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    El autor narra en esta hermosa

    emocionante novela esas dosemanas durante las que

    encerradas en el transatlntico

    vidas distintas se entrecruzancoinciden y se oponen. Ha sido u

    viaje lleno de voluntad y de

    esperanza para millonario

    europeos y nuevos rico

    americanos, o para triste

    emigrantes italianos y espaole

    que sufren vejmenes transformaciones apoyados en la

    lusin.

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    Vicente Blasco IbezLos argonautas

    ePub r1.1SoporAeternus12.01.15

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    Ttulo original:Los argonautasVicente Blasco Ibez, 1914Diseo de portada: SoporAeternus

    Editor digital: SoporAeternusePub base r1.0

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    I

    Al sentir un roce en el cuelloFernando de Ojeda solt la pluma evant la cabeza. Una palmera enan

    mova detrs de l con balancerepentino sus anchas manos de mltiple puntiagudos dedos. Para evitarse est

    contacto avanz el silln de junco, per

    no pudo seguir escribiendo. Algo nuevhaba ocurrido en torno de l mientracon el pecho en el filo de la mesa y lo

    ojos sobre los papeles hua lejos, muejos, acompaado en esta fuga ideal po

    el leve crujido de la pluma.

    Vio con el mismo aspecto exterio

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    cosas y personas al salir de sabstraccin; pero una vida internaruidosa y mvil pareca haber nacido eas cosas hasta entonces inanimadas

    mientras la vida ordinaria callaba y sencoga en las personas, como posed

    de sbita timidez.Sus ojos, fatigados por la escritura

    huan de las ampollas elctricas de

    echo, inflamadas en plena tarde, parreposarse en los rectngulos de laventanas que encuadraban el azu

    grisceo de un da de invierno. Lblancura de la madera laqueademblaba con cierto reflejo hmedo qu

    pareca venir del exterior. Dos salone

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    agrandados por la escasez de su altureran el campo visual de Ojeda. En eprimero, donde estaba l, mezclbase a blancura uniforme de la decoracin e

    verde charolado de las palmeras dnvernculo, el verde pictrico de lo

    enrejados de madera tendidos dpilastra a pilastra y el verde amarillent velludo de unas parras artificiales

    cuyas hojas parecan retazos derciopelo. Sillones de floreada creton

    en torno de las mesas de bamb

    formaban islas, a las que se acogagrupos de personas para embadurnar comanteca y mermeladas el pan tostadohusmear el perfume del t o seguir e

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    burbujeo de las aguas minerales teidade jarabes y licores.

    Camareros rubios de corta chaquetazul y botones dorados pasaban con lbandeja en alto por los canalizos de estarchipilago humano sorteando lo

    promontorios de los respaldos, logolfos y pennsulas formados por larodillas. Una vidriera, de pared a pared

    formada de pequeos cristalebiselados, dejaba ver el salnmediato, blanco tambin, pero co

    adornos de oro. Los asientos tapizadode seda rosa, igual a la que adornaba loplanos de las paredes, estaban ocupadopor seoras. El ambiente era ms limpi

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    que en el jardn de invierno, donde unatmsfera de humo de habano y tabacoriental con perfume de opio flotabsobre las plantas. Ms all de estocorros femeninos en torno de las mesade t, media docena de msicos

    uniformados lo mismo que locamareros, agrupbanse sobre unarima, alrededor de un piano de cola

    Sus cabezas rubias de germanos y loarcos de sus violines destacbanssobre los rectngulos luminosos d

    cuatro ventanas que cerraban lperspectiva. Al otro lado de locristales, ligeramente turbios por lhumedad exterior, movase, pasando d

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    una a otra ventana, con lento balanceouna especie de columna, esbeltaamarilla, de invisible trminoacompandola fieles en este cambio dsituacin, regular y acompasado como ede un pndulo, unas lneas negras

    oblicuas semejantes a cuerdas.Todo estaba lo mismo que una hor

    antes, cuando el t humeaba en la taza d

    Ojeda, ahora vaca, y blanqueaban sobra mesa los pliegos, cubiertos a

    presente de compactas lneas. La

    personas cercanas a l fumabasilenciosas o seguan suconversaciones con lentitud soolientaDel fondo del segundo saln llegaban

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    confundidos con risas de mujeres choque de bandejas, los tecleos depiano y los gemidos de los violines; deecho, coloreado a la vez por el reflej

    azul de la tarde y el fro resplandor das ampollas elctricas, descenda

    gorjeos de pjaros, como una evocacicampestre que pareca animar lartificial rigidez del jardn contrahecho

    Por la parte exterior se deslizaban dventana en ventana los bustos de unopaseantes, siempre los mismos

    ocultndose para volver a aparecer coregularidad casi mecnica; como si smoviesen en un espacio reducido, coos pasos contados. Nios rubios

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    sostenidos por criadas cobrizasadheran a los cristales las rosadaventosas de sus labios, empandolocon crculos de vaho, y agitaban lamanecitas para saludar a las madres hermanas que estaban en los salones.

    Algo nuevo haba sobrevenido, siembargo, mientras Ojeda escriba. Ssilln, antes inmvil, con slid

    estabilidad, pareca agitado poestremecimientos nerviosos, lo mismque una bestia que jadea afirmada sobr

    sus patas. La raza, como si la animasde pronto un alma traviesa, iba pequeos saltos, repiqueteando en splato, de un extremo a otro del velador

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    Unas jaulas de bronce pendientes deecho empezaban a balancearse, y dentr

    de ellas saltaban los canarios, sin dejade cantar, buscando en el vaivn de sprisin un punto inmvil. Las cortinillade las ventanas, sujetas por su

    abrazaderas, agitbanse bajo un soplnvisible. El suelo de mosaico, liso

    unido, inerte a la vista, pareca ondula

    como si por debajo de l mugiese uhuracn. Al sordo zumbido de la gentque ocupaba los dos salones unase u

    retintn continuo de platos, vidrios maderas. Todo cantaba de pronto, comsi una vida extraa resucitase loobjetos inanimados, hacindolo

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    conversar con voces y golpeteos: ecuchillo contra el vaso, la cucharcontra la botella, el silln contra lmesa, la fosforera de loza contra ebcaro de flores.

    En un rincn del invernculo

    alineadas sobre un aparador, lacafeteras y teteras parecan deliberacon la solemnidad de un consejo d

    ancianos, chocando gravemente subarrigas metlicas. Un cesto de lilablancas colocado en el centro de l

    pieza estremecase como un montn dnieve tocado por un remolino. Laparedes inmviles, firmes, de un espesoconsiderable a juzgar por los profundo

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    quicios de puertas y ventanas, estabaprontas a animarse igualmente mpulsos de esta vida misteriosa

    Permanecan en silencio, con la calmde las construcciones que desafan a losiglos; pero Ojeda, vindolas, s

    acordaba de ciertas personas que auestando calladas inspiran la certeza, nse sabe por qu, de que tienen buena vo

    aman el canto. Estas paredes blancasque parecan de una sola pieza, podacrujir tambin con internos roces

    uniendo sus crepitaciones y quejidos aconcierto de los objetos.Una puerta sin cerrar se movi po

    unos instantes como un abanico loco

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    hasta que con un golpe igual a upistoletazo avis a los domsticos, qucorrieron a asegurarla. Y estestremecimiento de huracn invisiblpareca ms extrao en el ambientcerrado y bien calafateado de lo

    salones, cada vez ms denso y tibio poa respiracin de las gentes, el humo dos cigarros y el vaho de las tazas. Lo

    nios rubios haban desaparecido de laventanas; los paseantes, cada vez mescasos, transitaban por el exterior co

    el busto inclinado, llevndose una mana la gorra y ladeando la cara pardefender los ojos y las narices de algmolesto; los velos femeniles crujan l

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    mismo que banderas o se elevaban eespirales de color, mantenindosrebeldes a las manos enguantadas qupretendan aprisionarlos. Algunos quavanzaban abombando el pecho con airde reto y la cabeza descubierta senta

    en torno de su frente el trgicdespeinamiento de Medusa: un llameade cabellos echados atrs, como si un

    fuerza invisible intentase arrancarlos.Transcurran ahora largos espacio

    de tiempo sin que los vidrios reflejase

    el paso de una persona. Pero algo nuevvino a asomarse a la vez a todos ellosEra una faja de color azul, mate y opacaque empezaba por marcarse levement

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    en el filo interior de las ventanas. Luegsuba y suba lentamente con lascensin del agua que hierve, hastlenar la mitad del rectngulo de crista

    permaneca inmvil un momentoemblando en ella lejanos redondeles d

    espuma, ojos curiosos que intentabacontemplar el interior de los salones, poco despus se iniciaba su descens

    con gran lentitud, cediendo el paso a lriste claridad de una tarde sin sol. Y

    cuando las ventanas de un lad

    quedaban libres de este testigo azul, ladel lado opuesto estabanvariablemente ocupadas por l.

    Ojeda vio correr ante su mesa, co

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    angustiosa premura, a una seora plidque se llevaba un pauelo a la bocaLuego pas tras ella, apoyada en ebrazo de un domstico, una damsexagenaria que hablaba en portugucon voz doliente. Algunos de su

    vecinos se levantaron, deslizndose poa gran escalera con balaustres dallada caoba, que vena a terminar en l

    puerta del jardn de invierno. Abransgrandes claros en la concurrenciaDesaparecan las gentes con discrecin

    en suave retirada, sin que se enteraseos dems de por dnde habaescapado. La pequea orquesta pareciadquirir mayor sonoridad al queda

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    vacos los salones: los instrumentos dcuerda lloraban como si anunciasen undesgracia en la melancola azul de larde. En torno de las mesaanguidecan las conversaciones

    Muchos cerraban los ojos como si le

    preocupasen tristes recuerdos. Dopuertas abiertas al mismo tiempo dieroentrada por un instante a una manga d

    aire fro, arrollador, cargado dhumedad y emanaciones salitrosas, quhizo arremolinarse flores y plantas

    volar algunos papeles sobre las mesas.Defendi Fernando los suyos entrambas manos, y al restablecerse lcalma, se arrellan en el silln con u

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    regodeo voluptuoso. Senta el orgullo dsu salud, la certeza de que sta no podurbarse en medio de la zozobr

    creciente que se revelaba en la tristezde muchos ojos y la palidez de muchorostros. Era el placer egosta del qu

    contempla el peligro ajeno desde uugar seguro. Adems, experimentab

    una satisfaccin animal al apreciar s

    asiento mullido, el ambiente tibio, laplantas y flores que le rodeaban. Asdeban ser las grandes alegras de lo

    esquimales, encogidos en su viviendapestosa durante el invierno, mientraafuera sopla el huracn y cae la nieve.

    Aspir el humo de su cigarro, llam

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    a un camarero para que se llevase eservicio de t, que le molestaba con suncesantes tintineos, y busc en lo

    papeles el pliego interrumpido.Qu estaba yo escribiendo?Al murmurar acaricibase el bigot

    con el cabo del estilgrafo, mientras suojos recorran las pginas emborronadapara restablecer la ilacin de sus ideas

    Olvidse instantneamente del lugadnde estaba; pas de golpe a un munddistinto, un mundo slo de l, qu

    pareca latir en los pliegos ennegrecidopor su escritura. A impulsos del deseavanzaba por stos, releyendo spensamiento como si fuese de otro

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    encontrando una deleitacin melanclic dolorosa al unirse de nuevo con su

    recuerdos.

    En Lisboa slo pude escribirte unaneas en una postal. Me falt el tiempo

    El tren lleg con retraso; luego eregistro de los equipajes en la Aduana el trasatlntico que estaba ya fondead

    en el ro, mugiendo a cada instante comel que no quiere esperar. Y yo que soan torpe para los menesteres vulgare

    de la vida! Recuerda cuntas veces thas redo de mi inutilidad en nuestroviajes Nuestros viajes ay! ta

    ejanos, tan lejanos!, que no s cund

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    volvern a repetirse Por fortunaencontr en el tren a un compaero: ual Isidro Maltrana, tipo curioso, al qu

    conoc vagamente en mis tiempos dbohemia heroica, y que va, como yo, Buenos Aires. La identidad de nuestro

    destinos nos ha hecho intimarpidamente. Hace unas sesenta horaque estamos juntos, y no parece sino qu

    hemos andado apareados toda la vidal dice que quiere ser mi secretario, ms bien, mi escudero, en esta aventur

    estupenda que acabo de emprender. ELisboa entr en funciones, encargndosde las tareas enojosas del embarquePero por qu te cuento esto? Tal ve

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    por distraerme, por engaarme, pomiedo a evocar los recuerdos de nuestrltimo da, que an parecen envolvermcomo esos perfumes intensos y tenaceque nos siguen a todas partes. Edomingo pasado! Te acuerdas?, t

    acuerdas? Slo han transcurrido tredas: an me parece sentir en mis manoel contacto de tus cabellos; an escuch

    u voz; an veo tus ojos. Te respiro eesta soledad. Llevo en el bolsillo, sobrmi pecho, tu ltimo pauelo. Viene

    conmigo Y estamos ya tan lejos euno del otro!

    Ojeda ces de leer unos momentos

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    conmovido por sus propias palabrasFrases vulgares, de una frivolidaantigua como el mundo: todos loenamorados dicen lo mismo. Tal veaquellos camareros de chaqueta azuescriban en su idioma los mismo

    conceptos a las fraulein rubias dHamburgo y de Brema. Pero el amor ecomo la muerte y como todos lo

    grandes accidentes de la existencia. Eotros parece regular, ordinario, sin qumerezca atencin; pero cuando s

    experimenta en la propia personadquiere las proporciones inauditas duno de esos acontecimientos que debenfluir en la suerte del mundo.

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    Para l haba ocurrido tres daantes en Madrid, al anochecer de udomingo, un suceso enorme, igual a loque cambian el curso de la humanidad el aspecto del planeta. Y convencido desto, quera abarcar con la pluma l

    grandeza infinita de su desolacin.

    Aparentbamos serenidad, confianz

    en el porvenir, certeza de volver vernos; pero de pronto nos fumposible fingir por ms tiempo, y hab

    grimas en nuestros ojos y en nuestrvoz Y sin embargo, este dolor casi nera nada; haba en l ms preocupaci

    que realidad. An podamos vernos; a

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    podamos hablarnos. Llorbamos comse llora en la casa de un muerto cuandest todava de cuerpo presente. Edolor parece anestesiado por eaturdimiento de la catstrofe; haodava una realidad que sirve d

    consuelo; queda an el cuerpo ante lvista: se llora ms por el futuro que poel presente. Lo terrible es cuando se l

    levan, y no queda nada y hay quabrazarse para siempre al recuerdoYo me consideraba el otro da, a

    separarme de ti, el ms infeliz de lohombres, y ahora pienso con envidia eaquellos instantes. Te vea an! Yahora cada momento que transcurre m

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    aleja ms de ti; cada vuelta de lahlices establece una separacin mayoentre nosotros; un minuto representcentenares de metros; una hora undistancia enorme, que no podramosalvarla en un da aunque marchsemo

    apoyados el uno en el otro, mirndonoen los ojos, olvidados del mundo

    uestros cielos van a ser distintos

    nuestras estrellas sern otras: cuando tvivas en los esplendores de lprimavera, yo sentir los fros de

    nvierno; cuando t despiertes como unalondra, con el sol que entrar por tubalcones, yo gemir en medio de lnoche murmurando tu nombre Y ser

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    en vano! La desesperante extensin duna mitad del planeta va a interponersentre nosotros Ay!, quin mdevolver tus ojos amados de reflejode oro, tus brazos suaves de blancura dhostia, tu voz ceceante de infanti

    arrullo, tu boca de lacre, tu pechneumtico, cojn de ensueos y dolvido!

    Evocaba en su memoria, con erelieve de las cosas vivientes, su ltim

    da en Madrid Una gran mancha rojemblaba sobre el empapelado de un

    pared: era el reflejo de incendio de

    carbn amontonado en la chimenea

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    nica luz del dormitorio. Y sobre efondo rojo, parpadeante, una sombrhorizontal, de contornos humanos. Ojedconoca bien las lneas de este cuerpoera ella, pegada a l, bajo las cubiertade la cama, empequeecida, humilde po

    el dolor de una desesperacisilenciosa. l tambin permaneccallado, con la nuca en las almohadas

    percibiendo entre sus brazos el dulccontacto de unas espaldas sedosarevueltas en blondas; sintiendo en u

    hombro la leve pesadumbre de scabeza, que pareca querer ocultarsehundirse. Una caricia hmeda refrescabsu cuello: tal vez era el contacto de s

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    boca abandonada; tal vez eran lgrimasY los dos permanecan en dolorosnmovilidad, temiendo que sus ojos s

    encontrasen, evitando una palabra quhiciese estallar la callada pena; pero lodos, al fingir esta indiferencia heroica

    se adivinaban mutuamente.Sus caricias haban sido tristes

    desesperadas; algo semejante pensab

    Ojeda a los amores de un condenada muerte en vsperas del suplicio. Egoce animal les haba hecho olvidar l

    realidad por algn tiempo; pero asobrevenir el cansancio y la hartura, lodos experimentaban la misma decepcidel enfermo que ve reaparecer su

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    dolores luego de un paliativo con el qucrea sanar para siempre Y no habms! Y la hora terrible estaba mprxima que antes!

    Al travs de los balcones cerradolegaban los ruidos de la estrecha call

    popular. Un vendedor pregonaba patataasadas, llamndolas chuletas dhuerta, con melanclico quejido, com

    si cantase una desgracia. Ojeda lsalud mentalmente, con cierta emocinpens que tal vez haca ella lo mismo

    unca le haban visto; no sabaciertamente si era un hombre, un nio una vieja, pero durante cuatro aos loan todas las tardes de cita amorosa

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    siempre a la misma hora, sirvindoles sgrito de aviso cronomtricoSeguramente eran las seis y mediaAdis!, adis! Cundo volveran

    orle! Luego pas un tropel dchicuelos voceando los peridicos de l

    arde, con la resea de la corrida doros. Un piano de manubrio rompi ocar, en medio de la calle, un vals d

    opereta vienesa, con apresurado tecleo acompaamiento de timbres. Se oa lvoz del organillero pidiendo a gritos qu

    le echasen algo de los balconesCuando callaba el piano vena de lejoun runruneo de guitarra con choque dcastauelas y frreo retintn de tringulo

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    Una voz brava de cantor nmadentonaba una jota, venerable msica deerruo, miedosa de aventurarse en e

    centro de Madrid y que se extinguentamente en el refugio de los barrio

    populares. Igualmente les haba visitad

    muchas tardes este canto medievaevocando en el cerrado dormitorio urecuerdo de excursiones en automvi

    por las altiplanicies de Castilla: unvisin de llanuras de rastrojo con hilode agua bordeados de lamos; cubos d

    fortaleza sostenindose erguidos entrmontones de ruinas; pueblos de colopardo; torres de iglesia con nidos dcigeas en el remate. Adis! Tambi

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    adis!De pronto, un sonido metlico, d

    mstica vibracin, suave como la voz duna mujer, cort el aire, envolviendo loruidos de la calle. Era para Ojeda lms amada de todas las visita

    nvisibles que venan a buscarles en sencierro amoroso.

    La campana de don Miguel

    murmur tristemente una boca junto a scuello.

    S; la campana de don Miguel, la qu

    odas las tardes les avisaba el momentde sacudir la dulce pereza, de levantars comenzar los preparativos d

    partida Don Miguel era Cervantes

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    la campana la de un conventnmediato donde aqul haba sid

    enterrado. Nadie conoca su tumba. Suhuesos se pulverizaban revueltos con lode los sacristanes y antiguos vecinos debarrio; pero era indiscutible que all

    haban dado tierra a su cadver, y estbastaba para Fernando. Ydesconociendo la personalidad de

    convento y de sus habitantes femeninosa campana de las pobres monjas er

    siempre para los dos amantes l

    campana de don Miguel.Sentan gran satisfaccin y hastorgullo ingiriendo en sus ocultos amoreel recuerdo del famoso hidalgo. Ojeda

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    que era poeta, haba decidido tomaaquella casa, para sus encuentroamorosos, slo por la vecindad deconvento. Adems, este barrio popular sucio haba sido el de los grandeautores del Siglo de Oro, el llamad

    barrio de los poetas. En el espaciocupado por tres calles pequeas habavivido casi a un tiempo los hombres m

    clebres de la literatura castellana.Cuando al cerrar la noche sal

    Fernando, sintiendo en su brazo el braz

    de la amante y en la mueca el dulccosquilleo de sus dedos juguetonesdetenase algunas veces en la angostacera antes de ganar las calles amplia

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    del centro de la ciudad. sta era lcasa de Lope de Vega. sta no; erotra que ocupaba el mismo sitio y tenun huerto, y en l, a la sombra dcontados rboles, escriba aquerabajador portentoso comedias

    centenares y versos a millones Vesta sotana; pero llevaba bajo de ella, poa noche, su buena espada de Toled

    para poner en fuga a los enemigos que lsalan al encuentro. Galante y desalmaden su juventud, como don Juan, habas

    acogido, viendo prxima la vejez, aseguro de la Iglesia para decir su misentre un acto terminado de escribir otro que empezaba a versificar. La

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    hojas secas de su huerto crujan bajo laamplias sayas de pizpiretas comediantaque venan en busca de madrigalemprovisados por el maestro a puert

    cerrada. Y en una casa prxima habvivido Quevedo, y ms all otros poeta

    de menos renombreEl respeto del viajero por las ruina

    donde ha ocurrido algo sentalo Ojed

    al pasar por estas calles angostas, con epavimento desigual cubierto dsuciedades, grupos de chicuelos jugand

    al toro en las esquinas, comadresentadas ante las puertas, por las que sesparcan vahos de puchero pobre, balcones que goteaban una humedad d

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    ropa vieja puesta a secar. Por estomismos lugares haba pasado tambinsiglos antes, un sacerdote de alta frentremangndose la sotana en los charcos levndose la otra mano a los bigotes a perilla con gesto de antiguo soldado

    Era don Pedro Caldern. Laprocesiones del barrio haban vistformar muchas veces en ellas a u

    anciano enjuto, de barbillas blancasartamudo, con una mano mutilada, e

    hidalgo Cervantes, veterano de guerra

    famosas, que aguardaba la hora de lmuerte con melanclica resignacin siotro ttulo que el de Esclavo de lHermandad del Santo Sacramento.

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    La campana de don Miguel! repiti una voz junto a Ojeda. Haque tener resolucin Arriba!

    Y entre el revoloteo de las cubiertarepelidas, pas sobre l un cuerpo dsatinados y firmes contactos. La vio d

    pie ante la chimenea, envuelta efulgores de horno que inflamaban coono arrebolado las nacaradas blancura

    de su desnudez. Protest, como siempreal notar que el amante, incorporndosen la cama, buscaba el conmutado

    elctrico. Nada de luz: ella gustaba dcomenzar sus arreglos al fulgor de lchimenea. Ms adelante podrencender. Y vag por la habitacin

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    buscando de mueble en mueble lapiezas de ropa esparcidas al azar en locura pasional del primer momento

    Pasaba del resplandor de la chimenea os rincones de sombra, preocupada co

    estas rebuscas, mostrando, en s

    mpdica distraccin, al agacharse erguirse, las ms recnditas intimidadesCada vez que tornaba al crculo de luz

    una nueva prenda cubra su cuerpo.Fernando la segua con su vist

    desde el fondo del lecho, iluminad

    nferiormente de rojo y con el bustperdido en la penumbra. Bregabadeante y frunciendo el ceo con l

    angostura del cors, que se resista

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    encerrarla en su molde. Siempre ocurro mismo: su cuerpo, despus de lo

    supremos espasmos, pareca dilatarse eel reposo de la ms noble de las fatigasLa vea encerrada en un medalln dseda, vestido interior impuesto por l

    estrechez de los trajes de moda, cocierto aire masculino y gracioso ddoncel medieval, agitando sus crencha

    cortas de gruesos bucles negros, su pelverdadero, libre de los postizos depeinado, que esperaban sobre el mrmo

    de la chimenea el momento del acopleLa dama elegante, de gesto altivo rnico, tomaba en la intimidad u

    aspecto de paje.

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    Despus l se vea de pie, yendhacia ella, con la voz ronca y temblonde emocin. Paje adorado! Y nverte ms! Perderte dentro de poco.

    Pero la amante, arreglndose el pel

    ante el espejo, hablaba con una frialdafingida, temblndole la voz. VsteteVmonos pronto. Y pensar que un

    noche como sta tengo que ir con ta aReal! Qu rabia!.

    Un estrpito de metales golpeado

    arranc a Ojeda de su ensimismamientoEsta impresin le hizo temblar, mientrasu memoria retrogradaba al presente.

    De nuevo se encontr en e

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    nvernculo, ante los pliegos de la cartempezada. Los camareros recogan desuelo las teteras y bandejas, inmvilepoco antes sobre un aparador. Emovimiento de las cosas era cada vems violento. Casi toda la gente hab

    desaparecido mientras soaba Fernandcon los ojos entornados. Algunosillones mecanse solos, como s

    quisieran juguetear entre ellos al verssin ocupacin; las mesas, abandonadascrujan ladendose lo mismo que en la

    evocaciones de espritus. Slo quedaben las ventanas un dbil resplandovido: la luz elctrica descend

    conquistadora de los techos, invadiend

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    hasta los ltimos rincones. En el salde lujo, algunas seoras pelirrubias, dmejillas rojas, hacan labores, o con lagafas caladas lean peridicolustrados. La msica continuab

    sonando imperturbable para ellas y lo

    camareros.Quiso arrancarse Fernando est

    paladeo de recuerdos melanclicos. A

    escribir!. Necesitaba terminar la cartapues al amanecer del da siguientlegaran a puerto Pero la msica l

    retuvo, paralizando su voluntad con lvibracin de algo conocido. Qucantaba el violoncelo? Vio de prontocomo trazada en el aire por los sone

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    graves de dicho instrumento, la varonifigura de Wolfram de Eschembach, enoble trovador consejero de Tannhauseel maldito, y su imaginacin puspalabras al canto melanclico de lacuerdas. Oh t, mi dulce estrella de l

    arde, que lanzas desde el fondo decielo tu suave resplandor!. Ewagneriano canto le hizo recordar otr

    estrella aparecida en un momentdoloroso de su existencia, y de nuevolvid el presente y qued inmvil en s

    asiento, como un cuerpo sin alma, comun fakir en rgida meditacin, en torndel cual crecen las lianas y se enroscaas serpientes mientras su espritu vive

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    miles de leguas.Se vio en una calle mal alumbrada

    evantndose el cuello del gabmientras ella se estremeca en su abrigde pieles. Les haca temblar el bruscrnsito del dormitorio caldeado a

    vientecillo glacial del anochecerSalieron de la casa con ciertencogimiento, sin atreverse a mirar lo

    muebles y los cuadros, modestdecoracin reunida al azar cuatro aoantes. Guardaban demasiados recuerdo

    para ser contemplados con indiferencia ellos se haban propuesto mantenehasta el ltimo momento su fingidserenidad. Ojeda dio unos duros a l

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    portera, que les sala al paso arrebujaden un mantn para abrir los cristales dezagun. La adelantaba la propina deprximo mes.

    Que Dios se lo pague, seoritosTpense bien, que hace mucho fro

    Hasta maana, seoritos!Fernando se conmovi con la

    palabras de la buena mujer. Cund

    sera ese maana! Maana vendra sviejo criado a levantar la casa, levarse aquellos muebles que l l

    regalaba para evitar la profanacin duna venta.Ella, al dar algunos pasos en l

    calle, se detuvo y orden

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    mperiosamente:Escupe!Por qu? Pasada la sorpresa,

    obedeci. Recordaba que en todos suviajes, cada vez que se crean felices eun lugar, formulaba su amante el mism

    deseo. Escupe para que volvamosEquivala a dejar algo de sus personaque alguna vez haba de atraerlo

    rresistiblemente. Hizo lo mismo ella, sbitamente tranquilizada se agarr dsu brazo. Los menudos pies, montado

    en altos tacones, vacilaban doloridocada vez que descendan de la acera aarroyo empedrado con guijarrodesiguales. Por esto se apoyaba co

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    fuerza en Ojeda, hacindole sentir dehombro a la rodilla el adorable y firmcontacto de su cuerpo.

    Volvers, Fernando murmurab. Se lo he pedido a quin t sabesas ser. T te res de estas cosas, t

    eres un impo, pero para eso estoy yopara pedir por ti y que salgas en bien desta aventura que se te ha metido en l

    cabeza.Volver a Madrid? Ojed

    recordaba las palabras de su amant

    cuando al empezar la tarde se habauntado. Ya que l se iba en la mismnoche, ella saldra para Pars dos dadespus.

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    Y as lo har! afirmaba lmujer. Oh, Madrid!, cmo lo odioqu horror quedarme aqu par

    siempre! Y bien mirado, lo que temes vivir en l sin ti PobrecitMadrid! Yo que lo quiero tanto!, y

    que te he conocido viviendo en l!Pero no, no podra estar aqu unsemana ms. Te vera por todos lados

    cada calle nos guarda un recuerdo. Nodecididamente lo detesto. Pero tvolvers, dime que volvers pronto

    Piensa que has escupido para volver, eso es importante. No vendrs aqumismo conforme Pero volvers Europa. Y esto es Europa, Fernando!

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    os juntaremos en Pars, y si no eSuiza o si te parece mejor en Italia, al vez en Atenas o El Cairo. Todo l

    conocemos. Hemos sido felices eantos lugares! Pero dime cundo va

    a volver. Dmelo cierto! no m

    engaes!El rostro de Fernando se crisp co

    una risa dolorosa. Volver! An no hab

    emprendido el viaje y al trmino de l laguardaba lo desconocido, con suaventuras y misterios. Volvera pronto

    cuando ms, tardara un ao. Palabra!Un ao! murmur ellaMaldito dinero!

    Pasaban ante el convento y tuviero

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    que bajar de la acera cediendo el paso unas devotas enmantilladas de negro quse dirigan a la iglesia. Ojeda inclin lcabeza. Adis, don Miguel!. Sdespeda mentalmente del ilustre vecinoAqul haba sido un hombre completo

    un hombre representativo de su pocasoldado de mar y tierra, cautivo rebeldehroe ignorado, creyente y mujeriego

    adulador sin xito de nobles y ricosSlo haba faltado en la vida intensa degran hidalgo el embarque para la

    ndias.En las calles en cuesta qudescendan a la Carrera de SaJernimo, unos terrenos sin edifica

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    dejaban abierto un ancho espacio dcielo entre las casas. Los ojos de lodos se fijaron al mismo tiempo en unestrella que resaltaba sobre las otras cobrillo extraordinario. l, volviendo lmirada hacia su compaera, crey ver e

    reflejo del astro, como un punto de luzen el temblor de una lgrima. A travdel velillo del sombrero columbraba s

    plido perfil, empequeecido por ugesto de dolorosa timidez, los labioapretados, las alillas de la nari

    dilatadas por la angustia, una rayprofunda entre las cejas: la arrugvertical que anunciaba siempre supreocupaciones y sus enfados.

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    Oye, y no te burles dijo ellrompiendo el silencio. Quera pedirtque cuando ests all y te acuerdes upoco de m contemples a esta mismhora esa estrella. Lo pens anoche lhe pensado todas estas noches. T l

    mirars acordndote de m, y yo lmirar al mismo tiempo. Ser como eas novelas y quin sabe si algo d

    nosotros llegar a encontrarse! Hay eel mundo cosas tan misteriosas!

    Lo deca con acento de desesperad

    humildad, como un condenado a muertque se acoge a la ms absurdesperanza, y Ojeda, despus dcontestarle, se arrepinti de su franquez

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    Pobre Mara Teresa! Cuando ellcontemplase la estrella al anochecer, estara viendo el sol de las primerahoras de la tarde. Y aunque para los dofuese de noche al mismo tiempo, quisabe si lucira sobre sus cabezas e

    mismo astro! Cada hemisferio de lierra tiene su cielo y sus constelaciones

    Ella baj la frente, anonadada. Ta

    ejos!, tan lejos!. Con voz quedsigui haciendo preguntas, curiosa poconocer la distancia que iba

    separarlos y atemorizada al mismiempo por su magnitud. Y era ciertque una carta tardara cerca de un meen establecer la comunicacin entre su

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    pensamientos? Y transcurrira uespacio de tiempo igual para obtener lrespuesta? Ellos que se haban crednfelices cuando en sus corta

    separaciones, viviendo el uno en Madriel otro en Pars, pasaban dos das si

    noticias.yeme bien dijo acortando e

    paso y fijando sus ojos en los d

    Fernando con imperiosa resolucino quiero que te vayas. No te irs, n

    debes irte! Me dice el corazn que v

    a ocurrir algo malo.Golpeaba el suelo con un pieapretaba convulsivamente con su garritenguantada una mueca de Ojeda, com

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    si temiese verlo desaparecer.l tuvo un movimiento d

    mpaciencia. Quedarse! Ermposible, le aguardaban all. Cm

    poda ocurrrsele esto en el ltimmomento? Adems, nada adelantara

    con tal resolucin. Unas horas dfelicidad con la esperanza de que nban a separarse, y luego, al d

    siguiente, las mismas exigencias que lobligaran a partir, la misma necesidade rehacer su vida.

    No, Teri; t sabes que debmarcharme. T misma me laconsejaste; te pareci bien que fuescomo un valiente a la conquista de l

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    fortuna. Hace un mes que hablamos deviaje con relativa tranquilidad, ahora ahora te opones como una niaValor; mrame a m. Crees que no sufrcomo t?

    Pero ella bajaba la cabeza co

    obstinacin. Haban hablado del viajdurante un mes tranquilamente porquodava estaba lejos. Confiaba si

    saber en qu: no quera pensar. Era algcomo la muerte, que todos sabemos quvendr a su hora; pero la vemos ta

    ejos tan lejos! Guardaba ciertcalma cuando el viaje era slo umotivo de conversacin; pero ahora eruna realidad, un hecho que iba a ocurri

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    dentro de unas horas, y no podresignarse.

    Y no te ver, Fernando; pinsalbien! No te ver, y pasarn dassemanas, meses, quin sabe si aos!Y t tampoco me vers, y slo habr

    entre nosotros pedazos de papel en loque intentaremos poner el alma y slpondremos letras. Seor! Termina

    as tal vez para siempre, cuandhemos pasado cuatro aos juntoscreyendo morir si transcurran una

    semanas sin vernos!Estaban en la Carrera de SaJernimo, marchando en direccicontraria a la gran corriente de gent

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    que remontaba la calle hacia el interiode la ciudad. Las familias burguesasendomingadas, llevaban blanqueados lozapatos por el polvo de los paseosGrupos de hombres comentaban coenrgica gesticulacin los incidentes d

    a corrida de novillos de aquella tardeMujeres del pueblo, tirando de la mande sus pequeos, seguan al marido, qu

    ba con la capa cada, la gorra ladeada os ojos brillantes, canturreando todo

    algn coro de la zarzuela de moda

    Venan de merendar en las Ventas paladeaban la ltima alegra del vinbarato, la tortilla de escabeche y lcontemplacin del msero paisaje de la

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    afueras, ms abundante en techos dcinc, polvo y pianos de manubrio que eaguas y rboles.

    Qu rabia me da esta gente! deca Teri mirndolos con hostilidad evitando su contacto. No, rabia no

    pobrecitos! Tal vez envidia Pensaque ellos se quedan y que t te vas!Son ms dichosos que nosotros: vivir

    aqu, donde tan felices hemos sido.Luego aadi, con un acento d

    nfantil ligereza que contrastaba con s

    mscara trgica y el brillo lunar de suojos:Mira, en vez de irte a Amrica, d

    escribir versos y todas esas ambicione

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    de judo que te vienen de pronto poganar dinero debas ser uno de stosalbail, por ejemplo: no, albail nopodas caerte de un andamio, pobrecitmo! Carpintero; eso es; o ebanistaEbanista mejor. Y estaras de lo m

    guapo con tu capa y tu gorra; y yo comantn y moo alto, lleno de peinetas. Yahora nos iramos a nuestro barri

    cogiditos del brazo; no como vamossino ms alegres, y maana de buenmaana, t al taller y yo a buscar a m

    hombre a medioda con la cestita llena comeramos juntos en un banco dpaseo o al borde de una acera Y mhombre, como es buen mozo

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    seguramente que gustara a otras, y yme peleara con ellas y les arrancara emoo Di, no me crees capaz de reipor ti, para que no se te lleve otra?Pero el mundo est mal arreglado. Ypensar que estas pobres gentes tal ve

    nos envidien a nosotros! A ti, que tvas sin saber por qu ni para qu! A mque seguramente voy a morir! No ha

    usticia, Seor, ni pizca de justicia.Este deseo de vida popula

    ransform repentinamente sus ademane

    su lenguaje.Dinero cochino! dinerndecente! El tiene la culpa de todo l

    que nos pasa. Por l te vas t y m

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    quedo yo muerta de pena. Pero Seorno podra ser ese dinero canalla comel sol, como el aire, que es de todos para todos? Las mujeres no entendemode muchas cosas, pero yo creo que asdeba arreglarse el mundo para que la

    gentes fuesen felices Y si no puedser as, que lo supriman al muy ladrn

    o, no hables; no me irrites con tu

    palabrotas de sabio; no me hagas lcontra, mira que estoy muy nerviosa. Dconmigo: Muera el dinero!.

    Y como si con estas palabrahubiese desahogado toda su indignacinaadi mansamente:

    El caso es que hago mal e

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    nsultar a ese bandido. Huye dnosotros, pero l volver; volverpronto y seremos felices. Deja que sermine mi pleito con los hijos de m

    marido; va a ser de un momento a otro acabar bien, todos me lo dicen

    Entonces no llevar esta vida dpobreza disimulada, de bohemielegante; no tendr que ceirme a m

    viudedad y a los regalos de mi ta; ser rica y t no sufrirs ms, nrabajars, pues te mantendr yo yo

    tu Mara Teresa, que ser tu mujercita!Sinti cmo el brazo de Ojeda sestremeca bajo su mano; cmo scuerpo, pegado a ella en el ritmo de l

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    marcha, pareca repelerla cosobresalto.

    No vayas a empezar comsiempre, Fernando. Mira que no lsufro S seor, te mantendr; ser mmayor gloria. T te marchas por m, po

    hacerte rico, por rodearme de lujos comodidades, y vas pobrecito mocomo un soldado va a la guerra, a sufrir

    a matarte de fatiga. Y no quieres que so llego a ser rica te d lo mo? A

    callar! Ya sabes que no te aguant

    cuando te pones tonto con tucaballeras S seor, te mantendr, tguardar como un pjaro en su jaula, hars versos o no hars nada. Cumplir

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    conmigo slo con quererme mucho. Y yme dar el gusto de sostener a mhombre, de regalarlo y mimarlo, dpreocuparme con sus cosas y llevarlhecho siempre un brazo de mar. Sers mchulo; sers mi socio, como dicen la

    de los barrios bajos A veces macuerdo de algunas vendedoras que hvisto en la plaza de la Cebada, con su

    enaguas muy almidonadas y sus buenopendientes de oro. Ellas vendenrabajan, manejan el dinero, y e

    hombrecito est a sus espaldas sin haceotra cosa que proporcionar a la razsocial su autoridad de macho o guardael puesto cuando la socia se ausenta

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    Qu delicia! As te quisiera yo. Todo mo para ti! Mi chulo rico, djam

    soar. Djame forjarme ilusiones. Nme contradigas. No me gustas cuando tpones tan digno, tan caballeresco. Me querra si fueses ladrn; m

    pareceras ms interesante Ay!, msiento tan triste! tan triste!

    Estaban ahora en el Saln del Prado

    alejados del movimiento de la gracalle, caminando entre macizos dverdura, por una avenida solitaria e

    cuyo suelo trazaban los focos de lugrandes redondeles blancos.Callaba Mara Teresa, como si l

    excitacin de su falsa alegra hubies

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    cesado de golpe al ponerse en contactcon esta soledad. Apret mfuertemente el brazo de Fernando, rozndole el rostro con el ala de ssombrero, murmur:

    Di, y si me fuese contigo?

    Era una splica, un murmullo tmidoa peticin que se considera imposible

    pero se formula como ltima esperanza.

    Ojeda sonri tristemente. Partiuntos! Una felicidad que hab

    pensado muchas veces; pero l ignorab

    cul iba a ser su vida all. Seguramentde penalidades y miserias sin cuento. Yella, criatura de lujo, acostumbrada a lacomodidades del dinero, quera seguirl

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    en su incierta aventura! No; estaresoluciones extremas nicamente soaceptables en el teatro. La vida tienotras exigencias. Es posible el sacrificicomo algo momentneo, heroico, quslo puede durar poco tiempo: pero e

    sacrificio por toda una existencia!Recuerda, Teri, tu frase habitual

    La vida es la vida. Hay que darla l

    que es suyo. Vendras conmigvalerosamente, y a los primeros pasos lescasez de dinero, la falta d

    consideracin de las gentes, eescndalo que dejaramos a nuestraespaldas, la prdida de los intereses quests defendiendo, se encargaran d

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    demostrarnos nuestra locura. Y tcallaras porque me quieres, y lsoportaras todo con resignacin; lcreo; te conozco bien Pero eremordimiento de haber accedido yo a tocura! La tristeza de no haberm

    opuesto con mi experiencia de hombreEl miedo de adivinar en una palabruya, en una mirada, la lamentacin de

    pasado! Entonces sera cuando noperderamos para siempre. No; mejor esepararnos ahora. Yo volver pronto, t

    o juro. Y quin sabe! T vendrall ms adelante: cuando yo sepcul puede ser mi suerte.

    Ella se solt bruscamente de s

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    brazo, anduvo algunos pasos titubeante casi se desplom sobre un banco. S

    diestra, oprimiendo un minsculpauelo, pas entre el velillo y el rostrpara cubrirse los ojos. Lloraba; llorabsilenciosamente, sin estremecimientos n

    hipos de dolor, como si su llanto fuesuna funcin natural largamentcontrariada. Por fin se abra paso l

    desesperacin, adormecida toda larde, engaada por los momentos d

    olvido voluptuoso. Y las lgrima

    sucedan a las lgrimas, trazanduminosas tortuosidades sobre el fondmate de su cutis. Al alzarse el velo parenjugarlas, Ojeda vio un tringulo d

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    arrugas en las comisuras de sus ojos, ucerco de negrura cadavrica en torno dellos. La nariz pareca ms afilada, boca ms profunda: era una mujedistinta a la que media hora antebuscaba sus ropas a la luz de l

    chimenea. Diez aos haban cado dgolpe sobre su cabeza. Su faz parecaraada por el cansancio y la pena.

    Fernando suplic como un niatemorizado. Valor! Debsobreponerse a sus emociones. Teri er

    valiente cuando quera.Te vas gimi ella, siescucharle. Ahora me convenzoHasta este instante no haba visto claro

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    Es cierto que te vas. Y no hay remedio Qu cosa tan horrible!

    As permanecieron mucho tiempoMara Teresa, apoyada en el respalddel banco, con una mano en el rostro y lotra perdida en el manguito; Fernand

    de pie, intentando infundirla valor copalabras incoherentes. Los doemblaban de fro sin darse cuenta d

    ello, estremecidos por el viento glaciaque haca oscilar los focos de luz. Edolor los mantena como alejados de su

    cuerpos, sordos a sus sensacionesnsensibles a toda impresin externa.Avanzaban lentamente, por una call

    nmediata al paseo, las rojas linternas d

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    un coche de alquiler.Llmalo dijo ella co

    resolucin, incorporndoseAcabemos pronto; esto no puede durams tiempo Mejor que nos separemoaqu.

    l asinti con la cabeza. S; mejosera. Para qu prolongar este martirio

    Y cuando el coche se detuvo, MarTeresa march hacia l, irguiendo ebusto, pero con paso vacilante

    orciendo el rostro para no ver a OjedaTitube un momento al poner el pie en eestribo, y acab por retroceder.

    Pgale y que se vaya Iremos

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    pie hasta la Cibeles. Nos veremos umomento ms.

    Fernando aprob otra vez. El doloanulaba su voluntad, y por esto aceptcomo una dicha la prolongacin de sormento.

    Volvieron a tomarse del brazo caminaron silenciosos, lentamente. Suojos se rehuan. Evitaban hablarse

    emiendo despertar con las palabras sdesesperacin. Les bastaba sentirse euno junto al otro, percibir la

    vibraciones de sus dos vidas con el rocde sus cuerpos puestos en contacto. Terpareca obsesionada por sus recuerdos murmur unas palabras, como si s

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    hablase a ella misma, con una vomontona y vagorosa, igual a la de loque suean:

    La semana que viene tacuerdas? La semana que viene harcuatro aos que nos conocimos.

    Ojeda sinti disiparse su torpeza coeste recuerdo, pero continu marchanden silencio. Cuatro aos slo cuatr

    aos! Y haban sido tan largos y nutridocomo todo el resto de su vida Msmucho ms! Su existencia anterio

    apenas contaba para l; era como uimbo de sucesos incoloros. Sverdadera vida haba empezado junto Mara Teresa.

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    Pensaba con irnica conmiseracien su existencia antes de conocerlaCrea entonces haber paladeado todaas variedades y complicaciones de

    amor, y hasta se consideraba hastiado dellas. Haba tenido por suyas mujeres d

    alto precio, arrebatndolas en una pujde generosidad a los amigos ms ntimocon quebranto de su fortuna. Lo qu

    haba malgastado aos antes, cuando amorir su madre se vio en posesin duna fortuna algo mermada por su

    prodigalidades de hijo de familia! Suamores en la buena sociedad habaalcanzado igualmente cierta resonanciaAn guardaba en el pecho una liger

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    cicatriz, un puntazo recibido en un duelcon cierto seor que, despus de toleraciegamente todos los amigos anteriorede su esposa, se haba sentido de pronterriblemente celoso de Ojeda. El amoe haca encogerse de hombros e

    aquella poca de su vida: un pasatiempcomo la ambicin o como el juego; udulce engao para entretenerse.

    estaba de vuelta, a los treinta y doaos, de esta mentira que llena emundo, mantiene la vida y es l

    principal ocupacin de la humanidad.Todo le haba sido fcil en loprimeros tiempos. Recordaba a smadre, una seora plida y corts, d

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    personalidad algo borrosa, que parecencogerse como oprimida por lmajestad del esposo. Su amor Fernando, el hijo primognito, era enico sentimiento vehemente qudesdoblaba y haca vibrar con energ

    su dulce pasividad. Recordaba tambia su padre, imponente personajriunfador en el Parlamento durant

    veinte aos por la correccin con qusaba llevar la levita as como por sudiscursos solemnes, que duraban tarde

    enteras ante los escaos vacosHablaba ingls y alemn, lo que lproporcionaba cierto prestigimisterioso, indiscutible, y cada vez qu

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    su partido era llamado al poder, snombre figuraba el primero en la lista dministros. Nadie osaba disputarle ldireccin de las relacionediplomticas. Jams se habsorprendido la ms pequea mota en s

    evita ni el ms leve rastro de idepropia en sus palabras. Y junto con todesto, una correccin hidalga, que l

    acompaaba hasta en los menores actode su vida, una rectitud seoril bondadosa que pareca ennoblecer s

    rimbombante mediocridad intelectual.Ojeda le haba admirado hasta loveinte aos, dndole preferencia en suafectos sobre la madre buena, dulce

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    nsignificante. Haba paladeado en laribunas del Congreso tardes de orgull de gloria, pensando que aquel seo

    que desde el banco azul haca resonar lcpula con su voz grave y mova lobrazos con tanta elegancia, era el auto

    de su existencia. Luego, cuando laficin a los versos le sac del crculsolemne y entonado en que se mova s

    familia y vivi en el Ateneo y en laredacciones de los peridicos, sfacultad admirativa fue achicndose,

    sin dejar de sentir cierta veneracin poa personalidad moral de su padrecrey menos en la vala de snteligencia.

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    Al morir este personaje, en vsperade ser ministro por sptima vezFernando acababa de ingresar en ecuerpo diplomtico, como si con estsiguiese una tradicin de familiaApenas cesaron de hablar los peridico

    de la irreparable prdida que habsufrido el pas con la muerte dehombre ilustre, hzose el silencio e

    orno de su recuerdo, con esa facilidade olvido que acompaa a los hombredel teatro y de la poltica. Siempre qu

    Fernando encontraba al jefe del partido algn otro personaje ilustre amigo dsu padre, era objeto de presentacionesste es el chico de Ojeda Pobr

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    Ojeda! Un hombre que vala mucho. Yras este responso continuaba su pltic

    sobre accidentes de la poltica. Mientraanto, la madre viva encerrada en l

    estupefaccin dolorosa que le habproducido aquella muerte

    considerndola algo inauditonexplicable, como si los personajes de

    calibre de su esposo no pudiesen morir

    se imaginaba a todo el pas en emismo estado de nimo.

    Quiso avanzar Fernando en s

    carrera, ir destinado a una Legacin, y lbuena seora no se atrevi a oponerse sus deseos. Ella quedara en Madrid cosu hija, mientras el primognito daba e

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    el extranjero nuevo lustre al apellido depadre. Los graves seores volvieron evocar por unos momentos a su olvidadcompaero. Hay que hacer algo por echico de Ojeda. Y Fernando pas dieaos fuera de Espaa como secretari

    de Legacin, con frecuentes trasladoque le hicieron viajar desde las nacionedel Norte de Europa a las repblicas d

    a Amrica del Sur, siempracompaado por la proteccin de loamigos del malogrado personaje

    Pero esta proteccin se mostraba cadvez ms lejana, ms tenue, como erecuerdo ya esfumado del grandhombre. El hijo del eterno ministro

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    habituado a la adulacin y a lnfluencia social desde los tiempos e

    que era estudiante, iba notando el vacde la indiferencia en torno de spersonalidad diplomtica. Nadsignificaba ya ser el chico de Ojeda

    Ahora eran los chicos de otropersonajes de gloria ms reciente loque merecan los empujones del favor

    Adems, una falta absoluta dadaptacin le haca chocar con losuperiores, que le consideraba

    ntolerable por su independenciaEmpezaba a hablar con desprecio de lcarrera. En una Legacin, el ministroque haba alcanzado sus ascensos, ante

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    de que se inventasen las mquinas describir, por el primor caligrfico coque copiaba los protocolos, deca Ojeda con irnica superioridad: Quetra tan psima la suya! Y uste

    hace versos? Y usted presume d

    iterato?. Otros jefes le echaban ecara sus aficiones ordinarias, smarcada intencin de evitar la

    reuniones entonadas del munddiplomtico para juntarse con lbohemia del pas, juventud melenud

    que recitaba versos y discuta a gritosen torno de los ajenjos, bajo nubes dabaco. Un ministro haba escrit

    durante un ao entero a Madrid para qu

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    sacasen de su Legacin al secretariOjeda, individuo peligroso que muchoenan por socialista. En realidad, sl

    deseaba alejarlo para que la seorministra recobrase su calma de bueono y no se comprometiese con u

    nferior cantando romanzas y recitandpoesas en la penumbra del anochecer.

    Su fama lleg hasta el Ministerio d

    Estado. Lstima de chico! La maldititeratura! Si el grande hombrevantase la cabeza!. Y todos, jefes d

    seccin, ministros de diversacategoras, secretarios y hastagregados, repetan lo mismo: Tienalento, es un original; pero le falta e

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    liegue. El tal pliegue significaba sfalta de adaptacin a la carrera, srebelda a moldearse en las tradicionefrivolidades de la vida diplomticaPara lo que vala la dichosa carrera! S

    madre le enviaba todos los meses un

    cantidad tres o cuatro veces superior asueldo que l perciba. Su hermana Lolaa pesar de que vea en l un conjunto d

    odas las gallardas y seduccionevaroniles, protestaba contra lamaternales larguezas. Todo para el hij

    que andaba por el extranjero paseandsu casaca dorada, y para ella, que habde buscar un marido, los regateos estrecheces. Armonas de familia! E

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    algunos pases de Amrica, l y sucompaeros se lamentaban de que uconductor de automvil o un encargadde hotel ganase mayor sueldo que udiplomtico. Por esto las ilusiones de svida de miseria esplendorosa giraba

    siempre en torno del matrimonioambicionando todos una novia rica parhacer buena figura en la carrera.

    El deseo de no contrariar a smadre, que vea en la diplomacia lnica ocupacin digna, fue lo qu

    mantuvo a Fernando en su puesto; peral morir la pobre seora, present lrenuncia. Habituado a recibir ayudapecuniarias sin ocuparse directament

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    del manejo de sus intereses, Ojeda screy rico, muy rico, vindospropietario de una casa en Madrid muchas tierras en Andaluca. Shermana estaba casada con un ingenierohombre formal, que haba hecho s

    fortuna en la Amrica del Sur, ayudadpor algunos parientes. Era el talentadministrativo de la familia, y Fernand

    se burlaba de su honrada simplicidadsin dejar por eso de admirarleDominbalo su mujer con el prestigi

    del nacimiento: estaba orgulloso de seel yerno pstumo del ilustre seoOjeda, y recordaba sus glorias con mfrecuencia que los hijos. La familia de l

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    suegra proporcionaba igualmentgrandes satisfacciones a su vanidadAunque aqulla no haba disfrutado otrtulo honorfico que el de esposa de u

    grande hombre, estaba emparentada covarias condesas, marquesas y grandes d

    Espaa, de cuyos honores y distincionelevaba cuenta exacta el ingeniero. S

    orgullo bonachn crea haber perdid

    amentablemente el tiempo cuanderminaba el ao sin haber hech

    noventa visitas a estas ilustres damas,

    as que llamaba por antonomasinuestras tas.Ojeda le confi sus bienes par

    seguir sin preocupaciones una vid

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    doble de placeres. Pasaba sin transicidel mundo en que le haba colocado snacimiento a otro ms humilde, hacia ecual le empujaban sus aficioneartsticas. En un mismo da charlaba dmujeres, juego y caballos con l

    uventud desocupada y elegante de loclubs aristocrticos; luego pasaba larde en el pobre estudio de algn artist

    independiente y desconocidoutendose con melenudos de bota

    destrozadas que tal vez no haba

    almorzado; asista despus a un tdonde flirteaba con damas de famcontradictoria, y coma en un palacio en una taberna de bohemios, puesto d

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    frac, para ir luego al Teatro Real.El amanecer le sorprenda en lo

    gabinetes de Fornos con camaradas dnfancia y hembras de alto precio,

    otras veces en los camarotes de ucolmado con guitarristas, toreros

    socias de mantn y fraternaleamigos que le tuteaban y cuyoapellidos no conoca bien: hombres co

    brillantes enormes, rumbososdicharacheros, que haban estadalgunas veces en la crcel o bordeaba

    con frecuencia sus puertas.Tena cierta reputacin entre la gentiteraria de escalera abajo, que grita

    pugna por subir. Un muchach

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    simptico y de talento Lstima qusea rico!. Y los que se compadecan dsu riqueza le llamaban al mismo tiempsimptico por la facilidad con que sprestaba a un donativo de cinco durosReuni en un volumen impreso su

    poesas Magnfico! Era MusseLanz otro tomo Soberbio! ErBaudelaire. Public un tercer libro

    Colosal! Era el mismsimo EspritSanto hecho poesa. Los versos nestorban a nadie y son ocupacin d

    gran seor, por lo mismo que no dadinero. Escribi un drama heroico, udrama caballeresco, la epopeya de loconquistadores en las Indias vrgenes

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    con estrofas sonoras en las que vibrabun tintineo de espadas y corazas, y loprofesionales recibieron sonriendcomo hienas a este nio de buenfamilia que vena a quitarles el pan de lmesa. Muy bonitos los versos, per

    aquello no era teatro. Resultabdemasiado poeta para la escena.

    En ese tiempo encontr a Mar

    Teresa. Fue en casa de una de laparientas de su madre; en el t de uncondesa que figuraba entre la

    veneradas tas del marido de Lolaba a estas reuniones Fernando cuandde cinco a siete de la tarde nencontraba mejor distraccin a s

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    aburrimiento. Saba de antemano lo que preguntaran sus ilustres parientas

    viejas pretenciosas de pelo teido dentadura semejante a un juego ddomin. Pero grandsimo perdidocundo te casas?. Y si l s

    resignaba a asistir a estas reuniones, erustamente para no casarse, par

    aprovechar el tedio de alguna seor

    que se trasladaba humillada de un sala otro sin encontrar compaa, iniciandcon ella plticas sentimentales qu

    erminaban a veces en algo mpositivo.En la pieza donde estaba instalado e

    buffet encontr a Mara Teresa

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    Acababa de llegar de Pars, donde vivargas temporadas. Una rpida aparici

    en Madrid, y luego a huir otra vez. Lmolestaban y la hacan rer a un tiempa curiosidad malsana y la altive

    miedosa de sus amigas. Fingan sorpres

    al verla, la abrazaban, admiraban sraje, hacan elogios de su hermosura, l

    pedan datos sobre las ltimas modas,

    escapaban, procurando no tropezarscon ella otra vez.

    Ojeda la conoca vagamente. S

    marido haba sido de la carrera, uantiguo plenipotenciario que actualmentvegetaba retirado en una ciudad dprovincia. Aos antes la haba visto e

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    una comida en la Embajada de Espaen Pars, cuando ella estaba recicasada e iba con su marido a ocupar lLegacin espaola en una corte de lEuropa septentrional. Fernando la habdeseado con su vida admiraci

    uvenil. Qu mujer! Pero ellaorgullosa de su belleza y de su nuevrango, apenas se fij en el modest

    secretario de una Legacin americanade paso en Pars. Slo tena sonrisapara los personajes importantes que l

    rodeaban, y un gesto de agradecimientpara aquel viudo rico y viejo quecontrariando a sus hijos, la haba hechsu esposa. Procedente de una familia d

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    militares pobres y gloriosos, veasconvertida de pronto, por el entusiasmcasi senil de su marido, en una graseora diplomtica, rodeada de todaas comodidades de la riqueza, sin tenea que sufrir el tormento de un

    mediocridad con la que haban pugnaddesde la niez sus gustos de mujeelegante.

    Luego, Fernando no la vio msPero haba odo tantas cosas de ella!

    Los hijos del marido se encargaban d

    propalarlas, y todas las amigas de MarTeresa las repetan con la secretfruicin de demoler a una compaerque inspira envidia. Quin podr

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    conocer la verdad! Lo cierto fue que eviejo marido, dimitiendo de pronto splenipotencia, se vino a vivir a Espaaunas veces en Madrid, evitando econtacto con sus hijos, a los quguardaba cierto rencor, otras e

    provincias, dedicndose, segn decana grandes empresas agrcolas. Ellpermaneci en Pars, y de tarde en tard

    escapaba a la Pennsula para ver a smarido, restablecindose entre los dopor breves das cierto simulacro d

    reconciliacin; pero en realidad segn las amigas, estos viajes eranicamente para procurarse dinero.

    Los ojos de Mara Teresa pareciero

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    atraerle, y los dos se saludaron comantiguos conocidos. Ella le felicitsonriente y maternal por sus versos, qundudablemente no haba ledo, y por s

    drama, que no conocera nunca. Casi erun grande hombre. Cmo pod

    maginrselo as cuando le haba vistpor primera vez en Pars!

    Adems, me han dicho que e

    usted un grandsimo golfo.Ojeda se inclin sonriente, co

    exagerada cortesa.

    Y usted tambin, segn dicenparece un poco golfa.Dud ella un momento con el ce

    fruncido, no sabiendo si enfadarse po

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    estas palabras, y al fin acab por lanzael gorjeo de su risa.

    Venga usted y nos sentaremos eaquel rincn. Con usted es imposiblenfadarse. Qu tipo tan interesanteVamos a burlarnos un poco de toda est

    gente Nosotros hemos visto otracosas.

    Pasaron la tarde hablando de lo

    pases que llevaban visitados, de lagentes de la carrera que habaconocido, interrumpiendo esto

    recuerdos para rer a do de los qupasaban por el comedor y comunicarssus maledicencias. Al hablar se mirabade frente con una fijeza curiosa, com

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    extraados de no haberse conocidantes, adivinando cada uno con rpidclarividencia lo que pensaba el otropensamientos que se desarrollaban fuerdel curso de sus palabras. Al dsiguiente sintieron la necesidad d

    verse y al otro y al otro. Ella spreocupaba de la vida de su vida; lacosaba con preguntas para conocerl

    con todos sus detalles; la hacan remucho sus relatos de aventuras en lobajos fondos de Madrid.

    Quisiera ver eso; conocer subohemios, sus cantaoras. Llveme cousted, Fernandito; sea usted bueno. Yconozco algo de Pars, pero lo de aqu

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    es indudablemente ms interesante, mpico Debe oler a puchero.

    Estos deseos caprichosodesaparecieron de golpe despus de lcada si es que hubo cada. Fueron euno del otro casi sin saber cmo, po

    mpulso natural y fcil, sin enterarsciertamente de cul de los dos apunt eprimer intento y cundo se inici l

    realizacin. Ella no se tom el trabajde fingir la ms leve resistencia, dcoquetear con negativas sonriente

    acompaadas de ojos aprobadores.Desde que te vi, adivin que estba a ser y ha sido. T pensars l

    que quieras; tal vez me crees ms fci

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    de lo que soy. Pero contigo, para qufingimientos!

    Como Teri se marchaba a Pars, se fue tambin, y empez lo que llamabFernando la mejor poca de sexistencia: una vida de concentraci

    egosta, una vida a dos, de ceguera olvido para todo lo que estaba ms allde ellos, cortada por frecuentes viaje

    emprendidos al azar de una lectura o dun recuerdo histrico. Qu hermosbesarnos entre las columnas de

    Partenn!. Y emprendan un viaje Grecia. Qu delicia ver el desiertoos dos juntitos, desde lo alto de la

    Pirmides!. Y salan para Egipto. Y as

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    fueron a contemplar, tomados del talle con las cabezas juntas, el sol de medinoche en Noruega, el Kremlin cubiertde nieve, las palmeras del oasis dBiskra y las azules corrientes deBsforo, sin contar otras excursione

    ms vulgares en busca del canaveneciano la colina toscana o el lagsuizo como fondo decorativo de un amo

    que ansiaba abarcar todo el viejo munden su insolente felicidad. Pronto notOjeda una transformacin en el carcte

    de Teri. Perda por momentos su alegrnconsciencia de pjaro loco. Era mgrave en sus palabras; mostraba unmesura conservadora en sus juicio

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    sobre el amor. Ella, que al principio lncitaba a narrar las aventuras de s

    pasado, riendo gozosa cuanto mncontables eran, palideca ahora con u

    gesto de protesta.No quiero orte dec

    apndose los odos. Calla, por DiosMe repugnas cuando recuerdo esacosas Acabar por no quererte.

    En sus viajes la acometarepentinos celos cada vez que Fernandmiraba a una viajera de buena presencia

    Luego fue l quien se sorprendipreguntando con sorda irritacin pardesentraar los misterios del pasadoQu existencia haba sido la de Ter

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    antes de que ellos se conociesen? Poqu murmuraban tanto de su vida eaquella corte septentrional? Por qu shaba separado de su marido? Debhablar sin miedo; l lo aceptaba todpor adelantado: no haba sido en s

    iempo.Pero Teri mova la cabez

    negativamente, con una tenacida

    reflexiva en el gesto y unos ojos dmisterio, como mujer que sabe que eamor las confesiones francas no s

    olvidan ni se perdonan.Todo mentiras calumnias. Nadengo que contarte. Olvida eso; no t

    atormentes No hubo nada; y aunqu

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    algo hubiese yo no te conocentonces, no te conoca!

    Y con esta exclamacin cerraba ustificaba todo su pasado.

    Ella miraba a Fernando como algpropio que le perteneca para siempre

    Ms de una vez haba protestado en lohoteles de la facilidad con que dabaalojamiento a ciertas aventureras, co

    grave peligro de la paz matrimonial. Afuerza de titularse Madame Ojedahaba olvidado su verdadera situacin,

    se indignaba, con todo el fervor qunspira el derecho de propiedad, slo apensar que alguna mujer pudierarrebatarle su marido.

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    Cuando fatigados de tantos viajerecalaban en Madrid y vivan separadopor algn tiempo, l en casa de shermana, ella con una ta a la quconsideraba como una segunda madreesta separacin pareca enardecer su

    celos. Al verse Teri por las tardes en ecerrado dormitorio, adonde llegabsuave y quejumbroso el sonido de l

    campana de don Miguel, tena dpronto exabruptos colricos.

    Ya vives en tu Madrid, donde ha

    hecho tantas picardas A saber sestars engandome con algunagrandsimo ladrn!

    Despus de estas explosiones de ir

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    se apelotonaba contra l, humilde mida.

    Es porque tengo miedo dperderte, de que otra me quite a mhombre. Quisiera asegurarte parsiempre, tenerte atado de una patit

    como un jilguero. Di: si nos casramosqu tranquilidad! T que sabes tanto

    contesta: llegaremos a casarnos algun

    vez?Tambin Fernando, que durante lo

    primeros meses slo vea en Mar

    Teresa una conquista ms, una mujeelegante y hermosa que halagaba smasculina vanidad, sufra de prontguales cleras. l, que al principio n

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    deseaba saber y olvidabvoluntariamente el pasado con todas lavaguedades calumniosas que haba odacerca de Teri, sentase posedo dpronto por una curiosidad dolorosa malsana, un deseo de gozar cruelment

    hacindose dao, y aprovechaba lomomentos de abandono para hacerlhablar, queriendo conocer sus amore

    antiguos.Cuando te digo que no he tenid

    ninguno! protestaba ella

    Creme: t has sido el primero y serel ltimo.Pona en sus ojos el asombr

    ngenuo y en su voz la infantil humilda

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    de la mujer que necesita ser credaOjeda tambin necesitaba creer. Parqu fatigarse en esta cacera del pasadoY con repentina confianza, deseaba lmismo que su amante, un casamiento quconsolidara su felicidad.

    El egosmo del amor estallaba eMara Teresa con deseos crueles.

    Ay, cundo se morir Joaqun!

    Para lo que sirve en el mundo!Joaqun era el marido, y ella, po

    nformes de sus amigos o por las corta

    entrevistas que tena con el viejo avolver a Espaa, calculaba laprobabilidades de su muerte.

    Est peor; casi chochea. Esto va

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    erminar de un momento a otro.La sensible Mara Teresa, que s

    apiadaba de los perros abandonados ea calle y rea con los cocheros cuandevantaban el ltigo sobre las bestias

    hablaba framente de la muerte, como s

    nicamente tuviera entraas para samor y el resto del mundo careciese dnters. Ojeda la escuchaba con ciert

    remordimiento. Desear la muerte de upobre seor que no les haba hecho daalguno y al que inferan desde lejo

    diariamente un sinnmero de misteriosaofensas! Qu cobarda! Pero eegosmo amoroso acab por despertaen l igualmente, con una cruelda

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    mplacable. Aquel viejo estpido, por eprivilegio de su riqueza, la habposedo el primero, haba paladeado lamismas dichas que l pero con eencanto de la novedad. Bien podmorirse Que se muera!

    Y se muri de pronto, mientras elloestaban muy lejos; y al regresar Madrid a toda prisa, aturdidos por l

    feliz noticia, les sali al encuentro algque no haban conocido hasta entoncesel valor del dinero, lo difcil que e

    echarle la mano encima cuando sempea en huir, la necesidad material prosaica sobre la que descansan todaas ilusiones y deseos de la vida.

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    Don Joaqun se haba ido del mundsin dejar a su mujer otra renta que unpensin del gobierno como viuda dministro plenipotenciario: un poco mde lo que ella pagaba a su doncella ePars. Una parte de su fortuna proced

    de la primera esposa y pasaba a lohijos; la otra parte, que erconsiderable, apareca donada en vida

    os mismos hijos, que haban vuelto a sgracia en los ltimos aos.

    La primera idea de la impetuos

    Mara Teresa fue comprar un revlver r matando por turno a los hijos y lahijas de su marido, a ms de yernos nueras, sin perdonar a los nietos. Raz

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    maldita! Ladrones! Y para esto habsacrificado los primeros aos de suventud a un viejo tonto, renunciando a

    amor? Pero no; l era bueno y lquera. Muchas veces le habasegurado que dejaba las cosas bie

    arregladas para despus de su muerteEran los otros, que intentaban robarlaY desistiendo de la compra del revlver

    se lanz en las aventuras de un pleitcon el fervor apasionado que despiertaen algunas mujeres los incidentes

    embrollos y peleas de todo litigio. Elldemostrara que la familia de su maridhaba abusado de la flojedad mental dste en los ltimos meses, par

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    despojarla con documentos falsos.Fernando acogi el contratiempo co

    frialdad. En el fondo de su nimo lhaba repugnado siempre que el dinerdel viejo entrase en su casa al unirse egalmente con Mara Teresa.

    No te apures; tal vez sea mejoas. Cuenta slo conmigo. Yo trabajarsi es preciso.

    Pero tambin a l le aguardaba otrsorpresa por boca de su cuado, hombrde orden que haca algn tiemp

    deseaba rendirle cuentas. Variahipotecas pesaban sobre sus bienedesde la poca en que Fernando llevabuna vida alegre, y a esto haba qu

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    aadir las fuertes cantidades quadeudaba a la familia. Los viajes coTeri haban devorado mucho dineroOjeda qued perplejo, como sdespertase ante el montn de papeleque le presentaba el ingeniero, y l

    repeli con gesto de gran seor. Nadadelantaba con examinarlos; lo qudeca su cuado deba ser cierto. E

    pobre hombre se excus con humildadHaba tardado en hablar, por miedo que Fernando se disgustase; l estab

    dispuesto a todos los sacrificios; perena dos hijos, Lola andaba en trmitepara darle el tercero, y tema suprotestas de mujer ordenada

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    econmica que no quiere dejarsarruinar por un hermano. El ingenierena un proyecto Por qu no s

    casaba con una mujer rica? Con sfigura y su nombre! Un Ojeda! saba mejor que nadie lo qu

    representaba este apellido.No; prefiero trabajar. Yo saldr

    adelante.

    Y vendiendo bienes para reunifondos, Fernando se lanz en lonegocios con una ceguera que no admit

    consejos. Adems, jug fuerte en el clubhasta la madrugada, en busca dfugitivas ganancias. Ay, su amor!, spobre amor humillado y envilecido po

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    as preocupaciones del dinero! Adias inconsciencias del pjaro errante, e

    desprecio por las previsiones demaana! Sus besos tenan muchaveces el crispamiento de cariciadesesperadas; quedbanse de pront

    absortos los dos y tenan miedo dpreguntarse en qu pensaban. Algunaardes, en el desorden del lecho, e

    aido de la campana de don Miguelsorprenda a Ojeda hablando seriamentde un gran negocio, de una combinaci

    con amigos del club, indiferente y frante la carne adorada que no podcontemplar en otros tiempos sin cubrirlde fogosas caricias.

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    Ella, por su parte, hablaba depleito, la gran empresa de su vida, coodas las vehemencias del inter

    material y del odio. Pasaban por su bocadorable palabras curialescas, trminodel procedimiento, aprendidos co

    pronta asimilacin en sus conferenciacon los abogados. El triunfo era seguropero habra que esperar un poco. Y

    mientras tanto, su exterior seoril ibsufriendo una transformacin, que no sescapaba a los ojos de Fernando

    Transcurran meses y meses sin que algfresco viniera a adornar su bellezavida en otra poca de costosanovedades. Al sucederse las estacione

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    reaparecan los mismos vestidos del aanterior, hbilmente retocados. Sguardarropa de Pars poda sacarla dapuros por mucho tiempo. Hablaba coentusiasmo de pobres costurerillas dMadrid que, bajo sus indicaciones

    hacan prodigios en el arreglo de ropa sombreros. Las joyas vistosas

    primeros regalos con que el marid

    haba domado sus esquiveces dovenzuela, slo se mostraban de tard

    en tarde, despus de misterioso

    cautiverios en poder de prestamistasAlgunas haban desaparecido parsiempre.

    Mara Teresa haca elogios de l

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    generosidad de su ta. Ella se ocupabde su mantenimiento y sus diversionesorgullosa de ostentarla a su lado eeatros y fiestas. Era capaz de darle tod

    su fortuna: pero tena hijas, y stabatallaban a todas horas contra l

    nfluencia de su prima.A veces, con una timidez ruborosa

    huyendo la vista, preguntaba a Ojeda po

    el estado de sus negocios. Si tuvieraun dinero que necesito!

    Y cuando l, con apresuramiento

    satisfaca su demanda, Mara Terespareca arrepentirse.Qu vergenza! Yo pidindot

    dinero! Es para algo importante; y

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    sabes el pleito. Pero en fin, comhemos de casarnos, todo lo nuestro debser comn. Cuando yo salga con la maa no tendrs que trabajar, pobrecit

    mo!, ya no penars con tus negocios.Los tales negocios no poda

    marchar peor. En menos de un ao habsufrido Fernando dos prdidaconsiderables en empresas ilusorias

    as que le arrastraron ciertos amigos declub tan inexpertos como l. El juegcontribua igualmente a disminuir s

    fortuna. De tarde en tarde una ganancie inspiraba gran fe en el porvenir, raa como consecuencia regalos

    generosidades para Teri. Despus d

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    estos breves perodos de optimismoreapareca la silenciosa clera al vedesmoronarse lentamente suesperanzas.

    En esta situacin, cuando no sabqu hacer y se senta dominado por u

    desaliento mortal, pas por Madrid uespaol rico, residente en Buenos Aireso de su cuado. Aquel hombre, qu

    haba huido de su tierra acosado por lpobreza treinta aos antes, hablaba dmillones con asombrosa familiaridad

    se burlaba de la mediocridad de lonegocios peninsulares. Laconversaciones con este seor, qucoma muchas veces en casa de s

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    sobrino, escuchado y admirado por toda familia cual un hroe triunfante

    fueron para Ojeda como otros tantoatigazos aplicados a su volunta

    dormida. La ascensin realizada poeste antiguo rstico y otros muchos de s

    clase, por qu no intentarla l? Y coesfuerzo corajudo, temblando como sconfesase una infidelidad amorosa

    expuso sus propsitos a Mara TeresaQuera partir; necesitaba ser rico parella, slo para ella. Aquel pariente de s

    cuado prometa ayudarle, y l, con lorestos de su fortuna, poda intentar eAmrica algo fructuoso y de rpidxito.

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    Fernando insista especialmente ea rapidez de su viaje. Asunto de un ao

    o dos cuando ms; y an as, podra ir volver algunas veces. Ella deba hacersa ilusin de que amaba a un militar qu

    sala para la guerra, pero una guerra si

    peligro de muerte.Teri le escuchaba plida, con lo

    ojos lacrimosos, pero acab por aproba

    su resolucin. S, deba partir; era mejoque trabajase en un ambiente mpropicio y favorable que el del viej

    mundo.Para amortiguar su pena intentaroembellecer el prximo viaje coreminiscencias romnticas y optimismo

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    radicionales. l iba a ser como lopaladines de los viejos romances, qusalan a correr luengas tierras para hacepresentes a su dama. Volvera trayendmillones, y otra vez conoceran lexistencia opulenta, con viajes de luj

    por todo el mundo, grandes hotelesautomvil a perpetuidad, y podrasacar del cautiverio de la usura lo

    collares de perlas y las joyas luminosasUn sacrificio de dos aos: ni uno msTodos saben que en Amrica basta est

    iempo para que un hombre inteligentconquiste riquezas. Las consiguen allantos imbciles! Recordaban alguna

    comedias en las que el protagonist

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    enamorado sale al final del primer actcamino del Nuevo Mundo para hacefortuna, y al empezar el segundo ya emillonario y est de vuelta. Se notan el algunas transformaciones que no lvan mal: unas cuantas canas prematuras

    a faz tostada, las facciones menrgicas y angulosas; pero slo haranscurrido quince minutos desde qu

    baj el teln hasta que vuelve a subirEn la realidad, no seran quince minutosseran quince meses: tal vez dos aos

    pero bien poda hacerse el sacrificio deste tiempo a cambio de afirmar lfelicidad.

    As haban pasado las ltima

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    semanas, hablando del viajediscutiendo sus preparativos, forjndoslusiones sobre los resultados, per

    vindolo siempre en lontananza; hastque, de pronto, les avisaba el zarpazo do inmediato, de lo inevitable. Y Ojeda

    al despertar de esta vertiginosevocacin de recuerdos que slo habdurado algunos segundos y abarcab

    odo un perodo de su existencia, se vicaminando por el Saln del Prado, euna noche fra, al lado de una mujer qu

    marchaba con desmayo, como si armino del paseo la esperase la muerteevitando las palabras de l, evitando smirada.

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    Hasta aqu nada ms dijo Teral llegar cerca de la fuente de Cibele. No, no me beses: me hara muchdao; no tendra fuerzas para irme Lmano tampoco No; adis!, adis!

    Lo apart de ella como si fuese u

    extrao; volva la cabeza por no verleDe pronto, llamando a un coche para qua aguardase, huy.

    Fernando qued inmvil largo ratviendo cmo se alejaba con lentraqueteo el vehculo de alquiler haci

    a Puerta de Alcal. Dentro de la cajvetusta y crujiente se alejaban suesperanzas, la razn de ser de su vidaY as eran en realidad las grande

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    separaciones, los hondos dolores: sipalabras sonoras, sin frases elocuentescompletamente distintas de como se veen los teatros y en los libros!

    Las horas anteriores a la partidaranscurridas en el hotelito de s

    cuado, all en lo alto de la Castellanase le aparecan ahora como un tormentde la intimidad familiar. En s

    habitacin el equipaje en desorden y sviejo sirviente ocupado con los ltimopreparativos; en el comedor los hijos d

    Lola, que no queran acostarse sidespedirse de l. To, trenos uoro To, una mona Cuand

    vuelvas, acurdate, to, de traer u

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    negrito. Y su hermana, que habomado un aire protector con la emoci

    de la partida, le sermoneabmaternalmente. A ver si haca all unvida ms seria y remediaba sus locurasEl marido aprobaba la cordura conyuga

    con afirmaciones optimistas. Tena lcerteza de que Fernando iba a triunfarsu to le aguardaba all, y era hombr

    que poda ayudarle mucho. Y llevado dsu exactitud en los negocios, aburraluna vez ms con el relato de la

    gestiones que estaba haciendo pariquidar en efectivo los restos de sfortuna, y los plazos y forma en que irremitindole las cantidades.

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    A las once de la noche se vio Ojeddentro de un automvil camino de lestacin del Norte, pasando por callesolitarias y dormidas, en las quempezaban a estacionarse los serenos

    o haba querido que le acompaase

    su hermana y su cuado, evitndose asas ltimas expansiones familiares

    Cerca de la estacin vio, al doblar un

    esquina, el Teatro Real. Adisrecuerdos! Adis, Mara Teresa! Ellestara all en un palco, rodeada de luz

    con su ta y sus amigas, tal vez bajo lahambrientas miradas de codicia varonifijas en las tersas blancuras de sescote. Y l, lejos!, cada vez m

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    ejos!Al bajar del automvil encontr

    desiertos los alrededores de la estacinEra un tren el suyo de escasos viajerosun simple coche-dormitorio que por lnea de cintura iba a unirse con e

    expreso de Portugal en la estacin de laDelicias. Cerca de la entrada vialgunos mozos que venan hacia l par

    apoderarse de sus maletas, y un cochde alquiler inmvil, con el cochersooliento y el caballo husmeando e

    suelo. Algo blanco, encuadrado por unventanilla, se agitaba en su obscurnterior. La luz de un farol de ga

    arranc de este bulto un reflejo irisado

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    un fulgor de piedras preciosas. Ojedasin darse cuenta de su avance, se viunto a la portezuela del carruaje Er

    ella, envuelta en una capa de seda pieles, con las plumas de su peinaddobladas por la exigua altura del techo

    ella, empolvada, pintada para disimulasu palidez, con gruesos brillantes en lobulos de sus orejas y una fijeza trgic

    en los ojos desmesuradamente abiertos.Quera verte sin que t me viera

    murmur con voz quejumbrosa

    Verte una vez ms. Me he escapado deReal No poda vivir pensando quan estabas aqu. Y ahora, adis! Nobesos, no. Adis!

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    El cochero, obedeciendo sin duda una orden anterior, dio un latigazo acaballo, y Fernando tuvo que apartarseUna rueda pas junto a sus pies. Aborrarse instantneamente la visiblanca, columbr la agitacin de u

    pauelo y crey or un gemido.Los andenes de la estacin estaba

    desiertos, lbregos. Slo brillaban la

    estrellas rojas de unos cuantos farolesastros perdidos en las tinieblas, bajo eenorme caparazn de hierro de l

    echumbre. En la va central unocomotora y un vagn, que, aisladosparecan un juguete.

    Fernando vio que slo iba a tene

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    por compaeros de viaje a londividuos de una familia. Pero qu

    familia! Llenaba casi todos locompartimientos del vagn, y en tornde ella y de una montaa de equipajeagitbanse ms de doce servidores

    porteros de hotel, camareromovilizados, mozos de cargaautomovilistas.

    Sintise contento de esta vecindadempezaba a estar entre los suyosAquella familia necesariamente deb

    ser argentina; una de esas familias quocupa todo el piso de un gran hotelena un vagn entero, alquila el costad

    de un buque, y estrechamente unida s

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    desplaza de un hemisferio a otro siabandonar otra cosa que los muebles. Eefe de la tribu daba rdenes y propinasa seora, alta, carnuda, majestuosa, co

    el talle algo deformado por lmaternidad, lea la gua de ferrocarrile

    a travs de sus lentes de oro. Cerca della tres jvenes elegantes, las hijas, dos igualmente adornadas, pero d

    mayor edad: las cuadas del seor. Upoco ms lejos la suegra, venerablmatrona vestida de negro, de air

    aseorado y resuelto, que cuidaba de lanias ms pequeas. Luego los hijovarones, que eran muchos, y a Ojeda lproducan el efecto visual de una tuber

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    de rgano cuando por casualidad scolocaban en fila, de mayor a menor. Ems grande con la cara afeitadafumando, y un aire resuelto de hombrque lo sabe todo y nada le queda pover. Pens Fernando al examin