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Argumentaciones para un reencuentro entre la historia y la sociología Cirila Quintero Ramírez El Colegio de la Frontera Norte Este artículo reflexiona en tomo a una discusión teórica y metodológi- ca perenne: el reacercamiento entre la sociología y la historia. En este momento, en el que la fragmentación de las disciplinas sociales, llamé- moslas así en lugar de ciencias para evitar otras discusiones, tanto en su interior como en su relación con otros campos de estudio se agudiza, los reencuentros parecen ser no sólo necesarios sino plausibles, para un mejor análisis de la realidad social. La exposición se divide en dos apartados: el primero postula algunas precisiones en tomo al reencuen- tro en favor del que argumentamos; el segundo, analiza dos autores que podrían ejemplificar esta conjución, Femand Braudel y Charles Tilly. En defensa de una complementariedad disciplinaria Sin ser una especialista teórica o metodológica sino una simple acadé- mica que cotidianamente enfrenta problemas en la tarea de investiga- ción, postulo algunas reflexiones que pueden compartir, o no, algunos compañeros en tomo a la utilidad de recurrir a la complementariedad de las ciencias que se dedican al estudio del hombre en una sociedad fijada en un tiempo y un espacio.1 Gilberto Giménez (1994) ha planteado que el momento actual se caracteriza por una fragmentación institucional de las ciencias sociales. En donde, las distintas ciencias sociales son percibidas como autóno- mas e independientes. Para este autor, la divisibilidad de las ciencias no sería tan preocupante si:

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Argumentaciones para un reencuentro entre la historia y la sociología

Cirila Quintero Ramírez El Colegio de la Frontera Norte

Este artículo reflexiona en tomo a una discusión teórica y metodológi­ca perenne: el reacercamiento entre la sociología y la historia. En este momento, en el que la fragmentación de las disciplinas sociales, llamé­moslas así en lugar de ciencias para evitar otras discusiones, tanto en su interior como en su relación con otros campos de estudio se agudiza, los reencuentros parecen ser no sólo necesarios sino plausibles, para un mejor análisis de la realidad social. La exposición se divide en dos apartados: el primero postula algunas precisiones en tomo al reencuen­tro en favor del que argumentamos; el segundo, analiza dos autores que podrían ejemplificar esta conjución, Femand Braudel y Charles Tilly.

En defensa de una complementariedad disciplinaria

Sin ser una especialista teórica o metodológica sino una simple acadé­mica que cotidianamente enfrenta problemas en la tarea de investiga­ción, postulo algunas reflexiones que pueden compartir, o no, algunos compañeros en tomo a la utilidad de recurrir a la complementariedad de las ciencias que se dedican al estudio del hombre en una sociedad fijada en un tiempo y un espacio.1

Gilberto Giménez (1994) ha planteado que el momento actual se caracteriza por una fragmentación institucional de las ciencias sociales. En donde, las distintas ciencias sociales son percibidas como autóno­mas e independientes. Para este autor, la divisibilidad de las ciencias no sería tan preocupante si:

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[...] estas disciplinas [...] funcionaran como vasos comunicantes que pro­cesan un contenido, que, a pesar de su variedad y multidimensionalidad, sigue perteneciendo a la misma especie teórica. Es decir, estaría bien si respondiera a la división del trabajo científico para estudiar el hecho social [...] (Giménez, 1994: 117-18).

A partir de esta postura, aunque con algunas variaciones, quisiera fundamentar el reacercamiento historia-sociología. Coincido con Gi­ménez en el sentido de que las distintas disciplinas, sin una vinculación, a lo más que pueden aspirar es a formular inteligibilidades parciales de la realidad social. Además del anquilosamiento, en lugar del dinamis­mo disciplinario a que se expone al permanecer cerrados los canales de diálogo con otras instancias.

No obstante, disiento en su opinión de que la sociología podría constituirse en “el lugar de recomposición interdisciplinario de todas las ciencias de la sociedad, (debido a que) es la disciplina de contexto obligada para las ciencias sociales”. Porque el mismo argumento podría realizarse para la historia. Precisamente, el planteamiento de una supre­macía disciplinaria por parte de la historia o la sociología, como algu­na vez lo postuló Emilio Durkheim, o la Escuela Francesa de los An- nales, ha sido uno de los argumentos que más ha cerrado los canales de diálogo entre dichas disciplinas. En ese sentido, me inclino más por una complementariedad entre la historia y la sociología. Si bien, la presen­te reflexión podría aplicarse a cualesquiera de las disciplinas sociales, desearía concentrarme en la sociología y la historia por considerarlas el núcleo de las disciplinas humanas.

Dos precisiones finales: la sociología y la historia, al igual que las otras ciencias nomológicas, comparten grandes problemáticas y tam­bién son diferenciadas por criterios bastante claros. La discusión en tor­no a ambos rubros está abierta.

En este escrito, sólo se precisan algunos postulados que pudieran ser útiles en una discusión más profunda. Entre las principales proble­máticas compartidas se encontrarían: la imposibilidad de formular, in­cluso temporalmente, un paradigma explicativo único que pudieran compartir sociólogos e historiadores y la limitación perenne al análisis de realidades sociales en distintos contextos espaciales y temporales, con la finalidad de entender la complejidad de la realidad social, pero

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sin llegar a la postulación de leyes sociales únicas, debido a la variabi­lidad constante de su objeto de estudio. Epistem ológicam ente, ambas

disciplinas parecen estar más cercanas:

[...] la sociología comparte con la historia un mismo objeto: el curso del mundo histórico, o mejor dicho la fenomenalidad histórica [...] las formas sociales están hechas de tiempo y de espacio y quizá más de tiempo que de espacio [...] la sociología debe considerarse como una disciplina histó­rica, en el sentido amplio, o más precisamente como una ciencia empírica de observación del mundo histórico, (Giménez 1995: 201).

Sin embargo, son sus m etodológicas, en cuanto a construcción del conocim iento y técnicas para recuperar la riqueza del m ism o, las que

las diferenciarán centralmente. Algunas de ellas serían:

El discurso de la historia parece haber asumido como propio y exclusivo uno de los polos posibles de los enunciados sobre la fenomenalidad histó­rica: la descripción de los hechos por referencia explícita, a la singularidad espacio-temporal de los fenómenos observados. La sociología tiende siempre a desbordar lo estrictamente ideográfico es decir, la singularidad de los contextos, mediante la producción de generalidades descriptivas y explicativas resultante de razonamientos comparativos. El discurso socio­lógico es un razonamiento mixto que oscila incesantemente entre el polo de la narración histórica y el razonamiento experimental [...] (Giménez, 1995: 202).

Paradójicamente, es en tom o a las diferenciaciones en donde pare­ce existir un consenso mayor entre los analistas. La contrastación entre

el análisis de lo singular/particular y la pluralidad/generalidad en un

contexto temporal en donde la dicotomía presente/pasado resulta fun­damental parece constituir la diferencia nodal, tanto teórica com o m eto­dológicam ente,2 entre sociología e historia, e incluso definirles ámbitos

bien particulares:

Idealmente, la tarea del sociólogo es formular hipótesis generales [...] bus­cando insertarlas dentro de una gran estructura teórica (para después) pro­barlas. [Por el contrario], los historiadores deben interesarse en el análisis del conjunto particular de eventos y procesos. Así pues, donde los soció­logos buscan conceptos para subsumir una variedad de categorías descrip­

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tivas particularidades, los historiadores deben permanecer cercanos a los sucesos reales y evitar afirmaciones, que a pesar de estar enlazadadas a un tiempo y un lugar, conduzcan a la distorsión de lo que ocurre en un con­junto de circunstancias (específicas) [...] (Lipset, 1968: 23 traducción libre de la autora).

En ese sentido, a la historia le competen las acciones humanas, el análisis de lo acontecido y como estos eventos han sucedido en un tiempo y espacio concreto, no las cosas universales y generalizadas. La sociología por el contrario aspira a la definición de parámetros genera­les de comportamiento social. Empero, estas diferenciaciones no impli­can la irreconciliabilidad de ambas disciplinas, antes bien, constituyen el terreno fértil para la complementariedad entre ambas disciplinas.

En ese sentido, ésta podría considerarse como un ejercicio interdis­ciplinario parcial, derivado de enfoques teóricos y metodológicos dis­tintos sobre una misma problemática, que intenta coadyuvar a una mejor explicación de la complejidad social.

Dentro de esta complementariedad habría que enfatizar algunos as­pectos: los aportes que pueden realizar cada una de las disciplinas para una mejor explicación; los estereotipos que deben ser superados en ambos campos disciplinarios y las situaciones que deben ser evitadas.

En cuanto al primer apartado, la historia puede ofrecer a la socio­logía, no sólo un repertorio amplio de ejemplos -derivados de las dis­tintas experiencias históricas- para corroborar sus hipótesis generales sino la exploración de los mecanismos temporales en sus distintas investigaciones, es decir, la historia puede apoyar en un análisis más fino que muestre que la evolución de las sociedades humanas se encuentran contenidas en su pasado y que ésta al mismo tiempo es poco previsible, de ahí la escasa factibilidad para plantear leyes como en las ciencias naturales. Por su parte, la sociología puede ofrecer a la histo­ria, los conceptos y métodos que han sido generados a partir de sus aná­lisis, con la finalidad de enriquecer la comprensión de sus temáticas. Queda claro que:

El usar conceptos, no vuelve al historiador un cientista social sistemático. Más bien le ofrece un conjunto de categorías para sus materiales históri­cos que puede brindarle la posibilidad de fortalecer sus explicaciones interpretativas y causales [...] (Lipset, 1968: 23).

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Sin embargo, el apoyo mutuo plantea como punto central el aban­dono de estereotipos y de posiciones recalcitrantes en ambos analistas. A pesar de existir infinidad de desacuerdos entre ambas disciplinas, podrían citarse, entre las más importantes, las siguientes: la obviedad que la sociología ha realizado constantemente de los datos históricos creando realidades sociales atemporales; así como la insistencia cons­tante - e incluso cerrada al diálogo- en la construcción de esquemas evolutivos únicos, que aspira más a la uniformidad que al reconoci­miento de las especificidades. Por su parte, el historiador ha permane­cido indiferente al uso de conceptos y categorías que podrían ampliar­le su percepción en tomo a su microrrealidad estudiada insertándola en un contexto más amplio y haciéndola partícipe de un conjunto de redes complejas que le permitieran no sólo una mejor explicación sino valo­rar aún más su aportación a un campo de conocimiento determinado.3 Esto de ninguna manera significa, ni argumenta en favor del plantea­miento de pautas históricas únicas:

[Pues] el hecho de que una combinación de circunstancias ocurra única o escasamente no significa que la condición es no puedan presentarse en un concepto o en categorías generales [...] [incluso] el apuntar y explicar las variaciones [en tiempo y espacio] [...] también puede ayudar a aclarar los efectos de experiencias o factores comunes (Lipset, 1968: 34).

Tampoco busca la reducción del quehacer histórico a una de sus variantes, la denominada historia científica,4 pues limitaría la riqueza del conocimiento histórico y perdería su especificidad dentro del rubro de las ciencias sociales. La argumentación únicamente busca un mayor reacercamiento entre historiadores y sociólogos. En esta complementa- riedad el sociólogo puede ayudar al historiador metodológicamente, ofreciéndole conceptos y categorías que le han resultado útiles, en tanto que, al sociólogo le sería valioso no sólo el trabajo del historiador para probar sus generalizaciones sino para sensibilizarlo de la importancia de la temporalidad en los hechos sociales.

Habría que realizar una anotación más sobre el tiempo y la invita­ción a la modificación de algunas de las ideas más enraizadas en el his­toriador: la remarcación de límites temporales entre su quehacer y el del sociólogo. Para un grupo de historiadores, el realizar historia del

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presente, en el caso de México, ésta se inicia después del Cardenismo, no es aceptado del todo como trabajo histórico. Una de las razones de esta no aceptación ha sido la inmediatez de los hechos, se considera “que los hechos más cercanos a nosotros son por ello mismo rebeldes a todo estudio sereno” (Marc Bloch, 1975: 43). Desde esa postura, el estudio de la historia reciente queda reservada a otros especialistas sociales, estableciéndose límites bien precisos:

[Algunos historiadores] consideran la época que viven como separada de las que la precedieron [...] así encontramos por un lado un puñado de anti­cuarios ocupados por una delección macabra en desfajar a los dioses muer­tos; y por otra, a los sociólogos, a los economistas, a los publicistas: los únicos exploradores de lo viviente (Bloch, 1975: 43-44)

Tal vez por dedicarme a la historia actual, me identifico con el gru­po de historiadores que propugna por su reconocimiento dentro del tra­bajo histórico. Especialmente porque considero que la temporalidad de los hechos humanos, sin limitaciones, es un elemento central que marca el trabajo del historiador.

Finalmente, en el trabajo conjunto, sociólogos e historiadores no sólo deben intercambiar conceptos aino métodos, sin menoscabo de la metodología propia de cada disciplina. Precisamente, sería este método de diálogo -com o lo llama Seymour Lipset- lo que permite la reexa­minación de problemas similares por diferentes académicos, que con­ducirían a un mayor enriquecimiento del conocimiento social.

A manera de corolario, habría que mencionar los excesos que deben ser evitados en este.trabajo conjunto. En un primer momento, la complementariedad aquí postulada no implica la sustitución, el despla­zamiento de las diferenciaciones metodológicas y teóricas de la histo­ria y la sociología, uno de los principales riesgos de los trabajos inter­disciplinarios.5 Tampoco pretende, en el caso de la historia, una seme­janza a las demás ciencias sistémicas del hombre, principal peligro que han señalado connotados historiadores como Luis González. Ni busca como se ha apuntado en el inicio de este trabajo, la subordinación o supeditación de una disciplina a otra. Simplemente, aboga por la com­plementariedad, en metodología y perspectivas de análisis, para un mejor análisis de las acciones sociales.

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Fernand Braudel y Charles Tilly: dos experiencias de complementariedad entre historia y sociología

Este apartado presenta dos experiencias que han intentado buscar la complementariedad enunciada. Mediante su exposición se pretende se­ñalar algunas de las ventajas y desventajas que se han registrado en estos acercamientos.

Fernand Braudel: la búsqueda de la complementariedad desde la historia

Para algunos historiadores, una de las vertientes históricas que más ha propugnado por la interdisciplinariedad o complementariedad ha sido la Escuela Francesa de los Annales, iniciada por Marc Bloch y Lucien Febvre, y continuada por Fernand Braudel.6 Ellos buscaron “el derriba- miento de las barreras” en el trabajo intelectual. A pesar de su diferen­ciación, desde su postura, “el hombre en sociedad constituía el punto de convergencia de las ciencias sociales” (Lepetit, 1992: 29). Para efectos de este trabajo, considero el trabajo de Fernand Braudel más cercano a lo argumentado.

En su momento, Braudel señaló que el gran problema de los ini­ciadores de los Annales -Marc Bloch y Lucien Febvre- había sido el de “asimilar a la historia todas las ciencias humanas que la rodean [...] aun a riesgo de transformarlas en ciencias sociales” (Robitaille, 1986: 3-4). Desde su punto de vista, en ambos autores era evidente un impe­rialismo de la historia sobre las otras ciencias. Por el contrario, Braudel consideraba que el reto más importante era:

[...] asimilar la historia a las ciencias humanas. Lo más importante seria crear una especie de interciencia que comprendiera la historia y todas las otras ciencias. El problema de las vinculaciones, las mezclas, es lo me apa­siona [...] la historia no tiene porque ser dominante. Es solamente una dis­ciplina de una utilidad extraordinaria que enriquece a las demás. No hay una ciencia humana que no esté obligada a tener perspectivas históricas [...] (Robitaille, 1986: 4).

En sus argumentos también se podría percibir una preocupación por la complementariedad entre sociología e historia, “la sociología,

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cuando trabaja sobre el tiempo presente, se equivoca al creer que el pre­sente es en sí mismo una experiencia completa. No se puede estudiar un fenómeno actual sin preguntarse cómo se manifestaba en el pasado”, (Robitaille, 1986: 4). He aquí nuevamente este llamado a la sensibili­zación de la temporalidad en los hechos sociales y la integridad entre pasado y presente.

Para Braudel, lo central en un análisis histórico era intentar cubrir la mayor parte de la complejidad que abarcaba esa realidad, recurrien­do a cuanta disciplina fuese necesaria. Las particularidades poca rele­vancia tenían para él, “a mí lo que me ha gustado siempre es conden­sarlo todo, cogerlo todo con una mano” (Robitaille, 1986: 4). Desde esa postura, la recurrencia a otras ciencias era inevitable. En su obra monu­mental, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe n, Braudel plasmó sus principales ideas en tomo a esa asimila­ción de ciencias para lograr un análisis más global.7

Tres grandes virtudes habría que resaltar del trabajo braudeliano para efectos de este trabajo. Primero, la categorización que hizo del tiempo, situación que lo diferenció grandemente de los otros historia­dores pertenecientes a la Escuela de los Annales y que le ha valido ser considerado, por algunos analistas, como el único historiador teórico que ha existido. Esta preocupación no sólo produjo fuertes efectos en sus análisis sino que reafirmó al tiempo como el elemento central del trabajo histórico, delimitando con ello claramente la aportación de la historia a los estudios sociales. El tiempo braudeliano no era homogé­neo y llano sino que tenía dimensiones variadas, estas diferenciaciones eran lo que conformaba la diversidad del comportamiento social.

Especialmente, Braudel distinguió tres tiempos históricos centra­les: el tiempo de la estructura, el tiempo coyuntural y el tiempo acon- tencial. Sólo la interacción de los tres tiempos, al analizar un hecho his­tórico, permite su entendimiento. En su conclusión de El Mediterráneo, Braudel enfatizará el entrecruzamiento de las tres temporalidades. El mismo escribiría que: el libro es un intento de una historia de una nueva especie, una historia global:

escrita en tres registros diferentes, a tres niveles distintos o, y prefiero esta expresión, tres distintas temporalidades, siendo mi objetivo abarcar en una multiplicidad todos los diferentes tiempos del pasado, y afirmar su co­

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existencia, sus interfencias, sus contradiciones y la riqueza de experiencias que contiene y que nos brindan [...] (Braudel, 1987: 787).

La distinción de los tres tiempos le permiten a Braudel atrapar la riqueza de las particularidades. Desde su postura, los hechos particula­res eran “polvo”, es decir, solos tienen poca relevancia, lo que les da significado y sirve para su explicación es su combinación dentro de tiempos coyunturales y estructurales. Dentro de ese discurso, para Braudel, el significado de un evento sólo puede aprehenderse desde la perspectiva de una historia en profundidad. Por ejemplo, al analizar la batalla de Lepanto, “por debajo veo la situación económica y aún más abajo veo las articulaciones del mar. La batalla de Lepanto deja de per­tenecer a lo factual” (Robitaille, 1986: 6).

La segunda gran virtud de Braudel fue enfatizar la importancia del espacio “no sólo como escenario inerte de la actuación social sino como un elemento que le permitía captar un movimiento” (Ewald, 1986: 10). También, inventó una manera de pensar el espacio-tiempo desde su concepción de que no hay nada que escape al tiempo, inclui­do el espacio, la tierra, el suelo, “porque (éstos) no existen más que a través de la vida de los hombres”. Así pues, “cada temporalidad es una manera en la que un mundo o una región se diferencia y se organiza”, (Ewald, 1986: 12). Con esta revaloración de los parámetros temporales y espaciales, Braudel expresaba que: “La tarea de la historia es descri- brir complejos de espacios-tiempo ligados a prácticas, la de separar las estructuras en toda su positividad, diversidad, puesto que por principio son históricos [...]” (Ewald, 1986: 12).

Finalmente, y más vinculada con la discusión aquí presentada, es la recurrencia de Braudel a las distintas ciencias humanas. Braudel no tuvo reparo alguno en recurrir a la geografía, la política o la sociología, en aras de conseguir una explicación del conjunto social inserto en dis­tintas temporalidades.

Ahora bien, aunque Braudel recurrió a la mayoría de las ciencias humanas para sus análisis, consideramos que su acercamiento con la sociología fue muy importante, especialmente por dos razones. Prime­ro, por su preocupación por encontrar lo nodal de la actuación humana, buscando con ello, como diría Pierre Vilar, escaparse de la historia total, pregonada por Marc Bloch y Lucien Febvre, que de no cuidarse

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podría conducir a la generalidad. En esa búsqueda, Braudel encontró en la economía, la sociedad y la civilización los ejes del comportamiento humano. Esta delimitación por parte de Braudel lo llevaría a la ruptura con los precursores de los Anales. Según Vilar, la delimitación de la historia a estos tres niveles constituía la “fragmentación de la historia que los fundadores (de los Annales) habían dicho que era indivisible” (Vilar, 1986: 20).

Segundo, la introducción de la multiplicidad de tiempos, lleva a un acercamiento innegable de pasado y presente. Para Braudel, la historia debe abordar su objeto en su permanencia dentro de la identidad entre pasado y presente. Desde su punto de vista, la esencia del hombre debe­ría buscarse en aquello que no se mueve, en lo que se repite e insiste dentro de la historia.

A pesar de las semejanzas que uno podría percibir entre el trabajo histórico, así descrito, y el sociológico; la recurrencia al concepto de concepto de larga duración cómo única forma de aprehender el pasado y el presente inmuniza a Braudel de cualquier desviación histórica y delimita su campo de estudio perfectamente del trabajo sociológico. En el cual, sin la consideración de las distintas temporalidades, sólo se cap­taría lo superficial, impidiendo con ello aprehender el significado esen­cial de las acciones humanas. En todo caso:

Braudel busca hacer posible una serie de reciprocidades, un complejo sis­tema interdisciplinario. La historia se impregna de las diferentes ciencias humanas, y recíprocamente, las ciencias humanas integran la dimensión histórica a sus propios problemas [...] (Ewald, 1986: 14).

En El Mediterráneo, la obra por excelencia braudeliana puede per­cibirse cómo el tiempo, el espacio y la interdisciplinariedad se convier­ten en el eje central. En el estudio se puede leer, primero una historia casi inmóvil, la del hombre en su relación con el medio ambiente que le rodea, historia lenta en el fluir y en el tranformarse; en donde la recu­rrencia a la geografía, mediante el estudio del espacio físico resulta fun­damental para remarcar las diferencias sociales.

Luego se encuentra la historia presentada en un segundo nivel, una historia de ritmo lento, se trata de la historia social de los grupos y de los estados, de la economía y de la civilización. La comprensión de

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estos fenómenos sin la recurrencia a la sociología, a la política y la eco­nomía resulta punto menos que imposible. Finalmente, se encuentra la historia de los acontecimientos, de las oscilaciones breves, es áquel que nos remite al individuo propiamente, a lo cotidiano.

A manera de síntesis, en El Mediterráneo, Braudel muestra que la complementariedad entre historia y sociología, y otras ciencias, es más que deseable, necesario para lograr un análisis total.

Charles Tilly: en busca de la complementariedad desde la sociología

Los historiadores no han sido los únicos que han planteado la comple­mentariedad entre sociología e historia, también, lo han realizado los sociólogos como lo ejemplifica Charles Tilly. Este autor a través de su modelo de acción colectiva intenta el reencuentro entre historia y socio­logía. Para Tilly, en los últimos años, la sociología ha reconsiderado el papel de la historia en su análisis, especialmente por sus fracasos en cuánto a explicar la sociedad.

Para Tilly, la sociología surge de la historia como un esfuerzo para comprender los orígenes, el carácter y las consecuencias del capitalis­mo industrial. Empero, el contenido histórico inherente a la sociología se perdió en el momento en que ésta aspiró a convertirse en la “ciencia natural de la sociedad”. La aspiración a la cienticidad sociológica pro­pició teorías ahistóricas sobre la industrialización, que impidieron, por supuesto, entender y explicar los principales cambios sociales. De esta manera, los distintos modelos sociológicos no fueron capaces de pos­tular al presente como el resultado de una lucha histórica específica por el poder y la ganancia (Tilly, 1981: 37).

En la categorización de Tilly es evidente la influencia de dos esque­mas teóricos: el marxismo y Los Annales, especialmente a través de dos autores: Immanuel Wallerstein y Femand Braudel. Según Tilly, en los trabajos sobre Africa y el Mediterráneo, respectivamente, estos au­tores han intentado conjuntar los aspectos históricos y sociológicos, con una sola finalidad: conseguir un mayor entendimiento de los fenó­menos sociales.

En la argumentación tilliana, el análisis del capitalismo se convier­te en el punto fundamental para el reacercamiento entre sociología e historia. La recurrencia al capitalismo como sistema que permite el aná­

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lisis entre historia y sociología ha sido utilizado por otros autores. Por ejemplo, Wallerstein -dice Tilly- presenta al capitalismo como una estructura unificada, en tanto que Braudel muestra al capitalismo del Mediterráneo como una concresión de los procesos sociales anteriores. Por su parte, Tilly encontrará en el intercambio a gran escala, el ele­mento central para eslabonar a los países dependientes e industrializa­dos en un sistema único e interdependiente. Desde esta postura, los estudios sobre el capitalismo se desplazan del análisis fragmentario y ahistórico anterior, al análisis histórico.

Según Tilly, en este momento existe un cambio evidente en el tra­bajo de las ciencias sociales. Debido a que se está ensanchando el lugar de las teorías fundadas históricamente y se están transformando las téc­nicas de investigación que hacen obvio el tiempo en la sociología. Este cambio de perspectiva ha propiciado que el objeto de análisis de las ciencias sociales también se modifique. En este momento, se está pri­vilegiando el desarrollo del capitalismo en lugar de la modernización; el análisis del sistemas estatal internacional en lugar del desarrollo polí­tico, es decir en lugar de los modelos de temporalidad breve, se está intentando formular y probar los modelos de cambio de largo plazo.

La predilección por los eventos de larga duración (nótese la in­fluencia de Braudel), dice Tilly, conduce a mostrar evidencias confia­bles concernientes a bloques sustanciales de tiempo, en lugar de com­paraciones fingidas, de áreas presumiblemente avanzadas y atrasadas en un mismo período de tiempo (Tilly, 1981: 144. Así pues, Tilly rein­corpora en el análisis de la sociología, el aporte esencial de la historia a las ciencias sociales: el tiempo.

Después de su reconsideración del tiempo, Tilly reafirma su voca­ción de sociólogo y postula la necesidad de una redefinición de la tarea sociológica, finalmente construye un modelo para analizar la acción colectiva, mediante el cual intenta recuperar la riqueza de la variable tiempo. En esta tarea, resulta fundamental para el sociólogo:

[...] la identificación de patrones maestros (master patterns) de cambio en historias particulares, la búsqueda de conexiones entre las transformacio­nes específicas ocurridas en dichos períodos y los intentos para formular leyes generales de revolución de movimientos sociales o de la organiza­ción trabajadora podrían ser una manera de buscar regularidades de la acción colectiva en áreas históricas particulares [...] (Tilly, 1981: 45).

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Como se puede observar, a diferencia de Braudel, sigue existiendo una preocupación por buscar las regularidades en la acción social. En ese sentido, el tiempo se convierte en una variable que permite la mejor apreciación de estas regularidades y conexiones.

Ahora bien, los dos patrones maestros de cambio centrales en las sociedad capitalista, según Tilly, son la expansión del capitalismo y el crecimiento de los estados nacionales y de los sistemas de estados. Por lo que el problema histórico-sociológico seria determinar el porqué y cómo la acumulación del capital y la subsecuente proletarización ocu­rre, y observar cómo el sistema de relaciones productivas se expande y cuáles han sido las consecuencia de la expansión. Paralelamente, habría que entender el desarrollo de los estados nacionales y de los sistemas de estados, conduciendo en la actualidad. Para Tilly, en este momento asistimos a un dominio mundial por parte de los sistemas de estados.

Dentro de este razonamiento, Tilly encuentra en la acción colec­tiva, el sujeto idóneo para aplicar sus ideas en tomo a la complemen- tariedad entre historia y sociología. El capitalismo y las decisiones es­tatales (state making) proveen el contexto para un análisis sustentado históricamente de la acción colectiva, integrada por tres elementos centrales: intereses, capacidad y oportunidad, y definida como la mane­ra en la que la gente actúa conjuntamente para conseguir intereses co­munes.

El análisis histórico implica escaparse de las categorías universales, en lugar del comportamiento eterno de las multitudes, estudiamos las formas particulares de acción que la gente utiliza para alcanzar sus de­mandas o regular sus quejas. De la misma manera, en lugar de leyes del movimiento social, estudiamos el surgimiento de movimientos sociales como un fenómeno político. En lugar del poder general, estudiamos las modalidades de insertarlo dentro de un determinado modo de produc­ción (Tilly, 1981:46).

El establecimiento en un tiempo y espacio concreto de un compor­tamiento general, desde la postura de Tilly, garantiza el reacercamiento entre historia y sociología. Además, la introducción de la historia en el análisis de lo colectivo (un concepto sociológico) es necesario debido a que la acción social varía considerablemente como un producto acu­mulativo de la experiencia histórica. Esto conduce a una reformulación de las ideas sociológicas en tomo a los cambios estructurales, en espe­

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cial en lo referente a la decisión estatal, el desarrollo del capitalismo, la proletarización y el crecimiento de la población.

En esta complementariedad de la historia y la sociología se puede observar el análisis de dos niveles de la realidad social: por un lado, la delineación de los grandes patrones de comportamiento, que referiría a lo macro y a lo meramente sociológico, y por otro, el análisis de la acción colectiva, que remite a lo micro y lo fijado espacial y temporal­mente, es decir a lo históricamente establecido. De esta manera, el pro­blema central, en el análisis histórico-sociológico, reside en vislumbrar cómo los cambios de las grandes estructuras afectan los patrones de la acción colectiva, de lo acontecido históricamente.

Finalmente, mientras en Braudel el tiempo, la geografía, eran fun­damentales, en Tilly, el punto nodal lo constituye lo político y las accio­nes sociales que los hombres implementan para conseguir el poder tanto a nivel nacional como internacional; las distintas acciones colec­tivas, a nivel micro o macro, se han escenificado en un sistema social con una gran duración temporal: el capitalismo. Tilly concluye que, pese a las limitaciones que podría representar el análisis de la acción colectiva, ésta puede coadyuvar a la creación de un modelo adecuado de la lucha por el poder, pues permitir analizar la acción de grupos sociales múltiples y de sus relaciones en largos tiempos de duración.

En sus trabajos empíricos, especialmente en su obra Strikes in France, Tilly intentará mostrar la importancia del tiempo en el análisis social; al analizar las huelgas en Francia, un evento, meramente coyun- tural, el autor intenta mostrar su vinculación con un proceso más amplio de desarrollo del capitalismo y de proletarización. Empero, si bien el análisis de reconstruir una acción social en el tiempo largo para tratar de determinar grandes procesos sociales es por demás interesan­te, los resultados no son tan exitosos. El modelo tilliano muestra debi­lidad, especialmente en dos elementos: la interacción de tiempos, en la que no se percibe la destreza braudelina para ello, y la debilidad en cuanto a la interacción entre lo micro y lo macrosocial, así como las interrelaciones entre los grupos sociales, inter e intra, permanecen poco claros.

No obstante, el modelo analítico de Tilly constituye, al igual que el braudeliano, excelente muestra de cómo la sociología y la historia pue­den complementarse; empero, también evidencian las problemáticas

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centrales, los retos y las irreconciliabilidades en las que debemos tra­bajar, quienes aspiramos a esta complementariedad ideal.

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Notas

1. Esta reflexión también surge como una respuesta a los amigables cuestio- namientos que en tomo a mi “identidad académica” me han realizado algunos maestros y colegas, al practicar en mis investigaciones, dos disci­plinas tan aparentemente disímbolas como la historia y la sociología.

2. En la parte metodológica también parecería existir una distinción, en cuan­to a que la sociología prefiere los métodos cuantitativos y referentes al mo­mento actual, en tanto que los historiadores prefieren los materiales cuali­tativos extraídos de materiales impresos de la época o de fuentes orales que permitan recapturar los eventos pasados, lo más cercanamente posible.

3. En este sentido, valga un ejemplo. En 1990, asistí, después de estar ausen­te por mucho tiempo, a un evento de historiadores. Distinguidos colegas y ex maestros reflexionaban sobre la temática de haciendas, convocados por el Colegio Mexiquense. A pesar de trabajar una temática particular, la repartición de las haciendas en Cuautla, Morelos en la etapa postrevolu- cionaria, en esa ocasión preferí realizar un balance de las distintas obras que se habían generado en tomo a las haciendas morelenses: propietarios, tecnología, cultivos, relaciones laborales, etc., con dos objetivos: primero, mostrar los grandes avances que en conjunto habían logrado, desde distin­tos enfoques, los analistas, y segundo, mostrar que algunos de los hallazgos se entrecruzaban, repetían o podían complementarse de manera excelente. La ponencia evidenció uno de los grandes problemas de los historiadores, la circunscripción a un ámbito muy particular de la problemática sin pre­ocuparse por insertarlos en un contexto temporal y espacial más amplio, situación que impide apreciar la gran riqueza de muchas investigaciones históricas. Esta despreocupación ha conducido, también, a la ausencia de explicaciones, en donde la formulación de categorías explicativas podría mostrar los grandes avances que en conjunto han logrado los estudios his­tóricos.

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4. Luis González ha distinguido de manera magistral seis grupos al interior del gremio de historiadores: “pertenecen al primer grupo los que juntan pedacera de testimonios históricos a fuerza de tijeras y engrudo, en el se­gundo, se inscriben los cronistas que sólo reúnen hechos bien comprobados en series cronológicas; en el tercero están los buenos narradores de aconte­cimientos, períodos, etc., es decir los historiados tradicionales, en el cuar­to se encuentran quienes dan poca importancia al cómo paso de aquello a esto y mucha al por qué sucedieron las cosas particulares de una determi­nada manera. Los del quinto son generalizadores; quieren ser como los científicos-sociales; se dicen abanderados de la ‘nueva historia’; trabajan en el descubrimiento de estructuras y son amantes de la cuantificación; se autodefinen como historiadores nomotéticos en contraposición a los ideo­gráficos y no reconocen la paternidad helénica de su oficio, finalmente, los del sexto grupo tiran hacia la historia universal; no se apoyan en fuentes de conocimiento histórico, ni se sirven de las técnicas históricas, les reco­nocen como filósofo, metafísico y metahistoriador” (Luis González, 1988: 23). El término de historia científica es utilizado en su quinta acepción.

5. Algunos autores han expresado que la anulación de las difenciaciones dis­ciplinarias en un ejercicio de tal tipo, seria como considerar que la com­presión de una sociedad progresa a través de la reducción del número de la complejidad de los conocimientos explicativos que se realizan sobre ella, afirmación totalmente falsa. Más bien, habría que definir el trabajo entre ciencias como un proceso controlado de préstamos recíprocos, de métodos, de conceptos y de problemáticas, entre disciplinas, en donde el objetivo central consiste en generar lecturas renovadas de la realidad social (Lepetit, 1992: 32-35).

6. Esta escuela también ha sido llamada Nueva Historia. La originalidad de esta escuela consiste en haber “trascendido el ámbito histórico para llegar a ser al mismo tiempo, geografía, sociología y economía” (Ewald, 1986: 10). Algunos analistas han distinguido tres fases centrales al interior de la escuela: los Primeros Annales, iniciados por Marc Bloch y Lucien Febvre, que se extienden de principios de los cuarenta hasta 1956, año en el que muere Lucien Febvre, sus postulados son por la historia global y el enten­dimiento de la historia problema; los segundos Annales o Annales brau- delianos, de 1956 a 1969, para algunos esta etapa estuvo muy influencia­da por el marxismo y la postulación del tiempo en el trabajo histórico, y finalmente el período que se extiende de 1969 a finales de los años ochen­ta, años en los que se abandona la historiografía económica y social y se concentra en la historia de las mentalidades. Los nuevos dirigientes son Le Roy, Le Goff y Ferro (Carlos Aguirre, 1992:35-53).

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7. Para algunos autores (Wallerstein, 1983), la preocupación por la globali- dad era más una característica que identificaba a la Escuela de los Annales y no únicamente al trabajo de Braudel. Desde su punto de vista: “la escue­la de los Annales sostuvo las explicaciones globales en oposición al ‘pen­samiento fragmentado [...] la longue dureé en contra de lo événementielle [...] favoreció [...] la imbricación de la historia con las ciencias sociales de la especificidad científica [...] la histoire structurelle en contra de las his­toire historisante ”. Los annales habían hecho hincapié sobre la importan­cia de los datos sistemáticos [...] (Wallerstein, 1983, pp. 99 y ss). En este trabajo, la globalidad propugnada por Braudel se diferencia de los precur­sores de los Annales por la distinción de los tiempos históricos que reali­za en su trabajo.