cartas desde el sahara. 1975 - akhnaton ibañez.pdf

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    Cartas desde el Sahara 1975

    Akhnatn Ibez

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    Akhnatn Ibez Rodrguez, 2013 Primera Edicin Dicienbre 2013. Coleccin RelatosBreves.

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    Nunca olvides las reglas. Las propias... En gente como nosotros, es lonico a lo que acogerse cuando todo se va al carajo

    Arturo Prez-Reverte.

    Corresponsal de guerra y escritor.

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    ndice

    Mapa5

    Nota del autor

    6Captulo 1

    7

    Captulo 2 11Captulo 3

    14Captulo 4

    18Captulo 5

    22Captulo 6

    28F o t o s

    34

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    Mapa de 1970. Sahara Occidental

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    NPrlogo: Sobre Hroes.

    o escribo sobre hroes amados por lodioses, recibidos por aplausos, fanfarriasy besos.No hay lugar en mis textos para Legolas, Superman o el bueno de

    Edward Cullen. Alma blanca y sonrisa blanca. Guapos, perfectos. No, esos no son los hroes que me fascinan. Yo hablo de Eneashuyendo de Troya con sangre en las manos, hablo de valor y dignidad en el

    infierno, hablo de Salvador Puig Antich mirando a los ojos de su ejecutor yhablo de Ernesto Guevara desangrndose en la selva por una idea. Hombres y mujeres a los que nadie regal nada. Hroes con cicatricesen la cara y en el alma, que rodeados de persas y cagados de miedo, luchanall donde todos los dems huyeron. Los hroes que a m me interesan son los que pudiendo rendirse,eligen no hacerlo. Los que se mantienen aferrados a su propio cdigomientras el mundo se desmorona a su alrededor. Y despus, cuando todo seha ido al infierno, an se levantan impertrritos para desafiar de nuevo almundo, vendiendo cara su piel. Locos, valientes, soadores, libres, peligrosos, duros, con el alma rotay con la cara rota, derrotados e invencibles, orgullosos y aferrados a unsentido del honor que sobrevive en un mundo en el que el honor carece desentido. Yacen olvidados a pie de pgina donde luchan, sangran y mueren poruna palabra, por un sueo o por una mirada. La mirada de esa mujercambiante e impredecible, buena o mala por la que mereci la pena cruzar

    el mundo.

    Akhnatn Ibez.

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    D

    Captulo 1

    iluviaba sobre la frontera del SaharaMarruecos en la noche del 5 denoviembre de 1975. Llova como si lehubiesen rajado la barriga al cielo. O

    como si hasta el desierto o la puta que lo pari se le meara tambin encimapens con desesperacin el pelirrojo soldado. Llova mientras el ejrcito del Hasn II se agrupaba al otro lado uncampo de minas. Miles y miles de marroques aguardaban con la vista fijaen el Sahara Espaol, aguardando la orden de su Rey para tomar al asalto elpas, de punta a punta y de familia en familia. Tambin llova a mares en los muros manchados de sangre del fuertede Santa Catalina en los que se apretujaba el soldado de guardia. La sangreera del alfrez Daz, muerto en su puesto semanas antes y la tensin en elfuerte era palpable. El acoso del Frente Polisario saharaui y del FLUmarroqu contra los efectivos espaoles era constante. Y sangriento. Senta la inquietud como una piedra en el estomago al ver las lejanas

    luces del ejercito acampado frente a ellos. En el fuerte tenan armas,vehculos y las promesas de refuerzos inminentes, pero todo eso nosignificaba nada esta noche frente a la enorme masa de casi medio millnde personas arremolinndose frente a l. Y ms que se iba a liar cuando elprimer exaltado de ese medio milln diera un paso dentro del territorioespaol. Un maldito campo minado es todo lo que nos separa de una masacre,pens mirando la ciudad sobre la que se alzaba el fuerte Y dnde estnahora las promesas de Madrid? murmur malhumorado el joven de las

    Tropas Nmadas. Y as pasaba las horas y la noche, montando sus guardias listo para lacatstrofe. Si tuviera que elegir una sola palabra para describir esta guardia, seramarrn se dijo. No, se reconoci a s mismo, sera miedo, jodido y

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    profundo miedo y un fro tan hondo que congela por dentro. Desde luegono sera gloria y honor farfull escupiendo al suelo para perder su vista enla oscuridad del desierto. A su espalda titilaban las luces del fuerte deSanta Catalina, desde el que custodiaba la ciudad de Mahbes. Sus lucesperfilaban su desgarbada silueta, alto y delgado con su fusil bajo la luna,solitario en su puesto de guardia. El viento arrastraba sus maldiciones alfro desierto. Y tena razones para ello, corra el ao 1975 y aquel rincn del SaharaOccidental que esta noche defendan se haba convertido virtualmente en laprimera lnea de defensa frente al ejrcito del rey Hasn II, impulsor deuna marcha verde formada de 350 000 civiles y 25 000 soldados. Por esoesta noche su guardia tena ms de simblica que de efectiva, pues si elmaldito ejrcito marroqu avanzaba, ellos serian barridos. Y todos delprimero al ltimo lo saban. En el silencio de la noche, reflexion cmo demonios haba acabadoen esa ratonera. Una juventud pobre y turbulenta junto a varias acusacionespendientes por robo le empujaron a alistarse al alcanzar la mayora deedad. Siempre haba soado con huir de la miseria en que viva su familiay su mundo y este era el precio a pagar. Inmediatamente fue destinado alSahara Occidental, primero en Smara, y despus -tras una mala pelea conun teniente- enviado a Mahbes. Cerca de la frontera y lejos del mundo

    civilizado, acumulando pagas atrasadas, polvo y miedo muy lejos de sucasa. Se pregunt si alguno de aquellos cretinos que escriben picosdiscursos para el peridico sobre la gloria colonial habra pisado algunavez un lugar tan jodido como este. No, claro que no, no seran sus hijosquienes murieran en una trinchera, entre el barro y la mierda, olvidados poreste maldito pas con amnesia colectiva. Cada noche al salir de patrulla sepreguntaba si esa mancha marrn sera la sangre del alfrez Daz y sialguien an le recordaba. Y despus maldeca de nuevo al viento. Desde Madrid llegaban dos cosas en grandes cantidades:

    declaraciones y promesas. Nada ms, y nada ms se esperaba de ungobierno agnico con un caudillo moribundo. Pero a pesar de que cada dallegaban proclamas de salvar el Sahara y promesas de un ejrcitomovilizado an no haba llegado ni un solo soldado de ese ejrcito y lainquietud era palpable. Los propios saharauis se encontraban divididos ante esta situacin.

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    Por un lado estaban los que tras ms de cien aos de ocupacin se sentanespaoles de pleno derecho o al menos toleraban la ocupacin. Estoscontaban con pasaporte y DNI espaol pero a pesar de las continuaspromesas del prncipe Juan Carlos o del presidente Arias Navarro dedefender esta provincia espaola el miedo a ser abandonados era notorio eneste segmento de la poblacin. Por otro lado estaba los seguidores cada vezms numerosos del Frente Polisario, grupo armado que persegua laindependencia saharaui atentando contra el ejrcito.

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    Aun a pesar de que cada da se levantaba con miedo, no le guardaba

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    un especial rencor al Frente Polisario, l era soldado, conoca las reglas dela guerra y a fin de cuentas l habra hecho lo mismo de ser su pas elinvadido. Lo que de verdad le enervaba era el sin sentido de todo aquello,de haber sido involucrado en toda esta maldita locura que solo beneficiabaa las 3 o 4 grandes compaas extractoras que ao a ao canibalizaban lasenormes reservas de fosfatos que dorman bajo las arenas del Sahara y suscaladeros. l no estaba dispuesto a dar la vida por los negocios de las carroerascompaas de su pas, pero nadie le haba preguntado. Esa noche llovi porltima vez sobre el fuerte de Santa Catalina y a nadie ms volvi aimportarle la mancha marrn sobre la muralla.

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    A

    Captulo 2

    l amanecer despert agotado por elduermevela en que haba pasado la nochepero pocos soldados con excepcin delos ms veteranos haban logrado pegar

    ojo. Aun as volva a estar seco y se sinti con fuerzas para enfrentar lo queestuviera por venir. Le dieron orden de presentarse en el patio de inmediato, habanllegado nuevas desde Madrid y el comandante Arana en persona, queratransmitirlas a la tropa. Cuando lleg estaba casi todo el regimiento esperando nervioso yunas decenas de metros ms adelante se poda ver al comandantevisiblemente alterado. Arana, quien estaba a cargo del fuerte, era militarviejo con ms de 30 aos de servicio a sus espaldas. ste se encontrabahablando con un desconocido uniformado al que suponan llegado desdeSmara con noticias del alto mando. Su cara normalmente impasible, era unpoema. Un poema de rabia y vergenza. Los soldados se agitaron en suspuestos impacientes por saber que estaba ocurriendo, muy consciente delejrcito que se amontonaba a unos kilmetros de all pero preparados paraactuar. Cualquier cosa era mejor que otra noche de espera. - Seores - dijo el comandante Arana dirigindose a la tropa -, elasunto es grave, llegan rdenes desde Madrid. Se hizo un silencio mientras buscaba las palabras adecuadas, y al noencontrar ninguna simplemente dijo: - El ejrcito que prometi Madrid no existe, los refuerzos nunca sernenviados- dijo mirndoles a los ojos -. El alto mando pone en marcha laoperacin Golondrina: ordena la retirada del Sahara y la evacuacin de lazona - manteniendo an el control a pesar de la vergenza que le invada sedirigi a su escuadrn-. Caballeros, acabamos de convertirnos en laretaguardia de un ejrcito en retirada. Poco puedo decirles, dentro de unashoras este lugar ser un infierno y nosotros no estaremos aqu para verlo.

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    S que muchos de ustedes tienen amigos, compaeros o familia enMahbes, pero no tenemos otra opcin, las rdenes son claras, evacuar todoel material militar junto con su guarnicin hasta Smara y desde ah hastaCabo Bojador donde sern embarcados rumbo a Canarias. Tienen una horapara hacer sus preparativos, despus empacaremos el material ycomenzaremos el xodo a Smara. Se desat el caos en las filas, mientras unos sonrean aliviados de huirde semejante ratonera sin disparar un solo tiro, otros con mujer e hijos enla zona se dejaban caer desesperados. El comandante les haba conseguidouna hora y eso era todo lo que poda hacer por ellos. La mayora de ellosnunca volvieron a aparecer a la hora siguiente, desertando con lo puestopor salvar a su familia. A pesar de que era un secreto a voces que estabandesertando, nadie se atrevi siquiera a mirarles a la cara mientras corrandireccin Mahbes. Y tampoco nadie dijo nada cuando a la hora siguiente la mitad delpelotn no regres. Pero el soldado pelirrojo segua ah. La marcha verde habacomenzado.

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    El soldado recibi orden de cargar solo con lo imprescindible y suarma, meti en su petate un par de fotos viejas, comida, brjula, algo de

    ropa y una rosa del desierto que encontr en Smara al llegar al Sahara. Escurioso lo que uno decide salvar mientras Troya arde. Cargaron el material militar, la comida y el agua en camionetas,destruyeron todo cuanto no pudieron llevarse y montaron en los vehculospara huir antes de que se propagase la noticia. Aun as solo pudieronapretar los dientes mientras oan los gritos de los habitantes de Mahbespidiendo ayuda o simplemente cagndose en sus muertos a medida queiban tomando conciencia de la traicin.

    Ya casi haban abandonado la ciudad cuando se cruzaron con elpequeo colegio de Mahbes donde una nia los vio pasar en silencio. Eraen la ltima camioneta donde se sentaba el pelirrojo soldado, as que tuvoque aguantar su mirada mientras se perda poco a poco en la distancia. Nohaba gritos, ni splica en la expresin de la nia, ni siquiera reproches,solo la ms profunda decepcin y un miedo atroz. - No es mi decisin - se dijo mientras la perda de vista en la distanciapero supo con claridad que se haba roto algo dentro de s mismo y que esaparte ya no volvera, haba quedado atrs, junto a la nia.

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    S

    Captulo 3

    mara, la Ciudad Santa de los saharauis salzaba a casi 300 km al sudoeste deMahbes. Aqul era un largo camino a travsdel duro desierto en el que finalmente tuvo

    tiempo para pensar en qu demonios estaba ocurriendo. Qu sera de los habitantes de Mahbes? Conoca a sus padres e hijos,haba compartido mesa y tardes con sus familias se pregunt qu seraahora de sus vidas. Unos huiran a Argelia dejando su vida, su familia y suhogar atrs y tendran que vivir en campamentos con una Troya ardiendo asus espaldas. Pero otros moriran defendiendo su hogar, pens el soldadocon la lucidez que da vivir cerca la muerte. Poco podan hacer ya ante lainvasin de Marruecos, ms que la obstinada resolucin de sobrevivir en supropia tierra. Supo que nadie se acordara de ellos en la pennsula, no escribiranartculos, peridicos o libros de su lucha, ni de su muerte. Moriran ensilencio olvidados por el pas que durante cien aos fue suyo, les dionacionalidad y pasaporte mientras haba recursos que robar y que ahoramiraba a otra parte mientras moran en el desierto. Por el camino se cruzaron con pueblos abandonados, no quedaba nadieya y la imagen era inquietante. Pero mejor que dejar nios atrs. Para distraer su mente de la culpa, se concentr en el gran futuro quele esperaba en la pennsula, cerca de su familia y del merecido ascenso queun inoportuno puetazo a un teniente frustr hace aos en Smara. Por finuna paga digna despus de tantos kilmetros de polvo, barro y mierda eninterminables guardias del desierto, se dijo. Pero no obtuvo alivio alguno y

    los buenos pensamientos a los que se agarraba fueron rpidamentesustituidos por el agridulce recuerdo de Smara. Y de Zaida. Haca mucho tiempo que le atormentaba su recuerdo, y volvi a sentirel vaco. La conoci al poco de llegar al Sahara desde la pennsula. Ellaviva en un diminuto tico en el centro de Smara, aparentaba su edad y aduras penas se manejaba en castellano pero era la duea de una mirada

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    capaz de capturar a cualquiera. Y captur al soldado. Tena el carcterfuerte del fuego y l un hambre insaciable de perderse en l. Todas lasnoches hacan el amor y se dorman mirando las estrellas. Era salvaje,orgullosa e inocente y fueron meses felices viviendo en su casa. Record lacalidez de quedarse dormido abrazado a ella y la alegra de despertar a sulado. El vaco se hizo ms grande.

    Ella perteneca al FP y l al ejrcito colonial, y la tensin entre ambosbandos comenz a crecer hasta estallar con la llegada de los primerosatentados. El soldado la hizo elegir entre l y el FP, y ella eligi alPolisario. Esa misma noche se fue de su casa. No se senta con valor paraenfrentarse a una cama vaca, as que busc el valor en largos tientos devino y solo borracho accedi a retornar a su cuartel.

    Fue la mofa de sus propios compaeros al llegar adems de su aspectodeplorable lo que envalenton suficiente a un teniente para preguntar si suputa del Polisario le haba pegado algo. El puetazo, la pelea y elnavajazo posteriores son ya historia en su memoria. Pero le cost dospagas y el traslado inmediato a Mahbes, que acept gustoso. Cuando ella fue a buscarle, l ya no estaba.

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    Quiso volver a verla con todas sus fuerzas. Primero decidi escribiruna carta y esperar. Despus escribi una y otra vez, siempre sin respuestahasta que se decidi a volver a Smara, pero ella ya no estaba. Busc,

    pregunt y desesper, pero nadie saba nada. O nadie quiso decir nada a unmilitar espaol. Se pregunt cmo se sentira ella ahora, con su pas invadido y losespaoles huyendo, pero lo que ms le preocupaba es que pensara de l.Lleg a la conclusin de que hubiera preferido que lo recordara como unenemigo antes que como un cobarde traidor. Sus reflexiones se vieron interrumpidas al llegar a Smara. Un mesantes el propio rey Juan Carlos viaj a Smara a prometer el apoyo delgobierno en defensa del territorio y del pueblo saharaui. Dnde estar l

    ahora? Podr dormir? Le sabr menos dulce su caf de la maana?Recordar siquiera lo que aqu pas? La belleza de los blancos muros que se alzaban desde la Ciudad Santacontrastaba con la tremebunda imagen de cientos de refugiado de puebloscercanos aglomerndose en puertas y plazas, buscando una proteccin parasus familias que no exista. Otros muchos ocupaban casas abandonadas porsus dueos que haban huido dejando todo atrs. La polica y el ejrcitoespaol se haban retirado al fuerte de Smara cerrado a cal y canto-mientras que la ciudad se hunda en el caos. Se dirigieron lo ms rpido posible al fuerte, esquivando viejos, niosy refugiados, as como la mierda que los propios saharauis les tiraban a supaso. Aquella fue una noche dura para el soldado y su mente le jug malaspasadas. Desde su puesto de guardia pens ver a Zaida una y mil vecesentre la multitud que rodeaba el fuerte pero nunca era ella. Tambin creyhaberla visto entre la multitud que les arrojaba basura con despreciocuando llegaron y rez en silencio por que no fuese ella. Era la segunda

    noche que temblaba, pero esta vez hubiera preferido el fro. As es como el soldado cerr los ojos, cont hasta diez y antes de queel miedo le detuviera abandon su puesto sin mirar atrs. Con un vaco enel estmago y an temblando, se acerc al primer saharaui que vio y lecambi su dinero por su zam. Y as embozado se fue de sombra en sombrahasta la casa que tanto recordaba. Pero all no le esperaba nadie, la casa

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    estaba vaca y ese vaco se contagi a su pecho. - Se han ido, se fueron hace ya das dijo una voz familiar a suespalda-. Ha vuelto a irse con la ciudad a punto de ser invadida. Est junto

    al Polisario, hacindose cargo de Smara mientras vosotros abandonis. Yno ser yo quien revele a vuestro ejrcito dnde se ocultan. El soldado no tard en reconocer a su vecino con el que tantas cenas ytardes apacibles haba pasado. ste tena una mirada seria y recriminatoriapero no delatora. Se han ido, haba dicho, Quin ocupara su cama ahora?Cmo poda invadirle esa estpida sensacin de celos justo ahora? Penscon frustracin El mundo yndose al carajo y l senta celos? Se sintirealmente estpido pero aun as no puedo ahogar la pregunta. - Quin va con ella?

    - No puedo creer que seas tan estpido Con quin crees que puedeestar despus acostarse con un extranjero? Huye de aqu antes de quealguien te reconozca y se echen sobre ti. Pero l no iba a moverse, no ahora. - De verdad no lo entiendes? Se fue con tu hijo, grandsimo imbcil,con tu hijo. Y ahora vete, porque la prxima vez que te vea no ser parahablar.

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    E

    Captulo 4

    l soldado no era persona dada a tolerarinsultos y por mucho menos hubierasaltado como un lobo. Pero ahora seencontraba paralizado.

    Su hijo. Trat de asimilarlo de golpe, pero fue incapaz. - La ciudad esta yndose al infierno y a m me surge un hijo? Pero ya no haba nadie quien pudiera escucharle, su vecino se haba

    ido tal y como haba aparecido y solo qued la soledad de lo que un da fuesu hogar. Careca de sentido perseguir a su vecino, nada ms le dira o peoran, lo denunciara como militar espaol en medio de una turba depersonas abandonadas y asustadas. - Pero con qu puta cara voy a mirarme maana al espejo si memarcho ahora? Volvi a taparse con su embozo y apretando los dientes salt de nuevoa las calles oscuras de Smara a buscar al FP. No saba muy bien cmo

    hacerlo, as que camin, mir, soborn y pregunt sin ningn xito. Nosaba que al Polisario no se le busca, l te encuentra a ti. O simplementeera demasiado terco para admitirlo.

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    En una calle tan oscura y sucia como las otras cien que habarecorrido antes se encontr de bruces con seis figuras embozadas de lasque apenas se distinguan los ojos. A juzgar por la actitud de los seis, era

    obvio que esperaban a alguien, y por la seguridad con que se movan a sualrededor, ese alguien era l. Una de las figuras se adelant y con un tono de quien estacostumbrado a dar rdenes le dijo: - S quin eres y s que buscas, pero eso no es una buena idea... - Yo decido que es... - No estoy aqu para hablar contigo, sino para avisarte! - le cort suinterlocutor con rabia- Si no ests ahora mismo desangrndote entre la

    mierda de algn callejn oscuro es porque alguien ha intercedido estanoche por ti, con mucha vehemencia. Demasiada. Le mir con una expresin de profundo desprecio en sus ojos oscuros. - Vete, ya no eres bienvenido aqu y quien t buscas ya no quiereverte. Nadie ni nada te espera ya aqu ms que dolor.

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    El soldado saba que no era un momento para charlas, dilogos niargumentos as que simplemente reuni valor y dijo con voz segura: - No.

    Un puetazo lo derrib al suelo, nunca supo de donde le llegaron losdems golpes pero an aturdido reconoci una de las voces - BASTA! - dijo Zaida con fuerza - Abdul, te ata una promesa, y siquieres que maana yo y los mos luchen a tu lado, salva a este soldado. Tras un instante mirando a Zaida, arrug la cara y volviendo su vistaal soldado en el suelo dijo: - Vete, hemos venido solo para advertirte de que te largues en elprimer vehculo que salga de la ciudad. Asegrate de que as sea. Escupi

    al suelo y se dio la vuelta para marcharse. - Si vuelves a ir tras nosotros dijo mientras se iba - esto no volver aacabar bien. El soldado intent incorporarse con su magullado cuerpo para mirar aZaida pero solo pudo ver como se daba la vuelta y lo dejaba abandonado enla calle sin mediar ms palabra. Comenz amanecer, le dola el alma y las heridas as que se puso enpie agotado y buscando fuerzas de donde ya no le quedaban se encamin al

    fuerte. Pens seriamente en irse en la primera camioneta que sali del fuertecomo le haban indicado, dormir y dejarlo todo atrs, saba que no habaesperanza de que Zaida o su hijo, si es que era cierto, apareciesen. Pero aunas, se tom un caf, fue a su puesto de guardia y esper.

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    Esper al siguiente convoy y al siguiente del siguiente, as hasta queya solo qued el ltimo cuando el sol se alzaba al medioda, y aun as seaferro a su puesto hasta el ltimo minuto con la esperanza de ver asomar su

    cabeza. Pero no fue as. El sargento le orden montar, el recogi su alma y su arma y se subial ltimo destacamento militar espaol en el norte del Sahara.

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    C

    Captulo5

    uando el vehculo sali, ya no qued natrs. El fuerte qued abandonado a lastropas del Polisario que rpidamente loocuparon.

    Los soldados que componan el ltimo convoy salieron de la ciudadsin mirar atrs agradecidos por escapar de la tormenta que se avecinaba.Excepto uno, que s miraba atrs viendo Smara alejarse hasta desaparecercon Zaida dentro. Supo al instante que de nuevo otro pedazo de l habaquedado atrs. Sobrevivira ella a lo que estaba por venir? Cmo deba lsentirse despus de que lo salvara y lo rechazara, ordenndole irse? Cerrlos ojos y le dese la mejor de las suertes. El sol abrasador del medioda caa a pico sobre la camioneta, todosellos se encontraban dormitando atontados contra las lonas con el desiertoabrindose paso a su alrededor. Pens que perder el conocimiento y dormirno era sino una grata anestesia a la que abandonarse y la dulce posibilidaddel olvido.

    Apenas cerr los ojos cuando el desierto despert rugiendo rabiosopara escupir formas negras sobre la arena blanca que les cortaban el paso.De todas partes surgan saharauis armados. El soldado pelirrojo y suscompaeros custodiaban el ltimo convoy con armas y estaba claro que esoera lo que haban venido a buscar. Sin mediar ms palabra tronaron los primeros fusiles con sus furiosaspromesas de muerte y las balas traspasaron limpiamente la lona delcamin, cayendo de inmediato varios cuerpos al suelo. Cmo habapodido ser tan estpido de no entenderlo? Coge el primer convoy que

    salga de la ciudad record; no me estaba echando pens con una sonrisaamarga Me estaba salvando la maldita vida! Y ahora ya estoy bien jodidodijo mirando a su alrededor. Supo de inmediato que ellos eran los ltimos,la retaguardia de un ejrcito que hua y no quedaba ya nadie paraguardarles el culo. Los saharauis lo saban tambin y no permitiran que sellevasen las armas que tanto necesitaban.

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    Finalmente, iba a ser un da sangriento tambin para los espaoles. Tras la sorpresa inicial, ms de 20 militares espaoles saltaron aldesierto a la carrera para ponerse a cubierto entre rocas. Se saben

    superiores en nmero y armamento y eso les otorga la confianza paraavanzar decididos. Los saharauis saben que una vez perdida la sorpresainicial sus esperanzas se reducen cada minuto. Pero mucho depende deellos y no se irn de ah sin lo que han venido a buscar.

    Tras los primeros intercambios de disparos de la docena que habainiciado el asalto solo quedan 8 en pie y estan siendo rodeados, muchos de

    ellos estn ya desangrndose en la arena y son despachados rpidamentecuando los espaoles llegan a sus posiciones. Las rdenes son acabar conellos, y el soldado pelirrojo se entrega a ello como el que ms con fraeficacia, movindose entre la arena y la sangre de forma calculada, lasdudas y vacilaciones que le venan acompaando das desaparecen paradejar paso a la accin, los aos de entrenamiento y disciplina se imponen,

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    empujados por la adrenalina y la certeza del peligro. Por unos instantes nada ms que sobrevivir y matar ocupa su mente ya ello se entrega con mortal eficacia.

    Hasta que la ve a ella entre las rocas. Y ella le ve a l, por un instantese detiene y podra haberse quedado congelado en el sitio si ella no lehubiese disparado. Fue ese simple acto el que devolvi las cosas a su lugar.Ambos eran soldados y saban las reglas, matar o morir. Ella no iba avolver a casa sin nada con lo que proteger a su pueblo, o lo lograba omorira en el intento. El solo poda presenciar lo inevitable y jugar el rolque le haban asignado. Cuando respondi a su fuego se sinti realmenterabioso. Al final todo se reduca a eso: honor, patria y gloria; a morir enun charco de sangre en cualquier esquina del mundo defendiendo losintereses de otros que no conoca ni comparta? Estara el rey tomando elt con pastas ahora mismo? Sabr por qu hemos muerto hoy aqu o porqu estoy asesinando a la nica persona que he querido? Pero era soldado ya pesar de su rabiosa lucidez no dej en ningn momento de empuar elarma y responder al fuego enemigo. A fin de cuentas ella estabaexactamente en la misma telaraa de la que ya no es posible escapar.

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    Todos los avisos del da anterior fueron en vano, y ella era totalmenteconsciente de las consecuencias. Hay acciones que una vez iniciadas nopueden ya detenerse.

    Su nico alivio fue que no fue l quien puso fin a la vida de Zaida.Eran los ltimos que quedaban parapetados tras unas rocas y una granadalanzada por un compaero acab con cualquier posibilidad de rendicin.Puso fin a cualquier otro desenlace, aunque saba, incluso antes de queexplotase que no haba ningn otro final posible, conoca al Polisario ylucharan llevndose a cuantos pudieran por delante. Y sus compaerostambin lo saban, por eso una granada zanj el asunto. - Vmonos - dijo en tono sombro el sargento, mientras an se oangemidos de lamento y dolor.

    - No dijo el soldado pelirrojo con determinacin -, son tambinsoldados, no perros y merecen una muerte digna, no morir desangrados enla arena como ratas. - Tiene razn, alguien debera rematar a estos pobres diablos yahorrarles el sufrimiento - dijo uno de los soldados veteranos delregimiento volvindose hacia el soldado pelirrojo -. Podrs hacerlo? Por toda respuesta, el soldado cogi el fusil y se encamin concuidado al rescoldo de piedra donde la granada haba cado. Necesitaba

    verla antes de irse, necesitaba cerrarle los ojos y despedirse. Es lo nicoque se les permite a los peones como l y como ella, cuando otras manosles empujan en el ajedrez de la guerra, unos minutos de paz antes decerrarle los ojos en medio charco de sangre. Y vivir con ello para siempre.A l nadie le pregunt si quera matarla, en realidad nadie le preguntnada, ni a nadie le importaba nada lo que quisiera, era solo un pen msentre los miles en el brutal ajedrez de la guerra. No era tan ingenuo como para pensar que ideas como la justicia, elderecho o la razn tuvieran algo que ver con la guerra, la guerra es prctica

    e interesada. Es un simple negocio entre poderosos, pero se senta comocarne de can movida por el tablero sin remordimientos. Quizs fuesese el coste real de alistarse, perder el derecho a decidir? Con tan lgubres pensamientos se encamin al escollo a darle un tiroen la cabeza a la nica persona que haba amado, si es que an agonizaba.

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    La encontr en un bao de sangre, un cuerpo sin sentido por el suelo.Eso lo hara ms fcil. Antes de acercarse ms, se asegur con sendos tiros de que los otros

    asaltantes estaban realmente muertos. Se dio cuenta de su error cuandoZaida entreabri los ojos por el ruido y le vio. - Lo siento... alcanz a murmurar Zaida antes de perder de nuevo elsentido. Para su sorpresa su expresin no era de rabia ni odio sino dulce,como quien ve a un ser querido entre sueos. Se acerc a mirar, tena un corte profundo en el abdomen y habaperdido sangre, la vida se le escapaba por la raja minuto a minuto pero nosera rpido, sera una muerte lenta y en los ltimos momentos, dolorosa.

    Le apunt con mano firme, se lo deba. Pero al momento se dio cuentade que no poda asesinarla a sangre fra ni dejarla morir entre dolor. Tampoco haba otra alternativa, era ella o l: las reglas de la guerra,ambos eran soldados y saban las consecuencias. Sus compaeros nunca laaceptaran en el camin, y aunque lo hicieran para cuando llegasen a laprxima ciudad estara muerta muchos kilmetros atrs. No lloraba, pero era lo suficientemente lucido para darse cuenta de susituacin, la mano que mova los peones le haba permitido unos minutospero pronto le empujara de nuevo a su deber, por fortuna esta vez le haba

    tocado el bando ganador y la mano le empujara lejos del desierto, de laguerra y de Zaida para sealarle otras personas que matar en otrosdesiertos y otras tierras. U otras personas que traicionar y abandonar. No era su decisin. Era un soldado y era su deber, todos lo saban, llo saba. Pero ah plantando, con Zaida murindose en sus brazos se sintiprofundamente cmplice. Responsable. Y le entraron unas ganas enormesde morder la mano que empujaba los peones como ellos a matarse. Respir profundamente y decidi que esta vez s habra eleccin, sueleccin. Y que podan darle por culo a todos los reyes y sus cmplicesamericanos quienes estaban detrs de todo este teatro sangriento, solo eranuna ficha en el inmenso tablero de la guerra fra. Se acerco ms a Zaida y le acarici la cara -Si tengo que morir por lomenos que sea por algo que merezca la pena. sta es su guerra, no la ma. Le tapon la herida y la subi al jeep en que ella haba llegado.

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    Mientras haca todo esto, ni uno solo de sus compaeros dijo nada.Saban que era el nico entre todos ellos que no estaba cumpliendo con sudeber de soldado pero tambin era el nico que estaba haciendo lo que

    deba. El silencio era absoluto. El sargento le dio orden de parar, la ignor y no volvieron amolestarle. Cuando arrancaba el motor para irse, el teniente se acerc en silencioa su lado, paso su mirada de l a ella. Lo conoca, en Smara se conocantodos, cuatro aos atrs le haba roto la ceja y haba sido enviado aMahbes.

    - Conoces las consecuencias de irte? El soldado asinti impasible. -Vas a volver a Smara? De nuevo volvi a asentir. - Aqu no hay buenos, ni malos dijo persuasivo el teniente -, solohacemos lo que nos ordenan, no te tortures por ello. Te van a disparar encuanto te reconozcan, crees que merece la pena arriesgarte por alguienas? No lo entiendo.

    - Eso es porque t matas o salvas a quien te mandan. Yo en cambiopuedo elegir. El teniente sac su pistola y tras mirar unos instantes a los ojos delsoldado agit la cabeza, le dio su arma y sin decir ms palabra se fue.

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    E

    Captulo 6

    l jeep cruz el desierto a toda velocidaHaba decidido salvar a la persona queyaca en un charco de sangre a su lado eirse, y una vez tomada su decisin no

    quedaba espacio para la duda. Ningn rey, comandante o teniente podaprohibirle ya nada. Sabore por un momento la sensacin de tener elcontrol de su propia vida. Todo se haba ido a la mierda y ya solo lequedaban sus propias razones. Bueno y tambin un jeep, Zaida murindose

    a chorros, rabia y una pistola. Que no era poco. La invasin haba comenzado y la ciudad segua siendo un caos peroahora era un caos sangriento. Se escuchaban disparos en la distancia, ygente corriendo por cada avenida. Haba sangre en las calles chorreandocomo sangre en las calles. Pero nadie les molest, todo el mundo estabams preocupado por salvarse que por el vehculo que cruzaba a velocidadsuicida. Irrumpi en el hospital a la carrera con Zaida en sus brazos. El lugar,un gran bloque de hormign, era un sangriento desorden y los heridos tantodel Polisario como civiles que estaban siendo enviados all lo atestaban. Laentrada estaba custodiada por soldados del FP que al ver a Zaida lefranquearon el paso sin ms preguntas, el hecho de que el soldadoestuviese embozado en su zam tambin facilito la tarea. De inmediato losmdicos la llevaron a enorme habitacin donde yacan los heridos encamas improvisadas mientras sus familiares y amigos les velaban. El soldado vio al vecino de la noche anterior con su familia guardandola cama de unos nios, sus hijos supuso, que yacan malheridos. No tuvo el

    valor de quitarse el embozo que le cubra. - MAMAK, umbi! - grit uno de los dos nios al ver a Zaida, heridoy a trompicones fue corriendo hasta su cama. Su vecino lo vio correr,despus miro a la mujer desmayada y por ltimo mir a los ojos delsoldado para asentir en silencio. Era aquel cro pelirrojo su hijo? Que poda decirle? Haba tiroteado

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    a su madre y ahora se la traa medio muerta. Tena las manos y laconciencia manchadas de sangre y no se atrevi a abrir la boca. Vio a suhijo llorar frente a l y call.

    Cogi con cuidado la medalla del cuerpo desmayado de Zaida ylentamente se dio la vuelta para marcharse de ah. Algn da se ladevolvera y le contara que ella vala ms que su casita con vistas alMediterrneo. Pero pronto un tiroteo interrumpi sus pensamientos. Se asom a laventana y vio un pequeo comando de militares marroques tiroteando alos soldados de la entrada. Las rdenes y los gritos se sucedieron alrededor. Mir a Zaida, nopoda ir a ningn sitio enchufada a las bolsas de sangre. Lo mismo ocurra

    con la mayora de moribundos de la sala. Era imposible evacuar a lacarrera aquel lugar, sera demasiado lento. Pronto acab el tiroteo y al ver a dos militares marroqus entrando asaco dentro supo de inmediato que venan mal dadas y que haba llegado elmomento de pagar el coste de sus decisiones. Bueno, aqu acaba esta historia-se dijo- y se descubri el embozo paraque vieran que era espaol y nada tena que ver con todo esto. - ESPAOL, ISBANIA, ISBANIA! - grit agitando las manos, los

    marroqus se detuvieron en seco y comenzaron a hablarle en rabe a gritos. Su vecino que contemplaba la escena con preocupacin le tradujo. - As que t eres el que la ha trado - dijo mirando a Zaida -. Quierensaber que haces aqu todava, dicen que eres un maldito loco y te ordenanmarcharte de inmediato. El soldado se dio la vuelta, consciente de que ya no haba vuelta atrs,puta guerra se dijo, puta y mil veces puta guerra. - Lo siento Zaida, mil cosas me hubiera gustado decirte y ahora

    ninguna tiene sentido ya le susurr el soldado agitndole los rizos, tenasangre en el pelo y en la cara quiso acariciarle la cara pero no haba tiempode nada ms. Respir profundamente, mir a su vecino y asinti en silencio. Con deliberada calma se acerco a los otros militares y estando a

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    apenas un metro le desjarret un tiro en la cara al primero. Los ojos delmuerto an le miraban con incredulidad mientras caa. El segundo,sorprendido pero ms avispado que el primero no tard en apuntar ydisparar casi a ciegas. Una bala perfor su hombro y cay al suelo por el impacto, solo lamultitud de saharauis que se abalanzo contra el marroqu le salv de morir.El hombre muri a golpes por la horda de gente que se abalanz encima,sinti pena por l, era solo otro pobre soldado de trinchera trinchadosiguiendo rdenes. Probablemente a l tampoco nadie le hubiesepreguntado si quera estar ah y en otras circunstancias podra haber sido lmismo quien estuviera ah. Pero quizs exista cierta responsabilidad en las rdenes que se decide

    aceptar o en las guerras que uno decide librar pens ponindose en pietrabajosamente. Cogi el rifle cado y mir atrs por ltima vez; vio a Zaidadesangrndose, vio los dos muertos y vio a su hijo que le miraba sinentender y supo que ya no haba vuelta atrs ni jeep que le sacase de all.Se encamin a trompicones a la entrada donde an yacan los cuerpos delos soldados saharauis que la protegan. Esta s que va a ser mi ltima putaguardia, sonri amargo apretando el colgante en su mano, buscando elvalor necesario para no cagarse de miedo delante de su hijo.

    Le temblaban las piernas mientras se diriga a su puesto, pero intentdisimularlo con todas sus fuerzas. Estara su hijo vindole? Le contaranque no tuvo miedo? Se enderez y se apost en su puesto con toda lasolemnidad que pudo. Saba que vendran ms marroques, en cuantointentasen contactar por radio sabran lo ocurrido y no seran solo cincoquienes se acercasen. l no poda ganar esta guerra, es cierto, pero podaganar tiempo para Zaida. Lo mnimo que poda hacer por su hijo es dejarleuna madre pens. Para su sorpresa su vecino se apost a su lado, cargo el rifle delmilitar cado y aguard en silencio con mano temblorosa. La barricada que defenda la entrada del hospital era poco ms queunos sacos de arena y el cadver de unos caballos que haban arrastradopara parapetarse. Ambos ofrecan una imagen ridcula: un viejo orondo enuna esquina y un soldado herido en la otra intentando defender solos un

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    edificio entero de unos soldados que ya se vean venir. Pero la solidaridady el odio son emociones muy subestimadas y una a uno se fueron uniendoms personas, muchas mujeres, hombres y algn anciano. Se encontr enmedio de un dispar grupo de gente luchando con palos, rifles y piedras porsus familiares. Se encontr con dignidad en la desesperacin.

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    - Caballeros! grit un hombre con voz solemne - Soy el tenientecoronel Bilal mano derecha del ejercito de su majestad Hasan II, hanluchado ustedes con una valenta que despierta en m mi ms profunda

    admiracin les ofrezco el perdn total, salir de aqu con vida y con el honorintacto y mi respeto si rinden sus armas ahora mismo. Ms de 50 hombresme acompaan y no hay nada ya que puedan hacer. El soldado mir a sus compaeros, estaban mugrientos y heridos. Peroni uno solo se movi de su puesto, aferrado a su arma. Naim le consultocon la mirada antes de hablar y este por toda respuesta apret la medalla deZaida en su mano y asinti. - Tenis la sangre de mis hijos en las manos hijos de puta pero no osvoy a dar tambin la de mi hija. Hay batallas que no solo se luchan sin

    miedo sino tambin sin esperanza. A partir de ah una lluvia de balas los asalt desde todos los ngulos, yuno a uno fueron cayendo, replegndose y defendiendo cada metro trasventanas y muros, sabiendo que era imposible ganar y sabiendo que sufamilia dependa de cada metro y de cada minuto que lograsen resistir. Finalmente el ejrcito marroqu tomo al asalto el hospital, entraronpor puertas y ventanas como promesas de muerte. El soldado perdi lapistola cuando dos militares saltaron sobre l, se puso a dar cuchilladas, a

    uno le cort en el brazo y al otro ni siquiera llego a ver donde le hincaba elcuchillo, el miedo le atenaz en lo ms hondo pero no grit, su hijo podaestar entre esa multitud de ojos que le observaban impotentes, luch hastael final, luch sin fuerzas, luch sin esperanzas y an sigui luchando hastaque un golpe le mand al suelo. Desde all lo ltimo que vio fue la sangre,su sangre esparcindose por el suelo, por la medalla atada a su mano yunos ojos verdes que le miraban entre el montn de gente de gente. Unospreciosos ojos verdes de un nio pelirrojo.

    As es como Zaida, mi madre, sobrevivi al genocidio de la marchaverde, y mi padre an es recordado como uno de los hroes de Smara. Yo crec para ver como el mundo ignor el genocidio y la traicin ami pueblo, fuimos exiliamos al rido desierto donde nada crece y

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    condenados al olvido. Pero nosotros no olvidamos. Nosotros noperdonamos. Son nuestros muertos los que llenan las arenas y resistimoscon la fuerza de un pueblo que continua la lucha por su tierra.

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    Akhnatn Ibez.

    Fotos

    Diario el Pueblo (28/10/1975).

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    Visita de Don Juan Carlos de Borbn a la capital del Sahara

    Occidental Espaol(2 Nov. 1975).

    He venido a saludaros y vivir unas horas con vosotros; conozcovuestro espritu, vuestra disciplina y vuestra eficacia. Siento no poderestar ms tiempo aqu, con estas magnficas unidades, pero quera daros

    ersonalmente la seguridad de que se har cuanto sea necesario para quenuestro Ejrcito conserve intacto su prestigio y el honor. Espaa cumplirsus compromisos y tratar de mantener la paz, don precioso que tenemosque conservar. No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando seofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afn lacooperacin y entendimiento entre los pueblos. Deseamos proteger

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    tambin los legtimos derechos de la poblacin civil saharaui, ya quenuestra misin en el mundo y nuestra historia nos lo exigen (J. C. Borbon,02/11/1975)

    Portada del peridico ABC (15/11/1975)

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    Editorial ABC 15/11/1975

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    Tropas espaolas en el Sahara: Legin y Tropas Nmadas

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    Tropas Saharauis

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    Tropas Marroques

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