores de este movimiento son antimetropolitanos y antiinstitucionalistas y propugnan una política plebisci­taria pura contra los grupos de intereses organizados y las éhtes asentadas.

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2 5 8 DIEZ TEXTOS BASICOS DE CIENCIA POLITICA

Para nosotros esto tiene una importancia secundaria. Nos hemos hmitado a utilizar el es­quema original como trampolín para intentar poner cierto orden en el análisis comparati­vo de los procesos de formación de la política de partidos. Sin duda, podríamos haber propuesto un paradigma muy similar sin recurrir al modelo básico parsoniano, pero creemos que la unificación de conceptualizaciones que agrupen varios sectores de la vida social tiene grandes ventajas intelectuales. El propio hecho de que el mismo esquema abstracto haya inspirado desarrollos analíticos en campos tan dispares como la familia, las profesiones, la religión y la política nos parece prometedor para el futuro.

La transformación de estructuras de división en los sistemas de partidos

C o n d i c i o n e s p a r a l a c a n a l i z a c i ó n d e l a o p o s i c i ó n

Hasta ahora nos hemos centrado en el surgimiento de una división concreta y sólo esporádicamente nos hemos interesado por la aparición de sistemas de división y su tra­ducción en conjuntos de partidos políticos. En el lenguaje de nuestro esquema nos hemos limitado al análisis de las diferenciaciones internas del cuadrante I y sólo hemos aborda­do implícitamente intercambios entre 1 y O, I y L, L y O. Pero las divisiones no se tra­ducen en oposiciones de partidos de modo natural: hay consideraciones de estrategia or­ganizativa y electoral; hay que tener en cuenta el peso de los beneficios de las alianzas frente a las pérdidas de las escisiones; y hay que contemplar la disminución progresiva del «mercado de movilización» por las secuencias temporales de esfuerzos organizativos. Entramos aquí en un sector de importancia crucial en la investigación y la teorización ac­tuales, un sector verdaderamente fascinante que está pidiendo a gritos una investigación detallada y cooperación. Aún es necesario trabajar mucho en la tarea de volver a analizar los datos correspondientes a cada sistema nacional de partidos y, aún más, investigar las posibilidades de situar estos datos en un marco teórico más amplio. No podemos alber­gar la esperanza de abordar exhaustivamente estas posibilidades de comparación en este trabajo y nos limitaremos a analizar unos cuantos procesos característicos y a sugerir una tipología aproximada.

¿Cómo se convierte un conflicto sociocultural en oposición entre partidos? Para abordar una interpretación de las variaciones de esos procesos de conversión debemos examinar mucha información sobre las condiciones para la expresión de protesta y la re­presentación de intereses en cada sociedad.

En primer lugar, debemos conocer las tradiciones de toma de decisiones del estado correspondiente: el predominio de procedimientos de conciliación frente a procedimien­tos autocráticos del gobierno central, las normas establecidas para la solución de agravios y protestas, las medidas adoptadas para controlar o proteger asociaciones políticas, la li­bertad de comunicación, y la organización de manifestaciones.

46. Hans Daalder, en un reciente estudio de los acontecimientos de Europa occidental, ha defendido este punto con mucho empeño. Es imposible entender la evolución, la estructura y el funcionamiento de los sistemas de partidos sin estudiar en qué medida existía competencia elitista antes de las revoluciones industrial y democrática. Daalder señala In-

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En segundo lugar, hemos de tener conocimiento de los canales para la expresión y movilización de protesta: ¿Había un sistema de representación y, en el caso que así fue­ra, hasta qué punto eran accesibles los representantes, quién tenía derecho a elegirlos y cómo se elegían? ¿Se expresaba en primer término el conflicto a través de manifestacio­nes directas, a través de huelgas, sabotajes o violencia manifiesta, o podía canalizarse a través de elecciones regulares y a través de presiones sobre representantes legítimamen­te establecidos?

En tercer lugar, necesitamos información sobre las oportunidades, los resultados y los costes de las alianzas en el sistema: ¿Hasta qué punto los antiguos movimientos se mostraban dispuestos o reacios a ensanchar sus bases de apoyo, y hasta qué punto era fá­cil o difícil que nuevos movimientos obtuviesen representación propia?

En cuarto y último lugar, debemos conocer las posibilidades, las consecuencias y las limitaciones del gobierno de la mayoría en el sistema: ¿Qué tipo de alianzas produ­cirían, probablemente, el control por parte de la mayoría de los órganos de representación y qué grado de influencia podrían ejercer de hecho esas mayorías en la estructuración bá­sica de las instituciones y las distribuciones dentro del sistema?

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Los CUATRO UM BRALES

Esta serie de cuestiones sugiere una secuencia de umbrales en el camino de cual­quier movimiento que pretenda plantear nuevas exigencias dentro de un sistema político.

Primero, el umbral de legitimación: ¿Se rechazan todas las protestas como conspi- ratorias, o hay cierto reconocimiento del derecho de petición, crítica y oposición?

Segundo, el umbral de incorporación: ¿Se niega a todos o a la mayoría de los que apoyan el movimiento el estatus de participantes en la elección de representantes, o se les otorgan los mismos derechos de ciudadanía política que a sus adversarios?

Tercero, el umbral de representación: ¿Debe el nuevo movimiento incorporarse a movimientos mayores y más antiguos para acceder a órganos representativos o puede ob­tener representación propia?

Cuarto, el umbral de poder de la mayoría: En el sistema, ¿hay frenos y fuerzas con­trarias incorporados contra el gobierno de la mayoría numérica o la victoria de un parti­do o coalición en las urnas le otorgará poder para introducir cambios estructurales im­portantes en el sistema nacional?

Esto nos da una tosca tipología de cuatro variables de condiciones para la forma­ción de sistemas de partidos.

Empíricamente, los cambios en uno de estos umbrales generaron tarde o temprano presiones para cambiar otros, pero hubo variaciones en las secuencias de los cambios. No

glaterra, Holanda, Suiza y Suecia como los países con tradiciones más fuertes de pluralismo conciliatorio e indica la in­fluencia de estas condiciones previas en la formación de sistemas de partidos integrados. Véase H. Daalder, «Parties, Eli­tes and Political Development(s) in W estern Europe», en J. LaPalombara y M. Weiner, eds.. Political Parties and Politi­cal Development, op.cit. Hay un análisis más amplio de diferencias de carácter en el proceso de construcción de la nación en S. P. Huntington, «Political Modernization: America vs. Europe», W orld Politics, 18, 1966, pp. 378-414.

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260 DIEZ TEXTOS BÁSICOS DE CIENCIA POLÍTICA

E sq u em a A

Nivel de cada umbral Sistema de partidos resultante

Legiti­ Incorpo­ Represen­ Podermación ración tación mayoría

Alto A A A Regím enes autocráticos u oligárquicos, V erfem u n g de todos los partidos; protestas y agravios canalizados a través del campo de la administración o a través de la representación estamental.

M edio A A A Sistem a de partidos interno y embrionario: camarillas de representantes, clubes de n o ta b le s . Ejemplos: Inglaterra an­tes de 1832, Suecia durante las luchas entre «sombreros» y

4S«gorras».

M M A A o M Sistem as de partidos internos que generan apoyo externo rudimentario a través del registro de asociación; con protec­ción para las organizaciones ya incorjwradas al sistema: pre­dominantes en Europa occidental durante el período del hun­dimiento del absolutismo monárquico y la instauración del gobierno parlamentario con sufragio masculino.

Bajo M A A Fase inicial del desarrollo de los sistemas de partidos extem os: m ovim ientos de las clases más bajas con libertad para desarrollarse. Sufragio aiin limitado y/o desigual. Ejem­plo: Suecia antes de 1909.

B M A M Situación idéntica, pero con gobierno parlamentario: Bélgica antes de 1899; Noruega, 1884-1900.

M B A A Aislam iento del sistema nacional de los partidos de minorías religiosas o de clase baja: medidas restrictivas contra las or­ganizaciones políticas, pero sufragio m asculino pleno. Ejem­plos: el R e ic h guillermino durante el período de la S o c ia lis - ten g ese tze , 1878-1890; Francia durante e l Segundo Imperio y primeras décadas de la Tercera Repiíblica.

B B A A Sistemas de partidos com petitivos con sufragio masculino igual y universal, con grandes beneficios para las alianzas y con una separación clara de los poderes legislativo y ejecuti­vo. El mejor ejem plo serían los Estados Unidos, si no hubie­ra sido por las restricciones a las actividades del partido comunista y e l bajo derecho de sufragio d e fa c to de los ne­gros en el Sur. Francia durante la Quinta Repiíblica podría ser un ejem plo mejor.

47. Éste es el término de Faul para la fase inicial de la formación de partidos, op. cit., pp. 62-69.48. Véase especialmente Gum m ar OIson, H aítar och mössor: Studier over partiväsendet i Sverige, 1751-1762,

Akdemiförlaget, Gotemburgo, 1963.

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E s q u e m a A (continuación)

Nivel de cada umbral Sistema de partidos resultante

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Legiti- Incorpo- Represen- Poder mación ración tación mayoría

A M Idéntica situación, pero con gobierno parlamentario. Ejem­plos: Francia durante las últimas décadas de la Tercera Repú­blica y la mayor parte de la Cuarta; Gran Bretaña desde 1918.

M M Igual situación, pero con cierto grado de representaciónproporcional: poca necesidad de alianzas para conseguir representación pero existencia de medidas contra la fregmen- tación mediante mínimos electorales explícitos o implícitos. Ejemplos: países nórdicos. Bélgica, Holanda y Suiza desde 1918-1920.

B B Igual situación con representación proporcional máxima ymenos limitaciones al poder de la mayoría. Ejemplo: el parlamento centrífugo y fragmentado y la presidencia plebis­citaria de la República de Weimar.

hay ninguna evolución política que permita el cambio desde una situación con los cuatro umbrales «altos» a una con los cuatro umbrales «bajos».

Las progresiones claramente definidas hacia umbrales más bajos se observan, en general, en las primeras etapas de cambio: el reconocimiento de libertades de asociación, la ampliación del sufragio. En las últimas etapas se pueden observar variaciones mucho mayores en las vías de evolución. En realidad no hay ninguna etapa final única en las se­ries de cambios, sino varias alternativas; BBAA-umbral alto de representación mayorita- ria y separación de poderes; BBAM-umbral alto de parlamentarismo mayoritario; BBMM-parlamentarismo de RP de umbral medio; BBBB-gobiemo de mayoría plebisci­tario y PR de umbral bajo.

La primera literatura comparada sobre el crecimiento de los partidos y de los siste­mas de partidos se centró en las consecuencias de la reducción de los dos primeros um­brales: la aparición de la oposición parlamentaria y una prensa libre y la ampliación del derecho de voto. Tocqueville y Ostrogorski, Weber y Michels, todos a su manera, inten­taron comprender esa institución básica del Estado moderno que es el partido de masas competitivo.'“’ La literatura posterior, sobre todo a partir de la década de 1920, pasó a cen­trar su atención en el tercer umbral y en el cuarto; las consecuencias del sistema electo­ral y la estructura del campo de la toma de decisiones para la formación y el funciona­miento de los sistemas de partidos. Los duros debates sobre los pros y los contras de los

49. Hay un repaso de esta literatura en S. M. Lipset, «Introduction: Ostrogorski and the Analytical Approach to the Comparative Study o f Political Parties», en M. I. Ostrogorski, Democracy and the Organization o f Political Parties, Doubleday, Nueva York, 1964, pp. IX-LXV.

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sistemas electorales estimularon una gran diversidad de tentativas de análisis comparado, pero las considerables fidelidades emotivas a favor de un lado u otro condujeron a me­nudo a interpretaciones discutibles de los datos y a generalizaciones excesivamente precipitadas a partir de pruebas escasas. Pocos autores fueron capaces de contentarse con comparaciones de secuencias de cambio en países distintos. Quisieron influir en el curso futuro de los acontecimientos y fueron sumamente optimistas sobre las posibili­dades de introducir cambios en los sistemas de partidos establecidos a través de la in­geniería electoral. Olvidaron que los partidos, una vez establecidos, construyen una es­tructura interna propia y crean compromisos internos a largo plazo entre el núcleo cen­tral de seguidores. Las maniobras electorales pueden impedir o demorar la formación de un partido, pero una vez que éste ha tomado forma y se ha asentado, resulta difícil cambiar su carácter modificando tan sólo las condiciones de agregación electoral. En realidad, en la mayoría de los casos tiene poco senddo tratar los sistemas electorales como variables independientes y los sistemas de parfidos como dependientes. Los es­trategas de los partidos tendrán en general influencia decisiva sobre la legislación elec­toral y optarán por los sistemas de agregación que consoliden su propia posición, bien a través de un aumento en su representación, a través del refuerzo de las alianzas pre­feridas o a través de mecanismos contra movimientos de escisión. En términos teóricos quizá pueda tener sentido la hipótesis de que sistemas de mayoría simple originarán oposiciones bipartidistas en los sectores culturalmente más homogéneos de un Estado y sólo generarán otros partidos a través de divisiones territoriales. Sin embargo, la úni­ca base convincente para esta generalización procede de países con una historia conti­nuada de agregaciones de mayoría simple desde los inicios de la política democrática de masas. Hay pocas pruebas firmes y mucha inseguridad en cuanto a los efectos de posteriores cambios en las leyes electorales sobre los sistemas de partidos: una razón simple es que los partidos ya asentados en el estado influirán mucho en la amplitud y la dirección de estos cambios y, cuanto menos, se mostrarán reacios a que se les borre de la existencia por una votación.

Cualquier tentativa de análisis sistemático de variaciones en las condiciones y las estrategias de la competencia de partidos debe nacer de estas diferenciaciones en las fa­ses evolutivas. En este contexto, no podemos hacer comparaciones detalladas país por país. Nos hemos limitado, entonces, a revisar datos correspondientes a dos secuencias di­ferentes de cambio: la aparición de movimientos y partidos de clase baja y la decaden­cia de los partidos de régime censitaire.

2 6 2 TEXTOS BÁSICOS DE CIENCIA POLÍTICA

L a s NORM AS d e l j u e g o e l e c t o r a l

Los primeros sistemas electorales establecieron un umbral elevado para los partidos que surgían. A los partidos obreros les fue muy difícil en todas partes obtener represen­tación propia, pero hubo variaciones significativas en el aperturismo de los sistemas de­bido a las presiones de los nuevos estratos. Los sistemas de votación de segunda vuelta, tan bien conocidos del Reich Guillermino, de la Tercera República francesa y de la Quin­

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ta, establecieron la barrera más alta posible, la mayoría absoluta, pero posibilitaron al mismo tiempo una diversidad de alianzas locales entre los adversarios de los socialistas; el sistema mantuvo subrepresentados a los nuevos incorporados pero, sin embargo, no forzó a los viejos partidos a fundirse o aliarse a escala nacional. Las injusticias manifies­tas del sistema electoral aumentaron aún más el alejamiento de las clases trabajadoras de las instituciones nacionales y generaron lo que Giovanni Sartori ha calificado como sis­temas de «pluralismo centrífugo»:^” un importante movimiento fuera del ámbito político establecido y varios partidos opuestos dentro de él.

Los sistemas de mayoría simple del tipo británico-norteamericano establecen tam­bién altas barreras contra los movimientos en ascenso que pretenden incorporarse al ám­bito político; sin embargo, el nivel inicial no está establecido en el 50 % de los votos emi­tidos en cada circunscripción sino que varía desde el principio con las estrategias adop­tadas por los partidos. Si éstos se agrupan en defensa de sus intereses comunes, el umbral es alto; si cada uno se centra en su propio interés, es bajo. En las primeras fases de la mo­vilización obrera, estos sistemas fomentaron alianzas del tipo «liberales-obreristas». Los recién llegados al electorado vieron que sus únicas posibilidades de representación esta­ban en candidaturas conjuntas con el partido oficial más reformista. En fases posteriores, partidos claramente socialistas obtuvieron representación propia, en sectores de gran con­centración industrial y elevada segregación de clase, pero esto no provocó invariable­mente alianzas contrarias por parte de los partidos más antiguos.

Sin embargo, no en todos los Estados de mayoría simple se formaron partidos obreros tan fuertes y diferenciados. Canadá y Estados Unidos se quedaron en lo que po­dríamos llamar la etapa «liberal-obrerista». Los analistas de estas dos naciones «des- viacionistas» han otorgado preeminencia a factores como la temprana concesión del de­recho al voto, la elevada movilidad, el federalismo asentado y la marcada diversidad regional, étnica y religiosa.^' Pero hay importantes diferencias entre los dos casos que nos dicen mucho sobre la importancia del cuarto de nuestros umbrales: la protección contra el poder de la mayoría directa. En una comparación reciente de los sistemas de partidos canadiense y norteamericano, León D. Epstein ha argumentado, con una lógi­ca admirable, que las diferencias decisivas reflejan contrastes en los procedimientos de toma central de decisiones constitucionalmente establecidos: en Canadá, responsabili­dad del gabinete frente a una mayoría parlamentaria; en Estados Unidos, poderes sepa­rados adquiridos a través de dos canales de representación diferenciados. El sistema parlamentario rebaja el umbral de poder de las mayorías numéricas, pero el gobierno depende para su existencia de una votación disciplinada dentro del partido o de los par­tidos que lo apoyan en la legislatura. El sistema de separación de poderes hace que re-

50. «European Political Parties: The Case o f Polarizd Pluralism», en J. LaPalombara y M. Weiner, eds.. Political Parties and Political Development, op. cit.

51. Hay una exposición de similitudes y diferencias entre dos democracias anglófonas en L. Lipson, «Party Sys­tems in the United Kingdom and the Older Commonwealth», Pol. Studies, 1, 1959, pp. 12-31; S. M. Lipset, The First New Nation, caps. 5, 6 y 7; y R. Alford, Party and Society: The Anglo-American Democracies, Rand McNally, Chicago, 1963, especialmente el cap. XII.

52. Leon D. Epstein, «A Comparative Study o f Canadian Parties», Amer. Pol. Sci. Rev., 63, marzo de 1964, pp. 46-59.

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suite más difícil traducir victorias numéricas en cambios diferenciados de política, pero permite también alianzas mucho más flexibles dentro de cada uno de los partidos. Los partidos canadienses tienden a estar unidos en su comportamiento legislativo y a man­tener un control estricto sobre el reclutamiento de candidatos. Los partidos norteameri­canos tienden a ser una federación flexible, con una estructura interna mínima y un sis­tema de elecciones primarias que los obliga a dejar las decisiones sobre el recluta­miento a un mercado electoral más amplio. Como consecuencia, el sistema canadiense ha fomentado los partidos de protesta regionales y culturales, mientras que los partidos norteamericanos se han mostrado notablemente abiertos a exigencias locales o de fac­ción, a una gran variedad de movimientos e intereses. El estricto sistema bipartidista predominante en Estados Unidos no puede considerarse un resultado normal de elec­ciones por mayoría simple. Los partidos estadounidenses difieren marcadamente, por su estructura y por su carácter, de otros partidos surgidos con este sistema de eleccio­nes y pueden explicarse mejor a través de un análisis de la separación constitucional­mente establecida de los dos ámbitos de toma de decisiones, el Congreso y el ejecuti­vo presidencial.

Esto nos lleva a un punto crucial de nuestro análisis de la transformación de la es­tructura de división en sistemas de partidos: los costes y los beneficios de fusiones, alian­zas y coaliciones, la altura del umbral de representación y las normas de toma de deci­sión central pueden aumentar o disminuir los beneficios netos de la acción conjunta, pero la intensidad de las hostilidades heredadas y la apertura de comunicaciones a través de las líneas de división determinarán si son concretamente factibles las fusiones o las alian­zas. Debe haber un mínimo grado de confianza entre los dirigentes, y tiene que haber cierta justificación para esperar que los canales de comunicación con los que elaboran de­cisiones se mantendrán abiertos, sea quien sea el que gane la elección. El sistema electo­ral británico sólo puede entenderse teniendo en cuenta el telón de fondo de las tradicio­nes asentadas de representación territorial; el miembro del Parlamento representa a todos sus electores, no sólo a los que le votaron. Pero este sistema pone a prueba la lealtad de los electores: en enfrentamientos bipartidistas pueden tener que soportar las decisiones de un representante al que no quieren hasta un 49 % de ellos; en las contiendas entre tres partidos, puede ser hasta un 66 %.

Estas exigencias deben producir inevitablemente tensiones en comunidades dividi­das étnica, cultural o religiosamente: cuanto más profundas son las divisiones, menos probable es que las decisiones tomadas por representantes de la otra parte sean aceptadas lealmente. No fue casual que los primeros movimientos hacia la representación propor­cional se dieran en los países europeos étnicamente más heterogéneos, Dinamarca en 1855 (para acomodar Schleswig-Holstein), los cantones suizos a partir de 1891, Bélgica

53. El manual básico sobre la historia de la representación proporcional en Europa aún sigue siendo Karl Brau- nias. D as parlamentarische Wahlrecht, de Gruyter, Berlín, 1932, I-II. Obras polémicas como F. A. Hermens, Democracy or Anarchy?, Univ. o f Notre Dame Press, Notre Dame, 1941; E. Lakeman y J. D. Lambert, Voting in Democracies, Faber, Londres, 1955; y H. Unkelbach, Grundlagen der Wahlsystematik, Vandenhoeck u. Rupprecht, Gotinga, 1956, ofrecen gran cantidad de información pero no ayudan mucho a entender las condiciones socioculturales para el éxito de uno u otro pro­cedimiento de agrupación electoral. Véase S. Rokkan «Electoral Systems», artículo en Internation Encyclopedia o fth e So­cial Sciences.

2 6 4 d ie z TEXTOS BÁSICOS DE CIENCIA POLÍTICA

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desde 1899, Moravia desde 1905 y Finlandia desde 1906 “ El gran historiador de los sis­temas electorales Karl Braunias distingue dos fases en la difusión de la representación proporcional: la fase de la «protección de la minoría» antes de la primera guerra mundial y la fase «antisocialista» en los años que siguieron inmediatamente al a rm istic io .E n so­ciedades divididas lingüística y religiosamente las elecciones por mayoría podían consti­tuir una clara amenaza para la continuidad del sistema político. La adopción de cierto ele­mento de representación de minorías se consideró un paso esencial en una estrategia de consolidación territorial.

Al aumentar las presiones en favor de la ampliación del derecho de sufragio, tam­bién se oyeron demandas en favor de la proporcionalidad en los Estados culturalmente más homogéneos. En la mayoría de los casos la victoria del nuevo principio de repre­sentación llegó gracias a una convergencia de presiones de abajo y de arriba. La clase obrera que surgía quería rebajar el umbral de representación para conseguir acceso a los cuerpos legislativos, y los partidos tradicionales más amenazados pedían representación proporcional para proteger sus posiciones contra las nuevas olas de votantes movilizados por el sufragio universal. En Bélgica, la adopción del sufragio masculino graduado, en 1893, trajo consigo una polarización creciente entre obreristas y católicos y puso en pe­ligro la existencia continuada de los liberales; la representación proporcional devolvió cierto equilibrio al sistema.’" La historia de las luchas en tomo a los procedimientos elec­torales en Suecia y en Nomega nos explica muchas cosas sobre las consecuencias de re­bajar un umbral para negociar el nivel del siguiente. En Suecia los liberales y los social- demócratas libraron una larga lucha por el sufragio universal e igualitario y al principio propugnaron también la representación proporcional para conseguir un acceso más fácil a los cuerpos legislativos. Pero el notable éxito de sus movilizaciones los llevó a cambiar de estrategia. A partir de 1904 abogaron por elecciones por mayoría en distritos electo­rales de un solo miembro. Esto despertó temores entre los campesinos y los conservado­res urbanos, que para proteger sus intereses convirtieron la representación proporcional en una condición para aceptar el sufragio masculino. Así cayeron juntas las dos barreras: resultó más fácil acceder al electorado y más fácil obtener representación."'^ En Nomega hubo un intervalo mucho más largo entre las oleadas de movilización. La concesión del derecho al voto fue mucho más amplia desde el principio, y la primera oleada de movi­lización campesina dermmbó el viejo régimen en 1884. En consecuencia, el sufragio se amplió mucho antes de la movilización final del proletariado mral y de los obreros in­dustriales por influjo del rápido cambio económico. La «izquierda» radical-agraria victo­riosa no sintió ninguna necesidad de rebajar el umbral de representación y, en realidad

54. Braunias, op. cit. II, pp. 201-204.55. Véase J. Gilissen, Le régime représem atif en Belgique depuis 1790, Renaissance du Livre, Bruselas 1958

pp. 126-130.56. El surgimiento del movimiento de ámbito nacional en favor del sufragio universal y la movilización de apo­

yo paralela de los liberales y los socialdemócratas se describen con gran detalle en S. Carisson, Lantmannapolitiken och industrialismen, Gleerup, Lund, 1952, y T. Vallinder, / Kamp fo r demokratien, Natur o. kultur, Estocolmo, 1962. Hay una aceptable exposición de la negociación en tom o a la ampliación del sufragio y a la representación proporcional en Dou- glas V. Vemey, Parlamentary Reform in Sweden 1866-1921, Clarendon, Oxford, 1957, cap. VIL

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ayudó a elevarlo, en 1906, mediante un sistema de votación doble del tipo francés. Hay pocas dudas de que esto contribuyera notablemente a la radicalización y el distancia- miento del partido laborista noruego. En 1915 había obtenido el 32 % de los votos emi­tidos, pero se le dio apenas el 15 % de los escaños. La «izquierda» no cedió hasta 1921. La causa decisiva fue claramente no sólo un sentido de justicia igualitaria sino el miedo al declive acelerado con avances posteriores del partido laborista por encima del umbral de la mayoría.

En todos estos casos podrían haberse mantenido umbrales altos si los partidos de las clases propietarias hubiesen sido capaces de formar un frente común contra los cre­cientes movimientos obreros. Pero la tradición de hostilidad y desconfianza era demasia­do fuerte. Los liberales belgas no fueron capaces de afrontar la posibilidad de una fusión con los católicos, y las divisiones entre los intereses rurales y urbanos eran demasiado profundas en los países nórdicos para que se pudiese formar un frente antisocialista. En Inglaterra, sin embargo, el nivel superior de industrialización y la fusión progresiva de los intereses rurales y urbanos hicieron posible una oposición al reclamo de un cambio en el sistema de representación. Los laboristas sólo estuvieron gravemente subrepresentados durante un breve período inicial, y los conservadores pudieron establecer alianzas lo su­ficientemente amplias en los condados y las zonas suburbanas para mantener sus votos bastante por encima del punto crítico.

Consecuencias para la sociología política comparada

Hemos llevado nuestra tentativa de sistematizar la historia comparativa de las oposiciones partidistas en los Estados europeos hasta cierto punto de la década de 1920, hasta la inmovilización de las alternativas de partido importantes a raíz de la amplia­ción del sufragio y la movilización de sectores fundamentales de las nuevas reservas de seguidores potenciales. ¿Por qué detenemos ahí? ¿Por qué no seguir este ejercicio de análisis de división comparativo hasta la década de I960? La razón es engañosamente simple: los sistemas de partidos de la década de 1960 reflejan, con escasas pero sig­nificativas excepciones, las estructuras de división de la década de 1920. Esta es una característica decisiva de la política competitiva de Occidente en la época del «gran consumo masivo»: Las alternativas partidistas, y en un considerable número de casos las organizaciones partidistas, son más viejas que las mayorías de los electorados na­cionales. Para la mayoría de los ciudadanos de Occidente los partidos activos actual­mente forman parte del paisaje político desde su infancia, o al menos desde que se en­frentaron por primera vez con el problema de elegir entre «paquetes» altemativos en unas elecciones.

Esta continuidad es algo que se considera natural y en lo que no se repara; en reali­dad plantea un conjunto de problemas intrigantes para la investigación sociológica compa­rada. Un número sorprendente de los partidos que se habían consolidado a finales de la pri­mera guerra mundial sobrevivió no sólo a las pruebas terribles del fascismo y del nacional­socialismo sino también a otra guerra mundial y a una serie de profundos cambios en la

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estmctura social y cultural de los Estados de los que formaban parte. ¿Cómo fue posible? ¿Cómo fueron capaces estos partidos de sobrevivir a tantos cambios en las condiciones po­líticas, sociales y económicas de su actuación? ¿Cómo pudieron lograr que cuerpos de ciu­dadanos tan grandes siguieran identificándose con ellos durante períodos de tiempo tan lar­gos, y cómo pudieron renovar sus clientelas básicas de generación en generación?

No hay respuesta directa a ninguna de estas cuestiones. Sabemos mucho menos de la dirección interna y del funcionamiento organizativo de los partidos políticos de lo que sabemos de su base sociocultural y su historia externa de participación en la elaboración pública de decisiones.”

Para aproximamos a una respuesta tendríamos que partir sin duda de un análisis comparado de los «viejos» y «nuevos» partidos: los primeros partidos de masas que se formaron durante la última fase de ampliación del sufragio y los intentos posteriores de lanzar nuevos partidos durante las primeras décadas de sufragio universal. Es difícil en­contrar excepciones significativas a la norma de que los partidos que fueron capaces de formar organizaciones de masas y pudieron establecerse en estmcturas de gobiemo loca­les antes del impulso final hacia la máxima movilización han resultado ser los más via­bles. La reducción del «mercado de apoyo» que derivó del crecimiento de los partidos de masas durante este impulso final hacia la democracia de sufragio pleno dejó claramente muy pocas opciones para nuevos movimientos. Donde el reto de los partidos obreros emergentes se había enfrentado a esfuerzos concertados de contramovilización a través de organizaciones de masas de ámbito nacional en los frentes liberales y conservadores, el espacio para nuevas formaciones partidarias fue particularmente reducido; esto fue lo que sucedió cuando el umbral de representación era bajo, como en Escandinavia, o muy alto, como en Inglaterra.'* En correspondencia, los sistemas de partidos «posdemocráticos» de­mostraron ser notablemente más frágiles y abiertos a recién llegados en los países donde los estratos privilegiados se habían apoyado en sus recursos de poder locales en vez de en organizaciones de masas de ámbito nacional en sus esfuerzos de movilización.

Francia fue uno de los primeros países que llevó al campo político un electorado máximo, pero los esfuerzos de movilización de los estratos asentados fueron locales y personales. Nunca llegó a fomarse una organización de masas que se correspondiese con el partido conservador de Gran Bretaña. Hubo muy poca «reducción del mercado de apo­yo» a la derecha del PCF y el SFIO y, en consecuencia, mucho campo para la innovación en el sistema de partidos incluso en las últimas fases de la democratización.

En Alemania hubo una asimetría similar: organizaciones de masas fuertes a la iz­quierda pero una acusada fragmentación a la derecha. En varios puntos de nuestro análi­sis de las estmcturas de división hemos insistido en la diferencia entre Alemania y Gran Bretaña. La diferencia con Austria es igualmente reveladora; allí la constelación iú-La-

57. Un libro como el de Samuel J. Eldersveld, PoUtical Parties: A Behavioral Analysis, McNally, Chicago, 1964, propone temas importantes para una investigación, pero su utilidad para el análisis comparativo se halla gravemente limita­da por una excesiva concentración en la que es quizá la organización partidista más atípica que existe, la norteamericana.

58. Para comprobar esta generalización es evidente que habrá que efectuar un censo comparativo de partidos «efí­meros» de Europa. Hans Daalder ha dado un primer paso útil con su inventario de pequeños partidos en Holanda desde 1918; Holanda es el país con el historial más prolongado de representación proporcional de umbral mínimo; véase «De kleine politieke partijen — een voorlopige poging tot inventarisatie», Acta política, 1, 1965-1966, pp. 172-196.'

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ger se asentó en una etapa muy temprana del proceso de movilización, y el sistema de partidos cambió asombrosamente poco desde el Imperio a la Primera República, y des­de ésta a la Segunda. La consolidación del apoyo conservador en tomo a las organiza­ciones de masas de la Iglesia católica absorbió, sin duda, una gran parte del potencial de movilización para nuevos partidos. En la Alemania guillermina y en la de Weimar la úni­ca organización de masas auténtica a la derecha de los socialdemócratas era el Zentrum católico. Esto aún dejaba bastante campo para formaciones partidarias «posdemocráticas» en la derecha protestante. Fue, irónicamente, la derrota del régimen nacionalsocialista y la pérdida del Este protestante lo que brindó la oportunidad para una cierta estabilización del sistema de partidos alemán. Con la creación de la CDU/CSU, regionalmente dividi­da, los alemanes pudieron aproximarse por primera vez a un partido conservador amplio de tipo británico. No fue capaz de crear una organización de miembros del partido tan só­lida, pero demostró, al menos hasta el desastre de 1966, una eficacia asombrosa para agmpar intereses a través de una amplia gama de estratos y sectores de la comunidad fe­deral.

Hay otros dos países de Occidente que han experimentado cambios espectaculares en sus sistemas de partidos desde la instauración del sufragio universal y merecen un co­mentario en este marco; son Italia y España. El caso italiano se aproxima al alemán: am­bos países pasaron por un doloroso proceso de unificación tardía; ambos estaban profun­damente divididos en sus estratos privilegiados entre los «constmctores de la nación» (pmsianos, piamonteses) y los católicos; ambos habían tardado en reconocer los derechos de las organizaciones obreras. La diferencia esencial radicaba en la coordinación de las formaciones de partidos. En el Reich se había permitido que se formase una estmctura de partido diferenciada durante la fase de movilización inicial y se le habían otorgado otros quince años de funcionamiento durante la República de Weimar. Por el contrario, en Ita­lia la escisión Iglesia-Estado era tan profunda que no surgió un sistema de partidos es- tracturalmente responsable hasta 1919, tres años antes de la marcha sobre Roma. En rea­lidad, faltó tiempo para la consolidación de un sistema de partidos antes de la revolución posdemocrática, y había muy pocos componentes de un sistema de partidos tradicional a los que recurrir después de la derrota del régimen fascista en 1944. Ciertamente, los so­cialistas y los popolari habían tenido un breve período de experiencia de movilización electoral y esto, sin duda, fue un factor relevante al crearse el PCI y la DC después de la guerra. Pero las otras fuerzas políticas no habían estado nunca organizadas para la políti­ca electoral y dejaron mucho margen para irregularidades en el mercado de la moviliza­ción. El caso español tiene mucho en común con el francés: unión temprana pero resen­timientos profundos contra el poder central en algunas de las provincias y prematura uni­versalización del sufragio pero con organizaciones de partidos débiles y divididas. El sistema español de falso parlamentarismo y caciquismo no había producido partidos de masas electorales de importancia en la época en que la doble amenaza de movilización secesionista y militancia obrera desató contrarrevoluciones nacionalistas, primero con Primo de Rivera, en 1923, luego con la guerra civil, en 1936. Toda la historia de la polí­tica de masas electoral española se reduce a los cinco años de la república, desde 1931 a 1936; no es gran cosa, y es significativo que un analista lúcido y realista como Juan Linz

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no base sus proyecciones de la posible estructuración de un futuro sistema de partidos es­pañol en las experiencias de esos cinco años sino en una proyección de las alineaciones electorales italianas.

Estos cuatro casos espectaculares de interrupciones en la formación de los sistemas de partidos nacionales no invalidan por sí solos nuestra formulación inicial. Las alterna­tivas de partido más importantes se establecieron para cada ciudadanía nacional durante las fases de movilización inmediatamente anteriores o posteriores a la ampliación final del sufragio, y se han mantenido más o menos igual a lo largo de las décadas de cambios posteriores en las condiciones estructurales de elección partidista. La continuidad en las alternativas son tan sorprendentes, incluso en los casos de Francia, Alemania e Italia, como las interrupciones en sus expresiones organizativas. En varios sentidos, el caso francés es el más intrigante en este aspecto. No hubo ningún período de interrupción de la política electoral generado internamente (la fase Petain-Laval no se habría producido, evidentemente, si los alemanes no hubieran ganado en 1940), pero se produjeron una se­rie de oscilaciones violentas entre los modelos plebiscitario y representativo de democra­cia y una fragmentación organizativa acusada, tanto en la articulación de intereses como en los partidos. A pesar de estos cataclismos frecuentes, ningún analista de la política francesa tiene muchas dudas sobre las continuidades subyacentes de sentimiento e iden­tificación tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. El votante no sólo reacciona ante temas inmediatos sino que está atrapado en un conjunto históricamente de­terminado de opciones difusas para todo el sistema.

Esta «historicidad» de las alternativas partidistas tiene una importancia decisiva para el estudio de diferencias y similitudes, no sólo entre naciones sino también dentro de las naciones. Las alternativas partidistas varían en predominio y «edad», no sólo de un sistema político a otro sino también de una localidad a otra dentro del mismo Estado. Para llegar a entender con detalle los procesos de movilización y alineamiento dentro de una nación concreta necesitamos, evidentemente, información no sólo sobre el resultado de la votación y la división de los votos, sino sobre el ritmo deform ación de las organi­zaciones de partidos locales. Este proceso de asentamiento local puede concretarse de di­versos modos: a través de registros de la organización, a través de registros de los miem­bros y a través de información sobre las listas presentadas en elecciones locales. La re­presentación en localidades permitirá, en la mayoría de los países de Occidente, un acceso mucho más directo a los recursos del poder que la representación a escala nacio­nal. Los que ocupan los cargos locales tienden a formar la columna vertebral de la orga­nización del partido y son capaces de atraer a núcleos de seguidores activos mediante la distribución de las prebendas y recompensas que sus puestos puedan permitir. Para los partidos de los desamparados acceder al aparato local del gobiemo ha tenido en general una importancia decisiva para la formación y el mantenimiento de sus redes organizati­vas. Pueden haber sobrevivido apoyándose en su fuerza sindical, pero el potencial de re­cursos adicionales que entrañan las oficinas locales ha significado mucho más para ellos

59. Juan Linz y A. de Miguel, «W ithin-Nation Differences and Comparisons: The Eight Spains», en R. Menit yS. Rokkan, eds., Comparing Nations, Yale University Press, New Haven, 1966, cap. V.

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que para los partidos cuya fuerza básica procede de las redes de los que controlan el po­der económico o de las organizaciones de la Iglesia.

El estudio de estos procesos de asentamiento local se halla aún en la infancia en la mayoría de los países y nunca se han emprendido estudios comparados. Es una de las grandes lagunas de la sociología política empírica. Hay asimetría entre nuestros co­nocimientos y nuestras tentativas de sistematización: sabemos muy poco de los proce­sos por los cuales se estabilizan las alternativas políticas para diferentes electorados lo­cales, pero tenemos mucha información sobre las circunstancias en las que una alterna­tiva u otra resulta elegida. Esto refleja, sin duda, diferencias en el acceso a los datos. Es una tarea laboriosa y frustrante reunir datos, localidad por localidad, sobre la formación, la evolución y, posiblemente, el estancamiento o la desaparición de organizaciones par­tidarias. Es muchísimo más fácil investigar las elecciones entre las alternativas ya con­solidadas; los aparatos de registro electoral han acumulado, década tras década, datos sobre elecciones de masas, y lo mismo han hecho, al menos desde la segunda guerra mundial, las organizaciones de encuestas y sondeos. Lo que necesitamos ahora son es­fuerzos sistemáticos para unificar la información sobre el ritmo de asentamiento local de los partidos para concretar sus consecuencias en la alineación electoral.*^' La formación de archivos de datos ecológicos con profundidad histórica tiene que multiplicar estos análisis. Lo que necesitamos ahora es un esfuerzo internacional para coordinar al máxi­mo esos esfuerzos.

Con la formación de esos archivos la dimensión tiempo tiene que ganar preeminen­cia en el estudio comparado de la política de masas. La primitiva escuela de geógrafos electorales franceses tenía profunda conciencia de la importancia de los asentamientos lo­cales y su perpetuación a lo largo del tiempo. Estadísticos ecologistas como Tingsten se preocuparon menos de la estabilidad diacronica que de los índices de cambio, sobre todo a través de la movilización de los últimos que se incorporaron a los electorados naciona­les, los trabajadores y las mujeres. La implantación de la encuesta, como técnica de re- coleccción de datos y de análisis, acortó la perspectiva temporal y produjo una concen­tración en variaciones sincrónicas; la técnica de panel centró la atención en las fluctua­ciones a corto plazo, y ni siquiera los datos sobre votación en el pasado y tradiciones políticas de familia ayudaron a convertir las encuestas en un instrumento adecuado para investigar la evolución. En los últimos años se ha producido una importante inversión de esta tendencia. No sólo hay un aumento acusado del interés de los investigadores por da-

60. Éste es un tema importante del programa noruego de investigación electoral; véase sobre todo S. Rokkan y H, Valen, «The Mobilization o f the Periphery», pp. 111-158, en S. Rokkan, ed.. Approach to the Study o f Political Parti­cipation, Chr. Michelsen Institute, Bergen, 1962; y T. Hjellum, Partiene i lokalpolitikken, Gyldendal, Oslo, 1967. Las po­sibilidades de investigación comparativa sobre la «politización» del gobierno local se analizan en S. Rokkan, «Electoral Mobilization, Party Competition and National Integration», en J. LaPalombara y M. Weiner, op. cit., pp. 241-265.

61. Hay una exposición general sobre la necesidad de estos controles por el carácter de las alternativas partida­rias locales en S. Rokkan, «The Compartive Study of Political Participation», en A. Ranney, ed.. Essays on the Behavio­ral Study o f Politics, Univ. o f Illinois Press, Urbana, 1962, pp. 45-90.

62. Sobre la creación de este tipo de archivos de datos para utilización informática véase S. Rokkan, ed.. Data Archives fo r the Social Sciences, Mouton, París, 1966; y el informe de Mattel Dogan y S. Rokkan del Simposio sobre Aná­lisis Ecológico Cuantitativo celebrado en Evian, Francia, en septiembre de 1966.

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tos de series temporales históricas sobre elecciones y otros datos de masas,“ sino tam­bién mayor concentración de esfuerzos en el estudio de los procesos organizativos y la consolidación de alternativas políticas. Son requisitos previos esenciales para crear una sociología verdaderamente comparada de la política de masas de Occidente. Para enten­der los alineamientos actuales de los electores en los diferentes países no basta con ana­lizar los problemas y la estructura sociocultural contemporáneos. Es aún más importante retroceder hasta la formación inicial de alternativas de partidos y analizar las interaccio­nes de los focos de identificación históricamente establecidos y los cambios subsiguien­tes en las condiciones estructurales de elección.

Esta unión de estrategias de análisis diacrónicos y sincrónicos es de especial im­portancia para poder entender la política de masas de las sociedades de «gran consumo de masas», organizativamente saturadas, de los años sesenta. Décadas de cambio estruc­tural y crecimiento económico han hecho cada vez más irrelevantes las viejas alternati­vas estableciddas, pero el elevado nivel de movilización organizativa de la mayoría de los sectores de la comunidad ha dejado muy poco espacio libre para que aparezcan nuevas alternativas partidistas. No es accidental que situaciones de este tipo generen mucha frus­tración, alienación y protestas dentro de los sectores organizativamente menos compro­metidos de la comunidad, los jóvenes y, muy particularmente, los estudiantes. La «rebe­lión de los jóvenes» ha hallado muy distintas formas de expresión en los años sesenta. Nuevos tipos de delincuencia y nuevos estilos de vida, pero también nuevos tipos de po­lítica. El rechazo de las viejas alternativas, de la política de representación partidaria, puede que haya tenido su expresión más espectacular en la lucha por los derechos civiles y el movimiento de protesta estudiantil de los Estados Unidos,“ pero la aversión de los jóvenes a los partidos oficiales, sobre todo a los que están en el poder, es un fenómeno común incluso en Europa. Las discrepancias generalizadas con los poderes establecidos nacionales respecto de la política exterior y militar no son más que una de las diversas fuentes de esa decepción. La distancia entre niveles de aspiración y niveles de éxito en el Estado de Bienestar también ha sido importante. La probabilidad de que estos resenti­mientos consoliden movimientos lo suficientemente amplios como para formar nuevos partidos viables es escasa, pero los procesos de socialización y reclutamiento dentro de los viejos partidos, sin duda, resultarán afectados. Todo depende en gran parte de las con­centraciones locales y el nivel de los umbrales de representación. En el sistema escandi­navo, de umbral bajo, las oleadas de descontento han alterado ya el equilibrio de los vie­jos partidos: ha habido importantes movimientos de escisión en la izquierda socialista, y

63. Las figuras más importantes de este movimiento en Estados Unidos fueron V. O. Key y Lee Benson. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que, en años posteriores, han apoyado sus obras vigorosamente especiahstas del análisis de encuestas como Angus Campbell y sus colegas Philip Converse, W arren M iller y Donaid Stokes; véase Elections and the PoUtical Order, W iley, Nueva York, 1966, caps. 1-3 y 9.

64. Hay una tentativa detallada de integrar los datos de diversos estudios del activismo estudiantil norteamerica­no en S. M. Lipset y Philip Altbach, «Student Poltics and Higher Education in the United States», Comparative Education Rev., 10, 1966, pp. 320-349. Este artículo aparece también revisado y ampliado en S. M. Lipset, ed., Students and Politics, Basic Books, Nueva York, 1967. Otro análisis global de la literatura científica relacionada con el tema en Jeanne Block, Norma Haan y M. Brewster Smith, «Activism and Apathy in Contemporary Adolescents», en James F. Adams, ed., Con- trihution to the Understanding o f Adolescence, Allyn and Bacon, Boston.

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estos movimientos han socavado parte de la fuerza estratégica de los viejos partidos so­cialdemócratas. Esto sucedió primero en Dinamarca: la escisión del partido comunista condujo a la creación de un partido nacional notablemente vigoroso en la izquierda so­cialista y acarreó graves pérdidas a los socialdemócratas, pérdidas que fueron especial­mente espectaculares en el otoño de 1966. Noruega vivió un proceso muy parecido a par­tir de 1961. Estalló de pronto un movimiento de escisión dentro del partido laborista del gobierno que obtuvo dos escaños en 1961; por primera vez desde la guerra los laboristas pasaron a la minoría. Esto fue el principio de una serie de crisis. En 1965 la escisión de izquierdas había llegado a obtener el 6 % de los votos y el partido laborista fue despla­zado por fin del poder. Resultados posteriores en Suecia muestran procesos similares; el CP ha pasado a una línea «nacional» parecida al modelo danés y ha ganado terreno.

Hay una consideración decisiva en cualquier análisis comparado de estos cambios en la fuerza de los partidos: ¿Qué partidos han estado en el poder, cuáles en la oposición? En los años cincuenta muchos observadores temían la formación de partidos de mayoría permanentes. Se decía que los partidos gobernantes tenían todas las ventajas y podían movilizar tantos recursos estratégicos a su favor que la oposición podía quedar definiti­vamente impotente. Es alentador ver lo rápido que estos observadores tuvieron que cam­biar de opinión. En los años sesenta, las crecientes «revoluciones de expectativas en alza» tienden a colocar a los partidos gobernantes en una desventaja preocupante: deben asu­mir la responsabilidad de problemas que ya no pueden controlar; se han convertido en blanco de continuas exigencias, agravios y críticas, y ya no controlan los recursos nece­sarios para enfrentarse a ellas. Los problemas de los partidos obreros en el poder en Es- candinavia y Gran Bretaña sólo se pueden entender teniendo esto en cuenta. El Estado de bienestar, la difusión de la cultura de «el coche y la tele», el crecimiento explosivo de la enseñanza, todos estos procesos han sometido a las autoridades que gobiernan a nuevas tensiones y han hecho que a los viejos partidos obreros les resulte muy difícil conservar la lealtad de la generación más joven. Hasta los socialdemócratas suecos, que son los go­bernantes obreristas más inteligentes y clarividentes de Europa, parecen haber llegado al final de su era. Afrontaron las exigencias de una ampliación del Estado de bienestar con habilidad innovadora mediante la creación del plan de pensiones suplementarias después de 1956, pero no podían vivir de eso eternamente. Sus recientes problemas se centran en la «sociedad de las colas»: colas en los centros de formación profesional y en las uni­versidades, colas para viviendas, colas para servicios médicos. F*uede que los obreros sue­cos gocen del nivel de vida más alto del mundo, pero esto no ayuda al gobierno social- demócrata sueco. Los jóvenes de clase obrera ven que otros consiguen más estudios, me­jores viviendas, mejores servicios que ellos, y dan muestras de frustración y alejamiento. Es significativo que en los tres países escandinavos las pérdidas de los socialdemócratas hayan sido más acusadas en las ciudades y muy pequeñas en la periferia rural. Donde los partidos gobernantes chocan con mayores dificultades es en las zonas donde ha penetra­do más la «revolución de las expectativas».

Aún es demasiado pronto para decir qué clase de política generará este proceso. Ha­brá, sin duda, más fluctuaciones que antes. Esto puede aumentar las posibilidades de go- biemo mediante un relevo regular, pero puede poner en marcha también nuevas varian­

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tes de tráfico de coaliciones: los políticos se sienten tentados, como es natural, de «am­pliar la responsabilidad», para eludir la represalia electoral compartiendo responsabilida­des con partidos rivales. Los acontecimientos de Dinamarca indican una tendencia hacia negociaciones abiertas por encima de todas las barreras de los partidos oficiales. En No­ruega se está experimentando con una coalición de cuatro partidos del frente no socialis­ta. Entre los cuatro hay tensiones, pero parece que funciona porque a todos los partidos les resulta fácil culpar del incumplimiento de las promesas electorales a la necesidad de mantener la unidad del gobiemo. En Suecia aún no se ha ensayado esta alternativa, pero se habla mucho de una «solución a la nomega». Los acontecimientos de la Bundesrepu­blik alemana durante el verano y otoño de 1966 indican la existencia de procesos simila­res en un marco político completamente distinto: un creciente desencanto con la direc­ción política suprema y con el sistema oficial de toma de decisiones, sea cual sea la ten­dencia del partido de los protagonistas concretos.

Para entender estos fenómenos y para calibrar la viabilidad de las posibles proyec­ciones futuras, será esencial elaborar, monografía a monografía, análisis por análisis, una sociología comparada de la política de masas competitiva.

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INCENTIVOS.

Premisa

'lara analiz~~J~_g_rganizaci~n deun partido, es preciso investigar anteir'"§'~§=Q_ªª~-s__:I_~J!rl1.Ctura de poc;le¡:. E~ decir, córno se halla dis­

'l:riF)urClo el_J2g9.~--~I1)a_organización, cómo se reproduce y cómo y 'Con qurconsécuencias se modifican las relaciones de· poder. Para dar ~!~I~J:::reriemos qu2 ... 4.i~P2-l1-~.r, sin etnbáigo, ~e una definición puficiepter:r:.eilE=preci;a de qué es el poder en una "ürgañízaci6ñ;-:sa: ~áles son sús.propi·e-daaes~--Precis-arrienfe Jo:que se· echa en falta en la literatura sobre los partidos es, en la mayoría de los casos, una sólida definición del poder organizativo. Dos ejemplos deberían ser suficientes para ilustrar este punto.

Primer ejemplo: Desde que Michels formuló su famosa «ley de hierro de la oligarquía>>, ha visto la luz üna abundante literatura dirigida a presentar pruebas en favor o en contra de las tesis de Michels 1• El debate así suscitado ha sido, sin embargo, poco conclu-

1 El tema aparece, tanto en la literatura sobre Micbels, como en un gran número de investigaciones empíricas sobre los partidos (en las gue los mecanismos de se lec-

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62 El sistema organizativo

yeme. Los que consideran válida la «ley de hierro>>, aducen habi­tualmente como prueba el fenómeno de la larga permanencia de ciertos líderes al frente de muchos partidos, su capacidad de mani­pular los congresos nacionales y otras instancias partidarias mediante técnicas plebicistarias, etc. Por el contrario, los que le niegan validez se amparan en general tras d argumento de que, en una asociación voluntaria, los líderes deben tener en cuenta necesariamente la vo·· !untad de sus seguidores, y aducen que, lo que se observa en la mayoría de los casos, es un acuerdo sustancial entre unos y. otros sobre la política a seguir. Las dos tesis se presentan, obviamente, como alterantivas. La veracidad de una excluiría la de la otra. Pero es una alternativa mal planteada. Enefecto, las dos posiciones llegan a conclusiones diferentes porque parten de una premisa distinta, que a su vez arranca de una concepción diferente de las propiedades que adornan al poder en los partidos. Mientras que para los que man­tienen la validez de la «ley de hierro>>, el poder es algo muy seme­jante a una «propiedad», algo que se posee y se ejerce sobre Jos demás, para sus detractores,· por el contrario? el poder es una rela­ción de influencia caracterizada por la reciprocidad (por muy diluida y parcial que sea ésta). En realidad, las dos escuelas captan aspectos del fenómeno del poder qué coexisten siempre en cualquier partido (y en definitiva, en cualquier organización). Lo que ocurre es que ponen el acento únicamente en uno de ellos, en función de la defi­nición de poder (implícitamente) adoptada. Es innegable, en efecto, que los líderes disfrutan en los partidos de una amplia capacidad de control y manipulación; pero es innegable igualmente que, ·en'la

·mayoría de los casos, aquéllos se esforzarán por mantenersé en sin­tonía con sus seguidores. Lo que se pecesita, pues, es una definición

cíón de los candidatOs a los cargos públicos de carácter electivo son utilizados como piedra de toque de la existencia o no de «democracia»). En cuanto al primer tipo de literatura, vid. C. W. Cassinelli, Tbe Law of Oligarcby; «American Political Science Review,, XL VII (1953), pp. 773-784; G. Hands, Roberto Micbels and the Study of Political Parties, «Brirish Journal of Política! Science», I (1971), pp. 155~172; P.Y. Medding, A Framework for the Analysis of Power in Political Parties, «Political Stu­dies», XVIII (1970), pp. 1-17; P. J. Cook Roberto Michel's Political Parties in Pm­pective, «The Journal of Politics», XIII (1971), pp. 773-796. Para el segundo tipo vid., por ejemplo, J. Obler, lntraparty Democracy and the Selection of Padiamentary Can­d,dates: the Belgian Case, d.\ritísh Journal of Política! Science», IV (1974), pp. 163-185 y A. B. Gunlicks, !ntraparty Democracy in Western Germany, «Comparative Poli­ríes», li (1970), pp. 229-249.

El poder. Los incentivos. La participación 6.3

alternativa del poder organizativo, capaz de incluir y explicar fenó­menos aparentemente tan contradictorios.

Segundo ejemplo: En la literatura sobre los dos grandes partidos británicos, el laborista y el conservador, existe una clásica división entre la interpretación según la cual el poder estaría concentrado tradicionalmente en manos del lider del grupo parlamentario y de su entourage más íntimo, y la opuesta, para la que el poder se ha· Haría, en ambos partidos, mucho más fragmentado y difuso 2

• Los partidarios de la primera interpretación exhiben como prueba la li-­bertad de maniobra de que goza el líder del grupo parlamentario en la definición de las opciones políticas, así como la capacidad deque habitualmente hace gala para enfrentarse con éxito a los ataques y a l¡¡ contestación de las minorías en los congresos. O la amplitud de los mecanismos de tipo organizativo de que dispone para controlar y manipular en la dirección deseada al conjunto del partido. Los partidarios de la segunda, por el contrario, ponen en evidencia los límites con que tropieza el poderdellíder, la existencia en el partido de grupos capaces de condicionar sus decisiones y el p<!pel autóno­mo que desempeñan los militantes de base en muchas actividades (in primis y tradicionalmente en la selección de los candidatos al Parla­mento). Merece la pena preguntarse cómo son posibles imágenes tan contradictorias de un mismo objeto. Y preguntarse también si estas interpretaciones son realmente alternativas (que es como suelen ofre­cerse) o si se trata más bien de discripcioncs de aspectos distintos, pero igualmente presentes en las relaciones de poder que se dan en el seno de los: partidos. Como en el caso de los partidarios y d~ los, d.etractores deJa <<ley de hi~rro» de Michels, la unilateralidad de las conclusiones se deriva a mi juicio, de una insuficiente elabora~ión del concepto del poder organizativo. En las organizaciones comple- · jas (y tanto más si se trata de asociaciones voluntarias) el juego del poder es un juego sutil, huidizo y a menudo ambiguo. La ambigüe­dad del fenómeno explica las dificultades con que muchos estudiosos de los partidos se han topado a la hora de definirlo. Una vez más

:es preciso r~currir_~J~-!~OJÍit.de lª_Q.rgagiy_ción para poner ~yli:nto ...,una def~:uc:0n del poder distinta de la de M'Ich§.IS··y--·cretantos otros ~~n seglliao-s'liThüelTás, p·ara .. quiene·s ef.pod-~i:-·¡;;;¡. un·a· ~elacif>n -~uniCT1i:e'ccioñal"del tipcrüominantes:..domiriados (un ·tip-ü-·ae · rehciün ' ~~·--~ .... -~. '",_ .. ,.. . ., _____ . ·-··.

2 Para la bibliografía sobre el Partido Laborista y el Partido Conservador me remito a los caps. VI y VII donde ambos partidos son estudiados.

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El sistema

de ejercer a su vez

Poder e intercambio desigual

Una conocida teoría sobre el poder en las organizaciones capta bastante mejor que la literatura sobre los partidos el «sentido» de

I~~ relaciones de p_o~er. Me refiero a la .~~.()Ti?J.. ~-t:).J2_Qc;l,fiS..91!2g~~_0-oorz de mtacamlno . En palabras de dos autores representatJVOS ae esta tendencia:

Aún inás, el poder puede( ... ) ser definido como una relaéí6n .. d~·¡~-~~;~am­bio, reciproca, por tanto, pero en la que los términos del intercambio favo­recen a una de las partes en presencia. Es una relación de fuerz.a en la que una de las partes puede recabar más de la otra, pero en la c¡ue, a la vez, ninguna pan~ se halla totalmente desarmada frente a la otri:!J .

':·~J, p()d:e:ri ~S.>...J??l~ t~::_~9,_ !:112 _tÍp? de relación, asün.~_t;!,Í_s.'l;, __ p..eA~q.B­ciproca, q]Je se ,I].<tnÍ{iesta,_eiJ. upa «negociaci9-!1. des~qyjlil':r~-4-ª-';_,.J:C:Q un intercambio desigual en el que un act?r g,~na· rnás,,,q:l;!.~_.dm;~:_q, Al ser una relación· de intercambio, o mejor, manifes'tándose de esa forma, el poder no es nunca absoluto, sus límites están.lmplícitos en

la J_Tiisma na tu raleza de la interacción. ~LE?.<J.er: sóls:y~r,.e..~E--~~f:.:~r.~e satiSfaCiendo al n1t,{JOS en parte las exJgenCias y expectativas de los otros y, por tanto, paradójicamente, acept;ndo sufrir su .. poder: En otras palabras, la relación entre.un líder y sus ség{.;rdores'déoe con­cebirse como una relación de intercambio desigual en la que aquél gana más que éstos, a pesar de lo cual se ve obligado a dar algo a cambio. El éxito de las negociaciones, de los intercambios, depende a su vez. del grado de control que tengan los distintos actores sobre

· " Sobre la te() ría del intercambio cfr. (1):-Biau'¡ Exchange and Power in Political NcwYork, \'ífíley, 1964. ·, ) M. ·crozier;, E. Friedberg, L 'Acteur et le Systeme, cit.

El Los incentivos. La 65

recursos; es decir, sobre lo que Croz.icr y definen como los atouts · Como veremos eh el los

factores que) amenazarían o podrían amenazar la supen:¡

"Cncia de la organización y/o la estabilidad su orden interno. Los lideres son quienes controlan las áreas de incerdidumbre cruciales para la organización y quienes pueden emplear estos recursos en las negociaciones internas (en los juegos de poder), desequilibrándolas en su favor. En una organización, sin embargo, y tanto más si se trata de una asociación voluntaria como es el caso de los partidos, cualquier actor organizativo controla aünque sólo sea una mínima <<área de incertidumbre», es decir, posee recursos utilizables en los juegos de poder. Hasta el último milit;mte posee algún recurso, aca­so ligado a la posibilidad, al menos teórica, de abandonar el partido privándole de su participación, o · de dar su apoyo a una élitc minoritaria en el interior de la · Esta circunstancia, no considerada por Michels, constiruye el límite principal del poder de los líderes.

Tero la definición mjJj:;_¡¡da hasta ahora no es suficiente. La de­~~t:J:i_<:.i_?_r:,~~~-a.er--:c:OT:TI"o rela~iÓn de ·;ntercarnb!o, por sí sola, no E~J:.Qll.~r:;,_L9.~~-1~i.#car_ cóntr~ qué se cambia, cuáles son, por así decir, los «objetivos» que pasan de mano en mano en las «nef!ociaciones desequilibradas». :[)icho de otro modo, el problema consi;te en iclen­E.ifis;§t!:...~l--~~n.teniclo deriú.tcrcambio en que se concreta el poder or­

_g_~~-~~,Ei::_o. é_~~:a p!.i:nera Íns_tancia s7rá preciso distinguir las ne­~~~a.~,I?~<:~._:,~t,r~)!.?~~-esJlos JÜegos. oe poder horizontales) y las r.l~.~-~:_I~.c~~I~~~ lide¡-~s-segUJdores (los JUegos de poder verticales): el 9EJ.~~~_c1~1_ !~~tercambio es distinto en los dos casos. En es le capítulo tratam_os solamente del contenido ele los juegos de poder verticales, es deor, de los que ataiien a la relación líderes-seguidores. Una prí­t:l:2C:I:~J-~~P.Y:~s,t_a_ ::--:-:c.orrecta aunque parcial- al problema ele. identífi­~~l'J()scontenidos de las negociaciones «Verticales» es la ofrecida por \~. teoríá de los incentivos según la cual los líderes intercambian in­.:.~~i~~-()I{~o~~_c;~i:'os y/o selectivos) po{ participación. Pero con esto

:~~~-~'á":IJ.~~.?.l?.ª,?· L() que en la tcorí~ de los incentivos se deja, a ~.::m?~'-,~n las()mbrae5 que los líderes, a cambio de los incentivos orgamzanvos, no están Írlte,~·e~ados en una participación «Cualqui·~-

. í . . . . . ' ... ra>>! por eJemp1o, en una partJopaoon que se mambeste en forma

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66 El sistema organizativo

de protesta o rechazo del liderazgo (lo que constituye realmente y a todos los efectos, una forma de participación). A los líderes les i~ter.esa unaparticipación que sirva, simultáneament~, :~J:i!~r..full::: c1o11_ar la .. organizaCión y· que se exprese-~tambiéñ --en forma . de· un C'flrz5_~1!S() Jo más:r~reéido posible a un rnandato .. en])Jañ;~ó.:}:s E;;: cis_<l._mente aquí donde se manifiesta el aspecto desequilibradodeTa negociación, su .. . ··a e 1nrérc~mblo-desiguar-·E11"-efecl:·(¡~--~í-;;1 intercambio consistiese simplemente en una ofertad~ ince~'ti;;~·-¿~;;=· tia una _participación sin mayores especificaciones, ño Tendíiiñios

. rn~ti\;o ·para. defi?irlo COIJ10. desigllal._ El desequilibrio esta-en"erne::· cho de que la libertad de acción_ que los líderes obtienen (junto a la participación de los seguidores) es mayor que la libertad de acción que obtienen estos últimos (junto con los beneficios relacionados con los incentivos organízativos). Que el intercambio desemboque, ?esde el punto devista de los líderes, en una participación acampa­nada_ de un m~ndato lo más amplio posible c,orresponde, como se ha v1sto antenormente, a una exigencia vitaf.F De hecho, cuan"to mayor sea la libertad de maniobra de los líderes, tanto niayores serán sus chances de mantener la estabilidad del orden organizativo del partido aún en condiciones ambientales variables. Y, por consiguien­te, cuanto más amplia sea la libertad de maniobra que lós líderes consigan arrancar en los juegos de poder verticales (cuanto más se asemeje aquel) a libertad a un mandato en blanco) tanto más fuertes serán los atouts de los líderes en los juegos de poder horizontales, vis-a-'uÍs de las élites de las minorías. 1 En otros términos cuanto máy<'!f sea la libertad de acción de los lfaeres, éstos se h~ir~\'-"iri::-~ri mejmes condiciones para 'resistir el asalto de los adversa~ios:·i~~;;_ nos. Esto explicad carácter circular y autoinducido de la~ ;~l;~i~~ de poder: en las que algunos actores (los líderes) «entran>; ·con [(;'_ cursos superiores a los de la párte contraria (los seguicio~~~ )y --;;5;~ • len': aún más fuertes que antes, habiendo obtenido, bien la partici- · pa_c;ón que es necesaria parahacer funcionar la organiza_¿iQ_á(Y.per.C .. m1t1r de este modo la reproducción del liderazgo), o bi_r;n QH. <;:.QlJ.;-_

senso acrecentado que, al permitirles guiar al partido conla, suficien­te ductilidad, les coloca a cubierto de los adversarios, ge_ la; __ ~ljt_~s

5 Todo esto tiene, naturalmente, implicaciones importantísimas, aunque en gene­ral poco tratadas, para el problema. de la «democracia» en los partidos. Y también para el problema de la «autoridad»,)-le·la «legitimidad» del poder organizativo. Sobre este punto v1d. más adelante el cap. III.

El poder. Los incentivos. La participación 67

~.U_<JlÍa.[:J:.s?_!l~:~!-i!:cidental?1ent~, signific;¡Jaxnbién que los jue­gos ~5?E.!!:2~~~0.<t!~~'- son ·ra· :rr.~condición, por lo menos lógica, ~~gos __ Q~ .... r.~d~E. horizo11tales, y que los resultados de ·las ~e\f?ciasi..<?.!2.~~-"~D~I~.}os. líderes dei1enden de los resultados de las .E'Eg_9,SÜ~:S~$?.!1.~~.fD11:.<d[d~J:~.!\ -Y--~~glJÍQQre~,.. .. . -Ya hemos . ]_~(1~c:,~~1{Yg$, grg,~p_tz;f.:t.Íy():; wn de

. , Contrariamente a lo que propone una onentacl?~, muy . _ _ ~.2 ... !!?-~<:.P?t.:~C.:~ <:!~l!Iasiado útil distinguir ~_21 __ fl_:!~~~l~~--~!2~I~.<á!:V:er~.o.S. ppos de mcentivo_s colectivos,; de lor;cho todos se encuentran relacionados éoí:i la: ideología de la o~ganiLatión, c?n ~os fines oficiales del partido. 2i_)os _fines ofi~iales pierden cre­s!I2.ili.9~4.n.SL~ól.?--~<O .. ~e?~Iitan, obviamente, los incentivos <<ideológi­cos», SillQ_J.ambJé.n los _ _tpcel1!_ivo_s, __ qt;~ __ JÍ~p~n. que _ver más propia-

_E2~l~--f9D.J;¡,jdentida.d. yJa, _sqlid.flridad (la identidad se empaúa, la solidaridad, por consiguiente, ti~nde a resquebrajarse). La distinción analítica entre los diversos tipos de incentivos colectivos es posible. Pe~~ ~s .Eific!l; qc:_~_PY~.~an ser net~m~r:te_ separados en el plano del <!náhsl.s ... f!JlP~~~co . l:.?LJo. cu.aL prt:Úero hablar indistintamente de i12~;;:Ii;_?,s colectivos vinculados a los fines de la organización defi­nj§.~.~q}gh l:Jn:~vem~rit~,CQJ:J:l() incentivos de identidad. Tampoco del ~d~_9_~_!~~ _Í_f!~-~-~-tiv._~,S,~eJ.e.cti~os ·ra:,-Clistir~ción es fáciL Si es posible de_b~sh.:2_,_9_~nt~g d~: _ _ciertos límites, distinguir-entre incentivos ma­~L<J:l~~--por un lado e incentivos. de status y de poder por otro, en

<'~:::.~_r,~.--'ll:lt. §Ólo;_ep,s:Lprime~. caso la compensación es tangible, mo­·E.:~~r_I~O_ffi.()!'let.IB:;tQle (por eJemplo, un empleo que se consigue por ·r~zo1,1es políticas o· .bien un servicio de t'Ípo asistencial, etc.), .e.n cam-Pl~)?s. <:>.:ro.s el S:>~ tp_os son merws fácilmente separables. En efecro, un mcentJVO de status es también un incentivo de poder en el sentido de que un asce!JSO de status aumenta los atouts utilizables en las r~laci?nes de poder. De aquí que sea preferible, en la práctica, dis­tmgmr s?l~n:ente entre incentivos selectivos de tipo materia (a su vez .s~bsmd1d~s en. compensacione~ . .UV2Peta,ria.s,, de patronazgo y

· servJciüs de aslstenCJa) y de status.¿Mj t!.R.QlQgii,deJos incentivos . orpni7c:ivos comprenderá, por tanto, un tipo de incentivo colectivo

6 Aurique P~ter Lange en La teoría degli incentive e l'analisi dei parúti cit. ha des~rrolla~o un m_tento ?astante convincente de identificar algunos indicadores de Jos d1stmtos _npos de mcentlvos. Cfr_ también S. Berglund, The Paradox of PartÍCÍjMtion. An Empmcal Study on Swedrsh Merr~;ber Data, ponencia presentada en el seminario del ECPR sobre las organizaciones políticas, Grenoble, 1978.

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El sistema

El sistema incentivos, esto es, cutre los varía de unos un mJsmo con el transcurso daremos con detalle los factores que inciden en aquella combinación

la historia organizativa pasada del partido y las rela­ciones, variables, que mantiene, según las circunstancias, con el am­biente que le rodea).

3. Todos los actores de la organización, tienden a disfrutar, más que de un solo tipo de incentivo, de una combinación de incentivos, colectivos y selectivos. Lo que significa que sólo analíticamente po­

distinguir, por ejemplo, entre militantes cuya participación de incentivos colectivos y aquellos otros cuya participación de incentivos selectivos. En ¡'calidad habrá que hablar de

-1ctores organizativos cuyo incentivo predominante (pero no único) es de un tipo o de otro.

militante que participa sobre todo porque se indentifica con la causa, tiende a disfrutar 'también ele algún tipo ele incentivo selec­tivo · en términos de servicios colaterales de asistencia) o de status, respecto a Jos sin1plcs .afiliados) etc. J~l razonan1Íento es ickntico en el caso de aquellos actores predominantemente atraídos

mcentivos Hcrnos dicho que una ele las funciones h iclcologb organizativa es ocL;ltar los incentivos selectivos, cuya

excesiva visibilidad comprometería la irn;:tgen del partido como or-. dedicada « la lucha por la «causa, (y por tanto debilitaría

su capacidad para distribuir incentivos colectivos de identidad). Sin CS<:J función de ocultación opera, habitualmente, en dos

,_iircccionc:;: frente a los militanrcs interesados (fundamentalmente) <.:11 los incentivos colectivos, pero también respecto a los que se mue­ven por los incentivos selectivos.'En la ideología de una or­

dcs;u-rolla, entre otras, b imponant~El;;¿¿;;·d~-·;;dóna: 1 izar y en bs aspiraciones al éxítoind!yid~~~i:T~~--~s~:~'ñsos c·n d propio sLttus podrán, gracias <l ella, vii1~ula·r:se. a 'hs. «St;pcriorés vxi;~enci:~sn de l::í. causa y d:'l partido. 1 Corño 111 ·obS.Ei'vacfo-Gaxie: "Cuanto más dq)cncla la existci1cia ele un partido ele las gratificacio­nes que a sus miembros, tanto nús relevante será el problema

interés que es preoso """"J"u~-v entre actores

69

y actores por mccntJvos selectivos, .no nos reenvía en absoluto, ni siquiera en contraluz, « una distinción de un tipo moral entre, pongamos, «idealistas» y <<oportt+nistas». Se trata de una distinción analítica, y no sustantiva, y en la que, además, no subyace ningún tipo de juicio moral.

Creyentes y arribistas

La imagen de los círculos concéntricos, ya utilizada por Duver­ger 8 (electores, afiliado&, militantes), puede servir para identificar, en una primera aproximación, a los destinatarios de los incentivos organizativos.

El círculo más alejado del centro está compuesto por los electo res. Para obtener esa forma mínima de participación que es el voto, los líderes del partido deben distribuir incemivos tarn bién a los ele e,.

tores; es decir, a actores que se encuentran t:mto como de hecho, fuera ele ;la organización. Desde el punto de v¡sta de las consecuencias organizativas, el sector del elect()X~dg que ofrece m!is interés es el representado por el electorado ;,fiel>~: un electorado que participa establemente de la subcultura del partido, que se en­cuentra a menudo envuelto en una red de vínculos asociativos que nenen como norte al partido, y cuya identificación con éste,

7 D. Gaxie, Economie des Partís et Retributions du militantismc, cit. p. 151. '".)!,,,M. Duverger, Los Partidos políticos, cit. p. 120 y ss.

1({¿/.A. Parisi, G. Pasquino, Relazioni partúi-elettori e di ·voto, cic. distin-.. guen entre el voto fiel, el voto de opinión y el voto de intercambio (voto clientela). f:r,;oto fiel constituye la expresión directa de las subculturas políticas que lipn a los ,:p~:ftidos t.oi1 sus electores. Sobre las subculturas políticas vicl. el cap. !V. Sobre la rel;~iói:i entre la amplitÜd del voto fiel, b estabilidad del esccnMio clector:ll v el funcionamiento de las organizaciones de partido, cfr. el XL (Hi·mos tr<tdu-cido las expresiones «e:lcctorato di appartenenza, y voto appanenenza" por elec-torado fiel y voto fiel que son las expresiones de uso más frecuente, entre nosotros, para designar esos fenómenos. N. del T.)

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70 El sistema organizarivo

mente, es indepedieme de sus oscilaciones polític.as asociale.s. electorado disfruta (predominantemente) de mcentiVOS colecnvo~ identidad. De él, por consiguiente, proceden las I:altades or~amza­tivas «externas» más ft~ertes de que dispone el parndo. Ademas, este sector se beneficia también, en ocasiones, de incentivos colectivos relacionados con servicios asistenciales, actividades

go, i~·una zona más próxima al centro encontramos a los afília~os, los imcritos en el partido que se limitan a pagar las cc:otas de ms­cripción y a partid par esporádicamen.te y, en la m.ayona de ~os ca­sos, silenciosamente, en algunas reumones de part1do. Este t1po de afiliado, mayoritario en todos los.partidos, cubre, lógicame.nte, una zona intermedia y que se superpone entre el electorado flel y los militantes en. sentido propio, que constituyen el «núcle~ duro» ?el partido. El afiliado lo es a menudo sin que medie una. opc1ó~ polínca motivada. La .afiliación se realiza frecuentemente amstanClas de la familia o de los amigos, como un medio para conformarse alas opciones políticas prevalecientes en la comunidad a que se perte~e­ce 10. Naturalmente, cuanto mayor sea el control que el partido e¡~r­za sobre la afiliación (es decir, si no es libre, sino que se. su~~rdma a una presentación por parte de alguien; a un: ~iálogo c?n el ~mgente local, etc.) tanto más fuerte será, para .el af1~1~do, el mcent1vo para participar; esto es, para transform¡¡rse en militante. En estos ca~os, en efecto la afiliación es vivida y presentada como un honor, stm­bolo de ,:n status que· puede hacerse valer en el sitio donde se tra­baja, con los amigos, etc. La selectividad e.n. la a~iliaci~n. es, por tan­tó en sí misma un incentivo para la m1htanc1a polmca; Pero en ae~eral el afiliado no es.· mayoritariamente, un miembro activo de la organización. Sin embargo, también se beneficiará de los incenti­vos organizativos -necesarios para que cumpla al menos el acto .de renovar el carnet anualmente-'-. Como en el caso del electorado fiel, también el afiliado disfrutará sobre todo de los incentivos (colecti­vos) de identidad a los que, sin embargo, habrá que sumar ta~bién (algunos) incentivos selectivos. Los servicios co~aterales de asist~?­cia, de organización del tiempo libre, de recreo, t1enen como funcwn

1° Como demuestran numerosas investigaciones empíricas: cfr. por ejemplo, S. H. Barnes, Party Democracy: Politics in an !talían Socíalist Federa~i~n, New Haven, Y ale Univcrsitv Press, 1967; G. Poggi (ed.), L'orgarúzzazione partltzca del PCI e de­l/a DC, Bolog~a, JI Mulino, 1968.

El poder. J"os incentivos. La participac.ión 71

reforzar la identificación. Los afiliados, mucho más que los simples electores (por sus contactos más directos con los militantes, entre otras cosas) tienen más ocasiones de beneficiarse de las <<redes de solidaridad» que se articulan en torno a las organizaciones de parti­do 11

afiliado, hemos dicho, se ubica en· esa zona que se superpone entre eLelectorado fiel y los militantes. Si una separación neta entre los afilia,\:los y los votantes fieles es por lo menos problemática, igual­mente i~ciérta es la que se da entre afiliados y militantes. De hecho muchas actividades de base tienen un carácter altamente discontinuo: algunos afiliados se vuelven activos en ciertas ocasiones (por ejem~ plo, con ocasión de las campañas electorales) y los mismos militantes no partiópan todos con la misma intensidad. Si sólo nos fijamos en el trabajo . político voluntario, algunos militantes dedican todo su tiempo libre al partido, otros sólo uria parte y otros aún alternan períodos de mayor participación con períodos en que reducen sü compromiso sin por ello renunciar a toda actividad 12 • Por tanto, las fronteras eritre afiliados y militantes son inciertas. Se puede hablar de una escala de participación, no de grupos netamente distintos, ton caracterís,~i<e.~~. de participación completamente diferentes. Dicho esto, 1e1~:n~cfeo durü,, d<q<?üiülü~rit~~;¡la reducida minoría que en todo p;;:t'r;rc; p~;b~~p"'a'~e·ary contin~adamente (aunque sea con una inten­sidad variable) y cori su actividad hace funcionar a la organización, constit~ye el grupo más importante ... l.:-~?.s~i~~~!C.~rn._bios que los líde-

11 Maurice Duverg~r, tras comparar la trayectoria electoral y la evolución de los

afiliados de una serie de partidos, señala que entre la «Comunidad de los electores., y la •comunidad de los afiliados», «todo parece ocurrir como si la segunda consti­tuyera un mundo cerrado en relación con la primera; ún medio cerrado cuyas reac­ciones y comportamiento general obedecen a leyes propias, diferentes de las que rigen las variaciones de los electores, es decir, las variaciones de. la opinión pública». Los partidos políticos, cit. p. 130. Esas <<leyes propias» están ligadas, desde mi punto de v.ista, a la distinta combinación de incentivos de que disfrutan ambas •comunidades". Naturalmente, hay que tener en cuenta el hecho de que el electOrado de cada partido no es un cuerpo homogéneo, sino diferenciable justamente en esas categorías que hemos rnencion:ado: el electorado fiel, de opinión o de clientela. Y que, por tanto, los incentivos que unen al partido con los diferentes sectores del electOrado son de distinto tipo.

12 Para algunos análisis empíricos del fenómeno de la discontinuidad en la mili­

tancia política, dr. S. Eldersveld, Política! Partíes. A Behavioral Analysis, cit., p. 140 y ss.; para el caso concreto de los partidos canadienses, A. Kornberg et al., Semi e

Careers in Political Work: The Dilemma of Party Organizations, «Sage Professional Paper in Comparative Politics» Series Number 01-008, vol. 1, 1970.

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El sistema

La presencia de los creyentes es lo que explic~a por los oficiales pesan sobre la vida de la organización y por lo que se da generalmente es una articulación y no una sustitu­

ción de los fines. La comunidad de los creyentes es, por definición lo que se halla más ligado a la lucha por la consecución de los fines

· .y es en ella donde más violentamente serpentea la revuelta cuando el partido, al desa.rrollar actividades en contraste con aque··· !los fines, pone en crisis la identidad colectiva. Y es sobre todo la identidad de los creyentes lo que los líderes se ven obligados a tu­telar con la referencia ritual y constante a las metas ic_lcológicas y lo ouc les a actuar con cautela al elegir alianza.s heterodoxas ' el punto de vista de la ideología organizativa). Es la presencia de los creyentes, finalmente, b que impide a los partidos ser hasta sus últimas consecuencias esos ammales oportunistas descritos por Downs, prontos a moverse de izquierda a derecha y de derecha a

por un puñado de votos. arn · . son militantes interesados (preclol11ifl:~~,t;S:ill.~E~~~-

ios mcentivos selectivo.~. Ta~bién su p]~esencia tiene consecuencias on:anízativas considerables. Los arribistas suministran-la ·prii1cipaT

•.::> . .~ ,. ~ •. •. ·-~ .. ,.,.~-~- .... -, ........ _ ...... .,

masa de m;¡niobra de Jos juegos entre las facCione;,.~~-?..J1.sti~~I~:1_~/ menudo la base humana de las escisiones y representan en cualquíe~­caso un área de turbulencia, al menos pOtehcia], y"i_i'1ú:··a}5i.~.~~.f[ál

en organizativo que los líderes deben esforzarse por n~l1:ral~::~_r. , El área de los arribistas es, además la que nutr~_e}l~rgi!:~--Q~l_g_!:!_é:. s.1ldrán en la may~;~ía de los ca~¿s, por_a?~-~~s? ?.J2~?E..~.2.9.E.t?cÍ~.El..' los fÜturos líderes-de partido: Tos incentivos selectivos de que dis­J ruta el <<arribista" estárÍ ,:,inc~1lados al sistema de las desigualdades

Es raro encontrar arribístas «puros<>, por así decir, en los niveles más bajos de de los partidos; es menos raro en los niveles medio--altos .. El t:inÍSf!lQ_ y

son v;riables que se modifican en función, tanto del número de años en \a política, como de la cantidad de_irlfOif11acjgnes más o menos «~~~fl~'fa-

' . a 1as que se uenc acceso.

El

1' o

vlei'J:e·

interno responde, al menos en parte 14 , a organizativas descritas por hace setenta aiíos y después por la sociología de la organización más atent:~. a los aspec-­tos ~~técnicos>> de la acción organizada.

2: La segunda exigencia, que es la que directamente nos interesa a~p:h, está ligada a una razón más claramente <<política>>, que tiene que ver con los problemas del control organizativo los procc-· sos de diferenciación interna 15

• Las necesidades de control · en efecto la formación de un sistema diferenciado de stal/1.i que fun­cione .como un distribuidor autónomo de retribuciones para los miembros activos la organización y en para ese área de h militancia que he identificado, a fines puramente analíticos, con el término de arribista. La necesidad de un sistema · · que asegure la distribución de· simbólicos y/o matenales (esto es, incentivos selectivos) se deriva estrictamente (imperativos técni-­cos aparte) del carácter · de muchas de las actividades de los paáidos. La jerarquía de parrido, en efecto, en del es­tudioso que mejor ha descrito este problema: <<( ... ) al definir un sistema de desigualdades desde el punto de vista simbólico, da la posibilidad de definir una carrera, ele asociar gratificaciones difercn~ ciadas al conjunto de los puestos, y permite una remuneración en> cierlte de las responsabilidades que van asumiendo sucesivamente los afiliados más activos" 16 .

Sin embargo, puesto que los incentivos selectivos ligados a la jerarquía del partido son diferenciados (es decir, la remuneración es mayor cuanto más se sube en la jerarquía), ello comporta tres con~ secuencias principales:

': 14

Pero solo en parte:, corno trataré de demostrar en el cap. X. . .JS Sobre la relación cutre la diferenciación estructural y las exigencias del control

sqcial, vid. D. Rucscherneyer, Stmcturcd Differentiation, Eficiency and Power, «Ame·­ri.GanJournal of Socíology,, LXXXIII (1977), PP- 1-25.

16 D. Gaxie, Economie des Partis et Rétríbution du Miláantisme, cit., p. 131.

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74 El sistema organíz.ativo

l. Existe una presión (en parte independiente de las exigencias <<técnicas» de coordinación o de las restricciones ambientales) a au­mentar las diferenciaciones internas. En efecto, cuanto más compleja y diferenciada es la jerarquía, tanto más numerosas son las remúne·· raciones que pueden distribuirse.

2. Por otra parte, el aumento de los puestos de responsabilidad desigualmente retribuidos desde el punto de vista simbólico condu­ce, antes o después, a la <<devaluación>> de la retribución: si los pues­tos de responsabilidad en ·los distintos niveles terminan por ser de­masiados y pierden su carácter de «bien, escaso>>, se reduce para los militantes (y, por tanto, para el partido), la utilidad marginal de cada nuevo puesto creado 17

. Las dos tendencias, que contrastan entre sí, dibujan un tipo de tensión que es inherente a cualquier sistema or­ganizado sobre una base voluntaria. La tensión entre la presión para multiplicar los puestos de responsabilidad con que gratificar el ma­yor número posible de militantes (y de aquí la tendencia hacia la hiperburocratización, enun intento de incrementar la párticipación) y la consiguiente <<inflación» simbólica, que conduce a la devaluación de los puestos dé responsabilidad y disminuye el atractivo de los cargos (lo que se refleja en una contracción de la participación).

3. Finalmente, ur.a distribuci6n ·diferenciada de incentivos se­lectivos de status ligada a un sistema jerárquico, implica que los puestos superiores sean mejor recompensados sim.bólicamente que los inferiores. Deeste modo el compromiso y el activismo tienden a ser más intensos y constantes cuan~o más se sube a lo largo de la escala jerárquica (cuanto más elevadQ es el status) y tienden a ser más intermitentes y sometidos a turn.:.over en los niveles bajos de la escala 18

. Un dirigente de sección se comprometerá menos, tenden­cialmente (en igualdad de condiciones, es decir, a igualdad de incen­tivos de otro tipo) que un dirigente de federación; y un militante de base, menos que un dirigente de sección, etc. Esta tercera consecuen­cia plantea a muchos partidos un dilema constante ligado a la escasez de activismo de base. Por una parte, la diferenciación jerárquica de status es necesaria para hacer funcionar la organización. E incluso

17 Ibidem, p. 134. 18 Lo que contribuye a explicar las altísimas tasas de renovación que se producen

entre los afiliados, así como la «discontinuidad, de la participación en los .niveles bajos de la jerarquía de los partidos. Sobre las fuertes fluctuaciones que se producen entre los afiliados del PCF, vid. N. Mcinnes, The Communist Parties of Western Europe, London, Oxford University Press, 1975, p. 5 y ss.

El poder. Los incentivos. La participación 75

las facciones, como veremos mejor a continuación, tienden a orga­nizarse jerárquicamente en su interior por el mismo motivo. Por Qtra parte en la diferenciación jerárquica va impl~cita una dev~luación de los niveles inferiores. Las respuestas del parndo a estos dilemas con­sisten, en primer lugar, en la constante . a la ide?tidad. co~ lectiva (a la distribución de los incentivos co!ectJvos), e, mmedJata~ mente después, eri el desarrollo. de actividades de patronazgo y/o una red de lazos extrapolíticos (actividades de asistencia, recreati­v~s, etc.) que permiten distribuir incentivos selectivos adi_áonales; En ciertos casos el espacio reservado a estos lazos extrapolíncos sera muy amplio y tendremos entonces el~ partido de ~nte?ración s?cial: un .tipo de partido en el que los vínculos orgam~atr;os. vert¡~ales responden también a la función fundamental de dtstnbUir retnbu­ciones adicionales. o compensatorias a aquellos militantes para los que el acceso a cargos políticos más altos está bloqueado. Es justa­mente con el fin de retribuir a los mili~antes que:

( .... ) el conjunto de prácticas sociales tiende a efectuarse a través del partido ·que suministra en estos casos las ocasiones para elloisir y la detente, fav~­rece las relaciones y los contactos e intercambios y constituye una espec1e de micro-mercado matrimonial para numerosos afiliados. La integración en ~na macro-sociedad con todas las ventajas sociológicas y sociales que ello comporta, aparece así como el beneficio más general que se obtiene perte­neciendo a una organización; por lo que en principio las actividádes de un partido serán tanto más importantes cuanto más favorezca este tipo de inte-

' gración» 19•

La militancia, sea del tipo creyente o del tipo arribista, se ve, pues, recompensada con una mezcla de incentivos de identidad, materiales y de status. Y no sólo en los niveles de base, sino en todos los niveles. Por ejemplo, los intelectuales (profesionales a part-time de la política) se ven recompensados con puestos exte~no~ respect? .a la jerarquía del partido (asesorías o contratos con ed1tonales, activida­des en .los «centros culturales» del partido, etc.). En general éste es uno de losmodos de huir de las dificultades antesseñaladas. Puesto que no es posible diferenciar más allá de un cierto límite de jerarquía oficial-lo que con un término impropio, pero útil podemos deflmr ¿omo el sistema jerárquico de línea- entonces se procede a ampliar

19 D. Gaxie, Economie des Partís et Rétribution d11 Militantisme, cit., p. 138.

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El sistema

. deJaje:~arquf<J; veces, en el caso partidos más burocratizaClos,

""''"'u.n'> bajo) la militancia deja de ser ré'co'i1:ip.ª'ii~:ii~[i~~oE~ en_ ~érm~nos materjales. Más allá de un cierto umbr;¡Jj~~~E:ll!:~<::2.L~. m1htanc1a. se convierte en una actividad a tiempo completo, profe­sional, recompensada directamente (como en'd caso-cre··¡o~§J~g~~-=­narios del partido) 6 indirectamente (los estipendios1igados a cargos públicos, la asürid6n-de·cafgos en entes o asociaci()p-es de d~v~r".i naturaleza controlados por efpaitido, etc.). Es preciso sei'íalar ade­más que hablamos de jerarquía 4e,l partido (en singular) sólo en sentido impropio: dentro del partido actúan sistemas de jerarquías entrelazados entre sí de diven¡o modo que funcionan como fuentes de retribuciones de la militancia; por ejemplo, los cargos públicos locales son formas de retribución que se añaden a los cargos inter-­nos, así cómo los cargos en las asociaciones afines al partido. Por lo demás también las facciones, en los casos en que existen, se organi­zan internamente sobre una base jer:'írquica. De todo ello se deriva un sistema complejo que convierte en la mayoría de los casos a las jerarquías de los partidos. en algo inestable, sometido a variaciones.

20 La distinción entre línea y staff tiene un carácter central en el análisis de los sistemas organizativos. Los tres esquemas de organización que son considerados ha­bitu~lmcnte como cl~sicos son, la organización jerá1·quica (de línea), la organización funcwnal y la orgamzación jerárquico-funcional (línea--staff). A partir de estos tres

básicos las posibles variantes son innumerables y la teoría organizativa ha puesto a punto, para describirlas, modelos «secundarios» cada vez más complejos: cfr. A:, Fabris, Gli Schemi organizzativi fondamentali, en P. Bontadini (ed.), Manuale cü Orgamzzazwne, ctt. pp. 1-43. En este trabajo he centrado la atención esencialmen­te en los proc~sos de intercambio entre los actores, más que en las estructuras en que ese mterc~mbw tiene lugar. Y ello porque sólo mediante investigaciones empíricas (hoy casi menstentes) que estudien la efectiva división del trabajo en los partidos (no la que f,gura en los estatutos) sería posible contrastar las organizacioñe-s de partido con los modelos elaborados para describir otros tipos de organizaciones. En la III.' parte (cap. X) -~ludo al problema de las estructuras, pero sólo desde el punto de vista de la «comple¡Idad» organizativa. También se halla coilectada con el problema de la es.trnctura, esa dimensi~n a la. que me he referido con la expresión «mapa del poder

que he utlhzado para elaborar una tipología de los partidos en el cap. IX.

El Los incentivos. La 77

úmcamentc

. . .. . ... g;·~nerahnente de una _<;;i\:_rN. es que .habitualmente la mayoría

los militantes tiende a aproximarse al tipo creyente y sólo una --~E2i~¡[t.~p:o aid~i§.~.a: .. EStü ~')(¡.~iica por qu~ incluso en los partidos divididos en facciones, --~!2~~!l:_amplí9.~ sectores: de actividades de -~~~~~.;I~': .. ~r.tí.Cíf~€er:. tal~s_')l!eg_o~~;J;,"~~I~reyent¡:,. en efecto, se ¡dentifiCa por dehmoon con el partJdo (y no con un sector deter­mÍ;;:~dorh~daeCctiaLn~antiene una elevada lealtad, al menos mien­TI'as q~e'I0s1ideres demuestren tomarse en serio Jos fines organíza­-tlvos ohci3Jes Íos que depende su iden_tidad person<Jl El hecho

qúe, (';~). n1üchí;:;iÍ:nos · · ··· la mayorfa_ de los militantes sea del típo-c~·eyerite más b;eí1 tipo arribista explica por qué existe, l1a1)"1i:U:ahnei1fe~'·{iríi ·c.:specie de <<I~ayoría natur;tb a favor de los lí~ ?~rf{f:q~,~ ocupan ese papel en caclamomento, sean quienes sean. ;entimie¿·tci"de deferencia, observado por M.ichels, el culto a la per­sonalldad que se reserva a los jefes, se explica por el hecho de que los líderes, en cuanto detentado res del poder legítimo en d partido,

21 Como se deduce, por ejemplo, de las investigaciones sobre los militantes de base, tanto comunistas como democristianos, F. 'Aiberóni (ed.), L 'attivista di part:Íw, Bolonia, Il Mulino, 1967. ·

.zz En su investigación sobre el PSI Samuel Barnes encontró que cerca del 60 por 100 de los afiliados no se identificaba con ninguna de las facciones que entonces se disputaban al control del partido, y que la ideritificación con ambas crecía a medida que aumentaba el nivel de instrucción y el nivel de participación en la vida del par­tido: cfr. S. Barnes, Party Derriocracy: Politics in án Jtalian Soeialist Fcdcration, cit. p. 105 y ss. Entre los militantes dernocristianos entrevistados en la investigación citada en la nota anterior, un número muy elevado se identificaba con una co;riente es pe .. cífica sólo en parte, y más como punto de referencia ideal que en términos de una verdadera participación organizada (L 'attivista di partito, cit., p. 323 y ss.). Estamos, como siempre, ante un problema ligado al sistema de incentivos: si predominan los de tipo selectivo (lo que sucede en aquellas ocasiones en que se combina una ideología latente con una amplia disponibilidad de recursos públicos de tipo material) es pro­bable gue la proporción crcyentes-arribistas se inviertan en favor ele éstos últimos. Sus' adversarios suelen describir a la DC italiana a menudo en estos términos. Sobre . el caso de la DC vid. el cap. VII.

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78 El sisteriJa organizativo

representan el signo visible y tangible de la identidad organizativa. ¡La minoría de tipo arribista representa por eL '??ll_tr.a.r_ig~eL~r.C:~.

potencial de riesgo para los líd.~r~s._delj:iart!ª~j~-p~--~-$.t~3.r:~;<~_~gJa que e$ iúás fuerte la órieritac!Ón hacia la rnovilidad as.~~~-~~-~-te., sur­girán lasfuturas clases dirig~_í1tes del partido_-~~~ Frente a los tas, los líderes no más que dos alternativ~s~ tro de la< escala jerárquica del-partidg o estimular un ·. . u otrc:. su «salida>> del partído. En otro caso, de est~ áre_a sáldr~J:l:)2~3J~::... memos .más capaces en los que se apoyarán las élit~~ .. !ll:inoritarias para desafiar a los líderes:_ Elhecho de que ·s_?lo una parfé de=!~ arribistas pueda sei cooptada, a causa de l'<i 'escasez de los rec~.!W.-­que pueden ser distribuidos en-un momento detemiinado,_expÉ_~~I! gran parte el carácter prácÍ:ié'amente endémico·de lOs co11flic~<?,~.ii1!~.!:~ .. · partidarios. · . -

Incentivos e intercambio desigual

Pero el razonamiento no puede detenerse aquí. El examen de los procesos de distribución de los incentivos, colectivos y selectivos, contribuye a explicar cómo se forman y cómose alimentan, las leal­tades organizativas del electorado fiel, de los afiliados o de los mi­litantes-creyentes y los intereses organizativos desarrollados por los milítantes-arribistas. La existencia de esas lealtades (obtenidas del. modo antes descrito) explica el hecho de que en los partidos, en general, lo que suele darse es un proceso de articulación de los fines, v no una verdadera sustitución. Y al contrario, la existencia de aque­Ílos intereses, explica que un partido sea un «Sistema natural», do-

1-' Y, dado que existe una estrecha conexión entre el nivel de instrucción y las

aspir~ciones y posibilidades afectivas de movilidad social, se_ explica la tendencia «na­rural» en "todos los partidos a una sobrerrepresentación en los niveles medio-altos de la organización de individuos de extracción social elevada. Y explica el hecho de que sólo medidas explícitas y de carácter vinculante (que los partidos comunistas han adoptado con frecuencia) se pueda contener dicha tendencia. Ese es el sentido de la práctica de los •<puestos reservados» (a militantes de extracción obrera o campesina, a nwjcres, etc.).

24 Sobre las escisiones como resultado de derrotas sufridas por lídeces y militantes en la lucha por Jos cargos del partido vid. E. Spencer Wellhofer, T. M. Hennessey, Political Party Development, lnstitutionalization, Leadershíp, Recruítment and Beha­vior, «American Journal of Political Science,, XVHI (1974), pp. 135-165.

El poder. Los incentivos. La participación 79

minado por los imperativos d: la supervivenc~a organ_izativa y de la , medición entre demandas partJculares heterogeneas. Fmalmente, a la combinación de aquéllas y éstos, se debe el hecho de que los l-íderes obtengan delintercambio (de los juegos de po~er verticales) ~sa ~~r­

: ticipación que es indispensable para hacer funcwnar la ~rgamzacJOn. . Pero éste es sólo un _aspecto del problema. A los hderes no les 'ínteresa sólo que la gente participe, sino que participe, «del modo 'adecuado». Lo que los líderes tratan de obtener no es solo la parti­', cipación, sino también un consensó que les deje un margen de m a-:ni obra lo más amplio posible. . , i Con lo que !.l..Er~):>}_~!';_a .. ~fl.:~_?n<;~~.erin~<:n~ar cqn:prender que es -!l~B~.,~~~.e}:~ Írl,f.~rs~,J;gp~g)íd~res~~egu¡~ores tan ?~s1g~~l co_mo para ¡ E'.~E~Ít1~ a l~s prr:nerq.s a,segl1rars:e n? so,lo, la pa~trcipaciOn smo tam-¡ ~i~u.J_a_.m~xima hben;¡ci .de !Jl~J,1IQQr;¡ posJbk, I a;r~ que un p~oceso lsi!.inte::se~?i2 .. 3.~.2.9.::!~ ... ~. fSte res<:tita.9o es. n~~~s_ano que los meen-! tivosorganizativ5.?,~,.,§.~.;;<n.Aifí¡;i_lm~m.~. su?txtud:lf:S.· .. Cuanto menores : ;;n-ks .. po;lbl'iidades que los seguidores tienen d~ obte.p~r ~n ?tra ! parte uno_s beneficios equiparables a lasremuneracwnes d1stnbmdas :por los líderes, tanto más desequilibrado resultará el juego del poder ! vertical en favor de éstos. Esto se explica por el hecho de que, en :este ca;o, los militantes, al no tener remuneraciones alternativas con que sustituir los incentivos que les ofrece 1~ organizació_n, se encon­trarán en una posición de fuerte dependencia respecto a esta. Y cuan-

l2 .• !2.1i~.Sl~P.~Pd~H.1.~\J~i,ii~~nid~~~nbrit;¡nt9 .. m.enor,será su. c~ntrol sobre las('zonas'·de'Jnt'ertj:d.iifu9.:rr;.)y tantO mayor, por COnSigUiente, h"Iñéfepeiicteil'c!-a"(f~"T¿;!úi~~es.: __ a \lnafu~rt~ dep~_n_dencia. de los rr!~ l]Th~resTesjStctó a''la' organizaciém corresponde un f~erte des~qUih­bt}o''e~ñ .. tavÓr de' los líderes, en los resultados d~ los mterca111b.ws 25

...

......._T'Octop·~;i:l'do -~- -~~v~miento que monopoliú una determinada identidad colectiva coloca a sus propios lideres en .esta situación, Cuanto más se configure el partido como Üna community of fate, una comunidad definida por una .identidad concreta que no tiene correspondencia en el <<mercado>> externo, tanto más fuerte resultará la posición de los líderes en los j~egos de poder v_e,rticales .. Una organización formalmente voluntana puede ser tamb1en, en ciertos ;;asos fuertemente coercitiva. Como se ha observado: «En el caso de movimientos sociales y de sectas ,religiosas se podrá hablar de coer-

25. Cfr. las observaciones de A. Stinchcombe, Social Strücture and Organizatiorrs,

en J. G. March, Handbook of Organízations, cit. p. 181.

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so El sistema organizativo

y el la mundo o

26 r¡ · · 1 d · , · . r.c. rmsmo mecamsmo opera en e caso e crertos Puesto que en estos casos del partido no hay

es decir, no existe una · el militante no tiene alternativas a una a una

es también un en a los líderes. de) Infranqueable que para éstos supone la obli·

gación de tutelar la identidad del partido.) Esto explica por qué, a despecho de las críticas según las cuales el poder, en una asociación voluntaria, no puede ser nunca una relación del tipo dominantes-do­minados, las tesis de Míchels sobre las relaciones de poder en el partido socialdemócrata alemán de su época fueran sólo exageradas,

no equivocadas. Para un obrero, afiliado o militante socialde­mócrata en aquel período, no existían en efecto alterantivas externas al y anido --ni en términos de identidad, ni en términos de servicios de :1si~tencia o de oportunidades de movilidad ascendente- y los lideres tanto, ejercer efectivamente un poder olígárqui-co; esto es, en nuestros propios términos, desequilibrar fuer-temente en su favor los intercambios con la base militante. Para los incentivos selectivos vale el mismo razonamiento que para los co­lectivos: por ejemplo, los funcionarios del partido que no tienen alternativas a los incentivos org,mizativos, son en su mayor parte dcctivamcntc, tal como se les pinta, fuertemente conformistas, fuer­temente deferentes en relación· con los líderes que en cada momento encabezan ia organización 27.

'{vale, naturalmente, el razonamienro opuesto. Cuanto más sus­tituibles sean los incentivos, cuahto más fácil sea encontrar en el 1t1ercado remuneraciones alternativas, tanto mayor llegará a ser el control que se ejerce sobre las zonas de incertidumbre y tanto menos desequilibrados a favor de los líderes serán los juegos de poder ver­ti(ales; esto es, tanto menor será, en igualdad de condiciones, su libertad de maniobra. Los militantes pueden en este caso dirigirse a otros par;1 obtener una remuneración equivalente y, por tanto, elevar el precio del intercambio; pueden atenuar al menos en parte el de-

·''' M. Zald, D. Jacobs, Comphancellncentive Clamficaúons ofOrganizaúons. Un­,/crlying Dilno1sions, «Administratíon and Societyn IX.(l977), p. 409.

27 Sobre bs burocracias de los partidos vid. el cap. XII.

El poder. incentivos. La pa~ticipación 8!

en caso a los juegos poder vertica·

de intercambio que tendrá la sern··

~ en· el otro el un tipo más asimible de ~ecífii'()'ca,;:·No ei!co~traremos nunca casos puros uno

o··ae· otro "i:ipo: lós jüegos de poder verticales que efectivamente se _Ei_gS[~zciª::.~P:)§~j)~f.tich)s, tenderán a colocarse en un _Pm?to u otro del continuum, en función de las posibilidades .de sustJtuctón de los í;;~;;tr¡;·¿-~· ·~·r-ganizad~ós:

razoiiañiíent'o no~ permite comprender por qué los juegos de~P.29ct;,ryer.ticales.dan lugarmás fácilmente a la formación de oli­g~_g_:;L~~.~~ri_~~.S. .. P~~.~g~::;~_<}ebasep.Qpular que en los. que organizan a las clases burgesas. O ésa era al menos la tendenCJa en el pasado. ~-·-~··· --~ .. -· .. , __ ., ........ o., "-" ----··-····. .. .... . - [

En el primer caso la posibilidad de sustituir los incentivos que 01re· cía el partido era baja y a menudo nula, mientras que era alta en el segundo. En el primer caso, por tanto, la libertad de maniobra ele los líderes era amplia, y en el segundo más restringida. Esto explica también por qué los partidos que organizan a las clases burguesas tienen habitualmente que afrontar mucho más problemas derivados de la escasez de militancia y de los altibajos en el nivel de partici­pación, que los partidos que organizan a las clases populares. En efecto, los individuos de extracción burguesa tienen habitualmente a su disposición otros canales para la movilidad social, alternativos al partido, Si no hacen rápidamente «carrera» en el partido, buscarán más fácilmente otros caminos. Por el contrario los individuos de las clases populares no tienen (o no tenían) análogas alternativas: la mi­litancia política es, en cualquier caso, el único camino practicable. Por ello será más probable que permanezcan en el partido, cuales­quiera que sean sus oportunidades de hacer carrera.

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3. COALICION DOMINANTE ORGANIZATIV A

Premisa

ESTABILIDAD

Hemos analizado en el.capítulo anterior cuál es el contenido de los intercambios que constituyer1Ja esc:ncia de los juegos de poder. Aho~-~.EE_~i_Q_~p tifis;E:_l~st:~~~~9~ g_el p()_d._e_r. o:rgariizativ?.; aq u e­llos factores cuyo control permite a ciertos actores desequilibrar en Sli'IaVOrlüs juegoscre-pücre·r::·:Eü-fá--teo;íá.cfd pode'r organizativo a quehe-·necho·--;efe.rencia:· ~~o's fa_y_tgr_e~. ~t! .. S,QJ1CÍQen. como zonas de incertidumbre; es desir~ determG~ad()s 4.l11Pitos que sonimprevisibles

~-:1?1ritJ~:9::tganñaciói1f.1?"[a"supérvív'encia y el funcionamiento de una organi;t:ación: dependen de una serie de prestaciones. La posibilidad de que/ un,a prestación de carácter vital no sea satisfecha, o de que se produzcan fallos o interrupciones en actividades vitales, constitu-

;;:: ... ,{)!La tesis según la cual «coping with uncertainty» (controlar las zonas deincer·

tidíÍmbre ), es el principal recurso del poder organizativo, elaborada por J0.i.cbeL.Cro~ r~, en los trabajos citados en la nota siguiente, ha sido desarrollada, entre otros, por v:J. Hickson et aL~ A Strategic Contingencies Theory of lntraorganízational Power,

<<Administrative Science Quarterly», XVI (1971), pp. 216-229.

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El sistema

la organización. Aquel o aque­o aquellos de

esas prestaciOnes, de un atou.t, de un recurso en los juegos de in ternos. :A.:_~s:.:í •• :.: .. :.:c":::.::·:.' .. ::~ ... ::.,:.~: .. :~::.1:..•

de zona de incertidumbre es muy · de o situaoón organizariva pued~ ser mterpretada en estos términos. En un partido, incluso el último de los militantes controla alguna zona de incertidumbre organizativa, por restringida que sea. ~lfl~~l!l: bargo, es posible situar las principales zonas de incertidumbre ~ll_l). número bastante limitado de actividades vitales para la""ol'ganlzación.

. S~is son, esenci<lJmente, los factores en torno a los cuales ·.se desr rrollan actividades vitales para la organización: la comp¿Ji..n~Íft;·Ia 2:estión de las relaciones con e] entorno, las comuniqciones internas~-­l~s reglas forn1ales, la financiación de la organización y el ;e¿l~~~~

.,....... ---·" to ~.

a) La competencia. Es el «poder del experto". virtud de la división del trabajo- en la organización, el poseedor de un «saber especializado» controla, gracias a él, una fundamental zona de in­certidumbre. No hay que entender en este caso el saber especializa-­do como un conjunto de conocimientos específicos obtenidos gracias a un más o menos largo proceso de aprendizaje. El sab~r,.,~.~EC.~· cializ.ad.o que aquí nos interesa es el que se deriva ele la.: ~Kp.exien­cia en el manejo de las relaciones político-organizativas, tanto in­ternas corno externás. Consiste en el reconociiniento, "i~órj)aitc 4e los demás actores organizativos, ele que algunos pose~11Ias cualida­des idóneas para desempeñar ciertos roles. M~!> aún: s_t1rg~_de la_ ~9~! de que, por. su competencia, un actor detÚminado es indísf?eíisable en el papel que desempeii.a. Uno de los rri.ecanisri1os más-poderosos que conducen a la forniacion de la oligarquía es, para Michels, la

, ·2 Tomo, con escasas modificaciones, la clasificación de las «ZOnas de incertidum­

b,:e,, de M. Crozicr, E. Friedberg, L 'acteur et le Systeme, cit. p. 55, ed. italiana; añadiendo, sin embargo, la financiación y el reclutamiento que estos dos autores no mencionan. Crm.ier había abordado además el concepto de incertidumbre en una acepción más reStringida en su clásico Le Phenomi!ne bureaucratique, París, Editions e! u Scuil, 1963 (trad. Esp. El fenómeno burocrático, Amorrortu editores. Buenos Ai­res, 1969). El problema de los atouts del poder puede ser formulado en base al clcmc.nto del control de las «Zonas de incertidumbre>>, pero también en términos de «recursos críticos, o estratégicos, es decir, escasos, indispensables para la organiza­ción. Cfr. P. Bontadini, Il rapportofra strategia e struttura, en Id (ed.), Manuale di Organiz;;;,tzionc, cit. p. 8 y ss.

Coalición dominante y estabilidad

conciencia de los la el

85

en un congre,,o del o enc:tr·· gado de presidir una asamblea local, pueden manejar para condicio nar en beneficio propio las negociaciones con su público. La <<Com­petencia», ya sea entendida como un atributo del actor o como la atribución a éste de una cualidad por parte de los demás miembros de l.as ~rganización, es pues, un recurso fundamental del poder or­gamzatJ:'O. ~.S~~ ~_:-~:1.:' zona de i~certidumb.~:. porque se vin.cula

__ :__::_r::.::__~~~~~did.a convJ,ccwn ~e. que sm esa espeohca cor1_1petenc1a la .,?!J)..:::::lZacwn se hallana en d1f1cultades: la amenaza de d1misión por P,~_9_(~t~d_é.f~s de_pr~~~tigi.o .es. una típica· modalidad a través de la S.~1.a,ql!~!l~.}~1certidumbre se exploq como recurso de poder. · (~cr:-~i:i~laciññ~es::c.OiLel.erifori15·: S:L~l2!'2!I1() que rodea a una

~rg_':_~~~~-~!§lLe§.J?..;g;;¡,_~sJ<Ll<tJ!.r)¡:¡c;ip<J.Jfuente de irc.ertidumbre. Ya se trate de una empresa que deba hacer cálculos sobre la futura marcha del mercado o 9.~.J.ELJ~artido que tiene que poner a punto a sus .~trateg~3~. ~!1J!lJ;h~igrLª~..l2~)rllJ:Il.Qr.es .d~l electo;acio, las organiza­c~oñes tienen casi siempre frente a sí un mundo e¡terior sobr~· el que e¡ercen un control limitado y del que pueden surgir retos devasta­dores. Controlar las relaciones ·con el entorno significa por tanto controlar una decisiva fuente de incertidumbre para la organización. ~.~~i.r.ul.'l_r.,. 9. r~d.s:figix, .Q ¡¡JimelJtar aliapz:as con otras organizaciones,

_o_ bien _:~-~2.1.c:..0:~J()~-~~mas s.ol:JreJos que se entablará el conflicto con el1as, SOJ1 sólo al,gunas de las numerosas tareas en la aestión de

·ra-s·reTac!o;·~;, ~¿1; ··~¡entorno, que aigun;s actores deben ~1ecesaria-'mei1{~.E~~:~.f?.or ~2:l_enta_ 9e __ I~~l?rga~1úci~r:· Quienes desempeñan esas ta~e.as s_e.~?.:;::!.c:..n.~!~ñ,.en laposj~if)n !!amada <<secante marginal»' 3, yPa-rm:rpade hecho en dos sistemas de ·acci6n; uno en el interior de la organización y otro constituido por la relación entre la orcra­nización y el entorno (o con zonas determinadas de éste). El ~o] desempeñado en el segundo de los sistemas es un recurso crucial que

~-----

('l>M:., .. <:¿_~ier J E._fri~~.~!:g; L'acteur ct le Systeme, cit. p. 57, ed. italiana. A su vez :s:()s autores toman el térmmo de H. Jamous, Contribution a une sociologie de la deaszon: la reforme des études médicales et des structures hospitaliéres París Co-pédith, 1968. ' ,

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S6 El sistema organizativo

puede ser empleado, con razonables expectativas de provecho, en el pnm_ero, .. . _ . . -_ . . .

e) . La comunic;¡.ción) No es prem~ re:~rnr a la F:erspecnva CI­

bernética para convenir que una orgamza~wn e~ un SIStema ~e co­municaciones. tal modo que sólo funciOna SI y en la med1da en que, existan canales a través de los cu~les circulen las informaciones. El tercer recurso crucial del poder VIene dado pues, por ~~ control sobre los _canales de comunicación: quientien.e)a.:.~"~E~~~"~. distribuir, manipular, retrasar o suprirni&Ja::.i:ii(Q.rrp;lción conticla .... IDL ·área fundamental de incertidumbre y tiene en __ sus filan_o~ l:lll.--L~~lJJ~9

.. - ... __ :_. e' óder-4 --· ...... . - ... ·. decisivo en las relas¡one~,.A .. p.... .. · . . . . . .. ,

d) .,_[~s reg"G;"form;l~_$.l El cuar:o r~curso del control ( defn11c1on y manípulacióri)de t!s reglas org~?1zanvas. Jista~l~-~fr las reglas ,foE_­!_1Wks significa en. primer. lugar. f1¡ar el <<ca:npo ... de JJJ.egQJ¿:~~~~JQ!"~! terreno en el que se desarrollarán. los confhct()s,_las _n,eg?cia.<:~.0.!.!;.~.2 los juegos de podéi.conlos .. otr,os acto:es o~gamzauy~~- _

Las reglas constituyen una zona de mcerti~umbre: poca.~d~_.rntr.e ellas tie~en un significado unívoco; una regla necesita ~~l-~.-~!~ffiRre ser interpretada. quien tlúie·la. facultad· de la iriterpretaciÓ_.? .. ~.9z<~:4e­una.renta de situación respecto_a_iódos_lc)~ dem~s.a~~or~s . .Aif~m..as~~ el control sobre las reglas significa también l~posJbJhdad, 1~ . .:.~~!...~., tácitamente desviaciones respecto. .'' aqu~lla.s,:_~rliQdª§_las orga~..!_za­ciones son rmmerosas las r~glas que, de_ mt1t~.Q""'\~~e:do, han dep~o de ser obsÚvadas,. según un principio que~'l&,Vlns ·ha -~~f~~!~~~g_lilo la «institucionalización de la desviación de la norm.a. ~?.S~!.~~~~r:L:g!Jo permite amplísimos márgenes de disáécionalidad: una desviaci~n de la norma que hoy es tácitamente tole:ada, puede no serlo mana_na. Algunas reglas en vigor desde hace tiempo y qu~ nunca han s1do respetadas, con el consenso tácito de aquellos a qmenes corresponde instituciorialmente garantizar su aplicación, p_ueden ser actuadas de modo imprevisto en_ el curso de al~ún c~nfhcto con.cret~:. Lo que abre posibilidades infinitas de i::hanta¡es mas o menos ImplJCitos. Es-

~sociología de las comunicaciones en las organizaci.opes es tal vez _el se~ror de la teoría de la organización en el que, más que en cu~Iqu1~r otro,. suelen 1r umdos un .oran refinamiento metodológico y una escasa relevanCia teonca. Solo a duras ~enas es ;osible encontrar en este tipo de literatura, instrumentos útiles para el estudJO de organizaciones concretas. En todo caso, unabuena panorámica del sector s~ p~1ede encontrar en L. W. Por'ter, K. H. Roberts (eds.), Comunications in Orgamzatwns, New York, Penguii1 Books, 1977.

5 1\. Downs, lnside Bu1·eaucracy, cit. p. 62.

Coalición dominánte y estabilidad organizativa 87

tablecer las reglas, manipular su interpretación, imponer o no su observancia, constituyen zonas de incertidumbre, áreas de carácter irnprevi$ible en la organización cuyo control supone otro decisivo recursoen las relaciones de poder. Incidentalmente, e.~t.~.r~zgnar,nien­~pl.iataLnbiéJLpD.LquéJqs __ ~-~.!.?:!l!t.?l? __ <f_~;_ 'llf!_parriªo __ no _describen su yganización,.licl....IDiSm...Q ... ffiQQ<Lg~~-l!D.:~.c<?,nS!Ítucic)l1 no· describe Ta-fis~f\9!!1!.1l.~~J~s!iY.ª-"·g~J;!!LÚ.$.l~m~ R2l.J!}_c9.;:~Los estatutos son sólo iiña'}ifu!.Lb.Y.~-Qrm.emen.te.Jib.iLe...iln.pr.~c::Í,?<!iJ?O.C:9 __ má~_que __ un "pti";;:t,o~ ck..12.artigg___¡;n el .enftli~.is.__or.ganizativo. de _un partido político_ 6 .

-~~~ji~:'SEl di~ero_ :s indispensable para la vida y el func!onan:uento de_ una orgamzacwn. QUien controla los canales a través deiios cuales afluye el dinero que sirve para financiar la or·· ganizacióh, controla otro recursocrucial. Pero el dinero puede llegar de muchas maneras. Los dos casos extremos son, por un lado, el de ~~fu;iCa'de E;;añéi;~J.ó·ñ-éxie~~;·-y;porofro, Ia_ existencia de uñgran"ñillñero--~¿e;··~_r;na¿J'ü;}és~(fe~j)equeAa cu~ntí; (las cuotas de

§..!ill;aqJiiJi~:S::~P,;~á$' de. aut?financiación, etc.). En el _prim~·r caso la 'fuente exter.na controla drrectamente esta zona de mcertl-

~§E~~i~;J.~~~,:~p~r._-~~?t(),;un determi~ado pod~r .s,obre fa organf­~7.!5-!.§H:.\E.:r:-.:.~1_ ~-~~1,1p_9.o~.,~~d~.e ,s~~~~.!!,~,:.<;.ll.. ~sa po~1~1op.! el contr?l · ~~~"!.!J2~Q.t,~l!--ª'9..1.!,~li2§.~S:.t9I.e~-~~-!~_pr()pla __ orgaJ1I~acJon que estan

al fr..f::.m:~.u:!~Ji~9P.~~?.:.C:i~.l1:e,§ .~e r~<.:qgipa e)~ J.9nd_os.:J2~J~.!'-l~Y.orparte ~re"'I¿~· cas~Jos partidos se coloca!'! _en t1.na posición intermedia entre ro.s-~~0~ ex:treil;_9i:t=Q~:q:ue .. prÓporciona a menudo. a las fu en tés ex­te;;;_as más importantes,(grupgs dt presión, sindicatos, el Comi­terñ';"erc:;~·'pero t;{ffihíén a los encargados de la recogida del dinero, uii--éierto grado de control. sobre _la organización. Más en general, el é0n'trorso·l5r'é"esta' zona~ d'e ·¡~(;é¡tidumbre depende a menudo de los contactos privilegiados que determinados actores consiguen estable­cer con las fuentes de financiación externa. En otros términos, el control sobre. esta zona de incertidumbre es a menudo un caso par----------~------·-'"""'''" '··'• ---~ .. ....,..-.•..... ,, . ..

6 Sigue siendo.·válida la observación de Gianfranco Poggi, colocada a modo de

premisa de la investigaéión sobre la organización del PCI y de la DC: «No se trata, r,epetirnos, únicamente de interpretar el material _típico que sirve de base a los estudios de tipo jurídico (en concreto, las sucesivas verswnes de los estatutos y de los regla­mentos de los partidos) en función de problemas diferentes de los que usualmente se plantea el jurista. Se trata también (y sobre todo) de reflexionar críticamente sobre un cuerpo de informaciones (que tienen que ver más o menos con los problemas organizativos) bastante más amplio y heterogéneo que los .«papeles jurídicos de los partidos», L 'organizzazione partitica del PCI e de !la DC, cit. pp. 15-16.

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88 El sistema organizativo

ticular del sobre .las relaciones entre la

7.ación partido), decidir sobre qüién,_ de emre los muchos que _ ............. J?.C::~---ascender, hará carrera ef! alguna ele las ramas el~ Ja.Qig~l:lÍf: .. ~flQ,D._,_J::~ cuáles son los requisit¿s para ello, son atouts fundamentaleselel po­der organizativo· y. gu~rdañ estrecha relación, como veremos más adelante, con el problema del control de las <<fronteras organizati·­vas» y el de la «estructura de las oportunidades" ele carrera ele los micn;bros de la organización. . .............. ____ _

con~:¿[{e~r;;:?¿te~r~--~;~~r-J~I1fn¿eE~d~;~~~~;í~~~~jiff~~~~-~T~-- ..

dad es de adqu~rir el cOI1tr9L 4i ias demás 7,_ De a,gy_LJ3. .. !_~Il~!::?:.~iá, ___

propia de todos los partidos, a la .concet1tración d~~J<?.~ •• I~~-Es2.s __ _:@ __ Poder en o-ru¡Jos reducidos. Sin embargo, por su propia naturaleza,

b ' • .•.• -.·-· .. · •.....•. ___ ,........... ····•·•· ...... -~.~-"" """"-~~--·----------------

el control sobre las zonas de incerdigumbre no puede ser E;_2.~12_p__sc__ __ láado in toto por :_¡n s¿lo gn:.~po.-Si fuese asi lüs')uegos de poder no serían intercambíos o negociaciones (auñqú(~~~~ñ-~scsit:ii[¡b"f~-­das): ]a parte contraria no tendt'ía reéürsos"-que hacer valer eü el intercambio, y las relaciones de poder serían prácticamente relacio­nes de dominio, sobre todo cvando los incentivos fueran difícilmen­te sustituibles. Y eso no ocurre. Las «competencias» se encuentran a menudo difundidas en el seno del partido, desbordan los límites gue separan al grupo dirigente de los otros actores de la organiza­ción y pueden surgir al margen de su control; el sistema de comu­nicaciones no puede ser totalme'nte monopolizado por una élite res­tringidrr: por ejemplo, entre los miembros de la organización se ,ie­rifican continuamente comunicaciones informales, fuera de los cana­les oficiales y fuera del cualquier posibilidad de control 8

. Por otra parte, l:ts relaciones con el entorno son conducidas por una plurali-

7 Sobre la tendencia a la acumulación en las misnlil.s manos de los distintos re­cursos del poder, a través del proceso llamado de •<aglutinación>>, vid. H. Lasswell, A. Kaplan, Power and Society, cit. p. 72 y sig. ed. italiana.

' Sobre los fenómenos de comunicación informal en las organizaciones y su in­cidencia en LlS relaciones jarárc¡uicas, dr.P. Blau, W. R. Scott, F01·mal Organization. ,1 Comp<trative Approach, San Francisco, Chandler Publishing Co., 1962.

Coalición dominante y estabilidad organizativo 89

actores en los la financiación puede, en controlados por la élite

¡uego, parte de las internas son

tradición organizativa del partido, de su historia, y no son por modificables a voluntad por la élite 10

• Además, los distintos grupos pueden siempre proponer interpretaciones altemativs de las reglas respecto a las sostenidas por la élite: es típico de muchos conflictos intra-partidarios el aparecer como «batallas de procedi­miento» (de cgntraposición entre interpretaciones diferentes de la misma regla).{f:i!?:.?-J.l.!lgUJ.:e,Jo _car?:~terístic;q .de .. walquié;r r,egl~ .. es ser a un tiemp.2.,l!_E:)n~!XY-1-E.~!;J:~O d.e C?~t~c)_l¡ 1:1n recurso en manos de los Tíae;=:ª;i~t2.J.a:mkisirt. c¡p.a_.g;ráñ.tí-a .para. hs.:_orf9:~::_~_é:tc:>res organiza­t1vcís, q!:)e,.puedep.,recurrir a ella para defen4erse ~le la disérccionali-­·aad de los líderes .. ... ~ ...

La coalición dominante

Con todas las matizaciones que acabamos de exponer, es un he-­cho confirmado por todas las investigaciones sobre los partidos, que los principales. recursos del poder tienden a concentrarse en manos de grupos reducidos. La <<oligarquía» de Michels, el <<CÍrculo ínter-

Wilson, autor de una óptima investigación sobre la estructura burocrática de los partidos británicos, describe en su libro una excepción a la regla del férreo control que el Cent1·al Office (el Cuartel General del Partido Conservador) ejercía sobre los agentes de área encargados de coordinar por cuerita del «centro» las activi­dades del partido en la zona c¡ue tenían asignada. Se trata del CáSO del agente del W cst Midlands, J. Galloway, gue mantuvo durante toda su carrera una independencia casi total respecto a la burocracia central gracias a que controlaba por sí mismo las fuentes de financiación. Galloway fue por otra parte el único agente que pudo eludir la regla 'de la rotación cada ocho años, es decir, del periódico traslado de unos puestos a otros mediante el cual el Central Office solía asegurarse el control sobre sus propios ;rgcn-

Í tes, impidiendo e¡ u e éstos llegaran a establecer .lazos demasiado estrechos éon los sectores a los c¡ue estaban adscritos. Cfr. D. J. Wilson, Power and Party Bureaucracy

-in Britain, Lexington Books, 1975, p. 52. 10 En este punto, la distancia entre mi análisis y el de Croz.ier y Friedberg en

Dacteur et le Systi':me, cit. es enorme. A mi juicio ellos subestimán el peso de la «historia organizativa» como elemento limitativo de la libertad de acción de los actores.

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90 El sistema organizativo

no» de Duverger, ]a <<dictadura cesarista-plebicistaria» de Ostrogors­ki y de Weber, son otras tantas expresiones que no~ recuerdan ~~te fenómeno. Frer;t~_a)af' expr.~~io3es con qui,'_,~~~~A<:~I.g!;l_~f~:.~J.~--~~;:. dirigente dg,)os par,tido~.l. p~efi.~r() .. l!s;tr ;tq~I.J~. ~~gr_~1s~~::_-~~~!_:[!.?:Z -· dominante. 1 L al menos. por .,rres_ ~n pnmer .. E,g~, me uso cuando _un sOlo líder parece disponer un poder casr absoluto sobre la oroanización, la observación muestra a menudo una con-­formación ~ás compleja de la estructura del poder: .:~~~er,:_ -~uya condición como tal se debe, .entre otras cosas, a ql)e. ~.<?!!.~!2~Tas. z~nas esenciales de incertidumbre, debe, en la mayoría delas ~~~ siones, negociar con otros actores o~gai:izar1v?s; en: realfª-~ª:§L~2 .. e.L centro de una organización de fuerzas mternasdel p_am??~, c911).~~ que debe, al menos encierra. n:;e~ida, ~v~~Ír;:!>!:;.,:J..Pac;t_<;>s. N1 ei poder de Adenauer en la CDU, ni el de ToghattJ en el PCI o el de T~wrez en el PCF, por ejemplo, era absolutO: dependía, por el contrano, de la continua demostración de su aptitud para controlar las .zonas de incertidumbre organizativa· y de su flexibilidad para garant~zar a los otros miembros de la coalición dominante las compensacwnes re­queridas. En segundo lugar, e) poder organizat~vo en. un partidq D.Q está necesariamente concentrado en los cargos mternos o--parlamen­tarios del propio partido, como dejan suponer la~ expresiones <<olí- _ garquía>> o <<cÍrculo interno». ~o se co!Ilprend~r~ ~ad~~s9_br_e)a_ es­tructura real del pode~ del Part1do Labon~ta bntamco,s,~ I}9 .• ~e nene en cuenta el papel de las Trq.de pnions; e mcluso es pos~ble s_ostener que la coalición dominante que ha dirigido al Partido Labonsta du­rante la mayor.parte de su historia estaba !ntegrada por lo~._líderes de los sindicatos más poderosos (que dommaban el TUC) ·· Y por los sectores <<Centristas» del grupo parlamentario agrupados en torno al líder del partido.¡ En tercer lugar, a dife¡;-encia ~e la~.habiru.;iliue..uJe utilizadas, la expresión coaiiciOñcl'ominante no !rpphca_e_n_a~'iº--@W que ·de tal coalición formen pa:t~ ,solame~te los líderes .nacJQ1J-ª!~~­del partido: a menudo una coahcwn domm~nte conu:~~er:~<;le r:_nt~a los líderes nacionales (o un sector de ello~) como a un ner.:t~LmJJp_ero de líderes intermedios y/o locales. Si consideramos, por ejemplo, la

-~-,-;:- M.Cyert, J. G. March, A Behavioral Theory of the Firm, New York, Prentice-Hall, 1963, y T. Barr Greenfield, Organizations as Social Invent~ons: Ret­hinking Assumptions about Cbange, «The Journal of Applied Behavioral Sc1ence», IX

(1973), pp. 551-574. . . • ' '' Nota del traductor. TUC: siglas del Trade Umon Congres, organo de gobrerno

de los sindicaros británicos.

Coalición dominante y estabilidad organizativa 9J

estructura del poder en la SFIO •:- de los anos veinte y treinta, no es difícil identificar la coalicióp dominante del partido en una alianza que comprendía una parte del grupo parlamentario (encabezado. por Léon Blum), la secretaría nacional (controlada por Paul Faure) que dominaba el aparato central, y los líderes de las federaciones más fuertes (con mayor número de afiliados) que dominaban los congre­sos nacionales 12

• ;El concepto defcoalicióh dominante, más amplio que. aque}Jgs 9.!-lt, ;:~~~:Sa?·i~neral~en"re, p~rmite fotografíar mejor la

-éíectÍva- estructura del poder en los partidos, ya sea cuando ésta ~J?]iE:ii::Ii'1ñ&tenC,la:de:::'llliiLaliaiiza:,.<,t.ransver§al, (entre alg~nos_ lí­deres nacion~1~§ ... Y. algunos líderes locales), ya sea cuando 1mpbca, por "~f'Z~~t;;;;'ó,· 1~-~liiri~_!úinté.algunos.Hderesnacionales y algunos ITaerescie organizaciones formalmente externas y separadas del par-

~--ticro:--J\TtTúz-·Cfe"f~ definición del poder· orgariiz.ativo que hemos dáao por buena, la co<ilición dominante de un partidoestá integrada por aquellos actores, pertenezcan o no formalmente a la organiza­ción, que controlan las zonas de incertidumbre másvitales. El con­trol de estos recursos, a su yez, hace de la coalición dominante el principal centro de distribución de los incentivos organizativos del partido.

La capacidad de distribuir incentivos organizativos -moneda de cambio en los juegos de poder verticales--.- constituye ~n sí misma una zona de ince¡·tidumbre; es decir, un recurso del poder organi­zativo utilizable en los juegos de poder horizontales (esto es, en las relaciones entre los líderes de la coalición dominante, y entre la coalición dominante y las élites minoritarias). Las negociaciones de­sequilibradas, en efecto, 'no son algo que tenga lúgar únicamente entre la coalición dominante y sus seguidores, sino también en el propio seno de aquélla. En todo momento, los equilibrios de poder existentes en el interior de la coalición pueden alterarse si uno de los líderes pertenecientes a ella consigue un control sobre ciertas zonas cruciales de incertidumbre, aumentando de este modo su pro­pia capacidad de dist~i.P,!Jir.i:ncentivos, a expensas de los demás líde­res .02_ªf:ª2i!X~ío:Q:i:l2.D2ÜL~!2.te ~~ P?r tan_to si~n1pre una construcción esencialmente precaria. Puede disgregarse ante el choque con fuerzas

12 El análisis de todos los casos citados, se desarrolla en la segunda parte. ,,. Nota del traductoi·. SFIO: siglas de la Section Fran~aise de l'Intenzationale O uve

riere, que era la denominación del partido bajo el que se han agrupado durante mucho tiempo -hasta la etapa Miterrand- los socialistas franceses.

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El sistema

camb1os en el centro de la

estructÍ1ra orga!1i~aJiyiA~:~I1 pa.~~ti~g sl.~J? s;h;_QgQ,. C2nstnur, por tan~o., :trta. tip~lo¡;;ía. de l~s. C()alicion.es do:::.i:~~~l~-~~ .. .SII.J~~-c;~ pohucos eqmiJ<J,lea tdenuftcar los drfereátes tlpos de __ ~3;,mzacion de los paniéf¿s. L;t. fisonomía de una cqálicipJ)jlo}ríi;;;;i:e p~ser exarninada desde tres puntos de vista: su grado de ·¿:(;·¡;~~?óñ-Zñtérña; su grado de estabilidad '., ef mapd de po"Jf.r.~:~ q·¡;¡;-¡r:i1~g--;;·~;;¡a~

.•. ,, , . -~ !-,.. -~; ··"'"",.,......,.-~...,,._. __ ,,._ ..... v~=-

organización: , El grado de cohesión de una cqalición dominar1te ~~l?.~-t~~--4~_si

el control- sobre las zonas de incertidumbre se halla d,isp.~,¡so~QSQp­centrado. La distinción principal es, desCle e~t(purito ere vista, la que se establece entre partidos subdi,;ididoser(Ja~d9ni?ti(e~-cre¿r;-~gri:1p-os füertemcnte ·.organizados) o . en; ·icndeneia:((gilipos débilr¡;e;~·te''ü~rg;­nizados) 13. Las facciones -lo~· grüpos organizados---· puect~1;··se~ de dos tipos: grupos que suponen un corte vertical del partido entero, desde el vértice hasta la base (que son las verdaderas facciones o «facciones nacionales») o bien grupos geográficamente concentrados, organizados sólo en la periferia del partido. En este último caso, prefiero definir la facción con el término de st~;b-coalición 14

. Las tendencias .se carátterizan por ser agrupaciones en el vértice, carentes de bases organizadas (lo que no significa, necesariamente, que ca-rezcan de apoyos) en el conjunto de la: organización. · ·

En un partido en el qué losgrupos im:_ernos se col}f_iguran.cQ!DO fac'ciones (es decir, como grl1po~Con un elevado niy'el __ d~_Q_t:_g;l);tl&a~ ción) el control sobre las zonas de incertidumbre est~!r:fi. ~iisP.~!::§..O

La distinción entre.{accion~s . .Y tend~nc1i}; es de R. Rose, The Pmblem of Party Govemment, r·larmondsworth;·Péhguin Boüks, 19762, pp. 312~.328. Sobre las faccio· ríes vid. F. P. Belloni, D, C, l)_eller (eds.), Faction Politics: Political Parties in Com­par,aive Perspective, s;~ta· Barbara, ABCcClio, 1978.

1'1 El término es de S. Eldersvdd,'Politrúl Parties: A Behavioral Analysis, cit,,

pero lo utilizo en un sentido distinto, para definir a los grupos existentes en el seno del p;¡rtido, organizados sobre una base geográfica (en general en el riivel intermedio o region;¡J del partido). A veces pueden llegar a controlar uno o varios dirigentes a nivel nacionaL A diferencia de las subcoaliciones de Eldersveld, estos grupos no representan necesariamente unos «concretos;, i!ltereses socio-económicos o culturales (aunque puede ocurrir en ocasiones).

Coalición estabilidad 93

mterna-~e en a tendencias

el control sobre las zonas de incertidurnbre la coalicióndominarite estará más unida.

···"'···,,, .• , .. e· ....... ,., .... ~~bargo, qi.;e· tanto ur{a coálición domi-

nante unida como una coalición dominante dividida son el resultado de alianzas entre grupos: lo que ~ar.íaesel grado de organización de esos grupos (que, cómo veremos,está en relación inversa al nivel de institucionalización del partido). Por otra parte, si descendemos al examen de los grupos, ya sean facciones o tendencias, descübri-­remos que ellos también son, en la mayor1a de los casos, el resultado de alianzas entre grupos más pequeños. La diferencia está en si el grupo es una tendencia, los lazos ent,re los subgrupos son bastante más débiles y fluidos que los que aglutinaú a los subgrupos que iritegran una facción. Lo importanteen cualquier caso es que siem­pre la coalición dominante es mia. alianza de alianus, una alianza entre grupos, que a su vez son coaliciones de. grupos más pequei'ios 15 .

L:f:J...g_r:~_4_o __ 4e_c;?h~.s_i§n ~s el que define si los _intercambios ,<9l~?..J~!i_1:.t;_~:,~.:_guidores) est?,n cor¡ceprpdos. en pocas manos o bien .~!~rer~o?e~-t~~i-·~:n:~·pluralidad de.líderes. En cambio, el grado ele _estabiJidad se refiere a l()s ,inter.carnbios horizontales (eritrc y ~-9..E~Et.~c;~¡J;:¡,r __ áJ.-~a~áC.ter estable.o preca~io de los compromisos en el

· vértic:e d~Ja .. .sn:g_~ni:iac;i<Jr;t· Tendencíalmente, una coalición dominan­te unida es también una coalición estable. Sin embarcro lo contrario . . • . . . b

no es necesariamente cierto: esto es, nó siempre una coalición dividida (en facciones) es también im~stable. Se.dan casos en los que .una coalición dominante dividida eonsigue r:nántenerse estable a través del tierr::po f0ediante cOmpromisOs recíprocamente aceptables entre las faccwries que la integraú. POr mapa del poder organizativo entiendo ~~},~!.SJ..l}~s ... .J;:::l_~~-i.~t;.':S.. ~?tl~~ l~s dis~i!ltas áreas mganizatívas del partido (por e¡em~I?, el <fíie se dé un predominio del grupo parlamentario,

. _oqe.los dmgentes nacionaes de la organización o de los dirigentes

• 15

En cuanto al carácter de agregados de grui'los más pegu.eños gue tienen las d1versas formaciones organizadas gue operan en el seno de los partidos vid. Maurice Duverger, Los partidos políticos, cit., p. 182 y ss.

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94 El sistema organiz.ativo

· · · · 1 ·1 · (de predominio subordina-de la penfena, etc.), como as re ~Clones .. . ......... , .. ? ••. --.. · .. :--

ci<)p .. Q. <;;oci.pyración) _entre. el partid~ l o_:r~s ~F~~?~~~~wne~d. el En con¡unto, el grado .de co?es:<?n, el ?ra.@o a_ e .es~---- .. Y;;

mapa del poder organizativo d1bu¡an la f¡sonomia d~~.&:~;,;.:~ .... · 'd d f' · os· como su •?:onfwuraoon.; dommante en un parn o, que e 1mrem . ... · ,,,, __ ... :J.'A~,._,.~.···'

Es sin embargo, distinguir la configuració_n_ ~e la coahcwn, que se deriva de los rasgos señalados, de su composzr:on(las personas qúe, en concreto, formán parte de ella). ~os cambiO~ en la compo· sición de una coalición dominante (por e¡~mplo, deb1~os a la c_oop­tación, a recambios fisiológicos, etc.) no nene por que produc1r al­teraciones en su configuración

16 •

La legitimidad

Recurriendo a una tradición que s.e remonta a Weber Y. que, a través de Schu~1peter llega hasta la moderna teoría «ecónó_mica» de la política, es posible y útil pensar en J_o_s ~I?e_~~s de 1J!Lp!g!Idg_s_<;>~0 «empresarios». que ti.~nen com_o ?bjetivo, en este.?S(),Jª-.. conq~~~~;¡ del poder político o. el mantemmiento o l~ e~pansiOn de las pos~cw­nes de poder que ocupan 17• El primer ob¡et:v~ de ~n empresano es mantener el control de su empresa. Este o_b¡ettv~ solo puede. alcan­zarse, en el caso de los líderes de. los parttd_os, ;s1 man_ne~en mtacta sU capacidad de distribuir incentivos ?rgamzativos. SI pxerden esta capacidad ___;porqUe otros actores con~1gan ~a_c~rsecon elcontrol de algunos recursos cruóales~, su propia_ posrbrhdad de per:uallecera la cabéza del p~rtido quedará ep entrediCho. Es~e razonamiento pue­de, con algunas cautelas 18 , t~formularse recurnendo al concepto de

16 Habrá~ue esperara los capítulos IX y.);:IIIpara profundizar e? los ~oncept~s que acabamos de manejar, En el primero de ell~s! y r;as haber an~l~zado una. sene de partidos concretos, será posible elaborar unatlpolog:ade las coal:c;ones dom;nan~ tes. En el cap. XIII examinaremos el probl~!Tia del cambw de las coahcwnes domman·

tes. . .· . r. 'd N F h 17 Para un trabajo reciente sobre el líder como emp~esano po l;Ico, VI···· ;· r~ ---·

Jich et al. Política! Leadership and Collective Goods, Pnnceton, Pnnceton Uwvemty

Press, 1971. . . . · · d 1 • 1 s Coú ¿;erra cautela, porque el concepto de «legmm1dad» es ·uno e _os mas

ambiguos y menos fiables de toda la moderna teorü ~el poder. SobreJ?s ~umeros_os problemas ligados al uso del concepto de legitimidad en la obra_ de Max Weber_, ;td. _¡. Bensman, Max ~Vebér's Concept of Legitimacy: An Evaluatwn, en A. J. V1dtch,

Coalición dominante y estabilidad organízativa 95

fi~gitimid~d.:.para expresar que la legitimidad del liderazgo está en furiEi~Ducáj)ié]cfa:a·_para'distribüir «bieries públicos'',",(incentivos colectivos) J7ü~:b.leñes-p-rivados>> (incentivos selectivos)1,~; Si el flujo ·cr¡·¡;~;;ellC!oit'se iriú:rru~1pe, la organización entra automáticamente en crisis: estallarán revueltas, los líderes serán puestos en tela de juicio cada vez más duramente y se multiplicarán las maniobras para próvocar un cambio de guardia y salvar· <tSÍ a la organización. El vínculo entre los incentivos colectivos y 1a legitimidad está bastante claro. Tomemos el caso de un partido en el que el fenómeno de las clientelas tenga un peso importante; es decir, de un partido en el que prevalecen los incentivos selectivos ligados a la distribución de beneficios materiales (compensaciones monetarias, patronazgo, etc;). Mientras la continuidad en la remuneración de las clientelas esté asegurada, los líderes podrán dormir tranquilos: su poder será reco· nocido como «legitimO>> por una mayoría satisfecha. Pero si, por una u otra razón, -por ejemplo, a causa de una desfavorable coyuntura económica que ieducé los recursos disponibles para las clientelas-­la continuidad en el flujo de los beneficios se interrumpe o se hace problemática, se producirá· con toda seguridad una «crisis de auto­ridad» en el partido. O bien tomemos el caso de ún partido de oposición con una burocracia fuerte muy ramificada; Los funciona­rios que constituyen la espina dorsal del partido tienen normalmente un interés vital en 1a supervivencia de la organización. Mientras los líderes sigan políticas prudentes que no pongan en grave riesgo la organización o inchiso la réfuercen, ejercerán una autoridad práctica-

R. M. Glassman (eds;), Conflict and cóntrol. Challenge to Legitimacy of Modern Goverment, London, Sage Publícations, 1979, pp. li'-48. Para un intento de ligar la distribución de beneficios individuales al problema de la legitimidad (en el marco, por tanto, de 'una teoría útilitarista), cfr. R; Rogowski, Rational Legitimacy, Princeton, Priw;,eton University Press, 1974. . · · · ·.

®Desde esta perspectiva, por tanto, la autoridad (el poder legítimo) de los lídéres--­se halla en. función de las satisfacciones qué son capaces de ofrecer a los demás actores que participan en el intercambio, y se mantiene y refuerza a través de éste. Existe, sinembarg_<J, una_difeninci"'ft!ndamental eritre el intercambio que riene por objeto los incentivos selectivos y el que se centra en los incentivos colectivos. En éste último, los actores que disfrutan del incentivo no son eonscienres de su participación en un proceso de negociaciones y, por tanto, este tipo de incentivo no es interpretable con una clave utilitaria. Lo que se produce en este caso, a través del líder y de la línea política que éste representa, es que lós ><Creyentes» renuevan su fe en. la organización y, de ese modo, continúan reafirmando su identidad como miembros de un sujeto colectivo.

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importante en causa en la de adentrarse en una Hnea suscJta reacciones por parte de los ran en una línea pero que ahora, a causa los cambios no ;,rinde, ya y debilita a la organización en lugar de reforzarla, los funcionarios verán comprometida sus retribuciones y la «legitimi­dad». de los líderes tenderá a resquebrajarse.

Más complejo es el vínculo entre legitimidad e incentivos colec­tivos. Los incentivos colectivos están estrechamente ligados, como hemos dicho, a los fines, a la ideología organizativa. Los fines ofi­ciales · · sin embargo, para ser creíbles, una especificación de los que se piensa utilizar para luchar por ellos. En efecto no podemos identificarnos con una «causa>> si no existen propuestas al menos aparentemente creíbles sobre las vías que es preciso recorrer para realiz.arla 20

• La especificación de las alianzas políticas y/o so­ciales que se pretenden estipular o consolidar, de las tácticas más oportunas, etc., en pocas palabras, la especificación de unaÚiñ-;¡;i_:jJ¿ .. lítica 21 es el medio o el conjunto de medios, cuya concreción es

la participación, para producirse, requiere la expectativa de que la acción sea válida y eficaz, vid. la interesante verificación de S. Ber-¡;lu1.1d, The Pamdox of Partiápation. An Empírica! Study on Swedish Parties, cit.

)>' Me doy cuenta, obviamente, de que la expresión «línea política,, tomada sin más del léxico político cotidiano, es muy vaga e imprecisa. Pero es qüe su mismo referente empírico, aquello a lo que se refiere .la propia expresión, es efectivamente va¡;o e impreciso: una Iínéa política, de hecho, no es otra cosa que una serie de afirmaciones que hacen los líderes sobre los objetivos interrnedios que el partido pretende perseguir y sobre la manera de actuar (política de alianzas, etc.). A menudo se trata de afirmáciones ambiguas, que suelen utilizarse en los distintos niveles de la organización corno criterios genéricos para orientar la actuación cotidianal..DS ;J,<;!ler-

. Jo con mis propios ylat<tearni.entos, una «línea política» es,. principalm.enú: .UA-Ín·s~ -

trumento qúe ayudá a rnantener laidcritidad ctd pári.ido ·y, sólo en segunda instáncia, una guí" par:ala.acción. Por otra parte; prefiero una eic"ptesióninlpféci.sa_como-;¿¡f,;~a-----­política,, a otro tér:i:,;-;;to usado a menudo como equivalente como es el ·de «proyec-to", que resulta a mi juicio completamente mixtificador. Decir que un partido tiene un proyecto decir que tiene un conjunto de objetivos bien definidos e inte­grados entre sí. Aparte ele que .la idea del partido como organización que persigue un proyecto nos se refiere sin más al prejuicio teleológico que ya hemos criticado, la cuestión es que ningún partido tiene ni ha tenido nunca urt «proyecto» de ese tipo. Nnur:clmente, los líderes de un partido pueden encontrar beneficioso -sobre todo

Coalición dominante y estabilidad 97

en una

distribuir de a sus depende la ~plicación que se haga de aquélla: si la línea política pierde credíbí helad, la propia identidad del partido se resquebraja, al menos hasta que no se adopte üna línea política ele recambio. Este razonamiento debería explicar por qué las élites de los partidos, tanto las mayori­tarias (la coalición dominante) como las minoritarias, son a menudo prisioneras de sus respectivas líneas políticas y se ven obhgaclas fre­cuentemente, por la misma mecánica del juego, a seguirlas coheren­temente. Esta circunstancia hace pensar erróneamente a muchos que u~a t:oría utilitarista (el líder como empresario, los «cargos" corno pqnc1pal apuesta en los conflictos intrapartídarios) no basta para ~xplicar el comportamiento de las élites políticas. La mecánica del JD~go . . en efecto, de tal naturaleza que, por ejemplo, una élite mmontam. permanecerá muy a menudo· fiel a la línea política con la que ha desafiado a la coalición dominante incluso si tal línea st: reveh como un instrumento inoperante en la conquista de los ccn·-

para halagar a 'los. intelectuales, al público más «sofisticado,- dar a entender auc tien~n un proyecto (o bien que. la dín~a política» I:Íene tanta coherencia interna, que confr.gura un _rroyecto). Y los mtelecr.uales, para hacer valer ü1 el plano político sus propras capacJdades, pueden en ocasiónes reclamar con grandes voces «la elaboración del proyecto". Per? esto es otra cuestión que, a su vez, nos remite a un problema

'.perrectamente exphcado por la teoría de los incentivos (selectivos): -

22 ~a~uralm~~te, el ."medio» (la línea política) sólo puede distinguirse del «fin, (los _o~jetlv.?s oflcrales drctados por la. ideología organizativa), en un plano puramente analltlco. Cuando se producen cambws en la línea política, también la ideología se recompone, al menos en parte; En este caso hablaremos de «sucesión de fines»; cfr., so~re. este punto, el cap. XIII. Una línea política, en el sentido que aquí hemos

--ª~rtQ1JJ.dQ a la .expresión, sólo puede-considerarse--tal si há sido expresamente enun­.oada por los .líderes (porque su principal función. es la de dar credibilidad a íos «obje,tivos o~i_cjales7 y pre~ervar de ese modo la identidad organizativa). Sincmbargo, una ltne~ poutJca ttene evrdememente consecuencias (previstas y no previstas) sobre las relacwn~s ~ntre el partido y su entorno. Por ello una línea política es, al menos en parte, astrn1lable a 1~ «e~trategi~,, término con el que se quiere expresar la forma en que el ststema orgamzatJvo se srtúa respecto al ambiente que le rodea. Cfr. S. Zan, La cooperazwne dall'impresa al sistema, Bari, De Donato, 1982.

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tros de poder del partido. Abandonarla significaría perder todo resto de credibilidad, cerrándose de este modo cualquier posibilidad de victoria en el futuro. De hecho también una línea política minorita.ria (muy minoritaria inCluso) constituye una fuente de legitimación en cuanto a de ella la élite minoritaria distribuye incentivos de identidad a sus seguidores, por pocos que sean. El abandono de la línea política en favor de una estrategia abiertamente oportunista puede, entonces, sígnifié;¡rla pérdida inmediata del apoyo que la élite minorista se ha gando de algún modo en el partido.Perma.l1ecer fieles a !lna línea política sin oportunidades aparentes de ganar, es pues, uri modo de continuar disfrutando de una <<renta de situación>> (el liderazgo de la oposición in,tema)~ Y el mantenimiento de esta renta es la precondicióp para lá eventualidad de mayores ganancias en eJJuturo 23• Pero tambiér1la élite mayoritaria, la coalición domi~

. nantf:, es prisionera, }a mayorÍa 'de las veces, dé <<SU» línea política, a través de la cual distrib1.1ye incentivos de identidad a sus seguido­res. La élite dirigente, en ·efecto, ha ligado su suerte a la distribución de incentivos de identidad vinculados a una línea política deiermi­naday no puede, en general; desorientar a sus seguidores (dar lugar a una «crisis de identidad>>) cambiando drásticamente las caracterís­ticas de aquélla. Todo ello introduce un elemento de rigidez en los conflictos. internos. de. los partidos y explica por· qué, a menudo, frente a crisis organizativas de gran alcance, que imponen profundos cambios de línea política, y a veces tambiénredefíniciones de la ideología organizativa, l;¡s coaliciones dominantes no consiguen r.ee­laborar la línea política y caen. bajo los golpes de. las élites minori­tarias 24

• O mejor, explica cómo esto sucedería siempre si no fuera porque en ningún partido la organización depende exclusivamente de los incentivos de identidad. Por lo que, a veces, algunas élites

23 «.Los aspirantes a líder~s,que tienen poéas probabilidad~s'de alZarse con la vicro.ria, en la lucha por el liderazgo, pueden por lo demás tener grandes posibilidades de seguir siendo los líderes. dela oposición. En estas circunstancias, un oponente con pocas probabilidades de conquistar ei liderazgo, tratará de conseguir apoyos para acciones que en realidad se orientan al mantenimiento de su función cie qposición más que {o además de) para actividades orientadas a la conquista del liderazgo. Ese oponente puede llegar a considerar beneficiosa la distribución de una serie de servicios a cambio de las aportaciones que le hagan rentable el mantenimiento de su papel de líder de la oposición». N. Frohlich et al., Political leadership and Collective Goods, cit. p. 105.

24 Cfr. el modelo de cambio organizativo elaborado en el cap. XIII.

Coalición dominante y estabilidad organizativa 99

consiguen no verse descabalgadas y sobrevivir incluso a cambios de línea política si están en condiciones de apoyarse en una reserva de legitimidad suficiente, mediante la distribución de incentivos selecti­yos.

Este razonarnietno debería también permitirnos explicar por qué el «tránsfonnisrno» (cambios frecuentes de una línea política) es una estrategia remuneradora y practicable sólo si el sistema de incentivos del partido presenta, en su composición, un neto predominio de los incentivósselectivos (de tipo material) sobre los colectivos 25

, Y pues­to que ello es más probable, por regla general, en Jos partidos de gobi~~~5b._que:tie_l!:~~ :nayores posibilidades de sustituir bs recursos

simbólicos por recursos materiales (y que en cualquier caso .necesitan ~rienos la partlCípacÍÓn voluntaria de los .«CreyenteS.»), ~n condiciones flOr!:J)_aks,,sQ.f!: .Rr.t:YÍ$ibles dosis much9 más importantes de transfor­mación en las. ~lite.~. de Io,s pa¡:ridos de gobierno que en las de los partidüii d,~ 2Po~ic;~ó.p:. la «coherencia política» es una virtud más remuneradora cuando la Irwneda de cambio disponible son los «SÍm­

b.olOs» y no el ;,dinero». " . .. " .... - ~· ., . ~

La estabilidad organizativa

~~-~-ÚLque hemos recogido aquí según la cual los líderes de los partidos, en su calidad de empresarios políticos, tienen como prin­cipal objetivo el de mantener el coritrol ·de la empresa,· puede ser refor!!l~l-~g_?-_Q.i_c!~f.l.~<:> .. qt~,e. el.objetivo fundamental de los líderes es clmant~[l.!!!li~nlo.~Q-~Ja. .. t?Jt.abJlid.fi.d. orga._'llizattva. Por estabilidad or­g;:íl~;:~tiva entier:_~,9_]_a. __ C.?_nserv_aEión_d<: _las líneas jnternas de autori­da.ª-~.I1 .. -~.I __ pa.~_d?.; es decir, de la forma en que se halla configurado, en un momento dado, el poder Iegítirqo dentro del partido 26 . Dicha

25 En efecto, cuanto mayorsea el predominio de los incentivos selectivos sobre los colectivos, tanto más se reforzará el carácter «<atente» de la ideología (objetivos vagos .y contradictorios) y menor será el papel desempeñado por la línea política en la distribución de .incentivos. ·

26 Se trata de una redefinición. de la tesis de Michels según la cual los objetivos de la oligarquía son, tanto la conservación de la organización en cuanto tal, como la defensa de su propia posición de preeminencia en ella. Giordano .Siviní ha señalado recientemente que el pensamiento de Michels experimentó en realidad una cierta evo­lución: en una primera fase puso el acento sobre todo en la tendencia a la auto-con­servación de la organización. En un segundo momento desplazó el tiro hacia los

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lOO El sistema

Afirmar que el objetivo de los líderes es conservar la estabilidad organizativa,_s}gpifica at!!?l!.irles un objetivo r~ás amp~-i~q~~~ pie defensa de la supe[Vivencii de la· organización. Esta aparece, desde esta prespectiva:, sólo como una precondicióiz' de la defensa de la estabilidad del partido, del mantenimiento de sus líneas internas de autoridad. El qi1e el principal objetivo de los líderes sea la esta­bilidad organizativa. y no la simple supervivencia, permite compren­der por q.1Jé las actividades puestás en marcha para buscar este re­sultado pueden ser de diverso tipo: de pura conservación del status quo, defensivas y cautas ~n ciertos casos, innovadoras y agresivas en otros. Es decir, el medio que los líderes utilizarán para alcanzar el objetivo ele la estabilidad organizativa, constituye un interrogante que admite más de una respuesta (y, por tanto, Michels se equivo­caba cuando pensaba que la única respuesta posible era el creciente conservadurismo político) 27

. Según una conocida teoría 28 ; los líde­res de las organizaciones, en su calidad de empresarios, tratan siem­pre de acrecentar la potencia de su organización. Según esta teoría conforme la organización aumenta de tamaño y se refuerza -vis-r2-'7JÍs de las organizaciones concurrentes; aumentan el prestigio de sus ]í ..

deres y los Tecursos que éstos controlan: En esta perspectiva, la estrategia, por así decir, obligada de cualquier organización es una estrategia de. expansión que, al incrementar su predominio sobre el

procesos de autorreproducción de la oligarquía. Cfr. G: Sivirii, La sociología dei partiti e lo Stato, en G. Sivini (e d.), Sociología deí partiti politíci, cit. La C>bserVación es justa desde el punto de vista de la reconsi.rucción histórica y filológica. Desde un punto de vista lógico, sin embargo, la defensa de la supervivencia de la organización es la precondicíón del mantenimiento y de la reproducción del poder oligárquico en el partido. . -

27 Para una refutación de Michels en este punto, cfr., entre otros, J. Q. WÚsoh, Political Organizations, cit., p. 208. . ·

28 La mejor formulación de esta teoría es de A. Stirichcombe, Social Structure and Organizations, cit. Para el ciso concreto de los partidos políticos, la teoría ha sido recogida por E. Spencer. Wellbofer, ['olhical Parúe~ a.L9..2.rn_1J!u'!Jtjr:_5_!?_f F_a~: .. I~~ts w¡t!J Argentma. Party Ehtes, «American Joumal of J?.oU~icai Scien~i~:z!:VIII (1974), pp. 347-369. . ··--~---··

Coalición dominante y estabilidad 101

en ciertas sentido antes definido): por

número de afiliados de un las diferencias en la socia-

de los viejos afiliados y de recién llegados) y dar a una crisis de identidad colectiva del partido. El mismo proceso puede ponerse en marcha, por ejemplo, en el caso de un partido de oposición, a raíz de un fuerte avance electoral, que modifique en favor del partido las relaciones de fuerza en el Parlamento. En este caso, las «esperanzas mesiánic~s» alimentadas por los incentivos co­lectivos mientras qu¡; el partido estaba en la oposición, sin oportu-­nidades de llegar a ser partido de gobierno, quedarán bruscamente frustradas, frente a las exigencias dela administración cotidiana: au­mentará. entonces rápidamente la temp~ratura dentro del partido, crecerán .los conflictos y los contrastes entre líneas políticas alterna­tivas y, en pocas palabras, la identidad del partido se verá amenaza­.da 30

• En todos estos casos .lo que queda en entredicho es la estabi-· lidad de la organización, y con ella; la posición de preminencia de los líderes del partido.

La estrategia poda que vaya a optar los líderes del partido para asegurar la estabilidad organizativa no puede ser por tanto definida. de a'nteniano. Dependerá de las características de los equilibrios in­ternos de poder (de la configuración de la coalición dominante) y de las relaciones de la organi:iación con los diversos ambientes con los que se relaciona. En ciertos casos el crecimiento de la organiza-­ción refuerza la estabilidad organizativa, es decir, se convierte en un instrumento de consolidación del grupo dirigente del partido y la organización manifestará en efecto tendencias a la expansión (como ha sido durante largo tiempo el caso de .ciertos partidos .de oposición y en particular de los socialistas y comunistas). En otros casos, la expansión es el producto de la competencia que caracteriza una élite dirigente dividida. Por ejemplo, en un partido de facciones la expan­sión_ de..la organización_ mediante el rechitamiento de nuevos afilia-

29 Sobre la relación entre el tamaño de la organización y su cohesión política, · id. el cap. X.

30 He tratado estos problemas en el marco .de las relaciones entre las organiza­ciones de partido y su entorno, en el cap. XL

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dos -como ha sido en ciertas fases el caso de la DCitaliana--- 31 y la colonización de sectores cada vez más amplios de su entorno (por ejemplo, de las instituciones del estado), puede ser el producto de los esfuerzos de cada una de las facciones por reforzarse vis-a-vis de las facciones adversarias. otros casos, por el contrario, la orga·· nización no muestra ninguna tendencia al crecimiento. Se dan nu­merosos ejemplos de partidos -·-desde la SFIO de Mollet a la CDU deAdenauer-- en los que no existen trazas de actividades orientadas a expandir la organización. El eventual crecimiento de las dimensio­nes de la organización es percibido por los líderes como una posible amena:la a la estabilidad organizativa y es sistemáticamente descar­tado. En los ejemplos citados son los mismos líderes nacionales y locales que integran la coalición dominante quienes frenan el crecio­miento, desaconsejan el reclutamiento de nuevos afiliac!os y mantie­nen a la organización en una situación de estancamiento.

La estabilidad organizativa ouede, por tanto, ser defendida por los líderes mediante diferentes estrategias. En algunos casos, buscan­do la expansión de la organización (con estrategias de dominio del medio en que se desenvuelven). En otros, desaconsejando la expan­sión (con estrategias de adaptación al medio). Por otra parte, los modos de garantizar la estabilidad organizativa del partido pueden ser, y a menudo son; objeto de debates y conflictos en el seno de la misma coalición dominante; entre líderes que propugnan estrate­gias expansivas como las más indicadas para asegurar la estabilidad de la organización y líderes que propugnan estrategias defensivas por idénticas razones. En estos casos es lógico esperar oscila<:;iones e incoherencias en las relaciones entre el partido y el ambiente que le rodea, al menos mientras el conflicto no .se haya resuelto -:-:<landa lugar a los correspondientes cambios en la coalición dominante- a · favor de uno u otro contendiente.

Conclusiones

El problema del sistema orgcmizativo está planteado. En una or­ganización se dan fines· e intereses altamente diversificados. Pero cualesquiera que sean los fines que los diversos actores organizativos persigan, invariablemente, reformulando en otros términos la tesis

3' Cfr. sobre la organización de la DC el cap. VII.

Coalición dominante y estabilidad· organízativa 103

de Michels, el objetivo principal de los líderes es el mantenimiento de la estabilidad organiza ti va. El sistema organizatívo, se ha dicho 32 ,

constituye siempre un orden negociado, que resulta del equilibrio entre presiones y demandas de distinto signo. Sin embargo, el ob· jetivo de los líderes --la estabilidad de la organización~~-, al que aquéllos deben subordinar necesariamente todos los posibles objeti~ vos, desempeña un rol decisivo en esa negociación. De hecho los líderes son, por definición, los que, al controlar las zonas de incer­tidumbre más vitales, pueden imponer con mayor fuerza sus obje­tivos. Por tanto, los compromisos internos en los que se manifiesta el sistema organizativo son sietnpr~ compromisos entre las distintas demandas que surgen en la organización, por una parte, y la exigen­cia de estabilidad, por otra. Es de ese compromiso de donde surge la articulación de los. fines y el que hace inteligibles los comporta­mientos y las actividades de las organizaciones; un compromiso cu­yas característiéas vienen definidas por 1~ forma en que se configura la coalición dominante. Son imaginables muy distintos sistemas de organización; en realidad, tantos como formas puede revestir la coa- · lición dominante de un partido. Pero, en todo caso, la permanencia en el tiempo de un determinado sistema organizativo depende del éxito que alcance ese compromiso entre el objetivo de la estabilidad (por el que luchan los líderes) y los innumerables objetivos de todo tipo que puedan tener cabida en una organización.

32 R. A. Day, J. V. Day, A Review of the Current State of Negoti.ated Order

Theory: an Appreciation and Critique, «Sociologícal Quarter», XVIII (1977), pp. 126-142.

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Premisa

El razonamiento desarrollado hasta aquí estaba orientado a cons­truir algunas premisas indispensables para un análisis organizativo de los partidos. Sin embargo, hasta el momento, se ha tratado de un análisis estático. He imaginado, por así decir, un partido X, captado en un momento T de su historia y he tratado de identificar los instrumentos más útiles para examinar su fisonomía organizativa y las contrapuestas presiones a que se halla sometido. Pero un partido, cualquier partido --como cualquier organización- no es un objeto de laboratorio aislable de su contexto, ni un mecanismo que una vez construido y puesto en marcha sigue funcionando siempre del mis­mo modo (aunque descontando las posibles averías mecáni¡;as y el desgaste debido al tiempo). Un partido, como cualquier organiza­ción, es por el contrario una estructura en movimiento que evolu­ciona, que se modifica a lo largo del tiempo y que reacciona a los cambios exteriores, al cambio de los «ambientes» en que opera y en los que se halla inserto. Se puede afirmar que los factores que inci­den mayormente sobre la estructura organizativa de los partidos, los

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q~e . su y funcionamiento, son su historia orga­mzauva (su pasado) y las relaciones que en cada momento establece son u~ entorno sujeto a continuos cambios. Así formulada, esta. tesis es obv1amente demasiado genérica y corre el riesgo de transformarse en una .banalidad. Para c~~cretar sus implicaciones, debemos dispo-~ ner de mstrumemos analmcos de enfocar un cuadro en mo·· vimiento: la evolución de los en contextos am· bientales variables. Una vez que hayamos puesto a punto estos ins­trumentos, será I:osi~le intentar ~m análisis histórico-comparado del ?es~rrollo orgamzat1vo de un Cierto número de partidos (premisa md1spens~ble. a su vez pa~a el objetivo de elaborar una tipología de las. orgamzactones de partJdo ). Esto es, será posible dar un salto de cal~~a~, I:as_ar .de un a_nálisi~ estático de tipo lógico-deductivo, a un anahsts dmam¡co de upo histórico-inductivo.

:~~s conceptos centrales en tornoa los cuales organizaré. ~ste . anah~Is.son los de modelo originario (los factores que, combinándose de ~Istlntas maneras, dejan su huella· en la organización y definen sus características orignarias) 1 .Y el de institucionalización (la form:~ en que la organización se ha cons:Ji~ado) . .Examinaré ahora,sepa­radame~te y por este orden, los pnnc1pales factores que diferencian ~ _l?s diversos mo~elos ~riginarios de partido, y después los que

. mc~de~ :obre las dt_feren~xasobservablesen el proceso de instirucio­_nahzacwn .. A co~nnuacxón p~n~ré en relación los dos conceptos, . trata~do. d_e establecer con que npo de modelo originario se asoci.a, en prmc:pw? ca~a u~a d~ las modalidades que puede reves~ir e¡ pro­ces~ de mstltucwnahzación .. En ese momento podremos confrontar la· ttpología así construida con el desarrollo histórico de un cierto número de partidos políticos. .

El modelo originario.

Las características organizativas de cualquier partido, dependen, enu:e otros factores, de s_u historia, de cómo la organización haya nactdo. ~ se haya co~sohdado. Las peculiaridades del período de formacwn de un pa~udo, los _rasgos ~n que se' refleja su gestación, pueden, en efecto, eJercer su mfluenc1a sobre las características or-

1 D. Silvermer.. Socíology of Organizations; London, Heinsmann Educational

Books, 1970. . . 1 )

La institucionalización !09

ganizativas de aquél incluso a decenios de distancia. Toda organiza­ción lleva sobre sí la huella de las peculiaridades que se dieron en· su formación y de las decisiones político-administrativas más impor­tantes adoptadas por sus fundadores; es decir de las decisiones que han «modelado» a la organización. Pero a pesar de su carácter cru-

el problema de las peculiaridades del periodo de formación de los partidos uno de los campos en general más abando­nados por la literatura sobre los partidos. Mientras disponemos de refinadas teorías sobre la formación de los sistemas de partidos 2 o sobre las precondiciones estructurales y culturales de la movilización política en Occidente 3 lii teoría de la formación de los partidos individualmente considerados, se detienel sustancialmente, en Du­verger y en su distinción entre partidos de creación interna (de ori:­gen parlamentario) y partidos de creación externa;._ entre :1.quellos pimidos cuyo nacimiento se debe a la acción de élites parlamentarias preexistentes y los creados por grupos. y aso~iaciones que actúan en la sociedad civil~· Pero como ya, __ h;t!l.mostrado las investigacione~ históricas sobre la génesis de un gran número de partidos (un ma­terial documental digno de todo respeto, aunque de desigual valor), esta vieja distinción es satisfactoria sólo en parte. Sobre todo _porgu~ no está en condicioiles de dar cuenta de las diferencias organizatiyas!. inCluso considerables, que se registran entrepartidos que.rienen_un mismo origen (interno o externo). Los partidos nacidos del Parla-. mento pueden ·desembocar en formaciones de muy. distinto tipo. Y de modo análogo,, los partidos nacidos fuera del Parlamento (que para Duveger son, sobre todo, los «partidos de masas») presentan, entre ellos, fortísimas diferencias 5• Más aún, ocurre incluso, a veces, que partidos de creación parlamentaria presenten más semejanzas de tipo administrativo con partidos de creación externa que con parti­dos que tienen su mismo origen.

2 S. Rokkan, Citizens, Elections, Parties. Aproaches to the Study of the Procesees of Development, cit.

3 R. Bendix, Nation-Building and Citizenship, cit. 4

· M. Duverger, Los partidos políticos, cit. 5 Sobre las aportaciones de la historiografía al problema del origen de los partidos

y para una interpretación histórica original vid. P. Pombeni, //problema del partito político come soggeto storico: sull'origine del ,partito moderno •. Premesse .ad una rice ', en F. Piro, P. Pombeni (eds.): Movimiento operario e societá i11dustriale ¡,. Eu>u'>a 1870-1970, Pavoda, Marsilio, 1981, pp. 48-72. Cfr. también A. Colombo, La dinamica storica dei partiti politicí, Milano, Istituto Editoriale Cisalpino, 1970 .

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110 El desarrollo

pv>nJ<Lv~, a veces temente Más inevitables ~vt'"'-""""''"""'"-0 que hacen del modelo originario de cada partido un unicum histó·­rico, es posible, sin embargo, identificar algunas condiciones parti­culares cuya presencia o ausencia contribuye a definir las principales uniformidades y/o diferencias en los modelos originarios de los di­ver~os partidos. Hay tres factores que contribuyen sobre todo a ~<"'fmir el modelo originario particular de cada partido, ·El_ primero. tiene que ver con el modo en que se inicia_ v se desarrolla la COf\S­

trucci~n de la organización, Como han observado, en un importante· ensayo

6,-dos politólogos escandinavos, eLdesarrollo organizativo de

un partido ·--la construcción de.la organización en señtido j:mede.prod11cirse o por penetración territorial o por difusión terri­torial o por una combiiíacion de ambas modalJdades. Estamos am'e un caso de_penetración ter.ritorial cuando un «Centro» controla, es­tíffiula y dirige el desarrollo de la «periferia», es decir, la co-ñstitu­ción de las agrupaciones locales e intermedias del partido. Hablare­mos de difusión territorial cuando el desarrollo_se produce por «ge­neración espontánea»: cua11do son ·las élites locales las que, en un pririler m o mentó,-constituyen las agrupaciones locales del partido y sólo a cominuació~ é~tas se integran ~n una organización nacíonaL Es preciso señalar quela distinción penetración/difusión no se co­rresponde con la de partidos de creación interna y partidos de crea .. c~~ri externa de Duv~rger. El desarrollo por difusión o por penetra­cwn pueden caractenzar tanto a uno como a otro tipo de partido. Por e¡emplo, como señalan oportunamente Eliassen y Svaasand, tan­to los partidos conservadores como los liberales son partidos de crea~ión interna (de origen parlamentario), y sin embargo, la casi totalidad de los partidos conservadores se han desarrollado predo-

• K_. Eliassen, L. Svaasand, Tht Formation of Mass Political Organizations: An Analyt:cal Frame-dJork, «Scandinavian Política! Srudies•, X (1975), pp. 95-120.

La institucionalización 111

se tidos a un este embargo, en general, es posible identificar una modalidad como pre­dominante. Por ejemplo, muchos partidos tanto comunistas como conservadores se han desarrollado principalmente por penetración. Por el contrario,. muchos partidos socialistas y numerosos partidos confesionales se han desarrollado principalmente por difusión.

Una variante del nacimiento por difusión se produce cuando el partido. se fonna por la unión de dos o más organizaciones naci~­nales preexistentes (como fue el caso del SPD o de la SFIO). Anti­cipando. una cuestión qY.f: enlaz;¡ el p¡r-ºblema del modelo originario y d problema de la institucionalización, y que retomaré más lame, un desarrollo organizativo distinto, desde este punto de vista, tiene un impacto sobre el modo de formación de la coalición domi­nante y sobre su grado de · l!Jl. desarrollo organi:­zativo por penetración territorial implica por definic.i.ón,, la existencia_. de un :centro» suficientemente cohesionádó. desde los primeros pa­sos de la vida del partido. Y es justamente este centro, o dejando la

-metáfora, eJ redúcidogrupo de líderes nacionales.que da.vida .. a.la. organización el_que forma d primer núcleo de su futura coalición dominante. Un partido que se desarrolla por difusión _es por el con­tr~io un partido en_ el que el proceso de constitución_deLliderazgo es normalmente bastante_más tormentoso y complejo, puesto .. que existen muchos líderes locales, surgidos como tales autónomamente, · qÚe controlan. sus propias agrupaciones y que pueden aspirar alli­í:lerii-gi::i-naciona[ Uii .. desmollo organizativo· por ·difusión iérri~onál_ da iu.gar casi siempre, cuando se forma la organiza¡;;ión nacional_d_el pa~ido, a una ínt:egráción ·po( federación· de los diversos grupos

7 Ibídem, p. 116. . 8 J. Elklit, The Formatúm of Mass Political Parties in tbe Late 19tb: the Trhee

Models of tbe Danish Case, y L. Svaasánd, On the Formation of Political Parties: Conditions, Causes and Pattems of Development, ponencias presentadas en el semi· nario del ECPR sobre las organizaciones políticas, Grenoble, 1978.

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112

en una con estructuras y semiautóno­mas y en una coalición dominante dividida, surcada por ·continuos conflictos por el liderazgo.·

. El segundo factor que. juega_ un factor de primer plano en la caracterización~ del moddo_ originario dé-los pártidos es _la presenci<! o_ausencia de una institución externa que «patrocine» el nacimiento _c!_elpartido9

• La presenciao aúsencia de la institución externa cam- -bia la fuente de legitimación de los -líderes. Si existe una institución externa, el partido nace y es concebido como-el «brazo político» de esa-institución. Con dos consecuencias: l}Iai lealtades qye se for­!llan .en el P~rtido son}f!altades indirectas, se dirigen en primer lt1gar a lunstituciórt externa y s~lo en segunda instancia al partido; 2) la _ins~itución externa es, por consiguiente, la fuente de legitimación de los .líderes Y:es ella, por ejen1plo, la que hace _indinarst! !abalanza a un lado u otro en la lucha interna por el poder. Distinguiremos, · pues, entre partidos de legitimación exiúná y partidos de lé?,itima- -ción interna.

Pero los efectos de la presenéia de una institución externa son distintos, y pueden dar lugar a diferentes modalidades en la institu­cionalización, según que la institución forme parte de la misma so­ciedad nacional en que opera el partido (por ejemplo, una iglesia, o bien un sindicato) o que sea exterior a aquélla (por ejemplo, el Co-miptern).. .

_El tercer factmj a considerar, finalmente, viene dado oor el ca­rácter carismático o no de la formación del partido. El _probl¡;__ma es establecer _si..F-Lpartido es_ o no, esenCialmepte, una_criaturLo_un­vehículo de afirmación. de. un _líder carismático. Sobre esta cuestión, sin embargo, es preciso tener las ideas claras. Én la fase de gestación de un partido existen siempre componentes carismáticos én la rela~

, ción líderes-seguidores: 1i formación de un partido tiene siempre aspectos, más ó menos intensos, de status nascenti, de efervescencia colectiva en la que, típicamente, surge de un modo u otro el caris-

9 Una alusión a este problema se encuentra en L Sv:t.1Sand, en· el ensayo citado

en la nota anterior, que distingue entre partidos cmonocéfalos• y partidos cpolicéfa­los•.

La institucionalización 113 .

es otra cosa:_se. trata del hecho sea la de un líder como el

•nt·pr·rw1•tP indiscutido de un de ;,u.l!u·ur''"

cos (las -ñieí:as ddpartido).que llegan ser_ inseparables de su persona~ En este sentido, el p_artido nacionalso­clalisii;-d partidó fascisi:a .italiano, el partido~!!au.l.lista han sido, a todos los efectos, partidos carismáticos cuya existencia no es siquiera concebible sin referirse a los líderes que los fundaron. Aunque tu­vieron lÍderes prestigiosos, ~l mismo_ razonamiento no puede, _en cambio, repetirse al hablar del SPD o del Labour Party. . . .

·Eri algúñós casos, sin embargo, y sin que se dé Úna relación carismática eo el sentido weberiano, es posible el desarrollo de lo que Robert 'Tucker ha definido como <<carisma de situación»-- Este fenómeno está ·determinado no por los componentes mesiánicos de la personalidad del líder (que, en cambio, están presentes en la si­tuación del carism~ «puro») sino más bien por un estado de stress agudo en la sociedad que predispone a la gente«( ... ) a percibir com? extraordinariamente cualificado y a seguir con lealtad entusiástica un fíderazgo que ofrece una vía de salvación de la situación de'stress» .. Más concretamente: «podemos usar el término de «cansma de si­tuación» para referimos a aquellas situaciones en las que un líder cuya personalidad no tiene tendencias mesiánicas, suscita una res­puesta carismática simplemente porque ofrece, en momentos de agu­do malestar, un liderazgo que se percibe como un recurso o medio de salvación del malestar» 11

• Siguiendo a Tucker, los casos de Chur­chill o de Roosevelt, por ejemplo, fueron _ejemplos de «Carisma de ·· sitüáción».

.Un carisma de situación en los términos descritos caracterizó a Adenau.~r -en la formación de la CDU, Y tamhién, .. en pané: a De Gaspedl en el caso de DC,_a Hardie en el caso_del Jndependent Labmtr'-Party, a Jaures en el caso de la SFIO, etc. El carisma de si­tuación tiene ~n ¿omún ¿on el carisma «puro~ el hecho de que el líder se convierte, para el electorado, así como para una parte ma-

• 1° Cfr. sobre las situaciones de statu nascenti, con distintos matices, F. Alberoni,:

Movimiento e istituzione, Bologna, Il Mulino, 1977; A. Touraine, La Production de la societé, cit.; A. Melucci (a cura di), Movimenti di Rivolta, Milano, Eta5 Libri, 1976. Un análisis más profundo, y el consiguiente debate sobre la literatura en torno al liderazgo carismático, en el cap. VIII.

11 R. Tucker, The Theory of Charismatic Leadership, en D. Rustow (ed.): Phi­losopher and Kings: Studies in Leader~bip, New York, Braziller, 1970, pp. 81 y 82.

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las decisiones clave. tuvieron, en que con otros

muchos actores organizativos. diferencia está en el hecho d.e que mientras en el caso del carisma puro el partido no tiene una exis­tencia autónoma del líder y está enteramente a su merced, en el caso del carisma de situación, no obstante el enorme poder del líder, el partido no es simplemente su criatura sino que nace de una plurali­dad de impulsos y, por tanto, otros actores pueden reservarse un cierto grado de control sobre las zonas incertidumbre de la orga"· mzación.

Los carismáticos, "puros» son bastante raros. Pero menos de lo que se piensa. A menudo se trata de pequeños partidos que permanecen al margen de..l.()s grandes juegos políticos; más a menudo aún se trata de flash-pt!rtie~~ de partidos relámpago que pasan como un meteoro por erTínnamemo político, que nacen y mueren sin institucionalizarse 12• Este fenómeno tiene que ver con el hecho de que en este caso la institucionalización consiste en la <<rutinización del "carisma" en la de autoridad desde el líder al partido. Muy pocos partidos carismáticos superan este tran­ce». Junto al desarrollo por difusión o penetración, junto a la exis·" tei1cia o no de una institución patrocinadora externa, la presencia o ausencia de un liderazgo carismático inicial es un factor que crea diferencias considerables, en los modelos originarios de los distintos partidos. Naturalmente, la utilización del concepto de carisma de situación, permite identificar casos intermedios entre los partidos carismáticos y los demás.

La institucionalización

En la fase de gestación, cuando la organización está todavía en construcción, los líderes, sean carismáticos o no, desempeñan un

12 Para un tratamiento más extenso de .este punto, vid. el cap. Vl!I.

La institucionalización i '

territorio ""'"·'"'"'A' en trance de construcción. En esta d de es el de «( ... ) crear una estructura social que Jos incorpore» . Ello explica el pa·· pe! crucial que desempeiia normalmente la ideología organizativa en la plasmación de la organización que está construyéndose 14• En esta fase, en la que se constituye una identidad colectiva, la organización es todavía, para sus partidarios, un instrumento para la realización

objetivos 15 : es It identidad se define exclusivamente en relación con metas ideológicas los seleccionan no -~por el moment~·· en relación con la organización misma.

por qué una organización, en la fase de puede ser analizada con provecho la perspectiva «modelo racional»: con la institucionalización de la organización se verifica un salto de calidad. La institucionalización es en efecto el proceso mediante el . cual la orgari!zaéíón incorpora los valores. y fines deJos~ fundadores. dé! partido. En p_alaJ:íra~¡ de Philip_Selz.nick esteproces~ implica el pasÓ de la orgañización «ft..mgible» (es puro instrumento para·

·¡a r~lización de .ciéd:os)J:riesfa la institución :~. eL proceso-de iñstituciónahzacíoi1llega a buen puerto, la organiz~ción pierde poco ·;¡ ·p:ocoel·carácú:r ··de irisi.nimeni() valorado no pqr __ sí mismo si? o sólo en función de" los "filies. oq~ariizativos: adq:úer::_un valor erl sf i-ri.isma~los-fines""iié' incorpo'raria b organizaéión:y.se cor,iyie.l1;f!n en ·inseparables y· a· menudo indisti~gibles de_ dl;¡, .. Lo característico de 'un proceso· de insiirudonalización logrado es que para la mayoría el «bien» de la organización tiende a coincidir con sus fines: o sea, lo que «es bueno» para el partido, Jo que va en la dirección de su reforzamiemo vis-a-vis de las organizaciones competidoras, tiende a ser automáticamente valorado como parte integrante del fin mismo. La organización se convierte ella misma en un «fin» para un amplio

13 P. Selznick, Leadershíp in Administration, cit., p. 60, ed. italiana. 14 He vuelto sobre esta cuestión en el cap. IX. !S P. Selznick, Leadership in Administration, cit., p. 24 y ss., ed. italiana. 16 Ibídem, p. 28 y ss., ed. italiana.

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116 El desarrollo

sector de sus miembros y, de este «se carga» de Los fines organiz.ativos (las metas ideológicas) de los fundadores del par­tido, como se ha dicho, contribuyen a modelar su fisonomía

Con la institucionalización, aquellos en el sentido con

procesos. que...pr_Qy(}can Ja _son esencialmente dos, y se desarrollan de modo simultáneo:

1. · El desarrollo de intereses en el mantenimiento de la organización . (por parte de los dirigentes en los diversos niveles de la_ pirámide organizativa) 17

:

2 .. El desarrollo y la difu~ió_n de lealtades ?_rganizativas.

Ambos procesos están ligados como hemos visto anteriormente, a la formación de un sistema interno de incentivos. El desarrollo de intereses organiza ti vos está vinculado al hecho de quoe, ·desde las primerísimas fases de su vida la organización debe, para sobrevivir, ·distribuir incentivos selectivos a algunos de sus miembros (cargos de prestigio, posibilidades de «Carrera», etc.). Lo que comporta el esta·· blecimiento de procedimientos para la selección y reclutamiento de las élites, de los cuadros dirigentes en los distintos niveles de la organización. El grupo de Jos fundadores del partido, en efecto, no resuelve más que parcialmente, y sólo en los momentos iniciales, el problema de la cobertura de los puestos dirigentes. Conforme avance el desarrollo de la organización se hace preciso reclutar y preparar las «hornadas» de los futuros dirigentes (socializarlos a través del aprendizaje de las obligaciones que implica su función). El desarrollo de lealtades organizativas por su. parte, tiene que ver con la distri­bución de incentivos colectivos (de identidad) tanto a los miembros de la organización (los militantes) como a una parte de los usuarios externos (el electorado fiel). Es un proceso que esta vinculado a la formación de una «identidad colectiva• 18

, guiada y plasmada por los fundadores del propio partido. El establecimiento de un sistema

17 Sobre la institucionalización como forma de estabilizar los intercambios, tmto dentriraé la organización como entre. la organización y su entorno, cfr. S. N. Eis­senstadt, Social Differentiation and Stratification, Glenview, Scott, Foresman and Co. 1965, p. 39 y ss. Cfr. también, en idéntica clave, P. Blau, Exchange and Power in Social Life, cit., p. 211 y ss.

18 A. Pizzorno, lnterests and Parties in Pluralism, en S. Berger (ed.), Organizing lnterest in Westem Europe, New York, Cambridge University Press, 1981, trad.

- 1 Jt espano a. ·-

La institucionalización

de incentivos tanto selectivos como colectivos está pues mente ligado a la institucionalización de la organización

la institucionalización tampoco tiene no su A

117

(y si

organizativas partido el carácter de una com-munity of Jate tanto para sus militantes como para una parte al menos de sus apoyos externos. Gracias a aquéllas y a los. intereses creados por la organización el proceso de «construcción del partido» adquiere cuerpo y vitalidad, dando lugar a una organización qu.e~ al consolidar sus estructuras, se «autonomiza», por lo menos en cierta med.ida, del medio exterior. Sobre esas lealtades e intereses se desa­rrollan finalmente, un impulso y una tensión permanentes hacia la auto-conservación de la organización 19•

Hasta aquí la institucionalización entendida como un proceso, como un conjunto de atributos que la organización puede o no de­sarrollar en el período que sigue a su nacimiento. Desde este punto de vista, la distinción se establece entre los partidos· que experimen­tan procesos de institucionalización y los que no los experimentan (y que se disuelven rápidamente).

Pero el problema de la institucionalización es más complejo. En efecto, las organizaciones no se institucionalizan todas del mismo modo, con la misma intensidad. Existen diferencias considerables entre unos partidos y otros. 'Jodos los partidos tienen que institu­cionalizarse en una cierta m_edidá p;¡ra sobrévivir, pero mien.tras en ~i~ños casos el proceso desem~_ocaen ins~L~t!_C:.i~¡;¡t:s j~~¡:tes, _en otros _ ·da Jüg~r_ a )n~ti~uéiones débiles. De esta constat:~:c.:ión_arr.an_ca la hi: póiesis (que tÍef!e_caráctercentral en miplanteaf!liento), ~e que los. pañidos-se diferencian principalmente por el grado de instituciona- . - ---"".:-~-..;·"--- ·- .. -

19 La diferencia entre •lealtades• e •intereses• en el sentido que utilizamos aqÚí tiene mucho en común con la dis~ción de Easton entre «apoyo difuso•, que es el que se presta al sistema independiente de que se perciban o no unas contrapartidas inmediatas, y •apoyo específico•, ligado en cambio a las ventajas inmediatas: cfr. D. Easton, A Systems Analysis of Political Life, Chicago, The University of Chicago Press, 197~, p. 267 y ss. Vid. también la distinción entre legitimidad difusa y legiti­midad específica propuesta por L. Morlino en Stabilitá, Legittimitá e effuacia deci­sionale nei sistemi democratici, •Revista Italiana di Scienza Política•, III (1973 ), p. 305 y ss. Naturalmente, también el apoyo específico, cuando es satisfecho, genera cleal­tades•; pero es una lealtad ad personam (respecto al o los líderes que satisfacen demandas particulares) y no, como es el caso del apoyo difuso, respecto a la institu­ción en cuanto a tal.

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Wl

to, en un punto del que va mo hasta un mínimo de institucionalización.

_La institucionalización organizativa, en la acep_ción que hem<?s recogido aquí, p_tiédé.ser medida, e~el?dalménte, según dos dimen~­siónes: 1) el g_r.ado de autonomía respec!O al ambiente,·"'·"·'"'·-<-"-'""' Ia 01:ganización; 2)el grado sistematizacifm~_de interdependencia _entre las distintas partes de la organización-0°; La dimensión auto·· nomfá/dependeneia se refiere a la relación. que la organización ins­taura con el ambiente que le rodea. Toda organización se halla ne-­cesariamente implicada enrelaciones de intercambio con su entorno: de él obiene los recursos (humanos y materiales) indispensables para su funcionamiento y para ello debe dar a cambio recursos «produ~ ciclos» dentro de la propia Un partido debe distribuir incentivos de diverso tipo no sólo . a sus propios miembros, sino también a los «usuarios» externos (los electores, organizaciones que se hallan próximas al partido, etc.). Existe autonomía cuando la organización desarrolla su capacidad pará controlar directamente los procésos de intercambio con el amhiént~ .. Por d coritrario ~na or-

.' -· - ·- - . -

10 He' sélecdo~ado sólo estos dos «parámetros• dd fenómeno de !a instiruciona-· La razón es que las organizaciones tienden a desplazarse en ambas dimen­

siones, en la misma dirección. Dicho de otro modo, y como trataré de mostrar en éste y en los siguientes capítulos con ejemplos concretos, cuanto mayor es la auto~ nomía respecto al ;~mbiente, mayor sude ser d nivel de sistematización. Y, correla· r.ivamente, cuanta menos amonomía, mis bajo es d nivel de sistematización. Para el análisis empírico no parecen en cambio demasiado utilizables los conocidos criterios que Humingron utiliza para medir el grado de institucionalización: autonomía, co· herencia, complejidad y flexibilidad. No hay nada que parezcac¡ garantizar que una mayor autonomía se trad•1zca también en mayores cotas de complejidad, coherencia y flexibiidad: cfr. S. Huntington, Política/ Order Í11 Changing Societies, New Haven and London, Yale Univertisy Pr<."ss, 1968, trad. c:spañola, El orden político en las sociedades en cambio, B. Aires, Paidós, 1968. La teoría de la instirucionalización ha ~ido aplicada sobrewdo, en el campo de la cienciapolitica;-~rcasoai!_osparlaínemós _nacíonales:_cfr. R. Sisson, Comparátive Legislative ln5titlitionaliutüm: A Ihéoretical Explanation, en A.Komberg (ed.): Legislature in Comparative Perpective, Ne_~_York, Mckay, 1973, pp. 17-38, y M. Com, Classe Política e ParL:,mf:ñto in-ltal[a-1946-1976, Bologna, Il Mulino, !979, p. 279 r SS. • . •. -

La institucionalizadón 119

moVilización ,_,~,.·~·""'"'"''vu significa """''"~''-'"- respecto ái en ér sentido indic-ado. La d~ferend~ entre los pariioos es, pues. ae _ _grádú, de «m·iis y menos,.: una o~ga-­ÍJÍZacion_:poco aÜtónoma es una organizaeión .. que _ejerce un escaso control sobre su entorno, que se adapta a él más bien __ g_ue adaptarlo a sf"míSma. Aicontrario, una órgaiiíúción muy autónoma es aq_u~llª . ejerce un" fuerte contrÓl SÓDre SU en tomo, que tiene la Cflpacidad ..

plegarlo a las . .Propias exigencias. árgaii'izaciones con-trolan directamente sus vitales procesos de intercambio con el am-biente pueden desarrollar hacia él esa de «imperialismo do,. 21 , que tiene· como función reducir las áreas de incertidumbre ambiental para. la mayor es el control que d partido sobre el en mayor medida se transforma en un generador autónomo de recursos para su propio funciona~ miento. El «tipo ideal» del partido de masas descrii:o por corresponde, desde el punto de vista de la autonomía respecto al ambie~e, al máximo grado de institucionalización posible. En este· caso el partido controla directamente sus fuentes de financiación (a través de las cuotas de los afiliados) y domina organizaciones próximas al partido y, a través de éstas, extiende su hegemonía a la cl.asse gardée; posee un aparato administrativo central desarrollado (un alto grado de burocratización) y elige a sus cuadros dirigentes en su propio seno sin recurrir, o con un recurso mínimo, a aporta­ciones exteriores. Y finalmente, sus representantes en las asambleas públicas son controladas por los dirigentes del partido (por lo que, cualquiera que sea el grado de institucionalización de las asambleas electivas, la organización del partido permanece autónoma respecto a aquéllas, no condicionada) 22

En el otro extremo se halla, en cambio, el partido con una au­tonomía respecto al ambiente debilísima, que depende del ext.erior

21 J. Bonis, L 'Organisation et l'Environement, cit. 22 Cfr. M. Cotta, ClaHe política e Parlamento in Italia, 1946-1976, cit., en cuanto

a la interacción. entré la institución parlamentaria y las estructuras de partido.

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por ellas que incluye en sus por gn1pos de y así sucesivamente.

nrta.I1<c!;~cl,Dn, que no es controlado de igualdad),

,_,..,,,,..,,"""""" patrocinados sin una carrera anterior dentro del

nunca totalmente autonomía T""'"'"'""~" está nunca en de '"''·~"''"'·u"'

pecto al ambiente tan fuerte como el «partido masas» Dmrer~ ger. En la realidad los partidos se dividen entre aquellos que se aproximan más al primer modelo y los que se aproximan más al segundo.

Una de las características que rnás claramente van asociadas al grado de autonomía respecto al ambiente es la mayor"o menor in­determinación de las fronteras de la organización. Cuanto más au­tónoma es ésta respecto al ambiente, tanto más definidas son aqué­llas. Una organización autónoma respecto al ambiente permite siem-

. pre establecer con seguiridad dónde comienza y dónde acaba (quién forma parte y quién no, qué otras organizaciones caen en su círculo d~ influencia, etc:)· Por el contrario una organización muy depen­diente de su ambtente es una organización cuyos límites son indefi­nidos: muchos grupos y/o asociaciones formalmente externos for­man en realidad parte de ella, tienen vínculos con sus subunidades interna~, «atrav.iesan" de un modo más o menos oculto, sus fronteras formales. Cuando los límites están bien definidos, la organización corresponde al modelo (relativamente) «cerrado»; cuando los límites son 'indeterminados, corresponde al modelo (relativamente) «abier­tO».

La se.g!Jnda dimensión de la institudonaliz~c.ión.,_..es deci,r. el gra­_clo de sistematización, se refiere a la ~oh~r.enci.a estructural interna· de la organización. Un sistema organizativo puede ser de tal clase _qye-_deJe ampJia ·autonomía· a sus propios subsistema$ internos 23• En est_~_cas~ ergjado de sistematización es b~jo. Singnifica que las su-. bumdades controlan autónomamente, con independencta- del -.. cen­~ro» de la organización, los recursos nécesarios para su hnanciami'en­to (y, por tanto, sus.propios procesos de intercambio con el ambien-

23 A. Gouldner, For Sociology, Hermondsworth, Peguin Books, 19752 ; J. A. Van Doorn, Conflict in Formal Organizations, en A. Ranck (ed.): Conflict in Society Boston, Little Brown and Co., !966, p. 115. '

La hmitucionalización

"'"''"'""'11. por carácter ten~ las otras zonas

incertidumbre. Y, recíprocamente cuanto menor es el grado de sistematización tanto más disperso se halla el control sobre las zonas de incertidumbre. ·

La consecuencia de un bajo nivel de sistematización es general:­meme una "fuerte heterogeneidad organizatiy~ (las subunidades se diferencian·· entre sí en cuanto extraen sus recursos de sectores dis­tintos del entorno). l}n elevado nivel de sistematización,por d .con­trario, da lugar generalmente a una mayor homogeneidad entre las subuni&ides. ·· . Las dos. dimensiones de la institucionalización tienden a ~star ljg~qás entre sí: en d sentido de que uri'oájo nivel de sistematización org~nizat!va, implica a menudo una (fébii' autonomía respecto :Ú · am­piente. Y viceversa. De hecho;· muy a menudo la autonomía de 1~ subunidades organiiátivas respecto al «centro;; deh organización

Autonomía

Institucionalización débil

FIGURA 2

- Institucionalización fuerte

Sistematización

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122

de:ncia del '""""''ucc, coherencia estructural interna y un

Una organización con tm elevado grado de institucionalización posee normalmente :más defensas frente a los retos ambientales que una débilmente institucionalizada, porque sus instrumentos de con­trol sobre la incertidumbre ambiental se hallan concentrados en ei <<Centro», y no dispersos entre las subunidades. Y sin embargo, una institución «fuerte» ser má.s frágil que una institución «débil». En cuando nivel de sistematizaci6n es

una parte de h sobre todas las demás. Por d

de sistematización es bajo, la autonomía relativa de las distintas par-tes deJa permite aislar Ia crisis más 24

Un que ha conocido un fuerte ,_,.,.,,....,,,, lización, es una organización que limita de maniobra de los actores internos. La se 1mpone sobre los actores, y canaliza sus estrategias por vías obligadas y es­trechas. Un partido.fuertemente institucionalizado· es úií partido en el que los cambios son lentos, limitados, penosos; es una organiza·-· ción que puede fácilmente romperse, por su excesiva rigidez (como el SPD en 1917), antes que proceder a cambios repentinos_y pfo­fundos. 1Por el contrario un partido débilmente institucionalizado es un partido en el cual los márgenes. de autonomia de lOs actores en lucha son más amplios y en d que los vínculos 'de las subunidades organizativas con diversos sectores del ambienté asegura11.~los gn1~ pos ·rivales un control autónomo sobre los recursos externos. Una organización débilmente institucionalizada es uria organización que puede experimentar. transformaciones repentinas. como eñ los casos en que a una «regeneración» imprevista del liderazgo ideológico y organizativo, le sigue un largo período de esclerosis progresiva. Re-

" H. Heldrich, Organizations and Environment, cit., p. 77 y ss.

La institucionalización

bastante más raras en

posea una 'VÍS-a-1JiS de las ur¡¡;<U.HL,d\...<U!!C'>

En un contrario el aparato central también es débil, embrionario, poco o nada desarrollado y las organizaciones periféricas son más indepen­dientes del centro. Esto es consecuencia del distinto grado de con­centración/dispersión del control sobre las zonas de incertidumbre en la organización (del distinto nivel de sistematización organizad-

Por ejemplo, el un partido con un grado de tradicionalmente un rato central más el laborist>L

ción.

un más centralizado que uno débilmente m:;tn:uc:JO:naJllz:ao•o.

au"'"'·'v" es en este caso, una consecuencia de la rmrnf'r~lrt~r:~

En segundo lugar, el de homogeneidád, de semejanza, en-tre las subunidades del mismo nivel jerárquico. Si la. institucionalización es por ejemplo, las agrupaciones locales tend~rán a organizarse de la misma forma en todo el territorio na·· cional. Si la institucionalización es débil es bastante que

en cambio, fuertes diferencias organizativas. que es con~ secuencia, obviamente, de un grado distinto de sistematización,. de coherencia estructura:!.

En tercer lugar las modalidades de financiación. Cuanto mayor es la institucionalización tanto más probable es que .la organización disponga de un sistema de ingresos basado en aportaciones que aflu­yen con regularidad a las cajas del partido desde una pluralidad de

25 Para E. Spencer Wellhofer, tanto la «burocratizacióxv como la «forrnalización» (la elaboración de normas y reglamentos escritos) son elementos constitutivos de la institucionalización. E. Spencer Wellhofer, Dimensions of Party Development. A Study in Organizational Dynamics, «The Joumal of Politics•, XXXIV (1972), pp. 153-169. Estoy de acuerdo en cuanto a! primer punto, pero no en el segundo: como veremos, hay diversos indicios que parecen indicar que la formalización puede darse incluso en los casos en que existe un bajo nivel de institucionalización organizativa.

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!24

Cuanto menos institucionalizado esté el más dis~ continuo e irregular será el flujo de fondos y menos diversificadas serán las fuentes de financiación. La regularidad es indispensable para el mantenimiento de la estructura burocrática (que es el ek· mento que corona la estructura del se encarga mantener un nivel de sistematización su parte la ralidad de la autonomía del de control externo.

En cuarto lugar, las relaciones con las organizaciones cercanas al partido. Hemos dicho que un distinto grado de institucionalización da lugar a niveles distintos de control del partido sobre el ambiente que le rodea. Un partido fuertemente institucionalizado ejercerá, por tanto, un predominio sobre las organizaciones externas al partido. Este ha sido, durante etapas prolongadas de su historia, el caso del PCI, del PCF, del SPD, del SPO.(el partido socialista au.striaco) en sus relaciones con los sindicatos o del partido conservador británico en sus relaciones con las·organizaciones de su área de influencia: las organizaciones externas se configuran «como correas de transmisión» del partido. Al contrario, en el caso de los partidos débilmente ins­titucionalizados, o no existe relación alguna con las instituciones exteriores (por ejemplo, entre la SFIO de los primeros decenios del siglo y la CGT) o son precarias (entre el PSI y los sindicatos entre 1909-1922) o las organizaciones externas son débiles y tienen poca vida (CDU) o, por fin, el propio partido dependa de la organización externa (el partido laborista británico).

Finalmente, el grado de correspondencia entre las normas esta­tutarias y la «constitución material,. del partido. Esta tiende a ser mayor en el casode los partidos con un alto grado de instituciona­lización que en los partidos débilmente institucionalizados. No en el sentido de que los estatutos describ m, en el caso de las institu­ciones fuertes, la efectiva distribución del poder, sino en el sentido de que los actores que ocupan una posición dominante en el partido, lo deben a que controlan departamentos cuya autoridad se halla formalmente reconocida, y no de un modo más o menos oculto (por ejemplo, por las posiciones de preeminencia que ocupen en puestos fuera de la organización). Por ejemplo, la coalición dominante de un partido fuertemente institucionalizado, como el partido conservador británico, gira en torno al líder parlamentario cuya posición de pree­minencia se halla formalmente reconocida. En cambio, la coalici~ dQmiri:?.nte del partido laborista comprende, de hecho, a los líderes

La institucionalización 125

de las Trade Unions cuyo (en el sentido de la dicato pero no

deriva directamente del distinto trn,nu•r::.~ de la que va

nivel Si la institución es fuerte las trrmr,,.,..,

son claras y definidas y, por definición, no puede que per­sonalidades, grupos o asociaciones fonnalmente externas al partido ejerzan un papel directivo en la organización. Si la institución es débil las fronteras están difusas, la autonomía respecto al ambiente es mínimo y los actores formalmente externos pueden, «atravesar» más fácilmente los límites.

La institución fuerte y la institución débil: dos tipos ideales

Una institucionalización débil desemboca generalmente en una coalición dominante poco cohesionada (subdivida en facciones) mien­tras que una institucionalización fuerte desemboca en una coalición dominante cohesionada (subdividida en tendencias). En otros térmi­nos, una institucionalización elevada. implica una fuerte concentra­ción del control sobre las zonas de incertidumbre y, por consiguien- . te, sopre la distribución de los incentivos organizativos. Una débil institucionalización implica la dispersión del control sobre las zonas de incertidumbre y, por tanto, la ausencia de un «Centro¡> que mo­nopolice la distribución de los incentivos.

El grado de institucionalización de un partido político incide, pues, sobre la configuración de su coali~ión dominante e influye, en particular, sobre su grado de cohesión interna. Con la excepción, que veremos luego, de los partidos carismáticos (en los que una ausencia inicial de institucionalización va acompañada de una fuerte cohesión de la coalición dominante), existe en general una estrecha relación entre ambos términos: cuando más débil es la instituciona­lización más dividida se halla la coalición dominante; cuanto más elevada sea la institucionalización más cohesionada estará la coali­ción dominante. Esta cuestión puede ser reformulada afirmando que existe una relación inversa entre el grado de institucionalización del partido y el grado de organización de los grupos que actúan en su interior: cuanto más institucionalizado se halle el partido, menos or-

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126 El de.~arrollo org;:mizativo

el momento de

del tiempo) es una de más o menos, tam~ diferencias en el grado de organización de los grupos inter­

nos varían entre un mínimo y un máximo de organización.

Institución fu ene

T'endencia.<t

FiGURA 3

asf como las a lo largo del

Instimción débil

Facciones

cambios en el ambiente, sería pues, "'""""!J''"''-ct ?'"'"h'"'" será en diferentes partidos (o en un

el grado de organización de se podría establecer con relativa

diversas coaliciones en cada partido están '""''""'''"-'""'~"'"" divididas.

En función del grado o. nivel de institucionalización varía en cada partido la «estructura de las oportunidades,.; o sea varían las moda­lidades, canales y posibilidades mediante los que se desarrolla la com­petición política interna 26

• Y varían, por consiguiente las modalida­des de reclutamiento de las élites. En un partido fuertemente insti­tucionalizado, justamente debido <1 la cohesión de su coalición do­minante, el reclutamiento de las élites sude tener un desarrollo cen­trípeto: puesto que en el partido existe un «Centro» fuerte, una coa­lición dominante unida que monopoliza las zonas de incertidumbre

n Sobre el concepto de ~estructura de opommida&», cfr. J. A. Schlessiger, Am­bician and Polítics, Chicago, Rand McNe!ly, 1966.

127

determinaciones. En un en d reclutamiento las !Hites, tiene un desarrollo centrifugo.

El vértice está constituido por los muchos grupos que controlan recursos de poder importantes y están, por tanto, en condiciones de distribuir incentivos organizativos. Más de un vértice habrá que hablar de una pluralidad de aliados y/o en conflicto

diversas maneras. La escalada se produce de un modo porque, para

cameme como parte un grupo todos los demás grupos.

Sobre la «estructura de las

c:sJ¡;;uiau,l;.;l.lt:::i vienen dicta­trabajo en d seno de

una institución débil un sistema internas rnenos autónomo.

ción significa, en autonomía respecto !!!l a.u.'u''"'w .. c

Lo que implica que los según cuales se las sigualdades internas tienden a ser predominantemente endógenos, pe­culiares de la organización en cuanto tal. Mientras que tales criterios son, al menos en parte, exógenos, impuestos desde el exterior, en. el caso de una débil institucionalización. En concreto esto significa que cuanto más institucionalizado se halle el partido la participación en su seno será más bien del tipo «profesional» _(y por tanto los criterios que regulan su sistema de desigualdades serán los propios de .una estructura profesional-burocrática). Por el contrario, cuanto menos institucionalizado sea ui1 partido, la participación en su seno tenderá

27 S. Humignton, Politú:dl Order in Changing Societies, cit., p. 21 y ss., ed. italiana.

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128

a ser más zs

»"·"'"""~·Av.n de recursos externos, áetel1ta.ác>s relación con el sistema de las '"'"''"~'>'"""""'""" "V''-'"''"'"

'"'·uu.uv.>, cuanto más débil sea la xu~<uLu~,;¡.uu.au:c;.<u;Auu,

cargos ele:cnvo:s.

«nota­Ínter-

una la misma ser re-formulada diciendo que en los partidos más fuertemente institucio­nalizados, la actividad política tiende a configurarse con los caracte­res de una verdadera «Carrera»: se entra en el partido en los niveles bajos y se sube, después de un largo aprendizaje, escalón tras esca­lón. En los partidos de institucionali2'.ación débil existen, en cambio, pocas «Carreras» de este tipo. Una institucionalización débil lleva asociada una mayor «discontinuidad,. en la participación a todos los niveles 29 : pocas carreras «convencionales» 30 en el sentido indicado, y muchas carreras rápidas (con ingresos que se producen directa-: mente en los niveles altos o medio-altos), eté. Más en general, puede afirmarse también que a una institucíorialización fuerte corresponde el predominio de la «integración vertical» de las élites 31 : se entra en la organización en los niveles bajos y se sube hasta el vértice; las élites nacen, y «Se crían» dentro de la organización. A una institu­cionalización débil corresponde, por el contrario, una «integración horizontal» de las élites: se entra en el partido en los niveles altos, a partir de ámbitos exteriores en los cuales se ·detenta ya una posi­ción de preeminencia; es decir, se convierten en recursos políticos, recursos de otro tipo (como es justamente el caso de los notables, pero también de todos aquellos que son cooptados por el partido a causa del control que ejercen sobre organizaciones extraparcida­rias) 32•

28 Cfr. la tipología propuesta por' A. Pizzomo en la lrmoduzione allo Srudio del/a Pertecipazione politú:a, cit.

29 Sobre las «discontinuidades• de la carrera poliúca en los partidos débilmente institucionalizados, cfr. S. Eldersveld, Politú:Al Parties. A Behavíoral Analisys, cit., p. 140 y ss.; A. Kornberg et al., Semi-Careers in Polirú:al Work: The Dilema of Party Organizations, cit.

Jo Cfr. E. Spencer Wellhofer, Political Parties as •Communities of Fate•: Test witb Argentina Party Elites, cit.

lt Sobre estos conceptos cfr. R. S. Robbins, Politii:al !nstitucicnalization and ln­tegration of Elites, London, Sage Publications, 1976.

n Sobre las diferencias en el reclutamiento de las élites entre el •guilu sysrem• (que implica un largo apredizaje en las filas de la organización) y el sistema de •en·

La instirucionalízación 129

Por otra parte, al ser por definición menos relaciones con el r•1ct,., .. ,n·r. fuertemente "'o''-"""''"''''w'"'"'"'v establece menos relaciones de clientela con

débilmente msutL!CH>na.uz:a-

strtu<:mnallz.acwn no acarrea automitican1ente la tasa corrupcwn más ele~

vada, en los casos de institucionalización débil, así como es mayor la dependencia de las fuerzas sociales. Por el contrario, cuanto ma­yor sea el grado de institucionalización más fuerte y más extendida tenderá a ser la subcultura del partido, Sólo una institución fuerte, que esté en condiciones de dominar a su base social, puede en efecto desarrollar los rasgos característicos del «partido . de integración so­cial». Por lo que cuanto más elevada sea la institucionalización en mayor medida la subcultura del partido presentará los rasgos de una «sociedad dentro de la sociedad, 33

• En cambio una institución débil al tener que adaptarse a su base social, no desarrollará una fuerte subcultura de partido. Aunque existe una excepción: el caso de los partidos confesionales, que son instituciones normalmente débiles y que, sin embargo, están muy extendidas. Pero en este caso se trata de partidos de legitimación externa que aprovechan una red asocia­tiva, con una subcultura que en realidad gira (al igual que el partido) en torno a la institución patrocinadora (la Iglesia).

Hasta aquí las diferencias entre dos tipos ideales de partido con un grado de institucionalización elevado en un caso y débil en el otro. Pero se trata justamente de tipos ideales: ningún partido co­rresponde totalmente al caso de la institución fuerte, como tampoco al de la institución débil. Por lo tanto, en ningún partido el sistema interno de desigualdades será totalmente autónomo respecto al sis­tema de las desigualdades sociales 34 ni, en el caso opuesto, total-

tradas laterales•, cfr. R. Putnam, The Comparative Study of Politú:al Elites, Engle­wood Cliffs, Prentice-Hall, 1976, p. 47 y ss.

n En determinados casos la existencia de una fuerte subculmra puede ir ligada a situaciones de «enquistarniento organizaúvo•, cfr. G. Sartori, European Politú:al Par­ties: The Case of Polarized pluralism, en R. A. Dahl, D. E. Neubauer {eds.): Readings in Modem Política! Analysis, New York, Prentice-Hall, 1968, pp. ll5-149.

:l-l De los que se deriva la tendencia, detectable en los partidos que organizan a ..las clases populares (incluso en los más institucionalizados) a reproducir en su seno, al menos dentro de ciertos límites, las desigualdades sociales; en concreto a través de la sobrerepresentación, en los niveles medio-altos de la jerarquía, de los grupos de

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no

snt:uclortal!za<:lóln, no cambios profundos en el

expe:rin:~eruado un proceso que no puedan verificarse

procesos de u;;;::,-u¡¡~~

extracción burguesa. Cfr., para una comprobación empírica, D. Gaxie, Les logiques du '·eeruitement politique, XXX (1980), pp. 5-45. Sin embargo, las desigualdades· so­ciales siempre se reflejan con mayor inmediatez en !as siruacioncs débiles que en las fuenes. La mayor presencia de intelectuales en la <Hites dirigentes del l'Sl y de la SF!D al SPD, un fenómeno observado Mi<:hels, se debe a la diferencia en el de instirucionalizacicín entre ambos En el SPD, en cambio, era mucho m:is fuerte d componente de extracción Cfr. R. lvíichels, Prolet:.a:riato e borghesia nel. Movimento socialista italiano, Torino, Bocea, 1908.

35 Un estudio comparado de las relaciones de clientela y de patronazgo en la

política, llevada a cabo en instituciones fuertes y en instituciones débiles, seria sc<>u­rameme ilustrativo. Probablemente serviría para des1:2car que las actividades de ~a­tronngo desempeñan un papel distinto en ambos tipos de p;midos: miemras que en las institucionalizaciones débiles refuerza d poder pe-rsonal dd boss, dd individuo que se constituye en eje de las relaciones de diem.da, en las instituciones fuertes debería en principio reforzar a la institución en cuamo a tal, y no a los funcionarios indivi­dua.! mente considerados. En l talia, por existen ya e:xcdemes estudios sobre las :~ctividades de clientela y de p;¡tronazgo en .!os partidos dd centro derecha y en panicUlar de la DC (que es un.1 institución débil). Faltan, sin embargo, análisis de 1~ política de patronazgo de los partidos de izquierdas en los municipios que controlan, y en panicular del PCl (una institución fuert.,}.

36 M, Duvcrger, en Los p,,rridos políticos, cit., distingue entre partidos de «artÍ·· culación fuerte• y de •articubción débil.. En cierta medid:.., esta conocida clasifica­ción se corresponde con la que aquí hemos establecido entre partidos con un nivel alto y bajo de sistematización, de coherencia estructt¡r.~j (que está en función de la existencia o no de una sólida coordinación a nivel cemral). En este sentido, la dis­tinción ---crucial en la teoría organizativa de Duverger·- emre partidos célula, de milicia, de sección y de comités, corresponde en mi planteamiento, esencialmente a diferencias en el nivel de sistematización. Una organización cuya un.idad de base sea la célula o la milicia, poseerá normalmente (pero no, como veremos, sí se trata. de un partido carismático) una coherencia estructural mayor que otra basada en la sección de tipo territorial; y ésta última, a su vez, mayor que una organización basada en los comités.

La ínstitudonalizadón 131

una tipología

Definidos los principales elementos que contribuyen a formar el modelo de los partidos y definido también el concepto de !l!O,UICUL.AVU"'H"'<'<>,.IVl'> tratemOS ahora de ver cómo se entre

cómo, dado un cierto modelo éste int1uye de institucionalización.

vínculo entre un desarrollo y el grado de mstltt!ctcmahz:tcx<'ln

bastante comprensible. Un desarrollo dm::ir una institución Existe en por y el principio, una élite cohesionada, capaz, en· cuanto tal, de imprimir un fuerte desarrollo a la naciente organización. Un desarrollo difusión tiende por el contrario a producir que existen numerosas élites que controlan considerables recursos organizativos y la organización tiene que desarrollarse por federa·· ciones y, por tanto, a través de compromisos y negociaciones entre una pluralidad de grupos.

De igual modo, es fácil deducir la relación que existe entre la presencia o ausencia de una organización «patrocinadora>> externa y el grado de institucionalización que puede alcanzar el partido. La presencia de una organización patrocinadora desemboca, general­mente, en una institución débiL En efecto, la organización externa

ll Sobre la CDU vid. el cap. VIL Sobre las transformaciones experimentadas por este partido en materia de organización tras la pérdida del poder, vid. el cap. xm.

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132

mación condición que · un alto to en igualdad de condiciones, es más que los procesos de ins­titucionalización má~ fuertes se produzcan en partidos de legitima~ ción «Íntermt», e,s decir, en partidos no patrocinados por otra orga·· nización. Existe, sin embargo, una importante excepción: el caso de los partidos comunistas, patrocinados por una organización externa (el Comintem) y que, sin embargo, han experimentado por lo ge­neral procesos de elevada institucionalización. Se puede suponer en­tonces que la organización patrocinadora actúa sobre el partido en formación de modo distinto según que aquélla forme parte o no de la sociedad nacional en la que· opera el partido. Si la organización patrocinadora es un sindicato o bien una iglesia, impedirá la forma­ción de un partido fuertemente institucionalizado, puesto que un desarrollo de ese tipo implicaría la autonomización, la «emancipa­ción» del partido respecto a la organización. Si, por el contrario, la organización patrocinadora se halla.fuerade los confines del régimen político, una institucionalización fuerte que garantice la autonomía deL partido respecto al régímen es un resultado más probable (pero la autonomía respecto al sistema nacional se paga con la dependencia respecto a la organización externa). Los procesos de bolchevización de los partidos comunistas en los años veinte desembocaron en or­ganizaciones fuertemente institucionalizadas, dominadas por coali­ciones dominantes cohesionadas; y sin embargo su fuerte autonomía respecto al ambiente nacional, estuvo acompañada por la subordina­ción a una institución internacional en la cual estaba depositada su fuente de legitimación, así como la de las coaliciones dominantes que las dirigían.

El que la presencia de una organización patrocinadora influya de modo diverso sobre el proceso de institucionalización del partido, según que aquélla forme parte o no del mismo régimen político y que opere o no directamente en la misma sociedad nacional, se de­riva probablemente del hecho de que sóio en e! primer caso se. da el fenómeno de la doble militancúz organizativa: los miembros de: partido son también afiliados del sindicato o bien forman pane d,

La instiwdtmaliza<.ción 133

fuera de la nacional militancia y la

Esta hlt>Ót(oSlS de que

mación (interna, externa o externa «extranacional» ), se darán distintos niveles de institucionalización. Por lo que si a una legitimación interna corresponde una institución fuerte, y a una le·· gitimación externa «nacional» (por ejemplo los partidos laboristas) corresponde una institución débil, una legitimación externa «extra­nacional» tenderá a estar asociada a una institución muy fuerte (con una muy elevada autonomía respecto a la sociedad nacional y un elevadísimo grado de cohesión estructural.interna).

La argument~ción desarrollada hasta aquí, sobre las relaciones entre modelo originario y nivel de institucionalización, puede sinte­tizarse, desde el punto de vista gráfico, del modo siguiente:

Legitimación externa

Legitimación interna

FIGURA 4

Institucionalización

Fuerte

3

Débil

2

4

El caso 1 estaría representado sobre todo por los partidos comu­nistas. La fuente de legitimación es externa y la coalición dominante que logra afirmarse en el partido, contra los adversarios de la bol­chevización, es una coalición políticamente cohesionada. El desarro­llo de la organización se caracteriza por el predominio de la pene­tración territorial (junto a la total reorganización de las estructuras locales heredadas en el momento de la escisión de los partidos so-

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El desarrollo organizativo

caso está re¡:ne~se:nt~Ldo algunos que Duverger define como «creac!On interna». El centro que desarrolla el partido por penetración territorial es un centro cohesionado, en general una élite parlamentaria agrupada tras la bandera de un líder de gran prestigio. El proceso da lugar a una institución fuerte. Distintos partidos conservadores -empezando por el británico- (curiosamente mucho más que l.os liberales) 38

, se han desarrollado de este inodo.

El caso 4 recoge sobre todo a los partidos nacidos de la feder;<-­'ción de grupos preexistentes como la SFIO, el partido socialista

la CDU, etc. La federación de dos o más organizaciones ~a'""e•a·~•·'·" o un desarrollo inicial digamos en

(precisamente el caso de la 39, dan a una coalición

débilmente cohesionada, puesto que diversos grupos poseen un poder de veto respecto a los intentos del «Centro» (en

de formación) de reforzarse a costa dt: la La or·· se institucionaliza débilmente.

El carisma personal: un caso anormal

En la discusión precedente he examinado cómo se relacionan con d grado de institucionalización alcanzado por los diversos partidos,

38 J Elklit, Tbe Formation of Mass Political P.arties in the Late 19th: the Three Models of the D.anish Case, cit.; L. Svaa.sand, On the Fomuztion of Political Parties: Canditians, Causes and Partems of Development, cit. Sobre la incapacidad de los liberales italianos para organizarse en un partido mO<lerno cfr. G. Gallí, 1 partiti politíci, Torino, UTET, 1974.

39 Sobre las razones por las que no considero a la CDU un partido de legitima­ción externa, a diferencia de los demás p.1rtidos confesionales, vid, el cap. VIL

sión (0 tPriPt"<lf"10rl

los casos históricos es sin citadas: en general., un partido carismático nace a de la ración de una pluralidad de grupos locales surgidos espontáneamente y/o de organizaciones preexistentes que se reconocen en el líder y se someten a él. En cambio, la presencia del carisma es incompatible con la presencia simultánea de una organización patrocinadora. La cual sólo puede tolerar formas de eso que, siguiendo a Tucker, he definido como «carisma de situación» y que, en es un carisma personal diluido. Carisma «puro» y organización patrocina-

son por el mutuamente incompatibles: o existe uno o existe la otra (aunque, se dan muchísimos casos en que no están presentes ni el uno ni la otra). El no puede ser · a l:~¡, vez la criatura un configurado totalmente y «brazo político, de una externa. Pero el anor--mal que produce el carisma «puro» es otro. Consiste en el hecho de

genera, simultáneamente, una coalición dominante a pes::!: la ausencia de un proceso de tJ

carisma rompe, por tanto, d que habíamos como hipótesis entre el grado de y el de sión de la coalición dominante, por el cual cuanto más elevada era la institucionalización más unida aparecía la coalición dominante (y viceversa). En efecto, en este caso, la coalición dominante se i:nues:ra cohesionáda desde el principio a pesar de estar compuesta por vanas tendencias (y por tendencias a menudo en lucha violenta aunque subterránea entre sí). El líder representa el cemento que las une y la lucha entre los diversos grupos es una lucha, en definitiva, por ase­gurarse una mayor protección y mayores favores por pa:te del líder. La cohesión se explica por el hecho de que solamente nenen acceso autorizado al «CÍrculo interno» del partido, aquellos que gozan del

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del líder. También en estos como en dotadas de burocracias potentes, el

miento de las {:lites tiene un desarrollo la La P''"',·""'"

carismático de que d carisma rutinario) se de modo simultáneo una ausencia instituciona­lización y una fortísima centralización de la autoridad (que en los partidos no carismáticos se detecta sólo en condiciones de fuerte burocratización ).

La centralización de la autoridad --o sea la concentración del control sobre las zonas de incertidumbre en manos del líder- apa­rece desligada del desarrollo burocrático porque en términGJs gene­rales y siguiendo a Weber, carisma y burocracia son fenómenos or­ganizativos antitéticos entre ,sí. El carisma personal va además gene­ralmente asociado a fuertes resistencias a la institucionalización. El líder no tiene en efecto, interés en favorecer un reforzamiento de la organización demasiado acentuado que inevitablemente sentaría las bases para una «emancipación» del partido de su controL En cierto sentido el líder carismático se encuentra, frente al partido, en una posición análoga a la de la organización patrocinadora externa: su presencia tiende a desalentar, por vías y motivos diversos, la institu­cionalización 40

Este raz~namiento debiera contribuir a explicar por qué la ins­titucionalización de un partido carismático es un acontecimiento ra­rísimo. O, en otros términos, por qué casi ningún partido carismá­tico consigue sobrevivir a su fundador o, experimentar un proceso de «rutinización» (de objetivación) del carisma. En los rarísimos ca-

40 Naturalmente puede presumirse que también la presencia de una organización e~tema puede llegar a producir la misma combinación ti pica de Jos partidos carismá­ticos: una ausencia de institucionalización acompañada por una fuerte cohesión de la coalición dominante (sobre todo en el caso de que la organización externa esté tan

unida que logre imponer una cohesión del mismo cipo al partido que patrocina). Ese fue probablemente el caso del CGP (Ciean Govemment Party) japonés, que era una emanación política de una organización religiosa fuertemente unida: el Soka Gakkai. Cfr. T. Tsutani, Política! Change in Japan, New York, McKay, 1977, p. 151 y ss. Pero es raro que exista una organización con ese grado de cohesión, por lo que d resultado más probable será el •normal• de una insútucionaliucíón débil de! partido y una coalición dominante dividida.

La instimcíonali:zación 137

FIGURA 5. Cuadro resumen de la tipología

2

Modelo originario

Difusión territorial Penetración territorial

Legitimación interna Legitimación externa nacional Legitimación externa no-nacional

Carisma

Conclusiones

Institucionalizaciém

Débil Fuerte

Fuerte Débil Fuerte

Inexistente/Fuerte

La discusión anterior nos ha permitido poner a punto una tipo-, logía de la formación de los partidos que debe ser ahora sometida a control empírico: en nuestro caso, un control histórico-comparado mediante el contraste con las informaciones disponibles sobre el na­cimiento y las modalidades de formación de un cierto número de partidos concretos.

Sin embargo, hay que hacer una precisión. La tipología más arri­ba ilustrada .. descuenta», con la cláusula de «en igual de condicio­nes», el papel de los factores ambientales. Se limita a identificar re­laciones que pueden establecerse a nivel de hipótesis entre modelo originario (que es la variable independiente) y nivel de instituciona­lización (la variable dependiente). Lo que ha sido posible porque se trata de una construcción teórica, de laboratorio, obtenida mediante la selección de cienos factores que nos han parecido plausibles y tratando de establecer qué efectos ejercen sobre otros factores selec­cionados del mismo modo. En el momento en que una tipología construida de este modo es «puesta a prueba,., sometida al test del control empírico, la cláusula «en igualdad de condiciones» deja de

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punto nos encontraremos l'UIIlu:t¡,_nnH:~ "''"'n'"''""""''"" c¡ue

entre el modelo

histórica 41•

41 Son muchos los factores que pueden llegar a ejercer una gran influencia. En primer lugar, las características institucionales del régimen político (por ejemplo, de la burocracía estatal); también cuenta el intervalo de tiempo que media entre el na­cimiento del panido y la conquista del gobierno nacional (es improbable que un partido que se consolida, desde el punto de- vista -organiucivo, a panir de una posi­ción de gobierno, llegue a convenirse en una institución fuerte). Cuenta igualmente la intensidad de las amenazas ambientales experimentadas en la fase de formación, así como, en los casos de función entre dos o más organizaciones (una variante de la difusión territorial) las características de éstas. Por ejemplo, como veremos en el próximo capítulo, la represión estatal, juntO con el carácter relativamente centralizado de las dos organizaciones cuya fusión da lugar al nacimiento del SPD, contribuye a explicar que éste partido llegltrá a convertirse en una institución fuerte.

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PART III

PARTY ORGANIZATION

21 PARTY MODELS

André Krouwel

INTRODUCTION

More than a century of scholarly attention to political parties has resulted in a substantial number of party models. Yet, so far all these party typologies have not accumulated into a more general theory on the genesis, develop­ment and transformation of political parties. This is caused primarily by the fact that most of the party models Me seriously biased. First, most party models were developed in the con­text of western E urape and the United Sta tes of America, resulting in a limited 'travelling capacity' of these conceptualizations (Sartori, 1984) even across the Atlantic (see Ware, this volume). Secondly, most party models are very uni-dimensional in their approach, oftentimes focusing heavily or even exclusively on organi­zational aspects. Duverger (1954: xv) even argued that 'present-day parties are distin­guished far less by their programme or the class of their members than by the nature of their organization. A party is a community with a particular structure. Modern parties are characterized primarily by their anatomy'. An anatomist, however, does his work by dissect­ing corpses, while party observers usually analyse political parties that are alive and kick­ing or are even still in their infancy. The fact that numerous scholars observed the same political parties yet only focused on a specific element at a particular stage in its develop­ment has proliferated the number of party

models dramatically. Moreover, analysing parties merely by their bodily structures neglects one of the first obsen'ations, namely that a party is 'a body of men united, for promoting by their joint endeavours the national intere:ot, upon sorne particular principie in which they are all agreed' (Burke, 1975: 113). Apparently not only organizational structures guide the behaviour of party members, but also sorne principie, sorne common goal, perspective or ideology. In addition, political parties perform many functions: they form the link between the state and civil society as they recruit and select the elite, nominate candidates for public office, form the executive or the (parliamentary) opposition to the incumbent power-holders and mobilize the people through political cam­paigns. Clearly, all these aspects also have to be included in party models and theories if we want to understand what a política! party is, what it does and to what extent parties have transformed over time.

It is problematic that, when multiple dimen­sions have been used in modelling parties, often the organizational dimension is privi­leged over others and that additional aspects included in these typologies of parties gener­ally refer to widely varying and inconsistent features (Gunther and Diamond, 2003). Another consequence of the large number of party models is the very low leve! of conceptual and terminological clarity and precision. In addi­tion, proposed typologies are often neither

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mutually exclusive nor totally exhaustive. Furthermore, most of the proposed models of party do not include clear empirical indicators that would allow us to determine which par­ties actually do fall into each of the categories or when they have transformed into a different type (see Krouwel, 1999, 2003). Thus, we lack an effective way to classify different types of parties and consensus over indicators to deter­mine what types of party we are observing.

CLASSIFYING ANO LINKING PARTY MODELS

In the literature of political science basically three methods of party classification ha ve been proposed and used. The first method is to simply list the party types and enumerate the majar characteristics of each of the different models. Katz and Mair (1995: 18), for example, distinguish four party models (elite, mass, catch-all and cartel party) and then list 13 aspects on which these types of party differ. As a second method, sorne scholars identify 'gen­era' of party types and subsequently chart ail the party types that have developed from each genus. A.n example of this method is Seiler (1984a, 1984b, 1993), who departs from Duverger's distinction between the intemal and extemal origin of parties and from these two genera groups eight party types into their respective lineages. Gunther and Diamond (2003), to take another example, develop five genera on the basis of which they classify 15 species of party. A third method of classifica­tion is based on more abstract dimensions along which parties differ. Wolinetz (2002: 161), for instance, uses the dimensions of vote­seeking, policy-seeking and office-seeking to position six party types in a triangular space on the basis of their primary goal. Pomper (1992) positions eight party types on three dimensions (breadth of focus, goal orientation and functional mode).

Although there is undoubtedly a certain path-dependency in the development of poli ti­cal parties, the genera method is too determin­istic. Moreover, it is almost impossible to develop indisputable and consistent genera and there is no generally accepted method to determine in what lineage the different party models should be grouped. The deductive method of positioning parties along abstract dimensions is also problematic as no generally accepted indicators for each of the dimensions are currently available, so the position of each

party type along the various dimensions becomes quite arbitrary.

Therefore I opt for the most parsimonious and straightforward method of differentiating parties on the basis of several crucial distin­guishing characteristics. Not all party models that have been proposed are totally unique. Among the proposed models there is substan­tial similarity and overlap, and numerous party types that have been suggested are merely reformulations of an already existing model. On the basis of their similarities in focus and crucial features I have clustered the numerous party types into five basic species (see Table 21.1).

Many authors writing about the first modem parties that emerged in the late 19th century before the introduction of mass suffrage use various concepts basically to refer to the same phenomenon: loosely structured elite-centred cadre parties led by prominent individuals, organized in closed and local caucuses which have minimal organization outside parliament. Because of the significant overlap in character­istics I have grouped all models that refer to these first modem parties into the first cluster.

The second cluster comprises all models of mass parties. Wolinetz (20Ü2: 146) argues that Panebianco's mass bnreacratic party is basi­cally equivalent to Duverger 's mass party and Neumann's party of mass integration (see also Gunther and Diamond, 2003: 179). The defin­ing elements of this type to which numerous authors refer are: the extra-parliamentary mass mobilization of politically excluded social groups on the basis of well-articulated organi­zational structures and ideologies.

The third species of party is the electoralist, catch-all party type. Panebianco's professional­electoral party is basically a respecification of Kirchheimer's catch-all model (see Wolinetz, 2002: 146; Katz, 1996: 118; Gunther and Diamond, 2003: 185), while the rational­efficient party model proposed by Wright (1971) basically describes the same phenomenon (Katz, 1996: 118). Catch-all parties originate from mass parties that have professionalized their party organization and downgraded their ideological profile in arder to appeal to a wider electorate than their original class or religious social base.

A fourth species is the cartel party. The for­mation of a so-called 'state-party cartel' was described by Kirchheimer (1954b ), long before Lehmbruch (1974: 97), Lijphart (1968, 1974: 76), or Katz and Mair (1995) proposed their later versions of cartel democracy (see Krouwel, 2003). Basically this party typé is characterized

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Table 21 .l C/usters of party models Elite, caucus and cadre Catch·-all, electoralist porties Mass-parties porties ~----------------------------~------------------------~ Patronage and charismatic Mass party (Michels, Duverger, Catch-all porties porties (Weber), porties of Beer), class-mass and (Kirchheirner), professional-personage (Neumann), denominational mass porties electoral porties caucus (Ostrogorski), porties (Kirchheimer), Weltanschauung (Ponebidnco), stratarchy of parliamentary origin and Glaubens party (Weber), (Eidersveld), rationai-(Duverger), porties of porties of externa! origin, branch- efficient, professional individual representation based mass porties, cell-based machine model (Wright, (Neumann, Kirchheimer), devotee porties (Duverger), Schumpeter, Downs, party of notables (Weber, porties of democratic or total Pomper), party machine Neumann, Seiler), elite integration, party of principie (Seiler), multi-policy party porties (Beyme), clientelistic (Neumann), amateur and party (Downs, Mintzel) porties (Rueschemeyer et a/.), democracy model (Wright), modern cadre party (Koole), militants party (Seiler), mass-local cadre party (Epstein); bureaucratic party (Panebianco), governing caucus (Pomper) programmatic party (Neumann,

Wolinetz), fundamentalist porties (Gunther and Diamond); cause advocate party (Pomper)

Cartel porties

Party-cartel (Kirchheimer), cartel­party (Katz and Mair)

Business-firm porties

Business-firm (Hopkin and Paolucci), franchise organizations (Carty), porties of professional politicians (Beyme), entrepreneurial pa rties (Krouwel)

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by a fusion of the party in public office with several interest groups that form a political cartel, which is mainly oriented towards the maintenance of executive power. It is a profes­sional organization that is largely dependent on the state for its survival and has slowly retreated from civil society, reducing its func­tion mainly to goveming.

The final cluster of party types that can be distinguished is of quite recent origin. Business firm types of party originate from the prívate initiative of a political entrepreneur and have, by and large, the structures of a commercial company. The image of the party leader, com­bined with sorne popular issues, is marketed by a professional organization to an ever more volatile electoral market. Table 21.1 provides an overview of many of the party types sug­gested in the literature, clustered into five generic models of party.

As a second step, in an attempt at cumulative theory-building, I will sequentially link the five generic party models. The main reason for this is that these five clusters of party models are not isolated and unconnected species. As Lipset and Rokkan (1967: 50) argued, most of the party organizations are far older than the majority of the electorates they represent. This means that, at least in part, observers from dif­ferent times have been observing and describ­ing the same political parties L.'l subsequent stages of their development. Since most of the models are derived from these empirical observations of the same phenomena in dif­ferent periods, linking them chronologically also provides an historical overview of majar party characteristics culminating in a general theory of party transformaban over the last century.

Mass parties emerged as a result of the polit­ical exclusion of large proportions of citizens by the dominant elite and their cadre parties of the proto-democracies of the late 19th and early 20th centuries. Kirchheimer (1954b, 1966) departed from Neumann' s concept of the mass integraban party and argued that, after the political integration of their followers had been successfully completed, these mass parties were transforming into catch-all parties in the late 195üs and early 1960s. Mass parties slowly professionalized their organizations, moder­ated their demands for social and political transformation and began to appeal to voters outside their original core electorate. As their party programmes became increasingly inter­changeable and cooperation between former political enemies became the norm, rather than the exception, a political cartel was formed that

became increasingly impenetrable for new political actors and groups. Cartel parties slowly monopolize the resources of the state and create a legal environment that favours the incumbent parties and discriminates against new competitors. As a reaction to this exclu­sion, political entrepreneurs who have no access to the resources of the state use the resources and strategies of the prívate sector, particularly the commercial mass media, to gain access to the electoral arena and executive power. As this brief chronology shows, the five models in sequence provide a tool to assess party transformation over time.

In a similar vein, Katz and Mair (1995: 6) framed the development of political parties as a dialectical process, in which each new party type generates a reaction that will lead to a new party model and a further chain of reac­tions. They identified different party models within distinctive time periods on the basis of the relationship between political parties, civil society and the state (Katz and Mair, 1995: 12-18). Clearly, party transformation is an ongoing evolutionary process in which parties adapt to their particular social and political context. Tl:-lis is also why the models of party are sequentially interconnected: observers build on existing models or reformulate an earlier model when they perceive that these models are no ionger applicable to current political parties. The main concem for a com­prehensive theory of party transformaban then becomes to identify the specific characteristics that make the models of parties mutually exclusive. Below I propase a number of indica­tors that can be used to differentiate the party models from one another.

THE ORGANIZATIONAL, ELECTORAL ANO IDEOLOGICAL DIMENSIONS

OF PARTY MODELS

Since existing typologies and models of political parties usually ha ve been developed in a specific political and social contex± on the basis of a limited number of observations, the models vary substantially in their focus and level of sophisti­cation. As argued above, most models focus on organizational aspects; often the level of central­izaban or federalization is taken as the basic fea­ture (Lenin, 1961; Michels, 1962; Eldersveld, 1964, 1982; Kitschelt, 1994), along with territorial penetration and diffusion (Eliassen and Svasand, 1975). Organizational forms such as the caucus (Ostrogorski, 1902), branch, cell,

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militia (Duverger, 1964), nucleus (Schlesinger, 1965, 1984) or cadre (Duverger, 1954; Koole, 1996) are also used to distinguish between party types. Others have proposed to define parties on the basis of the level of professionalization, bureaucratization, institutionalization and ratio­nal efficiency of the party organization (Wright, 1971; Downs, 1957; Panebianco, 1988) or their collusion with the state (Kirchheime1~ 1954b; Katz and Mair, 1993, 1995). Party models also refer to the main functions of the party organi­zation, for example the selection of candidates (Bryce, 1929; Schumpeter, 1942) or their repre­sentational and integrational functions. An example of the latter is the distinction between 'parties of individual representation', 'parties of democratic integration' and 'parties of total inte­gration' (Neumann, 1956). Duverger's famous distinction between the internal and external origin of parties also needs to be included in this enumeration of possible organizational classifi­cation schemes.

Sorne models include sociological or electoral clwracteristics such as the representation of social groups in terms of class, religion or ethnicity (Duverger, 1954; Kirchheimer, 1954b). Party models such as mass parties, elite parties and amateur parties (Wright 1971) are classified by the class nature of their membership, the most active or dominant social group within the party, the leve! of rank-and-file participation or the type of leadership (Weber, 1925; Neumann, 1956; Kirchheimer, 1954a, 1966; Wildavsky, 1959). Other party models, such as catch-all parties or ethnic parties, are typified by the width of their electoral appeal (Kirchheimer, 1966).

Concerning party classifications on the basis of ideology, Weber's typology of Weltansclwuungs- or Glaubensparteien is often cited (Weber, 1925), while political scientists also frequently use ideological labels for parties such as right-wing, left-wing, extrernist, protest, populist or funda­mentalist. In grouping parties cross-nationally into party farnilies, generally ideological labels such as conservative, liberat Christian demacra­tic, social democratic, socialist, communist, Creen or environmental are used. Combining ideology with sociological aspects has resulted in party typologies such as 'radical mass parties' and 'clientelistic parties' (Rueschemeyer et al., 1992).

Party models should not be too reductionist, by emphasizing only a single dimension of political parties. Instead, parties should be regarded as complex phenomena with multiple attributes or properties that constitute one 'bounded whole', and jointly constitute a pure or ideal type from v\·hich real political parties

will deviate to varying degrees (Sartori, 1987: 182-5). Since there is no consensus as to which attribute or dimension should be privileged over others, I have opted for a broad range of analysis that is better able to capture the existing variation among different types of parties. This broad analysis includes first of all the genetic origin as a basic criterion guiding the classifica­tion of the different party types. The origin of parties determines to a large extent their initial format and their subsequent transformation is path-dependent on these foundational elements (Panebianco, 1988). In addition, I include three other dimensions to which earlier models refer: electoral, ideological and organizational. On the electoral dimension, the five party models can be distinguished on the basis of their electoral appeal and social support as well as the social origin of tire elite they recruit. The ideological dimension comprises both the basis for party competition and the extent of inter-party competi­tion. On the organizational dimension, the generic types are differentiated by examining the importance and status of the membership orga­nization and the position of the parliamentary party and party in public office. The relative power bal­ance behveen these three 'faces of a política] party' is different within each of the five models. In addition, parties GU"l be differentiated on the basis of two other orga.rlizational features: the sfn1cture of the resources that are available to the party and the type of political campaigning in which they engage. In this section I will discuss each of these nine characteristic features for each of the five party models.

The elite party model

One of the first scholars to describe a political party was Edmund Burke, who, writing in 1770, defined a party as a group of parlia­mentary representatives who agreed to coop­erate upon a certain principie (Burke, 1975). These first political parties emerged in proto­democratic systems with suffrage lirnited to a small privileged class of the more propertied male population. An extra-parliamentary party organizaban was practically non-existent and the coordination between its members, a small elite from the middle and upper classes, was loosely structured. Wolinetz (2002: 140) describes this type of party as closed caucuses of prominent individuals. Distinguishing between internally and externally created parties, Duverger (1954) characterized these first parties by their emana­tion from groups of parliamentary representa­tives (see also Kirchheimer, 1954b). According to

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Duverger, these internally created parties are commonly led by a small cadre of individuals with high socioeconomic status, who have only weak links with their electorate. Clearly, the defining sociological characteristic of elite par­ties is the high status of their members, who already had obtained politically powerful posi­tions befare the advent of an extra-parliamentary party organization. The emergence of these 'modern' extra-parliamentary parties, under the influence of the extension of the suffrage, was analysed by Mosei Ostrogorski (1902). He com­pared these organizations in Britain and the United Sta tes and, with the latter having a more extended electorate, concluded that power became increasingly concentrated in local party 'machines' that aimed at winning elections through an extensive system of patronage and clientelism.

At the organizationallevel, elite parties have basically two layers: in the constituencies and in parliament (Ostrogorski, 1902: VIII-IX; Katz and Mair, 2002: 114). The extra-parliamentary party is weakly articulated or even absent, and each constituency is able to provide its own resources so that central authority and control are weak. Katz and Mair (2002: 115) argue that the elite party is basically an agglomeration of local parties consisting of 'a small core of indi­viduals with independent and personal access to resources able to place eitber one of their number or their surrogate in Parliament as their representative' (see also Ostrogorski, 1902: i). Such a picture of the elite party is also sketched by Duverger (1954: 1-2, 62-7) who characterized the caucus party by its local and embryonic organizational structures that were exclusively aimed at recruiting candidates and campaigning for them during the election period. In a similar vein, Neumann (1956) identified the earliest political parties as parties of individual representation, which are character­istic of a society with a restricted political domain and only a limited degree of participa­tion. They articulate the demands of specific social groups and their 'membership activity is, for all practical purposes, limited to ballot­ing, and the party organization (if existent at all) is dormant between election periods. Its main function is the selection of representa­tives, who, once chosen, are possessed of an absolute "free mandate" and are in every respect responsible only to their own consciences' (Neumann, 1956: 404).

Not much is said by the various authors on the ideological character of elite parties. What can be assessed is that, although the different groups of parliamentarians may have held 'widely diverging views' of what the national

interest was (Katz, 1996: 116), competition between parties was relatively limited. Since all parties consisted of members of the higher echelons of society and only represented a limited section of the population, political conflict cen­tred on the extent of unification and centraliza­tion of the state, the level of local autonomy and the level of state intervention in the economic process (primarily taxes and tariffs).

The mass party model

Whereas political power preceded the forma­tion of the elite party, the mass party is the mirror image of the latter in that the formation of the party organization precedes the acquisi­tion of power. Typically, mass parties are exter­nally created and mobilize broad segments of the electorate previously excluded from the political process (Duverger, 1954; Kirchheimer, 1966). These parties have been typified by Neumann (1956) as parties of social integra­tion, as they seek to integrate these excluded social groups into the body politic. Since they aim at a radical redistribution of social, eco­nomic and political power, these parties demand a stron2: commitment from their members, encaps~lating them i.'lto an exten­sive party organization that provides a v.Jide range of services via a dense network of ancil­lary organizations. In the words of Neumann (1956: 404):

Modem parties have steadily enlarged their scope and power within the political community and have consequently changed their own functions and character. In place of a party of individual repre­sentation, our contemporary society increasingly shows a party of social integration . ... It demands not only permanent dues-paying membership (which may be found to a smaller extent within the loose party of representation too) but, above alt an increasing influence over all the spheres of the individual's daily life.

The extra-parliamentary origin, in addition to the fact that mass parties represent and mobi­lize a particular and clearly defined social, reli­gious or ethnic segment of society, influences their ideological and organizational character. In arder to organize a politically excluded group, the mass party needs a coherent vision of a better and different world that has to be communicated in a compelling manner. As Panebianco (1988: 264) pointed out, the stress is on ideology, and 'believers' play a central role within the organization. Paradoxically, these 'parties of the excluded' attempt to integrate their followers by insulating them from possible

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PARTY MODELS 255

counter-pressures (Katz, 1996: 118). This insu­lation is achieved by a distinct ideology that is ingrained in the minds of the members through propaganda, the party press and party-organized activities in al! spheres of life (Neumann, 1956: 405). Ancillary organizations were created in the field of education, labour, housing, sports, banking, insurance and so on, so that all social, economic and cultural activi­ties were consistent with the ideology. The ide­ological vision of a better world becomes visible and materializes within this social niche. Needless to say, the ideologies of these mass parties differ from the already powerful groups, but they also differ from various ide­ologies of other mass parties. The result is fierce and principled competition among parties. Among mass parties themselves there is substantial variance in ideology and (conse­quently) in organization.

Duverger (1954: 63-71) distinguishes between branch-based mass parties and cell-based devotee parties, the latter being more totalitar­ian in ideology and organization. This distinc­tion is also found in Neumann, vvho separates the party of social integration from the party of total integration. A party of total integration is 'all inclusive' and 'demands the citizen's total surrender. It denies not onlv the relative free­dorn of choice among the vÓters and followers but also any possibility of coalition and com­promise among parties. It can perceive nothing but total seizure and exercise of power, undis­puted acceptance of the party line, and mono­lithic rule' (Neumann, 1956: 405). Lenin (1961: 464-5) describes such a party as a small and cohesive party of professional and totally com­mitted revolutionaries that lead huge masses of uncritical followers.

The mass party can also be found in a religious variant, the denominational mass party (Kirchheimer, 1957a: 437, 1966), which Kirchheimer differentiated from the totalitar­ian party and the democratic mass party (Kirchheimer, 1954b). Both the denominational and the democratic mass party try to appeal to a maximum of voters to take over the adminis­tration and carry into effect a definite pro­gramme (Kirchheimer, 1954b). They are, however, stilllimited in their appeal and only aim to mobilize a specific social class or religious group. According to Gunther and Diamond (2003: 180-3), the mass party can also be found in nationalistic and fundamentalist variants, which are nwre proto-hegemonic in their ideology and tend tm·vards the militia type of organization.

In terms of organization, all mass parties share the characteristic of extensi\·e and

centralized bureaucracy at the national level. The democratic variants of the mass parties are characterized by an elected and representative collegialleadership, often combined with for­mal powers for a national congress with repre­sentatives of the membership (Wolinetz, 2002: 146). Formally, mass parties are democratic organizations, but the ideological rigidity and the interna! processes of training and recruiting members of the elite (through extensive socialization in the local branches and the interna! educational system) make real competitive intra-party elections unlikely. Observing one of the first mass parties, Michels (1962) noted the bureaucratic rational­ization within mass parties in which a small and unrepresentative elite gains control over the resources and means of communication. Michels thought that in any large organization power-concentration into the hands of an oligarchy is inevitable.

It is organization which gives birth to the domin­ion of the elected over the electors, of the man­dataries over the mandators, of the delegates over the delegators. Who says organization, says oligam'1y. (Michels, 1962: 365)

Inevitable or not, mass parties are hierarchi­cal in their structure as -all activities of the ancillary organizations and the local party branches are coordinated by the extra--pariia­mentary leadership. In contrast to the elite par­hes where local caucuses voluntarily form a national organization, the central office of the mass party has a top-down approach. Local branches and cells are founded in order to increase the level of penetration of the party. Characteristic of mass party development is the establishment of an extra-parliamentary office that precedes the formation of a party in public office. As a consequence, the party in public office is controlled, disciplined and supervised by the extra-parliamentary leader­sh!p as all representatives are considered to have the same mandate (Katz, 1996: 118). The party in public office is simply instrumental to the implementation of the party's ideology (Katz and Mair, 2002: 118). These strong verti­cal organizational ties (Panebianco, 1988: 264) are needed to amass and pool resources at the central level of the extra-parliamentary party (Katz and Mair, 2002: 117). The mass party derives its name from the mass of members that form the core of the organization. Membership levels and the extent of involve­ment and participation of members in inner­party activities and electoral campaigning are part of the defining characteristics of mass parties (see Ware, 1985, 1987, 1996). Beyond the

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voluntary work members are expected to do for the party, they are also the main source of income. Membership fees are used to finance the central bureaucracy and the campaigning activities of the mass party. Other sources of income for mass parties derive from the activi­ties of the ancillary organizations and their own party press.

Electoralist catch-all porties

Mass parties in Europe have been very success­ful in integrating their followers in the body politic and in replacing their ancillary organiza­tions with full-blown welfare states at the nationallevel. Coupled with high levels of eco­nomic growth, the maturation of welfare states resulted in the emergence of a substantial new middle class made up of skilled manual work­ers, white-collar workers and civil servants. Their interests converged and became indistin­guishable from those of the old middle classes. According to Kirchheimer, this diminished social polarization went hand in hand with diminished political polarization as the doc­trines of mass parties slowly became inter­changeable. Mass parties gradually transformed into ideologically bland catch-all parties, and this process culminated in a waning of princi­pled opposition anda reduction of politics to ~~e mere management of the state (for a comprehen­sive version of Kirchheimer's theory of party transformation, see Krouwel, 2003). Kirchheimer distinguished the catch-all party from the Weltanschauungs-party and argued that the modem catch-all party was now forced to think more in terms of profit and loss of electoral support and policy (Wolinetz, 2002: 145--6). He asserted that political parties had been reduced 'to a rationally conceived vehicle of interest representation' (Kirchheimer, 1957b: 314-15). Although catch-all parties still functioned as intermediaries between elements of formerly united groups, the working class accepted these parties only because they promised to give pri­ority to their material claims, not beca use of their social vision. Catch-all parties were reluctant to perform the role of opposition, as this would seriously diminish their success in realizing group claims. This transition from the ideologi­cally orientated mass party to the interest-group­oriented catch-all party is indicative of the erosion of principled opposition.

Kirchheimer' s development of the catch-all thesis is a good example of how erratic theory­generating processes are conceming party trans­formation. Kirchheimer formulated his catch-all

thesis on the basis of only a limited number of observations, in particular the Italian Democrazia Cristiana, the German Sozialdemokratische Partei Deutschlands, the British Labour Party, the French Union pour la Nouvelle République and the German Christlich-Demokratische Union (Kirchheimer, 1966). He hypothesized that the catch-all development witnessed in these cases was likely to be prevalent in many countries in Westem Europe and led to a more or less generalized transformation of party sys­tems. Kirchheimer was also fairly categorical in identifying the properties of this new party -including its ideological, organizational and electoral dimensions - which is why there still remains substantial confusion in the contempo­rary literature regarding precisely what a catch­all party is and precisely which parties can genuinely be regarded as catch-all (see Dittrich, 1983; Wolinetz, 1979, 1991, 2002; Schmidt, 1985, 1989; Smith, 1989; Krouwel, 1999).

As early as 1954, in an analysis of the West German political system, Kirchheimer (1954a: 317-18) first introduced the concept of the catch-all party. Over a period of at least 12 years the somewhat loosely specified notion of the catch-all party was continuously altered (Kirchheimer, 1957a: 437, 1957b: 314, 1959: 270, 274; 1961: 256; 1966: 185). In none of b.ic; essays does Kirchheu-ner develop an exact defi_nition of this new type of political party and at no time did he ever provide a clear and coherent set of indicators as to what precisely constituted a catch-all party. Confusingly, the catch-all party is sometimes referred to as the 'catch-all people's party' (Kirchheimer, 1966: 190), at other times as the 'catch-all mass party' (Kirchheimer, 1954a: 250, 1966: 191), the 'conservative catch-all party' (Kirchheimer, 1954a: 250), the 'Christian type of catch-all people's parties' (Kirchheimer, 1959: 270) and, in still another version, as the 'personal loyalty variant of the catch-all party' (Kirchheimer, 1966: 187, n. 12). lndeed, 12 years after its first introduction, Kirchheimer (1966: 190) had still only formulated a very cursory definition of the catch-all transformation, a process which he then conceived as involving five related elements:

a) drastic reduction of the party's ideological bag­gage .... b) Further strengthening of top leadership groups, whose actions and omissions are now judged frorn the vievvpoint of their contribution to the efficiency of the entiJe social systern rather than identification with the goals of their particular organisation. e) Downgrading of the role of the individual party rnernber, a role considered a his­torical relic which rnay obscure the newly built-up

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catch-all party image. d) De-emphasis of the class-gardée, specific social-class or denominational clientele, in fa,·our of recruiting yoters among the population at large. e) Securing access toa variety of interest groups for financia! and electoral reasons.

Yet earlier versions list different characteristics as the key features of catch-all development (1964b; 1965). Kirchheimer (1964a: 16) included a feature dealing with the extra-parliamentary party, and argued that the change towards catch-allism involves: 'Further development of a party bureaucratic apparatus committed to organizational success without regard to ideo­logical consistency'. In later versions, this ele­ment is formulated more generally, now referring to the relative power of the entire party leadership while dropping the idea that catch-all parties will develop more elaborate bureaucratic apparatuses (Kirchheimer, 1966: 190). Over the years, substantive alterations were also made in Kirchheimer's argumenta­tion as to what factors influence the catch-all de\·elopment in different European countries. At various stages Kirchheimer added argu­ments about the particular social structures that determine the success of a catch-all strat­egy, as \-vell as an explanation as to why only major parties in the larger European counh·ies could hopc to appeal to wider electoral cliente­les. KiTchheimer also reformulated his thesis with respect to the expressive and the aggrega­tive function. First, he argued that the expres­sive function migrated from parties to other political institutions, while this claim is later rcformulated in that catch-all parties continue to function as expressive institutions but are limited by widely felt popular concerns. Another late addition to his theory is that the loosc-fitting structure of the catch-all party and its disconnection from society will consider­ably limit its scope for political action.

On the basis of Kirchheimer's entire oeuvre, his personal archive of unpublished papers, his lecture notes as well as the references he cites \vith the various elements of the catch-all thesis, it is possible to reconstruct Kirchheimer's original ideas (Krouwet 1999; 2003). Thus, for example, concerning party transformaban at the organizational level, Kirchheimer (1966: 190) cites Lohmar (1963: 35-47, 117-24), Pizzomo (1964: 199, 217) and Lipset (1964: 276). These references suggest that Kirchheimer re:garded the downgrading of the role of party members as a multifaceted process, induding a stagnation in the size of party mem~>erships, a loss of attendance at party meetings and oi read­ership of party newspapers, a tra.n':'fo•·mation

towards a more balanced social profile, and a reduced importance of membership fees in overall party revenue. Additionally, the role of active party members with regard to the selec­tion of the party leadership is also in decline, which erodes the members' function as media­tors between the electorate and the political leadership. Party leaders are co-opted into the leadership group on the basis of their techni­cal and managerial qualities rather than because of their ideological orientation or class origin. Moreover, with reference to Duverger, Kirchheimer (1966: 178, 182, 193, 199; 1954b: 246, 259) also argues that citizens are increas­ingly excluded from political participation, in that catch-all parties offer less and less oppor­tunity for membership activity, particularly as they disconnect themselves from formerly affiliated organizations. Catch-all party organi­zations become increasingly professional and capital-intensive, and depend increasingly on state subsidies and interest-group contribu­tions for their income, and on the commercial mass media for their communication needs (see also Panebianco, 1988: 264-6). This politi­cal professionalization, in which experts and managers with specialized tasks replace the old party bureaucracy, is also emphasized in Panebia:nco's (1988: 222-35) model of the electoral-professional party. Catch-all parties also use their connection with interest groups as a source of policy ideas (in the absence of a coherent and independent policy platform) and implement policy proposals originating from organized interests in exchange for finan­cia} resources and electoral support.

On the ideology of catch-all parties, Kirchheimer (1962: 1, 1966: 195) assumed that catch-all parties will adopt similar policy posi­tions in the centre of the political spectrum and that they will emphasize similar issues. Concerning this centripetal political competi­tion, Kirchheimer refers to Lipset (1964) and Duverger (19ó4), who argue that most major parties make a trans-class appeal, with pro­grammes spearheaded by a commitment to collective bargaining and moderate political and socioeconomic changes. Parties on both the left and the right had amicably resolved the class conflict in an acceptance of social demo­cratic ideology, since rightist parties had accepted the welfare state and economic plan­ning and leftist parties had moderated their ideas for revision of capitalism. Alternation in cabinet composition no longer leads to a change in government policies. All political partics and their leaders co-operate closely with one another, thus leaving little room for

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political opposition. With reference to the Downsian 'multi-policy party', essentially equivalent to Kirchheimer's catch-all concept, it is suggested that catch-all parties sacrificed their former ideological position and the inter­ests of their core electorate in order to maxi­mize their electoral appeal (see also Mintzel, 1984: 66). Parties, however, are limited by the fact that voters will not vote if all parties stress totally identical programmes and will there­fore compete with candidates and remnants of traditional loyalties, reducing politics to indi­vidual personalities. This pre-eminence of the public representatives of the party, personal­ized leadership and candidate-centred cam­paigns are also crucial characteristics of the electoral-professional party of Panebianco (1988: 266).

On the third and crucial electoral dimension, which gives the catch-all party its name, Kirchheimer argued that catch-all parties attempt to bridge the (already declining) socio­economic and cultural cleavages among the electorate in order to attract a broader 'audi­ence' (Kirchheimer, 1966: 184). This wider elec­toral 'catchment' of parties transformed the European mass parties into American-style catch-all parties that appeal to all social classes (Kirchheimer, n.d.: 27). Denominational mass parties were transforming into interdenomina­tional catch-all parties,appealing to all voters except convinced anti-clericals, and social democratic parties were attracting voters far beyond the core working-class supporters. In sum, a catch-all party is characterized by an indistinct ideological profile, a wide electoral appeal aimed at vote maximization, a loose connection with the electorate, a power bal­ance in favour of the party elite vis-a-vis the party members anda professional and capital­intensive organization (Krouwel, 1999: 59).

In the United States, Eldersveld (1964, 1982) and Schlesinger (1965, 1984) had also pointed towards parties that became primarily oriented towards the recruitrnent and selection of candi­dates for public office and organizing election campaigns. The representation and mobiliza­tion of specific social groups in the United Sta tes is also organized through professional interest organizations that contribute, financially or otherwise, to the election campaigns of individ­ual politicians. Eldersveld (1964) sketches a picture of local candidate organizations that function almost autonomously without sub­stantive coordination or support from a national party organization. He called it the stratarchy party model: parties with limited levels of formal organization and high autonomy. Parties

ha ve a 'porous nature' and easily absorb anyone willing to work for them, run as a candidate or support them with a donation or vote. The party is merely an alliance of coalitions at the various levels (substructures) with little or no hierarchy. Similarly, Schlesinger (1965, 1984) describes parties basically as local candidate organizations: a nucleus mainly devoted to cap­turing public office. All party activities are specifically linked to an individual candidate and the different nuclei of the same party can even be in competition with each other for resources and votes. Nuclei have no members, only contributors of all sorts- in financial terms, in time spent on campaigning or by voting for a candidate. All these models stress the autonomy of political actors, but in Europe observers see an opposite development towards more state­dependent parties.

Partisan states: the cartel party model

Analysing the functional transformation of parties, Kirchheimer (1954b, 1957b) identified several types of political collusion. The first is an inter-party cartel-of centrist catch-all parties that try to maintain their power position in public office. As a--result of the disappearance of a goal-oriented opposition, combined with consensus on most important policy issues, genuine political competition is almost com­pletely eliminated. The combination of vanish­ing political opposition with a shift of power from parliament to the executive resulted in a firm inter-party cartel, from which political competitors, particularly more radical parties, were increasingly excluded. A second type of collusion is the formation of a state-party car­tel, where parties disconnect themselves from their social foundations and become amalga­mated with the state, reducing politics to mere 'state management' by professional politicians (Kirchheimer, 1954b, 1957b). This extensive col­lusion of political parties with the state and the severing of the societallinks of party organiza­tions evidence a power shift from parliament to political parties. Kirchheimer alleged that the parliamentary party and the central party organization became highly interwoven at the personal level, resulting in an ever growing discipline of the parliamentary party. A third type oí collusion, dosel y related to the catch-all development, is the tripartite power cartel con­sisting of political parties, the state and power­ful interest groups. According to Kirchheimer, poli ti cal parties try to 'close the electoral

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market' by seeking the loyalty of large groups of voters not on the basis of their ideology, but through their interest organizations. Parties are increasingly subsidized by interest groups, which are also their main channels of commu­nication with the electorate. At the same time, the party on the ground is neglected and par­bes display an increasing aloofness towards civil society. Finally, Kirchheimer predicted further collusion between the executive, the leadership of the major political parties and the judicial powers (the courts), indicating an ongoing process of diffusion of state powers.

These distinctions bv Kirchheimer are useful v\·hen we look at later ~'ersions of the cartel the­sis. The most widely cited is Katz and Mair's (1995) cartel party thesis, in which the cartel is defined in terms of a state-party cartel: 'col­luding parties [that] become agents of the state and employ the resources of the state [the party state] to ensure their own collective sur­vival' (Katz and Mair, 1995: 5). To ensure this collective organizational survival, parties allo­cate substantial state support to themselves and regulate the activities of parties through the state. This state-party collusion is a recip­roca! process in which, on the one hand, partles increasingly extract state resources and ·colo­nize' the institutions of the state and, on the other, the state increasingly regulates party política] organizations and activlties through law (Katz, 1996; Krouwel, 2003). Colonization of the state is evidenced by the fact that politi­cal parties become increasingly dependent on the state, allocating state resources to their organizations while disengaging from their former resources within civil society. Within this oligopolistic cartel, a vast portian of the state's resourccs and institutional assets is accrued in the hands of the elites of the major parties. Politicians make increasing use of public institutions such as ministerial bureau­cracies (to which they appoint spokesmen, media and policy advisors) and other state agencies and public utilities or quasi non­governmental organizations (quangos) and the state-owned media for party-political pur­poses and electoral campaigning. What seems to be occurring is a symbiosis between political parties and the state, a weakening of the demo­craticallv crucial institutional differentiation of civil associations and formal state institutions. The state becomes 'partisan' as political elites weld party organizations and state institutions together to such an extent that citizens can no longer distinguish behveen them. V\lhile party organizations are formally considered as part of ciYil society in most constitutions, in reality

parties are 'colonizing' the sta te through extensive processes of patronage and overlap­ping functionallinkages. More evidence of this development can be found in the fact that politicians often simultaneously perform for­mal functions within political parties as well as formal roles in the state (civil servant or minis­ter). This symbiosis of a supposedly 'neutral' state bureaucracy and a professional political class is advanced as in most European coun­tries political recruitment has to a large extent been narrowed to the state-employed civil ser­vants. As Puhle (2002) has pointed out, this structural proximity and overlapping of state institutions and party organizations leads to serious democratic problems, as political par­hes cease to be 'intermediary' and 'representa­tive', and also can lead to more patronage, clientelism and corruption.

Through increased formal regulation of party activities, established political parties seek to monopolize the route to executive office. In order to ensure these privileges, party elites obviously prefer to have them enshrined in law. Although political competition cannot be totally eliminated, cartel parties attempt to block competition from political 'outsiders' by using legal means to their political advantage Both processes of state dependency and 'self­regulation' increase a.TJd intensify the reciprocal linkages between political parties and institu­tions of the state, colluding into a 'partisan state' (Krouwel, 2004).

Later specifications of the cartel thesis by Katz and Mair also include an argument con­cerning inter-party collusion. Cartel parties are seen to limit and carefully manage the level of inter-party competition through informal agreements and by sharing office. The cartel is largely implicit and entails the gradual inclu­sion of all significant parties in government. The range of acceptable coalitions is widened and the politics of opposition is abandoned (Katz, 1996: 119-21; Mair, 1997: 137-9; Katz and Mair, 2002: 124). This common goal has trans­formed apparent incentives to compete into a positive motivation not to compete (Katz and Mair, 1995: 19-20). Outside challengers are not formally excluded from electoral competition by the allocation of disproportionate state resources to the incumbent parties, they are simply excluded from executive office as long as possible and can only enter the cartel through absorption and adaptation (Katz and Mair, 1996: 531). lnter-party coll usion creates its own opposition. Exclusion from executive power offers challengers a:Tu-nLmi­tion to mobilize against the cartel parties (Katz

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and Mair, 1995: 24). Favourable conditions for the development of party cartels are a tradition of strong state-party relations, patronage anda political culture of inter-party cooperation.

In sum, what distinguishes cartel parties is that,

in contrast to more entrepreneurially oriented catch-all parties, cartel parties appeal to an even broader or more diffuse electora te, engage primar­ily in capital-intensive campaigns, emphasise their managerial skills and efficiency, are loosely organ­ised, and remote from their members. Even more important, rather than competing in order to win and bidding for support wherever it can be found, cartel parties are content to ensure their access to the state by sharing powers with others. (Wolinetz, 2002: 148)

At the organizational level the relation of the cartel party to the state is central as the state provides the institutional environment and the resources by which cartel parties can retreat from society. Long periods in government transform the internal structure and power bal­ance within parties as they enhance the status of the party in public office (Katz and Mair, 2002: 124). State resources are progressively accumulated by the parliamentary party and the party in public office becomes increasingly independent from the membership party on the ground and its central office (Katz and Mair, 2002: 123). The organization of the cartel party becomes characterized by a stratarchical rela­tion between the various levels of the party: both the local office-holders and the central party are toa certain extent autonomous (Katz and Mair, 1995: 21).

A second feature is increasing professional­ization, accumulation of financia} and human resources in terms of staff at the parliamentary face of the party, eventually leading to a domi­nation of the party in public office (Katz and Mair, 2002: 123). This domination is visible in an increasing presence of representatives of the party in public office appointed to the party central office (Katz and Mair, 1993). Concerning ideology, competition focuses increasingly on the managerial skills, compe­tence and efficiency of the party in public office (Wolinetz, 2002: 148). In response to criticism by Koole (1996: 517) that it was not clear what this 'toning down of competition' exactly entails, Katz and Mair argued that this has to be seen as convergence of parties on the left-right scale, an expansion of coalition com­binations and the increasingly circumscribed scope of policy innovation. Cartel parties dis­play high levels of 'symbolic competition'

(Katz and Mair, 1996: 530). Not much is said about the width of the electoral appeal, but cartel parties seem to campaign for the support of diffuse groups of voters that have weak links- or none at all- to the party.

Politics incorporated: the business-firm party model

The fifth species, the business-firm party, is a recent phenomenon in Europe but not on the American continent (see Carty, 2001). Basically there are two types: one is based on an already existing commercial company, whose struc­tures are used for a political project, while the other type is a new and separate organization specially constructed for a political endeavour. Hopkin and Paolucci (1999: 320) describe Berlusconi's Forza Italia as an example of the first type: 'In Forza Italia the distinctions between analogy and reality are blurred: the "political entrepreneur" in question is in fact a businessman, and the organisation of the party is largely conditioned by the prior existence of a business firm.' Hopkin and Paolucci (1999: 307) argue that business-firm parties · will emerge when a new party system is-created.

In terms of organization, the business-firm party generates its resources from the private sector;which differentiates it from the cartel parties that use state resources for their activi­ties. Although business-firm parties may have (financia!) support from interest groups, such groups are not their main source of income or electoral support, or their main channel of communication. This means that the extra­parliamentary party is practically useless and will not be developed on any meaningful scale. What might be developed is a mecha­nism for mobilizing sympathizers to appear at party conferences to cheer on the party leader­ship. In the words of Hopkin and Paolucci (1999: 315), business-firm parties will have only 'a lightweight organisation with the sole basic function of mobilising short-term sup­port at election time'. The party on the ground will be limited to a mínimum so it does not hamper the leadership in its attempt to break the mould of the party cartel. As the dues­paying membership will be small and most of the resources will be needed for campaigning purposes, most of the activities will not be assigned to party bureaucrats. 'Party bureau­cracies are kept toa bare mínimum, with tech­nical tasks often "contracted out" to external experts with no tiesto the party' (Hopkin and Paolucci, 1999: 333). This seems to be the

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essence of the business-firm party: all party activities and tasks are brought under formal (commercial) contract in terms of labour, ser­vices and goods to be delivered to the 'party'. This means that the only individuals that have a more permanent stake in the party are the ones that occupy the party in public office. 'Grassroots membership is also limited, with a high proportion of party members being officeholders who see the party as a vehicle for acquiring political positions, rather than an end in itself' (Hopkin and Paolucci, 1999: 333). As the party and its ideology are no longer goals in themselves, the business-firm party, 'instead of being a voluntary organisation with essentially social objectives, becomes a kind of "business firm", in which the public goods produced are incidental to the real objectives of those leading it; in Olson's termi­nology, policy is a "byproduct"' (Hopkin and Paolucci, 1999: 311). Business-firm parties will have a flexible ideological orientation and an eagerness to attract superficial support from broad sectors of society (Hopkin and Paolucci, 1999: 315), but, unlike the catch-all party, they are not oriented towards interest groups for their policy ideas. Policy positions will be developed as products within firms: demand­oriented on the basis of 'market research' with focus groups, survey research and local trials to test their feasibility and popularity. These 'policy products' need to be wrapped in the most attractive package and will be aggres­sively put into the market. This explains why what seems to characterize business-firm par­bes more than their predecessors is their almost total orientation to the creation of 'free publicity' or even direct control of the media. The best wrapping for these popular policies is an attractive candidate (or even a single leader) so that the marketing of the policies can be r<:>d uced to the promotion of individu­als. Not surprisingly, those best traincd for this mediatized political arena are individuals working in the entertainment sectors, which explains ,,vhy an increasing number of people from this sector are now finding employment in politics. As Hopkin and Paolucci (1999: 322-3) argue: 'characteristic of the leadership of the business firm party: personal popular­ity, organizational advantages, and crucially, access to unlimited professional expertise in mass communication'. Needless to sav, this extreme emphasis on the individual persorLal­ity leads to \·ulnerability of business-firm par­bes as \Vell as a high degree of centralization of povver around the party leader (Hopkin and Paolucci, 1999: 323).

A RUDIMENTARY THEORY OF PARTY TRANSFORMATION

In sequence, these five clusters of party models, which were derived from a mixture of empirical observation and theoretical specula­tion, provide a comprehensive theory of party transformation consisting of ten developmen­tal factors (see Table 21.2). In an effort to boíl down the multi-dimensional complexity which characterizes the transformation of par­ties in modern European democracies, and to try to make sense of what is a multi-faceted phenomenon, this final section will draw on this multi-dimensionality and sequentiality of the various party models to suggest that the ten factors can be combined into four key dimensions through which the character of parties may best be understood. The first of these is associated with the genetic origin of par­ties, the second dimension relates to the elec­toral appeal and elite recruitment of parties, the third dimension is ideological and refers to the basis and extent of party competition, while the fourth is concerned with the organizational character of parties ( the balance of power behveen the three 'faces' of the party, their resource structure and type of campaigning). These four offer a more readily grasped sum­mary of the complexity L~at was revealed m the description of the party models.

Changes in the genesis of political porties

The basic distinguishing feature of the five party types is their genetic origin. The party models suggest two axes along which the origin of parties can be positioned: first, their proximity to state institutions or origin from civil society; and, second, the agent that initi­ates the party foundation, that is, an individual enterprise versus a collective initiative (see Figure 21.1).

Elite or cadre parties originated from the ini­tiative of individual parliamentary representa­tives of local constituencies who felt the need for more coordination of their parliamentary work and, with the emergence of the mass party, for their campaign efforts. In contradis­tinction, the mass party originated directly from civil society, usually emerging from a collective effort to mobilize politically excluded social groups. This extra-parliamentary origin meant that the 'party' was first a social movement, often in the form of workers' unions or religious

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Table 21.2 Models of political party Elite caucus or

Characteristics cadre party Mass party Caf,ch-all, electoralist party Cartel party Business-firm

Period 1860-1920 1880-1950 1950-present 1 950-present 1990-present

Genetic dimension

Origin Parliamentary origin Extra-parliamentary origin Originates from mass Fusion of parliamentary Originates from the porties, linking or porties and the state private-initiative of merging themselves apparatus (and interest política! entrepreneurs with rnterest groups groups}

Electoral dimension

Electoral appeal Limitad electorate Appeal to specific social, Appeol to broad middle 'regular clientela' that 'electoral market' with and social support of upper social religious or ethnic group ciass, beyond core provides support in a high level of volatility.

strata vio personal on the basis of social group of support exchange for favourable Voters as consumers. contacts cleavages such as class policies

and religion Social basis and Self- recruitment, Class or religious based Extnrnal recruitment Recruitment mainly from Self recruitment, prívate type of elite prívate initiative. interna! recruitment on frorn various interest within the state structures initiative recruitment Candidatas from the basis of ideological groups (civil servants}

mainly upper-class and organizational origin commitment and vio

inner-party educational system

ldeological dimension

Basis for party Traditional status ldeology and The quality of Maintenance of accrued lssues and personalities competition of individual representation of a social management of the power by sharing (as a política! product}

candidatas group public sectors executive office Extent of party Very limitad on the Polarizad and ideological Centrípeta! competition Diffusion of política! Permanent struggle for

competition basis of personal competition (centrifuga! on technicalities disagreement. 'Conflicts' media-attention status and wealth competition} become symbolic:

artificial competition on ISSU9S.

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Table 21.2 (Continued) Elite caucus or

Characteristics cadre party Mass party Catch-all, electoralist party Cartel party ----------------------------~~------------~--~-------------

Period 1860-1920 1880-1950 1950-present 1950-present -Organizational dimension

lmportance of membership organization (party on the ground) Position of party in central office

Position of the party in public office

Resource structure

Type of political COillpUignlllg

Non-existen! 01·

minimal

Minimal, party in central office subordinate to party in public office Core of the party organization

Personal wealth

Personal contracts

Voluntary membership organization is the core of the party

Symbiosis between party in central office and party on the ground

Subject to the extra-parliamentary leadership

Membership contributions, ancillary organizations and party press Labour-intensive mass mobilization

Marginalization of members

Subordinate to party in public office

Concentration of power and resources at the pariiarnentary party group

lnterest groups and state subsidies

Professionalization and more cCJpital intensive organization

Members as a pool for recruitment of political personnel

Symbiosis between party in central office and party in public office

Concentration of power at the parliamentary party leadership and government (party in public office) State subsidies

Professional permanent organization

Business-firm

1990-present

Minimal and irrelevant

Minimal and irrelevant

High level of autonomy for individual political entrepreneurs in the party to 'promote' themselves Corporate and social i nterests a nd commercial activities Ad-hoc and non-permanent use of experts: 'contra di ng-out'. More use of marketing techniques

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264 HANDBOOK OF PARTY POLITICS

Interna/ originlproximity to the state

Elite and cadre Cartel and catch-all parties parties

Individual Collective initiative and initiative and

resources resources

Business firm Mass parties

Externa/ origin!proximity to civil society

Figure 21.1 Origin of political porties

organizations relatively distant from or even hostile to the state. Their primary goal was to change political institutions, achieve universal suffrage and other political rights such as free­dom of organization and exp:ression, as well as a more it<clusive electoral system.

Mass parties were very successful in their attempts at democratization and as a result they gradually transformed into catch-all par­hes, as their party in public office increased its linkages with interest groups and abandoned its own attempts at mass mobilization outside election time. Thus, catch-all parties result from the merger of the party in public office of the former mass party with an interest-group organization, while simultaneously discon­necting itself from the party on the ground and civil society. A next stage in party development occurs when the party in public office dissoci­ates itself more and more from interest groups and becomes amalgamated with state struc­tures. The party in public office of these cartel parties comes to dominate the entire party structure because it taps into the resources of the state v.rhile societal resources (from the party on the ground and the interest groups) become irrelevant to its activities and survival. As a reaction to this colonization and monopo­lization of state resources, new competitors emanate from the individual initiative of polit­ical entrepreneurs that use private resources for their political project. These entrepreneurs use the organizational format of business com­panies to structure their organization as they go about the manufacturing of politics in a

similar fashion to any other production process.

The transformed eledoral cppetJI of porties

In terms of electoral appeal and support, the party models basically suggest a negative rela­tionship between the social heterogeneity of party support and the strength of the party-voter link. Parties can opt for a broad electoral appeal, but this will coincide with weaker party-voter links, while parties with a narrower or class-distinctive social base will have supporters that are more strongly con­nected with 'their' party. The various models also refer to the sociological character of elite recruitment. At the elite level the models distin­guish between parties that have an open system of elite recruitment, while in ol:i¡_,er parties the route to the top is centrally controlled and limited to 'party apparatchiks'. Variations on these two axes are surnmarized in Figure 21.2.

Elite parties had a very limited electoral appeal as the suffrage was extended only to the upper classes. With the extension of the suf­frage, under pressure from the mass parties, elite parties had to widen their electoral appeal in order to compete with the mobilization of the class mass and religious mass parties. Initially, elite parties recruited their representa­tives from a small social niche of the upper social strata. While mass parties only appealed to their core electorate, they advocated and adopted

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PARTY MODELS 265

Open and inclusive elite recruitment pattern

Narrow electoral appeal

with strong party link

Mass democratic parties

Elitist 'closed shop' parties

Electoralist and entrepreneurial

parties

Cartel parties

Broad electoral appeal

with weak party link

Closed and exclusive elite recruitment pattern

Figure 21.2 Electoral dimensions of party models

a more open structure for elite recruitment, encompassing the middle classes, and even sorne members of the lower classes entered the political elite through the internal educational structures of the mass party. Electoralist catch­all parties have a broad apoeal on both axes, broadening their appeal be·y~nd that of the for­mer mass parties, and also recruit their elite from a wide social spectrum, especially repre­sentatives from various interest groups. Similar broad patterns of elite access are found within entrepreneurial party types where each individual with a significant mobilizing poten­tia] is qualified to run on the party ticket and voters from all walks of life are welcomed. The cartel party, on the other hand, displays the most closed type of elite recruitment as incum­bent parties seek to maintain their control of public office by narrowing the scope of elite recruitment. Control by the cartel over elite recruitment outside their ovvr. par!'¡ organiza­tions is attempted through legal and financia] hurdles for potential competitors.

Fading ideologies and different types of party competition

A t the idcological lcvel, the various party models diffcrentiate between polarized and more modera te, pragmatic competition. Parties cithcr compete cm the basis of a coherent and principled política! programme (as vvith the mass parties) or adopt a more t1exible and str·ategic use of policies. The second axis

differentiates parties oriented towards the representaban of interests from parties oriented towards office control based on the promise of good governance by competent managers of the state. Figure 21.3 provides a schematic overview of the various strategies that can be extracted from the models.

Elite parties competed on the basis of the tra­ditional status of their candidates, without too much emphasis on their ideological differ­ences. Similarly, cartel parties cater to a fixed clientele that provides them with electoral sup­port in exchange for favourable policies. Both the elites of the cadre parties and the cartel parties are primarily office-oriented almost regardless of the policies to be implemented, and present themselves as the 'natural' man­agers of the affairs of the state. Mass parties, on the other hand, were initially oriented towards the mobilization of a core electorate that they sought to represent in the state structures. The fact that mass parties each represented differ­ent social groups and competed against an incumbent elite augmented their emphasis on diverging and fundamental ideological visions of a better \vorld. After the relative success of their mass mobilization, these parties trans­formed into more pragmatic and ideologically more flexible or even ideologically bland catch-all parties. Less focused on a coherent ideology and eventually also abandoning the representation of specific social groups, partv competition v,·as narrowed dmvn to the man­agerial qualities of the leadership of the party in public office (1noYing parties to the right-hand

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266 HANDBOOK OF PARTY POLITICS

Strategic policy flexibility

Vote-seeking strategy by

emphasis on the representation of

interests

Pragmatic catch-all electoralism

Principled mass mobilization of core electorate

Elite, cartel-type and business-firm

types of office control

Programmatic competition for

off ice

Office-seeking strategy by

emphasis on managerial

qualities

ldeological fundamentalism

Figure 21.3 ldeologicol dimensions of party models

side of Figure 21.3). Control of office has now become the main driving force of political actors and the incumbent cartel parties try to fend oH political entrepreneurs who seek to replace the elites in office by campaigning on specific popular issues (not a coherent pro­graill<'lle) andihe attractiveness and competen­cíes of the individual leaders of these business-firm parties.

Changing power structures and organization of political porties

Since most emphasis is placed on the organiza­han of parties in each of the models, the most complex array of changes can be seen at the organizational level. Most of the party models focus on the relative importance of the member­ship party, the party on the ground, in relation to the party in public and central office. Other aspects that the models highlight are the income structure and the type of electoral campaigns that parties conduct. Nevertheless, this complex series of changes, described above, can be sum­marized in a two-dimensional model of the organizational transformation of political par­ties. First, the party models all refer to the inter­na! power balance in terms of centralization of decision-making, whereby in sorne parties the leadership hierarchically controls and comdi­nates all party activities, while in other parties more horizontal, open and democratic struc­tures domínate. Secondly, the models empha­size the difference between professional and

capital-intensive party organizations and their more amateuristic predecessors that hada more voluntary character. These two aspects are pre­sented graphically in Figure 21.4.

Over time, the party models show that polit­ical parties transformed from the amateuristic and temporary structures of the elite party, to a more permanent bureaucracy and an extensive extra-parliamentary membership organization in which volunteers performed a large number of tasks. The transformation into electoralist catch-all parties and cartel parties entailed a further process of professionalization and more capital-intensive organizational struc­tures. Eventually the membership organization becomes almost redundant and is only seen as a pool for the recruitment of candidates. The party in central office, practically absent within the elite parties, becomes the core of the mass party from which all activities are initiated and coordinated. As mass parties come to occupy the executive more frequently and for long periods of time, power gradually shifts towards the party in public office. Slowly the party in public office comes to domínate the extra-par­liamentary party, and this process is invigo­rated by the allocation of resources from the state that mainly accumulate in the parliamen­tary party. At the final stage, the party in central office is completely absorbed by the leaders of the party in public office. Within business-firm parties, capital and expertise are centralized with the party leadership to such an extent that a separate organization that could be considered a party central office

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PARTY MODELS 267

Hierarchical and centralized control by the party leadership

Capita/-intensive and

professional organizational

structures

Cartel and entrepreneu rial

parties

Electoralist catch­all parties

Elite cadre parties

Mass parties

Non­professional,

amateur types of party

organization

Horizontal, open and democratic interna/ decision-making

Figure 21 .4 Organizational dimensions of party models

cannot be detected. The resources of the elite party were basically the private wealth of each of the individual candidates, which gave them high levels of autonomy. Mass parties, on the contrary, had to accumulate their financia} and human resources from the large number of fol­lowers and volunteers within the party organi­zation. As the catch-all party tapped into the vast resources of interest groups and later, as cartel parties, the resources of the state, more professionalization and centralization in decision-making became feasible. Political entrepreneurs and their busincss-firm types of party seem to resemble the old elite parties with respect to their resource structure. Again private capital is used for a political project, although the capital may not be dircctly in the hands of the party leadership, but provided by commercial companies and media empires. In terms of political campaigning, the models show an enormous transformaban of political parties. While the representatives of the elite parties could easily attempt to meet each and every voter personally, the extension of the electorate made this impossible for the mass party. A labour-intensive campaign had to be organized to con \'ince and mobilize all of the voters from the core social group to vote for the party at election time. With substantial financia! resources from interest groups (catch­all parties) or the sta te (cartel partí es), poli ti­cal campaigns became more professional. Increasingly outside expertise is hired, first on a permanent basis but later in a more ad lwc, non-permanent fashion \,vhen election time approaches.

CONCLUSION

This overview of party models has shown that parties are complex multi-faceted creatures, and their patterns of transformation are neither unidirectional nor linear. What we observe is a multiplicity of features, sorne of which, indeed, appear to work in opposite directions to one another. Moreover, even with the broad elec­toral, organizational and ideological elements of parties, change, when it occurs, tends to both ebb and flow, and sometimes, even con­currently, to run in contradictory directions. This attempt to bring all these elements into a more comprehensive theory of party transfor­mation should be seen as a first step to try to make sense of the character and function of what is still one of the most crucial organiza­tions in modern democracies.

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(~,

Partidos políticos: viejos conceptos y nuevos retos

Editado por José Ramón Montero, Richard Gunther y Juan J. Linz

E D T O R A L T R O T T A FUNDACIÓN ALFONSO MARTÍN ESCUDERO

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Capítulo 4

LA SUPREMACÍA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS:

EL CAMBIO ORGANIZATIVO DE LOS PARTIDOS EN LAS DEMOCRACIAS CONTEMPORÁNEAS

Richard S. Katz y Peter Mair

1 .,te capítulo aborda el desarrollo de las organizaciones partidistas en las dl'mocracias del siglo xx. Discute específicamente el equilibrio variable di' poder entre las que hemos denominado (Katz y Mair 1993) <<caras» di' In organización partidista: el partido como organización de afiliados, 1'1 partido como organización central y el partido en las instituciones p11hlicas1• Evaluamos el equilibro cambiante entre estas tres <<caras>> en el cnntexto de cuatro modelos de organización partidista: el partido cadre (n de elites), que fue la forma predominante de organización partidista 111tcs de la implantación del sufragio universal; el partido de masas, que c·ntrrgió con el sufragio universal (cuando no se anticipó a él o luchó por

1) y que ha sido considerado, sobre todo en Europa, como la forma orga-111/,ltÍva <<normal>> o <<ideal>> durante la mayor parte del siglo XX; el partido e .tlrh-all, cuyo desarrollo se introdujo en la literatura por primera vez en In., años sesenta (Kirchheimer 1966), y que ha llegado a rivalizar con el p.trtido de masas no sólo en su prominencia, sino también en las prefe­ll'll<.:ias de muchos analistas, sobre todo en Estados Unidos; y, finalmente, 1'1 que hemos denominado partido cartel (Katz y Mair 1995; véanse tam­luc'·n Koole 1996; Katz y Mair 1996), un modelo nuevo y emergente de 11tganización partidista que, según creemos, es cada vez más evidente en 1." democracias consolidadas en los últimos años. Al trazar el equilibro v.mable de poder entre las tres caras y a través de los cuatro modelos de 1 11g;1nización partidista, sostenemos que la fase más reciente de su desa-111 tilo ha provocado la supremacía del partido en las instituciones públicas )' l.1 consiguiente <<relegación>> o subordinación de las otras dos caras.

l. En inglés, los términos asignados a esas tres distintas caras eran los siguientes: the party "" t/11• ground (para •el partido como organización de afiliados» o, según también se dice en las l'·lf:tn." que siguen, <<el partido como bases de afiliados• o simplemente «el partido de los afilia­.¡ .. , .. ); the party in the central office (para •el partido en la organización•) y the party in public •//•••• (para «el partido en las instituciones públicas• o •en los cargos públicos>>).

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Además, mientras que el partido como organización de afiliados parel" seguir floreciendo, sugerimos que el fortalecimiento de los miembros drl partido, e incluso su mayor grado de autonomía, puede ser pese a todo compatible con la superioridad del partido en las instituciones públicas Finalmente, queremos discutir tanto las fuentes como las implicaciom· del cambio organizativo de los partidos, planteando una asociación entr los vaivenes más recientes en el equilibro interno de poder dentro del par tido, por un lado, y el aparente crecimiento de los sentimientos populan de alienación con respecto a los partidos, por el otro.

Aunque defenderemos que esta pauta general de desarrollo orgam zativo refleja una dinámica de estímulo y respuesta, y que se trata 1'11 cierto modo de una secuencia natural, su forma es específica de Europ11 occidental; e incluso dentro de ésta ese desarrollo no describe necesa ria mente la trayectoria evolutiva de cada uno de los partidos. En cambio cada modelo representa una de las distintas series de «innovacioneS>> or ganizativas que más tarde llegaron a formar parte del repertorio al qu los actores políticos pueden recurrir directamente. Además, y dado qu muchos de los factores contextuales (por ejemplo la implantación del sufragio universal, los sistemas de comunicación de masas, el consensc respecto de la pertinencia o la necesidad del Estado de bienestar), que fo maban parte de los estímulos a los que respondían los partidos anterior y que condicionaban sus respuestas a otros estímulos, estaban ordenado temporalmente y eran específicos, no es probable que esta secuencia d desarrollo sea (o haya sido) repetida en ningún otro lugar. A pesar de ello estos cuatro tipos ilustran la problemática general de todos los partidm forman en la actualidad el cuerpo disponible de experiencia sobre la qu probablemente se fundamenta la construcción de los nuevos partidos. 1 ) este modo, la importancia y la utilidad de dicho tratamiento se extiend más allá de sus raíces en la historia política europea.

TRES MODELOS DE ORGANIZACIÓN PARTIDISTA

El partido de elites

Los primeros Parlamentos de los Estados liberales y proto-liberaks d norte de Europa estaban compuestos de representantes de las com un11l des locales. La organización, en el caso de que existiera, evolucion<·, r1 dos niveles. Si existía alguna división dentro de la comunidad (lo que p< lo general significaba una división dentro de la elite local), debería rx i tir también alguna organización dentro del distrito donde se dispu !.th;u los escaños2• Desde el momento en que aparecieron pautas regu larr-. 1l conflicto dentro del Parlamento, quienes se encontraban de acuerdo 1'111

2. Cf. Neale (1949); Hirst (1975) y Namier (1970).

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1 podían organizarse para coordinar sus esfuerzos o demandas. Cuando ' '"'"dos formas de proto-organización comenzaron a interactuar, con una 11111petición local por los escaños estructurada al menos en parte por las

"''''nas divisiones que articulaban la cooperación y la competición en el P ttl.unento, y orientada también parcialmente por el propósito de alterar

1 n¡uilibrio parlamentario, es ya razonable hablar de partidos políticos 11 1111 sentido que se aproxima a su acepción.

1 )adas las fuertes restricciones del sufragio en la mayoría de las elec-11 IIH'S europeas con anterioridad al siglo XX, y los aún más restrictivos

1, •1' 11sitos para llegar a ser miembros de los Parlamentos, los diputados de tn-. partidos de elites (y también, por lo tanto, los miembros del partido

ii l." instituciones públicas) no fueron por lo general simples delegados Ir- l.ts comunidades a las que representaban, sino más bien sus propios

litl1 n·s o los agentes directos de los líderes. La verdadera organización l!!· d sólo era necesaria ante la perspectiva de un reto electoral, y aun

1 podría ser provisional; en la medida en la que pueda hablarse de un 1111do duradero de afiliación, éste era virtualmente indistinguible de la

1 personal de amigos y clientes de los miembros o de sus representados lll ' l987b: 120-121). 1' 1 segundo aspecto clave del partido liberal de elites, junto con la

1!.1 <<tlidad» y el reducido número de los miembros afiliados al parti­lt; 1 ' que el partido como organización de afiliados y el partido en las ti llltll iones públicas estaban tan íntimamente relacionados que era casi ttt¡HI'>Ihle disociarlos. Además, allí donde los cargos públicos del partido

1,1, .tfiliados no eran estrictamente las mismas personas, la conexión 11111 los dos se efectuaba en el nivel de la circunscripción. La esencia del

1' 1111do de elites es un pequeño núcleo de individuos con acceso personal "" ¡, ¡wndiente a los recursos y con capacidad para situar a uno de los ·, 1·, e, .t sus nominados como representantes en el Parlamento (Duverger

1: (,2-67; Ostrogorski 1964 [1902]: i). 1 '>1<' enfoque local conduce a una tercera característica fundamental

1 11 111 ido de elites: la debilidad, si no la ausencia literal, de la organiza 11 l<'lltral del partido. Las causas de este fenómeno son múltiples. La

lltt¡lOrtante es quizá que los miembros del partido en las instituciones ti d~o ·"pueden apoyarse en sus propios recursos o en los recursos de los

ltl• ,tol11-., por lo que no dependen de los recursos centrales y no necesita n, 'otneterse a una autoridad central. Y aunque pueda crearse alguna

ltt 111 1 n ·ntral para facilitar las tareas de coordinación en el Parlamento, llt.IIH'l'erá en esencia como un servicio completamente subordinado

1 p 1111do en las instituciones públicas. Además, en la medida en que l.ts ¡¡, 11 1111''> primordiales del Estado son administrativas más que directivas

11 l.1 111edida en que los miembros del partido con cargos públicos lll' llllt esa situación), no resultan necesarias mayorías de apoyo, ni

1tqt1H o, por lo tanto, la disciplina de partido en los Parlamentos. Puesto 11. t•l p.11 t ido de afiliados es fundamentalmente independiente en cad.t

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circunscripción, tampoco estos cuerpos tienen necesidad de una organi zación central partidista y, menos aun, de deseo alguno de subordinars a una autoridad central. Además, los supuestos filosóficos y sociales del partido de elites son incompatibles con la idea de que la elite local, qu forma en realidad el partido, se encuentre subordinada a dicha autoridad, Otra manera de expresar esta idea sería que el partido de elites es un con glomerado de partidos locales más que una única organización nacional (Beer 1982: cap. 2).

Incluso aceptando la preeminencia duradera de un número de miem bros que ostentan su escaño gracias al patrocinio de algún <<duque o señor o barón>> tras el comienzo de la expansión del sufragio, probablement sea más acertado afirmar que el partido en las instituciones públicas era la cara dominante del partido de elites, al menos en lo que se refiere a laN decisiones tomadas en el Parlamento. Esto es así por dos razones, qul', para empezar, plantean serias dudas sobre la utilidad de hablar de una cara dominante. Primera, el partido en las instituciones públicas tiende a st· el único grupo en el partido que tiene la necesidad o la oportunidad d tomar decisiones colectivas; cuando se busca el lugar donde se adoptan laN decisiones en el nivel nacional, no hay ningún otro sitio en el que buscar. Segunda, los miembros individuales del partido en las instituciones públi cas no parecen estar sujetos a la política defendida por el partido como organización de afiliados, aunque esto sea en gran medida el resultado d la indiferencia que muestran los afiliados hacia la mayoría de las políti cas, unido a la imposibilidad de separar el partido en las instituciones dd partido como organización de afiliados.

El modelo partidista de elites que se ha descrito refleja las estructu ras sociales e institucionales del norte de Europa en el siglo xrx. En d transcurso del cambio de siglo surgió una versión alternativa del partido de elites en el sur de Europa. El sistema resultante, identificado como caciquismo en España o trasformismo en Italia, cultivó un vergonzoso simulacro de la competición electoral, centrada más en una corrupci6n sistemática que se orquestaba desde la organización central que en laN elites locales3• En términos organizativos, sin embargo, los partidos resul tantes fueron bastante parecidos. Los organizadores centrales eran quiem·N constituían el partido en las instituciones públicas y gozaban de la posición predominante, más incluso que en el norte de Europa.

El análisis de la esencia organizativa del modelo partidista de elitl'N (una pequeña organización de afiliados en cada circunscripción capaz d suministrarse sus propios recursos; una vinculación muy fuerte de caráctt·r local entre los miembros del partido con cargo público y su particul;lr partido de afiliados y una organización central débil o completamente a u sente) sugiere asimismo que otros partidos con rasgos similares al modelo europeo puedan haber prosperado en otros lugares. De hecho, Duvergt·r

3. Cf. Linz (1967: 202-205); Malefakis (1995: 54) y Ware (1987b: 123).

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( I'J 54) mantiene que esto es precisamente lo que sucedió en Estados Uni­olns (cf. también Epstein 1967: cap. 5). Allí, un cuadro local de políticos (, 1 raucus o el aparato) desempeñaba el papel de los notables europeos, IIIH'ntras que la corrupción ocupaba el lugar de las fortunas privadas a la l1nra de proporcionar los recursos. De forma similar, Hoskin (1995) sugie­'' que el modelo partidista de elites predominó en Colombia entre 1850 1 1930 (cf. además Kern 1973), y cabe esperar que algunos partidos estre­. h.11nente próximos al modelo partidista de elites hayan emergido en las

1111aS más tradicionales de las nuevas democracias de finales del siglo XX.

1 1 ¡wrtido de masas

\tll~~s incluso de la extensión del sufragio, algunas de las condiciones que 1 1mrecieron al partido de elites en la Europa decimonónica comenzaron '' .1mbiar. La ampliación del papel del gobierno (Fry 1979) y el desarro-

11,, de las nociones de responsabilidad gubernamental ante el Parlamento q11111ings 1969: 17-18) aumentaron el valor de la cohesión partidista ¡j, 111 ro del partido en las instituciones públicas. Aumentó también la im­ji•lt t;mcia nacional de las elecciones locales, estimulando una mayor co­lllllllicación y coordinación entre las organizaciones locales de afiliados. i11111o con el descenso del número e importancia de los denominados lu11·gos podridos>>, ello alteró el equilibrio de poder dentro de los partidos

1, ,·lites europeos en favor del partido en las instituciones públicas y en 1'' q11icio del partido de los afiliados. Pero, en tanto que la participación

11 t•lccciones siguió siendo potestad de un estrato muy reducido de la " wdad (o, como en el caso de Estados Unidos, en tanto que los votantes

1" ul1.1n movilizarse mediante el patronazgo o los vínculos personalistas), l1· thvcrgencias de clase o de interés entre el partido en las instituciones

1 1 partido de los afiliados, que serían necesarias antes de que se pudiera 11thl.tr con propiedad de predominio, seguirían siendo mínimas; por ello,

1,1 f11,ión básica de estas dos caras del partido permaneció similarmente 1111 111ada.

< :on la ampliación del electorado de miles a cientos de miles de per-•11 "• los números absolutos de votantes se convirtieron en un recurso

1" d llll'O valioso, que a su vez requirió una organización más compleja. El ¡noult·lo partidista de elites era claramente inapropiado para satisfacer los lnt• n·scs cuya fuerza potencial residía en sus apoyos individuales, espe-1 dnlt'nte de los trabajadores y de los protestantes fundamentalistas. En

111 1.tl, los partidos que se desarrollaron para representar a estos grupos ill't ío1n inicialmente de un partido en las instituciones públicas, dado

1111 h.tbían sido excluidos de la participación electoral. Aun cuando sus n¡•. llllzadores principales contaran con unos cuantos diputados, elegidos 1 t'ltv(·s de alguno de los partidos <<burgueses>>, en seguida percibieron que

11 l:llt'ól primordial debería consistir en la formación de organizaciones tílk¡H"ndientes que movilizaran a sus simpatizantes, primero para ganar

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1'1 1krecho al voto y para hacerse después tanto con los votos como con los recursos necesarios para ganar elecciones en las nuevas condiciom·s del sufragio de masas.

Puesto que dichos recursos provenían de las muchas pequeñas cantida des con las que contribuían los ciudadanos corrientes, más que de los fondos de unos cuantos individuos adinerados o poderosos, este esfuerzo exigía d fortalecimiento del partido como organización de afiliados. Y dado que las demandas de los nuevos ciudadanos implicaban cambios fundamenta les en la política nacional, se hicieron también necesarias la organización y la coordinación entre circunscripciones, es decir, una potente organización central del partido. Ambos requisitos se beneficiaron de las estrategias \k encapsulación (que suponían el mantenimiento de una panoplia de org.t nizaciones auxiliares) y de combinación de la actividades de movilización electoral con actividades suplementarias como las de provisión de los prinw ros servicios de asistencia social (cf. Roth 1963). La forma organizativa qul' evolucionó para responder a estas necesidades fue la del partido de masas.

El hecho de que la organización central del partido se constituyera al principio con la intención de crear el partido de los afiliados, o se forma ra como un paraguas de las actividades político-electorales de las organiza ciones preexistentes (por ejemplo las iglesias o los sindicatos), es menos importante que la relación simbiótica entre las dos. La organización cen tral del partido presta el apoyo necesario para la expansión del partido de los afiliados y la coordinación central de sus actividades, mientras qul' el partido de los afiliados aporta los recursos necesarios para la existencia y el éxito de la organización central del partido. Como en toda relación simbiótica, resulta complicado decir cuál de esas caras partidista dominaba a la otra e, incluso, qué se entiende por dominación.

En la ideología y la estructura formal del partido de masas, el partido como organización central es el agente del partido de los afiliados (Becr 1982: cap. 3). Sus cargos dirigentes son elegidos como representantes dl· los afiliados en los congresos del partido. Pero aunque hayan sido elegi dos por los afiliados y ostenten un puesto presumiblemente supeditado a las bases del partido, los líderes de la organización central también han recibido un mandato para administrar, crear normas y dirigir el partido (McKenzie 1955). Es precisamente este nexo de unión el que suscita las cuestiones que giran en torno a la democracia partidista y a la ley de hierro de la oligarquía.

A pesar de que las relaciones de poder entre el partido en la orga nización central y el partido de afiliados son de algún modo ambiguas, parece claro que ambas caras del partido se encuentran separadas. La organización central está formada por profesionales a tiempo completo; las bases del partido están compuestas abrumadoramente por voluntarios a tiempo parcial. A las personas de la organización central se les paga para ser miembros; los afiliados han de pagar para ser miembros. Es probab il­que las caras de la organización central del partido y de los afiliados estén

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111otivadas por incentivos distintos y que midan su éxito a partir de están­d.tres diferentes (Panebianco 1988: 9-11, 24-25, 30-32). No obstante, su 11•1ación puede ser esencialmente armónica. Incluso cuando la organiza­' u·m central sea dominante, afirma ejercer su dominio en nombre de los !filiados, mientras que, en la medida en la que el partido se convierte en

1111<1 entidad nacional única, el dominio del partido de los afiliados sólo p11ede ser ejercido a través de una organización central fuerte.

El modelo del partido de masas también separa con claridad las caras ,¡,.¡ partido de los afiliados y la del partido en las instituciones públicas. Ha ,!,•jado de existir el caucus informal de unos pocos individuos: el partido .¡,. los afiliados integra a cientos, si no a miles, de miembros. Ya no puede 'oncebirse al diputado como alguien de la elite del partido que aprove-1 l1,1 su oportunidad, sino como alguien que ejerza un papel organizativo .!"tinto. Además, dentro de la ideología del partido de masas, el papel del d1putado, y por ende el partido en las instituciones públicas, se encuentra 1 "iblemente subordinado al partido como organización de afiliados. En ' 1 partido de elites, la organización es un instrumento para lograr los ,,h¡etivos de los miembros individuales del partido en las instituciones p11blicas. En el partido de masas, el partido en las instituciones es, por el , otllrario, un instrumento para el logro de los objetivos de la organización JI trtidista. Por este motivo, el partido como organización central cumple 1111 función adicional: la de supervisar y controlar al partido en las insti­llll iones públicas en nombre del partido de los afiliados.

La imagen del diputado como cargo del partido contradice, sin em­h.trgo, la idea previa que se tenía de éste como cargo público. Incluso ' u.mdo el partido de elites representaba a intereses particulares dentro de !.1 ~ociedad, afirmaba representar los intereses de la nación en su conjunto, 1 'liS cargos públicos se declaraban líderes de las comunidades a las que II'Jlresentaban en su totalidad4 • (Por supuesto, esta última afirmación es 111\'llOS cierta en los partidos de elite caciquistas o trasformistas que evita­h 111 los conflictos asumiendo que el cargo de diputado era <<privado>>.) En !.1 medida en que esto fuera cierto, el partido y las funciones públicas de ''"miembros del partido en las instituciones públicas no podían chocar. 1 1 partido de masas, por otra parte, declara explícitamente ser el repre­,, lltante de sólo un único segmento de la sociedad. Esto mismo, junto a

!.1 1dea de que el miembro del partido en las instituciones públicas es, en 1 u 1111era instancia, el agente de su organización partidista (bien del partido "" los afiliados, bien del partido como agente de los afiliados), plantea l1 posibilidad de conflictos, que sólo logran mitigarse en parte cuando la 1111 roducción de la representación proporcional permite pensar que cada 111 nmscripción está representada por su delegación parlamentaria como

4. Para una interpretación análoga del papel del diputado en un periodo anterior de la li~>lllr1 ,1 del norte de Europa, véase la carta del diputado A. Henly a sus electores, citada por ~tdgwick (1970: 126).

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un todo, más que individualmente por cada diputado, y en parte cuando se reconcilian la lealtad al partido y la lealtad a la circunscripción. miembro del partido en las instituciones públicas tiene dos grupos ant los que se hace responsable (la organización del partido y el electorado en su conjunto); dos conjuntos de incentivos y restricciones (los que surgen del deseo de mantener y reforzar una posición dentro del partido y lo que radican en la necesidad de ganar elecciones); dos fuentes de legiti mación (como agente del partido y como titular de un mandato público), Las diferencias de perspectiva de quienes ostentan un cargo público, qu conocen tanto las responsabilidades del poder como sus limitaciones, y la de los afiliados al partido, para quienes las respuestas ideológicas n se contradicen directamente con la cruda realidad de la práctica política, suscitan la posibilidad de conflictos de intereses entre el partido en la instituciones públicas, por un lado, y el partido en la organización central y el partido de los afiliados, por el otro. Y ello aumenta todavía más 1 importancia de la influencia relativa o del poder.

El modelo de partido de masas es el primero en incorporar una dis tinción clara entre las tres caras del partido en el nivel empírico (al te esferas organizativas distintas y separadas, constituidas por diferentes ti pos de personas, y contar con estructuras de incentivos diferentes y tencialmente conflictivas) y no sólo en el nivel teórico o en el conce Ello implica una forma organizativa propia (sedes locales de afiuCJuu• complementadas con organizaciones auxiliares; un congreso de repr sentantes del partido en el que se elige una ejecutiva central, etc.), pcr además depende de un equilibrio particular entre las tres caras. En lo orígenes del modelo partidista de masas, y generalmente en los comienzo de cualquier partido organizado según esta pauta, el partido en la org nización central, actuando de forma independiente o como agente del conjunto de afiliados al partido, parece ser la cara dominante. La central controla los recursos. El partido en las instituciones públicas habrá experimentado todavía ni las demandas ni las recompensas de control sobre el gobierno. Pero, una vez que el partido en las institucio acceda a los recursos del gobierno, es probable que se pretenda o un mayor grado de independencia, amenazando así la condición partidi de masas de la organización.

Como sucedió en el caso de los partidos de elites, hubo nota diferencias en la evolución de los partidos de masas en las distintas r giones de Europa. Donde los poderes del régime censitaire eran efectiv en la gestión de las elecciones y en la supresión de la competición (por ejemplo, en Italia y en España), las demandas de una participaci efectiva eran satisfechas en mayor medida con la supresión que con incorporación. Uno de sus resultados consistió en la radicalización de izquierda, sobre todo allí donde predominaban partidos comunistas lugar de los socialdemócratas. Su organización comenzó también a re estas circunstancias, con una fuerte concentración en el aparato cen

LA SUPREMACIA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUC I ONES PÚBL ICAS

1.-1 partido. La consecuente subordinación del partido en las instituciones p11hlicas al partido como organización estuvo también acompañada por 1111.1 disminución de la influencia interna del partido como organización ,¡.. .1filiados. Por el contrario, donde los regímenes liberales toleraron la ,. 'l~tencia de sindicatos antes de la extensión efectiva del sufragio a la , l.t~c obrera {por ejemplo en el Reino Unido), los sindicatos constituyeron 1 111cnudo los cimientos de la organización partidista. Una consecuencia '" g.1nizativa pudo ser que los miembros corporativos {por los que los «afi­lt.ldos» al partido lo eran mediante su pertenencia a un sindicato), a pesar ala ~~~superioridad numérica, estuvieron representados en los órganos del p.111 ido debido a sus asociaciones sindicales más que a nivel individual. Y ¡t1111que esto provocó el debilitamiento del partido de los afiliados {por ser ~·.lo' menos necesarios) frente al partido como organización central, am­lua~ pagados y controlados por los sindicatos, sirvió también para debilitar l.1 l<'gitimidad de las demandas de lealtad de los grupos parlamentarios 'al u e sus diputados y, en cierto modo, para posibilitar un mayor grado

,¡. .111tonomía del partido en las instituciones públicas.

1/¡wtido catch-all

1";1.1 .!Iteración del equilibrio de poder en el interior de los partidos de llí.h.ts es una de las causas de su evolución hacia el modelo organizativo

¡, /¡ ·all. Una segunda causa radica en el cambio de las estructuras sociales 11 l.1s que surgieron los partidos de elites y de masas (como veremos más

.¡¡la l.tnte). El partido de elites es el partido de una clase alta dominante; ·1 p.11tido de masas es el partido de una subcultura excluida. A medida 1'" los partidos de masas lograron alcanzar sus objetivos políticos del su­

lt .11:1o universal y del Estado de bienestar, se fueron erosionando tanto la la tllllllación de clase que subyacía en el partido de elites como la exclusión ul11 ultural que subyacía en el partido de masas.

1 ksde la perspectiva del partido de elites, los problemas que afron­lalla.lll sus líderes consistían en la movilización del apoyo electoral de las lll•l~.•~ y en la obtención de los recursos necesarios para competir en el 11111a·xto de electorados masivos, sin renunciar a la independencia de

11.11' h;tsta el momento habían disfrutado. Para lograrlo, crearon sedes ,, uftl1ados como las de los partidos de masas. Esto exigió a su vez una ''l\·1111/.ación central del partido que coordinase a los muchos nuevos hli.Hios que acababan de inscribirse. El resultado final fueron tres caras J~dtl<'mcnte articuladas, similares a las del partido de masas. Pero si en el

l'•lllldo de masas la secuencia típica fue la de que el partido en la organi­•lll<lll ~.:cntral coordinaba al partido de los afiliados para crear en última

lll~lciiH 1,1 el partido en las instituciones públicas, en el partido de elites J, 11111.tdo la secuencia fue que el partido en las instituciones creó una t~.lllll;lción central para reclutar simpatizantes a través del partido de los llll.lllos. Aunque su intención inicial no radicara en que los partidos como

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conjunto de afiliados sirvieran como meros animadores de los políticos profesionales en las instituciones públicas, lo cierto es que los militantes, una vez reclutados, comenzaron a formular demandas amparándose en el principio inspirador de la ideología de los partidos de masas, según el cual los cargos públicos son responsables de sus acciones ante los afilia dos del partido. La consecuencia fue que, a pesar de que el partido en las instituciones pública fuera la cara dominante del partido, su hegemonía estaba constantemente cuestionada.

Este cuestionamiento estuvo además reforzado por los cambios ocu rridos en las sociedades modernas. La reducción de la jornada laboral, el aumento y la estandarización de la educación, el eclipse político de la das alta tradicional y la atenuación general de las divisiones de clase hacían más problemáticas las expectativas de deferencia a los líderes partidistas. Más que deber sus cargos a las posiciones que ocupaban en la cumbr de una jerarquía social, contemplada como natural, los líderes del parti do, como los de otra organización cualquiera, se vieron progresivament obligados a justificar sus posiciones de liderazgo por sus aptitudes para satisfacer las exigencias de sus seguidores, y éstos fueron poco a poco teniendo la capacidad y la motivación suficientes para definir y articular sus peticiones por sí solos.

El partido de masas llega a un resultado parecido desde otra direcciün (véase también Svasand 1994), esto es, mediante la mayor presencia del partido en las instituciones públicas más que en el crecimiento del partido de los afiliados. Una vez que vislumbraron la oportunidad real de ejercer influencia sobre las políticas gubernamentales y de entrar en el gobierno, los líderes de los partidos de masas (en concreto los representantes del par tido en las instituciones públicas, aunque también los de la organizaci6n central) orientaron sus actividades a cumplir los requisitos de la victoria electoral y se vieron a la vez limitados por las realidades de la acción d gobierno. El que esto se entendiera como <<poner en venta>> el partido y su programa en interés propio, como denunciaban a menudo los líderes más doctrinarios del partido de los afiliados, o como un acuerdo realista para conseguir las <<tres cuartas partes de la tarta>>, en lugar de ninguna, no es relevante aquí. El resultado de cualquiera de los dos enfoques fu la tensión exacerbada entre el partido en las instituciones públicas y el partido de los afiliados.

De nuevo, estas tendencias se encontraron reforzadas, tanto en el antiguo partido de elites como en el partido de masas, gracias a una seri de cambios sociales, muchos de los cuales fueron el resultado del éxito d los partidos de masas en áreas como la educación y la erosión gradual de las barreras subculturales. Por una parte, estos éxitos dificultaron un estrategia de encapsulación; la movilidad social, ocupacional y geográfica, el debilitamiento de los vínculos religiosos, la igualación mostrada por los medios de comunicación de masas, todo ello contribuyó a difuminar las divisiones entre clases, religiones y regiones. Por otra, las mejora11

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'.lucativas, la rebaja de la jornada laboral, el declive político de la clase il1.1 y el progresivo debilitamiento de las divisiones de clase dificultaron

!.1-. expectativas de la subordinación a los líderes del partido. A finales .¡,.¡ siglo xx, la organización de los ciudadanos en un amplio repertorio .¡, . grupos de interés independientes afectó también al funcionamiento lllll-rno de los partidos políticos al proporcionar a los ciudadanos canales d lnnativos de acceso al gobierno, y a los líderes partidistas el acceso a 1' lursos alternativos a los procedentes del partido de los afiliados, debili-1 .111do así la relación simbiótica entre partido en las instituciones públicas 1 1'1 partido de los afiliados.

Al contrario que el modelo del partido de elites, en el que el partido en 1," instituciones domina claramente (aunque debido en parte a su fusión 11111 el partido como base de afiliados), y el modelo de partido de masas, 1 11 l'l que predomina claramente el nexo entre el partido de los afiliados y ' 1 partido en la organización central, la esencia del partido catch-all con ll 'spccto a las relaciones entre sus tres caras internas es el conflicto. El l11g.1r en el que este conflicto se reproduce es el partido en la organización 1' 111 ral. La cuestión aquí es conocer si el partido en la organización central • ·, ,.¡ agente del partido de los afiliados para controlar el partido en las 111\lltuciones públicas o más bien el agente del partido en las instituciones publicas que controla y dirige a los (sumisos) miembros del partido de los ildl,tdos. Concretamente, ¿quién es el líder real del partido, el presidente, r ls,·n etario general, el comité central o el líder del grupo parlamentario? 1 )111én dirige las negociaciones políticas o la formación de gobierno, el

p.1111do en la organización central o el partido en las instituciones públi­l ·"? ¿En qué medida la pertenencia al comité central está controlada por 111innbros del partido en la organización central? Y, en fin, ¿cuánto control l'l'-~ ~~l' el congreso del partido sobre su programa electoral?

LAS ORGANIZACIONES DE PARTIDO CONTEMPORÁNEAS

f t ll l.1s organizaciones partidistas contemporáneas, sin embargo, estos con­¡l¡,¡ns parecen haberse resuelto mediante la aparente supremacía del partí­¡,, ' 11 las instituciones públicas, que asume en mayor o menor medida una

1"'"11011 indiscutible de privilegio dentro de la organización partidista. En o111 .1-. p.tlabras, sugerimos que el desarrollo de las organizaciones partidista 111 1 111opa ha traspasado el periodo catch-all y ha entrado en una nueva

1 . 1 ~ , : , l ' ll la que los partidos llegan a estar esencialmente dominados por el ¡illlllllo en las instituciones públicas (que también lo personifica). Sostene­IIIIISI.IInbién que este nuevo equilibro es evidente, y se produce al margen d..,, ' niiiO esas modernas organizaciones partidistas sean tipificadas. Dicho ¡¡,, ntro modo, a pesar de que muchos de los factores que han posibilita­¡j¡' !.1 primacía eventual del partido en las instituciones públicas pueden lticlll.ts ~o·star asociadas con la aparición de lo que hemos definido como el

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partido cartel (Katz y Mair 1995), el énfasis en el privilegio de que go el partido en las instituciones públicas, frente a las otras dos caras de 1 organización partidista, no depende de la validez de alguna clasificación particular de las organizaciones partidistas. Por el contrario, se trata d un desarrollo que puede observarse al margen de que las organizacione partidistas modernas puedan estar mejor tipificadas como partidos car, tel, como partidos <<profesionales-electorales» (Panebianco 1988) o como <<partidos de cuadros [cadre] modernos>> (Koole 1994).

El primer y más obvio síntoma de esta nueva pauta en el equilibro interno de poder atañe a la distribución de recursos financieros dentro del partido y, sobre todo, a la distribución de las subvenciones estatales, Desde los años sesenta, cuando se introdujeron por primera vez los subsi dios directos a los partidos políticos en un pequeño número de países, la canalización de la ayuda estatal a las organizaciones partidistas se ha con vertido en una práctica casi universal en las democracias europeas contem poráneas. En la mayoría de los países, estas subvenciones se concedieron primero a los grupos parlamentarios de los partidos y sólo más tarde s otorgaron a la propia organización central del partido. Pero todavía ahor el grueso de los subsidios continúa yendo al grupo parlamentario, y son una minoría los países -como Austria, Finlandia y Noruega- inclinado11 a asignar la mayor parte de las subvenciones a la organización central del partido, <<fuera>>, por lo tanto, del Parlamento (Katz y Mair 1992b). No resulta nada fácil identificar a la persona precisa que dentro de la cúpula del partido decide cómo se distribuyen después estas sumas en las partidas presupuestarias internas del partido, y en este sentido la existencia de los subsidios per se no parece un indicador claro de la situación de privilegio del partido en las instituciones públicas. Pero el hecho de que el proce so de subvención estatal estuviera inicialmente restringido a los grupos parlamentarios de los partidos, que a menudo estos mismos grupos sigan obteniendo todavía la mayor parte del subsidio total y que sea en el Par lamento donde se adopten las decisiones finales que afectan a los tipos y cantidades de subvención disponibles, todo ello sugiere que la creciente disponibilidad de la ayuda estatal es uno de los factores claves que pro· porciona la ventaja final a quienes controlan las instituciones públicas.

El segundo síntoma, que es corolario del anterior por resultar una consecuencia de la disponibilidad de subsidios estatales, es que a finales de los años ochenta había comenzado a producirse un movimiento dentro de las organizaciones partidistas en términos de la distribución de los recur· sos de personal. Las series temporales disponibles acerca de los empleados de los partidos apuntan a una tendencia común entre países y entre par· tidos por la que el aumento del personal de los grupos parlamentarios, y por lo tanto del partido en las instituciones públicas, superó al número de empleados en las sedes centrales de los partidos5• De hecho, en todos

5. Estos datos son expuestos con mayor detalle en Katz y Mair (1992a).

LA SUPREMACÍA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

1~· ~ países para los que se dispone de datos comparables el promedio de ¡ 111pleados en los grupos parlamentarios ha ascendido desde algo más del 1 '1 por ciento de periodos anteriores (normalmente en los años sesenta

11 .1 principios de los setenta) hasta alcanzar una cifra superior al 50 por u·nto a finales de los ochenta. Aunque en algunos países esta variación es 1gnificativa (de no tener empleados en las oficinas parlamentarias a contar

1,.111\ más de dos tercios del personal total en los grupos parlamentarios 1 11 los casos de Dinamarca e Irlanda) y en otros países casi insignificante (llt•l 63 por ciento a principios de los años ochenta en Holanda al 67 1"'1 ciento a finales de esa década), no hay ningún país que suponga una

'cpción a esta tendencia general. Puesto que los empleados constituyen 1111 recurso crucial de la organización, estos datos confirman también un ··~go creciente a favor del partido en las instituciones públicas.

l-Iemos abordado ya en otras ocasiones el tercer síntoma (cf., por wmplo, Katz y Mair 1995 y Mair 1997: 137-139). Consiste en que la

11t.1yoría de los partidos europeos occidentales relevantes o duraderos ha .l1~lrutado recientemente de un periodo de poder en los gobiernos nacio­ll.drs, y que la mayoría de ellos está ahora orientada hacia la ocupación de 1 .11 !-\OS públicos. En otras palabras, quedan muy pocos partidos de oposi­' lttll relevantes, si acaso alguno, en las democracias europeas occidentales; , 111110 mucho, existen ahora los partidos que se limitan a esperar su turno lllt•ra del gobierno durante un tiempo. Los que permanecen excluidos del p,t~lllcrno son los que ocupan en una medida u otra los márgenes de la l'"litica, un conjunto de pequeños partidos que por lo general representan 1,,., l'Xtremos de la derecha o de la izquierda o las demandas minoritarias 11 gumalistas o medioambientales. Los principales partidos, por otro lado, 1111 luyen ahora un número considerable de grupos <<verdes», así como a tln11nos de los representantes de la extrema derecha, que han llegado a '" 11par, o lo han hecho hace poco, cargos públicos. Esto supone un cambio ' ,,pcctacular en los sistemas de partidos contemporáneos.

Hay otros dos aspectos complementarios que necesitan ser subraya­d• "· Como ya hemos apuntado antes, el primero es que la adquisición del

t.llUS de gobierno es ya algo habitual para la mayor parte de los partidos t'lll opeos occidentales consolidados; al haber surgido de una paulatina nolución temporal, refleja una imagen muy diferente de la que se ofre­• 1.1 hace 25 años. El segundo es que se trata de un desarrollo que casi lll'ol'Sariamente habrá tenido un impacto significativo sobre el equilibrio 1111nno de fuerzas organizativas de los partidos afectados; Panebianco ( 1 •JXX: 69) no está ciertamente solo al recordarnos que <<las característi­i '" organizativas de los partidos que están en la oposición durante buena 1''" ll' de su existencia son diferentes de aquellos que están en el poder d111 ;m te mucho tiempo>>. El poder -el cargo público- es por sí mismo un lf\l'lllC de socialización (Mughan, Box-Steffensmeier y Scully 1997). Y a 111nlida que el estilo organizativo de los partidos ha resultado influido por 1 ¡•,1 .1do de compromiso e implicación en el proceso parlamentario, cabe

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también esperar que se hayan adaptado a esa crecientemente generalizad incorporación al gobierno. Y a medida que el gobierno se convierte en un experiencia habitual y en una expectativa para los partidos más relevante~ podemos también anticipar que esa situación permitirá al partido en 1,, instituciones públicas adquirir mejores niveles de estatus, prestigio y au tonomía. Se produce, en suma, un proceso de «parlamentarización >> de lo partidos (Koole 1994: 291-292) o, incluso, en una versión más extrema un proceso de <<gubernamentalización>> (Müller 1994: 73), una tendemtll que aumenta las posibilidades de relegar a un segundo plano tanto ,,¡ partido de los afiliados como al partido en la organización central.

De hecho, y con independencia de su efecto sobre el partido de le, afiliados, esta evidencia sugiere que la probabilidad de que se prodm.c un conflicto de intereses entre el partido en las instituciones pública' y la organización central del partido es cada vez menor. En términos de l.t posición de los comités nacionales ejecutivos de los partidos, por ejemplo la tendencia ha sido la de incrementar los grados de representación y presumiblemente de influencia que le reportaba al partido su presencia l'll las instituciones públicas (Katz y Mair 1993). Ahora se tiende a concedl' un mayor peso a los parlamentarios y a sus líderes en estos puestos, l'll comparación con lo que sucedía en la década de los sesenta y los setenl <l reduciendo así el poder de los representantes del partido de los afiliado que no ostentan cargo público. La tendencia, de todos modos, no universal, pero resulta lo suficientemente común como para asumir co11 cierta seguridad que el partido en las instituciones públicas ejerce ahoril un mayor control sobre la ejecutiva nacional que antes.

En cualquier caso, y dentro del esquema general aquí planteado, 1 posición política del partido en la organización central es notablemenl menos importante ahora que durante la primacía de los partidos calth al/ y de los partidos de masas. Como hemos apuntado, el crecimiento d los recursos organizativos, manifestado por el aumento de personal y d dinero, ha subrayado la ventaja competitiva del grupo parlamentano Más aún, los recursos que permanecían dentro de la sede central paren·n destinarse ahora al empleo de personal y de asesores contratados, y a 1 provisión de expertos externos. En dicho contexto, la rendición de Clll'll tas parece importar menos que la capacidad profesional, un cambio qu podría muy bien implicar la erosión del peso político independiente de ht organización central del partido. Es interesante advertir, por ejemplo, qu mientras resulta muy difícil identificar el impacto electoral, de haberlo de la aplicación de las nuevas técnicas y tecnologías de campaña, es l'VI

dente que dichos procedimientos han conseguido desplazar el peso de l.t influencia dentro de las organizaciones partidistas, desde los demócral.t amateurs hacia los asesores profesionales (Bartels 1992: 261; cf. tambtl~ ll Panebianco 1988: 231-232). De forma más específica, el reemplazo gr.t dual de los burócratas generalistas del partido por profesionales espcc1.1 listas puede servir para «despolitizar» la organización del partido, y dc~d

LA SUPREMACÍA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

l111 go creará las condiciones bajo las que los líderes en las instituciones pú­ldh ;IS pueden ganar autonomía, sobre todo porque las actividades de estos IIIIC"VOS profesionales están casi siempre más orientadas (externamente) a

111,1r apoyos dentro del electorado que (internamente) a la organización d mantenimiento del partido como bases de afiliados.

Esto último incide además en un cambio importante experimentado 1 1 1 ll'ntemente por las organizaciones partidistas. Al consolidarse la tele-1 o~ún y los medios de masas como las vías prioritarias de comunicación lllll' los líderes de los partidos y los votantes (ofreciendo los beneficios

lo:; 1111 vínculo directo en lugar de la mediación previa por parte de los cua­dlll\ organizativos y de los activistas), las campañas de los partidos se han . • 111 ralizado y «nacionalizado», facilitando que el núcleo de los mensajes .11 los partidos brote ahora directamente de una única fuente nacional. 1 1 1\ mensajes específicamente locales han ido así perdiendo importancia

11 1,, campaña nacional6, lo que por su parte implica que los partidos ne-1 .1L1n dedicar menos esfuerzos a la organización y movilización de sus ld1.1dos. En su lugar, los recursos se emplean en la promoción del mensaje

¡, 1 p.utido al electorado en su conjunto, lo que puede resultar no sólo en 1111.1 1 ransformación del papel-más profesionalizado- del partido en la 1" p,.111ización central, sino también en la eventual erosión de la división de ¡' .ponsabilidades entre el aparato del partido en la sede central y en las ill",lltllciones públicas. De hecho, a medida que los partidos aumentan su 1)111 litación externa, el papel de los profesionales que sirven al partido en i:t 1" ganización central y el de quienes lo sirven en las instituciones públi-

1• lkgan a ser casi inseparables, respondiendo ambos a las necesidades l1 ll1dcrazgo partidista en el Parlamento y en el gobierno.

¿sE MARGINA AL PARTIDO DE LOS AFILIADOS?

1,,¡, 1 esto podría conducir a la hipótesis de que, con pocas excepciones, los 1" 1111 1 pales partidos se han transformado simplemente en meros partidos

11 l1~ instituciones públicas y que las otras dos caras del partido se están lil11111inando. No se trata sólo de que el partido en la organización central

h.11 .1 podido quedar eclipsado, subordinado o marginado por esos aconte-iiiiiC'lllOS, sino que también esto mismo ha sucedido con el partido de los ildi.l!los, al no ser posible disociar las organizaciones partidistas contempo 1 í111 ,1\ de sus dirigentes parlamentarios y gubernamentales. Los líderes se

IÍ Fxisten excepciones, por supuesto, sobre todo en los sistemas donde las particul,md.l do 1." leyes electorales (como, por ejemplo, el voto único transferible en Irlanda o el vow

¡, ... ,,;,11 dentro de un sistema de listas) pueden dejar suficiente espacio para la compciii:IÚII '""·" t'lllre los partidos, un espacio que será ocupado por la competición local entre los c mdo "' 111dovídualcs dentro de los partidos, cuyas sedes locales servirán entonces de organiz.tuOIH'' ·""1'•111,1 de los candidatos locales que pertenecen al mismo partido y que rivalízarnn en lit' ''"

t.'" ( llJHO) y Mair (1987: 126·127).

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han convertido en el partido; el partido se ha convertido en los líderes. lln síntoma evidente de este cambio es, por supuesto, la absoluta atrofia físic del partido de los afiliados (Mair y Biezen 2001). Por ejemplo, en trece d las democracias europeas occidentales más consolidadas, el porcentaje d afiliados sobre el electorado nacional ha caído por término medio del 1 () por ciento en 1980 a menos del 6 por ciento a finales de los años noventa; un descenso que, con cierto margen de variación, resulta característico d cada una de esas trece democracias. La creciente debilidad de la afiliacic'ln partidista no es sólo una función de la extensión de los electorados, com1 sucedió en los años setenta y ochenta, puesto que no es posible atribuir el descenso en las tasas de afiliación al hecho de que las organizacion partidistas no progresaran al mismo ritmo que el número de electores con derecho a voto. Al contrario: en cada una de las principales democracia ha habido también una caída en el número absoluto de los miembros del partido, una caída que resulta a veces muy considerable. Con la excepcic'ln de Alemania, donde los partidos cuentan ahora con una avalancha de nu vos miembros procedentes de los Uinder de la antigua Alemania del Est cada democracia europea ha sufrido declives en los niveles de afiliado que como mínimo se cifran en un 25 por ciento con respecto a los nivel alcanzados en 1980. A este respecto, la evidencia del declive organizativo es inequívoca.

Al mismo tiempo, sin embargo, y en lo que parece un desafío a la lu pótesis anterior, hay también evidencias que sugieren que los miembros d los partidos están adquiriendo mayor poder. Así, los diferentes partidos d un número cada vez mayor de países han comenzado a abrir los proced1 mientas de toma de decisión y los procesos de selección de sus candidato y líderes a sus miembros <<ordinarios>>, a menudo por medio del voto po correo. En lugar de certificar la atrofia del poder del partido de los afilia dos, lo que vemos, por consiguiente, es una clara democratización de ht vida interna del partido, con unos miembros ordinarios que comienz.111 a disfrutar de los derechos hasta ahora celosamente preservados para 1;, elites y los activistas del partido.

A primera vista, y pese al privilegio potencial del partido en las insll tuciones públicas, parece haber distintas razones por las que los líderes d los partidos modernos deberían mostrarse poco dispuestos a consentir 1 reducción del poder y el tamaño del partido de los afiliados7• A pesar drl aumento de las subvenciones estatales, por ejemplo, los afiliados conti núan ofreciendo a los partidos un recurso valioso en términos de dinero y tiempo (sobre todo en las campañas electorales). Los afiliados constituyl'll también una <<fuerza de reserva>>, como si dijéramos, a disposición dd partido para mantener su presencia en los consejos locales, las juntas con sultivas y los órganos electorales, y a través de los cuales el partido put·d ejercer influencia y beneficiarse de los mecanismos de retroalimentalit'ln

7. Cf. Scarrow (1994); Katz (1990) y Mair (1994: 13-18).

LA SUPR EMACÍA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

l'•llndberg 1994). En este sentido, los afiliados continúan proporcionando d p.1rtido un importante mecanismo de enlace con el mundo exterior al l'11l .tmento. Dicho esto, es importante reconocer que esos beneficios son mllluibles e incluso prescindibles. Así, la parte de ingresos del partido

1111 se deriva de la afiliación puede eventualmente suplirse con el aumento 1 l.1s subvenciones públicas, suponiendo que el resto de partidos esté dis­

¡'lll 'sto a cooperar para que esta decisión pueda adoptarse. Por otra parte, tvidente, como también hemos apuntado, que la contribución de los

11d1,1dos a la campaña electoral es cada vez más innecesaria, dado que las 1'11'pias campañas están siendo progresivamente controladas y ejecutadas

l1 ,de la organización central. Y aunque la provisión de <<fuerzas de reser-1 110 pueda sustituirse, resulta a todas luces superflua y es perfectamente

¡•l.111\ible que los llamados partidos <<de primer orden>>, que se desarrollan 1''1 st.mdo poca o ninguna atención a la construcción de una estrategia de ¡tt•nt•tración social, prefieran, en cambio, centrar todos sus esfuerzos en 1111.1 presencia fundamentalmente <<nacional>>8•

'-Ji los partidos continúan sintiendo la necesidad de fomentar la presen-1 1 social se debe probablemente a que constituye un legado del pasado y

111 1 herencia de los modelos anteriores. Las organizaciones partidistas no • '""cnzan ex novo, sino que son heredadas por los líderes del partido. Y

IIIIIIJIIC esos líderes puedan emprender reformas importantes dentro de l1· nrganizaciones que reciben, existen límites claros a su capacidad de , lltthio. En otras palabras, cuando un partido cuenta ya con un cierto olttlttl'ro de afiliados, es improbable que ese recurso pueda amputarse 1 ¡, tl111ente. La afiliación puede no ser muy valorada, pero una tradición

111 ntada a la afiliación tampoco puede ser rechazada alegremente. .• !.más, y como parte de esta herencia del pasado, los afiliados también •t11 dl'n infundir en los líderes del partido un sentimiento de legitimidad.

11 '111ccia, por ejemplo, <<los partidos parecen querer seguir manteniendo 1' 1 Ll imagen de partido de masas, cuya prueba consistiría en unos índi-' dl' afiliación positivos que indican que el partido se percibe como una 111 d viable de representación política>> (Pierre y Widfeldt 1994: 1.342). ' 1111 imperativo similar marcó la importante campaña de afiliación em-

l''i ndiJa por el Partido Laborista británico tras la elección de Tony Blair '"'"'nuevo líder. A la inversa, en los casos de los nuevos partidos, y más

p.ílt intlarmente en los de los nuevos partidos de las nuevas democracias, ttttprobable que se cultive asiduamente la dimensión del partido de los

1d11dos (Kopecky 1995; Mair 1997: cap. 8; van Biezen 1998). Ceteris 11111s, es más probable que la importancia asignada a la existencia misma

J, llttos niveles de afiliación sustanciales sea característica de los partidos

H lln posible ejemplo de dicho partido <<de primer orden>> es quizás Forza Italia (Morlino ;,, 1 h 17), aunque también parece repetir muchas de las características de los anteriores par·

¡,., .!1· t•lites. El término partido «de primer orden» surge de su adaptación a la distinción entre 1'"' do• t•lccciones realizada por Reif y Schmitt (1980).

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con una larga trayectoria de desarrollo institucional, en la que el del partido de masas continúa pesando sobre las nociones neas de estilo y legitimidad organizativa. Para la mayoría de los asentados en Europa occidental, por lo tanto, ocurre que el partido las instituciones públicas no puede evitar la presencia del partido de afiliados: a pesar de lo problemática que pueda ser para los líderes partido, la afiliación de masas es consustancial con su tradición.

Teniendo en cuenta este legado, ¿cómo puede hacerse valer con éxi la supremacía del partido en las instituciones públicas? En un primer · la respuesta procede de la marginación del partido de los afiliados los líderes hasta, por ejemplo, dejar que se marchiten: sea premedi o no, esta opción refleja experiencias recientes de los principales pa dos daneses y holandeses. Al mismo tiempo, sin embargo, esta estrate"¡,. acarrea más riesgos para la cúpula del partido en términos de pérdida legitimidad que beneficios en términos de mejora de su libertad de niobra. La estrategia preferida, entonces, podría consistir en ofrecer u imagen atractiva del partido de los afiliados ante los militantes potencialel y en restringir a la vez las posibilidades reales de cualquier desafío provenga desde abajo.

Hay dos posibles maneras de desarrollar esta estrategia, y ambas evidentes en un número considerable de organizaciones partidistas temporáneas (cf. también Mair 1994: 16-18). En primer lugar, el supuest poder de las bases puede fortalecerse, como se ha visto, mediante la cratización interna del partido, a través de la cual los miembros adquieren una voz formal en la selección de los candidatos y de los del partido, así como en la aprobación de los programas políticos, y por 1 que los afiliados se convierten así, de (acto, en un electorado de masas (del partido). Esto supone indudablemente el fortalecimiento de los afiliado1 Al mismo tiempo, sin embargo, sirve también para erosionar la de los activistas del partido y del partido organizado de los afiliados) dad que la voz ya no depende de la militancia o de la organización. Este un avance particularmente revelador, ya que es precisamente entre estratos más militantes del partido de los afiliados donde el partido las instituciones públicas se ha mostrado más vulnerable a las Al dotar de capacidad de voto a los miembros ordinarios, a men mediante el voto por correo, los líderes del partido socavan eficazment la posición de sus militantes más críticos, y lo hacen en nombre -y la práctica- de la democracia interna partidista. Casi por definición, con frecuencia desorganizadas y atomizadas masas de afiliados del cuyos prerrequisitos de entrada son cada vez menores9, resultan propen sas a mostrarse más deferentes con la cúpula del partido y suelen estar

9. Aunque muchos partidos solían establecer distintas condiciones y obligaciones que 1 nían que ser satisfechas antes de que pudiera adquirirse la calidad de miembro, esta práctica .. ha suavizado considerablemente. Ahora es frecuente adquirir la calidad de miembro simplemcnt

LA SUPREMACIA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

d··scosas de respaldar sus propuestas. En este sentido, el fortalecimiento .¡,.¡ partido de los afiliados sigue siendo compatible con la supremacía del p.lrtido en las instituciones públicas (y, además, puede en realidad servir 11tlllO estrategia para ello).

El segundo enfoque es quizás menos manipulador, e implica sólo l.t promoción de una <<división del trabajo>> más eficaz entre el partido 1 11 las instituciones públicas, por un lado, y el partido de los afiliados, pnr el otro. El vínculo entre los dos niveles quedaría restringido de una l111 ma u otra a la selección local de candidatos para las elecciones a los plltstos nacionales. En otra palabras, y de acuerdo con las tendencias 1p11ntadas inicialmente en el caso americano por Eldersveld (1964), las ••rganizaciones partidistas pueden adoptar de manera creciente una forma

~ ·~tratárquica>>, en la que niveles diferentes y mutuamente autónomos , ltt•xistan y en la que haya un mínimo de control autorizado, bien de 1h.1jo-arriba o bien de arriba-abajo. Reflejando el partido de los afiliados, ¡," «partidos locales>> trabajan principalmente en el nivel local y disfrutan l-"1 del control exclusivo sobre las políticas, los programas y las estra-11 g1as perseguidos dentro de sus propios límites territoriales. El partido 11.11 ional, por otro lado, que es dominado por el partido en las institu­' 1nncs públicas (nacionales), es también libre de desarrollar sus propias

!u .líticas, programas y estrategias, sin ser perturbado por las demandas y ·" preocupaciones del partido de los afiliados. Esta cara del partido, por 11 parte, puede asimismo florecer en ese contexto <<estratárquico>>, pero d final sigue estando compuesto por un conjunto de afiliados que sólo , relacionan con el partido en las instituciones públicas a través de su

•••IHrol de la composición de esa otra cara del partido.

EL CAMBIO ORGANIZATIVO DE LOS PARTIDOS: FUENTES E IMPLICACIONES

Nn hay, por supuesto, una <<Única>> forma de organización partidista; por ' 1~ ontrario, lo que comprobamos hoy en día, como en épocas anteriores,

1111 variaciones de un amplio número de diferentes temas (Koole 1996; ¡..,,11/ y Mair 1996). Y tampoco hay una forma <<ideal>> de organización p.11 t 1d ista; a menudo las organizaciones se desarrollan más bien de una llt.lltcra idiosincrática, resultando influidas no sólo por los contextos so­' 1.1ks y económicos en los que operan, sino también por las estructuras 111~1 ttucionales existentes, así como por sus propias historias. Pese a ello, pnl'dcn señalarse algunos elementos comunes. Por ejemplo, el hecho de q111· la participación en la adopción de decisiones políticas estuviera antes II 'St ringida a un pequeño núcleo de actores sociales privilegiados ha de-

rtltli.IIHiosc al partido a nivel nacional y pagando la suscripción por transferencia bancaria o incluso ol\11oltN' de alta a través de Internet.

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con una larga trayectoria de desarrollo institucional, en la que el del partido de masas continúa pesando sobre las nociones neas de estilo y legitimidad organizativa. Para la mayoría de los partid""' asentados en Europa occidental, por lo tanto, ocurre que el partido las instituciones públicas no puede evitar la presencia del partido de afiliados: a pesar de lo problemática que pueda ser para los líderes partido, la afiliación de masas es consustancial con su tradición.

Teniendo en cuenta este legado, ¿cómo puede hacerse valer con la supremacía del partido en las instituciones públicas? En un primer la respuesta procede de la marginación del partido de los afiliados los líderes hasta, por ejemplo, dejar que se marchiten: sea premedi o no, esta opción refleja experiencias recientes de los principales dos daneses y holandeses. Al mismo tiempo, sin embargo, esta estrate"1•

acarrea más riesgos para la cúpula del partido en términos de pérdida legitimidad que beneficios en términos de mejora de su libertad de niobra. La estrategia preferida, entonces, podría consistir en ofrecer imagen atractiva del partido de los afiliados ante los militantes potencialll y en restringir a la vez las posibilidades reales de cualquier desafío provenga desde abajo.

Hay dos posibles maneras de desarrollar esta estrategia, y ambas evidentes en un número considerable de organizaciones partidistas temporáneas (cf. también Mair 1994: 16-18). En primer lugar, el poder de las bases puede fortalecerse, como se ha visto, mediante la cratización interna del partido, a través de la cual los miembros adquieren una voz formal en la selección de los candidatos y de los del partido, así como en la aprobación de los programas políticos, y por que los afiliados se convierten así, de (acto, en un electorado de masas partido). Esto supone indudablemente el fortalecimiento de los afiliaa01 Al mismo tiempo, sin embargo, sirve también para erosionar la posici de los activistas del partido y del partido organizado de los afiliados; que la voz ya no depende de la militancia o de la organización. Este un avance particularmente revelador, ya que es precisamente entre estratos más militantes del partido de los afiliados donde el partido las instituciones públicas se ha mostrado más vulnerable a las Al dotar de capacidad de voto a los miembros ordinarios, a me mediante el voto por correo, los líderes del partido socavan eficazme la posición de sus militantes más críticos, y lo hacen en nombre -y la práctica- de la democracia interna partidista. Casi por definición, con frecuencia desorganizadas y atomizadas masas de afiliados del cuyos prerrequisitos de entrada son cada vez menores9, resultan sas a mostrarse más deferentes con la cúpula del partido y

9. Aunque muchos partidos solían establecer distintas condiciones y obligaciones qu nían que ser satisfechas antes de que pudiera adquirirse la calidad de miembro, esta pr,kt ha suavizado considerablemente. Ahora es frecuente adquirir la calidad de miembro simplt·

LA SUPREMACIA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

dt·~cosas de respaldar sus propuestas. En este sentido, el fortalecimiento .¡,.¡ partido de los afiliados sigue siendo compatible con la supremacía del p.1rtido en las instituciones públicas (y, además, puede en realidad servir 1111tlO estrategia para ello).

El segundo enfoque es quizás menos manipulador, e implica sólo l.t promoción de una «división del trabajo>> más eficaz entre el partido

11 las instituciones públicas, por un lado, y el partido de los afiliados, ¡uu el otro. El vínculo entre los dos niveles quedaría restringido de una l111111a u otra a la selección local de candidatos para las elecciones a los l'"''stos nacionales. En otra palabras, y de acuerdo con las tendencias 1p11ntadas inicialmente en el caso americano por Eldersveld (1964), las 111¡•,.111izaciones partidistas pueden adoptar de manera creciente una forma

'' ratárquica», en la que niveles diferentes y mutuamente autónomos IIH'xistan y en la que haya un mínimo de control autorizado, bien de tlt.1jo-arriba o bien de arriba-abajo. Reflejando el partido de los afiliados, ¡." "partidos locales» trabajan principalmente en el nivel local y disfrutan ''"1 del control exclusivo sobre las políticas, los programas y las estra-11)',1.1~ perseguidos dentro de sus propios límites territoriales. El partido 11.11 tonal, por otro lado, que es dominado por el partido en las institu-1 11 tiiCS públicas (nacionales), es también libre de desarrollar sus propias

1" tltt icas, programas y estrategias, sin ser perturbado por las demandas y ,,, preocupaciones del partido de los afiliados. Esta cara del partido, por 11 p.1rte, puede asimismo florecer en ese contexto <<estratárquico», pero

11 1111<11 sigue estando compuesto por un conjunto de afiliados que sólo ll ll'lacionan con el partido en las instituciones públicas a través de su ""'rol de la composición de esa otra cara del partido.

EL CAMBIO ORGANIZATIVO DE LOS PARTIDOS: FUENTES E IMPLICACIONES

N" lt,ty, por supuesto, una <<Única» forma de organización partidista; por •l1tlll!rario, lo que comprobamos hoy en día, como en épocas anteriores, ''" v;triaciones de un amplio número de diferentes temas (Koole 1996;

111 y Mair 1996). Y tampoco hay una forma <<ideal» de organización 1'•.1111dista; a menudo las organizaciones se desarrollan más bien de una III.IIH'I,l idiosincrática, resultando influidas no sólo por los contextos so-ltth·' y económicos en los que operan, sino también por las estructuras

lll,llllll:Íonales existentes, así como por sus propias historias. Pese a ello, p11nkn señalarse algunos elementos comunes. Por ejemplo, el hecho de Jlll' !.1 participación en la adopción de decisiones políticas estuviera antes l1'~11111gida a un pequeño núcleo de actores sociales privilegiados ha de-

llli,í"d""' ,11 partido a nivel nacional y pagando la suscripción por transferencia bancaria o incluso .M,,.¡.,,, dl' <lita a través de Internet.

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RICHARD S. KATZ Y PETER MAIR

mostrado ser decisivo como para permitirnos efectuar generalizaci comparadas sobre el carácter del otrora dominante partido de elites. manera similar, el impacto de la democratización masiva ha resultado también lo suficientemente poderoso como para realizar generalizaci sobre la aparición y el carácter del partido de masas. Y mientras continúa debatiéndose la difusión y la relevancia del partido catch-all, es sin embargo, que muchos partidos comenzaron a moverse hacia un vo modo de operar en los años sesenta, cuando aparecieron numeros conflictos entre el partido en las instituciones públicas y el partido de 1 afiliados.

A lo largo de este capítulo hemos defendido que incluso esta fase reciente de desarrollo ha sido ahora reemplazada por la aparición de nuevo modus operandi, en el que la primacía del partido en las · ciones públicas se ha ido imponiendo paulatinamente. Es cierto que pautas que hemos identificado no son siempre necesariamente verdade o no tienen el mismo grado de verosimilitud, en todos los partidos. hecho, ninguna de las pautas específicas que pueden apreciarse en distintas formas organizativas de partido ha sido totalmente alguna vez. Resulta indudable que, a medida que las organizaciones partido se adaptan a las demandas de las democracias contemporán tienden a moverse alrededor de las necesidades e incentivos del pa en las instituciones públicas. Y mientras que las razones para este bio son incontables, siendo por lo general la causa inmediata la poi interna del partido, la causa definitiva puede localizarse a menudo el medio ambiente en el que opera el partido. Aunque ceteris paribus posible que con el tiempo pudiera darse una situación de equilibrio e las distintas caras y actores que configuran un partido, es inevitable los cambios externos al partido alteren ese equilibrio. En ocasiones, cambios contextuales traen consigo nuevas presiones y desafíos; ot veces representan nuevas oportunidades. En cualquier caso, alteran distribución de recursos o incentivos dentro del partido y, por lo tanto, pauta de interacciones dentro de él.

Los cambios en el entorno que han solido recibir más atención son, duda, aquellos relacionados con el sistema electoral. De hecho, la existencia de los partidos políticos modernos, con sus organizacio burocráticas y de masas de afiliados, suele atribuirse directamente a expansión del sufragio y explicarse muchas de las diferencias encontr·•· ' '"' entre los partidos por el momento de acceso al derecho a voto (sobre el relativo a la industrialización) (Lipset y Rokkan 1967b). Como se apuntado con anterioridad, la burocracia del partido se hizo ante el imperativo de coordinarse y comunicarse con unos electorad que, lejos de ser unos pocos centenares, alcanzaban ya los centenares miles, mientras la organización de masas sucedía a la encapsulación electorado, así como a la combinación de los fondos económicos y ck demás recursos del partido. Y, por supuesto, la de ser <<necesario» es

LA SUPREMACÍA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

• •t 1 '' manera de decir que se controla una <<zona de incertidumbre orga-111/,ttiva>> y que se es, por lo tanto, poderoso. Otros cambios en las leyes In torales, como las modificaciones de la fórmula electoral (incluyendo

lf,., l ~lmbios en los umbrales electorales o la magnitud del distrito) o la pre-1 lll ia (o la prohibición) del voto de preferencia intrapartidista, pudieron ltlt más introducir modificaciones en la vida interna de los partidos, así

'111110 alterar el equilibrio entre partidos (Katz 1980: 31-32). De manera ,,,d,tvía más directa, los partidos pueden tener su estructura organizativa (" 1111a parte de ella) «impuesta>> estatutariamente, una limitación que es ttlll.t vez más importante a medida que la provisión de subsidios públicos

1.1 acompañada por la aprobación de leyes sobre los partidos. l.os partidos deben adaptarse también a los cambios en la disponi­

hillll.td (y a la necesidad) de varios recursos. La evolución de los me­¡,,,~ de comunicación de masas proporciona un ejemplo apropiado. El

tJ, '·"rollo de una prensa partidista permitió a los organizadores de los 1'·" 1 tdos comunicarse con sus seguidores y sus potenciales simpatizantes il 111.1rgen de los sesgos culturales o políticos de los propietarios de pe-1 ir .. !Iros «independientes>>. Naturalmente, la prensa de partido potenció j,¡ 1111portancia de sus directores, principalmente burócratas del partido, lltdt pcndientemente del nivel de centralización que tuvieran los periódi­

i•, hto también requirió una organización bien articulada para difundir lin.tnciar tales publicaciones. Se fortalecieron así las caras burocráticas 1 •. diliación de masas del partido frente al partido en el gobierno. Sin

tnl..trgo, la irrupción de los medios audiovisuales, especialmente de la te­h 1 t·.ttlll, ha deparado justo el efecto contrario. Como ya hemos señalado, J,,,. lt•visión permite a los líderes del partido, sobre todo a los que están en J,¡~ 111'1 ituciones públicas, a quienes se les concede más tiempo de emisión

t(llt gozan de mayor interés periodístico, comunicarse directamente con l('llhltco, tanto dentro como fuera del partido, sin que sea necesaria la

l1t1t·1 n·nción de una organización partidista per se. Por otro lado, estas ltlr\ ·"posibilidades de comunicación directa crean a su vez la necesidad lt· dl\ttntos tipos y niveles de expertos profesionales.

1 .1 provisión de subsidios públicos a los partidos políticos representa 11 • • ..¡•·mplo obvio de cómo los cambios en la disponibilidad de recursos li•·•lnt .llterar el equilibrio de fuerzas dentro de un partido. Con ante­hll itl.11l a la financiación pública, muchos partidos dependían casi por

lilplt·to de las contribuciones voluntarias de sus miembros, o de las 111('1 n.ts y organizaciones que esperaban comprar influencia o acceso.

pn tl1da de estos apoyos podía tener un efecto devastador tanto en el lltdt~ en las instituciones públicas como en la burocracia del partido, t(ll•· l¡·s hizo dependientes de quienes contribuían a los gastos y sala­

lln rsarios para sus campañas. El subsidio estatal reduce no sólo la Ji• 11t lt·1H:ia del partido de los contribuyentes externos (que es lo que se loth.l •k conseguir), sino también de los propios miembros de las bases 1 p.1111do. Y de nuevo, en la medida en que la organización de afiliados

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es menos valiosa que otros aspectos del partido, decaen el estatus y 1 influencia de quienes ostentan cargos en ese ámbito organizativo.

Una variedad de cambios seculares en el entorno político tiene tam bién la capacidad de forzar, o ha forzado, la adaptación del partido. El partido de integración de masas tradicional estaba basado en un sistcm social fuertemente estructurado, en el que los cleavages relevantes, sean de clase, religión, étnicos o de otro tipo, se perfilaban con claridad y eran difíciles de eludir. Cuando un partido construía una red de organizacionc auxiliares e intentaba encapsular a sus seguidores, lo hacía fundamental mente reflejando una realidad social preexistente. La << congelación J los cleavages políticos>> estaba a su vez basada en una cristalizacióm m general de los cleavages sociales. El << deshielo >> de estos cleavages, ocasio nado por tendencias tales como una mayor y más meritocrática educaci6n superior y la homogenización de la cultura a través de los medios J comunicación y del consumo de masas, socavó las bases tradicional de la organización partidista de masas. Por ejemplo, el relativo decliv de la solidaridad social como elemento de adhesión a la organización J afiliados puede hacer que la pureza ideológica cobre una mayor impo tancia y provocar así que los líderes refuercen sus demandas de integrida ideológica. Las limitaciones resultantes pueden ser interpretadas com factores que hacen más costosa la organización de afiliados para la scJ organizativa central y, por lo tanto, como intentos dirigidos a asegura r 11

acceso alternativo a los recursos que proporcionan los miembros. Estos cambios sociales han estado acompañados por dos cambin

políticos. De un lado, los mayores niveles educativos han contribuido aumentar los niveles de competencia política de los ciudadanos. Mcjn informados, más articulados y con más tiempo de ocio, los votantes snn menos dependientes de las organizaciones de partido para conectarse cnn el mundo de la política. También se muestran menos propensos a accp tar el papel relativamente pasivo que los partidos de masas tradicional habían asignado a sus militantes de base (cf., por ejemplo, Barnes, Kaa y otros 1979). A medida que las <<tropas>> rehúsan seguirles ciegamcnt la influencia de los líderes partidistas, cuya posición se basa en el mand de esas tropas, disminuye proporcionalmente. De otro lado, el incremcn to de la competencia cívica, la atenuación de los lazos sociales y el UN

creciente de los canales de comunicación generales, en lugar de los dol partido, forzaron el debilitamiento de muchos de los procesos que haNt entonces moldeaban un fuerte sentimiento de identificación partidista ( si se quiere, subcultural). Pero como la identificación partidista no s<'ll proporciona un colchón de apoyo que permite amortiguar temporalmcnt los fracasos electorales, sino también la base para las recompensas sol id rias de los afiliados, esos procesos pueden también alterar el equilibrio d fuerzas dentro de los partidos.

Aunque esta discusión ilustra cómo el cambio en los partidos cNt condicionado por la necesidad de adaptación al entorno, resulta neccsari

LA SUPREMACIA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

il'l tuar, al menos, tres matizaciones a la dicotomía simple de estímulo r•'' 1 nno y respuesta interna. Primera, algunos de los estímulos de cambio o generan internamente y, una vez que un partido comienza a adaptarse, lo 11van fuerzas que pueden transmitirse a lo largo y ancho de la orga-

1111 .11.:ión. Segunda, y quizás más importante, muchos de los estímulos o '1 crnos» descritos con anterioridad son el resultado de las acciones del

1o111 ido. Por ejemplo, son los partidos en el gobierno los que han votado 1o11 ,, sí mismos los subsidios públicos, el acceso a los medios de comunica­

iotll de masas o (de forma indirecta, a través del Estado de bienestar) unos 11'1 wrados más longevos y mejor informados. Finalmente, y para comple­

!·11 ,.¡ círculo, el entorno responde también a los cambios efectuados por loo·, p;lrtidos. Una explicación del declive de la identificación partidista, por

lo 111plo, es la decisión de los partidos de extenderse más allá de sus bases ooo 1.\l cs tradicionales y distanciarse de quienes se identifican con él y de 11 , .lfiliados. En muchos casos, pues, más que el simple estímulo seguido

dt1 1111 :1 única respuesta, o de una causa seguida de una consecuencia, se

lliouluce en cambio un proceso de auto-refuerzo que, creemos, lleva a .li ', p.1rtidos de la mayoría de las democracias contemporáneas hacia una 1" o·• ll ión en la que el partido en las instituciones públicas se encuentra en 1111 111dudable nivel de supremacía.

Aunque hayamos sugerido que este cambio en el equilibrio interno de 1" oolt•r puede ser identificado casi al margen de cómo pueden tipificarse las

o11\.111izaciones partidistas, también sostenemos que el giro hacia la prima-11 old partido en las instituciones públicas ha sido facilitado precisamente

1" ol los mismos factores con los que asociábamos la aparición del << partido ''¡, .¡.,y con la absorción de los partidos por el Estado (Katz y Mair 1995).

lio 111 ,111era más específica, la dependencia creciente de los partidos respec­'" dt • los subsidios estatales (un proceso que facilita la creciente primacía

lo 1 p.1rtido en las instituciones públicas) arrastra evidentemente a estos 1'·1111dos a una relación mucho más estrecha con el Estado. La progresiva 1' ·11111 1 pación generalizada de los partidos en el gobierno (un desarrollo

111o lt ,1 contribuido a privilegiar al partido en las instituciones públicas) es l•llltlllt'' ll un punto clave del proceso de cartelización. Más aún, es probable p1o d movimiento hacia la cartelización se haya reforzado a medida que

l11 •1 p.11 t idos en las instituciones públicas eran empujados a adquirir mayo­lltvdcs de autonomía de los que disfrutaban con el modelo partidista

h íll . 1~ . 1s, e incluso con el del partido catch-all. Finalmente, aunque de ln1111:1 no tan directa, a medida que la política se convierte en una carrera

111 ook~1onal y se desvanecen las diferencias sustantivas e ideológicas entre 11- ltolncs políticos en competición (a través de un consenso voluntario

loo1t.1do), los propios líderes parecen asumir unos propósitos comunes, ltllldoo l.1 impresión de que cada uno de ellos parece encontrar la manera 11 .1 ~ 1'.1l d o apropiada de llegar a acuerdos con sus enemigos antes incluso 1111 o 1111 sus propios seguidores de base. Parafraseando a Michels, parece 1"' .tltora cada vez hubiera menos en común entre dos miembros de un

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partido, uno de los cuales ostenta un cargo público, que lo que hay en dos cargos públicos pertenecientes a partidos distintos. De ese modc mientras la posición del partido en las instituciones públicas puede c:n contrarse en ascenso en cualquiera de las variedades de organizacion partidistas contemporáneas sobre las que se ha teorizado en la literatur moderna sobre partidos, esos privilegios son claramente un sine qua no de la aparición y consolidación del partido cartel.

CONCLUSIONES

Aunque el alcance de este capítulo sea demasiado limitado para permitt una completa exploración de las implicaciones de esos cambios, nos gu taría destacar tres puntos concisos a modo de conclusión. En primer luga nos parece apropiado trazar una asociación entre, por un lado, el ascens progresivo del partido en las instituciones públicas y la hipotética cart lización de los partidos y, por el otro, el aparente aumento durante lo últimos años de los sentimientos de desconfianza e incluso alienación con respecto a los principales partidos (Poguntke y Scarrow 1996a; Daald 1992 y su capítulo en este libro, así como también el de Torcal, Montcr y Gunther). Como los líderes de los partidos son cada vez más autónomo de sus seguidores y están cada vez más ocupados consigo mismos y con su propio mundo, es casi inevitable que sean a su vez percibidos como m;\ lejanos. Esto, por sí solo, es suficientemente problemático. Pero cuando esta lejanía se acompaña además de una percepción de fracaso en su actuaciones (aunque dicho fracaso pueda ser debido a unas condicion nacionales e internacionales que escapan al control específico del partido), puede desarrollarse un sentimiento de alienación y de desconfianza qu conciba el liderazgo político no sólo como algo distante del ciudadano, sino también como algo que sólo busca el interés propio de esos líderes

En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, es evidente, a tenor de las experiencias recientes tanto en Europa como en Estado Unidos, que existe ahora un área de captación potencial que puede st· explotada por los llamados <<partidos antipartido >> , con frecuencia de t'X

trema derecha, que combinan los llamamientos a los votantes alienadoM por los partidos establecidos con apelaciones a sentimientos xenófobos, racistas y esencialmente antidemocráticos (Mudde 1996). En otras pal;l bras, aglutinando en un solo <<bloque>> a todos los partidos establecidos, al que se opondrían los ciudadanos desafectos, estos nuevos partidoN extremistas intentan a menudo transformar una oposición particular a lo que entendemos como la cartelización de los partidos en un asalto generalizado al sistema de partidos como tal. Y posiblemente tambiC:u en un asalto a los valores democráticos en general. Aunque, con algu nas excepciones, el apoyo a dichos partidos sea relativamente marginal, l~l!

LA SUPREMACIA DEL PARTIDO EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

l'lllf donde podría contemplarse el comienzo de un genuino problema de ¡, t•,lt i mi dad en las democracias contemporáneas.

En tercer lugar, y como hemos argumentado de manera más extensa 11 otro lugar (Katz y Mair 1995; Mair 1997: cap. 6}, es importante reco­

lllll cr que mucho de lo que aquí resulta problemático ha sido el resultado ,¡, decisiones y acciones realizadas por los propios partidos. Dicho de otro ,,,mio, al privilegiar al partido en las instituciones públicas, los partidos

1 han arriesgado a ser vistos como beneficiándose a sí mismos y, directa 11 uH.Iirectamente, empleando los recursos del Estado para fortalecer sus l''''pias posiciones en términos de subsidios, recursos humanos, patronaz­'" 1 y esta tus. Como el partido de los afiliados se ha debilitado, los partidos l1 111 conseguido asegurarse su propia supervivencia como organizaciones IIIV;tdiendo en mayor o menor medida el Estado y, al hacerlo, pueden luhcr abonado el terreno de su propia crisis de legitimidad popular. Con • 1 .1scenso del partido en las instituciones públicas, en suma, los partidos .!1 l.1s democracias contemporáneas, cuya relevancia parece haber dismi­lllltdo, deberán enfrentarse ahora a la acusación de tener también más

t"'vilegios.

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64 Maurice Duverger

síntesis de aspiraciones contradictorias: pero la síntesis no es más que un poder del espíritu. La acción no es una selección, y la política es acción. La historia de los centros ilustraría este razonamiento abstracto: sígase, por ejemplo, la evolución del Partido Radical en la Tercera República, la del Partido Socialista o del Movimiento Republicano Popular en la Cuarta. No hay verdaderos centros más que por superposición de dualismos, como se verá: el M.R.P. está política­mente a la derecha, socialmente a la izquierda; los radicales, económicamente a la derecha, místicamente a la izquierda.

La noción de un dualismo político natural se encuentra en concepciones sociológicas muy diferentes, por lo demás. Algunos autores autores oponen el temperamento radical (en el sentido del siglo XIX: hoy diríamos el temperamen­to revolucionario) y el temperamento conservador:2 visión somera y aproxima­tiva, pero no inexacta. Es verdad que algunos se encuentran muy a gusto en medio de las ideas recibidas, de las tradiciones admitidas, de las costumbres corrientes; mientras que otros experimentan la imperiosa necesidad de cambiar­lo todo, modificarlo todo, innovar en todo. "Vale más hacer una cosa estúpida que siempre ha sido hecha, que algo inteligente que nunca se ha hecho"; esta humorada inglesa expresa admirablemente el temperamento conservador. Se ha propuesto identificar estas dos tendencias con edades diferentes, siendo la juventud "radical" y la edad madura conservadora: los legisladores conocen desde hace tiempo este hecho, al elevar la edad de la mayoría electoral para favorecer a la derecha y bajarla para favorecer a la izquierda. El marxismo restablece en una forma diferente y moderna ese maniqueísmo arraigado, con la oposición de la burguesía y el proletariado, que el bipartidismo actual de los países anglosajones encarna aproximadamente. Los estudios contemporáneos de ciencia política encuentran un dualismo de tendencias en los países más divididos políticamente: bajo los partidos múltiples y diversos de la Tercera República, Fran~ois Goguel ha podido mostrar la permanencia de una lucha entre "el orden" y "e) movimiento". En los pequeños pueblos de Francia, la opinión distingue espontáneamente a Jos "blancos" y a los "rojos", los "clericales" y los "laicos", sin preocuparse por las etiquetas oficiales, más diversas: de este modo apresa lo esencial. A través de la historia, todas las gra~des luchas de facciones han sido dualistas: Armañacs y Borgoñones; Güelfos y Gibelinos, · Católicos y Protestantes, Girondinos y Jacobinos, Conservadores y Liberales, Burgueses y Socialistas, Occidentales y Comunistas; todas estas oposiciones son simplificadas, pero sólo borrando las distinciones secundarias. Cada vez que la opinión pública se ve enfrentada con grandes problemas de base, tiende a cristalizarse alrededor de dos polos opuestos. El movimiento natural de las sociedades inclina al bipartidismo; puede, evidentemente, ser contrariado por tendencias inversas, que trataremos de definir más adelante.

2. Cf. en especial Macaulay, History o{ England, Londres, 1849, 1, pp. 82-83.

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El partido burocrático de masas y el partido profesional electoral(*)

A ngelo Panebianco .

A comienzos de los años cincuenta Maurice Duverger daba cuenta de la consolidación en el seno de los regímenes democráticos, del partido de

masas frente a cualquier otro tipo de organización política: su misma obra puede ser leída, y lo ha sido, como un himno a las virtudes políticas del partido de masas. Como consecuencia lógica de este planteamiento, Duverger mantenía que los grandes partidos electorales estadounidenses, cuya evolución había sido hasta entonces muy distinta, constituían un caso manifiesto de "atraso" en el plano organizativo respecto a los partidos de masas del viejo continente.

Quince años más tarde Otto Kirchheimer, al enunciar su teoría del partido­escoba, daba la vuelta a esta interpretación: el partido de masas era sólo una etapa, históricamente superada o en vías de superación, de una evolución organizativa que está transformando los partidos de "integración" (género al que pertenecían, tanto los partidos de clase como los confesionales) en agencias electorales cada vez más parecidas a los partidos estadounidenses.1

En contra de lo que pretende una opinión muy difundida, Kirchheimer al acuñar la expresión de partido-escoba, no pensaba en absoluto en una organi­zación cuya base electoral se hubiese hecho tan heterogénea que le permitiera representar a todo el espectro social, y cuya vinculación con la originaria classe gardée hubiera desaparecido por completo, .Kirchheimer sabía perfectamente• que esos rasgos no han caracterizado nunca, ni probablemente caracterizarán nunca, a ningún partido. Porque ningún partido puede permitirse borrar por ' completo su propia identidad frente a las organizaciones rivales. Al igual que

(•)Tomado de Angelo Panebianco,Modelosde Partidos. Alianza Universidad, Madrid, 1990, pp. 488-497.

l. O. Kirchheimer, -rhe Transfonnation of the Western European Party System", en J . La Palombara, M. Weiner (eds.), Political Parties and Political Development, cit., pp. 177- 200. Vid la versióncast.ellana del trabajo de Kirchheimeren Kurt Lenk, Franz Neuman (eda.)Teorlaysociologla criticas de los partidos poUticos, Barcelona, Anagrama, 1980, pp. 328 y ss ..

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66 Angelo Panebianco

sabía, por otro lado, que el viejo partido de masas nunca organizó únicamente a su classe gardée (porque una cosa es el "territorio de caza" --classe gardée- del que depende la identidad organizativa del partido, y otra la base electoral que siempre es más amplia y que incluye, inevitablemente, otros sectores sociales).

La transformación del partido de masas en partid~scoba es, según el análisis de Kirchheimer, menos dramático: los lazos con la vieja classe gardée se mantienen, pero se hacen más livianos, se diluyen; el partido, simplemente se abre más que lo ~acía antes a otros grupos sociales. Para expresarlo con mis propios términos, aquella transformación comporta, naturalmente, una altera­ción del territorio de caza y, por tanto, una redefinición de la libertad organiza­tiva (como ocurrió con el SPD en Bad Godesberg), pero en ningún caso llegará al extremo de convertir al partido en un representante de la sociedad tout azimut. El partido concentrará preferentemente su atención en aquellos secto­res "que no tienen evidentes conflictos de intereses entre sí"'' y seguirá estando condicionado en su práctica por las tradiciones políticas y por la fisonomía del sistema de estratificación socia12. ·

La excesiva atención hacia las implicaciones de tipo más sociológico de la teoría del partido~scoba (en concreto, por los cambios en la composición social del electorado de los distintos partidos) ha hecho que se olviden, a menudo, determinados aspectos de aquella transformación que para Kirchheimer son, en camb.io, más importantes:

l. Una marcada desideologización, una reducción del "bagaje ideológico" del ,. partido y una concentración de la propaganda en el mundo de los valores3

,

./ en ternas generales en que son compartidos en principio por amplísimos sectores del electorado: el "desarrollo económico", la "defensa del orden público", etc ..

2. Una mayor apertura del partido a la influencia de los grupos de interés, acompañada de una transformación de las viejas organizaciones afines al partido (del tipo sindical, religioso, etc.) en grupos de interés con lazos más débiles y relaciones con el partido más esporádicas que en otro tiempo.

3. La pérdida del peso político de los afiliados y de un declive pronunciado del papel de los militantes de base.

4. El fortalecimiento del poder organizativo de los líderes, que se apoyan ahora, para la financiación de la organización y para mantener sus lazos con el electorado, más en los grupos de interés que en los afiliados4 .

2. lbidem, p. 332. 3. Sobre la distinción entre problemas de "valores• y problemas de "posición·, cfr. D. Stokes,

"Spalial Modele ofParty Competition•,American Political &únce Reuúw, XVIII (1963). 4 . El papel de las cuotas de los afiliados como mecanismos de fmanciación de la organización,

se reduce, no sólo por la inter~ención de los grupos de interés, sino por el recurso a la financiación pública, cuya generalización no podía preverse aún a comienzos de los años sesenta, cuando escribía Kirchheimer. Hay que hacer notar, sin embargo, que la financiación pública y la que se realiza desde los grupos de interés, aun confluyendo ambas en la reducción del peso organizativo de los afiliados,

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El partido burocrático de masas y el partido profesional electoral 67

5. Unas relaciones más débiles entre el partido y su electorado, que dejan de depender de la existencia de una fuerte implantación social de aquél o de subculturas políticas sólidas y compactas.

Hasta aquí los apuntes de Kirchheimer sobre las transformaciones organi­zativas que acompañan a la consolidación del partido--€scoba. Pero si además tornamos en consideración las indicaciones de la literatura más reciente sobre los partidos que, al menos en ciertos aspectos, se aproximan más al modelo de Kirchheimer, podemos enumerar otros rasgosorganizativosqueparecen propios de este tipo de partido. Desde mi punto de vista hay un aspecto especialmente ·. importante que sólo de un modo implícito puede considerarse presente en el 1

análisis de Kirchheimer: la progresivaprofesionali.zación de las organizaciones de partido. En el partido de masas descrito por Weber, Michels y Duverger, el "aparato", la burocracia de partido (la que yo he definido como "burocracia representativa") desempeña un papel crucial: la burocracia representativa es el instrumento mediante el cual los líderes del partido de masas mantienen los estrechos lazos que les unen con los afiliados, y, a través de éstos, con el grupo social de referencia, la classe gardée. · En cambio en el nuevo partido son los profesionales (los "expertos", los técnicos que dominan una serie de conocimien­tos especializados), los que desempeñan un papel cada vez más importante y que son tanto más útiles cuanto más se desplaza el centro de gravedad de la organización desde los afiliados a los electores. A su vez, la profesionalización comporta una serie de consecuencias en el plano organizativo (sobre las que he avanzado algunas hipótesis en el capítulo XII) .

La distinción entre burócratas y profesionales puede servirnos como criterio principal para distinguir dos tipos ideales de partido: el partido burocrático de masas y el partido profesional~lectoral5. Estos dos modelos se diferencian en toda una serie de aspectos.

parecen tener efectos contrapuestos sobre la organización: mientras que la financiación pública (con variaciones de unos partidos a otros y según sean las distintas legislaciones nacionales) tiene en la mayoría de los casos como efecto una "concentración del poder", es decir, pone en manos de los lfderes del partido un ronjunto de recursos monetarios superiores a los que están a disposición de sus adversarios internos, la financiación desde los grupos de interés actúa en la dirección opuesta. Es decir, tiene como resultado una "fragmentación" del poder organizativo: el patrocinio de sus propios candidatos en los distintos pat;t.idos por parte de los grupos de interés, as( romo las funciones de intermediación financiera desempenadas por los polfticos, ponen en manos de un número tenden­cialmente elevado de los lfderes, recursos financieros ronvertibles en recursos políticos, utilizables en la competición interna.

5. El partido burocrático de masas y el partido profesional-electoral no son sino una traducción en tipos, de análisis cuyos puntos de referencia son, respectivamente, los trabajos de Duverger y de Kirchheimer. He preferido usar la expresión partido profesional electoral, en lugar de la de partido-escoba, no sólo para acentuare) aspecto de la profesionalización sino también para subrayar que el aspecto básico es el organizativo y no el de la representación social. Con algunas diferencias y ron preocupaciones distintas, la tipologta que más se aproxima a la que presentamos aquf es la elaborada por W. E. Wright, Comparatiu~ Party Models: Rational-E{fi,cient and Party Demd· cracy, cit ..

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Partido burocrático de masas

a) Papel central de la burocracia (competencia político administrativa).

b) Partido de afiliación con fuertes lazos organizativos de tipo vertical que se dirige sobre todo a un electorado fiel.

e) Posición de preminencia de la dirección del partido; dirección colegiada

d) Financiación por medio de las cuotas de los afiliados y mediante actividades colaterales.

e) Acentuación de la ideología. Papel central de los creyentes dentro de la organización

Angelo Panebianco

Partido profesional electoral

a) Papel central de los profesionales (competencias especializadas)

b) Partido electoralista, con, débiles lazos organizativos de tipo vertical y que se dirige ante todo al electorado de opinión.

e) Posición de preminencia de los representantes públicos; dirección personfficada

d) Financiación a través de los grupos de interés y por medio de fondos públicos.

e) El acento recae sobre los problemas concretos y sobre el liderazgo. El papel central lo desempeñan los arribistas y los representantes de los grupos de interés dentro de la organización.

Las diferencias que acabamos de enumerar no requieren especiales comen­tarios. Se trata simplemente de la enumeración detallada de una serie de cambios organizativos, en parte incluidos en la descripción de Kirchheimer, en parte entresacados de la rica literatura empírica existente sobre los cambios que se han producido recientemente en numerosos partidos occidentales. Natural­mente que se trata de dos tipos ideales. Así como en el pasado, ningún partido respondió por completo al tipo "burocrático de masas" (y ésta es una de las razones por las que he elegido en este libro un código de lectura distinto del que proponía la literatura tradicional sobre los partidos) en nuestros días ningún partido responde tampoco totalmente, ni podrá probablemente nunca respon­der, al tipo "profesional-electoral". Existe una serie de tendencias comunes que al afectar a partidos con historias organizativas muy distintas entre sí, abocan a resultados diferentes. El tipo ideal del partido profesional-electoral (al igual que el tipo burocrático de masas) no es más que un contenedor construido con mimbres muy poco espesos, que sirven para mostrar ciertas líneas de tendencia; lo que queda por resolver es el problema de las diferencias y de las adaptaciones del modelo de una organización a otra. En la mayoría de los casos lo "viejo" y lo ~nuevo" tienden a superponerse y a coexistir en toda organización (y a generar tensiones y conflictos en su seno). Por otra parte, las transformaciones se producen con fuertes variaciones, no sólo en las formas sino en los tiempos, entre unas sociedades y otras y entre unos partidos y otros.

En todo caso las variables que más parecen incidir sobre la velocidad e intensidad de la transformación, son fundamentalmente dos.

La primera puede extraerse del cuadro analítico que hemos utilizado en este trabajo. Puede afirmarse que, una vez que se dan las circunstancias que propician aquella transformación, ésta será tanto más rápida cuanto más bajo

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El partido burocrático de masas y el partido profesional electoral 69

sea el nivel de institucionalización alcanzado por el partido en el periodo ¡ anterior. Por el contrario, cuanto más alto sea el nivel de institucionalización,. más instrumentos tendrá el partido para resistir las presiones que lo empujan a transformarse: por ejemplo en Francia, el PCF que es una institución más fuerte, ofrece más resistencia que otros partidos; en Italia, la DC o el PSI se transforman, al menos en ciertos aspectos, antes que el PCI, etc .6 .

La segunda variable la señala el propio Kirchheimer: reside en el grado de · fragmentación del sistema de partidos. Son, sobre todo los grandes partidos, desde el punto de vista de su fuerza electoral, los que según Kirchheimer, experimentan las mayores presiones en favor del cambio. Por tanto, cuanto menos fragmentado se halle el sistema de partidos, y más dominado por la presencia de unas pocas grandes organizaciones, el cambio se producirá antes · y más rápidamente. Una.fragmentación excesiva del sistema de partidos tiende, por el contrario, a frenar, a retardar la transformación.

Las causas de la progresiva consolidación del partido profesional electoral se hallan en el medio que rodea a los partidos. Los cambios organizados surgen bajo el impulso de un desafío exterior, de un desafio generado por cambios en el entorno (y que actúan sobre los partidos en la forma descrita en el capítulo XIII). Hay dos tipos de cambios ambientales que afectan desde hace tiempo a las sociedades occidentales y que parecen hallarse en el origen de esta transformación 7.

El primero de esos cambios, sobre el que investigan tradicionalmente los sociólogos, afecta a los sistemas de estratificación social y tiene que ver con las modificaciones que se han producido, no sólo en la proporción entre los distintos grupos ocupacionales (descenso de la fuerza de trabajo empleada en la industria, inflación del sector terciario, etc.) sino también en las características y actitudes culturales de cada grupo. Los análisis que insisten en describir la composición social del electorado y de los afiliados a los partidos, marginando este aspecto, no ayudan a clarificar las cosas. Constatar, por ejemplo, que tal o cual partido comunista o socialista tiene aún, más o menos, la misma proporción de electo­rado "obrero" que en otro tiempo, significa poco o nada si se olvida que, entre tanto, la fisonomía de la clase obrera en el mundo occidental ha cambiado profundamente. Y que si la división histórica, con importantes consecuencias sobre toda la trayectoria de los partidos comunistas y socialistas (y de las organizaciones sindicales naturalmente), ha sido la que se establecí~ entre obreros calificados y los no calificados, hoy en cambio la división principal es la

6. En otros aspectDs, sin embargo, el caso italiano abre amplios márgenes de incertidumbre : el PCI es un partido en el que la profesionalización se halla muy avanzada y en el que existen aspectDs pertenecientes a ambos tipos que se entrelazan y se superponen (dando lugar a tensiones internas) desde hace ya algunos ai'los.

7 . Por otra parte, se trata de retos de distinto género. El reto externo que hace catalizador del cambio organizativo es un reto de tipo coyuntural (luna derrota electDral, etc.). Los retos que ahora contemplamos son en cambio de tipo estructural, surgen como consecuencia de grandes transforma­ciones de lenta gestación en el entorno de los partidos. Naturalmente, entre los retos coyunturales y los retos estructurales, existe u na determinada relación, en cuanto que los segundos, para producir transformaciones en los partidos, tienen que ser •activados~ por retos del primer tipo.

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que existe entre los obreros de los sectores industriales básicos, sindical y políticamente representados, y los nuevos obreros marginales de los sectores industriales periféricos8. Y esto es algo que cambia profundamente el rostro político del electorado de esos partidos (puesto que incide sobre el contenido de las demandas políticas). Al igual que tiene poco sentido medir el grado de adhesión a los distintos partidos de las clases medias sin considerar los cambios en las actitudes y en los comportamientos políticos derivados de las modifica­ciones que se han producido en la fisonomía de ese sector social9. De modo análogo, no basta, en el caso de los partidos confesionales, con verificar la "cantidad" de creyentes, que siguen aún a estos partidos, si no se tienen en cuenta también los cambios que comporta el proceso de secularización y la difusión de la enseñanza, en las relaciones entre los creyentes, las instituciones religiosas y los partidos.

Las transformaciones de la estructura social que la teoría sociológica con­temporánea intenta descifrar con acentos distintos y una gran variedad de etiquetas (sociedad compleja, sociedad postindustrial, sociedad tard()-{:apitalis­ta, etc.) 10 repercuten en los partidos, modifican las características de su terri­torio de caza y actúan sobre sus escenarios políticos. El electorado, por ejemplo, se hace social y culturalmente más heterogéneo y menos controlado por los partidos a través de la organización. Y ello crea una fuerte presión en favor del

· cambio organizativo.

El segundo cambio que se ha producido es de tipo tecnológico y consiste en · una reestructuración del campo de la comunicación pol ítica bajo el impacto de los rnass-media y en particular de la televisión (la fecha emblemática es 1960 con ocasión de las elecciones presidenciafes-en.Estados Unidos). Poco a poco, el papel central que en todas partes ha adquirido la televisión en la .c::_ompetjción politica, comienza a desplegar sus poderosos--efectos sobr~ la organización de los partidos11. Cambian las técnicas de propaganda y ello genera un terremoto organizativo: los viejos roles burocráticos pierden terreno como instrumento de organización del consenso y nuevas figuras profesionales adquieren un peso creciente12_ Al modificar las formas de la comunicación política con un público

8. Cfr. A. Pizzorne, 1 soggetti del Pluralismo, cit., p. 209. En relación con el caso italiano las investigaciones sobre el mercado de trabajo han sacado a la luz estos dos aspectos: cfr. las observaciones elaboradas, a partir de estas investigaciones, por Massimo Pací, Aris Accernero y Bianca Baccalli, en AA VV. Mulamento e classi sociali in Italia, Napoli, Ligueri, 1981.

9. Una vez más, sobre el caso italiano, cfr. C. Carboni, (ed.), 1 ceti medi in Italia, Bari, Laterza, 1981.

10. Sobre la sociedad postindustrial la referencia obligada son los dos trabajos que, desde ángulos políticos y científicos distintos, han afrontado más brillantemente el tema: D. Bell, The Coming o{ post-Industrial Society, New York, Basic Books, 1973, y A. Touraine, La Soci.eti Post-lndustrielle, Parfs, Editions Dcnoel, 1969. Para un análisis critico de esta literatura, crf. K. Kumar, Prophecy and Progress, Hannondsworth, Penguin Books, 1978.

11. Crf. L. Maisel (ed.), Changing Campaign Techniques, London, Sage Publicalions, 1977. Sobre el caso de los Estados Unidos, vid. A Rawley Saldich, Electronic Democracy, New York, Praeger, 1979.

12. Fundamentalmente son dos los tipos de profesionales que surgen bajo el impulso de las transformaciones que han experimentado los sistemas de comunicación polftica: por un lado, los

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más heterogéneo y en general más instruido, los mass-media empujan a los partidos a desarrollar campañas "personalizadas", centradas en los candidatos, e "issue-oriented", es decir, centradas en temas específicos de alto contenido técnico que deben ser confeccionados por los expertos en los distintos campos.

La televisión, junto a los grupos de interés, se convierte en una correa de : transmisión entre los partidos y sus electores más importante (aunque precaria · por definición) que las tradicionales organizaciones colaterales y que los funciona­rios o los afiliados. Funcionarios y militantes aún son funcionales para la organi­zación, pero su papel se ve reducido por la consolidación de la política televisiva. Una de las consecuencias de este proceso es que tiende a delinear de distinta forma -con distinta intensidad en función de las circunstancias del partido- el mapa del poder organizativo en los diversos partidos; Los afiliados (y los funcionarios) cuentan menos ya sea desde el punto de vista financiero, ya sea en cuanto lazo de unión con los electores. Y ello acarrea un declive del peso político de los dirigentes del partido (cuyo poder organizativo se basaba en el intercambio desigual con los funcionarios y con los afiliados) mientras crece simétricamente el peso de los representantes públicos que ocupan cargos electivos.

Los cambios en la estructura social y en los sistemas de comunicación política, contribuyen a erosionar las subculturas políticas tradicionales, "conge­ladas" durante largo tiempo, gracias a la fuerte implantación organizativa de los partidos burocráticos de masas. El área del electorado fiel se reduce y declina ese alto nivel de identificación con los p_arti.dos que aseguró en el pasado la estabilidad electoral de la mayor parte de los países europeos13. El electorado . se hace más independiente del partido, la integración social "desde la cuna al ; féretro" en un fenómeno que ya sólo afecta, en todas partes, minorías en declive. Aumenta de este modo la "turbulencia", la inestabilidad potencial del escenario l electoral. Y éste es el principal desafío que obliga a los partidos a organizarse,

técnicos de la comunicación en sentido estricto <los expertos en sondeos, los especialistas en el uso de los mass media, etc.); por otro, los especialistas en los distintos sectores a los que se extiende la intervención de los partidos {economistas, urbanistas, etc ,) puesto que la concentración de las campañas en las "issues~ comporta una tecnificación creciente · del contenido de los mensajes políticos. Sobre el carácter altamente profesionalizado de las campanas electorales en los Estados Unidos, hay datos útiles en R. K. Scott, R. J . Hrebenar, PartUs in Crisis. Party Poli.tics in America, New York, Wiley andSons, 1979,esp. pp. 155 y ss .. Sobre la profesionalización alcanzada en nuestros días por los partidos británicos (con contratos a plazo con especialistas del sector publicitario), cfr. R. Rose, The Problem o( Party Gouernment, cit., pp. 6(}-89. Sobre la CDU cfr. E. K. Schench, R. Wildernman, The Pro(essionalization o( Party Campaigning, en M. Oogan, R. Rose {eds.), European Polititics: A Reader, cit., pp. 413--426.

13. Cfr., sobre la evolución electoral examinada por S. B. Welinetz, "Stabilitá e mutuamente nei sistemi participe dell'Europa occidentale·, Riuista Italiana di Sci.enza Política, III (1978), pp. 3--55. Cfr. también los análisis contenidos en P . H. Merks (ed.), Western European Party Sys~ms, New York, The Free Press, 1980. El fenómeno de la decadencia de la identificación con los partidos, antes de comenzar a manifestarse en Europa había alcanzado ya a los Estadoa Unidos; cfr. N. H. Nie, S. Yerba, J. Petrocik, The Changing American Voter, Cambridge, Harvard Univenity Presa, 1976. Sobre conexiones entre la decadencia de la identificación con los partidos, loa masa media y los cambios en la estructura social, vid. E. C. Ladd Jr .• C. D. Hadley, Trans{ormations o{ the American Party Sysúm, New York, Nort.on Co., 19782.

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72 Angelo Panebianco

a través de un proceso de mimetismo y de adaptación recíproca, según el modelo profesional electoraL

¡ El partido burocrático de masas era una institución fuerte. El partido \ profesional electoral es, por el contrario, una institución débiL La transforma­ción implica, por tanto, un proceso de d~sinstitucionalización. La autonomía del partido respecto a su entorno se reduce y, sirnétncamentE,"aumenta la autono­mía del elector respecto al partido; crece el peso político de los grupos de interés, y la tendencia a la "incorporación" de los partidos al Estado. Se reduce igual­mente la coherencia estructural de la organización (al declinar el papel central de los aparatos burocráticos y debido a la profesionalización y al crecimiento del peso político-organizativo de los cargos electos). Y dado que tienden a desapa­recer las fuertes subculturas políticas, que daban estabilidad a los escenarios electorales, y garantizaban la autonomía y la coherencia estructural de muchos partidos, no parece aventurado concluir que la época de los partidos institucio­nales fuertes (los partidos de masas de Weber y de Duverger), está llegando a su fin.

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Sociedades plurales y sistemas de partido(*)

Arend Lijphart

La tipología de Almond no sólo tiene íntimas ataduras con las teorías de separación de poderes y de grupos sobrepuestos sino que también converge

con la tradicional clasificación dicotómica de formas de gobierno democráticas de acuerdo con el número de partidos que operan en el sistema: dos partidos contra sistemas multipartidistas. Debería enfatizarse que esta tipología es comúnmente usada para distinguir no sólo entre sistemas de partido sino entre sistemas políticos completos. Por ejemplo, Sigmund Neumann arguye que "estos diferentes sistemas de partido tienen consecuencias de largo alcance para el proceso de votación y aún más, para la torna de decisión gubernamental. .. "

Una clasificación a lo largo de esta línea (de acuerdo con el número de partidos), por consiguiente, prueba "ser bastante sugestiva y esencial" 1. Y Maurice Duverger concluye que "la distinción entre un solo partido, dos partidos y sistemas multipartidistas tiende a volverse el modo fundamental de clasifica­ción contemporánea de los regímenes" 2.

Tanto Duverger como Neurnann hacen énfasis en que hay una estrecha relación entre el número de partido~ y la estabilidad democrática. Duverger cree que un sistema de dos partidos no sólo "parece corresponder a la naturaleza de las cosas" porque puede reflejar acertadamente la dualidad natural de la opinión pública, sino también tiende a ser más estable que un sistema multipartidista porque es más moderado. En el primero, uno encuentra una "disminución en el grado de divisiones políticas" que sirve para restringir la demagogia de los

(•) Tomado de Arend Lijphart., Democracia en las Soc~dades Plurales. Gel, Buenos Aires, 1989, pp. 23-27 .

L Sigmund Neumann, "Toward a Comparative Study ofPolitical Part.ies•, en Modern Political Porties: ApproacMs to Comparative Politics, ed. Sigmund Neumann, Chicago, University ofChicago Press, 1956, pp. 402-03.

2. Maurice Duverger, Political Porties: TMir Organization and Activity in tM Modern State, trad. Barbara y Robert. Nort.h, Londres: Methuen, 1959, p. 393.

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Qll.9 KIRC~ij¡§IMER EL CAMINO HACIA EL PARTIDO DE TODO EL MUNDQ

El partido Jt integración de masas ttnlts Je la Stgundt~ Gun-ra Mundial

Hacia principios de saglo los partidos socialistas colaboraron de modo decisivo a la integración social de sus miembros. Facilitaron en diversos sentidos el tránsito desde la sociedad agraria a la indusuial, y sometieron · 1 una gran parte de los oombres que hasta entoncsc hablan vivido como individuos aislados a una disciplina libremente aceptada, que, a su vez, guarda una estrecha conexión con la esperanza de una futura reorgani­zación de la sociedad. Esta disciplina, sin embargo, tenfa sus rafees en el rechazo por parte de estos partidos del sistema polhico de la tpoca ante­rior a la Primera Guerra Mund.i19l. Quedan asegurar y acelerar el final de este sistema mediante la identificación de la población en su conjunto con su actitud, entonces considerada ejemplar.•

Durante la Primera Guerra Mundial, e inmediatamente desputs, los res­tantes grupos polhicos pusieron de manifiesto que aún no estaban dispues­tos a satisfacer las exigencias de los partidos de masas de la clase obrera, exigencias que estaban fundadas en las reglas de juego formales de la democracia. Esta actitud fue la principal responsable de que no se con· siguiese la incorporación a la sociedad industrial de la clase obrera, con

l. El signifindo de esta cuestión para Alemania y la ascensión de Bebd como introductor de un e~rcito bien disciplinado en el campo enetniBo han sido tratados con frecuencia. El último an"isis es el de Gunther Roth, Th~ Soci.J D~mocr•tJ ;, lmp~ri•l G~rm•rry, Totowa, 1963. Iguales obsc:rveciones acerca de la función de inte­&ración social del socialismo valen tambi~n para Italia. Un observador tan hostil como Benedeuo Croce considera estos fectores en su exposición de la h.istori• itali•n• de 1870 a 19U. En Robert Michcls, So~i.lism•J ;, ltllli'"· Karlsruhe, 1925, pp. 270 Y u., se encuentran numerosas indicaciones coa apoyo documental.

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ayuda de sus organizaciones, de un modo tal que permitiese hablar de inte.r..:: gración polhica general. La participación en la conflagración, los largos . . , enfrentamientos acerca de la cuan da de las deudas de guerra, los devasta· . '@~. , ... ''''':."'''· . dores efectos de la inflación, el ascenso de los partidos bolcheviques y de .·'k. • (\..)

un sistma bolchevique, los cuales en la mayor parte de los palses europeos · · · .. / se disputaban encarnizadamente el favor de las masas con las organizaciones · · · \ ya existentes, y, por último, la influencia de la crisis iniciada al final del decenio, todo esto contribuyó mucho más • la politización de las masas que su participación en las elecciones, que su lucha por la ampliación del derecho de sufragio (Bélgi~a, Gran Bretaña, Alemania) o incluso que su incorporación a partidos y sindicatos. Pero politización no significa lo mis­mo que integración polhica: la integración presupone que la sociedad quiera reconocer sin reservas la plena participación polhica de todos sus ciudadanos. El resultado de la integración en partidos de masas de base clasista dependió de la actitud de las restantes fuerzas en el sistema po­lhico. En algunos casos esta actitud era tan negativa que condujo a un retraso de la integración en el sistema polftico o colaboró en la destrucción de éste.

Esto nos pone ante la otra . cara del fracaso que supone no haber pa­sado de la incorporación al partido proletario de masas, y a la sociedad industrial en general,1 a la integración en el sistema politico. Este fracaso se hizo visible cuando los partidos burgueses no consiguieron trahsfor­marse de partidos de representación individual en partidos de integración, tal como hemos visto en el caso de Francia. Ambas tendencias, el fracaso de Jos partidos proletarios de masas en la integración en el sistema polftico reconocido, y el fracaso de los partidos burgueses en la revolución hacia partidos de integración, se condicionan mutuamente. Una excepción, y sólo parcial, la constituyen los partidos confesionales, como el z~ntrum alemán o el Partito Popolar~ de Don Slurl0 .1 Estos partidos cumplfan hasta cierto· grado ambas funciones: integración en la sociedad industrial e integración en el sistema polhico existente. Pero el carácter confesional hizo de estos partidos unos bastiones aislados, y esta realidad perjudicaba seriamente su

2. lntqraci6n en la 10eiedad industri•l: mientras que el tnb•j•dor ha ~eeptado ciertos aspectos como la urb•nizaci6n y la necesidad de una cierta reBu1aci6n c.le la vida con las consiauientes •entejas de una sociedad de consumo de misas, la im· potencia del individuo y la eterna dependencia de las indic'<'iones dd superior son responsables de que se haya extendido cada vez más la actitud de una •huid• de la realidad•. Estos problemas aon tratados exhaustivamente por Andr~ Andrieux y Je•n Lianon, L'Ouwi~r tl'•ujourtl'hfli, Parls, 1960. Las diver1entes conclusiones a sKit de estas realidades y su amplio efecto ne111tivo sobre la ima1en polhica del trabajador son discutidas en detaUe por H. Popitz d . tJ., Dtts G~JdlJCh4/lsbiiJ. J~s Arb~itus, Tübingen, 1957. ~

}. Sobre la tipolottla de los partidos confesion•les ver Htns Meier, R~volutio" ""J Kirc~. Friburao, 1959, 2.• ed., 1964.

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capacidad de crecimiento.4 Si prescindimos de estas especiales excepciones, los partidos burgueses demostraron no ser capaces de transformarse de simples clubs para la representación parlamentaria en organiz~cioncs po. líticas de masas, apropiadas para concurrir con los partidos de integración de masas en el campo de las reglas de juego polftico establecidas. La in­citaciQn a que Jos partidos burgueses se organizasen con mayor fuerza fue muy reducida. Incluso despu~s de la democratización formal, el acceso al poder cst;Jtal siguió estando limitado por privilegios de educación y otros privilegios de clase. Donde la burguesía estaba num~ricamente en desven­taja, podía compensarla mediante las correspondientes relaciones con el cj~rcito y la burocracia.

Guslav Stresemann se encuentra en la encrucijada de esta era. Tiene que enfrentarse con un sJstema que comprende tres clases de partidos que se excluyen mutuamente: en primer lugar, los partidos democriticos de integración de masas, de hase confesional o de clase; en segundo lugar, los partidos de oposición de principio, que vinculan masas para utilizadas contra el orden existente; y, en tercer Jugar, los partidos mals antiguos, de representación individual. Stresemann fracasó en su esfuerzo constante por buscar soluciones de compromiso eficaces entre los partidos democr,ticos de masas, los partidos burgueses de representación individual al antiguo estilo y Jos sujetos de poder al margen de la estructura oficial de partidos. Su propio partido, fundaao sobre la representación individual, no podía ofrecerle una base suficiente para su polftica.'

No todos los partidos burgueses sendan la necesidad de transfor­marse en partidos de inte~ración. Mientras tales partidos segufan teniendo acceso por otras v(as a posiciones de poder estatal, podfa resultarles más fácil aplázar su tr~nsformación en partidos de masas; seguían utilizando el poder del Estado para mantener alejados del juego político a los partidos de integración de masas. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial se hizo insoslayable en todos los países europeos d reconocimiento de las leyes del mercado político. Y este cambio se reflejó a su vez en el cambio de estructura de los partidos polfticos.

4. Otra ucepción la constituían putidos como el Partido Popular Nacion&l­alem'n en la República de Wcimar. Ya su predecesor conservador antes de la Primera Guerra Mundial habfa aprovechado la capacidad de los representantes de los intereses agrarios (la Liga Agrada), para garantizar a sus correspondientes organizaciones po­lhicu un apoyo amplio y de confianza. Ver sobre esto, en general, Thomaa Nippcrdey, Di~ Or¡anisatio11 d~r d~ulsch~" PtJrUien vor 1918, Düsscldorf, 1961, V y VI.

~ . Ver las conclusiones finales de Wolfgang Hartcnstcin, Die An/ii11&~ d~r D~uts­chttt VolJcsparlci, Düsseldorf, 1962, y recientcmcncc tambibl H . A. Turner, Strese­ma,. and the Politics of the W eimtJr~r R~pa~blik, Princctoo, 1963.

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El partúlo J~ toJo ~1 mundo ~" l11 postgu~"ll

El partido burgu~s de viejo estilo, con su representación individual, se convierte ahora en excepción. Aunque algunos de estos partidos se man­tienen con vida, ya no determinan el carácter del sistema de partidos. Al mismo tiempo, el partido de integración, nacido en una época de diferen­cias de clase mlis profundas y de estructuras confesionales ·mis claramente reconocibles, se transforma en un aut~ntico partido popular, en un partido de todo el mundo (catch-1111-party). Renuncia a los intentos de incorpOrar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención ante todo hacia el electorado; sacrifica, por tanto, una penetración ideológica más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido. La perspec­tiva de una tarea polftica más limitada y de un· ~xito electoral inmediato se diferencia esencialmente de los antiguos fines más comprensivos; hoy se considera que los fines de antaño disminuyen el ~xito, porque asustan a una parte de la clientela electoral, que es potencialmente toda la po­blación.

Respecto de los parudos de masas de base clasista podemos distinguir, a grandes rasgos, tres estadios en este proceso de transformación. El pri­mero es el período en el que la fuerza del partido crece constantemente, período que dura hasta el principio de la Primera Guerra Mundial. Des­pués, en los años 20 y 30, encontramos la primera experiencia en la res­ponsabilidad gubernamental (Mac Donald, República de Wcimar, Frente Popular). Es un periodo que resulta poco satisfactorio, si comparamos las esperanzas de los miembros y dirigentes de estos partidos de masas con la manifiesta necesidad de un amplio consenso respecto del sis~ema polftico. De aquf resulta el estadio actual, m~s o menos avanzado, en el cual Jos partidos intentan alcanzar tooas las partes de la población, y algunos pre­tenden aún mantener firmemente ligado su electorado particular, la clase trabajadora, y al mismo tiempo incorporar otras capas de electores.

¿Es posible descubrir algunas leyes de desarroUo de esta transforma­ción, con especial atención a los factores que la impulsan, retrasan o man­tienen? Seda facilísimo tomar como determinante de mayor importancia el l~mpo actual dd desarrollo económico; pero en este caso habrfa que situar a Francia por delante de la Gran Bretaña, y tambi~n de los Estados Unidos, que siguen representando el ejemplo clásico de un sistema de par­tidos de todo el mundo, que lo abarcan todo. ¿Que! decir de )a influencia de la continuidad o discontinuidad del sistema polhico? Si ~ste fuese d punto de vista decisivo, Akmania y Gran Bretaña tendrfan que situarse en Jos extremos del espectro y no podrían mostrar una transformación similar. Tenemos que contentarnos, por tanto, con hacer algunas anotacio­nes respecto del desarrollo general y retener ciertos factores especiales li­mitativos.

En algunos casos, la satisfacción del ideal del partido de todo el mundo

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se cnau:ntra decisivamente limitada por la tradición de la estructura social. La base confesional que pentra toda la Democracia Cristiana italiana sig­nifica de antemano que el partido no puede apelar con ~xito a los elementos anticlericales de la poblacaón. Aparte de esto, nada impide al partido for­mular su llamamiento al electorado de modo que tenga las mayores posibi­lidades de ganar para s( ·más de esas numerosas capas de población a las que no afectan las vinculaciones clericales del partido. .Ei elemento ~irme de su núcleo doctrinal ha sido utilizado con bito desde hace tiempo para atraerse un electorado socialmente diferenciado.

Veamos ahora los otros dos grandes partidos europeos, d Partido So­cialdemócrata de Alemania (SPD) y el úbour Party de Gran Bretaña. Es improbable que uno u otro partido puedan hacer concesiones a los pro­pietarios de casas o a otros propietarios de bienes inmuebles, si quieren mantener al mismo tiempo una suficiente credibilidad entre las masu de la población urbana. Afortunadamente entre los trabajadores asalariados y a sueldo, empleados y funcionarios en las zonas urbanas y suburbiales, existe una comunidad de intereses suficiente para apelar a todos ellos al mismo ti.empo para fines estrat~gicos. As(, la tradición y la estructura tanto social como profesional pueden poner lfmitcs a la irradiación de un partido o abrirles capas potenciales de electores.

Auhque el partido no puede esperar alcanzar todas las capas electo­rales, s( puede esperar racionalmente conseguir más votos en todas aquellas cuyos intereses no entren en una coJisión tan fuerte que todo intento de gan~rsdas est~ al m•smo tiempo condenado de antemano al fracaso, o en­cierre el peligro de la autodestrucción. Pequeñas diferencias entre las as­piraciones de distintos grupos, por ejemplo entre empleados y trabajadores, pueden ser salvadas si se pone el acento especialmente en aquellos puntos del programa que favorecen a ambos, por ejemplo en el aseguramiento frente a los efeCtos perjudiciales de la automatización.

Más importante aún es la absoluta concentración en cuestiones en las que se toquen obj~tivos que apenas suscitan oposición en la comunidad. Si un partido pr~tende hac~r llegar a un electorado más amplio un IJama­miento que al principio s~ dirig{a tan sólo a una capa ~special de la po­blación, las mejores posibilidades d~ ~xito las ofrecen aquellos fines so­ciales que se sitúan m's all4 de los inter~ses de los grupos. Si, por ejemplo, un partido hace intensa propaganda de unas mejores posibilidades de for­mación, oirá protestas probablement~ Mbiles contra Jos costes elevados o contra el peligro de una nivelació~ de la enseñanza por parte de las ~lites que hablan disfrutado de privilegios de formación. En todas las demás capas, la popularidad de tal partido sólo estad influida por la rapidez e intensidad ~n comparación con los partidos concurrentes-- con que aco­meta esta importante cuestión que afecta a todos, y por la habilidad con la que su propaganda sepa unir las esperanzas de futuro de cada familia con las mejores posibilidades de formación. En este sentido, d electorado po-

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tendal es casi llimítado. El llamamiento amplio a capas m's grandes se ha extendido aqu( para un llamamiento casi ilimitado a toda la población.

De este modo, las fronteras del inter~s de grupo quedan rebasadas. En las sociedades desatolladas, de las que se trata aqu(, en las cuales se ha alcanzado un alto nivel de bienestar económico y de seguridad social, ampliados a todos por las instituciones del Estado del bienestar o asegura­das por el acuerdo entre las partes sociales, muchos hombres ya no tienen frente al Estado la insatisfecha necesidad de protección que tenlan antes. Por otra parte, muchos electores son ya C<?nscientes de )a complejidad y multiplicidad de los factores de los que depende su bienestar futuro. Este cambio en las cuestiones polhicas primordiales, y la orientación preferente hacia las mismas, puede inducirles a enjuiciar las alternativas no tanto según sus propias aspiraciones particulares, cuanto de acuerdo con la capacidad del dirigente politico para satisfacer las exigencias genera~es del futuro. Por ejemplo, entre los partidos modernos, la UNR francesa, llegada tar­diamente a la escena polftica, piensa sobre todo en cómo podrai poner de acuerdo con su especial forma de partido de todo el mundo las nigencias menos especializadas a las que se refiere una y otra vez su santo patrono, De Gaulle. Su activo consiste preferentemente en una doctrina de la misión y de la unidad nacionales, suficientemente vaga y flexible como para permitir diversas interpretaciones y que, sin embargo, al menos mientras el general siga en el poder, tiene la suficiente fuerza de atracción· corno para servir de adecuado punto de cristalización para muchos grupos e individuos ais­lados.'

Mientras que la UNR, por tanto, utiliza una ideología para hacer el llamamiento mais general posible a los electores, hemos visto cómo en el caso de la Democracia Cristiana italiana la ideologfa aparece como un factor faicilmcnte limitativo_ La ideolog(a de la UNR no excluye por prin­cipio a nadie. La ideolog{a cristiano-demócrata excluye por definición a los no creyentes, al m~nos a los electores realmente agnósticos. Paga Jos vlnculos de la solidaridad religiosa y las ventajas de las organizaciones promotor11 al precio de apartar a algunos millones de electores. Los partidos populares de Europa se encuentran en una fase de desideologiza­ci6n, que ha contribuido notablemente a su ascenso y ampliación. Desideolo­IÍzación polltica significa privar a la ideolog(a de su puesto de centro motor en la fijación de objetivos polhicos, y limitarla a ser uno de los elementos posibles en una cadena de motivaciones mucho más compleja. En los

6. Por la detctlpd6n del tercer cong~so de ¡;-U.N.R. e~· Je•n Ch1rlot, •les Troisi~mes Assitn Nationales de l'U.N.R.-U.D.T.• , en R~vu~ Frtmrllif J~ Sci~rru Politiqu~. feb~ro, 1964, se ve claramente a qu~ dificultades se enfrenta un partido cuando sus objetivos est'n completamente absorbidos por una ~rson1lid•d dinmica. Adem,s, es cl•ramente perceptible cómo corresponde precis•mente al estilo polhico del pt~rtido el hecho de que este p41nido popular deba su existencia a l• kahad • una persona.

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tdcticas cambiantes. El partido pereceda cuando ya no fuese capaz de fun­cionar como punto de conexión entre la población y el aparato de gobierno. Recoge quejas, ideas y problemas que son desatollados en otros puntos del sistema de orden polftico. Pero la prudencia que le impone su papel como gobierno, presente o futuro, exige acomodación y precaución. La natura­leza del actual partido de todo d mundo le prohfbe asumir de modo exclusivo una de las dos funciones. El partido tiene que alternar constante­mente su papel de crftica y su papel de apoyo al sistema poHtico existente; este cambio le impone difíciles tareas, pero es m~s dificil aún evitar este ir de un lado a otro. Para alcanzar un mbimo de eficacia en el seno del sistema polhico, el partido tiene que cumplir las tres primeras funciones señaladas. Si d parrido no estuviese en condiciones de incorporar a los hombres al sistema polhico, no po<lrfa obligar a otros titulares de poder a o{r su voz. El partido Influye en otros centros de poder exactamente en la misma medida en que la población est~ dispuesta a dejarse guiar ,por ~1. Y, viceversa, la población est4 dispuesta a ofr al pnrtido porque éste sirve como transmisor de exigencias polfticas, aqu{ llamadas prderencias de acción, que coinciden, al menos en parte, con las ideas, deseos, esperan­zas y temores polfticos del electorado. El nombramiento para cargos pú­blicos sirve como nexo de unión de todos estos propósitos, puede pro­mover la realización de preferencias de acción, si provoca reacciones posi­tivas por parte del electorado o de otros titulares de poder. El nombra­miento da forma concreta a la imagen del partido ante toda la población, y de la confianza de ~sta depende que el partido realice eficazmente sus funciones.

Podemos examinar ahora con detaUe la existencia o inexistencia de estas tres funciones en la actual sociedad occidental. En las condiciones actuales de una sociedad que se orienta cada vez m~s hacia ideas seculares v hacia bienes de consumo de masas, una sociedad en la cual se alteran las relaciones de clase o se manifiestan con menor dureza, los antiguos partidos de masas de base clasista o confesional están sometidos a una presión que los pone en vfas de convertirse en partidos de todo el ~undo. Lo mismo ocurre respecto de los restos de los antiguos partidos burgueses de representación individual que aspiren a un futuro seguro como organiza­ciones polfticas, independientes del albur de las leyes electorales de cada momento y de las maniobras tácticas del adversario.' Este cambio significa:

9. Sin ~mbargo, pauidos li~ral~s sin un programa espccialm~nte caracterizado o sin un especial electorado pu~d~n ~mprender el intento d~ una transforma<i6n ••1. Val lorwin ~ ha señalado d ejemplo excel~nte de un antiguo partido burg~és, el Partido Li~ral ~lga . En 1961 s~ transformó en Partido de la Li~rtad y el Progreso, el cual atenuó su acento anticlerical y apeló al ala derecha del Partido Social-Cristiano, inqui~ta por la coalición gu~mam~ntal de su parlido con los so­ci.Jiuas .

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.• a) Posponer de modo radtcal los componentes ideológicos del partido. Por ejemplo, en la SFIO francesa los residuos ideológicos sirven en el mejor de los casos como delgada cobertura del fenómeno que se conoce con el nombre de «molletisme•, que consiste en la absoluta primada de las con­sideraciones tácticas a corto plazo; b) mayor fortalecimiento de Jos pollticos situados en la 'cumbre del partido; lo que hagan o dejen de hacer ~ con­siderado desde el punto de vista de su aportación a la eficacia de todo el sistema social, y no a partir de la coincidencia o no coincidencia con los fines de la organización del partido; e) desvalorización del papel del miembro individual; este papel es considerado un residuo historico que pueden fal­sear la imagen de, partido de nueva construcción; 10 d) rechazo de la «chasst gardét-., de un electorado de base confesional o clasista, que se substituye por una propaganda electoral encaminada a abarcar toda la población; e) esfuerzo por estblecer lazos con los más diferentes grupos de interés. Las consideraciones financieras desempeñan sin duda un papel, pero son menos importantes aUi donde los partidos reciben medios públicos, como es el caso de Alemania, o donde tienen un acceso relativamente fácil a los medios de comunicación más importantes, como en Inglaterra y Alem11nia . La razón fundamental es obtener votos, para lo cual sirven como mediadores los grupos de interés.

De esta evolución, casi universal, se excluyen los restos, a .veces muy grandes, de los partidos de masas de base clasista, como son d Partido Comunista de Francia y el de Italia. Estos partidos se encuentran 'en parte petrificados y en parte confirmados, porque aqui coinciden el rechazo ofi­cial y las quejas legitimas de algunas capas. En esta situación, la experien­cia revolucionaria, cada vez más en segundo plano y menos utilizable, es arrastrada como un carga ceremonial. ¿En qué situación se encuentran estos partidos, que siguen pretendiendo celosamente la lealtad de sus miembros, mientras que, por otra parte, no pueden obtener ni siquiera una pequeña participación en el aparato estatal -su enemigo-- ni están dis­puestos a formar parte del gobierno? En el reclutamiento de miembros, y en el intento de mantenerlos disciplinados, se ven enfrentados a las mismas dificultades que las demás organizaciones. Pero, a diferencia de sus concu­rrentes, en el ámbito del sistema de orden polhico existente no pueden hacer de la necesidad virtud y acomodarse por completo al estilo del nuevo partido de todo el mundo.11 Este rasgo conservador no les cuesta la con-

10. Un completo material acerca de los puntos b) y e) nos lo ofrece el inleresante estudio realizado por Ulrich Lohmar a partir d~ su propia pruis polftica: lnntrpar­ltilicht Dtmoltratit, Stuttf!art, 1963, especialment~ pp. n-47 y 117-124. Ver tam· bién A. Pizorno, cThe lndividualislic Mobilization of Europu, en DtJtJ,JluJ, 1964, pp. 199, 217.

1 l. Sin embargo, incluso en Francia, y antes en Italia, la polltica qe los 'CO­

munistas se v~ forzada a acomod1t~ al nuevo estilo. Un ejemplo concreto d~ 1• época m's r~ci~nte lo ofrece G . Andrews, •Evreux l%2: Rcf~r~ndum and Electioru in a

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fianza de su clientela electoral. Por otra parte, la lealtad de sus seguidores, probada en cada nueva elecci6n, no supone un nexo tan fuerte que pudiese servir de base a acciones poUticas mlis amplias.

La actitud de estos electores, a diferencia de ciertos miembros del par­tido y activistas, confirma qu~ grande es la diferencia entre la plena parti­cipación en la vida política, en una sociedad dirigida al consumo de masas, y el viejo estilo político que se apoyaba en la primada de cambios poHticos radicaLes . Esta última alternativa está completamente ,pasada de moda en los países occidentales, y el partido de todo el mundo la ha excluido cuida­dosamente de sus previsiones, cálculos y s(mbolos. Quizá la pervivencía del viejo estilo se apoya en la falta total de conexión entre el comporta­miento en el ámbito de la sociedad y de la civilización y el estilo politico.12

La decisión del dector puede estar influida de modo distinto por su tra· dición famiüar o por su sentimiento de solidaridad con los políticamente más débiles, pero con ello no se convierte en una parte de la conexa estruc­tura de la personalidad . La decisión puede ser tomada también con la es~ranza de que no tenga ninguna influencia sobre el desarrollo político; entonces significa que el elector se acomoda al sistema polftico o existente o bien le vuelve la espalda, pero no que apoye conscientemente otra di-rección.

El partido de todo el mundo, el grupo de interés y el elutor: integración limitada

El potencial de integración del partido de todo el mundo consiste en una combinación de factores, cuyo resultado final visible radica en obtener para s( el día de la elección el mayor número posible de electores. Para ello es necesario que la imagen del partido penetre en la mente de millones de electores como una imagen en la que se confía . Y su papel en el terreno polhico tiene que ser el mismo que tiene, en el sector económico, un ar­ticulo de uso general, standardizado y ampliamente conocido. Sean cuales sean las corrientes del partido a las que el dirigente deba su ~xito en el mismo, es necesario que una vez llegado a su posición directora acomode dpidamente su conducta a exigencias generales standardizadas . Natural­mente, las notas diferenciales tienen que ser tales que el artículo sea reco-

Norman Constituency,., en Political Studi(f, octubre, 196), pp. 308-326 y, como ejemplo aún mís reciente , Maurice Duverger, cl'Eternel Marais, Essai sur le ccntrisme fnn~ais-, en R(vu~ Franraiu d~ Scitnu Politiqu(, febrero , 1964, pp. 33, 49.

12. Esta hipótesis es tratada prolijamente por Georgc:s Lavau, eles aspects socio­culturels de la d~politisation•, en Georaes Vedel (ed.), LA Dlpo/Wsalion: Mytht ou RialitfJ, 1962, esp. p . 198.. OtrC» intentos de explicación en Scymour Martín Lipset, •Thc Chanching Class Structurc and Contemporary Europcan Politics•, en D11eáalus, invierno 1964, pp. 271 .}()) .

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nocible a primera vista, pero el grado de diferenciación nunca debe ser tan grande que el posible comprador pueda temer aparecer como un elemento completamente marginal.

Del mismo modo que los artículos cuyo nombre es conocido en todas partes, el partido de todo el mundo que haya guiado el destino de un pueblo durante un tiempo, y cuyos dirigentes se hayan hecho así conocidos a todos los electores a trav~s de la pantalla del televisor y de los diarios, tiene una gran ventaja en popularidad. Sin embargo, esto ha!ita s6lo hasta cierto punto .. Circunstancias que posiblemente escapan al control del par­tido, e incluso de la oposición, como, por ejemplo, un escándalo en el gobierno o una crisis económica, pueden tener como consecuencia que la responsabilidad en el ~obierno se convierta súbitamente en un s(ntoma ne­gativo . Con ello, el elector se ve alentado a dar su voto a otro partido, de modo que de repente un cliente compra el artículo de la competencia.

Las r~glas s~gún las cuales se realizan las compet~ncias entre partidos de masas son extraordinariamente complejas; se parecen a un juego de dados. Cuando un partido posee o pretende un electorado que potencialmente coincide con toda la nación, cuando a esto se añade que ese electorado esti integrado en su mayorfa por individuos cuya relación con la polhica es superficial y no duradera, el número de los factores que pueden decidir el resultado dectoral final es prácticamente ilimitado, y frecuentemente no guardan relación con la eficacia del partido. El estilo y la apariencia del dirigente del partido, la influencia de un acontecimiento que no guarda ninguna conexión con la politica del pafs, el calendario de días festivos, la influencia del tiempo sobre la cosecha, tales fenómenos y otros simi­lares son determinantes para el resultado electoral.

Sin duda, el carácter específico del partido de todo el mundo contribuye menos a la formación de un conjunto de miembros leales, y sus fuerzas no bastan de ningún modo para introducir un cambio en las elecciones. Pero el resultado de un debate ante la televisión es inseguro, o pasa tan rápidamente sobre los electores que no deja una impresión que dure hasta el día de las elecciones. Por ello el partido popular est( en último tér­mino, obligado a procurarse un electorado m's estable. Sólo el grupo de inter~s, de factura ideológica o económica, o de ambas al mismo tiempo, está en situaci6n de ofrecer una reserva masiva de electores Ucilmente accesibles . Est' en contacto permanente con sus seguidores, sus comunica­ciones son aceptadas de buen grado, mientras que el partido de todo el mundo no tiene estas ventajas. No tiene un contacto tan grande con el público, aparte del número rdativamente reducido de aquellos que se in­teresan mucho por los puntos de vista representados por un partido, o que quieren hacer carrera en el partido o a trav~s de él.

A pesar de ello, el clima de las rdaciones entre el partido popular y los grupos de interés ha cambiado decisivamente desde la ~poca de flo­recimiento del partido de integración de masas de base clasista o confe-

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sional. Ambos, partido y grupo de inter~s. se han hecho mutuamente inde­pendientes. Sea porque se han fundido en una gran organización (como el l.Abour Party y el TraJ~ Unions Congr~ss) o porque sean formalmente independientes por completo (como el SPD y la Unión de Sindicatos ale­manes): Jo decisivo es que los papeles han cambiado.u En lugar de una estrategia común para un fin común existe ahora una evaluación de ser­vicios limitados que pueden ser prestados cuando siguen siendo provechosos para ambas partes. Si un partido quiere ganar el mayor número posible de electores, debe configurar sus relaciones con los grupos de inter~s de tal modo que no rechace ningún elector potencial ligado a otros intereses . Por su parte, el grupo de inter~s no puede nunca apostarlo todo a una sola carta. Esto podrfa herir la sensibilidad de algunos miembros que siguen otras direcciones poHticas. Más importante aún: el grupo de interés no debe destruir las esperanzas que puedan albergar otros part idos de todo el mundo de que algunos pasos en la dirección del grupo valdrlan la ~na el dia de la clc:cción. El partido y el grupo de inter~s se comportan como si ya ocurriese lo que siempre es posible, esto es, que el partido ha asumido la responsabilidad del g<>bierno, o toma parte en su formación, y que ya no es amigo o consejero sino instancia de decisión y resolución . Si el partido es investido súbitamente de la confianza de toda la comunidad , d mejor modo de cumplir sus funciones de gobierno, o de instancia de reso­luci6n será que pueda asa de nuevo todo el problema y resolverlo en un sentido que coincida, al menos a largo plazo, con todos aqueUos que re­claman atención para sus intereses.

En este punto nos enfrentamos a una cuestión decisiva : ¿Qu~ pape] debe desempeñar el partido de todo el mundo si ha de resolver conflictos de intereses? ¿No intenta todo gobierno situarse en la posición táctica ­mente más favorable para resolver de modo eficaz entre intereses en c:on­flicto? ¿Es necesario, vistas asf las cosas , el partido de todo el mundo? O, desde el punto de vista de los representantes de los intereses, ¿puede una sociedad renunciar a los servicios de los partidos, como ocurre hoy en Francia? Un partido es m's que un punto de reunión de exigencias de grupos de inter~s . Funciona al mismo tiempo como abogado, organización, protectora o, al menos, receptora de las exigencias de todos aquellos que no pueden elevar su voz tanto como quienes son representados por grupos de interés bien organizados. Esto es, representan a quienes no tienen aún una posici6n decisiva en el proceso de producción o a quienes han perdido tales posiciones, es decir, a la generación m's joven y a la más vieja, y también a aquellos que por su posición en la familia pertenecen más al grupo de los consumidores que al de los prodti:tores.

¿Podemos explicar esta función simplemente como una parte más de

13 Ver las conclusiones finales de Mutin Hurison, TraJ~ UniOIII lllld thc uboflr Party 5ina 1945 , Londres, 1960.

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la función de reunión del partido? Por desgracia, esta concepción funciona­lista tan sólo repite un lugar común y no aporta ninguna aclaración. Quienes no están arganizados, quienes con frecuencia no pueden ser orga­nizados en absoluto, s6lo se manifiestan el dfa de la elecci6n o, en todo caso, en comisiones o asambleas de partido convocadas en su inter~s y a toda prisa en vlsperas de las elecciones. ~Quiere y puede el partido apare­cer como abogado de sus intereses especiales? Un partido, que pretenda ganarse estas capas de electores, ¿puede no sólo contener las exigencias m's extremas de los grupos organizados, sino también trascender con su ayuda la situación actual de las relaciones entre los grupos y cambiar me­diante reformas toda la situación politica? Es imposible explicar en términos simples cuán hábil ha de ser el dirigente y qué ·grande la presión de acontecimientos externos, objetivos, para provocar un cambio tal en el paisaje polhico.

Esta tarea de trascender los grupos de intereses y alcanzar una posición de confianza en toda la nación, supone ventajas para el partido de todo el mundo, pero al mismo tiempo pone al descubierto una debilidad. Si el partido se mantiene apartado de intereses especiales, aumenta sus posibili­dades de éxito en el electorado, pero con eUo es inevitable que también descienda la intensidad de la dependencia que puede esperar . Si el partido es una organización que no protege una posición social, que no . ofrece un punto de apoyo para aspiraciones intelectuales, que no posee una imagen de la configuración del futuro, si en vez de todo esto es tan sólo una m'· quina de alternativas políticas a corto plazo, o que asoman sólo de cuando en cuando, se expone a los mismos riesgos a los que se enfrentan todos los productores de bienes de consumo: la competencia produce casi el mismo articulo, pero mejor empaquetado.

Participación limitaát~ ~n la J~urminaci6n J~ las pr~f~r~ncias J~ acci6n

Pasamos ahora a la determinación de las preferencias de acci6n y de sus perspectivas de realizaci6n. En el conocido modelo de Downs, la pre· ferencia de acción se deduce simplemente del intcr~s del partido en su objetivo m's inmediato, que es la victoria en la pr6xima clecci6n. En CO!l ~ ~u-~!!_~ja,_ el _ p_artido de~~!m.i':lará __ s~ . ~Htic_~ .~e tal mo~<>. . que el n~mcro de; micm.b!"Os _<f.~ _la . comunidad que se gane con ella sea mayor que el que se pierda.14 Los ejemplos de Downs están tomados con frecuencia, si no exdusivimente de terrenos como Jos impuestos, y ~ste es un campo en el que se puede operar con una equiparación de dinero y acción polftica. Pero el propio Downs ha señalado en alguna ocasión que la satisfacción o insa-

14. cDirige sus ecciones exclusiVIment~ a una única CAntidad : el plus J~ votos que pretende frente a la oposición al t~rmíno del periodo interclectoral en curso.» De A. Downs, A" Eco~tomic Th~ory of D~mocr.c1, 19-'7, p. 174.

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risfacción psicológicas, los temores o las esperanzas, son elementos que aparecen en las decisiones del elector con tanta frecuencia como )a esperanza de favorecimientos o pérdidas materiales inmediatas. Si no fuera as{, no podríamos explicar por qué tan grandes grupos de electores se han man­tenido largo tiempo fieles a los partidos de integración de masas de base clasista, a pesar de que con ello no obtienen ninguna ventaja material inmedia¡a. ¿Se podria decir, no obstante, que tales cálculos a corto plazo corresponden en mucha mayor medida a la relación que existe entre el actual partido de todo el mundo y su electorado, que abarca todas las capas de la población? ¿Se podría utilizar con provecho la idea del bene­ficio material inmediato, por ejemplo, para cuestiones de la polltica de

defensa y exterior? En los últimos decenios Jos partidos de todo el mundo de la oposición

han tomado como regla de conducta en algunos paises imputar al gobierno el abandono o el total empeoramiento de la situación militar e internacional del país, muy especialmente durante la campaña electoral: en Estados Unidos lo hicieron los republicanos en 19.52, con la larga y no decidida guerra de Corea, en Alemania lo han hecho recientemente los socialde­mócratas, con la supuesta pasividad de Adenauer ante el muro de BerHn. En otros casos, la oposición no saca tanto a colación las cuestiones polé­micas de la política exterior y militar, o habla de e U as sólo con lugares ro­munes, sufici:!ntemente vagos como para permitir que el partido aparezca como un concurrente que puede manejar estas cuestiones tan bien, al menos, como lo hace el partido gubernamental.

En la medida en que en un sistema de partidos sigan existiendo par· tidos de integración de masas •no reformados» o, como es el caso del partido socialista italiano, sólo (<semirreformadou, en la lucha electoral se presentan también como alternativas cuestiones polémicas de la polftica exterior y de defensa . Pero tambi(n aquí el interés poHtico central ha aban­donado aquellos campos en Jos que el elector sólo puede optar entre alter­nativas ilusorias . El elector percibe que, en la actual situación, la verdadera base de la decisión está constituida por datos de hecho tecnológicos, geo­gráficos e históricos, o incluso por la pertenencia del pa(s a uno de los blo­ques, y no por las preferencias de valor subyacentes a la decisión libre del elector . Tienen una especial sensibilidad para saber que tales decisiones sólo en parte o, a veces, sólo en apariencia, corresponden a los dirigentes políticos . Incluso cuando la influencia de un dirigente polhico sobre una decisión haya sido extraordinariamente grande, los plazos de las elecciones en las democracias están dispuestos la mayor parte de las veces de un modo tal que la decisión tomada un día ya está fuera de debate, o carece ya de toda importancia para el resultado de la elección. Es mucho m1is probable que la decisión haya sido desplazada de la vista del elector por nuevos acontecimientos. Cuando Edgar Faure disolvió súbitamente la Asam· blea Nacion<'l en 1955 pocos electores se acordaron ya de que Mendes·

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France habla centregado» lndochina en 1954. Un partido puede bendiciarse de las decisiones impopulares de sus adversarios, pero tal beneficio es con más frecuencia un subproducto del desarrollo político que el resultado de un duelo entre gobierno y oposición, con papeles y decisionei claramente distribuidos.

Para la lucha electoral, un partido puede presentar un programa rela­tivamente coherente de política exterior y de defensa, aunque vago. Puede criticar la falta de habilidad del gobierno en el tratamiento de los pro­blemas, y esta crítica sera tanto más dura cuanto más próximo esté el periodo electoral. Pero, en ambos casos, esto no es ninguna garantía de que el partido pueda actuar en el parlamento como una unidad cerrada cuan­do llegue la hora de decidir específicas preferencias de acción. Este dilema se hace esencialmente claro en la historia de la Comunidad Europea de Defensa en el parlamento francés, y en los más recientes enfrentamientos entre los partidos ingleses respecto de la entrada en el Mercado Común (este' último asunto sigue sin decidir, por cuanto De Gualle ha adoptado una decisión unilateral). La casualidad del período electoral y las espe· ranzas, temores y expectativas del público, no se compenetran suficiente­mente con las acciones no conexas que los representantes en el parlamento tienen que emprender respecto de las cuestiones a resolver, y por ello no se llega a la elaboración de una claramente delimitada preferencia de acdón de los partidos.

En la elaboración de preferencias de acción en polftica interna, el par­tido de todo el mundo presenta un programa general. Este programa puede ser una prognosis e informar al público acerca de la dirección en la que probablemente se desarrollarán las soluciones de los problemas específicos y generales. Ahora bien, en este modo de mirar hacia el futuro se desdi­bujan las fronteras entre la prognosis y el deseo, y los cristales color de rosa ofrecen a la población en su conjunto ~sta es la cclientelu potencial del partido- la visión de futuro feliz. Un programa tal puede estar unido a propuestas de acción más o menos concretas. En las propuestas concre­tas , sin embargo, existe siempre el riesgo de que contengan promesas dema· siado especificas . La concreción tiene que seguir siendo lo bastante general como para que no pueda ser transformada, de arma de la lucha electoral, en plataforma desde la que se puedan lanzar ataques al partido que pri­mero los había iniciado. Esta indeterminación permite al partido de todo el mundo funcionar como punto de reunión desde el que se elaboran acciones concretas para una multiplicidad de grupos de inter(s. Todo lo que el partido puede exign de aquellos que se sirven de ~1 es que intenten, en lo posible, encontrar dentro del partido los compromisos a que aspiran, y que renuncien a colaborar con fuerzas que se sitúan en una posición enemiga. Los compromisos as( obtenidos tienen que ser aceptables para los grandes grupos de inter~s, incluso c:uando estos grupos, por razones his­tóricas o tradicionales, no están representados en el partido gubernamental.

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Las cu~stiones pol~micas de menor importancia pu~den ser sometidas a la d~cisión del elector; también pueden ser sometidas a plebiscitos (Suiza y Suecia), como sostienen en ocasiones los viejos partidos de masas de hase clasista. Sin embargo, dado que las relaciones existentes entre los diversos grupos apenas est~n sometidas a cambio, un cambio esperado en la po· lftica significa s6lo pequeños desplazamientos del acento, no una altera. dón fundamental.

En este punto se nos muestra ron toda claridad la diferencia entre el partido de todo el mundo y el partido de integración de viejo tipo. El primero hará todo lo posible por asegurar un acuerdo general, para evitar una nueva orientación de los grupos. El partido de integración puede contar con que la decisión polhica mayoritaria le ayude a realizar su pro­grama; en la realidad tendrá qu~ experimentar que los intereses oposicío· nales hac~n imposible la decisión mayoritaria, porque disponen de factores de poder económicos y sociales . Pueden recurrir a huelgas (de obreros, de campesinos, de pequeños com~rciantes o de poseedores de capital), pue­den fomentar la fuga de capitales a un «puerto más seguro• ; pueden mo· vilizar el factor qu~ se conoce con el nombre de «confianza de la econo­mía», frecuentemente apostrofado de hipócrita, pero que constituye una mag· nitud social.

1 nlegraci6n mtdiantt> ¡xrrtici~Mción en la uluci6n de Jirígentn El futuro del p11rtido político.

¿En qué medida, por tanto, subsiste aún una verdadera participación del partido de todo el mundo en la elaboración de preferencias de acción? Su aportación importante radica más en la movilización de electores para preferencias de acción que los dirigentes puedan realizar, que en la elabo­ración propia de nuevos obj~tivos. Por esta razón, el partido de todo el mundo prefiere aquellas acciones que resultan de los datos de hecho y de las oportunidades de una situación histórica concreta. Los fines sociales ge­nerales resultan menos importantes. El papel esperado, o ya alcanzado, en la dinámica histórica se encuentra en el centro del interés; y los electores son llamados a darle apoyo con su voto. Por este motivo la atención del partido y de todo el público se dirige ante todo al problema de la se- · lección de dirigentes . .

El nombramiento como candidato significa la perspectiva de un cargo polftico . El cargo político ofrece la perspecdva de influir en Ja conforma· ción de la realidad politica . La competencia entre quienes aspiran a la in­fluencia política muestra claramente la ventaja politica que tienen aqudlos que están en situación de actuar antes de que el adversario pueda hacerlo. El privilegio de poder actuar prim~ro es aún mlis valioso en una situación nueva y específica, en la cual el polhico que actúa primero puede evitar

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verse cogido en la red de las líneas de actuación derivadas de las preferen­cias de acción de su partido. En este sentido, el partido de todo el mundo ohue un trasfondo i~al para la acción polhica . Cuando un partido se ocupa exclusivamente ~ obtener accuo • los car1os públicos, las cuestio­nes de personal se convierten únicamente en la búsqueda del modo más sencillo y dicaz de presentar un equipo adecuado. La búsqueda es espe­cialmente eficaz cuando el partido sirve como vehlcu)o con cuya ayuda los representantes de minorías, hasta ahora excluidas o perjudicadas, se pueden procurar acceso a la élite política existente.

De este modo, la función más importante de los actuales partidos de todo el mundo resulta ser el nombramiento de candidatos que el público debe legitimar romo titulares del cargo. Esta concentración en la seleccióp de candidatos para cargos públicos corresponde a una creciente diferencia. ción de roles en la sociedad industrial. En cuanto se alcanza un determi­nado grado de formación y bienestar, las necesidades espirituales y mate­riales son servidas por productores especializados, tanto si se trata de la formación de opinión como de los productos de la economía . De modo similar, el partido occidental, al contrario de los sistemas que se encuentran en un estadio social prevto, o de los que aspiran a un cambio rápido, rara vez intervendr~ en la maquinaria de la socieda·d . Entre el partido y la acción del Estado se halla inserro el tope del gobierno y de Ja búrocracia. Esta situación explica que el público tenga hoy una imagen muy descoJo. rida del papel del partido y ponga en él escasas esperanzas.n Expectativas que en otro tiempo se dirig(an a la actividad de una organización polhica se dirigen hoy en otra dirección.16

Por otra parte, el papel del partido polhico como factor en la avanzada incorporación del individuo en la vida de la nación tiene que ser visto hoy en otros t~rminos. Si se considera la relación del ciudadano con los grupos de inter~s y con asociaciones voluntarias no políticas, as( como sus frecuen" tes contactos con la burocracia estatal, sus relaciones con el partido polltico son. en comparación, cada vez más esporádicas y limitadas.

El ciudadano, si lo deseaba, podía estar mucho más cerca del antiguo putido de integración: era una organización menos diferenciada, le servla para elevar protestas, era su protección, le daba visiones de futuro. Hoy en dfa, en el partido de todo el mundo, directo sucesor en un mundo cam­biado, encuentra una organización que le resulta relativamente lejana, a veces semioficial y extraña. La sociedad democrática supone que el ciu-

1,. Vtr d an~lisis de conductas polfticas en Habermas ~t . ~tl., Stud~nt und Politik, Neuwied, 1961 y la escala de prderencias de 105 alemanes expuesta en R. Maynlz, cloisirs, participa&ion sociales ct ac&ivit~ politique•, en Rtvut' lnt~rnationa{~ J~s Scittfus socialts, 1960, pp. 608-622.

16. Ver el &rab•io de S. Malcr «L'Audience poli&iquc des syndicats .. , e~ Leo Hamon (cd.), Lt's "ouvtllux comporlt'mtnls politit¡ut's dt la cltuu outAiht, P1tls, 1961, esp. pp. 241-244.

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dadano es, en último término, un partícipe pleno y consciente en la comu. nidad polftica y en la economía; supone también que, como tal partícipe, utiliza d camino dd partido, pues es una de las muchas organizaciones integradas en la textura de la sociedad, con cuya ayuda puede tomar parte racionalmente en la vida del mundo que le rodea. Si el ciudadano hubiese de responder a estos supuestos, tanto el individuo como la sociedad quizá consid~rarían realmente al partido de todo el mundo, sin fines utópicos, sin opresión y siempre extraordinariamente adaptable, como un instrumento lleno de sentido y provechoso.

¿Qué actitud adoptan los titulares funcionales de poder en el ejército, en la burocracia, en )a industria y en los sindicatos, frente al moderno par. tido de todo el mundo? Ya no ·tienen sus antiguos y superfluos temores acerca de las inclinaciones ideológicas y prop6sitos futuros del partido de masas y consideran que el papel del partido de todo el mundo es hoy procurar el acuerdo, el consenso. Como el partido puede ofrecer un s6-lido fundamento de legitimidad, los titulares funcionales de poder est'n dispuestos, por su parte, a reconocer hasta cierto punto las aspiraciones dd partido a la dirección politica. Esperan de él que asuma determinadas funciones de resolución de conflictos entre los diversos grupos sociales, y que introduzca cambios políticos limitados. Cuanto menos clara es la base de confianza entre los electores, y cuanto más se aproximan las elec­ciones, tanto menor será la influencia que los titulares funcionales de poder concedan en su propio dominio a las .exigencias no ruti~arias de los diri­gentes políticos. La falta de esta influencia puede conducir a conflictos entre los grupos de dirigentes funcionales y polfticos. ¿Cómo trata estos conflictos el partido de todo el mundo cuando se encuentra en el gobierno? ¿Se cont~ntará con ~jercer presión a través de los medios de comunicación de masas o intentará crear de nuevo una base de masas, autónoma y mili­tante, que vaya más allá del limitado campo del electorado y la publicidad? La estructura del partido de todo el mundo y su laxa relación con el elec­torado impiden ya de antemano que una tal acción pueda alcanzar resultados notables . En este sentido el papel del partido político tiene en la actual sociedad industrial unos límites más estrechos de lo que permite suponer su posición formalmente dominante. En su papel como gobierno, actúa como coordinador y como instancia resolutiva entre Jos grupos de poder funcionales. En su papel frente al electorado, produce esa limitada cuan­tía de participación e integración del púb1ico, que se tiene que exigir de ·la población si las instituciones polhicas estatales han de funcionar.

La cuestión radica en si esta participación limitada que el partido de todo el mundo ofrece a la población, si este llamamiento a participar ra­cional y desapasionadamente en la vida política, a través de los pocos ca­nales sancionados. cnnse~uirá cumplir su función . El instrumento, el p3r· tido de todo el mundo, no puede ~r mucho más racional que au ¡cñor y maesuo nominal. el el('('tor individual . Dnde q~ los electores no eat'n

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sometidos a la disciplina del partido de integración -en los Estados Uni­dos no lo han estado nunca- pueden, mediante sus votos rápidamente cam­biantes y mediante su apada, transformar el sensible instrumento que es el partido de todo el mundo en algo que resulte demasiado basto para servir de nexo con los titulares funcionales de poder de la socicdadY En este caso, tendremos que lamentar otra vez que el partido de masas de base clasista o confesional haya desaparecido, aunque esto fuera inevitable, del mismo modo que ya añoramos otras cosas de la civilización occidental de ayer.

De : «Der Wandel des westeuropaischen Parteisystems~, in: Politische Viertel­jahresschrift,. VV. 1965, pp. 24-41.

17. Ver las anotaciones críticas acerca del modo en que un partido se hace completamente dependiente de los resuhados electorales, en Ulrich Lohmar, op. cit., pp . 106-108. El trabajo de Wolfgang Abcndroth, «lnnerparteiliche und innerverband­liche Demokratie als Voraussetzung der Dcmokrattie•, en el número 3/1964 de esta revista sólo ha Uegado a conocimiento del autor mucho tiempo después de que estu­viese concluido este trabajo. En mi opinión, la aguda descripción del marchitamiento de la democracia interna del partido pasa por alto una constante. Todo .p;ntido demo­crático tiene dos puntos de imputación: los n:suhados de la discusión interna y la

· o.r.ientación hacia la presunta voluntad de los electores. Incluso un grado muy altf' ·ac democracia interna no puede evitar que, desde el" punto de vista de la división de funciones, la fracción parlamentaria se comporte de tal modo que se incrementen sus posibilidades en la próxima dccc\ón. En conexión con todos los demás procesos' descritos por Abendroth, esto puede conducir a que los miembros del partido se conviertan en simples comparsas y satélites. Que la desaparición de la discusión en \ el partido polltico, convertido en órgano de legitimación y coordinaci6n de intereses, t

· tenga la5 consc:cucncías que teme Abendroth depende en amplio grado de la medida \ en que la l•RUna originada por el ca.~nbio del partido sea Uenada por organizaciones i paralelas o auxiliara.

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