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La promesa de la Abe-economíaPor: Joseph E. Stiglitz
El programa del primer ministro japonés, Shinzo Abe, para la recuperación económica de su país ha dado lugar a un aumento de la confianza interna.Pero ¿hasta qué punto puede la “Abe-economía” atribuirse el mérito?
Curiosamente, un vistazo más cercano al desempeño de Japón durante la última década sugiere pocas
razones para tener un sentimiento bajista persistente. De hecho, en términos de crecimiento del producto
por trabajador empleado, a Japón le ha ido muy bien desde inicios del nuevo siglo. Con una fuerza laboral en
contracción, la estimación estándar para Japón en el año 2012 —es decir, antes de la Abe-economía— es
que la producción por trabajador empleado creció en una tasa interanual del 3,08%. Ese crecimiento es
mucho más robusto que el de los Estados Unidos, donde la producción por trabajador creció sólo un 0,37%
el año pasado, y mucho más fuerte que el de Alemania, donde se redujo en un 0,25%.
No obstante, la Abe-economía puede ayudar a la recuperación del país. Abe está haciendo lo que muchos
economistas (incluyéndome entre ellos) han estado pidiendo en los EE.UU. y Europa: un programa integral
que implique políticas monetarias, fiscales y estructurales. Abe compara este enfoque a sostener tres flechas
—si se sostienen de forma separada, cada una se puede doblar; si se sostienen juntas, no se puede doblar
ninguna—.
El nuevo gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, viene con una gran experiencia adquirida,
primero en el ministerio de finanzas y luego como presidente del Banco Asiático de Desarrollo. Durante la
crisis del Asia oriental de finales de la década de 1990, él vio de primera mano el fracaso de la sabiduría
convencional impulsada por el Tesoro de los EE.UU. y el Fondo Monetario Internacional. Ya que no está
casado con las obsoletas doctrinas de los banqueros de los bancos centrales, Kuroda se ha comprometido a
revertir la deflación crónica de Japón, estableciendo una inflación objetivo del 2%.
La deflación aumenta la carga de la deuda real (ajustada según la inflación), así como la tasa de interés real.
Aunque hay poca evidencia de la importancia que pudiesen tener los pequeños cambios en las tasas de
interés reales, el efecto que tiene incluso una leve deflación en la deuda real, año tras año, puede ser
significativo.
La postura asumida por Kuroda ya condujo a la debilitación de la tasa de cambio del yen, lo que hace que los
productos japoneses sean más competitivos. Esto simplemente refleja la realidad de la interdependencia de
la política monetaria: si la política de la Reserva Federal de los EE.UU., denominada como flexibilización
cuantitativa, debilita el dólar, otros tienen que responder para evitar la apreciación excesiva de sus
monedas. Algún día puede ser que logremos una coordinación más cercana de las políticas monetarias a
nivel mundial; sin embargo, por el momento, fue razonable que Japón respondiera, aunque fuera de forma
tardía, a los eventos que ocurrieron en otros lugares.
La política monetaria hubiese sido más eficaz en los EE.UU. si se hubiese dedicado más atención a los
bloqueos de créditos —por ejemplo, a los problemas de refinanciación de los propietarios de viviendas,
incluso a tasas de interés más bajas, o a la falta de acceso al financiamiento de las pequeñas y medianas
empresas—. Uno tiene la esperanza de que la política monetaria de Japón vaya a enfocarse en dichos temas
críticos.
Sin embargo, Abe tiene dos flechas más en su aljaba de políticas. Los críticos que argumentan que el
estímulo fiscal en Japón fracasó en el pasado —aduciendo que llevó únicamente a un desperdicio de
inversiones en infraestructuras inútiles— cometen dos errores. En primer lugar, está el caso hipotético:
¿cómo se hubiera desempeñado la economía de Japón en ausencia de estímulo fiscal? Dada la magnitud de
la contracción de la oferta de crédito a raíz de la crisis financiera de finales de 1990, no es de extrañar que el
gasto público no hubiera podido restaurar el crecimiento. La situación hubiera sido mucho peor sin el gasto;
en la forma que ocurrió, el desempleo nunca superó el 5,8%, y durante los estertores de la crisis financiera
mundial alcanzó el 5,5%. En segundo lugar, cualquier persona que visite Japón reconoce los beneficios de
sus inversiones en infraestructura (Estados Unidos podría aprender una valiosa lección en este tema).
El verdadero desafío será diseñar la tercera flecha, a la que Abe se refiere como “crecimiento”. Esto incluye
políticas destinadas a reestructurar la economía, a mejorar la productividad y a incrementar la participación
laboral, especialmente de las mujeres.
Algunos hablan de la “desregulación” —una palabra que, con razón, ha caído en descrédito a raíz de la crisis
financiera mundial—. De hecho, Japón cometería un error si retrocede en sus regulaciones ambientales, o
en sus regulaciones de salud y seguridad.
Lo que se necesita es la regulación correcta. En algunas áreas será necesario contar con una participación
más activa del gobierno para garantizar una competencia más efectiva. Sin embargo, en muchas áreas en las
que es necesaria una reforma, como por ejemplo en las prácticas de contratación, se requieren cambios en
las convencionalidades del sector privado, no en las regulaciones gubernamentales. Abe sólo puede
establecer el tono, no puede dictar los resultados. Por ejemplo, pidió a las empresas aumentar los salarios
de sus trabajadores, y muchas empresas tenían previsto ofrecer una prima mayor a la de costumbre al final
del año fiscal en el mes de marzo.
Los esfuerzos del gobierno para aumentar la productividad en el sector de servicios probablemente serán de
especial importancia. Por ejemplo, Japón se encuentra en una buena posición para aprovechar las sinergias
entre un mejorado sector de salud y sus capacidades de fabricación de primera categoría en el ámbito del
desarrollo de instrumentación médica.
Las políticas dirigidas a la familia, junto con los cambios en las prácticas laborales de las empresas, pueden
reforzar el cambio de costumbres, llevando a una mayor (y más efectiva) participación de la mano de obra
femenina. Mientras que los estudiantes japoneses clasifican en niveles altos en comparaciones
internacionales, la falta generalizada de dominio del inglés, la lengua franca del comercio internacional y la
ciencia, pone en desventaja al Japón en el mercado mundial. Los aumentos en las inversiones en
investigación y educación tienden a redituar altos dividendos.
Hay muchas razones para creer que la estrategia de Japón para rejuvenecer su economía tendrá éxito: el
país tiene instituciones fuertes que le brindan beneficios, tiene una fuerza laboral bien educada con
excelentes habilidades técnicas y comportamientos sensatos de diseño, y se encuentra en la región más
dinámica (¿en la única región dinámica?) del mundo. Sufre de una menor desigualdad en comparación con
muchos países industriales avanzados (aunque tiene más desigualdad que Canadá y los países del norte de
Europa), y ha tenido un compromiso con la preservación del medio ambiente que es de más larga data.
Si la agenda integral que Abe ha trazado se ejecuta bien, se vindicará la confianza creciente de hoy en día.
De hecho, Japón podría convertirse en uno de los pocos rayos de luz en el que al contrario es un sombrío
paisaje de países más avanzados.
* Premio Nobel de Economía 2001
Plan de estímuloPor: Eduardo SarmientoEl Gobierno divulgó el plan de estímulo para revertir la caída de la actividad económica.El plan no está respaldado en un diagnóstico sobre las causas del desplome de la producción y el empleo.La iniciativa contempla un subsidio a la tasa de interés de la financiación de la vivienda con el fin de bajarla de 12 a 7%, introduce apoyos fiscales sectoriales y conmina a los fondos privados de pensiones (AFP) a colocar US$10.000 millones en el exterior.No es fácil entender la baja de la tasa de interés de la vivienda. El Banco de la República venía reduciendo la tasa de interés de referencia sin mayor efecto sobre las tasas activas y el crédito. Ante el rápido deterioro de la economía y el aumento del riesgo y la incertidumbre los bancos prefirieron moderar la cartera y ampliar los márgenes. ¿Hasta dónde se modificará esa situación por el subsidio a la vivienda? De seguro recortarán las tasas para recibir el subsidio y complacer al Gobierno, pero no incrementarán los préstamos.A nadie se le escapa que en un mercado de vivienda montado en una burbuja de alzas de precios cinco veces mayores que el índice al consumidor y subsidios a la tasa de interés constituye un elevado riesgo. Los usuarios quedan expuestos a una caída de los precios que podría colocar el valor de las viviendas por debajo de la deuda, como ocurrió con el UPAC y las hipotecas subprime en EE.UU. Las disposiciones sectoriales giran en torno a apoyos fiscales para reducir los costos de la producción de la industria y la agricultura, y aliviar las pérdidas de algunos sectores damnificados por la revaluación. Son acciones asistenciales que tranquilizan a los beneficiarios, pero no tienen mayor efecto.Se plantean interrogantes sobre la conveniencia de emplear los recursos de las pensiones con propósitos monetarios y cambiarios. De hecho, quedarían sometidos a la baja tasa de interés internacional, la sobrevalorización de las acciones y los títulos de largo plazo.No se ha entendido el proceso que condujo al estado actual. La economía experimentó la ruptura de la burbuja del crédito y alza de los precios de los activos que provocaron un fuerte choque que ocasionó la caída de la demanda efectiva. A la severa contracción ocasionada por el déficit en cuenta corriente, que se estima en 6% del PIB en términos reales, en la actualidad se agregan la caída del crédito, la baja de los ingresos del trabajo causada por la reforma tributaria y la entrada del TLC con EE.UU. Frente a los fracasos reiterados, en todas partes se abre camino un nuevo paradigma que reconoce que la economía no es regulada por la tasa de interés y que la austeridad no arregla la apreciación del tipo de cambio. El desbalance fiscal y la intervención en el mercado cambiario sin limitaciones monetarias emergen como la fórmula salvadora para conciliar la reactivación y la devaluación.