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ARTE Avignon un puente hacia otra forma de ver # 07 JUNIO 2014 Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas EL PORTÓN VERDE Arte & Psicoanalisis Una poetica del estilo Hemos de hablar de una belleza que lejos de curar el mundo, que lejos de mejorarlo con ayuda del ensueño, nos despierta, hacién- donos perder argumentos y razones. Exponiéndonos a la verdad de un destierro enigmático e inexplicable. Esa verdad es un perfume que jamás podemos recordar, por la sencilla razón de que jamás lo hemos olvidado. Pero ese perfume a veces, se escribe. (También se pinta, nota del redactor). De la avidez de la fama, que como dice R. M. Rilke: no es más que una multitud de equívocos sobre Un hombre en pugna con el tiempo. No falsificar las pasiones es elegir, rehusarse a la astucia. La belleza ha de sostenerse en su más allá o el aburrimiento ha de ser un modo institucional de socializarnos. El estilo es el modo en que cada uno, cuando hay uno, soporta sostener con su cuerpo mismo ese más allá de la belleza. Quiere decir que el estilo se sitúa en relación al acto, el acto crea- dor de vivir, el acto de morir. El estilo es una revelación inaudita, impronunciable de la pasión, en- tendiendo ésta como el testimonio del cuerpo en algún saber hacer. ¿Qué encuentra un artista en el extremo mismo de su experiencia creadora? Pareciera que cuando ha llegado al borde no hace más que encontrar en el fin, su aliento que no cede, el horror, el vacio de toda experiencia humana, una nada que no colma lo que le faltaba. Una nada que él segrega con sus propias entrañas y al precio de tocar el puerto de la angustia con una frecuencia que a veces no puede comprender. El estilo es una inocencia culpable en lo social. La pasión es un destino que no es para comprender. Han trascendido sus personas, han olvidado sus espejismos comu- nes y han roto con la domesticación que sus recuerdos imponían. Han creado en lugar de creer. Se han enfrentado al tiempo con su deseo; perdiendo en sociabili- dad lo que ganaron en dignidad. La admiración es el escaso sueño de una burguesía pobre en crea- dores. Una estética del precio. Intentan interpretar en términos de belleza estética, una existen- cia que ha dejado de ser personal y por lo tanto universalizable. El estilo no es la forma. El estilo es el grito que produce un agujero en la belleza, dándole cuerpo. La imposibilidad de un orden último hace que el estilo y la doctri- na tengan órdenes distintos. El estilo es ético y la doctrina es moral. No se trata de un orden somnoliento ni de un desorden calculado y simétrico, sino de una tensión entre la existencia y la comprensión. No hay héroes aquí, no imaginemos ninguna hazaña pues la ha- zaña solo rebaja la tragedia a un sueño épico y personal que solo conmueve a las almas bellas. El teatro (la pintura) es una ocasión para la alusión pues rescata al sujeto del dormir en los comunes y conmovedores signos de los intereses humanos. Dice Grotovsky que no se trata de acumular signos sino de un signo que revele al artista, la existencia. Es una consciencia que ha decidido no ceder a las conveniencias. Pero propone también acabar con la queja acerca del aburrimien- to, la inercia o la estupidez de lo universal. El estilo es la ética del artista. H ace unos días me di cuenta bien, cuando de- cidí consultar el contra- to firmado y ahí aparecía el día 1 de mayo de 2004 cuando de- bía tomar posesión del galpón. Tomaba una de las deci- siones más jugada de mi vida. Después de muchos años de concurrir al taller a dibujar, encontrar pequeños espacios y tiempos para pintar y un día de- cidirme por la piedra y la escul- tura, tuve que desocupar una casa hermosa en Olivos donde no me renovaban el contrato de alquiler y sentí que había llega- do el momento para ir a vivir a un galpón. Hoy creo que fue mucho más que eso. Hacia algo más de dos me- ses que moría mi viejo, y un mes y monedas que conocía a Florencia. También, por esos días, abríamos con el técnico de las fotocopiadoras que laburaba conmigo, un negocio en Bera- zategui que no prosperó. Lo primero que entró al galpón fue la Gran Piedra. Ese bodoque de piedra Mar del Pla- ta que compré al repedo y que nunca pude esculpir por lo duro, abrasivo, pesado. Ahí donde lo puso el auto elevador que la entró, la paramos. Y ahí quedo hasta el día en que junto a mis compañeros del taller de entonces, decidimos tumbarla y correrla haciendo pa- lanca. Viejo sistema para mover cosas pesadas. Allí está contra una pared, esperando vaya uno a saber qué cosas. Fue cuando Juan –mi Maestro-también se corrió meses después. Me acuerdo que al principio me costaba entrar. Estaba dema- siado vacío. Supongo ahora que era el galpón, pero también yo lo estaba. A veces pasaba un rato y me iba. Había decidido también vivir en pareja pero no allí. De ahí viene Sofía. Y de ahí vienen las idas y vueltas también. De esas vueltas viene Paloma. Cada cosa se iba moviendo, buscando su lugar. Y un día se armó el taller de dibujo con Juan. Y otra tarde, mucho después, al regreso de la desarmada y re- torno de una de las muestras en la facultad de Derecho, se armo el taller de escultura. Hoy, hace más de dos años tome la posta de seguir con el taller, dando clases de dibujo. Y curiosamente este año empieza a fluir la gente. De a poco pero viene. Y se armo un lindo gru- po de dibujo y otro de escultura algo más pequeño, pero es algo. Nunca llegue a tener una consecuencia con alguien o algo de tantos años. Mi matrimonio no llego a ocho. Y lo máximo que viví en una misma casa fue- ron cinco. Y aunque no viví los diez años en el galpón, nunca deje de venir. Pero no; miento. Tuve un perro, Firulay que me siguió du- rante 18 años. Y también tengo al dibujo. Ese incansable alia- do que me sigue tendiendo su mano, la mía.Fue refugio seguro en los malos momentos. Y fue un techo difícil que no contenía al agua en aquellas lluvias terri- bles que lo desbordaban todo. Es taller de arte y un gran salón de juego para mis hijas. Un espacio incansable para tallar la piedra y donde encontrar mis silencios. Hubo fiestas y desconsuelos. Hubo muchísima gente y momentos de nadie. Hizo frio y la salamandra aporto el calor y un día llego una compañera y me acompaño. Quizá de todo esto se haga un artista. No lo sé. Pero es un camino. Es el que fue. El que se fue haciendo sin saberlo. El que hoy se puede ver y el que ya se puede vislumbrar. Jueves primero de mayo, día del Trabajador. Día de taller de dibujo en Martinez, en El Porton Verde, que no descansa, que si- gue trabajando. ¡Salud a la distancia! por Walter Pugliese por Alejandro Ariel Y un camino de artista hecho al andar Mármol travertino, 2013. 10 anos del Taller de Arte El Porton Verde Número Aniversario

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Avignon ARTE un puente hacia otra forma de ver # 07 JUNIO 2014 revista de arte, dibujo, pintura y escultura en facebook: https://www.facebook.com/arte.avignon.5?ref=tn_tnmn email: [email protected] nuestro taller: www.tallerelportonverde.com.ar

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ARTE

Avignonun puente hacia otra forma de ver

#07JUNIO 2014

Publicación mensual de distribución gratuita

producida por: Taller de Artes Plásticas

El Portón VErdE

Arte & Psicoanalisis Una poetica del estilo

Hemos de hablar de una belleza que lejos de curar el mundo, que lejos de mejorarlo con ayuda del ensueño, nos despierta, hacién-donos perder argumentos y razones. Exponiéndonos a la verdad de un destierro enigmático e inexplicable.

Esa verdad es un perfume que jamás podemos recordar, por la sencilla razón de que jamás lo hemos olvidado. Pero ese perfume a veces, se escribe. (También se pinta, nota del redactor).

De la avidez de la fama, que como dice R. M. Rilke: no es más que una multitud de equívocos sobre Un hombre en pugna con el tiempo.

No falsificar las pasiones es elegir, rehusarse a la astucia.

La belleza ha de sostenerse en su más allá o el aburrimiento ha de ser un modo institucional de socializarnos.

El estilo es el modo en que cada uno, cuando hay uno, soporta sostener con su cuerpo mismo ese más allá de la belleza.

Quiere decir que el estilo se sitúa en relación al acto, el acto crea-dor de vivir, el acto de morir.

El estilo es una revelación inaudita, impronunciable de la pasión, en-tendiendo ésta como el testimonio del cuerpo en algún saber hacer.

¿Qué encuentra un artista en el extremo mismo de su experiencia creadora? Pareciera que cuando ha llegado al borde no hace más que encontrar en el fin, su aliento que no cede, el horror, el vacio de toda experiencia humana, una nada que no colma lo que le faltaba.

Una nada que él segrega con sus propias entrañas y al precio de tocar el puerto de la angustia con una frecuencia que a veces no puede comprender.

El estilo es una inocencia culpable en lo social. La pasión es un destino que no es para comprender.

Han trascendido sus personas, han olvidado sus espejismos comu-nes y han roto con la domesticación que sus recuerdos imponían.

Han creado en lugar de creer.

Se han enfrentado al tiempo con su deseo; perdiendo en sociabili-dad lo que ganaron en dignidad.

La admiración es el escaso sueño de una burguesía pobre en crea-dores. Una estética del precio.

Intentan interpretar en términos de belleza estética, una existen-cia que ha dejado de ser personal y por lo tanto universalizable.

El estilo no es la forma. El estilo es el grito que produce un agujero en la belleza, dándole cuerpo.

La imposibilidad de un orden último hace que el estilo y la doctri-na tengan órdenes distintos.

El estilo es ético y la doctrina es moral.

No se trata de un orden somnoliento ni de un desorden calculado y simétrico, sino de una tensión entre la existencia y la comprensión.

No hay héroes aquí, no imaginemos ninguna hazaña pues la ha-zaña solo rebaja la tragedia a un sueño épico y personal que solo conmueve a las almas bellas.

El teatro (la pintura) es una ocasión para la alusión pues rescata al sujeto del dormir en los comunes y conmovedores signos de los intereses humanos.

Dice Grotovsky que no se trata de acumular signos sino de un signo que revele al artista, la existencia.

Es una consciencia que ha decidido no ceder a las conveniencias.

Pero propone también acabar con la queja acerca del aburrimien-to, la inercia o la estupidez de lo universal.

El estilo es la ética del artista.

Hace unos días me di cuenta bien, cuando de-cidí consultar el contra-

to firmado y ahí aparecía el día 1 de mayo de 2004 cuando de-bía tomar posesión del galpón.

Tomaba una de las deci-siones más jugada de mi vida. Después de muchos años de concurrir al taller a dibujar, encontrar pequeños espacios y tiempos para pintar y un día de-cidirme por la piedra y la escul-tura, tuve que desocupar una casa hermosa en Olivos donde no me renovaban el contrato de alquiler y sentí que había llega-do el momento para ir a vivir a un galpón. Hoy creo que fue mucho más que eso.

Hacia algo más de dos me-ses que moría mi viejo, y un mes y monedas que conocía a Florencia. También, por esos días, abríamos con el técnico de las fotocopiadoras que laburaba conmigo, un negocio en Bera-zategui que no prosperó.

Lo primero que entró al galpón fue la Gran Piedra. Ese bodoque de piedra Mar del Pla-ta que compré al repedo y que nunca pude esculpir por lo duro, abrasivo, pesado. Ahí donde lo puso el auto elevador que la entró, la paramos. Y ahí quedo hasta el día en que junto a mis compañeros del taller de entonces, decidimos tumbarla y correrla haciendo pa-lanca. Viejo sistema para mover cosas pesadas. Allí está contra una pared, esperando vaya uno a saber qué cosas. Fue cuando Juan –mi Maestro-también se corrió meses después.

Me acuerdo que al principio me costaba entrar. Estaba dema-siado vacío. Supongo ahora que era el galpón, pero también yo lo estaba. A veces pasaba un rato y me iba. Había decidido también vivir en pareja pero no allí. De ahí viene Sofía. Y de ahí vienen las idas y vueltas también. De esas vueltas viene Paloma.

Cada cosa se iba moviendo, buscando su lugar. Y un día se armó el taller de dibujo con Juan. Y otra tarde, mucho después,

al regreso de la desarmada y re-torno de una de las muestras en la facultad de Derecho, se armo el taller de escultura.

Hoy, hace más de dos años tome la posta de seguir con el taller, dando clases de dibujo. Y curiosamente este año empieza a fluir la gente. De a poco pero viene. Y se armo un lindo gru-po de dibujo y otro de escultura algo más pequeño, pero es algo.

Nunca llegue a tener una consecuencia con alguien o algo de tantos años. Mi matrimonio no llego a ocho. Y lo máximo que viví en una misma casa fue-ron cinco. Y aunque no viví los diez años en el galpón, nunca deje de venir.

Pero no; miento. Tuve un perro, Firulay que me siguió du-rante 18 años. Y también tengo al dibujo. Ese incansable alia-do que me sigue tendiendo su mano, la mía.Fue refugio seguro en los malos momentos. Y fue un techo difícil que no contenía al agua en aquellas lluvias terri-bles que lo desbordaban todo. Es taller de arte y un gran salón de

juego para mis hijas. Un espacio incansable para tallar la piedra y donde encontrar mis silencios. Hubo fiestas y desconsuelos. Hubo muchísima gente y momentos de nadie. Hizo frio y la salamandra aporto el calor y un día llego una compañera y me acompaño.

Quizá de todo esto se haga un artista. No lo sé. Pero es un camino. Es el que fue. El que se fue haciendo sin saberlo. El que hoy se puede ver y el que ya se puede vislumbrar.

Jueves primero de mayo, día del Trabajador. Día de taller de dibujo en Martinez, en El Porton Verde, que no descansa, que si-gue trabajando.

¡Salud a la distancia!

por Walter Pugliese

por Alejandro Ariel

Y un camino de artista hecho al andar

Mármol travertino, 2013.

10 anos del Taller de Arte El Porton Verde

Número Aniversario

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Director Editorial:Walter Pugliese

Arte y diagramación: DG Malena Gaudio

Para suscribirse a la edición electrónica de Avignon

escríbanos a nuestro mail: [email protected]

o síganos en: http://issuu.com/revistaavignonarte

15-5226-5947

empeñara en lograrlo, por más que le robara los temas, las compo-siciones, hasta los colores… Mi salvación fue lo que en un momento pareció mi desgracia: que el estatúder no me convirtiera en el pintor de la corte y me tratara solo como lo que soy: un hombre vulgar dis-puesto a vender su trabajo… En ese momento sentí como me hun-día, tuve que renunciar a querer vivir como Rubens, a pintar como Rubens. Pero también me convertí en un hombre un poco más libre. No, mucho más libre… Aunque, escúchalo bien, la libertad siempre tiene un precio. Y suele ser demasiado alto. Cuando me creí libre y quise pintar como un artista libre, rompí con todo lo considerado elegante y armónico, maté a Rubens, y solté mis demonios para pin-tar La compañía del Capitán Coq para las paredes del Kloveniers. Y re-cibí el castigo merecido por mi herejía: no más encargos de retratos colectivos, pues el mío resultaba un grito, un eructo, un escupitajo… Era un caos y una provocación, dijeron. Pero yo sé, lo sé muy bien, que logré esa insólita combinación de deseos y realizaciones que es una obra maestra. Y si me equivoco y de maestra no tiene nada, lo importante es que fue la obra que quise hacer. En realidad, la única que podía hacer mientras tenía ante mis ojos la evidencia de hacia dónde nos conduce la vida…, hacia la nada. Mi mujer se apagaba, escupía sus pulmones, se moría un poco más cada día, y yo pintaba una explosión, un carnaval de hombres ricos disfrazados, jugando a ser soldados, y lo hacía como me venía en ganas… La disyuntiva

resultó muy simple: o los complacía a ellos o me complacía a mí, o seguía esclavo o procla-maba mi independen-cia” El pintor detuvo su diatriba, como si de pronto perdiera el entu-siasmo, pero enseguida se encarriló de nuevo en su disquisición: “Aun-que la amarga verdad es que mientras depen-da del dinero de otros no seré del todo libre. No importa si quien paga es el estatúder y el tesoro de la República, la Iglesia, un rey o un enriquecido panadero del Delft… Al final es lo mismo. Puedo pintar a Emely Kerk como quie-ro pintarla, o una Sa-grada Familia que pa-rezca una familia judía

de tu barrio mientras recibe la visita de unos ángeles como si fuese lo más normal del mundo. Y sentarme a esperar a que aparezca un comprador generoso… o a que no aparezca. Pero eso que ves ahí”, señaló sin necesidad su cuadro, el de mayores dimensiones, “eso no me pertenece: es obra del estatúder. Él me pidió con todo detalle lo que quería ver y me paga para cumplir ese deseo… Y ya aprendí la lección. Sé muy bien que el estatúder no quiere exhibir en su palacio pies sucios ni pastores andrajosos recién salidos del desierto, como debió haber sido en la realidad. No quiere vida: solo una imitación de ella que resulte bella. Por eso le pedí a Aert que hiciera su versión para luego yo retocar la mía con las soluciones que él encontrara… Escogí a Aert porque es uno de los mejores pintores que conozco, pero nunca será un artista. Y ahí está la prueba: ¿parece una obra mía, no es cierto? Mira esos trazos, mira la profundidad de su claros-curo, disfruta con qué técnica trabaja la luz. Observa y aprende… Pero también aprende algo más importante: a esa estampa de Aert le falta algo… Le falta el alma, no tiene el misterio del arte verda-dero… Es solo un encargo. Y yo estoy copiando a Aert porque así se debe pintar si uno quiere cumplir el deseo de un poder y ganarse esos florines de mierda que tanto necesita”. Se detuvo, concentrado en los dos cuadros, y negó algo con la cabeza antes de decir: “El arte es otra cosa…”

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La ronda de noche (De Nachtwacht).1642. Óleo sobre lienzo. Barroco.

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de distribución gratuita, producida por:

Taller de Artes Plásticas El Portón VErdE

Vincent Van GoGhCartas a Théo

Rembrandt Harmenszoon van Rijn Herejes

Sin embargo, algo en aquel trabajo, destinado al palacio del estatúder, no parecía haber complacido al Maestro, y su con-clusión se había dilatado ya por varias semanas, a lo largo de

las cuales el hombre, sin mojar el pincel, se dedicaba a observar lo estampado o a vagabundear por la ciudad, como si se hubiera olvi-dado por completo de la pieza. Empujado por aquella insatisfacción con la obra, como luego sabrían todos en el taller, el Maestro había tomado una extraña decisión: le había pedido a Aert de Gelder, el más dotado de sus jóvenes discípulos, que utilizara un lienzo de simi-lares dimensiones al escogido por él, y reprodujera el cuerpo central de aquel cuadro. De Gelder debía copiar la escena con la mayor fidelidad, aunque con la libertad de introducir las variaciones que el joven creyese necesarias. Aert de Gelder, que era la mímesis pictórica más asombrosa que hubiera existido del Maestro, había aceptado el reto y, gustoso, se empeñó en la labor, sabiendo que no se trataba de un simple ejercicio de copiado sino de un experimento más intrinca-do cuyos fines últimos desconocía.

Fue en los días durante los cuales se había cocinado aquel pro-ceso, cuando la entrada al estudio había estado vedada para todos los habitantes y trabajadores de la casa. Por ello, solo aquella tarde, luego de recibir el mandato del Maestro para que se moviera hasta quedar de frente a él, Elías Ambrosius al fin había tenido la opor-tunidad de detenerse a estudiar las dos obras, todavía muy necesita-das de retoques y tra-tamientos conclusivos. Lo sorprendió observar cómo las pinturas mul-tiplicaban la sensación de simetría pues pare-cían mirarse una a la otra en un espejo y el joven judío coligió que, con toda seguridad, De Gelder había decidido realizar el encargo de reproducir lo ya exis-tente valiéndose de ins-trumentos ópticos que proyectaran la imagen estampada por el Maes-tro sobre el lienzo en el cual la había copiado el discípulo. Por tal razón las figuras de la repro-ducción quedaban in-vertidas respecto a las del original, con los personajes algo más concentrados en la fuente de luz, aunque transmitiendo el mismo sentimiento de respetuosa introversión. Pero, para quien no tuviera los antecedentes que po-seían Elías y los demás discípulos, la pregunta que de inmediato saltaría de la contemplación de aquellas obras gemelas sin duda sería: ¿Cuál es el original y cuál la copia?

“¿Quieres saber por qué estoy haciendo esto?”, había pregunta-do al fin el Maestro sin necesidad de comprobar hacia donde se diri-gía la mirada hipnotizada de Elías Ambrosius. “Con el mayor respe-to” dijo el joven, y entonces el pintor se volvió para quedar de frente a las obras, dándole las espaldas al aprendiz. “Es el precio del dine-ro”, dijo y se mantuvo unos instantes en silencio, como solía hacer el jajám Ben Israel cuando lanzaba sus discursos. “Esta vez no puedo fallar. Dependo del dinero del estatúder para pagar los plazos atra-sados de esta casa. Ya no me hacen encargos como este, algunos co-mentan que mis pinturas parecen abandonadas más que acabadas, en fin… Hace unos años este mismo estatúder fue mi esperanza de poder convertirme en un hombre rico, famoso, y vivir en un palacio de La Haya…” “¿Cómo el flamenco Rubens?” se atrevió a pregun-tar Elías. El Maestro asintió: “Como el maldito flamenco Rubens… Pero yo no soy y nunca pude haber sido como él, por más que me

El sábado por la tarde, he atacado un tema con el cual había soñado a menudo.

Es una vista sobre los verdes prados con sus parvas de heno. Están atravesados por un camino color ceniza que corre a lo largo de un arroyo. Y en el horizonte, en medio del cuadro, el sol se pone, con un rojo de fuego.

Me es imposible dibujar el efecto precipitadamente, pero he aquí la com-posición.

Pero solo se trataba de una cuestión de color y de tono, el matiz de la gama de los colores del cielo, al principio una bruma lila en la cual el sol rojo está cubierto a medias de un matiz violeta oscuro con un borde pequeño y sutil de un rojo resplandeciente; cerca del sol, reflejos de bermellón, pero mas arriba una franja amarilla que se vuelve roja y azulosa por encima, el llamado cerulean blue, y después, aquí y allá, nubecillas lilas y grises que toman los reflejos del sol.

El suelo estaba como tapizado de verde-gris-moreno, pero lleno de ma-tices y de hormigueo –y en ese suelo coloreado brilla el agua del arroyo-.

Es una cosa tal que Émile Bretón la pintaría.

La Haya 1881 – 1883

Sunset over a meadow, 1882.Pluma y tinta sobre papel.

De Leonardo Padura