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CRíTICA DE LIBROS AUTOCRÍTICA y AUTORRENOVACIÓN ALBERT O. HTRSCHMAN: Tendencias autosubversivas: ensayos, México, Fon- do de Cultura Económica, 1996, 286 pp. El índice de popularidad de Albert O. Hirschman entre los filósofos, sociólogos y economistas de habla hispana va en aumento. Buena prueba de ello es la tra- ducción del último libro que, bajo el título general de Tendencias autosubversivas, recoge una veintena de artículos de los últi- mos diez años. Desde hace ya tiempo, la editorial Fondo de Cultura Económica ha convertido a Hirschman en uno de sus «clá- sicos» y nos ha ido brindando traducciones de sus múltiples obras: La estrategia del desarrollo económico, Salida, voz y lealtad, Las pasiones y los intereses, Interés privado y acción pública, Enfoques alternativos sobre la sociedad de mercado, Retórica de la intransigencia..., por citar sólo las más conocidas para el público filosófico. Algunos de los artículos contenidos en este nuevo libro ya habían sido publicados en español gracias a la labor pionera de Claves de la razón práctica; concretamente el capítulo 1, «Salida, voz y el destino de la RDA» (núm. 39, enero 1994); el capí- tulo II, «La retórica de la reacción: dos años después» (núm. 50, marzo 1995), y el capítulo XVII, «La industrialización y sus múltiples descontentos» (núm. 25, sep- tiembre 1992). Quiero suponer que hemos de agradecer estas sucesivas entregas antes . de la aparición del libro también al entu- siasmo hirschmaniano de Enrique Gil Cal- ISEGORiN18 (1998) pp. 235-269 va, quien suele hacerse eco puntualmente de las novedades publicadas por nuestro autor. Suyas son, por ejemplo, la crítica de Retóricas de la intransigencia (Claves, núm. 20, marzo 1992) y, recientemente, también la crítica del libro que nos ocupa (<<Los trucos de la historia según Hirsch- man», en el núm. 79, enero-febrero 1998). Parecería lógico que Hirschman, ya octogenario y con una amplia producción bibliográfica a sus espaldas durante las últi- mas cuatro décadas, se dedicara a repetir y remachar las tesis que le han hecho jus- tamente famoso. Pero no es éste el caso ni parece ir con su psicología ni con su modo de interpretar la realidad social y su complejidad, ni tampoco con su manera de entender la ciencia. Es cierto que, en cierta medida, el libro tiene un aire general de balance de una obra ya realizada y de mirada hacia atrás de una vida que parece encaminarse inexorablemente hacia el oca- so. Pero no es menos cierto que lo que da fuerza y pervívencia a su vida y a su obra es el continuo someter a revisión lo ya realizado, las tesis centrales de su pen- samiento para ponerlas a prueba ante la aparición de nuevos fenómenos sociales. Este libro proporciona claves de lectura importantes de anteriores obras de Hirsch- mano Yme vaya referir fundamentalmente a dos, una biográfica y otra metodológica. La segunda parte, bajo el título general Sobre uno mismo, recoge breves textos autobiográficos que nos dan una visión del personaje humano Albert O. Hirschman. Con motivo de sus discursos de agrade- 235

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CRíTICA DE LIBROS

AUTOCRÍTICA y AUTORRENOVACIÓN

ALBERT O. HTRSCHMAN: Tendenciasautosubversivas: ensayos, México, Fon­do de Cultura Económica, 1996,286 pp.

El índice de popularidad de Albert O.Hirschman entre los filósofos, sociólogosy economistas de habla hispana va enaumento. Buena prueba de ello es la tra­ducción del último libro que, bajo el títulogeneral de Tendencias autosubversivas,recoge una veintena de artículos de los últi­mos diez años. Desde hace ya tiempo, laeditorial Fondo de Cultura Económica haconvertido a Hirschman en uno de sus «clá­sicos» y nos ha ido brindando traduccionesde sus múltiples obras: La estrategia deldesarrollo económico, Salida, voz y lealtad,Las pasiones y los intereses, Interés privadoy acción pública, Enfoques alternativos sobrela sociedad de mercado, Retórica de laintransigencia..., por citar sólo las másconocidas para el público filosófico.

Algunos de los artículos contenidos eneste nuevo libro ya habían sido publicadosen español gracias a la labor pionera deClaves de la razón práctica; concretamenteel capítulo 1, «Salida, voz y el destino dela RDA» (núm. 39, enero 1994); el capí­tulo II, «La retórica de la reacción: dosaños después» (núm. 50, marzo 1995), yel capítulo XVII, «La industrialización ysus múltiples descontentos» (núm. 25, sep­tiembre 1992). Quiero suponer que hemosde agradecer estas sucesivas entregas antes .de la aparición del libro también al entu­siasmo hirschmaniano de Enrique Gil Cal-

ISEGORiN18 (1998) pp. 235-269

va, quien suele hacerse eco puntualmentede las novedades publicadas por nuestroautor. Suyas son, por ejemplo, la críticade Retóricas de la intransigencia (Claves,núm. 20, marzo 1992) y, recientemente,también la crítica del libro que nos ocupa(<<Los trucos de la historia según Hirsch­man», en el núm. 79, enero-febrero 1998).

Parecería lógico que Hirschman, yaoctogenario y con una amplia producciónbibliográfica a sus espaldas durante las últi­mas cuatro décadas, se dedicara a repetiry remachar las tesis que le han hecho jus­tamente famoso. Pero no es éste el casoni parece ir con su psicología ni con sumodo de interpretar la realidad social ysu complejidad, ni tampoco con su manerade entender la ciencia. Es cierto que, encierta medida, el libro tiene un aire generalde balance de una obra ya realizada y demirada hacia atrás de una vida que pareceencaminarse inexorablemente hacia el oca­so. Pero no es menos cierto que lo queda fuerza y pervívencia a su vida y a suobra es el continuo someter a revisión loya realizado, las tesis centrales de su pen­samiento para ponerlas a prueba ante laaparición de nuevos fenómenos sociales.Este libro proporciona claves de lecturaimportantes de anteriores obras de Hirsch­manoYme vaya referir fundamentalmentea dos, una biográfica y otra metodológica.

La segunda parte, bajo el título generalSobre uno mismo, recoge breves textosautobiográficos que nos dan una visión delpersonaje humano Albert O. Hirschman.Con motivo de sus discursos de agrade-

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cimiento en homenajes en distintas ciuda­des europeas nos vamos enterando de suinfancia y adolescencia en Berlín, donde,por ejemplo, descubre con estupor que supadre carecía de Weltanschauung; su huidade los nazis primero a París, donde comen­zó a estudiar economía, su trabajo en laResistencia antifascista en Trieste durantelos años 1936 a 1938, su colaboración conVarian Fry en Marsella en 1940 en unared que facilitaba la salida de extranjerosde la Francia ocupada por los nazis y suposterior fuga por los Pirineos, en la mismaruta seguida por Walter Benjamín escasosmeses antes y que, como es bien sabido,llevó a éste a suicidarse al encontrar cerra­da la frontera española. Hirschman, quehabía ayudado a construir esa ruta de eva­cuación, tuvo más suerte. Y todavía másde medio siglo después recuerda que hubode atravesar sin guía las montañas hastadivisar a lo lejos una ciudad sobre la costamediterránea. {<¿Era eso España o todavíaFrancia? No estábamos seguros y pregun­tamos a un vaquero que encontramos. Nostranquilizó diciéndonos que estábamos yaen España y que la ciudad era efectiva­mente Port-Bou, nuestra meta. Aliviado yagradecido, eché mano al bolsillo para dar­le uoa propina, pero me rechazó absolu­tamente. Recuerdo todavía sus altivaspalabras: "Yo cuido mis vacas"» (p. 144).Sería de desear que Hirschman vencierasus prejuicios contra el género autobiográ­fico, al que tiende a considerar como laconfesión final de que uno se ha quedadosin ideas. En realidad, los breves apuntesde su propia peripecia vital nos arrojanmucha luz sobre sus planteamientos teó­ricos.

La otra clave interpretativa a la quequiero hacer referencia es precisamente laque da título al libro: La tendencia a laautosubversion. En los ensayos recogidosen la primera parte, trata Hirschman deargumentar en contra de sus proposicionesanteriores, revisando, ampliando o criti­cando sus puntos de vista expuestos hace

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afias en otros libros. De manera que hayque entender la autosubversión comoautocrítica, como reconsideración de laspropias opiniones, como argumentación encontra o problematización de sus posicio­nes anteriores, por ejemplo por conside­rarlas ahora menos generales o menos perotínentes de lo que fueron concebidas ori­ginalmente: «Autosubversián puede ser enefecto un término general adecuado paradesignar los vagabundeos intelectuales quehe estado describiendo aquí apoyándomeen diversos escritos mios» (p. 107). Cier­tamente estos ejercicios de autosubversiónno suelen ser muy frecuentes entre loscientíficos sociales. Lo habitual es que, unavez establecida la teoría, el autor se preo­cupe constantemente en confirmar sushallazgos originales y no en subvertírloso reconsiderarlos sustancialmente aten­diendo a la línea opuesta de argumenta­ción, a la luz de acontecimientos o hallaz­gos posteriores. Y es que los científicossuelen invertir demasiada autoestima oincluso identidad en sus propias teorías yopiniones para andar poniéndolas conti­nuamente en entredicho. De esta maneraacaban siendo ciegos ante la complejidadde la realidad social y de los cambios his­tóricos, complejidad y cambio que muchasveces son propiciados por las propias teo­rías expuestas. Por ello resulta sumamentegratificante encontrar a un autor de la tallaintelectual de Hirschman que haya estadoen continua ebullición y siempre dispuestoa cuestionar sus propias opiniones a la luzde nuevos argumentos y pruebas. Tal vezesto sea signo de vitalidad y tenga razónHirschman al señalar que «en algún puntode la propia vida, la autosubversión puedeconvertirse de hecho en el medio principalde autorrenovacíón» (pp. 108.109). Ade­más del artículo escrito dos años despuéscomo revisión de sus Retóricas de la intran­sigencia y que conforma el capítulo 11 deeste libro, el ejercicio de autosubversiónmás importante a mi juicio se refiere asu análisis del cambio político en la antigua

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República Democrática Alemana (ROA).Como es bien sabido, una revolución pací­fica condujo en los últimos meses de 1989a la caída del muro de Berlín y poco des­pués a la absorción por la República Fede­ral Alemana (RFA) de la vieja repúblicacomunista, coincidiendo prácticamentecon la celebración oficial de sus cuarentaaños. El modelo de interpretación del cam­bio en las instituciones políticas y econó­micas había sido propuesto por Hirschrnanen un viejo y conocido libro, publicado porprimera vez en inglés en 1970 bajo el asép­tico título de Exit, Voice and Loyalty: Res­ponses to Decline in Firms, Organizationsand States (trad. española: Salida, vozy leal­tad, en F. C. B., 1977). La versión alemanade 1974 llevaba un título más expresivo,de acuerdo posiblemente con las necesi­dadespolíticas de la RDA, donde muchagente ya se planteaba la necesidad o eldeseo de emigrar frente a la imposibilidadde levantar la voz dentro del país: Abwan­derung und Widerspruch, literalmente«emigración y desacuerdo». De hecho,años más tarde, consumado el proceso decambio en Alemania, las tesis de Hirsch­man fueron ampliamente discutidas eincluso recibieron una sanción semioficialcuando la Deutsche Forschungsgemeins­chaft incluyó el enfoque salida-voz en elanálisis del cambio político alemán en losproyectos de investigación que podían serelegidos para optar a una beca. Y Hirsch­man se vio obligado a realizar su propiainterpretación aplicando su modelo teóri­co al caso de la muerte legal de la RDA,escribiendo el artículo «Salida, voz y el des­tino de la RDA Un ensayo de historiaconceptual», publicado ahora como primercapítulo de Tendencias autosubversivas. Ensu viejo libro definía sus conceptos básicosde la siguiente manera: «Salida consisteen el acto de simplemente marcharse, debi­do en general a que se cree que otra firmau organización suministrará mejores bie- .nes, servicios o beneficios. De manera indi­recta y no intencionada, la salida puede

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dar lugar a que la organización en dete­rioro mejore su funcionamiento. Voz es elacto de quejarse o de organizar la quejao la protesta con el propósito de lograrde manera directa la recuperación de lacalidad que se ha visto dañada» (Salida,voz y lealtad, p. 19).

En general, cuando es fácil la salida dis­minuye la opción de la voz. Salida y vozaparecen como alternativas excluyentes.Pero surge un tercer concepto, el de leal­tad, que hace levantar la voz y posponerla salida. Claro está que los sentimientosde lealtad son diferentes según se trate dela institución familiar, la patria o seguirsiendo fiel a la marca de detergente quese ha usado toda la vida. El caso es quela lealtad introduce un elemento nuevo alesquema: «La lealtad es un concepto fun­damental en la batalla entre la salida yla voz no sólo porque a resultas de ellalos miembros pueden quedar cautivos ensus organismos un poco más y por endeemplear la voz con mayor determinacióne ingenio, sino también porque implica laposibilidad de la deslealtad, es decir, dela salida» (ibídem, p. 83).

La lealtad retarda la salida -yenmuchos casos también la voz- cuandoexiste un deterioro en la organización aque uno pertenece o también en la propiaidentidad. Pero, en compensación, cuandotal deterioro supera cierto umbral, la vozde los miembros leales tiende a hacerseespecialmente importante.

Hirschman distingue dos etapas en suanálisis del destino de la Alemania orien­tal. En la primera (1949-1988), la salidase presenta como antagonista de la voz (si­guiendo su viejo esquema), mientras queen la segunda y definitiva etapa, en lossucesos de 1989 que pusieron fin al régi­men comunista, la salida y la voz actuaronconfabuladas y se reforzaron mutuamente:los que querían abandonar el país provo­caron también el levantamiento de la voz,grandes protestas populares que, a su vez,hicieron aumentar la tendencia a la salida.

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Esta actuación conjunta de salida y vozes lo que problematíza la posición deHirschman y le lleva, tras un primermomento de perplejidad y preocupaciónporque su teoría pudiera resultar «falsea­da» por la realidad, a revisar sus plantea­mientos sintiéndose especialmente vivo altener que explorar nuevas interrelacionesy complejidades. No puede ser mi tareaen esta breve reseña tratar de describircómo efectúa Hirschman la revisión de suteoría, sino más bien animar al posible lec­tor a que la descubra por sí mismo.

Por último, sólo unas palabras en tornoa la tercera parte del libro, parte que tieneun carácter diferente. Ya no se trata desubvertir desde dentro posiciones anterio­res, sino de realizar «Nuevas incursiones»acerca de temas de la actualidad econó­mica, política e intelectual, De esta mane­ra, el libro no resulta sólo un balance delo realizado en décadas de profunda ori­ginalidad en el campo de las ciencias socia­les, sino también de roturar terrenos toda­vía no transitados. De esta última partequisiera destacar el capítulo XX, que cierrael libro y que supone la incursión deHirschman en la reciente polémica entreliberales y comunitaristas, Partiendo deuna concepción conflictiva de la sociedad,establece que hay un tipo de conflictosnegociables, divisibles, del modelo «más omenos», en los que se puede ejercer elcompromiso y el arte del regateo, conflic­tos que pueden ser considerados comopilares de sostenimiento de las sociedadesdemocráticas de libre mercado y en cuyasolución, siempre provisional, muchohemos aprendido en los últimos cincuentaaños. Además de estos conflictos se plan­tean otros más radicales del tipo «o esto

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o nada», más difíciles de resolver, ya quela negociación es más compleja y muestrasus límites. Serían los conflictos de tipoétnico, fundamentalista o religiosos al viejoestilo sobre los que tenemos la ilusión dehaberlos resuelto de una vez y que, sinembargo, emergen de nuevo como en elcaso de la antigua Yugoslavia, el funda­mentalísmo islámico o los nuevos brotesde racismo y etnocentrísmo en toda Eu­ropa. y estos problemas no se pueden solu­cionar mediante una apelación entusiastaa los valores de la propia comunidad y delespíritu comunitario. Estas invocaciones loúnico que suelen encubrir es que no sesabe cómo enfrentarse a los nuevos pro­blemas de la sociedad: «Lo que en realidadse requiere para avanzar al afrontar losnuevos problemas que encuentra en sucamino una sociedad es un ímpetu políticoemprendedor, imaginación, pacienciaaquí, impaciencia allá, y otras variantes devirtú y fortuna. No veo la utílidad (y sí veomucho peligro) en echar todo esto en unmismo saco, invocando algún espíritucomunitario» (p. 282). Ciertamente, aalguien que sufrió en su propia carne elentusiasmo comunitario de la Volksge­meinschaft de los nazis y tuvo que huir deella a través de media Europa, cruzar losPirineos y esperar en Lisboa un barco parallegar al otro lado del Atlántico le tienenque resultar extrañas las nuevas invocacio­nes al espíritu de la comunidad. Y es quela autosubversión también tiene sus lími­tes: hay fronteras -también las del recuer­do y la coherencia personal- que no sepueden traspasar.

JoséM. GonzálezGarete

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EL AUTÉNTICO LIBERALISMO

PHJUPPE VAN PARIJS: Libertad realparatodos. Qué puede justificar al capita­lismo (si hay algo que pueda hacerlo),traducción de J. Francisco Álvarez,Paidós, Barcelona, 1996,367 pp.

En su último libro traducido al castellano,Van Parijs se plantea si es posible justificarel capitalismo en su comparación con elsocialismo. Para ello traza un apasionante(y denso) recorrido que pasa por los prin­cipales temas éticos, políticos y económi­cos que vertebran las discusiones actuales.Van Parijs parte de que «solamentetomando en serio como merece el llamadopensamiento neoliberal, y sobre todo ladefensa liberal del capitalismo, será posi­ble que la izquierda pueda alguna vez recu­perar el nervio ideológico que tanto pre­cisa para avanzar algo más allá de batallaspuramente defensivas», y esto es lo quehace en esta obra, tomar y retomar losargumentos a favor y en contra del capi­talismo y el socialismo y confrontarlos crí­ticamente. Este tomar en serio las defensasliberales del capitalismo exige analizar lasconcepciones de justicia que subyacen enlas mismas y todo esto se hace a la luzde la propuesta de un ingreso básico uni­versal e incondicional, basado en la equi­dad (igualdad de derecho a los frutos dela riqueza, tanto natural como producida)y no en el mérito, ni siquiera en la soli­daridad, como medio esencial para salirde la trampa en la que el actual desempleomasivo nos ha introducido generando unadualización creciente de la sociedad.

El punto de partida del libro es el in­tento de compatibilizar la libertad con laigualdad (y con la eficacia). Frente a losliberales que parten de la base de que elcompromiso irrenunciable con la libertadnos puede llevar a tener que aceptar la

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desigualdad como algo ineliminable, VanParijs afirma que, si la libertad es un valorclave, también 10es la igualdad. El primercapítulo del libro plantea 10 que sería unasociedad libre y la cuestión de si esta socie­dad libre puede ser capitalista. Esta dis­cusión conduce al autor a su propuesta deun liberalismo auténtico que supone lalibertad real (y no meramente formal) paratodos los individuos, lo cual exige, en laestela de Rawls, una distribución de losrecursos externos de tal manera que semaximice la dotación de los peor dotados(distribución maximin),

El segundo capítulo argumenta que lapropuesta del ingreso básico incondicionaly universal es la mejor manera de conseguiruna sociedad libre, ya que tal medida maxi­miza la capacidad de todos los individuospara elegir lo que quieren hacer de suspropias vidas y, en ese sentido, maximizasu libertad real. Van Paríjs interpreta elprincipio de Diferencia de Rawls como unarecomendación para que, siempre que serespeten las libertades fundamentales y sedé una efectiva igualdad de oportunidades,se introduzca un ingreso básico incondi­cional, ya que ésta sería la mejor manerade distribuir la riqueza entre los individuos,aumentando su poder y manteniendo elautorrespeto, de una manera tal que losindividuos peor situados estuvieran almenos tan bien como los peor situados encualquier otra redistribución alternativa.

En los capítulos tercero y cuarto el autorhace un repaso a todas las objeciones quese pueden hacer a su propuesta de libertadreal y desarrolla la idea de justicia que sus­tenta dicha propuesta. Central en sunoción de justicia es la idea de la diversidad

. no dominada, según la cual «la distribuciónde dotaciones en una sociedad es injustaen la medida en que hay dos personas tales

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que cualquiera que pertenezca a esa socie­dad prefiera la dotación total(tanto internacomo externa) de una de ellas en lugarde la dotación total de la otra»; es decir,que en una sociedad justa Ja situación deninguna persona es considerada por todoslos miembros de dicha sociedad comomenos preferible que la de otro individuode la misma sociedad. Una sociedad justaes aquella en la que las diferencias entredos individuos cualesquiera son tales queno todos los miembros de dicha sociedadpreferirían la situación de uno en relacióncon la del otro. En una sociedad justa lasdiferencias en las dotaciones se compensande tal manera que ninguna domina sobreotra, dominando una dotación sobre otracuando «toda persona (dada su propia con­cepción de la buena vida) preferiría tenerla primera dotación antes que la segunda".Esta condición de la diversidad no domi­nada es una generalización de la condiciónde inenvidiabilidad que considera justa unasociedad cuando ninguno de sus miembrosenvidia la situación de cualquier otro.Estos criterios de justicia son los que diri­gen la compensación entre las diversas per­sonas, ya que dicha compensación debeparar cuando deja de haber envidia poten­cial, o sea, cuando «el repertorio de con­juntos de preferencias es tal que ningunadotación es preferida a otra de maneraunánime».

Si el capítulo tercero analizaba las obje­ciones que consideraban que la justiciacomo libertad real para todos no tenía encuenta de manera suficiente la compen­sación hacia los menos capacitados, el capí­tulo cuarto analiza, en cambio, las obje­ciones que afirman que dicha noción dejusticia favorece a los holgazanes sobre loslaboriosos, llevando a cabo una evaluacióndel papel actual del trabajo entendidocomo un recurso escaso. Van Parijs asumeel principio liberal de neutralidad entre lasdiversas concepciones de vida buena, loque le lleva a no privilegiar a los que aspi­ran a un trabajo (parados involuntarios)

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respecto a los que no lo hacen (paradosvoluntarios), hormiga frente a cigarra enla acertada versión que da el traductor JoséFrancisco Álvarez. A continuación argu­menta la superioridad de la propuesta delingreso básico sobre otras alternativas parapaliar el desempleo: el reparto del empleomediante la reducción de la jornada detrabajo, los incentivos a los empleadorespara que contraten más trabajadores y lossubsidios directos a los desempleados invo­luntarios. Los problemas que nuestro autorve en la propuesta del reparto del trabajoson: la falta de conmensurabilidad entrelos distintos puestos de trabajo y la escasezrelativa de individuos con las capacidadesrequeridas para cada puesto; el hecho deque repartir de forma igualitaria losempleos, y no simplemente el derecho atrabajar, discrimina a los que no quierenoptar a un empleo respecto de los que sílo quieren, pues los empleos son recursosescasos y el derecho igualitario a los mis­mos unido a la condición de neutralidadexige que los que no acceden a dichosempleos, aunque sea de forma voluntaria,mantengan en cambio el derecho al pro­ducto de los mismos. Respecto a lo quenuestro autor denomina la estrategia delsoborno, dirigida, bien a Jos empleadorespara que realicen contratos subsidiados, obien limitando los subsidios de desempleoa los desempleados involuntarios, VanParijs las rechaza no sólo porque los gastosque entrañan suponen una discriminaciónde los desempleados voluntarios, sino tam­bién porque exigen unos impuestos quetendrán un impacto negativo sobre la pro­ductividad. Maximizar la libertad real sig­nifica maximizar la capacidad de elegirentre el trabajo y el ocio, y favorecer aaquél sobre éste significa asignar recursosdistintos a personas iguales (se limita elsubsidio al que desea trabajar, lo que supo­ne que se privilegian unos gustos sobreotros, gustos además caros, ya que el tra­bajo es un bien escaso). No podemos pormenos que resaltar aquí los resultados

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francamente contraintuitívos a los que lle­ga Van Parijs debido a su aplicación a raja­tabla del principio de neutralidad entre lasdiversas concepciones de vida buena. Unacosa es no aceptar una concepción per­feccionista de la justicia, es decir, una queprivilegia un ideal de vida buena como elúnico aceptable para el individuo, así comola idea de que existe un bien común quesería el objetivo a alcanzar por toda lasociedad, y otra considerar que todos losideales de vida buena son equivalentes ydebido a su mutua inconmensurabilidad nose puede elegir entre ellos ni considerarque unos sean mejores que otros, aunqueno haya uno que sea el mejor globalmente.Hayal menos una comparabílidad parcialentre los distintos ideales de vida buenaexistentes en nuestras sociedades actualesyeso permite juzgarlos e incluso jerarqui­zarlos respecto a valores distintos que encada caso sirven de patrón.

Otra de las objeciones dirigidas a la pro­puesta del ingreso básico es que sustituyeel derecho al trabajo por el derecho alingreso y que así se obvia que el trabajoremunerado no sólo produce un ingreso,sino que permite establecer relacionessociales, que da reconocimiento social yademás la satisfacción asociada a la rea­lización de algo útil. Van Parijs respondeque esta objeción no es válida, en primerlugar porque con su artilugio de la hipo­tética subasta en la que los individuospujan por los diferentes puestos de trabajoque se ofertan, se tienen en cuenta tambiénlos aspectos no pecuniarios del trabajo y,además, desde el punto de vista liberal,de lo que se trata no es tanto de que todaslas personas trabajen, como de que tenganoportunidad real de hacerlo si quieren. Y,precisamente, el ingreso básico facilita quetodo aquel que quiera pueda conseguir untrabajo, bien mediante el autoempleo, bientrabajando a tiempo parcial, bien aceptan­do un salario bajo compensado por la exis­tencia de rasgos no pecuniarios en dichopuesto de trabajo, bien adquiriendo la for-

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mación que le permita acceder posterior­mente a trabajos que considere satisfac­torios, etc. Como vemos, el ingreso básico,en lugar de desincentivar el acceso al tra­bajo, lo hace más cómodo y menos angus­tioso, permitiendo además que se llevena cabo muchas actividades útiles que porsu escasa rentabilidad no se llevan a caboen el marco de la economía mercantil.

El capítulo quinto se refiere a la nociónde explotación, y en él se responde a laobjeción de que la propuesta del ingresobásico fomenta el parasitismo, es decir, laexplotación de los trabajadores por partede los holgazanes. Van Paríjs distingue trestipos de explotación: la lockeana, en la quealguien se apodera de una parte del pro­ducto neto del trabajador en virtud de algodiferente al propio trabajo, lo que va con­tra una noción de justicia que presuponeel derecho de cada trabajador al fruto com­pleto de su trabajo; la luterana o marxista,según la cual alguien es explotado si con­tribuye con más trabajo socialmente nece­sario (es decir, con más valor) al que seapropia por medio de sus ingresos, razónpor la cual explotación equivale así a unintercambio desigual de valor; y la roeme­riana, que considera que alguien estáexplotado al modo capitalista si pudieraobtener un mejor resultado a partir de unaigualación de las dotaciones de capitalefectivamente disponibles para cada uno.Respecto a esta cuestión, Van Parijs afirmaque su propuesta de maximizar la libertadreal para todos a través de un ingreso bási­co incondicional y universal es incompa­tible con la estricta proporcionalidad entreel esfuerzo del individuo y sus logros oingresos, aunque no con que el ingreso deun individuo sea afectado positivamentepor su trabajo, ya que lo hayque optimizarno son los logros o ingresos de cada indi­viduo, sino sus oportunidades o recursos.Por otra parte, uno podría retener para

. sí el total del producto de su trabajo sino utilizase ningún recurso escaso, pero,como el trabajo real 10 hace, entonces no

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es justo oponerse a una propuesta comola del ingreso básico, que trata de distribuirentre todos de forma maximin el valor derecursos escasos que algunos se apropiande manera muy desigual.

En el último capítulo se vuelven a com­parar el socialismo y el capitalismo a laluz del objetivo fundamental de Van Parijs,es decir, la maximización del ingreso bási­co, compatible con la protección de lalibertad formal y el respeto del criterio dela diversidad no dominada. Si el capita­lismo parece ser superior en términos deeficiencia, el socialismo es superior en tér­minos de soberanfa popular, o sea, de lacapacidad que una comunidad tiene pararegular su economía de forma democrá­tica. Aunque es posible que el socialismosea menos eficiente, es decir, no sea capazde generar un producto más amplio queel capitalismo, es casi seguro que serácapaz de redistribuirlo mejor. Como con­clusión, Van Parijs apuesta por el desarro­llo de la democracia a escala internacional,así como por programas de redistribucióna nivel mundial, para paliar los problemasligados a la competencia con países queno reconocen los derechos sociales, y porun patriotismo solidario que fomente lalealtad hacia las instituciones encargadasde la redistribución. Sólo con estas dos

estrategias, global y local respectivamente,podremos salir de la crisis actual. Para vanParijs, el futuro no pasa por la elecciónentre el capitalismo y el socialismo, sinoque los temas centrales para el futuro son,por el contrario, cuándo y cómo debería­mos introducir un ingreso básico incondi­cional, si es conveniente atribuir poderesredístributivos a las autoridades suprana­cionales y cómo rediseñar nuestras insti­tuciones sociales de forma que favorezcanla integración y la solidaridad. El problemade estas propuestas es que son difícilmenterealizables sin limitar el capitalismo en unsentido que forzosamente es socialista,aunque en un sentido no estatalista, noburocrático y no autoritario. La necesidadde un nuevo pacto social en el interior delos países y de la instauración de un nuevoorden económico mundial más solidario yredistributivo a nivel global dificulta enor­memente el mantenimiento del capitalis­mo tal como el neoliberalismo actualdefiende, ya que supone la introducciónde una regulación democrática, solidariae integradora de la economía, tanto a nivelnacional como a nivel mundial, yeso esincompatible con los vientos desregulari­zadores y flexibilizadores hoy dominantes.

Francisco José Martinez

ÉTICA, ECONOMÍA E INTERVENCIÓN ESTATAL

PARTHA DASGUPTA: An Inquiry intoWell-Being and Destltution, Oxford &New York, Clarendon Press & OxfordU. P., 1993.

El Ensayo sobre el bienestar y la pobrezaextrema de Partha Dasgupta Frank Ramsey

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professor of economics de la Universidadde Cambridge y especialista consagrado eneconomía del desarrollo, no ha conocidodemasiado eco en nuestros medios filosó­ficos, pese a los cinco años transcurridosdesde su edición original (a la que ante­cedieron un buen número de artículos yescritos que en él cristalizan, como después

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seguirían otros). Quizá no sea una novedaden sentido estricto, pero su importanciabien merece una recensión en este mono­gráfico de Isegoria.

La presente obra de Partha Dasguptaconstituye, en efecto, una aportación denotable originalidad a las doctrinas actual­mente vigentes sobre el desarrollo econó­mico, respecto a las cuales nos ofrece unateoría alternativa, muy elaborada, sobre elanálisis de la distribución de recursos entreunidades domésticas (households). Mas suoriginalidad no la apreciará sólo el expertoen la materia, que acaso haya sido el pri­mer sorprendido con su lectura: la teoríase formula con objeto de evaluar los posi­bles planes de desarrollo económico apli­cables por el Estado en países subdesarro­llados. Con ese propósito, la obra se iniciacon una discusión, que ocupa toda su pri­mera parte -131 pp.-, sobre los funda­mentos éticos que, en general, cabe atri­buir a la intervención del Estado en la eco­nomía, abordada por Dasgupta en clavedel contractualísmo contemporáneo.

Pero tales criterios de evaluación no seextraen «deductivamente» de las doctrinasde Rawls o sus epígonos, ya que en su dis­cusión desempeñan un papel principal tan­to conceptos tomados de la misma eco­nomía del desarrollo, como la casuísticaconsiderada para su aplicación, todo locual viene a modular decisivamente aqué­llas. Así, el concepto de necesidades básicas(basic needs], desarrollado por economis­tas de su especialidad desde mediados deeste siglo, le sirve a Dasgupta como ejepara establecer su idea de libertad y suformulación contractual: se trata de definiraquellas necesidades (nutritivas; sanitarias,educativas...) cuya satisfacción es impres­cindible aun tan sólo para poder aspirara obtener los propios fines, y sería por elloterna central del contrato -pese a suausencia en tantas otras formulacionesdel mismo-e-. Pero tan importante comoeste concepto de necesidad es el rico yabundante material empírico en el queDasgupta se apoya para construir su defi-

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nición, como es la literatura médica, etno­lógica, cte., acerca de la pobreza extremaen países como la India o los del Áfricasubsahariana. Sin estos conceptos yeviden­cias sería, en efecto, imposible una eva­luación efectiva de los programas dedesarrollo propuestos para estas regiones,y es en estas labores donde, para Dasgupta,ha de ejercitarse la auténtica filosofíamoral y política, aun cuando ello supongala reinterpretación, si no el abandono, demuchos de sus argumentos -el decimo­tercer capítulo, sobre dilemas morales denatalidad, es a estos respectos ejemplar.

No menos afectada resulta la propiadoctrina actualmente vigente en las cáte­dras de economía del desarrollo -adecua­damente expuesta en toda la parte segundadel ensayo-, pues nuestro autor se apoyatanto en la argumentación filosófica ante­rior como en su misma inadecuación em­pírica, para mostrar la conveniencia dereconstruirla, si es que se han de obtenerde ella mejores criterios sobre la distribu­ción gubernamental de recursos en paísessubdesarrollados. Ello le exigevolver sobrelos mismos fundamentos de la teoría, paraintegrar en ellos la evaluación de aquellasnecesidades que debieran satisfacerse paraoptimizar el aprovechamiento de dichaspolíticas de desarrollo. La sombra delmarxismo no deja aquí de advertirse, aun­que Dasgupta considere nefasto el papeldesempeñado por el industrialismo sovié­tico en los planes dc desarrollo de tantospaíses del hemisferio sur: si las pautas deproducción y consumo del proletariadofabril eran la norma respecto a la cualdebía conducirse la revolución soviética,para Dasgupta son los desposeídos de Áfri­ca y Asia, sus necesidades alimentarias,médicas y educativas, el punto de partidatanto del estudio como de la ulterior accióngubernamental.

Determinar positivamente estas necesi­dades se convierte, por consiguiente, enmotivo central de la obra, tanto como laformulación de una teoría económicaalternativa sobre el desarrollo a partir de

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éstas, y a ello se dedican las dos últimaspartes de la obra -tercera y cuarta,325 pp.-. La mayor innovación aquí,dejando aparte la maestría de Dasguptaen la disposición de los cálculos, se encuen­tra, a nuestro entender, en la modulacióndel materialismo cultural (la escuela etno­lógica asociada mayoritariamente al nom­bre de Marvin Harris) a la que Dasguptarecurre para establecer tales necesidades.Siendo, obviamente, la nutrición una delas más elementales, no es extraño queDasgupta acuda al análisis calórico comoclave para su estudio en dichas regiones,pero es también consciente (y aquí es don­de supera la perspectiva etnológica) de quesanidad o educación --entendidas conarreglo a cánones no por europeos (laescuela, el hospital) menos universales­son igualmente factores decisivos en laconsecución del desarrollo económico, sinque puedan reducirse a calorías ni a super­estructuras. La elaboración de índices conarreglo a los cuales conjugar su evaluaciónofrece notables dificultades que nuestroautor resuelve con audacia. Y una con­secuencia no menor, creemos, es la supe­ración del relativismo cultural tan frecuenteen este género de análisis.

Dasgupta llega, por fin, a ofrecer --enlos dos últimos capítulos de la obra- losfundamentos de una política de reformaagrícola como eje del desarrollo económi-'co en países como la India, mostrandocómo, mediante la provisión de infraes­tructuras adecuadas, la intensificación dela explotación agrícola familiar proveeríaincluso recursos para financiar el accesoa la tierra. Esta política se complementaríaademás con programas alimentarios, médi­cos y educativos, con notables efectos,entre otros, sobre la natalidad o la ver­tebración de las distintas comunidadesimplicadas en su desarrollo. Su argumentose apoya, además, en numerosas experien­ciasparciales anteriores ensayadas, a modode indicio de su viabilidad.

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El alcance de su obra, a la vista de suconclusión, es en verdad imponente. Comotérmino de comparación y muestra de ello,cabría mencionar la intersección de éticay economía que obtiene Philippe van Parijscon sus ensayos sobre el denominado sala­rio universal garantizado (basic income};partiendo de un concepto de libertad enmuchos aspectos análogo al de Dasgupta-libertad real, y no sólo formal, de poderhacer lo que se desea-, van Paríjs ensayauna defensa ética (libertaria) de un políticade redistribución de recursos en el con­texto de los actuales Estados del bienestareuropeos, consistente en ofrecer incondi­cionalmente a cada cual en metálico, y noen forma de servicios, su cuota en el repar­to. La formulación de la propuesta (comola misma doctrina económica en la quese inspira, el negative income tax de Fried­man) atenta contra la más elemental sin­déresis política (originariamente se pedíala supresión de la seguridad social, apo­yándose en un somero estudio sobre curvasde Laffer). Su expansión universal, comoha llegado a proponerse, más allá del áreadonde el Estado del Bienestar efectiva­mente existe, no puede resultar menos ridí­cula. La lectura de las propuestas de Das­gupta es, en cambio, un ejemplo de rigor,tanto por la documentación de las propues­tas como por la mesura y tino tanto desu formulación como en la elección deldominio en el que se sugiere aplicarlas.

La mayor objeción que se nos ocurresobre este ensayo es si acaso Dasgupta nodisociará excesivamente la marcha generalde la economía de un país del área de inter­vención del Estado que él propone, comosi ambos operasen disociados y no se die­sen en aquélla factores que obran contrala ejecución de planes de desarrollo talescomo el que esboza en su obra. Apelara la cogencia de los argumentos contrac­tuales no quiere decir, al cabo, que éstostengan efecto económico por sí solos.

David Tetra

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NUEVOS PROYECTOS EN TORNO AL SOCIALISMO DE MERCADO

JOHN E. ROEMER: Un futuro para elsocialismo, trad. de Antoni Dome­nech, Barcelona, Crítica, 1994.

A finales de 1989, tras la supresión delmovimiento democrático en Beijín y lasmúltiples sublevaciones populares portoda Europa del Este, sorprendió al mundoentero el inevitable desmoronamiento delcomunismo marxista-leninista, eliminán­dose corno alternativa al capitalismo y asu vez cuestionando la idea misma desocialismo. Pero no hace falta que entre­mos en preámbulos históricos para apun­tar, simplemente, que desde inicios de estadécada se ha reabierto un amplío debatesobre lo que queda del ideario socialista,su necesaria reformulación y la articula­ción de nuevos proyectos político-econó­micos alternativos. Sería erróneo interpre­tar el fracaso del socialismo en la UniónSoviética y Jiuropa del Este como una jus­tificación de la irresponsabilidad y la injus­ticia capitalistas. Corno señala Eric Hobs­bawm, una izquierda racional, conscientede su propia falibilidad y habiendo apren­dido del pasado, tiene un papel vital a lahora de asegurar un futuro vivible paratodos y de subordinar las notables capa­cidades productivas desencadenadas por elcapitalismo a fines verdaderamente hu­manos.

Sin duda, Un futuro para el socialismo,de John Roerner, es una significativa con­tribución en esta línea, puesto que ofrece,con gran empeño analítico, aunque evitan­do el lenguaje excesivamente técnicocaracterístico de sus obras más prominen­tes, una posible reconciliación entre igual­dad y eficiencia. Todo ello desde una deci­dida voluntad de responder a un desafíopolítico concreto, lejos de tintes utópicos

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que pudieran reducir la propuesta a unejercicio intelectual.

El libro va más allá de la simple pre­sentación del novedoso modelo de socia­lismo de cupones. El elemento sugerentede la propuesta roemeríana estriba en lahabilidad para sustraerse, por un lado, alas tesis ad hoquistas propias de la tradiciónmarxista -léase la asociación entre socia­lismo y propiedad pública- y, por otrolado, de las concepciones más toscas queacerca del capitalismo hemos heredado deesta misma línea de pensamiento (caberecordar, por ejemplo, la crítica que losmarxistas analíticos hacen de la pretensiónde articular una ofensiva ética contra elcapitalismo a partir del concepto tradicio­nal de explotación, concepto que, anali­zado con rigor, tampoco deja en buen lugaral comunismo de la Crítica del Programade Gotha) l. Efectivamente, Roemer pre­senta una definición de los objetivos socia­listas, cuestiona la necesidad de la propie­dad pública para realizar el proyecto polí­tico-económico socialista, ofrece una brevepanorámica de la historia del socialismode mercado y, tras componer este preludio,da entrada a la exposición de seis propues­tas concretas, cuyo realismo se sintetiza endos rasgos fundamentales. Los modelostoman a las personas tal y corno son, sinconfiar en revoluciones culturales queengendren hombres nuevos y, por otrolado, permiten un amplio uso de los mer­cados. El modelo de Roemer asume unaperspectiva instrumental sobre los dere­chos de propiedad y los evalúa a la luzde los efectos sobre los daños públicos-externalidades negativas generadas porla concentración de propiedad-o Es decir,el enfoque sobre los derechos de propie­dad tiene doble filo, puesto que no sólopersigue resultados distributivos más igua-

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litarios, sino que también considera suimpacto sobre la distribución del poderpolítico y en concreto atendiendo a lasdecisiones relacionadas con los aspectosproductivos de la economía. El modeJo deRoerner, formulado en los términosmicrocconómicos del equlibrio general,presta especial atención a los mecanismosque garanticen un comportamiento efi­ciente por parte de las empresas y logrenmantener el ritmo de cambio tecnológico;cuestiones que siempre se han apuntadocomo el talón de Aquiles del socialismo.Sin abandonar las exigencias de eficiencia,Roemer argumenta en favor de la plani­ficación de la inversión para lograr résul­tados socialmente mejores; sin embargo,confía en la eficiencia de los instrumentosde mercado en oposición al sistema deórdenes centralizadas y distribución admi­nistrativa.

El poco énfasis que el socialismo decupones da a la dimensión democráticaparecería dificultar la realización de dichapropuesta, a la vez que la situaría comoun proyecto de transición. Sin embargo,Roemer no está dispuesto a renunciar ala viabilidad política de su modelo, y sitúaa los países con menor desarrollo capita­lista y con una clase obrera con nivelesprecarios de bienestar como posibles mar­cos para realizar el proyecto del socialismode mercado de cupones.

Socialismo «:a la Roemer»

Asumiendo una concepción igualitaristadel socialismo, Roemer sintetiza los obje­tivos socialistas en tres puntos: a) igualdadde oportunidades de autorrealización y debienestar; b] igualdad de oportunidades deinfluencia política; y e) igualdad de statussocial. Reconoce que se trata de una pre­sentación poco exhaustiva, ya que no pres­ta atención a las tradicionales nociones declase, explotación o comunidad, ni tam­poco parece distinguirse de manera clara

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de una propuesta igualitaria libera] de cor­te rawlsiano.

Roemer señala que los socialistasdesean aquella organización social quemaximice la igualdad de oportunidadespara la autorrealización de todos susmiembros; sin embargo, en seguida matizaque la igualdad completa puede conducira niveles inferiores a los proporcionadospor el criterio del Maximin (que maximizalas oportunidades de realización del indi­viduo en la peor situación). Respecto alos otros dos objetivos -influencia políticay status social-, señala que el criterio delmaximin no acaba de encajar, puesto queson términos que presuponen una redsocial más compleja y no pueden ser defi­nidos enteramente de forma relativa.Finalmente, en tomo a la dicotomía opor­tunidades versus niveles de bienestar yautorrealización, Rocmer destaca la pri­macía de las oportunidades, arguyendo lanecesidad de adjudicar un grado de res­ponsabilidad al individuo al plantearseunos objetivos vitales alcanzables.

Parece, no obstante, que el desarrollode la tríada es demasiado conciso. En efec­to, uno no se llega a formar una visióngenérica sobre la postura de Roemer comosocialista de mayor o menor sesgo liberal.La falta de precisión sobre lo que significanlos conceptos normativos de igualdad deoportunidades en influencia política oigualdad de status social los retienen enun plano muy secundario, subrayando eligualitarismo económico como vía princi­pal para la consecución de los tres obje­tivos. Del mismo modo, el concepto deautorrealización queda falto de un conte­nido preciso, de forma que, lejos de pre­sentársenos como convencida anexión alregenerado ideario, parece quedar redu­cido a la categoría de mero guiño a loscompañeros de escuela. Y es que, en elfondo, se echa en falta una mayor dedi­cación a los efectos del modelo sobre elplano motivacional del individuo. En otraspalabras, queda poco claro en qué sentido

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el modelo del socialismo de cupones daríaprimada a la autorrealización entendidacomo Elster la glosa.

Así las cosas, Rocrner apuesta por unateoría ética vertebrada en los siguientespilares: la crítica al capitalismo a travésdel argumento de la injusta distribuciónde los derechos de propiedad sobre losmedios de producción; el rechazo de laidea clásica de explotación basada en elconcepto de autopropiedad; y finalmenteel apoyo del Estado de Bienestar. Bajo supunto de vista, la concepción igualitaristadel socialismo que propone satisface estascaracterísticas.

Otra cuestión diferente y a su vez com­prometida es la de establecer prioridadesnormativas en tomo a los tres objetivos-a), b) y c)--, tarea que Rocmcr des­atiende. Cabe apuntar que las considera­ciones dc énfasis normativo referentes ala tensión entre democracia e igualdad noresultarán inocuas, puesto que no sólorelativizan/destacan el papel de determi­nados conceptos en la construcción de losmodelos político-económicos alternativos,sino que también condicionan el camino

.de transición hacia las melas finales socia-listas.

En sintonía con su talante crítico antecualquier afirmación conformada por elpeso de la tradición, Roemer propone unadesmitificación del concepto de propiedadpública, convertido en fetiche por la orto­doxia socialista. Argumenta que la ligazónentre socialismo y derechos de propiedadpúblicos es débil -por no decir falsa-,y, de este modo, invita a cambiar el enfo­que adoptado por los socialistas tradicio­nales que anteponen la realización de unasdeterminadas formas de propiedad a laverdadera prioridad de lograr las metassociales. Desmarcándose de tesis adhoquistas, Roemer analiza el concepto depropiedad pública e investiga, bajo un pris­ma puramente instrumental, los posiblestipos de relaciones de propiedad que cum­plan dos desiderata: un objetivo igualitario

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sobre la distribución de renta y una metade eficiencia. Presenta una nueva defini­ción de propiedad pública basada en la dis­tribución igualitaria de los derechos sobrelos beneficios productivos. El mecanismodistributivo impone que cada ciudadanoadulto posea una porción de la capacidadproductiva total de la economía mediantela asignación de una cartera de cuponesque permita comprar acciones de lasempresas relevantes. Dichas accionesentregan un conjunto de derechos entrelos que se encuentra el derecho a recibirunos dividendos. Para llegar a asegurar laestabilidad del reparto igualitario, tanto enlo tocante a los beneficios como en lo quehace al control sobre los medios de pro­ducción, resultan indispensables tres res­tricciones: la no transmisibilídad, la limi­tación en la acumulación de cupones y lano convertibilidad de los cupones endinero.

En síntesis, tendríamos una economíacon dos tipos de moneda, una moneda parala adquisición de bienes de consumo y otrapara la compra de las carteras de acciones.Las relaciones entre los agentes y lasempresas se ejecutarían a través de unosintermediarios, unas «mutualidades defondos» que ofrecerían sus acciones a losagentes a cambio de los cupones y condichos cupones comprarían las acciones delas empresas dentro del sector público. Loscupones en manos de las empresas ser­virían como fuente de financiación, al sercanjeados por fondos del tesoro públicoprocedentes de la recaudación vía impues­tos. La segunda forma de financiación seríaa través de préstamos concedidos por ban­cos públicos articulados al estilo japonésde los keiretsu; donde cada banco lleva lasdemandas de financiación de un conjuntode empresas y puede llegar a posee~ accio­nes de dichas empresas para motivar elcontrol del buen funcionamiento de éstas.

En esta economía, la demanda y la ofer­ta de préstamos determinarían el tipo deinterés, mientras que la oferta de cupones

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y la demanda de financiación vía fondosdel tesoro fijarían la tasa de intercambioentre cupones y fondos públicos. Los indi­viduos serían libres de cambiar sus tenen­cias en acciones «mutuales», así como lasmutuas también podrían modificar su car­tera de acciones empresariales; el valor deambos tipos de acciones estaría expresadoen términos de cupones y las oscilacionesde valor dependerían del rendimiento dedichas empresas.

Para asegurar un comportamiento com­petitivo de las empresas y fomentar el cam­bio tecnológico, Roemer confía en el con­trol bancario (puesto que del buen fun­cionamiento de las empresas depende elretomo de los préstamos concedidos), asis­tido por el «Mercado de Valores de Cupo­nes» (con las funciones propias de un mer­cado de capital usando, en este caso, losprecios en cupones como indicadores).

Bajando al nivel de la empresa, Roemermantiene la estructura directiva propia delas empresas capitalistas, desestimando laposibílidad de un proceso de democrati­zación interno que las convierta en empre­sas dirigidas por trabajadores. Los motivosse apoyan en las clásicas consideracionesrespecto a las dificultades de autofinan­elación, el excesivo riesgo que deben asu­mir los trabajadores a través de las osci­laciones de salarios y la distorsión de losobjetivos en favor de maximizar el ingresoneto del trabajador en vez de maximizarlos beneficios. Sin embargo, el autor nodeja la cuestión política totalmente des­atendida. La pregunta relevante es lasiguiente: dada la nueva distribución dederechos de propiedad sobre los benefi­cios, ¿CÓmo se verán afectadas las deci­siones tomadas por la Junta Directiva", ya escala nacional, ¿de qué manera se modi­ficará la decisión popular sobre los dañospúblicos vinculados a la producción?

El modelo muestra la relación entreexternalidades y distribución de propiedadde manera explícita. Si los ciudadanos queconcentran la mayor parte de los beneficios

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son aquellos que, a su vez, tienen influenciaen el control de las empresas y el procesopolítico, los niveles de daños públicos serántanto más elevados cuanto mayor sea laconcentración de propiedad sobre losbeneficios. En una economía de socialismode mercado, la distribución de los bene­ficios es tan dispersa que se quiebra la acu­mulación de poder político: los interesesde los propietarios coinciden con los inte­reses sociales, de modo que el nivel dedaño público se reduce drásticamente.

El socialismo de cupones de Roemerno es un modelo político, listo para llevara la praxis. A pesar del esfuerzo por evitardar forma a constructos utópicos, la pro­puesta descuida en exceso la dimensiónpolítico-pragmática; sin embargo, abrecamino en el plano teórico centrándose enel concepto de los derechos de propiedad,combinándolo con problemas de informa­ción asimétrica y de diseño de incentivosal servicio de los objetivos socialistas. Setrata, sin duda, de una apuesta creativalibre de consideraciones reverenciales a latradición. No obstante, la asunción delprincipio de que resulta más fácil actuara través de las instituciones que sobre lasmotivaciones para llegar a los resultadosdeseables, puede conducirnos a la trampade perpetuar el comportamiento y la lógicapropia del capitalismo, lo que minaría laplena realización de la coordinación socialaun obteniendo, a corto plazo, resultadoseconómicos más igualitarios. En este sen­tido, Jos últimos resultados de la Teoríade la Regulación y de la Teoría Penal nosmuestran cuán contraproducente resultamantener la postura Iockeana de asumirla peor naturaleza en los agentes al diseñarlas instituciones. No se trata de una buenaestrategia ni desde un punto de vista nor­mativo, puesto que adoptando el supuestode villanía o de egoísmo puro, este tipode motivación acaba anclándose en eltalante de la persona, ni desde una ópticapragmática, ya que los incentivos no estánen consonancia con la multiplicidad de

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motivaciones de los agentes. En definitiva,el ámbito de las motivaciones debería serestudiado más a fondo puesto que paralograr una verdadera coordinación social,los procesos gobernados por la agregaciónde racionalidades individuales, limitados aun mero cálculo coste-beneficio, resultanverdaderamente insuficientes.

Equal Shares

El carácter multidisciplínar del debate entorno al socialismo de mercado queda ple­namente reflejado en el volumen EqualShares, coedítado con Erik Q. Wright(Londres, 1996) y donde se recogen artí­culos dedicados al libro anterior de Roe­mer, AFS (Un futuro para el socialismo).Atendiendo a la naturaleza crítica de ES,«todo lo dicho por Roemer, ya sea en tonocrítico o constructivo, es centro de diana»,como bien señala Andrew Levine. En efec­to, las críticas sacan punta a todas las con­sideraciones de Roerner, desde el esque­mático ideario ético hasta su inviabilidadpolítica, pasando por las dificultades definanciación del modelo; sin embargo, pesea la pluralidad de perspectivas, ES trasluceunos comunes denominadores.

ES muestra que la distinción entresocialistas y liberales ya no reponde a rígi­das demarcaciones de principio sobre quétipo de organización social es mejor paralograr el desarrollo humano. Existe, sinduda, cierta convergencia en torno a laperspectiva de evaluar las diferentes for­mas de propiedad y de organización polí­tica al servicio de la idea de igualdad. Noobstante, el debate sobre qué tipo de igual­dad2 vuelve a abrir brechas entre socia­listas y liberales. Las divergencias se acen­túan en torno a las consideraciones de raíznormativa y, en concreto, se materializanen una tensión entre la adopción de unapostura liberal de izquierdas y la adhesióna una teoría ética social mínimamente sus-

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tantiva, esto es, que incluya en su núcleomí concepto claro de la vida buena.

Desde una perspectiva crítica que, enfin, es 10 que dota de sentido al volumen,me parece razonable articular la presen­tación de las diversas reflexiones en tornoa AFS por niveles. Y apelo a la raaona­bilidad del ojo que critica, porque Roemeres consciente de las limitaciones propiasdel modelo -limitaciones que, por otrolado, permiten la simplificación necesariapara analizar los rasgos relevantes de estu­dio-o Del mismo modo, dicha gradación,desde las críticas mas ajustadas al modeloconcreto, hasta las de corte más omnicom­prensivo, nos permitirá visualizar cuán sóli­das son las consideraciones que atacan labasedeAFS.

Obviamente, la primera criba se encargade comprobar la validez del modelo desocialismo de cupones. Se trata de verificarsi es coherente, estable, si efectivamentelogra los fines que se propone. Los artícu­los de Louis Putterrnan, Fred Block yFrankThompson presentan las debilidadesintrínsecas del modelo, ya no sólo en 10que hace a la eficiencia, sino poniendo derelieve también la incompatiblidad entreel sistema de financiación propuesto y losobjetivos igualitaristas a alcanzar. En rela­ción con la primera problemática, los auto­res cuestionan la visión que se apoya encriterios de eficiencia para justificar laredistribución de rentas a partir de losbeneficios empresariales y no de los sala­rios. Una revolución institucional de laenvergadura que exige Roemer involucra­rá efectos en cadena dentro de los mer­cados de capital provocando restriccionesen la afluencia de los recursos financierosa las actividades que entreguen rendimien­tos superiores, bien limitando el movi­miento de capital a escala internacional,o bien modificando los incentivos de lasrelaciones de agencia entre bancos, empre­sas y accionistas. Asimismo, los autorescoinciden en que, bajo un prisma dinámico,los efectos sobre la eficiencia resultan tan

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complejos como difíciles de considerarapriori, con lo cual no constituyen un argu­mento de peso en favor de la propuesta.

Una crítica crucial, apuntada por Put­terman, atiende a la relación que Roemerestablece entre derechos de propiedad yexternalidades negativas. Asumiendo quelos resultados políticos están sesgados porel poder económico, el hecho de que ladistribución de rentas de beneficios seamás equitativa no significa «una quiebrade la concentración de poder económico",puesto que las rentas por intereses siguenconstituyendo un foco importante. de des­igualdad, acentuándose cuanto mayor seael grado de financiación via préstamos ban­carios que las empresas escojan. Aquellosciudadanos que anteriormente obteníanimportantes beneficios pasarán a recibirsustanciosas rentas a través de intereses,por lo que no resulta claro que la con­centración del cobro de intereses no sigateniendo los mismos efectos que la con­centración de beneficios, si la probabilidadsobre la capacidad de pago de las empresasestá en relación directa con los niveles dedaño público. De este modo, los resultadosen términos de bienestar no dejan de serambiguos, tanto en lo tocante a los dañospúblicos como a la acentuación de las des­igualdades a través de los efectos sobrelas rentas de intereses.

En segundo lugar, procede ver hastaqué punto el modelo de socialismo decupones es compatible con otros aspectosfundamentales dentro del ideario socialis­ta; es decir, analizar en qué medida elmodelo admite extensiones deseables.Bajo este prisma, Erik Olin Wright es elúnico que se toma en serio los límitesintrínsecos del modelo de Roemer y evalúalos posibles avances en favor de una demo­cracia robusta manteniendo su engranajeinicial. No obstante, aun suponiendo queel modelo de socialismo de cupones fun­cionase y fuera compatible con objetivospolíticos más ambiciosos, quedaría porcomprobar su viabilidad práctica para

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reconocerlo como un proyecto político quesupere la categoría de ejercicio teórico. Enesta línea, tanto Joshua Cohen y Joel Roe­gers como Mieke Meurs manifiestan unfuerte escepticismo respecto al socialismode Roemer: la despreocupación por elmecanismo político para llegar a ejecutarloy asegurar su desarrollo estable -3 travésde un entramado democrático más com­plejo, entiéndase Radical Democracy, obien fomentando una cultura de coopera­ción-lo confinan, inevitablemente, al pla­no teórico. Las críticas a la inviabilidadpolítica del modelo roemeriano encierrandivergencias de énfasis normativo. JC y JRse mantienen en la línea tradicional socia­lista que exige tanto el control colectivosobre los recursos económicos como unreparto igualitario de los beneficios mate­riales de la actividad. Subrayan la dimen­sión democrática del ideario socialista,puesto que consideran que dicho controlde la economía es una instancia asentadaen el núcleo de los ideales socialistas. Supropuesta del modelo de democracia aso­ciativa no requiere cambios en los derechosde propiedad, sino que aspira a mejorarlos términos de la organización popularsobre la que se basa el apoyo social y polí­tico de los regímenes democráticos igua­litaristas, Dado que el capitalismo impideel surgimiento espontáneo de determina­das organizaciones populares, recomien­dan el uso de los poderes públicos parasuperar el déficit en el desarrollo de dichasorganizaciones.

De todos modos, tales críticas se ver­tebran en términos programáticos, no deprincipios. Una democracia deliberativa esdeseable, desde una perspectiva instru­mental, por su viabilidad .polítíca, no por­que sea normativamente prioritaria lademocracia frente a la igualdad.

Tomando un poco más de distancia res­pecto al modelo concreto, merece la penaevaluar el discutido papel del mercadodentro del proyecto socialista. En este pun­to, William Simón presenta dos objeciones

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sobre el uso de los mercados en AFS. Enprimer lugar, desconfía de la propuesta delimitar los derechos de propiedad dentrode los mercados de capital sin el apoyode un proceso democrático más directo.En segundo lugar, considera que estosarreglos de mercado tienen unos efectosnegativos sobre la motivación política y lacultura, aun para aquellos socialistas queeviten caer en visiones utópicas de la natu­raleza humana. WS optaría por una líneadiferente a la de «universalizar la parti­cipación en los mercados de capital», con­fiando más en la necesidad de ampliar elcontrol sobre las decisiones económicas apartir de organizaciones con suficienteestructura para merecer participación polí­tica.

Desde esta perspectiva más global, lacrítica desde una óptica feminista que pre­senta Nancy Folbrc destaca la visión par­cial e incompleta del igualitarismo de Roe­mer, de quien dice que «a pesar de recha­zar la ortodoxia marxiana, su preocupaciónpor las diferencias entre grupos se reduceal concepto de clase, obviando otros tiposde identidad colectiva basados en la raza,el género, la edad o la orientación sexual».Efectivamente, la propuesta de Roemer selimita a buscar una nueva manera de redis­tribuir la renta, sin prestar mínima aten­ción a los problemas acuciantes del estadode bienestar, esto es, sin reflexionar acercade cómo organizar la educación, la sanidado la seguridad social, de modo que las dife­rencias resultantes de conceptos distintosdel de clase se vean reducidos. Las pre~

guntas de Folbre, pues, se centran en lacapacidad del socialismo de mercado paradebilitar las formas de privilegio basadasen la raza y el género. Cierto es que estapreocupación difícilmente podría recoger­se en el tercer punto del ideario de Roerner-igualdad de status social-, pues estoimplicaría una reformulación del núcleonormativo y no una desvirtuación completade un modelo cuya aspiración es dilucidar

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un programa de redistribución alternativo.

Quien se aproxima al triángulo merca­dos-igualdad-motivación humana con sol­vencia es Debra Satz. Roemer, como lamayoría de los economistas teóricos, secentra en los mecanismos redistributivospara lograr unas metas ígualitaristas. Sinembargo, el hecho de no prestar atencióna una posible reformulación del tipo derelaciones entre individuos limita los resul­tados igualitarios al plano del bienestar-en el caso de aceptar que la renta seauna buenaaproximación-. Las dimensio­nes política y social de la igualdad, pues,quedan poco exploradas: el modelo desocialismo de mercado no supone un retopara la desigualdad racial o de género, nipara eliminar el control elitista sobre lasdecisiones económicas. Satz reconoce quela desigualdad material implica, sin duda,desigualdades en influencia política y destatus. No obstante, añade que la igualdadmaterial no es condición suficiente parala igualdad en los otros dos planos, pOIejemplo para asegurar la igualdad de géne­ro. Elabora el concepto de «desigualdadde status», reenfocando la atención sobrela calidad de las relaciones personales yno únicamente sobre la distribución debeneficios materiales que éstas generan.Ejemplifica: «La esclavitud nos parecereprobable no porque los esclavos seanmás pobres, sino porque se les asigna unstatusdesigual en el que se anulan sus inte­reses y sus opiniones son insignificantes...»Satz apela también a la voz de Marx paradotar al concepto de cierto pedigree socia­lista y afirma que las objeciones más fuer­tes contra el capitalismo se centraban másen la desigualdad de status que en la desi­gualdad material. Además, por parte dela tradición liberal, el concepto de igualdadtampoco se reduce a lo material, puestoque también se tiene en consideración ladignidad y el respeto -aquí la voz esStuart MiII-. De este modo, la preocu­pación por la igualdad de status es central

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en ambas tradiciones, ya que se trata deun elemento fundamental a la hora de eva­luar las relaciones personales. La subor­dinación y la exclusión son hechos querequieren un tratamiento analítico propiopara no quedar subsumidos ad hoc en losefectos de la igualdad material, Finalmen­te, Satz defiende el uso de medidas polí­ticas y culturales para transformar los tér­minos de las relaciones interpersonales,dotándolas de mayor calidad y ampliandolos resultados igualitarios a las demásdimensiones.

La apuesta de Roemer por una conven­cida simbiosis socialista liberal, que pre­tende mostrar cómo la igualdad puedelograrse sin renunciar a la eficiencia eco­nómica, deja insatisfechos a socialistas dela tradición marxista más a piñón fijo quie­nes, seguramente, descreen de los últimosgiros del proyecto marxista analítico. Inclu­so críticos marxistas como Andrew Levineadvierten que este híbrido resulta insufi­ciente para la plena consecución del pro­yecto socialista. En concreto, Levine afir­ma que la adopción de una perspectivaliberal no puede dar acomodo a uno delos objetivos distintivos del socialismo: elcomunismo 3, entendido éste como unorden social que supere la desintegraciónresultante dc una mera agregación devoluntades individuales propia de las socie­dades de mercado, y en el que la coor­dinación social se logre democráticamente,esto es, a través de que los votos no reflejenlas preferencias individuales sobre alter­nativas en competición, sino opiniones per­meables a posiciones ajenas sobre lo queresulta más beneficioso para el colectivo.Se confía, pues, en el efecto del controldemocrático sobre las motivaciones indi­viduales favoreciendo la unión de los inte­reses personajes y los colectivos a travésdel sentimiento de pertenencia a la comu­nidad. En términos de Rousseau, los indi­viduos se colocan bajo el principio devoluntad que apunta al interés de toda lacomunidad. El mecanismo democrático

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resulta indispensable para lograr una plenacoordinación social, dado su impacto sobrelas motivaciones, permitiendo la comuniónde intereses individuales y colectivos, y porser vía de consenso respecto de las metassociales. Levine considera que si los socia­listas renuncian a llevar a cabo un ordensocial cualitativamente diferente y mejorque el establecido, la izquierda se conver­tirá en una excelente gestora sin objetivos.Pues bien, las posturas liberales igualitariasno pueden albergar una visión tal de lacomunidad, puesto que precisamente surasgo definitorio radica en esta falta depropósitos respecto de un orden socialsuperior. Sin embargo, Levine defiende laaspiración comunista dentro de los obje­tivos de la izquierda a fin de evitar queésta se convierta en una voz más del libe­ralismo político, con lo que jamás lograríagenerar una movilización política suficien­temente poderosa para desencadenar unatransformación social sustantiva. Asimis­mo, un compromiso ideológico más radi­cal, es decir, en favor del comunismo comometa final, permitiría la adopción de unaóptica eminentemente crítica acerca delfuncionamiento de los mercados, evitandoque el mantenimiento de éstos impliqueuna regresión hacia los desequilibrios quevan de la mano de las sociedades de mer­cado que conocemos. En el mismo sentido,dado que las instituciones no resultan neu­trales para la modelación de las motiva­ciones, cabe desconfiar de aquellas fórmu­las íntitucionales condescendientes conuna adopción acrítica del mercado comomecanismo eficiente de coordinaciónsocial.

Dado que los socialistas liberales sólopueden alcanzar los valores del ideariosocialista como subproducto de la cons­trucción de instituciones públicas neutra­les, podríamos llegar a comprender que,en lo tocante al plano normativo, fuerafácil caer en el abandono de ciertos obje­tivos más ambiciosos dentro de la tradiciónsocialista, es decir, dejar de exigir el

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desarrollo explícito de valores con mayortinte perfeccionista, como los de comuni­dad, solidaridad, o una visión de la vidadigna. Desde esta perspectiva, Harry Brig­house considera que el proyecto de Roe­mer es débil en su factibilidad y difícil­mente promueve los valores igualítarístasdel ideario socialista trasladándolos a laarena política. Sin entrar a examinar enconcreto la definición de socialismo quepropone Roemer, Brighouse sostiene que,si el modelo de socialismo de cupones esun proyecto de transición, debiera evaluar­se a la luz de la dinámica política que gene­ra. Sin embargo, según Brighouse, Roemerno ofrece los elementos necesarios paraconcretar dicha evaluación, puesto que noexplicita el orden de prioridades respectoa los tres objetivos. La crítica no deja deser un tanto estridente, puesto que a travésdel modelo teórico resulta suficientementeclaro que Roemer otorga prioridad al igua­litarismo económico. Y en este sentido, lasegunda crítica del autor a Roemer tienemás fundamento, mostrando su descon­fianza respecto a la posibilidad de extenderel modelo en favor de un mayor iguali­tarismo en influencia política. El modeloroemeriano fomenta la aparición de unacúpula de directivos que concentraránpoder sobre el funcionamiento de la eco­nomía y, por otro lado, es contrario a unproceso de democratización dentro de lasempresas. El socialismo liberal de Roemerse queda, pues, a las puertas del iguali­tarisrno material.

Aspirar a un igualitarismo económicosignifica plantarse en la antecámara de lasmetas socialistas, desatendiendo aquellasdesigualdades que no se solventan conigualdades materiales, es decir, que exigenuna reformulación del tipo de relacionesinterpersonales, a través de procesosdemocráticos más drásticos o bien fomen­tando una cultura -y aquí entra el planode las motivaciones- que combata dichasdesigualdades. Las propuestas recogidas

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en ES que apelan a unas transformacionesinstitucionales basadas en mecanismos demayor sesgo democrático --que en el fon­do desean reformar radicalmente el con­trato social- siguen manteniendo unaperspectiva liberal, a excepción de Levine,en tanto que superan el test de la neu­tralidad: los valores democráticos son sufi­cientemente neutrales para servir decemento en el diseño de instituciones. Noobstante, no se trata de valores deseablesen sí mismos -en este punto, todos losarticulistas coinciden-, sino al servicio deotros ideales superiores, esto es, «quegeneren los mejores resultados para quelos individuos gocen de una vida buenay que estos pronósticos futuros se distri­buyan equitativamente». Llegamos, pues,a comprobar que el concepto de la vidabuena permanece en el core de cualquierpostura socialista liberaL Si la noción devida buena es la piedra de toque, erigién­dose en criterio que permite la evaluaciónde todo lo construido, diseñado, progra­mado como-medio-para, deberíamos aven­turarnos a desvelarlo. Precisar una con­cepción del bien y del valor humano sig­nifica poder recurrir a una concepción dela ética liberal «suficientemente abstracta,con un carácter estructural y filosófico másque sustantivo, para poder sostener el prin­cipio de neutralidad, aunque sin eliminarla capacidad de evaluación crítica de losdistintos modos de vida». Como señalaDworkin 4, tiene que pasar una doble prue­ba: la prueba negativa de la abstraccióny la prueba positiva del poder de discri­minación. En definitiva, entre las reflexio­nes recogidas en ES, se echa en falta unanálisis de mayor calado respecto de lanoción de vida buena y su papel dentrode las construcciones ético-sociales en lasque se apoya el nuevo socialismo, así comouna mayor atención al tema de las moti­vaciones humanas en la teorización moral.

Mireia Giné Torrens

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NOTAS

1 G. A. Cohen, 1990, «Marxísm and ContemporaryPolítical Philosophy, or: Why Nozick Exercises SomeMarxísts More Titan He Does Any Egalitarian Libe­ral» Canadian Joumal of Philosophy, Suplementaryvol. 16, pp. 36l-367.

> Amartya Sen, «Equality of What?», in S. M.McMurrin, ed., The Tanner Lectures on Human Values,

vol. 1, Salt Lake City, Universíty of Utah Press andCambridge, Cambridge University Press, 1980,and Ine­

quality Rcexamincd, Harvard University Press, 1992;Ronald Dworkin, «What is Equality? Part 1: Equalityof Welfare, and Part 2: Equaliry of Resourccs», Phi­losophy un! Public Affairs, 10, 1981; G. A. Cohen, «On(he Currency of Egalitarian Justice», Ethics, 99, 1990.

J La idea de comunismo que ofrece el autor difiere

del comunismo de la abundancia marxíano que, tal

y corno G. A. Cohen interpreta en La teoría de lahistoria de Karl Marx: una defensa, se plantea como

una «alternativa a la sociedad», como un orden social

que supere todo tipo de restricciones, donde los indi­

viduos tengan cubiertas todas sus necesidades y nadie

ejerza poder sobre ningún otro miembro de la comu­

nidad. El ideal marxiano se encuentra, pues, mucho

más próximo al anarquismo que a cualquier ensayoen favor de una sociedad radicalmente democrática.

4 Ronald Dworkin, Foundations o{ Liberal Equality,

University of Utah Press, Salt Lake City, 1993.

LA RUTA ECONÓMICA A LA IGUALDAD COMPLEJA

AMARTYA SEN: On Economic Inequa­Iity, Expanded edition with a substan­tial annexe by James E. Foster andAmartya Sen, Oxford, ClarendonPress, 1997.

El de la igualdad es uno de los temas para­digmáticos de la discusión política, filosó­fica y económica contemporánea. No pare­ce existir alguna teoría social, filosófica opolítica que no incluya un tratamiento deeste concepto o que, al menos, no asumaciertos supuestos acerca de él. Se trata,en este sentido, de uno de esos conceptos-como lo es el de libertad- que verte­bran el horizonte discursivo y la raciona­lidadde toda una época. No obstante, sudiseminación prácticamente universal noha llegado a hacerse equivalente a la con­figuración de una definición y un perfilconceptual precisos. Su centralidad en tra­diciones tan disímiles como el liberalismo, .el socialismo, el republicanismo, el libe­rísrno, etc., muestran la existencia de una

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polisemia con visos de irreductibilidad, Si,por una parte, la igualdad es un valor cru­cial y asiduamente socorrido en las men­cionadas tradiciones, por otra, lo que porigualdad puede entenderse en ellas no sóloes divergente, sino inclusivecontradictorio.Grandes modelos de igualdad pueden sertomados como ejemplo de esta pluralidadde interpretaciones: de la igualdad liberalcomo imparcialidad gubernamental y legalfrente a las diferencias políticas, econórni­cas, religiosas, culturales o raciales, a laigualdad socialista como distribución socialde la riqueza material, pasando por ver­siones de equilibrio como la igualdad deoportunidades de talante socialdemócratao el desplazamiento temático de la «igual­dad como reconocimiento» de las «polí­ticas de la identidad», el término recorreun amplio abanico de tradiciones e instalaun casi inabarcable cúmulo de discusionesy desafíos. Por ello, todo intento de arrojarun mínimo de luz sobre la cuestión de laigualdad tiene que partir de la conside­ración de esta polisemia y de la pluralidad

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de posiciones de poder e intereses que ellatransparenta. Así, la formulación del pro­blema de la igualdad ha de plantearsecomo primera tarea la localización de losespacios discursivos en los que éste poseeun sentido a la vez específico y relevante.Esto equivale a sostener que no se puedehablar de la igualdad «desde ninguna par­te» y que, por ende, cualquier discursoigualitarista ha de ser contemplado en elcontexto de las tradiciones intelectuales,morales y políticas que labran su perfilpreciso.

La idea de que la solución a los dilemasde la igualdad debe primero plantearsecomo respuesta a la pregunta ¿igualdadde qué? puede hoy día parecemos razo­nable e incluso un poco obvia. Pocos teó­ricos -y no ciertamente los más serios­se atreverían a defender la necesidad deun solo patrón de igualdad para dar res­puesta a todo el plexo de asimetrías y pro­blemas distributivos que constituyen la«desigualdad» de una sociedad. Sin embar­go, ha de decirse que debemos a AmartyaSen el reconocimiento de que esta com­pleja serie de igualdades distintas estáintrínsecamente vinculada a la respuestaa otra pregunta no menos crucial: Zpor quéla igualdad? En su Inequality Reexamined(Oxford, Ciarendon Press, 1992) -publi­cado en español en 1995bajo el título Nue­vo examen de la desigualdad (trad. de AnaMaría Bravo, rev, de Pedro Schwartz,Madrid, Alianza Economía 14)- Senmuestra que todas las teorías normativasque han soportado el paso del tiempo, esdecir, aquellas que han solventado conrelativa firmeza el embate de sus críticos,demandan la igualdad de algo que es vistocomo relevante. Junto a teorías quedemandan, por ejemplo, igualdad en la dis­tribución de bienes primarios, igualdad derecursos y de trato o igualdad económica,hay otras que demandan la más ampliaigualdad en los derechos liberistas (pro­piedad, intercambio, etc.), De este modo,la igualdad es un valor moral central y una

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demanda política no sólo en teorías comolas de Rawls, Dworkin, Scanlon, Nagel odel mismo Sen -quienes pueden ser vistoscomo liberales igualitaristas (aunque eladjetivo pueda resultar exagerado paraalgún que otro fundamentalísta antílibe­ra1)-, sino también en las de Nozick oBuchanan. La exigencia de igualdad cornovalor central en teorías tan distintas sólopuede llevar a una conclusión; la demandade igualdad no es por sí misma un rasgode identidad y coincidencia entre estas teo­rías. Por esta razón, si incluso las teoríasliberistas son ígualitaristas en un sentidoy un terreno determinados, el problemanormativo esencial de la igualdad será elde la justificación de un tipo de igualdadsobre otro, por 10 que puede decirse quela pregunta ¿por qué la igualdad", a la quccada teoría asigna un lugar privilegiado,es menos importante que la de ¿igualdadde qué?, que es la que instala discursiva­mente el verdadero conflicto normativo ypolítico de la desigualdad y la injusticia.

La larga serie de obras de Amartya Sengira en torno a un eje común: el problemade la desigualdad económica. El rasgo quedistingue su tratamiento de este tema delde la ortodoxia económica con la que, noobstante, ha sostenido un fructífero y con­tinuado debate, es su exigencia de intro­ducir en la conceptualización de la eco­nomía conceptos normativos que respon­dan a la complejidad y pluralismo de lassociedades contemporáneas. En este sen­tido, sus famosos análisis a propósito delas hambrunas o de la calidad de vida nopueden desvincularse de una reflexión nor­mativa sobre la condición de sujeto(agency) de los agentes humanos y de lanaturaleza política de las relaciones de pro­piedad. En su On Ethlcs and Economicsde 1987 -traducida al español en 1989bajo el título de Sobre ética y economía(Madrid, Alianza Universidad 607)- Sendefiende la necesidad de un contacto máscercano entre ética y economía, gracias alcual ambas disciplinas pudieran obtener

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beneficios y descubrir que las formulacio­nes teóricas de cada una pueden ser irre­mediablemente unilaterales sin el concur­so de los elementos reflexivos de la otra.En opinión de Sen, la economía académicadominante debería poner en cuestión algu­nos de los supuestos sobre los que ha cons­truido su compleja arquitectura; en par­ticular, el supuesto de individuo optimi­zador que ha estado a la base no sólo dela economía neoclásica sino también decasi todas las formulaciones de la econo­mía del bienestar. Para Sen, el desplaza­miento hacia la ética que la economía posi­tiva ha hecho de problemas como el delas comparaciones interpersonales de bie­nestar demuestra, no que la economía hayaconcedido una cierta relevancia argumen­tal a la ética, sino sencillamente que losproblemas que no admiten un manejo entérminos de conducta racional optimiza­dora son llevados, debido a su difusión yfalta de claridad, al terreno «especulativo»de la argumentación moral. Es precisa­mente en puntos como éste donde se revelala originalidad de la visión de Sen. Paraél, las dificultades de la economía.conven­cional para enfrentar la tarea de evaluarel peso específico de las libertades, losderechos y la capacidad de ser sujeto(agency) y ponerlos en relación con lasmotivaciones e índices de satisfacción queles atañen, muestra que su supuesto antro­pológico de una conducta egoísta como locaracterístico del comportamiento racionalconlleva, a fin de cuentas, una confron­tación con el absurdo.

Todo esto es aún más significativo sise considera que quien hace esta severacrítica a la ausencia de una dimensiónmoral consecuente en el discurso domi­nante de la economía contemporánea esuno de los economistas más brillantes delsiglo xx: «la conciencia moral de nuestraprofesión», como lo definió el PremioNobel de economía Robert Solow. En·efecto, Arnartya Sen ha ofrecido estudiosmás que brillantes en una clave normativa

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acerca de los problemas de desigualdadeconómica tanto bajo las condiciones delas sociedades democráticas como en lasque se caracterizan por el autoritarismoy la ausencia de una red de principios lega­les y distributivos sometidos al control dela acción pública. Acaso su hipótesis másdestacable es la que vincula las hambrunasque se sufren periódicamente en Asia yAfrica no con un mero problema de abas­tecimiento de comida, sino con la estruc­tura de propiedad y el sistema de derechospolíticos de esas sociedades. En su Povertyand Famines (Oxford, CIarendon Press,1981) puede apreciarse con claridad lo quees el enfoque predominante en sus análisis:la desigualdad económica no es un simpleproblema de escasez en el abastecimientode mercancías y dinero, sino el resultadode una estructura de derechos o atribu­ciones temitlements} que, en el caso de losderechos de propiedad, relaciona a distin­tas clases de propietarios mediante deter­minadas reglas de legitimidad. Desde superspectiva, la imposibilidad de evitar lahambruna que sistemáticamente han pade­cido grandes conglomerados humanosderiva de que la propiedad que poseen-es decir, el contenido del conjunto dederechos actualizables de intercambio­no contiene ningún grupo de mercancíaso bienes como la comida. En este contexto,la exposición de una población a la ham­bruna no sólo deriva de un recorte delabastecimiento de comida sino, de manerainmediata, de la disminución de sus dere­chos de intercambio. Así, el hambre cró­nica y las hambrunas están relacionadascon la ausencia de una estructura políti­co-social que garantice determinados nive­les de empleo, salario, mercado interno,seguridad social y beneficios y obligacionesfiscales.

En Inequality Reexamined, Sen continúautilizando el punto de vista acerca de lapobreza que afinó en sus primeros estudiosacerca de las hambrunas. Desde su pers­pectiva, la comprensión de la pobreza en

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general (hambre regular) o de los estalli­dos de hambruna en las sociedades delTercer Mundo sólo es posible bajo el enfo­que de los patrones de propiedad y de losderechos o atribuciones de intercambio y,sobre todo, en términos de las fuerzas eintereses que están tras estos patrones yderechos. Este enfoque implica la recupe­ración de una estrategia analítica en tér­minos de clases sociales y modos de pro­ducción que la economía académica habíadejado de lado de manera prematura. Entodo caso, 10que se convierte en un rasgopermanente de su análisis es un punto devista que trata de encontrar un modelo derelaciones de dominio tras la evidencia decualquier distribución discreta.

En este tenor, el modelo de igualdaddefendido por Sen puede ser visto simul­táneamente corno un modelo ético parael terreno de la teoría y las políticas eco­nómicas y un modelo económico para laconcreción de las teorías de la igualdady la justicia propias de la filosofía moraly política. Este modelo de igualdad estáconstruido, fundamentalmente, sobre laidea de que la distribución de los bieneses un problema en el orden de las capa­cidades básicas. De hecho, la propuesta deigualdad de Sen se postula como una«igualdad de capacidades básicas» (basiecapability equality}. En su trabajo titulado«Equality of What?» (en S. M. McMurrin,comp., Liberty, Equality and Law, SelectedTannerLectures on Moral Philosophy, Cam­bridge, Univ, de Utah Press/CambridgeUniversity Press, 1987), Sen formula unprincipio normativo de igualdad que puedasuperar las limitaciones tanto del utilita­rismo como las de la teoría de los bienesprimarios (primary goods) de John Rawls.Según Sen, tanto en la opción utilitaristapor evaluar las preferencias individualessegún una única función de utilidad, comoen la idea de Rawls de que una lista únicade bienes primarios puede proporcionarlas condiciones equitativas para la conse­cución de los fines particulares de cada

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individuo, lo que subyace es una minus­valoración de la diversidad de los sereshumanos. Según Sen, un índice como elde los bienes primarios de Rawls seríaaceptable como criterio de igualdad ycomo medida de las comparaciones ínter­personales de bienestar sólo si las personasfueran esencialmente similares. El proble­ma, sin embargo, consiste en que las nece­sidades y las expectativas de Jos individuosvarían con la salud, la longevidad, las con­diciones climáticas, el lugar donde se vive,las condiciones laborales, el temperamentoe incluso la talla corporal. Por ello, paraSen los intentos de ofrecer una medidahomogeneizante de la igualdad descartalas profundas y extensas diferencias reales.Las medidas reduccionistas de la igualdadconducen a una suerte de moralidad ciega.

Un argumento de su crítica a Rawls eslo que, en mi opinión, mejor expresa laespecificidad de su perspectiva. Para Sen,la falta de consideración por Rawls de lavariedad humana introduce un elementofetichista en su índice de los bienes pri­marios. Este índice se funda en una teoríade los intereses objetivos respecto de laselección de bienes y descarta los tipos derelación que las personas establecen conesos bienes. Con ello, se opera una escisiónal interior de los sujetos entre sus interesesy la satisfacción que pueden obtener al pro­moverlos. Por esta razón, Sen señala quela insuficienciade la visiónrawlsiana resideen que concentra su atención en las «cosasbuenas» y no en 10 que las cosas buenaspueden hacer por las personas en el sen­tido de dotarlos de condiciones de apoyopara la plena integración comunitaria ylaboral y el desarrollo individual moral.

Por esta razón, un catálogo de conte­nidos de Ia igualdad ---que era lo queRawls pretendía ofrecer en su A Theoryo/ Justice (1971)- sólo tendría sentido siconsiderara la noción de capacidades bási­cas, que garantizara a cada persona un tra­to tan diferenciado como fuera menesterpara suplir cualquier desventaja significa-

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tiva que gravitara negativamente sobre sucalidad de vida y su bienestar. En este sen­tido, Sen vincula las demandas de igualdada la exigencia del derecho a gozar de talescapacidades y, con ello, a la habilitaciónde los sujetos para una vida social plena.Esta idea de igualdad permite fortaleceruna crítica política de la desigualdad desdeel supuesto de que una formulación fijade bienes primarios o de funciones de uti­lidad son fetichistas en la medida en queesconden las relaciones entre los hombresy estos bienes y, si se apura la cuestión,esconden relaciones asimétricas entre loshombres a través de esos bienes,

La concepción de la desigualdad eco­nómica como un sistema de reglas y dere­chos de distribución que supone un modeloespecífico de legitimidad y equilibrio polí­ticos se plasmó con claridad en el ya clásicolibro On Economic Inequality (Delhi,Oxford University Press, 1973). Allí, Sen,entre otras cosas, delineó una crítica a losmodelos de la economía del bienestar quehacían depender tanto su conceptualiza­ción de los problemas distributivos comosu oferta de políticas públicas específicasde una concepción utilitarista caracteriza­da por la homogeneización de las distintasfunciones de utilidad de las personas. ParaSen, la lógica utilitarista, al no ofrecer unateoría sensible a las diferencias en las fun­ciones personales de utilidad, termina por,alejarse de aquello que constituía susupuesto punto de partida: las utilidadesindividuales. Bajo esta premisa crítica, Senformuló su propuesta de medición de ladesigualdad económica bajo un modelo-susceptible de una formulación axiomá­tica- sensible a las diferencias de utilidadde los agentes individuales. De este modo,definió el campo de la medición de la des­igualdad en términos de una «casi-orde­nación incompleta» (incomplete quasi-or­dering], implicando con ello una crítica alanálisis económico convencional de la des-·igualdad económica que está orientadohacia una medición de ella en términos

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de «ordenación completa» (completeorde­ring). La importancia de este giro meto­dológico reside en que logra mostrar laconexión entre la relevancia política de ladesigualdad y sus posibles tratamientos porparte de la teoría económica. En este tra­bajo, Sen concluía resaltando el papel rele­vante concedido a la noción de «necesi­dades» (needs) por oposición a la nociónde «mérito" (deserts) en la fundamentaciónde los juicios distributivos (disuibutionaljudgements) como tales, a los cuales per­tenecería la noción de desigualdad.

Veinticinco años después de la publi­cación de esta obra, Sen ha ofrecido unanueva edición de este texto, a la que haagregado un interesante ensayo comple­mentario escrito al alimón con James Fos­ter: «On Economic Inequalíty aíter aQuarter Century» (A. Scn y J. Foster, OnEconomic lnequality, Expanded editionwith a substantial annexe, Oxford, Claren­don Press, 1997). En esta edición, despuésde revisar y comentar la pertinencia de sucrítica a la perspectiva utilitarista a pro­pósito de su evaluación de las funcionesde utilidad y su renuencia a dar coberturaa las comparaciones interpersonales de uti­lidad -aquí, por cierto, destaca la recti­ficación de Sen a la inexactitud de su críticaa Lionel Robbins en la versión original-,Sen y Foster tratan de precisar tanto lasrelaciones entre el problema de la deter­minación de los índices de bienestar y losíndices de desigualdad como el problemade lo que llaman la «desigualdad relativa»(relative inequaluy). Precisamente respectode este último se traza la diferencia con­ceptual de la desigualdad con la nociónde «pobreza», aunque se insiste en suscomplejas vinculaciones. La medición dela pobreza supone el cumplimiento de dosetapas: identificación y agregación (iden­tification and aggregation), las mismas quedan lugar a la formulación de una con­cepción «robusta» de la medición que, através de nociones como las de «ordena­ciones de la pobreza de variación lineal»

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y «ordenaciones de la pobreza de medidavariable», pone en vinculación temas comoel bienestar, la desigualdad y la mismamedición de la pobreza. Acaso la nota dis­tintiva de este tratamiento de la mediciónde la pobreza consista en que Sen rechazauna extensión mecánica de la condiciónrelativa de la desigualdad a la mediciónde la pobreza y, sin dejar de considerarla necesidad de ese requisito de relatividadde la medición, trata de determinar susmagnitudes invariables, dadas las distribu­ciones efectivas de las sociedades com­plejas.

El contenido normativo de esta «revi­sión» se explicita en su formulación dc supropuesta de igualdad de capacidades bási­cas. En efecto, aunque la principal partedel análisis de Sen se realiza a propósitode la noción de «desigualdad de ingresos»,una noción normativa de igualdad tieneque considerar que esta asimetría es sóloun factor entre los que influyen en la formaen que las personas aprovechan sus opor­tunidades. Abundando en su crítica a lasnociones de utilidad personal del utilita­rismo y a la rawlsiana de bienes primarios,Sen destaca la importancia de dar cabidaa una perspectiva informativa: el espaciode los «funcionamientos» (functionings), esdecir, el relativo a las distintas cosas quelas personas pueden juzgar como dignasde ser o hacerse. Esta noción de «funcio­namiento» está intrínsecamente vinculadacon el punto de vista de las capacidades,toda vez que los funcionamientos valiosos

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pueden ir desde el ser adecuadamente ali­mentado y protegido de las enfermedadesevitables, hasta el ejercicio de derechospolíticos como el tomar parte en la vidade la comunidad o el estado personal detener autoestirna. La igualdad en términosdel desarrollo de capacidades básicas pue­de, además, plantearse tanto en un nivelde funcionamientos realizados por el indi­viduo -referidos a los que una personaes capaz de hacer- como en uno repre­sentado por un conjunto de alternativasreales para él.

Esta continuidad en la idea de igualdadde capacidades básicas muestra cómo laabundante obra de Sen se ha articuladosobre un trasfondo decididamente norma­tivo y sobre una concepción económicaeminentemente distributiva. El difícil ysano equilibrio entre análisis económicoy teoría moral alcanzado por Sen repre­senta, por ello, un ejemplo inmejorable dela potencia heurística que puede obtenersedel acercamiento entre la filosofía moraly política y las ciencias sociales. Creo quese trata del tipo de discurso que puedecolaborar a la tarea, propuesta por Rawls,de hacer de la filosofía moral (en tantoque es filosofía política) una disciplinarelevante por su practícidad y, al mismotiempo, como quiere el propio Sen, hacer'de la teoria económica una ciencia distin­guida por una razonable dimensión moral.

Jesús Rodríguez Zepeda .

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LA CRÍTICA RADICAL AL LIBERALISMO DE RAWLS

G. A. COHEN: Self-Ownership, Free­dom, and Equality, University Press,Cambridge, 1995.

Luego de un largo período estudiando elmarxismo, con exclusividad, el filósofoGerald Cohen dedicó varios años a unaminuciosa crítica del trabajo Anarquía,Estado, y Utopía, de Robert Nozick l-unaobra que, según muchos, representaba ladefensa más refinada del liberalismo con­servador-o En una serie de trabajosrecientemente revisados y recopilados porel mismo Cahen 2, el filosófo canadiensedesmanteló pieza a pieza el sencillo peromuy ingenioso utillaje creado por Nozick,con el objeto de demostrar las serias debi­lidades de aquella sofisticada concepciónconservadora. Desde entonces, Cohen hafocalizado sus estudios nada más y nadamenos que sobre la muy influyente «teoríade la justicia» de John Rawls 3, paradigmadel «liberalismo igualitario». Y, nueva­mente, repite aquí la mirada crítica antesimpuesta sobre Marx y sobre Nozick:Cohen mira a Rawls desde el punto devista de un igualitario radical 4, con la pre­tensión de desentrañar algunas de las con­tradicciones y debilidades propias de estefundamental trabajo.

Los artículos que vienen reseñando este«avance» crítico de Cohen sobre Rawls sonnumerosos -aunque no todos ellos seencuentran aún publicados- y demues­tran algo notable: a pesar de la extraor­dinaria cantidad de estudios que se hanescrito sobre la obra de Rawls, Cohen hasido capaz de presentar objeciones muyoriginales sobre la misma, hasta el puntode amenazar (también en este caso) conponer en riesgo las mismas bases del pro­yecto de Rawls 5. En las líneas que siguen,y de modo muy sintético, voy a ocuparme

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de presentar los puntos más destacados deeste -todavía inconclusa-nuevo examencrítico emprendido por Cohen,

La atracción ejercida por la «teoríade lajusticia»

La relación de Cohen -corno la demuchos marxistas o ex marxistas- con eligualitarísmo liberal de Rawls ha pasadopor diversas etapas. Fundamentalmente,puede registrarse un pasaje desde una cier­ta indiferencia inicial, a un paulatino yambiguo acercamiento a dicho igualitaris­mo. En Cohen, dicho acercamiento reco­noce una razón explícita, como lo es lanecesidad de abandonar el presupuestomarxista sobre la «superproductividad- dela sociedad comunista prometida (socie­dad en donde las fuerzas productivas ibana «liberarse» de las ataduras impuestas porel sistema capitalista). Quienes mantienendicho presupuesto -acerca de la posibi­lidad de una sociedad superproductiva­luego tienden a afirmar, entusiásticamen­te, que con la finalización de la escasezde recursos se extinguen también lo queHume o Rawls denominaron las «circuns­tancias de la justicia» 6. De hecho, el pre­supuesto acerca de la superabundancia derecursos, durante mucho tiempo, hizo quelos marxistas se concentraran en estudiarlos motores y obstáculos del cambio social,y despreciaran, de modo habitual, toda dis­cusión acerca de las implicaciones del idealde igualdad que implícitamente favore­cían 7. Ahora bien, las cosas cambian radi­calmente cuando uno reconoce la nece­sidad de abandonar tal presupuesto. Ouie-

< ro decir, cuando se admiten las dificultadesexistentes tanto para llegar al estableci­miento de una sociedad comunista como,

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todavía más, para el afianzamiento de unasociedad comunista sobreabundante enmateria de recursos, las preguntas sobrela justicia (sus exigencias, sus implicacio­nes) se tornan más acuciantes, Es aquícuando teorías como la de Rawls se con­vierten en focos de atracción para pensa­dores de raíces marxistas, como Cohen.

De todos modos, cabe preguntarse porqué, de entre las distintas (aunque noabundantes) «teorías de la justicia» pre­sentes dentro de la filosofía política, ladefendida por Rawls resultó una de las másatractivas. Las razones son múltiples, yentre ellas se encuentran tanto el profundoigualitarismo de dicha teoría, como elrigor, la claridad, y la profundidad argu­mentativa de Rawls. En especial, me ani­maría a decir que, para autores comoCohen, el atractivo de la obra de Rawlstiene que ver con una intuición particularde las muchas defendidas en tal trabajo:la idea de que, en una sociedad justa, nadiedebe resultar beneficiado o perjudicadopor hechos «moralmente irrelevantes»(por ejemplo, su color de piel, su raza, sugénero, sus talentos, el contexto social enel que tiene la suerte o desdicha de nacer).Esto es, la idea de que en una sociedadjusta debe procurarse igualar a las perso­nas en sus «circunstancias», de modo talque, por ejemplo, factores que tienen quever, meramente, con la «lotería de la natu­raleza», no afecten la posibilidad de quelos individuos desarrollen sus vidas deacuerdo con sus propios ideales. SegúnRawls, las personas deberían ser premia­das o castigadas por las «elecciones» de lasque sean responsables, y no en razón decuestiones simplemente «circunstanciales».

Las primerascriticas hacia la obrade Rawls

Aunque atraído indudablemente por la«teoría de la justicia», Cohen se mostrósiempre «díscolo» y finalmente incómodo

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frente al igualitarismo liberal de Rawls. Enuno de sus primeros y más agudos acer­camientos a dicho igualitarísmo, Cohencomenzó a marcar problemas en el razo­namiento del filósofo norteamericano 8.

Curiosamente, las dificultades más seriasque comenzó a entrever se vinculaban, jus­tamente, con la intuición rawlsiana que leresultaba más atrayente -la referida a ladistinción entre «circunstancias» y «elec­ciones».

En este sentido, Cohen llama la aten­ción sobre afirmaciones rawlsíanas comola siguiente. Conforme a Rawls, por unaparte, cada individuo sólo es parcialmenteresponsable de sus esfuerzos, dado que,en parte, esa capacidad de esforzarse esun mero producto de la suerte. Luego, ydebido a la dificultad para distinguir cla-

. ramente hasta qué punto uno es respon­sable de sus propios esfuerzos y hasta quépunto no lo es, la política que Rawls acon­seja seguir es la de ignorar, en principio,al esfuerzo de cada uno como una baselegítima para exigir recompensas de partedel resto de la sociedad. Sin embargo, enel análisis que lleva adelante Rawls en rela­ción con los deseos de cada uno, y el modoen que tales deseos deben ser tratados, supropuesta parece seguir un camino com­pletamente diferente del aconsejado parael caso anterior. En esta oportunidad,Rawls también sostiene que somos almenos parcialmente responsables de nues­tros gustos, pero concluye afirmando quecada uno debe hacerse cargo por completode las consecuencias de sus elecciones. Así,por ejemplo (yen su crítica al utilitarismo),Rawls dice que nadie puede exigir que sele provea, digamos, de caviar y champagnepara satisfacer su dieta diaria, ya que elloimplicaría asumir que esa persona no esresponsable de sus elecciones. Este dife­rente tratamiento de las decisiones indivi­duales en cada caso causan perplejidad enCohen, quien concluye su análisis pregun­tándose «por qué la responsabilidad par­cial por el esfuerzo no comporta níngu-

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na recompensa, mientras que la (mera)responsabilidad parcial por formar gustoscaros implica una penalizacióncompleta» 9. De este modo, Cohen abreuna pequeña «grieta» en la teoría deRawls, a partir de la cual, según veremos,continúa «hurgando» en escritos poste­riores.

El embate contra el papelde los eincentivas» en la teoria de Rawls

Más recientemente, y en particular desdesu «Tanner Lecture» !o, Cohcn ha profun­dizado de modo sustantivo sus críticasfrente a Rawls. Cohen ha mantenido elfoco de su interés sobre la intuición rawl­siana arriba expuesta -aquella según lacual, en una sociedad justa, nadie deberesultar beneficiado o perjudicado porhechos moralmente irrelevantes-. Hamantenido también sus dudas acerca dela precisión demostrada por Rawls en laespecificación de dicha sugerencia intui­tiva. Sin embargo, ahora, Cohen aparecetratando de dar respuesta a una preguntamás específica: épor qué es que Rawls ter­mina considerando legítimos ciertos incen­tivos (económicos) que vienen a recom­pensar a los sujetos más favorecidos porla «lotería natural»?

Recuérdese lo siguiente: la teoría deRawls (a través de su famoso «principiode diferencía») autoriza que aquellos natu­ralmente más aventajados obtengan ven­tajas adicionales (compensacioncscconó­micasen forma de incentivos) en la medidaen que dispongan su talento para la rea­lizaciónde tareas que favorezcan, especial­mente, a los sectores más desaventajadosde la sociedad. Según Cohen, dentro delesquema rawlsiano, estos incentivos sonnecesarios, simplemente, porque los másfavorecidos no se encuentran comprome­tidos con la teoría de la justicia que tomancomo punto de partida. Más aún, en opi­nión de Cohen, el otorgamiento de tales

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ventajas económicas implica ceder direc­tamente al chantaje de los más poderosos,algo que debería estar prohibido por laconcepción bajo examen. Lo que resultapeor, ahora se justifican tal tipo dedesigualdades en nombre de la justicia.

Este problema, enunciado inicialmentepor Cohen en «Incentives», es retomadoy profundizado, con el máximo detalle, ensu extraordinario trabajo «The ParetoArgument for Inequalíty». Allí, para expli­car su posición, y siguiendo a Brian Barry,Cohen parte de una posible presentación,en dos etapas, de la concepción rawlsiana,En laprimera etapa (1) se llega a una situa­ción de igualdad luego de haber compen­sado las desventajas provenientes dehechos moralmente arbitrarios: las insti­tuciones no permiten que nadie sea bene­ficiado o castigado por cuestiones de lasque cada uno no es responsable -cues·tiones que, en definitiva, no dependen delos gustos y elecciones de cada persona-oEn la segunda etapa (2), en cambio, sepasa de aquella situación de igualdad aotra de desigualdad, pero que es Paretosuperior: ahora se acepta que los más aven­tajados naturalmente obtengan beneficiosmayores (digamos, mayores ganancias eco­nómicas), pero éste parece ser un precioque corresponde ser pagado. En efecto,se les otorga más ventajas a los natural­mente más favorecidos, bajo condición deque entrenen sus habilidades innatas y lasusen de forma tal corno para contribuira incrementar la suerte de los más desa­ventajados.

Ahora bien, según Cohen, la segundaetapa resulta inconsistente con la primera,ya que implica recompensar a algunos porfactores moralmente arbitrarios, factoresque en la primera etapa se había decididoneutralizar. Si ahora (en 2) se recompensamás a los más talentosos -agrega-, ellosresultan doblemente beneficiados: no sólobeneficiados por la naturaleza (algo quesiempre está fuera de nuestro control),

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sino también por las instituciones socialesque diseñarnos.

De acuerdo con Rawls, dichas recom­pensas adicionales -dichos incentivoseconómicos- resultan aceptables en tantonecesarias para mejorar la suerte de lospeor situados. Frente a dicha afirmación,la primera pregunta que se hace Cohenes la siguiente: ¿en qué sentido es nece­sario otorgarles mayores beneficios a losmás aventajados? Dicha recompensa esnecesaria si a este nuevo estadio (2), de-digamos- mayor productividad y sala­rios desiguales (los más talentosos gananmás que los menos talentosos), 10 com­pararnos exclusivamente con aquel primerestadio mencionado (estadio 1), donde lostalentosos no recibían recompensas adicio­nales y el nivel de productividad socialresultaba, por ello mismo, menor que en(2) (por lo que los más desaventajados que­daban privados de acceder a beneficios alos que ahora, luego de que comienzan afuncionar los incentivos, sí tienen acceso).Sin embargo, el hecho de que, luego delotorgamiento de incentivos económicos seproduzca más, nos abre la posibilidad deconsiderar, al menos, una tercera alterna­tiva (3): una opción en la cual los mástalentosos no reciben beneficios adiciona­les, pero en donde, a partir de su com­promiso con las normas igualitarias reinan­tes, siguen extrayendo el mayor provechode sus talentos.

En esta nueva situación (3), entonces,se alcanza un nivel de productividad tanalto como en la alternativa (2) receptadapor el principio de diferencia de Rawls,pero sin la autorización de las desigual­dades de ingresos allí habilitadas. Sialguien nos dijera ahora que esta alter­nativa (3) «no es posible», deberemos acla­rarle que en realidad sí lo es, al menosen algún sentido del término «posible»: losmás aventajados se encuentran efectiva­mente capacitados para sacar más prove­cho de sus talentos (<<pueden» hacerlo),y si no lo hacen (si no explotan más sus

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talentos) es porque quieren que les otor­guemos algo a cambio. La «necesidad» queresultaba amparada por el principio dediferencia no era una «necesidad» en elsentido fuerte del término -una necesidadindependiente de la intención de cada uno:ocurría, simplemente, que ·108 talentososno tenían la voluntad de producir más.

Ahora bien, Cohen reconoce que, enciertos casos, y en principio, los más talen­tosos pueden negarse razonablemente arealizar determinadas tareas en favor delos demás, si es que no se les otorga com­pensación alguna a cambio. La negativade los más aventajados podría justificarse,por ejemplo, en aquellos casos en dondeellos, genuinamente, quisieran realizarmenores esfuerzos de los que se les pide,en razón del carácter enormemente cos­toso de las actividades que debierandesarrollar (Cohen llama a éste el «buencaso»). Aquí, el teórico igualitario podríaaceptar como válida la disculpa del másfavorecido o, aún, podría reconocer comoperfectamente justa una compensaciónadicional para aquél: se le pagará más almás aventajado, en este caso, para com­pensar la carga adicional que se le requiere.

En cambio, habría por lo menos doscasos, muy habituales, en donde no corres­pondería justificar la negativa del sujetonaturalmente más aventajado, ni lasrecompensas adicionales. En primer lugar, .y ésta es la situación, entre todas, menosaceptable (por eso Cohen llamará a ésteel «mal caso»), puede ocurrir que el sujetonaturalmente mejor dotado prefiera llevaradelante la actividad que se le pide (porejemplo, organizar una nueva industria),pero, sin embargo, de modo estratégicosostenga que no quiere llevar a cabo tal:actividad, a fin de forzar a los demás apagarle más por su actividad. En este caso(el «mal caso»), nuestro sujeto chantajeaal resto de la sociedad, retira su voluntadde forma tal de que nos veamos obligadosa recompensarlo adicionalmente para queél pueda realizar aquello que en definitiva

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prefiere realizar. El otro caso consideradopor Cohen (al que denomina caso «están­dar» por considerarlo el más habitual detodos) es el de la persona aventajada quepreferiría producir menos si es que no sele ofreciera a cambio compensación algu­na, aunque la tarea en cuestión (a dife­rencia de lo que ocurría en el «buen caso»]no sólo no le representa costos significa­tivos, sino que, más bien, resulta de suagrado. Si, tal como sugiere hacer Rawls,se le terminan ofreciendo a este sujetomayores recompensas, ello se deberá, porun lado, a su mayor capacidad de nego­ciación frente al resto de la sociedad, ypor otro lado, a su egoísmo, a su negativaa poner sus mayores capacidades al ser­viciode los menos favorecidos. Ahora bien,indudablemente necesitamos de nuevos ymejores argumentos para justificar por quédicha persona debería llevar adelante talestareas más productivas. Más que esto, sinembargo, lo que le interesa decir a Cohen,por ahora, es que el igualitarismo -almenos- no puede ser llamado a consi­derar situaciones como la «estándar» (enla que el talentoso recibe una recompensaadicional aunque no realiza ninguna tareaespecialmente gravosa) situaciones justas.En opinión de Cohen, Rawls debiera reco­nocer que, en casos como los citados (el«mal caso», el «caso estándar»), la igual­dad termina siendo dejada de lado sólo,porque los talentosos no ajustan su con­ducta a las demandas de la concepción dejusticia que en un principio declarabansuscribir.

Justicia en la estructura básica y justiciaen las elecciones persona/es

Antes de finalizar este breve análisis sobrelos recientes estudios de Cohen me pareceimportante dejar en claro lo siguiente. Ensu citado escrito sobre el «argumento dePareto», Cohen se preocupa por destacarun punto queadquiere todavía mayor fuer-

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za en sus últimos trabajos: la idea de que,para que una sociedad pueda considerarsejusta, no basta --como piensa Rawls- conque en ella se asegure la justicia de su «es­tructura básica» (esto es, la justicia de susinstituciones principales). De acuerdo conCohen, una sociedad justa requiere de uncierto ethos, requiere que sean justas, tam­bién, las elecciones personales de los indi­viduos que la componen 11. Para decirlode un modo más claro: las exigencias deuna sociedad justa no se terminan con lapresencia de un Estado que fija reglas jus­tas, procurando mejorar en todo lo posiblela situación de los individuos más desafor­tunados. De acuerdo con esta visión res­tringida sobre las exigencias de la justicia,los individuos se encontrarían básicamente«absueltos» de cualquier demanda adicio­nal: ellos podrían comportarse como pre­firiesen (en tanto mantuvieran su respetosobre las reglas establecidas), dado que elresultado final del actuar colectivo bene­ficiaría de todos modos a los que estánpeor. De acuerdo con la visión defendidapor Cohen, en cambio, las exigencias dela justicia alcanzan a los individuos par­ticulares. En sus palabras, «los principiosde la justicia distributiva, esto es, los prin­cipios acerca de la distribución justa debeneficios y cargas dentro de la sociedad,se aplican... a las elecciones... de las per­sonas» 12. En definitiva, tal como reza elfamoso slogan, «lo personal es político».

Provocativo e irónico como de costum­bre, Cohen ha concluido un reciente tra­bajo destinado a prolongar el anterior enuna dirección curiosa. Cohen se planteaahora si una persona puede ser igualitariay rica a la vez 13. Adviértase que, en suescrito previo, Cohen se preguntaba acercade los requerimientos de la justicia sobrelos individuos, dentro de una sociedad quepretende ser considerada justa. Ahora supreocupación es más específica: Cohenpiensa en sociedades «reales», distintiva­mente injustas, y en individuos concretos,sujetos que se reivindican como igualita-

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ríos y que disfrutan a la vez de una situa­ción económica holgada. Y se pregunta:¿Cuáles son las demandas de la justiciasobre los que profesan el igualitarismo, enuna sociedad injusta? ¿Corresponde queellos apliquen, sobre sus propias vidas, lasnormas de igualdad que prescriben parael gobierno? Cohen entiende que sí y porello, en este reciente trabajo, trata dedefender dicha intuición frente a comunesargumentos en contrario (que las donacio­nes que uno pueda hacer en favor de losmás desaventajados constituirían una «me­ra gota en el océano;» que ellas podríanser, además, contraproducentes; que ladesigualdad social principal, que es la des­igualdad de poder, permanecería de todosmodos inalterada; que tales exigenciassobre los individuos impondrían tales car­gas psicológicas que se terminarían con­virtiendo en opresivas; que la autoexpro­piación produce una sensación de indig­nidad; que lo que uno pueda entregar alos demás no hace diferencia en las divi­siones sociales que la desigualdad genera,etc.). Nuevamente, en este caso, su plan-

tea miento es -en última instancia- crí­tico frente al enfoque general de Rawls,Lo que le interesa mostrar a Cohen, loque se empeña en señalar, es que las exi­gencias de la justicia no se agotan con lajusticia de la «estructura básica» de unasociedad.

En su progresiva estrategia de acerca­miento y crítica a Rawls, Cohen ha demos­trado otra vez el poderío de su capacidadde análisis. Nosotros no sabemos -y posi­blemente él tampoco lo sepa- cuál serála «parada finab de sus objeciones, cómoterminará su examen sobre la teoría deRawls. Pero esta incertidumbre constituye-quizá- 10 primero que debamos cele­brar de los escritos de este autor, y juntoa ello, también, su ánimo radical y des­prejuiciado, su libertad para someterlotodo a crítica. Es de agradecer, por lodicho, que Cohen continúe llevando ade­lante sus investigaciones del modo en quelo viene haciendo.

Roberto Gargarella

NOTAS

1 Robert Nozíck, Anarchy, Sta/e and Utopia (New

York, 1974). Sus estudios sobre el marxismo quedaron

resumidos, en parte, en Karl Marx's Theory of History:A Defense (Prineeton University Press, 1978), así como

en History. Labour, and Freedom: Themes from Marx

(Oxford Univcrsity Prcss, Oxford, 1988).

Z G. A. Cohen, Self-Ownership, Freedom, and Equa­

lit)' (Cambridge Uníversity Press, 1995).

3 John Rawls, A Theory 01Justice (lIarvard Uní­versity Press, 1971).

4 Tal vez, para el caso de Cohen, el apelativo «igua­

litario radical» sea más apropiado que el de «marxista»

(que empleó en ocasiones para describir su posición

ideológica), si nos atenemos a algunos de sus últimos

trabajos. Ver, por ejemplo, «Equality as Fact and as

Norm: Reflection on the (partial) Demise of Marxism»,

manuscrito, Oxford Uníversity, 1993.

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, Un pionero trabajo de Cohen, en esta dirección,es el excelente "On thc Currency of Egalitarian Jus­tice», Ethics 99/4, 1989, pp. 9Q6-944.Luego, deben ver­se, por ejemplo, G. Cohen, «Incentives, Inequality andCornmunity», en Grethe Peterson (ed.), The TannerLectures on Human Values, vol. 13 (Salt Lake City:University of Utah Press, 1992); «Thc Pareto Argu­ment for Inequality», Social Philosophy "nd Policy, 12(invierno de 1995); «Where the Action [5: On the Siteof Distríbutive Justice», Philosophy and Public Affoirs,

vol. 26, núm. 1, 1997,pp. 3-30; «If you're an Egaíitarian,HowCome You're so Rieh?», manuscrito, Oxtord Uní­

versity, junio 1997.6 Ver, por ejemplo, Allen Buchanan, Marx and Jus­

(ice:TheRadical Critique 01Liberalism (Methuen, Lon­dres, 1982).

7 Más aún, en el propio Marx son habituales lasreferencias a la justicia en tono despectivo. Así, sus

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críticas a la misma como «sinsentído ideológico», o"basura verbal». Ver, por ejemplo, Alíen Buchanan.Esto llevó a que muchos autores vieran en Marx unenemigo de toda teoría de la justicia. Así, por ejemplo,Robcrt Miller, Analyzing Marx (Princeton U. P., Prin­ceton, NJ, 1984).

8 «On the Curreney...»; op. cit.

, G. Cohen, «On the Currcncy...», p. 915.10 Me refiero al trabajo ya citado, «Incentives...».

ti Éste es el punto central de «Whcrc the ActionIs...»,op. cit.

12 «Where the Action Is...», p. 3.I> Me refiero a «If you're an Egalitarian...»,

PACTOS SIN ESPADA: DEL EGOÍSMO A LA MORALIDAD

DAVID P. GAUTHIER: Egoísmo, mora­lidad y sociedad liberal, Paidós, Bar­celona,1998.

Desde que en 1950se formuló por primeravez el problema popularmente conocidocon el nombre de «Dilema del prisionero»han sido muchos los teóricos sociales que,desde diversos campos, han dedicado suatención al estudio de este problema y susdistintas implicaciones. No es para menos.Lo que en un principio se planteó comoun juego de estructura simple y descon­certante no tardó en revelarse como unarepresentación de un problema muy realque se plantea con indeseada frecuenciaen el curso de nuestras interacciones.David Gauthier es uno de estos teóricos,y tanto la profundidad y complejidad desus análisis corno la originalidad y radi­calidad de su postura hacen de él una refe­rencia obligada para todos los que mos­tramos interés por estas cuestiones.

Cuenta Gauthier en uno de los artículosrecogidos en libro que nos ocupa, concre­tamente en «El egoísta incompleto», quecorría el año 1965 cuando, con motivo deuna conferencia ofrecida en la Universidadde California, oyó hablar por primera vezde este Dilema. Ya entonces dedicaba suatención a uno de los problemas que hanmarcado las líneas de su investigación filo­sófica, el conflicto entre las razones dic­tadas por el autoínterés y otras «razones

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superiores» y, según él mismo refiere, susreflexiones se perdían «en un laberinto depalabras». Cuando alguien le dibujó lamatriz que representa el Dilema y le hizonotar que era del Dilema dc lo que estabahablando, dice que miró «Y fue como sicayeran las escamas de mis ojos y recibie­ran la vista». La anécdota no es banal, ytodos los que nos hemos ocupado de pro­blemas filosóficos parecidos podríamosnarrar nuestro primer contacto con el Dile­ma en términos similares. Y tales proble­mas, lejos de ocupar un puesto marginaldentro de la Ética, se encuentran en sumismo centro. Son viejos conocidos de lafilosofía moral y atraviesan gran parte desu historia expresados, según las épocasy las corrientes de pensamiento, con paresde términos que abarcan desde «virtud­felicidad» hasta «felicidad individual-feli­cidad general» o «voluntad general-volun­tad individual», Expresan una cuestión cla­ve: si los dictados de la moralidad son, almenos en ocasiones, contrarios a lo que,en términos generales, podríamos llamar«mis intereses», ¿por qué he de aceptarlos?¿dónde reside su fuerza motivadora?

Gauthier señala este problema como eltema principal de sus investigaciones, y loformula en términos de la reconciliaciónde la moralidad y la racionalidad, e intentatal reconciliación partiendo de las nocionesintuitivas de racionalidad y moralidad Ydelhecho incuestionable de que tales nociones

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no sólo son distintas, sino también con­flictivas. El concepto de racionalidad prác­tica que recoge tal noción intuitiva es elque, formulado por la teoría económica,se utiliza habitualmente en las cienciassociales e identifica la conducta racionalcon la conducta maximízadora de la uti­lídad individual. Por otro lado, la mora­lidad es entendida como un conjunto denormas que, por medio de prohibicioneso recomendaciones, restringen la persecu­ción del interés individual. Naturalmente,y tal como sucede a nivel intuitivo, las reco­mendaciones de la racíonalidad y de lamoralidad así entendidas entran a menudoen conflicto.

Constatar la existencia de tal conflictoes para Gauthier sólo un primer paso enel camino de la reconciliación propuesta.y la reconciliación ha de darse en un terri­torio compartido. En efecto, si la racio­nalidad tiene que ver con nuestros inte­reses y la moralidad ha de tener un fun­damento racional, habrá que mostrar que,de algún modo, las restricciones en la per­secución de nuestros intereses propuestaspor la moralidad han de tener su funda­mento en esos mismos intereses. Y es eneste punto donde Gauthier centra su inte­rés en la Teoría de Juegos y, más con­cretamente, en las enseñanzas que puedenextraerse de una situación como la repre­sentada en el Dilema del prisionero.

La importancia de este dilema para ladiscusión sobre la posible reconciliaciónentre racionalidad y moralidad es, sin dudaalguna, extraordinaria, y así 10 han vistomuchos filósofos morales contemporá­neos. El dilema muestra una situación deinteracción estratégica en la que si todoslos agentes intentan mediante su conductamaximizar la consecución de sus intereses,el resultado es peor para todos de lo quepodría ser. Dicho en términos técnicos, elresultado del juego para jugadores racio­nales es un equilibrio subóptimo. Y dichoen términos no técnicos, lo que sucede esque si todos buscan su propio interés, todos

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salen peor parados, en términos de sus pro­pios intereses, de lo que lo estarían si secomportaran de otro modo: la racionalidadles cuesta un precio en términos de suspropios intereses. Les iría mejor si no sefijasen sólo en la satisfacción de sus pro­pios intereses y tomaran también en cuentalos de los demás. Les iria mejor si coo­perasen. Pero la racionalidad parece pedir­les que no cooperen. He aquí el dilema.

El problema planteado es, como ya seha dicho, viejo. Hobbes reconocería el dile­ma como aquel que lleva al individuo pre­social a establecer una sociedad y unasleyes, a establecer un pacto, reconociendoque la lucha sin cuartel por la supervivenciaconduce a la guerra perpetua y a la muerte.y es que la persecución de lo que que­remos es a veces contraproducente. Elindividuo racional lo sabe, y su razón leurge a encontrar un camino. Y 10primeroque le indica es que debe evitar encon­trarse en ese tipo de situaciones. Las solu­ciones clásicas (u ortodoxas, como gustade decir Gauthier) son básicamente dos:podemos establecer pactos y hacer su cum­plimiento obligado mediante el uso de san­ciones externas (pactos con espada, tanqueridos por Hobbes) y podemos ínterio­rizar pautas de conducta que actúen comosanciones internas. El resultado de ambosmétodos es el mismo: los pagos que apa­recen en la matriz que representa el dile­ma, y que reflejan las ganancias en tér­minos autointeresados de los jugadores,quedan alteradas de tal modo que 10 queles dicta la razón, para maximizar sus pro­pios intereses, es cooperar. Ambos cami­nos presentan dificultades, ya que no siem­pre es fácil o ni siquiera posible anularde este modo el dilema. Quizá podamosevitar por estos medios algunas de lassituaciones conflictivas, pero no todas, yquizá no las más importantes.

¿Qué más podemos hacer? La respuesta, de muchos teóricos es que poco o nadamás. Evitarlas cuando es posible y el costoes razonable y, por lo demás, asumir el

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dilema: si cooperáramos nos ma mejor,pero cooperar es irracional. La respuestaortodoxa puede hacerse extrema (tal ycomo la analiza Gauthíer en «Asegurar yamenazar», también recogido es este volu­men) y decir que, si fuera posible, seríaracional que nos volviésemos irracionalesy cooperáramos. Pero la cooperaciónseguiría marcada por el estigma de la irra­cionalidad.

En su respuesta a esta pregunta, plan­teada tanto en «Asegurar y amenazar»como en «El egoísta incompleto», Gaut­hiel" se desmarca de la ortodoxia con unapropuesta original y atractiva: podemoshacer mucho más, podemos mostrar quelo racional es cooperar. Desde luego, tra­dicionalmente se admite que esto es asíen algunas ocasiones, a saber, aquellas enlas que los mismos jugadores saben qucvan a enfrentarse un número indefinidode veces a situaciones de dilema. En estoscasos, conceptos tales como «reputación»y «fama» cobran pleno sentido: es racionalcooperar y cumplir los pactos, aun enausencia de espadas, porque si no lo hagonadie se fiará de mí la próxima vez y 10que gano defraudando en esta ocasión 10pierdo con creces en las ulteriores empre­sas cooperativas de las que me veré exclui­do. No es un juego simple. Puede contem­plarse como un juego con distintas etapasy lo racional es fijarme, no sólo en lo quegano en esta batalla, sino en lo que ganoo pierdo en toda la guerra. Esto sucedeporque en estos casos de dilema iterativodesaparece una de las condiciones quehacen posible el dilema: que lo que yo hagano afecte de ninguna manera a lo quehagan los otros.

La propuesta de Gauthier va más allá:«El fundamento para preferir la coopera­ción condicional al egoísmo no dependede la suposición de que se pueden obtenerbeneficios a largo plazo gracias a la repu­tación adquirida a base de decisiones coo­perativas. Mi argumento es aplicable a unconflicto que ocurra una sola vez,» Estas

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palabras, extraídas de «El egoísta incom­pleto», nos hacen ver la magnitud y elalcance de la propuesta de Gauthíer. Ensu obra principal, Moral por acuerdo, tra­ducida al castellano por Gedisa, la pro­fundización en esta idea le lleva a desarro­llar una teoría moral como parte de la elec­ción racional. Y distingue (con razón) esteproyecto de otros similares, como los lle­vados a cabo por Rawls o Harsanyi, enla medida en que para él esta relación esmáxima: para elegir racionalmente hay queelegir moralmente.

Por descontado, la racionalidad no exigemantenerse fiel atado tipo de acuerdos,ni siquiera a aquellos acuerdos a los quees racional llegar. Pero sí exige mantenerciertos acuerdos, a saber, aquellos a losque llegarían unos agentes racionales que,libremente y sin coacción, tuvieran queacordar los términos de su interacción. Deeste modo, el proyecto de Gauthier le llevaa una justificación contractualista de lamoral y de la sociedad, analizadas respec­tivamente en «Justicia y dotación natural»y «Contractualismo político», los otros dostrabajos que completan este volumen.

El argumento de Gauthier para defen­der que, en el caso de estos acuerdos, laracionalidad exige la cooperación, aun enel caso de un dilema no iterativo, es com­plejo, pero puede resumirse, aun a riesgode una simplificación excesiva, del modosiguiente. Supongamos que tenemos queelegir entre ser cooperadores o no serlo.Los cooperadores pueden beneficiarse dela participación en los beneficios de lasempresas cooperativas. Parece que loracional es que seamos cooperadores.Nuestro talante cooperador, para serracional, habrá de ser, desde luego, con­dicional: será racional estar dispuesto acooperar a condición de que los demásinvolucrados tengan una disposición simi­lar. Y aquí aparece uno de los puntos sinduda más problemáticos de la argumen­tación. ¿Cómo reconocer a los agentes queestán también condicionalmente dispues-

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tos a cooperar? A menos que los coope­radores potenciales sean capaces de reco­nocerse mutuamente en una sola jugada.su disposiciónpodría resultarles claramenteperjudicial. En Moralpor acuerdo Gauthicrutiliza un término muy ilustrativo para estacapacidad: los agentes racionales, si bienno son transparentes, no son tampoco opa­cos: son translúcidos.

¿Lo somos? ¿Tenemos o podemosdesarrollar algo similar al don de Pinochoque haga nuestras intenciones patentes alos demás? ¿Podemos saber, al menos conuna probabilidad razonable, con quién nosla jugamos en cada caso?

Gauthier reconoce que ésta es una cues­tión empírica. Lo importante es poder afir­mar que, dados los beneficios de la coo­peración, los agentes racionales desarro­llarán en lo posible métodos para reco­nocer a posibles cooperadores y darse aconocer a ellos. ¿No sería más racional,es decir, mejor para nosotros, aprender amentir de un modo satisfactorio y, por asídecirlo, sin rubor? Pero si nos acercáramosa la opacidad, los beneficios de la coope-

ISEGORíA/18 (1998)

ración volverían a estar fuera de. nuestroalcance.

La importancia del proyecto de Gau­thier es difícil de exagerar, incluso paralos quc pensamos que plantea aspectos enextremo problemátícos. Los artículos reco­gidos en este volumen son representativosde sus posiciones más características y, apesar de su farragosidad ocasional (nota­ble en el caso de «Asegurar y amenazar»),es una excelente introducción para los quedesconozcan su obra y un complementoen extremo útil y aclaratorio para los queya conozcan su Moral por acuerdo, y nadieque se interese por los problemas carac­terísticos de la ética y la filosofía políticacontemporáneas debería perderse su lec­tura. Y, al hacerlo, no deberían perder devista las palabras con las que Gauthier ter­mina su introducción a este volumen: «En­tendidos como una tarea en marcha, talvez estos ensayos animen al lector a res­ponder y a unirse, así, a esta conversaciónque llamamos filosoña.»

BlancaRodriguez L6pez

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