apuntes criminología ii

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LAS TEORÍAS INTEGRADORAS: PERSONA, CONDUCTA Y AMBIENTE. La persona, su ambiente y su conducta interaccionan en un proceso de influencia reciproca, por parece razonable que una explicación teórica sobre la génesis delictual incluya un amplio rango de variables, tanto propiamente psicológicas como sociológicas. En esta línea teórica destaca la teoría integradora de FARRINGTON. FARRINGTON plantea que la aparición de una carrera delictiva juvenil puede explicarse sobre la base de las siguientes cuatro etapas: a) motivación, b) métodos, c) creencias internalizadas y d) toma de decisiones. En la etapa de motivación, se asume que los motivos principales que pueden llevar a la delincuencia son el deseo de obtener bienes materiales, la excitación y el conseguir prestigio entre el grupo de pares. En la segunda etapa, esos motivos se concretarán en tendencias antisociales cuando se eligen métodos ilegales para satisfacerlos, como ocurre en muchos jóvenes que no cuentan con métodos legales para obtener esos refuerzos (jóvenes de familias pobres). Esa baja capacidad de satisfacer legalmente las motivaciones señaladas se debe a su fracaso en la escuela y su deficiente formación profesional. Los cuales a su vez surgen de un ambiente familiar que estimula poco la inteligencia y el desarrollo de meras a largo plazo. En la etapa tercera, las tendencias antisociales son facilitadas o inhibidas por las creencias internalizadas existentes sobre la conducta antisocial, creencias que son el producto de la historia de aprendizaje de cada sujeto. Así, la creencia de que delinquir es malo surge de la educación paterna orientada hacía el respeto a las norma, y de una estrecha supervisión y castigo (no físico) de los actos antisociales que se observan en los hijos. En la cuarta etapa se explica que si una persona comete o no un delito en una situación dada depende de las oportunidades y de las probabilidades, costes y ganancias percibidos asociadas a las diferentes alternativas de acción. Los costes y beneficios incluyen factores situacionales inmediatos, tales como objetos que pueden ser robados y la probabilidad y consecuencias casos de ser arrestado. También incluye factores sociales tales como el rechazo o aprobación de familiares y amigos. El merito de esta teoría es que surge de la investigación empírica de las carreras delictivas, en especial del estudio Cambridge 1 . Esta teoría muestra que los niños pobres tienen una mayor probabilidad de delinquir porque son menos capaces de obtener sus metas de modo legítimo y porque valoran ciertas metas (como la excitación) de forma prominente. Los menores con escasa inteligencia fracasarán en la escuela, y verán disminuidas sus opciones en el mundo convencional; tenderán a delinquir más, al igual que los niños impulsivos, que no piensan en las consecuencias de sus actos y prefieren los beneficios inmediatos, y aquellos que tienen padres que no saben educares, viviendo en conflicto, porque fracasan en dar a sus hijos inhibidores internos contra el delito. Finalmente, también tenderán a delinquir más los chicos que viven con familiares delincuentes o tienen amigos antisociales, porque aprenden actitudes de esta índole y encuentran el delito justificable. 1 Este estudio siguió la evolución de una muestra de 411 niños de clase trabajadora, de raza blanca, urbanos y de origen británico desde los 8 años hasta los 32. Durante ese periodo los sujetos fueron entrevistados en ocho ocasiones, ofreciendo información muy útil sobre el curso del desarrollo de pautas conductuales antisociales y/o delictivas.

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teorías integradoras

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LAS TEORÍAS INTEGRADORAS: PERSONA, CONDUCTA Y AMBIENTE. La persona, su ambiente y su conducta interaccionan en un proceso de influencia reciproca, por parece razonable que una explicación teórica sobre la génesis delictual incluya un amplio rango de variables, tanto propiamente psicológicas como sociológicas. En esta línea teórica destaca la teoría integradora de FARRINGTON. FARRINGTON plantea que la aparición de una carrera delictiva juvenil puede explicarse sobre la base de las siguientes cuatro etapas: a) motivación, b) métodos, c) creencias internalizadas y d) toma de decisiones. En la etapa de motivación, se asume que los motivos principales que pueden llevar a la delincuencia son el deseo de obtener bienes materiales, la excitación y el conseguir prestigio entre el grupo de pares. En la segunda etapa, esos motivos se concretarán en tendencias antisociales cuando se eligen métodos ilegales para satisfacerlos, como ocurre en muchos jóvenes que no cuentan con métodos legales para obtener esos refuerzos (jóvenes de familias pobres). Esa baja capacidad de satisfacer legalmente las motivaciones señaladas se debe a su fracaso en la escuela y su deficiente formación profesional. Los cuales a su vez surgen de un ambiente familiar que estimula poco la inteligencia y el desarrollo de meras a largo plazo. En la etapa tercera, las tendencias antisociales son facilitadas o inhibidas por las creencias internalizadas existentes sobre la conducta antisocial, creencias que son el producto de la historia de aprendizaje de cada sujeto. Así, la creencia de que delinquir es malo surge de la educación paterna orientada hacía el respeto a las norma, y de una estrecha supervisión y castigo (no físico) de los actos antisociales que se observan en los hijos. En la cuarta etapa se explica que si una persona comete o no un delito en una situación dada depende de las oportunidades y de las probabilidades, costes y ganancias percibidos asociadas a las diferentes alternativas de acción. Los costes y beneficios incluyen factores situacionales inmediatos, tales como objetos que pueden ser robados y la probabilidad y consecuencias casos de ser arrestado. También incluye factores sociales tales como el rechazo o aprobación de familiares y amigos. El merito de esta teoría es que surge de la investigación empírica de las carreras delictivas, en especial del estudio Cambridge1. Esta teoría muestra que los niños pobres tienen una mayor probabilidad de delinquir porque son menos capaces de obtener sus metas de modo legítimo y porque valoran ciertas metas (como la excitación) de forma prominente. Los menores con escasa inteligencia fracasarán en la escuela, y verán disminuidas sus opciones en el mundo convencional; tenderán a delinquir más, al igual que los niños impulsivos, que no piensan en las consecuencias de sus actos y prefieren los beneficios inmediatos, y aquellos que tienen padres que no saben educares, viviendo en conflicto, porque fracasan en dar a sus hijos inhibidores internos contra el delito. Finalmente, también tenderán a delinquir más los chicos que viven con familiares delincuentes o tienen amigos antisociales, porque aprenden actitudes de esta índole y encuentran el delito justificable.

1 Este estudio siguió la evolución de una muestra de 411 niños de clase trabajadora, de raza blanca,

urbanos y de origen británico desde los 8 años hasta los 32. Durante ese periodo los sujetos fueron

entrevistados en ocho ocasiones, ofreciendo información muy útil sobre el curso del desarrollo de pautas

conductuales antisociales y/o delictivas.

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EL MODELO INTERACTIVO DE LA DELINCUENCIA DE THORNBERRY. Presentamos un modelo explicativo que crítica la naturaleza estática de la mayoría de las teorías de la delincuencia existentes, al proponer estructuras causales unidireccionales entre las diferentes variables. Otro error común, a juicio de THORNBERRY, es plantear modelos explicativos sin atender a las variaciones que experimentan los sujetos y sus circunstancias a lo largo del tiempo. De ahí que el autor intente solventar estas cuestiones empleando el arsenal conceptual que deriva de la teoría de control de HIRSCHI, por una parte, y de la teoría del refuerzo-asociación diferencial de AKERS, por otra. Según THORNBERRY, el origen de una carrera delictiva proviene del debilitamiento de los vínculos de la persona respecto a la sociedad convencional, representados durante la adolescencia por el apego a los padres (concepto que incluye variables tales como afecto y comunicación familiar, supervisión y disciplina y prácticas educativas), el compromiso con las actividades escolares y las creencias en los valores convencionales. En la medida en que estos arraigos a la sociedad disminuyen se incrementa la probabilidad de cometer delitos. Ahora bien, para que el potencial delictivo se concrete, en especial en delitos más graves, se precisa de un ambiente social en el que se aprenda y se refuerce la actividad antisocial. Tal escenario incluye a amigos delincuentes y un conjunto de valores antisociales. Estas dos variables, juntamente con la propia conducta delictiva, conforman un circuito causal mutuamente reforzante que lleva hacía un incremento de la delincuencia en el tiempo. Además, este proceso interactivo cambia a medida que pasa el tiempo, y diferentes conceptos o variables pasan a ser más o menos importantes. Así, durante la preadolescencia, la familia es el factor más importante para vincular al chico con la sociedad convencional, pero a medida que el joven crece, los amigos y la escuela obtienen un papel predominante. Finalmente, en la primera edad adulta la implicación en un trabajo convencional y el apego a la familia creada se erigen como los lazos más relevantes hacia el comportamiento pro social. Por último, este modelo interactivo establece que esas variables se relacionan sistemáticamente con la posición de la persona en la estructura social. De este modo, variables como la clase social, pertenencia a grupos minoritarios o el grado de desorganización social del barrio, afectan a las variables interactivas y las trayectorias comportamentales. Así por ejemplo, los jóvenes que provienen de ambientes depravados comienzan el proceso con una vinculación menor a la sociedad y una exposición mayor al mundo de la delincuencia. Por otra parte, el proceso recíproco descrito incrementa las oportunidades para el desarrollo y mantenimiento de una carrera delictiva. Pero con independencia del punto de partida, lo básico de esta teoría es que el proceso causal es de naturaleza dinámica, y se desarrolla a lo largo de la vida del sujeto. La conducta delictiva resulta afectada, pero también influye, por las variables de vinculación y aprendizaje social que hemos descrito. LA PREVENCIÓN DE LA CONDUCTA DELICTIVA. FACTORES DE RIESGO Y PROTECTORES. Introducción. La delincuencia constituye uno de los grandes problemas de nuestros días, debido al enorme costo que supone para una sociedad no sólo en términos económicos directos e indirectos tanto para el Estado como para los particulares, sino también y sobre todo en términos humanos, de sufrimiento para las víctimas, de prisionización de los delincuentes, de sufrimiento para sus familiares y de miedo al delito para los ciudadanos en general.

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A este respecto, resulta innecesario subrayar cómo la prevención y control de la delincuencia destacan como una de las preocupaciones fundamentales de nuestras sociedades. Sin embargo, a pesar de esta preocupación, a pesar de la atención diaria que recibe el delito en televisiones, periódicos o emisoras de radio es sorprendente lo poco que sabemos sobre el fenómeno. Parece obvio decirlo, pero si realmente nos preocupa la delincuencia, si realmente queremos reducir los índices de delincuencia, no podemos conformarnos con reflexiones puramente especulativas, ideológicas o voluntaristas sobre la explicación y la prevención del delito. Antes al contrario, es imprescindible el recurso a la ciencia; sólo si comprendemos la complejidad del fenómeno criminal, sólo si conocemos e identificamos la multiplicidad de causas, motivaciones o factores que interactúan e influyen en los delincuentes podremos implementar adecuadas políticas de prevención. A lo largo de la ya dilatada historia de la investigación criminológica, los psicólogos han contribuido a esta tarea haciendo numerosas aportaciones a la explicación, prevención y tratamiento de la delincuencia. Estas aportaciones de la Psicología a la explicación del crimen han tomado distintos derroteros, si bien desde hace unos años parecen tomar una orientación abiertamente pragmatista centrándose en la predicción de la conducta antisocial o delictiva mediante la identificación de una serie de factores, llamados de riesgo, o predictores de posteriores conductas antisociales o delictivas. La premisa fundamental de la que parten estas aportaciones es que la conducta delictiva es el resultado de la interacción entre las características de la persona y el entorno que proporciona las oportunidades para delinquir (Farrington, 1992) lo que explicaría la consistencia de las tendencias antisociales a través de las situaciones y su continuidad a lo largo del tiempo permitiendo su predicción (Romero y Luengo, 1998). En lo relativo a la investigación básica, estas aproximaciones se sustentan principalmente sobre dos tipos de estudios: estudios longitudinales sobre carreras criminales dirigidos a identificar la influencia que determinadas variables familiares, personales y sociales tienen en el inicio, mantenimiento y abandono de la conducta antisocial y/o delictiva (por ejemplo, el estudio Cambridge de West y Farrington, o más recientemente The Denver Youth Survey, dirigido por David Huizinga en la Universidad de Colorado; The Pittsburgh Youth Study, dirigido por Rolf Loeber, Magda Stouthamer- Loeber y David Farrington en la Universidad de Pittsburgh; y The Rochester Youth Development Study, dirigido por Terence P. Thornberry en la universidad de Albany), para que una vez identificados, mediante estudios experimentales (transversales), se determine la relación causal entre esos factores, se identifiquen aquellos favorables a un cambio y se diseñen los cambios que tienen más efecto en la prevención de la delincuencia (Vázquez González 2003). La predicción tiene efectivamente una aplicación eminentemente práctica: implementar políticas para neutralizar esos factores de riesgo y prevenir el delito. Predicción y prevención son por tanto procesos íntimamente relacionados (Garrido Genovés y López Latorre 1997). Una adecuada política preventiva necesita para ser verdaderamente eficaz conocer el problema en el que va a intervenir, por ello resulta necesario conocer las causas o factores de riesgo que influyen o concurren en los delincuentes juveniles. Y también, evidentemente, los factores que pueden desarrollar una eficacia preventiva frente a indicadores normalmente asociados al desarrollo de conductas delictivas. Factores de riesgo y factores de protección permiten, pues, elaborar previsiones ajustadas de riesgo delictivo; y apuntan ya las líneas de intervención para

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evitar que este riesgo se materialice en comisión de delitos y en carreras delictivas; o, cuanto menos, interrumpir la progresión de la carrera delictiva e impedir que se sigan cometiendo delitos. Naturalmente toda intervención tiene detrás un modelo que permite articularla; y frente a los esquemas clínicos, las reconstrucciones psicoanalíticas o los modelos conductistas la intervención articulada sobre la idea de competencia social –y por ende, en un modelo multifactorial que subraya elementos cognitivos, pero en modo alguno menosprecia los demás– presenta significativas ventajas. Valga con remitir a la evidencia: los programas efectivos atienden a este enfoque. En todos estos extremos intentaremos detenernos –con la moderada extensión que sus límites le imponen– en este trabajo. Sin dejar de lado, aunque no podamos dedicarle sino un breve inciso final, la utilidad de la Psicología para un fin menos ambicioso pero en absoluto despreciable y con frecuencia radicalmente acuciante: la investigación del delito. Factores de riesgo y protección. Conocimientos psicológicos y sociales. 1- Los factores de riesgo: Variables personales, familiares, escolares y grupales. Las causas o motivaciones de la delincuencia juvenil son múltiples (Garrido Genovés y López Latorre, 1997) y la importancia de unas u otras es un factor variable en cada caso, difícilmente reconducible a un denominador común. No obstante, la evidencia empírica disponible hasta el momento acentúa la importancia de diferentes factores de riesgo, que tienden a inscribirse en los ámbitos personal, familiar, grupal y escolar.

1- Variables personales.

La vinculación entre las características personales y delincuencia ha sido una de las cuestiones que está recobrando una gran vitalidad en la investigación actual. Parece que recientemente se está corrigiendo la escasa atención que habían recibido en la criminología clásica los factores de personalidad, probablemente un tanto estigmatizados todavía por las viejas orientaciones deterministas del positivismo criminológico que vincularon en el pasado a las características individuales con la criminalidad innata o congénita. Hoy en día, la relación entre la conducta antisocial con determinadas estructuras de personalidad se produce dentro de un marco tendencial, a través de la influencia de estas en los procesos de ajuste normativo, de modo meramente probabilístico y nunca determinista. Efectuada esta aclaración, vamos a pasar a considerar algunas variables psicológicas que se han investigado o relacionado con futuros comportamientos delictivos: la inteligencia, y las variables cognitivas. En relación con la inteligencia, una cuestión que se ha tratado de responder tradicionalmente ha sido si los delincuentes son menos inteligentes que el resto de la población. Aunque algunos trabajos niegan esta posibilidad, la mayoría de trabajos de investigación que se han realizado para responder a esta cuestión indican que los delincuentes obtienen puntuaciones más bajas en inteligencia. Por el momento, los datos de las investigaciones que se han ido acumulando hasta el momento, permiten afirmar con cierta seguridad que: (a) existe una relación entre delincuencia y baja inteligencia, aunque esta relación no es demasiado fuerte; (b) la baja inteligencia se

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relaciona con un escaso rendimiento escolar en poblaciones de delincuentes y, (c) uno de los mejores predictores de la delincuencia es el fracaso escolar. En cuanto a las variables cognitivas relacionadas con la delincuencia, aquí haremos especial mención de seis procesos mentales o cognitivos: el locus de control, la impulsividad, la percepción social, la solución de problemas, la autoestima/autoconcepto, los valores y el razonamiento. Locus de control: El locus de control es el lugar donde situamos los determinantes de las cosas que nos pasan o, en otros términos, si creemos o no que podemos influir o controlar los acontecimientos de nuestras vidas. Las personas con locus de control interno son aquellas que se sienten responsables de lo que les sucede en la vida, se sienten agentes decisorios en las recompensas y castigos derivados de sus actos. Las personas con locus de control externo son aquellas que creen tener poco dominio sobre las circunstancias que le rodean y que todo depende de factores externos. Se ha encontrado en numerosas investigaciones que las personas con locus de control interno tienen mayor capacidad personal y son más maduras interpersonalmente. En relación con la delincuencia, se ha sugerido que los delincuentes con locus de control interno reincidirán menos que los de locus de control externo. Igualmente, se ha observado que los delincuentes presentan, por lo general, un mayor grado de locus de control externo que los no delincuentes, en la medida en que, con mayor probabilidad, no se responsabilizan de sus actos y creen que su violencia está justificada por causas externas que le obligan a actuar así. Impulsividad: Generalmente, en las investigaciones se ha encontrado que los delincuentes actúan de forma impulsiva, es decir, con escaso autocontrol. Fracasan en su intento de analizar las circunstancias de una situación y cuáles son las conductas más adecuadas en la misma. En especial, se ha comprobado que presentan importantes dificultades para demorar la gratificación, es decir, esperar un tiempo para obtener una recompensa más valiosa que aquello que se puede obtener de forma inmediata. Percepción social: Aquí, con percepción social, se está haciendo referencia al conjunto de habilidades necesarias en las interacciones sociales con otras personas, tales como la empatía, o capacidad de ponerse en el lugar de los demás, el ser capaz de reconocer y comprender el punto de vista del otro. En numerosas investigaciones se ha encontrado que el delincuente, en términos generales, manifiesta importantes deficiencias en la capacidad de analizarse, de identificar las perspectivas ajenas, así como de anticipar las consecuencias de sus actos. Solución de Problemas Interpersonales: Con este término estamos haciendo referencia a las pautas que hay que seguir para enfrentarse con situaciones difíciles relacionadas con el trato con los demás. Se ha encontrado que, por lo general, los delincuentes carecen o tienen una baja capacidad de solución de problemas interpersonales. Igualmente, muestran un mayor número de conductas violentas en situaciones cotidianas de relación con profesores, compañeros, en la búsqueda de empleo, etc. Autoestima/Autoconcepto: Aunque algunos trabajos apuntan la hipótesis de que podría existir relación entre baja autoestima y delincuencia, no existen pruebas de tal relación. De hecho, muchos trabajos presentan resultados contradictorios. La relación entre la autoestima y la delincuencia podría considerarse de la siguiente manera: como los delincuentes se ven incapaces de sobresalir en las conductas aprobadas socialmente, tratan de hacerlo a través de actos ilegales, como una forma

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de demostrar que ellos también pueden tener éxito, aunque de manera ilegal o reprobable socialmente. Valores: Algunos autores señalan que los delincuentes poseen una jerarquía de valores diferente a la de la población no delincuente. En este sentido, mantendrían como valores centrales los valores personales, de carácter individualista y hedonista -"tener una vida cómoda", sentir placer", etc.-. A1 mismo tiempo, para los delincuentes serían menos relevantes los valores de carácter social, tales como "tener verdadera amistad" o "ser responsables". Razonamiento abstracto versus concreto: Otra hipótesis que está recibiendo evidencia empírica es que los delincuentes piensan o razonan orientados hacia la acción y no hacia la reflexión, centrados en lo concreto y no en lo abstracto. Así, los sujetos con un pensamiento concreto -en este caso, los delincuentes- responderán con mayor probabilidad "sin pensar" en todas las opciones disponibles a su alcance. Otras formulaciones se han centrado en variables neurobiológicas para explicar la conducta criminal sugiriendo que los individuos con tendencia a implicarse en un mayor número de actividades antisociales tienen niveles de activación fisiológica más bajos que los sujetos no delincuentes. Podemos hacer referencia a estudios que ponen de manifiesto las relaciones entre el sistema de activación cortical y autónomo y la conducta antisocial. Otros estudios han analizado la importancia que otros sistemas relacionados con la activación, tales como el sistema neuroendocrino y la bioquímica del cerebro tienen en la conducta antisocial. La relación que consistentemente se ha comprobado entre delincuencia y variables sociodemográficas como la edad (los índices de delitos se incrementan en la adolescencia y descienden en etapas posteriores) y el sexo (mayores tasas delictivas en hombres que en mujeres) han sugerido la posibilidad de que las hormonas sexuales desempeñen un papel significativo en el desarrollo de la conducta antisocial. En diversos trabajos se pone de manifiesto que niveles relativamente altos de testosterona se relacionan con la realización de conductas violentas en los delincuentes y se ha comprobado que los reclusos con índices altos en esta hormona se caracterizan por haber iniciado a edades tempranas su carrera delictiva. (Garrido, Stangeland y Redondo, 2001, Serrano Maíllo, 2003). Todos estos estudios, relacionados con parámetros fisiológicos y bioquímicos de los procesos de activación ponen de manifiesto que la conducta antisocial tiene un sustrato biológico, que también presentan ciertas dimensiones de personalidad que en los estudios de carácter psicométrico se han visto relacionadas con la conducta delictiva. La extraversión, la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, relacionadas con bajos niveles en los procesos de activación que llevan al sujeto a una búsqueda de estimulación externa, unido a una menor reactividad ante estímulos asociados al castigo que se refleja en el constructo de ansiedad, son las características que mejor sirven para diferenciar a sujetos delincuentes y no delincuentes y aparecen como fuertes predictores de la conducta antisocial (Romero y Luengo, 1998) 2-Variables familiares La familia ha recibido una amplia atención como ámbito en el que se desarrollan una serie de procesos que pueden entenderse como eventuales antecedentes de posterior delincuencia en la juventud y/o en la edad adulta. La familia aparece como el primer entorno social en el que se desenvuelve la vida del individuo y se convierte en el primer agente de modelado, aprendizaje y socialización. La familia facilita el ajuste de sus miembros al entorno social y actúa en todo el proceso de desarrollo y maduración del individuo: transmite normas y valores, enseña habilidades

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para enfrentarse a situaciones nuevas y conflictivas, enseña a regular impulsos y sentimientos y determina las conductas que se van a recompensar y cuáles son merecedores de castigo. Las investigaciones que intentan desvelar el papel de la familia en la predicción y explicación de las conductas antisociales, se centraron en un primer momento en el análisis de aspectos estructurales (tamaño familiar, ausencia de uno o ambos padres en el hogar, número de hermanos, desempleo de los padres, enfermedades físicas o mentales). Sin embargo, los estudios más recientes se ocupan primordialmente de las interacciones entre los miembros de la familia y de los aspectos del funcionamiento familiar, en concreto, el clima afectivo, los efectos de modelado de la conducta de los padres sobre la conducta de los hijos y las prácticas educativas. Este cambio en la investigación ha obedecido fundamentalmente a que los estudios longitudinales han demostrado que el rechazo parental, la hostilidad y la falta de supervisión tienen efectos directos sobre la conducta antisocial y la delincuencia, mientras los efectos de variables estructurales (hogares rotos por separación o familias numerosas) tienen efectos indirectos y están mediatizados por otras variables relacionadas con la comunicación y el estilo familiar. En este sentido, el estudio longitudinal de West y Farrington constató que una disciplina parental demasiado dura o inconsistente, una actitud de los padres cruel, pasiva o negligente, pobre supervisión y conflicto parental, cuando el niño tiene una edad de ocho años, eran predictores de las condenas en la edad adolescente, independientemente de otros factores estructurales, como los bajos ingresos económicos en la familia (Farrington 1992). Por su parte, Loeber y Stouthamer-Loeber tras revisar exhaustivamente los estudios longitudinales que analizaban variables familiares, conducta antisocial y delincuencia encontraron que eran las variables que reflejan los procesos de interacción entre padres e hijos, los mejores predictores. En concreto, la falta supervisión o control parental, una disciplina demasiado dura o errática, el rechazo de los hijos y una escasa implicación con ellos eran las cuatro variables más importantes para predecir la delincuencia tanto en la adolescencia como en la edad adulta. Le seguían en importancia, para predecir la delincuencia más seria: las pobres relaciones maritales y la criminalidad y agresividad parental. Sin embargo, una variable estructural, la ausencia de los padres en el hogar, bien por separación o muerte, era uno de los más débiles predictores. (Vázquez González, 2003) En lo que respecta al modelado, en múltiples investigaciones se ha constatado la existencia de una intensa relación positiva entre la realización de actividades desviadas por parte de los miembros de la familia y la involucración en conductas desviadas de los adolescentes. Los padres criminales, antisociales o alcohólicos tienden a tener hijos delincuentes y las condenas de padres o hermanos cuando el niño tiene 10 años predicen las condenas en la edad adulta. En este sentido, merecen especial atención aquellos estudios que demuestran como una disciplina excesivamente dura y la utilización del castigo físico en el hogar, sirve para diferenciar a delincuentes violentos y no violentos (Romero y Luengo, 1998). 3. Variables escolares. Más allá del ámbito familiar, se ha mostrado interés por el contexto de socialización escolar y los puentes que desde él se puedan tender hacia la conducta antisocial. El marco escolar junto con la familia, constituye una fuente de influencia prioritaria en el proceso de socialización, donde tiene lugar buena parte del aprendizaje de normas y valores durante las dos primeras décadas de la vida y contribuye a fomentar determinadas pautas comportamentales. Es éste el lugar donde

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se produce la educación formal del individuo, donde se encuadran las primeras relaciones con figuras de autoridad diferentes a los padres y donde el niño tiene las primeras oportunidades para alcanzar logros personales socialmente reconocidos (Romero y Luengo, 1998). Las investigaciones realizadas en este contexto han constatado que aquellos niños y adolescentes que asisten a la escuela de forma regular y que se esfuerzan por obtener un rendimiento académico adecuado, cuentan con menos probabilidades de relacionarse con compañías e implicarse en actividades que favorezcan la participación en conductas ilegales en comparación con aquéllos que tienen una baja realización académica, no les gusta la escuela y hacen novillos con frecuencia. Por otra parte, los hijos de familias problemáticas están menos preparados que los hijos de familias ajustadas para las demandas escolares. Esto puede convertirse en un factor frustrante para esos chicos, ya que no se ven preparados ni motivados para el logro académico lo que facilita que dejen a un lado las actividades y obligaciones académicas, implicándose en conductas antisociales. El fracaso escolar, la vinculación débil al entorno escolar y los bajos niveles de autoestima asociados a las autopercepciones que los chicos desarrollan en ese ambiente concreto aparecen así como factores de riesgo para el desarrollo de conductas antisociales. Con todo, conviene advertir que no está claro en qué medida esas dificultades pueden ser atribuidas a diferencias individuales que se han visto relacionadas con la delincuencia (baja capacidad de razonamiento verbal y conducta perturbadora en el aula) o reflejan factores de la organización escolar que incrementan estas tendencias. Algunos estudios citados por Romero y Luengo han revelado que la conducta delincuente se relaciona en mayor medida con los problemas en el funcionamiento social dentro de la escuela que con las dificultades académicas y que aquéllos que abandonan la escuela lo hacen fundamentalmente por razones sociales que académicas (Romero y Luengo, 1998) 4- Variables grupales. El grupo de amigos constituye también durante la adolescencia un entorno de máxima relevancia para el aprendizaje de normas y conductas y ha sido considerado como el principal agente de socialización durante esta etapa. La búsqueda de una identidad positiva frente a la rapidez de los cambios biológicos y sociocognitivos y la necesidad de asentar la propia autonomía frente a las coordenadas familiares, convierten al grupo de amigos en un marco de experiencias de gran relevancia en el desarrollo adolescente. Los resultados de la investigación han puesto de manifiesto que el grupo de iguales desempeña un papel fundamental en el desarrollo de conductas antisociales de los jóvenes y que existe una intensa correlación entre la delincuencia de los amigos y la delincuencia del individuo durante toda la edad adolescente. Y esto es así incluso para aquellos adolescentes que tienen buenas relaciones familiares y en la escuela. Obviamente, si además de tener amigos delincuentes, el joven se halla en un contexto familiar problemático o presenta problemas académicos, los efectos prodelictivos serán mayores. Probablemente, dentro de los estudios sobre delincuencia juvenil, éste es uno de los hallazgos más sólidos y más ampliamente contrastado en diferentes muestras y contextos socioculturales y esta relación parece mantenerse, además, independientemente del tipo de delito. Ahora bien, la capacidad explicativa de tales datos debería modularse; estamos asumiendo, conforme a las teorías de la asociación

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diferencial y del aprendizaje, que el delito es consecuencia, entre otras cosas, de que un sujeto se haya visto expuesto a definiciones normativas favorables a la comisión de hechos delictivos y desviados y que es el grupo el que a través de mecanismos como el modelado, el refuerzo o el castigo provoca en el individuo un proceso de asimilación y adhesión a las actitudes y conductas grupales que le llevan a la involucración posterior en la delincuencia cuando es perfectamente posible, y así lo demuestran numerosas investigaciones, que la comisión de hechos delictivos se produzca antes de entrar en contacto con grupos de personas delincuentes. Desde este punto de vista, podemos estar atribuyendo erróneamente determinados comportamientos a la pertenencia grupal cuando ella misma se produce como un resultado de determinados mecanismos de selección individual (con metas y planes más o menos explícitos, Serrano Maíllo, 2003). Sea como sea, aunque este tipo de resultados evidencien que la exposición al grupo no sería cuantitativamente tan importante como se creía no permiten descartar la importancia que el grupo de iguales tiene sobre la delincuencia, nadie discute hoy que cuanto mayor sea la implicación de un sujeto en actividades desviadas, más probable será entonces, que se encuentre integrado en un grupo de iguales desviados. Aunque estos son los factores predictores más influyentes en la aparición de comportamientos antisociales o delincuentes, su influencia no es uniforme. El riesgo variará en función del tipo de delincuencia que se intente predecir: delincuencia grave y crónica o leve y episódica, y, sobre todo, del sexo y la edad de los niños, ya que los factores de riesgo ejercen una mayor o menor influencia dependiendo de la edad en la que aparecen (Farrington, 1992; Lipsey y Derzon, 1998; Hawkins et al., 2000). (Véase la tabla incorporada en el Anexo 1). Por otra parte, como señalan Garrido y López Latorre (1998) los estudios longitudinales deben ser capaces de predecir no sólo el inició sino también la continuidad y persistencia de la delincuencia. Es necesario en consecuencia atender a las dimensiones de seriedad y frecuencia de la conducta delictiva. Mientras la realización ocasional de conductas delictivas poco serias, puede ser un fenómeno común en la infancia y adolescencia y el peso predictivo mayor recae en los factores situacionales, tales como la influencia del grupo de amigos o las oportunidades delictivas, la conducta antisocial más persistente estarla en mayor medida determinada por las características de personalidad del delincuente. La seriedad y la frecuencia de las conductas delictivas o antisociales, que el individuo manifiesta a lo largo del proceso de desarrollo, unido a las características de personalidad, serian los factores determinantes de la reincidencia (Romero y Luengo, 1998). En este sentido, Loeber señala que las siguientes hipótesis se relacionaban con una delincuencia persistente a lo largo del tiempo (cuatro o más delitos registrados oficialmente): a) hipótesis de la densidad o frecuencia de conducta antisocial: cuanto más frecuente sea, más estable tiende a permanecer; b) hipótesis de los escenarios múltiples: es más estable cuanto tienda a observarse en una mayor diversidad de situaciones; c) hipótesis de la variedad: a mayor variedad de problemas de conducta, mayor persistencia; y d) hipótesis del comienzo temprano: cuanto antes aparezca, más tenderá a mantenerse a lo largo del tiempo (Garrido y López Latorre, 1997). Por su parte, Farrington (1992) señala que el bajo C. I, la pobreza y la crianza de pobre calidad pueden relacionarse en especial con los inicios de la conducta delictiva, mientras que padres y hermanos antisociales y amigos delincuentes pueden influir en la persistencia de la conducta delictiva o en la frecuencia de la misma.

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2- Los factores protectores: invulnerabilidad y resistencia.

La detección de factores de riesgo en el desarrollo de una carrera delictiva constituye, como se ha subrayado en líneas anteriores, asumir un planteamiento meramente probabilístico y nunca determinista: podemos aproximar el riesgo, no predecir el futuro. Sin embargo, este modelo abre inmediatamente un interrogante: ¿por qué ciertos sujetos, sometidos a factores de riesgo, sin embargo no desarrollan conductas delictivas? Aunque la primera reacción de los investigadores al apercibirse de que determinados factores de diversa naturaleza (individuales, sociales y/o ambientales) obstaculizaban el efecto perverso de los estresores (vid. en anexos las propuestas de HIRSCHI y RECKLESS) fue plantear la ‘invulnerabilidad’ de los sujetos que contaban con ellos, la evidencia parece orientarse en un sentido menos radical y más relacional (véase, también en anexos, la ecuación sistémica de la prevención de BLOOM): estos factores no impiden el efecto de los estresores, ni anulan los factores de riesgo; pero pueden compensar su efecto y dar lugar a situaciones de equilibrio, evitando así el inicio o la progresión de la carrera delictiva. No debemos, pues, hablar tanto de ‘invulnerabilidad’ cuanto de ‘resistencia’ (Garrido, Stangeland y Redondo, 2001). Evidentemente los factores protectores tienen, pues, además de su notable importancia en el análisis etiológico de los historiales delictivos, una destacadísima proyección en sede de prevención (primaria –en su triple dimensión de prevención de lo negativo, protección de lo positivo y promoción de lo deseable (Bloom)–, y muy destacadamente en la niñez, en la que la intervención se muestra más efectiva; pero también en etapas ulteriores de la vida y en contextos de intervención secundaria). Toda intervención que pretenda ser eficaz deberá partir de un conocimiento exhaustivo de los factores de riesgo y los protectores (López Latorre 2005). Suelen señalarse como factores protectores (para un listado más detallado, distinguiendo entre las diferentes etapas del desarrollo, se remite al anexo correspondiente; así como al que se ocupa de las características de los niños resistentes): El listado antecedente evidencia el carácter ‘ecológico’ o sistémico de las constelaciones de factores de riesgo y protección: abandonando modelos clínicos –

1) atributos disposicionales o fuentes personales: actividad, inteligencia, autonomía, temperamento, habilidades sociales (sociabilidad, empatía, solución de problemas...) y locus de control interno; 2) núcleo familiar: lazos afectivos familiares que proporcionan la atención, el afecto y el apoyo emocional necesarios en los primeros años de vida; pautas de crianza y reglas en el hogar claras, sólidas y competentes; comunicación abierta entre los miembros de la familia; disponibilidad de personas alternativas a los padres capaces de cuidar al niño (abuelos, tíos...), modelos positivos de identificación; y compromiso con valores morales y sociales; y 3) red de apoyo social y emocional (profesores, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, Instituciones) que pueda prestar ayuda a la familia en tiempos de crisis. Tomado de López Latorre (2005)

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que buscan el origen del delito en una patología estricta del delincuente–, y los paradigmas psicoanalítico y conductista –también unifactoriales, aunque en sentidos diversos–, se impone pues un enfoque más cercano a la teoría cognitiva (enfatizando la influencia del pensamiento, sin negar por ello atención a tendencias internas y factores ambientales, en el análisis del comportamiento). ANEXO 1: Predictores de la delincuencia por grupos de edades. Ranking a la edad de 6 a 11 años y a la edad de 12 a 14 años de factores predictores de delincuencia juvenil crónica a la edad de 15 a 25 años.

Predictores a la edad de 6 a 11 años Predictores a la edad de 12 a 14 años

GRUPO 1

Delincuencia en General (38) Falta de vínculos sociales (39)

Consumo de drogas (30) Amigos antisociales (37)

GRUPO 2

Genero (masculino) (26) Delincuencia en general (26)

Estatus socioeconómico familiar (24)

Padres antisociales (23)

GRUPO 3

Agresividad (21) Agresividad (19)

Etnia (20) Rendimiento escolar (19)

Condiciones psicológicas (19)

Genero masculino (19)

Violencia física (18)

GRUPO 4

Condiciones Psicológicas (15) Padres antisociales (16) Relaciones padres e hijos (15) Delitos contra las personas (14) Vínculos sociales (15) Comportamientos problemáticos (12) Comportamientos problemáticos (13) Coeficiente intelectual (12) Rendimiento/actitud escolar (13) Características físicas/medicas (13) Coeficiente intelectual (12) Otras características familiares (12)

GRUPO 5

Hogares rotos (09) Hogares rotos (10) Abusos paternos (07) Estatus socioeconómico familiar (10) Amigos antisociales (04) Abusos paternos (09) Otros rasgos familiares (08)

Consumo de drogas (06)

Etnia (04)

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Fuente: Lipsey y Derzon 1998 (en Vázquez González 2003). Nota: el valor entre paréntesis representa el promedio de la correlación entre el factor predictor y el resultado, según datos obtenidos mediante un meta análisis. ANEXO. Factores protectores en las diferentes etapas del desarrollo

INFANCIA-NIÑEZ ADOLESCENCIA Factores Personales Factores Personales -Ser primogénito -Tener pocas enfermedades graves, buen desarrollo global -Tener un temperamento agradable y atractivo -Mostrar autonomía -Ser inteligente -Tener capacidad de concentración -Tener orientación social, competencia y habilidades sociales -Mostrar una actividad moderada e intereses variados -Ser buen compañero en la escuela

-Ser responsables y motivaciones de logro -Tener pocas enfermedades graves y de recuperación rápida -Ser sociable, de temperamento flexible, y para adultos poco envidiosos -Mostrar autonomía y autodirección -Ser inteligente -Mostrar buenas habilidades verbal y lectora -Ser competente socialmente, buenas interacciones adecuadas: locus interno, empatía, solución de problemas y habilidades sociales -Ser poco impulsivo -Autoestima positiva y participar en actividades extraescolares

Los sujetos del grupo de alto riesgo que pueden adaptarse sin dificultad, suelen caracterizarse cuando son adultos por ser competentes en sus responsabilidades, estar orientados a la acción, estar satisfechos con su estatus laboral y personal; haber recibido educación adicional; y, contar importantes fuentes de apoyo social y emocional.

Factores Ambientales (familiares y sociales)

-Familia poco numerosa y espacio entre hermanos igual o menor de dos años

-Patrones de crianza consistentes

-Buena comunicación familiares y fuertes lazos afectivos

-Atención y cuidado de los hijos durante los primeros años

-Compromiso de la familia con valores sociales y morales

-Disponibilidad de terceras personas para el cuidado, atención y referencias del niño

-Amplia red de apoyo social y emocional