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No es una crisis, es que ya no te quiero Desafección y erosión del bipartidismo… por la izquierda. Alberto Penadés 24/10/2012 - 05:45h ¿Quiénes son los que afirman que los políticos son uno de los principales problemas de este país? ¿Qué consecuencias electorales puede tener el creciente sentimiento contra los políticos? Voy a intentar algunas respuestas en lápiz. En una siguiente entrada aventuraré respuestas sobre por qué sucede y qué remedios parecen razonables. En resumen, de la desafección hacia los políticos destaca tanto su nivel, alto y en ascenso, como su desigual distribución. Los más críticos son la gente de mayor estatus social y económico, de mayor educación, varones, no demasiado mayores, de grandes ciudades y… bastante de izquierdas o ajenos a la clasificación ideológica habitual. Este tipo de ciudadanos es probable que refuerce el apoyo a los partidos minoritarios. Sin embargo, los ciudadanos de perfil más moderado y votantes de los grandes partidos también se muestran muy críticos con la clase política, aunque sea en una medida comparativamente menor. Este tipo de ciudadanos se encuentra sin alternativas: o bien no sabe qué hacer, o bien piensa abstenerse en el futuro. Es la alienación de los moderados, que puede perjudicar a los dos mayores partidos. En la conjunción de ambos efectos uno de ellos se lleva la peor parte. Adivinen cuál. 1. La temperatura media del desafecto se ha publicado hace unos días: el 27% de los ciudadanos mencionan a los políticos, a los partidos o a la clase política como uno de los tres problemas principales de nuestro país. Es el dato más alto que se ha encontrado desde que el CIS hace la pregunta. (Nota: la pregunta es abierta y las respuestas son espontáneas, si bien la insistencia de la prensa en el asunto debe inducir algunas respuestas reflejas. El CIS las registra literalmente y las codifica de forma casi artesanal, en un departamento que trabaja de maravilla.) ¿Dónde se siente especialmente el calor contra los políticos? La primera marca que despunta es la desigualdad social: más anti-políticos cuanto más ricos. El 37% de las personas de clase alta o media-alta creen que los políticos son un problema, diez puntos más que la media. Sobresale el grupo que comprende a los altos funcionarios, a los profesionales independientes y a los empresarios con asalariados, donde llega al 41% (el resto de profesionales y cuadros medios le sigue con el 39%). En el otro extremo, los obreros no cualificados que insisten en esa opinión son el 20%. La cifra es altísima, pero no deja de ser la mitad. Dado que el nivel educativo y la clase social están muy vinculados, esa pauta se repite al comparar los estudios de las personas que responden: el 36% de quienes han ido a la universidad mencionan a los políticos como problema, nueve puntos sobre la media. Lo segundo que destaca es el carácter urbano y, en especial, madrileño, de la desafección aguda: esta se observa en el 34% de las personas que viven en ciudades de más de un millón de habitantes, siete puntos más que la media. En el mes de julio pasado, cuando el dato global para España era el 25%, en la ciudad de Madrid era el 41%, mientras que en Barcelona era el 24% (los microdatos de septiembre todavía no están disponibles para separar ciudades). En tercer lugar, es notable que la desafección sea más bien masculina -el 34% de los hombres frente al 20% de las mujeres- y que no sea tan juvenil como a veces

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No es una crisis, es que ya no te quiero

Desafección y erosión del bipartidismo… por la izquierda.

Alberto Penadés

24/10/2012 - 05:45h

¿Quiénes son los que afirman que los políticos son uno de los principales problemas de este país? ¿Qué consecuencias electorales puede tener el creciente sentimiento contra los políticos? Voy a intentar algunas respuestas en lápiz. En una siguiente entrada aventuraré respuestas sobre por qué sucede y qué remedios parecen razonables. En resumen, de la desafección hacia los políticos destaca tanto su nivel, alto y en ascenso, como su desigual distribución. Los más críticos son la gente de mayor estatus social y económico, de mayor educación, varones, no demasiado mayores, de grandes ciudades y… bastante de izquierdas o ajenos a la clasificación ideológica habitual. Este tipo de ciudadanos es probable que refuerce el apoyo a los partidos minoritarios. Sin embargo, los ciudadanos de perfil más moderado y votantes de los grandes partidos también se muestran muy críticos con la clase política, aunque sea en una medida comparativamente menor. Este tipo de ciudadanos se encuentra sin alternativas: o bien no sabe qué hacer, o bien piensa abstenerse en el futuro. Es la alienación de los moderados, que puede perjudicar a los dos mayores partidos. En la conjunción de ambos efectos uno de ellos se lleva la peor parte. Adivinen cuál.

1. La temperatura media del desafecto se ha publicado hace unos días: el 27% de los ciudadanos mencionan a los políticos, a los partidos o a la clase política como uno de los tres problemas principales de nuestro país. Es el dato más alto que se ha encontrado desde que el CIS hace la pregunta. (Nota: la pregunta es abierta y las respuestas son espontáneas, si bien la insistencia de la prensa en el asunto debe inducir algunas respuestas reflejas. El CIS las registra literalmente y las codifica de forma casi artesanal, en un departamento que trabaja de maravilla.)

¿Dónde se siente especialmente el calor contra los políticos? La primera marca que despunta es la desigualdad social: más anti-políticos cuanto más ricos. El 37% de las personas de clase alta o media-alta creen que los políticos son un problema, diez puntos más que la media. Sobresale el grupo que comprende a los altos funcionarios, a los profesionales independientes y a los empresarios con asalariados, donde llega al 41% (el resto de profesionales y cuadros medios le sigue con el 39%). En el otro extremo, los obreros no cualificados que insisten en esa opinión son el 20%. La cifra es altísima, pero no deja de ser la mitad. Dado que el nivel educativo y la clase social están muy vinculados, esa pauta se repite al comparar los estudios de las personas que responden: el 36% de quienes han ido a la universidad mencionan a los políticos como problema, nueve puntos sobre la media.

Lo segundo que destaca es el carácter urbano y, en especial, madrileño, de la desafección aguda: esta se observa en el 34% de las personas que viven en ciudades de más de un millón de habitantes, siete puntos más que la media. En el mes de julio pasado, cuando el dato global para España era el 25%, en la ciudad de Madrid era el 41%, mientras que en Barcelona era el 24% (los microdatos de septiembre todavía no están disponibles para separar ciudades).

En tercer lugar, es notable que la desafección sea más bien masculina -el 34% de los hombres frente al 20% de las mujeres- y que no sea tan juvenil como a veces

suponemos: alcanza al 31% en todos los tramos entre 25 y 44 años, y es algo más baja para los demás.

Varón, madrileño, relativamente joven, con título universitario, de clase acomodada… ¿quién dijo pijo? El desgraciado insulto de un portavoz del PP al juez Pedraz llamándolo “pijo ácrata” por referirse a la decadencia de la clase política hay que reconocer que cargaba veneno. Porque así es: el sentimiento contra los políticos se agudiza si a todo lo anterior se le suma ser muy de izquierdas (un 36% de las personas en las dos primeras posiciones de la escala, nueve puntos sobre la media, mencionan a la clase política) o bien, como fenómenos más reciente, situarse al margen de la escala ideológica (un 32% de quienes no contestan). Como muestra el gráfico, esto no es una consecuencia del gobierno del PP. El cambio de gobierno hizo que la derecha se volviera temporalmente menos crítica con los políticos -aunque ya vuelve a situarse en la media- mientras que la extrema izquierda era y sigue siendo el grupo que peor reacciona contra los representantes públicos.

Gráfico1. Menciones a los políticos como uno de los tres principales problemas e ideología en la escala 1-10. Septiembre 2011-septiembre 2012.

Si observamos a los electorados, en el segundo gráfico, destacan al menos tres hechos interesantes. En primer lugar, los votantes del PP y del PSOE tienen una valoración parecida de los políticos. La valoración negativa se extrema en las minorías. En segundo lugar, los electores de UPyD han superado a los IU/ICV en cuanto a intensidad en el rechazo de la clase política (más del 50%). Esto puede estar relacionado con el ascenso de este tipo de opiniones entre quienes no se quieren situar en la escala ideológica, así como en la derecha. Y con los aires de Madrid. Por

último, desde junio, los votantes de CiU se muestran cada vez menos insatisfechos con los políticos, convirtiéndose, en este momento, en el electorado menos crítico con los mismos. No sabemos en qué políticos están pensando los ciudadanos cuando responden, pero podemos suponerlo. Se diría que Artur Mas está logrando desviar el coraje, todavía no sabemos si atraerá el cariño.

Gráfico 2. Menciones a los políticos como uno de los tres principales problemas y voto en las elecciones de 2011. Enero-septiembre 2012.

2. ¿De qué cambios electorales se acompaña la desafección política? Para algunos votantes se asocia con la búsqueda de alternativas en lo que hoy son partidos minoritarios, a otros parece más bien conducirlos a una especie de “alienación” en la que ninguna opción es satisfactoria. La desafección se asocia con una fragmentación del voto que sucede sobre todo en la izquierda y que socava el apoyo electoral del PSOE, y con una desmovilización del voto moderado de los dos grandes partidos que, sumado a lo anterior, no disminuye sino que tal vez incremente la hegemonía del PP. (Lo que sigue se refiera a los datos del barómetro de julio, los últimos disponibles con intención de voto).

El primero es un efecto de la distribución de la opinión crítica y erosiona al bipartidismo de forma desequilibrada: desde el lado del PSOE. Como es sencillo intuir por lo ya dicho, la probabilidad de voto a las minorías se incrementa en los grupos de opinión que se muestran más críticos con los políticos. El voto se desplaza entre ellos especialmente a Izquierda Unida, pero también a varios partidos minoritarios de izquierdas, partidos nacionalistas y a UPyD. Un ejemplo clarísimo: entre los más izquierdistas (posiciones 1 y 2) los sentimientos contra los políticos reducen en más de

la mitad la propensión de votar al PSOE (medida como intención declarada o “directa”), del 32% al 15%, y multiplican por más de dos la probabilidad de votar a IU, del 13% al 32%. De forma un poco menos drástica, este mismo movimiento se repite en el grueso del electorado de izquierda (posiciones 3 y 4), donde la opinión contra la clase política reduce la probabilidad de votar al PSOE del 42% al 26%, aunque el impacto aquí lo amortigua el hecho de que la desafección en este grupo es menos frecuente.

Dado el trasfondo ideológico de los sectores donde la crítica generalizada a los políticos es más habitual, es difícil que el escape hacia las minorías que esto impulsa afecte al PP de forma comparable. Es posible que el voto a UPyD o la aparición de alternativas antisistema (en el sentido de Mario Conde) pudieran cambiar esto en algo, pero no está a la vista. De momento, incluso entre los ciudadanos de centro (el 5 de la escala) la fuga hacia las minorías perjudica al PSOE al menos tanto como al PP (y lo mismo sucede con los no alineados ideológicamente).

Así, la anti-política funciona como un acelerador de la fragmentación de la izquierda, comenzando incluso desde el centro, feliz de criticar a un bipartidismo que se mantiene apenas sin esfuerzo sobre su pie derecho.

Gráfico3. Intención de voto de los grupos ideológicos de acuerdo con su actitud hacia la clase política. CIS, julio de 2011.

Un segundo efecto de desmovilización se asocia con la tendencia central de la opinión pública, es decir, con el hecho simple de que todos los grupos ideológicos y

sociales dan señales de insatisfacción con sus representantes. Se diría que muchos votantes desengañados con los políticos profesionales, si no tienen una posición relativamente extrema en el eje ideológico no parecen tener adonde ir. Una posición extrema en el eje territorial puede ayudar, pues la desafección también parece ser relativamente mayor tanto entre los centralistas como entre los favorables a la autodeterminación, pero los datos no son concluyentes. De lo contrario, se extienden la indecisión y la abstención. Esto se tiene un reflejo en el gran número de personas con ideología centrista que no declaran una intención de voto en la encuesta.

Con independencia de la ideología u otras consideraciones, la desafección reduce en 5 puntos la fidelidad al PSOE y en 14 puntos la fidelidad al PP, ambas ya bastante bajas de por sí. Los antiguos votantes del PSOE que se muestran críticos con los políticos reducen su probabilidad de volver a votarlo del 64% al 59%. En el caso del PP, la reducen del 65% al 51%. En sentido absoluto parece afectar más al PP (al menos en los datos de julio), pero la salud electoral del PSOE se resiente más, por ser mucho más débil. Tiene menos dificultad para atraer electores nuevos que el PP, lo que es lógico cuando uno está en el suelo electoral y el otro en el techo; y sus antiguos votantes están más consolidados que los del PP, pero lo chocante es que todavía hayan menguado

Para el PP esto se traduce principalmente es potencial desmovilización. Los votos de los críticos con la clase política que abandonan al PP se dirigen en una cierta pequeña medida a UPyD (puede que en aumento) pero lo más llamativo es que un 18% declara que se abstendrá, y un 20% está indeciso, no quiere responder o se oculta tras la intención de votar en blanco. Como consecuencia, la intención de abstenerse de los votantes del PP es mayor que la del PSOE. Algo que nunca sucede. A un tiempo, esto ayuda a explicar por qué en julio pasado la intención directa de abstenerse fuera la mayor registrada en la historia del CIS.

De modo que hay indicios para pensar que son los moderados y no los radicales los que se están “alienando” de la política. Por ejemplo, los votantes alienados del PP (tomando por tales a la suma de abstencionistas y no respuesta en la intención de voto) tienen una ideología media de 5,6 en la escala 1-10, mientras que el resto de sus antiguos votantes, incluidos los que van a cambiar su voto, tienen una media de 6,6, bastante más a la derecha. Al PSOE le sucede algo parecido en un margen menor, pues su menguado electorado ha quedado ya bastante a la izquierda. Pero sucede: la media ideológica de sus votantes alienados es el 4, la del resto es el 3,55.

En resolución, el distanciamiento de los políticos funciona como un catalizador de una doble reacción electoral. De un lado la demovilización de muchos moderados, de otro la búsqueda de alternativas, sobre todo por parte de los más críticos, y por tanto más cuanto más a la izquierda. El resultado de estos procesos sobre un bipartisimo ya bastante asimétrico puede ser el de una consolidación aún mayor de la ventaja parlamentaria del PP en el futuro. Que los sentimientos contra los políticos sean causa, síntoma o acompañante, tiene poca importancia, el caso es que está sucediendo, y los resultados de Galicia son un ejemplo de ello.

De cómo Feijóo evitó el castigo en las urnas

Lluís Orriols

52 Comentarios

23/10/2012 - 07:45h

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Existe en la política una regularidad empírica universal: cuando aumenta el paro, los gobiernos pierden votos y cuando se crea empleo, las opciones de supervivencia del gobierno aumentan. Los expertos lo llaman “voto económico” y es el culpable de la caída de casi todos los gobiernos europeos que han tenido una cita en las urnas en los últimos años. Por lo general, los expertos calculan que los gobiernos pierden alrededor de un punto porcentual de apoyo electoral por cada aumento de un punto de la tasa de paro. Así, según esta regla, el PSE de Patxi López debería haber retrocedido 4 puntos porcentuales y el PP de Feijóo 9 puntos. La realidad ha sido otra bien distinta. Los socialistas vascos han multiplicado casi por cuatro el castigo electoral que cabría esperar (12 puntos) y, en cambio, en Galicia, el desgaste del PP ha sido prácticamente imperceptible (1 punto). ¿Cómo se explica esta paradoja? ¿Por qué la economía ha quedado al margen de las urnas en Galicia?

A priori, los datos económicos y de opinión pública deberían llevarnos a la conclusión de que el gobierno gallego se merecía un castigo electoral mayor que el gobierno vasco. Por un lado, la economía se deterioró mucho más en Galicia que en el País Vasco. Fijémonos en el desempleo: durante el último mandato, el paro aumentó casi ocho puntos en Galicia, un porcentaje superior a la media española y que representó nada menos que el doble comparado con el País Vasco. Por el otro lado, las percepciones económicas de los ciudadanos antes de las elecciones fueron más negativas en Galicia. El 68% de los gallegos consideraban la situación económica mala o muy mala (58% en el País Vasco) y el 41% valoraban negativamente la gestión del gobierno gallego (36% en el País Vasco). En suma, si la economía tiene alguna influencia sobre las elecciones (que por lo general la tiene, y mucho) deberíamos haber visto un mayor desgaste electoral del Gobierno de Feijóo que del de Patxi López.

Gráfico 1. Número de votos perdidos por el Gobierno por cada persona que perdió su empleo durante el mandato. (Fuente: INE y El País)

No obstante, los resultados electorales no parecen ajustarse a la tesis del voto económico. En el País Vasco el aumento del paro ha ido acompañado de un desgaste del gobierno y, sin embargo, en el Galicia no (vean el gráfico 1). Las diferencias entre lo ocurrido en estas dos comunidades no parecen fáciles de explicar. Aun así, tras la maratoniana tertulia que ayer Piedras de Papel compartió con sus compañeros de Politikon, me aventuraría a avanzar dos posibles explicaciones.

(I) Es posible que el desgaste del PSOE en estas elecciones autonómicas forme aún parte del vía crucis al que está siendo sometido el partido tras el fracaso económico del segundo mandato del Rodríguez Zapatero. Como es sabido, las elecciones autonómicas están altamente contaminadas por lo que sucede en el ámbito nacional, por lo que los ciudadanos no sólo tienen en cuenta lo que ocurre en esa comunidad sino la situación de España en su conjunto. Desde esta óptica, los dos Patx/chis tuvieron que acarrear la pesada losa del descrédito del PSOE a nivel nacional.

Se trata de un argumento atractivo, pero nos dejaría sin explicar por qué Feijóo no ha tenido que soportar el enorme desencanto ciudadano con el Gobierno de Mariano Rajoy. Rajoy cosecha suspensos históricos con valoraciones cercanas al 3 sobre 10, por lo que deberíamos esperar una situación análoga a la del PSOE. Así, deberíamos haber observado cómo los ciudadanos usaban las elecciones autonómicas para mandar un mensaje de alerta al inquilino de la Moncloa.

(II) Quizás una explicación más plausible de las diferencias entre el 21O gallego y el vasco esté relacionada con la imagen del principal partido de la oposición. En

concreto, en el País Vasco, los votantes socialistas habrían tenido una alternativa digerible, en cambio, en Galicia los votantes populares no.

En el caso vasco, muchos votantes del PSE han tenido muy pocos reparos en votar al PNV para castigar al gobierno de Patxi López. Según las encuestas pre-electorales la mayor parte de fugas de votos del PSE han ido a parar al PNV (dejando al margen los indecisos). Es decir, los votantes socialistas desafectos con el gobierno han podido ver al principal rival como una alternativa potable para castigar al gobierno.

En cambio no ha sucedido lo mismo en el caso gallego, donde los votantes del PP no han visto al PSdG como un refugio aceptable. El gráfico 2 da buena cuenta de ello. Apenas un tercio de los votantes del PSE en 2009 valoraban negativamente la labor del PNV en la oposición. Sin embargo, en Galicia las visiones negativas sobre el PSdG eran tres veces mayores (hasta alanzar el 68%) entre los votantes del PP. Por lo tanto, aunque los votantes gallegos pudieran tener la tentación de castigar al gobierno del PP, la mayoría de ellos se encontraron huérfanos de opciones alternativas. Para este colectivo, el gobierno de coalición PSdeG-BNG-AGE se presentaba como una opción poco atractiva y alejada de sus preferencias. Claramente, los socialistas gallegos han tenido un grave problema de imagen entre los potenciales votantes populares descontentos con el gobierno de Feijóo.

Gráfico 2. Visión de la labor del principal partido de la oposición según los que votaron al gobierno en las elecciones de 2009 (Galicia y Euskadi).

En definitiva, Galicia nos ofrece una lección que parece obvia pero que con frecuencia olvidamos. No siempre la mejor estrategia para el partido en la oposición es “meterse en la cama” y esperar a que la crisis económica haga sola el trabajo de acabar con el gobierno. Es cierto que los ciudadanos suelen castigar a los gobernantes cuando aumenta el paro, pero eso no excluye que la oposición deba poner algo de su parte.

La popularidad de Rajoy: Una luna de miel "Low Cost"

Lluís Orriols

21/09/2012 - 01:16h

• •

Ayer Ignacio Urquizu nos narraba con “meridiana claridad” el excepcional desgaste sufrido por el Partido Popular en su primer año en el Gobierno. Una caída de 13 puntos en intención de voto en apenas nueve meses es, efectivamente, todo un record en la historia electoral de nuestro país. En esta breve anotación me gustaría aportar algunos datos más sobre la precaria situación en la que se encuentra la popularidad del Gobierno de Mariano Rajoy.

Para ello, he estimado con un sencillo modelo estadístico cuál debería haber sido la nota del Presidente (del 0 al 10) si sólo tuviéramos en cuenta la situación económica del país *. En el gráfico 1 comparo mis estimaciones con las notas reales que ha cosechado Rajoy según las encuestas del CIS. De este ejercicio podemos extraer al menos tres conclusiones:

Gráfico 1. Nota de Mariano Rajoy (según las encuestas del CIS) vs nota esperada según mis estimaciones

1-Mariano Rajoy tuvo su luna de miel. Normalmente los presidentes suelen tener picos de popularidad justo después de las elecciones. El primer mandato de Mariano Rajoy no ha sido una excepción. A finales de 2011, justo después de las elecciones, Rajoy vio cómo su valoración mejoraba tanto con respecto a su

predecesor en el cargo –tampoco era muy difícil- , como con respecto a sus propias notas cuando era líder de la oposición.

2-Mariano Rajoy se estrenó con un suspenso. En efecto, Rajoy tuvo una luna de miel “Low Cost”, pues aunque su valoración aumentó, ésta no alcanzó el aprobado. Se trata en realidad del primer Presidente del Gobierno en todo el período democrático que inicia una legislatura con una nota inferior a 5. A pesar de ello, su popularidad no estuvo muy por debajo de la esperada según mis estimaciones.

3-Mariano Rajoy ‘necesita mejorar’. El Gobierno de “lo que necesita España es confianza” y del “sabemos lo que hay que hacer y lo hacemos” no parece haber despertado, por el momento, demasiado entusiasmo. Rajoy vuelve en tan sólo dos trimestres a situarse en valoraciones por debajo del 4. Esta caída es particularmente acusada en los dos últimos trimestres, pasando de un 4,5 en enero a un 3,3 en julio. Se trata de una caída, como sugería Urquizu, excepcional. En efecto, el desgaste sufrido por el Presidente es muy superior al que deberíamos esperar si nos atenemos exclusivamente a la evolución de la situación económica. La nota de Rajoy se sitúa a partir del segundo semestre de este año considerablemente por debajo de mis estimaciones.

En definitiva, la precaria situación económica y el desánimo de los ciudadanos podrían, en parte, justificar unas valoraciones no demasiado generosas de nuestro Presidente. Pero un suspenso cercano al 3 no deja margen a dudas: Rajoy empieza su legislatura sin haber devuelto a España esa confianza que tanto prometió.

(*) Nota: Las estimaciones se han efectuado a partir de un modelo AR(1) con datos de evaluación del presidente desde 1982-2011 (encuestas CIS). Las variables que incluimos son: porcentaje de parados, trimestres en el que el presidente se encuentra en el gobierno, y dummies que recogen el presidente de turno y el trimestre en que se efectúan las elecciones.

El desgaste del Gobierno

Ignacio Urquizu

19/09/2012 - 22:46h

• •

Desde que se celebraron las elecciones el pasado noviembre, el desgaste electoral del Gobierno está llamando la atención a múltiples analistas. Desde luego que es extraño, nunca un partido político había perdido tantos apoyos en tan poco tiempo. El gráfico 1 recoge la evolución de la intención directa de voto entre 1996 y 2012. En el podemos ver que es cierto que todos los gobiernos experimentan una ligera caída tras las elecciones. En el 2000, el PP perdió 5 puntos porcentuales en su primer año de gobierno, mientras que el descenso del PSOE fue de 6 puntos tanto entre 2004 y 2005, como entre 2008 y 2009. En cambio, no ha pasado un año desde que Mariano Rajoy ganó las elecciones y el Partido Popular se ha dejado por el camino casi 13 puntos porcentuales, más del doble que cualquier gobierno anterior. Seguramente, la combinación de crisis, recortes e incumplimiento de sus promesas está detrás de este

resultado. Pero si queremos saber con un poco más de exactitud qué está pasando, debemos analizar la evolución de sus apoyos electorales.

Gráfico 1. Evolución de la intención directa de voto (1996 – 2012) [Fuente: CIS]

Una de las variables que mejor explica el comportamiento electoral de los ciudadanos es la ideología. Por lo general, la mayoría de las personas vota por aquel partido que se encuentra más próximo ideológicamente. Esto no significa que sean “votos cautivos”, tal y como argumentaba en 1993 Javier Arenas para referirse a los amplios apoyos con los que contaba el PSOE en Andalucía. La ciudadanía, siguiendo sus principios y sus valores, opta por aquellas formaciones políticas que más se aproximan a su forma de entender el mundo. Desde luego que la coherencia ideológica es necesaria y, tal y como ha demostrado Ignacio Sánchez-Cuenca, los votantes esperan que los políticos tomen medidas propias de su ideología.

Pero junto a los electores más ideologizados, un 40 por ciento de los ciudadanos se sitúan en posiciones moderadas y con escaso perfil ideológico. Éstos votantes son más sensibles a las cuestiones que van más allá de la competición izquierda-derecha y que tienen que ver con la gestión, la corrupción o la división interna de los partidos.

El gráfico 2 muestra la evolución de los apoyos electorales del Partido Popular desde noviembre de 2011 según los distintos grupos ideológicos. Podemos ver que en todos ha perdido votos. Entre los ciudadanos de centro (los que se sitúan en el 5 de la escala ideológica), sus apoyos han pasado del 26,1 al 10,4 por ciento. En cambio, dentro de la derecha, las mayores caídas se han producido en el centro-derecha, donde ha pasado del 63,6 por ciento de los apoyos en noviembre de 2011, al 46,6 en julio de 2012. Finalmente, los ciudadanos que declaran no tener ideología también son un grupo que debemos tener en cuenta. Según la literatura académica, este grupo de

votantes suelen apoyar siempre al gobierno. Esto no sucedió por primera vez en noviembre de 2011 y, en estos momentos, el descenso de los apoyos del PP en este colectivo es dramático. En definitiva, el Partido Popular está perdiendo gran parte de sus apoyos entre los moderados y los que tienen un perfil ideológico menos marcado.

Así, si gran parte de las pérdidas electorales se concentran en los ciudadanos con menor perfil ideológico, podemos interpretar que el desgaste del PP tiene más que ver con su incapacidad para gestionar la crisis que con su incoherencia ideológica. Seguramente ambos factores están contribuyendo al enorme desgaste del gobierno, pero su poca habilidad con la gestión económica pesa más que el incumplimiento de sus promesas electorales.

Gráfico 2. Evolución de los apoyos electorales del PP según grupos ideológicos [Fuente: CIS]

Finalmente, si comparamos estos datos con el pasado, tendríamos que irnos a los años 80 para encontrar un nivel de apoyo tan bajo al principal partido conservador entre los grupos ideológicos de la derecha. En aquellos años, el centro derecha español se llamaba Alianza Popular y andaba metido en una refundación. Mariano Rajoy ha conseguido devolver al PP a los momentos previos a la llegada de José María Aznar al liderazgo de AP.

Pesadilla en la cocina: blanco, abstención e indecisión

José Fernández-Albertos / Lluís Orriols / Alberto Penadés

17/05/2013 - 06:00h

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Los titulares que han acompañado las encuestas electorales publicadas recientemente en los distintos medios de comunicación han destacado la importante caída del bipartidismo en nuestro país. Por ejemplo, Metroscopia (El País) ofrecía una intención directa de voto a IU superior al PSOE y MyWord (Cadena SER) un empate.

Estos titulares sin embargo han dejado en un segundo plano un elemento crucial y excepcional de las últimas encuestas publicadas: el altísimo porcentaje de entrevistados que no declaran intención de voto a ningún partido. De hecho, estamos ante un máximo histórico de votantes indecisos o que aseguran que en esta ocasión no votarán a ninguna candidatura (optarían por la abstención o el voto en blanco).

Véanlo en el gráfico 1 (usando nuestros datos favoritos, los del CIS). Si en los últimos quince años el número de entrevistados que no expresaba una preferencia partidista oscilaba en torno al 35% de la muestra, en la actualidad son ya más de la mitad (!!) de los encuestados los que ante la pregunta de “si mañana hubiera elecciones generales, ¿a qué partido o coalición votaría?”, no mencionan ninguna opción.

Gráfico 1. Evolución del porcentaje de encuestados que no declaran intención de voto a ningún partido. Fuente: Barómetros del CIS, 1996-2013.

El gráfico también muestra que en el último año han crecido todas las diferentes categorías que componen el grupo de los “sin intención de voto”: los que anuncian

directamente que “no votarán” (son ya un 22,7% de los encuestados), los que anuncian que votarán en blanco (un 9,1%), y los que no saben a quién votarán o eligen no contestan (un 21,5%).

Así, nada menos que el 53% de la encuesta del CIS (49% en MyWord y 56% en Metroscopia) no escogen a ningún partido político. El que alrededor de la mitad de los encuestados no revelen ninguna preferencia partidista hace particularmente difícil el trabajo de las empresas demoscópicas que tratan de estimar los resultados electorales. ¿Cuántos de los que hoy afirman que no votarán acabarán haciéndolo? Los que dicen que votarán en blanco, ¿tendrán tentaciones de votar a alguna de las candidaturas a medida que se aproximen a las urnas? ¿Por quién lo harán? ¿Y a quién votarán los indecisos?

La “cocina” de las encuestas (que es, en buena parte, hacer supuestos sobre todas estas cuestiones) se ha vuelto mucho más exigente y mucho más complicada. Con tan pocos encuestados revelando una clara preferencia de voto a candidaturas, no es extraño que los diferentes institutos demoscópicos (con diferentes “cocinas”) nos ofrezcan predicciones mucho más diferentes incluso aunque sus datos “brutos” sean parecidos.

En lo que sigue tratamos de conocer un poco mejor a estos encuestados sin preferencia de voto, que, a falta de un nombre mejor, llamaremos “BAI” (por blanco, abstención o indecisos). Quizá conociéndolos mejor podemos estar en mejores condiciones para hacer especulaciones sobre cómo se comportarán cuando se acerquen las próximas elecciones.

1. ¿En qué medida son los BAI de hoy diferentes de los BAI del pasado?

Para intentar contestar esta pregunta, comparamos los resultados de dos barómetros del CIS, el último realizado en Abril de 2013, y uno realizado en la anterior legislatura (usamos el barómetro de Octubre de 2009, realizado a una misma distancia temporal –quince meses- de las elecciones legislativas precedentes). El gráfico 2 muestra la proporción de encuestados BAI en estos dos momentos del tiempo.

El gráfico muestra que aunque el aumento de los BAI es considerable en todos los grupos, es significativamente mayor entre aquellos de más estudios. Dicho de otro modo: si bien en 2009 existía una clara relación entre nivel de estudios y la expresión de una preferencia partidista (aquellos con menos nivel de estudios eran los menos proclives a proclamar una preferencia de voto), esta relación ha desaparecido casi por completo en la actualidad. Contrariamente a lo que estábamos acostumbrados tradicionalmente, el nivel de estudios ha dejado de ser un factor importante.

Gráfico 2. Porcentaje de encuestados que no expresan preferencia de voto (Fuente: Barómetros CIS)

En el gráfico 3 se examina con más detalle qué tipos de BAIs han aumentado en cada nivel de estudios y por clase social, y es posible detectar algunos patrones y que confirman la impresión de que los que hoy no expresan una intención de voto son distintos de los que no lo hacían en el pasado:

Primero, como mostraba el gráfico anterior son los grupos sociales más acomodados los que más aumentan su propensión a no expresar una preferencia de voto. El porcentaje de BAIs es en torno a 20 puntos porcentuales superior en 2013 que en 2009 entre los encuestados con estudios superiores y pertenecientes a clases sociales medias y altas, pero es “sólo” 10 puntos superior entre aquellos con estudios de primaria o inferiores y para los obreros sin cualificación.

Segundo, que la forma de no expresar una preferencia partidista es diferente entre grupos: entre aquellos con niveles más altos de estudios crecen sobre todo los que dicen no saber a quién votarán. En cambio, los que dicen que no votarán crecen más entre los de niveles de estudios más bajos. Así pues, los datos sugieren que entre los que tienen mayor estudios no hay tanto un aumento de la voluntad de abstenerse, sino una insatisfacción con la oferta electoral.

Y tercero, llama la atención el incremento de la popularidad del voto en blanco. En términos agregados, mientras que el Octubre del 2009 un 4,3% de los encuestados decían que votarían en blanco, en la actualidad este porcentaje asciende a más del

doble, un 9,1%. El voto en blanco de las encuestas es una de las formas del voto oculto (o del no-voto), pues nunca ha superado el 1,8% del año 2004 (cuando casi se dobló con respecto a su cifra habitual, como un voto de apoyo a la democracia, tras los atentados del 11M, de personas que posiblemente no suelen votar)

Gráfico 3. Diferencia entre % BAI en 2013 y % BAI en 2009.

2. ¿Se comportan en política como los abstencionistas tradicionales? ¿De qué partido proceden?

Los datos hasta ahora revelan un cambio en el perfil del BAI: estos ciudadanos muestran ahora mayor nivel de estudios y de una mayor procedencia de clases sociales medias y media-altas. En general, pues, se trata de individuos con mayores recursos (tanto económicos como educativos) y, por lo tanto, con una mayor tendencia a participar en política. Estamos pues ante la desmovilización de un colectivo tradicionalmente movilizado.

Pero, y políticamente, ¿qué perfil tiene este nuevo colectivo que rechaza declarar su voto a cualquier partido tradicional? Aunque el aumento de este colectivo proviene de muchos orígenes ideológicos, hay uno que destaca especialmente: el votante tradicionalmente de centro-derecha.

En efecto, el gráfico 4 indica que una proporción considerable de los nuevos BAI son exvotantes populares. El gráfico muestra el trasvase de votos de los votantes de los diferentes partidos durante la pasada legislatura y en la actualidad. Destaca muy

especialmente los cambios producidos en el comportamiento de los votantes del PP. En la pasada legislatura, apenas había votantes del PP que optaban por cambiar su voto a opciones como voto en blanco, abstención o indecisión. En cambio, en la actualidad el PP es el partido que tiene un mayor porcentaje de fugas hacia estas opciones de todos los partidos. De hecho, más de la mitad de los que votaron al PP en 2011 ahora se declaran indecisos o no votarían por ninguna candidatura.

Gráfico 4. Trasvase de votos de los principales partidos a las opciones BAI (Fuente: Barómetro CIS enero 2013 y media barómetros legislatura 2008-2011)

En definitiva, la composición ideológica del voto en blanco, abstención e indecisión ha cambiado notablemente durante esta legislatura. Tradicionalmente, de entre los que optaban por estas opciones, abundaban los ciudadanos desapegados de la política y que no solían acudir a las urnas. En cambio, en la actualidad, este colectivo muestra un perfil más ideologizado y con un mayor interés por la política. Los últimos datos que ofrecemos: hasta ahora, el 70% de los que se declaraban BAI en las encuestas eran ciudadanos sin fuertes preferencias políticas: ciudadanos de centro o sin ideología. Este porcentaje es sólo del 45% entre los nuevos BAI.

De nuevo, nuestro análisis muestra que el perfil de los BAI ha cambiado y muestran rasgos más similares al votante tradicional que a los ciudadanos desafectos que no suelen participar en política.

3. ¿Qué harán los BAI cuando lleguen las elecciones?

Tan alejados de las elecciones, no podemos ofrecer respuestas contundentes a esta pregunta, tan sólo especulaciones más o menos informadas. En primer lugar, el perfil de los nuevos BAI hace pensar que se trata de personas que normalmente participan en política (más que los BAI tradicionales). Para ellos será más costoso contener la tentación de ejercer su derecho el voto cuando las maquinarias partidistas de unos y otros se pongan en pleno funcionamiento. A esto se añade el hecho de que muchos de los nuevos BAI sencillamente estén ocultando su voto ante la impopularidad generalizada de los partidos políticos.

¿Cuánto puede caer la participación? En general, todo apunta a una participación muy baja en comparación con el resto de elecciones generales en España. Si tuviéramos que predecir la participación para unas hipotéticas elecciones que sucedieran dentro de unos meses, de acuerdo con la tendencia en las encuestas (la tendencia, no el resultado concreto), tendíamos que apostar por una participación de poco más del 60%, seguramente no menor que esa cota, pero aun así inaudita en nuestro país en unas elecciones generales. El mínimo histórico el 68% (1979) y la media es casi el 74%. Se trataría de una caída comparable a la que se observó entre 1982 y 1986, las dos primeras mayorías absolutas del PSOE, y posiblemente mayor a aquella (fueron nueve puntos). Solo que entonces la caída se dio en niveles altos de participación, y ahora partimos de un resultado por debajo de la media (algo menos del 72% en 2011).

Una caída de participación así, sobre todo si volviera a ganar el Partido Popular, es de suponer que tenga consecuencias en el sistema de partidos, además de que sea justamente tenida por grave, pero no será el hundimiento de la democracia española. Después de 1986 AP se refundó como el PP y la recién estrenada y extravagante coalición de partidos llamada IU se transformó en IU como “movimiento político”.

La participación nunca coincide –salvo por casualidad- con las encuestas, porque no votar está “mal visto” y siempre se oculta un poco a la hora de responder. Aun así, en las encuestas podemos encontrar pistas sobre la propensión real de los encuestados a votar. Una pregunta que es como el perejil en todas las cocinas es la siguiente “En todo caso, ¿por cuál de los siguientes partidos siente Ud. más simpatía o cuál considera más cercano a sus propias ideas?” Muchos ciudadanos revelan su posible intención en esta segunda pregunta más que cuando se les pregunta directamente qué piensan hacer en caso de que haya elecciones. Una de las peores noticias para la participación se encuentra en que un 26% de los entrevistados, además de no señalar un partido cuando se les pregunta su intención de voto, tampoco se sienten cercanos a ninguno. Es difícil hacer una proyección a partir de eso, pero digamos que esa cifra rebaja mucho el techo de participación esperable, por mucho que cambien las cosas (salvo catástrofes movilizadoras que, esperemos, no tengamos que sufrir), y hace parecer el cálculo de una caída de diez puntos con respecto a 2011 un cálculo moderado.

Por último, el que los nuevos BAI sean un grupo que se esté nutriendo especialmente de exvotantes del PP sugiere dos cosas. Primero, que una “reactivación” de los BAI podría devolvérselos. Segundo, que, paradójicamente, al menos a día de hoy, la desactivación de los votantes resulta un problema menos grave para el PP que para el PSOE. Muchos votantes del PP abandonan el barco, pero lo hacen quizá “provisionalmente”, no comprometiendo su apoyo a ninguno de los partidos competidores. Al fin y al cabo, un 46% de los votantes de centro y centro-derecha dicen no sentirse cerca de ningún partido. En el PSOE esto no parece ser así. La mayor oferta programática con la que compite el PSOE en el centro-izquierda hace que muchos de sus exvotantes ya hayan encontrado acomodo en otras opciones, que cada vez son más electoralmente viables en más sitios. Quizá el PSOE logra

recuperar a parte de estos votantes al acercarse las elecciones, pero resulta mucho más costoso movilizar a un votante de otro partido que a un elector indeciso o que planea votar en blanco o abstenerse.

Resumiendo: en primer lugar, aunque muchos de los que hoy no declaran preferencia partidista acabarán votando a algún partido, la participación probablemente caerá considerablemente. Y en segundo, nuestro análisis exploratorio del perfil de los nuevos BAIs apunta a que será más fácil recuperarlos para el PP que para el PSOE. Si no acertamos, recuerden: los expertos aciertan menos que los orangutanes.

PSOE: ¿Peor imposible?

Marta Romero

62 Comentarios

11/03/2013 - 08:00h

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Como el personaje de la mitología griega, Sísifo -condenado a arrastrar una pesada piedra, para verla caer justo antes de llegar a la cima y volver a empezar de nuevo una y otra vez-, la dirección del PSOE lleva más de un año buscando, sin éxito, un punto de inflexión que le permita recuperar la conexión con la sociedad. Con la premisa de que se había tocado fondo en las pasadas elecciones generales (cosechando, con el 28,76% del voto válido, su peor resultado histórico), el PSOE iniciaba esta legislatura -como principal partido de la oposición- con la confianza de una recuperación progresiva. Pero ni los anuncios de nuevas propuestas políticas, ni la puesta en marcha de iniciativas para mejorar la relación con los ciudadanos, ni el reconocimiento de errores pasados parecen haberle dado, de momento, ningún resultado.

Los socialistas se encuentran, a nivel nacional, en un estado de “coma demoscópico”. No sólo no han logrado capitalizar el descontento de los ciudadanos con el Gobierno del PP, sino que no han conseguido recuperarse de su debacle electoral. Según la serie de sondeos mensuales realizados por Metroscopia, la estimación de voto del PSOE se habría situado, a lo largo de estos casi quince meses que llevamos de legislatura, por debajo del resultado de las últimas elecciones generales y siempre por detrás del PP (gráfico 1). Aunque algo más positivas, las estimaciones -de carácter trimestral- realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas apuntan en la misma dirección, pues el porcentaje de voto estimado para el PSOE habría oscilado entre el 28 y el 30,2% entre enero de 2012 y enero de 2013. Esto significaría que, en el mejor de los casos, el avance del PSOE respecto a las elecciones generales de 2011 no llegaría a los dos puntos (muy lejos, por tanto, de los 15 puntos porcentuales y más de cuatro millones de votos que perdieron los socialistas entre las elecciones de 2008 y 2011).

Gráfico 1. Evolución de la estimación de voto en elecciones generales (PP, PSOE, IU y UPyD). Serie de sondeos de Metroscopia realizados para El País (diciembre 2011-marzo 2013)

Pese a que “cuantitativamente” la situación de atonía política del PSOE no habría cambiado en las últimas semanas, sí lo ha hecho “cualitativamente”. Frente a la denodada búsqueda de un punto de inflexión positivo, el Debate del estado de la Nación celebrado los pasados días 20 y 21 de febrero supuso, para la dirección socialista, un duro revés por dos razones. Primeramente, porque, ante un Presidente del Gobierno que llegaba a ese Debate acosado por el caso Bárcenas y con los indicadores de una crisis económica y social que ha empeorado en su primer año de mandato, Rubalcaba no sólo no consiguió imponerse sobre Rajoy, sino que su actuación ni siquiera convenció al electorado socialista (véase al respecto el muy recomendable post de José Fernández- Albertos). Y, en segundo lugar, porque Rajoy logró utilizar con éxito la plataforma de este Debate para recuperar el impulso político que había perdido su Gobierno con el estallido del caso Bárcenas. La combinación de ambos factores generó la percepción de una (nueva y gran) derrota socialista (en este caso de carácter político).

Esa percepción de derrota ha vuelto, inevitablemente, a poner a Alfredo Pérez Rubalcaba en el punto de mira y ha debilitado su liderazgo dentro del PSOE. No es de extrañar, así, que, en menos de quince días, el líder socialista haya tenido que enfrentarse a tres crisis internas: 1) la decisión de los diputados catalanes de votar en el Congreso a favor del derecho a decidir; 2) la decisión de los socialistas gallegos de consultar a la militancia sus preferencias para elegir al secretario general del PSdeG; y

3) el “escándalo”, con tintes que rozan el sainete político, de apoyarse en un ex dirigente popular condenado por acoso sexual para lograr la alcaldía de Ponferrada. Crisis cuyo denominador común ha sido el desafío a la autoridad de Rubalcaba y que han puesto de manifiesto las contradicciones de los socialistas en tres ámbitos tan sensibles para ellos como son la política territorial, la democracia y la igualdad de género.

Todo, por otra parte, con el regocijo de los populares que han visto cómo, en los últimos días, la atención mediática ha pasado de estar centrada en los problemas del PP, a cuenta de la corrupción, a estarlo en los problemas internos del PSOE.

Es de esperar, que la dirección socialista intente zanjar lo más rápido posible o, al menos, dar por zanjado, estos últimos episodios que han puesto en cuestión el liderazgo de Rubalcaba. No obstante, sería conveniente utilizar este (nuevo) bache político para replantearse la línea de oposición seguida por el PSOE (caracterizada por el perfil difuminado de una oposición que pretende ser a la vez comedida y contundente; que ofrece al Gobierno pactos al tiempo que exige dimisiones).

Después de más de un año de legislatura, el argumento de la “herencia recibida” que tanto utiliza el Gobierno de Rajoy, tiene también límites para el actual equipo socialista. ¿Hasta qué punto los ciudadanos penalizan al PSOE por su anterior etapa en el gobierno o, por el contrario, lo hacen por su incapacidad para erigirse en una alternativa creíble al PP? O ¿hasta qué punto es el propio PSOE el que asume como algo inevitable una especie de “travesía en el desierto” -más o menos larga- para volver a aparecer como una opción política atractiva?

No sólo se trata de que los socialistas tengan dificultades para lograr nuevos apoyos, sino que las tienen para fidelizar a los electores que se decantaron por ellos en noviembre de 2011. Si, en enero de 2012, al inicio de la legislatura, el PSOE contaba con una tasa de fidelidad de sus votantes de casi el 80%, en enero de 2013 esa tasa no llega al 57% (gráfico 2).

Gráfico 2. Evolución del porcentaje de votantes fieles del PSOE (electores que declaran haber votado al PSOE en las elecciones generales de 2011 y su intención de volver a hacerlo si se convocaran nuevamente elecciones generales). Serie CIS (enero 2012- enero 2013)

El PSOE puede estar tentado a “esperar su turno”, con la expectativa de que tanto la crisis económica, como los casos de corrupción, desgasten electoralmente al PP y se produzca el sorpasso (aunque sea con un escaso nivel de apoyos y con la siguiente necesidad de buscar aliados políticos para gobernar). Pero, en principio, quedan tres largos años de legislatura (garantizados por la mayoría absoluta del PP). Y el tiempo juega a favor de los populares que fían su recuperación política a la mejora -por pequeña que sea- de la situación económica, mientras se muestran confiados en la falta de consolidación política de los socialistas.

La “pasividad” o la falta de reacción del PSOE, ante la ausencia de resultados para reconectar con la sociedad, denotarían una gran ceguera política. No sólo porque está en juego el futuro de esta formación (que, más que desaparecer del mapa electoral, podría sufrir una pérdida sostenida de apoyo social, del mismo modo que ha seguido este partido a nivel autonómico en Madrid, Valencia o Murcia), sino porque la propia situación del PSOE contribuye a agravar la crisis política e institucional en la que ha derivado la crisis económica y social que estamos viviendo. Hasta ahora los socialistas se han mostrado incapaces de articular la creciente demanda social de cambios políticos.

La desconexión del PSOE y el camaleonismo del PP

Ignacio Jurado

21/02/2013 - 07:31h

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Para que alguien vote por un partido, una de las cosas más importantes es que lo perciba ideológicamente próximo. Si es así, se sentirá cercano a él y confiará en que, si accede al gobierno, el partido representará sus intereses. Por eso, en un momento en que todas las encuestas indican que los dos grandes partidos estatales tienen la intención de voto más baja históricamente, cabe preguntarse en qué medida esto es porque sus potenciales votantes se sienten menos cercanos a ellos.

Para explorar esta idea comparo los barómetros del CIS de abril de 2006 y julio de 2012. En el siguiente gráfico muestro la relación entre la ideología de los ciudadanos y la ideología que estos atribuyen a los dos grandes partidos (siendo el 1 la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha). El gráfico nos da cuenta de qué sectores de las bases electorales de cada partido perciben que estos se han alejado ideológicamente en los últimos seis años.

Gráfico 1

Para el caso del PP, podemos comprobar algo que Lluis Orriols, miembro de este blog, ya apuntaba en otro foro hace unos años. El PP cuenta con una virtud camaleónica con respecto a sus potenciales votantes (acotados aquí a los ciudadanos entre el 6 y el 10 de la escala). Los ciudadanos más centristas tienden a verlo como un partido de centro-derecha, no muy alejado de sus postulados ideológicos, mientras que los votantes de derecha y extrema derecha lo perciben como un partido nítidamente derechista. Así, el PP consigue presentarse al gusto del elector, permitiendo que tanto sus votantes más moderados como los más radicales piensen que están votando a un partido que es como ellos. Podemos comprobar, además, que desde 2006 la virtud camaleónica del PP apenas se ha resentido. Es cierto que, seis años después, los ciudadanos de centro-derecha lo perciben algo más escorado a la derecha. Pero, por otro lado, los ciudadanos más radicales ahora lo perciben ligeramente más cercano. En cualquier caso, las diferencias son pequeñas y en general la ideología atribuida al PP es un espejo de la propia.

La situación es muy distinta para el PSOE. El análisis muestra un aumento bastante relevante de la distancia ideológica percibida entre ciudadanos y el partido. En 2006, los individuos dentro de su espectro electoral (acotado a aquellos entre el 1 y el 5 de la escala ideológica) ubicaban al PSOE en el centro izquierda, sin grandes diferencias. Los ciudadanos más a la izquierda lo percibían ligeramente más izquierdista que los ciudadanos más moderados, aunque todos lo ubicaban alrededor del 4 en la escala ideológica. Seis años después, lo que para el PP es una virtud, para el PSOE es exactamente lo contrario. Los ciudadanos más moderados siguen situando al PSOE en el centro izquierda. En cambio, a medida que avanzamos hacia la izquierda, la percepción ciudadana es que el PSOE está bastante más a la derecha. Hasta el punto que aquellos más a la izquierda del eje ideológico ahora lo ubican como un partido por encima del cinco en la escala izquierda-derecha.

¿Qué consecuencias tiene esto? Más allá de la intención de voto, podemos mirar en qué medida los ciudadanos, a la pregunta de a qué partido se sienten cercanos, mencionan al PSOE y PP. Como se observa en el siguiente gráfico, la evolución de la cercanía al PP desde 2006 no sigue un patrón muy claro. A fecha de julio pasado, el porcentaje de ciudadanos de derecha que se sentían cercanos al PP había descendido ligeramente en algunos puntos ideológicos, pero no era generalizado.

Gráfico 2

La situación de nuevo es distinta para el PSOE. En todo su espectro ideológico, el porcentaje de ciudadanos que se declaran cercanos a éste ha caído de modo muy importante. Además, esta caída es especialmente notable para los ciudadanos más a la izquierda (del 1 al 3 en la escala ideológica), en consonancia con la percepción de que el partido ha girado hacia la derecha a lo largo de estos últimos seis años.

Las conclusiones para el PSOE parecen claras. Una de las cosas que le urge es reconectar con su base electoral, sobre todo aquella más a la izquierda, y conseguir que estos potenciales electores vuelvan a percibirlo como un partido ideológicamente cercano a ellos. Para el caso del PP, en principio no parece que su caída electoral esté producida porque sus votantes lo perciban ideológicamente más distante. No obstante, estos datos deben ser interpretados con cautela. En primer lugar, porque, como ya se ha dicho, los datos son de julio pasado. Lamentablemente no contamos

con el dato de ubicación de los partidos en ningún barómetro más reciente, pero es probable que en este tiempo se haya desgastado el vínculo del PP con parte de sus votantes. En segundo lugar, porque la cercanía ideológica no es el único factor que un ciudadano tendrá en cuenta a la hora de votar. La sensación de eficacia también es importante. Y es razonable pensar que tras incumplir todas sus promesas electorales y destaparse los últimos escándalos de corrupción, habrá ciudadanos de derecha que, aun viendo al PP como un partido ideológicamente cercano, decidan castigarlo.

NOTA: El dato de cercanía a PP y PSOE de 2006 es la suma de aquellos que se sienten cercanos o muy cercanos a estos.