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Atapan: el paisaje urbano de un pueblo aguacatero* Roberto Santana Universidad de Toulouse, Francia I. Una evolución en tres ciclos Lo mismo en su evolución espacial y arquitectural, el pueblo de Atapan reproduce con bastante fidelidad las alternativas seguidas por la economía del área desde fines del siglo pasa- do hasta el presente, dando cuenta con bastante largueza de los movimientos, diferenciaciones y estratificaciones de la sociedad local. Es así que su historia y el análisis de su desen- volvimiento socio-espacial puede concebirse en el marco de los ciclos económicos que han tenido lugar regionalmente. El ciclo de formación Las noticias más antiguas de que disponemos se remontan a fines del siglo pasado, período en que la economía del área era dominada por el sistema cerealero maíz-trigo, principal- mente. Sin embargo, la presencia de unos pocos cultivadores mestizos o criollos instalados en el área en las postrimerías del siglo no habría sido suficiente para que Atapan sobrepa- sara el estadio de una simple “ranchería”, tal como lo son aún en la actualidad los establecimientos vecinos de San Ra- *Estas notas han sido redactadas a partir de una encuesta de campo realiza- da por el autor en diciembre de 1984 y forma parte de los estudios sobre co- munidades rurales que investigadores del grai^(Groupe de Recherches sur l’Amerique Latine) llevan a cabo en Michoacán en colaboración con el Cen- tro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos de la Embajada de Francia en México y con el Centro de Estudios Rurales del Colegio de Michoacán.

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Atapan: el paisaje urbano de un pueblo aguacatero*

Roberto Santana Universidad de Toulouse, Francia

I. Una evolución en tres ciclos

Lo mismo en su evolución espacial y arquitectural, el pueblo de Atapan reproduce con bastante fidelidad las alternativas seguidas por la economía del área desde fines del siglo pasa­do hasta el presente, dando cuenta con bastante largueza de los movimientos, diferenciaciones y estratificaciones de la sociedad local. Es así que su historia y el análisis de su desen­volvimiento socio-espacial puede concebirse en el marco de los ciclos económicos que han tenido lugar regionalmente.

El ciclo de formación

Las noticias más antiguas de que disponemos se remontan a fines del siglo pasado, período en que la economía del área era dominada por el sistema cerealero maíz-trigo, principal­mente. Sin embargo, la presencia de unos pocos cultivadores mestizos o criollos instalados en el área en las postrimerías del siglo no habría sido suficiente para que Atapan sobrepa­sara el estadio de una simple “ranchería”, tal como lo son aún en la actualidad los establecimientos vecinos de San Ra­

*Estas notas han sido redactadas a partir de una encuesta de campo realiza­da por el autor en diciembre de 1984 y forma parte de los estudios sobre co­munidades rurales que investigadores del grai ̂ (Groupe de Recherches sur l’Amerique Latine) llevan a cabo en Michoacán en colaboración con el Cen­tro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos de la Embajada de Francia en México y con el Centro de Estudios Rurales del Colegio de Michoacán.

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fael, la Zarzamora u Oruzcato. La tendencia del habitat indí­gena hacia la dispersión por las vertientes de la sierra, tam­poco parecía bogar a sus anchas en el sentido de la emergen­cia de un pueblo llamado a tener una cierta envergadura. Otro iba a ser en verdad el factor decisivo que se enuncia ya desde la mitad del siglo: la posición estratégica de Atapan en relación al intenso tráfico de hombres, de bestias y de produc­tos que tenía lugar ya por ese entonces en un eje que iba desde Cotija, en el noroeste de Michoacán hasta Uruapan, drenan­do naturalmente el tráfico originado en las tierras altas del norte así como en las planicies cálidas del sur de esta ruta.

Es justamente este rol de tráfico el elemento decisivo en la conformación del núcleo inicial del pueblo y en lo que iba a ser su característica arquitectónica dominante ulteriormen­te: el llamado “mesón de los macheros”. A la vez posada con amplias habitaciones y gran cocina destinadas a la recep­ción de los viajeros de paso, este conjunto constructivo po­seía también una serie de establos o “macheros” alineados a lo largo de una gran L, dejando hacia el interior un extenso patio empedrado propio al ajetreo de bestias y cargas, aseo de los animales, herraje, etc.

La posada misma, provista de una media docena de amplias habitaciones alineadas en sucesión es una vetusta construcción de adobe, de forma rectangular, larga, de cerca de 40 m por unos 4 m de ancho que se abría hacia el patio de los macheros por medio de un ancho portal que servía a la vez de corredor de acceso a las habitaciones. Muros espesos, techo de teja acanalada sostenido por gruesas estructuras de resistente madera local, sólidas puertas de madera ligera­mente talladas, bellas y fuertes vigas sosteniendo el “tapan- co”, cubriendo el portal, todo ello daba al mesón de macheros el carácter mismo del prototipo arquitectónico.

El mesón, construido probablemente por los años 60 o 70 del siglo pasado, iba a ser efectivamente imitado como mode­lo arquitectónico, aunque a escala más reducida, por algunos de los vecinos más favorecidos que irían asentándose en las vecindades. De las antiguas casas de gran tamaño —3 o 4 grandes cuartos— cerca de una veintena fueron así construi­das entre fines del siglo pasado y comienzos de este siglo. Por

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lo demás, en este estilo va a construirse hasta los años 50 de este siglo con bastante regularidad.

Aparte de la unidad de habitación principal en lo que vamos a llamar desde ahora el modelo “mesón”, el habitat familiar clásico de Atapan se completa con otras dos unida­des: la cocina, siempre independiente y separada de la habi­tación principal y el “tejabán”, suerte de mediagua utilizado a la vez como bodega y desván, este último alineado y pareado con la cocina. El conjunto —habitación principal, cocina y tejabán— insinuando una forma de L sobre el espacio do­méstico, sentando así la base sobre la cual iba a evolucionar a través del tiempo este tipo de vivienda.

No se crea sin embargo que la forma del habitat de lo que llamamos el ciclo de formación de Atapan consistía exclusi­vamente en lo que acabamos de describir. Seguramente que aquellos primeros que logran seguir el modelo constructivo tipo mesón han sido también los primeros en mejorar su situación económica, ya sea en base a la posesión de superfi­cies importantes de tierra, ya sea en base a una pequeña actividad comercial estimulada justamente por el rol de pun­to de tráfico jugado por Atapan. Los “tendajones”, pequeños negocios de productos varios, aunque de escaso surtido, pare­cen haber sido abundantes a comienzos del siglo.1

Por lo que se refiere a los demás pobladores, ciertamente menos favorecidos económicamente, ya sea por razones cul­turales (siguiendo las costumbres tarascas) o por precarie­dad económica (caso de vecinos criollos o mestizos llegados de los ranchos de los alrededores, principalmente San Ra­fael) iban a seguir un modelo constructivo diferente y en general más precario en base a la utilización de la madera: muro de “troje” y techo de tejamanil. Hasta la década del 20, según las noticias de los habitantes más antiguos, este ha­bría sido el tipo predominante de vivienda y es solamente por la década del 40 que la fisonomía del pueblo va a comenzar a cambiar con cierta rapidez.

En resumen, podemos decir que este ciclo de formación del pueblo se caracteriza por un habitat donde la vivienda es notoriamente diferenciada, unas con fuertes reminiscencias españolas y otras indudablemente de influencia tarasca.

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Las diferencias observables en cuanto a solares y patios o jardines van en el mismo sentido.

Durante este ciclo ha quedado también determinada la estructura del pueblo en calles transversales: la memoria de los habitantes más antiguos recuerda que ya a comienzos del presente siglo este trazado era evidente, al menos en lo que respecta al casco que rodea en la actualidad el espacio ocupa­do por la iglesia, el parque y la cancha deportiva. (Ver fig. I)

Puntos pivote del desarrollo de la fisonomía urbana del pueblo bajo esta forma parecen haber sido el mesón de ma­cheros —y por cierto el gran predio vecino de la misma familia— y la localización del predio de la iglesia. Unos y otros situados estratégicamente con respecto al llamado ca­mino viejo que unía, antes de 1966, el pueblo de Atapan con la ciudad de Los Reyes, del mismo modo que con respecto al camino de San Rafael, van a determinar la importancia de las dos calles transversales más importantes del pueblo que son Morelos (dirección E-O) y Madero (dirección (N-S). El trazado de ambas existe ya a comienzos del siglo determi­nando el diseño embrionario de lo que será el tablero de ajedrez característico de hoy día.

El ciclo diversificado (caña-bracerismo-resina)

Entre los años 40 y 60 la población de Atapan no parece haber crecido significativamente y es muy probable que ape­nas lo haya hecho a una tasa entre el 0,5 y el 0,7d% anual.2 Es seguramente debido a ello que la expansión espacial del pueblo en este período aparece menos significativa que la evolución misma del habitat pueblerino, marcada por una tendencia general hacia el mejoramiento de las condiciones de la vivienda: para unos será la simple conversión del troje al adobe, del tejamanil a la teja de arcilla, pero para otros será el abandono del piso de tierra, la ampliación de la vivienda o la rehabilitación de la antigua casa de adobe, la adopción del cemento y del mosaico.

En este periodo, un cierto número de residentes actuales logra tener acceso a la propiedad en el sector “urbano” y construyen allí su primera vivienda. En el periodo llegan también los primeros servicios públicos: electricidad, agua

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potable, camión de pasajeros, empedrado de las calles del pueblo. El habitat tiende a la homogeneización, aunque las viviendas guarden las diferencias de tamaño y de confort propios de una diferenciación social que sin ser muy marca­da es real.

Los cambios que hemos señalado deben verse como el resultado convergente de tres movimientos económicos que involucran a la población atapense desde 1940 en adelante: el ciclo expansivo de la caña de azúcar,3 el auge temporario de la actividad extractiva de la resina4 y el impacto del salario “bracero”, ganado en Estados Unidos.

La impronta del ciclo expansivo de la caña puede descu­brirse con relativa facilidad al menos en dos sentidos: en la modernización de las viviendas del tipo “mesón”, pertene­cientes a aquellas familias que han hecho dinero en la pro­ducción de la caña, y de manera menos notoria en la cons­trucción de casas de adobe por residentes —indígenas o no— que han ganado el salario cañero o que han vendido tierra.

En el primer caso se trata sobre todo de la renovación y ampliación de las antiguas grandes casas de adobe, pero manteniendo el estilo arquitectónico original y la unidad espacial de vivienda y solar. El adobe viene a ser recubierto por el cemento y la pintura, los pisos son de cemento o mosaico; los nuevos cuartos son construidos con tabique y cemento, a veces la cocina gana el interior de la casa princi­pal, más raramente también los servicios higiénicos. En todo caso la vieja dualidad, espacialmente separada de habi­tación y cocina desaparece, pues si no situada en el interior, es adyacente. Resulta así una planta, una sola unidad cons­tructiva delineando una L v sólo muy raras veces la reestruc­turación terminará en una U. Las viviendas más modestas construidas con adobe durante este período van a adoptar sensiblemente la forma de L.

En cuanto a los efectos del auge resinero (en particular a fines de los 50 y primeros años de los 60) parecen haber tocado de preferencia a los habitantes de la periferia del núcleo antiguo del pueblo, grosso modo, a los habitantes pertenecientes a la comunidad indígena, y fueron probable­mente más importantes que los originados por los ingresos salariales obtenidos en las actividades cañeras. La expre­

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sión más sensible fue sin duda la generalización de la cons­trucción con adobe. No todos pudieron, sin embargo, techar con teja de arcilla, pues ésta comenzaba a escasear en el período y encarecía mucho, de modo que la lámina hizo su aparición, desplazando rápidamente al tejamanil.

La renovación de la vivienda tradicional de adobe de una población mestiza relativamente modesta, localizada en torno al centro del pueblo, e incluso la construcción de nue­vas viviendas tuvo como agente dinámico el trabajo en los Estados Unidos realizado por los atapenses en el marco del Programa Bracero. El primer grupo de trabajadores locales partió en 1943 y estuvo constituido por ocho personas, la mayor parte de ellos jornaleros sin tierra y en general mesti­zos. El último grupo que salió en 1949 era considerablemente mayor: 33 personas.

Normalmente los contratos firmados por los atapenses eran por seis meses, pero en algunos casos había prolonga­ción de contrato por un mes o dos, así se podían hacer econo­mías para el regreso. Con las economías realizadas la mayor parte se ocupó de construir una vivienda “decente” según las normas locales, siguiendo el modelo “mesón”, generalmente de dos cuartos y cocina independiente. Muy pocos pusieron piso de cemento aún cuando la mayor parte empleó la teja de arcilla para el techo, pese a su escasez y alto precio. Algunos construyeron sobre sitios recién comprados, pues carecían de tierra, favoreciendo así el proceso de periferización de la población indígena, entonces propietaria de tales sitios cu­yas dimensiones, aunque medianas (de 400 a 800 m), podían ser cultivadas y obtener así alguna producción de aútoconsu- mo. Todavía hoy los solares pertenecientes a tal período aparecen como los mejor cuidados y más productivos.

Terminando el programa bracero la migración de los ata- penses hacia los Estados Unidos se hace difícil, no sólo porque es ilegal, sino también por su elevado costo; de los braceros, sólo unos cuantos se quedaron en “el otro lado” y dispersos geográficamente, de manera que no se logró la conformación de una red atapense que favoreciera la emi­gración posterior. De esta manera, por los años 60 muy pocos atapenses, pertenecientes en su mayoría a familias mestizas que disponían de algunos recursos pudieron emigrar; más

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que una emigración temporal esta sería de duración medía, de más de un año en todo caso, lo que permitiría hacer algunos ahorros.

A este último tipo de emigración corresponde un proceso de renovación y expansión de la vivienda familiar modesta, de la parte central del pueblo principalmente, aunque de manera aislada yendo hacia la periferia. Las antiguas vi­viendas modestas del tipo “mesón” van a seguir las transfor­maciones siguientes: encementado y /o embaldosado de pi­sos; agregado de nuevos cuartos, esta vez construidos de tabique y cemento; reemplazo de la vieja cocina por una unidad independiente pero de cemento; instalación de baño y lavadero de cemento todavía al exterior de la habitación principal y finalmente cierre del solar por medio de muros de tabique. El resultado final de todas estas transformaciones es la coexistencia, en la misma unidad habitacional, de mu­ros de adobe y tabique, de techos de teja y de lámina (de asbesto o cartón) y el uso de material sólido (cemento), en la azotea. El solar adyacente no sufre grandes transformacio­nes, es más bien el patio en torno o frente a la casa el que sufre reducciones para permitir las nuevas instalaciones. El conjunto visto exteriormente goza de gran unidad y el diseño constructivo de la planta es siempre en forma de L.

Puede sostenerse con bastante fundamento, pues, que los frutos económicos de este período caracterizado por la diversificación de las fuentes de ingreso de la población local, si bien pueden ser calificados de más modestos que los del ciclo aguacatero que viene a continuación, permitieron un movimiento general de avance en el sentido del mejora­miento del habitat y una cierta homogeneización en el mode­lo constructivo y en la calidad de la vivienda. Seguramente ello fue posible porque los frutos del trabajo se repartieron de manera menos concentrada que en el periodo actual de espe- cialización productiva; por otra parte la sociedad local era también más homogénea.

El ciclo aguacatero y el crecimiento demográfico

Iniciado a fines de los 60, la fuerte expansión de las “huertas” se ha realizado en los años 70 y aún hoy se acondi­

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cionan nuevas tierras. Concomitaníemente los años trans curridos entre 1970 y 1984 representan un período de fuerte expansión demográfica, lo que significa que la localidad ha tenido una gran capacidad de retener a su población, la cual ha dejado de emigrar definitivamente.Es menos evidente que el área haya atraído población foránea para residir en el pueblo. Nuestra hipótesis es que el crecimiento demográfico en estos 14 años se sitúa en el 3% anual, o tal vez un poco más. Nuestra estimación está basada en la existencia actual de aproximadamente 350 viviendas con un promedio de 5 personas por vivienda, lo que nos da para 1984 una pobla­ción total de 1750 personas, cifra puesta en relación con la establecida por el c .d .e . Mich.5 de 1 226 personas en 1970. Nuestra estimación se quedaría corta si se aceptase una cifra de 2 000 habitantes para Atapan, como suele hacerse sin señalamiento de fuente de referencia.6

De acuerdo con nuestras cifras, en los 14 años hubo un crecimiento de la población de más del 40%, fenómeno que iba a provocar igualmente un crecimiento importante del número de viviendas y del espacio habitado. El número de viviendas ha tenido un incremento que consideramos de un 50% en el período.7 Todo esto marca una neta diferencia con el período anterior que hemos descrito.

En efecto, la expansión demográfica a la que asiste Ata- pan a lo largo de 14 o 15 años viene acompañada de una diferenciación social mucho más acentuada, la misma que a nivel del habitat va a expresarse en forma de una heteroge­neidad pronunciada de la vivienda, en términos de una mar- ginalización notoria de un grupo de población (indígenas de la comunidad) y de su segregación espacial.

II. Heterogeneidad del habitat y diferenciaciones socio- culturales

La expansión demográfica ha sido el efecto positivo de la expansión aguacatera a la cual hay que atribuir también el notable dinamismo de la industria de la construcción que se observa en la actualidad en Atapan. Prácticamente no hay una manzana que no tenga al menos 2 o 3 casas en construc­ción, ni calle donde no se observe movimiento de tierra y de

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materiales. Se conoce de 10 maestros de obras que operan prácticamente todo el año en el lugar, empleando en ella a una cincuentena de obreros. Tal actividad no cesa sino en los meses de lluvia (agosto y septiembre) y los salarios que se obtienen en ella son los más elevados de la localidad.8

En una aproximación más detallada al conjunto de esta actividad inusitada, se llega a constatar que ella no obedece exclusivamente al dinamismo aguacatero. En la realidad hay que distinguir un doble dinamismo en la construcción: el ligado indiscutiblemente a la acumulación aguacatera y el otro a las economías que una parte de los habitantes del pueblo logra hacer, con mucha dificultad, por medio de la emigración temporal a los Estados Unidos.

La construcción —por así decir— “aguacatera”, mues­tra en el trasfondo una fuerte capacidad de inversión: se hace a un ritmo rápido, con despliegue de hombres y materiales y muchas veces sobre terrenos recién comprados. La otra, por el contrario, se realiza a un ritmo lento, sincopado, dando muestra de una operación alimentada irreguiarmente: en ei mejor de los casos la vivienda podrá ser habitable durante 3 años, pero lo normal es que no lo sea antes de 4 o 5 años por la demora ligada a las dificultades de financiamiento.

Casas de los migrantes y íecasas del aguacate”

Las características o las contingencias de la emigración temporal a los Estados Unidos explican principalmente el desarrollo lento, irregular y a veces interrumpido de una parte de la construcción que se observa en el pueblo. Esa emigración temporal tiene en Atapan una importancia evi­dente: al menos 8 emigrantes por año entre la población mes­tiza del pueblo y unos 20 por año entre la población indígena de la comunidad.

Si existe siempre la posibilidad de que los migrantes del sector mestizo lo hagan en mejores condiciones que los indí­genas hay que decir que en general la emigración de los atapenses hacia los Estados Unidos tiene una baja rentabili­dad, por lo que la posibilidad de hacer economías sustancia­les son mediocres. Podría decirse que la migración temporal atapense se realiza “en el desorden”, puesto que los habitan-

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tes no han sido capaces de crear las redes necesarias de apoyo a la operación migración ni a nivel de la comunidad, ni para el paso de la frontera, ni en los Estados Unidos mismos. Todo ello hace que una vez allá dependan entera­mente de la buena acogida de algunos “buenos” patrones americanos; que no tengan otra posibilidad que la de hacerse reclutar en la actividad de la construcción, sector el peor pagado para los emigrantes mexicanos; en fin, que tengan que dispersarse por muchos estados de la Unión y que en definitiva, si todo sale bien y el migrante es disciplinado y no hace gastos indebidos, puede salir con 15 dólares de ahorro “libres” por cada día trabajado, o sea 3 000 pesos mexicanos a fines de 1984.

Tales entradas netas son aleatorias tratándose de la migración atapense. Ellos se van entre marzo y agosto/sep­tiembre de cada año para permanecer un período de 3 a 5 meses en el “norte”, pero para muchos tal duración no es mas que un proyecto, pues la carencia de auto-control colecti­vo sobre el proceso migratorio y sus mecanismos hace que la tasa de expulsión sea elevada, afectando al 25/30% de los. migrantes. Si se piensa que el costo del viaje está actualmen­te (diciembre 84) en 10 000 pesos más o menos y que es necesario que el viajante lleve una reserva de al menos 5 000 pesos se puede calibrar mejor la erosión sobre el presupuesto familiar de los que tienen la mala suerte de ser devueltos.

En tales condiciones, la construcción de la casa con material sólido (tabique, cemento y varilla), proyecto acari­ciado por la inmensa mayoría de los migrantes debe esperar mucho tiempo, como lo demuestran las numerosas obras a medio camino. Los muros de tabique, las varillas desnudas, los pilares de cemento, todo ello sin terminar y a la espera de una reanimación, son como un rasgo típico del paisaje de los barrios periféricos del pueblo donde predomina la población indígena, en particular por el lado sur.

Del costoso camino hacia la casa de “material” nos habla igualmente una encuesta sencilla llevada a cabo entre familias donde uno al menos de sus miembros había viajado a los Estados Unidos en los últimos cinco años: sólo un 26% de los casos había concretizado el sueño de la casa de tabi­que, mientras que en apariencia las aspiraciones se habían

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desviado hacia objetivos más accesibles en el corto plazo. De entre ellos, en efecto, el 70% había accedido al televisor y el 30% al refrigerador. Y sin embargo, la casa de tabique a que aspira el emigrante es de dimensiones y características mo­destas: 2 cuartos, a veces baño interior y por lo general cocina independiente.

Otras son las dimensiones y las características de las que llamamos las casas “del aguacate” —para significar que estamos en presencia de un modelo constructivo que corres­ponde específicamente al auge de la especulación aguacate­ra. Ellas van a ser construidas de tres o cuatro cuartos como mínimo, siguiendo un modelo arquitectónico que rompe com­pletamente con la tradición dominante; van a utilizar de manera casi ostentatoria abundante material sólido, van a dejar un espacio para la infaltable camioneta y alguna será construida de dos pisos. El estilo de estas casas es heterogé' neo y tal vez el elemento común que sobresale sea la sólida azotea de cemento armado. Hacia el interior la idea del solar no exista ya y el patio o el antejardín son ocupados por el cés­ped verde, dejando sitio por aquí y por allá a algunas plantas ornamentales. En resumidas cuentas, es la llegada al pueblo del urbanismo citadino, de la arquitectura urbana de confort.

A la aparición de las casas “del aguacate” hay que atribuir un significativo encarecimiento del suelo “urbano”, lo que explica en parte una cierta movilidad de la propiedad en ciertos sectores del pueblo donde ella se había mantenido, por así decirlo, “congelada” por mucho tiempo. Sin duda el caso más demostrativo de este fenómeno es el de la antigua y larga calle de Hidalgo, por el norte, sobre la cual no existían sino unas pocas casas antiguas y aisladas, dejando entre sí vastos espacios libres, a veces verdadero campo y donde en la actualidad están en construcción cuatro grandes casas habitación e igualmente la que será la quinta empacadora de aguacate de la localidad. Allí, en ese sector, el precio del metro cuadrado ha llegado a los 1 000 pesos, lo que significa doblar varias veces el valor que el suelo tenía a mediados de la década pasada.

Independientemente de la gran diferencia en la capaci­dad de inversión de los unos y de los otros, hay sin embargo algo que es común a aguacateros y a migrantes: el deslum­

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bramiento por el material sólido. El “material” (tabique- cemento-varilla) es la moda del día y nadie parece estar dispuesto a considerar que una construcción de adobe, técni­camente bien lograda puede resultar más barata, facilitando así el mejoramiento habitacional de las familias de ingresos más modestos. El desprestigio del adobe es evidente y no se fabrica más...

Diferenciación social y segregación espacial

Mientras tanto la imagen material del pueblo ha cambiado con respecto al periodo precedente, los déficits al nivel de la vivienda, tanto en términos de espacio disponible por fami­lia como en calidad de la vivienda, se han ido acumulando. Las viviendas precarias han proliferado, de la misma mane­ra que un número considerable de viviendas modestas se ha degradado. Como consecuencia de ello el habitat de hoy resulta notoriamente contrastado y heterogéneo.

Las diferenciaciones de hoy tienden a presentarse aúna disposición espacial bien clara que distingue entre el “cen­tro” del pueblo, es decir el antiguo casco organizado en torno al parque y a la iglesia y la periferia, particularmente por los lados sur y oriental. Para una visión cartográfica de las mismas se han confeccionado dos pianos privilegiando dos indicadores que nos parecen los más significativos: el núme­ro de habitaciones por vivienda y el tipo de piso existente. Nos parece que ambos son los que más tienden a polarizarse en función de las cateogrías sociales, mucho más que los tipos de techo, por ejemplo, de comportamiento mucho más errático; mucho más también que la posesión de ciertos bie­nes durables, por ejemplo el televisor.

Una muestra de 120 casas del pueblo señala que un 27% de ellas no disponen sino de cuarto para toda la familia, fuera de la cocina exterior, cuarto que rara vez va más allá de los 4x6 m., y que debe servir a la vez de dormitorio, sala de recibo y de estar. La figura 2 muestra sin embargo que las casas con tales características se localizan de manera bien precisa: lo que podríamos llamar el estrato inferior límite se presenta con un predominio absoluto —más del 66% de las

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casas— en cuatro manzanas periféricas, tres por el sur en el sector indígena, y por el oriente la otra.

Las viviendas de un solo cuarto están igualmente repre­sentadas en la categoría que hemos denominado inferior —con un peso relativo de menos del 50%— donde son toma­das en conjunto con las de dos cuartos. Esta categoría, como puede observarse, domina en seis manzanas del pueblo y termina por encerrar el casco central con un verdadero cintu­rón de viviendas de un cuarto y de dos cuartos, con la sola excepción de la parte norte del pueblo, por lo demás débil­mente poblada.

En cuanto a la categoría superior, viviendas de tres cuar­tos y más, su predominio es absoluto en cinco manzanas centrales y también en otras tres (entre 50 y 66% de los casos), con lo que queda en evidencia la organización espacial segre­gada del habitat atapense hoy. Aparece sin embargo, mori­gerando un tanto la diferencia entre el centro y la periferia, una suerte de banda transicional constituida por las manza­nas alineadas entre las calles Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas. Este sector aparece prestando un cierto equilibrio entre las categorías del tipo inferior y superior y significati- camente representa también una suerte de zona transicional entre la población indígena y mestiza. La figura 3 reproduce esta situación transicional a propósito de los tipos de piso de las casas habitación.

El 40% de las viviendas de Atapan tienen todavía piso de tierra, hecho significtivo de una situación económica preca­ria, pues como hemos visto anteriormente, en la evolución de la vivienda atapense el piso es uno de los elementos claves del progreso económico y del prestigio social. Es cierto que el nivel más alto se alcanza con el mosaico, pero el cemento o placa representa ya un nivel respetable. El mapa muestra claramente que el piso de tierra tiene un predominio absoluto en la periferia del pueblo y que hace pareja indisoluble con la escasa disponibijidad de espacio habitado. Por el contrario, cinco manzanas centrales presentan predominio absoluto de piso de cemento o mosaico, o combinación de ambos, y otras seis tienen entre el 50 y 66% de las casas con estos mismos materiales.

Sin duda que es al crecimiento demográfico rápido de los

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últimos quince años así como a las dispariedades en la distri­bución de los frutos económicos que hay que atribuir los rasgos actuales de la vivienda en Atapan. Para algunas nuevas familias la imposibilidad de acceder a una casa pro­pia ha hecho que la antigua vivienda paterna sea comparti­da y con ello una reducción de la disponibilidad de espacio por núcleo familiar. Tal es el proceso que se observa en relación con las antiguas construcciones de adobe en el cen­tro del pueblo y en menor escala en las de la periferia.

En la periferia, lo que más llama la atención es el resur­gimiento de una construcción de madera, a veces de tal manera precaria que ni siquiera es el “troje” antiguo, sino que una utilización de cualquier trozo o tabla, sin orden ni concierto. El techo normalmente es de lámina de cartón impregnado. A veces, al lado o al interior de una pequeña casa de adobe van a instalarse una o dos de estas viviendas que si bien es cierto son más frecuentes en las calles 18 de marzo, Lázaro Cárdenas y Venustiano Carranza, se las en­cuentra aisladamente por toda la periferia del pueblo.

Los datos expuestos demuestran, a nuestro juicio, que contrariamente al ciclo anterior donde la tendencia domi­nante era al mejoramiento general del habitat y a una cierta homogeneización de la vivienda, el período del aguacate está dominado por una tendencia a la heterogeneidad con una importante polarización hacia la vivienda marginal preca­ria. Los habitantes de la periferia marginal del pueblo tienen todavía la oportunidad de ser propietarios del suelo que habi­tan, suelo que como nunca antes está siendo valorizado, y que, por cierto, harían muy mal en enajenar. Al menos así guardan la esperanza de poder construir un día una vivienda adecuada. Lo demás dependerá de las coyunturas por venir...

Los solares: diferenciación cultural y económica

El solar es parte obligada del habitat atapense; forma parte indisociable del 90% de las viviendas del pueblo y es una referencia cotidiana de los pobladores. La significación del solar no es siempre la misma, sin embargo, puesto que se puede hacer alusión a realidades muy diferentes tratándose de la intensidad del uso del suelo, en ciertos casos puede ser

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muy interesante para el autoconsumo familiar y en otros puede no tener interés alguno. De cualquier forma, en todos los casos el solar representa un valor utilitario.

En efecto, una interpretación simple del estado actual de la utilización del suelo en los solares atapenses, así como de su evolución, consistiría en ver allí un proceso de degrada­ción de un modelo ideal de solar. Lo primero sería saber si existió en el pasado algún modelo ideal con el cual confron­tar los resultados de la evolución posterior y por otra parte ver si todos los espacios adyacentes a la vivienda han evolu­cionado a partir del mismo modelo. Sin duda que la búsque­da en torno a estos problemas es clave no solamente para las distinciones fisionómicas indispensables, sino igualmente para una reflexión sobre su rol en la economía y la cultura doméstica.

Nuestro punto de vista es que en el caso de los solares de Atapan, conviene distinguir entre los que tienen una filia­ción, aunque sea lejana, con los clásicos solares arbolados de la España del sur, y por lo mismo donde es posible reconocer el doble objetivo de lo económico (recolección de frutas, pe­queños cultivos) y de lo utilitario (lugar de agrado, decora­ción); los otros serían aquellos que traducen con cierta clari­dad la impronta del “ecuaro” indígena, es decir, la concepción de un espacio, siempre adyacente a la vivienda que es ante todo el dominio de los animales (grandes y meno­res), suerte de establo al aire libre, seguro por la proximidad de las casas habitadas y propio a la acumulación del estiér­col indispensable a las siembras. En este espacio los árboles no aparecen sino por excepción.

A partir de esta primera distinción, el estado actual de los solares atapenses puede verse, a grandes rasgos, como el resultado de una doble evolución: una en que el antiguo solar (de filiación española) ha ido perdiendo importancia en la economía familiar por reducción del espacio o por empobreci­miento gradual, y otra, en que el antiguo ecuaro ha evolucio­nado de cierta manera hacia el solar por medio de la adop­ción de algunas especies vegetales y de algunas expresiones jardineras y de cultivo, pero sin llegar las más de las veces más allá del estadio de un solar “frustrado”.

El solar que designamos como de filiación peninsular, lo

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es ciertamente en relación a la concepción de un espacio arbolado adyacente a la vivienda campesina, siempre pre­cedido de un pequeño sitio para las plantas de jardín, más frecuentemente algún pequeño cultivo. En realidad la simili­tud se detiene allí, pues en su máxima complejidad un solar atapense parece no haber alcanzado toda la complejidad y diversidad botánica características de los huertos mediterrá­neos, uno de cuyos rasgos más relevantes sin duda era la coexistencia de especies arbóreas con pisos más bajos de especies arbustivas y de hierbas. El piso arbustivo, ligado a especies ornamentales prácticamente no existe y es dudoso que haya existido. Incluso allí donde existen todavía los cafetos y los plátanos (vástagos) es difícil hablar de plantas arbustivas sino de su periodo de crecimiento, puesto que rápidamente devienen plantas gigantes de muchos metros de altura.

El solar de Atapan es entonces el dominio de los árboles, los cuales por lo general alcanzan gran altura (8/10 m. algu­nos) y entre ellos los más abundantes son las especies ameri­canas de ámbito tropical: guayabos, plátanos, mangos, aguacates, papayos y chirimoyos. Sin embargo, los cítricos (limones, naranjas, limas) tienen frecuentemente su lugar en los solares. Algunas veces están presentes los duraznos y casi siempre los nísperos.

Si en un solar de tamaño mediano —de 350 a 700 me­tros— podemos encontrar frecuentemente 4 o 5 especies di­ferentes y en los más grandes hasta 8 o 9 será difícil en ambos casos descubrir un ordenamiento espacial particular. Sin embargo es posible que en el pasado las cosas hayan sido menos caóticas, pues a juzgar por ciertos indicios el café parece haber jugado un cierto rol organizador cuando repre­sentaba todavía un componente importante del autoconsu- mo campesirlo, que no es este el caso. En relación con él se puede discernir una cierta disposición en determinado sector del solar de aquellas especies susceptibles de otorgar al café la sombra más apropiada. Esto es particularmente válido para los guayabos y los nísperos y en alguna medida tam­bién para los cítricos. Ellos proporcionan una sombra menos densa y total que los aguacates y los mangos, por ejemplo, los cuales aparecen dispuestos de manera mucho más erráti­

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ca y aislados. Tampoco es improbable que en ciertos casos el conjunto cafetalero (cafeto-árboles de sombra) haya adquiri­do, según la importancia del espacio, una forma tipo planta­ción, debidamente ordenada.

Sin duda que los argumentos no faltan para sostener que la importancia de este solar en el autoconsumo campesino está considerablemente disminuida, aún cuando la densidad de árboles sea relativamente elevada en términos generales. (Figura 2) El café ha desaparecido como producción domésti­ca, con excepción de una o dos plantas completamente des­cuidadas las más de las veces; muchos mangos y aguacates se han caído de viejos y no han sido reemplazados; el chayóte de elevada productividad local casi no se cultiva. Solamente los cítricos y los plátanos parecen tener una cierta importan­cia en el consumo doméstico.

Parece también justificado decir que si solamente es fácil concebir —y en algunos casos esto es una realidad— una sobreproducción de frutas en el ámbito de los solares, muchos propietarios de árboles son compradores de frutas en los mercados. Las razones son múltiples: descuido de los árboles plantados, reposición difícil (por escasez mayormen­te), inexistencia de un mercado local, presencia de comer­ciantes foráneos dos veces por semana, la movilidad de la mano de obra tras los salarios.

El tipo de solar descrito corresponde a una categoría de propietario (pequeño propietario, ejidatario y raras veces miembro de la comunidad) poseedores de parcelas de cultivo en las cuales se producía, como se produce todavía hoy, lo fundamental de los productos no frutales destinados al auto- consumo. Ello explica que la siembra intercalada en los solares nunca haya tenido mucha importancia; el maíz, el frijol, las calabazas, las papas, el tomate y el chile eran objeto de cultivo en las parcelas para consumo doméstico.

Lo anterior no sucede en el caso de ciertos solares cuyos dueños no poseen tierras de cultivo, pero que en algún mo­mento tuvieron acceso a la compra de un sitio en el pueblo, de dimensiones suficientes como para una producción intere­sante de autoconsumo (recuérdese el caso de los braceros de los años 40); aquí los solares siguen teniendo toda su impor­tancia: los árboles se podan y se tratan; los aguacates crio-

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líos se injertan, se hacen cultivos intercalados (granos y verduras), el zacate se cultiva, en cierta manera, y se le corta para la venta. El jardín antepuesto al solar muy a menudo adquiere aquí su mayor complejidad florística, con especies ornamentales, medicinales y comestibles (aromáticas). El autoconsumo resulta así considerable y bien podríamos de­cir que estamos aquí en presencia del modelo local ideal, dadas las ventajas ecológicas dentro de la limitante de esca­sez de tierras.

Hay en Atapan un tercer tipo de solar que podría ser considerado como el tipo de los anteriores, degradado al extre­mo por su muy baja densidad de árboles y por su aire de abandono y descuido, por el aspecto mucho más caótico en la disposición de las plantas de las casas y de otras pequeñas instalaciones. Este tipo de solar se localiza significativa­mente en la periferia del pueblo y coincide con aquellos sectores donde la densidad de árboles es baja y a veces mediana (figura 3): por el lado sur del pueblo, en particular alineándose entre la calle Lázaro Cárdenas y la quebrada Ojo de Agua que va al río Atapan, y por el este, localizándose sobre el plano superior del pueblo, encima de los 1 575 me­tros.

En tales sectores los solares corresponden a sitios me­dianos (350-700 m2 más o menos) y grandes (más de 700 m2) a simple vista mal utilizados; pero no hay aquí retroceso de los árboles frutales, ni abandono de cultivos de autoconsumo; estamos, por el contrario, en presencia de un ecuaro que no lo es más, puesto que no cumple ya su función tradicional —al menos totalmente— puesto que en ciertos casos incorporan algunos elementos propios del solar. Si en el presente la fisonomía de tales sitios tiene poco del ecuaro indígena, en el pasado tenía un rol fundamental en relación con los anima­les, en primer lugar los de labor y montura; en la misma medida en que el número de estos ha ido disminuyendo —a causa principalmente de la pauperización de la población indígena— y que el aspecto de corral ha ido desapareciendo, que la acumulación de estiércol no tiene casi importancia y su aspecto no ofrece ninguna fisonomía específica ni ningu­na regularidad. Los solos vestigios de un tal pasado volcado sobre los animales sería la subsistencia de algún resguardo

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(techo precario), de algún varón o caballete para el amarre de las bestias (1 o 2 por lo regular). Por lo demás, sólo algunas aves y raramente un puerco deambulan por aquí y por allá sobre lo que parece un espacio semiabandonado.

Es del todo evidente que los residentes, propietarios de tales sitios, podrían obtener gran provecho económico si utilizaran intensivamente el espacio: hay quienes piensan que con 1 000 m2 sé puede asegurar un autoconsumo con ex­cedentes como para asegurar condiciones de vida mejores que las permitidas por un salario agrícola de 350 a 400 pesos, como sucedía en las “huertas” de aguacate en diciembre de 1984. En realidad las condiciones ecológicas son extraordi­nariamente favorables para todo tipo de cultivo con técnica de jardinería y, por cierto, para la producción frutal. La posi­ción de Atapan en el piso de transición entre la meseta y la “tierra caliente”, instalado en las estribaciones de la monta­ña sobre dos planos apenas inclinados levemente, hace que los suelos sean profundos y bien drenados, que el agua de irrigación no falte para la alimentación permanente de los manantiales y pequeños torrentes característicos del piso. Cada propiedad en el pueblo tiene acceso a alguna de las tres acequias (zanjas) que escurren paralelamente en dirección este-oeste.

El problema de una valorización productiva de los sola­res marginales del pueblo tiene más bien que ver con la tradi­ción cultural indígena y con una ausencia de prácticas de cul­tivo: el pasaje del árbol silvestre a la plantación cultivada de árboles es lento, el sistema de cultivos hortaliceros, si ha existido, no ha ido más allá de un nivel embrionario, en fin, toda adopción tecnológica siempre es lenta. Parece evidente, pues, que todo intento de utilización intensiva de tales sola­res sólo sería posible sobre un fuerte estímulo venido de afue­ra, de formación y de ayuda financiera.

Entre los solares de la periferia hay, sin embargo, algu­nos ejemplos de una utilización más intensiva. Algunos pro­pietarios mestizos que gozan de una situación económica es­pecífica, van a seguir una dirección en la especialización aguacatera del predio o bien una diversificación con vistas a la autosubsistencia.

Entre los primeros hay que notar antiguos emigrantes a

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la ciudad de México que invierten sus economías en el pro­ducto del día, es decir, en la plantación del aguacate comer­cial, injertado; los solares son por lo general herencias deja­das durante muchos años al cuidado de algún pariente, quien ahora, en ausencia del inversionista, se encarga no só­lo de los trabajos, sino de buscar y vigilar la actividad de un jornalero que se ocupa de la “huerta”. Así, algunos solares del pueblo se transforman en solar-plantación y adquieren una vocación francamente comercial.

Hay algunos emigrantes de larga duración que regresan decididos a residir en el pueblo, que retoman un sitio de su propiedad, o que adquieren uno disponible; ellos van a empe­ñarse en cultivar un huerto con vista al autoconsumo donde sembrar lo más importante: maíz, frijol, garbanzo. Pero el aguacate y su motivación comercial también les interesa y fomentan algunos árboles. Más difusamente, hay también un antiguo residente, generalmente jornalero agrícola, due­ño de casa y solar, quien al constatar los éxitos del aguacate tecnificado inicia, un éxito parcial, el proceso de mejora­miento por injertación de sus árboles solariegos. Los bajos salarios locales y la crisis hace que también el solar sea culti­vado con vista al autoconsumo.

Por todo lo que hemos dicho acerca de los solares de Ata- pan, de sus diferenciaciones y evolución particular, resulta evidente que es un indicador importante de diferencias so­ciales y culturales entre los pobladores y que, por lo mismo, están llamados a evolucionar de manera distinta y segura­mente contradictoria.

Los problemas de la integración

Nuestra idea inicial de que el habitat de Atapan podría servir como indicador concentrado de las diferenciaciones sociales y culturales de la comunidad local nos parece que se confirman con lo expuesto en este papel.

Específicamente, la vivienda aparece con una significa­ción relevante para los atapenses, como si allí se concentra­sen las aspiraciones al status, al prestigio y a la considera­ción social. Es como el lugar de concretización de los proyec­tos, lo mismo de los que tienen más que los que tienen menos.

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Digamos que el prestigio que da una buena vivienda es más elevada que el televisor, (artefacto ya banal) o que el refrige­rador o la posesión de una camioneta.

Espacialmente, los indicadores de las condiciones ma­teriales de la vivienda se comportan de manera diferente entre el sector central del pueblo y su periferia. En el primero se localizan las viviendas de un reducido grupo económica­mente acomodado y lo que podría denominarse “una clase media mestiza”, mientras que en la periferia se agrupan las de la mayoría más pobre del pueblo.

La evolución del habitat demuestra que la actual espe- cialización aguacatera es más activamente diferenciadora, socialmente, que la pasada economía diversificada de los años 40 a 60. A nivel de la vida local esta diferenciación social y su correlato de segregación espacial es fuente de una ten­sión latente que se nutre no solamente de la pauperización más avanzada de la población que hace parte de la comuni­dad indígena, sino que se nutre también de la contradicción étnico-cultural; entre indígenas y mestizos.

Por ahora la tensión existente sólo tiene como resultado la imposibilidad de consenso entre las dos comunidades ét­nicas en relación con los problemas de la vida local, y una suerte de “anomia” política caracteriza lo que podría ser el po­der local. No es nada claro que de esta situación se salga fácilmente puesto que, por ahora, del lado indígena el nivel de conciencia no parece ir más lejos que el resentimiento, es­tando la comunidad inhibida para asumir sin ambigüedades su condición indígena y su reivindicación, por lo mismo im­pedida de tener un proyecto de desarrollo propio sobre cuyas bases negociar con la parte mestiza y con la autoridad o re­presentantes del Estado.

En tales condiciones, todo lo que sea mejoramiento ma­terial de carácter social o público, así como toda posible estra­tegia de mejoramiento general del habitat local, es difícil que pueda tener un origen endógeno y debería necesariamente venir de los poderes públicos, regionales o nacionales.

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NOTAS Y REFERENCIAS

1. Torres, Mariano de Jesús, Diccionario histórico, biográfico, geográfico... de Michoacán, 1905.

2. Estimación nuestra por extrapolación de cifras de 1907, 1970 y 1984.3. Ver Thierry Linck y otros, Desarrollo en el Michoacán aguacatero. Los

campesinos de Atapan , Colegio de Michoacán, Centro de Estudios Rura­les, 1984. mimeo.

4. Ibid.5. Centro de Documentación del Estado de Michoacán, Morelia, Manual

Básico de Población.6. La Presidencia Municipal de Los Reyes maneja oficialmente la cifra de

4 500 habitantes la cual, o bien incluye la población de las rancherías prójimas a Atapan, o bien, simplemente es el producto de la fantasía.

7. La cifra de 211 viviendas del Manual Básico de Población, cit., parecen estar subestimadas, pues comparándolas con las de 1984 nos darían un incremento de 70% en el número de viviendas, tasa que sería excesiva.

8. En diciembre de 1984 los “chalanes” o ayudantes ganaban entre 800 y 850 pesos diarios, mientras que los “maestros” no trabajaban por menos