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1 APUNTES HISTORICOS SOBRE EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Y SU CULTO edición 1937 edición 1962 edición 1997 edición 2007 Imprimatur, Guadalajara, abril 9 de 1968 Narciso Aviña Ruíz, Pro Vic. Gral. Este opúsculo cuenta con dos partes: en la primera se refieren las noticias relativas al origen de la Imagen del Señor de la Misericordia y a su culto, con una sucinta relación de los capellanes que han habido en el santuario; y en la segunda, se contarán algunas de las gracias insignes que se han alcanzado, mediante la invocación del Señor de la Misericordia, hasta el presente tiempo. Pbro. Agustín Ramírez Barba FUENTES DE ESTOS APUNTES.(A) TESTIMONIOS ESCRITOS. Hallé los primeros en el archivo de esta parroquia. Como es tradición constante y universal, encontré entre los habitantes de esta región que D. Pedro Medina fue quien se halló en el Cerro Gordo el madero de donde se formó la imagen del Señor de la Misericordia y que esto aconteció, según el testimonio de sus descendientes, después que el dicho señor estaba ya casado; lo primero que había que buscar, corno punto de partida para esta historia, era el acta de matrimonio de D. Pedro Medina, que tuvo por esposa a Josefa Torres. Al efecto fui a la notaría del curato y pedí el libro de actas matrimoniales. Después de investigar en más de treinta años, encontré el acta de matrimonio de D. Pedro Medina, casado con Dña. Josefa Torres, cuyo matrimonio se verificó en esta población el 27 de noviembre de 1833. Más tarde, el notario de la parroquia, Sr. D. Sabino Alcalá puso a mi disposición el libro tercero de Gobierno, en que casi al principio, encontré el decreto del Ilmo. Señor D. Diego Aranda y Carpinteiro 2 en que concedió licencia para construir el Santuario, a petición de D. Pantaleón Leal, el 17 de febrero de 1842. Allí mismo, en la página 19, frente y vuelta, hallé un resumen de las cuentas de la fábrica material del Santuario, desde el 26 de noviembre de 1841, hasta e1 31 de agosto de 1847, el cual se hizo durante la visita pastoral del mismo Señor Aranda, el dos de septiembre de 1847. En el folio 95 del citado libro, está una copia de un oficio del Ilmo. Dr. D. Pedro Espinosa, en el que, deseando establecer el Jubileo Circular foráneo, pregunta al Señor 1 La presente obra sigue fundamentalmente estos APUNTES HISTORICOS SOBRE EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Y SU CULTO del Siervo de Dios Agustín Ramírez Barba. Insigne capellán de este santuario desde Junio de 1923 hasta Julio de 1967 . 2 Según D. José Cornejo Franco, nació este ilustre Prelado en Puebla, e1 20 de diciembre de 1776. Después de haber sido cura propio de las parroquias de Tonalá y Atotonilco el Alto, fue consagrado Obispo de Guadalajara, en esta ciudad, e1 30 de noviembre de 1836 y murió en Sayula, en la visita pastoral, el 17 de mayo de 1853, a los 76 años, 2 meses y 27 días. 1

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Page 1: Apuntes Sobre el Señor de la Misericordia · 2 Según D. José Cornejo Franco, ... las de nacimiento de D. Pedro Medina y de Dña. Josefa Torres, ... Por bondadosa deferencia del

1APUNTES HISTORICOS SOBRE EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Y SU CULTO 1ª edición 1937 2ª edición 1962 3ª edición 1997 4ª edición 2007 Imprimatur, Guadalajara, abril 9 de 1968 Narciso Aviña Ruíz, Pro Vic. Gral. Este opúsculo cuenta con dos partes: en la primera se refieren las noticias relativas al origen de la Imagen del Señor de la Misericordia y a su culto, con una sucinta relación de los capellanes que han habido en el santuario; y en la segunda, se contarán algunas de las gracias insignes que se han alcanzado, mediante la invocación del Señor de la Misericordia, hasta el presente tiempo. Pbro. Agustín Ramírez Barba

FUENTES DE ESTOS APUNTES.(A)

TESTIMONIOS ESCRITOS.

Hallé los primeros en el archivo de esta parroquia. Como es tradición constante y universal, encontré entre los habitantes de esta región que D. Pedro Medina fue quien se halló en el Cerro Gordo el madero de donde se formó la imagen del Señor de la Misericordia y que esto aconteció, según el testimonio de sus descendientes, después que el dicho señor estaba ya casado; lo primero que había que buscar, corno punto de partida para esta historia, era el acta de matrimonio de D. Pedro Medina, que tuvo por esposa a Josefa Torres. Al efecto fui a la notaría del curato y pedí el libro de actas matrimoniales. Después de investigar en más de treinta años, encontré el acta de matrimonio de D. Pedro Medina, casado con Dña. Josefa Torres, cuyo matrimonio se verificó en esta población el 27 de noviembre de 1833. Más tarde, el notario de la parroquia, Sr. D. Sabino Alcalá puso a mi disposición el libro tercero de Gobierno, en que casi al principio, encontré el decreto del Ilmo. Señor D. Diego Aranda y Carpinteiro2 en que concedió licencia para construir el Santuario, a petición de D. Pantaleón Leal, el 17 de febrero de 1842. Allí mismo, en la página 19, frente y vuelta, hallé un resumen de las cuentas de la fábrica material del Santuario, desde el 26 de noviembre de 1841, hasta e1 31 de agosto de 1847, el cual se hizo durante la visita pastoral del mismo Señor Aranda, el dos de septiembre de 1847. En el folio 95 del citado libro, está una copia de un oficio del Ilmo. Dr. D. Pedro Espinosa, en el que, deseando establecer el Jubileo Circular foráneo, pregunta al Señor

1 La presente obra sigue fundamentalmente estos APUNTES HISTORICOS SOBRE EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Y SU CULTO del Siervo de Dios Agustín Ramírez Barba. Insigne capellán de este santuario desde Junio de 1923 hasta Julio de 1967 . 2 Según D. José Cornejo Franco, nació este ilustre Prelado en Puebla, e1 20 de diciembre de 1776. Después de haber sido cura propio de las parroquias de Tonalá y Atotonilco el Alto, fue consagrado Obispo de Guadalajara, en esta ciudad, e1 30 de noviembre de 1836 y murió en Sayula, en la visita pastoral, el 17 de mayo de 1853, a los 76 años, 2 meses y 27 días.

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Cura si podrá establecerse tanto en la parroquia; como en Acatic, y si es posible fuese en la Iglesia del Santuario del Señor de la Misericordia". Está fechado el 4 de agosto de 1855. En el mismo archivo parroquial, se lograron hallar las actas de bautismo y defunción de D. Pantaleón Leal; más no pudieron hallarse, por más que las buscamos con mucha diligencia, las de nacimiento de D. Pedro Medina y de Dña. Josefa Torres, ni las diligencias matrimoniales de estos esposos. En el registro civil de esta población, se halló el acta de defunción de D. Pedro Medina, que murió e1 9 de octubre de 1871. Del archivo parroquial saqué también copia del acta de bautismo de Dña. Petra Franco. Por bondadosa deferencia del Sr. D. Arturo Peña3, bisnieto de D. Pantaleón Leal, leí detenidamente los tres testamentos de este Señor y el intestado de su hijo, D. José Ventura Leal4. Leí también los retablos que existían en el Camarín del Santuario. Estando ya impresa la primera edición (de esta obra) se presentó conmigo Evaristo Medina, nieto de don Pedro, trayendo consigo un pequeño legajo de papeles pertenecientes a su abuelo y conservados por su padre Fermín Medina, entre ellos el testamento, unos cantares populares reimpresos en Aguascalientes en 1844 y un escrito en que consta de letra de Don Pedro, el día y la hora en que se halló el madero en el Cerro Gordo y algunos datos relativos a la perfección del santo Crucifijo y a su traslación este lugar. Estos preciosos documentos, que son de importancia fundamental para la historia del Señor de la Misericordia, constan también al final de este folleto, copiado fielmente el primero y fotografiados los otros dos.

TESTIMONIOS TRADICIONALES

Como los documentos escritos no dicen todo lo relativo a la imagen del Señor de la Misericordia y de su culto, hubo que suplir su deficiencia con el testimonio de testigos vecinos a los hechos que los oyeron contar a personas que en ellos intervinieron. A este fin. como es obvio y natural, pregunté si aún vivían algunos o alguno de los hijos de D. Pedro Medina y me dijeron que ya todos habían muerto, pero que residía aquí una nieta, la Sra. Dña. Ana María Márquez Vda. de Iñiguez5, persona para mi bien conocida desde hace muchos años, de muy buen juicio, bastante instruida y de mucha piedad y religión. Contaba (en 1937), según su declaración, con 63 años de edad. Díjome que era hija de Hipólita Medina, que lo fue, a su vez de D. Pedro y, por lo mismo, nieta de éste; que ella no conoció a D. Pedro, sino sólo a la esposa de éste, Dña. Josefa Torres, por lo mismo, su abuela, de quien verbalmente supo, entonces muy niña, y recuerda que le contó cuanto a mí me ha referido, que aunque ella era mucho mejor que de otros sucesos, que acaecieron más tarde. En los testimonios de esta Señora, como los más autorizados, me apoyaré para escribir la relación de una parte de lo que dijere acerca del origen de la imagen del Señor de la 3 Este señor generosamente donó al Santuario estos preciosos documentos, que se conservan cuidadosamente en el archivo. 4 Los demás papeles de D. Pantaleón Leal, que eran copiosos, fueron destruidos por sus descendientes, con lo que se perdieron muchos documentos muy importantes para la historia del Señor de la Misericordia. 5 (-) Pasó a mejor vida en esta ciudad de Tepatitlán, el 13 de enero de 1948.

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Misericordia y de la vida y hechos de D. Pedro Medina, conforme comenzaré a hacerlo desde el capítulo tercero. El 1º de junio del año 1937, fui ex profeso a Capilla de Guadalupe, a conferenciar con el Sr. Pbro. D. Salvador Rodríguez, sacerdote ilustre por su ciencia, virtud y preclaro talento por lo que siempre fue muy estimado en esta ciudad que fue durante 17 años Capellán del Santuario y contaba a la sazón con más de 75 años de edad. Su testimonio es muy autorizado y puede tenerse como eco fiel de las tradiciones relativas al Señor de la Misericordia, por haber conocido y tratado a muchas personas ancianas, que supieron la historia de los mismos personajes, que en ella intervinieron o que la oyeron de éstos, como D. Pascual Leal, hijo de D. Pantaleón, cuya íntima amistad cultivo por muchos años. En el mismo día, por haber llegado como peregrinos, tuve ocasión de hablar con dos señores, vecinos del rancho de El Durazno, D. Brígido Vázquez, como de 70 años y Dn. Pedro Orozco, de 83, que desempeñó el oficio de mayordomo del Cerro Gordo, por espacio de 40 años. Estos señores me suministraron muchos datos que he utilizado en la redacción de estos Apuntes. Las declaraciones de otras personas, relativas a puntos particulares, las anotaré en sus respectivos lugares.

CAPITULO II

CERRO GORDO

Antes de dar principio a la narración, objeto de estos Apuntes, juzgo no será por demás dar una idea general del lugar donde tuvo origen la portentosa escultura del Señor de la Misericordia. Al sureste de esta ciudad, como a unos cinco kilómetros, se levanta hermosa, imponente, grandiosa la montaña, conocida desde los siglos pasados con el nombre de Cerro Gordo6, a una altura de 2666 metros sobre el nivel del mar y como 640 sobre la llanura que lo circunda. Como tiene una forma casi regular, con pequeñas diferencias, se ve casi igual por todos lados. Del poniente, especialmente desde Guadalajara se divisa como un cono regular de ancha base; desde las partes altas que rodean esta ciudad, por el poniente y norte, se presenta como una gran cúpula cuya linternilla está formada por el picacho, el cual casi desaparece desde los lugares bajos. Hasta hace como un siglo formaba todo una espesa selva virgen de gigantescos árboles, que se extendían en un gran perímetro, en dirección de los pueblos vecinos de Tepatitlán, Arandas, San Miguel y Atotonilco el Alto. Por desgracia, desde aquella época, la hermosa selva ha ido desapareciendo poco a poco, a la fuerza del hacha del labriego, que se complace al derribar los enormes vegetales no sólo para sacar de ellos leña que alimente el fuego del hogar doméstico, más también vigas de techo, arados, timones, yugos, carretas, etc. Al presente, talado casi todo el monte, es triste el aspecto que presenta, solamente la parte superior está poblada de árboles, restos de la antigua selva, que dan a conocer la prodigiosa exuberancia de aquel suelo privilegiado7.

6 Capilla de Guadalupe, que está al pie del cerro, al norte, tiene una altura de 2020 metros sobre el nivel del mar. 7 Escribí esto en 1937. En estos últimos años, la Forestal o personas autorizadas por ella, han derribado casi todos los árboles que quedaban en la parte superior del cerro, convirtiéndolos en carbón.

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Veíanse allí seculares encinas cuyas ramas, horizontalmente extendidas, afectan la forma de un gran paraguas desplegado; altos y frondosos palos colorados, a cuya fresca sombra alivia el viajero la fatiga del camino; astas en forma de agujas u obeliscos, que se elevan verticales a prodigiosa altura; alisos, de figura cónica, de madera dura y apreciada, cuyas ramas permanecen siempre verdes; copudos madroños, de grueso tronco, que dan materia para la fabricación de utensilios domésticos y recreativos, como bateas, cucharas, molinillos, trompos, churumbelas, pirinolas... finalmente, crece en aquellos bellísimos parajes otra incontable muchedumbre de diversos árboles, arbustos y hierbas de verdor casi perpetuo. Los flancos del Cerro Gordo están surcados por muchísimas barrancas, de las que aquí sólo haré mención de algunas. La del Consejo, al norte de la montaña, frente a Capilla de Guadalupe, que es la más honda y grande de todas, de tal modo que desde este pueblo parece que divide el cerro en dos partes. Del lado noroeste y poniente, está la de la Cocina, muy grande y profunda, que baja en dirección del rancho denominado El Aguacate, que está un poco al sur del Durazno; hacia el sur de la anterior, siguen las de las Varas y los Nogales, las cuales no son muy grandes ni profundas; a continuación se presenta la de la Boyera, que es grande y profunda, casi como la de la Cocina. Aunque todavía era yo muy pequeño, recuerdo muy bien las leyendas que por las noches me contaba mi abuelita materna, relativas al Cerro Gordo que, a través de mi infantil fantasía, me parecía un ser misterioso y animado. Desde entonces deseaba en gran manera escalar aquel monte tan alto, que me hacía creer, que su cima tocaba el azulado cielo; sin embargo, no fue sino hasta e128 de octubre de 1913, cuando acompañado de mi grande y fiel amigo el Padre D. Basilio Gutiérrez y del Sr. Cura de Capilla de Guadalupe, D. José María de la Mora, g. d. D. g., logré ver satisfecho mi suspirado anhelo, de ascender hasta la cumbre de la elevada montaña. Hicimos la excursión a caballo, tardando cerca de dos horas, desde la falda hasta lo más alto del monte. Al llegar a la cumbre, por ser muy empinada, nos fue preciso dejar los caballos y subir a pie llevando con nosotros el agua y los víveres para la comida. El picacho puede medir 50 o 60 metros de elevación y contiene arriba dos pequeñas eminencias, siendo la más alta la que está hacia el noroeste. Era cerca de medio día cuando nuestros pies se posaron sobre la cima más elevada del picacho. Como declinaba ya la estación del otoño los vientos del norte anunciaban la proximidad del invierno, la atmósfera se presentaba limpia y diáfana y el horizonte enteramente despejado. Por su forma cónica, casi regular, el Cerro Gordo es un otero grandioso, desde cuya altura se domina en derredor un vastísimo horizonte y se disfruta de la contemplación de un panorama hermosísimo. Como a una gran distancia a la redonda es la altura más elevada, desde su cumbre todos los demás montes como que desaparecen, de modo que a la vista se presenta toda aquella vasta zona como una gran llanura. Al pie del Cerro, se ven los pueblos de Capilla de Guadalupe (que es el más cercano), al norte; al oriente, el de San Ignacio, San José de Gracia al sur, y al noroeste, más lejos, se divisa en toda su extensión, risueña y pintoresca, esta noble ciudad de Tepatitlán. Al oriente, se percibe la extensa región del Bajío de Guanajuato sobre la cual se levanta, sonriente y graciosa, la famosa montaña de Cristo Rey, o sea el Cerro del Cubilete. Al noroeste, se distingue la Mesa de Lagos y más adelante, la Sierra de Comanja. Por el norte, se ve el cerro de La Peñuela, los cercanos a Aguascalientes y una parte de la Sierra Madre que en formas muy variadas y caprichosas, da principio en el cerro de los Negros, cercano a Yahualica, rodea a Nochistlán y continúa por Teocaltiche, Paso de Sotos y Calvillo.

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Hacia el noroeste se presenta el cerro de Tequila, semejante a un águila en pie, de más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. Casi en la misma dirección con las montañas que la rodean por el poniente y norte, se contempla una gran parte de Guadalajara, cuyo gran recinto se asemeja durante la noche, a un resplandeciente lago, por la profusión de luz eléctrica que la baña. A la izquierda de Guadalajara, se distingue el cerro de Santa Fe, al sur de Zapotlanejo y adelante, comienza la cadena de montañas cercana a Atequiza, que termina en el Cerro Viejo cuya altura, al parecer, es mayor que la del Cerro Gordo. Hacia el sureste, se yergue a lo lejos, grandioso, esbelto y majestuoso, el Nevado de Colima, descubriendo con su picacho de granito, en forma de cono regular, una gran parte de su cumbre. Finalmente cierran el horizonte, por el sur, las montañas de Michoacán, entre las que descuellan el cerro de Patambán y el elevado Pico de Tancítaro. En dirección a Ocotlán, se descubre una parte del azulado Lago de Chapala. Las tres horas que pasamos en la contemplación de aquellos cuadros encantadores, las reputamos como un segundo: paréceme que hasta entonces no había experimentado en mi vida momentos más alegres; por lo que, no sin dejar de sentir repugnancia, nos fue preciso obedecer al guía8 que indicó ya era hora oportuna de regresar a Capilla de Guadalupe. Si al pisar la cima de aquel monte elevado, no pude tocar el cielo con mi mano, como me imaginaba cuando era niño sí pude tocarlo con la mente y el corazón. Efectivamente, desde una eminencia como ésa, se siente uno más lejos de la tierra y más cerca de Dios y, por lo mismo, del cielo. A la contemplación de las maravillas de la naturaleza ¡qué grande, qué sabio, qué bueno y admirable aparece el Autor de ellas! y si esto ha hecho acá en el destierro para utilidad y recreación de todos los hombres, aún de aquellos que blasfeman de Él y lo aborrecen, ¿qué será lo que tiene reservado en la Patria Bienaventurada, para los que de todo corazón lo aman y a Él se entregan sin reserva? El Apóstol que lo experimentó, no nos lo supo expresar, sino que dijo tan sólo que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni puede caber en el corazón del hombre, lo que Dios tiene preparado para los que lo aman.

CAPITULO III

D. PEDRO MEDINA, SUS PRIMEROS AÑOS En la hermosa y alegre tierra colorada, al pie de las vertientes occidentales del Cerro Gordo, entre los espesos bosques de encinas, robles y palos colorados, a principios del siglo pasado, en el rancho de El Durazno, perteneciente a este municipio de Tepatitlán, vino al mundo el niño Pedro Medina, quien, según consta en el acta de defunción, fue hijo legítimo de D. Luis Medina y de Dña. Bernarda Plascencia, quienes tuvieron muchos hijos, de los cuales fue Pedro el menor. Después de la muerte de D. Luis,9 Dña. Bernarda, mujer de grande energía, tuvo sola que encargarse de la dirección del niño Pedro, a quien educó en el trabajo y en el santo temor de Dios, procurando por medio de una continua vigilancia, apartarlo de los peligros que, sirviéndole de escándalo, pudiera manchar el candor de su inocente alma, dotada de una bella índole que suavemente le inclinaba a las cosas del servicio de Dios. 8 Lo era D. Pedro Orozco, de quien hice mención en el capítulo anterior. 9 Cuando Pedro era niño y, a lo que parece, casados ya los demás hermanos.

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La señora era tan cuidadosa con él, que lo acostaba en una recámara sin ventana, comunicada con la salita en que ella dormía, con la mira de impedir que pudiera salir en la noche sin su consentimiento. Una vez, no obstante, habiendo sabido de sus compañeros de trabajo -y quizás invitado por ellos- que iba a haber en otro rancho vecino un baile muy famoso, tuvo deseos de asistir a él, y en el peso de la noche, estando dormida Dña. Bernarda, pudo salir de la casa, sin que ella lo notara; pero al llegar a la puerta de un potrero muy conocido para él, no le fue posible pasar adelante, pues le pareció según se dice, como si una nube le cubriera el camino, con lo que conoció que sus pasos no eran rectos, y al punto regresó al hogar materno. Entre otras cosas que le infundió su madre, al hablarle de las verdades de nuestra Religión, fue una devoción filial, tierna y constante hacia la Madre de Dios y Reina del Cielo, como lo prueba el hecho de que por toda la vida, conservó la práctica de rezar el rosario completo de quince misterios. Además, debido a sus pláticas y exhortaciones, un muy entrañable afecto a los misterios de la pasión de Jesucristo Nuestro Señor10 que eran el objeto constante de sus pensamientos y consideraciones, aún en medio del trabajo y ocupaciones ordinarias, propias de los hombres de campo. Fruto de estas meditaciones fue la tierna devoción que profesó siempre a la Santa Cruz de nuestro Salvador cuya fiesta celebraba cada año con el mayor entusiasmo y solemnidad que le era posible, en el estado de pobreza en que vivía. Perseveró también por toda su vida, sin faltar un sólo día, en la práctica de rezar tres Padrenuestros o tres credos en honra de la Santísima Trinidad. Como según hemos dicho, D. Pedro era el menor de los hijos de la familia y, probablemente, el único que quedaba en casa, ya sea por no ocasionar pena a su madre, ya sea por estar demasiado pobre o bien por no haber hallado por mucho tiempo una esposa según sus deseos, es fama entre sus descendientes que se casó con mucha edad, como de treinta años más o menos y que, por el contrario, Dña. Josefa era de doce años poco más. En el acta de matrimonio se expresa que, cuando se desposaron D. Pedro Medina y Dña. Josefa Torres, el 27 de noviembre de 1833, él tenía veinticuatro años y ella catorce. Después de tener en cuenta lo que aconteció, confirmado con lo que adelante se dirá, podemos afirmar que D. Pedro Medina era el tipo perfecto de nuestros buenos rancheros de Los Altos: probos, honrados, laboriosos, sencillos, piadosos, generosos, sin que les falte grande valor y ánimo cuando sea necesario. Una vez más, vemos aquí confirmada la admirable conducta de la Divina Providencia, de escoger los instrumentos débiles y flacos, para realizar sus más grandes designios.

CAPITULO IV

ORIGEN DE LA IMAGEN DEL SEÑOR DE LA MISERICORDIA

La gente del pueblo, llevada en alas de la fantasía, tiene una como innata propensión a vestir con ropaje de sobrenaturalismo el relato de ciertos hechos, lugares, objetos o

10 Tuvo siempre consigo, para alimentar su alma con su lectura y meditación, un libro que trataba de la Pasión de Nuestro Señor, el cual conservó Dña. Josefa y con el tiempo pasó a ser propiedad de Dña. Ana María Márquez, quien lo conservó en su poder hasta fines del año 1927, en que lo quemaron los federales callistas, juntamente con otros libros piadosos, que poseía esta señora en su casa de campo.

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personas, más o menos insignes, con la mira de engrandecerlos más y comunicarles mayor brillo y esplendor, de donde nace la muchedumbre de leyendas, de que hay grande copia en todos los pueblos. Recordemos tan sólo, las que contiene la historia grecorromana, inseparables de su fabulosa mitología y, sobre todo, las sublimemente poéticas, relativas a la Sagrada Familia. Tal sucede también con la historia de la imagen del Señor de la Misericordia, la cual está como engastada en un marco o estuche legendario, a mi juicio, del cual no es fácil poderla separar. Ya se ve que, absolutamente hablando, todo pudo acontecer como se narra, especialmente tratándose de una escultura en que Dios quería hacer ostentación de su poder; pero no hay necesidad de admitir circunstancias sobrenaturales cuando se quieren exponer hechos que pueden explicarse de un modo natural y ordinario. Dicho esto, y a reserva de hacer las observaciones que juzgues oportunas o necesarias, daré principio a la narración conforme la he oído yo contar. Viviendo, según dije antes, en el rancho de El Durazno D. Pedro Medina, vio por mucho tiempo una luz en la barranca de las Varas, que está situada al sureste de dicho rancho. De pronto, juzgó sería el fuego de algún horno de carbón, pero observando que el resplandor se prolongaba mucho más de lo necesario para concluir una hornada de carbón, poseído de admiración, se encaminó al lugar donde había visto la luz y encontró allí una cruz muy bien delineada, en una encina11, que tenía sólo tres ramas que formaban la cruz, y una pequeña, como retoño, pendiente de una de las grandes. Cuando D. Pedro vio el árbol y contempló en él aquella cruz tan perfecta, sintió en su alma emociones profundísimas, cruzando por su mente un vivo rayo de luz que le dió a conocer intuitivamente, aunque de un modo vago y general, lo que aquel madero había de ser más tarde. Vivamente impresionado, volvió a su casa y contó a su esposa lo que acababa de ver en el lugar, donde tiempo antes había aparecido la misteriosa luz y lo mismo hizo con un vecino12 a quien invitó para que le ayudara a cortar el árbol, quitarle el sobrante y traer la cruz a su casa, para lo cual pidió prestada una yunta de bueyes, que él no tenía por ser demasiado pobre. Como aquel buen hombre, con luz superior, contemplaba en su alma la Imagen de su Jesús Crucificado, cual si estuviera ya concluida, se cuenta que al invitar a su vecino le dijo: "Vamos para que me ayudes a traer a mi Padre", lo que el otro llevó a risa contestándole: "Luego ¿tú tienes por Padre a un palo?" No obstante, fue siempre a acompañarlo, más no pudo llegar hasta la barranca, porque en el camino se enfermó de un dolor en el vientre, que le impidió seguir adelante. D. Pedro prosiguió solo el camino hasta el Cerro -que quizás no distaba ya mucho-, cortó del árbol un trocito de corteza, que le dió a comer al compañero, con lo que éste recobró al punto la salud y así pudieron ambos continuar la marcha hasta llegar a la barranca.

11 Así lo dice la segunda estrofa de los cantares populares: "Produjo la tierra este árbol / y del salió el Sol Divino, / abrigado en las entrañas / de un Hermosísimo Encino". 12 Se llamaba Jerónimo Gómez, según: testimonio de D. Pedro Franco Casillas, de 87 años, que los supo de sus antepasados.

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Llegados que fueron al sitio donde estaba plantado el árbol, el compañero cortó este -pues no consintió lo hiciera D. Pedro-, le quitaron todo lo inútil, hasta dejar casi no más que la cruz, la que unieron a la yunta de bueyes para conducirla a la habitación de D. Pedro. Una circunstancia les llamó la atención entonces y fue que, al llevarlo intentaron hacerlo poniendo el rostro del Crucifijo -que se daba a conocer, al igual que la espalda- hacia arriba; más así no pudieron arrastrarlo los bueyes, hasta que lo colocaron con el rostro hacia abajo13 y de esta manera consiguieron bajar la barranca y llevarlo a la casa, adonde llegaron por la tarde. Esto se verificó durante el temporal de aguas14 y al llegar a la casa, venía una fuerte tempestad. Los vecinos del rancho, que ya tenían noticias de que iban a traer del Cerro Gordo un Crucifijo, se juntaron en casa de Dn. Pedro para verlo y admirarlo. Habiendo tratado de meterlo a la casa, para resguardarlo del agua que estaba por caer, primero dos hombres, los cuales no pudieron con él; después se juntaron otros hasta como cinco, o seis, e igualmente, no les fue posible introducirlo, por lo que desistieron del intento, dejándolo afuera recargado a una cerca en donde pasó toda la noche, bien mojado por la tempestad que sobrevino. Al día siguiente, por la mañana, con la fe de quien veía en aquel madero la figura de su Salvador muerto en la cruz, D. Pedro dijo al Crucifijo: "Padre mío, si es tu voluntad permíteme que pueda meterte a mi casa, para que no pases aquí la noche". Lleno de confianza, lo tomó él solo sobre sus hombros y lo introdujo a la casa, lo que puso en admiración a los vecinos, cuando se dieron cuenta de que él solo lo había metido. Estando ya dentro de la habitación, D. Pedro comenzó a rogar al "Crucifijo" que le deparara un escultor tal, que lo dejara tan devoto y perfecto, como fuese su voluntad, a fin de que pudiera ser digno objeto de la veneración de todos; y así fue que tiempo después -sin que se sepa cuándo-llegó al rancho -del Durazno- un hombre buscando imágenes de talla para retocar u ofreciendo hacerlas nuevas. Al verlo D. Pedro sintió interiormente que aquel era el escultor que el Señor le enviaba para que perfeccionara el Crucifijo, por lo que hizo luego entrega de él. No tuvo mucho que hacer el escultor, porque todos los trazos del Crucifijo estaban tan claros y determinados, que se distinguía hasta la figura de los pies, de las manos, de las articulaciones, etc., sin que tenga añadido de otra madera nada absolutamente, sino es la cruz en que está enclavada la Santa Efigie y los ojos. En cuanto al barniz que tiene la imagen, afirmó Dña. Ana María Márquez que su abuela no le dijo si se lo había puesto el escultor-como es natural- o se lo pusieron después15. Acabada la obra, el escultor se despidió de D. Pedro y su familia, sin querer admitir por su trabajo ninguna retribución y sin que se pudiera saber su nombre, ni de dónde era, ni el lugar a donde se encaminó. CAPITULO V EL CRUCIFIJO EN SI MISMO CONSIDERADO 13 Otros aseguran que fue al contrario, lo que parece más conveniente. 14 En el mes de septiembre, según se probará después. 15 El barniz es el primitivo del escultor incógnito; después, lo supe por la familia Leal, D. Pantaleón hizo que le dieran nuevo barniz "Que lo esculpió; quería conservar el primero", Palabras de D, Pantaleón Leal, que ha conservado D. José Cornejo Franco.

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Después de la invención del documento escrito por D. Pedro Medina, en que consignó el origen del Señor de la Misericordia, se demuestra evidentemente que la fabricación o perfección del Crucifijo, no fue debida a algún ser misterioso o sobrenatural, como parece indicarlo la relación del capítulo anterior, sino a un escultor, cuyo nombre ha quedado ignorado hasta nuestros días. Efectivamente, dice allí D. Pedro Medina: "Apuntes de lo que (he) gastado y voy gastando (en el trabajo del crucifijo): por primera vez 40 pesos. Más veinte pesos de gastos y la mantención del escultor y su compañero", que pudo ser el oficial que le ayudó en la talla. De seguro que el escultor no dio a conocer su nombre, ni el lugar de donde era, y D. Pedro, por su parte, no creyó prudente preguntárselo, pudiendo ser ésta la causa de que hasta ahora nada de esto se haya podido saber. Probablemente, el artífice, pudo proceder de la región comprendida entre Teocaltiche, León (Gto.) y Guadalajara; por lo que si pudieran conocerse los crucifijos contemporáneos, de autor cierto, existentes en la dicha zona, podría conjeturarse con alguna seguridad, por la semejanza de labor, el autor de éste del Señor de la Misericordia. Lo anterior se confirma con la consideración de que esta venerable Imagen, no es muy perfecta bajo el punto de vista cristiano, pues fácilmente puede reconocerse que las disposiciones de los músculos, tendones, brazos y otras partes del cuerpo, no siempre están bien presentadas cual lo piden en un crucificado, las leyendas de la Anatomía y Fisiología. Sin embargo, las deficiencias que el arte puede notar, en la estructura de esta respetable Efigie, no obstan para que deje de inspirar profunda devoción, en quien la mira con sentimientos de piedad y religión16 siendo esta piedad y devoción que la imagen produce, la causa de las gracias tan grandes que Nuestro Señor concede a los que la contemplan y veneran con viva fe y confianza, y no la belleza y perfección de la escultura. La vista de una Imagen de exquisito primor artístico, de ordinario, suele apagar la devoción, porque la mente y el afecto del alma se fijan más en los detalles del arte, que en la belleza moral del original que representa, por lo que el corazón se queda árido y frío, sin sentir ningún efecto sobrenatural de interior devoción. Esto lo confirma San Juan de la Cruz cuando dice: "Por experiencia se ve que, si Dios hace algunas mercedes y obra milagros, ordinariamente los hace por medio de algunas imágenes no muy bien talladas ni curiosamente pintadas o figuradas; porque los fieles no atribuyen algo de esto a la figura o pintura". La escultura del Señor de la Misericordia, representa a nuestro Divino Salvador después de muerto y de haber sido atravesado su costado por la lanza del soldado y tiene inclinada la cabeza hacia el lado derecho. Es notable que la parte transversal de la cruz no descansa perpendicularmente sobre la otra, y es la causa que el brazo izquierdo del Crucifijo, es más alto que el derecho. He conocido muchísimas fotografías de esta sagrada Efigie, desde las primeras hasta las que fueron sacadas en 1924 o 25 y en todas he observado que ninguna ha habido que represente fielmente el original, y por lo mismo que inspire la misma devoción interior que la vista de ésta causa. Por tanto, quien no haya conocido la imagen del Señor de la Misericordia en su Santuario, no podrá por la simple vista en una fotografía conocerla bien, tal cual es, y percibir los

16 A principios de 1938, vino a ésta a visitar al Señor de la Misericordia el notable escultor D. Brígido Ibarra, residente en Guadalajara y me preguntó quién era el autor de esta sagrada imagen y le contesté que su nombre había quedado del todo ignorado: "Debió ser un santo, repuso, porque le imprimió muy grande devoción".

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sentimientos de devoción interior que produce su contemplación. El Señor de la Misericordia tiene cierto aire de amabilidad y dulzura, de ternura y misericordia, que hasta ahora no se ha comunicado a las copias que de él ha sacado el arte de la fotografía, las cuales además de representar a Nuestro Señor de mucha edad, salen con rasgos duros y pesados, que no tiene el original. Sin embargo, en estos últimos años, se han sacado fotografías bastante buenas, como la del busto que está al frente de este capítulo y el de la portada de estos apuntes, pero la más notable y que ha adquirido grande popularidad, es la que sacó, de perfil, el joven D. Carlos González Gutiérrez. De ella se han hecho innumerables reproducciones.

CAPITULO VI

TIEMPO EN QUE SE VERIFICO TODO ESTO. Al escribir estos Apuntes, hay un punto de gran importancia, que me propongo tratar en este capítulo, y es el relativo a la determinación del tiempo en que tuvieron lugar estas cosas, que se refieren al origen del Señor de la Misericordia, es a saber: ¿En qué fecha D. Pedro Medina halló el madero en la barranca del Cerro Gordo? ¿Cuándo se perfeccionó el Crucifijo? ¿En qué tiempo se expuso a la veneración pública de esta población? Antes de la invención de los documentos hallados a principios de 1938, por la falta absoluta de datos precisos, no era posible, responder cumplidamente a estas preguntas según lo hice constar en la primera edición de estos Apuntes, más ahora, guiado por la autoridad de aquellos escritos, nos hallamos en condiciones propicias para satisfacer enteramente la curiosidad de los devotos del Señor de la Misericordia. A la primera pregunta: ¿En qué fecha D. Pedro Medina halló el madero en la barranca del Cerro Gordo? Respondo: que fue el viernes seis de septiembre de 1839, como entre las nueve y diez de la mañana, porque así lo expresa el mismo señor Medina en el principio de su valioso manuscrito. No dice en él donde lo halló, pero sí determina tanto en el título, como en las estrofas de los cantares populares, reimpresos en 1844, según dije ya, el título de dichos cantares, dice así: "Noticia del Señor de la Misericordia que se venera en la Villa de Tepatitlán hallado en el Cerro Gordo en la barranca de baras ". Los versos así empiezan:

"En el cerro gordo estaba este divino portento allí fue su nacimiento del árbol que lo encerraba ".

y la séptima estrofa dice:

"Imposible es que pensaras que estaba el Señor oculto su bella imagen de bulto en la barranca de baras".

Con el manuscrito de D. Pedro Medina, salió de acuerdo la constante tradición de su familia y otros testigos, que aseguran que D. Pedro se halló el madero en el Cerro Gordo, cuando estaba ya casado y con algunos hijos.

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Demos ahora respuesta a la segunda pregunta: ¿Cuándo se perfeccionó el Crucifijo? Fue, ciertamente, en 1840. No pudo serlo en 1939, porque habiendo sido hallado en septiembre y, estando aún verde la madera, no estaba en condiciones de poderse labrar; ni pudo ser después del año 1840 porque hay ciertos retablos que llevan esta fecha. Por una autorizada tradición existente en Capilla de Guadalupe, se sabe que el Señor de la Misericordia fue perfeccionado al mismo tiempo y por el mismo escultor que otro Crucifijo venerado con el nombre de "Señor de los Afligidos", y que ambos Crucifijos fueron bendecidos el 24 de octubre de 1840. Además, el trabajo de las esculturas tuvo que ser rápido, tanto por la buena disposición de la madera como porque el escultor no tenía otras obras que hacer. De los datos que esta tradición nos suministra, podemos inferir que la imagen del Señor de la Misericordia, fue perfeccionada por el artista en el término de un mes o dos, o sea, dentro de los meses septiembre y octubre de 1840. Acerca del tiempo en que se expuso a la veneración pública, en esta población la Imagen del Señor de la Misericordia, trataremos después en el capítulo VIII.

CAPITULO VII

BENDICION DEL CRUCIFIJO

CULTO PRIVADO Los deseos de D. Pedro Medina habían tenido su más perfecto cumplimiento. El Crucifijo había quedado tan devoto como lo había deseado y aplicado con instancia al Señor, especialmente todo el tiempo que estuvo en poder del artífice que le dio la última mano, y así con toda la efusión de su corazón, no cesaba de darle gracias por aquel insigne beneficio. Mas antes de que se le empezara a tributar el culto que merecía el Crucifijo, era necesario que fuera bendecido. Como consta por los cantares populares17 apenas terminada la Sagrada Imagen, fue traída a esta población de Tepatitlán con el mayor aparato posible de solemnidad. Debió ser numeroso el concurso de gente, el camino fue fácilmente tapizado de flores de variados colores, a los que se añadió el perfume del incienso y el estruendo de los cohetes y pólvora que quemaron en aquella ocasión. Si, como se supone, esto ocurrió en el mes de octubre, aún estaba en posesión de esta parroquia D. Francisco de Meza, mas o fue él sino el Padre D. Eufimio Cervantes18 que era muy amigo de los señores Leal, quien bendijo la Sagrada Imagen según lo afirma D. José Cornejo Franco, que lo supo por tradición de personas fidedignas. Don Arturo Peña, bisnieto de Don Pantaleón Leal, afirma haber sabido por tradición de sus antepasados que, en la solemne bendición de la Imagen, su bisabuelo asistió como padrino19. Invitado por D. Pedro Medina, lo cual fue causa de estrechar más apretadamente las relaciones de amistad, existentes ya, entre estos dos insignes varones.

17 "A Tepatitlán lo llevan / a darle la bendición / y toda la gente va / rindiéndole adoración". 18 De ese Padre volveremos a hablar después. 19 Quizás por razón de este incidente, desde entonces haya dado D. Pedro Medina el nombre de compadre a D. Pantaleón Leal.

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Del escrito de D. Pedro Medina se infiere que después de la bendición del Santo Crucifijo, permaneció éste algunos días en la casa de D. Pantaleón Leal, y después, "su verdadero dueño" lo trasladó a su domicilio en el rancho llamado El Durazno. ¡Cómo se alimentaba la piedad de aquel santo hombre, a la vista de aquella venerable Imagen, que representaba a su Salvador muerto por él con tanto dolor e ignominia! Aquel Corazón taladrado por la lanza y despidiendo la última gota de sangre, parecía comunicarle sus sentimientos, por lo que a la fuerza del amor y compasión del dolor y contrición, de la gratitud y la confianza, aquella alma pura e inocente, humilde y mortificada, se enternecía profundamente, como lo demostraban las frecuentes y copiosas lágrimas que brotaban de sus ojos y los gemidos y sollozos de su dolorido corazón. ¡Cómo se sentía feliz, mucho más que si poseyera todos los tesoros del mundo, teniendo en su casa aquella prenda Divina, fuente de infinitas gracias y bendiciones! ¡Cuánto deseaba conservarla siempre consigo, para deleitarse con aquella vista que lo llenaba de paz y alegría! Es de creer que entonces fue cuando impelido por un amor inmenso y sumo reconocimiento de su Jesús Crucificado, hizo voto de entregarse y consagrarse a su servicio, como verdadero esclavo, juntamente con su familia "hasta el fin de sus días" según consta en el propio documento escrito por él mismo. Sin embargo, el corazón de aquel varón noble y generoso, de conformidad con las luces y sentimientos que Nuestro Señor le había comunicado comprendió que aquella bendita Efigie no estaba destinada a ser patrimonio de una sola familia sino que estaba ordenada al bien espiritual de todos los fieles. A continuación veremos el medio de que se sirvió la Divina Providencia para que sus designios tuvieran el más exacto cumplimiento.

CAPITULO VIII

PRINCIPIOS DE CULTO PUBLICO

INTENTOS PARA EDIFICAR CAPILLA DEVOCION DE LOS VIERNES

PRIMERA NOVENA Tengo como un hecho indudable que, después de la bendición del Santo Crucifijo, estancia de pocos días en la casa de D. Pantaleón Leal y conducción del mismo al rancho de el Durazno, permaneció allí por espacio de algunos meses, recibiendo el culto ferviente de la familia de D. Pedro Medina y de los devotos del mismo rancho y lugares vecinos que iban a visitarlo, atraídos por la fama de devoción que inspiraba la Sagrada Efigie, y de las gracias que por su invocación comenzaron a obtenerse. Según está consignado en el manuscrito original de D. Pedro Medina, estando este señor en esta población, tratando cierto negocio con D. Diego Santibáñez, vino a él su compadre D. Pantaleón Leal, suplicándole encarecidamente le concediera el favor de traer una vez más al santo Crucifijo, para hacerle una Capilla en donde pudiera recibir mayor culto y veneración de parte de los fieles de esta región. Como esto, según hemos apuntado ya era muy conforme a los nobles sentimientos de D. Pedro, recibió este Señor, benévolo y complacido la proposición de su compadre, sin oponerle más dificultad que la de ser demasiado pobre y no sería posible establecerse con su familia en este lugar; más D. Pantaleón le ofreció generosamente una amplia protección, con la

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que podría vivir aquí con toda comodidad, sin solicitud y afán de lo que para su subsistencia fuera necesario. Como el memorial o solicitud que D. Pantaleón Leal presentó al Ilmo. Sr. Aranda, para conseguir licencia de edificar la Capilla al Señor de la Misericordia, está fechada el 21 de noviembre de 1841, es lógico suponer que este convenio se verificó en un tiempo no lejano a esta fecha y, por lo mismo, cuando ya estaba en posesión de esta parroquia el Sr. D. José Eufrasio Carrillo, que la comenzó a gobernar el 24 de febrero de 1841. Ante todo, era necesario recurrir al párroco para darle de todo amplia información y, después, suplicarle se encargara él mismo de la fabricación del templo. En presencia del Señor Cura, D. Pantaleón refirió sucintamente la historia del Crucifijo, con las admirables circunstancias que en ella concurrieron y le expresó los fervientes deseos que tenían de que en esta villa se le dedicase una Capilla, en la que recibiera culto público, lo cual, juzgaban, redundaría en grande gloria de Dios y bien de los fieles. El Párroco escuchó con atención la relación que se hizo y aprobó desde luego los designios de aquellos señores, con manifiestas señales de contento; mas en cuanto a la fabricación del templo, opuso la dificultad de no poderse encargar de ella, por ser todavía pequeño este lugar y de escasos recursos; sin embargo, les ofreció su recomendación escrita, a fin de que colectaran limosnas para llevar a cabo la obra deseada, nombrando, al efecto, tesorero o mayordomo de ellas al mismo D. Pantaleón Leal por ser varón de reconocida probidad y honradez. Sin dejar de entrever las dificultades que se les presentaban, para ver satisfecha la noble realización de sus piadosos intentos, estos religiosos varones no por eso decayeron en su ánimo, sino más bien se alentaron a proseguir la obra, contando con la sincera aprobación y apoyo moral del párroco. Como ya se ha indicado, por no tener aquí D. Pedro casa propia, D. Pantaleón ofreció la suya con muy buena voluntad, para recibir en ella la sagrada imagen, todo el tiempo que se empleara en la recolección de limosnas y en la fabricación del templo. La casa de D. Pantaleón Leal estaba ubicada en la esquina oriente sur de las calles de Hidalgo y Guerrero. Reformada por completo, se halla actualmente dividida en dos. Como lo declara en su primer testamento, la fabricó desde los cimientos en terreno perteneciente a su señora madre, Dña. María Ignacia Romero, a quien lo compró en trescientos pesos.20

Colocados el Santo Crucifijo en la casa de D. Pantaleón Leal, fue allí en donde comenzó a recibir los primeros homenajes de culto casi público, puesto que este piadoso varón consintió gustosamente en que penetraran en su hogar cuantos quisieran venerar la Santa Imagen. Según datos recogidos por D. José Cornejo Franco, entonces fue cuando tuvo principio la práctica piadosa de visitar los viernes al Señor de la Misericordia, porque representando a nuestro Salvador Crucificado, que es como una suma o señal de su Pasión juzgaron los fieles que ese día era el más apropiado para honrarlo con su visita, por ser el que la Iglesia ha destinado para recordar la memoria de los padecimientos y la muerte de nuestro Divino Redentor. Es creíble que, con ocasión de estas visitas, se hayan compuesto o adaptado entonces algunas preces especiales21 que sirvieron de medios para manifestar y desahogar los

20 En esta casa totalmente demolida, se fabricó un grande edificio de tres pisos. En la parte baja tuvo sus oficinas el Banco Industrial de Jalisco. 21 Quizás de este tiempo sean compuestas por Telésforo Alonso, cuya portada reza así: "Tributo dedicado a la milagrosa imagen del Señor de la Misericordia que se venera en la Villa de Tepatitlán, el que podrá

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sentimientos de devoción de los fieles hacia la bendita Imagen del Señor de la Misericordia. Mas, lo que es enteramente cierto, es que en uno de los últimos años, en que estuvo hospedado el Señor de la Misericordia en la casa de D. Pantaleón Leal, fue compuesta la primera novena escrita en su honor. Que esto sea así, se prueba por el texto de la misma novena, pues, por una parte, se habla de ella de gracias recibidas en 1847 -lo cual demuestra que la escribió después de esta fecha- y, por otra, dice que D. Pantaleón Leal recogía entonces y distribuía las limosnas que daba la piedad cristiana, "para ayuda de la actual Santuario que se le está edificando al milagroso Señor". Más según veremos después, la bendición solemne y dedicación del Santuario se verificó en 1852.

CAPITULO IX

INSIGNE PERSONAJE No solamente el hilo natural de la historia, sino también un deber de gratitud y justicia, me impelen a rendir en este capítulo un pequeño homenaje de honor y alabanza a la memoria del hombre más conspicuo, de mayor influencia y autoridad que tuvo Tepatitlán en aquel tiempo; porque nadie como él después de D. Pedro Medina, tuvo mayor parte en la propagación del culto y en la fábrica del templo del Señor de la Misericordia; me refiero a D. Pantaleón Leal, de quien accidentalmente he dicho algo en las páginas anteriores. Daré de él algunos datos biográficos ya continuación, haré ver su participación en lo relativo al Señor de la Misericordia.

A

DATOS BIOGRAFICOS

Según se ve en el acta de bautismo, cuya copia está al final de este opúsculo, este ilustre varón nació en esta población de Tepatitlán, el 27 de julio de 1794, de padres españoles, que lo fueron D. Pedro José Leal y Dña. María Ignacia Romero y fue bautizado el 3 de agosto con los nombres de José, Pantaleón, Loreto de la Santísima Trinidad, siendo sus padrinos D. José Vicente González de Hermosillo y Dña. Gertrudis Martínez de Sotomayor. Tengo por cierto que los estudios de instrucción primaria, los hizo bajo la dirección de su padre D. Pedro José Leal que por algún tiempo ejerció el magisterio de la escuela de este lugar, y es muy probable que haya perfeccionado sus conocimientos en el Seminario Conciliar de Guadalajara22 hasta llegar a poseer de las ciencias más necesarias una noticia relativamente sólida. Fue casado por tres veces. Las primeras nupcias las contrajo con Dña. María Paula Velarde, de cuyo matrimonio tuvo once hijos: Ma. Ignacia, María, Macedonia, Paula, Justo, Buenaventura, Pablo, Ma. del Refugio, Manuel, Juana y Pascual.

repetirse todos los viernes del año, en memoria de las tres horas que el Señor estuvo pendiente del santo Madero de la Cruz; dispuesto por Telésforo Alonso, quien afectuoso lo dedica al milagroso Señor.- SAN JUAN.- 1878. Tipografía de José Martín.". 22 Allí pudo conocer a su primera esposa Doña María Paula Velarde hija del capitalista D. Miguel Velarde y de Dña. Juana María Medrano, que murió al dar a luz a la misma María Paula.

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Pasó a segundas nupcias con Dña. María Carmen González, de las que fueron fruto María Antonia y Pedro. Por último, celebró las terceras nupcias con Dña. María de Jesús González23 que le sobrevivió muchos años, de quien tuvo una sola hija llamada María Bernabé. Fue de muy honorable abolengo. Su abuelo D. Luis Leal -cuya esposa fue Dña. Petra Espinosa de los Monteros- desempeñó por casi toda su vida el oficio de notario, del Juzgado eclesiástico de esta parroquia, con general aplauso y alabanza; y su padre, D. Pedro José Leal, noblemente se gloriaba de seguir sus huellas en el desempeño del mismo oficio. Con no menor loa y universal contento y aprobación, ejerció don Pantaleón el propio cargo de notario, en tiempo del Señor Cura D. Manuel Moreno que murió canónigo de la Iglesia Catedral de Guadalajara. No por el caudal de sus riquezas, que nunca llegó a ser grande24 sino por su preclaro entendimiento, por su eminente instrucción, por la rectitud, probidad y honradez con que siempre procedió, y sobre todo, por la bondad de su corazón y las esclarecidas virtudes que adornaban su alma, precioso fruto de su acendrada piedad y religión se granjeó D. Pantaleón Leal la estimación, amor, confianza, respeto y cierta veneración de sus contemporáneos, sobre los que se ejerció tanto ascendiente y ; autoridad, que lo miraban como padre común del pueblo, y como a tal recurrían en demanda de consejo, alivio y remedio en sus dudas, necesidades y aflicciones. Así se explica la amistad que con él tuvo D. Pedro Medina, de tan desigual condición, pobre e ignorante. En el cuadro al óleo de la flagelación del Señor, del que volveré a hablar después, obra del pintor Francisco de P. Aguirre (1830), llama éste a D. Pantaleón Leal "nuestro padre", que indudablemente era el título que le daban los habitantes del pueblo, puesto que es evidente que el dicho pintor25 no era hijo natural de D. Pantaleón. En materia de justicia, fue muy exacto y escrupuloso. Al morir su padre, D. Pedro José Leal él fue, en calidad de segundo albacea, el encargado de repartir los bienes, y lo hizo a gusto y satisfacción de su madre, Dña. María Ignacia Romero y de sus hermanos. Igualmente fue el ejecutor de las disposiciones testamentarias de su esposa Dña. María Paula Velarde, cuya última voluntad fue dictada el 31 de octubre de 1844. Otras veces fungió también como albacea y como tutor de menores, procediendo siempre de acuerdo con su reconocida rectitud y probidad, sin desmentir jamás la confianza de los que, moribundos, tales cargos le habían encomendado. Que D. Pantaleón Leal no era un hombre vulgar, lo demuestra igualmente el hecho de haber tenido por primera esposa la hija primogénita de una persona tan notable, por su cuantiosa hacienda, como ciertamente lo fue D. Miguel Velarde porque si no pudo competir con éste en la opulencia de las riquezas, sí fue digno de ser su yerno por las relevantes prendas de naturaleza y gracia que adornaban su hermosa alma. Bien probó su desinterés, dignidad y pundonor al no querer, durante su vida, reclamar la herencia de

23 De seguro que era viuda al casarse, con D. Pantaleón, pues éste en su último testamento habla de su hijo político D. José Antonio Gómez. 24 En su primer testamento, otorgado el 26 de mayo de 1840 confesó poseer como unas cinco caballerías de tierra, algunos pocos animales, varios solares urbanos y su casa habitación. Este capital fue disminuyendo hasta su muerte. 25 En el testamento de Dña. María Paula Velarde, Francisco de P. Aguirre intervino como testigo.

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su consorte,26 no obstante haber sido el albacea, según lo hizo constar estando ya para morir en su penúltimo testamento. Por tanto, no es de admirar que siendo tan claras y evidentes las virtudes cívicas y morales de D. Pantaleón haya sido elegido para que ejerciera el cargo de Presidente Municipal de su pueblo natal, por sus conciudadanos, que de seguro jamás tuvieron que arrepentirse de haberle dado su voto, porque su Gobierno debió de ser conforme a la vida íntegra, intachable y ejemplar que siempre había llevado. Pero cuando sobre todo, brilló con mayor esplendor la excelente opinión de buena fama, de rectitud y justicia, de estimación y confianza universal de que D. Pantaleón gozaba, no solamente delante de sus propios paisanos, sino aun ante el mismo Ilmo. Señor Obispo de la Diócesis, Dr. D. Diego Aranda, fue en la visita pastoral, el 2 de septiembre de 1847, porque entonces, debido a la incuria que se manifestó en años bastante anteriores, resultaron dudas y dificultades imposibles de resolver por la falta de documentos auténticos, en especial, en tratándose de cuentas de gastos, de intereses de capitales pertenecientes a cofradías y legados piadosos. Pues bien, todo se decidió, como árbitro digno de toda fe, por el solo dicho y parecer de D. Pantaleón, que, por la intervención que había tenido en los asuntos de la parroquia, especialmente como notario del juzgado eclesiástico, conocía muy bien la trama de los notarios de aquel tiempo. Tal pasó, por ejemplo, acerca de un dinero prestado en tiempo del Señor Moreno que no pudo saberse a qué cofradía pertenecía. Preguntando sobre el particular D. Pantaleón dijo que pertenecía a la del Santísimo Sacramento, porque así lo había oído afirmar al mismo Señor Moreno. El Ilmo. Señor Aranda así lo juzgó y lo aprobó, puesto que (son sus palabras): "no puede dudarse de la probidad y verdad de D. Pantaleón Leal". Fue varón de fe muy pura y de singular piedad y religión, como se puede. ver en la solemne profesión de fe católica, apostólica, romana, que hace al principio de sus testamentos. Especialmente, se distinguió por una firme, ilustrada y muy fervorosa devoción a Jesucristo Nuestro Señor oculto en la Sagrada Eucaristía, a quien da el título de "Misterio Altísimo y Divinísimo", de cuya cofradía fue mayordomo por algún tiempo. Fue también muy devoto de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, como lo demuestra el lenguaje de sus testamentos, en los que dice que nos redimió con la efusión de su preciosísima Sangre: como también, los dos cuadros27 al óleo que a él pertenecieron, uno de la Sangre de Cristo y el otro de la Flagelación, de que atrás hice mención, en el que Francisco de P. Aguirre escribe lo pintó "a devoción del ciudadano Pantaleón Leal nuestro padre". Finalmente, después de una vida relativamente corta, pero rica en virtudes y de buenas obras, murió la muerte de los justos el 23 de octubre de 1852, a los 58 años de edad, habiendo sido sepultado, no en el cementerio común (como reza el acta de defunción), sino en el Santuario del Señor de la Misericordia, que quiso desde luego ensalzar a su fiel y devoto siervo, que desde el primer testamento mandó a sus albaceas, Dña. María 26 Dijo que lo había hecho "por ciertos inconvenientes" pero yo creo que no fueron otros que los que aquí apunto. 27 El de la Sangre de Cristo, sin fecha, es más antiguo, y aunque algo deteriorado, es de mayor valor artístico que el otro de la Flagelación. Ambos cuadros pasaron al dominio de sus herederos o, más bien, al de D. Buenaventura que fue el albacea y que administró en común todos los bienes hasta su muerte, ocurrida el 23 de mayo de 1885. En la partición de bienes de este Señor, fueron adjudicados a su hermano D. Pascual que fue el albacea, quien los donó en 1907 al Santuario del Señor de la Misericordia, en donde se conservan en el mismo estado en que allí fueron colocados.

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Paula Velarde y D. Buenaventura Leal, que fuera "amortajado y enterrado humildemente".

B

SU PARTICIPACION EN El. CULTO DEL SEÑOR DE LA MISERICORDIA

Muchas veces sucede que, cuando Dios Nuestro Señor elige a alguno como instrumento para llevar a cabo cierta obra de grande servicio suyo, le asocia otro u otros para que entrambos o entre muchos le den realidad. Lo ordena así su Majestad, para compartir entre varios la gloria de aquella obra, previniendo así el sentimiento voluntario de vanidad, a que tan propensa está la mísera naturaleza humana, también para difundir más codiciosamente los raudales de su misericordia, y por último para proveer mejor, aun en lo humano, a la realización de sus designios, puesto que un hombre solo es débil y está más expuesto a errar. A Moisés acompañó Su hermano Aarón; a San Pedro, los demás apóstoles, a Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, a San Francisco de Sales, Santa Juana Francisca; a Santa Margarita María el B. P. de la Colombiére. D. Pantaleón Leal fue el hombre destinado por Dios, para ayudar a D. Pedro Medina en la obra de glorificación de su Misericordia, en esta población. Desde luego, según lo hemos indicado ya, con generosa abnegación, ofreció su casa situada en lugar céntrico y en la calle principal, para que fuera como el primer santuario en donde se rindió un culto público a la Sagrada Imagen, que permaneció allí hasta que terminó la fabricación del actual Santuario, en donde fue colocada. Dije con generosa abnegación, porque es fácil comprender las continuas molestias que tendría que sufrir de parte de los devotos que visitaban la venerada Efigie, tanto por no ser todos muy urbanos, cuanto por ser necesario tener abiertas las puertas todo el día y aún parte de la noche, para dar a todos franca entrada. Como este varón justo nada deseaba tanto como la gloria de Dios y el provecho espiritual de sus prójimos, reputaba por nada todos aquellos sacrificios, que quedaban bien compensados en el gozo interior que le causaba al ver tan generalmente honrado, a su amado Señor Crucificado. Siendo D. Pantaleón Leal muy conocido y estimado no sólo en este lugar, sino también en los circunvecinos, por la reconocida honradez con que se había desempeñado en puestos públicos, la estancia del Señor de la Misericordia en su casa, contribuyó en gran manera para que fuera mayor la afluencia de personas piadosas que a ella recurrían a venerar la sagrada Imagen. Esta afluencia fue creciendo cada día más, a medida que la piedad cristiana se fue dando cuenta de que el Crucifijo era muy devoto, de las grandes y admirables gracias que por su invocación se estaban obteniendo, según lo acreditaban el gran número de retablos, que los fieles agradecidos habían mandado pintar y colocar en el Oratorio en que se daba culto a la portentosa Efigie. Según me lo ha contado el Sr. D. José Cornejo Franco que lo supo por tradición de personas fidedignas, D. Pantaleón Leal cultivaba crecida e íntima amistad con el Ilmo. Señor Obispo Dr. D. Diego Aranda desde la época en que este Ilmo. Señor fue cura de Atotonilco el Alto. Siendo esto así, en alguna entrevista que tuvieron conforme lo reza la misma tradición, D. Pantaleón Leal expuso al Señor Obispo todo el asunto de la Imagen del Señor de la Misericordia, su origen maravilloso, y los insignes beneficios que se obtenían mediante su invocación, y le hizo ver como sería de grande servicio de Dios y provecho espiritual de los fieles el que, para su culto público se le edificase una capilla en la que pudieran también cumplir con el precepto de oír la Santa Misa y recibir los demás auxilios espirituales.

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Considerando el Ilmo. Señor cuán verdadero era lo que exponía D. Pantaleón, dio el proyecto de este su aprobación, pero le advirtió al mismo tiempo que, para concederle en forma la debida autorización, era necesario que la solicitara por escrito, después de lo cual pediría al párroco el informe oficial, acerca de la conveniencia de la erección de la expresada capilla. De conformidad con lo prescrito por el Ilustre Prelado, hizo D. Pantaleón un memorial que presentó en la curia episcopal e121 de noviembre de 1841, el cual, recibida la información benévola del párroco, que lo era el Dr. D. José Eufrasio Carrillo, fue despachado favorablemente fechado el 17 de febrero del año siguiente, 1842 en que se concedió al suplicante la licencia en forma, para que éste pudiera edificar la deseada capilla, junto a la casa de ejercicios de esta población. La copia de este decreto del Ilmo. Señor D. Diego Aranda, es el segundo de los documentos escritos que han servido para redactar estos Apuntes y consta al final de este opúsculo. Quizás alguno pudiera objetar que la capilla, de la que habla el decreto del Sr. Aranda, no era en honor del Señor de la Misericordia, sino una simple capilla, sin advocación especial, destinada a facilitar a los fieles la audición de la Santa Misa y recepción de los Sacramentos; porque, en ese decreto no se menciona para nada al Señor de la Misericordia, ni se dice que sirviera la capilla para su culto; pero no es así; es cierto que en el decreto no se expresa que la capilla se fabricara para honrar al Señor de la Misericordia, más sí se expresa en la revisión de cuentas de la misma capilla, que presentó D. Pantaleón Leal al mismo Sr. Aranda, en la visita de éste a esta población el 2 de septiembre de 1847. En el acta de esta visita se dice: "Visitó S. S. I. Las obras presididas por D. Pantaleón Leal, como encargado de la obra material del Señor de la Misericordia, y corren (las cuentas) desde el 28 de noviembre de 1841, hasta el 31 de agosto del presente año (1847)”. Como se ve, las cuentas comenzaron en el mismo mes que D. Pantaleón Leal presentó el memorial, en que pedía la autorización para la fábrica de la capilla. Luego ésta no era otra que la del Señor de la Misericordia. Mas en lo que, sobre todo, contribuyó D. Pantaleón Leal a la obra de la glorificación del Señor de la Misericordia, fue en la parte principal que tuvo en la construcción de su Santuario. Seguro como estaba del buen éxito que tendría, ante el Prelado diocesano, la solicitud. que le presentó para su erección, al mismo tiempo comenzó con grande actividad y entusiasmo, según lo hemos visto ya en su calidad de mayordomo, a recoger limosnas de los fieles, consistentes no sólo dinero en efectivo, sino también en maíz y otros cereales y objetos, cuyo importe, al venderse, ingresaba en la suma destinada a la fabricación material. En libro especial, y con mucha escrupulosidad, llevó las cuentas de ingresos y egresos, todo lo que tardó la fábrica del templo, recogiendo en legajos separados todos los respectivos comprobantes. El se encargó, por sí mismo, de la compra o adquisición de los materiales necesarios y de buscar. y contratar albañiles y demás operarios que trabajaron en la obra material; así como también, estuvo al cuidado de ellos para vigilar su trabajo. Toda esta labor espiritual y corporal, prolongada por todos los años que se emplearon hasta la conclusión del lugar sagrado, la desempeñó D. Pantaleón, no sólo con paciencia y constancia, con entusiasmo y alegría de su alma, sino aún con el más absoluto desinterés. Porque, no contento con poner a disposición de Nuestro Señor las facultades de su alma y fuerzas corporales, empleó, también en aquella obra de gran gloria de Dios, buena parte de sus bienes temporales. Aunque no poseemos ya el libro de cuentas, en que por muy menor constaban los ingresos para ayuda de la construcción del templo, sí consta en el reconocimiento que de ellas hizo el Señor Aranda, en la misma visita de 1847 que había en favor de D. Pantaleón y “contra la obra pía”, un saldo de ciento y treinta y nueve pesos un real que, como es justo suponer en un varón

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de tanta piedad y religión, tan probo y generoso, fue debido a los personales donativos con que él contribuyó, como parece haberlo reconocido así el Ilmo. Prelado. Todo este trabajo, tan grande y prolongado de D. Pantaleón, es tanto más laudable, cuanto lo llevó a cabo con una salud bastante quebrantada por las fatigas de su laboriosa vida. Efectivamente, desde antes de iniciarse la fábrica del templo, el 26 de mayo de 1840, se sintió gravemente enfermo, por lo que hizo su primer testamento, convalecido de esta enfermedad, más tarde, el 14 de marzo de 1849, de nuevo se sintió llegar a los umbrales de la muerte, lo que obligó a otorgar su segundo testamento. Sin embargo, Nuestro Señor, que lo quería como instrumento de la gloria de su misericordia, lo sacó de este inminente riesgo, restituyéndole una vez más la salud, a fin de que el había comenzado la obra de su templo, gozara de la misma de presenciar el alegre y festivo final de la misma. Aún más no sólo le concedió intervenir como elemento muy principal28 en la organización de la grandiosa fiesta de la solemne bendición del Santuario y de la colocación en él del Señor de la Misericordia, sino también que fuera testigo como por espacio de medio año, con gozo inmenso de su alma, de los espléndidos cultos que le tributaron aquellas apiñadas multitudes de cristianos fervientes. Por lo que, cuando agotara su vida, no tanto por la longevidad, cuando por el pesado y continuo trabajo de ella, contempló cercano a su amantísimo Salvador, cuyo honor con tanto ahínco había procurado, con su corazón henchido de júbilo y alborozo, pudo cantar con el profeta Simeón: "Ahora sí Señor, despides en paz a tu siervo, porque mis ojos han contemplado la gloria que te tributa este mi amado pueblo, reconociéndote como su Dios y Salvador". ¡Oh justo esclarecido varón! Si tus contemporáneos, inconsolables, cubrieron de lágrimas tu féretro, los postreros bendeciremos eternamente tu memoria.29

CAPITULO X

LIMOSNAS. GRANDES MERCEDES. TITULO: "SENOR DE LA MISERICORDIA".

Una vez que el párroco del lugar había rehusado tomar la iniciativa de la fábrica del templo, muy difícil era en verdad, para unos particulares, llegar hasta el fin de esta magna empresa, si se tiene en consideración que en aquella época el dinero tenía mucho más valor que ahora y, por lo mismo, se conseguía con mayor dificultad y, además, la villa todavía era muy pequeña y de pocos habitantes. ¿Qué hacer ante los obstáculos que se presentaban al parecer insuperables? Nada es capaz de arredrar a quien está animado de un vivo celo de la gloria de Dios, y que en El tiene puesta toda su confianza. Conferenciando entre sí, para deliberar lo que en el caso había de hacerse, se convino en que D. Pantaleón, como mayordomo que era de la obra se quedaría para recoger las oblaciones que presentaran las almas devotas, con los cuales se daría principio a la fábrica; y que D. Pedro Medina haría recorridos periódicos en las poblaciones foráneas

28 Me contó la señora Dña. María Cruz vda. de Navarro, que oyó de sus antepasados que, en los días de las fiestas de la dedicación del Santuario, don Pantaleón Leal, montado a caballo -por no poderlo hacer ya de pie- discurría por la población ordenando y disponiendo todo lo necesario. 29 A iniciativa del Señor Don José Alcalá González, el Ayuntamiento de la ciudad le dedicó una calle, de Oriente a Poniente, que pasa al sur del Santuario.

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para allegar limosnas con el mismo fin, y así se verificó. Por tanto, amparado este Señor por la autorización escrita del párroco de la población -aún del mismo prelado diocesano, como es fácil suponerse- visitó durante el tiempo de secas en muchos años consecutivos, no solamente los lugares vecinos, sino también otros distante, aún mas allá de Guadalajara solicitando limosnas de los fieles devotos para construir un templo en este lugar, a una imagen de Nuestro Señor Crucificado, cuyo portentoso hallazgo, talla y demás circunstancias él les refería con lenguaje sencillo y mudos ciertamente, pero con la atractiva elocuencia de que habla con la sincera persecución del corazón que movía los de aquellos que atentos lo escuchaban. Lo contenido en la cláusula anterior, puede comprobarse por un documento escrito que conservo íntegro. Es un certificado o pasaporte, otorgado el 22 de diciembre de 1848, en el que el director político de este departamento, don José María Vallejo, certifica que el C. Pedro Medina fue inscrito en el padrón de la guardia nacional. El dicho certificado está revalidado al calce en Zapotiltic, el 28 de mayo de 1851. A cualquiera le parecería obvio que este pasaporte lo adquirió don Pedro Median para poder viajar con toda libertad sin ser molestado por las autoridades militares o civiles que visitaba, con el noble fin de allegar fondos para la construcción del templo. En él se ve también cuanto tuvo que andar este santo varón, a pie o en mala bestia, puesto que Zapotiltic está al sur de Zapotlán el Grande, como a unos 24 kilómetros. Empresa por demás trabajosa y difícil fue esta para un hombre como D. Pedro Medina que siempre había vivido en rancho con poca comunicación, sin letras y sobre todo, pobre en gran manera. En todo el tiempo que fue necesario emplear para la colecta de fondos, fuele preciso dejar a su joven esposa30 y algunos niños con muy escasos recursos. Como nuestro señor nunca se deja vencer en generosidad por sus criaturas y aún en esta vida es generoso con los que con él se muestran generosos; es muy conforme a su modo ordinario de obrar, que premiara con singular gracias la grande y constante abnegación de su siervo, que, por procurar su gloria, se había impuesto tales y tan costosos sacrificios. Así fue, en efecto, según el mismo confesó después a los de la familia, diciendo en breves palabras, que durante aquel tiempo que habían empleado en allegar limosnas para la construcción del santuario de Nuestro Señor le había "hecho mercedes muy admirables" -¿qué mercedes fueron estas? ¿Excedieron o no los límites ordinarios de la gracia? Como él no lo dijo, nosotros lo ignoramos. No es necesario suponer que nuestro Señor en ese tiempo, se haya comunicado con su siervo de un modo extraordinario, puesto que las mercedes ordinarias, comprendidas dentro del círculo de la fe, son a las veces tan sublimes, que en efecto y eficacia, pueden competir con las mismas extraordinarias; y así es de creer que, inundados su alma en un mar de alegría y gozo tan grande, que le parecía sentir anticipadamente las delicias del cielo, el Espíritu Santo le comunicó al mismo tiempo luces superiores e interiores, emociones y sentimientos tales, que por ahí se dio a conocer, anticipadamente, la gloria que Dios recibió en los años futuros, en el templo que él con tanto trabajo y sudores procuraba fuese edificado. Siendo esto así, ¿quién podrá dudar que en aquellas divinas comunicaciones, se le haya dada un muy claro conocimiento y un presentimiento verdadero, por los que quedará íntimamente persuadido de lo que más tarde ahí ha de acontecer mediante el culto del Señor de la Misericordia. Conocerá entonces tan claro como si lo estuviera presenciando, las espléndidas festividades con que sería honrada la Santa Imagen, las 30 Esta Señora dijo a su nieta Dña. Ana María Márquez, que en ese tiempo, para atender a su subsistencia, se vio precisada a trabajar torciendo cigarros de hoja de maíz, de los que había entonces grande demanda en este lugar.

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incontables multitudes que no sólo de los pueblos vecinos, sino aún de las lejanas provincias, llenas de fe :y devoción, habían de venir a postrarse a sus pies, y la continuación de la gracia admirable -de las que muchas él ya tenía conocimiento- que nuestro Señor había de conceder el curso de los tiempos, a toda clase de fieles, teniendo compasión de ellos y aliviándoles sus miserias corporales y espirituales. Teniendo esto presente y, además que la Santa Imagen había sido para él causa de muy grandes misericordias, antes y después de que fuera tallada, conoció internamente que ninguna denominación era tan adecuada para ella como la de "el Señor de la Misericordia". Por tanto, fue D. Pedro Medina, quien, iluminado y movido interiormente por la gracia de Dios, impuso al santo Crucifijo el nombre de Señor de la Misericordia en vista de la misericordia que a él mismo había dispensado y de las que el tiempo venidero había de otorgar en su Santuario a todo el linaje de personas; y con ese nombre pasó a las generaciones posteriores y ha sido invocado hasta nuestros días. Contra lo que acabo de decir, el Sr. D. José Cornejo Franco afirma, por tradición recogida por él de personas antiguas y fidedignas, que el mismo Padre D. Eutiminio Cervantes, que bendijo la sagrada imagen; fue quien puso a esta el nombre de "Señor de la Misericordia" porque quiso que se llamara como un crucifijo pequeño que tenía en su mesa con ese mismo nombre. Esta opinión no carece de fundamento, porque el padre Cervantes31 residió en este lugar, por lo menos desde e121 de abril de 1840 hasta el 13 de febrero de 1841 pues en este tiempo firma en las actas de bautismo de la parroquia. El nombre "Señor de la Misericordia", no es un nombre vulgar, como el de otros crucifijos que conocemos, y da a entender que el que lo impuso a la Sagrada Imagen era persona ilustrada, lo que conviene bien al Padre Cervantes.

CAPITULO XI

TERMINACION DE LA FABRICA DEL SANTUARIO Y COLOCACION DEL SEÑOR DE LA MISERICORDIA.

Obtenida del Señor Aranda la licencia para edificar la capilla, e1 17 de febrero de 1842, y facultado el párroco de la villa Br. D. José Eufrasio Carrillo, para poner la primera piedra del edificio es de creerse que procedería a los pocos días a este acto solemne, a juzgar por el entusiasmo que había para dar cuando antes principio a la fábrica del templo. En pocos días se abrieron los cimientos, se rellenaron y aparecieron los muros que muy pronto se fueron elevando hasta quedar en soleras. Aunque no se sabe de cierto el estado que tomaron los trabajadores en 1847, en que el Ilmo. Señor Obispo hizo la visita pastoral, es de suponerse, no obstante, que estaban muy aventajados, se tiene en consideración no sólo el tiempo empleado en ello, que era de más de cinco años, sino también el dinero invertido hasta entonces en la fábrica que ascendió a nueve mil novecientos un peso siete reales tres granos: suma que ahora a alguno le parecería pequeña, pero no es así, porque dado el valor. del dinero en aquella época podría equivaler a más de cien mil en los actuales tiempos.32

31 Según el mismo Señor Cornejo Franco, vivió en la casa perteneciente hoy a la familia Navarro Venegas, en la primera manzana de la calle real. 32 (* N. del E.) El subrayado es nuestro, ya que la primera edición de este libro se realizó en 1937.

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En un papel, que era como la primera página de un cuaderno de cuentas, probablemente, escrito de letra de D. Pantaleón Leal, el 24 de enero de 1843, está una lista de algunos de los operarios que trabajaban en el Santuario, comenzando por "el maestro Julián"33 que parece fue el primero que dirigió la obra material del templo hasta las bóvedas. La cúpula fue ejecutada por un albañil venido de Guadalajara, de apellido Ciprés. Las torres fueron diseñadas y construidas por el notable albañil y arquitecto D. Apolonio Rodríguez, originario de Colotlán y padre del Sr. Cango. de Guadalajara D. Pedro Rodríguez .34 Finalmente, el camarín con su cúpula fue obra del albañil D. Romualdo Hernández, originario de La Piedad, Mich. Mas ¿cuando terminó la fábrica del Santuario, se hizo la solemne bendición y fue colocada en él la sagrada Imagen del Señor de la Misericordia? En el decreto en que el Ilmo. Señor Aranda, dio licencia para la erección del templo, ordenó que al concluirse este, se diera cuenta a la sagrada Mitra, con el fin de proceder a la autorización necesaria para su solemne bendición; pero hasta ahora no se ha podido hallar, ni el texto del informe y solicitud del párroco, con la mira de obtener del Prelado el permiso para la bendición, ni el decreto en que éste fue concedido, por más que se han buscado diligentemente en el archivo de esta parroquia y en el del arzobispado. Así es que, por ahora, si nos atuviéramos únicamente a documentos escritos, nos sería imposible determinar la fecha con exactitud, teniendo que, ponerla entre el 2 de, septiembre de 1847 en que, como se ve en el resumen de la revisión de las cuentas (documento núm. 3), el templo estaba aún en construcción, y el 4 de agosto de 1855, en que, según consta de la circular del Ilmo. Señor Espinosa -en la que este celoso Prelado manifestaba sus deseos de establecer el Jubileo circular foráneo- habla ya del Santuario del Señor de la Misericordia, como abierto hacía tiempo al culto público. (Véase el documento 40.). Esto último es también evidente, porque la torre del sur que se hizo (claro está) después de la conclusión del templo, es de 1855. La falta de documentos escritos, la he tenido que suplir con el testimonio de personas ancianas,35que presenciaron aquellos acontecimientos o que los oyeron referir de testigos oculares. Entre estos testimonios, tengo por más probable, y aún como cierto, el de los descendientes de D. Ignacio Franco. Es tradición común entre ellos, por haberlo oído de sus mismos padres o abuelos, que el Señor de la Misericordia fue llevado en procesión de la casa de D. Pantaleón Leal, y colocado en el Santuario, el día que nació la hija mayor del segundo matrimonio del dicho D. Ignacio Franco que se llamó Petra, y que la solemne festividad tuvo lugar al día siguiente. Ahora bien, según consta del acta de bautismo, cuya copia está al final de estos Apuntes, esta señora nació el 29 de abril de 1852, fiesta de San Pedro Mártir, y fue bautizada al día siguiente, 30 del mismo mes. De entre muchos testimonios análogos de testigos auriculares, parientes de la familia anterior, que pudiera citar, pondré aquí, el de Dña. María de Jesús Barba de Baltasar36 de 66 años, por ser persona de ilustrada piedad y de muy buen entendimiento. Pues

33 Figuran allí también los nombres de Juan Morán, Martín Guzmán e Inocencio Nario, que serían oficiales o albañiles de segundo orden. 34 Nació este I. Señor aquí en Tepatitlán, el lº. de febrero de 1854 y murió súbitamente en la misma Catedral desempeñando en ella los oficios sagrados, el 21 de diciembre de 1935. 35 Los principales son dos: Dña. Andrea Martín de 93 años y Dña. Regina Vallejo de 94. Ambas muy conocidas en este lugar y que, no obstante su avanzada edad, poseen en muy buen estado el ejercicio de sus facultades mentales. Esta nota la escribí en 1937; las dos pasaron ya a mejor vida. 36 Falleció esta señora el 28 de octubre de 1844.

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bien, esta señora refiere que desde niña oyó contar a su madre Dña. Secundina Franco -que murió de 84 años, en 1923 y fue cuñada de D. Ignacio Franco- que su sobrina Petra había nacido el mismo día en que el Señor dela Misericordia había sido colocado en su Santuario. Aún más, que la dicha Dña. Secundina, por contar ya entonces como doce o trece años, vio la procesión solemnísima que se verificó por la tarde del 29 de abril, en que la venerable Imagen del Señor de la Misericordia, fue llevada en triunfo de la casa de D. Pantaleón Leal al Santuario, en medio de un concurso numerosísimo de pueblo, que no sólo llenaba las calles, sino aún las azoteas de las casas. Lo dicho parece confirmarse por dos retablos contemporáneos, cuya relación se hallará en la segunda parte de estos Apuntes. El Primero es de Esteban Ramírez que, estando enfermo de la vista, prometió al Señor de la Misericordia que, si lo sanaba, no sólo colocar un retablo, sino también "trabajar en el Santuario tres días". Esto aconteció en 1851, lo cual parece probar que el Santuario estaba aún en construcción y, por lo mismo, que aún no estaba bendecido solemnemente. El segundo es de Dña. Lorenza Navarro, que, afectada de una enfermedad crónica, hizo voto al Señor de la Misericordia, si le restituía la salud de hacer su novena y "traer a su templo el milagro pintado", o sea la representación de la gracia maravillosa que deseaba obtener. Esto tuvo lugar en septiembre de 1853, lo cual parece indicar que el templo estaba ya dedicado al culto público. Por lo mismo, debemos afirmar que la bendición solemne del Santuario y la entronización en él de la Imagen del Señor de la Misericordia, tuvo lugar el 29 de abril de 1852, y el día siguiente, las solemnísimas festividades que inauguraron el culto público de la Santa Efigie en su templo, puesto que así lo asegura, no sólo la declaración unánime de muchos testigos, que oyeron lo que refieren las personas muy devotas del Señor de la Misericordia y que tuvieron gran intervención en la fábrica del Santuario –según se probará después- y en las fiestas de su solemne bendición; sino también, la fe de un testimonio escrito, cual es el acta de nacimiento de Dña. Petra Franco. A la sazón gobernaba aún la diócesis el mismo Ilmo. Señor D. Diego de Aranda, que no murió sino hasta el 17 de marzo del año siguiente, 1853, en Sayula cuando practicaba la visita pastoral según se dijo atrás. La administración espiritual de esta parroquia estaba encargada interinamente al Señor Pbro. D. Tomás de la Mora, de quien después volveremos a hacer mención, y le ayudaba como vicario el Padre D. Julián Navarro. La materia contenida en el presente capítulo se esclarecerá aún más, cuando expliquemos los motivos que impulsaron a elegir el día 30 de abril para celebrar en él la fiesta principal del Señor de la Misericordia.

CAPITULO XII

CULTO ESPLENDIDO Aunque no ha quedado escrita la reseña de la festividad que se verificó el 30 de abril de 1852, con ocasión de la primera Misa celebrada en el Santuario, después de haber sido entronizada en él la Imagen venerable del Señor de la Misericordia; sin embargo, es muy lógico suponer que fue grandiosa y espléndida, a juzgar por el entusiasmo universal e indescriptible, que la devoción al santo Crucifijo había infundido en los habitantes no sólo de esta parroquia y sus alrededores, sino también, aún en lugares lejanos, debido a la notoria creciente fama de los prodigios, con que estaba

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constantemente favoreciendo a cuantos lo invocaban con viva fe y gran confianza, de lo cual era evidente testimonio el sin número de exvotos o retablos, que se habían puesto ante la Santa Imagen, en el tiempo en que estuvo ésta recibiendo culto en la casa de D. Pantaleón Leal. Por tanto, es indudable que las fiestas de ese día debieron de revestir la mayor solemnidad posible. La Misa debió de celebrarse, no sólo con canto y acompañantes, sino con sermón que, dadas las circunstancias, debió de ser muy ferviente, patético y muy apto para inflamar más el amor y devoción de aquellas multitudes al Señor de la Misericordia, o sea, la inefable misericordia de Dios, cuyos admirables efectos habían experimentado, durante los años que había durado la fábrica del templo. Los festivales de esa memorable fecha, 30 de abril de 1852, fueron como el primer eslabón de la cadena no interrumpida de las fiestas suntuosas y espléndidas que, año por año, se han venido celebrando en honor del Señor de la Misericordia, en el Santuario que le está dedicado. Parece que desde entonces, o poco tiempo después, se acordó por ambas autoridades, eclesiásticas y civiles, con gran beneplácito y aplauso del pueblo, sacar del Santuario, el 28 de abril, la venerable Imagen, en medio de grandiosas manifestaciones de devoción de la población y llevarla procesionalmente al templo parroquial, en donde era recibida entre entusiastas vítores y aclamaciones de las apiñadas muchedumbres de devotos y rebosantes de la más pura alegría, júbilo y alborozo. Allí era honrada con un ejercicio solemne vespertino, y al día siguiente, 29 de abril, se celebraba en su honor con el mayor esplendor la Santa Misa y, por la tarde, se organizaba la procesión para ser restituida al Santuario la Sagrada Imagen, con el mismo aparato externo de devoción con que había sido venerada el día anterior, para poner allí término a las festividades con el canto de las vísperas, y la solemne Celebración, el día siguiente, del Santo Sacrificio de la Misa y demás actos acostumbrados. El concurso de personas que era de cerca y aún de lejos afluía a este lugar, con ocasión de estas fiestas, era verdaderamente inmenso. Yo presencié los de 1888 y, aunque todavía era un niño de poco más de seis años, recuerdo muy bien que el gentío que inundaba la ciudad era tal, que llenaba las calles y plazas, de modo que era muy dificultoso el tránsito por ellas. Estas grandiosas manifestaciones de culto público, en que todo el pueblo en masa daba a conocer, desbordante de entusiasmo, su más sincera fe, ardiente piedad e inmensa gratitud a aquel admirable Signo de Misericordia divina, se vinieron repitiendo anualmente hasta fines de siglo pasado, en que comenzaron a interrumpirse por la hostilidad de autoridades locales, importadas de Guadalajara, que trataron de hacer efectivo el cumplimiento de las inicuas e impías disposiciones, que impiden en la República la libertad religiosa. En este siglo, hasta el año 1922, tan sólo tres o cuatro veces salió en procesión la Santa Imagen. Por lo mismo después de una interrupción de 21 años, en 1943, con júbilo y regocijo indescriptible en los días 28 y 29 de abril, entre las aclamaciones y alabanzas de apiñadas multitudes de fervientes devotos, el Santo Crucifijo volvió a recorrer, triunfalmente, las calles de esa ciudad precedido de cuatro carros alegóricos, artística y magníficamente decorados. Con entusiasmo y devoción siempre crecientes, las procesiones se han repetido en estos últimos años. Con ocasión de estos acontecimientos, las fiestas del Señor de la Misericordia, han revestido en estos años, una solemnidad sin precedentes. Ha habido tres Misas Pontificales, una en la Parroquia y dos en el Santuario, predicando en ellas y en los Ejercicios Vespertinos del Novenario doctos y elocuentes oradores sagra- dos.

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Sobre todo, en el año 1952, por ser centenario de la colocación del Señor de la Misericordia en su Santuario, correspondiente al universal y ferviente entusiasmo, las festividades de abril se celebraron con tal esplendor y magnificencia, como no se habían visto iguales en los cien años anteriores. La ciudad pareció pequeña para contener la infinidad de votos -muchos de los cuales habían venido hasta de Estados Unidos- que llenaban las calles, las plazas, las puertas y ventanas de las casas y aún las azoteas. ávidas de contemplar de cerca, adorar y aclamar al Santo Crucifijo, profundamente emocionados hasta derramar abundantes lágrimas.

CAPITULO XIII

EXTENSION DEL CULTO DEL SEÑOR DE LA MISERICORDIA

Por ser la tierna, entrañable y ferviente devoción al Señor de la Misericordia como la leche y pan con que, espiritualmente, se crían y nutren desde la infancia todos los habitantes de este pueblo venturoso, por eso es que, cuando se ven obligados a emigrar a lejanas tierras, llevan consigo esa devoción profundamente grabada en su corazón para continuar fomentándola entre sus familiares y coterráneos, y propagarla entre los que no tienen la dicha de conocerla y practicarla. Esto es evidente en las ciudades populosas, en donde los hijos de esta bendita tierra forman centros numerosos. Tal sucede, por ejemplo, en la capital del Estado, en Aguascalientes y en la misma Ciudad de México. Hace ya mucho tiempo37 que en Guadalajara, año con año, los originarios de este lugar, el 30 de abril, celebran una muy suntuosa fiesta religiosa, con sermón y solemne Te Deum en honor del Señor de la Misericordia, para darle gracias por sus beneficios, con la firme confianza de que la Misericordia del Señor los siga amparando en adelante, en medio de las vicisitudes y peligros de la presente vida, hasta el feliz momento en que cambiando la presente por la eterna, entreguen su espíritu en el dulce regazo de esa misma Misericordia. Además, a iniciativa del entusiasta, abnegado y fervorosísimo Sr. D. Francisco Hidalgo, se está construyendo un templo en aquella metrópoli al Señor de la Misericordia. A cuyo fin, para más enardecer los ánimos, el mismo Señor Hidalgo, con beneplácito del Excmo. y Rvmo. Señor Arzobispo organizó una numerosa peregrinación, el 20 de abril del año 1941, a este Santuario de Tepatitlán, en donde, después de un solemne ejercicio, con sermón, por especial delegación del Excmo. Prelado, bendijo solemnemente una escultura semejante a esta del Señor de la Misericordia, tallada por el escultor D. Agustín Espinoza, la cual fue obtenida de la original, después de la cual, fue llevada a Guadalajara, para ser colocada en el templo que allí se está levantando.38

El Señor D. José Sánchez Navarro, originario de esta ciudad, vecino de Guadalajara, a trece kilómetros de la antigua carretera que une a esta ciudad con Chapala, en un hermoso sitio llamado, 'Valle Verde", acaba de construir una gran casa de Ejercicios, con capacidad como para tres mil personas, con un gran templo que corresponda al número de los ejercitantes. Tanto el Templo, como la Casa de Ejercicios, están dedicados al Señor de la Misericordia, de cuya imagen original se labró una copia, lo más semejante posible, que se colocó en el Templo, que bendijo solemnemente el

37 Tengo a la vista una ferviente invitación del año 1918. 38 Ahora, en 1962, el templo, que es grande y espacioso, está terminado y erigido en parroquia.

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Excmo. y Rvrno. Señor Arzobispo Dr. D. José Garibi Rivera, el día primero de octubre de 1952, a las siete de la mañana. Quiero transcribir aquí los nobles, tiernos, fervientes y poéticos sentimientos de la colonia tepatitlense establecida en Aguascalientes, con los que excita a sus paisanos a solemnizar lo mejor posible la fiesta del 30 de abril de 1932. “Todo mundo tiene su patria chica. Nosotros los hijos de Tepatitlán y de sus contornos, los que vimos la primera luz en este pueblo o (en sitio perteneciente a él) hoy ausente de nuestros patrios lares, los que tenemos un santo recuerdo, sí santo recuerdo de la venerable Imagen del Señor de la Misericordia, Imagen que nos vio nacer, que nos vio inocentes, acompañados de nuestros santos padres, quizás ya desaparecidos que le pedían, o mejor dicho, que le arrancaban las bendiciones para nosotros niños, sin mancillas ¡oh! tiempos felices, ya se fueron… En nuestro corazón vive el Señor de la Misericordia, porque ahí es su morada, porque en él está alojado, porque es su propiedad... Cuando la paloma, al volver a su palomar, lo encuentra cerrado, va y vuelve y vuelve muchas veces hasta que lo haya abierto y dice: Sí, este es mi palomar...” “...Al Señor de la Misericordia le ofrecieron nuestros padres nuestro corazoncito inocente, y El desde entonces vive dentro de nosotros... ¿quién no tiene una Imagen del Señor de la Misericordia en su casa, en su cabecera? El grande, el chico, el rico y el pobre, todos tenemos la Imagen del Crucificado, porque nos ama y también porque nosotros lo amamos…” "Paisanos: demos gloria al Señor que nos ama, porque es inagotable su Misericordia, haciéndole su fiesta el 30 de abril del presente año lo mejor que podamos". En la capital de la República hay una numerosa y selecta colonia de fervientes, católicos originarios de esta ciudad de Tepatitlán, que con laudable constancia, han mantenido viva la llama de la devoción al Señor de la Misericordia y la han propagado con apostólico celo entre los habitantes de aquella gran metrópoli, especialmente celebrando anualmente con el mayor esplendor, en alguno de los templos de la ciudad, la fiesta del 30 de abril, en alabanza y gloria de su amadísimo Crucifijo. Deseando ardientemente extender más y más el conocimiento y amor a la Misericordia de Dios en la Efigie que la representa acordaron el año de 1951; erigirle un gran templo, en el que se le pueda tributar un culto especial y permanente. A este fin, se mandó hacer una escultura lo más semejante posible a la del Señor de la Misericordia, cuya ejecución se encomendó al notable escultor Dr. D. José Guadalupe Martín del Campo, miembro de la misma colonia. La obra quedó terminada en octubre del año 1951, y fue bendecida solemnemente por el M. R. P. Provincial de los Franciscanos de México, el día 30 del mismo mes, en que se celebraba la fiesta de Cristo Rey. A esta solemne bendición, por especial invitación, asistimos el M. I. Señor Cango. D. José Gutiérrez Pérez, el M. I. Señor Cango. H. Cura de esta Parroquia, D. I. Jesús Reynoso y yo. Uno de los más conspicuos miembros de la colonia, el señor n. Esteban González Padilla, ha prometido donar un solar astante capaz y adecuado en la colonia Lindavista, para que en el se edifique el templo, cuya primera piedra será colocada muy pronto.

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CAPITULO XIV

EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA EN TECOMAN, COL.

Tecoman es una de las grandes ciudades del Estado de Colima. A pocos kilómetros, el Señor Dn. Miguel G. Bravo posee una hermosa y fértil propiedad rural. Impulsado por el ferviente amor que tenía al Señor de la Misericordia, quiso implantar su devoción en esa ciudad, contando con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas, a este fin, mandó sacar una ampliación de la santa imagen del mismo tamaño que la original, ilustrada a colores y engastada en un marco de mármol. Una vez que estuvo terminada, se acordó que el 30 de octubre de 1939 sería conducida a Tecomán en una camioneta que generosamente ofreció el Señor Dn. José Sánchez Navarro, para celebrar por la tarde las festividades de la bendición y colocación de la Sgda. Imagen; pero el 27 del mismo mes, un terrible ciclón azotó con tal fuerza y violencia las costas del estado de Colima, que segó muchas vidas, destruyó las semente ras y fue causa de que el tránsito se interrumpiera por muchos días, quedando inundada una buena parte de aquella región; por lo que tuvo que aplazarse la celebración de la festividad proyectada hasta el día 30 de noviembre. Por lo tanto, en este día, como a las cinco de la tarde se detuvo el Santo Crucifijo en la fábrica de El Limón, distante de Tecomán como uno o dos kilómetros. Estaban ahí presentes el Excmo. y Rvmo. Señor Obispo de Colima, Dr. Dn. Ignacio de Alba Hernández, el Señor cura y Sacerdotes de la ciudad, los Sres. Curas de Sayula, de Ciudad Guzmán de Armería un religioso franciscano, el capellán del Santuario del Sr. de la Misericordia de Tepatitlán, el Señor Dn. Miguel G. Bravo, las R. R. M. M. Catequistas, las Siervas del Señor de la Misericordia, el Señor Dn. José Sánchez Navarro, que en su camioneta condujo de Guadalajara la Santa Imagen; y, además una incontable muchedumbre de los habitantes de Tecomán y los lugares vecinos. En los semblantes de todos se reflejaba la alegría, el júbilo y entusiasmo que llenaba sus corazones. Sobre todo del Señor Dn. Miguel G. Bravo se sentía poseído de una satisfacción muy pura y su corazón rebosante de gozo y alegría, al ver honrado y glorificado a su amado Señor Crucificado, a quien ha venerado desde niño y de quien ha recibido, en toda su vida hasta ahora, muchas y muy insignes gracias. No quisieron que la Sgda. Imagen fuera conducida a Tecomán en la camioneta sino que espontáneamente se ofrecieron gozosos, para llevarla en hombros los señores, de trecho en trecho Se organizo la procesión yendo adelante el Santo Crucificado, acompañado de aquella muchedumbre, todos a pie rezando y cantando alabanzas. Al llegar a Tecomán la procesión se dirigió al Santuario del Sagrado Corazón, en donde habían de verificarse las festividades, cuyo capellán es el ferviente y celoso Sacerdote, Don José Guadalupe Chávez Gómez. El Templo que es de tres naves y muy espacioso, fue insuficiente para encerrar en su recinto la incontable multitud de pueblo que, llenos de júbilo, victoreaba la Sgda. Imagen. A continuación el Excmo. Señor Obispo procedió a la solemne bendición de la Santa Efigie, que fue colocada en un altar al lado del Evangelio. Inmediatamente, como a las 7 p.m. dio principio la Santa Misa, que fue de acompañados y muy solemne. Por beneplácito del Sr. Bravo el que esto escribió fue designado para celebrarla.

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Desempeñó el coro un orfeón que el Padre Capellán tenía preparado. Al Evangelio, ocupo la Cátedra Sagrada el entonces Párroco de Sayula (ahora digno Obispo de Autlán, Jal.) quien en un sermón elocuente y patético, recordó sumariamente los singulares beneficios que en más de cien años han recibido especialmente los habitantes de Tepatitlán, toda la región de los Altos de Jalisco y cuantos han invocado devotamente, en sus necesidades, la Misericordia de Dios en la Santa Imagen que la representa. Como la Misericordia de Dios no es otra cosa que su misma bondad, que quiere comunicarse a sus criaturas, para socorrerlas en sus necesidades e infortunios, es indudable que este Señor repartirá en abundancia sus gracias y dones a los habitantes de esta noble ciudad, tan bien dispuesta para recibirlos. Después de la solemnidad las R. R. M. M. Catequistas y las Siervas del Señor de la Misericordia entonaron un himno que llevaban preparado. Pasadas las fiestas, el Señor D. Miguel G. Bravo generosamente invitó, como a cincuenta personas, a una espléndida cena, en el Hotel Herrera, delicadamente dispuesta para la familia dueña del Hotel.

CAPITULO XV

NUEVA CASA DE EJERCICIOS Como una extensión del culto al Señor de la Misericordia, debe tenerse la construcción de la nueva casa de ejercicios. A principios de mayo de 1950 el Excmo y Rvrno. Señor Arzobispo Don José Garibi Rivera, mandó al Capellán del Santuario del Señor de la Misericordia edificar una casa de ejercicios. Se eligió para edificarla, en la parte alta de la ciudad, del poniente, un sitio que presenta un panorama delicioso y tiene un superficie de ocho mil metros cuadrados. El mismo Excmo. Señor puso la primera piedra, ello. De febrero de 1953, y, al presente (septiembre de 1962), está totalmente terminada.39 Tan sólo están en aceite la capilla y el comedor, y faltan los enjarres de la mayor parte de la casa. Lo único que se construyó, el año pasado, fue el salón de actos, especial para ejercicios y cursillos de cristiandad. Tiene una capacidad como de doscientos metros cuadrados. En los cuartos individuales, que son como setenta y en las salas generales, pueden hospedarse trescientas personas. La capilla tiene catorce metros de ancho y como treinta y cinco de longitud. El comedor que está debajo de la capilla, tiene la misma superficie. Con ocasión del jubileo episcopal, del Excmo. Señor Cardenal se dio la primera tanda de Ejercicios, en mayo de 1955, que fue para Sacerdotes y desde entonces se ha continuado hasta la presente. En este año (1962), se han dado quince tandas, desde enero hasta agosto. Hasta esta fecha, se han dado ochenta y tres tandas de Ejercicios espirituales a toda clase de personas: Sacerdotes, Religiosos, Religiosas, Señoras, Jóvenes, Niños, con un total de: cinco mil cuatrocientos diez ejercitantes. Además, en estos últimos años se han dado en el salón de actos siete tandas de ejercicios, una para Sacerdotes, dos para religiosas, y tres para seglares; asimismo cuatro cursillos de cristiandad, dos para Señores y dos para religiosos, señoras y señoritas, todos juntos. 39 Se tiene una libreta con indicación de las tandas de Ejercicios, nombre, número de ejercitantes... que se llama "El Libro de la Vida".

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Como un nuevo testimonio de ardientísimo amor y devoción al Señor de la Misericordia, el Señor Dn. Miguel G. Bravo donó liberalmente un altar de mármol de Carrara, para la casa de Ejercicios, que fué consagrado, juntamente con la Capilla, por el Excmo. y Rvmo. Señor Arzobispo, Dr. Dn. José Garibi Rivera, el 28 de enero de 1957. Este altar tuvo un costo de treinta y dos mil pesos. En la construcción de esta casa de ejercicios se han gastado ya como dos millones de pesos.40

CAPITULO XVI

CONSAGRACION DEL ALTAR MAYOR. CONSAGRACION DEL TEMPLO. VARIAS MEJORAS.

HIMNO AL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Una vez terminado el altar de mármol y acabado de instalar, juntamente con el trono, a principios de abril de 1939, accediendo gustoso a la invitación que se le hizo, con la mayor solemnidad externa posible el Excmo. y Rvmo. Señor Arzobispo Dr. D. José Garibi Rivera consagró el altar mayor41 del Santuario el 19 de abril del mismo año. Más tarde, concluida la obra de la pintura, el día 19 de abril de 1942, el mismo Excmo. Señor hizo la consagración del Santuario en medio de un gran concurso de fieles, no sólo de esta ciudad, sino también de otras poblaciones, especialmente de Guadalajara. En esta gran solemnidad predicó el Sr. Pbro. Dr. D. José Ruiz Medrano un hermoso y elocuente sermón, que mucho agradó y conmovió a todos los que estaban presentes. Como ya estaba consagrado el altar42 del lado del Evangelio, que fue dedicado al Sacratísimo Corazón de Jesús. En julio del año de 1942, con beneplácito del Excmo. y Rvmo. Señor Arzobispo, se compró en unos siete mil pesos, la casa contigua al Santuario de la Misericordia, por la parte del Norte, perteneciente a la señora Dña. Lidia Barba de Padilla, para ayuda de cuya compra, algunos devotos43 del Señor de la Misericordia, tanto de esta parroquia como también de Guadalajara contribuyeron con la cantidad de cien pesos cada uno. La adquisición de esta finca ha servido en gran manera no sólo para el embellecimiento del Santuario, sino también, para la ampliación del atrio, por esta parte, lo que ha permitido abrir al servicio público una segunda puerta en el crucero norte del templo y otras dos en el atrio, una al oriente y otra al occidente, con sus respectivos canceles de fierro. Además para exhibir al servicio público los exvotos o retablos del Señor de la Misericordia, se construyó adosado al templo, un corredor o galería. Todas estas obras, con la clausura de la puerta del costado del Santuario, y del revestimiento de granito en el friso del templo, quedaron terminadas en los años de 1943 y 44. Hay otra obra, al parecer sencilla, pero que ha sido costosa, me refiero a la reforma de la fachada del Santuario y descubrimiento de la cantera, tanto de la fachada, como también

40 De muy grata sorpresa y admiración quedan poseídos cuantos la han visitado hasta ahora. 41 En este altar se colocaron las reliquias de los santos mártires Beatriz y Eutropio y, además, las de las santas mártires Beatriz y Victoria, donadas por la señora Hermelinda Gutiérrez Vda. de González, que había traído de Roma su primo M. I. Señor Canónigo D. José Gutiérrez Pérez. 42 Las reliquias que se colocaron en este altar, fueron las de los santos mártires Cristiano y Claro. 43 Mas tarde, pienso publicar la lista de estas personas.

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de las torres, la cual estaba cubierta con pintura. Esta mejora ha contribuido mucho al embellecimiento del templo. En el año 1944 era presidente de la cooperativa "Camiones de los Altos", el joven Dn. Ramón Jáuregui, quien deseando dejar un recuerdo perenne de su propia acendrada devoción al Señor de la Misericordia, así como de la corporación que representa, concibió la idea de mandar componer un himno al Santo Crucifijo, cuya ejecución fue encomendada al R. P. Maestro Dn. Fco. Serafín Ramírez. O. F. M. que escribió la letra también del mismo himno. A juicio de los periodistas, la música es correcta, sencilla y piadosa. En ese año no fue posible cantarlo para las fiestas del 30 de abril, porque para esa fecha aún no se había obtenido la aprobación eclesiástica; pero después se comenzó a ensayar y, actualmente, ya lo puede cantar el pueblo. En el año de 1946 se hizo el púlpito de madera de cedro y se colocó para las fiestas de abril y en septiembre se acabó de instalar el comulgatorio de mármol, con su respectivas puertas de latón.

CAPITULO XVII

EL SR. CURA D. ALBERTO IÑIGUEZ. EL SR. CURA D. JUAN N. GUZMAN.

OTRAS MEJORAS HASTA EL AÑO 1952. El día 8 de enero de 1945, por acuerdo del Excmo. Señor Obispo, el Señor Cura D. Alberto Iñiguez, quedó adscrito al Santuario del Señor de la Misericordia, en donde ha permanecido con el mismo carácter hasta este año de 1962, excepto unos cuantos meses que estuvo en los Estados Unidos de Norteamérica en 1950. El 6 de mayo de 1950, el Excmo. Señor Arzobispo nombró capellán segundo del Santuario del Señor de la Misericordia, al Señor Cura D. Juan N. Guzmán, en cuyo empleo ha continuado hasta ahora. El 28 de abril de 1847 quedó instalado en el Santuario un reloj de torre, cuyo importe de cuatro mil seiscientos pesos, fue erogado por devotos del Señor de la Misericordia, especialmente del barrio del Santuario. En los años de 1944 al 47, se compraron la campana mayor, otra menor y dos esquilas que todas fueron consagradas. En los años de 1948 y 49, se compraron azulejos para cubrir las cúpulas y torres del Santuario, en cuya obra se invirtieron como unos seis mil quinientos pesos. Desde la consagración del Santuario en 1942, se dio principio a la construcción de los altares laterales, pero no se terminaron sino hasta el año de 1949. El Excmo. Señor Arzobispo se dignó consagrar el del sur44 el día 12 de julio de 1950. El del Norte había ya sido consagrado juntamente con el templo. El 15 de mayo de 1950 se compró un órgano Hammond que bendijo solemnemente el Excmo Señor Arzobispo e1 27 de agosto del mismo año. Su valor fue de $ 24,730.75. Entre los devotos del Señor de la Misericordia se colectaron como unos quince mil pesos, y el resto fue pagado con limosnas recogidas en el Santuario. El Señor Dn. Timoteo Alcalá, en febrero de 1948, obsequió al Santuario 4 blandones de bronce y su hermano Dn. José donó otros dos, en abril de 1951. Las tres bases

44 En este altar se colocaron las reliquias de los santos mártires Lucidiano y Redempto.

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correspondieron a estos blandones para colocar los ciriales y la cruz alta, se compraron con limosnas del santuario. Con fondos del Santuario se adquirieron 6 blandones más pequeños, en abril de 1950. Estando ya muy deteriorado el cancel de la puerta mayor del Santuario, el Señor Dn. Miguel G. Bravo, mandó hacer otro de madera de cedro a su costa, cuyo valor sin incluir los vidrios fue de tres mil quinientos pesos, quedó instalado antes de las fiestas de abril de 1951. En correspondencia al cancel de la puerta mayor, el señor arzobispo fue de parecer que se construyera, también de cedro, los canceles de las puertas laterales, y así se hizo quedando instalado en octubre del mismo año. En 1951 importaron seis mil cuatrocientos pesos a excepción de los vidrios. Finalmente en diciembre de 1951, se dio principio a la pavimentación del atrio del Santuario, con ladrillo de mosaico, habiéndose terminado para las fiestas de abril de 1952, se agotó en este trabajo como unos trece mil pesos.

CAPITULO XVIII

VOTO DE RECONOCIMIENTO

Los amantes del Señor de la Misericordia y su santuario, debemos estar profusamente agradecidos con el Excmo. Rvmo. Señor Cardenal Dr. D. José Garibi Rivera, por cuanto ha hecho en estos últimos años, para fomentar el culto a esa sagrada Imagen y reformar, engrandecer y embellecer el recinto material del templo que le esta dedicado. Desde fines del año 1936, en que, con ocasión del altar de mármol que ofrecía donar el Señor Miguel G. Bravo le propuso la conveniencia de reformar primero el Santuario; por su ferviente devoción al Señor de la Misericordia, tomó el asunto con el más vivo interés, como se vio en el hecho de enviar inmediatamente, al peritísimo padre franciscano, D. Fr. Luis de Palacio, para que dictaminara sobre las reformas, que dentro del arte arquitectónico, podrían hacerse en el Santuario, encomendando al mismo Padre el diseño del altar de mármol, que entonces se proyectaba, y que es el mismo que sirvió de modelo para construir el que ahora está ya ejecutado. Él decretó que el trono y altar de mármol se colocaran bajo la cúpula del Camerín, encomendando esos trabajos al conocido artista D. Salvador Cuevas, él ordenó la reforma del templo, bajo la dirección del Señor Ing. D. Luis Ugarte; aprobó la obra de las vidrieras artísticas, encomendando su ejecución al señor D. Ignacio Bolaños; designó al Señor Pbro. D. José Ruiz Medrano (ahora Magistral de la Catedral Basílica Metropolitana), para que se encargara de dirigir la decoración del Santuario, quien con sus acertadas disposiciones de ilustrado artista, ha contribuido a embellecer lo más que ha sido posible el recinto sagrado, fue su voluntad que D. Rosalío González tomara a su cargo la obra de la pintura del Santuario, dirigida por el propio Señor Ruiz Medrano, aprobó el proyecto de hacer de granito el friso del templo; acogió con gusto la idea de comprar la casa contigua a esta por la parte del norte, en beneficio del Santuario; en fin, el mismo Excmo. Señor ha tomado la parte principal en los acuerdos relativos a la obra material del templo, y, puede decirse que, desde aquel tiempo hasta la fecha, no ha habido proyecto alguno de reforma, de amplificación o embellecimiento del Santuario, en el que el mismo Excmo. y Rvmo. Señor no haya intervenido directamente, por lo que él bien puede atribuirse todo cuanto se ha llevado a cabo en el dicho Santuario, en estos últimos años, hasta transformarlo en el estado en que actualmente se halla.

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CAPITULO XIX

ULTIMOS AÑOS Y MUERTE DE D. PEDRO MEDINA

Durante el tiempo de la fábrica del templo dejando la casa en que habitaba en el rancho del Durazno, D. Pedro Medina se vino a radicar a esta población en un cuarto45 que se le fabricó al lado sur del Santuario, por la calle de Camarín, por donación de D. Alberto Franco, según consta en su testamento. Después de las solemnísimas fiestas de la inauguración del Santuario del Señor de la Misericordia, sobrevivió todavía más de diecinueve años. Voy a consignar aquí lo que, acerca de esta última etapa de su vida he sabido, por la relación de su nieta Dña. Ana María Márquez. De su matrimonio con Dña. María Josefa Torres, tuvo seis hijos, siendo los mayores José Salomé, Fermín y Norberto: Hipólita, Madre de Dña. Ana María Márquez, fue la menor de todos. Considerando D. Pantaleón Leal, los grandes méritos de D. Pedro Medina, los penosos y largos trabajos y sacrificios que había sobrellevado para dar fin a la fábrica del templo, y además la suma pobreza en que vivía con su numerosa familia, juzgó no sólo conveniente y de mera caridad, sino hasta cierto punto de verdadera justicia que recibiera del Santuario una protección tal que le bastara a su honesta subsistencia, sin que para ello hubiera de erogar un pesado trabajo; y así le propuso que se encargara de cuidar la mesa llamada de las "reliquias", en que se recogían las limosnas, exvotos y oblaciones voluntarias de los fieles devotos del Señor de la Misericordia. Esta proposición de su antiguo y excelente amigo, sorprendió grandemente a D. Pedro Medina e hirió vivamente sus delicados sentimientos de pundonor, dignidad y desinterés que le caracterizaban. En efecto, nunca habían cruzado por su mente, en medio de su habitual pobreza, la idea de que en algún tiempo pudiera llegar a subsistir a costa de limosnas que los fieles ofrecieran en el Santuario, puesto que en todo lo que había hecho y padecido no había tenido otra mira que la gloria de su Señor Crucificado y el bien espiritual de las almas. Por tanto, tal ofrecimiento repugnaba altamente a la nobleza, dignidad y generalidad del corazón magnánimo, de aquel varón, tanto más admirable en este episodio de su vida, cuanto más desprovisto se veía de los bienes de fortuna. Así es que, desde luego, aunque agradeció a su buen amigo la merced que con tan buena voluntad le ofrecía, le manifestó, al mismo tiempo, la firme resolución que tenía de no aceptarla, por ser muy ajeno de su carácter, el empleo a que se le destinaba, y estar, además, acostumbrado a conseguir de otro linaje de trabajo, lo necesario para su mantenimiento, y el de su familia: "Soy ciertamente, muy pobre, añadió, pero tengo una confianza suma, confirmada por la experiencia de muchos años, en la paternal misericordia y providencia de Dios, que no me faltará en adelante en las cosas necesarias a mi propia sustentación y a la de todos los de mi casa". Oyó D. Pantaleón esta respuesta de D. Pedro y, al principio, trató de convencerlo con razones y persuadirlo de que no debía rehusar la buena oferta que se le hacía, con el fin 45 Al morir lo dejó a su familia, con un baldío hasta llegar al cruce del templo, según él lo dice en el propio testamento.

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de aliviarle la vida que hasta entonces le había sido tan penosa; más viendo que permanecía firme en el propósito de no aceptarla, juzgándose quizás ofendido y despreciado, cobró tal disgusto y enojo contra D. Pedro, que mandó arrestarlo46 ya sea por propia autoridad, si fungía entonces como presidente municipal, o bien, mediante la influencia y preponderancia que ejercía sobre el que lo era realmente. Pasadas las fiestas de la dedicación del Santuario, en ese mismo año, quizás por huir al Santuario, en ese mismo año, quizás por huir al desempeño del empleo que se le había ofrecido con tanta instancia y alegando la razón de que el clima de este lugar era contrario a su salud, por estar acostumbrado a vivir al aire libre, dejó este poblado y se radicó en el rancho de Picachos, distante al sur como tres leguas, de donde venía, por lo regular, como todos los habitantes del campo, los domingos y fiestas principales del año. En este tiempo tuvo lugar lo que me refirió Dña. Juana Barajas viuda de Villaseñor, que en 1937 contaba ochenta años de edad. Díjome esta señora, que siendo muy niña, conoció a D. Pedro Medina, por ser muy amigo de su padre D. Pedro Barajas; que cuando ya comenzaba a leer, la llamaba éste para que leyera en presencia de su amigo unos versos o cantares populares (*) compuestos en honor del Señor de la Misericordia (quizás con ocasión de las fiestas de la bendición del Santuario), y que, al estar leyendo, se emocionaban tanto los dos señores que derramaban abundantes lágrimas. Consagrado a los trabajos del campo, en medio de la vida oculta, tranquila y piadosa que llevan nuestros buenos aldeanos de los Altos, pasó D. Pedro Medina los últimos años de su abnegada existencia, sin que de este tiempo se sepan de él ningunos hechos particulares. Es indudable que el amor de Jesús Crucificado, fue aumentando en él de día en día, y que el pensamiento de su pasión, de la que siempre había sido muy devoto, sería el tema ordinario de sus consideraciones, con lo que su corazón, purificándose más y más de todo afecto terreno, se iría encendiendo en gran manera en el fuego del amor divino y anhelaría en vehementes deseos de abandonar ya este mísero destierro, para entrar en posesión de la bienaventurada Patria, en la que únicamente había tenido fija su mirada todos los días de su vida. Siervo bueno y fiel, había cumplido perfectamente la alta misión que su Señor le había confiado, y, así, no le restaba sino, ir a recibir el premio de todos sus trabajos, sumergiéndose en el gozo de su Señor. Como San Pablo, repetiría frecuentemente: “Deseo ser desatado de la cárcel, de este cuerpo para estar en el cielo con Cristo. Sólo me resta recibir la corona de justicia, que me tiene reservada el Justo Juez”. Después de una gravedad de quince días, en los que apenas hizo cama, embargada su alma en estos afectos dulcísimos, con los que empezó a gozar ya las delicias del paraíso, murió en la paz del Señor, aquel insigne varón, en el mismo rancho de Picachos, el 9 de octubre de 1871, a los sesenta y dos años, si hemos de creer a lo que se dice en el acta de matrimonio que al contraerlo, sólo contaba con veinticuatro años de edad". Se refiere que en la noche última de su vida, oyó una música "hermosísima", y que al morir, vio profundamente iluminada su humilde habitación, con muchedumbre de luces, la cual nada tiene de inverosímil que Nuestro Señor quisiera honrar y ensalzar, en aquellos supremos instantes, a su siervo humilde, generoso y fiel, que en toda la vida no había tenido otra mira que procurar su mayor gloria.

46 Su arresto, no en la cárcel pública, sino en el patio de la presidencia, fue de corta duración. sea porque D. Pantaleón haya reconocido pronto lo violento de su proceder, o porque sus amigos se interesaron por él para alcanzarla luego la libertad.

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Cosa digna es de lamentarse que el Santuario del Señor de la Misericordia, por cuya construcción él tanto trabajó y se sacrificó, no haya recogido en sepultura honrosa sus mortales restos, sino que éstos, confundidos con los de la masa del pueblo, hayan ido a parar a una fosa común del cementerio municipal. De seguro que el párroco47 de esta población ni siquiera tuvo noticia de su fallecimiento, puesto que el acta de éste no se registró en los libros parroquiales, y que sus amigos y conocidos no se dignaron interponer su influencia, a fin de que su cadáver reposara en un más honroso recinto. Más si los hombres no distinguieron su cuerpo difunto, de los del común del vulgo, lo distinguirá ciertamente el Justo Juez en el último día, cuando resucite revestido de gloria y de inmortalidad. El nombre del varón tan benemérito, como de verdad lo fue D. Pedro Medina que hasta ahora apenas si se ha conocido, conviene pase con gloria a las generaciones venideras envuelto en los más puros sentimientos de amor y gratitud; pues no debe olvidarse jamás que a sus grandes virtudes y merecimientos, debemos la portentosa imagen del Señor de la Misericordia y las admirables gracias que, mediante Ella, hemos recibido.48

CAPITULO XX

30 DE ABRIL Los amantes del Señor de la Misericordia preguntan con frecuencia: ¿Por qué razón se escogió el 30 de abril para la celebración de su fiesta principal? En el presente capítulo me propongo satisfacer a esta cuestión. Por mi parte, antes de que comenzara a conocer la historia del Señor de la Misericordia, suponía que el 30 de abril sería el aniversario de la fecha en que D. Pedro Medina se había hallado, en el Cerro Gordo, la encina que contenía la venerable Imagen, la cual no es así, porque este hecho, según lo hemos contado ya, tuvo lugar el día 6 de septiembre, y, por lo mismo bastante tiempo distante del mes de abril. Ni tampoco coincide con el aniversario del día en que el escultor concluyó la santa imagen, ni con aquel en que se trajo a esta ciudad, se colocó en la casa de D. Pantaleón Leal y se empezó a tributarle culto público ni con otro acontecimiento semejante; porque de todos estos hechos no se conserva hasta ahora la fecha exacta en algún documento digno de fe. Por tanto, hay que asentar como cosa indudable, que fue una razón de simple conveniencia, pero muy prudente y acertada, la que movió a elegir el 30 de abril, para celebrar en él la fiesta solemne del Señor de la Misericordia. Para mejor aclarar este punto, es menester recordar y suponer algunas cosas. Era el año de 1852. En la población no había más que dos sacerdotes49 el padre D. Tomás de la Mora, encargado temporalmente de la parroquia, y su coadjutor el Señor Pbro. D. Julián Navarro. Es muy probable que, no sólo la obra material del Santuario se hallara terminada a principios de este año, más también, la provisión de ornamentos, vasos sagrados y demás cosas necesarias al culto público, sobre todo para la celebración al culto público, sobre todo para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, y que 47 Lo mismo podrá decirse del Capellán del Santuario. 48 Como a Don Pantaleón Leal, el Ayuntamiento de la ciudad le dedicó la antigua calle llamada "del Camarín", 49 Entiéndase con residencia fija y estable, que accidentalmente residieron también los padres D. Maximiano Aguayo y D. José María de Aceves, capellán que fue este último, por muchos años, de San José de Gracia.

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desde entonces se hubiera deseado hacer la grandiosa fiesta de la colocación en el Santuario de la venerable Imagen; pero esto no fue posible a los eclesiásticos residentes en este lugar, ocupados como estaban en los trabajos cuaresmales y a la celebración de los oficios de la Semana Santa, por lo que fue preciso aplazar la expresada solemnidad para otro tiempo más oportuno. Como según hemos referido ya, desde muchos años antes, fue el viernes el dedicado por los fieles para venerar al Señor de la Misericordia; los eclesiásticos y seglares unánimemente estuvieron de acuerdo en que la entronización de la santa imagen en su Santuario, fuera precisamente en viernes y no en otro día de la semana. Ahora bien, en este año, 1852, la Pascua cayó el 11 de abril y el 18, LA DOMINICA IN ALBIS, tiempo éste consagrado por la Iglesia para honrar el gran misterio de la Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, y por lo mismo, no era conveniente interrumpirla con la celebración de otra fiesta extraña a la Pascua, que está toda impregnada de alegría y de regocijo, en tanto que la que se preparaba, era la de la Pasión del Señor y, por tanto, de luto, de dolor y tristeza. Por otra parte, era conveniente, también, que dicha festividad se verificara en el mes de abril y no en mayo o junio, en que los sacerdotes podían estar ocupados en la Iglesia principal, en la celebración, respectivamente, del mes de María -a quien ya entonces se lo dedicaban en muchos lugares- o del Sagrado Corazón, bien que juzgó que éste se comenzó a solemnizar después. Siendo esto así, el primer viernes libre para la celebración de la fiesta de la colocación de la venerable imagen en su Santuario, fue el 23 de abril; pero tomando en consideración, que aún en esta fecha, se determinó que, definitivamente, se aplazara la tan deseada festividad hasta el último viernes del mes, que en aquel año fue el 30 de abril. Desde entonces, este día quedó consagrado por nuestros antepasados, para honrar el aniversario de tan memorable y fausto acontecimiento, con los más solemnes y entusiastas cultos, según se ha hecho cada año hasta el presente. Por lo que acabo de exponer, se verá con cuánta razón dije al principio de este capítulo que la elección del 30 de abril, para honrar solemnemente al Señor de la Misericordia, fue electo de una muy prudente y acertada deliberación.

CAPITULO XXI

CASA DE EJERCICIOS. En el memorial presentado al Ilmo. Señor Aranda por D. Pantaleón Leal, pidió a éste licencia “de edificar una capilla contigua a la casa de ejercicios” y en el decreto de concesión nuestra licencia en forma para que el expresado D. Pantaleón Leal pueda edificar en dicho lugar (contigua a la casa de ejercicios) la citada capilla". ¿Cuál es esta casa de ejercicios? ¿En dónde estaba situada? Lo más obvio y natural es creer que la dicha casa de ejercicios, estaría ubicada a un lado o a otro, o sea al norte o al sur, del sitio de emplazamiento del Santuario del Señor de la Misericordia, puesto que éste había de ser construido junto a ella; sin embargo, después de diligentes investigaciones para poner en claro este asunto, he venido a inferir, como cosa cierta e indudable, que el Santuario del Señor de la Misericordia, jamás ha lindado ni por el norte ni por el sur, con alguna casa de ejercicios. No por el sur, en donde ahora está emplazada la casa del capellán porque habiendo preguntado a personas muy ancianas que existieron en tiempo de la dedicación del Santuario –como Dña. Andra Martín y Dña. Regina Vallejo. o poco después, o que lo

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oyeron de sus antepasados, que lo supieron bien: todas estas personas unánimemente me han respondido que jamás hubo allí casa de ejercicios, D. José Guadalupe Núñez, que nació en el mismo año de la bendición del Santuario, de muy buena memoria y entendimiento, aclara más este punto. Confirmando los anteriores testimonios, había en dicho lugar unas ruinas de casas pertenecientes a D. Sixto Hernández, padre de D. Anastasio, a quien yo conocí y traté algunos años, por vivir enfrente del Santuario. Muchos años después, hasta el tiempo en que se fabricó la casa del capellán, se veía allí una huerta plantada de árboles o una semejanza de jardín mal cultivado. Tampoco pudo esta al norte del Santuario, porque según consta por el testamento de D. Ignacio Franco, tenía allí este señor edificada una de las casas que poseía, la cual después se dividió en dos por sus herederos y son las que pertenecieron a la propiedad de las Sras. María de Jesús y Lidia Barba. Además ni, aun temporalmente, sirvió para dar ejercicios espirituales esta casa de D. Ignacio Franco. Del tenor de las palabras del documento citado, se infiere que la casa de ejercicios era única en la población y muy bien conocida. Ahora bien, según el testimonio de las personas de más provecta edad, no se ha conocido aquí otra casa de ejercicios que la contigua a la parroquia. Siendo esto así ¿cómo puede explicarse que, en oposición a lo solicitado por D. Pantaleón Leal y otorgado por el Señor Aranda, el Santuario no se haya edificado allí? La respuesta que puede darse, muy racional y que raya en certeza, es la siguiente: En un principio, cuando ocurrió el pensamiento de –erigir capilla al Señor de la Misericordia, se intentó levantarla contigua a la casa de ejercicios, o sea hacia el solar que hoy ocupa la Iglesia de Nuestra Señora del Refugio, teniendo en consideración ya sea la estrechez del sitio, ya la proximidad de la parroquia, lo que la hacía menos útil y necesaria a los fieles; ya también la espontánea generosidad de D. Alberto Franco, que cedía gratuitamente para aquel objeto un lugar amplio y bien situado, pues que no distaba mucho del centro de la población y se encontraba en la calle principal; ya, por fin, considerando que, al fabricarse en el campo donado por este señor, la villa podía extenderse más hacia el sur y se proveería mucho mejor al bien espiritual de los habitantes de este barrio; todos a una voz, eclesiásticos y seglares, fueron de parecer que en este lugar y no junto a la casa de ejercicios, se erigiera la proyectada capilla del Señor de la Misericordia, para lo cual -como es fácil suponerse- pudo alcanzarse la debida autorización del Señor Aranda, sea verbal, sea por escrito, en cuyo caso el documento no ha llegado hasta nosotros, o permanece sepultado entre los viejos legajos de algún archivo. La explicación anterior se confirma en gran manera por el tenor o modo de hablar de los documentos posteriores a 1842, en los cuales jamás se vuelve a hablar de "capilla" ni de "casa de ejercicios", sino siempre, sin excepción alguna, se hace mención del "Santuario del Señor de la Misericordia", lo que, a mi ver, prueba que el templo que se construyó después, no es el mismo que antes se había proyectado, puesto que un Santuario supone mayor espacio y extensión que una simple capilla; y, además, que el Santuario del Señor de la Misericordia no se edificó junto a la casa de ejercicios existente en la ciudad, sino en otro lugar más amplio y capaz.

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CAPITULO XXII

LOS CAPELLANES EL P. DN. TOMAS DE LA MORA

El Padre D. Tomás de la Mora ¿fue el primer capellán? Este distinguido sacerdote fue oriundo de esta población, en donde nació a principios del siglo pasado. Desde los primeros días de septiembre de 1840, desempeñó en esta parroquia las funciones de vicario coadjutor, hasta como el 5 de septiembre de 1852, en que parece50 fue sustituido por el Padre D. Miguel María Mijares, sacristán mayor51 de esta parroquia. A la ausencia del Señor Cura D. Eufrasio Carrillo, en febrero de 1851, quedó encargado interinamente de la administración espiritual de la parroquia, hasta el 28 de junio de 1852, en que de ésta tomó posesión el Dr. D. Antonio Vélez Valle. Desde que dejó de ser ministro de la parroquia, su influencia en los negocios de ésta fue disminuyendo gradualmente hasta julio de 1858, en que aparecen sus últimas rúbricas en los libros parroquiales. En los tres años siguientes, parece estuvo alejado enteramente del servicio activo ministerial. Al solicitarse de la Sagrada Mitra, el 9 de julio de 1860, que fuera habilitada como ayuda de parroquia la capilla de Mazatitlán el Padre D. Tomás de la Mora se comprometió a proveerla de todo cuanto al efecto necesitara, según se comprueba por el documento Num. 9. Como se deduce de los consiguientes, despachada favorablemente la solicitud, el Padre de la Mora comenzó a fungir como Capellán de Mazatitlán, en mayo del año siguiente, 1861, y continuó con este carácter hasta poco antes de su fallecimiento, ocurrido en esta población el 14 de julio de 1864, a los 55 años de edad, según consta en el acta de defunción, siendo inhumado en el Santuario del Señor de la Misericordia. A estas noticias ciertas, sacadas del archivo parroquia, añadamos las tradicionales que las explican y completan. La Srita. Felicitas de la Mora, hija de María de 68 años de edad, afirma haber oído a su padre D. Cesáreo de la Mora lo siguiente: Que este señor era sobrino nieto del padre D. Tomás de la Mora. Que hasta la muerte de éste, estuvo en su casa en calidad de sirviente. Que el dicho padre de la Mora residía ordinariamente en Mazatitlán, que entonces era ayuda de parroquia, en donde tenía su familia y algunas posesiones. Que de vez en cuando venía a este lugar, al Santuario del Señor de la Misericordia, probablemente uno o dos días a la semana, y que arreglaba negocios, confesaba, etc. Que el padre de la Mora fue varias veces perseguido por fuerzas armadas, por ser el administrador de la Capilla que era muy rica. Que lo que entonces padeció contribuyó en gran manera a abreviar el tiempo de su vida. Por último, que fue de grande caridad con los pobres. Como se ve, este testimonio se refiere únicamente al tiempo en que el Padre de la Mora fue capellán de Mazatitlán.

50 Hablo así, en este y otros casos semejantes, por no hallarse copiados en el libro 3º de Gobierno de esta parroquia ni uno solo siquiera de los nombramientos de párrocos, vicarios y capellanes que en aquel tiempo estuvieron adscritos a la misma parroquia. 51 Había gozado de este empleo, el Padre D. Ignacio de la Torre en 1839.

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Otros parientes -que son muchos- del padre de la Mora y algunas pocas personas que lo conocieron, aseguran que fue capellán del Santuario del Señor de la Misericordia; más, ¿fue el primero? No ha faltado quien afirme que el primer capellán del Santuario, fue el Padre D. Julián Navarro, quizás por haber sabido esto de los antepasados. Mientras no hubo Capellán adscrito al Santuario, fue necesario que los sacerdotes de la parroquia fueran los encargados de celebrar en él los actos de culto, pero de una manera transitoria y no estable y permanente. Así, es indudable que el Padre D. Julián Navarro ejerció los oficios de Capellán; más no de un modo continuo y permanente, puesto que como se deduce del archivo de la parroquia, fue "teniente cura" desde julio de 1848 y todavía lo era a fines de 1865, es decir, después de la muerte del Padre de la Mora. Del examen de las noticias -que consigné al principio- sacadas de los libros de actas de esta parroquia, paréceme que puede asentarse que, después de la dedicación del Santuario, hasta que de nuevo fue habilitada la Capilla de Mazatitlán, muy probablemente no hubo otro sacerdote adscrito a aquel templo que el Padre D. Tomás de la Mora y, por lo mismo, que fue él su primer Capellán. Después de haber trabajado, por espacio de diez años en el ministerio activo de la parroquia, sea que se haya sentido quebrantado de salud, sea por devoción al Señor de la Misericordia, o por ambas causas, es muy lógico creer que, por lo menos con anuencia del párroco, haya obtenido el ser adscrito como Capellán del Santuario. Además, por muchas razones puede tenerse, como cosa indudable, que el Padre de la Mora residió en este lugar hasta que fue habilitada de nuevo la Capilla de Mazatitlán. Siendo esto así, una vez que dejó de ser Ministro de la parroquia, en lugar de suponerlo ocioso y sin oficio ¿no sería más racional juzgar que en todo ese tiempo haya fungido como Capellán del Santuario? Por otra parte, si bien se miran las circunstancias, después de la dedicación del Santuario, ninguno de los eclesiásticos que hubo aquí, era tan a propósito para ser Capellán del mismo como D. Tomás de la Mora. En 1880, quizás por serle más propicio a su debilitada salud el clima del campo que el del poblado y a la vez para administrar mejor, al lado de su familia, los bienes de la Capilla de Mazatitlán y las propias que allí poseía, obtenida la rehabilitación de esta, se estableció en ese rancho en el que ejerció las funciones ministeriales, sin dejar por eso de venir aquí a Tepatitlán uno que otro día, sobre todo los viernes, a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, confesar y practicar otros ejercicios piadosos, que fueran aptos para mantener y avivar el culto y devoción del Señor de la Misericordia. De todo lo expuesto ¿no será lícito inferir que el Padre D. Tomás de la Mora fue, ciertamente capellán adscrito al Santuario del Señor de la Misericordia y muy probablemente, el primero de todos.

EL PBRO. D. JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ52

Fue el segundo capellán del Santuario del Señor de la Misericordia. Nació en la Presa de Gómez, rancho perteneciente entonces a esta parroquia y hoy en día a la Capilla de Guadalupe el día 9 de diciembre de 1808. Ordenado de sacerdote ejerció su ministerio como por espacio de cuarenta años. 52 Una buena parte de los datos relativos a este capellán ya los cuatro siguientes, me fueron generosamente suministrados por el Señor D. José Cornejo Franco.

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Como desde junio de 1844, en sustitución del R. P. D. Fr. Magdaleno Salas, estuvo ad- ministrando la capellanía de Capilla de Guadalupe hasta octubre de 1859, en que de ésta se hizo cargo el Padre D. Ursino Sánchez. Después de este tiempo, de seguro estuvo ejerciendo su ministerio en otra parroquia, hasta febrero de 1865, en que, sustituyendo al Padre D. Ursino Sánchez, aparece como Capellán de San José de Gracia, en donde residió hasta junio del mismo año, en que tomó a su cargo esta capellanía el R. P. D. Fr. Felipe Pérez. Por lo mismo, no pudo tomar posesión del Santuario del Señor de la Misericordia, sino de junio en adelante. Siendo esto así, los sacerdotes adscritos a la parroquia, después de la muerte del Padre D. Tomás de la Mora, como por espacio de un año, tuvieron que suplir la falta de capellán, prestando en el Santuario sus servicios ministeriales. En tiempo del Padre González, se hicieron los altares laterales del Santuario y se comenzó, o se prosiguió, la obra del Camarín. Según testimonio de Dña. Ma. Guadalupe Alonso, el sueldo de este capellán fue de veinticinco pesos mensuales. Terminó su vida en esta ciudad el 8 de mayo de 1880. El acta de defunción expresa que a su muerte tenía 74 años de edad y que recibió sepultura en el Camarín del Santuario del Señor de la Misericordia.

EL SEÑOR CURA D. PRAXEDIS VAZQUEZ Fue el tercero que ejerció el oficio de Capellán del Santuario. Conforme lo afirma D. Brígido Vázquez, su sobrino, vino al mundo en el rancho del Durazno, en donde tenía algunas propiedades, quizás heredadas de su familia. Después de haber servido varios curatos, se radicó en esta ciudad y, a la muerte del Padre D. José Ma. González, fue nombrado Capellán del Santuario del Señor de la Misericordia, el 14 de mayo de 1880, del cual no tomó posesión sino hasta el primero de junio del mismo año. Durante los diez años en que fue rector del Santuario, se puso fin a la obra del Camarín y del trono del Señor de la Misericordia. Falleció en esta ciudad el 2 de noviembre de 1890 y descansa su cuerpo en el Santuario del Señor de la Misericordia, muy probablemente en la antigua sacristía.

EL PADRE D. MIGUEL JIMENEZ ORTEGA, CUARTO CAPELLAN

Fue originario de Atotonilco el Alto y nombrado capellán del Santuario del Señor de la Misericordia el 12 de noviembre de 1890. Poseo impresa una reseña del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y de las solemnísimas fiestas que se celebraron con ocasión de la dedicación de este templo, escrita por este sacerdote, en la que manifiesta una instrucción vasta y sólida, a la par que felices dotes literarias. En la Misa solemne, predicó el sermón de función tomando por texto las palabras del libro II de los Paralipómenos: “Elegi et sanctificavi locum istum...” En lo mejor de la edad, cuando apenas contaba 38 años, le arrebató la muerte en esta ciudad, el 24 de mayo de 1897 y fue sepultado en el Camarín del Santuario del Señor de la Misericordia.

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EL SEÑOR PBRO. D. MIGUEL LÓPEZ

Nació en Ameca, Jal., el 2 de octubre de 1860. Desempeñó cu ministerios en Talpa, El Bramador, Hacienda de San Clemente. Fue párroco de Tenamaxtlán por seis años, y a la muerte del Padre Ortega, fue nombrado quinto capellán del Santuario del Señor de la Misericordia, el primero de junio de 1897. Después de 1902 , se le confió el curato de San Pedro Tlaquepaque y, más tarde la capellanía del templo de los Dolores, de Guadalajara. En su tiempo el padre López consiguió, en 1901, que el mismo capellán fuera a la vez mayordomo o tesorero y no otra persona seglar, como lo había sido hasta entonces. Igualmente, alcanzó de la Sagrada Mitra53 que el Santuario, en cuanto a los actos del culto y administración de sus bienes, no dependiera ya del párroco de esta ciudad. En mayo de 1911, abandonando su Patria, entró en el convento de de cartujos de Burgos (España), en donde residía (en 1937) con el nombre de Fr. Buenaventura.

SEÑOR PBRO. D. MIGUEL PEREZ RUBIO

Tuvo origen en Guadalajara, en 3 de agosto de 1863. Después de haber recibido la unción sacerdotal el 30 de noviembre de 1886, prestó sus servicios ministeriales como vicario coadjutor, en esta ciudad de Tepatitlán, en Zapotlanejo y Lagos, desde donde volvió a este lugar el 11 de febrero de 1902 y sustituyó en el oficio de capellán del Santuario al Padre D. Ángel López, que iba a tomar posesión del curato de San Pedro Tlaquepaque. El 9deseptiembre de 1907, cedió la capellanía al Padre D. Salvador Rodríguez. El Padre Pérez Rubio construyó la casa del capellán, contigua al Santuario. Falleció en Poncitlán, Jal., el 30 de diciembre de 1914.

EL SEÑOR PBRO. D. SALVADOR RODRIGUEZ

Nació en Atoyac, Jal., el 14 de marzo de 1862. Brilló entre los más esclarecidos talentos que tenía en su tiempo el Seminario de Guadalajara. Una vez creado sacerdote, el 25 de marzo de 1886, dispensó los servicios ministeriales en muchos lugares de este arzobispado, revelando siempre por su doctrina sólida, vasta erudición y delicadeza de sentimientos, excelentes dotes oratorias, que contribuyeron para que sus sermones hayan sido siempre muy apreciados de todos los fieles. En 1903 fue nombrado profesor del Seminario de Guadalajara, siendo yo entonces uno de sus discípulos, en la clase de Derecho Natural. Establecido más tarde en esta ciudad, a la ausencia del Padre Pérez Rubio, recibió la capellanía del Santuario del Señor de la Misericordia, que administró hasta el 5 de junio de 1923 en que por lo quebrantado de su salud, renunció al cargo de capellán y se radicó en Capilla de Guadalupe, en donde residió hasta principios de junio de 1939, en que de nuevo vino a vivir en esta ciudad, hasta la madrugada del sábado 11 de enero del año

53 Esta concesión sería verbal, porque no he encontrado documento escrito que la acredite.

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1947 en que, en esta ciudad, entregó santamente su alma en manos de su misericordioso Salvador. En el largo periodo de su rectorado, el Padre Rodríguez decoró magníficamente el Santuario, lo pavimentó con vistoso mosaico que aún perdura54 en relativo buen estado, lo dotó de preciosos ornamentos, puso ladrillo de jarro en el atrio y mandó pintar por fuera todo el templo. Para cubrir el lugar que dejaba el Padre Rodríguez, fue designado el que esto escribe, pero no tomó posesión sino hasta el 6 de julio del mismo año, 1923.

EL SEÑOR PBRO. D. AGUSTIN RAMIREZ55

Nació en San Miguel el Alto, Jal., e1 27 de agosto de 1881. Recibió el bautismo el siguiente día a su nacimiento, día en que la Iglesia honra a San Agustín por lo cual recibió este nombre. En 1897 ingresó al Instituto de San Ignacio de Loyola en Guadalajara en el que cursó la secundaria y dos años de preparatoria. En abril de 1901 ingresó al Seminario de Guadalajara. El 31 de enero de 1904 recibió las órdenes menores, el 7 de abril de 1907 el Subdiaconado, el 2 de febrero de 1908 el Diaconado y, el 2 de agosto de 1908 el Orden Sacerdotal. Cantó su primera misa el 28 de agosto del mismo año en el templo de San Agustín en Guadalajara. Durante la persecución religiosa permaneció en Las Huertas, de la comprensión de Nochistlán, Zac., y el 27 de septiembre de 1916 llegó como vicario a la parroquia de Tepatitlán. Tuvo varios nombramientos en la misma Parroquia. En junio de 1923 fue nombrado capellán del Santuario del Señor de la Misericordia en la misma ciudad de Tepatitlán, Jal., cargo que desempeñó hasta su muerte. Trabajó con empeño en la catequesis, fomentó el culto a la Santísima Eucaristía, dedicaba largas horas al confesionario y a la dirección de almas. Su predilección por los pobres y los niños era característica en todas sus actividades, sobre todo en lo referente a la educación cristiana. Su adhesión a la Iglesia y a sus superiores fue notable, así como su preocupación por la conversión de los pecadores y los problemas del mundo de su época. Fundó la Cruzada Eucarística y de mil maneras difundió la sólida devoción a la Santísima Virgen. Los que conocimos y tratamos al Padre Agustín Ramírez, lo juzgamos edificante por la santidad de su sacerdocio. Su vida fue un misterio de amor y dolor en un cúmulo de contrastes: un gran talento y una gran humildad; un espíritu profundamente contemplativo y una multitud de obras que llevó a cabo para bien de sus hermanos; una grandeza de alma en un físico débil y enfermizo. En síntesis, su acción vital estuvo cualificada por la fe y el amor. Coronó su vida sacerdotal con la fundación de la Congregación de Religiosas Siervas del Señor de la Misericordia, la construcción de la Casa de Ejercicios de Tepatitlán, y la edificación del Colegio Juan XXIII. Su muerte acaeció el día 4 de julio de 1967 en la Casa de Ejercicios del Señor de la Misericordia.

54 N. del E.: En 1937. 55 N. del E.: La anterior edición de estos Apuntes no contenía datos históricos del Padre Agustín Ramírez, así como de los posteriores capellanes del Santuario.

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EL SEÑOR PBRO.

D. ANTONIO LÓPEZ COBIAN Nació en Zapotlán el Grande, Jal., el4 de noviembre de 1923. Estuvo como sacerdote en Atotonilco, Lagos de Moreno y San Andrés. Fue Capellán del Santuario de 1966 a 1982. Terminó la obra de la Casa de Ejercicios, que había iniciado el Padre Agustín Ramírez. Construyó también una sala de velación para personas pobres que se encuentra por la calle Pantaleón Leal. Se le recuerda en Tepatitlán como un sacerdote sumamente pastoral, que mantuvo la catequesis en un alto nivel. Desarrolló una fuerte labor entre los enfermos y los pobres (acostumbraba cada fin de año comprar 1000 cobertores para obsequiarlos a gente de bajos recursos). Dedicó gran parte de su tiempo al Sacramento de la Confesión. Actualmente se encuentra asignado al templo de Ntra. Sra. del Carmen, en Guadalajara; es además encargado de la atención espiritual a los enfermos del Hospital Ayala.

EL SEÑOR PBRO. D. ALBERTO CALDERON UREÑA

Nació en el rancho La Pila, municipio de Totatiche, Jal. Durante mucho tiempo estuvo en la parroquia de San Francisco (en Tepatitlán) encargado de la catequesis. Fue Capellán del Santuario de 1981 a 1994, destacando por la claridad de sus homilías y la fervorosa atención a su ministerio. Como consejero espiritual es muy apreciado entre la población. Actualmente se encuentra en el Santuario de Guadalupe, en esta ciudad de Tepatitlán.

EL SEÑOR PBRO. D. MIGUEL. ÁNGEL PÉREZ MAGAÑA.

Actual Capellán del Santuario del Señor de la Misericordia, cargo que desempeña desde el 1º de enero de 1995. Antes estuvo en las parroquias de San Francisco y de la Sagrada Familia. Fue secretario del nuncio apostólico Girólamo Prigione y más tarde promotor de vocaciones. Brindó su servicio en un orfanatorio en Atotonilco el Alto antes de regresar a Tepatitlán como vicario en la parroquia de la Sagrada Familia y finalmente como Capellán del Santuario.

EL SEÑOR PBRO. D. J. JESÚS VÁZQUEZ RUÍZ

Nació en el rancho El Zopial, parroquia de San Francisco de Asís, en los Altos, el 11 de marzo de 1945. Recibió la unción sacerdotal en su misma parroquia el día 19 de febrero de 1976. Llega a Lagos de Moreno como Vicario Cooperador de la parroquia de la Asunción, el 30 de agosto de 1976, en donde permanece hasta el 21 de enero de 1977, fecha en que se traslada a Degollado, Jal., como Vicario Cooperador de esa parroquia. En septiembre

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de ese mismo año 1977, es enviado a estudiar Teología Dogmática a la Universidad Gregoriana de Roma. Regresa en Junio de 1978 y el día 1º de agosto llega de nuevo a Degollado, Jal. En 1984 es nombrado párroco de esa y toma posesión el 29 de junio, en donde permanece hasta el 8 de octubre de 2000. Luego, al ser nombrado Capellán del Santuario del Señor de la Misericordia, toma posesión el día 19 de octubre de ese mismo año 2000.

CAPITULO XXIII

EL PADRE D. JULIAN NAVARRO

Aunque, según dejamos indicado ya, de un modo estable y permanente no haya sido capellán del Santuario el P. Julián Navarro, todavía juzgo necesario hablar algo más acerca de él en estos Apuntes, ya recordamos sus méritos personales como sacerdote y devoto del Señor de la Misericordia, ya por la notable participación que tuvo en la catástrofe de Ocotlán, acontecida en octubre de 1847. Dividiré este capítulo en dos partes: en la primera, daré del P. Navarro algunos datos biográficos, y en la segunda trataré de dar a conocer su influencia en el prodigio de Ocotlán, en relación con el Señor de la Misericordia de Tepatitlán. 1.- DATOS BIOGRAFICOS Al oriente de Tepatitlán, al pie del Cerro del Carnicero, a corta distancia del Cerro Gordo, está situado el rancho de San Diego, perteneciente aún hoy día a la parroquia de Tepatitlán. En este lugar vino al mundo de antigua y muy cristiana familia, de origen español, el Señor Pbro. D. Julián Navarro, el 31 de diciembre de 1809. Es muy lógico creer que hiciera sus estudios en el Seminario de Guadalajara, en cuya Universidad obtuvo el grado de bachiller, al decir del Sr. Lic. D. Ignacio Dávila Garibi. Juzgo para mí -puesto que no hay medios para probar que haya ejercido antes su ministerio en otro pueblo- que su primer destino fue a la parroquia de Ocotlán, en donde permaneció hasta poco después de los espantosos sucesos del terremoto, que destruyó una gran parte de la población. Acerca de su labor y méritos como sacerdote, en más de diez años que pasó allí ejerciendo su ministerio, el Sr. Lic. D. Ignacio Dávila Garibi, escribe:56 "En los libros parroquiales se encuentra la firma de este ameritado sacerdote desde el mes de agosto de 1837, en que empezó a ejercer el sagrado ministerio en esta feligresía (de Ocotlán) con el carácter de ministro. Varias veces estuvo al frente de la parroquia por ausencia o enfermedad del Sr. Cura propio González Pico y Calzada, y al morir este, volvió a quedar el P. Navarro provisionalmente encargado de la parroquia hasta el 29 de diciembre de 1839, en que la entregó al Dr. Vélez Valle, bajo un minucioso inventario que en parte he dado a conocer en mi Colección de Documentos Ocotlenses, actualmente en prensa. Al separarse de esta villa el Dr. Vélez Valle, en febrero de 1841, entregó el curato al mismo P. Navarro, de quien lo había recibido 13 meses antes y quien de nuevo lo administró hasta el 10 de marzo del expresado año 1841, en que tomó posesión el nuevo Cura propio D. Julián Martín del Campo, quien en sus diversas ausencias y enfermedades dejaba siempre como sustituto al expresado P. Navarro". "El 3 de octubre de 1847, celebraba devotísimamente el santo Sacrificio de la Misa en un altar portátil, levantado en el atrio o cementerio de la Iglesia de la Purísima, entre los 56 Serie Cronológico-Biográfica de los Curas de Ocotlán, pág. 36.

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montones de ruinas que dejara el espantoso terremoto del día anterior, cuando apareció en el cielo, hacia el viento noroeste de la población una nube luminosa en forma de cruz en cuyo fondo se dibujaba con más o menos perfección la imagen de Jesucristo, inclinada su cabeza al costado derecho y en ademán de descender hacia el pueblo; visión que se prolongó por espacio de media hora, causando inmensa consternación entre los fieles que la contemplaban y se movían a contrición pidiendo misericordia". "Es voz común que el Br. Navarro perdió la cabeza a causa de la aparición, y aún se cuenta que huyó al cerro de Suchitlán llevándose el Misal y queriendo decir misa allá… A raíz de los acontecimientos narrados, dio muestras de estar enfermo de enajenación mental y aún se le impidió algunos días el ejercicio del sagrado ministerio, teniendo que ejercerlo después, durante algún tiempo, bajo la vigilancia del Párroco". "El año de 1848 ocurrió a la Sagrada Mitra con objeto de declarar ante los Doctores D. Francisco de Paula Verea y D. Francisco Arias y Cárdenas en la información testimonial sobre la aparición del Señor de la Misericordia, ordenada por el Ilmo. Sr. Aranda en auto fechado en la Barca el 4 de mayo de dicho año". "De Ocotlán pasó a Tepatitlán donde murió el año de 1874". Es muy creíble que después de los acontecimientos del terremoto, los superiores eclesiásticos, teniendo en cuenta el estado delicado de salud del P. Navarro, hayan determinado enviarlo a Tepatitlán, con la esperanza de que con la ayuda del buen clima de su tierra natal y la inmediata atención de su familia, recobraría pronto la salud, como parece sucedió así, pues desde 1848 no dejó de ejercer su sagrado ministerio en dicha población. En los 26 años que aún sobrevivió, sin que conste por el testimonio de algún documento escrito o tradicional, que de nuevo haya dado muestras de enajenación mental. Durante ese tiempo, sin dejar de atender a las obligaciones que tenía como coadjutor del párroco, el P. Navarro procuró fomentar cuanto pudo el culto al Señor de la Misericordia. El ayudó al párroco interino, D. Tomás de la Mora, a preparar todo lo necesario para la dedicación del Santuario y la entronización en él de la Sagrada Imagen, tomando una parte muy principal en la grandiosa festividad que se celebró con ese fin el 30 de abril de 1852. En los años siguientes, él suplió con frecuencia al Capellán del Santuario, en el tiempo en que no lo hubo, según lo hemos anotado ya. Finalmente, continuó ejerciendo su ministerio sacerdotal, con edificación y gran merecimiento, hasta el 10 de marzo de 1874, en que pasó a mejor vida, a los 65 años de edad. II. EL P. NAVARRO Y EL PRODIGIO DE OCOTLAN Conviene recordar que en octubre de 1847, hacía ya siete meses que la venerable Efigie del Señor de la Misericordia estaba recibiendo un culto público, ferviente y lleno de entusiasmo, que se había difundido no sólo ente los habitantes de la parroquia de Tepatitlán y de los pueblos vecinos sino aún en lugares lejanos, como se puede comprobar por el gran número de exvotos o retablos, que aún existen, de personas que con viva fe y confianza invocaban al Santo Crucifijo, obteniendo gracias admirables. Un mes antes de la catástrofe de Ocotlán, el 2 de septiembre, el Ilmo. Señor D. Diego Aranda visitó las obras de la construcción del Santuario del Señor de la Misericordia que, en menos de seis años que hacía se habían comenzado, las halló muy adelantadas, prueba evidente de la devoción de la santa Imagen que reinaba entre los fieles de la región y sus contornos, hasta una gran distancia. Todo esto, como es obvio, era bien sabido del P. Navarro, tanto por ser originario de Tepatitlán, en cuya jurisdicción vivían las personas de su familia, que no dejarían de

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referir los hechos prodigiosos que habían visto u oído, relativos al Señor de la Misericordia; como también, porque él mismo, por lo menos en las vacaciones que tomaba, no dejaría de visitar la santa Imagen y darse cuenta de la entusiasta y ferviente devoción que todos le profesaban. Como prueba de esto, pueden aducirse dos actas de bautismo que el P. Navarro administró en Capilla de Guadalupe, el 13 de diciembre de 1840, pocos meses después del inicio del culto público del Señor de la Misericordia, según consta en el libro respectivo de la parroquia de Tepatitlán, por lo que no cabe dudar que el expresado sacerdote fue un muy ferviente amante de la sagrada Imagen y que de ella hablaría con frecuencia, ya en sus conversaciones privadas, ya en las pláticas y sermones, a los fieles de Ocotlán, con la mira de darla a conocer y encender entre ellos el amor y la confianza. Supuestas estas cosas, procuraremos describir los sentimientos de aquel piadoso corazón, a la vista de la población desolada y de la general consternación que reinaba en todos sus habitantes, en cuya salvación había trabajado apostólicamente hacía más de diez años. ¿Qué sentiría al tener ante sus ojos el amontonamiento de ruinas a que había quedado reducido todo aquel poblado? ¡Cómo se partiría de dolor y se oprimiría de tristeza y angustia aquella alma llena de caridad, al darse cuenta de la multitud de cadáveres que yacían tendidos por las calles y de los demás que permanecía aún sepultados entre los escombros! ¡Qué viva ocupación sentiría al escuchar las ayes de los moribundos, los lamentos de los heridos, y al ver las lágrimas de las madres, de los esposos, de los huérfanos... que después de la catástrofe quedaban sin amparo, sin hogar, sin alimento! Es natural que sus ojos impregnados de lágrimas, se volverían al Señor de la Misericordia de su tierra natal, de quien había visto y oído tantas maravillas, para implorar su misericordia a favor de aquel pueblo desventurado, por lo que es muy verosímil que antes de celebrar el día siguiente la Santa Misa, exhortaría vivamente a los que estaban presentes, a recurrir con entrañable fe y confianza al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, para alcanzar el alivio de tantas y tan grandes calamidades que sobre ellos habían sobrevenido. Al celebrar "devotísimamente" el Santo Sacrificio de la Misa en favor de aquel pueblo, delincuente ayer y ahora contrito y humillado; ¡con qué fervor no haría fuerza a la justicia divina, para que se tornara en sola misericordia, mediante la invocación del Santo Crucifijo, por quien se habían obtenido gracias admirables! Es de creer que en lo más ferviente de su oración, en el momento de la Consagración, con la viva fe y confianza que interiormente sentía, pediría al Señor alguna señal clara y patente de su indulgencia y misericordia en favor de aquellos infelices cristianos! Que todo sea sí, paréceme comprobado por lo que en adelante aconteció. Después de las vivas impresiones del día anterior, al grito unánime de la multitud espantosamente impresionada, clamando misericordia, al ver el gran prodigio en el cielo; al contemplar él mismo al Santo Crucifijo, teniendo sus fervientes votos el más perfecto cumplimiento, es fácil comprender que el P. Navarro perdiera el uso de sus facultades mentales por algún tiempo, como es voz común entre los habitantes de la región. El Crucifijo que apareció en medio de una nube luminosa, tenía la cabeza inclinada hacia el costado derecho, según lo está aquel que el P. Navarro y el pueblo habían invocado en demanda de misericordia y perdón. Los testigos que declararon en la información jurídica de 1897, aseguraron unánimemente que la imagen del Crucifijo aparecido en el cielo estaba colocada hacia el noroeste, hacia el norte de la población. Esta circunstancia ¿no induciría a los

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moradores de aquel pueblo angustiado, que procedía del norte la gracia tan extraordinaria que venía a conciliarlos y traerles la paz? El nombre que dieron a la Imagen aparecida en el cielo, y el que se dio a la que, para representarla, se talló después, prueban, a mi ver, que el Crucifijo prodigioso fue el mismo que el que con entrañable fe y confianza y con el corazón contrito y humillado, se había invocado por aquel pueblo consternado. Siendo estas cosas así ¿no sería lícito afirmar, como un hecho histórico que raya en la certeza, que el prodigioso Crucifijo aparecido en Ocotlán, el 3 de octubre de 1847, no fue otro que el Señor de la Misericordia de Tepatitlán?

CAPITULO XXIV

LOS MAYORDOMOS, OTRAS PERSONAS DIGNAS DE MENCION

Cuando paso a mejor vida D. Pantaleón Leal -quien, según dijimos ya, fue el primer mayordomo del Santuario- su hijo D. Buenaventura fue designado en su lugar. Perfeccionando la obra de su padre, construyó las dos torres del Santuario, que llevan fecha de 1855 y 1857, y dio principio a la obra del Camarín, que estaba casi concluida a su muerte, ocurrida en este lugar e123 de mayo de 1885. Fue sepultado en el mismo Camarín. Para sucederle en el oficio de mayordomo, fue nombrado su hermano menor D. Pascual Leal, que puso fin a la obra del Camarín e hizo el trono del Señor de la Misericordia. Continuó desempeñando sus funciones hasta el tiempo del rectorado del Padre López, en que fue suprimido el cargo de mayordomo, conforme lo hemos indicado ya. Falleció en esta ciudad e1 3 de septiembre de 1920, a los 78 años de edad y fue sepultado en el cementerio municipal. Para que con el andar del tiempo, no quede olvidada su memoria, quiero dejar consignados aquí los nombres de las personas beneméritas del Santuario del Señor de la Misericordia, ya por haber contribuido a la propaganda de su obra, ya por la parte que tuvieran en la obra material de su construcción. EL AUTOR DE LA PRIMERA NOVENA.- D. José Cornejo Franco supo bien por datos fidedignos: que D. José María Cruz, el mayor, fue el autor de la primera novena; que era un liberal exaltado que, aconsejado por D. Pantaleón Leal57 alcanzó del Señor de la Misericordia, de un modo admirable, el remedio de una necesidad pecuniaria que lo afligía en gran manera. A vista del prodigio, se trocó por completo, porque, de impío y detractor de la Religión, fue desde entonces un muy ferviente devoto del Señor de la Misericordia, como lo demuestra la obra de la novena que, si bien no carece de defectos, está impregnada de pensamientos y afectos piadosísimos. Doña Delfina Romero viuda de De la Torre, de más de 70 años, perteneciente a una de las más nobles y antiguas familias de esta ciudad, me informó: que conoció a D. José María Cruz, que era su tío abuelo; que asistió al acto solemne en que recibió el Santo Viático58 D. José María, quien, recuerda, pidió públicamente perdón a sus hijos,

57 En el primer testamento de este señor, D. José María Cruz figura como testigo. 58 Con música y asistencia de tres sacerdotes, entre ellos el Padre D. Juan Romero, de quien recuerda bien, por ser pariente de su familia.

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hermanos y a todo el pueblo por el mal ejemplo que había dado, al mismo tiempo que perdonó de corazón a los asesinos de su hijo Ireneo, recientemente muerto, todo esto con ta1 fervor, unción y elocuencia que profundamente conmovió hasta las lágrimas a todos los presentes; que oyó decir a su abuela paterna, Agustina Cruz, hermana de D. José María, que este había escrito la primera novena; por último que el dicho D. José María Cruz murió como el año 1877, en la casa ubicada en la esquina oriente sur de las calles de San Antonio y Zaragoza de esta ciudad. Según el unánime parecer de los que lo conocieron, fue D. José María hombre de claro talento y muy versado en el conocimiento del Derecho Civil. Con fundamento en los anteriores testimonios, creo que puede asegurarse, como históricamente cierto, el hecho de que D. José María Cruz fue el autor de la primera novena, que por muchos años alimentó la piedad de los devotos del Señor de la Misericordia. El Señor Cura Dn. Tomás Córdova59 gobernó esta parroquia desde el día 31 de septiembre de 1877, hasta como a mediados de 1885, en que, acaso por lo delicado de salud, encomendó al cuidado de su feligresía al Señor Cura D. Praxedis Vázquez. Falleció el 2 de octubre del mismo año, 1885. Para fomentar la piedad de sus feligreses, compuso en 1778, un triduo al Señor de la Misericordia, impregnado de ferviente devoción, que fue oficialmente aprobado e indulgenciado por el Ilmo. Señor Arzobispo de Guadalajara, Dr. D. Pedro Loza y Pardavé. Este triduo, a la par que cumplió bien su objeto, llenó las deficiencias que se notaban en la primera novena. D. Alberto Franco que, conforme lo hemos consignado ya, donó graciosamente el solar sobre el que se levantó el Santuario del Señor de la Misericordia y, además, contribuyó con gruesas limosnas para ayuda de su construcción. Según lo afirman sus descendientes, falleció como en el año de 1854, en el rancho de su propiedad llamado "El Cacalote", de donde inmediatamente fue trasladado su cadáver a este lugar y cubierto por la tierra bendita, que él tan liberalmente había cedido para morada del Señor. D. Ignacio Franco, hijo anterior. Poniendo a disposición del mayordomo del Templo sus jornaleros, bueyes y carretas, no sólo trabajó personalmente en acarrear materiales, sino que dio abundantes subsidios pecuniarios, y a sus expensas, se hicieron las puertas del Santuario, que eran de mezquite, protegidos por chapetones de bronce. Murió en esta población el 10 de enero de 1873 a los 68 años de edad. Sus mortales restos no descansaron bajo las bóvedas de la casa del Señor, por la que él tanto había trabajado, sino que fueron a confundirse con los de la masa común del pueblo, en el cementerio municipal, acaso por recogimiento y pusilanimidad de sus familiares, que los hizo callar sus méritos ante el Párroco o ante el Capellán del Santuario. Doña María de Jesús Franco, igualmente hija de D. Alberto, que pasó a mejor vida el 27 de diciembre de 1938, administrándole yo los últimos Sacramentos. Es de las más insignes bienhechoras del Santuario del Señor de la Misericordia, de que yo tengo noticia, por sus cuantiosas limosnas, que sirvieron en gran manera para la decoración del mismo Santuario. D. Bartolomé Hernández donó mil pesos para el trono de mármol del Señor de la Misericordia, y en los últimos días de su

59 Reedificó espléndidamente la casa cural por lo que mereció del Ilmo. Señor Loza, en su visita pastoral de 22 de mayo de 1884, un muy sincero voto de alabanza, llamándola "una de las mejores de la Arquidiócesis",

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vida, mandó hacer de madera de cedro, para el Santuario, treinta artísticas bancas, que costaron cerca de dos mil pesos. No logró verlas colocadas en el Templo, por habérsele impedido su muerte prematura, ocurrida el 24 de abril del año 1941. Su esposa, Dña. Agapita Romero, dio orden de que fueran terminadas, quedando instaladas, e1 20 de agosto del mismo año; en el sagrado recinto.

SEGUNDA PARTE

DE LAS GRACIAS, MAS O MENOS INSIGNES QUE SE HAN OBTENIDO POR LA INVOCACION DEI. SEÑOR

DE LA MISERICORDIA Apenas había sido expuesta a la veneración pública la Sagrada Imagen del Señor de la Misericordia, cuando su culto o devoción se extendió rápidamente, no sólo entre los habitantes de esta población -entonces villa-, sus contornos y pueblos vecinos, sino aún entre los fieles de apartados lugares, debido a la fama que velozmente se propagó, de las gracias admirables que obtenían los que la invocaban con grande fe y confianza. Desgraciadamente, hubo desde entonces una lamentable in- curia -la cual ha perdurado hasta este tiempo- que ha impedido se consignaran por escrito aquellas mercedes recibidas, quedando tan sólo una que otra -y quizás no de las principales- en los retablos existentes en el Santuario. De las relaciones que en éstos se contienen como de ameno jardín recogeré algunas, añadidas a otras que me han presentado en el tiempo que tengo de Capellán, que sean como otras tantas florecillas, con las que me propongo formar una humilde guirnalda, que compondrá esta segunda parte de estos Apuntes, que dividiré en dos secciones: en la primera referiré algunas de las gracias temporales y en la segunda, de las espirituales alcanzadas por los fieles devotos, mediante la invocación ferviente del Señor de la Misericordia, desde 1840, en que dan principio los retablos que tienen fecha, hasta nuestros días.

SECCION PRIMERA GRACIAS TEMPORALES

CAPITULO I

LOS NIÑOS Y EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA

l. NIÑO DERRIBADO EN TIERRA POR UN ASNO Doy principio con una relación de este retablo no por lo insigne de la gracia obtenida, sino por ser el más antiguo de fecha cierta, que se conserva. En 1840 un jovencito que a juzgar por las palabras del retablo ("joven pequeño") tendría 12 años, más o menos, llamado Longinos Gutiérrez, habiendo montado en un asno, comenzó éste a corcovear con tanta fuerza, que lo arrojó en tierra desmayado. A lo que parece, el muchacho

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prometió al Señor de la Misericordia, hacerle su novena,60 si lo sacaba con bien de aquel peligro, como de verdad sucedió así, pues quedó sin lesión alguna en su cuerpo. 2. SON PRESERVADAS DOS NIÑAS AL DESBOCARSE LAS MULAS DE UN COCHE En la Hacienda del Peñasco, el 25 de agosto de 1844, se encaminaban a la iglesia en su coche el Licenciado Dn. José Antonio Romero y su esposa Dña. Jacoba Bata, con una niña de 12 años que llevaba a otra en los brazos, de dos años. Al llegar al atrio, después de apearse los esposos, se desbocaron las mulas que tiran el coche, las cuales derribaron dos almenas de piedra del mismo atrio, y subieron siete gradas de éste. Al bajar, la niña pequeña se desprendió de Los brazos de la mayor con tal ímpetu, que fue arrojada por la portañuela, quedando ésta sola en el coche que siguió arrastrado rápidamente por las bestias, en dirección del monte. En medio de la indecible angustia que se deja comprender, los dos esposos invocaron al Señor de la Misericordia de Tepatitlán y su plegaria fue tan eficaz que, a pesar de haberse volcado el coche en el trayecto recorrido, ni el cochero ni la niña que quedó dentro del vehículo sufrieron lesión alguna; pero lo más admirable fue haber encontrado muy lejos de la vía a la niñita, incólume, sentada en uno de los cojines del coche. En testimonio de inmensa gratitud, el Señor Licenciado Romero y su esposa dedicaron este recuerdo al Señor de la Misericordia. 3. UN NIÑO IMPETRA LA SALUD DE SU MADRE APLASTADA POR UNA GRANDE PIEDRA. En el mes de febrero de 1850, una niña de año y medio salió a un huerto a jugar, y desgraciadamente cayó sobre su vientre una piedra de más de una arroba de peso, dejándola aplastada. Al darse de ello cuenta, la madre, llena su alma de dolor, la encomendó al Señor de la Misericordia, quedando ilesa de su cuerpo, dice el retablo, sin dar más detalles. Si se pesan las circunstancias de este hecho aun cuando no haya tenido un efecto instantáneo, sino que haya convalecido poco a poco, no deja de ser admirable la preservación de esta niña. 4. UN NIÑO IMPORTA LA SALUD DE SU MADRE DEMENTE. María Reyes Sánchez, en 1852 se hallaba enteramente privada de sus facultades mentales hacía ya como cuatro meses. Afligido en gran manera un niño, hijo suyo, invocó "con veras de su corazón" al Señor de la Misericordia, prometiendo venir a visitarlo y traerle este exvoto en testimonio de gratitud, con lo que la Señora de nuevo gozó del perfecto uso de su juicio y voluntad. 5. UNA NIÑA ALCANZA LA SALUD DE SU MADRE. En el año 1852, aconteció a María de San Onofre Angulo que, habiéndose enfermado repentinamente, quedó como muerta. Viendo esto la niña María Luisa, hija de dicha señora, aclamó al Señor de la Misericordia y, como a las tres horas la enferma quedó enteramente sana. Las oraciones de los niños son para Dios muy gratas y eficaces. 60 Qué novena haya sido esta, no lo sé: quizá haya sido alguna fórmula de oración repetida por nueve días.

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6. NIÑITO LIBRADO DE LA MUERTE. En Atotonilco el Alto, en febrero de 1854, acaeció que estando un niño de año y tres meses al pie de un árbol, cayó sobre su cabeza un palo que allí estaba, de tres varas de largo, de donde lo levantaron juzgándolo ya muerto. Al verlo en aquel estado, su madre Josefa Rodríguez, en medio de su entrañable pena, aclamó al Señor de la Misericordia, rogándole con todo su corazón, librara a su hijito de aquel inminente riesgo de vida, como de verdad lo hizo, según lo atestigua el presente retablo, signo de su profunda gratitud. 7. ES CURADA DE UNA GANGRENA UNA NIÑA. En el mes de septiembre de 1875, la niña Felipa Navarro estaba atacada de gangrena en un dedo de la mano derecha. La enfermedad fue aumentando cada día a tal grado, que no le quedó en el dedo sino los huesos desnudos. Viendo que todos los esfuerzos que hizo el "cirujano" o médico, para atajar el mal fueron inútiles, la misma niña se encomendó con gran confianza al Señor de la Misericordia, con lo que obtuvo un éxito feliz, pues desde luego la gangrena comenzó a desaparecer hasta recobrar enteramente la salud. Para gloria del Señor de la Misericordia, que obró esta maravilla, mandó publicarla en esta pintura y enviarla al Santuario. 8. ES LIBRADO DE LA MUERTE UN NIÑO QUE CAYO DE SEIS VARAS DE ALTURA. El día 16 de marzo de 1858, el niño Pedro González en el interior de su casa, se precipitó boca abajo, sobre las piedras desde una altura de seis varas. Al ver su madre el funesto desastre, aclamó con todo su corazón al Señor de la Misericordia, suplicándole guardara al niño de aquel peligro, como en efecto así sucedió quedando libre de la muerte. 9. QUEDA CON VIDA UN NIÑO PRECIPITADO DOS VECES DE UNA ELEVADA ALTURA. Otros dos casos semejantes al anterior, acontecieron con el niño Constancio Navarro, el 16 de agosto de 1858 y 29 de marzo de 1859. En uno y otro caso descendió de tal altura, que se creyó no quedaría con vida; mas en tales aflicciones, Dña. María Luisa Navarro y su hermana Doña María Isabel, lo encomendaron al Señor de la Misericordia, que las llenó de gozo concediéndoles la dicha de preservar al niño de la muerte. Su entrañable gratitud al Señor de la Misericordia, las impulsó a mandar hacer la pintura, que representa al niño al precipitarse de lo alto. 10. ALIVIO DE UN NIÑO SOBRE EL CUAL CAYO UN FARDO DE SIETE ARROBAS. En el mes de abril de 1859, habiendo caído un fardo de siete arrobas sobre la pierna de un niño se cuatro años, le quedó esta quebrada de junto a la cadera; y después de muchos esfuerzos inútiles que se le hicieron para reparar la fractura, su padre le encomendó al Señor de la Misericordia, y desde luego comenzó a sentir alivio hasta quedar del todo sano.

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11. EFICACIA DE LA ORACION DE TRES NIÑAS. Acaeció en el año 1861, en Colima, que fue aprehendido Luis Márquez, para que sirviera de soldado en el ejército. Al tener esta infausta noticia, su madre sintió tal pesadumbre que cayó enferma de dolor de costado y, en tal situación, en compañía de sus niñas invocó al Señor de la Misericordia, pidiendo la libertad del cautivo; y su oración fue tan acertada que la señora recobró la salud y el hijo la libertad, lo cual muy bien puede atribuirse al mérito de la plegaria de las tres almas infantiles. 12. ES ESCUCHADA LA ORACION DE UNA NIÑA. E1 26 de septiembre de 1862, el general liberal Antonio Rojas, que fue muy cruel y feroz, llegó con sus esfuerzos a Capilla de Guadalupe, y al punto quizás para agregarlos al ejército, exigirles préstamos, o seguir les algún otro mal, se fijaron en algunos vecinos entre los que se hallaba, el hermano de la niña "Gregorita" Suárez, la que habiendo rogado por ellos al Señor de la Misericordia obtuvo quedaran libres de los males que les amenazaban. 13. DESPUES DE INUTILES REMEDIOS ES CURADO UN NIÑO. Hallándose gravemente enfermo de disentería, el niño Francisco Gutiérrez, de cinco años de edad, y después de varias medicinas inútiles, María de Jesús López lo encomendó al Señor de la Misericordia que le concedió la salud, por lo que le consagró este retablo. 14. ALIVIO DE UNA NIÑA ATACADA DE APOPLEJIA. Desde la edad de diez meses hasta la de ocho años, padeció de ataques apopléjicos la niña María Francisca Sánchez; y viéndole sus padres en tan miserable estado, hicieron oración por ella al Señor de la Misericordia, con lo que comenzó a recobrar la salud. En vista de lo cual, mandaron publicar en su templo esta maravilla. 15. NIÑO QUE SE TRAGA UNA AGUJA METALICA. El Padre Don Salvador Rodríguez que, según hemos visto, fue por muchos años Capellán del Santuario, me contó el siguiente caso que no deja de ser maravilloso. Por los años 1920 o 1921, un niño como de cuatro o cinco años, se tragó una aguja de acero de unos siete a ocho centímetros, más o menos. Habiendo quedado sin efecto las diligencias que se hicieron para extraerle la aguja, poseída de profunda angustia la madre del niño, prometió al Señor de la Misericordia que, si lo libraba de aquel grave riesgo, le mandaría a su Santuario otra aguja igual, hecha de oro, como de verdad lo hizo, pues el niño arrojó la aguja por el conducto digestivo.

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16. NIÑO PRESERVADO DE LA MUERTE. En plena celebración del novenario del Señor de la Misericordia, e1 25 de abril de 1935, la torre norte del Santuario y la ventana que da también al norte, un niño de 11 años, llamado Magdalena Aguirre, perteneciente a un distinguida familia vecina del Santuario, en la segunda llamada del segundo ejercicio, estaba moviendo la esquila de fino sonido, que ya estuvo instalada.61 La ventana, como todas las que dan hacia afuera, tiene una repica semicircular de cantera con bastante vuelo, protegida por un barandal de fierro. El niño estaba colgado sobre la parte izquierda de la repisa, recargado en el barandal, vuelto, por lo mismo, al sur. Aconteció, pues, que al mover el niño la esquila, el barretón que lo sostenía se rompió del lado derecho, contrario al lado en que estaba el niño, y la esquila cayó sobre la repisa y se detuvo en el barandal; pero al caer hizo pedazos la cantera de la repisa, no dejando de ella sino una pequeña parte de la izquierda, que era precisamente el sitio ocupado por el niño. A todos nos pareció maravilloso el suceso, así como por no haber tocado la campana al niño, como también porque la cantera se quebró tan solo del lado derecho para que quedara ileso; por lo que no dudamos atribuir este hecho a especial gracia del Señor de la Misericordia, que no quiso que a la alegría y regocijo de sus festividades, se mezclase el luto causado por la trágica muerte de aquel niño, sobre el que tenía especiales designios, puesto que en agosto de 1936 partió de aquí para Francia con la mirada de abrazar el estado religioso en el Instituto de los H. H. Maristas. 17. NIÑA OPERADA DEL CORAZÓN. Desde su nacimiento, mi hija María Guadalupe estaba enferma de una afección cardiaca. Un médico que le aplicó los rayos X me dijo que tenía una lesión en el corazón, por lo que creímos que la medicina era importante para sanarla. Con grande confianza en el Señor de la Misericordia, y a quien invocamos con todo el ardor de nuestra alma, dimos nuestro consentimiento para que sufriera una intervención quirúrgica, después de la cual quedó enteramente sana. No dudamos atribuir esta gracia tan singular al Señor de la Misericordia, de todo mi corazón lo bendigo y le doy las más sinceras gracias. San Francisco, Cal.; 14 de agosto de 1942. María Aceves Vda. de Delgadillo. 18. NIÑO ATRAVESADO POR UNA RUEDA DE CARRETERA MUY PESADA. En diciembre de 1947 mi hijo Raúl, de 4 años, fue atravesado por una rueda de carretera muy pesada. Al ver esto, aclamé con suma angustia al Señor de la Misericordia, mi plegaria fue tan eficaz que el niño quedó casi ileso; a los tres días estaba enteramente bien. Zapotlanejo, Jal., Julio de 1952. Antono Solórzano. 61 Esta esquila no tenía cabeza, sino que, como las que se emplean en los ferrocarriles, estaba sostenida por un barretón de fierro, en forma de arco, que le sostenía a una altura tal que se podía mover fácilmente tirándola del mismo barretón. A principios de 1942, se quebró y fue sustituida por otra de bronce.

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CAPITULO II LEPROSOS CURADOS 1. En el año 1823, comenzó a sentirse atacada de lepra Ma. Brígida Mendoza, natural de Teocaltiche. Después de haber padecido muchos años, sin conseguir alivio en su enfermedad y sin esperanza humana de recobrar la salud, por haber sido desahuciada por los médicos, invocó al Señor de, la Misericordia de Tepatitlán y en poco tiempo quedó del todo sana. 2. En el año de 1842, José María Flores, probablemente oriundo de Teocaltiche, se hallaba atacado de esta enfermedad. Como los médicos a quienes consultó, le declarasen que humanamente no había remedio para él, acudió "con veras de corazón" al Señor de la Misericordia, con tan feliz éxito que, a los veinte días se encontró enteramente sano de la lepra. 3. En 1844, Luciana Velázquez fue invadida en todo su cuerpo, de una erupción tal que se creyó estaría lazarina, por lo que se divorció de ella su marido. Habiéndola curado "los mejores médicos de Guadalajara, sin conseguir alivio alguno, se encomendó a este divino Señor de la Misericordia y como por encanto declinó la enfermedad". 4. En el mes de septiembre de 1855, Juan de la Torre padecía fríos malignos, acompañados del horrible mal llamado de Lázaro. Siete meses consecutivos hacía que venía sufriendo el rigor de ambas enfermedades, sin que fueran eficaces para curarlas las medicinas que le recetaron. En vista de esto, sumamente afligidos, su esposa, su madre y demás familia, recurrieron al amparo del Señor de la Misericordia, con lo que luego las enfermedades cambiaron favorablemente, hasta gozar de nuevo el paciente del inmenso bien de una buena salud. Profundamente reconocido al Señor de la Misericordia, mandó hacer esta pintura, que representa la maravilla, y enviarla a su Santuario para Alabanza de su Nombre. 5. Catarino Dávalos, se hallaba cubierto de lepra, en el año 1857, "y no encontrando remedio en lo humano, aclamó con veras de su corazón al Señor de la Misericordia de Tepatitlán", que lo libertó de tan terrible mal, al grado que "desde entonces no lo ha vuelto a padecer". En gratitud de tan portentosa maravilla, hizo voto de venir a darle las gracias a su Santuario y traerle el presente retablo. 6. En el mes de julio de 1660, Adolfo de la Torre padeció el mal de Lázaro, el cual iba aumentando más y más, sin que fueran parte a detenerlo los remedios empleados; pero la Providencia del Señor de la Misericordia, cuyo auxilio se invocó, obró maravillosamente en la enfermedad haciéndola desaparecer, hasta dejar al paciente enteramente bueno y sano. 7. Después de haber padecido por algún tiempo el mal de Lázaro, José Casillas, lleno de confianza, pidió al Señor de la Misericordia el alivio de tan repugnante y penosa enfermedad. Su oración fue perfectamente escuchada, porque, al omnipotente imperio del Criador, huyó el terrible mal, dejando gozosos los miembros doloridos. En gratitud

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de tan raro prodigio, para gloria del que lo obró, mandó representarlo en una lámina metálica. 8. Mariano Atilano padecía de una tan desconocida lepra, que no hubo facultativo que pudiera conocerla, mucho menos curarla; y viendo que en lo humano no era posible hallar remedio, "con veras de su corazón recurrió al Señor de la Misericordia de Tepatitlán", hasta quedar del todo sano. En gratitud de cura tan admirable, hizo voto de ir a su Santuario, darle gracias y traerle este retablo, lo cual cumplió, en el mes de mayo de 1870.

CAPITULO III I

COLERA Y OTRAS ENFERMEDADES MENTALES

A mediados de julio de 1850, José de la Cruz Mendoza fue atacado del terrible cólera morbo con todos los síntomas del mal, que padeció por espacio de dos días, sin algún descanso ni encontrar alivio en la medicina. En tan críticas circunstancias su esposa recurrió con humilde confianza al Señor de la Misericordia y al momento calmó el dolor y desaparecieron todos los síntomas de la asoladora enfermedad. 2. El 2 de julio de 1850, después de haber estado en agonía, Antonio Pozos, durante tres días, a causa del terrible mal del cólera morbo, sin haber podido hallar alivio ni esperanza alguna; en los medios humanos, su esposa, profundamente angustiada, lo encomendó al Señor de la Misericordia, prometiéndole mandar pintar, en alabanzas de su Nombre, una representación de la gracia tan maravillosa, con lo que al momento quedó restablecido. 3. J. Trinidad Gutiérrez, vecino de la Villa de San Juan de los Lagos, como se sintiese atacado de la peste del cólera, inmediatamente las personas de su familia lo encomendaron al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, y luego recobró del todo su salud. 4. En 1851, Paula Gutiérrez venía padeciendo desde hacía cinco años de una enajenación mental, que le arrebataba al furor y desesperación, en tal grado que parecía energúmena. Habiendo resistido la enfermedad a todos los tratamientos de la medicina, que se pusieron en práctica con el mayor empeño, la madre de la paciente dirigió sus ojos suplicantes al Señor de la Misericordia, como la Cananea, en demanda de piedad para su hija, y al momento ésta recobró el buen uso de sus facultades mentales mandando estampar en un cuadro esta maravillosa y enviarla al Santuario. 5. Cinco meses hacía, en diciembre de 1855, que Dña. Bárbara Navarro estaba demente, sin que le pudieran ser de algún provecho todas las medicinas que se juzgaron necesarias en el caso, por lo que vino a permanecer sin atención médica. En tan aflictivo estado, su esposo recurrió con gran confianza al Señor de la Misericordia, y desde luego empezó a declinar la enfermedad, hasta gozar de los frutos de una perfecta salud. Como

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monumento de su inmenso reconocimiento, por la prodigiosa gracia obtenida, mandó se representara en una lámina metálica, para que se guardara en el Santuario. 6. El 13 de julio de 1938, recibí la siguiente relación: Julia Bautista, a principios de este siglo, estuvo demente por espacio de ocho meses, sin esperanza alguna de sanar, por lo que se aconsejaban a su esposo, Cosme García, que no le quedaba otro recurso que llevarla al manicomio civil; más él rehusó hacerlo porque, lleno de confianza en el Señor de la Misericordia, creyó que no era necesario, pues que este Señor le devolvería la salud mediante la promesa que le hizo de enviar un retablo a su Santuario, en que constara la relación de la gracia recibida. Como lo esperaba así sucedió, puesto que la señora fue poco a poco recobrando el recto uso de sus facultades, del cual ha gozado ya, sin interrupción, por espacio de cerca de cuarenta años. 7. Una señorita instruida y de mucha piedad y religión, residente en Atacco, Tapalpa, Jal., e1 5 de abril del año 1941, me escribió en una carta “No me acuerdo si le dije que en este lugar, hubo una temporada de locura en algunas gentes, Señor Misericordioso y en ella le pedí el alivio de entre ellas una comadre mía. Hice la novena del aquella persona; y sin la medicina, poco a poco se fue poniendo bien, y, a la fecha, está perfectamente sana: se ve de un semblante alegre y espíritu fervoroso. Creo que mi Jesús, bajo esa advocación, la sanó".

CAPITULO IV

ENFERMEDAD ES DEL CORAZON, GANGRENA Y DOLOR DE COSTADO.

1. En la ciudad de Guadalajara, en el año de 1843, estando Perfecto Escudero y su padre gravemente enfermos del corazón, María Ignacia Rubio invocó al Señor de la Misericordia, pidiéndole la salud de los dichos señores, y su oración alcanzó el éxito más cumplido. 2. Estando enferma Dña. Josefa Arias de Romero, en diciembre de 1854, de una angina en el pecho, que la hizo sufrir mucho, no teniendo esperanza de ser restablecida en su salud por los medios humanos, recurrió al Señor de la Misericordia y muy pronto sintió alivio. 3. El día doce de agosto de 1847, estaba don José María Aldrete, de 80 años de edad, gangrenado de una pierna. En caso tan grave y delicado, la junta de médicos fue de parecer que no había otro recurso que amputarle la pierna; más oponiéndose a esta de terminación, por juzgarla mortal, el enfermo lleno de fe y confianza, recurrió al Señor de la Misericordia, siendo tan eficazmente escuchada su oración, que fue el único medio empleado, para quedar del todo bueno y sano. 4. El 22 de noviembre de 1856, hacía ya tres meses que el practicante de Medicina y Cirugía, Atanasio Saavedra, estaba padeciendo de una pierna gangrenada, por efecto de picaduras de turicates, sin ser posible a la Medicina hallar antídotos para contrarrestar el mal, por lo que los médicos unánimemente fueron de la opinión que se amputara la pierna, como único recurso para salvar al enfermo, el cual al oír este dictamen de los facultativos, pidió se le concediera tres días de plazo, para deliberar despacio la

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resolución más conveniente que había de tomar. En tan aflictivas y angustiosas circunstancias, el paciente recurrió al Señor de la Misericordia, pidiéndole la salud; y su plegaria fue tan favorablemente despachada, que al momento fue desapareciendo el carácter maligno de la enfermedad hasta encontrarse enteramente sano, "sin otra medicina más que la divina". 5. Estando agonizando Apolinar García, en 1842, de dolor de costado, y no siendo suficiente la Medicina para calmar la enfermedad, la madre del paciente, profundamente afligida, recurrió al Señor de la Misericordia pidiéndole, si se la concedía, una pintura que representara la merced recibida. Al darse cuenta el enfermo del voto que había hecho su madre, sintió tal confianza de que sería benignamente aceptado, que dijo al médico que lo atendía no volviera más, pues juzgaba no tenía ya necesidad de sus servicios. Como la confianza es la medida de las gracias que alcanzamos de Nuestro Señor, y siendo tan grande y sincera la que madre e hijo, mostraron en aquella ocasión, su feliz efecto no se hizo esperar, pues sin necesitar más de los auxilios de la medicina, el paciente se halló sano y sin dolor alguno. 6. En el mes de septiembre de 1863, en la villa de Atotonilco el Alto, el C. Prudencio Ambrosio estuvo gravemente enfermo de gangrena en una pierna; y conociendo que los auxilios humanos eran inútiles para procurarle algún alivio, dirigió su vista al Señor de la Misericordia, suplicándole que si lo restablecía en su salud, en testimonio de gratitud, le mandaría poner este retablo en su Santuario. 7. Acaeció a Juan Jiménez, el 26 de noviembre de 1860, que se dio en un dedo una cortada insignificante, por lo que no haciendo caso de ella, se le fue enconando al grado de gangrenársele la mano, que se juzgó era necesario amputar. Por tanto viendo que los auxilios naturales eran ineficaces para curarlo de aquel mal, sin menoscabo de sus miembros; con entrañable fe y confianza invocó al Señor de la Misericordia, hiciera El lo que la Ciencia no podía. Su oración fue atendida benignamente, porque consiguió quedar perfectamente bueno y sano. 8. A Santiago de Luna y a dos sietecitos, atacó una gangrena. Afligida su hija Nicolasa, al ver que no cedía punto a la virtud de los remedios que se le recetaban, se encomendó de lo íntimo de su corazón al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, rogándole les concediera la salud, como de verdad lo hizo. En testimonio de gratitud, mandó pintar este retablo y exponerlo en el Santuario.

CAPITULO V PARALISIS, AFECCIONES DE OJOS, PARTOS

DIFICILES

1. En el año de 1851, Esteban Ramírez, vecino de San Miguel el Alto, se hallaba gravemente enfermo de los ojos; y habiendo aplicado cuantas medicinas le prescribieron, no logró notar en la enfermedad algún cambio favorable. Viendo, pues, que los remedios humanos no bastaban para obtener el anhelado fin, acudió lleno de confianza al Señor de la Misericordia, haciéndole voto de poner en su Santuario, una pintura que representara la gracia recibida y, además, que iría a trabajar tres días en la fábrica material del mismo Santuario. Todo lo cual cumplió, por haber visto perfectamente satisfechos sus deseos.

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2. Hacía ya tres años consecutivos, en 1885, que Carlos Huerta estaba padeciendo de la vista, sin haber hallado alivio alguno en la Medicina. Poseído de la suma tristeza que lleva consigo esta enfermedad, con la mayor confianza rogó al Señor de la Misericordia, le concediera volver al uso normal de sus ojos; y sin emplear otro remedio que éste de la oración, alcanzó lo que tan ardientemente deseaba. En prueba de esto, y para mayor constancia, jura que le valió para volver a ver perfectamente. 3. María Ignacia Ramírez, vecina de San Miguel el Alto, en 1858, se enfermó por dos años enteros de una enfermedad en los ojos tan tenaz, que no cedió a ninguno de los medicamentos que se emplearon para su curación; por lo que, perdida la esperanza de recuperar la salud, se encomendó muy de veras al Señor de la Misericordia, que se dignó escucharla con tal benignidad, que en breve tiempo se halló enteramente sana. Para certificar esta maravilla, a la par que en testimonio de inmenso reconocimiento, mandó pintar este retablo y colocarlo en el Santuario. 4. Habiendo estado por algún tiempo en el Hospital de Belén, de Guadalajara, Paulino García curándose de la vista, no le fueron de provecho los recursos de la medicina. En vista de esto, ocurrió con gran fervor al Señor de la Misericordia, quien escuchando benignamente su ruego, lo libró de la desdicha que trae consigo el quedar ciego. Para testimonio de esta admirable merced, y para gloria del que la hizo, mandó representarla en esta pintura. 5. María Nicandra Rodríguez, de 64 años, residente de San Luis Potosí, estaba enferma de la vista. El oculista le dijo que tenía cataratas y que era necesaria operarla a los seis meses. La enferma sintiendo suma repugnancia para sufrir la operación, como ya había oído hablar de las maravillas que obra el Señor de la Misericordia, con muy viva fe y confianza, le suplicó que le restituyera su vista, sin sufrir la operación; y como lo pidió, así lo consiguió, por lo que vino a su Santuario a visitarlo y darle las gracias con sumo agradecimiento, como en el año 1950. 6. En el mes de noviembre de 1854, estuvo enfermo Gregorio Fernández de una parálisis, que le impidió por más de veinticuatro horas el uso de la lengua. No dando esperanzas de que recobrara el uso de la palabra, su esposa lo encomendó al Señor de la Misericordia y desde luego, a las tres horas, comenzó a hablar quedando bueno y sano. 7. Habiendo padecido en 1856, Cristóbal Plascencia, por espacio de dos años, de parálisis de todo el cuerpo, y por más que le curó un practicante de Medicina, no consiguió ningún alivio, sino que se agravó más; afligido profundamente su padre, rogó por él al Señor de la Misericordia con tal éxito, que desde luego se sintió muy aliviado. 8. Hallándose gravemente enferma Dña. María Díaz, vecina de la Villa de La Encarnación, desesperanzado de todos los auxilios humanos, su madre Dña. María Padilla, imploró con todo corazón el auxilio del Señor de la Misericordia, que se venera en la villa de Tepatitlán. Su ruego tuvo tal virtud, que al momento dio a luz un niño, con toda felicidad. La misma Dña. María Padilla, agradecida a tan singular favor, dedicó el presente retablo el 15 de julio de 1859.

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CAPITULO VI

OTRAS ENFERMEDADES CRONICAS O TENIDAS

COMO INCURABLES

1. En marzo de 1845, hacía doce años que María Eulogia Fierro venía padeciendo de una inflamación gástrica. Habiéndola atendido dos médicos, no se encontró medicina que fuera de provecho a la enferma, la cual conociendo por experiencia que la ciencia era impotente para restituirle la salud, acudió al Señor de la Misericordia, implorando su eficaz auxilio, y desde luego comenzó a sentirse muy aliviada hasta sanar enteramente. 2. En el pueblo de la Purísima Concepción del Rincón, en el mes de diciembre de 1849, Juan Lozano se enfermó de un tumor erisipelado en un brazo, del cual padeció tres meses. Viéndole en ese estado, María Timotea Aguirre ofreció al Señor de la Misericordia este retablo para obtener su curación. Habiendo sido aceptada esta oblación a los ojos del Señor, el paciente quedó perfectamente sano. 3. Doña Lorenza Navarro, durante once años consecutivos, padeció de una enfermedad que, por ser tan larga y haber resistido a los tratamientos del médico, se tenía por incurable. Habiendo sido combatida de la misma enfermedad, en el curso de un rezo cuaresmal, ofreció por su curación al Señor de la Misericordia hacer su novena y traer a su templo una pintura que representara la maravilla de la gracia obtenida. La enferma vio satisfechos sus deseos y, hasta el presente, ha quedado buena y sana. Tepatitlán, septiembre 11 de 1853. 4. En 1856, hacía cuatro años que Nicolás Leal venía sufriendo de inflamación del hígado y del bazo, que le causaba un dolor tan agudo en todo el cuerpo, que cuando le acometía con mayor fuerza, parecía iba a expirar; y por más esfuerzos que los médicos hicieron para curarlo, no lo pudieron conseguir, hasta que, invocando con gran fervor al Señor de la Misericordia, luego comenzó a sentir alivio. 5. Habiendo sido invadidos de rabia, en 1856, Francisco Macías, Ma. Trinidad González y su familia, afligidos profundamente, invocaron en su favor al Señor de la Misericordia, quien los sanó en breve tiempo, por lo que, sinceramente agradecidos, le dedicaron este retablo. 6. En el mes de enero de 1857, a causa de un aborto, se hallaba muy grave Dña. María de Jesús Martín, sin que medicina alguna pudiera darle" algún alivio, pues los médicos la desahuciaron. En tal estado, aclamó con todo su corazón al Señor de la Misericordia, implorando su auxilio, y su ruego le fue tan grato, que desde luego comenzó a sentir un cambio favorable, hasta quedar del todo buena y sana. En señal de gratitud, y para gloria del Señor, mandó expresar en esta lámina tan insigne beneficio. 7. Padeció Antonio Macías, en febrero de 1857, de viruelas gangrenosas que deformaron horriblemente su cuerpo y se le caía la carne a pedazos. Angustiada de gran manera su madre, pidió al Señor de la Misericordia le restituyera la salud, quien la escuchó benignamente, pues desde luego se vio fuera de peligro.

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8. 62En el mes de julio de 1857, don Octaviano Fernández fue atacado de fríos. No habiendo sido eficaces los remedios que le prescribieron, rogó al Señor de la Misericordia, prometiéndole que si lo curaba, entraría de rodillas en su Santuario. Su oración fue despachada favorablemente, pues en el momento quedó sano. El 26 de agosto, habiendo repetido el mismo mal, volvió a hacer el mismo voto, con lo que de nuevo se halló curado. 9. Habiendo padecido, en septiembre de 1857, Doña Modesta González de tisis pulmonar, acompañada de una inflamación interior, y no consiguiendo alivio alguno con las medicinas que le suministraron, su esposo en compañía de Dña. Demetria Hernández suplicó al Señor de la Misericordia le concediera la salud. De seguro que Nuestro Señor se complació en esta oración, pues desde luego la doliente comenzó a sentir mejoría, hasta quedar fuera de peligro. Como público testimonio de su sincera gratitud, por la maravillosa gracia obtenida, se envió al Santuario esta pintura que la representa. 10. En el mes de octubre de 1857, Doña María de Jesús Gallegos estaba afectada de una úlcera maligna en la nariz, sin que medicina alguna tuviera virtud, para calmar la fuerza con que el mal estaba obrando. Poseída de profunda aflicción, pero llena de confianza, invocó al Señor de la Misericordia, rogándole le otorgara Ello que no habían podido lograr los medios naturales, como de verdad lo consiguió, pues desde luego se sintió aliviada hasta sanar del todo, sin que en lo sucesivo volvieran a aparecer los síntomas de la tenaz enfermedad. 11. Mauricio Padilla, en noviembre de 1862, se hallaba gravemente enfermo de fuertes ataques de apoplejía. Mirándose sin remedio humano que le pudiera curar, juntamente con su esposa, aclamó con veras de su corazón al Señor de la Misericordia, pidiéndole lo restableciera en su salud, prometiéndole, si lo conseguía, visitarlo en su Santuario y mandar aplicar una Misa. Como se esperaba, así sucedió, porque al poco tiempo el rebelde mal desapareció por completo. Para testificar esta maravilla, mandó pintar este retablo que representa a los esposos en actitud de dar gracias al Señor. 12. En el pueblo de Rincón Chico, Estado de Guanajuato, María Agapita Inocencia Cortés, durante cinco años, padeció de un cólico muy arraigado, pues no cedía a la fuerza de las medicinas; más encomendándose fervorosamente al Señor de la Misericordia, que se venera en la villa de Tepatitlán, quedó sana enteramente. 13. Estando próxima a entrarse religiosa en el Convento de Santa Teresa, de Guadalajara, la joven Dña. María Carmen Torres, se sintió afectada de cálculos en los riñones, de lo que padeció por espacio de siete meses. Sumamente afligida, sobre todo por verse casi impedida para corresponder a su vocación, con todo el fervor de su corazón, invocó al Señor de la Misericordia y luego arrojó los cálculos, quedando libre de la penosa enfermedad, con lo que pudo entrar en el dicho Convento, en donde al presente se halla. 14. Habiendo padecido, por veinticinco años, Calixto Romero de dolor en el estómago, recurrió al Señor de la Misericordia y consiguió quedar bueno y salvo. En acción de gracias por esta merced, mandó pintar este retablo y colocarlo en el Santuario. 62 Copio aquí la relación de este retablo, por lo singular de los votos y de las gracias obtenidas. Quizás comenzó entonces la devoción, tan generalmente usada, de entrar de rodillas en el Santuario.

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15. Como padeciese Pablo González por muchos años de una, hemorragia acompañada de reumatismo, que le duró siete meses, sin haber hallado ayuda alguna en la medicina; con gran confianza hizo oración al Señor de la Misericordia, pidiéndole la salud y fue escuchado, porque desde luego se sintió muy mejorado. 16. Mariana Sanmartín viuda de Hernández, originaria de Guadalajara y residente en Atotonilco el Alto, consagra el presente exvoto al Señor de la Misericordia de Tepatitlán como testimonio indeleble de sus maravillas, por haberse sanado prodigiosamente, mediante su invocación, de una erupción en la piel, enfermedad que se hizo incurable, según la opinión de los médicos. 17. En el mes de noviembre de 1859, cayó en cama, gravemente enferma de una inflamación en el cerebro, Dña. María de San José Dávalos, vecina de la villa de Encarnación; y no hallando alivio en lo humano, recurrió al Señor de la Misericordia, quien le devolvió la salud. Agradecida a este singular beneficio, le dedica este retablo, el 13 de abril de 1860. 18. En el rancho de Paso Hondo, se hallaba padeciendo Doña María de Jesús Padilla, de una desconocida enfermedad que, según opinión de los médicos, se llama inflamación intestinal, la que le acometía con tal fuerza que, temiéndose por su vida, recibió algunas veces los últimos Sacramentos. No encontrando auxilio en los medios humanos, se encomendó con veras de su corazón al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, que se complació con su oración, porque luego sintió alivio hasta recobrar del todo su salud. En gratitud de tan admirable beneficio, hizo voto de visitarlo en su Santuario, en el año 1873. 19. El día 12 de octubre de 1873, en el rancho de Lagunillas, jurisdicción de Atotonilco el Alto, sucedió que a Leónides Escoto le dieron por la espalda un balazo, que "le salió en el corazón"; echó un algo de sangre por la herida y por la boca, con mortales paroxismos que apenas le dejaban aliento para pedir un Sacerdote, lo cual no era posible por ser como las nueve de la noche. En circunstancias tan angustiosas, el herido, su padre y un hermano invocaron al Señor de la Misericordia, siendo tan eficaz su oración, que, a las seis de la mañana del día siguiente, el enfermo pudo irse por sí solo hasta Atotonilco y en poco más de un mes quedó enteramente sano, por lo que diariamente están dando infinitamente gracias al Señor de la Misericordia. 20. Rosalío Padilla se enfermó tan gravemente de la lengua, que se le puso negra e hinchada al grado que le salía bastante por la boca, por no caberle en ella. No encontrando remedio en lo humano, imploró con veras de su corazón al Señor de la Misericordia y luego sintió mejoría, la cual fue aumentando, hasta conseguir un perfecto restablecimiento. En gratitud por este maravilloso beneficio, hizo voto de venir a visitarlo en su Santuario y traerle el presente retablo en el año 1878. 21. El 22 de abril de 1879, estando el Señor Cura D. Práxedes Vázquez63 de suma gravedad, ya en agonía, imploré el auxilio del Señor de la Misericordia, para que consiguiera su completa salud. A los pocos instantes de haber elevado mi plegaria, el

63 Que después fue el 3er. capellán del Santuario, según dijimos ya.

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paciente empezó a recobrar su espíritu y su perfecto restablecimiento, por lo que, aunque la mayor pecadora de la tierra, doy gracias a nuestro salvador. M. V. G. 22. El día 10 de julio de 1922, Julia Jiménez, vecina del rancho de San José de las Flores, se encontraba muy grave de fiebre puerperal, pulmonía y otras complicaciones. En caso tan apurado, su madre Maximiliana Gutiérrez, su esposo José de la Torre, y la madre de éste, María Aceves, pidieron con constancia al Señor de la Misericordia la salud de la enferma, y habiéndola obtenido, dedican el presente para hacer pública su gratitud por tan señalado favor. 23. Al Señor de la Misericordia doy infinitas gracias por haberme concedido el que mi mamá sanara de un tumor canceroso, sin intervención quirúrgica, después de haber sido desahuciada por tres médicos.- Tepatitlán, Jal., a 19 de octubre de 1952. Srita. Catalina Camarena.

CAPITULO VII

MUJER FORASTERA.- UN RELOJ

A. No recuerdo la fecha exacta, pero sería como a fines de 1929, o principios de 1930, cuando el Padre D. Basilio Gutiérrez, de S. M., me contó el siguiente caso. En la parte alta de esta ciudad, una mujer se cayó de un sitio elevado y dio con tal fuerza en el suelo, que se le rompió el vientre y le salieron las entrañas. Llamado el Padre para impartirle los últimos auxilios, la confesó y santoleó. Llamaron también a un médico, el cual no quiso prescribirle ningún tratamiento, por juzgar que no había esperanza de vida. En tales circunstancias, la pobre mujer, llena de fe y de confianza en Dios, comenzó a invocar al Señor de la Misericordia y recobró del todo la salud, pues a los pocos días estuvo conmigo, a pedirme permiso para pedir la limosna necesaria, a fin de hacer el retablo que había prometido al Señor de la Misericordia, permiso que le otorgué de buena voluntad, porque me dijo que era la misma persona de cuya admirable curación me había hablado el Padre Gutiérrez. La mujer era desconocida para mí y de seguro no era de esta región. Después de la entrevista que tuvo conmigo, nunca más la he vuelto a ver. Le supliqué al Padre Gutiérrez tuviera a bien escribir la relación de aquel suceso, y de buena voluntad me prometió hacerlo, pero no llegó a verificarlo, quizás por sus múltiples ocupaciones y porque al poco tiempo tuvo que dejar la ciudad, por haber sido nombrado párroco de Zapotlanejo, en donde murió santamente, el 5 de enero de 1932. Por tanto, careciendo de la relación escrita del Padre Gutiérrez y habiendo transcurrido ya más de seis años64 no puedo referir más detalles acerca de un hecho tan notable. B. En el presbiterio del Santuario está instalado un reloj grande, de salón, y sobe él hay en un pergamino la siguiente relación: "¿Por qué está aquí este reloj? Está en cumplimiento de un voto de los esposos don Francisco Ulloa y doña María de Jesús Trejo de Ulloa, residentes en Guadalajara. Hallándose esta señora sumamente grave de una hemorragia interna, causada por la 64 Esto fue escrito en 1937.

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perforación del útero, tres de los más eminentes médicos de aquella ciudad, fueron de parecer unánime que no había esperanza humana de salvación. En este estado, la señora de acuerdo con su esposo, hizo voto al Señor de la Misericordia de venir a visitarlo a su Santuario y donarle este reloj, que habían acabado de comprar. La señora hizo este voto con tal confianza que, al indicarle su esposo que era necesaria hiciera testamento y recibiera los últimos auxilios de nuestra Religión, le contestó: "No temas que yo vaya a morir de esta enfermedad, porque tengo una fe firme de que el Señor de la Misericordia me hará el milagro de otorgarme la salud". Por otra parte, don Francisco habló así al Señor de la Misericordia: "Señor, desde que soy hombre, nunca te he pedido una sola gracia; ahora, pues, es la primera que te pido; espero, por tanto, que no me la negarás, atendiendo también a mis cinco hijos pequeños que, al fallecer mi esposa, tendrán que quedar abandonados, sin poder recibir una educación conveniente". "A los tres días exactos, los mismos doctores declararon a la paciente fuera de peligro". Tepatitlán, dos de junio de 1936. El Capellán, Pbro. Agustín Ramírez. Al calce: "Certificamos que es fiel y conforme en todo a la verdad, la anterior relación". Firmados: "Ma. de Jesús T. de Ulloa. Francisco Ulloa".

CAPITULO VIII

QUEMADOS, POBREZA REMEDIADA y

ENCARCELADOS 1. En 1842, habiéndose quemado María Salomé Pérez con la ropa de sus vestidos, desde las rodillas hasta el cuello, de tal manera que no solamente se despegaba la piel sino que aún estaba su cuerpo en estado de putrefacción, su esposo la encomendó al Señor de la Misericordia, quien maravillosamente le concedió el alivio. 2. Habiéndose desgraciadamente quemado Dolores Camarena con tres litros de pólvora y hallándose por esto en peligro de muerte, con veras de su corazón recurrió al Señor de la Misericordia, quien aceptando benigno sus ruegos, le concedió la salud. En memoria de tan grande maravilla, le dedica este retablo. Acatic, 20 de mayo de 1882. 3. En 1840 Doña María Sóstenes Plasencia y su hija Doña María Mercedes Gutiérrez, estaban sufriendo los rigores de una suma pobreza, y no habiendo otro medio para remediarla que acudir al Señor de la Misericordia, así lo pidieron y muy pronto se dignó socorrerlas, pues quien pone en El su confianza, no será confundido. 4. José Antonio Pérez, en 1871, estaba muy afligido por tener empeñada su casa, en una suma considerable, sin serle posible librarla de este gravamen; en tales circunstancias, él y su familia invocaron al Señor de la Misericordia, suplicándole fuera servido de socorrerlos para pagar la deuda contraída, como de verdad lo hizo, por lo que enviaron este retablo a su Santuario, en testimonio de gratitud.

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5. El 5 de octubre de 1857, habiendo salido de Atotonilco el Alto, Sixto Cerda, perdió en la cuesta un talego que contenía quinientos sesenta y cinco pesos cuatro reales. Perdida toda esperanza de recobrar el dinero, por haber pasado ya ochenta días de perdido, con íntima confianza, Catarino Gómez aclamó al Señor de la Misericordia, suplicándole su auxilio en aquel apuro, y luego se presentó Luciano López, trayendo consigo el dinero perdido, sin faltar un solo real en el talego. 6. A los veinte días de febrero de 1844, fue aprehendido José María Flores por causa criminal y sentenciado a dos años de presidio; mas habiéndose encomendado con veras de su corazón al Señor de la Misericordia, y prometiéndole trabajar dos días en la construcción de su templo, a los seis meses consiguió su libertad. 7. En el mes de octubre de 1850, estando preso Rosalío Rodríguez, en el cuartel de San Pedro recluta militar por no haber quien volviera por él, estando tan lejos de Arandas, su pueblo natal, invocó la protección y auxilio del Señor de la Misericordia, con tan feliz éxito, que a poco se presentó un oficial que le dijo: "vamos, fuera, hombre... a tu negocio ¿qué estás haciendo aquí? 8. En la ciudad de Guanajuato, a 22 de octubre de 1856, el ciudadano don Juan Tostado estaba en capilla para ser fusilado; y no hallando medio en lo particular, invocó en su favor al Señor de la Misericordia, que le concedió la libertad. Para constancia de esta maravilla, su esposa Dña. Refugio J. mandó colocar este retablo en el Santuario. 9. Un hermano mío, llamado José fue puesto en la penitenciaría de este pueblo, en donde todos creían iba a permanecer mucho tiempo. Viendo que no había persona humana que volviera por él, supliqué al Señor de la Misericordia fuera El su abogado, que le diera su libertad; y, cuando menos lo esperábamos, llegó libre a la casa, dejándonos muy admirados. Debido este retablo como signo de gratitud y en cumplimiento de la promesa que hice de publicar esta gracia admirable.- Indiana Harbor, Ind., E. U. A. Octubre de 1936.- Ma. Guadalupe Figueroa.

CAPITULO IX

EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA Y LOS

PELIGROS 1. El 4 de diciembre de 1854, yendo Eugenio N. y su esposa montados en una yegua, empezó esta a corcovear con tal fuerza que los derribó en el suelo, quedando la señora muy mal herida del vientre, con un vaso de vidrio que consigo llevaba, al grado de que se descubrían los intestinos que, a manera de fuelle, arrojaban gases por la herida; y sin emplear más medicina que la ferviente invocación de este Divino Señor de la Misericordia, a los quince días quedó buena y sana. 2. Estando Catarino Orozco y su esposa, el catorce de junio de 1857, dentro de una casa, cayó el techo de ésta sobre ellos, cubriéndose enteramente, sin que hubiera persona alguna que los sacara de entre las ruinas, En tal aprieto, ambos esposos se encomendaron al Señor de la Misericordia, suplicándole los sacara con bien de tan

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grande riesgo, y desde luego el marido comenzó a hacer los posibles esfuerzos para evadirse del peligro, como de verdad lo consiguieron, pues quedó su cuerpo sin lesión alguna. 3. A 20 de diciembre del año 1863, el Señor Cura Don Guadalupe García65 y don Lorenzo Jiménez fueron aprehendidos por las fuerzas federales. Al saberlo, sumamente afligida doña Margarita Guzmán, imploró para ellos la protección y el auxilio del Señor de la Misericordia, haciendo votos de enviar a su Santuario este retablo, si recobraban pronto la libertad, como en efecto así ocurrió. 4. En el mes de diciembre del año 1859, la fuerza militar de esta villa de Nochistlán, llevó cautivo a Durango a mi hijo Anacleto Salas, por lo que lo encomendé al Señor de la Misericordia, suplicándole me lo restituyera sano y salvo, y así tuve el gozo de volverlo a ver. Alejandra Jáuregui. 5. El día tres de julio de 1868, estando don Rosario Gutiérrez montado a caballo, resistiendo una tormenta debajo de un granjeno, cayó sobre él un rayo que mató al caballo, dejándolo a él sin lesión alguna; porque, tanto el caballo, como su esposa y familia (que parece no estaban lejos), al percibir el relámpago invocaron al Señor de la Misericordia, pidiendo su amparo en aquel peligroso trance, y para que todos imploremos al auxilio de este Divino Salvador, en todas nuestras necesidades, le mandaron poner este retablo en su Santuario el mismo don Rosario y su esposa doña Arcadia Hermosillo. 6. Alejandro Guerrero, desertor en campaña, fue aprehendido en la ciudad de La Barca e iba a ser pasado por las armas; su sobrino Secundino Pérez, viéndolo en riesgo tan inminente invocó en su favor la protección y amparo del Señor de la Misericordia, quien volvió por él y le otorgó la libertad. Para constancia de esta maravilla, hizo representarla en la lámina metálica de esta pintura. Atotonilco el Alto, 2 de diciembre de 1876. 7. En abril de 1877, Candelario González y Avelino Hurtado iban a ser fusilados. Viéndolos en trance tan angustioso, Dña. Josefina Solís invocó para ellos el auxilio y protección del Señor de la Misericordia, que mostró bien claro cuán agradable le fue esta oración, concediendo pronto lo que en ella se le demandó. Para perpetua memoria de esta admirable gracia, hizo pintar este retablo. 8. En Nochistlán, Zac., en el mes de mayo de 1879, hallándose en peligro próximo de ser pasado por las armas Ciriaco Puentes, su señora madre Dionisia Sandoval, reconociendo el riesgo inminente de perder la vida en que estaba su hijo, imploró en su favor la protección del Señor de la Misericordia, y con su ferviente oración alcanzó lo que deseaba. Como testimonio de reconocimiento por este beneficio, mandó el presente al Santuario. 9. El día dieciocho de julio de 1884, estando Julián Velázquez al pie de una encina, le cayó un rayo en la cabeza, quedando en el suelo como muerto. Su hija Feliciana, en su profunda aflicción aclamó al Señor de la Misericordia, pidiendo por la vida de su padre, como de verdad lo alcanzó. En memoria de esta gracia, hizo exponer este retablo. 65 Murió siendo canónigo de la Catedral de Guadalajara.

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10. En la villa de Cuquío,el 21 de enero de 1885, habiendo sido aprehendido mi marido Nemesio Mariz, y como la autoridad de Guadalajara dispusiese que fuese fusilado, por crímenes falsos que le imputaron, invoqué con todo mi corazón al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, suplicándole fuera El su defensor y abogado, quien escuchando piadoso mis ruegos, a los pocos días le concedió la libertad. Jacinta Villa. 11. N. N.66 Es entrañable devoto del Señor de la Misericordia, a quien siempre ha invocado con gran confianza, especialmente en los inminentes peligros en que se ha visto. Cuando a causa de la persecución religiosa decretada por Calles, los católicos de esta región se levantaron en armas para defender a la Iglesia, N. N. les ayudó cuanto pudo, particularmente llevándoles los víveres que recogía. Entre los rebeldes se contaba un hermano suyo. Sabido esto todo por las autoridades locales, en una de las calles de la ciudad, N. N. fue aprehendido por la policía y conducido a la presidencia municipal, en que fue entregado a un federal bien armado que lo estaba esperando, el cual lo condujo al grueso de las fuerzas, que en número como de 200, estaban acampados en la ciudad, cerca del puente llamado de la Villa. El federal que lo traía, lo entregó a la tropa. Al llegar ahí le dijeron "Te vamos a fusilar por cristero". En sus manos estoy, les contestó, hagan de mí lo que quieran". "Sintió entonces una como ola de miedo, que le invadió todo el cuerpo. Juntó luego los brazos y los llevó sobre la frente, en cuya actitud estuvo algunos momentos encomendándose al Señor de la Misericordia, con lo que se sintió algo animado y fue andando por entre los federales hacia la orilla. Se le ocurrió entonces pretextar la satisfacción de una necesidad natural, y seguido y vigilado por un soldado, llegó a una cerca; y al pasarla, oyó como si una voz interior le dijera: "Vete". Siguió andando aprisa, pero sin correr. Llegó a otra cerca, salvada la cual, se descolgó por entre un zanjón profundo que conducía al río, después del cual, encontró una cerca de alambres no sólo con púas, sino también entretejida de ramas de huizache, que es espinoso. Dice N. N. que para él es maravilloso el modo como pasó por aquella cerca, porque fue como si los hilos de alambre se hubieran abierto para darle franca entrada, pues que ni siquiera rozó la ropa con alguna de las púas, ni las espinas del huizache. Después que dejó la cerca de alambre, se echó a correr a toda violencia, por entre los lugares más breñoso s o poblados de árboles, como por espacio de media hora. Estando del otro lado del río, se dio cuenta de que el federal que venía tras él llegó hasta el sitio por donde N. N. se precipitó al río, y no viéndolo ya, por más que tendió la vista por todas partes, volvió a dar cuenta de lo que había acaecido. Inmediatamente se dispusieron tres federales a caballo, para ir a perseguirlo; pero por más diligencia que emplearon para hallarlo, no pudieron dar con él. Todo esto tuvo lugar el día 21 de junio de 1928. Como un mes más tarde el 23 de julio siguiente, estando en el Cerro Gordo hospedado en la casa de una hija casada que allí vivía, llegaron a sitiarlos como 70 federales. Logró él escaparse remontándose al Cerro, pero sintió una pena inmensa (mayor que la primera), al ver que por su causa comprometía a aquella familia y, mucho más, cuando se dio cuenta, desde la eminencia en que se hallaba, de que yerno iba a ser ahorcado. En 66 Se llamaba Pascual Reyes. Falleció en esta ciudad el 3 de octubre de 1959.

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los momentos de aquella profunda angustia, hizo votos al Señor de la Misericordia de dedicarle un retablo en su Santuario, si libraba de tal muerte a su yerno. Su ferviente oración fue escuchada perfectamente, pues los federales pusieron en libertad al yerno, sin quitarle la vida. Por la facultad delegada que tengo del Señor Arzobispo, para dispensar algunos votos, eximí a N. N. de la obligación de mandar hacer el retablo a causa de su mucha pobreza. 12. En Huentitán el Alto, estando profundamente dormidos los miembros de toda una familia, incluso un niñito que estaba en la cuna, en todo seis personas, en el mes de octubre, en medio de una lluvia cerrada que estaba cayendo, hacía como ocho días, habiéndose remojado las paredes que eran de adobe, se desplomó el techo y los sepultó a todos en los escombros. Al darse cuenta de la inminencia del peligro, D. J. Encarnación Contreras, jefe de aquella familia, invocó al punto, con gran clamor, al Señor de la Misericordia, haciendo voto de que si salían ilesos él y su familia mandarían un retablo a su Santuario, en que constara la relación de la gracia obtenida; la cual fue tan patente y admirable que, no sólo no pereció ninguno de la familia, ni siquiera el niñito de cuna, sino que no recibieron ninguna herida o contusión notable. Habiendo muerto D. Encarnación sin haber podido cumplir su voto, lo hizo a su nombre su hijo. Ángel Contreras Tepatitlán, 1º de febrero de 1937. 13. Como en febrero o marzo de 1963, iban de esta ciudad para el Valle de Guadalupe, María de Jesús Martín y su cuñado Felipe Martín, y, al terminar la calzada, los asaltó un hombre, que descargó la pistola sobre el pecho de Felipe; María de Jesús invocó al punto al Señor de la Misericordia, haciendo voto de poner un retablo en el Santuario, si libraba a su cuñado de aquel peligro. El éxito obtenido fue conforme a su confianza.

CAPITULO X

LA CIUDAD DE TEPATITLAN, SANTUARIO DEL SEÑOR Y CAPELLÁN

A. Desde que en sus inescrutables designios quiso Jesucristo Nuestro Señor elegir a esta ciudad de Tepatitlán, para asentar, sobre ella, en su venerable Imagen, el trono de su misericordia que como de una fuente abundante e indeficiente, había de derramarse para aliviar toda clase de necesidades y miserias, ha sido muy patente la especial protección que le ha dispensado, sobre todo en las continuas guerras civiles que, desde aquella; época, han ensangrentado el suelo de nuestra desventurada patria; sin embargo creo que nunca se había ostentado más, evidente y admirable esa singular providencia de Dios sobre esta venturosa población, que en abril de 1929, cuando se vio sitiada y ocupada por las huestes agraristas pues que esto aconteció precisamente en los mismos días que, siempre en años anteriores, había consagrado para honrar con los más espléndidos y magníficos cultos la Misericordia del Señor. Para que esto se vea más claro, es necesario tomar desde un poco más lejos el hilo de la historia.

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Cuando por causa de la rebelión del general Escobar, el gobierno se vio precisado a retirar las tropas que tenía diseminadas por esta región, después que evacuaron esta plaza los federales, la ocuparon los federales de la libertad religiosa, el 8 de marzo, recibiendo las mayores y más espontáneas muestras de afecto y adhesión de todas las clases de la sociedad, de la cual se habían separado, al mismo tiempo que los federales, todos los que se habían mostrado partidarios del régimen perseguidor. Como a mediados de abril, se oyó decir que por el norte, se acercaba un considerable ejército de agraristas mandados por el gobierno, con el fin de recuperar la ciudad,67 con lo que los que la ocuparon comenzaron también a hacer los preparativos para defenderla; y ya que conocieron que los enemigos estaban muy cerca, determinaron dejar en la ciudad setenta hombres apostados en las partes más altas y estratégicas y alejar de la plaza el resto de la fuerza, que se compondría como de unos quinientos o seiscientos hombres, con la mira de atacar por la retaguardia a los agraristas, una vez que éstos se internaran en la población. Eran como mil quinientos o dos mil los agraristas. Este plan de defensa fue coronado con el éxito más completo y feliz, pues los agraristas, viéndose inesperadamente acosados por los que estaban al frente y los que venía atrás, se desconcertaron por completo y echaron a huir a todo escape; mas los rebeldes los fueron siguiendo, haciendo entre ellos un grande estrago, pues quedaron muertos doscientos veinticinco agraristas y trece prisioneros. El gobierno, según confesión de sus jefes, en este combate perdió seiscientos hombres, contando dispersos y desertados en esta cifra, en tanto que los defensores de la libertad religiosa, tuvieron veintiocho bajas y catorce heridos. Este combate tuvo lugar el viernes diecinueve de abril, habiendo dado principio a las cinco de la mañana y terminó como a las once. Al dar vuelta a la ciudad, del lado poniente, los agraristas encontraron inhabitadas unas casas antiguas, que ocuparon lugares estratégicos, por estar en parte más alta que la ciudad. Parece que el sitio les pareció seguro ya propósito para depositar en él acopio de víveres, parque y municiones y demás elementos de guerra. Al emprender la fuga, muchos de los principales jefes y oficiales se dirigieron hacia aquel lugar, para refugiarse y hacerse tan fuertes en él, que los rebeldes, no pudiendo desalojarlos les pusieron cerco por espacio de veinticuatro horas, en las que los sitiados tuvieron como cuarenta o cincuenta muertos según declaraciones de uno de sus capitanes, llamado Hilario Rivera, si mal no recuerdo. Desde luego, en esta sangrienta lucha ¿quién habrá que no admire la singular protección de nuestro Señor para con esta ciudad, ¿qué hubiera sido de ella, si como quedó el campo por los rebeldes, hubieran triunfado los agraristas, furiosos por la tenaz resistencia que se les hizo y ávidos no sólo de pillaje, sino también de desfogar sus más brutales pasiones? Parece que su intento era destruir enteramente esta ciudad, por considerarla, a lo que parece, como el principal centro de oposición al gobierno, según lo pregonaban en los lugares por donde venían, especialmente en el Valle de Guadalupe y ranchos vecinos. Los habitantes de esos lugares se afligieron y aclamaron tanto, que "se llenaron de mandas" (como ellos decían) o votos al Señor de la Misericordia, suplicándole con todo su corazón, que de ninguna manera permitiera que aquellas hordas salvajes, llegaran a ejecutar sus malvados intentos contra esta ciudad. La familia de Jesús Gallegos que vivía entonces en el rancho de Magueyes, que dista de aquí como seis leguas, prometió con el mismo fin venir, descalza, a visitar al Señor de la Misericordia. 67 Y aún de arrasarla, como se dirá después.

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Esto está de acuerdo con lo que me platicó el Padre don Basilio Gutiérrez, después de regresar de California, a donde le fue preciso ir, huyendo de la persecución religiosa. Pues bien, este Padre me contó que allá había sabido y leído en los periódicos que el gobierno mexicano, o más bien el General Calles, había dado la orden en este tiempo de arruinar esta población, por ser el núcleo principal de los "cristeros" rebeldes al gobierno. Añadió el dicho Padre que esta noticia, fue para él ocasión de grande alarma y sobresalto, temeroso de la suerte que hubiera yo corrido, pues le constaba que no había salido de la ciudad. Sin embargo, nuestro Señor manifestó aún mayor predilección a la ciudad en lo que aconteció después. Luego que el gobierno tuvo noticias del funesto desastre sufrido por los agraristas, dio orden de que inmediatamente se encaminaran hacia esta ciudad fuerzas considerables que, según los cálculos más bajos, eran en número de siete u ocho mil, con ánimo de cercarla y tomarla a viva fuerza. Entre tanto, envió aeroplanos de guerra que vinieran a bombardear la población y aunque estuvieron lanzando bombas sobre los templos y principales edificios, no causaron en ellos ningún desperfecto, ni ocasionaron ninguna desgracia personal, cosa que no dejó de parecer maravilloso. Teniendo conocimiento de los ejércitos que se aproximaban y considerando que sería ir a un fracaso cierto el hacer les resistencia, no sólo por ser relativamente pocos en número, sino también, por ser ya escasos el parque y demás elementos de guerra que les quedaban; y, además, que sería exponer la población al furor de hombres feroces: los poseedores de la plaza (a lo que yo creo el sábado que siguió el combate) acordaron prudentemente evacuarla el domingo siguiente, como se hizo de verdad, porque desde la mañana de ese día como a las ocho de la noche, en que acabaron de retirarse los últimos, precisamente a la hora en que empezaban a acamparse en los alrededores de la ciudad, las avanzadas del ejército enemigo. Así, pues, desde aquel momento la ciudad quedó sin garantías, en medio de un absoluto silencio y a merced de los invasores. Al día siguiente, antes de amanecer, se empezaron a oír toques de clarines en los collados que están hacia el norte de este lugar, sin que se supiera de qué ejército serían; mas ya que nos cercioramos que eran tropas del gobierno, que venían sobre la ciudad desalojada, no pudimos menos que sentir nuestros corazones oprimidos de tristeza, sobresalto y miedo, temerosos de la suerte que iba a tener la ciudad. ¡Ah! ¡Las circunstancias no podían serle más desfavorables! El que mandaba aquellos ejércitos era el General Saturnino Cedillo, el mismo que en San Luis Potosí había reclutado las huestes agraristas, de las que más de doscientos habían sucumbido en las calles de la ciudad, tres días antes; notoria era la espontánea buena acogida y adhesión que ésta había dispensado a los rebeldes todo el tiempo que la habían ocupado; aquí se había empezado a encender la mecha de la revolución contra el gobierno, en la región de los Altos, más de dos años antes, durante los cuales se habían librado serios combates, y finalmente, ¿qué podría esperarse de los agraristas sitiados en la parte alta de la ciudad, entre los que se contaban muchos oficiales de alta graduación, que apenas acababan de recobrar la libertad? ¿No era de temerse que, como fieras rabiosas, se precipitaran sobre la población, llenos de saña y venganza? ¿Qué hacer, pues en aquellos supremos momentos de aflicción y angustia? Era el 22 de abril, fecha memorable, en que, año por año, esta católica y piadosa población da principio al novenario del Señor de la Misericordia; por lo que a todos a una volvimos nuestros tristes ojos a este dulcísimo y piadoso Señor, suplicándole con todas las veras de nuestro afligido corazón, tuviera compasión de este pueblo, por mil títulos suyo, y lo librara del furor de sus enemigos, que también lo eran de El,

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recordándole los magníficos solemnísimos cultos, que siempre le han tributado en aquellos mismos días. Repetimos con el profeta: "No entregues a las bestias las almas que te alaban y no olvides para siempre las almas de estos pobres", sin apoyo y auxilio humano. "Levántate, Señor, ayúdanos y redímenos por amor de tu Nombre", no por nuestros merecimientos. La imaginación vuela muy alto en alas del miedo. Ya nos parecía vernos, los hombres, atravesados por las bayonetas, como manadas de mansos corderos, atropellan a las familias, saqueada la ciudad y entregada a las llamas. Recuerdo que me partía el corazón la vista de un hombre de grande valor y ánimo, hospedado en la misma casa, que tenía dos vírgenes, como de catorce y dieciséis años, puras y hermosas como dos ángeles. Parecía como que aquel angustiado padre me comunicaba sus sentimientos cuidadoso y solícito, no ya de su propia libertad y vida, cuando de la pureza de sus inocentes hijas. Como a las nueve de la mañana, se recibió la orden de que fueran abiertas las puertas, no solo las que daban a la calle, sino también las de las habitaciones interiores y aún las de los estantes, cajas, etc. A eso de las once, se escuchó un ruido de tropel de muchos caballos, que de la parte alta de la ciudad se dirigían hacia el centro, y se oyeron algunos disparos de armas. La casa no estaba lejos, y así por momentos esperábamos ver penetrar en ella las desenfrenadas chusmas, una vez que se diseminaron por la población, ávidas de sangre y pillaje y dando rienda suelta a sus más brutales apetitos. Sin embargo, corrían las horas y aquellos hombres no llegaban; pasó la tarde, llegó la noche y no se presentaron los temibles huéspedes. En la ciudad no se percibían señales de desorden, reinando en ella un profundo silencio, porque creo que nadie se atrevió, en aquel aciago día, a presentarse en público. Al día siguiente, creíamos ver realizado lo que tanto habíamos temido el día anterior, pero no hubo asesinatos, ni ultrajes de familias y la ciudad quedó intacta. El general Cedillo no quiso que se derramara ni una sola gota d sangre, ni que se infligiera a la ciudad y a sus habitantes el menor daño, a pesar de que no faltó quien fuera a denunciarle algunos de los principales vecinos, que habían favorecido en gran manera a las tropas rebeldes. ¿Quién habrá que, teniendo presente los gravísimos cargos que pesaban sobre esta ciudad y sus moradores no se maraville de esta indulgente conducta del jefe de los agraristas? ¿Quién habrá que no vea claramente la especial providencia que nuestro Señor tuvo, al determinar que viniera al frente de las tropas del gobierno un hombre clemente, moderado y benigno, puesto que de todo esto dio muestras el general Cedillo? ¿Qué otro caudillo que hubiera traído el mando del ejército, sobre todo los que antes habían sido aquí jefes de armas, no se habría entregado a perpetrar todo linaje de atropellos, venganzas y crueldades, máxime por conocer las demostraciones sinceras de afecto y adhesión, y los múltiples y valiosos auxilios que estos habitantes habían prestado a los enemigos del gobierno? ¿Quién no reconoce aquí en esta sazón, el admirable poder de Aquel en cuyas manos están todos los corazones humanos, para cambiarlos como a El le place? Quien no vea en esta ocasión, la singular providencia y misericordia de Dios, para con este privilegiado pueblo, ha perdido la razón, es un insensato. Es esto tan claro y evidente, que hasta los mismos agraristas se quedaron escoltando la población, después que se retiró el general Cedillo, al ver en pie e incólume la ciudad que se habían propuesto destruir, llenos de admiración, dijeron que de seguro había en ella "algún Santo milagroso", que la había librado de la ruina y exterminio. -Sí, contestaba la gente del pueblo, el Señor de la Misericordia, a quien con ferviente devoción veneramos, es quien la ha defendido y guardado. Efectivamente, El y no otro, es quien quiso hacer

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alarde de su sabiduría, poder y misericordia, favoreciendo de un modo prodigioso a esta ciudad y sus habitantes; y, para quitar de por medio todo género de duda, todo esto aconteció precisamente en los días en que siempre lo ha honrado y venerado con espléndidos y devotísimos cultos. Siendo esto así, este venturoso pueblo hace suyos estos sublimes cánticos y los lega a las generaciones venideras, no sólo como un recuerdo indeleble de tan insignes beneficios, sino también como un monumento de alabanza y eterna gratitud al Señor de la Misericordia: "Al no haber estado el Señor con nosotros confiésele ahora Israel (el pueblo cristiano) a no haber estado el Señor a favor nuestro, cuando se levantaron los hombres (crueles y sanguinarios) contra nosotros, nos hubieran, sin duda, tragado vivos; cuando se encendió el furor de ellos contra nosotros, de cierto en agua (de las tribulaciones y la muerte) nos hubiera sumergido. Nuestra alma (con su favor) pasó el torrente (de riesgos y peligros de muerte). Ciertamente, (sin la ayuda del Señor), nuestra alma hubiera pasado una agua insuperable (profunda en la que se hubiera anegado). Bendito sea el Señor que no permitió que fuéramos presa de sus (rabiosos) dientes. Nuestra alma (o vida) escapó, cual pájaro del lazo (o trampa) de los cazadores: Nuestro socorro viene del nombre del Señor, creador del cielo y de la tierra". Salmo 123. "Te glorificaré, oh Señor Rey; a ti te alabaré, oh Dios Salvador mío. Gracias tributaré a tu nombre: porque tú has sido mi auxiliar y mi protector. Y por tu misericordia de la cual tomas nombre, me has librado de los (leones) que rugían ya prontos a devorarme. De las manos de aquellos que buscaban cómo quitarme la vida, y del tropel de (diversas) tribulaciones que me cercaron; de la violencia de las llamas en las cuales me vi encerrado. -Mi alma alabará al Señor hasta la muerte- Pues mi alma estuvo a pique de caer en el infierno (o sepulcro). Cercáronme por todas partes, y no había quien me prestara socorro; volvía mis ojos en busca del amparo de los hombres; pero tal amparo no aparecía. -Me acordé, oh, Señor de tu Misericordia y de tu (modo de) obrar desde el principio del mundo y de cómo salvas, Señor a los que en ti esperan.- Invoqué al Señor que no me desamparó en el tiempo de mi tribulación y mientras dominaron los soberbios.- Alabaré sin cesar tu (santo) Nombre, y lo celebrará en acciones de gracias; pues fue oída mi oración y me libraste de la perdición, y me sacaste a salvo en el tiempo calamitoso. Por tanto, te glorificaré y te cantaré alabanzas y bendeciré (eternamente) el Nombre del Señor". Eccli. Ll. B Si me pusiese a referir todas las especiales muestras que el Señor me dio de su misericordia, en los tres años que duró la persecución religiosa, emprendida por el presidente Calles, desde el treinta y uno de julio de 1926, hasta el 6 del mismo mes del año de 1929, en que, libre ya, pude presentarme ante el público de esta ciudad; juzgo que necesitaría para ello escribir un libro entero, por eso me limitaré aquí a consignar algunas de las exteriores más claras y visibles. En todo este periodo de tiempo, muchas veces me fue preciso entrar en la ciudad y salir de ella, recorrer sus calles, estar oculto, ya en la casa de mi madre, ya en otras de aquí o de los ranchos vecinos, en donde permanecí como unos cuatro meses. Habiendo estado malo de la vista, desde fines de octubre de 1927, me resolví a ir a Guadalajara, con el fin de curarme, el 24 de enero de 1929, en donde estuve quince días. De los sacerdotes que residimos aquí, al principio de la persecución, fui yo el único que vi el fin de ella, sin salir de la ciudad, fuera de los pocos días que estuve en Guadalajara y cuatro meses en varios ranchos de este municipio; y sin embargo, Nuestro Señor no consintió que yo fuera reconocido por los enemigos de la Iglesia o entregado a ellos, no obstante ser muchas las personas, incluso mi madre, que me visitaba en mi retiro; en

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tanto que en el espacio de dos años, fueron deportados a México dos de mis compañeros, el P. Antonio Rico y el Padre Eleuterio Salinas, y martirizado el Padre Tranquilino Ubiarco, vicario ecónomo de la parroquia, que administro un año entero. Al regresar del viaje que hice a Guadalajara, en el Puente Grande, fui reconocido por la mujer de un federal, el cual, me miraba con desdén y cierto aire de disgusto, con todo, no fui delatado ni aprehendido. Pero sobretodo, cuando más reconocí la especial protección de Nuestro Señor fue después de los dos principales combates que hubo aquí, el primero con los federales, el 15 de enero de 1927, y el segundo contra los agraristas, de que hablé anteriormente; porque, en ambos casos, no permitió que los federales, ni los agraristas entraran en la casa en que yo estaba refugiado, siendo así que penetraron en todas las que estaban vecinas, sin excluir una sola. Detallaré un poco más lo que aconteció después del segundo combate, cuando ocupó la plaza el General Cedillo. Las puertas de las casas y habitaciones hubieron de permanecer abiertas, no solo el día que llegaron, como dije antes, sino por espacio de muchos otros, para cumplir diversos fines que se propusieron. El día siguiente de su llegada, lo dedicaron a buscar “cristeros”, que supieron habían quedado escondidos dentro de las casas; el que siguió, a buscar armas, parque, monturas… Otros varios días estuvieron penetrando en los hogares para sacar hombres para llevarlos al ejército de trabajos forzados de fortificaciones y parapetos que levantaron en los templos y edificios más altos o, también, para que fueran a descombrar y disponer el campo de aviación, que hicieron hacia el sur de la ciudad; finalmente, continuaron penetrando en las casas de la población, con el fin de buscar pastura para sus bestias, que había escaseado mucho. Como es natural, no dejamos de estar todos los de la casa con algún temor y cuidado de que me fueran a sorprender y me reconocieran como sacerdote, en mi exterior modo de ser, por más que mi vestido era de mezclilla, que me disfrazaba mucho o, también, que me sacaran a los trabajos forzados, a los que habían llevado hasta personas ricas y delicadas que nunca habían tomado en sus manos un pico o una pala. Sin embargo, repito, lo que antes dije, que en todos aquellos aciagos días, jamás llegaron a entrar en la casa en donde yo estaba hospedado, siendo así que no dejaron de penetrar en todas las vecinas, muy especialmente en la que lindaba al norte, la cual registraron muy despacio, quizás porque allí habían quedado muertos algunos agraristas, que habían luchado en la azotea de la misma, en donde habían querido fortificarse, por ser muy alto el pretil y de consistente material. Por tanto, cualquiera que atentamente considere que hasta aquí he narrado, no podrá menos que convenir en que el Señor de la Misericordia dio muy señaladas muestras de amparo y protección a su desvalido Capellán, en los tres años de persecución religiosa. Mas, no solamente volvió por la incolumidad de su ministro, sino también defendió singularmente el Santuario que le está dedicado, preservándolo de la ignominia de que fueron objeto los otros principales templos de la ciudad. El de San Antonio fue profanado terriblemente, desde el combate del 15 de enero de 1927, y en la Parroquia y en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, los federales acamparon varias veces y perpetraron en ellos actos muy indignos de la santidad de aquellos lugares; por lo que, al terminar la persecución, después de los arreglos del 21 de junio de 1929, para poder ser dedicados de nuevo al culto público, hubo necesidad de ser reconciliados solemnemente, con los ritos y ceremonias acostumbrados en tales casos por la Iglesia. Por tanto, el único recinto sagrado que no violaron aquellas hordas salvajes e impías, fue el Santuario del Señor de la Misericordia, juntamente con el atrio que no invadieron

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ni aún los soldados del general Izaguirre, que fueron los peores, cuando ocuparon la casa del Capellán, contigua al templo. Por esta causa, una vez que el Presidente Municipal me hizo entrega del Santuario, con las formalidades que mandó el gobierno, ninguna dificultad hubo para reanudar el culto público, como en efecto se hizo, sin que fuera necesaria la reconciliación.

CAPITULO XI

D. MIGUEL G. BRAVO – ALTAR DE MARMOL –

PINTURA DEL SANTUARIO - PÚLPITO.

Uno de los más fervientes devotos del Señor de la Misericordia en los tiempos actuales, es D. Miguel G. Bravo, residente en Guadalajara y originario de esta ciudad. Este señor dice deberlo todo al Señor de la Misericordia: su buena fortuna, su salud, su vida… Con la confianza puesta en este Señor, a cuyas plantas se postró, pidiéndole la bendición, joven aún, partió de aquí llevando tan solo unos céntimos en el bolsillo, y se estableció en la capital del Estado, en donde comenzó como humilde empleado de la sucursal del Banco Nacional, y Dios bendijo de tal modo su trabajo, que aumentando de día en día el monto de sus ahorros, ha logrado reunir un capital considerable que, sin detrimento de él, le permitirá erogar algunos millares de pesos, en honra y gloria del Señor de la Misericordia. Andando los tiempos, comenzó a padecer enfermedades interiores por espacio de siete años, sin que los varios tratamientos prescritos tuvieran eficacia para dar alivio a su quebrantada salud. Después de repetidos exámenes de los mejores médicos de Guadalajara, juzgaron éstos reconocer en él la existencia de cálculos biliares, de los que padeció durante cuatro años; mas todos los medios empleados fueron inútiles para restituirle la salud. Desesperado de hallarla en esta ciudad, se dirigió a México, en donde se le recomendó se bañara en Tehuacan, en donde permaneció dos meses, sin sentir ninguna mejoría. Vuelto a México, algunos médicos opinaron era necesario practicarle operación; más el doctor Gastón Melo creyó tenía úlcera en el estómago. Habiendo entrado en el Sanatorio de Ulises Valdez, duro allí más de veinte días, en cuyo tiempo, en el espacio de doce días, sintió siete veces un dolor terrible acompañado de paroxismos, uno de los cuales creyó morir. Sintió entonces su alma sumergida en un océano de angustia y aflicción, al verse en tan triste lugar, solo, tan lejos de su familia con tantos graves negocios pendientes e imposibilitado para poder dictar convenientemente sus últimas disposiciones. En tan críticas, y además angustiosas circunstancias, volvió sus llorosos ojos al Señor de la Misericordia, suplicándole con todos los afectos de su corazón, que, teniendo compasión de él, le concediera siquiera el tiempo necesario para hacer testamento, si su vida no había de prolongarse más. Y ¡cosa admirable!, al día siguiente, comenzó a sentir un alivio inexplicable para los facultativos que lo atendían, y en pocos días se restableció de modo que, gozoso, pudo volver al seno de su familia, y, al presente después de varios años, se halla del todo bien. Otra gracia singular conoce haberle otorgado el Señor de la Misericordia, en el año de 1937. El día cuatro de enero, en uno de sus autos propios, vino a esta ciudad,

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acompañando al M. R. P. Fr. Luis del Palacio Basabe y Valois y al P. Dn. José María Figueroa Luna, los cuales venían comisionados por el Excmo. Señor Arzobispo, para dictaminar sobre ciertas reformas materiales que se trataba de ejecutar al Santuario del Señor. En este tiempo merodeaban, entre Zapotlanejo y Puente Grande, algunos salteadores que secuestraban a cuantos conocían estar en posibilidades de exigirles crecidos préstamos. Todo hace creer que aquellos bandidos tuvieron conocimiento de que d: Miguel Bravo había pasado para acá y que el mismo día regresaría a Guadalajara; por lo que, esperando coger una presa que les soltara gruesa suma de dinero, determinaron asaltar todos los autos que pasaran por el camino, después de medio día, como de verdad así lo hicieron. Habiendo cumplido con su comisión, partieron para Guadalajara, a eso de las cuatro de la tarde, los tres que la componían; más al llegar a Zapotlanejo, el coche de don Miguel sufrió una descompostura tal, que le impidió continuar la marcha. Los padres tomaron el camión que venía de Aguascalientes y en él regresaron el mismo día a Guadalajara, quedando D. Miguel en Zapotlanejo, hasta las diez u once de la mañana del día siguiente, en que terminó la reparación del auto. Como el gobierno tuviese noticias de los asaltantes, mandó luego destacamentos que resguardaron el camino y dieran garantías a los pasajeros, con lo que D. Miguel pudo continuar su ruta con absoluta con absoluta seguridad. El señor Bravo, según luego me comunicó por carta, reconoce que el auto se descompuso por especial providencia del Señor de la Misericordia, que quiso librarlo de las vejaciones y extorsión pecuniaria de aquellos malhechores. Sumamente reconocido al Señor de la Misericordia, por las tan singulares mercedes que ha dispensado en todo el curso de su vida y considerando, además, que en nada mejor puede emplear una buena parte de sus bienes, que en erigir un monumento eterno de gratitud a Aquel a quien todo lo debe, desde mediados del año1936, se propuso, a su costa, hacer de mármol de Carrara el Altar mayor del Santuario del Señor de la Misericordia, el cual, después de haberse aprobado el proyecto por el Excmo. Señor Arzobispo, quedó instalado a principios del año 1939 y consagrado por el mismo Excmo. Señor, el 19 de abril del mismo año, importó siete mil pesos.68

Además a sus expensas, se hizo la pintura del Santuario, que dio principio a fines de agosto de 1941 y terminó en mayo de 1942. En este trabajo se invirtió más de seis mil pesos. En el año 1946, con espontánea y generosa voluntad, mandó hacer a su costa de madera de cedro, tallada, el púlpito del Santuario que, según dije ya, quedó instalado para las fiestas de abril. La obra fue ejecutada en Zapotlán el Grande por el honorable artista Dn. Santiago Briceño e importó cinco mil pesos. Finalmente, según consigné ya, a su grande liberalidad se debe el cancel de la puerta mayor del Santuario, que por su cuenta mandó hacer de madera de cedro, tallada, quedando instalado antes de las fiestas de abril de 1951. Importó tres mil quinientos pesos, sin incluir el precio de los vidrios. Finalmente, al hablar de la casa de ejercicios, que está consagrada al Señor de la Misericordia, dijimos que el Señor Bravo hizo donación de un altar de mármol, que costó treinta y dos mil pesos. De lo expuesto, claramente se infiere que D. Miguel Bravo, no sólo debe contarse entre los más devotos del Señor de la Misericordia, sino, también ocupa el primer ligar entre

68 Con el chapeo que más tarde se hizo de él, por detrás.

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los bienhechores insignes que hasta ahora ha tenido el Santuario del Señor de la Misericordia.

CAPITULO XII

ESCASES DE LLUVIAS, LA FIEBRE AFTOSA

Dos gracias muy grandes y verdaderamente admirables, concedió el Señor de la Misericordia a los habitantes de esta región, en el año 1947; la primera en ocasión de la suma escasez de lluvias y la segunda motivada por la epidemia del ganado. I. ESCASEZ DE LLUVIAS Después de haber sembrado los campos en mayo y junio con poca humedad, el mes de junio en que, año por año, son muy abundantes las tormentas en este municipio, sobrevino una escasez tan grande de lluvia, que todas las plantas sembradas estaban secándose, con inminente riesgo de que se secaran por completo, como había sucedido ya en otros pueblos del oriente y del norte del estado. No solamente faltaba el agua para las plantas, sino aún para los mismos animales, que era necesario trasladarlos diariamente a grandes distancias para abrevarlos, con gran peligro de que se diezmara su numero o que entre ellos se desarrollara alguna epidemia. Los estanques, arroyos, pozos, veneros… Todos se habían secado. A esto se añadió en algunos ranchos el desarrollo el desarrollo y propagación de una densa peste de langostas, que asolaba los campos, consumiendo las plantas sembradas y los mismos pastos. Quien conozca las especiales circunstancias de esta región, que vive casi del cultivo del maíz y fríjol, sirviéndose para ello del trabajo de bueyes, podrá considerar la aflicción y angustia que oprimía el corazón de todos sus moradores. En tan tristes y críticos momentos, como siempre se ha hecho en condiciones semejantes, todos volvimos nuestros ojos suplicantes al Señor de la Misericordia, rogándole con toda la efusión de nuestro corazón que se apiadase de nosotros y nos enviaste la lluvia, que fertilizase los campos, tristes y desolados, y conservase la vida de nuestros animales, próximos a desparecer de sed y de hambre. Se empezaron a organizar peregrinaciones, especialmente de los ranchos y pueblos vecinos de Pegueros, Valle de Guadalupe y Mezcala, en las que tomaban parte todas las clases sociales, hombres mujeres y niños, muchos de ellos ayunos y descalzos, aún mujeres y personas delicadas, y de rodillas, desde una o más cuadras entraban al Santuario, en donde eran recibidos por el capellán u otro sacerdote revestido de capa magna, con ciriales y cruz alta cantando la letanía de todos los santos. En seguida, había sermón patético, como lo requerían las circunstancias, el cual terminaba con una ferviente plegaria al Santo Crucifijo. Al final se le daba la bendición con el Santísimo Sacramento. La primera peregrinación en tiempo, número y fervor fue la de la Parroquia de Pegueros, organizada por el muy celoso Señor Cura D. Salvador Munguía, quien de antemano fijó a sus feligreses el día 28 de julio para que tuviera verificativo la deseada romería. Pegueros dista de Tepatitlán como unas cinco leguas o veinte kilómetros. Desde muy en la mañana comenzaron a llegar los habitantes de los ranchos de la feligresía hasta las cuatro, en que partió la peregrinación, compuesta de niños, mujeres y hombres. Con el párroco a la cabeza, todos vinieron a pie y muchos descalzos rezando el rosario de Ntra.

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Señora y cantando alabanzas, hasta llegar a las orilla de la ciudad, en donde entraron en completo silencio y la vista baja (aún los hombres) hasta llegar al Santuario, en donde penetraron como a las ocho de la mañana, en número como de dos mil quinientas personas. El Señor Cura se dispuso a celebrar la Santa Misa y en ella predicó el S. Pbro. D. Miguel González un sermón fervorosísimo que conmovió en gran manera a los presentes. Al final de la Misa se dio la bendición con el Smo. Sacramento. Si la vista de aquellas multitudes, tristes y angustiadas, no podía menos de partir nuestro corazón de pena y compasión, ¿Cuánto más no se conmoverían las entrañas tan compasivas de Jesucristo Nuestro Señor, para escuchar favorablemente sus súplicas? Pronto hizo patente su misericordia porque el mismo día que vino la peregrinación de la Parroquia de Pegueros, cayó abundante lluvia, con gran regocijo de todos los que habían tomado parte en la romería y de los habitantes de toda la región y continuó lloviendo abundantemente, cuando era necesario para que la cosecha de ese año fuera más copiosa que la de los anteriores, como lo fue en realidad, según testimonio unánime de los campesinos de este municipio, que ahora llenos de amor y gratitud, bendicen la misericordia del Señor, como lo han manifestado en las muchas fiestas solemnes que después han celebrado, en acción de gracias, con este fin, en el Santuario. II. LA FIEBRE AFTOSA En ese mismo año se desarrollo esta epidemia de un modo alarmante en algunos estados de la República, con inminente riesgo que se propagase a todos los demás y, por lo mismo, de que el ganado desapareciera de toda la nación; porque nuestro gobierno instigado por el de Estados Unidos, que estaban temerosísimos de contagios, tomó la drástica medida de mandar matar a bala de fusil todos los animales de los lugares infectados aún los que estaban sanos y que no habían sido invadidos por la peste, lo cual se llevó a cabo durante algunos meses, en varios estados, como en Michoacán y una parte del de Jalisco, en donde fue general la matanza de ganado vacuno, de lo que sobrevinieron incalculables males, no sólo pecuniarios y económicos, sino también de orden moral. Los campos quedaron desiertos, sin cultivo por la falta de bueyes; las pasturas inútiles y sin provecho, ¿Quién podría ponderar lo que sufrieron los habitantes de las provincias afectadas, en especial los pobres, al carecer de la leche y la carne, alimentos tan necesarios entre nosotros. Aunque de ordinario se indemnizaba el precio de los animales, más este precio no siempre era justo y estuvo sujeto a muchos fraudes e inmoralidades de parte de los encargado de ejecutar las órdenes del gobierno; y aunque el precio fuera justo, sucedió en muchos lugares que los campesinos, por no saber emprender un negocio lucrativo, acostumbrado a a vivir tan solo del cultivo de la tierra y de la cría de ganado, cuando se vieron con el dinero que se les dio, en retribución de los animales que les habían matado, en poco tiempo disiparon todo, entregándose a la ociosidad y con ella a la embriaguez, al juego de azar y otros vicios, quedando, por lo mismo, en una completa miseria económica, sin poder satisfacer las necesidades más imperiosas de sus desventuradas familias. En esta región, la alarma sobre la desaparición de los animales, llegó a lo sumo a fines del mes de octubre y principios de noviembre. En este tiempo hubo algunas juntas en Guadalajara y Lagos de Moreno, para tratar el problema del ganado. Los delegados de este y otros municipios que asistieron a ellas, nada favorable pudieron conseguir para la conservación de sus animales, porque los designados para presidir las reuniones, les hicieron saber que el gobierno estaba del todo resuelto a acabar con los ganados, por lo

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que a algunos de los delegados no se les permitió hablar; y a los que pudieron tomar la palabra, sus discursos no fueron atendidos, así es que, regresaron a sus lugares afligidos en gran manera y casi desesperados. Viendo, por tanto, que en lo humano no habría ya esperanza de guardar intactos los animales, algunos vecinos de esta ciudad, encabezados por el señor Rodolfo Padilla tuvieron la feliz idea de celebrar en honor del Señor de la Misericordia un novenario solemnísimo de Misas cantadas, con acompañantes, exposición pública del Santísimo Sacramento los nueve días y Ejercicio cantado con la recitación de la novena y sermón, con el fin de alcanzar de la Misericordia de Dios, en su santa Imagen, lo que por medios humanos no se podía conseguir. No se puede describir el favor tan general y espontáneo, que se manifestó en aquellos días delante del Santo Crucifijo, en cierto modo mayor que par las fiestas de abril. Todos, hombres, mujeres y niños, unidos en un solo corazón y una sola alma, llenaban el Santuario, pidiendo que los animales no desaparecieran de los campos, como había sucedido en otras regiones. Sobre todo, en el ejercicio de la noche, el templo estaba enteramente lleno. En el último día del novenario, que fue el quince de noviembre, en que predicó el Señor Cura de San Juan de los Lagos un sermón muy elocuente y patético, el sagrado recinto fue insuficiente para contener las multitudes reunidas allí; parecía un treinta de abril. Y ¡cosa admirable! A los pocos días el gobierno daba la orden de que en adelante no se matara ya ningún animal. En proporción de la pena que había oprimido el corazón de los moradores de estos pueblos alteños, por el temor de la fatídica fiebre que amenazaba que amenazaba acabar con los animales; fue también el gozo, la alegría y regocijo de todos al velos ilesos, sin faltar uno solo. Sobre todo, es indescriptible el sentimiento de amor y gratitud universal hacia el Señor de la Misericordia, que había escuchado tan admirablemente la oración de sus devotos fieles, en tiempo de grande tribulación. En testimonio de inmensa y entrañable gratitud, especialmente por las insignes mercedes recibidas en el año anterior, los cultos tributados en el Santuario del Señor de la Misericordia en el año siguiente (1948) revistieron de tal esplendor, entusiasmo y magnificencia, como no había visto iguales en todos los años precedentes. FIEBRE AFTOSA – GANADO ILESO El señor Salvador Marroquín, vecino del Potrero de Ramírez, jurisdicción de Zapotlanejo, viendo con profunda pena que por causa de esa epidemia, la comisión del gobierno estaba matando todo el ganado, recurrió al Señor de la Misericordia, suplicándole, con toda la efusión de su corazón, le concediera la preservación de sus animales; y su plegaria tuvo éxito completo, porque fueron sacrificados todos los ganados de los ranchos vecinos, en tanto que el suyo quedó todo ileso.

SECCIÓN SEGUNDA GRACIAS ESPIRITUALES

Como los males temporales nos hieren sensiblemente, tenemos natural propensión a llamar pronto en nuestro favor a Dios Nuestro Señor, con la mira de que, compadecido de nosotros, nos libre de ellos y de los sufrimientos y penas que traen consigo; y para interesarlo más vivamente a inclinar su oído a nuestros ruegos, solamente añadir alas súplicas, los votos de hacer u omitir alguna cosa que le sea agradable, con algún

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sacrificio de nuestra parte. Cuando, por fin hemos conseguido del Señor el logro de nuestros anhelos, impulsados del sentimiento de la merced alcanzada, muy fácilmente nos postramos a sus pies para mostrarle nuestro agradecimiento y darle gracias por la misericordia que nos ha dispensado. Más, en tratándose de los males espirituales las cosas acaecen muy de otra manera. Porque con frecuencia, ni siquiera nos damos cuenta de ellos; y si llegamos a reconocerlos, no ponemos empeño alguno por apartarlo de nosotros, sino que advertida y deliberadamente consentimos en llevar el peso enorme de temores y remordimientos que producen siempre en nuestra alma. ¡Que desgracia tan grande! Mas si a la luz de la divina inspiración y la fuerza de la gracia que trae consigo, llegamos a sentir íntimamente disgusto y odio de nuestras miserias espirituales y tocamos a la puerta de la Misericordia divina, suplicándole las aparte de nuestra alma, y conseguimos escuche complacido nuestras humildes oraciones; entonces ¡que raro es en nosotros el sentimiento sincero de reconocimiento y de gratitud por las gracias obtenidas! ¡Como si los males espirituales no fueran infinitamente mayores que las temporales, que afectan, por lo común tan solo nuestro cuerpo! También puede atribuirse la escasez de relaciones de gracias, impetradas por la invocación del Señor de la Misericordia, a la negligencia de los que, pudiendo escribirlas, no lo hicieron. Dividiré esta sección en solo dos puntos: en el primero, cantaré las conversiones de personas entregadas al vicio y en el segundo, las indignes conversiones de algunos moribundos, debidas al curso del Señor de la Misericordia.

CAPITULO I

CONVERSIÓN DE PERSONAS HABITUADAS

EN EL PECADO. 1. Hallándome poseído del vicio de la embriaguez, invoqué al Señor de la Misericordia, quien me libró de él en el año 1852. 2. Felipe Gómez había contraído el funesto vicio de juego, por cuya causa iba perdiendo el crédito, el dinero y aún la salud. Sumamente afligido, al reconocer estos males, recurrió al Señor de la Misericordia, y desde luego abandonó aquél hábito sin reincidir más en él. Abril 12 de 1860. 3. Hallándose sumamente afligida Doña Dionisia González por ver a su esposo entregado al infame vicio de la embriaguez, sin que fuera parte para su enmienda ninguno de los medios empleados, con grande fe y confianza, lo encomendó al Señor de la Misericordia, suplicándole con todo su corazón, como poderoso que es, tuviera compasión de ella y de su esposo, librando a éste de las garras del hábito tan horrible. Habiendo alcanzado lo que pidió, mandó al Santuario el presente retablo, en el que se representa en actitud de dar gracias al Señor.

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4. Doña F. J. Romo, vecina de Encarnación, dedica el presente retablo al Señor de la Misericordia, por haberle concedido la merced de volver a la senda del bien a un hijo extraviado. Noviembre 24 de 1867. 5. Cultivando N. N. una criminal amistad, sin que se pudiera encontrar medio humano eficaz para apartarlo de ella; su angustiada esposa, con copiosas lágrimas, suplicó al Señor de la Misericordia la verdadera conversión de su marido. Su oración fue atendida favorablemente, pues alcanzó la admirable gracia solicitada. 6. En esta villa de Tepatitlán en 1877, José Antonio Pérez estaba esclavizado del vicio de la embriaguez, por lo que padecía muchos perjuicios; y por más esfuerzos que hacia por librarse de él, no le era posible conseguirlo. En situación tan triste y desesperada, aclamó con veras de su corazón al Señor de la Misericordia, suplicándole cortara las cuerdas que lo mantenían atado a tan vergonzoso hábito. Como consiguiera el fin de su oración, mandó poner este retablo en su Santuario, en señal de gratitud. 7. Agustina Maciel, al hacer la novena al Señor de la Misericordia, le prometió un retablo, si le concedía la gracia de que un hijo dejara un amor ilícito, que hacía tiempo lo tenía encadenado. Sus fervientes votos fueron atendidos inmediatamente pues, al quinto día de la novena, conoció que el Señor le había otorgado la gracia pedida. 8. VOTO CUMPLIDO. D. Prisciliano Ulloa fue un hábil músico, cantor y organista; pero abusó de las bebidas alcohólicas por espacio de dieciocho años. Estuvo encargado por algún tiempo del coro del Santuario del Señor de la Misericordia. El Capellán lo trato con mucha benignidad, debido, quizás, a la evidente necesidad pecuniaria en la que se hallaba y a lo diestro que era en el desempeño de su oficio; más llegó el día en que ya no pudo tolerarlo más en el Santuario. La esposa de D. Prisciliano, Doña María del Refugio Barajas, sumamente afligida, al tener conocimiento de esto, hizo voto de alimentar por tres meses la lámpara del Santuario, con estas palabras: “Señor de la Misericordia, no es posible que pueda ver ya más a mi esposo en tan lamentable estado, por eso te pido que en tres meses, o le quitas este vicio o te lo llevas”. Pues bien, a los tres meses exactos, el 27 de octubre de 1907, don Prisciliano Ulloa murió cristianamente, ayudo de acólito, cuando se le administró el viático, si hijo Francisco, que es quien me ministró estos datos. 9. VENGANZA FRUSTRADA. A principios de marzo de 1924 a 1925 –que del año no recuerdo- estando yo presidiendo en el Camerín del Santuario la junta preliminar, para organizar las fiestas que en aquel año se habían de celebrar en honor del Señor de la Misericordia , del rumbo de San José de Gracia, que dista de aquí como unas ocho leguas, llegó allí un hombre, al parecer de familia decente y acomodada, con deseos de hablar a solas conmigo. Terminada la junta, lo llevé conmigo a la Sacristía, en donde sumamente emocionado me contó lo siguiente. “Tenía yo un enemigo a quien odiaba a muerte, por lo que hoy mismo tomé la resolución de ir a matarlo, para lo cual llevó conmigo una pistola muy buena que tengo; pero antes se me ocurrió invocar al Señor de la Misericordia (quizás para que lo librara de lo arriesgado de su empresa, pues que el contrario pudo ser también hombre de armas y de ánimo resuelto). Al llegar a donde estaba mi enemigo, disparé sobre él los tiros de mi pistola, pero no hizo fuego ninguno de ellos, con gran sorpresa mía, puesto que aquella pistola jamás había mentido y siempre con ella había hecho tiro. Al darme cuenta de esto, se me, se me presentó la imagen del Señor de la Misericordia y sentí en mi alma un cambio completo, acompañado de un fuerte interior impulso que

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me inducía a dirigirme a su templo, para postrarme a sus pies y darle gracias por la evidente maravilla que acababa de obrar a favor mío. ¡Oh! ¡Me llena de horror el considerar lo que fuera de mí en estos momentos si el Señor no hubiera mostrado tan patente su misericordia conmigo! ¿Qué fuera de mi enemigo y de su desventurada familia? Obedeciendo ala fuerza interior que me movía, inmediatamente dirigí las riendas de mi caballo hacia este lugar, para manifestar mi agradecimiento al Señor de la Misericordia, según lo acabo de hacer en estos momentos. A continuación, para que resaltara aún más la gracia que Nuestro Señor le había otorgado, me suplicó que lo confesara, como lo hice, manifestando claramente sentimientos muy vivos y vehementes de dolor y contrición de sus pecados, como promesa muy firme y sincera de reconciliarse, cuanto antes con su antiguo enemigo, ante el cual, si se hubiera hallado presente, se habría postrado para pedirle humildemente perdón de la injuria que le había hecho, intentando quitarle la vida. Esto que entonces no pudo hacer, espero lo haya practicado después, conforme al propósito que llevaba al lograr oportunidad de verse con él. Aunque me dio permiso para publicar esta relación juzgué prudente no preguntarle su nombre.

CAPITULO II

CONVERSIONES INSIGNES DE ALGUNOS MORIBUNDOS

A. DON JULIAN FRANCO. Don Julián Franco era un anciano de más de 80 años, originario del rancho del Ahuacate, situado al pie del Cerro Gordo, en donde residía una parte del año y la otra, la pasaba en esta población en donde poseía una finca urbana. Según testimonio de los que lo conocieron bien, D. Julián fue siempre, con fama de valiente, de carácter muy difícil, violento e iracundo, aunque no pendenciero; de conducta muy relajada y escandalosa, especialmente en materia de castidad y pureza, y, por último, no sólo no vivió como buen cristiano sino que hablaba con menos precio de nuestras prácticas de nuestra Santa Religión y de sus Ministros por lo que rara vez se le vio presente en un templo. Como una viva chispa de fuego, en medio de densa capa de ceniza, conservó siempre en el fondo de su alma la antorcha de la fe y la devoción al Señor de la Misericordia, como después se verá comprobado. Como en el año de 1924, estando en el rancho del Ahuacate, cayó gravemente enfermo y en ese estado lo trajeron a la ciudad. Un hijo suyo llamado Apolunio, tenía dos hijas que ordinariamente vivían aquí casi todo el año, en la casa de su abuelo, una de las cuales se confesaba conmigo y era algo piadosa. Esta familia, al ver a Don Julián tan gravemente enfermo, y en una edad tan avanzada, dio traza de llevarle un sacerdote que lo confesara y le administrara los demás auxilios que nuestra Religión tiene dispuestos para los moribundos; y, al efecto, uno de los vicarios del párroco se presentó en casa del anciano, a ofrecerle las gracias a su ministerio. Al indicarle el asunto que había lo llevado a aquella casa, D. Julián se mostró sumamente disgustado y lo despidió con expresiones llenas de ofensas y desprecio.

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Llamaron después a otro de los Padres de la Parroquia, que no consiguió mejor éxito que el primero. Por aquel tiempo, nos juntábamos por la noche algunos sacerdotes para comunicarnos nuestras impresiones, y fue entonces cuando supe lo que había acontecido con el enfermo a aquellos compañeros, con lo que comprendí la suma dificultad que presentaba, para que pudiera morir cristianamente. En uno de los días siguientes, estando yo en el atrio del Santuario del Señor de la Misericordia llegó conmigo un hombre rogándome que fuera a confesar a su padre que estaba muy malo. “¿Quién es su padre?”, le pregunte. “Es Don Julián Franco”, me contestó. -¡Ah, Don Julián Franco!”. ¿Qué hacer entonces? ¿Excusarme? No, de ningún modo, era necesario ir a intentar disponer aquel pobre anciano a una buena muerte. Pero ¿Cómo insinuarme en el ánimo de aquel hombre a quien no conocía, de corazón tan duro e impenitente, que tan temerariamente había rehusado dos veces los auxilios de nuestra Religión? Levanté entonces mi corazón a Nuestro Señor, en demanda de luz y consejo, y se me ocurrió llevar en la mano a la casa del enfermo una imagen del Señor de la Misericordia. Me dirigí, pues, a la mesa que llamaban de las reliquias, tomé de ahí una fotografía, y me fui acompañando al enviado y encomendado por el camino a Nuestro Señor y a su Madre aquel negocio tan difícil. Al acercarme a la cama del enfermo, después de saludarle le dije: “Señor, yo a usted lo estimo mucho; supe que estaba enfermo y he venido a visitarlo”, y mostrándole la imagen del Señor de la Misericordia, añadí: “Mas le traigo una visita mucho mejor, la del Señor de la Misericordia: aquí está para acompañarlo en su enfermedad”. Cuando aquel anciano oyó pronunciar el nombre del Señor de la Misericordia y percibió su imagen, se vio reanimado y su rostro pareció iluminarse y, emocionado, dijo: “¡Ah! El Señor de la Misericordia es de mi tierra, se apareció en mi rancho y me comenzó a referir algo del origen de la venerable imagen. La gracia de Dios había triunfado gloriosamente en aquel corazón duro y, hasta entonces, indomable. Le hice saber que yo era el nuevo Capellán del Santuario del Señor de la Misericordia y que me sentía animado de la mejor voluntad para ayudarlo en cuanto me fuera posible, en el estado en el que su enfermedad lo había puesto. Creo que a este mi ofrecimiento respondió conmovido, dándome las gracias. Por demás será que el enfermo no presentó ya la menor dificultad, porque haciéndole ver el inminente peligro en que se hallaba, recibió con buen ánimo cuanto le dije para persuadirlo a la recepción de los Santos Sacramentos y demás auxilios de nuestra Religión, con lo que se prepararía a una santa muerte o a una buena vida, según fuera la voluntad de de Dios. Ayudándole yo, se confesó íntegramente de sus pecados y lo exhorté al dolor y arrepentimiento de ellos, especialmente haciendo resaltar ante sus ojos cuán bueno había sido con él Nuestro Señor, durante la vida tan larga que había que le había concedido, y cómo él no había correspondido a tanta bondad, sino con enormes pecados e ingratitudes, con lo que dio manifiestas señales de arrepentimiento y sincero propósito de portarse en adelante como verdadero discípulo de Jesucristo, en el caso de que la Divina Misericordia quisiese todavía prolongarle la vida. Hecho esto, le di la absolución y, a continuación, le administré la Extrema Unción y le apliqué la indulgencia plenaria in articulo mortis. Dando tiempo a que se hiciera testamento y arreglara los demás asuntos temporales que tuviera pendientes, probablemente, hasta el día siguiente le llevé el Santo Viático, que creo recibió varias veces en el tiempo que aún sobrevivió, muriendo tranquilo a los

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pocos días69 con fundada esperanza de que aquel Señor, que bajó del cielo en busca de pecadores, haya recibido su alma en el seno de su infinita misericordia. B. DON JOSÉ CARMEN DE LA MORA. Fue Don Carmen de la Mora hombre de mucha energía, muy fiel a su palabra y en gran manera atento y respetuoso con los sacerdotes, pero muy desidioso para recibir los Santos Sacramentos: En su casa se hacía exactamente lo que ordenaba, sin que nadie osara contradecirle. Como a las 5 de la mañana del día 29 de junio de 1933, D. Carmen notó que le salía sangre por la boca y dijo a su esposa: “Estoy echando sangre por la boca”. Al punto esta le acercó la bacinica, sobre la cual arrojó tal cantidad de sangre que casi la llenó enteramente, por la que quedó muy debilitado y sin poder hablar por algún tiempo. Luego que se restableció algún tanto, hasta poder articular palabra, le dijo la señora: “Carmen, parece que estás algo malo, “¿No será bueno que arregles tu conciencia?” A lo que él respondió “No te alarmes, porque después de este derramamiento de sangre, espero me pondré bien”. Cuando sus hijas le decían que se confesara les daba la misma respuesta. Como a las ocho, le repitió el vómito, después del cual, por algunos momentos creyeron que estaba muerto; más al poco rato empezó a dar señales de vida y a reanimarse algo. Entonces su esposa e hijas empezaron a instar, para que luego se llamara a un sacerdote, a fin de que se confesara y arreglara asuntos que tuviera pendientes, pues lo veían en estado agónico. A lo que él contestaba: “No se alarmen, no estoy tan malo; creo que esto pasará pronto. Ya que me sienta más malo, yo les diré para que traigan un padre”. Más de diez años70 hacía que se había confesado. El médico que llevaron para que lo atendiera, les declaró que estaba sumamente grave y que ya era muy poco el tiempo que le quedaba de vida. El padre don Serapio Martínez, sobrino de D. Carmen, estaba recién ordenado e iba en ese mismo día a cantar su primera Misa en la Parroquia. Luego se dio cuenta del inminente peligro de muerte en que estaba su tío, fue muy aprisa a instarle vivamente, a fin de que en cuanto antes consintiera en recibir los auxilios de nuestra Santa Religión. A su lado permaneció hasta ceca de las diez, en que tenía que estar en la parroquia, sin obtener persuadir al enfermo que repetía que no se sentía muy malo. Cerca de la una de la tarde, después de las ceremonias del Cantamisa, el mismo padre volvió a la cabecera del paciente, acompañado de otro sacerdote que había venido de fuera y le dijo que ahí estaban los dos a sus órdenes, que con cual quería confesarse: “Con cualquiera, les respondió, pero todavía no es hora”. Entre tanto los vómitos sucedían con frecuencia, contándose hasta ocho los que tuvo en el día. A la dificultad que sentía para confesarse, por hacerlo arar vez, se añadía en D. Carmen un disgusto que tenía con una hija, que se había casado contra su voluntad, a la cual había asegurado que a su casa jamás volvería a entrar y, sobre todo, el odio y rencor que conservaba en su corazón, contra algunos miembros de la policía local, que le habían asesinado al único hijo varón que tenía. Cualquiera podía comprender cuán intensa y profunda sería la pena que sufría aquella cristiana familia, al ver al jefe de ella en tan inminente riesgo de perder para siempre su alma, puesto que no era posible persuadirlo a que recibiera los Santos Sacramentos. 69 Según consta en el acta del Registro Civil de esta ciudad D. Julián Franco murió el 4 de octubre de 1924, a los 83 años de edad. 70 Según los apuntes de su hija Antonia, D. Carmen se había confesado la última vez el día 8 de octubre de 1922.

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En tan angustiosa y críticas circunstancias, la esposa de D. Carmen volvió los ojos al Señor de la Misericordia y con toda la fuerza de su corazón, le pidió que le concediera a su esposo, no tanto le prolongara la vida, sino que de ninguna manera le permitiera que muriese repentinamente, sin haber arreglado antes satisfactoriamente las cosas de su conciencia, haciendo al mismo tiempo voto, si le otorgaba esta gracia, de eternizar su memoria, en un retablo que colocaría en su Santuario. Es indudable que esta idea fue común a toda aquella familia, que vivía entonces en la parte más alta de la ciudad. Después del Cantamisa del Padre Serapio, pasada la una, me disponía yo a rezar el oficio divino, cuando llegó a mi casa un hermano de la esposa de D. Carmen, llamado Lorenzo, rogándole que fuera a auxiliar a su compadre, que se encontraba bastante malo. Yo, que ignoraba la enfermedad de D. Carmen, le dije: “Mire D. Lorenzo, ahora estoy muy ocupado; iré solamente en el caso en que la necesidad sea muy urgente”. Como me contestara afirmativamente, deje mi breviario, tomé las cosas necesarias y partí a casa del enfermo, en donde hallé al P. Serapio y al otro sacerdote que estaba aquí de paso. Después de saludarlo y de algunos pequeños preámbulos, pasé a tratarle directamente el asunto de mi visita: De pronto me dijo lo que a su familia y a los otros sacerdotes, “que no se sentía de muerte”; más después de algunas reflexiones, en que le hice ver el peligro inminente en que estaba de perderse para siempre, y si no recibía a tiempo los Santos Sacramentos, consintió de muy buena voluntad en disponerse para hacerse digno de grande misericordia, que la divina bondad tan liberalmente le ofrecía. Le prometí ayudarlo a hacer su confesión, diciéndole que no tenía que hace más que contestar a las preguntas que yo le fuera haciendo. Se confeso muy despacio, declarando detalladamente sus pecados, porque, a pesar de lo recio de la enfermedad, conservaba en muy buen estado todas sus facultades mentales. Sin la menor contradicción perdonó generosamente, no solo a su hija, sino a aquellos mismos que le habían dado muerte a su hijo. Terminada de hacer la confesión, lo exhorté vivamente al dolor y a la contrición de sus pecados, de lo que dio exteriormente evidentes señales. A continuación, le administré la Extremaunción y le apliqué la indulgencia plenaria. Ordenando que inmediatamente se hiciera la disposición de sus bienes, me despedí de él y de la familia y regresé a mi casa, cerca de las tres de la tarde. Según cuentan la esposa e hijas, después de que me separé de la casa, les dijo D. Carmen: “¡Si vieran qué contento y tranquilo me siento!” Un largo y fuerte aguacero, que cayó sobre la ciudad en la tarde de ese día, me impidió saber el estado de D. Carmen. Hasta en la noche tuve la fatal noticia de su fallecimiento. Efectivamente, a la fuerza de un nuevo acceso de la enfermedad, en unos cuantos instantes, se entregó tranquilamente su alma en las misericordiosas manos de su creador, a las siete y media de la noche, del mismo día 29 de junio de 1933. El retablo que, en memoria de este beneficio, mandó colocar en el Santuario la viuda de D. Carmen dice así: “Testimonio de inmensa gratitud al Señor de la Misericordia. Quien de un modo admirable, cuando parecía no haber ya esperanza humana, me concedió que mi esposo recibiera con excelentes disposiciones los últimos Sacramentos, muriendo tranquilo a las pocas horas”. “Tepatitlán, 29 de junio de 1933”. “María Buenaventura Vda. De la Mora”.

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PUNTO FINAL Amado lector: Por el conocimiento que tengo de la historia del Señor de la Misericordia y de su culto hasta nuestros días, según lo acabas de ver en las páginas de este librito, puedo asegurar que si, por el crecimiento de la población y la facilidad de los medios de comunicación, ha aumentado en gran manera el número de los devotos del Señor de la Misericordia; más, en conjunto, no se percibe en estos tiempos la devoción ferviente que es fácil observar en los fieles que dieron principio a la veneración y culto de esta Sagrada Imagen, porque se echa ahora de menos la fe sencilla, la sincera confianza, el amor ardiente, la universal gratitud, el delirante entusiasmo, que caracterizaba a los cristianos que habitaban esta región hace cien años. Pues bien, vamos no solamente a renovar esta ardorosa piedad de nuestros queridos antepasados, sino a avivarla, confirmarla y aumentarla en gran manera, mediante la vista del cuadro del sinnúmero de admirables beneficios y gracias que se nos ha dispensado en el transcurso de más de un siglo, por la confiada invocación de esta prodigiosa Señal de la Divina Misericordia; van encaminados estos modestos Apuntes Históricos, que he lograrlo terminar con no pequeño sacrifico de mi parte, debido a mi escaso caudal intelectual y físico. No obstante sus múltiples defectos, espero firmemente que aquel Señor, por cuyo honor y gloria los he llevado a cabo, los bendecirá tan copiosamente que dejará plenamente satisfechos los inmensos deseos que tengo de que sea ferviente y universalmente amado, en su bendita Imagen del Señor de la Misericordia. Amén. Los anhelos expresados en la cláusula anterior, al final de la primera edición, han tenido desde entonces el más perfecto cumplimiento, con grande gozo de nuestras almas; porque la devoción a la Misericordia de Dios en su venerada imagen durante ese tiempo, ha aumentado de un modo admirable, tanto en el esplendor y magnificencia de los cultos tributados, como también, por la grande afluencia de fieles que, de todas clases sociales, y aún de remotas provincias, visitan constantemente la santa Imagen, con manifiestas señales de sincera veneración, amor y confianza. Además de la reforma, ampliación y decoración del Santuario y su atrio, en gran manera ha contribuido a ese ferviente aumento de veneración y culto al santo Crucifijo, la parte tan principal que el Excmo. Y Rvmo. Señor Cardenal Dr. D. José Garibi Rivera ha tomado, no solo en lo material del templo, según lo dejamos anotado ya, sino, sobre todo, por el entrañable afecto de devoción que profesa al Señor de la Misericordia, que lo ha inducido a solemnizar con su presencia las fiestas del Novenario, celebrando de pontifical el día 30 de abril, año por año, sin faltar uno solo.

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